XIII PREGÓN DEL CARGADOR

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XIII PREGÓN DEL CARGADOR a la Semana Santa de San Fernando Organizado por la Asociación "Jóvenes Cargadores Cofrades" J.C.C. bajo el lema "cuando el Cargador se hace pregonero o el Pregonero cargador" a cargo de D. José Manuel del Solar Peña pronunciado en el Salón de Actos del Colegio de las Hermanas Carmelitas de la Caridad SAN FERNANDO 08 de abril de 1995 Sábado de Pasión

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pronunciado en el Salón de Actos del Colegio de las Hermanas Carmelitas de la Caridad bajo el lema "cuando el Cargador se hace pregonero o el Pregonero cargador" SAN FERNANDO 08 de abril de 1995 Sábado de Pasión a cargo de D. José Manuel del Solar Peña

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XIII PREGÓN DEL CARGADOR

a la Semana Santa de San Fernando

Organizado por la Asociación "Jóvenes Cargadores Cofrades"

J.C.C.

bajo el lema "cuando el Cargador se hace pregonero o el

Pregonero cargador"

a cargo de

D. José Manuel del Solar Peña

pronunciado en el Salón de Actos del

Colegio de las Hermanas Carmelitas de la Caridad

SAN FERNANDO

08 de abril de 1995 Sábado de Pasión

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A la Semana Santa de San Fernando

José Manuel del Solar Peña

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XIII PREGÓN DEL CARGADOR a cargo de

D. José Manuel del Solar Peña

Hoy comienza todo. Hoy ya todo huele, todo sabe y todo suena a Semana Santa. Pero este olor,

este sabor y estos sonidos, hace ya unos días que se vienen fraguando, que esta Ciudad se viene preparando para vivir su Semana Mayor.

Así desde que comenzó la Cuaresma, hemos visto carteles con las imágenes

de nuestros titulares y proclamas de cultos en todos los escaparates. Hemos visto niños con capirotes de cartón salir jubilosos de los pocos talleres donde aún se confeccionan. Los palcos y la tribuna ya están instalados. Incluso estos últimos días hemos podido ver atravesar la calle con rapidez, alguna anda, que aprovechando las horas más intempestivas, cruza presurosa el trayecto desde el almacén a la Iglesia. Provocando el comentario entusiasmado de la gente: “Ya está aquí la Semana Santa“.

Más atrás en el tiempo, casi desde las Navidades, quedan imágenes de

ensayos de cargadores por el Panteón, el Carmen, la Compañía o la Bazán. O sonidos lejanos de bandas que trae el aire desde el parque o la barriada. O jaleos de colas frente al almacén de la Cofradía, los días de reparto de túnicas.

Y también huele ya a Semana Santa, al pasar por la alameda o por el callejón

de las Animas se percibe ese olor inconfundible a roscos recién hechos. Huelen de una manera especial nuestras Iglesias, el incienso es más aromático, más penetrante, más solemne, más..., de Semana Santa.

Pero si hay un olor característico, es sin duda el del azahar, que eclosiona en

estas fechas, encalando los naranjos de las Cortes, Vidal, el Parque y la calle Ancha. Perfumando el aire con ese aroma inequívoco a Semana Santa. Y al que voy a dedicar mi primera estrofa:

Azahar, que los naranjos blanqueas, que mezclar tu olor con el de incienso y la cera, que perfumas calles, plazas y azoteas, porque eres azahar, la flor de la primavera.

Y se siente la Semana Santa en esa luz primaveral que es cada día más

intensa, más luminosa, para alcanzar su máxima plenitud en el atardecer dorado del Domingo de Ramos. Luz que tendrá un matiz cromático distinto cada día de la Semana Santa, y como contrapunto la oscuridad tenebrosa de la madrugada del Jueves Santo.

Esos rayos de sol, de un amarillo dorado especial, que al caer la tarde, bajan

casi paralelos al suelo, y se cuelan por ventanas y casapuertas hasta el interior de

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nuestras casas, iluminando sus más recónditos rincones cofrades. Esos rayos que se reflejan en esa inoportuna nube que otea en el horizonte y la tiñe de un color carmesí difuminado, como si el cielo también vistiera túnica de penitente en estos días.

Calles engalanadas, fachadas recién encaladas, geranios y claveles en

balcones y azoteas, naranjos recién brotados, ropas recién estrenadas. Hasta el levante lleva unos días avisando que tampoco está dispuesto a perderse la Semana Santa. Y la luna, esa luna que cada noche está un poco más llena, y que alcanzará la redondez absoluta en la noche del Jueves Santo, para hacer de contraluz y recortar contra nubes de pasión la imagen de Cristo Crucificado.

Ya todo huele, todo sabe, todo suena a Semana Santa. !Ya es Semana Santa en La Isla¡ Pero ni mucho menos son sólo cambios externos los de estos días. Hoy

también se inicia esa maravillosa transformación en nuestro interior, que nos impulsa a dejar el uniforme, la herramienta y el mono de trabajo. Y a cambiarlo por la chaqueta y la corbata de hoy; por la túnica de mañana, o por el pantalón viejo, la almohada y la faja de todos estos días.

Porque esta semana seguimos el mandato de Cristo “ Déjalo todo y sígueme

“. Y por unos días dejamos de ser médicos, estudiantes, mecánicos, administrativos, militares, ..., incluso parados; para ser únicamente cofrades y cargadores.

Esta Semana que se vive durante todas las horas del día y de la noche. Unos

poniendo flores, alineando velas, ordenando enseres y atributos, perfilando los últimos retoques del orden procesional, o solucionando los mil problemas de última hora. Otros haciendo traslados por las mañanas, terminado rendidos tras las recogidas, o intentando completar el hueco que las lesiones, las guardias o las navegaciones imprevistas han dejado en la cuadrilla.

Otros cargando con el niño que no se cansa de ver procesiones, corriendo de

una a otra esquina para verlas todas. Otros con manos temblorosas y con los ojos llenos de lágrimas, reviviendo nostálgicos recuerdos del pasado... Otras detrás del cofrade o del cargador, al igual que María en la Pasión tras los pasos de Jesús. Con ellas compartimos nuestras vidas y son nuestro aliento en los momentos difíciles. Nos entregan todo su cariño con la túnica o la faja y el pañuelo que tan celosamente han preparado para nosotros. A ella, a la mujer, en el papel de madre, de novia o de esposa, a la que consagro mi trabajo de cada día, quiero también dedicar mi Pregón.

Todos estamos implicados en esta maravillosa transformación que ocurre

estos días en nuestra Ciudad, y donde cada uno representamos nuestro papel en esa magna escenificación dramática que es la Semana Santa Isleña.

Y el papel que me toca analizar a mí en este pregón es el del cargador. Ese

personaje que se encierra durante 6 u 8 horas en un espacio cerrado, menor que

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una habitación pequeña, con 30 ó 40 más como él, cargando con muchos kilos, y recorrer así varios kilómetros.

Visto así, con la frialdad de los números, que papel más absurdo y

anacrónico. Pero que sin embargo algo debe tener, porque a todos los que lo hemos desempeñado nos atrae y nos arrastra a repetirlo año tras año. Y esto nos lleva al centro del tema ¿Porqué se carga?

Eterna pregunta que nos han hecho, y que nos hemos hecho, montones de

veces, y que no tiene una respuesta definitiva, aunque hoy intentaré buscarla. Se carga por fe, por devoción, por tradición, por promesa, porque está de

moda, por .... yo que sé. Y yo me pregunto ¿Porqué se es cristiano? ó ¿Porqué se es cofrade ?. ¿Se

nace cristiano o se hace uno cristiano?. ¿Se nace cofrade o se hace uno cofrade?. ¿Se nace cargador o se hace el cargador?.

La respuesta a estas preguntas está en la historia individual de cada uno de

nosotros. Que tuvimos la infinita suerte de nacer en la Isla, hace treinta y muchos años ya, en el seno de una familia humilde, pero una familia cristiana y cofrade. Tan cofrade que a los pocos días de nacer ya nos apuntan a una Cofradía. Casi el mismo día que nos bautizan somos ya hermanos de nuestra Cofradía. A la que pertenecen nuestros padres, a veces hasta los abuelos. Padre que en muchos casos fue hermano fundador o miembros de las primeras Juntas de Gobierno. Siendo verdaderos revolucionarios en aquella época difícil de la posguerra y los años 40, en que a pesar de las dificultades sociales y económicas, se fundaron una buena parte de nuestras Hermandades, que en estos años cumplen sus cincuentenarios fundacionales.

Ese mismo padre que cuando eres sólo un bebé, y en las largas noches de

insomnio, en las que el niño no paraba de llorar, nos acurrucaba contra su hombro, y nos mecía al compás de un “pon, pon, pon, porrón”. Mecío, que curioso, la misma palabra que utilizamos los cargadores para expresar lo que hacemos con Jesús y con María. Idéntico mecío al que muchos años después hemos hecho nosotros con nuestros hijos, pero al son del vídeo o del cassette del Soria-9, la banda Municipal, o la Cruz Roja, gracias al progreso de la técnica.

Ese niño que fue creciendo y con pocos añitos, se reunía con sus amigos de

la calle o de la plazoleta, y jugaban a sacar procesiones, con capirotes de hojas del Diario de Cádiz y pasos de madera y cartón. Y ya entre ellos había peleas por hacer de cargador.

El mismo que con 7 u 8 años, sale por primera vez de penitente en su

Cofradía, siendo ese día tan inolvidable como lo fue el de su primera Comunión. Y vistiendo así la misma túnica que su padre, e incluso su abuelo llevaron años atrás.

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Ese cañaílla que a los 14 años se integra en la Junta Auxiliar, y unos años después llega al sumun cofrade de pertenecer a la Junta de Gobierno de su Hermandad.

Y ese niño, ya hombre de 18 años, que se mete bajo un paso con sus

compañeros de Junta y otros amigos cofrades, para hacer los traslados de su Hermandad, y así ahorrar unos gastos a la siempre precaria economía de la misma, descubriendo un perfil nuevo pero atrayente de la Cofradía. Y allí, en la intimidad de las caídas se encuentra más cerca que nunca de Jesús y María, y se hace Cargador.

Porque cargar no es sino otra manera de hacer penitencia, de rezar, de

sacrificio, de manifestar la fe en Cristo y en María. De hacer penitencia en una entrega generosa y desinteresada, sin escatimar esfuerzos, sin ni siquiera calcular el riesgo. Sin esperar nada a cambio, sino la alta recompensa de sentir que lo que se lleva arriba. De hacer penitencia en una labor anónima, oculta tras el velo de las caídas, callada y sufrida, pero sobre todo una labor conjunta y compartida. Y ahí en la unión y en la amistad, y en hacerlo con la misma humildad con que Cristo llevó su cruz, es donde está la clave, la esencia del buen hacer del cargador.

En esta imaginaria biografía, que tiene algunas pinceladas de la mía, y de la

de muchos de vosotros insignes cargadores isleños, yo encuentro la respuesta a la pregunta inicial de ¿Porqué se carga?, y veo la más palpable demostración de que uno no se hace cargador, sino que ya se nace cargador en la Isla.

Y a partir de ahora cada vez que os pregunten, que me pregunten de nuevo

¿Porqué cargas?. Contestaré con la voz muy alta:

Soy cargador de la Isla porque LO LLEVO EN LA SANGRE. Dentro de pocas horas empieza la Semana Santa. Mañana Domingo de

Ramos es un día para madrugar, para disfrutar del espléndido amanecer del día más luminoso del año. Para caminar saboreando los primeros rayos de luz fugitiva de ese sol que va saliendo por el puente Zuazo. Para hacer la carrera oficial por la mañana temprano, y cruzar la calle aún inmaculada de cera, y ligar conversación con los árboles que estrenan su floreado traje primaveral, y con los pájaros que cantan a la aurora con más fuerza que nunca, en una ciudad casi desierta aún.

Es la mejor hora, del mejor día del año. San Fernando es como un patio de

vecinos recién regado, con paredes frescas de cal, lebrillos empapados del rocío mañanero, balcones y ventanas repletas de macetas de geranios, claveles y pilistras; y un arriate de yerbabuena y jazmines que piropean con su aroma el olor a mar y a estero que trae el levante entre las azoteas. Aún es posible pasear despacio, y sentir el eco de tus propias pisadas, que se tornarán retumbo cuando, casi sin darnos cuenta, subamos la tarima de la Iglesia Mayor. Y arrastrados por una ola invisible, cruzaremos el cancel de la puerta y nos quedaremos perplejos al comprobar que los pasos ya están arreglados. Y despertaremos de este bello sueño al santiguarnos delante del precioso palio de las Lágrimas o de la imponente majestuosidad del Cristo atado a la Columna.

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Ya no importa cuantas personas haya en la Iglesia, ni cuantas más vengan a

verlos durante la mañana. El Domingo de Ramos ya nos ha dicho buenos días y nos ha llenado de gozo los bolsillos del alma. Y nosotros le hemos dicho buenos días a la Semana Santa de la Isla.

El cargador unas horas o días más tarde, antes de amarrar, vuelve a

encontrarse de nuevo frente a su venerada Imagen. Teniendo un breve, pero legítimo momento de dicha, al pasar ante el paso a la salida, o al ser el penúltimo en despedirse de Él o de Ella a la recogida. Y detenerse un momento con la mirada clavada en la cara de Cristo o de María. Y establecer con él un mudo, pero intenso diálogo, del que solo es testigo la almohada que lleva bajo el brazo.

Ese instante efímero, en le que viene la oración a la boca y el recuerdo de

tantas cosas ocurridas desde ese mismo momento del año anterior. Ese trance en el que el cargador da las gracias por permitirle estar ahí un año más. En el que no falta el recuerdo al compañero que este año no viene, ni la súplica de energías para “ que todo salga bien “, ni el agradecimiento por la curación de aquel familiar que estuvo enfermo, o la resolución de aquel problema que nos trajo de cabeza.

Ese momento en el que el cargador se siente pequeño e insignificante frente

a esa mole de paso, y en el que como le ocurrió a Cristo en Getsemaní, le asombra un reflejo de duda, y piensa ¿Podré yo con este cáliz?. Para a continuación replicar “Cúmplase tu voluntad que ha querido que hoy esté yo aquí”.

Ese diálogo que es repentinamente interrumpido por la mano del capataz que

tocándole el hombro le dice: “amarra donde siempre”. Porque hay cargadores que llevan 5, 10, 15 y hasta 18 años cargando el mismo paso y en el mismo sitio. En ellos el capataz delega la responsabilidad de organizar los relevos en el palo, de enseñar a los nuevos, de llevar las bandas, las patas, las voces de cabeza y cola. Ellos son el alma de la cuadrilla. Y tienen la mayor de todas las responsabilidades, la de transmitir a los demás toda la experiencia y todo el buen hacer forjado en tantos años, para así perpetuar esta bendita tradición de cargar los pasos de Cristo y María, con ese estilo tan peculiar de la Isla, que asombró al mismo poeta D. José María Pemán, y que recogió en una poesía que ahora me atrevo a recitar:

!Cargadores de la Isla Marineros de la Mar¡ La Señora estaba triste, si la queréis consolar, cuando la saquéis, mecedla de esa manera especial, hecha de tango y ternura y de vaivenes de mar, como se mecen los santos desde los puertos acá, ! como no saben mecerla... en ninguna parte más¡.

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Y mientras dejamos a nuestro imaginario cargador amarrando ceremoniosamente su almohada, voy a iniciar un simbólico itinerario por cada una de las Cofradías que componen nuestra Semana de Pasión. En el que intentaré describir como ve y como vive un cofrade cargador la Semana Santa a través de esa mágica cortina que son los respiraderos, o desde esa privilegiada atalaya a cinco metros del paso que tiene el capataz, o aferrado a la cantarilla con una mano y con la otra a una manigueta de cola, desde el sitio del aguador, desde donde se tiene la mejor perspectiva de toda la Cofradía.

Y comenzaré con nuestro Domingo de Ramos. Aquel que inicié muy de

mañana y que fue continuado por algún traslado postrero motivado por la estrechez de las iglesias, y permitir así el mayor espacio posible, para la misa solemne de bendición de ramos. Traslado que casi tiene ya ambiente de salida procesional, y que se ha convertido en tradición. Como tradicional es la espera de los feligreses que salen de misa y aguardan a los lados de la puerta para ver entrar el paso vacío, como si quisieran vivir un anticipo de lo que les espera a la tarde.

Ese Domingo, que ya a mediodía nos hizo sufrir una súbita emoción, que nos

aceleró el pulso, al ver el primer penitente cruzar la calle en dirección a esa escuela cristiana y cofrade que es el colegio de los Hermanos de la Salle, donde este pregonero cursó sus primeros estudios y vivió los mejores años de su infancia.

Ese Domingo de Ramos en que todos volvemos a ser niños, al contemplar

con su túnica hebrea y venir a nuestra memoria tantos recuerdos de nuestra niñez.

La primera está en la calle, se está inundando la tarde de color azul y blanco desde el Colegio La Salle. Detrás viene María con un séquito de estrellas. La Reina de la alegría, de las Siete Revueltas. Azul de palio, azul de manto, azul de mar, azul de cielo, Blanca la túnica, blanco el canto de tantos niños hebreos que agitan palmas y ramos, mientras Cristo Rey camina sobre hombros lasalianos. Los luceros de la noche piropean a su hermana, te envidian Virgen morena cañaílla, marinera y ... LASALIANA.

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Desde la esquina sur de San Fernando, desde la barriada de la Ardila llega la Venerable Hermandad del Santísimo Cristo de Humildad y Paciencia. La más nobel de nuestras cofradías, que en sus pocos años de existencia ha calado ya en lo más hondo del corazón del Domingo de Ramos cañaílla.

Desde la lejana Ardila llega Jesús soberano prendiendo en nuestras pupilas la HUMILDAD del Dios Humano Sobre una piedra medita en su infinita PACIENCIA, regando con agua bendita la Isla en su penitencia. !Danos Señor tu Humildad! !Contágianos tu Paciencia! Porque tú eres la única verdad, nuestro pan de cada día. Danos Jesús tu consuelo y el ir de la Isla al cielo después de nuestra agonía.

Y la cofradía de Nuestro Padre Jesús atado a la columna y Nuestra Señora de

las Lágrimas, de tantos sentimientos para este pregonero-cargador, regados de lluvia y de lágrimas.

Lluvia que presidió la primera salida de esta Cofradía cargada por los Jóvenes

Cargadores Cofrades allá por 1.982, obligándonos a regresar presurosamente a su templo. No sin antes, el paso de palio hacer una impresionante trepá en la calle de las Cortes, meciéndose precisamente al compás de la marcha Virgen de las Aguas. Trepá que ha pasado a la historia de nuestra Semana Santa, y que ya ha sido recordada por otros pregoneros que me precedieron en esta tribuna.

Y agua de lluvia también en 1.990, el último año que cargamos sus pasos, en

el que el Señor de la Columna totalmente empapado se meció como nunca en las Revueltas de Capitanía, bajo una cortina de agua.

Lágrimas derramadas en estos dos años, en los que le han seguido, y sobre

todo aquel Domingo de Ramos de 1.984, en aquella fatídica primera levantá dentro de la Iglesia en la que un gran cargador y mejor amigo, Enrique, se rompió la columna ante el peso del señor de la Columna.

Sí un gran cargador, el mejor. Porque sabes llevar el duro peso de la cruz de

cada día, con la misma fe y con la misma alegría con que llevas el Lunes Santo el Paso del Cristo del Ecce-Homo o el Jueves el de la Misericordia. Y porque la pata derecha del Cristo de Columna nunca ha ido tan bien como cuando tú la llevabas. Y te lo digo yo, que aquel Domingo de Ramos tuve que entrar a ocupar tu puesto, y

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puedo asegurarte que aquel día pesó mucho más en la cuadrilla lo que te había sucedido, que el imponente paso del Cristo de Columna.

Esa cuadrilla, que en los años siguientes y contigo de capataz, se convertiría

en la más conseguida de todos los pasos de Cristo. Con sus impresionantes levantás, con su recortado mecío, con su andar picaíto y a las bandas como ningún otro. En definitiva con toda la majestad del paso del Señor de la Columna.

Hermandad a la que ahora canto, como no, con lágrimas en los ojos:

La Virgen pasa llorando y la Isla llora con ella. Lloró fragancia la flor, y lloró su luz la cera. Lloró la luna resplandor, y el cielo llanto de estrellas. Llora el palio en su mecío y lloran patios y almenas. Llora la candelería, y lloran bambalinas de seda. También llora el cargador y llora de amarga pena, al ver la espalda de Dios azotado y sin condena. Se fue la Virgen llorando y la Isla lloró por ella. Aquel Domingo de Ramos lloró hasta el cielo de San Fernando.

LUNES SANTO en la Isla que nos ofrece la cautividad de Jesús de

Medinaceli, la cobardía de Pilatos y la injusticia de una sentencia en Ecce-Homo por decir que su reino no es de este mundo, y la aflicción de Cristo cargando con la cruz. Ese Lunes Santo que contrasta con el misterio de la Trinidad; y con la Salud que María implora en su Amargura para todos los isleños.

De la Pastoreña Iglesia sale preso Jesús. Allí le leen la Sentencia y a muerte, como pena mientras se lava las manos, Pilatos lo condena. El pueblo grita indignado, La Isla pide clemencia. “Crucifícalo” exclama la gente.

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Cargaor sigue de frente no hacen falta ya premuras, pues aunque tú no lo quieras se ha de cumplir la Escritura. Virgen de la Salud mi celestial enfermera. Contra la pena, mi aliento contra el dolor compañera y de mis heridas, ungüento. Ni una lágrima tienes Tú. Y cuanto dolor guardas dentro, Virgen de la Salud.

Y de la Virgen de la Salud, una Virgen sin lágrimas, pasaremos a contemplar

la impresionante imagen del único Cristo que sí las tiene, Medinaceli. Cofradía que desde 1.979 habíamos portado los Jóvenes Cargadores Cofrades. Muchos recuerdos, muchas vivencias, muchas historias acumuladas en estos 16 años. Bueno 15 en realidad, porque en 1.982 no salió, y no me resisto a contar esa historia que pocos conocen, y en la que quiero simbolizar toda mi nostalgia cofrade.

Aquel año fue nombrado capataz del paso de Medinaceli, un gran cofrade

Paco Macías Carranza, que aquella Cuaresma libraba una cruenta batalla contra el cáncer a sus 21 años de edad.

Aunque Paco, con la humildad que le caracterizaba, dijo que no al principio,

tras nuestra insistencia y múltiples argumentos para convencerle, aceptó al final. Y sus palabras quedaron grabadas para siempre: “ Sí, seré capataz del Cristo de Medinaceli, y no os preocupéis más que sin mí no sale este año”.

El primer viernes de marzo, cuando faltaban días para la Semana Santa,

Paco dejaba su puesto de cargador terrenal para amarrar en el palo de los cargadores del cielo. Y en esa última trepá aferrado a la madera en la Iglesia Mayor, postrado una vez más ante su Cristo. Medinaceli, que había bajado de su altar, en su tradicional besapié, para estar más cerca que nunca de él, con el rostro más desolado y con el llanto más desconsolado, se despidió de su capataz.

Pasaron los días y llegó el Domingo de Ramos más triste que recuerdo, con el

cielo entoldado de nubes negras, que descargaron toda su ira acuosa sobre la Isla, justo a la hora de la salida de la Cofradía. Y aquel Domingo de Ramos, Medinaceli no pudo hacer su estación de penitencia, cumpliéndose el presagio de su capataz.

Dios te tenga en el cielo Paco, a tí y a Manolo Marín y a Justo Amores y a

Miguel Ángel Rodríguez y a Juan José León. A todos celestiales cargadores de la Isla, que llorareis desde el firmamento conmigo el Lunes al ver salir al Medinaceli.

Cristo de Medinaceli con los dedos entrelazados, con la mirada perdida,

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en súplica por nuestros pecados. Y el que el perdón nos implora en las anegadas mejillas del único Cristo que llora. Te coronaron de espinas y te ataron las manos, y por la Isla caminas Cautivo y Rescatado.

Y tras Medinaceli, la Trinidad, La Virgen que representa el mayor de los

misterios de la Cristiandad.

Virgen de la Trinidad. Antes que salga la luna a la vera de la mar, tres palabritas a solas contigo tengo que hablar. Tres palabritas en una que te diré al final En la primera te pregunto Virgen de la Trinidad ¿ Porqué me has abandonado? si yo siempre te he querido, si en tu pecho me confío y cargándote lo he demostrado. No entiendo porqué habrá sido. En la segunda te pido Virgen de la Trinidad Déjame cargar contigo y con tu hijo el Cautivo. Rehacer la confianza perdida, y curar la abierta herida, con un abrazo de amigo. Déjame cargar contigo la tarde del Lunes Santo y a fuerza de amarte tanto, ser de tu pena testigo, y pañuelo para el llanto de tu Hijo el Cautivo. Y en la tercera te digo Virgen de la Trinidad. Que si no es así, no me hagas caso y lloraré al verte en tu paso si no te puedo cargar.

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Me bastará con una mirada, con una sonrisa velada que me hagas al pasar. Pues aquí estoy Madre y Señora para cumplir ... tu voluntad.

Y la última Cofradía del Lunes Santo, la de los Estudiantes. Con ese paso que

anda de una manera singular, donde el tono de la voz templa el mecío, la música la amplitud del paso, y el redoble pica a las bandas en su justo punto cuando el cíngulo del Cristo de los Afligidos oscila de rodilla a rodilla. Ese nuevo paso que hace un recorte a la geometría haciendo inverosímil la salida por la puerta de la Iglesia del Cristo. Y ese paso que supuso el éxtasis de este cargador cuando lo meció al compás de “Corpus Christi” subiendo la empinada tarima que da acceso a su templo, en la que el Cristo parecía más cerca del cielo que de la tierra. En ese paso, que este año cuenta con significadas ausencias, que quiero personificar en un cargador que no amarrará en el centro del palo del centro, su almohada con un agujero en el centro.

Quien mejor te cantó Amargura, en este mismo pregón. Quien supo ver un atisbo de alegría dentro de tu amargura, reflejado en el

azul del interior de tus caídas. Quien el año pasado te meció como nadie, llevando la voz frente a la Iglesia

Mayor al compás de tu marcha Amargura. A él, y a ese otro que sólo él sabe, dedico un trocito de mi pregón.

Qué triste va la Amargura, lleva una pena escondida tras sus azules caídas. Tiene los ojos llorosos y la mirada perdida. Su paso es más cadencioso, y en el quieto se perfila. Dicen que va plena de dolor que está muerta de tristeza porque le falta un cargador que con el cuello le reza. Que le cantaba saetas que le componía letras a su divina belleza. No estés triste Amargura, y consuela a tu hijo Afligido en la tarde del Lunes Santo, que el cargador no se ha ido sólo tiene el cuello herido y no está bajo tu manto.

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No estés triste Amargura que aunque no esté en el 4º palo lo llevarás a tu lado, .... y abrazado .... a tu cintura.

Y el MARTES SANTO cañaílla, de rancio sabor a Cofradía de barrios,

comienza en ese corazón verde de la Isla que es el parque Almirante Laulhé. Desde donde sale la Cofradía de Nuestro Padre Jesús del Prendimiento y María Santísima del Buen Fin, cuya cotitular procesionará por primera vez en este año, y a quienes dirijo ahora mi canto

En el parque lo han prendío entre árboles y rosales y de allí lo traen detenío, hay un revuelo en las calles. Rodeado vas de chiquillos, de cornetas y tambores y de un coro de pajarillos que te cantan entre flores saetas, marchas y tanguillos al son de tus cargadores.

Y de la Iglesia de San Francisco, la Reina de la calle Comedias, en su paso

plateado, dejará en el aire la primera nota de duelo, al contemplar la imagen del Cristo muerto entre sus rodillas.

Virgen de la Caridad con la mirada en el cielo subiendo tu calle vas. Antigua calle de Comedias que sube de los esteros hasta la calle Real. Testigo de la mayor tragedia que vivió la humanidad. Tras una nube de incienso el misterio pasa escondido, la gente es también culpable. Jesús muerto y descendido viene en brazos de su Madre. Virgen de la Caridad dejaste tu calle atrás, Te enfrentas sóla a la muerte. Más esa no es la verdad tu cargador no te va a dejar, No está dispuesto a perderte y hasta se atreve a cantar.

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Virgen de la Caridad la Virgen más cañailla, morena, que te rebosa la sal por los poros de tus mejillas. Y eres madre de un Rey, Desde la Isla al altar de manos de un cañaílla, por obra de Antonio Bey.

La cofradía del Huerto tiene para este pregonero un significado especial, que

lleva desde muy pequeño, en lo más profundo de su corazón cofrade, y que no encuentra palabras con que expresar.

En esta Cofradía salió por primera vez con 7 años, portando un cirio de

petróleo que le sobrepasaba en dos cuartas. Iba el segundo de la fila justo detrás del farol que acompañaba a la Cruz de Guía. Y fue creciendo y al mismo tiempo retrasando cada año puestos en el cortejo procesional, para salir de escoltapasos trasero del paso de la Virgen, la ultima vez que se vistió la túnica verdiblanca. Y cambiarla al año siguiente por la verde faja y blanca almohada en el paso del Señor.

Ese espíritu cofrade del Huerto, empapado en tantos años, que he intentado

plasmar en los siguientes versos:

Entre naranjos y olivos, entre vítores y palmas la Oración viene bajando, bajando la calle Ancha. Esa oración que llega, que llega pero nunca pasa, esa oración que clava alfileres en el alma. Es la oración del pueblo que reza en Semana Santa.

Ese paso del Cristo del Huerto, en cuya cuadrilla llevo 17 años, que

acompasado por el olivo se mece como ningún otro, y que este pregonero ha visto en sueños como un paso de palio más. Verde palio verde, verde olivar que se mece con prestancia y suprema majestad a mitad de Calle Ancha casi yá de madrugá. Verde palio verde, verde olivar que aceleras corazones y levantas olés de oraciones cuando te ven pasar.

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Verde palio verde, verde olivar sobre paso de caoba, se mueve como las olas, como olitas de altamar. Y en el quieto se hace encaje y en filigrana el mecío. Y el cargador sorprendío, y el capataz en su traje se está ya haciendo un lío. Y saca un papel del bolsillo y aunque no lo crea nadie, al mirar para el olivo ve bambalinas de aire, de hojas en remolino. Y se siente más cofrade y escribe este estribillo: Verde palio verde, verde olivar con bordados de naranjas y de blanco azahar. Verde palio verde, verde olivar, el único palio .... con un sólo varal.

Detrás el paso de la Virgen del Huerto, el paso de palio más pequeño que

procesiona en la Semana Santa Isleña. Pues se hizo allá por los principios de los setenta, y sus dimensiones estaban limitadas por la puerta antigua de la Iglesia de la Pastora, la que da a la calle Marconi, testigo de tantas gloriosas y apretadas recogidas. Esa puerta que por dentro tiene un arco que hacía aún más complicadas las maniobras. Y que obligaba al primer paso de palio que salió de la Pastora, a hacerlo con las patas abatidas y los cargadores en cuclillas, para luego en la calle en una comprometidísima levantá, que ponía los vellos de punta, alzar el paso desde esa postura hasta la parte baja del cielo.

Ese paso que sigue teniendo las reducidas dimensiones que aquella puerta

imponían, pero que es el más coqueto de todos nuestros palios. Donde no falta un detalle, y donde se condensa como en los frascos de las buenas esencias, toda la hermosura de un paso de palio.

Virgen del Huerto, la del palio más chico y la del manto más grande. Pues tu

manto termina con el último de los músicos de la banda de la Cruz Roja, que te siguen tras tu paso desde su fundación, hace ya más de treinta años. Sus uniformes verdes no son sino un pliegue más de tu verde manto, y sus metálicos instrumentos un aplique más de tus candelabros de cola.

Madre más de la ESPERANZA todavía no me explico,

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A la Semana Santa de San Fernando

José Manuel del Solar Peña

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como cabe tanta GRACIA bajo ese palio tan chico. Virgen Divina del Huerto llevas prendida en tu manto una enorme y roja cruz, la música hecha encanto para que la luzca Tú, Reina del Martes Santo.

El MIÉRCOLES SANTO isleño viene presidido por la Venerable Hermandad

del Santísimo Cristo de la Veracruz y Nuestra Señora del Mayor Dolor. Que procesionan en el mayor de los pasos de misterio de nuestra Semana Santa, portando la venerada y antigua imagen del Cristo de la Veracruz, que dice la leyenda encontraron unos pescadores flotando en la bahía. Y en cuyo honor levantaron la capilla que lleva su nombre, y de la cual sale cada Miércoles Santo en una difícil maniobra por la estrechez de la antigua puerta, para a continuación hacernos sentir el escalofrío que recorrerá nuestra sangre al contemplar la primera e impresionante levantá del majestuoso paso de la Veracruz.

Cristo de la Veracruz en tu mecío solemne queda atrapada la luz. Mientras que en árbol perenne de la plaza que lleva tu nombre te quedas plantado tú que diste la vida por los hombres.

Y el contrapunto de ese día medianero lo pone la Cofradía de Servitas de la

Virgen dolorosa del Mater Amabilis, que este año sale bajo templete como al parecer procesionaban antiguamente las Vírgenes en San Fernando.

Mater dolorosa, vigía del Miércoles Santo que cobijas bajo tu manto a la mujer fervorosa. Y llevas junto a ti en tu paso las mas delicadas flores, los corazones gozosos de tus hermanos cargadores.

Y si Veracruz es la tradición perpetuada del Miércoles Santo y Mater Amabilis

la exaltación penitencial de la mujer cañaílla simbolizada en su dolorosa, la Cofradía de Jesús del Gran Poder y María Santísima del Amor es la más joven de las Hermandades de ese día. Sus salidas procesionales se iniciaron en 1.981, y su corta pero prolífera historia siempre ha estado hermanada a la JCC. Y se inicia con una curiosa anécdota que este año ha quedado plasmada en el cartel de la Asociación. Aquel año nadie creía que la Cofradía podría llegar a la hora prevista a la Carrera Oficial desde la lejana barriada Bazán. Y sin embargo se consiguió con tal

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José Manuel del Solar Peña

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puntualidad que llegamos con un cuarto de hora de adelanto. Quedando una fotografía histórica, muy parecida a la que ilustra el cartel de este año, con el paso del Gran Poder pisando por primera vez la Plaza de la Iglesia, y el reloj de la Iglesia Mayor de fondo marcando las nueve menos cuarto.

A esa querida imagen a la que canto con estos versos:

Ahí viene un lirio blanco con treinta lirios a sus pies. Son tus treinta cargadores, Cristo del Gran Poder. Ahí viene la flor del dique, el Señor del Astillero. Forjado con mil repiques de martillos, soldadores y torneros. Y llevas túnica blanca, vas vestío de salinero. Tu sudor es fina sal salpicada del estero. Y tienes prisa al andar pues vienes desde muy lejos. Por eso tu capataz no tiene paz ni sosiego, hasta que ya de madrugá y cuando vas cruzando el puente, dejas la Isla detrás y te vuelves ... con tu gente.

Y tras el Gran Poder, la Virgen del Amor. El inmenso Amor de una madre que

sigue angustiada los pasos de su hijo camino del Calvario. De ese calvario del paro que planea entre las esquinas de tu barriada. De ese calvario de dolor que se vislumbra cuando pasa por la estación y sobre ella se proyecta la sombra del Hospital de San Carlos. De ese calvario de la droga que anida en cualquier casapuerta de los barrios humildes que tú cruzas, hasta llegar radiante bajo tu palio de malla al centro de la ciudad, poniendo con tu Amor la única nota de esperanza del Miércoles Santo cañaílla.

Y por eso le dedico esta estrofa:

Virgen del sagrado Amor llevas bordado en tu palio toda la fe y el sudor de la gente de tu barrio.

Es JUEVES SANTO

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A la Semana Santa de San Fernando

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Ese Jueves Santo de túnica negra y Cristos crucificados. De multitud en la calle, de visitar los Sagrarios. De mantillas y chaquetas, de luto y escapulario. De una ciudad inquieta, convertida en escenario de la muerte del Profeta. La Isla es un gran Calvario.

Ese Jueves Santo de contrastes, en el que también al son de marchas se mecen a Vírgenes de Esperanza, de Piedad, de Paz, de Dolores y Desamparo.

Ese Jueves Santo, en el que este pregonero ha tenido la infinita dicha de

formar parte de las cuadrillas de los dos Crucificados. Como capataz del Perdón y como cargador del Cristo de la Expiración.

Llevar a Jesús Crucificado es descubrir la dimensión íntima del cargador, la

quintaesencia de la carga. De entender el milagro de hacer de la muerte un motivo de vida, y de la vida un ritual de la muerte.

Y así queda reflejado en los versos del poeta:

Cargador lleva despacio a Jesús que va muerto por amor sobre el árbol de la Cruz.

Ese Jueves Santo que nos trae desde el barrio marinero de la Casería un

rosario de cruces penitentes que preceden a ese Cristo modelado por cañaíllas manos en los años 50. Ese Cristo que es sacado en brazos de sus cargadores y alzado sobre su paso ante la puerta de su capilla constituyendo una de las más bellas estampas de nuestra Semana Santa.

A ti rezo Cristo del Perdón crucificado que se te escapa la vida con la sangre que fluye por esa herida que tienes en el costado. Y llevas perdida la mirada entre la tierra y el cielo, con tu carne clavada a la carne del madero. Y te reza el cargador meciendo cortito a Jesús pues vas pidiendo PERDÓN

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José Manuel del Solar Peña

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desde lo alto de la cruz.

Y el Jueves Santo nos trae también aromas pastoreños, con la Sacramental Cofradía de Nuestro Padre Jesús de la Misericordia y María Santísima de la Piedad. El Primero en su majestuoso y barroco paso dorado, y la Segunda en el paso de palio más conseguido de la Semana Santa isleña.

El mejor trono para esa flor del pastoreño rosal que es la Virgen de la Piedad. Isleña concebida sin pecado original. Cuando pasa la Piedad el aire se hace lamento. Misericordia Señor para los vivos y muertos. Aquí comprende el cargador que tiene sentido el tormento.

De la Iglesia Castrense de San Francisco sale la Cofradía del Cristo de la

Expiración y María Santísima de la Esperanza, a la que todos llamamos “El Silencio”. La que fue cuna de éste y otros muchos cargadores, cuando allá por 1.978 confió en un grupo de chavales que no habían cargado más que andas en los traslados, para sacar su Cristo del Silencio. Sembrando así la semilla de esta gran cosecha que ha sido, es y seguirá siendo los Jóvenes Cargadores Cofrades.

Ese Cristo del Silencio al que yo “he crucificado” de nuevo algún Sábado

Santo al ayudar a cambiarlo de su cruz procesional a la cruz que lleva en su altar, tras bajarlo del paso. Y que al tocar su cuerpo me hizo sentir un estremecimiento que no logro describir.

Pues Cristo está muerto pero parece que sigue hablando, con su sensación

de dulce entrega, con su rostro sobre el pecho desplomado, con la mirada perdida, con la boca entreabierta como si se le escapara una última palabra. Y es que Dios sigue ahí aunque esté muerto.

Cristo, Tú que entregaste tu cuerpo por nuestros pecados, yo ofrezco el mío

para aliviar tu dolor. Y por eso, por Ti, me hice cargador. Y detrás del Silencio, la Virgen de la Esperanza. Con el palio que mejor se

mueve en la Isla, que te seduce en el mecío, te arrastra con sus varales y te engancha entre sus faroles de cola. Para hacerte despertar del sueño de sus bambalinas, al mezclar su verdor con el de los árboles de la Alameda, y volver a sentir a lo lejos, entre el silencio y la oscuridad, la presencia de Cristo Expirando.

No hacen falta ya cornetas, ni siquiera los tambores.

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El silencio se hizo noche, silencio de cargadores. Para llevar a Dios muerto no hacen falta tantos sones. A pulso la levantá, y cortito el paso lleva. En la Cruz muerto está cruzando por la Alameda. Detrás viene la Esperanza tras tinieblas de incienso que van cortando el relente. El llanto se ha hecho inmenso, y un hábito de dolor va arrastrando a la gente. Si en el Silencio fui cargador con la Esperanza,... penitente.

Llega la MADRUGADA, la exaltación cofrade en la calle. La hora de perderse

en la multitud, de participar de las emociones contenidas de tantos isleños, y enajenarse de la dura realidad cotidiana en búsqueda de la Resurrección. Porque la madrugada no es otra cosa que una manifestación de rechazo colectivo a la muerte de Jesús y una resurrección anticipada a la vida.

La “madrugá” que se inicia con la Cofradía de Penitencia del Santísimo Cristo

de la Sangre y María Santísima de los Desamparados. Forjada con savia vieja de cofrades nuevos, que desde la capilla del Hospital de San José nos reconforta en la bendita advocación del desamparo. Como a los ancianos que cobija en la Residencia del antiguo Hospital donde tiene su sede.

Y cuando el reloj marque las dos en punto, se abrirán las puertas de la

“Catedral de la Isla” para que salga la más popular de nuestras Cofradías, la del Nazareno. Salida que espera impaciente una gran multitud que inunda la Plaza de la Iglesia, la calle Real, y que le acompañará durante todo su recorrido hasta el alba del Viernes Santo. Viviéndose los momentos mas emotivos de nuestra Semana de Pasión.

Jesús el Nazareno pisa ya la madrugada. La luna y los luceros van alumbrando su cara, pues la noche le acompaña envuelta en capa morada. Su Madre de los Dolores viene con saya encarnada, mecía por sus cargadores

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con tanta gracia y donaire, que parece viene mecida por un suspiro del aire. Y al despuntar la mañana, en la mitad de la plaza Cristo y María se encuentran y en el mecío se abrazan. El pueblo que lo contempla rompe en palmas y alabanzas. Y surge la oración callada que por saetas arranca. Y el Hermano que le sigue se hace un nudo en la garganta. Y hasta el azahar llora con lágrimas de paloma blanca. Y las campanas repican avisando en lontananza que La Isla venga a verte pues Jesús el Nazareno, abrazando tu madero vas camino de la muerte.

Es VIERNES SANTO. Los ojos de la tarde tienen una extraña tristeza. Una

luz tenue y fatigada prende en sus alas el aire. Y fluye un olor a crisantemo recién cortado, a lirio tronchado, a azahar marchito. La calle es un duelo de silencio.

Y al caer la tarde sale la Cofradía del Cristo de la Redención y María

Santísima de la Soledad. De tantos recuerdos para este pregonero, que aprendió a llevar la voz bajo el paso del Cristo de la Redención, precisamente con Javier, el que hoy ha sido mi generoso presentador, como voz de cola. Y de entre ellos voy a contar una anécdota graciosa ocurrida al capataz allá por 1.981, y os pido perdón por haberla plasmado en verso, pero así me salió:

Oye amigo cargador ten cuidao en la levantá pues está lleno el hachón y le puede salpicar al Cristo de la Redención. El tercer toque sonó y al cielo la levantá. !Ay Dios mío que coraje ! al bueno del capataz le han llenado de cera el traje.

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Y detrás viene la Virgen de la Soledad. En su paso barroco que tiene por varal la cruz que emerge a sus espaldas, por bambalinas los sudarios que de ella cuelgan y por palio a las estrellas apagadas de la triste noche del Viernes Santo. La Virgen que en su advocación representa el vacío de todos los Cristianos tras la muerte de Jesús, y que en su paso recoge mil soledades en una, en ti Soledad.

Mil soledades en una. Soledad de un negro cielo sin estrellas y sin luna. Soledad la de la madre que ve muerto al hijo de su cuna. Soledad la de su pena, su dolor y su amargura. Soledad la de sus ojos secos de lágrima alguna. Soledad la de la flor sin pétalos y sin aroma. Soledad hasta en la mar sin mareas y sin olas. Mil soledades en una, tras tu paso Soledad la Isla, se queda sola. Sólo el aire sin ruidos y sola el alma sin sentidos. Sólo el alba sin rocío, y sólo el cante sin quejíos. Sólo el cuerpo tras el último latido. Pero no hay soledad peor, que cuando se aleja el gentío y en la Iglesia Mayor, ya con el templo vacío, En Soledad el cargador te da el último mecío.

Y el cargador que después de haber paseado en triunfo y alegría a Jesús y a

su Madre por las calles de la Isla, se encuentra con la tristeza de llevar a Cristo muerto. Y este año por primera vez cargándolo al más puro estilo cañaílla, en la

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Cofradía bicentenaria del Santo Entierro y María Santísima del Mayor Dolor en su Soledad.

Qué envidia para un cargador de Cristos, que ha llevado a Jesús con la cruz,

en pasos de misterio e incluso a Cristo crucificado, poder cargar a Jesús en la última figura de la Pasión. A Cristo muerto en el más solemne de todos los entierros. Evocando el mismo rito que desgraciadamente nos va a tocar repetir varias veces en nuestra existencia, para ocupar su sitio en la última y definitiva trepá de nuestras vidas, camino del cementerio.

Al Cristo que duerme en su más dulce muerte. A ese Cristo yacente en su Entierro Sagrado, ahora le pido que cuando ... de su sueño despierte, me lleve hasta el cielo amarrado a su palo. Que cuando llegue la hora de la Resurrección quiero ser de su paso el primer cargador.

Y ya en la madrugá del SÁBADO SANTO contemplaremos la sobrecogedora

imagen de la Virgen del Rosario, que procesiona con toda la austeridad de su misterio doloroso.

Sin más alhajas que los luceros de la noche, sin más flores que las que se abren al verte cruzar el parque, sin más música que el latido de los corazones que se agitan al sentir tu presencia, y sin más palio que la estela de tu pureza.

Y despertaremos de este sueño pasional con el repique jubiloso de las

campanas en la mañana del DOMINGO DE RESURRECCIÓN, que anuncian a los cuatro puntos cardinales, el triunfo victorioso de Jesús sobre la muerte.

En el cielo del Domingo un supremo añil domina, mientras un sol de justicia con sus rayos asesina. Más no es mañana de muerte sino es mañana de vida. Cristo ha Resucitado y viene a la Isla a verte. Que no paren las campanas,

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que la música siga tocando, Cristo Resucitado con pasos cortos camina por la Isla de San Fernando.

Y tras contemplar este imaginario recorrido procesional por las Cofradías de

nuestra Semana Santa, el cargador se vuelve a encontrar de nuevo sólo, de pié ante la imagen del Cristo o de la Virgen que ha llevado toda la noche sobre sus hombros y vuelve a dialogar con él.

En su pecho aún palpita acelerado su corazón cofrade que vibró minutos

antes, al hacer el encuentro entre el paso de Cristo y el de la Virgen en la mitad de la plaza. En ese encuentro en que Jesús se despide de su Madre dejándola en el altar de la Isla, para El seguir su camino hacia la muerte. En ese encuentro en que las dos cuadrillas se funden en una sola, en una sola voz, en un sólo llamador, en una sola levantá, en un sólo mecío..., como la Isla así lo reconoce y lo aglutina en una sola fe. La tradición y la fe del cofrade isleño. La fe en Cristo y en María a través de todas y cada una de nuestras Hermandades de Penitencia.

Y tras el encuentro el cargador se dispone a subir la tarima que dá acceso a

la Iglesia. Allí sacará las últimas fuerzas de su cuerpo cansado para mecer el paso. Y a los compases del Himno sus pasos retumbarán sobre la madera, con un sonido hondo y hueco, que no es sino un signo más de alabanza a Cristo o a María, como lo son los repiques de las campanas, el mismo Himno o los aplausos con que los fieles devotos despiden a la Imagen en la recogida.

Una vez atravesado el cancel de la Iglesia, el capataz mandará “arrastrar los

pies “, y el cargador exhausto ya, sacará energías de donde no las tiene para cruzar la estrechez, sin que el penacho de la cruz, la corona, o la crestería del palio rasquen la cal del techo. O que alguna tulipa, angelito o figura de las capillas laterales dejen su firma en la madera de la puerta. Ese arrastrar cadencioso de las zapatillas llenas de cera, sobre el mármol del suelo de la Iglesia produce un íntimo sonido, que saliendo del paso rasga el silencio del interior del templo, y no es más que ese último esfuerzo del cargador hecho Padrenuestro y Avemaría en acción de gracias a Dios y a la Virgen.

Y nuestro cargador, que ya ha desamarrado su almohada sudorosa, y la

abraza contra su pecho, vuelve a tener el mismo cruce de miradas de horas antes, ese que yo llamo legítimo momento de gozo. Pero ahora Jesús y María parecen más alegres, sus ojos brillan, y en sus labios parece vislumbrarse una leve sonrisa. Como si el procesionar por las calles de la Isla les hubiese reconfortado.

Y el cargador le dice Dios mío gracias. Gracias por haberme permitido nacer

en la Isla, por haberme hecho Cofrade, y por dejarme estar tan cerca de Ti. No quiero cansarte más, no quiero pedirte más que una cosa, pues bastante te habrán pedido durante toda la noche. Sólo... que sigas cuidando de los míos.

Y se despide santiguándose y diciéndole:

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“Padre mío, hasta el año que viene, ...si Tú quieres“ ... Y deseo terminar mi Pregón expresando lo que siente un cargador de Cristo

cuando ve a su Bendita Madre mecerse en esa obra de suprema perfección estética que es un paso de palio. Y ello quiero simbolizarlo en la Virgen del Carmen, la patrona de la Isla. De cuyo paso tuve la inmensa alegría hace años de ser capataz. En aquel inolvidable para mí 16 de Julio de 1.982. La única vez que este cargador ha formado parte de la cuadrilla de un paso de palio.

Y por ello, y con Ella quiero plasmar en verso la ilusión de este cargador de

palios sólo en sueños.

Si yo fuera cargador de la Virgen Carmelita iría al campo a buscar aromas de tiernas flores, claveles, rosas, geranios, y con ellos perfumar el mejor paso de palio. Si yo fuera cargador de la Virgen Marinera traería del fondo del mar los más hermosos corales, y con ellos modelar tu peana y tus ciriales. Si yo fuera cargador de la Virgen cañaílla iría corriendo a buscar por esteros y salinas, granos de blanca sal con que tejer tu toquilla. Y también traería del mar mil remolinos de olas, para con ellos rizar tus candelabros de cola. Si yo fuera cargador de la Virgen Carmelita iría al centro de la tierra y de allí recogería los más preciosos metales, y con ellos troquelarte toda la candelería. Y te traería hasta el levante, tormentas y temporales, para con ellos forjarte los más recios varales. Si yo fuera cargador de la Virgen Marinera iría a pedirle al sol hilos de rayos dorados,

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que sobre azul terciopelo y sobre tu manto bordados yo te traería del cielo. Si yo fuera cargador de la Virgen Carmelita yo no sé que te traería pero ten seguro, Madre Bendita ¡Que nada te faltaría!. Más como cargarte no puedo porque me salgo del palo, te dejo mi mejor tesoro aquí te traigo a mi hermano, a mi amigo, al compañero que te cargarán con primores, con amor y con esmero, porque ellos son los mejores... Para eso son de la Isla, y son JÓVENES, COFRADES Y CARGADORES.

Real Isla de León, 8 de abril de 1.995, Sábado de Pasión José Manuel del Solar Peña

(Joven Cargador Cofrade)