Misofagia

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Misofagia EXISTÍAN EN MESOAMERICA TRES TIPOS DE CANIBALISMO que podían ser calificados según el lugar que ocupaban dentro del grupo los seres humanos que iban a ser consumidos. Existía el endocanibalismo, que se caracterizaba por comer sólo a personas del mismo grupo; el exocanibalismo, que indicaba el consumo de forasteros y el autocanibalismo, que significaba ingerir partes del propio cuerpo. Yo practico la misofagia, que es el deseo o la necesidad que tienen los hombres de tener una mujer, pero en un apetencia equiparable a la de comer. Fiel a mis costumbres sólo como hembras inteligentes y perspicaces, que en estos días de Internet y paliativos son irremisiblemente difíciles de encontrar. En verdad no existe relación directa entre el IQ y el sabor de la carne; la hay quizá en la exaltación, que a su vez tiene que ver con el gustillo que interpreta el cerebro, pero no con el registrado por las papilas gustativas; eso decae en una perturbación del gusto, y no creo que sea mi caso. Cuando yo ingiero carne de mujer, mis papilas liberan una sustancia llamada adenosina trifosfato, una especie de neurotransmisor que activa mi sentido del gusto; en todo este proceso, una proteína llamada modulador homeostático de calcio 1, funciona como un canal que libera suficiente adenosina para percibir lo salino de la carne de la hembra, un sabor muy similar a la sangre de cordero; puedo percibir entonces la edad, el tipo de alimentación y las

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Misofagia, relato de Alfredo Padilla.

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Misofagia

EXISTÍAN EN MESOAMERICA TRES TIPOS DE CANIBALISMO que podían ser

calificados según el lugar que ocupaban dentro del grupo los seres humanos

que iban a ser consumidos. Existía el endocanibalismo, que se caracterizaba

por comer sólo a personas del mismo grupo; el exocanibalismo, que indicaba

el consumo de forasteros y el autocanibalismo, que significaba ingerir partes

del propio cuerpo. Yo practico la misofagia, que es el deseo o la necesidad que

tienen los hombres de tener una mujer, pero en un apetencia equiparable a la

de comer.

Fiel a mis costumbres sólo como hembras inteligentes y perspicaces,

que en estos días de Internet y paliativos son irremisiblemente difíciles de

encontrar. En verdad no existe relación directa entre el IQ y el sabor de la

carne; la hay quizá en la exaltación, que a su vez tiene que ver con el gustillo

que interpreta el cerebro, pero no con el registrado por las papilas gustativas;

eso decae en una perturbación del gusto, y no creo que sea mi caso. Cuando

yo ingiero carne de mujer, mis papilas liberan una sustancia llamada

adenosina trifosfato, una especie de neurotransmisor que activa mi sentido del

gusto; en todo este proceso, una proteína llamada modulador homeostático de

calcio 1, funciona como un canal que libera suficiente adenosina para percibir

lo salino de la carne de la hembra, un sabor muy similar a la sangre de

cordero; puedo percibir entonces la edad, el tipo de alimentación y las

condiciones de almacenamiento que yo mismo le otorgué. Al final, un ligero

sabor metálico como consecuencia de su contenido en hierro, y es ahí cuando

llega la eyaculación.

¿Significa progreso el que el antropófago coma con cuchillo y tenedor?,

preguntaba al aire el poeta Stanislaw Jerzy Lec, el progreso es la realización

de las utopías, le respondería un afeminado Oscar Wilde, y mi utopia es el

canibalismo. La gente cambia, la luna tiene más cráteres que en un principio y

hay más I Phones que personas en el mundo, ¿por qué no debería yo

apegarme a los utensilios contemporáneos para conquistar y asesinar?, Rudy

Eugene utilizó la Biblia y la sobrevalorada Vida de Zoé para devorar rostro y

nariz del indigente Edward Poppo en el 2012. Nicolas Cocaign utilizó unas

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tijeras industriales a través de la rabia para propinarle docenas de pinchazos

en el pecho, cuello y espalda a su víctima. Y como no estaba seguro de si

había muerto, buscó un saco de basura y lo asfixió, cogió una cuchilla de

afeitar y le abrió el pecho. Según sus testimonios, metió la mano creyendo que

estaba tocando el corazón, pero como le dijeron más tarde, lo que cogió fue un

trozo de los pulmones. Cocaign lo hizo por curiosidad, según él, quería

conocer el sabor de la carne humana.

Fritz Aarmann utilizó un hacha de partir carbón ayudándose de una

sierra de carnicero para desmembrar a cincuenta cadáveres que él mismo

convirtió en “perros calientes” y que después vendería en la estación de

ferrocarril en la que trabajaba. Jeffrey Dahmer violó, asesinó, bebió la sangre y

se comió –entre otras partes del cuerpo– los cerebros de diecisiete jóvenes,

tras sentir que pasaban a ser permanentemente parte de él, aparte de la

curiosidad de saber cómo eran por dentro. Henry Heepe mató a su madre de

setenta y siete años y cocinó un guiso con ella. George Hasselberg confesó

haberse comido las entrañas de su amante octogenario, al ser interrogado

declaró: “Jamás pensé que podría haber llegado a este extremo”. Filita

Malishipa, de Zambia, fue condenada a seis meses de prisión tras confesar

haberse comido a siete de sus hijos con la ayuda del “Demonio”. Ustedes

disculparán las apologías, pero es que me excita en demasía narrar estas

historias. Yo utilizo la lujuria y el Facebook para manipular a mis víctimas, ese

progreso con hipo que es la red social.

Conocí a Alejandra en el 2011, tras enviarle una solicitud de amistad

que aceptó al instante. Nos hicimos amigos de madrugada, frente al monitor.

yo escribía desnudo, ella en pijamas sugerentes de dibujos animados. Pocas

veces activaba su cámara en Skype, pocas veces la vi desnudarse, incontadas

veces lo hice yo, ella tenía una cara entre horror y excitación.

Platicábamos acerca de cine, ya saben, usualmente de cintas

populares, de esas que se ven comiendo palomitas en casa o acompañado de

tu pareja en las salas de cine. Yo hablaba sobre Cannibal holocaust de R.

Deodato, ella sobre la maquillada y sobrevalorada The silence of the lambs. Yo

conversaba sobre Thomas Harris, y aquel Doctor regiomontano llamado

Alfredo Ballí Treviño y quien fuera la inspiración detrás de Hannibal Lecter.

Habitualmente ella me enviaba links que contenían canciones de Led Zeppelin

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o Pink Floyd, y hablaba de ellas como si fueran el santo grial de todas las

bandas. Por mi parte yo enviaba tangos, o le desplegaba el existencialismo

latinoamericano explicado en un bolero ranchero, ella se mostraba icónica e

indiferente, yo solo escribía.

Recuerdo bien hablar sobre aquel bolero titulado Sombras, que

interpretaría Javier Solís, pero que fue compuesto para Blanca Rosa por José

María Contursi. Escribía fragmentos de la canción en disímiles ventanas de

chat: “Quisiera abrir lentamente mis venas / mi sangre toda verterla a tus pies /

para poderte demostrar que más no puedo amar / y entonces morir después”.

Ella reía en forma de emoticón, yo rompía en llanto gracias a mi TLP, y no

había link que pudiera curarme.

No asesiné a Alejandra si es lo que están pensando, o burdamente, “no

me la comí”. Le estaría haciendo un favor, y yo no soy complaciente, soy en

todo caso un horrorista. Aunque mis dientes, lengua, estómago y pene me lo

pidieran a gritos, no me la comí, sería demasiado bondadoso el acto de

hacerlo. Nos vimos solamente una vez, en un café chocante, y me sentí tan

insulso que quise azotar su cabeza contra la pared, pero me contuve, sería yo

tan estúpido.

Recién paso por una depresión, además del TLP, el trastorno de

personalidad, o la bipolaridad. Ya he probado de todo, Tafil, Sertralina,

Onlanzaprina, Epival, Concerta y Rivotril. Se me ha inhibido el apetito y mi

misofagía se ha diluido casi por completo. Soy Nabal y deseo ser devorado.