XXV PREGÓN DEL CARGADOR

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XXV PREGÓN DEL CARGADOR a la Semana Santa de San Fernando Organizado por la Asociación "Jóvenes Cargadores Cofrades" J.C.C. bajo el lema "cuando el Cargador se hace pregonero o el Pregonero cargador" a cargo de D. José Luis Cordero Collantes pronunciado en el Salón de Actos del Colegio de las Hermanas Carmelitas de la Caridad SAN FERNANDO 31 de marzo de 2.007 Sábado de Pasión

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pronunciado en el Salón de Actos del Colegio de las Hermanas Carmelitas de la Caridad bajo el lema "cuando el Cargador se hace pregonero o el Pregonero cargador" SAN FERNANDO 31 de marzo de 2.007 Sábado de Pasión D. José Luis Cordero Collantes a cargo de

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XXV PREGÓN DEL CARGADOR

a la Semana Santa de San Fernando

Organizado por la Asociación "Jóvenes Cargadores Cofrades"

J.C.C.

bajo el lema "cuando el Cargador se hace pregonero o el Pregonero cargador"

a cargo de D. José Luis Cordero Collantes

pronunciado en el Salón de Actos del

Colegio de las Hermanas Carmelitas de la Caridad

SAN FERNANDO 31 de marzo de 2.007

Sábado de Pasión

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XXV PREGÓN DEL CARGADOR

A la Semana Santa de San Fernando

José Luis Cordero Collantes

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PRESENTACIÓN DEL PREGONERO a cargo de

Jovencísimos Cargadores Cofrades (Se abre el telón con los niños ya dispuestos debajo del paso y posición de carga.) (Se escucha un toque de llamador) NIÑO Nº 1 –¡Ya van una! (Se escucha otro toque) NIÑO Nº 1-¡Ya van dos! (Se escucha otro toque de llamador) NIÑO Nº 1- ¡Fondo por igual! VOZ EN OFF. ¡Salirse por la banda derecha! (Se salen todos los niños de debajo del paso) NIÑO Nº 2 - ¿Por qué nos hemos salido tan pronto? VOZ EN OFF- ¡Es que ahora viene la clase de teórica! NIÑO Nº 3- ¡Y eso! ¿qué es? VOZ EN OFF- Eso es para explicaros como debéis de poneros debajo del paso, para que no os lastiméis y para llevar bien el compás, cómo se carga aquí en la Isla. NIÑO Nº 4- ¡Y después ¡ ¿Nos podemos ir? VOZ EN OFF- ¿A dónde vais tan pronto? NIÑO Nº 4- ¡Al pregón de la JCC! VOZ EN OFF- ¡Es verdad, que era hoy! ¿A qué hora era? NIÑO Nº 1- ¡A las siete, en las Carmelitas! VOZ EN OFF- ¡Tenéis razón, hace 25 años ya! ¡Cómo pasa el tiempo! ¿Y conocéis quien lo da este año? NIÑO Nº2- ¡Sí, lo da un amigo de nuestros padres que se llama Pepín Cordero!

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VOZ EN OFF- ¡Ah, Pepín Cordero! Conocéis a Pepín, pero me imagino que no sabéis como empezó en esto de la Semana Santa, y como a transcurrido su vida, ¿verdad? NIÑO Nº 3- ¡Bueno un poco! VOZ EN OFF- ¡Veréis, os lo cuento brevemente!

Pepín nació en una familia de comerciantes gaditana y al poco de nacer se trasladaron a San Fernando para abrir una panadería. Al mismo tiempo ingresaron en la por entonces recién fundada Hermandad de Medinaceli que tanta devoción levanta en Cádiz y en la que este año cumple 50 de pertenencia a la misma. Allí fueron sus primeros pasos de cofrade.

Estudió en el Liceo, y a la vez ayudaba a su padre en el negocio. Cuando terminó los estudios hizo la carrera de Graduado Social por la Universidad de Granada.

Se casó y tuvo dos hijos: José Luís y Mari Tere, jóvenes ejemplares ambos, por los que siente verdadera pasión, pasión como la que tiene por todo lo que considera suyo y nuestro. Ha pertenecido a la Junta de Gobierno de su Hermandad ocupando diversos cargos de relevancia como fiscal, 2º Hermano mayor ,etc..

También ha pertenecido a la comunidad parroquial de la Iglesia de la Bazán cuando se encontraba allí el recordado Padre Neira ,al que convencía para que se acercara todos los años a la caseta de la Hermandad en la Feria y que degustara un sabroso plato de rabo de toro. También es hermano de la Hermandad del Rocío y de la Virgen del Carmen de Conil.

Pepín, amigo de sus amigos, también ingresó muy pronto en la recién creada JCC, cargando numerosos pasos y dando todo lo que podía debajo de ellos, pero donde él más disfrutaba, era debajo del Paso de su Cristo, el Medinaceli, que todavía podría haber seguido cargando si no es por su salud.

Ha presentado diversos actos cofrades, destacando los actos conmemorativos del 25 aniversario de su Virgen de la Trinidad, que para colmo se la trajo en su paquetera de la panadería desde Sevilla.

Como pregonero lo ha sido de “Los Amigos del Cargador” en San Fernando, del “Costalero” en Puerto Real, de Nuestra Señora del Carmen de Conil, así también como de su Semana Santa en el año 2006. Actualmente colabora en la prensa local con artículos cofrades.

Bueno, no quiero cansaros mucho, así que corred y preparaos para disfrutar del pregón de Pepín. TODOS LOS NIÑOS- ¡Pero, si ya estamos preparados! VOZ EN OFF- ¡Pues nada! ¡Entonces vamos a llamar al Pregonero! TODOS LOS NIÑOS- ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡ Con todos ustedes, PEPIN CORDERO!!!!!!!!!

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Los Jovencísimos Cargadores Cofrades: Agustín Aragón Andamoyo (Niño nº2) Alejandro Barón Robles Javier Blázquez Solano (Niño nº4) Jaime Cano Ramos Jesús Franzón González Manuel Franzón González (Voz en off) Pablo Franzón González (Niño nº 1) Jesús Hormigo Invernón Alejandro Pérez Gurría Carmelo Sánchez Belizón (Niño nº 3)

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a cargo de D. José Luis Cordero Collantes

“A todos aquellos que se esforzaron por mantener viva la fe y la tradición de un pueblo, y en su noble intento,

supieron hacer historia” EL DESCUBRIMIENTO DE UNA PASIÓN.-

Cuando puse mis ojos en ti, con afán de descubrirte, ya te conocía. ¡Cuántas veces el gorrión voló del olmo al pino, cuantas veces la golondrina llamó a tus ventanas por los primeros calores, antes de poner mis ojos definitivamente en ti! ¡Cuántas veces!

Hoy lo recuerdo como si lo estuviera viviendo de nuevo. Era, y aún hoy lo es, una seducción nueva en cada encuentro. Un

enamoramiento de silenciosas miradas cada vez que nos cruzábamos. Cada vez que recorría con la mirada de adolescente tu cuerpo cincelado de maravillas. Cada vez que me embebía de ese etéreo aroma tuyo tan inconfundible. Cada vez que te oía reír, o llorar, o rezar con el tañido bronceo de tu voz.

Poco a poco, fui dándome cuenta que habías puesto en mis sienes la locura de tu pulso. En mi piel, la necesidad de tu cercanía. En mi alma, la gracia de tú esencia. En mi corazón, el deseo de tu querer. Y en mis labios, como suave caricia, tú nombre.

Descubrí, casi sin querer, que ya nada tendría sentido sin ti .Y empecé a recordar

todo aquello tuyo que se había ido grabando en mi retina; todo aquello tuyo que se había ido quedando, para siempre, en lo más recóndito de mi ser, confundido contigo.

Y recordé la agradable calidez que te envolvía, como la de las aguas quietas de

aquel viejo molino de marea en que me bañaba de niño. La fragancia que sublimabas cada mañana, como la que azuzaba la inmóvil sal de los esteros de las salinas.

Como empapabas tu blanco cuerpo en los salobres azules de la bahía y yo quería abrazarte por el talle como lo hace el mar por el viejo camino a Cádiz.

Como te vestías cada mañana de blanco azahar por primavera, de cal pura por julio, como los alfeizares de plata de las almenas fundidas en luna de las casas isleñas. Como te peinabas con el oro de los amaneceres, como te santiguabas con la sangre anaranjada de los crepúsculos.

Y recordé como me abrasaba cada vez que te piropeaba aquel soldadito en las tardes de paseo por la Alameda o la Pastora; o resistía de envidia, cuando presentía tu nombre tatuado en aquel marinero pelón, recién embarcado, y que cuando surcara las aguas de los océanos, tu nombre, lo ondeara en medio mundo.

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Y así fuimos desgranando el tiempo, tú en mis cosas y yo en las tuyas. Hasta

aquella tarde en que me dejaste que atracara en el muelle de tu corazón para siempre y me besaste con la misma fuerza que el mar rompe en las escolleras y con la misma dulzura con que la ola muere en la arena.

Y de nuevo vino a mis labios, con la misma pasión de ese primer beso, tu nombre. Y susurraba cada letra de él con la veneración y ternura de un enamorado.

Desde aquella tarde, renuncié a todo aquello que no fueras tú; a todo aquello que

no supiera a ti. A todo aquello que pudiera deshonrar tú querer. Y desde aquella tarde que me arrullaste con ese viento de levante suave con que acunas a los candrays en las playas, con que te llevas las hojas muertas de viejas querencias, con la brisa de la madrugada con que despeinas a Jesús de Medinaceli camino de recogida, desde entonces, desde aquella tarde, vengo presumiendo de tu cariño.

Y hoy, una vez más, mi amor, aquí me tienes para pregonarlo.

Vino, por fin, el momento, vencida la púber indolencia, de que tomara conciencia

que eras mi único pensamiento.

Mientras mi alma olvidaba los ropajes de la inocencia,

¡Con que furiosa impaciencia tus caricias anhelaba!

Ya nada me conformaba ni tu calor, ni tu presencia

¡tanta fue mi demencia al saber que te amaba!

te convertiste en pasión de mi amor, la esencia, de tú olvido, sentencia. Tu nombre, veneración,

mi La Isla de León.

Reverendas y Queridísimas Hermanas Carmelitas Ilustrísimo Sr. Alcalde. Ilustrísimas Autoridades. Sr. Presidente y Junta Rectora de los Jóvenes Cargadores Cofrades. Hermanos Mayores, cofrades, cargadores, músicos, Sras., y Sres., Isleños, Amigos todos:

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La primera palabra que quisiera poner en mis labios, con igual pasión, es gracias.

Gracias Jesús Barón por tu propuesta y gracias al Presidente y Junta de los Jóvenes Cargadores Cofrades por tomarla en consideración y ofrecerme llevar esta tarde la Voz de todos vosotros y hacer realidad, un año más, que el cargador se hace Pregonero.

Gracias, gracias desde el fondo de mi alma para vosotros amigos, hermanos en la fe, Manolo Franzón, Manolo Collantes, Antonio Serván, Juanjo García de Lomas y Manolo Aragón, que habéis trabajado con la misma ilusión que yo en la presentación y preparación de este Pregón.

Gracias a vosotros niños por vuestra dulzura y afecto, por vuestras palabras y cariño, y por andar ya en las cosas del Padre dando testimonio de que el Reino de los Cielos es de vosotros y porque sois nuestra esperanza como hombres y cargadores enredados en nuestras tradiciones.

Gracias a mi familia, a mis amigos, y a todos vosotros por vuestra calida presencia esta tarde. LA ISLA, ORIGEN DE TODO.-

Tú, mi Isla, no te esfuerces buscando la razón de mi presencia esta tarde aquí, entre estos calidos muros carmelitanos, en los recónditos pliegues de la memoria de una primavera olvidada; ni entre los rostros amarilleados por el tiempo de aquellos jóvenes cargadores; ni aún en el Libro de los Hechos de estos apóstoles cofrades que tú amas.

No, no te esfuerces inútilmente buscando la razón. La razón eres tú misma. Porque el Pregón eres tú, Real Isla de León; yo solo te presto mi voz.

Porque la Isla se viene pregonando a si misma desde los albores de la historia, desde que se preñó con la sangre inocente de aquellos muchachos Servando y Germán en aquel Pago Ursoniano frente a las columnas del “Non plus ultra” de Hércules, tu fabuloso fundador, y que señalado con una Cruz, la Vera-Cruz, ha sido siempre el Mayor Dolor de nuestros martirios y el Pilar de nuestra tradición. Y ése fue el lugar, el Cerro de los Mártires, el lugar que escogió para su vida de santidad y su Santo Entierro, Santa Benita.

Porque te vienes alabando desde que en tus entrañas recibió la luz de la Vida, el agua del Bautismo y la Gracia y la Esperanza Coronada de la Fe, el Cardenal Mendigo el Beato Marcelo Spinola; desde que en tus calles quedamos Cautivos por la Palabra de aquel capuchino, Beato Fray Diego José de Cádiz que predicó el misterio y la belleza de la Trinidad; desde que en el Silencio y la Esperanza de su cenobio la Isla se hizo milagro y la Hermana Cristina hizo la bondad, Misericordia; y la dulzura, Piedad.

La Isla que se hace filigrana en las molduras de sus fachadas purísimas, en sus

columnas de mármol, en sus cierros enrejados; que se hace requiebro en su piedra ostionera, en sus cornisas y almenas; color en sus zócalos de cerámica, en sus policromas baldosas y en los medios puntos acristalados.

La Isla que se descubre fenicia en sus vestigios; la Isla que se anuncia romana desde las piedras de su Puente Zuazo, pregonero infatigable de nuestra historia. Y mora

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y mudéjar desde las murallas de su ribat y que en las entrañas de sus muros, a la voz de Santa Maria del Castillo se gestó cristiana y cofrade. Y en sus calles, sus plazas, sus edificios: barroca y neoclásica y liberal y constitucional.

La misma Isla que compone su mejor verso, con caligrafía de cariño, en las tibias

auroras del Corpus, en las frescas amanecidas de octubre poniendo encajes de murmullos de Salves marineras, como Divino Rocío, entre los tirabuzones de Nuestra Madre, la Virgen del Carmen, Patrona de nuestra devoción infinita; purísimos deseos de salvación eterna en su Inmaculado Escapulario; marinero fajín de mando de Capitana sobre nuestros rumbos; y en su Divina cabeza, la Corona más hermosa: la de nuestro Amor de Hijos.

Y la misma Isla que derrocha su fe en el Niño Dios que nos sonríe desde el regazo de su Madre, Divina Pastora de las Almas isleñas. Y en el Bendito Patriarca Señor San José, Nuestro Patrón, a él, fe y un Voto Perpetuo de gratitud.

La misma Isla que puso en lo más alto de su escudo, en jefe, el Ojo Avizor de Dios como signo de la fe de este pueblo. La fe que se hace maitines y clausura en los Conventos de nuestras queridas monjitas. La fe que se hace saber y catequesis en La Salle, el Liceo, la Compañía y las Carmelitas. La fe que se hace hermandad y penitencia en nuestras cofradías. La fe que se hace sudor y esfuerzo, faja y almoá en nuestros cargaores.

Y en los corazones y en los ojos de un pueblo, La Isla que todas las primaveras

se convierte en un Nuevo Jerusalén que sale al encuentro con Dios y consigo misma.

Y es que tú, una Semana de Pasión la conviertes en semana de bullicio, de alegría, los rezos en saeta y el sentimiento música; la Pasión y Muerte del Hijo de Dios, en esperanza. Porque sabes el final de la historia, sabes que acaba bien, que Jesús no muere. Que resucita para quedarse en tus calles y plazas buscando sus apóstoles isleños. Que resucita para quedarse en nuestros corazones.

Nunca La Isla, mi amor, eres tan Isla; nunca La Isla eres tan tú misma, como cada primavera, como cada Semana Santa.

I (Borriquita)

La Isla grita ¡Hosanna! al dolor de una semana.

Seis días de Pasión dos domingos de ilusión, Ramos y Resurrección.

La Isla en la calle

con jubilosa chiquillería, espera su Cruz de Guía

frente a La Salle.

Y en plata detalle, un Caballero andaluz

montado en su borriquita cumple con su cita,

mientras talan su Cruz.

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II (Huerto, Prendimiento, Medinaceli, Columnas, Ecce-Homo)

Huerto de blanca luna, amargo Cáliz aceituna,

bajo tu redonda luz, Reza solo, abandonado,

el Hijo que clama resignado “Padre: lo que quieras Tú”.

Allí lo han Prendido

como a un vulgar bandido la soldadesca multitud;

Cautivo y Azotado, hasta tres veces negado esta noche, ¡mi Jesús!

Ecce Homo proclamado, Y Tú, mi Dios, callado,

ante tanta ingratitud

III (Afligidos, Misericordia, Gran Poder, Caído, Nazareno)

En tu hombro han echado el dolor de nuestro pecado,

¡Bendito seas tú! Que si eras Cristo Rey hoy te llama tu grey,

Nuestro Padre Jesús.

Caído sobre su rodilla El Gran Poder se humilla.

Misericordia para el Afligido, para el Nazareno hundido

por el peso de su Cruz.

IV (Nazareno del Carmen)

Rey coronado de espinas Hacia el Calvario caminas por aquella Vía Dolorosa,

y no se oye otra cosa que el golpe seco en la losa del madero que arrastras Tú.

Solo un hombre se atreve, para que tu dolor sea leve,

a llevarte tu Cruz. Y por aquel acto de amor

¡Ay, Simón de Cirene! la Isla te tiene

por el primer ¡cargaor!

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V (Humildad y Paciencia, Buena Muerte)

En una piedra sentado, Humilde, Paciente, espera

que levanten la madera donde va a ser crucificado. Espera solo y despojado

una Buena Muerte, mientras se echan a suerte

su túnico, los soldados.

VI (Expiración, Caridad, Perdón, Soledad, Desamparados, Santo Entierro)

Cristo de la Expiración Cristo de la Sangre salvadora,

en esa postrimera hora danos la eterna Salvación con tu Palabra de Perdón. Y Cristo muerto ¡OH dolor! Bajo aquel madero solitario, símbolo del supremo amor

donde nos dio la Redención, lo envuelven en el sudario y a la sombra del Calvario, le dan Entierro al Salvador.

VII

(Resurrección) Y la Isla llora

y se queda triste y vacía. Y en la fe que atesora

espera ansiosa el tercer día. Domingo de esperanza e ilusión

en la Isla, la Resurrección.

Y con su Cruz erguida, Victoria anunciada,

Resucita en la alborada de un Parque hecho Huerto,

de una Isla redimida, de un pueblo alborozado,

“el Hijo del Hombre no ha muerto, Nuestro Señor ha resucitado:

El es la Luz y la Vida”. AQUELLA TARDE DE DOMINGO DE RAMOS.- (Suena la marcha “Jesús Cautivo”, muy piano)

Aquella tarde de Domingo de Ramos, al oír los repiques de las campanas de la Iglesia Mayor, saliste a nuestro encuentro confundida en multitud. Allí te aventuraste, bajo aquellos dos enormes penitentes de capirote azulino, con túnica talar en piedra ostionera tan altivos como torres de iglesia que elevan al cielo nuestra devoción, y que

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hasta hay quién dice que son San Pedro Y San Pablo revestidos de penitentes de la Virgen del Rosario, la Madre de los Cargadores.

Allí estabas tú, esperando unir nuestros nombres para siempre.

Tú no sabías de qué iba revestido, pero sí sabías que nos encontrarías entre

aquellos discípulos que seguían a Jesús de Medinaceli. Y nos buscaste entre aquellos muñidores primeros que portaban la Cruz de Guía

entre sus doloridos brazos, como la lleva con Humildad y Paciencia quién desde la Ardila consuela nuestras Penas.

Entre aquellos enciendevelas que se afanaban en iluminar las ofrendas calladas en la noche abrileña, como brilla en el cielo de la tarde noche un Lucero entre callejuelas y revueltas, entre júbilo y palmas una Virgen morena: una Estrella.

Entre aquellas dalmaticas moradas, como la espalda llagada y azotada de Jesús de la Columna, con viejos galones de plata que restallan en las luces de las ceras como hermosísimas lágrimas de la más hermosa de las Lágrimas.

Y nos rebuscaste con frenesí entre aquellas túnicas negras tan pobres, envueltas en naftalina y promesas; entre aquellos capirotes rojos hechos con retazos de una enorme bandera española que dormía entre trastos viejos su sueño de imperio en el Excluido de la Carraca, el Almacén de todas las cofradías isleñas.

Y desconfiada mi Isla, nos escudriñaste entre los cientos de rostros revestidos de ofrecimientos y padrenuestros que con el semblante descubierto seguirían al Señor Cautivo y Rescatado, y que por la Cuestecilla de la Cárcel, iluminado desde la puerta mudéjar de la Plaza de Abastos con aquel foco que abría la noche en canal, se convertía en almanaque y estampa de devoción y fe.

Hasta que un levísimo rumor de sentida oración, de plegaria en murmullo de voces juveniles, que sorteando la filigrana de la plata se filtraba por los respiraderos y elevándose en el aire de la Iglesia se purificaba entre la letanía de la oración y las volutas del incienso, te acercó hasta aquel Paso de nobles maderas, antiguas maderas gitanas del Señor de San Román, y ahora más que Paso, Velero Escuela de este Cristo Isleño de larguísima melena que arrastra larguísima penitencia y devociones por tus calles.

Y dio un brinco tú corazón y empezó a latir acompasado con los nuestros.

Allí nos encontraste, despojados de las túnicas de nuestras cofradías con que

cada noche, hasta aquella tarde, salíamos a buscarte. Allí nos encontraste, lacayos desprovistos de librea; acólitos carentes de dalmaticas; cofrades faltos de atributos; jóvenes privados de rango, jerarquía y clase; jóvenes huérfanos de nombre y apellidos propios, solo jóvenes que soñaban esa tarde de Domingo de Ramos con revestirse de faja y almohá, que soñaban con ser esa tarde cargadores, como los viejos cargadores que tú habías visto llevar con arte y majestad a nuestros Cristos, a nuestras Vírgenes.

Y tú, generosa desde aquella tarde bajo los palos de aquel Paso de Jesús de Medinaceli, quisiste tratarnos con nombre propio y, orgullosa, unirlo al tuyo para siempre.

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Y desde aquella tarde, tú, mi amor, que nos llamaba cariñosamente “los niños”, empezaste a llamarnos cargadores, cargadores de la Isla, los Jóvenes Cargadores Cofrades de la Isla.

¡Joven cofrade! que te hiciste cargador para llevar por la Isla

Al Hijo de Dios. Que te hiciste hombre lo mismo que cargaor,

aliviando la pena a nuestro Redentor.

Joven cofrade cargaor que te hiciste peregrino, con la Madre de Dios, andando el Camino.

Joven cofrade cargaor La Isla, su corazón,

es tu destino. LOS VIEJOS CARGAORES DE LA ISLA.- (Suena el trío de de “Jesús Cautivo”)

Y desde aquella tarde, tu alma cirinea se volvió a renovar como una nueva promesa; brotó una nueva savia desde las ramas hasta la más profunda de tus raíces.

Desde aquellos primitivos cargadores que portaron al Señor de la Expiración y quedaron en la historia inscritos como “mandaderos” y que siguen amarrando en el Silencio de la noche del Jueves Santo con la Esperanza de su imborrable recuerdo. Hasta los hombres del trajín y los alijos de Tinoco, que empezaron a andar con estilo salinero, que hicieron carmelitano a Nuestro Padre Jesús, tan callejolero que iba buscando el Mar de Galilea en el Zaporito y a sus discípulos, entre aquellos humildes pescadores isleños.

Desde los hombres de la carga, los hombres de Marín, los hombres de Perico

Sánchez, los hombres de Carrillo, que se enfajaron en la humildad y la honradez de un viejo oficio, el de cargador; que amarraron en el paso de Misterio, el espacio y el tiempo, el cortito y a las bandas; que amarraron en el paso de Palio, el arte y la gracia, el mecio y el compás. Y que con ese mecio y compás inigualable, con ese tradicional andar te llevaron hasta la Gloria.

Hasta los rostros familiares de aquellos jóvenes estudiantes, Manolo Pérez

Gener, Carlos y Manolo Ocaña, Agustín Tembleque, y otros más que se echaron sobre sus desacostumbrados hombros la hierática belleza de la Madre Amable cuando camina entre pétalos por el Callejón de Animas.

Desde aquellos rostros sudorosos rendidos a la fatiga, con pañuelos doblados en penas en sus frentes, dejando escapar, desde una caída levantada en un fondo, una mirada de sufrimiento y Afligidos por el peso de su Cruz, hicieron de su Amargura, compás y mecio.

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Esos rostros que han quedado inmóviles en las viejas fotos que cuelgan en las paredes del guichi de Torres, la taberna de Mariano y de algunos almacenes y que desafiando al tiempo y a las modas, son Carteles vivos de la vieja Semana Santa de la Isla.

Hasta los rostros colegiales de los niños de la Borriquita, que aprendieron a llevar

ese andar a las bandas tan bien, que el Rabí, el Maestro en la Salle es Rey: Cristo Rey; y que Antonio Muñoz y Quique Cumbreras, sembraron con Buen Fin en el Parque aquel mecio lasaliano que aún sigue Prendido en los corazones de sus cargadores.

Desde aquellos nombres míticos, Ramón “El Pelao”, Rufino, Joselito “el niño”,

Purga, Diana, Joselito “la Custodia”, Papalardi, El Manco de la Basura, El Lapidario y otros muchos más, hasta esos otros más cercanos , Mariano, El Capi, Juan Beduarz, Milupa, los García, que han grabado sus nombres en los palos del Nazareno isleño con la gubia de su esfuerzo y de sus Dolores y ahora andan en los júbilos de sus bodas de plata como cuadrilla de cargadores.

Aquellos titanes, todos esos cargadores viejos de la Isla, que buscando en la carga un jornal, encontraron en las páginas de los libros cofrades, en los humildes folios de este pregón y en la memoria de los isleños, el salario del reconocimiento y la gratitud.

Viejo cargaor, de la Isla cargaor!

que siempre te conocí en la fatiga y en el sudor

de la dura manera de vivir que a ti te tocó.

¡Cargaor de la Isla,

viejo cargaor! las gotitas de sudor,

esas penitas que al andar echaste a la mar, la Isla, con amor

la hace granitos de sal.

Cargaor de La Isla ¡viejo cargaor!

que no hay na más marinero como tu mecio al andar,

que hace del Paso, velero bamboleándose en la mar.

LAS PRIMERAS TREPAS.-

Aquella tarde, toda la ilusión de los días previos se hizo realidad cuando se escuchó nítida una voz:

-¡Van una!

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Y los cuerpos empezaron a bullir nerviosos bajo los palos, a buscar su sitio entre los compañeros, a hurgar en la faja para comprobar que el esfuerzo no la aflojaría, a mullir la almoá y en la mirada de todos, un destello de ilusión y alegría contenida.

-¡Van dos!, repitió con prontitud la misma voz. Y los cuerpos adquirieron la rigidez y la tensión necesaria bajo los palos para

levantar aquella mole. La impaciencia los consumía, como la llama al pabilo de los cirios que alumbraban tímidamente el rostro Divino de Aquel Cristo.

-¡cola, estamos!, volvió a gritar aquella novísima voz. -¡cuando tú quieras!, le respondió la cola. -¡toca! Y se hizo el silencio más absoluto, la respiración y las fuerzas contenidas

esperando oír el golpe seco y rotundo del llamador restallar en las maderas de aquel Paso.

- ¡plam!...! Luego…, luego, pareció acabarse el mundo por unos brevísimos instantes hasta

que se hizo tangible el crujir de la madera cayendo sobre los cuellos de aquellos muchachos, algún levísimo suspiro al sentir aquella pesada carga, y un dócil contoneo de cintura empezó a mecer aquel Paso…

- ¡Vamos a coger el compás..!, ordenó de nuevo la misma voz. …y cuando se logró el milagro de la conjunción en el mecio, apareció el suave y

cadencioso sonido de una escalera golpear en el testero de la canastilla… - ¡Por igual, amonos p´alante…!

Y aquellos “niños”, los amigos cofrades, todos los “niños” de la JCC, se fueron pálante, si pero llevando en sus hombros al Cristo que muere todas las tardes en La Isla; p´alante si, pero llevando en sus corazones a la Madre de Dios que llora desconsolada; si p´adelante, pero revestidos de cargadores, llevando en sus venas la savia del mecio y el compás de la Isla.

Desde aquella tarde la carga en la Isla se hizo más joven, pero conservó su poderío, su fuerza y el sabor añejo de siempre; se hizo más cofrade, pero conservó el mismo sentimiento y devoción que antaño; se remozó, pero no perdió su hermosura ni su personalidad.

-¡por igual...! Si, igual y tan distinta; lo mismo, y tan nuevo. Fue, como os lo explico…ah, sí como una rosa que en el colmo de su colorido y

belleza se marchita, se aja al tiempo, se deshoja para que brote una nueva flor. La misma savia que las nutre y dos flores distintas y tan iguales: una nueva rosa que nace en el mismo tallo, en el mismo brote, donde la otra muere. Así brotó la JCC, de la vieja savia de la Isla.

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Y esa misma rosa en que se convirtió aquella ofrenda de esfuerzo y amor, de entrega y oficio de esos “niños”, se hizo rosa roja de dolor en la canastilla sobria de la Columna cuando con solemne majestad entra en las calles de su barrio con ese andar tan añejo y antiguo;

-¡más cortito, mis niños!.. Rosa roja de pasión que se confunde con la clámide del romano que desde su

atalaya pastoreña nos muestra al Salvador convertido en Ecce-Homo. -¡sin que se note, vamonos…! Rosa roja de honor que cuando suenan los compases del Himno Nacional en la

Plaza del Cristo, juega a ser bandera española con el dorado del paso de los Afligidos. -¡de rodillas, tranquilitos…! Rosa mística de pasión que se hace Cáliz de Sangre entre los hortelanos verdes

isleños, entre los verdes primores de azahar de la calle Ancha, soñada Getsemaní, -¡sin descomponernos!.. Rosa roja de pasión hecha olorosa alfombra por donde pasean los pies desnudos

de Su Excelencia, Jesús de Medinaceli, camino de Capuchinas. -¡Quieto el Paso aquí…!

LOS CARGADORES, PEREGRINOS.-

Si, aquellos niños, revestidos de faja y almoá, se fueron p´alante y se hicieron

peregrinos y fueron a buscar nuevos amores, nuevas devociones por los barrios de la Isla.

Y se fueron hasta la Barriada Bazán para poner una nueva estampa cofrade en

las primeras horas de la tarde, la de un Nazareno blanco, tan humilde y obrero que tiene que venir hasta el mismo corazón de la Isla andandito, con trepás cuarteleras,

- ¡abriendo el compás!... Y que rendido, clava su rodilla en tierra y cae por segunda vez para mostrarnos

su Gran Poder, el del Amor. Cuando de vuelta sube por aquel Puente, y desde arriba vuelve tímidamente su cara y contempla a la Isla en los duermevelas de la madrugada, sabe que sus cargadores harán un último esfuerzo para que su gente, su barrio, le vea llegar con Gran Poder, y su Madre, amadísimo Rocío que aguarda impaciente su Alba, le de un beso de Amor frente a la puerta de su casa.

-¡con sentimiento!... Y se fueron, algunos de aquellos niños, hasta el Parque en la noche más triste y

callada de todas, donde las sombras de los árboles son negra penitencia que entonan letanías de avemarías para acompañar a la Virgen del Rosario en el Doloroso Misterio de la Muerte de su Hijo.

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-¡fuera mecio!... Para acompañarla hasta las mismas puertas del Cementerio, donde busca

desesperada el cuerpo inerte de nuestro Salvador. ¡Aquí no está Madre! ¡No está entre los muertos!

Y aquellos jóvenes cargadores, los jóvenes cofrades, se hicieron de nuevo

peregrinos y buscaron la Humildad de un Hombre, la Paciencia de un Dios que sembró de ilusión y esperanza un barrio alejado del corazón de la Isla, la Ardila.

-¡con poderío, mis niños!... Que cuando se van apagando los ecos alegres de los vítores y los hosannas de

la alegre chiquillería, en los primeros lutos de la noche del Domingo de Ramos, aparece en las mismas entrañas de la Isla, el Señor de la Ardila a mostrarnos por primera vez el Calvario. Y de vuelta, le llevan sus cargadores con paso largo y compás abierto, peregrinando por nuestras calles y callejones entre gritos y marchas, redimiéndonos de nuestras Penas.

-¡esto es el terreno!... Casi treinta años después, algunos de aquellos jóvenes cargadores cofrades, y

otros mas jóvenes, los que ocuparon los huecos en los palos que dejaron algunos de vosotros, la JCC de hoy, siguen siendo peregrinos que con derechura buscan en el Parque, en el alba más hermosa, el Camino de la Luz y la Vida.

- ¡aire, aire…!... Y aquel viejo sueño de antiguos cargadores de ser un día cofrades, se hace

realidad en la mañana más jubilosa de todas.¡ Ay Resucitado Isleño, Cristo de faja y almoá ¡ ¡Cristo mañanero, de cofrade blancura, que a cada pasito corto y a las bandas, va dejando en el aire el nombre de un viejo cargador; cada medio alquitrán, los compases de una marcha de corneta y tambores de olvidadas notas; cada ¡quieto! que se desparrama entre tus palos, el parpadeo triste del último hachón encendido; cada levantá al cielo, el último suspiro de la flor que muere a sus plantas; Y en cada mecio, una alegre tristeza en el cargador…y la esperanza de la Victoria.

-¡despacito, que esto se acaba…!

LOS CARGADORES EN LA ISLA.-

Y no solo te hiciste peregrino sino pregonero, pregonero de tu Semana Santa,

pregonero de tus cosas y de tu Isla. ¡Ay la Isla, siempre presente la Isla! Pregonero que cada primavera vivifica los escaparates de comercios y tiendas,

las paredes muertas de bares y almacenes con la alegría de tus carteles, con las estampas de tus Cristos y Vírgenes, de tus penitentes y tus calles, tus almenas y tu cielo y tu mar y ¡como no! tu faja y almoá. Y algunos quedaron para siempre en ellas, enmarcadas en dorada marquetería y cariño.

Cada primavera te conviertes en pregonero de tus cosas, de tus sentimientos y

tus preocupaciones, de tus ilusiones, de tus anhelos y nos lo envuelve en paginas de

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couché y tinta de cariño; cada primavera un nuevo Botijo, con que apagar la sed de cargadores y cofrades.

Y en esta misma tarde de Sábado de Pasión, esta misma tarde, la Isla reza en

pentagramas de caricias, en corcheas de oraciones, en notas de dolor y calderones de amor desbordado, como solo rezan los músicos de la Cruz Roja, nuestra Cuadrilla Honoraria. Plegarias de música, letanías con compases isleños. ¡Benditos seáis, porque rezáis con la profundidad de vuestras composiciones, porque nos lleváis cortitos y a las bandas con el dolor de vuestras marchas, porque nos mecéis con la alegría de vuestros tríos y fuertes! Veintisiete años juntos…y los que quedan. Gracias.

¡Venid niños! ¡Venid jovencísimos cargaores cofrades! Y Escuchad lo que os

diga. (Entran de nuevo en el escenario los niños)

Cada primavera, cada sábado de Pasión, La Isla le presta al cargaor el aroma nuevo del azahar, la esencia almizclada del salitre para que impregne de olor sus dormidas calles y plazas cofrades con el anuncio de la venida de días de gozo para los isleños. La Isla le presta la Voz al cargaor, que se hace pregonero.

Y pregona:… la oración murmurada,

el sentimiento escondido, la fatiga esperada, el esfuerzo callado, el oficio aprendido, el amor entregado, la carga soñada, la prosa gastada, y la poesía vivida.

El alma del cargaor isleño a los cuatros vientos de la tarde del Sábado de Pasión;

El alma del cargador en un Pregón. Y cada Pregón, una flor. Una flor roja de Pasión a los pies de Cristo. En las manos de María.

Veinticuatros pregones al viento; veinticuatro almas abiertas, veinticuatro

corazones volcados, veinticuatro Pregones encarnados en rojas rosas de pasión. Y en este aniversario de plata, en el XXV Pregón del Cargaor, la Voz de este viejo cargaor, el alma de este cofrade, su roto corazón, su humilde pregón, que no es, sino la más pálida de todas las rosas que te hayan ofrecido, la más humilde de las flores que hayan puesto en tus manos, Señora del Rosario. Permíteme que te ofrezca mi pregón, mi pregón hecho ofrenda de flor, ¡Madre! (El pregonero pone a los pies del Estandarte de la Virgen del Rosario, una rosa, junto con los niños)

Y esos jóvenes cargaores cofrades pusieron el alma en sus cosas, como solo la pone quien ama. Pusieron su saber y su sabor en todo lo que tocaban, en lo que hacían. Y purificaron un estilo, lo fijaron y lo mostraron a la Isla. Y la Isla, vio que era bueno.

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Desde entonces, ese estilo, cortito y a las bandas, seria su manera de amar y cargar a Jesús y Maria; lo labraron en letra, lo grabaron en los corazones de los cargaores, para que jamás fuera olvidado. Y la Isla, vio que era bueno.

Desde entonces, esos mandamientos que identifican a los niños de la JCC han sido el pilar de nuestra manera de vivir y cargar los pasos en la Isla, el Manifiesto de la Carga Isleña. ¡Y la Isla ha visto que era bueno!

Y por eso os lo entrego, en nombre de todos los cargadores que fueron, que son y serán, los Jóvenes Cargaores Cofrades en la Isla, como el tesoro más grande, como la tradición más antigua, como el sentimiento más hermoso.

Aquí tenéis el Manifiesto de la Carga Isleña de los Jóvenes Cargadores Cofrades

¡Cuidadlo! ¡Conservarlo! ¡Vivirlo! ¡Defenderlo! (El pregonero entrega a los niños el Manifiesto)

Y la Isla, desde entonces, empezó a guardar en su memoria los más bellos recuerdos, esos momentos mágicos con que sueña el cargador, el cofrade, el que mira o el que oye, el músico y el niño que empieza a dormirse en brazos de la madre, sin soltar su trompeta de juguete.

Mirar de lejos al Señor que se acerca con ese paso corto y cansino, de cerrar los

ojos para soñar e imaginar y abrirlos de nuevo…para volver a soñar. Y alzar la vista por encima de las cabezas de ese mar de silencios y murmullos

para ver acercarse a Ella, la Soledad. La última y la primera. Ponernos de puntilla una y otra vez para dilatar su presencia, para demorar su cercanía y cerrar los ojos para soñar e imaginar y abrirlos de nuevo…para volver a soñar.

Y el rumor de las gentes, las voces de los cargaores animando su último esfuerzo, la música que pasa y que va quedando en el aire de la noche hasta otra primavera… y la Isla, cierra los ojos y sueña.

Sueña y despierta ensimismada con los naranjos de verdes túnicas que llevan en

volanda, con sahumerios de azahar a las Vírgenes Pastoreñas envueltas en multitud. Y se acurruca con las nanas de las campanas del Viejo Cristo.

Sueña, y despierta, con la mirada anhelante en el andar majestuoso, tan corto,

recalcando las bandas con que suben el Prendimiento y Buen Fin en su recogía. Y en cada mecio, el clavel se pondrá rojo al ver las enaguas blancas de la rosa, y la luz enhiesta que brilla a los pies de Maria guiñará cómplice a la presa luz del farol que guía al Hijo. Y en la noche, la Isla se duerme con el repique de la candelaria, el tintineo de los varales y abrirá los ojos para soñar.

Y sueña y sucede,- como dijo el Pregonero, que lo que sucede una vez se queda

sucediendo para siempre-…en las retinas de todos la tarde del Jueves Santo. Son los postrimeros rayos de un sol que muere en el horizonte de la Bahía, sobre la quieta plata de las aguas de la Casería.

Los brazos desnudos de los cargaores, anhelantes de esfuerzo, exaltan la portentosa imagen del Perdón sobre el cielo azul, sobre un fondo de almenas de

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humildes casitas blancas, y dejan que el madero se hunda en la alfombra roja de claveles que enmarca la canastilla de su paso. El Hijo de Dios exaltado en la Cruz por sus cargaores en la tarde del Amor Fraterno. Y la Isla sueña que sucede y cierra sus ojos para ver…y los abre para volver a soñar.

Y se acurruca y va cayendo poco a poco, con la nana de las pisadas marciales

de la escuadra de gastadores que custodian ese ébano negro, esos blanquísimos sudarios del Santo Entierro, tan marinero, tan marcial, tan isleño. (Suena la marcha “Mater Mea”)

Y abre los ojos y sueña con un laberinto de callejuelas estrechas, de muros de blanca cal donde cuelgan reposteros y colchas antiguas. Donde el aire se va espesando con el incienso y los perfumes de miles de pétalos de flores. Con el ronco eco del que lleva la voz en el paso y la sonoridad de la marcha que marca el mecio. La saeta que corre loca en los patios de vecinos y las casapuertas y los miles de ¡ay! que escapan de las madres que suplican.

Lasalianas palmas que se clavan en los balcones de las siete revueltas, como se

clavan los siete puñales en el corazón de la Caridad. ¿Hay mayor dolor que ver a la Madre con el Hijo muerto en sus brazos?

¡Ay Caridad!, cuando te veo entrar en esas callejas estrechas de este Gólgota

isleño con tu Hijo el Cristo de la Salvación, inerte, desfallecido, muerto en tus brazos, me acuerdo de otra madre , dolorida, desconsolada con su hijo muerto en sus brazos. ¡La madre de un cargador, Caridad! Me acuerdo de esa esposa abatida, traspasada de dolor, con su esposo caído en sus brazos. ¡La mujer de un cargador, Caridad! Y de esa novia afligida llorando la ausencia de su hombre. ¡La novia de un cargador, Caridad!

Y cuando te miro Caridad, me parece oír el alegre trino de ese canario de oro fino

en los palos y salir por las enredaderas de las molduras de tu paso; me parece ver ese rubio destello que alumbra en la noche fría solo para esmerilar la pena que vidria tus ojos Madre.

Y entonces, solo las estrellas, las que irradian la luz de un pendiente de zafiro y

las llamas de las ceras tintinean con el quejio de una saeta.

¡Ay Caridad, que pena de mis hermanos cargadores que murieron! ¡Caridad, que alegría verlos en tus brazos! (Cesa la música de fondo) LAS DOS MADRES.-

¡Escuchad y oíd, mis niños! lo que os cuente de la madre de un cargador, que sucedió en la Isla. Bueno de dos madres. Escuchad niños, escucha mi Isla…

En una humilde casita de un barrio popular de la Isla, ya hace años, vivía un

joven matrimonio. José, un artesano de la madera de ribera, y su joven esposa, Carmen.

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La casa era de blanca cal como la pureza de la Virgen Maria, blanca como el manto del Rocío y la corola de la azucena, como la Paz del Niño Dios, blanca como la conciencia del carpintero San José…Nuestro Patrón.

Desde su patio y su azotea, la vista era azul de ese cielo donde vive Dios y donde revolotean los angelitos; y desde la puerta de la calle, azul. Azul del Lago de Tiberiades en las aguas de la Bahía, azul como las enredaderas de campanillas que colgaban de los tiestos; y el agua quieta de los esteros, azul como el manto de la Purísima…

Aquella casa humilde era como el cielo de abajo, el cielo en la Tierra en donde

habitaban la paz y el amor.

Y sucedió que Carmen, alborozada y contenta, le dio el susto al bueno de José: - ¡Un niño! ¡Vamos a tener un niño! -Una boca más como están las cosas…pero bueno, ¡Bendito sea Dios!...- se

alegró José. Y Carmen, aquella humilde mujer salinera, cañaílla de arraigadas costumbres y

fe, antes de que le naciera el niño, hizo ofrenda y donación de él a la Virgen, Nuestra Señora del Rosario. Ella le llevaría en su vientre hasta el parto, le criaría con la leche de sus pechos, le llevaría en sus brazos y le dormiría en su cálido regazo. Y le enseñaría su fe, la fe de sus mayores. Luego, cuando llegase el momento, la Virgen le tomaría por suyo y lo cuidaría como a un hijo. En eso quedaron la mujer y la Virgen. En eso quedaron Carmen y Rosario.

Aquel día, cuando les nació en aquella humilde casita el niño, le faltó tiempo a

Carmen, acordándose de la promesa, de hablarle a la Virgen del Rosario:

-¡Ya me nació, Señora! Pienso en lo que te dije: que seria de las dos…Tuyo y mío. El día que yo falte, tómalo Tú…cuídalo Tú….

A la buena de Carmen le faltó tiempo de que aquel niño conociera a la otra

Madre. Le arrullaba cada noche con cuentos de la Virgen Maria y el Niño Jesús. Le puso en su blanquísimo y párvulo cuello un escapulario con su Imagen. Le enseñaba su carita de Virgen en aquel almanaque, que solitario, colgaba en la cocina. Le hizo amiguito del Niño Dios, el Hijo de la otra Madre, y aprendió a tirarle besitos con los deditos. Y a Carmen, se le notaba feliz. Y José,- parece que el nombre da carácter-, como el otro José, el carpintero, veía y callaba, y por dentro era todo alegría.

Y cuando aquel infante, balbuceó por primera vez con suave gracia:” a vigenn”…

se volvieron locos de alegría y se lo hicieron repetir mil veces para que le escucharan los amigos, los vecinos y la familia decir: “a vigenn”.

Y aquel niño fue creciendo y aprendió en las aulas de los Hermanitos de la Salle no solo a leer y escribir, a echar cuentas y saberse de carrerilla los nombres de los reyes godos, sino que conoció a su Otra Madre y al Hijo de Esta.

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Y en los entrañables muros carmelitanos de aquel viejo Liceo, aquellos frailes, al amparo de la Madre de los isleños, la Flor del Carmelo, no solo le educaron en letras humanas y divinas, sino que lo devolvieron a la Isla hecho un hombre cabal y honesto, llevando en él un tesoro inmenso: el amor a la Virgen Maria.

Fue ese amor a la Virgen Maria, a su Virgen del Rosario que tanto le enseñó a

querer su madre Carmen, lo que le llevó a ser monaguillo bajo la amorosa mirada de sus padres; a ser penitente en la cofradía de su barrio, cuando en su corazón empezaba a mandar una niña de ojos morenos y larga melena; y luego más tarde, cuando la vida se lo exigió, cargaor.

Cuando se enteró que la Patrona de los cargadores, aquellos amigos suyos

cofrades con los que llevaba sacando los pasos en la Isla desde hacia pocos años, era la Virgen del Rosario, se alegró y en su interior concluyó:

-¡Lo sabia, no podía ser otra!….

Y lo que le llevó a ser cargaor, se lo imploró a su Patrona: -¡La salud de mi madre Carmen, por mi esfuerzo, por mi dolor bajo tus palos,

Virgen del Rosario!... Esa Madre Celestial, le lleva al recuerdo cálido y entrañable de su madre

Carmen. Esa mujer que desde niño le enseñó a rezar a la Virgen, bueno más que rezar, hablar, que para el caso es lo mismo:

I ¡OH Santísima Virgen del Rosario!

Inmaculada Virgen tan pura, Isleña flor de hermosura,

en quien me confío a diario por ser Madre de ternura.

Santa Virgen Maria, A ti Celestial Belleza,

caudal de graciosa pureza te pido desde este día:

¡no me dejes Madre mía!

Acógeme bajo tu Manto Hija predilecta del Padre, del Hijo, su Divina Madre, Esposa del Espíritu Santo.

Trinidad, ¡te amo tanto!

Madre Y Virgen tan bella, con esa carita de Amor que ni tu Mayor Dolor

hacen en Ti mella mi refulgente Estrella.

Ni siquiera tus Dolores

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esos sietes afilados puñales acero de nuestros males,

palidecen tus colores Reina de mis Amores.

Ni esa dolorosa Pena

que en Lágrimas aflora, el Buen Fin que atesora guapa Virgen morena, de gracia Divina llena.

Tú, la flor más Pura,

eres Gracia y Esperanza, eres Paz que me alcanza

para convertir la Amargura en fuente de hermosura.

Virgen y Madre de la Piedad, que me sienta por Ti amado,

no me vea Desamparado ni en triste Soledad,

te lo ruego por Caridad.

¡OH, Virgen tan dolorida Insísteme que te hable

a Ti, Bendita Madre Amable, y que para tu Hijo, te pida

la Victoria prometida.

Que por mi Cristo amado, Por quién soy redimido, Ni mi cuello abrasado,

Ni mi pie cansado, Ni mi cuerpo dolorido,

De su Cruz se han quejado.

¡OH Madre! Mi dulce Amor, déjame llevar tu dolor

para que sufra contigo, que para mi no es castigo

ser tu joven cargador.

(Vuelve a sonar “Mater Mea”)

II OH mi Virgen del Rosario,

Tú, divino relicario Que guarda al Niño Dios Con amor extraordinario, Escucha a este cargaor:

Mi Madre del Cielo querida, ¡OH Virgen deja que te pida

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por estos niños cargadores, primor de los primores,

esperanza de nuestra vida.

Tu Reina de Pureza, Madre del Niño Divino: Ámales en su nobleza, Animales en la tristeza, Llévalos en tu camino.

Por los siglos De los siglos.

Parecía que su destino estaba siempre en sus manos desde aquel acuerdo aL

que habían llegado sus dos Madres, Carmen y Rosario. Quiso Dios, que Carmen solo le viera de cargaor pocos años…los mismos que él

viene notando la mano de la Otra Madre. Su cercanía, su amor y de cómo, poco a poco, va llenando su alma y su vida, como hasta ahora la había llenado su madre en la tierra.

Desde aquella dolorosa ausencia, solo carga pasos de Vírgenes. Se hizo cargaor

de Virgen, porque así sentía cerca a su Madre. Esa salinera que con tanto mimo y cariño le cosió su primera almoá, tan blanca como su casita, como la sal.

Esa cañaílla que una luminosa alborada, cuando el pelo se le hizo tan blanco

como las paredes de cal de su casita, creyó ver en los azogues azules del cielo, ese azul purísimo del cielo isleño, las blondas del manto de la Virgen del Rosario y corrió hasta allí, hasta el cielo azul donde vive Nuestra Señora, para bordarle una rosa con hilos de amor y plata tan blanca como su casita de la Isla,… y recordarle aquella promesa, aquel acuerdo al que llegaron la mujer y la Virgen. Carmen y Rosario.

- Ahora es todo tuyo, Señora…Tómalo…Cuídalo…es tu hijo y…tu cargaor. A este cargador solo le resta gritar lo que estáis deseando oír desde el último

fondo del año pasado, para lo que os habéis estado preparando desde hace meses, desde siempre:

- isleños, músicos, cofrades, cargadores, mis niños…LA ISLA… ¡ESTAMOS! -¡Cuando quieras, cargaor! - ¡toca!

He dicho.

Real Isla de León, 31 de marzo de 2.007, Sábado de Pasión.

José Luis Cordero Collantes (Joven Cargador Cofrade)

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