Pregón 2008

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PREGÓN SANTA CRUZ DE EL BUITRÓN 2008 PREGONERO: JUAN CARLOS VÉLEZ MARTÍNEZ

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Pregón de las fiestas de la Santa Cruz de El Buitrón en el año 2008. Pregonero: Juan Carlos Vélez Martínez.

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PREGÓN SANTA CRUZ DE EL BUITRÓN

2008

PREGONERO: JUAN CARLOS VÉLEZ MARTÍNEZ

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En este pregón intento contar mi particular historia, mis experiencias, mis

cruces, mis ratitos en la aldea, mis vacaciones... quiero abrirme el pecho

de par en par, metafóricamente se entiende, y entregaros lo que tengo

dentro de mí, y que en parte, en gran parte me atrevería a decir, también

a vosotros os pertenece.

Escuchareis nombrar en más de una ocasión a mi madre, a mi padre, a mi

abuelo (el tío Eloy), a mi abuela Lola... espero no aburriros ensalzando los

valores que cada uno de ellos me ha enseñado y que, en suma, han hecho

de mi lo que soy ahora.

Intentaré plasmar a lo largo de este pregón dos cosas. De mi padre, el don

de la palabra. De mi abuelo, la gracia del verso. Y entre palabras y versos.

Mis historias, mis sentimientos, lo que soy y cuanto tengo.

No es fácil reunir todo eso, darle forma, encontrar las palabras y las

expresiones adecuadas, y mucho menos subir aquí, miraros a la cara, y

desnudar el alma. Nunca fue tan bonito sentirse tan nervioso, sentir ese

pellizco en el estómago que casi no te deja hablar, pero que cae derrotado

ante la ilusión de estar aquí, donde estoy ahora, en este preciso instante.

Algo que también han sentido el resto de pregoneros de esta fiesta, de

quienes también quiero acordarme y felicitar, por lo bien que lo hicieron,

y por las dificultades que una responsabilidad como es la de dar un pregón

entraña. Ahora que lo vivo en mis carnes, les entiendo. Difícil...sí. Pero

placentero ¿verdad?

Y por supuesto, ya he hablado de vosotros, del público, del respetable. Ya

os he dicho que en gran parte, hay mucho de mí en vosotros, y esta noche

espero que seáis partícipes de ello.

Ahora me toca a mí enfrentarme a este toro, pero no tengo miedo, sino

ganas. Porque sé que no estoy sólo. Esta plaza ya la conozco, me ayudan

desde el cielo, y aquí os tengo a vosotros.

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Por eso, gracias por estar aquí, gracias por acompañarme en mi pregón,

por no dejarme solo. Y si tengo que arrancar algún aplauso esta noche,

que el primero, por todo eso, sea para vosotros. Muchas gracias por estar

aquí.

Grabado quedará en mi memoria este momento

Las lágrimas en vuestros ojos

La sonrisa en vuestros labios

Las palabras que derrotan al silencio.

Escribirán a fuego en mi recuerdo

Las emociones que hoy siento

Ese pellizco en el alma

Que me empuja desde adentro.

Que me lleva a que en voz alta

Desnude mis sentimientos

Desnudados quedarán

Y encerrados en mis versos.

Alma crucera, de miel y de romero

Que entre llantos y sonrisas

Es la calma que apacigua

El miedo al que hoy me enfrento.

Quiero contar... y no encuentro

Quiero escribir, y me pierdo

Ya sé que decir, ahora que puedo

Que viva la santa cruz

Que vivan los mayordomos

Que vivan la miel y el romero.

Otra cosa no me sale

Otra cosa no hará justicia

No conozco otras palabras

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Que mejor dibujen lo que siento.

De veras que sois quienes, a esta hora de la noche, ya os habéis ganado de

sobra ese merecido aplauso. Ahora me toca a mí, a ver si consigo ganarme

alguno, espero que sí. Por lo pronto, tengo claro lo que tengo que hacer:

aunque parezca una obviedad, es tan simple como contar cosas. Los

aplausos vendrán si gustan esas cosas y la forma de contarlas. Como todo,

el fondo y la forma.

Mi profesión, precisamente va de eso. De contar cosas. De contar, por

ejemplo, cómo despierta cada día Sevilla, o Andalucía. De contar lo que

dicen los vecinos de uno u otro barrio, de interpretar lo que dice la clase

política. De contar, en ocasiones, trágicos sucesos, y de contar, en otras,

felices noticias.

Pero lo más bonito de mi trabajo es contar historias, y escucharlas en la

voz de sus protagonistas. Hoy soy yo el que está aquí arriba, algo más

expuesto, voluntariamente eso sí, y si me lo permitís, voy a contaros mi

historia. Una historia de la que yo no voy a ser protagonista, entenderéis

enseguida por qué. Los protagonistas serán otros.

Guardo muy pocos recuerdos de mis primeros años en el Buitrón. Aunque

por las fotografías que he visto, debieron ser muy felices. Entonces pasaba

aquí el verano entero, no teníamos la casa de la playa aún, y al salón de mi

casa veníais muchos de vosotros a celebrar que el pequeño "Juan Carlitos"

cumplía un año, y dos, y tres. Mirando en las fotos veo la cara de un

pequeñito cumpleañero la mar de feliz, rodeado de sus amigos, y lo bonito

es que, a pesar de que algo ha llovido, y estamos todos bastante más

creciditos, seguimos todos juntos.

Fotos en las que aparece mi madre, menos joven que ahora, dicho sea de

paso, con una larguísima melena, mi padre con un frondoso bigote y pelo

negro, mi abuelo Eloy, con una mirada socarrona y divertida, y mi abuela

Lola, con esa sonrisa tierna y entrañable que, a pesar de lo poco que

recuerdo de ella, siempre estuvo grabada en mi mente y en mi corazón.

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Mi familia tiene, por tanto, la bendita culpa de que mis raíces se aferrasen

con tanta fuerza a esta aldea. Mi familia y mis amigos porque, a fin de

cuentas, un niño solo entiende de diversión y, en ese sentido, aquí nunca

he dejado de serlo.

Y otro que se incorporó a las fotos que recogen, de alguna u otra forma,

mi historia aquí en la aldea, es mi hermano Jesús. Que como veis, ya

empieza a parecer que es el mayor de los dos. Vamos, que me está

dejando atrás por momentos, lo que tampoco tiene mucho mérito eh!

Otro que, por los mismos motivos que yo, echó raíces en esta tierra. Él

podría contar una historia muy parecida a la mía, y estoy seguro de que

algún día lo hará, incluso mejor de lo que espero hacerlo yo hoy. Ahí llevas

el testigo Jesús, guárdalo hasta que llegue el día.

Mi álbum de fotos es extenso ya lo veis. Y por supuesto, no faltan en el mi

tío Félix y mi tía Rocío, que son para mí como los entrañables abuelitos de

pueblo que todo niño de ciudad tiene y a los que visita a menudo. Los

quiero como si lo fueran. Mis primos, mis primas, mis tíos, mis tías. Los

lazos de sangre igual quedan más lejos, pero eso qué importa, si son mi

familia... la de aquí… la de siempre.

Recuerdo, también, las largas horas de charlas junto a la cocina de mi

casa, entre mi abuelo Eloy y Francisco "El Gordo", como él cariñosamente

le llamaba, que acababan, casi siempre, con un agujero nuevo en el

mantel, por alguno de los cigarros que llenaban hasta rebosar los

ceniceros. ¡Fumaban como carreteros! Yo era muy pequeño, y en medio

de aquella espesa nube de humo, ni sabía entonces ni recuerdo, claro

está, de que estarían hablando durante tanto y tanto tiempo, y tantos días

seguidos. Debían pasarlo bien porque siempre repetían. Ya fuera por la

mañana o después de la hora de la siesta, Francisco llamaba a la

campanilla del zaguán, y los dos se enfrascaban en largas conversaciones

que duraban, ya digo, horas y horas.

La verdad es que en mi casa sorprendió la decisión de mi abuelo de

abandonar el Buitrón, y asentarse en Sevilla, en su casa de la Barzola, para

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no volver en mucho, mucho tiempo. Porque aquí tenía sus amigos, que

eran también su familia, con los que le gustaba conversar, sobre todo en

verano, cuando sacaba la butaca a la puerta de "Pelovaca", la Tía Angelina.

Pero claro, también le superaba y le podía el recuerdo de una casa

construida junto al amor de su vida, y el dolor de su ausencia acabó

llevándolo a Sevilla, y enfrascándolo en largas horas, días, semanas y

meses de soledad, frente al televisor y la máquina de escribir. Nunca más

volvió a desenfundar su guitarra tampoco. ¡Con el arte que se gastaba!

Hace unos veranos… tendría yo 13 o 14 años... conseguimos convencerlo

de volver, con el pretexto de que habíamos terminado las obras de la casa.

Recuerdo que las visitas se hacían el relevo una tras otra. Después de

preguntarnos cada fin de semana que veníamos cómo se encontraba el

Tío Eloy (lo que demuestra el cariño que nos tenemos unos a otros aquí),

muchos de vosotros aprovechasteis la oportunidad de ir a verlo, pasar un

rato con él, contarle cómo habían cambiado las cosas…

En su cara se mezclaba la alegría del reencuentro con sus raíces, sus

amigos, su aldea… con esa tristeza del recuerdo de mi abuela Lola que

tanto le acompañó desde su muerte.

Y nuevamente, le pudo… sería la última vez que pisaría de nuevo estas

calles, que le habían visto nacer, crecer, madurar y envejecer… y que

siempre fueron fuente de inspiración en sus muchos versos y artículos.

Si hoy estoy aquí, en parte, en gran parte, también es por él. Cuando hace

justo 10 años, supo que la Cruz de ese año se estrenaría con un Pregón,

que además daría mi padre, desempolvó su vieja Olivetti, que llevaba

algún tiempo abandonada, y comenzó a esbozar lo que, estoy

absolutamente convencido, habría sido el pregón más genial de cuantos

se hubieran pronunciado en estas fiestas.

Y la vida se lo llevó por delante antes de que pudiera, siquiera, llegar a

terminarlo. Hoy que estoy aquí, soy consciente de lo que quería sentir. Y si

esas líneas o páginas no se hubieran perdido, habría sido, quizá, la mejor

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herencia que podría haberme dejado. Bueno, la mejor no… la mejor

herencia está en su recuerdo, en su sueño por dar este pregón. Desde el

día en que mi padre subió al escenario a dar el primero de todos, hace 10

años, supe que algún día también yo seguiría sus pasos. Cuando murió él,

y pocos meses después lo hizo mi abuelo, supe y decidí que ese día era

hoy, cuando se cumplen 10 años del primer pegón. A ellos se lo debo. Mi

padre me hizo, en más de una ocasión, protagonista de sus palabras, y mi

abuelo, de sus versos.

Por eso en este pregón

Saldo mi deuda con el recuerdo

Y entre prosa y versos me pierdo

Con fervor y devoción.

A esas palabras de mi padre

A esos versos de mi abuelo

Que hace años me trajeron

A este bendito Buitrón.

Sabe Dios que no hay palabras

Que dibujen lo que siento

Cuando evoco entre sollozos

Ese amor que ya no tengo.

La vida me arrancó sin preguntarme

Esas preciosas palabras, esos preciosos versos

Con los míos rindo homenaje

Amado padre, querido abuelo.

Yo no sé por qué será… que dicen que me doy un aire a mi padre oye…

que nos parecemos… y dicen que mucho. Y es verdad… Y una de esas

muchas cosas en las que tanto nos parecemos es en lo "urbanitas" que

somos. De ciudad... vamos que eso de montar a caballo... poco… de

trabajar en el campo… menos… y de ir de cacería... nada. Yo creo que

hasta andar por las calles empedradas de la aldea, nuestro trabajo nos

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costó en su día. Pero no por eso hemos renunciado a disfrutar de nuestros

muchos ratitos en la aldea siempre que nos ha sido posible.

Igual me matáis, diciendo esto el año que menos se me ha visto el pelo

por aquí. Pero ya digo, siempre que el trabajo no se ha interpuesto,

nuestro destino ha estado aquí.

Nos parecemos en que aquí hemos disfrutado de casi todo... en que

hemos aprendido muchísimo con tan solo arrimarnos a la barra de la casa

del cura y pegar el oído, atentos a lo que allí se hablaba... en que siempre

hemos tenido aquí a nuestros amigos, con los que hemos hecho de todo,

que nos han llevado a mil y un sitios distintos (siempre, y en esto también

nos parecemos, de paquete en la moto).

Yo creo que desde el primer día hasta el último, él supo disfrutar como

nadie de sus ratitos en El Buitrón. Y quiso que ni mi hermano ni yo, nos

perdiéramos nada de eso. Y por supuesto, mi madre también tiene mucha

culpa en esto. Ella cuenta que mi abuela Lola le pidió que, por favor, "no

se dejase caer la casa". En otras palabras, que ella se iba, para siempre,

pero nos dejaba una casa construida con mucho amor e ilusión, y en la

que nos aguardaban muchos años de vivencias y alegrías en ella. Mi

madre prometió cuidarla, y no ha dejado de hacerlo hasta el día de hoy. A

pesar de lo duros que son a veces los golpes que te depara la vida, a pesar

de lo difícil que puede resultar seguir adelante cuando todo se tuerce, sólo

con una fuerza de voluntad, una dedicación, una paciencia, y un amor sin

límites como el suyo, se puede con todo.

Y digo esto porque, tanto mi padre como mi madre, supieron

transmitirnos a mí y a mi hermano lo importante que era, que es, y que

seguirá siendo siempre la fiesta de la Santa Cruz. Supieron hacernos ver en

ella una cita ineludible en el calendario. Desde hace años, el primer fin de

semana de mayo, es el nuestro… el de nuestra fiesta... el de nuestra Cruz.

Gracias a mis padres especialmente, y a todos vosotros, aprendimos a

disfrutar de este largo fin de semana que a todos se nos queda tan corto.

Aprendimos a implicarnos con la aldea, para que reluzca más bonita que

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nunca en estos días, para remangarnos y ponernos manos a la obra con

los preparativos de la fiesta, para que disfrutáramos de la fiesta, sí, pero

sin faltar a la misa, las procesiones… Mi padre me decía que si quería

fiesta bien, pero que a las obligaciones no se puede faltar. Y, desde hace

tiempo, he aprendido a disfrutar tanto de la diversión de la fiesta, como

del compromiso con su lado más litúrgico.

Así, he ido conociendo y disfrutando, como todos vosotros, de los muchos

y diferentes momentos que vivimos cada primer fin de semana de mayo...

cada fiesta de la Cruz. Y he descubierto que, en realidad, los momentos

más emocionantes, los que seguro quedarán grabados en el recuerdo, no

están en la fiesta, sino en la carretera en busca del romero… en las calles

durante la procesión... en la puerta de la iglesia, cuando la puja... o en la

puerta de los nuevos mayordomos en el momento de la entrega. Y cada

año... lo vivimos esperando que esto suceda.

Trabajando por la aldea

Del calendario tachando

Los días que van restando

Hasta que mayo se acerca.

Así cada año esperando

Que llegue mayo y con él, la Cruz.

Vestir nuestras calles de luz,

Y ver las lágrimas brotando.

En tus mejillas, mayordoma,

Que después de todo un año,

Haciendo fritos y enmelando,

Por fin te llegó la hora.

¡Tenemos nuevo mayordomo!

¡Tenemos nueva mayordoma!

¡Y la misma cruz de siempre!

Las mismas ganas que ahora.

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De anunciar que aquí comienza,

La Santa Cruz de Buitrón.

Que siguen tres días de fiesta,

De romero, de alegría, de pasión.

Y todo comienza el viernes.

Todo empieza con el pregón.

Y llegan la fiesta y baile,

Hasta los primeros rayos de sol.

El sábado es para el Romero.

Idea y vuelta en procesión.

A lomos de un bello corcel,

De gala para la ocasión,

Traen los jinetes el Romero,

Santa Cruz de Buitrón.

Para posarlo ante tus pies,

Y cantar con devoción.

Esas coplillas de antaño.

Todos las saben, es tradición.

Mientras cantan se ven brotando,

Las lágrimas por la emoción.

Y llega la noche, y vuelve la fiesta,

Y vuelve el baile, y llega el sol.

Bajo él recorremos tus calles,

Benditas calles, bendito Buitrón.

Es la diana con más gracia y más arte,

De cuantas he vivido yo.

Termina y toca acostarse.

En unas horas, misa y procesión.

Resaca para el domingo,

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De liturgia y devoción,

Pues saldrá la Cruz a las calles,

De nuestro bendito Buitrón.

Y hay que arroparla con ganas,

Todos juntos, sin condición,

Que esto es una vez al año.

Una vez, y se acabó.

A las ocho de la tarde,

El alma en vilo y el sol sereno,

Dentro de pocos minutos,

Nuevos mayordomos conoceremos.

Le queda a la Cruz Bendita,

Este su último paseo,

Que acaba a los pies de la iglesia,

Con recelo, esperando

Que la metan para adentro.

En fanegas de trigo, pujando,

Resistiendo y encarando,

Para subir su precio.

Y al final, entre el bullicio,

La Cruz vuelve a su templo.

La puja por la Bandera,

Es sólo cuestión de tiempo.

Seguirán muchos aplausos,

Rotos por el silencio.

¿Quiénes serán los mayordomos

de la Cruz y del Romero?

Con o sin promesa,

Pero siempre comprometidos,

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Serán los encargados,

De recibir ese testigo.

Después de una año esperando,

Del calendario tachando,

Los días que van restando,

Hasta que mayo se acerca.

Por fin los mayordomos,

Liberan su cruz a cuestas.

Entre sonrisas y llantos,

El final ya queda cerca.

Sólo restan unos vivas,

Para cerrar, por fin, la cuenta.

Uno por los mayordomos,

Otro más por el Buitrón,

Por la Cruz y la bandera.

Con todo ya terminado

Y un año por delante a la espera

Sólo queda, Santa Cruz, pedirte

Salud para verte en primavera

He intentado con estos versos resumir los muchos sentimientos que nos

acarician y nos rodean hasta envolvernos por completo a lo largo de las

diferentes fases por las que pasa nuestra Santa Cruz. Intentando, dicho

sea de paso, emular a mi abuelo, quien hace muchos años lo hizo mucho,

pero que mucho mejor.

Es una fiesta, la que comienza dentro de ya pocos minutos (no voy a

entreteneros mucho más, de verdad) en la que parece que el tiempo se

para. Si ya de por sí el Buitrón es el rinconcito que tenemos cada uno de

nosotros para perdernos los fines de semana, o durante las vacaciones, la

fiesta nos permite despejarnos, divertirnos, disfrutar... tantas cosas... digo

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que se para el tiempo, pero es sólo un decir, porque es mirar el reloj, y

parece que las agujas corren más aprisa de lo normal. Reconozco que hay

pocos momentos comparables a los que viviremos durante estos tres días.

Vengamos de donde vengamos, no hay otro lugar en el que disfrutemos

como aquí, no hay otros dulces que sepan mejores que estos, no hay otra

gente mejor que vosotros para pasar horas y horas, y entremezclar en

ellas muchas dosis de diversión, de emociones, de lágrimas. Hay mucho de

solidaridad en todo esto.

Cuánto más disfrutan los demás, más disfruta uno mismo... cuanto más

ves llorar a los demás, más ganas te entran a ti también y más cuesta

contenerse.

Es una fiesta, la de la Santa Cruz, que desde siempre he vivido muy cerca,

especialmente, de mis amigos y amigas. Pasamos muchas horas juntos, y

no nos cansamos de ello, porque la inmensa mayoría de ese tiempo pasa

entre copas, risas, bailes, cantes... Hay tiempo para todo, pero siempre,

junto a ellos. Somos, además, una generación a la que, de alguna u otra

forma, se nos ha criticado por "abandonar" (muy entre comillas) la aldea,

para buscar fiesta y diversión, sobre todo por las noches, en otros pueblos

y lugares. Tal vez sea cierto, pero sólo en la medida en que buscamos

otras formas de diversión, relacionarnos con más gente... no se... creo que

también eso va con la edad. Pero nunca nos abandonamos a nosotros

mismos. Salimos juntos. Vamos a otros lugares juntos. Nos divertimos

juntos. Nuestros lazos de amistad no se limitan a estas tres calles, ni

mucho menos. Y además, y me gustaría que levantarais un poco la vista

ahora y me dijerais... de nosotros, de esta generación nuestra… ¿quién

falta aquí? ¡Aquí no falta nadie!

Porque vayamos a donde vayamos, tenemos un enorme sentido de la

responsabilidad, y del importante papel que jugamos tanto en el Buitrón,

como en la fiesta de la Cruz. Podrán criticarnos de lo que sea, pero nunca

de incumplir nuestro compromiso con estos días. Hoy todos estamos aquí,

como todos los años, y hemos trabajado, de alguna u otra forma, para

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levantar esto no desde hace unas semanas, sino desde el mismo mes de

mayo del pasado año.

Nadie nos obliga, pero nuestro compromiso es total, incondicional,

indiscutible, y parte del profundo amor que tenemos a nuestro rinconcito,

a nuestras tradiciones, a nuestras fiestas y a nuestra gente.

Como digo, se nos podrá acusar de lo que sea, pero creo que en ningún

momento de fallar. Del primero al último, creo que merecen el

reconocimiento de todos. Desde luego por mi parte, decirles a mis amigos

y amigas, que estoy muy orgulloso de ellos, de cómo me han acogido cada

vez que he venido, de cómo me han incluido en sus planes, y de cómo

hemos participado en cualquier actividad para la aldea. No sé si los demás

querréis seguirme o no, pero yo, por lo pronto, les dedico mi más sincero

aplauso y enhorabuena.

Después de todo lo contado, recitado y cantado... de todas estas vivencias

e historias que he querido compartir con todos vosotros... toca poner fin.

Apuro las últimas líneas que restan hasta ese punto y final de este pregón,

y punto de partida, a su vez, para estas fiestas de la Santa Cruz que tanto

esperamos, de las que tanto disfrutamos, y por las que tanto trabajáis

muchos de vosotros... no voy a haceros esperar mucho más.

Pero antes de eso quisiera alzar la vista si me lo permitís... ahí entre las

muchas estrellas que brillan cada noche sobre nuestro cielo... y decirle a

tres de ellas... que por fin lo hice... que acabo de cumplir un sueño... que

me siento enormemente feliz, y espero que estén orgullosos de lo mucho

que he disfrutado, desde el primer pellizco en el estómago, a la última

palabra que pronuncie... y que volvería a hacerlo una y mil veces (aún a

riesgo de exprimir mis ideas hasta agotarlas).

Me despido, y lo hago siendo fiel a esas primeras palabras que

pronunciaba hace sólo un momento. Este pregón no es sólo mío, sino

fruto de todos mis ratitos en El Buitrón, de todos los que me han

acompañado en mis vivencias aldeanas, de todas las emociones que

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recorren estas tres benditas calles... No por estar aquí arriba, hablando

mientras pacientemente escucháis atentos y en silencio, merezco el

protagonismo de poner punto y final a un pregón, que me gustaría que

recordarais no por lo bien o mal que lo hice, ni por lo largo o cortó que

pareció, ni tan siquiera porque fuera el mío... prefiero que lo recordéis

siempre como "nuestro"... tan mío como vuestro... esa fue mi intención

cuando escribí mis primeras líneas, y lo sigue siendo ahora que agoto las

últimas.

Lo dicho - que no "he dicho" -. Toca poner punto y final y os pido, que

seáis vosotros los últimos en gritar:

¡Viva el Buitrón!

¡Viva su gente!

¡Viva los mayordomos!

Y... ¡Viva la Santa Cruz!