X PREGÓN DEL CARGADOR

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X PREGÓN DEL CARGADOR a la Semana Santa de San Fernando Organizado por la Asociación "Jóvenes Cargadores Cofrades" J.C.C. bajo el lema "cuando el Cargador se hace pregonero o el Pregonero cargador" a cargo de D. Jerónimo Núñez Jurado pronunciado en el Salón de Actos del Colegio de las Hermanas Carmelitas de la Caridad SAN FERNANDO 11 de abril de 1992 Sábado de Pasión

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pronunciado en el Salón de Actos del Colegio de las Hermanas Carmelitas de la Caridad bajo el lema "cuando el Cargador se hace pregonero o el Pregonero cargador" SAN FERNANDO 11 de abril de 1992 Sábado de Pasión a cargo de D. Jerónimo Núñez Jurado

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X PREGÓN DEL CARGADOR

a la Semana Santa de San Fernando

Organizado por la Asociación "Jóvenes Cargadores Cofrades"

J.C.C.

bajo el lema "cuando el Cargador se hace pregonero o el

Pregonero cargador"

a cargo de

D. Jerónimo Núñez Jurado

pronunciado en el Salón de Actos del

Colegio de las Hermanas Carmelitas de la Caridad

SAN FERNANDO

11 de abril de 1992 Sábado de Pasión

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D. Jerónimo Núñez Jurado

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X PREGÓN DEL CARGADOR a cargo de

D. Jerónimo Núñez Jurado A mi querido amigo Alejandro: ¡Tú si que eres un Hermano Mayor! AGRADECIMIENTO POR UNA PRESENTACIÓN QUE ME HIZO LLORAR Estas palabras de agradecimiento fueron escritas entre bastidores, mientras escuchaba con lágrimas en los ojos la presentación que me hacia mi amigo Alejandro Jones. Me emocione mucho más de lo que yo había calculado. ¡Que ingenuo! ¿Acaso las emociones tienen medida? “Cuando las palabras de un amigo se convierten en el prólogo de un pregón, no se puede por menos que dedicarle a él, mi amigo y presentador Alejandro, estas palabras que ahora comienzan y que seguro le llegarán a lo mas profundo del corazón”.

Sr. Presidente y miembros de la Asociación de Jóvenes Cargadores Cofrades. Sr. Presidente y miembros del Consejo Local de Hermandades y Cofradías de San Fernando, Autoridades civiles y militares aquí presentes, cofrades de San Fernando y de cualquier otro lugar si los hubiera, Señoras, Señores... Gente de la Isla en general:

Cuando uno se siente cañaílla de los de verdad, no es ni siquiera difícil poder escribir, o simplemente pensar en esta bendita tierra que Dios, mas que entregarnos a ella, nos ha regalado, y por el contrario resulta de lo mas placentero ir viviendo una Semana Santa, detalle a detalle, pasito a pasito, como esta que he vivido yo al sol de tierras casi tropicales.

Y se siente uno por definición “cañaílla” orgulloso de serlo, de sentir impregnarse todos los poros del cuerpo de esa sensación salina, solo sentida por la gente de la Isla.

Qué bonito vivir desde cualquier ángulo todas las tradiciones de mi añorado pueblo, que ilusión el poder participar de una Semana tan especial directamente y dejando reflejado en el papel, eso que siente el isleño cuando lejos de su tierra nadie repara en lo que esta cruzando su mente, llenando los huecos de recuerdos que muchas veces se trasforman en tristeza.

Ahora se reviste uno de capillita o quizá, incluso de capirotero, en definitiva de un gran apasionado de la Semana Santa, sintiéndose penitente, queriendo ser cargador, o simplemente limitarse a ser asiduo de los bordillos de Domingo de Ramos a Domingo de Resurrección.

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Se puede uno sentir emocionado y hasta aflorar lagrimas a los ojos cuando vemos a Nuestra Madre, bajo palio pasar, por una esquina cualquiera de estas calles de la Isla, alfombras de cera y perfumadas de azahar.

Y más que emoción y más que orgullo, es el mayor honor poder hacer esta 1ª levantá de la Semana Santa, sin almohá y sin faja, pero ofreciendo el corazón para poder pregonar la Pasión Muerte y Gloriosa Resurrección que se vive en esta ciudad de San Fernando, desde el sol de mañana hasta la luna del Domingo siguiente, el mas brillante del año, el Domingo de Resurrección.

¡Qué claridad inunda las calles de la Isla! El aire, lleno de jubilo para recibir a Jesús, transporta motas de tragedia.

Todos alborozados corren alzando brazos, intentando abarcar mucho de ese deleitoso aire que respiran los olivos, que recorre nuestros corazones y que se expande dentro de ellos dando paz e invitando al recogimiento y a la oración:

Jesús, Dios mío, has venido..... Desperté esta mañana y sentí tu presencia Quería tenerte a mi lado, Deseaba hallarte aquí, como siempre Y como siempre, al pensar en tu camino, llore. Te aclamamos y e recibimos jubilosos y llenos de alegría, Y antes de terminar el día, Ya te habremos abandonado. Jesús, Dios mío, ¿tanto amas? ¿tanto que vuelves siempre a mi lado para sacarme y alejarme de las puertas del averno sabiendo que pesada es la carga que dejaremos sobre tu cuerpo? Jesús, Dios mío, dejame ayudarte a levantarla, Déjame, al oír la tercera de llamador, Aliviarte tu peso, repartiéndolo entre los dos, Y con autentico pesar ir repitiendo a cada pasito, Mas cortito, muy suavito, mas lento, Jesús, Dios mío, perdónanos.

Oración que enriquece la penitencia y que a las 5 de la tarde todos recitamos

en nuestro interior, cuando con ojos de niño, entre espantados e ilusionados, vemos aproximarse a pasito corto y entre el ya estruendo de tambores y cornetas, la Cruz de Guía de la Semana Mayor.

Cruz esta que por ser la primera, permanecerá toda la Semana en nuestras retinas, desde ese preciso momento hasta que sea recogida ya la ultima Hermandad.

Cristo, el Rey de reyes, el Redentor, aparece, humillándose ante todo el

pueblo, montado a lomos de un burro, cuando todos, quizá esperaban a un heroico

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guerrero arrasando a las masas al galope de un corcel, y al viento blandiendo y agitando una espada vengadora.

Su heroísmo se ha fraguado entre la muchedumbre sacrificando su divinidad

para ser hombre y sufriendo como tal, su espada ha sido la verdad y no necesita corcel quien es capaz de dar su vida por el resto de la humanidad.

Cristo Rey ante nosotros, y avanza como en la Isla se sabe hacer, poquito a

poco. Estalla la emoción contenida, no durante horas, ni durante días, sino durante un larguísimo año en el que hemos ido ansiando tener a Jesucristo otra vez en la calle, rodeado de todos nosotros, andando entre el gentío.

Ya llevan al Rey los cargadores de la Isla, Para que lo vea la gente desde los hermanitos hasta la Albina. Ya no se respira en la calle aire, Que se respira alegría Porque esta Jesús andando con los cargadores cañaíllas. Los niños agitan palmas, alzándolas infinitas, Y entre ellas se adivina la figura del Señor, ¡quieto ahí o vamonó! Son los cargadores de la Isla, Calle Real abajo, aliviando tu dolor.

Es emocionante encontrarse cara a cara con Jesús, no solo ahora en este

momento, sino siempre, cuando cada día lo encontramos y en el sagrario hablamos con Él.

Y sentimos posarse en nuestra espalda la mirada fina, dulce y pura de una

Señora, que también de rodillas habla con Jesús diciéndole compungida y con el corazón encogido ¡Hijo mío!, y así día tras día junto a Cristo, Su madre: María, la que nunca lo abandona.

Hoy tras Él, la más brillante Estrella del firmamento, nos guía tras los pasos de Su Hijo, adivinándose ya en su rostro divino ese rictus de angustia que precede al dolor, porque Ella sabe que por nosotros su Hijo va a sufrir desde la humillación hasta la muerte, transformando en comprensión y perdón el dolor, y el martirio en amor.

Caen nubes sobre la cálida tarde, el azul del cielo va siento gris, el olor placentero que hace muy poco se respiraba, ahora nos oprime cuando llega a nuestro interior.

Ya esta solo, nadie lo siguió cuando iba calle Real abajo, y andando, andando

sin mirar atrás... desaparecido. Entre risas y comentarios nadie se dio cuanta que había pasado el Señor.

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Ahora se torna todo oscuro, repican las campanas de la Iglesia Mayor, y de sus entrañas manan cientos de penitentes que han querido en este primer y trágico momento acompañar a Jesús.

No es ya euforia, que es tragedia, no son cánticos y loores de bienvenida, que son llantos arrepentidos, cuando de nuevo Él, ha querido ser apaleado y sufrir por nuestra salvación.

Están llorando las campanas, Recorren lagrimas las torres de la Iglesia Mayor Al ver la espalda amoratada del Divino Redentor. Llagas en medio de la plaza, Mientras tu hasta cielo pierdes la mirada, Abrasado por el dolor, Soportando los latigazos del maldito sayón.

Murmullo incesante, ahora mas intenso, se siguen sembrando las calles de

penitencia, incienso, cera, flores, un palio inmenso... y esa cara tan bonita alumbrada de preciosas lagrimas.

Mater Lacrimosa tras su hijo avanza, Pasitos cortos, mas cortito y a las bandas ¡No veis que a la Virgen, de lágrimas los ojos se le arrasan! Llevarla suave, casi acariciándola Que va su Hijo delante y hay que confortarla. Cargadores: pararla, pararla Parar a mi Madre María que ya no le quedan lágrimas, Parármela aquí delante, para que escuche mi plegaria: déjame ir contigo ¡Virgen de las Lagrimas!

Amargura, y al ver de recogida a Jesús y a su Madre, se explica uno el

nombre de esa calle. Entre la tenue claridad de la creciente luna y la luz casi agotada de un bombilla polvorienta de estas callejuelas de la Isla, el andar cansino y agotado de Jesús provoca la emoción de una saeta, por derecho y bien dicha, en la voz de esa mujer que como cada año, en este amargo final, se la ofrece al señor. Ya sube también su Madre, como siempre, tras El, y al llegar al final del tramo vuelve su cara hacia nosotros para que nos sepamos amparados y protegidos por su mediación.

Solo quedo el redentor, Abandonado por todos. Lejos de su pueblo, alejado de miradas, Sentado en una peña Humillado y esperando paciente Que se cumpla la sentencia: la muerte. Nadie, nadie se le acerca, Allí solo y abandonado ¿hasta tal punto ultrajado tu, Señor?

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Capataces de la Isla: Haceros de una buena cuadrilla, Mucha gente para la Ardila Id en busca del Señor. No lo dejéis solo, hacedle hueco en el corazón. Cargarlo a vuestras espaldas, Ya cargadas de amor Y traednos hasta el centro de la Isla Desde la Ardila al Señor.

Aquí esta ya, rodeadlo todos y hasta que no este entre el calor de su barrio no lo vamos a dejar.

Gracias cargador, a ti mas capataz, por haber llevado gente en busca del Salvador.

Amanece un nuevo día, un día de oro, y las calles de la Isla regadas de olor a sapina y cera quemada, iluminadas, claras como la sal.

Viven dos barrios blancos un día muy especial, para algunos el mas

esperado. Recuerdo ahora con el corazón acelerado como año tras año aguardaba

impaciente en una interminable, y mas que preocupante cola, la ritual recogida de túnica, fajín y antifaz, a la puerta del almacén. Era angustioso pensar que me iba a quedar sin túnica, que no iba poder ir con Jesús, que no lo iba a poder acompañar, dentro del cortejo procesional, que conmigo siempre lo levaba. Y entre aquella multitud expectante de recibir una llamada, yo le rezaba: Jesús mío de los Afligidos, haz algo, que me toque a mi ya, que me den la túnica de “mi” Hermandad. ¿no podía ser, Señor, que no le quedara bien la túnica a alguno de los que delante mía le toca y que precisamente a mi me quedara pintada? ¡Que de ilusiones concentradas! Recuerdo también los triduos en la capilla vieja, donde al final te daban unas tarjetas de colorines para canjear por “méritos de asistencia”, llegado el día de la función principal, y así tener mas opciones de poderte hacer con el correspondiente hábito de la Hermandad: la Hermandad de los Estudiantes.

¡Que gran día el lunes santo! ¡Qué ganas tenia siempre que llegara! ¡Cuantas veces quise hacerte más fácil el camino llevándote la cruz! Y escuchaba a Papa Hardi dominar la carga desde “su” pata; que maestría y

que cariño le ponía. Antes bajo el palo sufriendo con el Señor, ahora desde cualquier rincón ve pasar a Cristo y seguro que de sus ojos brotan sinceras lágrimas de dolor, cuando piensa que con su cuerpo no puede ayudarle a soportar la carga. Pero sé que con su alma y su enorme corazón hace todo los años, desde la casa de Pilatos hasta lo más alto del Calvario el más estricto sacrificio que puede ofrecer un cargador: ver pasar a Jesús cargado con su Cruz, sin poder estar debajo de El para cargarla también.

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Papa Hardi ¡Qué gran hombre! Yo se lo que sufres cuando ves pasar por tu vera al Señor.

Porque tú, de entre todos los cargadores de la Isla, has sido y serás para la

historia de la carga: ¡el mejor!

Tuya la voz, Papa Hardi Que ya estamos bajando la calle Ancha. Naranjos floridos cargados de azahar La gente hace silencio, la banda se prepara, Y siento de pronto algo que me rompe el alma: Amargura para la Virgen, que así es como se llama. Te miro a la cara y no puedo aguantar la mirada porque tu carita divina, se torna de amargura pálida, Sintiendo como tu propio hijo te consuela a ti, su Madre Angustiada. Ya la trae su Hijo. La calle Ancha bajan. Abrazada la lleva intentando consolarla. Jesús Afligido, María de la Amargura ¡Que difícil se me hace la vida sin veros la cara! ¡Como me duele el corazón, cuando ya , noche cerrada, vuestros cargadores, relevo de una tradición, cuadrilla de puro arte, os devuelven al barrio del Cristo, y en la misma puerta, esa saeta postrera y rezamos la ultima estación. Os van recogiendo poquito a poco; se me cruza contigo la mirada Señor, Y desde tu paso pareces decirme: abrazada he llevado todo el camino a tu Madre, dale consuelo tu ahora, consuélala como estoy haciendo yo. Y me sale una respuesta de lo mas profundo del corazón: Señor para consolar a tu Madre, para consolar a la Virgen de la Amargura de su paso quiero ser eternamente cargador.

Nadie sabe por qué, nadie se atreve ya a acercarse a ese hombre de Nazaret.

Por qué lo apresaron, se mofaron de Él, lo golpearon y lo ultrajaron, le escupieron y le insultaron ¿Por qué?

Nuestras culpas, nuestras ofensas, son Como espinas que se le clavan en el corazón Y de ellas le fabricaron una corona y se la engancharon Desgarrándole la frente la mas altiva que jamas en la tierra se conoció, Y que por nosotros mas se humillo. Del profundo amor y compasión que sentía por la humanidad Hizo una capa púrpura y con ella se cubrió.

Cuánta cobardía se condensa en el dedo despiadado de Pilatos; todos contra

Él, ¿por qué? Porque abandonamos a Jesús cuando simplemente con unas reconfortantes palabras, cuando un sincero arrepentimiento de nuestros caprichosos pecados van a aliviarle el dolor.

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Seguro que el Maestro Castillo Lastrucci al tallar tu cara sintió recorrer su cuerpo, lo mismo que siento yo, cuando en cada tarde de Lunes Santo me detengo para mirarte, hallándome culpable, al ver también como se alza mi dedo acusador, y como ati se confiesa desde lo mas profundo de su ser un gran pecador, ansioso de tu perdón.

Jesús, alce mi dedo acusador, Te señale cuando te volví avergonzado la cara, Cuando ni siquiera pensaba Que siempre andas rondando a mi alrededor, Y cuando repare en lo que hacia, Sentí vergüenza de mi persona, de mi ser Y observe que a tu paso todos también te señalaban. Todos excepto los que debajo de tus pies Por llevarte bien se afanaban, Bajando sus cabezas de arrepentimiento cargadas Y enderezando sus espaldas marcadas. Ellos, los cargadores de la Isla, son los que nunca te señalan.

¡Qué bonita esta la tarde! ¡Que bonita la tarde que antaño era madrugada! Ya

no suben los niños corriendo las escaleras de tu altar para mirarte de pasada, ni tampoco ancianas, a las que casi tienes que tender físicamente la mano para ayudarlas, y así llegar hasta tu presencia y besarte los pies allí arrodilladas, mientras entre suspiros o sollozos escondidos, hacen promesa de seguirte aunque preso te hagan. Ahora allí en el altar, una cruz, como una premonición, la que ha de abrirte paso entre la muchedumbre, entre toda esa gente de San Fernando que en la plaza te aguarda, que se agolpo a las puertas de tu casa.

Jesús, allá al fondo sobre su majestuosos paso Ellos debajo, en profundo silencio, Los sentimientos contenidos, La primera suena y se sale del pecho el corazón, Se escucha la voz: ¡que van dos!, Todos metidos en los palos, Y al sonar la tercera: ¡que maravilla! La 1ª levantá Tu, Jesús, arriba y ellos abajo. Revienta la plaza de gente Resalta la belleza de tu caminar; siempre cabizbajo. ¡qué buena carga! ¡buena gente la que llevas debajo! ¡no lo van a ser Señor! Cargadores de la Isla De cualquiera que se ponga a tus pies No encontraras a ninguno, Que te lleven mejor.

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Se dibujan claras las torres de la Iglesia Mayor sobre tus andas. Las habrá seguro mas bonitas en otro lugar, otras con mucha mas historia formando parte de alguna Catedral, pero en la Isla cuando se habla de torres, no hay mas que mentar.

Saldrá el Señor sobre preciados pasos Te acogerán calles de gran solera Te moverán con cariño, quizás de una sola chicotá Y resulta bonito verte en el entorno de otra ciudad, Pero aquí en la Isla cuando se habla de nuestra Semana Santa Nos referimos a esta, la de nuestra propia ciudad Cuando se habla de carga, es la de los cargadores de verdad, La de faja y almohá, no la del costal La que se hace de trepa en trepa En la que hablan los cargadores y no el capataz Escuchando las saetas arriba, las marchas del principio al final, La que le van haciendo artistas por la calle Cervantes A la Virgen de la Trinidad.

Vuelven trinitarios por la calle Real, penitencia interminable que refleja la

profunda fe que inspiran el Señor de Medinaceli y su Madre, el recogimiento de las personas que le siguen refleja al resto un gran amor a Dios y a María, poniendo el consuelo en nuestros corazones y sofocando el fuego de las calamidades.

Se alarga la tarde del Martes Santo, se hace eterna la angustia de la Señora,

larga la oración de Jesús en el Huerto, porque el Señor del Prendimiento se encuentra temprano, entre los penitentes de su barrio, con la gente del pueblo.

Hace años, estos momentos eran de descanso, de profunda reflexión.

Mamá planchando las túnicas de los tres chicos para salir en el Huerto,

pensando por donde pasar en dirección a la Pastora, La Caridad salía a la misma hora.

Verde y blanco, blanco y negro, sufriendo por tu arrepentimiento en el Huerto,

llorando con la Virgen por su Hijo en lo brazos muerto. Pensamientos de una tarde llenos hoy con otros sentimientos, ya tiene su palio la

Virgen del Huerto, ahora queman cera los penitentes de Caridad, tu ya esta

en la calle, la gente te sigue, ¿Qué te van a hacer Señor?

Te incorporas dolorido Jesús... Los que te aman, torpemente, se han dormido. Luminarias en el horizonte Gritos acusadores, Judas te sonríe falsamente, Y con la mirada segura le inquieres. Se te acerca, nervioso te besa y le tiemblan las sienes ¡Qué gran cantidad de gente le sigue!

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¡Tantos para a pesar a un solo hombre! Tu ya sabes a lo que vienen Mas ni siquiera te mueves. Atado te llevan dejando atrás el parque Y atravesando el mismo vas a regresar, Ya de madrugada, Los arboles ocultan tu angustiada mirada, Pero a ninguno de nosotros, que te contemplamos, Nos sale ni una palabra. Quiero a tu paso decirte una saeta, Pero no puedo, Porque tengo el alma de llanto inundada.

Hace muchos años que te sigo cada Martes Santo. Antes, cuando Pedrito era

pequeñito, desde que tenia cuatro años, simplemente porque me gustaba ir a su lado, viviendo la entrega que un niño hace generosamente a su Señor. Ahora porque no puedo pasar sin ti, porque me tienes cautivado. De rodillas, postrado por un ángel consolado, y tu cara moteada por un sudor sanguinolento, que convierte en tétrica tu visión.

¡Que dolor de ti Señor! Cuando te veo sobre tu majestuoso paso sufriendo

previo al dolor físico, un dolor mucho más profundo, el que cuesta el perdón de Dios; lloras, suplicas al Altísimo que tenga compasión de ti, y te resistes, como hombre, al castigo que te van a infringir, pero no puede ser y antepones al sufrimiento la voluntad del Padre, para que así se cumplan las escrituras y por la salvación de toda la humanidad, su Hijo sea sacrificado.

Ahora por todos rodeados, todos queriéndote con la mano llegar, para

conservar en el tacto lo que con la mirada no podemos lograr: tu constante presencia. La gente a tu paso se arrodilla para entonar esa Sagrada Oración, la Oración que en Getsemaní nadie hizo contigo, cuando más lo necesitabas, y que ahora con la vista alzada empezamos a decir:

Padre recibe de tu Hijo las suplicas, Escucha nuestras plegarias, Evítale tanto sufrimiento Y cárgalo a nuestras espaldas, Hazlo en forma de palo, Ocho, uno tras otro Y colócalo en un paso sobrio. Vamos a poner a tu Hijo arriba Entre candelabros, flores y cera Y debajo gente buena, cañaíllas Que quieren llevarlo por toda la ciudad cargando con sus culpas, Para que El no las tenga que soportar. Un puñado de gente ya espera en la Pastora, A que Jesús asome su tez agitanada, Lo miro y noto menos sufrimiento en Su cara,

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Ya de recogida lo comprendo, Que su sufrimiento el Martes Santo es menos Porque lo han querido llevar En los palos de su paso gente arrepentida de pecar Y ya de regreso en su barrio Queda de nuevo solo en medio de la plaza La cara nuevamente ensangrentada Pensando que la gente durante el año Por su puerta de largo pasara. Mas se oyen promesas al viento De esta madrugada primaveral: No entristezcas Señor, yo te prometo Que durante todo los dais del año A tu pies vendré a rezar, Y el Martes Santo, de promesa, tu paso a cargar.

Se van oyendo marcha tras marcha, nos hemos girado para seguirte con la

mirada a la vez que escuchamos “Oración en el Huerto”, ¡Que bien te van subiendo! De nuevo replican las campanas, algo grande deben de anunciar, cuando emiten un sonido tan especial.

Se ve allí, dentro de la Iglesia todavía, una hermosa candelería iluminando la

penumbra y destacando en el crepúsculo de la tarde el tinte blanco de la pureza y verde de la esperanza, reflejado en la cara de una Señora bellísima.

Un hermoso paso, pequeñito a la vista, pero cargado de la más pura esencia

Mariana: la Virgen de Gracia y Esperanza, la Virgen del Huerto. Se dice que fue obra de la Roldana o de un discípulo destacado de esta...

¡qué más da! ¿Pero no os dais cuenta de que esta Virgen tan bonita bajo sola del cielo para

mediar por la humanidad?

¡Qué corona tan bonita, la que te fabricaron los ángeles con estrellas plateadas en lo talleres del cielo! ¡Que andares andaluces más perfectos! ¡Que mujer cañaílla más guapa! ¡Miles de piropos hechos saetas en la garganta de los isleños! ¡Cuantas lágrimas saladas cruzan tus mejillas, cuando ya tu paso por la calle Ancha va de recogida! Estalla el fervor de la gente Que no te quiere perder la cara. La gente de la carga son institución Cargadores del palio de Gracia y Esperanza

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Y no hay mas que hablar. Ellos te acompañan hasta la plaza Donde tu hijo aguarda. Acercándose a ti para secarte las lagrimas. Llega le momento, Ya te recoges, Madre mía, ya vas para dentro Pero no te vayas sin escuchar Lo que me sale desde dentro del alma, Te quiero Madre mía, Y ¡qué bonita eres Gracia y Esperanza!

Regresa la Señora lentamente, y a su hijo lo trae en brazos, le llegó la muerte.

Cansada de caminar tras Él por las calles de la Isla, le han dejado ahora en el regazo Su cuerpo lacerado.

De regreso en su barrio, tras haber dejado a su paso por las calles de San

Fernando una estela de sufrimiento y dolor, el que puede padecer una madre por su hijo muerto, ya la están esperando, calle Comedia abajo, la gente para acompañarla. Es un momento tenso cargado de los más puros aderezos cañaíllas: la Virgen María, foco de devoción, la gente de un barrio, fieles a su Madre, caños de fondo, olor a sapina, cargadores de la Isla y una empinada cuesta, como si de otro calvario se tratara, a lo largo de la cual se oirán suspiros, piropos y saetas. Y se hará el silencio cuando por delante te sientan pasar y tu padecimiento se pueda palpar, reflejado en los pies desnudos de muchos hombres y mujeres que te han seguido toda la noche haciendo el ofrecimiento de la más pura penitencia: descalzos y sin hablar.

Que momento tan amargo cuando ya arriba de la calle te vuelves y

contemplas año tras año lo mismo: la gente de la Isla te despide. Los cargadores con el paso arriba después de una impresionante levanta, van

a escuchar la última saeta de la noche, meciéndote con suavidad, como Dios manda. Y seguro que si Dios mandara de alguna forma como se ha de cargar, seria como lo hacen los cañaíllas con la Virgen de la Caridad.

Ya se ha lanzado esta saeta al aire, es puro sentimiento a la hora de rezar: Virgen de la Caridad, destrozada de tanto llorar, Porque en tus brazos esta tu Hijo que ha muerto ya. Y a mí al ver de tus lindos ojos lagrimas brotar Se me rompe el corazón sin poderlo remediar. Así como la risa es la forma humana de expresar la alegría, o el llanto el

dolor, la carga es también la expresión de un sentimiento humano: el amor al Señor y a la Santísima Virgen María.

Debajo de un paso cargamos con tu dolor y tu sufrimiento, lo mismo que a

cada momento tu lo haces por de nosotros.

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Te hemos sentido llegar hasta nuestros corazones, llenando el vacío que se producía sin ti, poniendo el amor en ellos y reflejándote en todos nuestros actos. Tras esto hemos visto impasibles, como te apresaban, te azotaban y te condenaban a morir en la cruz, con la cual ahora te han cargado.

Se mezcla la luz hiriente del medio dia con los primeros atisbos de la tenue

claridad de la tarde. Vas a comenzar el camino y la gente de tu barrio en la puerta se han concentrado. Nadie quiere perderse tus primeros pasos llevando el madero en el hombro apoyado. Los cargadores hacen realidad la imagen idealizada de este Cristo al que día tras día se acerca la gente para hablarle cara a cara y pedirle que inunde nuestras vida con su magnánima gracia.

El poder de Jesús no pierde ni un ápice de valor en estos momentos a pesar

de su imagen hundida y ultrajada, su fortaleza se incrementa con el ofrecimiento de su vida para la salvación de la tierra.

Señor del gran Poder Cristo Salvador, habitante de un bario isleño Tus vecinos, desconsolados, te van siguiendo Y una interminable fila penitente Transforma en quejío unos sentimientos, Un rezo que desde cualquier esquina brota al viento. Señor del Gran Poder, puro sabor isleño Tan grande es mi dolor al verte cargado con el madero Que al pasar por mi lado se comprime el corazón, Y quisiera ser tu Cireneo.

La figura triste de Jesús del Gran Poder se va diluyendo entre la gente que ha

bajado para verlo. Todavía se distingue a lo lejos su caminar decidido cuando las puertas del cielo se abren para dejar paso a la madre de este hombre nazareno. La que tímidamente le ira siguiendo impregnando de devoción las calles por donde vaya pasando, haciendo de su belleza un consuelo para nosotros los pecadores y de su nombre el estandarte que debe blandir en nuestros corazones: Amor.

Virgen Santísima del Amor Suben tus cargadores el puente, Alumbrando con tu presencia la madrugada, Muy cortito para aliviarte el dolor. En la luna se ve tu corona reflejada, Suenan trompetas, tambores y clarinetes, Tu paso se mece sobre espaldas amoratadas, Y se oye un llamador anunciando tu llegada. Virgen del Amor ya estas aquí presente, El camino con la sangre de tu Hijo marcado Con las lágrimas de tus ojos regado, Queda tras tu paso de palio, Mas tu pena en nuestro corazón se ha clavado,

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Y antes de perderte de mi lado, Voy a rezarte ante ti arrodillado.

De las primeras cargas que se hicieron en la Isla, fue protagonista el

Santísimo Cristo de la Vera-Cruz, cuando encontrado entre las aguas de la Bahía a orillas de la Casería, fue trasladado hasta el interior, donde hoy se alza la capilla que en su honor y gloria se levantó por la gente de la Isla.

En torno a Él se hizo la sobriedad, anido la seriedad de una cofradía que a lo

largo de siglos ha conseguido mantener una línea de austeridad, y llegándose a conocer como la Cofradía de la Gente de la Isla.

Llegaste a la Isla por agua de la Bahía Arrimándote a la gente pescadora de la Casería Y a orillas de la mar Recibiste de los cañaíllas la 1ª levanta. Sobre sus hombros caíste Y ellos hasta una capilla recién estrenada Te quisieron llevar de una sola trepa Desoyendo los toques que daba el capataz. A las banditas te llevan cruzando el puente, Tu miraste hacia atrás Y viste que te seguía un sinfín de gente A la que había convertido en penitente tu visión. Desatas sentimientos de compasión, El llanto aflora a los ojos cañaíllas Al paso de la tétrica procesión Y todos se preguntan ¿quién pudo ser tan malvado? ¿quiénes te condenaron a la crucifixión siendo tu de todos los hombres el redentor?

A pesar de que por nuestros pecados sabemos que fuiste crucificado, Señor,

la verte clavado suspiramos por tu perdón. Nos detenemos ante tu monumental paso a mirarte y quisiéramos subir a ese madero al que estas sujeto, para con nuestras propias manos poder desenclavarte, bajarte recogido en nuestros brazos y arrodillados ante ti rezarte aunque sea la más simple oración, una que tenga por contenido el profundo arrepentimiento de nuestros pecados, una sincera solicitud de perdón y la manifestación mas pura de todo nuestro amor.

Hemos visto como hoy te cargaban con la cruz y como poco después hombres como nosotros te clavaban en ella sin compasión.

¿Y cual puede ser nuestra aportación para aliviarte de tanto dolor? La respuesta nos la dieron hace mas de dos siglos aquellos viejos pescadores

de la Isla cuando en sus caminos encontraron al Señor, sin mediar palabra cogieron a Jesús sobre los hombros, sintieron como la paz les inundaba los corazones y

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quisieron compartir con El todo el sufrimiento y todos los dolores convirtiéndose en sus cargadores. Cargadores de la Isla ya sabéis cual es nuestra aportación.

Pero nuestro sufrimiento no es comparable al que lleva Su Madre, cuando sola sale de la calle, dando vueltas por San Fernando procurando encontrarle. Tan en silencio anda por los callejones que su llanto puede escucharse, y mucho mas cuando descubre que a su hijo lo llevan moribundo allí delante.

Es una Virgen bonita, recogida en su sobrio manto, mas que hecho de ricos

bordados, fabricado con su propio llanto. Lleva tanta pena reflejada en su cara que sus hijos han querido con orquídeas rodearla.

Y no es solo hoy cuando se acercan a Ella para consolarla, pues durante

todos los días del año hay muchos, que en su rinconcito de la Iglesia Mayor, van a visitarla. Algunos cuando todavía no despuntan las primeras luces de la mañana, otros cuando ya paso el ocaso, pero todos al unísono tratan de confortarla con la mirada y el dialogo interior, demostrándole el amor que se le puede dar a una madre, siendo además esta tan especial: “Mater Redentoris”, “Mater Amabilis”. No queremos que te sientas sola nunca, y ahora menos en tan trágico momento. Tus hijos te acompañan recogidos en sus plegaris o debajo de tus humildes andas. Siéntenos Madre a todos nosotros arropándote y repartiéndonos tu aflicción.

Resuenan las palabras eternas de Jesucristo en nuestros oídos, “si alguno

quiere venir en pos de mí, que tome su cruz y me siga”. La cruz de todos los días, la mas pesada, esa que se conforma con lo cotidiano, y no con alguna circunstancia especial. Es esa cruz permanente, la propia vida, la que tenemos que cargar.

Jesús carga con la cruz salvadora, eliminando del símbolo redentor el miedo a

ella. A la vez se ha preparado una autentica fiesta en torno al martirio y muerte de

Jesús, una fiesta pagana, de gente que no sabe cual va a ser el autentico sentido de esta muerte ofrecida por el perdón de nuestros pecados, después de haber sido cruelmente torturado.

Ya Jesús emprende el camino del Gólgota, por nuestras culpas condenado. A

su paso las risas se acallan, y se evita cruzar con Él la mirada. Evitamos sentir en nuestros ojos esa pregunta que nos lanza el reo, ¿por qué me has condenado? ¿Por qué a todos os asusta cargar con vuestra propia cruz, que son vuestras culpas, y compartir el sufrimiento conmigo?

Antes de que nadie le ayude a cargar con el terrible e inhumano peso del madero, Jesús habrá caído una vez bajo el y al levantarse habrá hallado a su propia Madre, cuyo corazón, para que se cumpla la profecía, será “traspasado por una espada” al contemplar a su hijo destrozado y con el rostro, por los golpes, desfigurado.

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X PREGÓN DEL CARGADOR

A la Semana Santa de San Fernando

D. Jerónimo Núñez Jurado

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Ya cayo la tarde sobre San Fernando, los reflejos trágicos del mortal desenlace se ciernen sobre uno de sus barrios. Barrio isleño que vive a lo largo de la Semana la injusta y pérfida acusación caída sobre el Señor, la condena a morir de una forma vil, a morir como solo lo hacían los malhechores más despreciables. Vive el barrio como Jesús vierte lagrimas y sudor de sangre cuando asume lo que esta a punto de suceder, demostrándonos a todos los hombres, aquella misma noche, que el espíritu es fácil de ofrecer pero la carne es débil para mantener los ofrecimientos. Jesús sintió como había sido abandonado por todos en el Huerto de los olivos y ahora en este mismo barrio, quizás de todos el mas cofradiero, Jesús es cargado con el madero, empujado al camino que le conducirá al más terrible destino: la muerte en la cruz.

¡Qué grave injusticia condenar a muerte a un hombre inocente! ¡Qué magnicidio segar la vida de un hombre cuya única culpa ha sido

ofrecerse por la humanidad!

En la Vía Dolorosa te han colocado, Y a tu paso, con sangre la vas marcando. Caíste varias veces y te has levantado Sintiendo el dolor terrible de ver a tu Madre llorando. De entre el pueblo surgió, Te ayudo a llevar el madero, Simón de Cirene compartió tu dolor, Y se convirtió en el primer cargador. Aquí en la Isla, cargadores de todas las épocas Te queremos ayudar a llevar ese injusto peso Haciéndote desde hace años una carga magistral Mientras la Verónica limpia piadosamente tu cara, Y te sigue en su majestuosos trono de flores y candelería, La Virgen de la Piedad. Santa mujer piadosa, Que con ese lienzo blanco La Sangre y el Sudor de Cristo Has querido limpiar, Tienes grabado su rostro en el alma Y cada tarde de Jueves Santo En el paso de Jesús de la Misericordia A todo el barrio de la Pastora Se lo vienes a mostrar.

Nadie es capaz de soportar el llanto al vivir la Pasión del Señor, nadie se

puede quedar impávido al ver a María recorrer, angustiada tras su Hijo, el camino de la redención.

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X PREGÓN DEL CARGADOR

A la Semana Santa de San Fernando

D. Jerónimo Núñez Jurado

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Ninguna madre, como María, seria capaz de soportar el dolor que le inunda de amargura el corazón, sabiendo y compartiendo sumisa con Su hijo la aceptación de la muerte por voluntad del Padre Todopoderoso.

Vuelves a tu barrio, piadosa María, Para ti el recorrido se acaba ya. Pasaste silenciosa por las calles de la Isla, A hombros de una cuadrilla angelical. Porque para llevarte a ti Andando por las calles de nuestra ciudad No había fuerza humana capaz; Y de las entrañas del mismo cielo Te mandaron una cuadrilla magistral Que realza tu belleza, Que alivia tus dolores. Una cuadrilla de la Isla: La quintaesencia de los cargadores.

No es fácil entender, como se puede perdonar tan gentilmente a quienes sin

piedad han clavado de pies y manos a ese hombre que a orillas de la bahía ha pescado mas de una vez, al que ha devuelto los pescadores a sus familias sanos y salvo, rescatándolos de entre fuertes temporales de levante y los ha dejado a orillas de un lugar de esta Isla de San Fernando llamado La Casería. Como se explica tanto perdón con nosotros los hombre que ni siquiera nos hemos acercado a El cuando mas nos ha necesitado.

Ellos hombres curtidos por la mar, se arrodillan cada día ante su figura

agonizante para rezarte, y cargados de humildad, arrepentimiento y devoción, se afanan cada año en ser depositarios del Perdón que, gratuitamente, Cristo desde la Cruz va manando.

Vas pasando fugaz por las calles de San Fernando, lo suficientemente lento

para dejar sembrado tu perdón por todo este pueblo durante un largo año. Haz ahora Señor que estos humildes pescadores, que con nuestras ofensas

te hemos ultrajado, y a las puertas de la muerte te hemos abandonado, sepamos aprovechar la gracia que sobre todos nosotros has derramado.

Santísimo Cristo del Perdón, Perdida la mirada en el cielo Soportas por nuestra culpa el sufrimiento Desde que saliste de la gubia de un isleño.

Todo esta consumado, Jesús grito con potente voz: ¡Padre en tus manos

encomiendo mi espíritu! Y diciendo esto expiró. Se hizo la noche, y el estruendo se apodero de la tierra. Hoy concretamente

se ha apoderado de la noche isleña.

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A la Semana Santa de San Fernando

D. Jerónimo Núñez Jurado

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Jesús, el Salvador, esta muerto, todo ha terminado. El rumbo de la humanidad perdido, todos asustados sin saber que hacer o que camino tomar.

Un cuerpo inerte frente a nosotros. Todo se ha vuelto ahora oscuro. Solo el

toque de muerte corta el áspero silencio de una noche amarga. Todos sabemos que Cristo, el Redentor, esta muerto clavado en un basto madero.

Esta colocado en el riguroso paso que le ha de llevar a través de las calles de San Fernando, mostrando al pueblo cañaílla el precio de nuestra salvación, lo que El ha pagado por nuestro perdón.

Hace años vestía la túnica penitente de esa añeja Hermandad, admirada por

todo buen cofradiero. Desde hace otros pocos vivo a pie de acera, también penitente, tu paso solemne, tu impresionante aparición detrás de la mas inesperada esquina de la calle Real, o ante la mirada compungida de las Madres Capuchinas. Y ahora, Señor, me tengo que contentar con el simple recuerdo de tu cuerpo lacerado y muerto en la cruz sirviéndome de modelo perenne para poder vivir.

Siento entonces que no he hecho, ni mucho menos, lo suficiente para aliviar tus sufrimientos y ser merecedor de la confianza, que desde siempre, has depositado en este pobre pecador, deseoso de hacer solo tu voluntad.

Recuerdo ahora con autentica emoción como aquella lejana tarde de un

Jueves Santo, un pequeño grupo de jóvenes isleños fieles a ti Señor, se “atrevieron” a ejercer de cargadores, pero no de unos cargadores cualquiera, sino a formar una “cuadrilla de cargadores de la Isla”.

¡Cómo luciste por las calles cañaíllas aquella tarde! Me dio la impresión que tardaste mas de lo habitual en recogerte en tu Iglesia de San Francisco, y se porque: porque en cada trepa de esa histórica cuadrilla se te iban quitando las penas, veías que en cada saeta se te entregaba un corazón, a tu paso te querían dar el aliento que acababas de entregar, y el dolor de tu cuerpo, la gente de la Isla, te lo quería aliviar.

Fuiste tu, Cristo de la Expiración, el creador de una nueva generación para

mantener en la Isla una devoción especial a través de Tu Pasión, y así poder mostrarla al pueblo en cada Semana Santa.

Eres tu quien mantienes viva la llama de esa oración que no se reza, sino que se aguanta sobre las espaldas, es una oración que decimos los isleños todas las Semanas Santa y que se llama: la carga.

De repente hablo el silencio, y pregono a los cuatro vientos el nombre de una

mujer que iluminara la madrugada. Dijo Tu nombre Señora: Esperanza. Siento mi pecho hincharse, lleno de tu presencia, con solo recordar tu cara.

¡Qué pena tan grande amasas en el fondo de tu alma contemplando el cuerpo inerte de Tu Hijo desgarrado en la Cruz!, y sin embargo conservas ese reflejo divino que

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D. Jerónimo Núñez Jurado

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brota de tu corazón y que ilumina el camino por el que, decidida vas abriéndonos paso a la redención.

Allí estaban todos sus amigos, viendo desde lejos lo que sucedía, pero ninguno, temiendo los insultos y represalias de los soldados, se atrevió a acercarse a Él. Solo María, Su Madre, acompañada de Juan, su discípulo bien amado, cargada de valor, se mantuvo firme al pie de la Cruz, cuando su Hijo estaba a punto de expirar. Y quiso aunar en un solo dolor, el que ella estaba padeciendo y el del sacrificio que Cristo acababa de ofrecer. Resumió en Ella, toda la esperanza de la salvación.

Noche cerrada y oscura de Jueves Santo Tu hijo se aleja agonizante Y su figura se refleja ensangrentada Pasando por la Alameda. Una vieja voz, como cada año, Pone en tus labios las palabras Que por el excesivo dolor te has callado. Silencio en nuestras almas Que han sido atravesadas por una saeta Arrojada a tus pies desde una balconada. En cada palabra pronunciada esta noche Se refleja tu nombre, Y al nombrarte me saldrá una oración.- Suenan tus varales como aldaba Cruzando de vuelta por la Alameda, ¡ya se hizo eterna la madrugada! Tu paso paraliza la Luna Que contempla arrodillada Como tus cargadores tienen pasión Por su Madre Amada. Escuchando marcha tras marcha Los arboles agitan sus ramas Siguiendo el compás en cada nueva trepa. Y quisieran que esto nunca se acabara, Que la Alameda fuera eterna, Que el sol no se despertara, Que las nubes te recogieran, Y como si de algodones se tratara, Te mantuvieran infinita sobre nuestras espaldas. Quiero ofrecerte lo poco que podemos Cuando bajo tus palos nuestras almohadas amarramos En cada tarde de Jueves Santo: La carga La mejor de todas a ti te la ofrecemos: Atentos a esta levanta antes de dejarla en su casa, ¡vamos a poner en el cielo, a la Virgen de la Esperanza!

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D. Jerónimo Núñez Jurado

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Los Dolores de María son eternos, y de nuevo toman forma en la noche isleña, cuando desde una humilde capillita en el corazón de San Fernando se hace presente tomando un significativa advocación: María Santísima de los Desamparados.

Surge en la madrugada María para que reflexionemos en aspectos de la vida

cotidiana. Al amparo de María viven todas esas personas que en Ella han encontrado el

refugio que no tenían, y con las que a diario nos cruzamos e ignoramos. O todos esos ancianos que bajo el techo de un asilo, como el que había donde hoy aparece luminosa Nuestra Madre, viven la angustia de saberse solos en el mundo o abandonados de sus propios hijos o familiares... ¿qué clase de personas somos que nos negamos a compartir nuestra vida o a arropar con nuestro amor a seres tan cercanos? ¿cómo pretendemos llegar a Jesucristo si no sabemos querer ni a los que tenemos al lado? Llora María por nuestros corazones vacíos de amor y surge mediadora por nosotros, que no damos nada, cuando por todos, su propio hijo se ofreció a la muerte mas canalla imaginada, recibiendo el ultraje de todos los que le rodeaban, padeciendo en la cruz la mayor humillación.

Generosa surge en este Viernes Santo la Virgen de los Desamparados, no solo para ser refugio de los que físicamente están necesitados sino también de nosotros que no somos capaces de exprimir el corazón para dar todo el amor al prójimo y ofrecer nuestras obras al Señor.

Virgen Santísima de los Desamparados Quiero refugiarme en tu corazón Sabiendo que soy un miserable pecador, Para soportar contigo todo tu dolor Y al terminar esta madrugada Poder sentirme radiante Y rebosante de tu amor.

Marca el reloj de la Iglesia Mayor las 2 de la madrugada de un nuevo y no por

menos trágico Viernes Santo. Ahora si que Jesús ha congregado a miles y miles de personas entorno a Él. Entre ellas se resume exactamente la pasión, el dolor, el sentimiento, las promesas, el amor a Dios, la confianza ciega en Jesús Nazareno, en un palabra: la fe. Por otro lado contemplamos recuas paganas que buscan divertimento en una madrugada mórbida. Y verán derrumbarse el cuerpo destrozado de un hombre al que ellos, en su infinita ignorancia, condenaron y humillaron por resultarles incómodos para su absurda forma de vivir.

La vía Dolorosa se ha convertido de nuevo, un año mas, y van cerca de 2000, en el reflejo mas estricto del egoísmo, y de la maldad que la condición humana todavía no ha conseguido expulsar del alma.

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A la Semana Santa de San Fernando

D. Jerónimo Núñez Jurado

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Pero al igual que entonces, es Cristo quien no quiere restar lo mas mínimo a esta situación y así sufrir cada año el mismo desprecio y el mismo dolor, pudiendo constantemente renovar su perdón.

El Señor de la Isla, Jesús Nazareno, se dispone a iniciar su lento caminar por

las calles de San Fernando. Es la mas pura expresión del sentimiento de fervor de todo un pueblo hacia su

Dios, que año tras año, a la misma hora, en el mismo lugar se calca ganando en intensidad.

Pone el primer pie en la calle Real y la gente logra recoger el sentido solemne

y la actitud penitente de la figura inconfundible e impresionante del Nazareno de la Isla.

Los niños que se acostaron temprano para poder verlo salir, están atónitos en el hueco delantero que les han logrado abrir entre la multitud, sus padres o quizás sus abuelos; pero ellos en primera fila no se quieren perder la esperadísima salida del Nazareno.

Imágenes que se quedaran grabadas desde muy pequeños y que no se diluirán jamás.

Con que claridad se ve andando a Jesús, como si no necesitara a nadie abajo del paso. Sabiéndose el camino, por que el pasea todos los día por la calle Real, abrigado en muchos de nuestros corazones, los de la gente de la Isla que lo quieren de verdad.

Esencia desenfrascada de una primavera que resume las fragancias creadas

especialmente para perfumar las calles cañaíllas, y en esta madruga de Viernes Santo, envuelve a Jesús Nazareno en esa mezcla de madreselva, jazmín, cera, incienso, saeta y azahar, convirtiendo su lento caminar en una sucesión de momento irrepetible dejándonos a cada paso impregnados de su abrumadora humanidad.

En cada calle, en cada plaza y cada esquina se vive el paso de Nuestro Padre Jesús Nazareno de una forma distinta. Cada año un nuevo sentido, algún aspecto descubierto que me apasiona aun más, pero nunca, hasta ahora, había reparado en algo muy especial:

¡Qué visión tan extraña ver a un hombre cargar hacia la muerte con su propio

patíbulo! Y............ ¡Qué patíbulo tan singular compuesto por todos los pecados de la humanidad!

Él lo abraza fuertemente, casi se podría decir que se agarra a la Cruz con cariño. Quizás sea porque de entre sus brazos no quiere que ninguna de nuestras culpas se le pueda escapar.

Ha ido recorriendo cada hogar isleño en esta cruel madrugada. Penitentes del

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D. Jerónimo Núñez Jurado

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Nazareno (eso si es penitencia de verdad), niños, ancianos, una interminable masa de ofrecimientos hechas al Señor, música solemne, las marchas mas esperadas, repiques de campanas volteadas casi con violencia, al viento, forma el cortejo, que acompaña a Cristo, por la calles isleñas en su ultimo caminar de nuestra semana mayor.

En el centro del círculo enfervorizado que componen gente de la Isla,

cargadores, nazarenos, penitentes... aparece un palio bordado con las promesas de quienes a diario giran su cabeza a la derecha del altar de su Hijo para hallar el consuelo de una mirada.

Adornado de las flores que escapan de los corazones emocionados de toda la

gente que acude a mirar una carita tan bonita, marcada por el dolor. Alumbrado por quienes quieren hacer suyo el sufrimiento de la pasión y extiende la mano mostrando el corazón encendido por el amor a Dios.

En plena calle no encontramos a la Virgen de los Dolores, y animados en lo

mas profundo del alma, al verla rodeada de buena gente que la acompaña en ese trance, me salen palabras incontroladas por la emoción al sentir como los cargadores hacen mover los varales del palio, poniendo el arte donde no se adivinan mas que amargura y dolor.

Mujer de la madrugada isleña En ninguna otra encontré tanta pena. Tu corazón atravesado por el dolor Siguiendo a tu hijo Nazareno. Consolada bajo tu lindo palio Por el ofrecimiento de algún cargador.

Acabo la madruga. Jesús y su Madre de los Dolores se recogieron ya. sin

perderle la ara a su pueblo y con la mirada clavada en cada uno de los corazones cañaíllas, dejando entre nosotros la huella eterna de su presencia, en un rinconcito de la Iglesia Mayor.

Una mañana espléndida hace fácil el camino al sagrario, donde Cristo

aguarda nuestra visita. Es un día de luto, de rigurosa tristeza para el que simplemente esperaba ver

morir a Jesucristo. De gran alegría para el que sale a buscar en la muerte una victoria sobre el pecado, una puerta abierta de par en par a la resurrección.

Los trajes oscuros y las mantillas son preámbulos para los hábitos de la

hermandades que harán estación de penitencia en la ultima tarde de la Semana Santa Isleña. Todo el día predominara el negro, moteando las calles de la Isla, mientras que nuestras almas se tornan blancas una vez borradas de ellas toda mancha desde la Cruz. Son pocos los que han quedado al pie del madero una vez que Jesús ya esta muerto.

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D. Jerónimo Núñez Jurado

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Seguro que entre la gente de la Isla, también habrá quien cada año quisiera estar allí, para portar el cuerpo inerte del Salvador, bajándolo de la Cruz y depositándolo en los brazos de su Madre.

No faltaran cada año, quienes bajo el paso del Cristo de la Redención se

ofrezcan a quitar los clavos de los pies y las manos del Señor, quienes poniendo el cuello amoratado sobre el basto palo aguantando una trepa interminable, o animado por una marcha ya bien conocida, se dejen caer en brazos de María, queriendo formar parte de las heridas y las llagas ensangrentadas del Cuerpo Divino del Cristo Redentor.

Otra vez arrancaron de tus brazos El cuerpo amoratado y lacerado de tu Hijo Jesús. Contemplas la partida, Inmóvil desde el mismo pie de la Cruz A tu alma cargada de dolor, La invade una profunda soledad Tan solo alterada por la voz de un cargador: ¡quieto ahí! Virgencita que no estas sola, que te acompañamos los cargadores de la Isla, y te hemos hecho hueco en nuestro corazón. ¡Vámonos! Virgencita ¿no oyes a la gente? ¿no ves como te ofrecen sus almas, formando con ellas el cortejo penitente? ¡fondo por igual! Ante tu hijo te hemos traído Y ante su cuerpo muerto No te queremos abandonar Brotando de nuestros labios solo un nombre: ¡Soledad!

Queda María, y todo lo demás, como la propia vida, pasa ya, una vez

culminada la madruga. La austeridad y el recogimiento de sus rezos también quedan estampados por

la calles de San Fernando. La imagen de María Santísima del Rosario, hace patente en su rostro la

vivencia de todos los misterios dolorosos, del padecimiento de tan cruel martirio, del sufrimiento de la pasión.

En su recorrido silencioso por las calles de la Isla, deja el aire cargado de

oración, repitiéndose por cada esquina que pasa, una larga letanía de palabras que ungen las heridas abiertas de nuevo en su inmaculado corazón.

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A la Semana Santa de San Fernando

D. Jerónimo Núñez Jurado

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Virgen del Rosario, solo tu has vivido junto a Cristo la pasión, y cada cuenta las ha ido marcando con la sangre del cordero divino, aunando todos tus padecimientos en un solo misterio: la redención.

La hermandad. A cada uno de los presentes esta palabra le evocara distintos contenidos, a mi también y me transporta a un mundo muy particular aunque todos sepamos , o deberíamos saber , cual es su estricto significado.

En la hermandad no se está, sino que se vive, no es algo de un día, sino de una vida, no es simpatía es pasión, no es hacer lo que se pueda, sino dejar la piel luchando por la sencilla exaltación de los correspondientes misterios de la pasión y la muerte de nuestro señor.

La integración en una gran familia, como la carmelitana, la participación en la

vida parroquial, el trabajo en obras sociales, el ofrecimiento a Dios de todos los sinsabores, el apostolado seglar, el interés por la formación espiritual, la intensa vivencia de la pasión y muerte de Nuestro Señor, y el llorar abrazados cuando la emoción, al salir del paso de palio, no se puede dominar: todo eso..... es una Hermandad.

Así es como yo lo entiendo, y por eso, si ustedes me lo permiten me gustaría poner como ejemplo a la mía, y a ese grupo de jóvenes que han ofrecido ciertamente sus vivencias a Dios, en el seno de esta Hermandad del Santo Entierro, viviendo prácticamente en el almacén como muy bien decía mi querido Hermano Mayor en el boletín de este año.

Mi Hermandad. Y pronunciando simplemente su nombre, estaría diciendo

muchísimo más de lo que podría abarcar con palabras como solera, traición, empaque, seriedad, trabajo, ilusión, devoción, apasionamiento, dolor...... en definitiva: lo que se ha conseguido sacar adelante con el trabajo incesante de un grupo de jóvenes, y no tan jóvenes, nacidos en su mayoría de las entrañas del Carmen.

¡Que tarde de Viernes Santo! Visitada por el viento de levante, fría, desapacible, triste, vacía.... seguro que en una como esta llevaron a enterrar al Señor.

¡Que tarde de Viernes Santo! Cuando la gloria del Carmelo se convirtió en

llanto, cuando la Virgen del Carmen enlutó su semblante marinero y salió a la calle tras su Hijo muerto, acercando al pueblo isleño el Mayor Dolor que encontró en su Soledad.

¡Que tarde de Viernes Santo! Aquella en la que filas interminables de

hombres y mujeres, eran vomitados de las entrañas de la tierra, malditos por su iniquidad, bajando por la calle; sus pecados purgando. Capirotes altísimos, hasta el cielo llamando. Colas larguísimas de un habito negro. Arrastrando el luto más severo, el que llevamos en el corazón, lamentando inútilmente la muerte de nuestro Dios.

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D. Jerónimo Núñez Jurado

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¡Que tarde de Viernes Santo! Almas ahogadas en el Silencio, en la penitencia, en las dudas... palpitantes palabras resonando en el rojizo cielo del ocaso: solo Dios es vencedor.

Solo Él vence al pecado y a la muerte, solo Él nos tendera su mano

misericordiosa cuando desde el pozo del pecado le gritemos: ¡ Señor, Señor.... ayúdanos!

¡Que tarde de Viernes Santo, confundida ya la muerte con el negro espesor

de la madrugada, entre las saetas y el llanto! Empujadlo por las calles de la Isla Los que con arte, tarde o temprano, Sobre vuestras espaldas vais a cargarlo. Sacadlo de las naves carmelitanas, Muy despacito, Como si se fuera a despertar. Acercadlo a la gente de la Isla Para que a su paso le puedan rezar. Dejadlo que se confunda con el pueblo, A hombros lo quieren llevar Despegándolo del frío catafalco Y depositándolo con suavidad, Sobre un manto enorme, de lirios del campo. La caricia de la azulada tarde Sobre el cuerpo amoratado del Señor Se van tornando mas intensas Cuando la madrugada lo envuelve En su manto negro de terciopelo y raso. Los sonidos acordes de las nubes Al pasar atenuando la luz de la luna, Son una interminable oración Que comienza quejumbrosa Para terminar llorando, Convirtiendo el sonido en canto, El cante en oración, Y de las gargantas isleñas Salen mezclados cantes y rezos Convirtiéndose en saeta Para que las escuche el Señor. Santísimo Cristo yacente, Que en mi alma te llevo yo, Si contigo hicieron escarnios, Tu que eres mi Dios, Que no harán conmigo Siendo un maldito pecador.

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A la Semana Santa de San Fernando

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La primitiva ilusión de todo cargador, me imagino que será coger palo, y cuanto antes mejor.

Mucho antes de la Semana Santa recuerdo los ensayos, una cinta grabada

con las mejores marchas, contra mas fuertecitas mejor, para poderle dar buenos mecíos a la madera pelada.

Que poco se imagina el novel cargador, lo que cambia la papeleta cuando ya

en la tarde, en este caso la del Viernes Santo miras hacia arriba, y lo que te encuentra ya no es madera, sino nada mas y nada menos que la Madre de Dios, a la Santísima Virgen del Mayor Dolor en su Soledad. ¡que impresión Dios mío! Entonces se da uno cuenta de que ha llegado el momento de la verdad.

La faja bien apretada, la almohá una continuación del palo, rezando en

silencio oración tras oración, haciendo ofrecimiento a María, que ya la sientes presente, no solo arriba, sino debajo también. Todos casi mudos por la emoción.

Recuerda mucho de los que formaban aquella cuadrilla inolvidable: ¡Que

primer palo!. Me emociona todavía al sentir a mi alrededor a toda esa gente de la carga: Coli, Alejandro, Javi Maura, Manolo el “Buzo”, “Cuarentito”, Popo, Pedrito Núñez, Paco Aparicio, Miqui, Juan Rufino, “El Capitán Trueno”, Antoñito Serván, Jesús Blázquez, Manolo Esparragosa, Lolo, Simón y todos los demás, con don José Rufino de capataz y mi querido Javi Díaz acercándose a cada momento al respiradero para preguntar. Son gente buena, de los que siempre están dispuesto para llevar a María donde ella quiera y a no dejar que ninguna de sus divinas lagrimas rocen ni siquiera el suelo en alguna trepa.

¡Aliviando el llanto a la Señora!, ¡Ole mis leones! ¡A las banditas, chiquillo!

Resuenan todavía en los corazones de muchos de aquellos cargadores. De boca de un cargador, salieron en una tarde de Viernes Santo, palabras

que jamás podré olvidar: ¡ay! Dios mío de mi alma, ahora comprendo yo lo que sufrió Jesucristo en la Cruz y aunque nosotros, debo confesar que estuvimos tres o cuatro trepas casi sin fuerzas de reírnos por lo sucedido, ese hombre anecdótico, es digno de admiración por que a pesar de que no podía cargar ofrecía su propio sufrimiento, que no era poco, y me hacia meditar sobre el autentico sentido de la penitencia, no solo ya de la penitencia física, sino mucho mas de la moral.

Recuerdos, en definitiva, de una cuadrilla, que le daba a la Virgen del Mayor Dolor en su Soledad un aire celestial, acercándola desde su refugio del Carmen hasta las puertas de las admirables Madres Capuchinas, recorriendo de vuelta la alameda y la Plazoleta del Carmen, meciéndola por derecho, dándole fuego al varal, como se mecen los palios en la Isla... que digo en la Isla, como se mecen de verdad.

Voy contigo cada año, Debajo de tus pies O guiando tu mirada, Perdida en la contemplación

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A la Semana Santa de San Fernando

D. Jerónimo Núñez Jurado

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Del cortejo fatal. Una continua oración Te voy diciendo, Por el camino amargo Que vamos recorriendo los dos. Madre mía del Mayor Dolor Siento dentro de mi corazón La amarga sensación De una interminable soledad, Siento en mi alma Clavada en tu mirada Pidiéndome que no te deje sola Que te perderías en la madrugada. ¡cómo te voy a abandonar! Si ya eres parte de mí Si te tengo metida En todos los poros de mi piel Si estoy perdidamente enamorado de ti Y siempre que me pongo delante de tu altar quisiera con mis propias manos poder las tuyas acariciar y con un pañuelo blanco como la sal cercar tus lágrimas, empaparlo de promesas y rezarte una ultima oración: virgen del Mayor Dolor virgen perdida en la Soledad tan cerca estas, en mi corazón, que no tengo ni que abrir los labios para que sientas mi amor.

Ya esta Jesús, yaciendo muerto en el interior del Carmelo. La madre del

Mayor Dolor en su Soledad, contempla desde la plazoleta a su Hijo con autentico semblante desconsolado. Todos los días había vuelto la cara para contemplar a los isleños y sentirse por ellos amparada. Hoy es imposible que aparte la mirada del cuerpo inerte, dejado, maltratado, azotado y muerto de Jesús, sin perderle la cara a la urna donde se encuentra depositado. Ella también entra lentamente, encontrándose en el interior de la Iglesia con cientos de brazos abiertos que la esperan expectantes, los miembros de su Hermandad, la del Santo Entierro, que a su Madre en este ultimo trance la quieren consolar.

¡Aleluya! ¡Aleluya! El Señor resucito. Ahora vivimos vencedores del pecado por la muerte de nuestro Señor.

Hemos vuelto a nacer a esta nueva vida, en la que contaremos con la

intersección de nuestra Madre y Señora la Virgen María.

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A la Semana Santa de San Fernando

D. Jerónimo Núñez Jurado

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Ahora el Señor esta de nuevo entre nosotros ya no tenemos nada que temer, y sentimos como nos hemos llenado todos con su infinita gracia.

¡Aleluya! ¡Aleluya! El Señor resucitó. Y no he podido encontrar mejor punto para este final, que unas palabras

salidas del corazón de este corazón, y que me gustaría que conservaran grabadas los cargadores de la Isla en todas las cargas que a partir de ahora fueran a realizar.

Que Dios os bendiga Cargadores de la Isla Habéis ayudado a Jesús con su pesada carga Y mecido, para consolarla, a su Madre María. Que Dios os Bendiga Cargadores de la Isla. ¡Que Dios os bendiga! Real Isla de León, 11 de abril de 1.992, Sábado de Pasión

Jerónimo Núñez Jurado (Joven Cargador Cofrade)