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EL PLAN MAITLAND. LA AVANZADA BRITANICA CON SUS AGENTES, PARA LA INDEPENDENCIA DE LA AMERICA ESPAÑOLA. EL PLAN MAITLAND (Una forma discreta de llorar en silencio) Aparece un Plan Estratégico que suena conocido En la acción táctica de cruzar la Cordillera de los Andes, como parte de la campaña que va de 1817 a 1821, el General José de San Martín puso en marcha, al llevarlo a la práctica, un plan estratégico que guarda sorprendentes analogías con otro que fuera concebido en Inglaterra, y presentado a consideración de Su Graciosa Majestad a principios de 1801. Aunque

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EL PLAN MAITLAND. LA AVANZADA BRITANICA CON SUS AGENTES, PARA LA

INDEPENDENCIA DE LA AMERICA ESPAÑOLA.

EL PLAN MAITLAND(Una forma discreta de llorar en silencio)

Aparece un Plan Estratégico que suena conocidoEn la acción táctica de cruzar la Cordillera de los Andes, como parte de la campaña que va de 1817 a 1821, el General José de San Martín puso en marcha, al llevarlo a la práctica, un plan estratégico que guarda sorprendentes analogías con otro que fuera concebido en Inglaterra, y presentado a consideración de Su Graciosa Majestad a principios de 1801. Aunque personalmente me inclino a pensar, por algunas evidencias, que el año exacto de su compendio, redacción y revisión pudo estar comprendido entre mediados de 1799 y febrero de 1801.

Este Plan Estratégico inglés habría sido concebido y escrito por el Mayor General Sir Thomas Maitland (1759-1824), y entregado a Henry Dundas (desde 1804 Primer Lord del Almirantazgo como Lord Melville), que entonces se desempeñaba como Secretario de Guerra en el primer gobierno de William Pitt (hasta 1801), llamado El Joven (1759 – 1806), durante el reinado de Jorge III (de 1760 a 1820), Rey de Gran Bretaña e Irlanda. Con anterioridad había sido secretario de su padre, Pitt (1708-1778), El Viejo (Lord Chatham), quien fuera Primer Ministro de los reyes Jorge II y Jorge III.

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El hallazgo del Plan Maitland como documento“Yo tuve la suerte –dice el doctor Rodolfo H. Terragno-, de encontrar una copia original del Plan Maitland en Edimburgo, a principios de 1981, mientras realizaba una investigación en archivos escoceses. El objetivo de esa investigación era obtener datos sobre James Duff, Cuarto Conde de Fife, y otros posibles contactos de San Martín” (R. H. Terragno, Las fuentes secretas del Plan Libertador de San Martín, publicado en la Revista Todo es Historia, Nro. 231, Buenos Aires, agosto de 1986).

El hallazgo de Terragno consistió en 47 hojas manuscritas por el propio Maitland, sin fecha ni destino, así como ninguna indicación de que tal documento fuera presentado ante el gobierno británico. Algún empleado del museo, al organizar los papeles de Maitland, habría registrado el documento bajo el título de Plan para capturar Buenos Aires y Chile y luego emancipar Perú y Quito.

Más adelante dice este historiador, que “en la traducción del Plan Maitland, escrito en inglés de hace casi dos siglos, he procurado ser lo más literal posible, absteniéndome de toda modernización o simplificación de estilo.” Pues bien: así lo haré también. Lo delicado de este asunto así lo exige, a fin de que nadie sospeche que detrás de mí hay una mala intención respecto de este benemérito de la Patria.

“Muchos oficiales escoceses estuvieron envueltos durante el Siglo XIX –sigue Terragno en su exposición- en planes para atacar a España o ayudar a las colonias en sus luchas por la independencia.” Sin desmerecer ni criticar a nadie, creo firmemente que lo dicho por el doctor Terragno es el exoesqueleto de lo que dijeron querían hacer los ingleses y su pléyade de amigos con la América Española; y el endoesqueleto resultó ser que, en realidad, se la querían merendar (“dominación indirecta” como la llamó Castlereagh, Ministro de Guerra, en septiembre de 1807), tal cual ocurrió finalmente de 1826 (empréstito con la Baring Brothers del que se recibió 1/4 del total -1/8 en metálico y 1/8 en papeles negociables-, y se pagó cuatro veces en efectivo, finalizando en 1905), hasta el 2007 con el establecimiento del Nuevo Virreinato del Río de la Plata desde 1955, con Islas Malvinas incluidas (1833 y 1982) que, procezoica y deliberadamente, se perdieron, a mi leal entender, para siempre.

Preocupado el entonces presidente de los EE. UU (de 1821 a 1825), James Monroe (1758-1831), por las rápidas acciones lanzadas por el Ministro de Asuntos Exteriores (1823) de Inglaterra, George Canning (1771-1827) sobre los despojos del antiguo Imperio Español, reconoció también a las jóvenes repúblicas americanas como habían hecho los ingleses, y proclamó la famosa Doctrina Monroe (1823), que en extrema síntesis dice: América (del Norte) e Hispanoamérica (Africa Blanca) para los Americanos (los EE.UU.); y Europa y África (Negra) para Inglaterra. Es decir: pide subrepticiamente que se respete lo acordado y proclamado después de la derrota de Napoleón en Waterloo (1815) y el fin del Imperio de los Cien Días. Monroe no practicaba el arte declamatorio; era un viejo expansionista: en 1803 fue el motor de la compra de Luisiana y poco después de la compra de la Florida (1818).

Y así, por decreto, sin que suene un tiro, incorporó hasta la fecha a Hispanoamérica (Africa Blanca) al patrimonio de la Gran Nación de Norte. Tampoco por esto hubo rebuzno alguno. No por allende ni por aquende los mares y tierras. Menos aquí, que teníamos la inconmensurable suerte de contar con Rivadavia al frente de los directoriales y una buena caterva de adictos, que son los que fusilarían al Coronel Borrego cuando les descubrió este chanchullo y el que habían armado con el Banco de la Provincia.

El lugar de donde todos salen y a donde todos vuelvenRespecto a los oficiales escoceses, puedo decir que muchos fueron amistades de San Martín en España primero y en Inglaterra después. No es una casualidad que, cuando el prócer elige el camino del ostracismo voluntario, volviese a Londres de donde había salido 12 años atrás, cumpliendo así la ley que dice que todo libertador que

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se precie de tal debe salir de Inglaterra y luego regresar a ella. Desde Carlos Marx hasta Gandhi y el Ayatollah Komeini cumplieron con esta premisa; sin contar al General Pinochet y a su supuesta antítesis progre Michelle Bachelet (la casaron con un comunista alemán residente en Londres y la mandaron a Berlín del Este, váyase a saber con qué misión), los que, cuando las papas quemaban, también regresaron a Londres donde fueron recibidos y cobijados maternalmente (por las mamás Elisabeth II y doña Margaret Thatcher).

Y hablando de papas quemantes, Su Santidad, el Papa Juan Pablo II, antes de venir a consolarnos por la guerra de Malvinas, primero pasó por la Patronal, Inglaterra. Dicen que ésta fue una visita programada con mucha anterioridad y por ello inevitable. Se intentaba hacer un acercamiento con la Iglesia Anglicana. No sé. Porque las visitas, ante tal o cual eventualidad, se pueden suspender o posponer, y más a esos niveles estratosféricos de las relaciones pastorales, ¿o no? Es que el Banco Ambrosiano (el Banco de los Curas), Roberto Calvi (il Cavalieri) que apareció colgado por el cuello debajo del puente londinense de Los Hermanos Negros el 18 de junio de 1892 (dejándole al Ambrosiano un agujero de 8.300 millones de dólares), la Propaganda Due (cuyo tesorero era Calvi y Licio Gelli su Gran Maestre), y otras cosillas tiran más que una yunta de bueyes con la mancera bien cinchada al cogote y cornamenta.

Armado de mucha paciencia y tomado de la mano de los españoles Modesto Lafuente (Historia General de España, Tomo XLVI, Cap. XXIV, pp. 7222 en adelante, Ed. Correo Español, Bs. As. 1889), y de Carlos Mendoza (Las Batallas del Siglo XIX, Tomo I, Cap. VI, pp. 117 y ss.; y Cap. VIII, pp. 146 y ss., Ed. Artístico Literaria, Barcelona); y siguiendo a los argentinos Bartolomé Mitre y a Pacífico Otero, los mayores biógrafos sanmartinianos, he frecuentado las campañas militares en las que participó San Martín en la Guerra de la Independencia española (de mayo de 1808 a fines de 1814). Aunque sabemos que la última acción de San Martín en España fue en el segundo sitio a Badajoz, a órdenes de William Carr Beresford, retirándose inmediatamente el 14 de septiembre de 1811 en un buque de guerra inglés, por la vía Cádiz-Gibraltar-Lisboa-Londres.

De este estudio minucioso, detenido, surge que, necesariamente San Martín debió conocer en España al siguiente personal militar inglés que había participado en las invasiones de Buenos Aires: Brigadires Generales Auchmuty, Lumley y Cortty; Generales Acheson, Baird, Crawford y Beresford; Mayores Generales Lewisson Gower, Duckworth y Fergusson; Almirante Murray; Contra Almirante Sterling; Coroneles Bourke, Browne, Mahon, Munay, Trent, Nightingale y Lloyd; Tenientes Coroneles Pack, Dilkes, Deane, Gill, Guard, Paget, Poham, Boutler, Torrents, Backhouse, Bradford y Kington; Mayores Campbell, Guardner, Whittingham,Turner, Trotter, Nugent, Miller, Fucker, Gardner, Travers y Forbes; Capitanes Stirling, Howker, Jackson, Watsson, Dickson,Carmichael, Wilgress, Donell, Pallmer, Donnelly, Fraser, Douglas, Patrik, Clinton, Campbell, Broke, Brown y Arburthnot; Tenientes Mahon, McDonald, L’Estrange y Evans. Lógicamente en España estos fueron ascendiendo por antigüedad o méritos de guerra, como Pack, el perjuro, a General. Otros se murieron. Desde luego que tampoco son todos. Este puñado hombres son los que cumplen la doble condición de haber estado en Buenos Aires y en España, con diferencia de 1 ó 2 años entre un punto y el otro, y necesariamente debieron frecuentar a San Martín.

En cuanto a las unidades militares que pasaron completas del Río de la Plata a España (vía Bahía de Mondego, Portugal) al mando del General Arthur Wellesley, después Duque de Wellington (1769-1852) fueron: el RI 71°; R 9° de Tenientes Dragones; Brigada de Artillería; RI 36°; RI 38°; RI 47°; RI 54°; R 20° de Dragones; RI 88°; RI 89°; RI 95°; RI 40°; RI 87°; R 17° de Dragones; RI 5°; RI 36°; RI 45°; R 6° y R 21° de Dragones R 6° de Guardias Dragones, sin contar 3 Compañías de Artillería; una Compañía de Carabineros; 4 compañías de Granaderos, un Batallón Ligero; 3 Compañías del Cuerpo de Carabineros; el Cuerpo de Santa Elena; 4 compañías de Artillería y un Cuerpo de Reclutas para los relevos. Todas ellas debieron ser unidades conocidas por San Martín en diferentes momentos, aunque no sabemos si revistó en alguna de ellas, lo que me parece improbable. También estas unidades cumplen la doble condición a la que me referí en el párrafo anterior.

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Sir Thomas Maitland y sus conexiones políticasMaitland fue un oficial naval, escocés como la gran mayoría de sus vinculaciones, miembro del Parlamento y compañero de George Canning en aquella Cámara. Así como él también, integrante de la Junta de Contralor (poderoso organismo del ente paraestatal llamado Compañía de las Indias Orientales. Digamos una organización que, por una parte fueron los herederos legítimos de filibusteros a lo Cook, Cavendish o Morgan; y por la otra, revestidos con rasgos más o menos civilizados al uso de un Cuartel General o de un Estado Mayor; como herramienta para todos aquellos que planeaban nuevas conquistas, no sólo en la India, sino también en el Caribe y en Sudamérica).

Maitlan junto con Canning fueron Consejeros Privados de la Corona (a partir del 8 de abril de 1807). A Canning se le decía entonces “el heredero de Dundas”, ¿cómo lo llamarían a Maitland? Posteriormente Canning fue Canciller entre 1807 y 1809 por recomendación de Wellesley (hermano del que entonces ya estaba en Portugal).

En 1783 William Pitt, segundo hijo de quien fuera Jefe de Gabinete de los reyes Jorge II y Jorge III, es nombrado Primer Ministro y Ministro de Finanzas. Su gobierno, que duraría 17 años, se iniciaba cuando el no tenía 25. Once años después, en 1794, desdobla un ministerio, colocando al Duque de Pórtland como Secretario de Estado de Interior, y lo separa de los negocios de la guerra que conserva Henry Dundas, Secretario de Guerra desde la asunción de Pitt. En este contexto del poder aparece Maitland vinculado a Dundas, “el más firme promotor de acciones británicas en Hispanoamérica”, y gracias a él tiene acceso directo a Pitt. Porque Dundas, un escocés muy hábil políticamente, fue la sombra de Pitt y viceversa.

Maitland también estaba vinculado, a través de Dundas, a Sir John Coxe Hippisley, otro miembro del Parlamento y oficial del ejército de la Compañía de Indias Orientales. Hippisley era un buen conocedor de todos los temas sobre una posible acción militar en Hispanoamérica, porque había participado de las reuniones celebradas por Dundas con este motivo. Y ha participado en ellas en calidad de asesor, porque había reunido abundante información de fuentes insospechadas.

Hippisley vivió muchos años en Roma donde hacía tareas de espionaje para el gobierno británico, y fue allí donde obtuvo “información sobre los modos de atacar las colonias españolas”, todo lo cual paso a referir y analizar a continuación.

Los Jesuitas: una fuente de información insospechadaEl ministro portugués Sebastián José Carvalho y Mello (1699-1782), Marqués de Pombal, hombre tenebroso, ampliamente vinculado a la masonería, a los iluminados y por ellos a los ingleses (desde el Tratado de Methuen, 1703, Portugal había pasado a ser una colonia inglesa, so pretexto de un tratado económico), durante el reinado de José I, expulsó a los Padres Jesuitas de los dominios lusitanos en América en 1758, y un año después lo fueron de Portugal con la expropiación de todos sus bienes. Reinando Luis XV fueron expulsados de Francia en 1764 como resultado de las presiones de Choiseul, los jansenistas, los “filósofos” y los “iluminados” (todos ellos con decidido apoyo real: Luis XV es el sembrador de lo que cosecharán los franceses con su Revolución). Lo mismo haría España con la Pragmática de Carlos III de fecha 27 de febrero de 1767, culpándolos del Motín de Esquilache y de otros actos panfletarios y subversivos que, hasta el día de la fecha, siguen siendo imposibles de verificar. Meses después lo fueron de Nápoles y en 1768 se reproduciría este caso en Parma.

Sin embargo los países citados no quedaron conformes con estas medidas, y pidieron a Clemente XIII (Carlos Rezzonico, Papa de 1758 a 1769), la disolución de Compañía de Jesús del Santo Iñigo de Loyola. Pero la obtuvieron de Clemente XIV (Juan Antonio Vicente Canganelli, Papa de 1769 a 1774), quien promulgó el breve Dominus et Redemptor (1773), que en sí constituye una rareza: nunca fue publicado, pero se llevó a cabo puntualmente.

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No comentaré el golpe terrible que el Borbón Carlos III y su Ministro Aranda le asestaron a nuestra patria con el injusto extrañamiento de los Padres Jesuitas. La expulsión de los Jesuitas significó, andando el tiempo, la pérdida de todo el actual Río Grande del Sur por el fallo de un presidente norteamericano (Memoria de Gonzalo de Doblas y Relación Geográficade don Diego de Alvear). No le alcanzó a España con desatar las Guerras Guaraníticas de las que también culpó a los religiosos de la Compañía. Como no le había alcanzado el mantenernos por cientos de años en la condición de arrabal orillero del Imperio Español, agravado luego con el mote borbónico de Colonias. Con ellos y por ellos dejamos de ser parte de España como fuimos con los Austria, y pasábamos a ser una dependencia de servicio.

La dureza de aquella expulsión, es la que no se vio por parte de la Corona Española con los prisioneros ingleses en 1806 y 1807, ni con los contrabandistas, usureros y portugueses que sacaban la plata del Potosí para enviarla a Inglaterra. Y tan violenta fue, que hubo casos en que no los dejaron tomar sus pertenencias ni sus medicinas. Entre los expulsos había muchos Padres que eran ancianos y otros enfermos: la mayoría de estos moriría en alta mar. Para septiembre de 1767 se los despachó, desde la islita que hace actualmente el Riachuelo en la Vuelta de Rocha, una versión antigua de un campo de concentración, con rumbo a Cádiz, y llegaron los sobrevivientes a esta ciudad (ya constituida en un verdadero lupanar) a principios de 1768. Pero allí habrían de enterarse de una nueva y, enseguida, se produciría un milagro.

El confesionarioLa nueva fue que el clemente Papa Clemente XIV no los quería en Roma. Advertidos los demás puertos del Mediterráneo de esta piadosa decisión del Sumo Pontífice, ellos también se negaron a recibir a los sacerdotes. De manera que las embarcaciones salidas de Cádiz, no pudieron hacer arribada en la costa italiana ni en sus adyacentes, por lo que quedaron boyando a la deriva. Allí murió más de la mitad de los embarcados de hambre, sed y pestilencias que se desataron por el hacinamiento. Pero estos ya no eran viejos o enfermos. Eran hombres sanos con meses de martirio sobre sus espaldas. No conozco que la Iglesia haya hecho santo a alguno de ellos por este martirio propinado por los propios cristianos.

El milagro fue que, a pesar de la prohibición existente en Cádiz de no dejar desembarcar a los sacerdotes y de que nadie tomase contacto con ellos como infectocontagiosos en cuarentena, más de la mitad de los expatriados desaparecieron mezclados con las brumas matinales de la marina. Fueron los ingleses instalados en Gibraltar los que se llevaron, con chalupas y bateles por el agua, a esta preciosa carga humana. No sería extraño que también lo hayan hecho por tierra con la ayuda española. De allí los cargaron a barcos de guerra y mercantes transportándolos a Londres en el mayor secreto. De esta manera Su Graciosa Majestad y el Almirantazgo se juntó con centenares de informantes de primera categoría. Hombres que habían estado en la América Española entre 10 y 40 años, sirviendo a la Fe y al Rey, contra quienes ahora tenían un gran resentimiento por haberlos hecho víctimas de una injusticia.

Los Jesuitas eran conocedores del clima Hispanoamericano; estudiosos de su flora, su fauna e hidrografía; de los idiomas que hablaban los naturales de aquellas regiones y de sus idiosincrasias; de su historia, cosmogonía y teogonía; de caminos, pasos, sendas, montes, llanos, quebradas y sierras; muchos de ellos eran astrónomos y cartógrafos. Inglaterra sin ningún esfuerzo se juntó con este regalo de España que en aquel momento fue invalorable. Para evitar los siempre pesados e inoportunos interrogatorios que predisponen mal al expositor, seguramente los británicos les pidieron a los Padres que redactasen un informe con toda libertad, recluyéndolos en monasterios, abadías y casas de campo. Pienso que de allí debieron salir Descripción de la Patagonía del Padre Tomás Falkner (que además era británico nacido en Manchester, según nos contaba don José Luis Molinari; la obra se encuentra incorporada a la Colección de don Pedro de Angelis y fue publicada en Buenos Aires en 1835), y Hacia allá y para acá del Padre Florián Paucke (que era de Silesia, cuando ésta formaba parte de la Prusia de Federico II; obra que fue traducida y comentada íntegramente por el abnegado Edmundo Wernicke, y editada por la Universidad Nacional de Tucumán en cuatro tomos).

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Pero sin duda la obra que nos orienta sobre lo que debieron haber sido aquellos testimonios de los deportados, es la de Falkner, que fue traducida al castellano por Manuel Machón, un oficial español destinado en Londres. La imbecilidad de los Borbones prohibió la circulación de esta obra en España, lo que carece de sentido porque, si bien se tenían recelos de la divulgación de las noticias sobre los puntos vulnerables de las colonias, de nada servía el ocultarlas en la península, mientras que circulaban libremente por el resto del mundo. Un mundo que, justamente quería arrebatarle las colonias a España.

Decía don Diego Luis Molinari (Orígenes de las fronteras) “que la versión (de Falkner) dada a conocer en 1774, era la fuente de inspiración para numerosos aventureros al servicio de la corona inglesa”. Y don Andrés M. Carretero agrega (Colección de Obras y Documentos) “que las alusiones referentes a las posibilidades de ocupación no escaparon a la percepción de los primeros ministros ni de los estrategas de la política exterior británica pues numerosos planes de expansión tenían como objetivo secundario o principal la ocupación de la Patagonia en su totalidad o en alguna parcialidad.”

En cambio don Pedro de Angelis en el prólogo de la edición de 1835 es muy duro con Falkner: “Sean cuales fueron los motivos de disgusto que tenga un extranjero (de Angelis también lo era) contra el país que le acoge –dice-, nunca debe conspirar contra él, ni proporcionar armas a los que aspiran a invadirlo o usurparlo; y tal fue el objeto que se propuso Falkner al emprender la descripción de la Patagonia.” Y sinceramente creo que don Pedro, el publicista de don Juan Manuel, en esto tenía razón: si se toma la obra de Falkner y las invasiones inglesas de 1806 y 1807, se verá con sorpresa, que los invasores siguieron los caminos descriptos por él. De manera que el odio a España, a la que había servido 40 años, se tradujo en un odio hacia nosotros que no teníamos nada que ver. Más aún: contra un pueblo que lloró la partida de los Padres Jesuitas y que él sabía porque los vio llorar.

Los Padres Jesuitas se desparraman y los ingleses se aprovechanConjeturo que por 1780, o quizá un poco antes, la mayoría de aquellos Padres Jesuitas cobijado por los ingleses se habían repatriado. Al parecer el conjunto optó por regresar, cada uno, a su tierra natal (por ejemplo: Falkner murió en Worcester desempeñándose como capellán y algo parecido ocurrió con Paucke en su pueblo de la Silesia, el Slansk de los polacos). En 1774 había muerto el Papa Clemente XIV y asumió Pío VI (Juan Angel Braschi, Papa de 1774 a 1799), pero en estos 25 años de papado murieron Luis XV en 1774; Pombal en 1782; Choiseul 1785; Carlos III en 1788; etc. Es decir: todos los acérrimos enemigos de los Jesuitas fueron desapareciendo secados por la Parca inclemente, y ello permitió que, indulgente, el Papa Pío VI, permitiese el regreso subrepticio de algunos Jesuitas a Roma y, en otros casos, el mismo Papa, sabiéndolos hombres sabios y valiosos, los mandó a llamar para integrarlos a su elenco de notables.

Como ya he dicho Sir John Coxe Hippisley vivió muchos años en Roma haciendo tareas de espionaje. Allí obtuvo información proporcionada por los jesuitas expulsados de España y otras posesiones de ultramar y regresados o confinados en territorio Vaticano. Entre estos sacerdotes exiliados, los más conspicuos conspiradores contra España (posiblemente pasados previamente por Londres), eran Juan José Godoy y Juan Pablo Viscardo. Pero Godoy era mendocino, junto con los jesuitas Miguel, Javier y Bernardo Allende.

Hippisley “debió recibir de ellos información muy precisa –apunta Terragno-, acerca de Cuyo, incluyendo detalles sobre los pasos cordilleranos que unían Mendoza con Chile”. Tal vez sea esto lo que influyo decisivamente sobre Maitland para que considerara a Mendoza como “la indudablemente indicada”.

En 1800 Hippisley escribió un memorial para Dundas sugiriéndole una rápida acción sobre las colonias españolas. Pero, antes de ello, extendió una copia del memorial a Maitland, ya embebido éste de todo aquel fárrago de documentación disponible, y enfrascado en la confección de un plan militar.

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Maitland, que seguramente ya tendría algunos borradores sobre este asunto, confeccionó un Plan Tentativo o Esquemático, agregando la información provista por Hippisley. Lo que no se ha dicho es si, con estas informaciones a la mano, Maitland, un andariego incansable, no vino hasta la Rivière de la Plate, como él llama en su Plan al Río de la Plata o Buenos Aires, para constatar en el terreno la posibilidad cierta de ejecutar la maniobra estratégica. Aunque también pudo entrar por Chile o el Perú. O bien trabajar con los espías de Inglaterra diseminados, como ahora, por todo el Virreinato, sacando luego la información vía de algún puerto brasilero. Esto no está escrito en ningún lado y es imposible de verificar.

Y digo esto, porque me cuesta creer que Maitland, teniendo tan valiosa documentación de primera mano, estuviera 20 años sin mover el asunto (de 1780 a 1800 aproximadamente). Además observe el lector que Hippisley, antes de entregar su memorial a Dundas, le extendió una copia primero a Maitland, de donde éste viene a resultar a ojos legos como los míos, como la espina dorsal sobre la que se movía o descansaba todo este expediente.

Con este Plan Tentativo, Maitland fue a ver a Dundas (llamado por los escoceses El Rey sin Corona). Pero éste prefirió discutirlo más tranquilo con su autor, porque estaba de acuerdo en la importancia de “asegurar nuevos y extensos mercados para las manufacturas inglesas”, pero, “con la independencia de un beneficio parcial”, quería adoptar “una visión general de la cuestión” y considerar un plan para tomar “toda Hispanoamérica”.

En líneas muy generales el Plan Tentativo (o esquemático) de Maitland consistía en: la toma de Buenos Aires; marchar luego hacia la costa occidental y de allí, con una flota de la Compañía de Indias Orientales que comandaría Sir Richard Husey Bickerton, saltar al Perú. Con la costa occidental de Sudamérica en manos inglesas la derrota de España estaría asegurada. Hubo más discusiones con Dundas porque deberían existir, simultáneamente, acciones secundarias que coadyuven a la principal. Finalmente se decidió que esas acciones de distracción se llevarían a cabo sincrónicamente desde Caracas y Santiago de Chile; “pero todas ellas convergentes sobre Lima, Perú”, pedía Maitland.

Sin embargo el centro de gravedad del Plan siguió siendo, inmutable, el eje Buenos Aires, Mendoza, Chile, Perú, a pesar de que a una mirada mundana parecería que se hubiesen abierto tres frentes. Digamos que un velo y engaño para que el enemigo (España) no supiese cuál era el centro de gravedad y dónde se buscaría la decisión. Fue entonces, y de esta manera, que Maitland concibió su Plan definitivo que lleva su nombre, que es el encontró el doctor Terragno en Edimburgo en 1981, escrito de su puño y letra.

El Plan con su redacción definitiva, finalmente fue aprobado y se sabe que fue presentado Su Majestad. Sin embargo no hay constancia de su aprobación, desaprobación, ni pedido de enmienda. Nada. Tampoco se le puede seguir el rastro porque el gobierno de Pitt cayó enseguida: febrero de 1801.

Las proposiciones de Maitland en su Plan de OperacionesA diferencia de planes ofrecidos por el venezolano Miranda o el del inglés Vansittrat (aprobado, y cancelado de no muy buena gana en febrero de 1797), que resulta el más parecido al Plan Tentativo que estamos examinando, Maitland, de 42 años entonces, creía que un ataque sobre Buenos Aires o Caracas, por exitoso que fuese, no quebraría el dominio español sobre América. El sostenía que “una Expedición a Caracas desde las Indias occidentales, y una fuerza enviada a Buenos Aires podrían en verdad tender la emancipación de los Colonos Españoles en las posesiones orientales, pero el efecto de tal emancipación, aunque considerable, no podría jamás ser tenido por seguro en las más ricas posesiones hacia el occidente, y es menester observar que la única utilidad y principio por el cual los Españoles han asignado consecuencia a sus posesiones orientales es que, reteniéndolas, ellas actúan como una defensa para sus más valiosas posesiones en occidente.”

Con la finalidad de tomar esas “valiosas posesiones”, Maitland propuso:

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1. Ganar el control de Buenos Aires. “Debería realizarse un ataque sobre Buenos Aires”. Para eso, Maitland consideró que harían falta 4.000 soldados de infantería; unos 1.500 de caballería; “con una proporción de artillería”.

2. Tomar posiciones en Mendoza. “Subsecuentemente a la captura de Buenos Aires el objeto debería ser enviar a un cuerpo a tomar posiciones al pie de la ladera oriental de los Andes, propósito para el que la ciudad de Mendoza es indudablemente la más indicada.”

3. Coordinar acciones con un ejército de Chili (así llama a Chile). Este otro ejército debería consistir en 3.000 soldados de infantería y 400 de caballería “con una proporción de artillería”. La mitad de la infantería debería “proceder de Inglaterra al Cabo de Buena Esperanza en barcos destinados últimamente a (…) Sudamérica”. La otra mitad debería ser “dotada por India, y proceder, cuando esté lista, directamente a la Bahía Botany”, en Australia, a los efectos de navegar luego a Sudamérica. El objetivo de tal ejército debería ser “indudablemente el Reino de Chili”. Debía atacar Valparaíso o Santiago o, “si encontrara que los Españoles se hallen en fuerza tal como para hacer que un inmediato ataque sobre Valparese o St. Iago sea imposible en el primer momento, actuar sobre el Río Biobío y fortificarse mediante una inmediata conexión con los indios.”

4. Cruzar los Andes. “El cruce de los Andes desde Mendoza a las partes bajas de Chili es una operación de cierta dificultad (…) Aún en verano el frío es intenso; pero con tropas de cada lado cuesta suponer que nuestros soldados no pudieran seguir una ruta que ha sido adoptada desde hace mucho como el más deseable canal para importar negros al Reino de Chili.”

5. Derrotar a los españoles y controlar Chile. El objetivo de esta etapa era “aniquilar el gobierno (español) del Reino de Chili” y convertir a ese pueblo en “un punto desde el cual podríamos dirigir nuestros esfuerzos contra las povincias más ricas”. Esta era la tarea a cumplir por las fuerzas unificadas del ejército que debía cruzar los Andes y el que llegara por mar.

6. Proceder por mar a Perú. “Si este Plan tuviese éxito en toda su extensión, la Provincia del Perú debería quedar pronto expuesta a una captura segura.” y “últimamente nosotros podríamos extender el sistema colonial, usando la fuerza si fuere necesario.” Lo indicado era para evitar toda violencia innecesaria. “Un coup de main (en francés en el original) sobre el puerto del Calao y de la ciudad de Lima podría en verdad probablemente ser exitoso y mucha riqueza sería ganada por los captores, pero este mero éxito, a menos que fuera asistido por nuestra capacidad de mantenernos en el Reino de Perú, podría terminar últimamente excitando la aversión de los habitantes contra cualquier futura conexión, de cualquier clase, con Gran Bretaña.”

7. Emancipar Perú. “El fin de nuestra empresa debía ser indudablemente la emancipación de Perú y Quito.”

FIN DE ESTA PARTE

God save the Queen!

EL ORIGEN DE LAS DIFERENCIAS ENTRE LO EJECUTADO Y EL PLAN MAITLAND ORIGINAL

Las necesarias diferencias entre lo planificado y lo ejecutado

Si se comparan las instancias del Plan de Maitland para la dominación de Sudamérica con los ejecutados trece años después por el General San Martín en el Río de la Plata, se verifica que lo único que se mantiene incólume es el Concepto de la Operación que involucra a los objetivos estratégicos. El resto, lo que comprende a las operaciones tácticas, o sea elcómo, varía sustancialmente. Esto es normal en toda planificación: que una cosa es

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el trabajo abstracto de gabinete y otra la realidad del terreno, los hombres, las circunstancias que van saliendo como conejos tras las matas y, en este acaso, además, el tiempo transcurrido que excede a la década.

En estas disimilitudes encontramos, por ejemplo: la composición de las fuerzas que, en lugar de ser inglesas e hindúes en lucha contra españoles peninsulares, serían nativas de ambos bandos, por lo que he llamado a la, para nosotros Guerra de la Independencia, la Primera Guerra Civil Española que se libraría en América para que se consolidara el dominio inglés. De manera que lo que se llamaría enemigo, no eran más que otros hispanoamericanos pero monárquicos, es decir pensaba distinto de los del otro bando, que llamaría, de puro audaz, republicano. Es cierto que entre los realistas había españoles peninsulares, pero por lo que se vio como resumen en la primera línea de combate, éstos siempre fue una minoría casi inexistente.

Los nuestros seguían la bandera, símbolo de la Patria, puesta al frente de los batallones en busca del merecido ideal de Independencia para que nos dejaran construirla. Los otros, mantendrían la bandera del Rey. Pero el Rey, en aquel entonces, era una síntesis: la Bandera, la Patria, la Religión, las Instituciones coloniales y la Justicia. En pocas palabras y descarnadamente: nos matábamos entre nosotros, para que otro se alzase con el rédito.

Nuestro drama singular es el drama de España amplificado: mientras los ingleses del Mayflower tardaron 200 años en penetrar 200 kilómetros de la costa estadounidense, la España de los Austria, en treinta años, recorrieron 24 millones de kilómetros en tierra americana, a fuerza de estoicismo, sacrificios y miles de muertes, para que los Borbones, perennes filobritánicos, recién llegados como herederos, le entregaran a la corona inglesa toda la heredad Hispanoamericana y, no conformes con esto, cuando ya no les quedaba nada por entregar ni destruir, comenzaron a hacerlo con la misma España. La última aventura borbónica (1936-1938) dejó el luctuoso saldo de un millón de muertos. Pero ellos no figuran en ningún lado como responsables de estos y otros desastres y de las miles de muertes que causaron.

Lo mismo que terminaría ocurriendo con los efectivos militares en aquel plan, sucedería con el tren logístico para el abastecimiento y mantenimiento de las fuerzas a empeñar, el que debió ser sufragado, según la propuesta de Maitland, por el reino inglés y sus financistas de la City, y que lo terminó pagando el harapiento erario público de las incipientes Repúblicas Americanas, hasta dejarlos en estado de caquexia. Lo que a su vez sirvió de pretexto para que América Española (de Méjico a Buenos Aires), fuese obligada a tomar préstamos colosales de la City londinense: en 1829 toda la hidalga Hispanoamérica (ya en tránsito de ser África Blanca) estaba hipotecada y en cesación de pagos ante Su Graciosa Majestad. Este fue uno de los argumentos que se esgrimió para la ocupación de Malvinas: el incumplimiento de pago de las obligaciones con la casa Baring Brothers. Una mentira más: porque Inglaterra se quedaría, al final, con las Malvinas y con la cantidad nominal del dinero que nunca giró.

Lo planificado inicialmente desde Londres por Dundas y sus secuaces era sumamente costoso, pero era posible entonces para ellos, por ser época de las vacas gordas en la isla, dado que fluía a chorros el saqueo proveniente de la India que hacía unos años había comenzado (según Digby, citado por Paul A. Barán “el tesoro extraído por los británicos de la India entre las batallas de Plassey y Waterloo, oscila entre 500 mil millones y un billón de libras esterlinas”).

Pero finalmente la ejecución de Plan Maitland resultó sumamente económico para la corona inglesa: no aparecieron compromisos diplomáticos a nivel internacional para Gran Bretaña por sus injerencias en asuntos extranjeros, porque estaba aliada a España contra Napoleón en ese momento; no se empeñó la vida de un solo soldado, o se obligó a alma alguna que disparase un tiro; ni buque en riesgo, estragado o perdido, ni un chelín suelto fuera de la alcancía de la City a orillas del Támesis, para lograr, al cierre de las operaciones, el mismo objetivo.

Por lo que se me ocurre decir que el Plan Maitland y el ejecutado por San Martín no son distintos: son iguales pero no congruentes; y el sanmartiniano es más económico que el de Maitland y Dundas para la conquista del

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mismo objetivo estratégico (para no decir que fue un regalo). Esta es la única ventaja (para Inglaterra desde luego) que visualizo, más que una diferencia.

Que, desde luego digo, no es poca cosa, sobre todo para una Inglaterra que en 1812 ya mostraba síntomas de una economía exhausta por el bloqueo continental, con la gangrena de los hermanitos Roschild (Nathan en Londres, James en París, Salomón en Viena y Kart en Nápoles) que ellos mismo prohijaron y que con Cromwell en adelante supieron conseguir.

Algunos por qué de las diferenciasOtros factores influyeron para que este Plan fuese tomando el giro y dirección que finalmente adoptó al ser llevado a la práctica. Es conveniente tratarlos a ellos, aunque más no sea someramente, para que el lector tenga un panorama completo de lo que, a mi entender, realmente pasó en aquellos tiempos. Veámoslos seguidamente.

Desde la presentación que hiciera el Mayor General Sir Thomas Maitland de su Plan Esquemático o Tentativo (al decirle esquemático o tentativo a un Plan Militar, significa que pesa sobre él cierta rigidez, y es insoportable a la dinámica de la guerra), ante el Rey Jorge III en febrero de 1801, hasta el 9 de marzo de 1812, la llegada de San Martín a las Balizas de su Majestad Británica en el Río de la Plata, habían transcurrido, sin mucho margen de error, unos 11 años y alrededor de 9 días. Tiempo que en la vida de un hombre común puede ser tenido como la intrascendencia de un suspiro, pero para las naciones en aquella Europa de principios del Siglo XIX, no. Que emulando a San Pedro me animaría decir que hubo años que parecieron un siglo. Se logra tildar a la década que va de 1801 a 1811 de dramática sin caer en ninguna exageración.

Para sistematizar el estudio lo he separado en los siguientes acápites:

- Situación en Gran Bretaña

- Situación en Francia

- Situación en el Río de la Plata e Hispanoamérica

Pero antes de comenzar coloco como frontispicio la leyenda que dice: Se puede asegurar, en extrema síntesis, que la política europea de esta década estuvo signada por los disturbios emergentes de la llamada por el vulgo revolución francesa.

En Gran BretañaEn Gran Bretaña, a poco de haber presentado Maitland su Plan bajo patrocinio de Dundas, se produce la renuncia de Pitt (1801). Aparentemente el Plan Maitland fue al archivo (que no quiere decir al olvido), porque el General Moreau había aniquilado al ejército de Austria, aliada de Inglaterra, en Hohenlinden (diciembre de 1800). Es decir a poco menos de un mes de que Maitland presentara su Plan. Como consecuencia de esta derrota se firma la Paz de Steyer y la de Luneville, que no es otra que la propuesta ampliada de la que le hiciera en 1897 Napoleón a Inglaterra y Austria en Campo Formio (en Venecia, Italia) y que fuera rechazada airosamente por los ingleses.

Pero la verdadera derrotada en Hohenlinden fue Inglaterra, que en los años anteriores se había apoderado de Ceylán (1796), de la Colonia del Cabo, de Menorca y Malta en el Mediterráneo, de las Antillas Francesas, de la Isla de Trinidad y de gran parte de la Guyana en América. Para frenar el avance inglés se formó una coalición de neutrales, que se disolvió de la noche a la mañana después del bombardeo del Almirante Nelson a Copenhague, seguido del misterioso asesinato del Zar de Rusia, Pablo I, el inspirador de la coalición que terminó en desbandada.

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Por la Paz de Amiens (27 de marzo de 1802), firmada entre Inglaterra y Francia, se establecía que los británicos devolverían sus conquistas coloniales, excepto Ceylán y la Isla Trinidad, además de reconocer la República Francesa. Y Francia se comprometía a devolver las ciudades napolitanas y reconocía la independencia de las islas Jónicas. También renunciaba a Egipto, es decir, lo único de todo esto que realmente le interesaba a Inglaterra por ser este el camino elegido por Napoleón para la India, a la que, justamente, los ingleses la estaban saqueando sin piedad. A causa de esta prolija depredación británica en 1770 el hambre asoló a Bengala matando a un tercio de su población (Jawaharlal Nehru, El descubrimiento de la India, Bs. As. 1949).

En reemplazo de Pitt se nombra a Addington (“tan mediocre como vanidoso”, lo describe Jaques Chastenet en su obra William Pitt), quien había sido nombrado speaker de los Comunes por el propio Pitt. De esta manera Pitt, sin estar en el gobierno, seguía haciendo sentir su influencia en los asuntos de Estado. Y esta puede ser la causa por la que no se suspendieron los estudios para capturar la América Española o parte de ella.

En efecto, durante la permanencia de Addington encontramos dos planes que estuvieron a punto de ejecutarse (Coronel José Luis Speroni, La real dimensión de una agresión, pp. 34 y 50 y Anexo 3 en pág. 116). El presentado a fines de 1801 por Miranda, Vansittart, Sir Evan Nepean, Lord Hobert, Lord Saint Vicent y el Coronel Fullarton, con destino a ocupar Buenos Aires; operación que estaría a cargo de de Sir Charles Stewar y el Almirante Sydney Smith: la maniobra fue suspendida. Y el propuesto a mediados de 1803 como proyecto, por Vansittart, Miranda, el propio Addington, Davidson y Sir Home Popham, con destino a invadir Venezuela y cuyo ejecutor sería Miranda con el grado de General Inglés.

Todos los involucrados que se citan en las dos ocasiones, fueron hombres profundamente conocedores de los planes ingleses sobre Hispanoamérica. Habían participado en ellos, los discutieron, reunieron y procesaron información, y habían presentado, a su vez, juntos y separadamente distintos planes, siempre guiados por iguales propósito.

Pienso que esta última acción no pasó de proyecto, porque justamente en 1803, Francia reanuda su guerra contra Gran Bretaña, intentando los ingleses una conspiración para restablecer en el trono francés a los Borbón, sus aliados incondicionales como los Braganza en Portugal. En ella participarían varios generales de Napoleón (Pichegrú, Cadoudal y Moreau, el vencedor de Hohenlinden, fueron deportados a los Estados Unidos). Al año siguiente, el 10 de mayo de 1804, Pitt regresa a su cargo de Primer Ministro. Comienzan a correr los Cien Días del Primer Ministro.

En esta instancia conviene anexar a lo explicitado el caso de Portugal. La independencia portuguesa en 1668, nace con la proclamación del Duque de Braganza como Juan IV, pero se consolida por la ayuda prestada por Inglaterra. Esta Casa de Braganza, de antepecho portugués y de trastienda inglesa, reinó en la vieja Lusitania hasta 1855, continuada desde allí por la rama Sajonia-Coburgo-Braganza hasta 1926. En Brasil los Braganza permanecieron de 1822 a 1889.

En 1661, el rey inglés Carlos II, se compromete a ayudar a los portugueses, y al casarse con la Infanta Catalina, Portugal se convierte en un protectorado inglés. A partir del tratado de Methuen (1702) pasa a ser una colonia económica.

Es ampliamente conocida la hostilidad de Portugal contra las posesiones del Virreinato del Río de la Plata. Agresiones que fueron continuadas e incrementadas luego de la declaración de nuestra independencia. Es decir: al revés de lo que debía esperarse. Todas ellas respondieron a los intereses ingleses en la región. Tanto es así que la primera invasión inglesa a territorios del Río de la Plata, llevada a cabo en 1762 al mando del Almirante MacNamara, fue anglo-portuguesa, detenida y desmantelada por don Pedro de Ceballos en la Colonia del Sacramento.

De manera que el lector podrá ver que en toda acción portuguesa sobre el Río de la Plata, asoma la rubicunda nariz británica. Un ejemplo, rápido, sencillo y elocuente: Caseros.

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En la Francia NapoleónicaEn el continente europeo, destruida la Primera Coalición contra Francia, el Directorio tenía un solo rival de importancia: Inglaterra. Ella se resistía invariablemente a toda acción que estuviese dirigida a romper la estabilidad europea determinada en Utrecht, simplemente porque Inglaterra fue la principal recipiendaria de aquel tratado humillante para España, y primer escalón de los Borbón en la demolición del formidable Imperio que fuera la admiración del Mundo. Pero Francia, por su lado, insistía en el viejo asunto de sus fronteras naturales, porque ya era una causa nacional: las intervenciones en Suiza y los Estados Pontificios es una prueba de ello.

En las campañas de 1789 los franceses tomaron Malta y tras vencer corridamente a los Mamelucos ocuparon Egipto. El ingreso de Turquía a la contienda por la presión británica, detiene este avance. Y formada la Segunda Coalición; Napoleón se ve obligado a replegarse, firmando poco después la Capitulación de Alejandría.

En la política doméstica francesa, Napoleón obtiene el Consulado Vitalicio, después de un plebiscito convocado por el Consejo de Estado (1802). Se acentúa la centralización del poder al eliminarse la influencia de la Asamblea Legislativa y del Tribunado. En adelante el Cónsul Vitalicio, el Consejo de Estado y el Senado serían los cuerpos básicos de la República Francesa. Sin embargo es el período donde Napoleón llevó a cabo su enorme obra legislativa y de gobierno (Código Civil, Banco de Francia, Universidad, etc.).

Al año siguiente, ante una nueva guerra con Inglaterra, las convulsiones internas, el poder que va adquiriendo el Cónsul Vitalicio, y convocado el pueblo francés a otra consulta, Napoleón es elegido en forma plebiscitaria como Emperador. El 18 de mayo el Senado confirmó la dignidad imperial con el nombre de Napoleón I. Fue consagrado como tal el 2 de diciembre de 1804 por Pío VII (Gregorio Bernabé Luis Chiaramonti, Papa de 1800 a 1823) en París. El Emperador pasó a centralizar todos los poderes al modo de los reyes del antiguo estado, depuesto en 1789.

El progreso económico y la estabilidad lograda por el nuevo régimen francés, comienza a hacerse sentir en toda Europa, particularmente en España que le había cedido (1803) la Lousiana. Por esto Inglaterra ve complicados sus asuntos y busca una alianza con Rusia, que culmina con el acuerdo militar de San Petersburgo el 2 de abril de 1805. En verdad Rusia es el camino más corto a la India donde tiene puesto los ojos Napoleón para poner a Inglaterra de rodillas (porque le cortaba la fuente de financiamiento proveniente del saqueo que estaban realizando en la India).

Con este acuerdo con los rusos, Inglaterra le cierra el paso a los franceses. “Napoleón –dice E. Tarlé- no cesó jamás de pensar en la India, desde la campaña de Egipto”, y “en 1789 esta idea se unía a Egipto; en 1801 a la repentina amistad (de Napoleón) con el zar (Pablo I).”

La guerra se desarrollaría en dos Teatros de Operaciones: uno marítimo, donde la flota inglesa al mando de Nelson derrota a la flota franco española en Trafalgar el 21 de octubre de 1805. El otro es terrestre, que resulta favorable a Napoleón, quien arrasa con los integrantes de la Coalición en Austerlitz el 2 de diciembre de 1805. La noticia derrumba el ánimo y la salud de Pitt: acosado por la gota y debilitado por la continua e intolerable tensión, se suicida degollándose el 22 de enero de 1806 en su habitación.

El 25 se firma la Paz de Presburgo y se restablece la hegemonía francesa en la Centro Europa. Ahora el dominio del continente europeo es completo y el añorado equilibrio de poder imaginado por los ingleses, que tanto los favorecía, se desmorona. Pero Inglaterra más que nunca es la dueña absoluta de los mares, una invencible talasocracia. Y Francia es, más que nunca, una tremenda potencia continental que tiene a Europa en un puño.

Ha llegado la hora de la tercera estrategia: el bloqueo continental (decreto de Berlín del 21 de noviembre de 1806), que pone a Inglaterra con el agua al cuello. En el primer semestre de 1808 las exportaciones británicas habían descendido un 60% (Jacques Godechot, Europa y América en la época napoleónica). La industria sufrió

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una contracción letal. Se colmaron los depósitos de mercaderías sin salida y muchos empresarios vendían a pérdida. Creció vertiginosamente el desempleo, absorbido parcialmente por la guerra con los EE. UU. de 1812: un invento sin duda alguna (una versión antigua del New Deal de Roosevelt). Porque Inglaterra, dueña de todos los mares del Planeta, pretendía que toda nave que transitara por los piélagos debía tocar un puerto inglés y pagar un impuesto. Las tensiones sociales en Gran Bretaña, derivadas del bloqueo, entraron en peligrosa ebullición.

En el Río de la Plata y en Hispanoamérica

En el Río de la PlataNo cansaré al lector repitiendo las gloriosas jornadas de Buenos Aires en 1806 y 1807, por considerarlas suficientemente conocidas. Sólo me limitaré a extraer las enseñanzas que de ellas se pudieron obtener y que afectaron seriamente al Plan Mitland tal cual lo concibió su autor.

Después de las victorias de Jena y Auerstädt (14 de octubre de 1806) quedó probado que, por ahora, Napoleón era invencible en el continente. Y “una cosa por fin parecía cierta –dice William W. Kaufmann-. El gobierno inglés había decidido abandonar el continente, de modo de dedicar sus energías a las empresas coloniales” (La política británica y la independencia de América Latina).

Por eso y pesando en contra de su decisión los dos fracasos en Buenos Aires (en realidad fue uno solo llevado a cabo en dos fases), los británicos montaron una tercera expedición que pusieron a cargo de Sir Arthur Wellesley (futuro Duque de Wellington), con 10.000 hombres estacionados en Cork, al sur de Irlanda, que deberían unirse a otros 5.000 acantonados en Cádiz al mando del General Brent Spencer, para juntos marchar sobre Méjico, mientras una fracción tomaría Buenos Aires. Esta expedición había sido ideada por Lord Castlereagh (ex Presidente de la Junta de Contralor), con la ayuda del ya Lord Melville (Dundas). La idea era promover en toda Hispanoamérica la constitución de gobiernos independientes “bajo nuestra protección y en conexión con nosotros”.

Los sucesos acaecidos el 2 de mayo en Madrid, inicio de sublevación española contra Napoleón, hacen que Wellesley pida que envíen esas tropas a Gibraltar para ayudar a la insurrección y, luego de esto, seguir con rumbo a Sudamérica. Pero el 1° de julio, Wellesley envía un segundo memorando en donde propone llevar adelante dos proyectos alternativos en caso de que rebelión tuviese éxito: encaminar la tropa a las Antillas para desde allí accionar sobre Méjico, y luego dividir los efectivos enviando 10.077 hombres a Buenos Aires y el resto hacia las Antillas como refuerzo y ante la posibilidad de accionar sobre Venezuela. Sin embargo las situaciones en Portugal y España evolucionaron desfavorablemente a los ojos de la conducción inglesa, por lo que se decide postergar el envío de tropas a América.

Finalmente las intenciones británicas tomarían el giro que comienza a hacerse visible a partir del 1° de mayo de 1807, en donde se concibe un nuevo enfoque sobre la cuestión Sudamericana, que es la resultante de tomar conocimiento de la derrota en el Plata. Esta tendencia se patentiza aún más a partir de septiembre de 1807: de la acción directa para la dominación parcial (los puertos y sus hinterland), se piensa en la acción indirecta para la dominación total. Este concepto, que entonces no se llamaba imperialismo, es el que predominó por muchos años, reportando pingüe beneficio a Inglaterra. Para Ferns (Gran Bretaña y Argentina en el Siglo XIX), el memorial se septiembre es la base de una centuria y media de política británica en Sudamérica.

“Yo estoy fuertemente persuadido –dice Clastlereagh- de que la política que ahora estamos desarrollando (la acción directa) no nos va a producir beneficios comerciales ni políticos, ni aún con la intervención de los grandes recursos militares enviados a Buenos Aires”. “La causa del fracaso de Beresford en 1806 –sigue diciendo- fue política y no militar, por no haber incitado a una independencia que nos diera los beneficios comerciales. Las tentativas militares de Inglaterra sólo consiguieron que el pueblo de todas las clases sociales se

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ponga contra nosotros.” “Por eso –aconsejaba Castleraegh- debemos actuar de manera acorde con los sentimientos del pueblo sudamericano (…) acerquémonos a ellos como comerciantes (…) dar energía a sus impulsos localistas para conseguir derogar las prohibiciones contra nuestro comercio.” (José M. Rosa, Cisneros se fue, los ingleses se quedaron para siempre, suelto aparecido en el diario Mayoría).

En HispanoaméricaRevisamos los diversos pronunciamientos revolucionarios en la América Española: Charcas, 25 de mayo de 1809; La Paz, 16 de julio de 1809; Quito, 10 de agosto de 1809; Caracas, 19 de abril de 1810; Buenos Aires, 25 de mayo de 1810; Bogotá, 10 de julio de 1810; Santiago de Chile, 18 de septiembre de 1810; Dolores, 10 de septiembre de 1810; Grito de Asencio, 18 de febrero de 1811 y Asunción, 14 de mayo de 1811.

Resumiendo: 5 insurgencias en el Río de la Plata; 2 en Colombia; 1 en Chile; 1 en Venezuela y 1 en Méjico. Todas ellas a su vez, y actuando bajo el paraguas de la “Libertad y la Independencia” eran, en el fondo, secesionistas, por lo que la balcanización de Hispanoamérica estuvo signada desde el primer día tras el primer grito. No podía ser de otra manera porque era la idea de Castleraegh (y de Wellesley también): “un continente dividido en varias naciones formalmente independientes e incorporadas a una economía mundial, dirigida desde Inglaterra.” Es decir: más o menos como estamos ahora. Así que a no asombrarse.

Cuando hablaba de aquellas rebeliones, quería decir que, en 1 año, 11 meses y 19 días se produjeron en América española la mayoría de los movimientos independentistas, algunos exitosos, otros signados por el fracaso. Pero, en general, todos son 8 meses y 9 días posteriores al desembarco de Wellington en Mondego, Portugal. No hay ninguno anterior, con excepción del alzamiento de José Gabriel Tupac Amarú (con ayuda británica también, La Rebelión de José G. Tupac Amarú, Colección de Obras y Documentos, Tomo VII, de Pedro de Angelis), que no puede ser tenido en cuenta en este segmento de tiempo y por ello resulta extemporáneo. ¿Solamente una coincidencia? No sé. Pero es como si el desembarco inglés en la Península Ibérica hubiese desatado un enorme paquete que se tenía guardado por aquí y preparado de tiempo atrás.

Sin embargo, para aventar la idea de una casualidad en el lector desprevenido, le pido que observe lo siguiente: el 12 de julio de 1808 Wellesley (luego Duque de Wellington, entonces el Teniente General más joven del escalafón inglés), parte de Cork (sur de Irlanda) con una fuerza expedicionaria de 10.000 hombres, configurando posteriormente, una de las líneas de la invasión inglesa sobre España y Portugal en manos de Napoleón. Simultáneamente otro cuerpo de 5.000 hombres a las órdenes de los Generales Anstruther y Acland, salió a reunirse con el anterior, embarcándose respectivamente en Ramsgate y Harwich.

El General Spencer había traído 5.000 hombres estacionados hasta entonces en Egipto y Sicilia, y desde allí a Gibraltar. Había Spencer ofrecido a la Junta de Cádiz sus servicios, pero, no siendo aceptada su proposición, recibió órdenes de Wellesley de que fuese a incorporársele, desembarcando también en la Bahía de Mondego.

Entre el 15 y 25 de julio Wellesley se adelanta a la escuadra y celebra una entrevista con la Junta Suprema de Galicia para que apoye su desembarco en el Ferrol. La Junta gallega se niega y le aconseja que lo haga en algún puerto de Portugal por la animadversión que mostraba el pueblo hacia los ingleses. El 1° de agosto hecha pie a tierra en Mondego (bahía próxima a Porto Figueira), y configura la cabecera de desembarco. Entre el 1° y el 8 de agosto le alcanzan las noticias del triunfo de Bailén. Entonces el 9 marcha sobre Lisboa acompañado de Spencer y llega a Leira (en la carretera a Oporto), etc.

Si se comparan los progresos de Wellesley en la Península se verá cómo progresaron sincronizadamente los movimientos libertadores en Hispanoamérica. Más aún: el 18 de junio de 1815 Napoleón era derrotado por Wellesley en Waterloo; el 22 firmaba su segunda abdicación; el 2 de agosto los aliados firmaban su destierro y el 9 partía para Santa Elena para no regresar nunca más. La Humanidad marchaba hacia un Nuevo Orden Mundial que desembocaría en la Pax Británica (1815-1915) y el Old Colonial Sistem.

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En Buenos Aires se conocería esta noticia a fines de octubre o principios de noviembre de 1815. Cuatro meses después, el 24 de marzo de 1816, comenzaba a sesionar el Congreso de Tucumán y el 9 de julio de 1816 declaraba nuestra Independencia bajo la férula del Secretario Francisco Narciso de Laprida, antiguo masón de la logia lautarina Ejército de los Andes (sanmartiniana), junto con Rudecindo Alvarado, Toribio de Luzuriaga, Jerónimo Espejo y otras docenas de individuos. Además San Martín, residente en Mendoza, era Gobernador de Cuyo y había mandado como representante al hermano Godoy Cruz, que decían era sacerdote católico, quien lo mantenía al tanto de todas las intrigas (las tejidas por los otros y las que tejía él con su Gobernador Intendente).

Por otra parte está probado que todas las logias masónicas desde Dolores (Méjico) hasta el Río de la Plata (instaladas como consecuencia del Tratado de Utrecht de 1717 en adelante), tenían sus matrices en Irlanda, Inglaterra y los EE. UU. y respondían a las directivas de aquellos Orientes.

ConclusiónPor todo lo expuesto precedentemente, resulta impensable que el Plan Meitland, redactado entre fines de 1799 y buena parte de 1800, fuera aplicable textualmente a una situación existente en 1811, cuando aún faltaban cuatro años para Waterloo. En consecuencia el banco de cerebros al servicio del ente para estatal Compañía de Indias Orientales, y la corona británica propiamente dicha, debieron seguir adecuando este Plan a las contingencias de la situación, pero sin olvidar ni desechar los objetivos estratégicos fijados por el autor.

Por otra parte vemos, en los planes posteriores al de Maitland, ciertas similitudes al de él que me hacen pensar que el Plan Maitland no debió ser tan secreto como es de imaginarse. Por lo menos para aquellos hombres puestos en este trabajo de arrebatar lo ajeno. Además en 1811 el General Maitland estaba vivo y le faltaban 13 años para morirse; de servicio en Ceyland desde hacía cinco años, y casi con seguridad debió ser un elemento de consulta permanente por vía correo. Desconozco si existe un epistolario de Maitland. Pero si existiese, su contenido sería muy valioso para ver cómo fue evolucionando su Plan con el tiempo y todos estos acontecimientos.

La llegada de San Martín a Londres es contingente con la llegada de Maitland de Ceylan. ¿Acaso es esta otra casualidad? El doctor Terragno, por ejemplo, cree que sí. Lo que me hace dudar, porque arriban al mismo puerto el autor del Plan con el que creo fue su ejecutor y que partiría en días más. No podía haber dilaciones, porque la situación de la Revolución de Mayo en el Noroeste se estaba tornando insostenible y por ello a punto de fracasar. Si esto ocurría, habría que barajar y dar de nuevo. Las acciones de los jacobinos Castelli y Monteagudo habían hecho caer a la causa en el más completo descrédito. El pueblo no los acompañaba.

Al llegar a Londres una junta de notables lo habría impuesto de la situación, le darían a conocer el Plan en detalle, le asignarían su misión y le tomarían juramento de muerte. Los detalles que seguramente surgirían debieron ser tratados en forma particular con Maitland y debatidos con la junta.

Todo este trámite demandó cuatro meses.

LAS AMISTADES INGLESAS EN EL ANALISIS DEL PLAN(¿Una rosca fenomenal, asociación ilícita o banda delictiva?)

El escudo de Gran Bretaña flanqueado por la bandera idolatrada.

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El estudio sobre las amistades inglesasPara hacer más claro y didáctico este estudio sobre las amistades sanmartinianas en Inglaterra, antes y después de su llegada al Río de la Plata, lo he dividido en tres partes, a saber:

- Los enlaces Peninsulares

- Los vínculos londinenses

- Las relaciones británicas en Sudamérica

- Los lazos masónicos

Dejo de lado en esta oportunidad lo que ya hiciera, a modo de adelanto en el primero de estos artículos, donde he citado una puñado de Oficiales Superiores, Jefes, Oficiales, Unidades y Subunidades que tomaron parte en las invasiones inglesas a Buenos Aires en 1806 y 1807 y que, con razonable certeza, al pasar a la Península, debieron ser conocidos por San Martín durante la llamada por los españoles Guerra de la Independencia. Me aboco entonces al estudio (como elementos de consulta el lector puede ampliar estos acápites en Juan Bautista Sesean, San Martín y la tercera invasión inglesa, Cap. IX, pp. 103 y ss., y en el doctor Rodolfo H. Terragno Op. cit.).

Los enlaces peninsulares

James Duff (más tarde cuarto Conde de Fife). Este escocés (y masón, como casi todos los que formaron los elencos gubernativos que hemos visto, incluidos el rey Jorge III y su hijo Jorge IV), jugó un papel relevante en dos direcciones: la primera, que conjeturo no debió ser muy difícil: el convencer a San Martín para que formase parte como ejecutor del Plan ya completamente remozado por los acontecimientos sucedidos en la década 1801-1811; y, la segunda, que se me ocurre mucho más difícil: convencer al Príncipe Regente, y luego al Primer Ministro inglés y a sus allegados imbuidos de la idea, por cuanto habían trabajado en ella por años, que el hombre, el elegido para ejecutar el Plan dormido desde 1801 a una distancia de 12.000 Km, debía ser San Martín y no otro. En extrema síntesis: sería pensar que el Plan Maitland se llevaría a la práctica por un español americano, o como muchos autores lo han dicho lisa y llanamente, un español, que es más lo adecuado, por cuanto el nacimiento de San Martín en América fue completamente accidental, y él mismo se encargó de demostrar que así era y no de otra forma. No me diga el lector que esta maquinación, a simple vista y siendo un lego, no tiene el viso de ser cabalmente descabellada. Sin embargo todo indica que las cosas ocurrieron así.

En consecuencia no está de más señalar ya dos cosas: el alto peso específico que debió tener Duff en Londres para que se aceptase su propuesta (aunque desconozco con cuántos reparos, que evidentemente después se disiparon, por serles el sujeto antepuesto completamente desconocido, aunque sus referentes, incluido Wellington operando en España, gozasen de excelentes conceptos en el Parlamento y la Corte), y cuáles fueron las dotes que este ducho británico vio en San Martín para que resultase el candidato elegido, dado que su foja de servicios lo hace un militar del más completo término medio.

Muchos biógrafos de San Martín fueron militares contemporáneos nuestros. Gente ilustrada, honesta y bien intencionada. Sin embargo ninguno, siendo de la profesión, ha reparado en este detalle significativo. San Martín llegó al Río de la Plata llevando en la mochila lo que se llamaba la Escuela de Regimiento. No se conocen sus estudios superiores en el arte de la guerra, o de haber revistado por cierto tiempo en algún Estado Mayor donde, aunque más no sea a los golpes, pudo aprender algo sobre su funcionamiento. Que no es nada del otro mundo, pero que tiene sus bemoles, como es el caso concreto del funcionamiento de la logística.

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Pero la Escuela de Regimiento era la que manejaba la Táctica Inferior. No digo la Táctica Superior que ya tiene cierta complejidad y le da algún vuelo, aunque de perdiz, al individuo. ¿Acaso escogieron a un hombre, entre cientos que habría de igual medianía, que nunca pudo pasar de lo más rudimentario de la milicia: ser un ejecutor, para que maneje un Plan Estratégico en un Subcontinente? Sin desmerecer a nadie digo, que es como pensar que un enfermero pasó, por arte de birlibirloque, a Director de un Hospital; que un mecánico por adacadabra se transformó en Ingeniero Jefe; o que un albañil devino en Arquitecto que construirá una torre de 60 pisos. No. Evidentemente en este asunto hay cosas que no encajan, si no se explican a través de la masonería, la única capaz de hacer en aquellos tiempos, y hoy mismo, travesuras como estas.

“Una explicación para este asombroso abandono de lealtad de parte de un soldado que había jurado fidelidad a España –dice sorprendido el historiador inglés J. C. Metford-, es que San Martín fue impulsado al movimiento independentista hispanoamericano por simpatizantes británicos, y que fue reclutado merced a James Duff.” Como se ve no soy en único que se pasma por este entresijo.

De cualquier forma es un hecho que Duff, un británico que estaba al servicio de España de antes de la iniciación de la guerra peninsular (1808), y que seguramente haría tareas de espionaje, fue quien ayudó a San Martín para salir de España vía Gibraltar, con un pasaporte a Londres y un lugar en un buque de guerra surto en la rada para su rápido traslado. Fue también Duff quien le dio las cartas de presentación y letras de crédito que, según los historiadores, el prócer no habría usado.

Años más tarde, cuando San Martín regresó a Inglaterra (1824), fue este Duff quien lo recibió, lo alojó por unos días en Duff House, ciudad de Banff (unos 50 Km al norte de Aberdeen), al norte de Escocia, e hizo que se lo nombrase ciudadano honorable de Banff. Título que en realidad no nos dice nada, si es que no sabemos que a este título se lo otorgaron a personalidades como Canning unos doce años antes.

Duff tenía estrecha relación desde su infancia con el Príncipe Regente, Jorge IV (el padre de éste, Jorge III, había sido declarado demente en 1810 y moriría así 10 años después). En España Duff había trabado buenas relaciones con el General Wellesley (enseguida Lord Wellington) quien fuera “consultado en diversas oportunidades por los ministros de Su Majestad –dice el doctor Terragno-, sobre todo por Lord Castlereagh, acerca de los modos de atacar las posesiones coloniales de España. Hay más de un memorial de Wellesley sobre la materia”, a partir de 1806, agrego de puro metido. Con un ejemplo se verá mejor la injerencia de este individuo en la materia: el 12 de noviembre de 1806 parte Craufurd de Cork. Al embarcarse el Regimiento 88°, componente de la última expedición, lo despide el Comandante de la Región, el recientemente ascendido General Wellesley, con una arenga que concluía diciendo: “Pluguiera a Dios que también fuera yo con ustedes” (Carlos Roberts, Las invasiones inglesas del Río de la Plata (18-06-1807), pág. 188).

Por otro lado Duff estaba vinculado a Jefes y Oficiales británicos que habían participado activamente en los planes para separar Hispanoamérica de España. Sin ir muy lejos, su hermano, el general Sir Alexander Duff, había comandado el Regimiento 88° durante la ocupación a Buenos Aires en 1806. Otro amigo de Duff desde la niñez, Sir Samuel Ford Whittingham, había tomado parte del segundo intento de tomar Buenos Aires (1807).

Samuel Ford Whittingham (después Sir) Participó en la Batalla de Bailén junto con San Martín (derrota del General Dupont, el 20 de julio de 1808 y capitulación el 23; la fuerza expedicionaria inglesa aún no había desembarcado en la Península; lo haría recién el 1° de agosto en la Bahía de Mondego, cerca de Puerto Figheira, Portugal a la espera del General Spencer que venía de Cádiz). Veinte días después, el 11 de agosto, la Junta de Sevilla, por intermedio de su presidente, don Francisco de Saavedra puso en conocimiento de ambos que habían sido ascendidos al grado inmediato superior: Whittingham a Coronel y San Martín a Teniente Coronel (José P. Otero Y Mitre no especifican el arma; Terragno dice que de Caballería). Un poco más adelante, en el mes de septiembre, estando estos dos Jefes en Madrid, se les otorgó la medalla que se mandó a acuñar para premiar a los vencedores.

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Por estos dos hechos, el ascenso y la medalla, el General Marqués de Coupigny le hizo llegar una esquela a San Martín felicitándolo (Archivo de San Martín, Tomo I, pág. 111). De su lectura surge, y al parecer, que tanto los ascensos y la medalla que recibieron, no fueron entregados a estos dos por una acción personal y heroica, brillante o decisiva ocurrida en la acción de Bailén, sino que fue concedida como premio a todos los que participaron en ella, de General a soldado, hecho que se condice más con el júbilo por el triunfo que exuda la Gaceta Ministerial de Sevilla de fecha 23 de julio. Además quede claro que una medalla no es una condecoración. Es como una constancia de que en tal o cual hecho de armas estuvo presente. Pues bien: San Martín, por Bailén solamente recibió (no obtuvo que es distinto) una medalla de la Junta sevillana.

Dicen los historiadores que Bailén reviste una importancia tal que sin ella Wellesley nunca hubiese llegado a ser el Duque de Wellington. Es posible, porque Wellington se movería desde Mondego y en el resto de la campaña, con una lentitud tal que resulta sumamente sospechosa, si es que nos atenemos a su personalidad. Nadie, como siempre, ha explicado esto.

Dice Mitre que San Martín como Capitán revistaba en el Regimiento de Voluntarios de Campo Mayor y como tal combatió en Bailén. Pero el español Carlos Mendoza (Las Batallas del Siglo XIX, Tomo I, pág. 176) asegura que el R. Voluntarios de Campo Mayor pertenecía a la reserva del Orden de Batalla del General en Jefe Francisco Javier Castaños (enseguida Conde de Bailén), juntamente con el R. Valencia, Tiradores de África, Granaderos de la Guardia Real, Provinciales de Zaragoza, Burgos y Cantabria; Caballería del Príncipe, Pavía y Sagunto, un Escuadrón de Carmona, Carabineros del Reino, 150 suizos, zapadores y una pieza de artillería. En esta acción no fue necesaria la intervención de la reserva, por lo que se puede decir que el R. de Infantería Ligera Voluntarios de Campo Mayor no combatió. Digo entonces, y en consecuencia, que San Martín tampoco. Estuvieron, nada más, bajo el solazo andaluz de julio que casi los mata.

Sin embargo, José Pacífico Otero (Historia del Libertador don José de San Martín, Tomo I, Cap. VII, pp. 134 a 136), dice que Mitre estaba equivocado (y de hecho el español Mendoza también), porque San Martín habría combatido con el grado de Capitán en el Regimiento de Caballería de Borbón, de destacada actuación en la batalla, y perteneciente a la División del General Coupigny. Acto seguido agrega Otero que esto “está sobradamente fundado”, pero no dice una palabra de dónde lo sacó para cimentarse, así como que San Martín fue “actor de primera fila en este hecho de armas” (la toma de las Alturas de Bailén). Pero esto último ya es de propia cosecha: porque no se anima a decir que “está sobradamente probado”, como en el caso anterior, ni mucho menos de dónde lo obtuvo. Y si el maestro Jauretche decía que Julio Jorge Nelson era la viuda de Gardel, yo digo que José Pacífico Otero era la viuda de San Martín. Única forma de explicar las cosas que dice y los pensamientos que tiene. Otero es el hombre que pensaba demasiado.

Como sobre esto se pueden escribir una media docena más de versiones, solamente me atrevo a decir, siempre muy humildemente ante tanta enjundia, que no alcanzo a comprender cómo un Capitán antiguo de la Infantería (en la copia de su Legajo Personal -Archivo Militar de Segovia-, figura hasta el 31 de diciembre de 1804 como Capitán Segundo recién ascendido, con 15 años, 9 meses y 10 días de antigüedad en esa arma), de la noche a la mañana aparece como Capitán de Caballería manejando un escuadrón en primera línea. Sin embargo soy de los que cree en los milagros. Aquí tiene uno para que se entretenga el lector matando el tedio con los amigos con una garnacha dominguera. Pero como puedo quedarme corto, para que no se aburran les mando un nuevo prodigio: a fines de 1804 era Capitán recién ascendido en España; en agosto de 1808, Teniente Coronel y, al llegar al Río de la Plata (1812), en meses Coronel y trascartón General. Un verdadero meteorito militar. En España no había podido pasar de Teniente Coronel.

Whittingham, que casi lo he olvidado, integró la fuerza comandada por Craufurd que llegó a Montevideo en junio de 1807, ciudad que había sido capturada por su tocayo, Samuel Auchmuty. En la tentativa por recuperar Buenos Aires fue ayudante del General Whitelocke. Tras este fracaso volvió a Inglaterra. De allí pasó a España para encontrarse a fines de julio en Bailén. ¿Cómo habrá hecho este pie ligero? Es que Bailén está muy cerca de

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Cádiz; y Cádiz se encuentra, paredón de por medio, unida a Gibraltar; Gibraltar es inglesa; y Whittingham era inglés.

William Carr Beresford (después elevado a la dignidad de Lord). Fue prisionero de los criollos después de la Reconquista de Buenos Aires. Se escapó con la ayuda de Saturnino Rodríguez Peña y del Altoperuano (antes se les decía así a los bolivianos) Aniceto Padilla. Fuga que, por la cantidad de evadidos de Luján (no piense el lector que fue el escape de cuatro o cinco malhechores; no, fueron cientos), nunca fue debidamente explicada y creo firmemente que la lista de implicados debió ser tan grande como la de los evadidos.

El hermano de Saturnino, Nicolás Rodríguez Peña, se convertiría en el amigo de San Martín en el Plata (San Martín en su primer testamento lo nombra como “el señor Peña”). Por esta causa don Saturnino, masón desde sus mocedades (iniciado en Cuba, antro formidable de la masonería española y americana desde los tiempos de Washington -junto con el venezolano Francisco de Miranda y el francés Lafayette- en Saratoga y, por supuesto al servicio de Su Majestad Británica), recibiría una asignación del General Whitelocke y una pensión perpetua de Su Majestad Británica. Inglaterra jamás olvida a los cachorritos que con su lengua le lustran los zapatos. Y en estas playas Inglaterra ha tenido jaurías de cachorritos y otro tanto de cachorrazos, capaces de matar a la madre enferma de artritis y en el día del cumpleaños.

El 16 de mayo de 1811, tanto San Martín como Duff tomarían parte de la batalla de Albuera a las órdenes de Beresford. Un mes más tarde, Beresford condujo el segundo sitio de Badajoz, y otra vez la casualidad los encontró juntos a los tres. Pero esta fue la última acción en que participó San Martín en la guerra peninsular: se retiró inmediatamente el sábado 14 de septiembre de 1811, embarcándose en el buque inglés que lo llevaría a Londres.

Cuando San Martín abandona España se habían cumplido cuatro años de guerra y su situación era de entera desolación. “Devorábanse –dice Lafuente-, y aún se disputaban los tronchos de berza y aun las yerbas que en los tiempos comunes ni si quiera se daban a los animales. Hormigueaban los pobres por las calles, plazas y caminos, y eran pobres hasta los que ocupaban puestos decentes y empleados regulares del Estado. La miseria se veía retratada en los rostros; en el interior de las familias antes acomodadas pasaban escenas dolorosas que partían las entrañas; en las calles se veían andar como ahilados y a veces caer desfallecidos niños, mujeres, hombres. La capital misma presentaba un aspecto acaso más horrible que cualquiera otra población, y un escritor afirma haber sido tal la mortandad, que desde septiembre de 1811 (la fecha que estamos tratando) hasta julio de 1812 (San Martín ya de novio en Buenos Aires bailando el Minué en la Casa de los Escalada y con la Lautaro caminando), se enterraron en Madrid unos 20.000 cadáveres. Secuelas inevitables de las guerras son estas plagas: el hambre, la peste, sin que pueda decirse que los progresos de los tiempos hayan hecho imposible su reparación, antes bien, dada la centralización de los capitales, de la industria y el comercio, han de resentirse todavía más fácilmente los pueblos que cuando estaban mejor repartidas dichas profesiones y maneras de vivir.” Para completar el cuadro dantesco que ofrecía España en ese momento véanse las Memorias de un setentón, de don Mesoneros Romanos.

En estas condiciones deja San Martín a la España paralítica que le había dado todo lo que en ese momento él era. En este ambiente de catástrofe deja San Martín a doña Gregoria Matorras, su madre, también paralítica y postrada por la enfermedad, la que le había dado la vida, con la única compañía de su hermana Helena (su segunda madre) completamente desvalida. Ni siquiera se despidió de ellas o les dejó algunas letras de las que le había dado Duff para que sobrenaden en aquella desgracia. Nada. Prefirió devolverlas en Londres. Al poco tiempo moriría doña Gregoria. ¿Le habrá interesado la muerte de su madre? No sé. Porque la muerte de España le interesó bien poco y es posible que haya rezado para que ocurra. Nunca más volvería a España. Como jamás volvería a pisar la tierra donde se meció su cuna: el Río de la Plata.

Este hombre, “el Templario de la Masonería” como lo llama Jean Lombard (La cara oculta de la historia moderna), ¿acaso alguna vez habrá amado a alguien o querido algo? No digo una persona. No. Pero tal vez un

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perro, quizá un gato, a lo mejor un osito de peluche o un par de alpargatas. Porque mujeres no. Eso si que no. En 70 años, estuvo casado 12; de los 12 permaneció con su mujer 2 años y medio, y Remedios se murió en la quinta de San Isidro sin verlo ni llamarlo. Don Arturo Capdevila, siempre indulgente decía que había un epistolario entre estos esposos cursado en esos últimos días. Nunca lo mostraron arguyendo que son papeles privados de familia. Y digo: mejor así, que no lo muestren. Cuente el lector los años que mencioné antes si tiene dudas: es un trabajo interesante ¿Y el resto? Porque mire el lector que es largo el tirón para andarlo al tranco y descalzo. ¿Cómo habrá hecho? Como a esto no lo entiendo no digo ni agrego nada más. Aunque ganas no me faltan y piolín para este barrilete tengo de sobra. Pero no. Mi abuela decía que debía ser juicioso y me daba a leer la vida de los santos. Y me hermano, que es peronacho del ’45, siempre me lo recuerda. Les voy a hacer caso en esta ocasión.

Robert Craufurd. Este Craufurd fue colega de Maitland en el Parlamento. Peleó en España desde 1809 hasta 1812. Antes había participado en la invasión de Buenos Aires.

Sir David Baird. Luchó en la India en el mismo tiempo que Maitland. Participó en la primera invasión de Buenos Aires al mando de una brigada. Luego formó parte del ejército inglés que enfrentó a Napoleón en España.

Sir Charles Stuart. Diplomático británico amigo personal de Duff que prestaba servicios en España. Fue quien le otorgó el pasaporte a San Martín en 1811. Era, junto con Beresford, miembro de la regencia portuguesa.

Los vínculos londinenses

George Canning. Como se recordará se lo llamaba “El heredero de Dundas”. El había jugado un papel protagónico en todo el proyecto oficial relativo a Hispanoamérica. Duff estaba vinculado a él. Recordamos que este personaje recibió en 1812 (poco después de la partida al Río de la Plata en la fragata que, precisamente, se llamaba George Canning), el título de ciudadano honorario de Banff, la pequeña ciudad del norte escocés que, en realidad era, un feudo de los Duff. Es decir, el mismo título que recibiría 12 años más tarde San Martín al regresar a Gran Bretaña.

En el año que nos ocupa, 1811, Canning era miembro del Parlamento desde 1794 y consejero privado de la Corona junto con Maitland. Once años antes, cuando Maitland escribió su Plan, Canning, amigo personal de Dundas, era miembro de la Junta de Contralor. Canning fue uno de los más fervorosos partidarios de la independencia de Hispanoamérica (considerada por él esencial para el interés británico). Finalmente Canning fue Canciller entre 1807 y 1809 por recomendación de Wellesley.

Lord Castlereagh. Fue presidente de la Junta de Contralos (1802-1806) y secretario de Estado de Guerra y Colonias (1807-1809). Castlereagh coincidía con Dundas acerca del modo de llevar a cabo un ataque sobre Sudamérica. En una carta al propio Dundas (entonces Primer Lord del Almirantazgo con el nombre de Melville), Castlereagh le confesaba en 1808: “la cuestión de separar a las Provincias Hispanoamericanas de España, que por tanto tiempo ha ocupado vuestra mente (…) nunca ha cesado de ser el objeto de mi más ferviente atención.” En otra ocasión, Castlereagh había escrito: “La liberación de Hispanoamérica debe ser alcanzada a través del deseo y los esfuerzos de sus habitantes, pero el cambio sólo podrá operarse bajo la protección y con el apoyo de una fuerza auxiliadora británica.”

Robert Saunders Dundas. Segundo Vizconde de Melville. Dundas (su padre), murió el 28 de mayo de 1811, pocos meses antes de la llegada de San Martín a Londres. Su único hijo, Robert Saunders, había sido secretario privado de su padre entre 1749 y 1801, incluyendo el período cuando Maitland le presentó su Plan a Dundas. Por otra parte, en ese mismo período Robert Saunders había sido colega de su padre y del propio

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Maitland en el Parlamento. Los tres eran escoceses. Robert fue masón como Duff. En 1811, Robert Saunders Dundas era presidente de la Junta de Contralor: un puesto para el cual había sido nombrado el 6 de abril de 1807 y, otra vez, el 13 de noviembre de 1809.

Sir Home Riggs Popham. Popham y Beresford –superior de San Martín en la Península- habían lanzado el ataque sobre el Río de la Plata en 1806. Popham estaba en Londres en 1811 y había asesorado al gobierno británico más estrechamente vinculado a Miranda.

Thomas A. Cochrane (más adelante Conde de Dundoland). En 1806 ayudó a Miranda en las Indias Occidentales, cuando el venezolano (perpetuo consultor del gobierno británico) planeaba su fallido desembarco en Venezuela. Como Maitland, Cochrane era escocés, marino, miembro del Parlamento (desde 1806) y hombre interesado en la expansión de Inglaterra. Un pariente de Maitland, sir Frederick Lewis Maitland, fue enviado en 1809 en auxilio de Cochrane que libraba una batalla decisiva contra la flota napoleónica en Aix. El mismo Maitland había servido anteriormente bajo las órdenes de George Duff, pariente del amigo de San Martín.

En 1817, después de que San Martín tomara el control sobre Chile, envió a José Álvarez Condarco a Londres, a fin de contratar un jefe para la flota que debía llevar al ejército libertador a Perú. Álvarez Condarco contrató a Cochrane.

Sir John Coxe Hippisley. El hombre que le pidió a Maitland que elaborase un plan para tomar Sudamérica. En 1811 Hippisley era miembro del Parlamento.

Sir Thomas Maitland. Cuando San Martín llega a Londres en calidad de “desertor-autorizado-fugitivo-acreditado” (en verdad no sé cómo llamar a la situación de don José Francisco), Maitland lo hace tras cinco años de servicios como Teniente General y Comandante en Jefe de Ceyland. Digo: una feliz coincidencia, que la suerte (Su Graciosa Majestad o Satanás) haya podido reunir en el mismo lugar a dos hombres tan singulares en esta historia. ¡Pero, qué casualidad! Maitland retenía el cargo de Consejero Privado de la Corona para el cual había sido designado el 8 de abril de 1807, es decir, poco antes de partir para Ceyland (hoy República de Sri Lanka, isla al SE de la India).

Las relaciones británicas en SudaméricaAún después de dejar Inglaterra, pero antes de iniciar su campaña continental, es probable que San Martín haya recibido y expedido información relativa a la actualización de los planes británicos sobre Hispanoamércica. En Tucumán, tenía por médico al doctor William Colisberry, natural de Filadelfia, en el estado de Pensinvania, Estados Unidos de América (Damián Hudson, Revista de Buenos Aires, Tomo IX, pág. 189), que lo acompañó a Córdoba donde fue a dar por su misteriosa dolencia aparecida sorpresivamente en el invierno de 1814 (J. M. Paz, Memorias), y de allí siguió al prócer a Mendoza donde se radicó hasta 1838. En Córdoba San Martín conoció a otro inglés, James Paroissien, quien sería su Ayudante de Campo y a quien haría General peruano.

Ya en el Ejército de los Andes, el Libertador contó además con los servicios del General William Miller, un masón de fuste que intervino en las invasiones inglesas y que luego había peleado en la Península Ibérica bajo el mando directo de Wellington hasta por lo menos 1814, año en que abandonó España para reaparecer en Chile nueve años después. Este Miller, después biógrafo de San Martín en Inglaterra, fue el comandante de la Infantería de Marina que actuó a las órdenes de Cochrane.

Hablando de Cochrane, recuerdo que todos los comandantes de la escuadra sanmartiniana fueron súbditos ingleses: Willinson, que había estado prestando servicios en el ejército de la Compañía de Indias Orientales, era el Capitán del navío San Martín. Igualmente el Capitán Robert Foster tenía a cargo el Independencia. El Capitán

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Guise comandaba el Valdivia; el Subteniente J. Topoker mandaba en el Galvarino; el Subteniente T. Sackeville Crosbie era responsable del O’Higgins; Casey dirigía el Chacabuco; el Subteniente Carter disponía en el Araucano; Young gobernaba el Montezuma; Cobbet encaminaba el Potrillo; el Subteniente James Esconde estaba a cargo del Valdivia. El Comisario y Juez de la flota era el Sobrecargo Henry Dean.

Hago dos aclaraciones antes de seguir; la primera: todos estos buques pertenecían a la Compañía de Indias Orientales y fueron rebautizados con estos nombres al llegar a Santiago de Chile, y la segunda: todos los oficiales que he citado también pertenecían al ejército de este fabuloso ente paraestatal. Es decir que esta fase del Plan Maitland, el traslado hasta el Perú, se cumplió tal cual lo había previsto su creador en aquel lejano año de 1801.

En Buenos Aires, San Martín so pretexto de una visita a su familia, se mantuvo en contacto con el Comodoro William Bowles, Comandante en Jefe de la Estación Sudamericana de la Armada Real, a quien el Libertador confió sus planes y problemas. En una de estas conversaciones San Martín sugirió a Bowles que Gran Bretaña enviase buques de guerra a la costa peruana, a fin de ejercer una oportuna intimidación, al tiempo que el Ejército Libertador avanzaba por tierra, con la promesa de la apertura de los puertos peruanos al comercio inglés.

En 1818, San Martín gestionó a través de Bowlws la mediación de Gran Bretaña en la lucha de las antiguas colonias contra España. Fue así que convenció a O’Higgins para dirigir, en su condición de Jefe del Estado Chileno, una carta con este motivo al Príncipe Regente (después Jorge IV de Inglaterra). El propio Libertador dirigió una carta de similar tenor a Castlereagh (12 de enero de 1818). Por lo demás, San Martín informó a Bowles que el agente del gobierno chileno en Londres, Antonio José de Irisarri, estaba facultado para ofrecer a Gran Bretaña la cesión de la isla Chiloé y el Puerto de Valdivia, así como una sustancial reducción de derechos para todos los buques británicos durante 30 años, a cambio de la asistencia militar. San Martín agregó que un Príncipe de la familia real británica sería bienvenido como monarca sudamericano, a condición de que la monarquía a establecer fuere de orden constitucional.

San Martín también mantuvo contactos con John Parish Robertson, un escocés llegado “por casualidad” durante las invasiones inglesas y que después se supo era agente secreto del Foreing Office. San Martín invitó a este inglés a que presenciara el combate de San Lorenzo (3 de febrero de 1813); la descripción que hace J. P. Otero sobre este hecho es altamente patética (op. cit. Tomo I, Cap. XI, pp. 219 y ss.), sin embargo nadie a reparado en ello. Más adelante y por disposición del prócer Parish Robertson sería el representante del Perú en Londres, para la gestión de un préstamo en el que intervino San Martín -1824 (ya residente en la isla en su “ostracismo”), mientras Rivadavia (según los historiadores enemigo acérrimo del prócer), hacía lo mismo pero para el Río de la Plata; ante la Casa Baring Brothers, una filial junto con la Hullet Brothers de la Banca Rothschild. De manera que tenemos por aquí: a San Martín y su mortal enemigo Rivadavia, juntos en la empresa de endeudar a las nacientes repúblicas sudamericanas. Un dato más: por este préstamo el Perú fue la primera de todas las naciones endeudadas que entró en cesación de pagos (hoy los lacayos del imperialismo lo llamarían “default” y al pago leonino de la usura “compromisos impostergables de la nación”). En plena guerra contra el Imperio del Brasil, Argentina debió vender (1826) sus dos mejores buques de guerra para pagar una de las cuotas contraídas “por el más grande hombre –según Mitre- de la tierra de los argentinos”, que naturalmente era Rivadavia.

Años después de la Gesta Libertadora, el Libertador le confió a su hermano Justo (entonces Coronel del Ejército Español, de una trayectoria muy parecida a la de nuestro prócer al lado de los ingleses, pero muy cerca de Wellington) que “de no haber sido por los esfuerzos del gobierno británico él no habría podido hacer lo que hizo en Sudamérica.”

Me quedan pendientes Los lazos masónicos. Pero la verdad es que llegando hasta aquí me cansé. Por lo que suplico me aguanten hasta la próxima.

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LAS AMISTADES INGLESASEN EL ANALISIS DEL PLAN

(¿Una rosca fenomenal, asociación ilícita o banda delictiva?)

¡Shhh! Si la Espada y el Puñal están cruzados sobre el Delta y la Biblia (versión hereje de Douay), indican que el Supremo Consejo está sesionando. La fotografía pertenece a la que nuestra prensa venal llaman “prestigiosa” Revista Life de febrero de 1957.

LOS ENLACES MASÓNICOS“No olvidar nunca que cuando es preciso unir estrechamente, mejor dicho, regimentar elementos populares que no pueden subordinarse a un régimen enteramente militar, por tratarse de personas que por su condición civil no pertenecen a ninguna fuerza armada, donde la disciplina es la base principal, no hay ni puede existir una organización más perfecta que la ofrecida por la Masonería.”

Antonio R. Zúñiga, La Logia Lautaro, Instrucciones de Francisco de Miranda a la Lautaro, Cap. X, pág. 151, Ed. Strach, Bs. As. 1922.

Advertencia al lector

Recuerdo al lector que esta parte, con el subtitulado Los enlaces masónicos, había quedado pendiente al final del Plan Maitland III que les enviara no hace mucho. Y advertido que fue esto, me aboco al tema sin más exordio, antes de que se vayan las ganas mías y las del lector también.

La masonería operativa y la masonería filosóficaNo creo necesario comenzar esto de los enlaces masónicos historiando a la Masonería como lo han hecho unos cuantos autores. Soy un convencido de que la mayoría de los lectores tienen una idea más o menos formada sobre la secta satánica. Podrá haber, no lo niego, quienes inocentemente no sepan de qué se trata. Pues bien, a ellos los aliento diciéndoles que, a nivel mundial, se han escrito alrededor de 12.000 libros sobre este tema escabroso. De ellos, no menos del 70% hablan y comentan fundamentadamente en su contra, otros no tanto; y alrededor de un 30% de aquel conjunto los defiende, al hacerlos parecer inofensivos gatitos de talla, como aquel

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de Corrientes 3411, segundo piso ascensor, no hay portero ni vecinos (el lugar era un cotorro) hecho de porcelana para que le maúlle al amor, según el viejo tango de meta y ponga.

A partir del 24 de junio (equinoccio –iguales noches- de invierno en el hemisferio sur y de verano en el Boreal, hoy celebrado como Día de la Masonería Universal), de 1717 se produce una escisión en la Masonería. Mejor dicho: desaparecería una y nacería otra, o bien que de las dos hicieron una que es lo más probable. Recuerdo que por aquel entonces habían sido vencidos definitivamente los Estuardos

La que lentamente se esfumaría en los vapores matinales de principios del Siglo XVIII, es la masonería llamada operativa, constructiva o corporativa, formada por los gremios de operarios, talladores, canteros y auténticos constructores, que sufrieron infiltraciones póstumas de los que se llamaron masones aceptados. Y tal nombre les viene porque no eran albañiles o picapedreros, sino médicos, abogados, militares, maestros, jueces, burgueses enriquecidos, sibaritas feminoides devenidos en intelectuales, sujetos provenientes de la nobleza, etc.

La que nacería en aquella fecha, bajo la protección del rey Jorge II de Inglaterra y la presidencia del médico calvinista y refugiado francés Teófilo Désaguliers (predicador de la corte), es la masonería invocada como doctrinaria, filosófica o especulativa: que es la que hoy en día no existe rincón del Planeta que no la padezca. Francisco de Miranda al organizar sus logias llamaba a esta masonería como política. De cualquier manera el origen de la secta es incierto y muy difícil de probar (Diccionario Enciclopédico de la Masonería, Bs. As. 1947).

Dice Juan Caprile (en Revista Civilita Católica, 1957 y 1958) que “ambas masonerías son, por lo tanto, dos organismos diversos, nada afines con sus objetos, si bien análogos en sus reglamentos y en su organización.”

Aunque en verdad parecería ser que la fecha de su aparición formal fue en 1723, cuando el Pastor Presbiteriano Jaime Anderson redactó su primera Constitución (Book of constitutions), ampliada y reformada en 1738 y 1746. Pero por otro lado el Diccionario Enciclopédico Abreviado de la Masonería, afirma que “la reforma radical de la masonería moderna se operó en 1641. En tal fecha deja su objetivo material y primitivo y toma el carácter teórico y científico en lugar del manual y práctico, recibiendo a los masones aceptados. El alquimista (astrólogo y anticuario) Elías Ashmole es uno de ellos, admitido en 1646 en la Logia Warrington de Edimburgo.”

Anterior a esta Constitución el rey calvinista Guillermo III había modificado los estatutos, y luego en 1720 se destruyeron todos los documentos de la masonería estuardista, con el fin de eliminar todo rastro de catolicismo y todo vestigio de romanismo, que hasta entonces había sido lo preponderante en la secta. Fue así como, fusionando todas las logias inglesas (cuatro en total) se fundó la Gran Logia de Inglaterra con asiento en Londres en tiempos de Jorge IV.

En el año 1650, Elías Ashmole era quien manejaba las logias rosacrucianas organizadas en Londres, y sus adeptos se reunían en los mismos locales que los masones. Su objetivo principal era “construir el Templo de Salomón, templo ideal de las ciencias”. Estos conventículos estaban, a su vez, fuertemente emparentados con los Hermanos Bohemios. Y dicen que fue Ashmole quien ideó las ceremonias de los grados iniciáticos (en 1641, 1648 y 1649), que son los tres primeros grados masónicos modernos (la llamada Craft Masonery o Masonería Azul); y fue quien escribió los rituales de ellos que son, con pequeñas diferencias, los utilizados en la actualidad.

Rosacruces fueron Martín Lutero y René Descartes, por ejemplo: así lo atestiguan los anillos de sello que ellos usaban con todos los símbolos de los Rosacruz. Así que Lutero, aparte del problema con la monjita Catalina Bora (muy rica en oro la religiosa; buen ojo el de don Martín), que después solucionó casándose con ella para dejarse de andar siempre más turbado que el día anterior, también por las noches golpeaba la vela y usaba el mandil en el tabernáculo inventado por los ingleses. Lo que se dice una bellecita. Pero de allí a decir que luterano tiene una parte del útero y otra del ano, no. Eso no me consta. Más aún: me parece una grosería de un mal educado como decía mi tía Clarisa que me daba clases de castellano.

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En la Inglaterra de nuestros días, la Masonería está amparada por una ley especial del Parlamento, como Sociedad Secreta, y no sólo es patrocinada por los nobles del reino y la cáfila de turiferarios que la sirven desde adentro y desde afuera del reino, sino que hasta la soberana es patrona de la Institución Real Masónica para Niños. El heredero al trono, el Príncipe de Gales es, a su vez, Gran Maestre de la Gran Logia de Inglaterra y Gran Patrono de la Orden.

La dispersión de las filiales por EuropaSea como fuere, lo cierto es que, por lo que después se vio, la masonería inglesa comenzó a moverse por el resto de los países de Europa a partir de las fechas que van de 1717 a 1723. Felipe, duque de Wharton de sexo dudoso, célebre por su impiedad y libertinaje, fue elegido Gran Maestre de la Logia de Inglaterra en 1722. Bajos sus auspicios actuaron Anderson y Désaguliers. En 1720 eran 25 las logias fundadas; en 1725 ya llevaban 50, y en 1737 el Príncipe de Gales pertenecía a la Orden (digamos que como ahora). Al mismo tiempo la Gran Logia de Inglaterra creó sus filiales en forma casi simultáneas en: Irlanda, España, Portugal, Bélgica, Alemania, Holanda, Suiza, Dinamarca, Suecia, Rusia, Polonia, Italia, Estados Unidos, India y Africa.

Observe el lector que, en los países donde la Gran Logia creó sus filiales, fueron colonias descubiertas y saquedas sin conmiseración (caso de Irlanda, la India y África, por ejemplo), o encubiertas (caso de Portugal y España) de Inglaterra; aliados (el caso de Rusia, Polonia, Suecia e Italia) para la guerra; o naciones que tuvieron que ver con el famoso equilibrio europeo que inventaron los británicos para justificar sus agresiones; o bien que su posición geopolítica las hacía indispensables a los fines de la dominación inglesa en el continente (casos de Bélgica, Holanda y Dinamarca). Porque geopolíticamente hablando los Países Bajos son a Europa lo que Israel es a la Media Luna de las Tierras Fértiles. Quien tenga estos puntos, maneja el resto con solo mover un dedo. Funcionan en la tierra como los estrechos en el mar. Por eso el Señor de Israel, que de geopolítica sabía un montón, le dio a sus preferidos esas tierras y no el Líbano, Siria o el Irán, por ejemplo.

De manera que los primeros pasos que dio la masonería fuera de Inglaterra fue como poderosa herramienta de dominación disfrazada de filantrópica y otras mojigangas. De forma tal que la Gran Logia de Inglaterra y la Tercera Orden de la Iglesia Anglicana vinieron a ser, y antes que todos, la columna vertebral del Imperio Británico. Y las dos organizaciones fueron y son manejadas por Su Majestad, para que nadie se equivoque. Hoy por doña Isabel II, casi momificada la pobre y martirizada por artritis reumatoidea, que aparentemente la usan para los desfiles, el protocolo y las estampillas. Mire don lector: en la Mancomunidad Británica no hay un solo cabello que se caiga de alguna cabeza, ni brizna de pasto que se corte, que no esté autorizado por ella. Es muy sencillo esto.

Aparece la voz de los PapasA veinte años de haber sido fundada oficialmente la secta masónica en Londres, el Papa Clemente XII, en su encíclica Ineminenti del 28 de abril de 1738, condenó y prohibió para siempre a las sociedades masónicas, como “perniciosas para la seguridad de los estados y la salvación de las almas”; fulminando contra ellas la excomunión mayor, y ordenando a los obispos que procediesen contra sus adeptos como si se tratase de verdaderos herejes, “enemigos de la seguridad pública”, pues “corrompen los corazones de los hombres sencillos y los traspasan con dardos envenenados (…) Después de haber reflexionado con madurez y de haber adquirido en este punto una completa certeza –agrega el Papa-, hemos decidido, por justos y razonables motivos, condenar y prohibir las dichas sociedades, reuniones y asociaciones constituidas con el nombre de francmasonería o con cualquier otra denominación.”

“Bajo las afectadas apariencias de una natural probidad que se exige a los masones y con la cual se contentan –dice inclemente Clemente XII-, han establecido ciertas leyes y estatutos que atan mutuamente; pero como el crimen se descubre por sí mismo, estas reuniones se han hecho sospechosas para los fieles. Y si todo hombre

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honrado considera el hecho de estar afiliado a ellas, como un signo inequívoco de perversión (…) Si sus principios fuesen puros no buscarían con tanto cuidado la sombra y el misterio.”

En verdad, lo que hizo Clemente XII, fue asociarse al clamor de los reinos y de sus pueblos. En efecto: antes que él, la masonería había sido prohibida y perseguida en Holanda (1735, un año después de su establecimiento en aquel reino), en Hamburgo, Suecia y Ginebra, también en 1735. Las logias de Zurich, Berna, España, Portugal, Italia y Polonia fueron clausuradas después de aparecida la bula pontificia. A las que se asociaron poco después Baviera, Rusia, Austria y Turquía. Benedicto XIV también la condenó en 1748, es decir 13 años después.

Aparecen las 24 condenas papales por falta de unaEn 1935 la prohibió el IIIer. Reich en Alemania; en 1936, Mussolini en Italia, y en 1939 Francisco Franco en España (emitiendo uno de los mejores documentos que existen contra los satanistas). Cabe destacar que las prohibiciones en Alemania e Italia fueron seguidas de violentos allanamientos donde se encontró valiosa información, como por ejemplo planes futuros que la masonería estaba resuelta desatar en distintas naciones (concretamente el caso España de 1936 a 1938), también se explicaban muchos hechos del pasado. El fruto de estos allanamientos fue publicado en millones de ejemplares en versiones en alemán y en italiano. Dicen que hubo ejemplares en castellano traducidos en España. Sin embargo no ha sobrevivido ninguno ni como copia, lo que ya prueba dos cosas: que evidentemente decían la verdad y que los hermanos fueron muy prolijos para hacerlos desaparecer.

Los Pontífices que condenaron a la masonería fueron: Gregorio XVI (1832), Pío IX (en 1846, 1849, 1854, 1859, 1862, 1864, dos veces en 1865, 1869, 1873, 1875 y 1876), León XIII (una serie de documentos que van de 1878 a 1903, 1884, San Pío X (1911); la Congregación del Santo Oficio (1884); el Concilio Plenario Americano (1889); el Código de Derecho Canónico (Canones 684 y 2335 de 1918); Pío XI (1931 y 1932), etc.

De toda esta cascada de condenas por más de 197 años, no cabe duda que el documento más claro y que pinta a la masonería tal cual es, ha sido la encíclica Humanum Genus del Papa León XIII, del 20 de abril de 1884. Nadie, absolutamente nadie puede decir, a partir de la Humanum Genus, que fue engañado por la masonería o que no sabía de qué se trataba. Y hoy en día tiene tanta vigencia como hace 113 años. El dolor de los hermanos tripuntes es que la Humanum Genus es, sencillamente irrebatible. Prometo hacer, pronto, un comentario de ella.

Para terminar con este acápite debo agregar, obligadamente, la íntima conexión entre el comunismo (desaparecido sólo formalmente) condenado por Pío XI, el socialismo marxista y el comunismo (en su versiones leninista, trotskista y enseguida estalinista: todos judíos y todos masones, incluido el Patriarca Marx que era rabino además), condenados por Pío IX y León XIII, que hicieron su irrupción en la historia en 1846 y que se hallan estrechamente vinculados, como lo anunció León XIII y lo confirmó Pío XI, con el filosofismo, el liberalismo económico (obra cumbre del racionalismo Iluminista, con sus dos brazos; uno ejecutor: el capitalismo, y el otro dominador: el imperialismo), y la masonería del Siglo XVIII.

La masonería es una verdadera antiguallaEste dicho es un caballito de batalla que anda suelto con el apero bien cinchado, sin bozal ni nada que lo sujete. Como no me voy a poner a rebatir aquí semejante sandez, reproduciré lo que sigue, que nunca fue desmentido ni rebatido hasta el día de hoy: “Nada se ha modificado en la legislación de la Iglesia con respecto a la masonería. Los cánones 684 y 2335 se hallan en pleno vigor hoy como ayer. Su bandera de aconfesionalidad, neutralidad y concordia universal, conduce naturalmente a la indiferencia religiosa, es una bandera anticatólica y niega el primado absoluto que se debe dar a la verdad en todos los dominios, especialmente en religión. Los binomios “católico-masón” (traducido a nuestra jerga actual sería funcionario) “católico-comunista” (que debe leerse como progre) son una burla para nosotros que no queremos contaminaciones y que sabemos que no

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haya nada en el mundo que sea más grande que un cristiano verdadero, sin adjetivos sin aditamentos (cuidado católicos carismáticos, por ejemplo). La Iglesia posee un contenido doctrinal divino que es la revelación de Dios. Sobre tales elementos no pueden existir componendas de ninguna clase (precaución iglesia clandestina de Quilmes) sino tan solo una fidelidad absoluta, una noble y gloriosa intransigencia sobre lo que es verdad divina y conformidad de vida en la revelación (Bergagoglio me parece que te están llamando). Sólo la verdad nos hará libres, no los compromisos ni los hibridismos que deshonran a la razón y que son, además, una ofensa para nuestra fe” (Monseñor Mariano Cordovani, Maestro del Sacro Palacio, en L’Osservatore Romano del 19 de marzo de 1950).

La Masonería Inglesa: una herramienta fenomenalCuando Inglaterra desembarca en la Península Ibérica ocupada por Napoleón, quedó atada de pies y manos, respecto de sus ambiciosos planes para separar a España de sus posesiones ultramarinas. Simplemente porque como aliada de España no podía aparecer ante la comunidad europea, aunque en un segundo plano, alentando, favoreciendo o provocando la independencia Hispanoamericana. Si lo hubiese hecho tal vez perdería a todos sus aliados en la lucha contra el Gran Corso y el bloqueo continental se prolongaría indefinidamente. Por otra parte la situación social en la isla, que se acarreaba desde 1790, estaba en 1808 en su punto más álgido (expectativas de vida de un pobre: 25 años; de un rico 50), al extremo de que algunos autores sostienen que se estuvo muy cerca de producirse en Londres una segunda Revolución Francesa. Entonces, ¿qué hacer? ¿Acaso estudiar lo que se venía delineado desde 1780 y llevado a la práctica en 1805, 1806 y 1807? Evidentemente no.

La otra alternativa era dejar en el congelador los planes e ideas pergeñadas hasta que soplasen mejores vientos, entre ellos el Plan Maitland. Sin embargo la guerra, iniciada en Portugal primero y en España después por la invasión napoleónica, amenazaba con ser muy larga, como efectivamente se verificó, por lo que esperar su finalización era otro desatino. A este cuadro siniestro habría de sumársele la presión ejercida sobre la corona por los financistas (usureros) de la City londinense y de los sectores asociados a ellos: los de la producción (entonces deudores morosos de la usura) imposibilitados de vender sus manufacturas (fabricadas a destajo por el maquinismo), se encontraban en situación de quebranto económico ¿Entonces Inglaterra se vio en un callejón si salida? Así hubiese ocurrido de no contar Inglaterra con la más formidable herramienta jamás inventada: la masonería. A ella se le encomendó esta tarea. Tan silenciosa como eficiente.

La masonería, amparada como hoy mismo, en inofensivas ideas de libertad, igualdad y fraternidad, portadora de ideas supranacionales, disfrazado su matiz extra nacional con mil caras, derramada a los cuatro vientos, sin fronteras que la sujeten, censuren o frenen, enemiga acérrima de las ideas de patria y de la religión, luchadora incansable contra las tradiciones de los pueblos, dirigida por cien cabezas (pero que respondían a una sola), y amparada por el más estricto secreto, era el instrumento ideal para prestar asistencia indirecta a los revolucionarios hispanoamericanos. Esto no debió pasar inadvertido a los masones británicos, entre los cuales figuraba a la cabeza, el Príncipe Jorge (Regente por la locura de su padre desde 1810 hasta 1820 y después rey hasta 1830), quien fue el primero, a pesar de ser un tarambana, en manifestar su desacuerdo sobre que Gran Bretaña diese su apoyo formal a las insurrecciones en América Española.

Este Príncipe, el primogénito de Jorge III, luego rey Jorge IV hasta 1830 como acabo de decir, había sido iniciado en la secta satánica en 1787 en la Logia Príncipe de Gales cuando tenía 25 añitos de edad. En 1811 era Gran Maestre de la Moderna Masonería Constitucional Inglesa. Su juventud fue borrascosa y a pesar de llevar una vida prostibularia y de lobizón por las noches, se casó en secreto con una viuda más vieja que la achicoria y a pesar de ser católica: Fitz-Herbert, con la condición de que le pagase todas las deudas que tenía colgadas en las gancheras de las tabernas, bodegones y casas de lenocinio. En 1795, mejorando la puntería, se casó con su joven prima Carolina de Brunswik, que tenía más dinero que la añeja primera esposa, la que también hubo de saldar las deudas del calabacín trotacalles.

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Por su parte Duff (solterón de sexo dudoso como todos los que rodearon a San Martín, incluido Wellington que hizo con Catalina Pakenham -1806 en Londres- lo mismo que hiciera el Libertador con Remedios-1812 en Buenos Aires-), el íntimo amigo de San Martín en España y luego en Escocia, fue iniciado en la secta en 1802. A su regreso a la isla fue nombrado Maestro de Culto y en 1814 recibió el cargo de Gran Maestre Encargado de la Gran Logia de Escocia, domiciliada en Edimburgo, cuyo Gran Maestre era, precisamente el Príncipe Regente.

La Masonería MirandistaPara obtener los objetivos independentistas, de apariencia libertaria (exotérica) y de fondo británicos (esotérico), que se había propuesto Francisco de Miranda (1750-1816), venezolano por nacimiento y General inglés por convencimiento, ninguno de los ritos masónicos existentes, podía ofrecerle mayores ventajas que el llamado entonces Rito Moderno Francés al cual se hallaba afiliado desde 1796, presentado por María José Marqués de La Fayette (1757-1834) el mejor discípulo en Francia del fundador del Iluminismo, Adam Weishaupt (1743-1830), los cuales tres, como se ve fueron, prácticamente, contemporáneos.

Dicho rito masónico consta de cinco grados: tres son simbólicos, aprendiz, compañero y maestro; y dos grados superiores o dogmáticos, Rosa Cruz y Caballero Kadosch.

Miranda instituyó en la casona de Graften Street, Fitzroy Square, número 26, de Londres, una logia de este tipo a la que denominó Lautaro. Poco tiempo después instituyó otras dos que se denominaron Caballeros Racionales y Gran Reunión Americana. Muchos autores masones y no masones, han considerado a estos tres conventículos como uno sólo, armando un embrollo fenomenal. Pero no fue así. Los tres nombres o títulos se correspondían con tres talleres bien diferenciados, que fue el trípode sobre el que se asentó la Gran Logia Regional Americana, que era todo un Gran Oriente, dependiente de la Gran Logia de Inglaterra.

La Fayette, Washington y Miranda. Tres hombres aparentemente diferentes y un solo corazón: Falta Adam Weishaupt que lamentablemente no aparece retratado.

En ocasión de la fundación de la Lautaro, Miranda contó con la decidida colaboración de: Saturnino Rodríguez Peña, del sacerdote Servando Teresa Mier, Santiago Mariño, Benito Lizárraga, Olavide, Pozo, Sucre, Lord Mellville (Henry Dundas), Duff, conde de Fiffe, Sir Home Popham, Sir David Bair y otros ingleses que pertenecían de antaño a la masonería británica. Como se puede observar la logia quedaba automáticamente enlazada con los masones del gobierno de Pitt (que también lo era, como su padre que sirvió a los reyes Jorge II y III, ambos de larga trayectoria masónica), y con la virulenta masonería escocesa a través de Duff, el gran amigo de San Martín en España y luego al iniciar su ostracismo voluntario en la isla.

La Lautaro hace que aparezca la pata de la sotaRespecto origen del nombre Lautaro los autores de los más diversos pelajes, incluidos los masones siempre traviesos, se han echado a volar con su imaginación peregrina. Pero casi todos convergen, con pequeñas

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diferencias, en que se dio este nombre en memoria del cacique araucano Lautaro inmolado en 1553, tiempos de la Conquista del Reino de Chile por Valdivia, y que fuera inmortalizado en la bella poesía romancera por don Alonso de Ercilia y Zúñiga. Recordamos de paso que este indígena había sido paje de Valdivia hasta la batalla de Tucapel en que es muerto el jefe castellano, y fue entonces cuando Lautaro se pasó al bando contrario donde, entre otros, militaba el célebre Caupolicán, que también es de leyenda.

Sin embargo el historiador don Vicente F. López (masón como su padre), al referirse a la Lautaro afirmó que “el nombre deLautaro no fue un título ocasional sacado al acaso de la leyenda araucana (…) sino una palabra intencionadamente masónica y simbólica, cuyo significado específico no era Guerra a España sino Expedición por Chile, secreto que sólo se revelaba a los iniciados al tiempo de jurar el compromiso de adherirse y consagrarse a ese fin” (Historia Argentina, Tomo IV, pág. 270).

Pero el Director de la Biblioteca de la Masonería en Buenos Aires, don Antonio R. Zúñiga, hace con estas palabras de López una deducción acertada para su tiempo: “Hay en tal afirmación un error –dice Zúñiga, masón irredento-. San Martín tomó el nombre de Lautaro de la logia fundada por Miranda, como O’Higgins lo hizo a su vez de la logia de Buenos Aires; y siendo ello así, mal podía entonces el general Miranda saber, en 1806, que San Martín llevaría a cabo, años más tarde, la expedición a Chile” (La logia Lautaro y la Independencia de América, Cap. II, pág. 37, Bs. As. 1922).

Bien: ¿qué tenemos por aquí? Primeramente que O’Higgins conocía el nombre Lautaro desde Londres, donde vio fundar la logia a Miranda y sabemos que fue una de sus manos derechas. Seguidamente que en 1922, Zúñiga no sabía lo del Plan Maitland que descubriría el doctor Terragno en 1981. Pero, evidentemente algo conocía don Vicente F. López que llegó a ser Soberano Gran Comendador del Supremo Consejo Grado 33 del Escocismo (título que compartió con personajes como Sarmiento, Leandro N. Alem, general Agustín P. Justo, generales Julio Argentino y Rudecindo Roca, Joaquín V. González y unos 35 más que tengo contados hasta ahora). Pero Zúñiga, que evidentemente no comía vidrio, dice que “le ha llamado la atención” este hecho (lo que dice López) y más adelante agrega, completamente extrañado, que Lautaro “constituía una palabra registrada en el ritual del primer grado”, donde comienza a sospechar, para finalizar diciendo: “puede muy bien haber tenido asimismo (la palabra Lautaro), otras aplicaciones que nosotros no conocemos” ¿Qué me dice lector que se ha quedado callado? ¿Acaso no es sorprendente que ni los mismos masones puedan desentrañar a los masones?

En la página siguiente vemos el local donde funcionaba el Templo de la Logia Lautaro de Buenos Aires. Se encontraba ubicada en calle de la Barranca (hoy Balcarce antes de llegar a Venezuela). Hubo serios intentos de conservarla como Patrimonio Histórico Nacional. Digamos a nivel de la Casa de Tucumán o del Cabildo porteño. Una fría mañana la sorprendió reducida a cascotes por la pica inclemente y el martillo pilón. Los fascistas seguramente. Fue una gran pena.

Entonces, ¿qué significaba la palabra Lautaro? Evidentemente del indígena, los masones, anglófilos de la primera hora, deslumbrados como los bichos por la luces de Londres, ni se acordaron. Entonces, ¿cómo sería este puchero? Si en lugar de Lautaro leemos L:A:U:T:A:R:O, como un anagrama, se pueden formar hasta 20 epígrafes, que justamente los tengo a mano, pero no los transcribiré, porque la mayoría carece de sentido. Solamente 6 de ellos me convencieron y uno sólo por sobre ellos y que es como sigue: Logia Aceptada y Unida en Talleres para la América Regenerada en la O (recuerdo de paso que esta figura O, no es la letra “o” sino un círculo –el mundo, el universalismo- es el emblema masónico por excelencia; los lautarinos firmaban en la parte posterior de su correspondencia –O-; -OO- y –OOO-, que da los grados de confidencialidad y urgencia en la comunicación de hermano a hermano o entre talleres). Puede ser, sin embargo, que Lautaro fuese ya dos cosas: un anagrama y que además revelara el Plan Maitland: el camino es por Chile, como lo dice don Vicente Fidel López, que de esto sabía más que todos los masones juntos. Por este motivo se agregó la palabra en el juramento del Primer Grado, como queriendo decir que viniendo la orden desde Inglaterra (sede de la matriz lautarina),todo el mundo masónico se debería poner a trabajar por el objetivo trasandino sin dilaciones.

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Entre Cádiz y Buenos AiresComo ya lo he dicho, en 1807 reinaba en Inglaterra Jorge III, medio loco pero rey al fin; lo acompañaba su Ministerio de los Talentos, integrado por: Lord Grenville como Primer Ministro; Charles James Fox a cargo del Foreing Office; William Windham (discípulo de Edmund Burke y funcionario del primer gobierno de Pitt) en la cartera de Guerra; Lord Howick (más conocido como Earl Grey) un admirador de Fox; Lord Sidmouth (cuyo nombre era Henry Addington, responsable de la Paz de Amiens); Tom Grenville, hermano del Primer Ministro y Lord Holland, sobrino de Fox. Era esta una ensalada de whig (liberales) y tories (conservadores), hasta ayer irreconciliable y entonces unido por las maravillas que hace la masonería.

En ese año de 1807, Miranda, mandado por estos Talentos ingleses que eran los que le pagaban, como en los tiempos de Pitt (y el libertador venezolano se quedaba con los vueltos), desembarcó en Gibraltar. De allí pasó el paredón que hace de frontera y entró en Cádiz (ciudad muy vinculada con las invasiones inglesas a Buenos Aires de 1806 y 1807, pero que nunca se la nombra), para establecer una logia en ese puerto español (aparte de las fundadas por Cagliostro unos años antes). Un autor masónico ha dicho que “para pertenecer a la Lautaro se debía ser masón necesariamente”. Y mire don lector: todo indica que debió ser así; yo no me voy a desgañitar explicando lo contrario.

Dice Mitre que a principios del Siglo XIX la Sociedad de Lautaro tenía ramificaciones (talleres) por toda España, que estaban afiliadas a la Gran Reunión Americana, establecida por Miranda en Londres (sospecho que Mitre quiso decir Gran Logia Regional Americana). Y fue justamente en Cádiz donde San Martín se embarca en 1811 con rumbo a Inglaterra.

Interior del Templo de la Logia Lautaro. El antro está alumbrado con velas. Listo para la tenida. En el dosel del fondo se destaca la estrella pentada. Sí, la misma que tiene la bandera de los EE. UU., la de la Rusia Comunista, la China de Mao, la cubana del Cuco, la chilena de Allende, la que luce el Che Guevara en su boina y la que hoy se ve en Plaza de Mayo. Si. Es la misma. ¿Por qué será?

La mayoría de los autores masones y no masones están contestes en que San Martín fue iniciado al año siguiente, es decir 1808, en una de las logias que Miranda había fundado en Cádiz con cartas constitutivas de la Gran Logia de Inglaterra, llamada Legalidad, donde se le habría asignado el nombre de Hermano Inaco (Inaco es un héroe mitológico nativo de Argos o de la Argólida, ciudad de la Morea en el Peloponeso; era hijo del Océano y de Tetis; rey de Caria y primer rey legendario de Argos; etc.). También estos autores, masivamente, han aceptado que San Martín salió de Inglaterra a fines de 1811 con el Grado 5°. Claro está que ninguno dice de qué Rito que, en definitiva, es lo más importante. Pero como sabemos que todas las logias mirandistas fueron del Rito Francés o de La Fayette, el Grado 5° es el último, y se corresponde con el de Caballero Kadosch.

Esta deducción tan simple y que hoy no admite discusión, me ha llevado a pensar que el masonismo de San Martín debió ser muy viejo. Es impensable suponer que San Martín pasó en tres años de lobatón a Caballero

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Kadosck. No. Tenga la seguridad el lector que en la Masonería estas cosas no pasan. En el Rito Escocés de Antiguos y Aceptados Masones (REAAM) donde de los 5 grados se han hecho 33, por méritos se puede saltear uno, dos y tal vez tres grados. Pero en el constreñido Rito de Lafayette no. Allí se debe permanecer y dar testimonio en cada grado.

El masón arrepentido Luis Blanc (Historia de la Revolución, Tomo II, pp. 80 y 82), dice que “Kadosch” (en hebreo: El Santo; ¿acaso le vendrá de allí lo del Santo de la Espada que le endilgó a San Martín don Ricardo Rojas que era masón y de esto sabía más que nosotros?), “es el Hombre Regenerado, santuario tenebroso cuyas puertas no se abrían al adepto sino después de una larga serie de pruebas (algunas humillantes, agrego yo, como la sodomía, repetida dolorosamente o con gusto en varios grados, ¿será por esto que dicen se le abrían las puertas?), contestadas de manera que comprobaran los progresos de su educación revolucionaria, la constancia de su fe (masónica) y la fortaleza de su corazón (dormido en Inglaterra).”

Por el otro lado no hay ninguna constancia de que Maitland fuese masón. El único indicio es que era parroquiano de la Taberna de los Masones, punto de reunión de los Amigos del Pueblo, formado por un grupo de parlamentarios del cual el propio Maitland era un miembro prominente. De este cuchitril misógino se abastecía el rey para formar sus gabinetes, como el de los Talentos, por ejemplo. Funcionaba como un banco de cerebros al cual se acudía en busca de personajes hábiles para la corona. De manera tal que cualquiera que de allí se tomase, se tenía la razonable certeza de que era masón y que había estado bajo la lupa por varios años. No había posibilidad de yerro: era canalla confirmado. El líder de este grupo era James Mackintosh, un famoso masón y abogado perpetuo de la independencia Sudamericana. De manera que cuando don Jorge III necesitaba un hombre de tales y cuales características se lo pedía a Mackimtosh y este se lo remitía con franqueo pago. Este Mackintosh era amigo desde su niñez de Cochrane y consecuentemente de Maitland.

Dentro de la masonería el caso Maitland es como el caso de San Martín (y el de Lonardi sin ir muy lejos): todos los círculos que frecuentó y las amistades que tuvo hasta su muerte fueron masónicas, pero se duda si él lo fue o no. Entonces le pregunto al lector: ¿usted, cuántos amigos masones tiene?, o, ¿cuántas veces fue invitado a un templo masónico a presenciar una tenida blanca? Luego dígame como hacían estos para vivir entre masones sin serlo, y qué veían los masones en él que lo aceptaban sin más trámite. Pero no negaré que esto pudo ser posible, porque estos hombres eran maravillosos, ¿o no?

Sin embargo las confirmaciones de las vinculaciones de San Martín con la masonería parecen emerger de sus actos posteriores a su visita de cuatro meses a Inglaterra. La logia masónica erigida por Silva Cordeiro en el Barrio de Las Catalinas en la calle de la Santísima Trinidad, entre Santo Tomás y Santa María (hoy San Martín, entre Paraguay y Charcas) con el exequatur acordado por la Gran Logia de Pensilvania (EE. UU.), que le daba el carácter de legal, había desaparecido en 1804, pero abatió sus columnas en 1810. Después vinieron, junto con el invasor, las logias inglesas que en total fueron tres. Pero al llegar don José a las Balizas de su Majestad en el Río de la Plata, la única organización que se encontraba en pie era la Sociedad Patriótica. Según el masón Zúñiga (op. cit., Cap. X, pág. 152), al pisar la ribera de Buenos Aires, venía San Martín con un estudio detallado de cuanto acontecía masónicamente en la ciudad y el nombre de dos referentes principales: Manuel de Escalada (un bastardo de la familia Escalada, reconocido posteriormente en España; después su suegro) y el tucumano Bernardo de Monteagudo.

Junto con Carlos María de Alvear y Matías Zapiola (ambos iniciados en Cádiz) fundó lo que en términos masónicos se denomina un triángulo (un taller o logia), compuesto de tres luces (autoridades superiores de una logia), que serían: Venerable, Secretario y Orador. Esto, en la jerga masónica se denomina logia legal o logia perfecta. Establecido el triángulo se adquirió, a principios de mayo de 1812, un caserón cuya fotografía y domicilio ya he expuesto. En breve plazo ingresaron al taller y en el siguiente orden: Cornelio Saavedra, Manuel Belgrano, Bernardo de Monteagudo, Manuel S. de Anchorena, Julián Álvarez, Alejandro Murgiondo, Teniente Coronel Manuel Pintos, doctor Antonio Sáenz, Bernardo Vélez y Tomás Guido.

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Recibió esta logia el nombre de Lautaro y su matriz se encontraba en Gran Bretaña. Ahora bien: esta logia se componía de dos cámaras o secciones: la simbólica o azul (el azul cardo de los ingleses que ellos llaman tiestle, el de la Orden de la Jarretera) que consta de los tres primeros grados (la craft masonery o fuerza de choque de la masonería); y lasuperior o roja compuesta de los grados 4° (Rosa Cruz) y 5° (Kadosch). A esta cámara San Martín la denominó Gran Logia de Buenos Aires. Esta fue la que actuó políticamente con prescindencia de la Lautaro. Los miembros de la Lautaro jamás participaron de las deliberaciones. Es decir, lo que los historiadores tratan como un organismo, en realidad y efectivamente, fueron dos. Que entre ellos existiría cierta correspondencia o relación, no lo dudo, pero siempre las aguas separadas.

En la página siguiente, vemos la banda masónica usada en la Lautaro. Cuando se incendió el Colegio del Salvador en 1875 la encontró Enrique B. Moreno, que era Jefe de Policía, luego embajador, Senador Nacional, Comandante General de Marina y masón. Sobre ella hago una sola pregunta: ¿qué hacía esta banda en un Colegio Confesional como el del Salvador?¿Y los curas la tenían como reliquia o la tenían porque la usaban?

SÁBADO, 4 DE MAYO DE 2013

Publicado por Titular de Unidos x Perón. Gabriel A. Fossa

FUENTE: http://unidosxperon.blogspot.com.ar/2013/05/el-plan-maitland-la-avanzada-britanica.html

HOMENAJE AL GRAL. SAN MARTIN EN EL 150 ANIVERSARIO DE LA MASONERIA ARGENTINA.

150º ANIVERSARIO DE LA MASONERIA ARGENTINA.Una extensa fila de masones, formados de a tres, ingresan a la Catedral de la Ciudad de Buenos Aires, a rendir honores en el mausoleo donde se encuentran los restos mortales de los generales José de San Martín - el Gran Iniciado -, tomás Guido y Juan Gualberto Gregorio de Las Heras, todos ilustres hermanos de la Orden.

Los masones reunidos frente a la tumba del Gran Iniciado, general José de San Martín (quien fuera iniciado como Masón en Cádiz, España) que se encuentra en la Catedral de la Ciudad de Buenos Aires.

La Bandera Argentina llevada por un Maestro Masón durante el homenaje al Gran Iniciado Gral. José de San Martín, Padre de la Patria, con motivo del 150 aniversario de la fundación de la Gran Logia de la Argentina de Libres y Aceptados Masones. Realizado en Plaza San Martín, en el tradicional barrio de la Recoleta, Ciudad de Buenos Aires.

En el comienzo del homenaje al Gran Iniciado José de San Martín, desfilan los estandartes de decenas de logias así como de grandes logias visitantes. Encabeza el grupo el Pabellón Nacional y el estandarte original de la Gran Logia de la Argentina de Libres y Aceptados Masones.

Las máximas autoridades de la Orden colocan una ofrenda floral en el monumento ecuestre al Gran Iniciado. El texto dice: "150 Aniversario Gran Logia de la Argentina. Al Querido Hermano José de San Martín."

Bandera Argentina, estandarte de la Gran Logia de la Argentina así como lo de decenas de logias participantes,

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flamean en torno al monumento al Gral. José de San Martín - ilustre masón - llevadas por miembros de esta antigua Orden.

Máximas autoridades de la Gran Logia de la Argentina de Libres y Aceptados Masones junto a grandes maestres y otras autoridades llegadas de todos los países del mundo despues del emotivo acto de homenaje al Gran Iniciado José de San Martín realizado con motivo del 150 aniversario de la Masonería Argentina (11 de diciembre de 2007)

SÁBADO, 4 DE MAYO DE 2013

Publicado por Titular de Unidos x Perón. Gabriel A. Fossa

FUENTE: http://unidosxperon.blogspot.com.ar/2013/05/homenaje-al-gral-san-martin-en-el-150.html

25 DE MAYO DE 1810, DIA DE LA RENDICION DEL VIRREINATO DEL RIO DE LA PLATA AL IMPERIO BRITANICO.

25 DE MAYO DE 1810, DIA DEL LIBRE COMERCIO CON GRAN BRETAÑA A PUNTA DE CAÑONAZOS DESDE EL RIO DE LA PLATA.

16 DE JUNIO DE 1955 PRINCIPIO DEL FIN DE LA SOBERANIA NACIONAL, CON DESTRUCTORES BRITANICOS EN EL MAR ARGENTINO.

"Tal cual pasaría con la flotilla fondeada en las Balizas de Su Majestad Británica el 25 de mayo de 1810, con la famosa fragata Misleote que les hacía de insignia, a la espera de los acontecimientos, aunque desparramaba panfletos subversivos en la ciudad. O como, sin ir tan lejos, la flota anglo-norteamericana surta en proximidades del Pontón Recalada a partir de agosto de 1955, a la espera de los acontecimientos, mientras Rojas trabajaba para ellos entre bombas y cañonazos. Pero eso sí: siempre en nombre de la Libertad. No se olvide de la Libertad, amigo lector. Pero cósase los bolsillos y esconda hasta los mendrugos porque se los arrebatarán."

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"Porque, contrariamente a lo que el vulgo cree, es la marina mercante la base de la marina de guerra.Observe el lector que en nuestro país se empezó destruyendo la Marina Mercante que era en 1955 la tercera del mundo. Los que hicieron esto sabían que, en realidad, lo que estaban destruyendo era la Marina de Guerra. Sin embargo la gilada asimiló lo que le decía Clarín, La Nación y La Prensa. Fíjese ahora cómo quedó la Marina de Guerra: peor que si hubiese regresado de una guerra."

"En todos los planes ingleses elaborados para separar a España de Hispanoamérica, desde 1780 hasta 1810, figura esta frase como justificación necesaria y suficiente para iniciar una acción punitiva. Entonces Inglaterra aparece siempre como la portadora de la libertad de los pueblos y por esta razón exporta y exportó libertadores. Pueblos que nunca la llamaron, ni sabían qué tramaban los británicos autistas contra ellos. Y como ejemplo coloco a las invasiones inglesas de 1806 y 1807 a Buenos Aires, o a Caracas en 1805. Un caso verdaderamente patético. Así les fue."

"Quien tiene la llave del mar tiene la llave del mundo. Este principio geoestratégico lo tomó para su reinado y para Inglaterra la reina Isabel, aunque estuviese escrito para su vecino y enemigo mortal Felipe II. Bueno mire lector: yono digo tanto para los nuestros, y me animaría a decir que quien tenga la llave de nuestro mar epicontinental tiene las llaves de la soberanía nacional. Con esto ya me conformaría."

Un imperio colosal

El más grande y colosal Imperio que haya existido sobre la faz de la Tierra lo construyó la España Católica al finalizar la Alta Edad Media. Un poco más tarde, y gracias a la ventaja de una Bula Papal, le quedaría todo el actual Continente Americano en su poder. En seguida, a los pocos años, por un tratado entre partes, también refrendado por un Papa, la dejaría dueña demedio planeta. Era un imperio inconmensurable, de tal vastedad, que decían nunca se ponía el sol. Fue la admiración del Mundo de aquel entonces, como lo fue en el pasado

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reciente, como loes hoy y lo será mañana seguramente.Pero esta gesta gloriosa solamente le traería celos y rivalidades a España. Los ojos resentidos y los corazones codiciosos de las grandes y pequeñas naciones del entonces Mundo Conocido, en particular las europeas, se posaron sobre la antigua Hispalia de los romanos, y sus almas suspiraban fascinadas de igual modo que cuando pensaban en las exoticidades del Oriente.

Todas las vecinas de España se regocijaban con las noticias venidas del hasta hacía poco profundo y distante Mare Tenebrosum, que se extendía allende las Columnas de Hércules. Así se conocían las noticias referidas a la hermandad entre los pueblos nuevos. Otras revejidas rumoreaban sobre desavenencias entre ellos que, tratándose de españoles, no tardarían en aparecer. Y fueron estas últimas y aquellas vastedades imposibles de cubrir, y por ello en aparente desamparo, las que encendieron la imaginación boscosa de muchos aventureros, renegados y manilargos.

No piense el lector desprevenido que estos fueron siempre corsarios, piratas y pechilingues que actuaban por su cuenta. No. También hubo monarcas poderosos que se valieron de ardides temerarios para el saqueo que ya se avecindaba o de la duda sembrada adrede para luego aprovecharse de ella. Y, si no me creen, vean el mapa que de puro devoto les he preparado para el punto siguiente.

El gran hallazgo portugués: el Continente Americano se mueve como se puede observar en la proyección de abajo, he trazado dos grupos de tres líneas cada uno. La primera línea del grupo de la izquierda, es la convenida en la finca cercana a Tordesillas el 7 de junio de 1494, y se corresponde con 370 leguas, españolas y portuguesas de 17½ leguas al grado, hacia el Oeste (el texto del tratado en Navarrete, Viajes, Tomo II, pp. 116 a 130). Ella pasaba por la isla de San Sebastián en el extremo sur de lo que entonces figuraba en las cartas de la Casa de Contratación de Sevilla como Brazil de Terra de Santa Cruz (el Brasil actual). Las tres líneas del conjunto de la derecha son las dispuestas por la Bula Pontificia: 100 leguas al Oeste de la más occidental de las Islas del Cabo Verde.

Como este fallo era irrefragable, por ser una cuestión matemática la posición de los medanales del Cabos San Roque y el de San Agustín respecto a la situación de las islas del Cabo Verde,también era inapelable. Entonces don Manuel I, El Afortunado, rey de Portugal (de 1495 a 1521;tiempos de los Reyes Católicos, de Fray Francisco Cardenal Cisneros y de Carlos V de Alemania, todavía no era Carlos I de España), junto con su cosmógrafo, el lusitano Francisco de Texeira, tuvieron, una escabrosa idea, sea por lo peregrina como por lo trasnochada: como no podían correr la Línea de Tordesillas, desplazaron al continente americano hacia el Este. Es decir,estrecharon la distancia entre América y África. Y como esta longitud era incierta, entonces el asunto sí era discutible. Es decir: desplazaron el continente americano hacia el Este porque con el África, ya conocida en todas las cartografías, no lo podían hacer.

De esta manera la línea, que supuestamente era inamovible, se corría hacia la izquierda, ya sobre tierra americana, llegando a comprender primero al Cabo de Santa María (al sudeste de la actual R. O. del Uruguay), el punto considerado como la entrada oceánica del Río de la Plata. Más tarde el rey don Sebastián (de 1557 a 1578; tiempos de Felipe II), haría lo mismo con su cosmógrafo doctor Pedro Núñez, pero esta vez el límite se desplazó tanto que comprometía a la después Colonia del Sacramento (que desde Solís se llamaba Punta Santa Bárbara).

Es por esta causa que en el norte de algunas cartografías figura Groenlandia como Tierra del Rey de Portugal. Y no avanzaron más hacia el oeste por el sur, porque por el norte, pasando el Ecuador terrestre, este meridiano ficticio habría incluido a las islas caribeñas descubiertas por el Almirante Colón en sus cuatro viajes, lo que

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hubiese sido el colmo de la desfachatez. Por Tordesillas, España quedó prácticamente dueña del hemisferio occidental, y Portugal propietaria del hemisferio oriental. De forma tal que en la Península Ibérica se encontraban los dos dueños del mundo. Pero, a pesar de la vecindad, jamás los propietarios llegaron a materializar en tierra, por dónde pasaba la Línea de Tordesillas que, a la postre, resultó en partes sinuosa y en otras divagante, y fue la causal amenazada de numerosos litigios, desconfianzas, usurpaciones y hasta de guerras entre los dos reinos vecinos.

Lo mismo habría de ocurrir en las lejanas y medio ignotas antípodas, donde esta frontera ideal que circunvalaba el geoide que es la Tierra, debería haber pasado por algún lugar próximo de la actual Oceanía (el viejo Moluco medieval), se evidenció como más escurridiza que en el Atlántico (en esos tiempos llamado Mar del Norte), y también fue motivo de muchos problemas jurisdiccionales.

Esto no hubiese pasado del triste anecdotario, si no fuese por sus consecuencias que fueron más allá de coscorrones propinados entre dos reinos. Y resultó que entre las Islas del Cabo Verde y un sector del extremo nororiental de la actual Sudamérica (los arenales blancos del Cabo San Agustín), quedó formado un ancho uso de más de 1.200 kilómetros que era tierra de nadie. Este fue el lugar por donde se producirían las infiltraciones francesas, holandesas e irlandesas primeramente y, como colofón en este vasallaje, su heredera en el latrocinio primero y en la depredación y la intrusión después: Inglaterra; un reino insular y miserable donde ninguna persona sensata hubiese apostado un maravedí, a no ser por sus lanas, entonces principal industria de la isla, embarcadas para las tejedurías de Génova y Flandes desde el Siglo XV por lo menos (a pesar de las impagables deudas inglesas contraídas en tiempos de Enrique VII con los usureros de Florencia, Nápoles, Venecia y Génova).

Esta es la causa por la que las colonias florentinas, napolitanas, venecianas y genovesas fueron tan numerosas en Londres y en Bristol. Tiempos en que era un orgullo para los ingleses el casar a una hija o hijo con una italiana o italiano. Alrededor de 1938 la sociedad científica The Hukluyt Society fijó, después de trabajar sobre los archivos de la época, este meridiano (la Línea de Tordesillas) en 47° 32’ 56’’ Oeste de Greenwich (pasaría aproximadamente, desde el Norte, por Puerto Sao Luis; y Río de Janeiro por el Sur). De forma tal que 442 años después se vino a descubrir que España tenía razón. Ahora bien: vaya el lector y en un planisferio fije este meridiano, que se hace fácilmente, luego vea lo que es el Brasil actual y diga si no es para arrancarse los pelos con una tenaza. La inmensa diferencia que obtendrá es toda la tierra usurpada a España, y en consecuencia a nosotros, sus herederos directos.

La visita de un Profeta y los comienzos nuestra gente siempre anda diciendo que nuestra tierra nunca ha dado filósofos ni santos. No es verdad. Gracias a Dios yo pude conocer a uno que era las dos cosas: el Padre Leonardo Castellani. Y si se lo lee bien, también puede hallarse en él a un profeta. De la modernidad, dirá alguno para depreciarlo: sí, como los otros fueron de la antigüedad. El haber sido un contemporáneo le acrecienta su valor. No se enoje el lector: es una forma de ver. Pero en verdad fueron muchos los llamados y muy pocos los elegidos. Y esto es así y no de otro modo, porque ha de saberse que los santos solamente nacen en Italia, alguna vez en Francia y de tanto en cuando en España. No van a nacer en Quitilipi, por ejemplo, o en Caspicuchuna, Santiago del Estero, que le quitaría lustre al martirologio cristiano. En eso estoy de acuerdo.Pero entre nos habitó un Profeta, a quien no se le ha prestado la debida atención ni rendido el merecido culto. Se trataba del bravo Conquistador Juan Pérez de Zorita, teniente del Gobernador García Hurtado de Mendoza, quien en 1577 penetra en el Tucumán y le cambia el nombre indígena por el de Nueva Inglaterra. Al siguiente año funda otra población y la denomina Londres. Saturnino Rodríguez Peña, Alvear y Sarmiento hubiesen dicho que Pérez de Zorita era un hombre culto.

Evidentemente que este hombre profetizaba sobre lo que sería esta tierra con el devenir de los años: suelo de saco prolijo. Y enseguida le dieron la confirmación a su presentimiento: al poco tiempo de estas fundaciones los corsarios ingleses bloqueaban El Callao. O bien que don Pérez de Zorita no era Profeta, y antes bien fue hombre

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que se adelantó a su tiempo, como fue el insigne Rivadavia, que como un águila veía cosas que nadie podía ver, y tenía un cerebro tal que hacía chanfainas para su beneficio que aún hoy nos cuestan entender.

Pero esto de no entenderlo es de puro burros que somos, y no porque él fuese un diletante de la política. O como al gringo Culaciatti que le decían Marconi porque había inventado el matahambre sin hilos. No sé.Desde 1558 reinaba en Inglaterra, con 25 añitos de edad, Isabel I, a la que le decían “la Reina Virgen”, contra la opinión del Duque de Essex, 36 años menor que ella (al que le hizo cortar la cabeza el 25 de julio de 1601; dicen unos que por la derrota en Irlanda, y otros porque el Duque, entre sable y lanza, también hacía fraseo de armas con la real ayudante de cámara, que era cincuenta años menor que el virginal esperpento isabelino), y unas cuatro o cinco docenas de hombres más (si he contado bien) que decían habían abrevado en aquel jagüel con todo tipo de perversiones sexuales. Sin contar las relaciones escandalosas que tuvo, en cuanto dejó de ser una niña, con su tío Thomas Seymour, su gran amor, que duraron 15 años solamente porque el provecto no daba más. Sin embargo hizo descerrajar el hacha inclemente sobre el cuello del querido tío Seymour, al parecer por una cuestión de celos, y a pesar de ser éste un vejestorio que se andaba con fomentos y friegas de mandrágora con alcanfor, probándose la mortaja y tomando clases de arpa para hacer equilibrio en una nubecita. El asunto Seymour la dejó mal de la sesera, que ya venía percudida desde la cuna, y lo de Essex fue el remate, hasta dos años después, hecho ya un descolado mueble viejo, en que le sobreviene un final patético de locura galopante, y el 24 de marzo de 1603 partió a morar vaya a saberse en qué rincón del éter.

Una nave inglesa trenzada en lucha con un galeón españolContrariamente a lo que dice la historia oficial inglesa, y la nuestra que es copia de la de aquélla, forjada por los mitristas a sueldo de ayer y de hoy, el reinado de Isabel, que se extendió por más de 40 años, no fue de progresos y riquezas. Hilaire Belloc cita a Thorold Roger quien “ha demostrado que durante el período isabelino la riqueza declinó constantemente (…) Es cierto –continúa Belloc- que entonces apareció una raza de marinos valerosos, pero no eran más destacados que los capitanes de otras naciones de Europa en ese tiempo, y casi todos ellos se ensuciaron con robos y crímenes. Eran traficantes de esclavos y piratas, apoyados secretamente por los poderosos de entonces” (H. Belloc, Characters of Reformation, pág. 171). Es que la historia oficial pretende desviar al incauto, entreteniéndolo al colgarle zanahorias del pescante, de modo que nadie entre en los sórdidos aspectos de este reinado.

Sobre estos últimos depredadores que cita Belloc, se estimaba que en el año 1563 operaban entre la Mancha y el Támesis, unos cuatrocientos piratas. Situados en la desembocadura del río, se apoderaban de las mercancías y las vendían en Londres a precios viles.

Se quejaban los Países Bajos y los embajadores de Felipe II; los ministros de Isabel, que estimulaban estos despojos y la reina, que no las ignoraba, fingían sorprenderse. Algunas embarcaciones fueron devueltas a sus propietarios y las mercaderías se diluyeron en las brumas vespertinas, mientras Isabel los amenazaba con la horca a los autores de aquellos pillajes (Carlos Pereyra, El Imperio Español, Tomo II, pág. 168). De vez en cuando, y pretendiendo darle algún toque de veracidad a esta patraña, se ahorcaba alguno de estos forajidos, o en su nombre a un temulento empedernido que pescaban en una borrachería, en un patíbulo instalado en la orilla norte del Támesis. El lugar se conserva hoy intacto y es motivo de un alegre circuito turístico, que el lector puede disfrutar mientras se merienda una hamburguesa con un buen cucurucho de pochoclos.

Pero Isabel, habilísima en el arte de la disimulación al mostrarse siempre sorprendida e indignada por la rapiña de sus súbditos, fue la que instituyó la piratería como política de estado: había llegado a la conclusión que robar es mejor que pedir prestado. Es ella la que de alguna manera impone la idea del navalismo sobre el continentalismo, deduciendo que en lugar de apropiarse de países y continentes, es preferible hacerse de puntos fuertes apoyados por una buena flota.

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Dueños los ingleses de una escuadra más ligera y veloz que la española, llegaron a moverse con una celeridad sorprendente para aquellos tiempos. Había nacido el poder formidable de las Provincias Unidas. Es decir: un nuevo poder, al que no todos estaban preparados para hacerle frente. Que fuera inglés, francés u holandés, lo atacaría en sus más profundas raíces al Imperio Español, falto de la solidaridad sostenida por la marina mercante.

Porque, contrariamente a lo que el vulgo cree, es la marina mercante la base de la marina de guerra.Observe el lector que en nuestro país se empezó destruyendo la Marina Mercante que era en 1955 la tercera del mundo. Los que hicieron esto sabían que, en realidad, lo que estaban destruyendo era la Marina de Guerra. Sin embargo la gilada asimiló lo que le decía Clarín, La Nación y La Prensa. Fíjese ahora cómo quedó la Marina de Guerra: peor que si hubiese regresado de una guerra. En Malvinas no pudieron actuar porque son hilachientos.

Dijeron que no tenían la superioridad naval. Pues bien: ¿quién da la supremacía en los mares? Recuerdo que acierto presidente los marinos le pidieron que les comprara una porta aviones, improcedentes ellos como pequeñuelos con una bicicleta. Ese portaaviones fue el imborrable símbolo de que no tienen idea de nada que no sea armar chirinadas, y los políticos, cansados de aguantarlos, les llevaron el apunte, pero están disculpados porque saben menos que ellos. No existe en el mundo un ejemplo mejor que éste para ratificar aquel añejo concepto geopolítico.

El humanista italiano Tomás Campanella, escribió De Monarchia Hispanica Discursus que, en realidad, es un libro escrito para Felipe II. Campanella soñaba para el rey de España un imperio universal, basado en la derrota de los turcos y en la destrucción del protestantismo y decía, como después lo repitieron tantos hombres de genio e ingenio, que quien tiene la llave del mar tiene la llave del mundo. Este principio geoestratégico lo tomó para su reinado y para Inglaterra la reina Isabel, aunque estuviese escrito para su vecino y enemigo mortal Felipe II. Bueno mire lector: yo no digo tanto para los nuestros, y me animaría a decir que quien tenga la llave de nuestro mar epicontinental tiene las llaves de la soberanía nacional. Con esto ya me conformaría.

Pero a Felipe II, algo le había dejado dicho su padre, Carlos V (Instrucciones de 1548), sobre que atendiese las comunicaciones marítimas con las Indias y que mantuviese sus fuerzas navales en el Mar Mediterráneo. Pero, ¿acaso él era un continentalista puro? En ocasiones pareciera que sí. En otras no: se lanza a las operaciones marítimas sin haber alcanzado antes la superioridad. Se desata el latrocinio en cascada En realidad no se sabe cuántas incursiones indeseables tiene el Río de la Plata y sus costas, desde el abandono Buenos Aires por Irala en 1542 hasta la fundación hecha por Garay en 1580.

El atractivo de entonces habría sido la noticia de las piedras preciosas que cuentan Pigafetta y Albo en sus Diarios, que también las había visto Solís, y la captura de indígenas para su venta como esclavos en el litoral brasilero y otros puntos del caribe.

Pero un ejemplo nos dará una mejor idea. Cuenta Tulia Piñero (Navegantes y Maestres de Bergantines en el Río de la Plata, Siglo XVI), que el portugués Cristóbal Jacques, fundador de una factoría en Pernambuco, recorrió a fines de 1526 todo el litoral brasilero y, llegado al Plata se internó en él. Al remontarlo se encontró en la desembocadura del Paraná Guazú con una flotilla de barcos franceses a los que intimó rendición. Como estos se negaron sobrevino la lucha. Triunfó el portugués que mandó a pique a varias naves, a otras les prendió fuego y se guardo las tres mejores para él (pág. 101). Todavía no había llegado a ese lugar Sebastián Caboto para fundar San Lázaro y más arriba Sancti Spiritus, y ya había sobrevenido una batalla naval.

En 1577, una sociedad de comerciantes de Plymouth financia una expedición de cinco navíos que pone en manos de un hábil marino: Francis Drake (1540-1596), al que los españoles llamaránDragón. Es este el tercer viaje de Drake. El primero había sido entre 1570-1571 al Caribe por una operación de

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venta de esclavos y de reconocimiento. En el segundo atacó a Nombre de Dios en 1572 (esta ciudad de Panamá fue atacada por los piratas ingleses: Drake en 1572 y 1596; W. Parker en 1602; H. Morgan en 1668 y E. Vernon en 1739 y 1741).

Luego de cometer tropelías, incendios, robos, crueldades y asesinatos en las Islas del Cabo Verde, Drake llega al Río de la Plata a mediados de mayo de 1578. Allí no encuentra a nadie (Garay estaba en la recién fundada Santa Fe de Luyando y el Adelantado Ortiz de Zárate había fallecido en Asunción el 26 de enero de 1576).

Permanecería en el estuario unos catorce días, según su propia versión, que no es confiable según mi opinión, porque pudo estar mucho más tiempo haciendo exploraciones, tal como lo hiciera Magallanes. No hay constancias de un desembarco, aunque en su Memoria describe la ribera con mucho acierto y dice que “la tierra está solamente poblada de perdices y de hombres gigantes.”

En 1580 Juan de Garay funda la ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Buenos Aires. Dos años después, en 1582, las velas de una escuadrilla de tres naves extranjeras se recortaron en el horizonte: el General Garay estaba vivo aún, pero se había marchado a Santa Fe de Luyando. Los intrusos estaban capitaneadas por el pirata inglés Edgard Fenton que inauguraba una serie de visitas indeseables. Buenos Aires, población que no pasaba de un rancherío de 150 casas de adobe y paja, se apresta para la lucha. Fenton remonta el Plata siguiendo el Canal del Infierno, que corre pegado a la costa uruguaya. Una de las embarcaciones se lleva por delante un banco y naufraga. Y sin que medie otro incidente conocido (posiblemente la agresiva presencia de indígenas los amedrentó), las otras dos naves se dan a la fuga y dejan abandonada una tripulación completa que cae en manos de los aborígenes comarcanos. Nunca más se supo de ellos. Ni un caracú quedó para recordarlos.

Promediando 1587 se asoma en el río el famoso pirata Thomas Cavendish (los españoles lo llamaban Candis o Candi). Fondea sus naves frente a la ciudad pero no se atreve a desembarcar.

Al iniciarse el año 1593 el gobernador de Tucumán, Hernando de Zárate, debió acudir en dos oportunidades con milicias reclutadas en su provincia, para reforzar las defensas de Buenos Aires amenazada por los ingleses.

En 1591 Cavendish captura el puerto brasilero de Santos. Cuando la noticia llega a Buenos Aires cunde la desesperación y se hacen los aprestos para recibir un ataque fenomenal. Pero como dicen que no hay mal que por bien no venga, esta alarma convenció a los vecinos para que terminaran de construir el fuerte. La incipiente ciudad va tomando todo el aspecto de fortín fronterizo. Es decir: para lo que fue fundada a las disparadas después de conocer Felipe II la visita de Drake al desamparado Plata. Pero es un fortín muy especial porque soporta tres fronteras: una interna, la indiada brava no sometida que la rodea por el norte, el sur y el oeste; otra terrestre, los siempre traviesos portugueses en permanente acoso por el este y, de yapa, una marítima, las visitas de los enviados de Su Majestad Británica en el estuario. ¿Acaso no da la sensación de una ciudad sitiada sin posibilidades de auxilio? A partir de la derrota de La Armada Invencible en 1588,esta frontera marítima se transformó en bloqueo. Un bloqueo naval que no afectó solamente a Buenos Aires, sino a toda Hispanoamérica.

Sin embargo esta difícil situación para la incipiente ciudad trinitaria, resultó ser lo que fue sembrando y que después se recogería como frutos provechosos; el saber, dolorosamente: que con el indígena no se podía contar para nada, ni siquiera como mano de obra, lo que se prolongaría hasta finalizar las guerras de la independencia; identificar un enemigo cierto y perpetuo en las andanzas terrestres de los portugueses, trocados enseguida en las bandeiras de los mamelucos; y que los corsarios ingleses no eran otra cosa que ladrones y asesinos buscando el pillaje como en Portobello o Cartagena. Tres enemigos, por falta de uno: cada uno feroces a su manera y con estilo propio. Y no hay nada que cohesione más a las sociedades humanas que el enemigo. Por lo que si alguien estudia el origen de lo que llamo conciencia nacional, debería comenzar por este lado donde se forjaron los embriones de la nacionalidad. En 1806 y 1807 los embriones ya eran adultos.

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En 1628 aparecieron en la embocadura del Plata una flota de barcos holandeses. En otra oportunidad una escuadrilla francesa lanza un ataque sobre la ciudad pero es rechazada. Llega 1699: una flota dinamarquesa explora la costa bonaerense como buscando un lugar para desembarcar, echan anclas frente a la ciudad y un día, silenciosamente desaparece.

Llegado 1649 alguien le propone al rey de Francia la conquista de Méjico. El argumento que se esgrime habría de ser de larga vida y por ello repetida por todos los usurpadores: “España no se lleva bien con los naturales”. Es decir: los franceses habían descubierto el agujero del mate; pero como lo dijeron ellos, una nación civilizada, es una conclusión de sabihondos. “La contradicción entre la potencia colonizadora y la población colonizada –dice Salvador Ferla-, incluso cuando ésta desciende los colonizadores, está dentro del orden natural de las cosas, salvo en el caso,rarísimo, de una excepcional integración sociopolítica.”

Sin embargo han existido individuos, y aún los hay, que se han creído esta monserga, y justifican el avasallamiento de un espacio geográfico y a su pueblo, aferrándose a ella como verdad descubierta hace diez minutos, la cual justifica, a su vez, cualquier tropelía. El cine norteamericano ha llevado a la pantalla muchos de estos casos, claro que allí los libertadores son los yanquis que liberan a los oprimidos de algún tiranuelo.

Digamos como en Santo Domingo, Panamá y en Irak. O como liberaron a Francia de los nazis: la redujeron a cascotes. Y a Italia del fascismo, bombardeando barriadas obreras, violando criaturas por una barra de chocolate y crucificando personas en los árboles como cuenta Curzio Malaparte.

En todos los planes ingleses elaborados para separar a España de Hispanoamérica, desde 1780 hasta 1810, figura esta frase como justificación necesaria y suficiente para iniciar una acción punitiva. Entonces Inglaterra aparece siempre como la portadora de la libertad de los pueblos y por esta razón exporta y exportó libertadores. Pueblos que nunca la llamaron, ni sabían qué tramaban los británicos autistas contra ellos. Y como ejemplo coloco a las invasiones inglesas de 1806 y 1807 a Buenos Aires, o a Caracas en 1805. Un caso verdaderamente patético. Así les fue.El pueblo quería el tirano viejo antes de tenerlos a ellos que venían de tiranos nuevos y, por lo demás, herejes de la peor ralea.

La decadencia y el epílogo Aparentemente la vida de los imperios sigue una ruta inexorable que recorre desde su nacimiento, ciclos concatenados como su desarrollo, su expansión y la cumbre final, para luego tomar la pendiente por un plano de preso hacia el ocaso y su posterior conclusión o muerte. Parecería que ninguno ha podido escapar a este sino, y las caídas imperiales siempre han tenido ribetes de tragedia. Al final de ellos quedan las piedras y montones informes de ladrillos que tienen la mala costumbre de vivir más que los emperadores que les parecían eternos a sus contemporáneos.Pero la caída del formidable Imperio Español tuvo sus orlas de tragedia de la que no habría de escaparse, seguida de su disgregación y un infortunio que no lo desamparó en ningún instante. Y he aquí que la declinación española coincide con el ascenso del Imperio Inglés. Más aún: Inglaterra montará su crecimiento futuro a expensas de los despojos del Imperio Español. Cosa que, en verdad a nadie le interesa, hasta que uno toma conciencia de que parte de aquellos despojos fuimos nosotros. Entonces se nos pone la agria la vida y cara de perro.

Tal vez, por estas cosas que pienso, es que don Ortega y Gasset diría que “desde 1580, cuanto acontece en España es decadencia y desintegración.” Es que a partir de la Guerra de Sucesión resumida en el vergonzoso tratado de Utrecht (1713), el deterioro del Imperio Español deja de andar a los recatados pasitos de bailarina en puntitas de pie, para trocarlos en brincos y zancadas de vara y media, hasta tomar la particularidad de una tribulación. Y casualmente esta aceleración hacia el ocaso español, coincide con la sustitución de los Austria por

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los Borbón en el trono castellano. Utrech y sus consecuencias, que nunca han sido estudiadas profundamente y por ello jamás fueron valoradas, es el punto de inflexión que marca el principio del fin. Es la crisis de la hispanidad. Y no la mire de soslayo, porque también fue el comienzo de nuestra crisis.

Comenzaron los Borbón, antañones anglófilos de pura cepa, por tratar de salvarse ellos, en lugar de tratar de salvar a España. Pero para salvaguardarse de la Parca inflexible y su guadaña inclemente, y mantener sus testas coronadas como fuere, sacrificaron a España, cuando toda lógica indica que debió ser al revés. Así sucumbió la preponderancia de la España Católica en Europa, pésimamente equilibrada con un acercamiento a Francia, el retrete de los ingleses: todas las guerras de Inglaterra fueron desarrolladas en suelo francés y muchas veces con franceses.

Desde la invasión de Julio César en el año 50 antes de NSJC, hasta los bombardeos del IIIer. Reich Alemán en los ‘40, Inglaterra nunca supo lo que era el efecto demoledor de una bomba ni de contar muertos por centenas.

Con Gibraltar, España perdió el mar Mediterráneo entregándoselo a su enemigo histórico, porque quién domina los estrechos domina los mares. Y hasta el día de hoy: hable usted en España de cualquier cosa, pero el Gibraltar inglés no se toca, así como en la Cuba del Cuco se habla de todo menos del Guantánamo yanqui. Pero como aquello de ceder aquí y allá, fue poco para una angurrienta Inglaterra, los Borbón les dieron facilidades para comerciar con las colonias de América (con los Borbón las posesiones españolas de ultramar dejaron de pertenecer al Reino de España y pasaron a ser colonias: créanme que la diferencia no fue poca), establecer asientos negreros (1717) y con ellos aparece la sombra de la masonería que no se habría de ir más de aquí; con ella apareció el espionaje; el contrabando y con él el soborno; y la corrupción asociada a estas picardías, que en estos lares se murió sola, sin tener solución. A esta transferencia regalada de bienes habría de sumársele la España confabulada con los ingleses en la devastadora Compañía de los Mares del Sur. Así la España de las formidables etapas del Descubrimiento, la Conquista y el Poblamiento americano, aquellas de la Espada insigne seguida de la Cruz de Cristo y el Evangelio, por los Borbón se transformaría en una traficante de negros.A pesar de todas estas concesiones inescrupulosas, Inglaterra no quedó satisfecha y por ello siguió hostilizando a España. “Deseosa de dominar el océano –dice César Cantú en su Historia Universal- soportaba con trabajo la concurrencia de España, o en todo el curso del siglo dieciocho dedicóse a destruir la marina de aquella potencia y disminuir sus posesiones en ultramar para sujetarla a la misma servidumbre en que tenía a Portugal. Ya la tenía encadenada con su fortaleza de Gibraltar, cuando amenazaba sus posesiones en América, y durante la guerra que hicieron los príncipes de Borbón, arrebató a España las Islas Filipinas y Florida.”

Pero quiso el destino que, de esta decadencia, España pasara al infortunio. En efecto: instigada por Francia y apelando al Pacto de Familia, los Borbón hicieron participar a España en la guerra por la independencia norteamericana a favor de los rebeldes. Pero ellos, los Borbones, debieron adecuar, antes o paralelamente, la situación de sus colonias, patrocinando una reforma política, social y económica para que la vaca no se les vuelva toro.

Como no lo hicieron, el ejemplo que dieron fue un mal ejemplo y encima disolvente de cabo a rabo. Así aprendieron nuestros antepasados el apotegma que dice: una revolución coronada por el éxito es siempre legítima. Que es lo que aplicaron los Masones Aramburu y Rojas y se le olvidó a Perón. Pariente este dicho de aquel otro que reza: a la historia la escribe el vencedor (para que la gilería se la manduque cruda y como venga).Y por eso Mitre se hace historiador y, en nuestros días el Profesor Pigna y García Hamilton.

El 5 de octubre de 1504, existiendo la paz entre Inglaterra y España, por lo que en ese mismo momento se estaba agasajando al embajador inglés en Madrid, cuatro fragatas inglesas atacan a cuatro fragatas españolas procedentes del Río de la Plata que estaban próximas a arribar a Cádiz.

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Inglaterra ya ha inventado el liberalismo económico y sus dos brazos atenazadores: el capitalismo y el imperialismo. Y en verdad no le va mal, porque gradualmente se va enriqueciendo con este invento (aparte de despojar a la India, a la que dejaría en taparrabos hecho con un cuero de lagartija en 1816). Sin embargo y por lo que vemos no había perdido sus viejas prácticas de rapiña. Cuando Inglaterra no le hace la guerra a España le hace la guerrilla.

Los caudales que transportaban los buques (uno se fue a pique porque explotó la Santa Bárbara), jamás fueronrestituidos, como no lo fueron los saqueados en Buenos Aires en 1806 que desfilaron por las calles de Londres. Allí perecieron la esposa de don Diego de Alvear y siete de sus ocho hijos. Sólo se salvaron don Diego y su hijo Carlos, el después General argentino al servicio de Gran Bretaña, olvidándose que los ingleses les mataron a su madre y siete hermanos.

Es que a España en esto, toda leche le sale cuajada y por ello digo lo del infortunio. Como enemiga de Inglaterra perderá toda su marina en Trafalgar. Como amiga perderá toda Hispanoamérica. Simultáneamente era invadida por su aliado francés. No sé que más le faltaba, porque la bomba atómica no se había inventado, si no se la hubiesen tirado sin remilgos. Después de Waterloo los ingleses le pondrían a España (Fernando VII) y a Francia (Luis XVIII) un Borbón en cada trono, de manera que desde la costa normanda hasta Gibraltar, y de allí hasta el Rosellón (unos 3.500 Km de costas) y Marsella quedaba todo en manos inglesas. Es decir, en buenas manos, como lo diría en su carta Alvear a Lord Enrique Roberto Stewart, Vizconde de Castlereagh (el alma de las coaliciones contra Napoleón)Cuando las legiones romanas invadían un país asestaban un solo golpe al enemigo dejándolo tieso. Al resto lo hacían la fascinación de Roma, los duchos gobernadores romanos, aguerridos pilotos de tormentas que mandaba el Imperio y el Derecho Romano que hacía pasar a los invadidos de bestias a seres humanos en un santiamén. Cuando aquí se perdió la fascinación por España y el encanto de Castilla, teniendo en algunos casos pésimos gobernadores mandados por la Corona, los aborígenes se fascinaron con Londres. Porque el tilingo azotacalles porteño o argentino, hoy con criadero en la Recoleta y en tres o cuatro capitales de provincia, siempre necesitó vivir seducido. Nunca he dejado de ver en estos hechizos que sufren los trotamundos parasitarios, un característico rasgo feminoide: como de mujer que necesita ser poseída. Pero tiene que ser un embrujo extranjero, los locales les disgustan.

Así, por ejemplo, nuestros marxistas, todos de quiosco, entendieron más al cañero cubano que al cabecita negra de Avellaneda, Berisso y Ensenada al que combatieron sin piedad (el 82% de las bombas colocadas por la subversión en la Argentina del los ´70 fue en barriadas obreras; y tan sólo un 2% en el Barrio Norte, Beccar, La Lucila o Lomas de San Isidro; y no mataron a un Alzaga Unzué o a un Preyra Iraola, no, mataron a un pobre gringo laburante como Oberdán Sallustro o a José Ignacio Rucci). Así también fueron a rendirle homenaje al Cuco Cubano en las escalinatas de la Facultad de Derecho, cuando ninguno se movió mientras profanaban el cadáver de Perón a serrucho limpio. Porque el palangana calabacín, con alma de granuja y dependiente por definición, entiende más el discurso del Cuco que el de Perón. Siempre lejos de lo que está cerca y cerca de lo que está lejos.

Ellos deseaban y desean ser cogidos por la revolución cubana o de cualquier raro que ande suelto. Y no hay duda que los han cogido fiero. Y grande. El que quiera entender esto que entienda, porque solución no tiene.Y apareció como bandera el lema ¡Viva el Rey! ¡Muera el mal gobierno!, que es como decir ¡Viva el liberalismo! ¡Muera el mal gobierno! Porque el lector ha de saber que el Liberalismo nunca tiene la culpa. La culpa es del gobierno o del pueblo que siempre está pidiendo cosas raras: comer todos los días, tener en la pieza el poster de una costeleta, abolir el mate cocido por las noches como única comida, que los chicos vayan al colegio, tener remedios, comprarles un par de zapatillas cada seis u ocho años y una bicicleta para que la usen catorce, incluido el padre para ir a trabajar. No señor. Así el país nunca progresará: nos decía Álvaro Alzogaray, Kieger Vasena y Alemann.

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Lo mismo hacen los marxistas: el estado de caquexia en que han dejado a las naciones que han tenido la desgracia de caer en sus manos no es culpa de la doctrina. No. Es culpa de los gobiernos y de la insatisfacción popular que siempre les reclama pavadas, como la propiedad privada, por ejemplo. Ellos no tienen la culpa. Lector: ¿usted escuchó a un liberal o a un marxista hacerse una autocrítica? Si lo encuentra avíseme. No sea malo. No me la quiero perder.

Con aquel lema, que salva la fidelidad a la monarquía, verdadera culpable de todo, estallaron varios movimientos subversivos de inspiración inglesa durante el Siglo XVIII. En Lima en 1742 y 1750; en Quito en 1765; en Nueva Granada en 1778 y en Chuquisaca y Cochabamba en 1780.

También se asoció al aquelarre la rebelión de José Gabriel Tupac Amarú, tomada como señera por las profesoras de historia. Una rebelión, iracunda por demás, que tuvo características muy particulares, como por ejemplo: algunos integrantes del Estado Mayor de este bastardo, eran rubios de ojos azules. ¿Sorprendente, verdad? Los indígenas altoperuano tenían artillería. ¿No le parece increíble? Los artilleros sirvientes de aquellas piezas, también eran rubios de ojos azules.

¿Esto, no es sensacional? Las armas, pólvora y municiones para la guerra se la llevaban a don José Gabriel, escondido en las montañas, palomas mensajeras: después dicen que las palomas son bichos que no sirven para nada. Como si esto fuese poco en el Callao había anclado una flotilla de guerra inglesa a la espera de la marcha de los acontecimientos (Historia de la Rebelión de José Gabriel Tupac Amarú y Sublevación de Tupac Amarú, Colección de Obras y Documentos, de don Pedro de Angelis, Tomo VII, pp. 181 a 368; y 369 a 780 respectivamente, Ed. Plus Ultra, Bs. As. 1971).

Tal cual pasaría con la flotilla fondeada en las Balizas de Su Majestad Británica el 25 de mayo de 1810, con la famosa fragata Misleote que les hacía de insignia, a la espera de los acontecimientos, aunque desparramaba panfletos subversivos en la ciudad. O como, sin ir tan lejos, la flota anglo-norteamericana surta en proximidades del Pontón Recalada a partir de agosto de 1955, a la espera de los acontecimientos, mientras Rojas trabajaba para ellos entre bombas y cañonazos. Pero eso sí: siempre en nombre de la Libertad. No se olvide de la Libertad, amigo lector. Pero cósase los bolsillos y esconda hasta los mendrugos porque se los arrebatarán. —JUEVES, 9 DE MAYO DE 2013

INCREIBLE VIDEO DE LA HISTORIA OCULTA ,SOBRE LA BALCANIZACION DE HISPANOAMERICA.POR JULIO GONZALEZ.

VIDEO: EL OTRO BICENTENARIO .JULIO GONZALEZ. https://youtu.be/PESDqFPQCAc

Publicado por Titular de Unidos x Perón. Gabriel A. Fossa

http://unidosxperon.blogspot.com.ar/2013/05/25-de-mayo-de-1810-dia-de-la-rendicion.html

25 DE MAYO DE 1810, DIA DE LA FUNDACION DEL PROTECTORADO BRITANICO EN EL RIO DE LA PLATA.

25 DE MAYO DE 1810, DIA DE LA FUNDACION DEL PROTECTORADO BRITANICO EN EL RIO DE LA PLATA.

"La diplomacia británica es el resorte oculto de nuestra historia", "Hacen de nuestra ignorancia el pedestal de su

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poder". Raúl Scalabrini Ortiz.

¿Qué fue lo que había ocurrido? Es lo que tenemos el sagrado deber de referir a continuación, y que durante doscientos años se ha silenciado malignamente.

"El día 18 de mayo de 1810, fecha en que los comerciantes y usureros ingleses debían irse, llegaron tres buques de guerra ingleses. Las fragatas Misletoe, Mutin y Pitt apuntaron con sus cañones al puerto de Buenos Aires."

El Dr. Julio C. González fue profesor de Economía Política en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires desde 1965 hasta el 24 de Marzo de 1976, es profesor de Estructura Económica Argentina en al Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora desde 1989. Durante el gobierno constitucional del 25 de Mayo de 1973 al 24 de Marzo de 1976 fue, entre otros cargos, director de Asuntos Jurídicos de la presidencia de la Nación y luego secretario técnico.

Aunque en realidad creo que nada hay para celebrar, deseo compartir con todos mis compatriotas un ¡Viva la Patria! .... (lo que sigue es el artículo del Dr. Julio Gonzalez)

25 DE MAYO DE 1810En Argentina se conmemora un bicentenario. Es decir, se rememoran hechos y actos de gobierno, acaecidos hace doscientos años.Empero, esos acontecimientos no se explican con veracidad. A través de los medios de difusión se hace un panegírico de adjetivos calificativos y de palabras abstractas como por ejemplo “libertad”, en vez de referirse a libertades concretas y macizas, explicando cuáles fueron y en qué consistieron.

Cicerón (año 106 a 43 AC) definía al Derecho Natural con estos términos: es un derecho “inmutable” y

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“sempiterno”, “que llama al hombre hacia el bien con sus mandatos” y “lo aleja del mal con sus amenazas” y que “rige para las aves del cielo, para los peces del mar, y para los animales, plantas y hombres de la tierra.” Y “ni el senado, ni el imperio pueden derogarlo nunca.” El cristianismo, a su vez, define el Derecho Natural como la voluntad de Dios creador del hombre (hecho a su imagen y semejanza) y del universo, que es su eterna morada.

El Padre Nuestro dice de manera precisa: “Hágase tu voluntad, aquí en la tierra como (se hace) en los cielos.”

Estos conceptos previos nos permitirán valorar los versos del poeta Bartolomé Hidalgo, que nació y vivió en Montevideo (Uruguay) entre 1788 y 1823. Protagonista y testigo de lo ocurrido en Buenos Aires en 1810, Hidalgo se expresa así:

Hidalgo escribió este poema en 1820.

“En diez años que llevamosDe nuestra revoluciónPor sacudir las cadenasDe Fernando el baladrón¿Qué ventaja hemos sacado?Le diré con su perdón,Robarnos unos a otros,Aumentar la desuniónQuerer todos gobernar,Y de facción en facciónAndar sin saber que andamos,Resultado en conclusiónQue hasta el nombre de paisanos,Parece de mal sabor,¡Y en su lugar yo lo veoSino un eterno rencorY una tropilla de pobresQue metida en un rincónCanta al son de su miseriaNo es la miseria un mal son!”

Estos versos son la vocalización purísima de la resignación que se impuso a todos los pueblos de las Españas de América desde el poder del dinero, de poder ganar con su trabajo feliz y honrado “el pan nuestro de cada día.” Por eso los vecinos de Buenos Aires exclamaban el 25 de mayo de 1810: “el pueblo quiere saber de qué se trata.” Ese es el único hecho veraz de esa jornada.

¿Qué fue lo que había ocurrido? Es lo que tenemos el sagrado deber de referir a continuación, y que durante doscientos años se ha silenciado malignamente.

Lo sucedido en mayo de 1810 tiene este origen:En 1806 los británicos herejes y maléficos que provenían de la isla europea llamada en esa época “la pérfida Albión” o “capital del satanismo”, conquistaron Buenos Aires. Asesinaron y violaron sin piedad, saqueando casa por casa de ese pacífico y católico ejemplar vecindario.

Su objeto era robar el Tesoro de la Real Hacienda (nombre que en aquella época designaba a un organismo

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similar al actual Banco Central de la República Argentina). Se llevaron cuarenta toneladas de monedas de oro, equivalentes en la actualidad a 88.000 Millones de dólares norteamericanos, que fueron paseadas por las calles de Londres, ciudad a la que arribaron en el navío Narcisus, procedente de Buenos Aires.

No quedó dinero alguno en la “Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María del Buen Ayre”: ni para pagar los sueldos a la administración pública, ni al Ejército argentino fundado por voluntarios en las heroicas jornadas de la Reconquista (12 de agosto de 1806), y luego de la Defensa de Buenos Aires (5 de julio de 1807). Tampoco quedó dinero para las compras mínimas de los artículos de primera necesidad: pan, carne, leche, huevos, frutas y verduras.

Fue por eso que el Virrey Cisneros dictó ingenuamente un Edicto de Libre Comercio con la Nación inglesa “para recaudar recursos para el fisco”, conforme lo disponía textualmente. Este comercio de importación de manufacturas y exportación de cueros regiría desde noviembre de 1809 hasta el 18 de mayo de 1810.

Yañiz y Agüero, síndicos del Consulado, firmaron un dictamen en contra: “De qué vale que lo que ahora se fabrica aquí cuesta cuatro y que con los artículos importados desde Londres se vendan a tres, si por la falta de trabajo que traerá el comprar manufacturas inglesas, no ganaremos ni siquiera uno. Así será imposible vivir.” Empero, estos sabios consejos para el futuro no fueron tenidos en cuenta por Castelli y por Moreno, que eran asesores económicos y jurídicos del Virrey Cisneros.

Ocurrió entonces algo inesperado. El día 18 de mayo de 1810, fecha en que los comerciantes y usureros ingleses debían irse, llegaron tres buques de guerra ingleses. Las fragatas Misletoe, Mutin y Pitt apuntaron con sus cañones al puerto de Buenos Aires. Un jefe militar, secreto súbdito británico, depuso al gobierno; y Alexander Mackinon, presidente del Centro Comercial inglés British Commercial Room, formó la Junta de Gobierno. Tres de sus integrantes eran súbditos británicos de incógnito y Mariano Moreno, abogado de los ingleses, el secretario.

El almirante británico De Courcy, que comandaba la escuadrilla inglesa que sitiaba a Buenos Aires, fue recibido en primera audiencia por la Junta a la que le exigió que el Edicto de Libre Comercio con Inglaterra y sólo con Inglaterra no tuviese fecha de vencimiento.

De esta manera, la primera bandera que la Nación argentina resolvió enarbolar en un acto de soberanía para exteriorizar su rebeldía e independencia, antes de que Belgrano crease la enseña patria, fue la bandera inglesa. [1]Por su parte, el almirante británico Fabian se dirigió desde las murallas del Fuerte a los curiosos allí reunidos y en un mal hablado castellano dijo que Gran Bretaña se quedará vacía porque todos los ingleses vendrían a vivir a estas hermosas tierras.

Tal lo ocurrido el 25 de mayo de 1810. Semanas después todos los que habían luchado y obtenido las victorias de la Reconquista y la Defensa en 1806 y 1807, fueron asesinados sin juicio previo y sin piedad: Santiago de Liniers, Gutiérrez de la Concha, Felipe de Sentenach, Fray José de las Ánimas (Superior de la Orden Betlemita), Martín de Álzaga muchos otros.

Allí comenzó la involución hispanoamericana y argentina, tal cual lo relatan los versos de Bartolomé Hidalgo que hemos descripto. Involucionar significa achicarse y deformarse, perdiendo la religión católica que era el factor catalizador y determinante de nuestras vidas y de la vida de la nacionalidad.

Con estas reflexiones reimpone elevar cada día con más fervor la Oración de Nuestro Señor Jesuscristo y de de la Santísima Virgen Maria. Que la verdad se devele.

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[1] Confrontar Àlzaga, Enrique Williams: “La fuga del general Beresford”, p. 28 – EMECÈ Editores – Buenos Aires, 1966.

EL SAQUEO DEL TESORO DE BUENOS AIRES

Más de 86.000 millones de dólares, buena parte de la deuda argentina. Ese es el valor actual del tesoro con el que se alzaron los ingleses en la invasión de 1806. El cálculo de Néstor Forero, un investigador que habló del tema en Gualeguaychú, muestra la magnitud del saqueo inglés. ¿Hay razones para pedir un resarcimiento, pese al tiempo transcurrido?.Buenos Aires fue capturada, así, por las tropas del general Beresford, allá por 1806. La toma duró más de 40 días, en cuyo transcurso los ingleses no se privaron de nada. La invasión estuvo signada por vejaciones, asesinatos, muerte, y robos de todo tipo, según cuentas los cronistas. Un acto de pillaje protagonizado por súbditos de la Corona Británica, que no actuaron por motu propio.

Fue en realidad una acción de conquista armada por el gobierno de Londres, en el marco de una estrategia global de dominación de estas tierras americanas.

Los entretelones y el significado de este traumático episodio -que curiosamente la historiografía oficial refiere casi como una anécdota- están planteados en “El saqueo de 1806”, el libro del investigador Néstor Forero.Especialista en temas económicos e historiográficos, autor de otros libros como “Deuda externa y Crimen social en Argentina”, Forero se inscribe dentro del “revisionismo histórico” que, siguiendo a Raúl Scalabrini Ortiz o al copoblano Julio Irazusta -entre otros-, viene denunciando la malsana influencia británica en el país.Esa influencia, que ha sido determinante en el curso de la historia vernácula, es de larga data. En realidad, según esta lectura historiográfica, se remonta a la etapa anterior a la independencia argentina.

Es decir, a cuando el país -junto con otras repúblicas sudamericanas- pertenecía al Virreinato del Río de la Plata, un bloque geopolítico de 7.000.000 km².

En la disputa por la hegemonía mundial, Inglaterra fue enemiga declarada de España, cuyo poder buscó cuartear, sobre todo saboteando sus posesiones americanas.

Es en este contexto que Forero coloca la toma de Buenos Aires en 1806. Que en realidad, dice, fue la quinta expedición militar británica (no la primera como dice la historia oficial), a la cual precedieron, por caso, desembarcos en Malvinas o Isla de los Estados.

El saqueo del que fue objeto entonces Buenos Aires, por parte de las tropas de Beresford, fue pergeñado con antelación por el gobierno de Londres, dice el autor.

Y da una medida -cuenta- no sólo del sentimiento anti-hispánico de los invasores, ni de la codicia que los dominaba, sino de un plan de dominación urdido con inteligencia.Así, el primer acto del General Beresford, tras la toma de la capital del Virreinato del Río de la Plata, fue la exigencia a sus pobladores de los caudales reales, bajo las peores amenazas (pérdidas de vida y patrimonio).

Y aquí la originalidad de Forero: el tesoro robado, girado prontamente a Londres, representa hoy, actualizado a un interés anual del 6%, más de 86.000 millones de dólares, buena parte de la deuda externa argentina.

Política colonialPero además, una vez dueño de la plaza, Beresford tomó una serie de medidas para someter a la nueva colonia -y que según Forero tienen un parecido notable con la política económica que se siguió en Argentina en lo sucesivo.

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Así, al apoderamiento ilegítimo de las reservas monetarias del Tesoro de la Real Hacienda de Buenos Aires -el grueso del cual se embarcó a Londres en la fragata más rápida de la de la flota británica, el “Narcissus”-, le siguió el decreto que declaró la “libertad de comercio”.

Esta última medida -sostiene el investigador- “se impondrá para beneficio especialmente de los comerciantes ingleses y de su socia local, la clase acomodada de Buenos Aires”.

Ahora bien, haber secado la plaza de monedas -más allá de que una fracción de los pesos plata se dejaron para mantener el comercio exterior- colocó a la gobernación británica en Buenos Aires en problemas.

La escasez de dinero metálico, producido por el vaciamiento de las arcas de Buenos Aires, conducía a un encarecimiento inexorable de las operaciones de importación de mercadería inglesa.

Pero la gobernación británica no iba “a permitir que los comerciantes locales repararan esa pérdida mediante el funcionamiento de la ley de la oferta y la demanda, ya que el tipo de cambio hubiera saltado por las nubes”, cuenta Forero. Por eso -refiere- “se estipuló un tipo de cambio fijo de 5 chelines por peso, cuando antes de la invasión el tipo de cambio era de 4 chelines y 6 peniques”.

La cuestión de los caudalesForero llama la atención sobre un dato no menor: los ingleses no pueden alegar que los caudales robados (en total 1.086.208 pesos plata) son un “botín de guerra” (el equivalente a unas 200.000 liras esterlinas de la época) (1). ¿Y esto por qué?. Pues porque el tesoro se hallaba fuera del alcance de los conquistadores al momento de ingresar a la ciudad.

¿Cómo? Es que el virrey Rafael de Sobre Monte, enterado de la invasión, se lo llevó consigo antes hacia Córdoba. Los ingleses tuvieron que gestionar su regreso, luego, bajo amenaza de introducir las peores pestes sobre la población.

Este episodio, es decir la manera en que se obtuvo el tesoro confirma la tesis de que su apropiación fue “sencillamente un robo, perpetrado sin ninguna fundamentación jurídica por parte del invasor”.

En realidad, dice el autor, la acción de Sobre Monte -pese a que el juicio histórico catalogó de deshonrosa-, colocaba la sustracción del tesoro en el marco de una discusión entre las cortes de España y Gran Bretaña, alrededor de los “derechos de propiedad indudable de los españoles”.

“Para ser más ecuánimes diremos que Sobre Monte, más allá de su personalidad, cumplió con su retirada el plan de evacuación trazado en época del virrey Vértiz y que un Tribunal que juzgó su conducta terminó absolviéndolo, aunque eso no le devolvió el prestigio perdido”, comenta Forero.

¿Es posible el resarcimiento?El autor insiste en la “ilegitimidad” de la incautación de los caudales del tesoro de la Real Hacienda de Buenos Aires. Pero va más allá: en su opinión, a la Argentina y a los países que entonces integraban el virreinato, les asiste hoy el derecho del resarcimiento, pese al tiempo transcurrido.

Forero habla de “derecho de propiedad” conculcado por el invasor inglés. Aunque dicho derecho le pertenecía a los españoles, ahora es nuestro, insiste, en virtud de la “continuidad jurídica e histórica de los Estados”.Asegura que el “gobierno británico no puede negar su participación” en la operación de saqueo -aunque se escude en el argumento de que fue una acción de particulares-.

“Dado que lo actuado por los súbditos británicos lesiona el Derecho de Gentes, entendemos que el reclamo de reparación por el robo de Buenos Aires es imprescriptible”, razona el investigador.

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Y al respecto documenta la existencia de jurisprudencia internacional en este sentido, alrededor de la existencia de fallos que han obligado a ciertos Estados, cuya responsabilidad quedó evidenciada, a reparar el daño cometido contra otros Estados.

Por Marcelo LorenzoPublicado en diario El Día, de Gualeguychú, Provincia de Entre Ríos, 21/11/07.http://www.trabajadorescultura.com.ar/cultura/Econ_politica/Notas

Publicado en el diario Times, de Londres, a raíz de la captura de Buenos Aires

Domingo, 12.09.1806 – nuevas buenas en Gran Bretaña

El nuevo gobierno whig (el “Ministerio de Todos los Talentos”) se enteró de la expedición de Beresford el 24 de junio de 1806, cuando le llegó una carta fechada por el general inglés en abril de ese año. El Secretario de Guerra William Windham se tomó un mes para contestar la carta, con la anuencia de Jorge III, manifestándole que como no la expedición no había sido oficialmente autorizada y no se conocían los resultados obtenidos, sólo cabía dar instrucciones generales. Ella eran: si habían ocupado una posición, que trataran de mantenerla y, caso contrario, no insistiera en tomarla; que “no se metiera en asuntos de independencia que pretendían los criollos”. Como cierre, le anunciaba a Beresford el envío de refuerzos al mando del general Sir Samuel Auchmuty. Por otra parte, el Almirantazgo remitió una carta, el 28 de julio, a Home Popham, ordenándole, severamente, que se presentara en Londres para rendir cuenta de lo actuado.

Nota de Aclaración: El gobierno inglés mantuvo en secreto la expedición a Buenos Aires, hasta estar seguro de lo que había pasado en la colonia española. Pero el 12 de septiembre de 1806, tras 57 días de navegar, el Narcissus, al mando del capitán Donelly entró al puerto de Portsmouth, con los partes de Popham y Beresford sobre la captura de Buenos Aires. Por telégrafo visual llegó a Londres esa noche y los diarios se hicieron eco de la noticia, en las ediciones de la mañana siguiente.

Lunes, 13.09.1806 – primera noticiaCaptura de Buenos Aires. Oficina del Times. Sábado a las 3 de la mañana.Por un expreso que acabamos de recibir de Portsmouth, tenemos que felicitar al pueblo por uno de los hechos más importantes de la actual guerra. Buenos Aires en este momento forma parte del Imperio Británico, y cuando consideramos las consecuencias a que conduce por su situación y capacidades comerciales, además de su influencia política, no sabemos como expresarnos en términos adecuados a nuestra opinión de las ventajas nacionales que derivarán de su conquista.

Miércoles, 15.09.1806 – de la prensa británica“Es casi indudable que toda la colonia del Plata tendrá la misma suerte que Buenos Aires; y de las esperanzas lisonjeras presentadas a sus habitantes, en la proclama del general Beresford, ellos verán que está en su propio interés ser colonia del Imperio Británico”. (...) “Como resultado de semejante unión, tendríamos un mercado continuo para nuestras manufacturas, y nuestros enemigos perderían para siempre el poder de sumar los recursos de esos ricos países a los otros medios que tienen de hacernos daño”. (…) “Este país está ahora en una posición mucha más orgullosa de la que ha estado desde que comenzaron las negociaciones con Francia. En Calabria, la excelencia y superioridad de las tropas británicas han sido demostradas al enemigo y a toda Europa. Por nuestro éxito en el Plata, donde un pequeño destacamento británico ha tomado una de las más importantes y ricas colonias españolas, Bonaparte debe estar convencido de que sólo una paz rápida podrá evitar que toda Sudamérica quede separada forzosamente de su influencia y colocada para siempre bajo la protección del Imperio Británico ¿A qué región del mundo habitable podrá entonces dirigirse para conseguir barcos, colonias y

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comercios?”.

Lunes, 20.09.1806 – desfile en Londres“A las siete en punto de la mañana, los Leales Voluntarios Britanos se congregaron en St. James’Square y después de disparar tres salvas prosiguieron hasta Clapham, a fin de escoltar hasta la ciudad el tesoro desembarcado del Narcissus, en Portsmouth” relata un testigo presencial, John Fairnburn “A su llegada a Claphamn encontraron el desfile consistente en ocho carretones, tirado cada uno de ellos por seis caballos, adornados con banderas, pendones y cintas azules. En las banderas estaba inscripta la palabra ‘Tesoro’

Los precedía una pieza de artillería de bronce tomada al enemigo. El primer carretón llevaba el estandarte virreinal del Perú desplegado por un marino real; el segundo y tercero, las enseñas tomadas de los muros de Buenos Aires, y los siguientes, las insignias navales inglesas azuleas, rojas y blancas, mostrando el conjunto la más triunfal y grandiosa apariencia. Durante su procesión hacia la ciudad, los Leales Britanos, al mando del coronel Davidson, marcharon a la cabeza de los carretones y el coronel Prescott con los Voluntarios de Clapham los escoltaron a retaguardia. Una muy excelente banda perteneciente a este último regimiento interpretó durante la marcha ‘God Save the King’, ‘Rule Britannia’, etc., y el corazón de todos los británicos se regocijó ante la visión de la escolta.

Tras haber entrado en Londres se detuvieron en el Almirantazgo y luego prosiguieron por Pall-Mall hasta St. James’Square, donde la procesión hizo un alto ante la casa del coronel Davidson y la señora Davison obsequió un par de enseñas con la leyenda ‘Buenos Aires, Popham, Beresford, Victoria’ escrita en letras de oro sobre seda azul, rodeadas por ramas de laurel. El tesoro pasó luego a través de la city hasta el Banco, donde se depositaron más de dos millones de dólares. En el frente de cada carretón figuraban las palabras ‘Caja del Tesoro’.

En las ventanas se agolpaba una cantidad poco común de espectadores ansiosos por ser testigos del triunfo de la Vieja Inglaterra. El capitán Donnelly, del Narcissus, participó de la procesión en una silla de posta” .

Nota de Aclaración: Ese mismo capitán Donnelly recibió, por entregar el tesoro, 5500 libras como flete, una comisión del 2% sobre el total, sin perjuicio de lo que le tocara como capitán, en la repartición a su ejército por la toma de Buenos Aires.“El tesoro siguió por la city hasta el Banco de Inglaterra, donde se depositaron más de un millón de dólares”.

Sábado, 25.09.1806 – de la prensa británica“Tal es la fertilidad del suelo, que Buenos Aires, en poco tiempo será probablemente el granero de Sudamérica”.(…) “Las mujeres de Buenos Aires se consideran las más simpáticas y hermosas de toda Sudamérica, y su manera de vestir denota un gusto superior” (…) “El comercio de esta región bajo el ordenamiento británico, promete ser sumamente ventajoso para ella, y podría abrir mercados de incalculables posibilidades para el consumo de manufacturas británicas. En la medida en que las cargas impuestas a los habitantes sean disminuidas por el gobierno británico, sus medios de comprar nuestros productos se verán incrementados, y el pueblo, en lugar de permanecer andrajoso e indolente, se hará industrioso, y llegará a la mutua competencia por poseer no solo las comodidades, sino lo lujos de la vida”.

COMO SI FUERA UN CONJURO SATANICO TODOS LOS QUE LUCHAN CONTRA GRAN BRETAÑA TERMINAN MAL SON LOS VERDADEROS AMOS DE LA ARGENTINA.Y NUNCA NOS DEJARAN SER LIBRES...HASTA AHORA.

El avance inglés por medio del comercio era arrollador e incontenible y frente a ese avance fueron sucumbiendo uno a uno todos los que habían levantado sus armas o su voz en contra de ellos.

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Liniers, el jefe militar que abatió a los ingleses terminaría fusilado.Alzaga el caudillo popular que armó al pueblo contra los ingleses terminaría ahorcado. Saavedra, el jefe militar que se levantó contra el anglófilo Virrey Cisneros terminaría exiliado y su memoria cubierta por un asombroso silencio.Moreno, el Secretario Técnico de la Junta que pretendía arreglar el problema con una reclamación diplomática murió envenenado. Su deceso fue precipitado “por la administración de un emético que el Capitán del buque inglés le suministró imprudentemente”, según las textuales palabras de su hermano Manuel Moreno autor de “Vida y Memorias del Doctor Mariano Moreno” página 241. Agrega Manuel Moreno que el cadáver de su hermano “estuvo todo el día sobre la cubierta envuelto en la bandera inglesa”. Larrea, proclive a los negocios junto con los ingleses se suicidó.

La lista es trágica, tanto por la ferocidad de los medios de eliminación como por la continuidad de fusilamientos y asesinatos y de suicidios que plagan el destino fatal de nuestros gobernantes y prohombres.Los nombres de Dorrego, Chilavert, de López Jordán, de Leandro Alem, de Lisandro de la Torre, de Belisario Roldán, de Leopoldo Lugones, del General Valle y tantísimos otros de plena actualidad, son testimonios extremadamente serios que nos llevan a una conclusión que causa espanto: los enemigos que se apoderaron sigilosamente de nuestro país siguen imperturbables y victoriosos, mientras que mitos, dogmas, esquemas, etiquetas, palabras y hasta letras siguen provocando el desencuentro de nuestras mentes mas brillantes y de nuestros espíritus más lúcidos.

La Revolución de Mayo, despojada de las palabras escolares y profundizadas en su real dimensión, deja para la posteridad la enseñanza de un mal éxito que debe prevenirnos para no incurrir en una repetición forzosa.

Con la buena fe y la pureza moral de sus protagonistas la Revolución de Mayo no obtuvo la independencia efectiva del país. Antes, ese patrimonio espiritual fue el puente que utilizaron los comerciantes británicos para operar una transferencia del dominio español al dominio de Inglaterra.

Ese dominio fue más sutil y más eficiente que el del Imperio Español. Nos adjudicó una autarquía administrativa de nivel municipal en lo interno, pero con una férrea dependencia económica que aseguró con sus concesiones y contratos cada vez más. Leoninos y cada vez más exigentes.

Inglaterra se reservó el control de la política interior, reemplazando por adjetivos calificativos, los sustantivos y los verbos que conforman el lenguaje con que deben tratarse los grandes temas de un país.

Dividió en forma tan irreconciliable como artificial a los conductores argentinos desde morenistas y saavedristas hasta peronistas de todos los grupos y antiperonistas de todas las tendencias.

Porteños contra provincianos, Buenos Aires contra el interior. El campo contra la industria. La civilización contra la barbarie. Gremialistas contra políticos. Civiles contra militares... Siempre los antagonismos vertidos en un molde de hierro: Divide et Impera, Gran Bretaña ejerció también, a través de sus personeros más sumisos, la política exterior de los argentinos en todos los gobiernos y en todas las épocas”. No es el caso de entrar en casuismos ni contar las pocas excepciones pero todos recordamos la reciente guerra de la Malvinas dirigida por un Ministro de Relaciones Exteriores que era el mas conspicuo abogado del complejo frigorífico inglés Swift Deltec.

La eficiencia del sistema colonial inglés en el Río de la Plata, fue y es, el opus magnum de Canning, el estadista impecable. Inglaterra sería el taller del mundo y la América del Sur su granja.

Este plan gigantesco redujo nuestro territorio de 5 millones de kilómetros cuadrados a menos de 3 millones de kilómetros cuadrados y nos convirtió de un país bioceánico y minero en país atlántico y pastoril.

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Del éxito del plan dice el historiador británico Harry Ferns: “Durante el siglo XIX no se produjo ninguna alteración en la ecuación Anglo-Argentina y no hay razón alguna para suponer que hoy sea diferente a lo que fue un siglo y medio atrás”. (Tomo I, pág. 486)

LOS INGLESES FUSILAN AL RECONQUISTADOR

Domingo 26 de agosto de 1810: En el paraje denominado Cabeza de Tigre, cercano a Cruz Alta, Córdoba, un pelotón de soldados ingleses fusila al General Santiago de Liniers, Héroe de la Reconquista y la Defensa, Conde y Virrey de Buenos Aires.

El Virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros (1755-1828), fue la cabeza visible del triángulo cuyos vértices estarían apoyados en los comerciantes usureros de la City en Londres, sus operadores españoles en Cádiz y los mercachifles arrastracueros del puerto de Buenos Aires. Esta triangulación, consecuencia de Utrech, formada de 1714 en adelante por Incalaperra junto con una decena más montadas en Hispanoamérica, se dedicaban con fervor al contrabando de fruslerías, el saqueo de la corambre de las vaquerías y el fabuloso robo de la plata del Potosí. Ya habían tenido su acto cumbre en las invasiones de la Incalaperra en 1806 y 1807. Porque es bueno decirlo, para aquellos hechos dolorosos, los ingleses no vinieron: los mandaron a llamar que es muy distinto.

Cisneros había llegado a Buenos Aires con instrucciones de invitar, muy diplomáticamente, para que Liniers regresase a España. Los buhoneros manilargos del puerto se habían dado cuenta que nada se podría hacer, de lo que después se hizo (más de 40 firmas inglesas operando en Buenos Aires y con casas matrices en Londres), con un Liniers en la ciudad. Entonces presionaron sobre los de Cádiz, lupanar de la masonería, para que éstos, a su vez, lo hiciesen sobre la Junta (que les debía plata a todos), designando como Virrey a un hombre “educado y culto” (como querría después Rivadavia) que, a su vez, tendría la misión de sacarse de encima a Liniers, dejándole el campo orégano al hatajo. Es la versión remozada y rioplatense del cuento de Alí Babá y los cuarenta ladrones (aunque aquí eran mucho más de cuarenta por el proceso inflacionario).

Con la misma ternura diplomática con que le pidieron que se vaya, don Santiago, que ya había cumplido sus 57 años, les pidió para quedarse. Una contrariedad en los planes de la gavilla. Entonces Cisneros le hace jurar a Liniers la promesa de no inmiscuirse en los asuntos públicos, y lo obliga a retirarse a un lugar distante del epicentro de los negocios: Buenos Aires. Digamos que una cosa por otra: en lugar de desterrarlo lo internaron, como se decía en aquellas épocas. Pero con el mismo efecto: mantenerlo alejado “del progreso”. Aunque con un poco de suerte, se podría morir en el olvido.

Este juramento del Héroe de la Defensa y Reconquista, con treinta años de nobles servicios a España sin interrupciones, es de donde se han prendido los historiadores del Régimen Perverso con sus ataques de moralina, para decir que Liniers recibió lo que se merecía por quebrantar un juramento. Y, ¿qué validez tiene un juramento hecho ante esta versión remozada de Pilatos? La misma validez que tiene la palabra devaluada del canalla que lo pide.

Liniers se trasladó a Córdoba donde compró una finca cercana a la localidad de Alta Gracia. Los sucesos ocurridos en Buenos Aires el viernes 25 de mayo (fruto de la tenida del 24 a la noche), llegaron a Córdoba el lunes 4 de junio. Entonces el Gobernador Intendente, Capitán de Navío Gutiérrez de la Concha, quien fuera jefe de le escuadrilla que transportó desde Colonia hasta el Arroyo Las Conchas al ejército de Liniers para la Reconquista, se declara opositor al pronunciamiento de Buenos Aires y arrastró tras de sí al Cabildo de Córdoba, creándose el 6 de junio, ante la emergencia, una Junta Consultiva.Para constituir esta Junta, Gutiérrez de la Concha le pide a Liniers que se sume, como ciudadano respetable y

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persona de honda raigambre popular, junto con el Obispo Orellana, el oidor Victoriano Rodríguez, el deán de la Catedral, Gregorio Funes y el tesorero de la hacienda pública, señor Moreno.

Hasta aquí, aunque a los tumbos, estoy conteste con los historiadores vernáculos, tanto del Régimen como no pocos militantes del revisionismo histórico. Porque a partir de esta situación cada uno de éstos va dando su versión: que Liniers fue un traidor; otros que un líder desertor; que cometió muchos errores; que no escuchó las súplicas que le hicieran por carta Saavedra y Belgrano, e incluso su suegro Martín de Sarratea; que quiso reivindicarse ante la opinión pública de aquel incidente con el enviado de Napoleón, el Marqués de Sassenay (10 de agosto de 1808); que era un agente napoleónico en Buenos Aires y, otros muchos, que Liniers fue una mezcla de todo esto.

Confieso humildemente al lector que yo también me tragué estos sapos. Algunos crudos y otros vuelta y vuelta en la sartén con ajo y cebollas. Porque si esto escriben nuestros historiadores, cuya mayoría escribe para facturar, seguramente no es cierto o por lo menos es motivo de revisión o de crítica histórica, si prefiere el lector.

Liniers no fue un traidor, porque nunca comulgó con otra ideología que no sea su lealtad a la Corona Española por la que terminó dando la vida; consecuentemente tampoco fue desertor porque nunca estuvo adscrito a los complotados que había producido el 25 de mayo; el único error cometido por Liniers fue el de dormir con el enemigo: creerse que Cisneros era un virrey y no el cabecilla de un grupo de quincalleros asociado a los ingleses; de las súplicas que le hiciera Belgrano mejor no hablar: don Manuel (¡Oh, cuántas tiene en el debe el bueno de don Manuel!), ya había hecho los borradores extremistas que servirían de base para que el terrorista Mariano Moreno hiciese el Plano de Operaciones (dado como secreto el 30 de agosto, según la copia en mi poder); las actitudes de Liniers, respecto al Marqués de Sassenay, fueron suficientemente claras, y la prisión que sufrió el enviado de Napoleón a manos de Elío fue injusta, prueba de ello es que al ser remitido a Cádiz fue puesto de inmediato en libertad en aquella ciudad y a Liniers jamás se lo molestó para preguntarle nada; etc.

Ahora bien: ¿por qué Liniers –se preguntará el lector-, se opone a la Junta de Buenos Aires, acompañado de insignes patriotas y leales servidores públicos, cuando le hubiese sido más fácil aceptar el hecho consumado? Simplemente porque Liniers, como antiguo vecino de la ciudad, aparte de haber sido su Virrey, conocía perfectamente a cada uno de los integrantes de aquella Junta, lo que ellos representaban y quiénes movían los hilos de estas marionetas. Aquellos no representaban, precisamente, los intereses del pueblo, del rey ni de su virreinato. Y si no me creen vean lo que sigue:

Miguel Azcuénaga, militar, masón recalcitrante de los tiempos de Cabello y Meza, relacionado con las familias más ricas de Buenos Aires en los inicios del siglo, terrateniente y comerciante, fue el garante ante la burguesía porteña y los intereses de la Incalaperra, de las finanzas de la Junta de Gobierno.

Manuel Alberti, sacerdote, masón, con rico patrimonio personal, parte heredado de sus padres y parte de lo que él había hecho con sus negocios clandestinos; intervino en las reuniones conspirativas en la casa de Nicolás Rodríguez Peña (espía, masón, asalariado de Su Majestad Británica hasta su muerte); ingresó a la Junta como representante del clero criollo y como defensor de los bienes eclesiásticos (y de los suyos desde luego).

Domingo Matheu, comerciante catalán afincado en Buenos Aires, con conexiones internacionales en Europa y, particularmente en Cádiz, sostenedor de las ideas del libre comercio (recargando con un 300% las bagatelas inglesas), fue como tal el representante de los comerciantes de Buenos Aires (los que, mayoritariamente, eran ladrones y contrabandistas). Fue el garante ante la Junta de los comerciantes de la plaza de Cádiz (uno de los vértices del triángulo).

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Juan Larrea, catalán como el anterior, comerciante de los llamados frutos del país y también armador, estaba seriamente comprometido con los grupos ingleses a los que siempre fue obediente. Es considerado como el banquero de la Junta de Mayo.

Juan José Paso, abogado, amigo íntimo de Moreno, vinculado a los intereses ingleses en el Río de la Plata. Este personaje es todo un misterio: ¡permaneció en el gobierno desde mayo de 1810 hasta la llegada de Rosas que lo echó! Poco o nada se sabe de su vida porque todos sus papeles públicos y privados han desaparecido cuidadosamente. Pero en verdad: no se sabe por qué fue incluido en la Junta, quedando solamente en pie sus vinculaciones con los comerciantes británicos.

Mariano Moreno, abogado (el ausente durante las invasiones inglesas y el mudo del Cabildo del 22 de Mayo), representó a los intereses ingleses, con la habilidad de presentarlos como españoles. Carlos Roberts lo llama excelente abogado del comercio inglés y abogado de última hora. El acercamiento ideológico con Castelli (primo de Belgrano), proviene de que ambos eran abogados de los ingleses en el Río de la Plata. Moreno se destacó en la ignominia que se llamó Representación de los Hacendados (en 1809, con patrocinio del Virrey Cisneros donde hizo el papel de chancho rengo), y Castelli en varias defensas de comerciantes ingleses sorprendidos en el delito de contrabando o en el quebrantamiento de leyes consagradas. Cuando Moreno envía a Castelli al norte como comisario político, se quedó con el partido de él en Buenos Aires, y lo superó en los planteos de libre comercio a favor de los buques de bandera inglesa.

Manuel Belgrano, abogado y economista aficionado, con amplias y fuertes vinculaciones con comerciantes del Paraguay y ganaderos del Uruguay. Esta es la causa de la aparición, de la noche a la mañana, del Belgrano militar en la campaña al Paraguay y su posterior traslado a la Banda Oriental, cuando en realidad se había destacado como abogado y economista. Se sabe que Belgrano redactó la introducción y confeccionó el boceto del Plano de Operaciones citado más arriba. Moreno al componerlo, respetó la introducción belgraniana y, en línea generales, su proyecto, aderezándolo luego con sus crueldades propias de Caracalla. Pero don Manuel conoció el documento: a esto no hay quien lo niegue, como se sabe que no abrió la boca para oponerse ante semejantes barbaridades. El documento, encontrado por casualidad en Sevilla por don Eduardo Madero a fines del Siglo XIX, está redactado en tono canallesco, subversivo y terrorista: después me vienen a hablar del Proceso de Reorganización Nacional que es un bebé de pecho al lado de don Mariano y de don Manuel, ¡que son próceres indiscutidos!

Dios Santísimo: ¿para qué me haces conocer estas cosas? ¿Acaso yo no sería más feliz de otra forma? Pero: hágase Tu Voluntad y no la mía. Prosigo entonces.

Llegado a esta altura, le pregunto al lector: ¿y usted que hubiese hecho? ¿Tal vez adherirse a esta Junta, o haría lo que hizo Liniers, después Artigas y finalmente Alzaga? Diga usted. Porque después de todo lo que hizo el Cabildo de Buenos Aires fue tomar la decisión de crear una Junta municipal de gobierno. Le correspondía luego invitar a las demás provincias hermanas a un congreso revolucionario para lo cual, cada una de ellas, debía dar, como requisito previo, un golpe político como el de Buenos Aires. De esta manera la Primera Junta hubiese sido nada más que una promotora de la revolución nacional. Esta actitud de Buenos Aires de arrasar con las autonomías provinciales y municipales se repetiría constantemente, se reflejaría en la Constitución Nacional y se puede ver hoy en día, donde los Gobernadores, pero fundamentalmente los Intendentes Municipales (donde reside la auténtica soberanía popular), son felpudos del gobierno central.

Desbandada la tropa de Liniers y Gutiérrez de la Concha al primer amague, siguieron los dos fugitivos con sus

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amigos, sin una escolta que les brinde protección, y se refugian en Villa del Chañar, a unas 50 leguas de Córdoba. Allí los alcanza y detiene el Capitán José María Urien, que los venía rastreando, quien comete la arbitrariedad de tratarlos con todas las brutalidades que uno se puede imaginar, incluidos los azotes. La Pasión de don Santiago de Liniers había comenzado en manos de los esbirros del Robespierre porteño, Mariano Moreno: el que en la noche del 25 de Mayo lloraba sentado en las escaleras del Cabildo por las represalias que habría de tomar el rey contra ellos a su regreso “por majaderos”. Esta es la verdadera causa de su misterioso viaje a Inglaterra que dijeron lo hacía en misión diplomática: le aterrorizaba la idea del regreso del rey. En verdad fue un exilio disfrazado con misterios, como su muerte que resultó de un fecaloma: hacía una semana que no iba de vientre y el capitán inglés le suministró un purgante fenomenal. Una hora después estaba con una peritonitis y se fue por la avenida ancha sin semáforos. Pero volvió reencarnado en los periodistas que tenemos que lo han tomado por apóstol.

Detenidos los cabecillas del desacato, debería corresponderse con el final de este triste capítulo de nuestra historia. Pero no fue así, porque es realmente aquí donde comenzó. Porque, ¿qué hacer con Liniers, el Gobernador Gutiérrez y el manojo de amigos encadenados? A Córdoba no los podían regresar, porque muchos de los soldados patricios que formaban los regimientos a las órdenes del Coronel José Antonio González Balcarce admiraban y amaban a Liniers y a Gutiérrez por haber luchado codo a codo con ellos en las jornadas de 1806 y 1807. Algo parecido ocurriría con la población civil, memoriosa del trato paternal y deferente de Liniers durante su virreinato.

Entonces, ¿qué tenemos por aquí? Tenemos un problema insoluble a nivel de dirigentes. El mismo problema que se les repetiría con Artigas, Alzaga, Dorrego, don Juan Manuel y, si el lector quiere, el de Perón: su inmensa popularidad. ¿Qué hacer con un tipo que supuestamente hace lo que no debe hacer y sin embargo goza de abrumadora popularidad? La respuesta no está en los manuales liberales, ni en las películas de Hollywood de yanquilandia, donde el derrocado es un tiranuelo de cuarta. ¿Qué hay que hacer con un tipo en cuya contra se han ensayado todas las argucias y todas ellas, de a una, han ido fallado? A este tipo hay que matarlo, porque la popularidad para los liberales es un bien peligrosísimo. A Liniers y Dorrego, El Coronel Arrabalero, les costó la vida. El Restaurador se les escapó con un hilo de la pata. Y Perón se salvó de milagro, si se tienen en cuenta desde bombardeos hasta una docena de atentados, comenzando por el de Villa Rica en Paraguay.

En verdad la Junta municipal de Buenos Aires, vulgo llamada Primera Junta, ha pensado en el destierro, medida que se le aplicó al compinche Cisneros con todo éxito, pero que con don Santiago sería un fracaso.

Alguien ha madurado en hacerlo desaparecer, pero es imposible porque ya todo el mundo sabe que está en manos de sus captores. Reverdece entonces la idea de asesinarlo, pero cómo. Envenenarlo sería muy evidente.

A un iluminado de la caterva se le ocurre simular un malón de indios que atacarían la caravana y lo asesinarían sin misericordia. En los alrededores de Buenos Aires hay muchos indígenas que por una damajuana de aguardiente serían capaces de despellejar a su madre. Pero ocurre que a ¡don Santiago de Liniers también lo quieren los indios porque ha sido muy compasivo con ellos! Entonces, si una salida “culta y educada”, resuelven matarlo ellos mismos. Fusilando de esta manera se cargarían de poder coercitivo, desalentando resistencias latentes: digamos que a lo Valle, Cogorno e Ibazeta el 9 de junio de 1956.

Llega a Córdoba el decreto para la ejecución. La población recibe la noticia con claras muestras de disgusto. El Coronel Balcarce y el gobernador interino nombrado por la Junta, que fue Juan Martín de Pueyrredón, se enteran que el Regimiento de Patricios, alojado en la casa de Ejercicios Espirituales, se está por sublevar para rescatar a Liniers. Les cierran todas las puertas y les colocan tres regimientos a su alrededor para que nadie salga ni entre. Unas 100 religiosas y religiosos que allí prestan servicios padecen la cuarentena, aunque son completamente inocentes: es la primera herejía de las muchas que luego harían en el Alto Perú contra la Santa Religión. Ortiz de Ocampo hace como Pilatos: se lava las manos y decide remitir al prisionero a Buenos Aires. En

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realidad le tiene miedo a la pueblada y algunos regimientos que no le han querido rendir honores.

La Junta se entera de esto y resuelve que Liniers no debe entrar en Buenos Aires. Para ello acuerdan que Castelli y French, con algunos efectivos del Regimiento Estrella, salgan al encuentro de la columna y fusilen a Liniers donde lo encuentren. Sin embargo aparecen otros problemas, aparte del cáncer de lengua que lo tiene mal a Castelli, los soldados del Estrella ponen las cosas en claro: ellos acompañan pero no fusilarán a Liniers. Los comisionados alcanzan la columna que viene de Córdoba en Cabeza de Tigre, una posta a la altura de Cruz Alta. Allí los espera otro frentazo: los soldados de la escolta que traía a Liniers, también se niegan a fusilarlo.

¡Estos negros de mierda, siempre creando problemas! No, si es como decía Sarmiento: es una raza maldita. Porque no habían nacido debajo de una higuera como él.

Pero alguien había sido más previsor que todos estos complotados para asesinar. En Córdoba vivían desde hacía unos dos o tres años un número considerable de soldados ingleses que fueron internados después del escabroso asunto de Luján. Algunos tenían chacra, familia y otros se habían afincado definitivamente. Alguien los habló y ellos aceptaron fusilar gustosamente a Liniers, el autor de su derrota, su prisión, su internación y su vergüenza. Y previendo que pasaría lo que pasó los llevaban a la cola de la columna.

Y así fue como en la mañana del 26 de agosto, el mes de la Gloriosa Reconquista, de 1810, una docena de soldados de su Graciosa Majestad Británica fusilaron a don Santiago de Liniers, cubierto de sangre por los castigos y cinco de sus compañeros todos malheridos. El tiro de gracia se lo dio French, el cartero de Buenos Aires, devenido ahora en Teniente Coronel de la noche a la mañana, el que fuera enlace entre las logias masónicas montadas por Rodríguez Peña y el cura Agüero. En las ropas de Liniers se encontró su despacho como Virrey firmado por el rey, que Castelli ordenó quemar: estaba el papel tinto en sangre.

A esto último lo descubrió el historiador Julio Lafont al que por poco lo matan. Pero jamás pudieron desmentirlo, hasta el día de hoy porque está muy bien documentado. Al resto, que no es de Lafont, los invito a los historiadores a que me desmientan. Pero, ¡cuidado!, porque a lo mejor no me callo de cosas que aquí he callado. —

JUEVES, 9 DE MAYO DE 2013

INCREIBLE VIDEO DE LA HISTORIA OCULTA ,SOBRE LA BALCANIZACION DE HISPANOAMERICA.POR JULIO GONZALEZ.

VIDEO: EL OTRO BICENTENARIO .JULIO GONZALEZ. https://youtu.be/PESDqFPQCAc

Publicado por Titular de Unidos x Perón. Gabriel A. Fossa

FUENTE: http://unidosxperon.blogspot.com.ar/2013/05/25-de-mayo-de-1810-dia-de-la-fundacion.html