Doña tere

29
1 Doña Tere, maestra de la fe Por: Luis Fernando Mata Araya (Ref) Una mujer que practicó el verdadero amor por sus semejantes Me llamo María Teresa Marín Azofeifa, pero la mayoría de quienes me conocen me dicen «Doña Tere». Soy hija de Miguel y Josefa. Nací, en 1932, hace 74 años en el puro centro de Escazú, primer cantón de la provincia de San José, Costa Rica. La gente con frecuencia se admira por la forma en que Dios, para su honra y su gloria, se manifiesta en mi vida, a favor de mis semejantes. Él lo hace a través de su Hijo Jesucristo, y en el poder del Espíritu Santo. Desde hace treinta años he tenido el privilegio de servir al Señor en sanidades, milagros y en la solución de situaciones, en apariencia, imposibles de resolver. A veces he orado por alguien y Dios de inmediato bendice a esa persona con sanidad, reparándole un trabajo, restaurándole el hogar o alejándola de los vicios. Pero a veces la respuesta del Señor parece tardar un poquito, como para probar mi fe, o la fe de la persona por la que intercedo en oración. En todos estos años de andar con el Señor he aprendido que no existen oraciones perdidas, o desechadas de parte de mi Dios, sino respuestas que nos parecen retardadas. Dios escucha las oraciones y las responde a su tiempo.

description

Esta es la biografía de doña Tere, una mujer costarricense que dedicó su vida al servicio de Jesucristo.

Transcript of Doña tere

Page 1: Doña tere

1

Doña Tere, maestra de la fe Por: Luis Fernando Mata Araya (Ref) 

Una mujer que practicó el verdadero amor por sus semejantes 

Me llamo María Teresa Marín Azofeifa, pero la mayoría de quienes me conocen me dicen «Doña Tere».  Soy hija de Miguel y Josefa.  Nací, en 1932, hace 74 años en el puro centro de Escazú, primer cantón de la provincia de San José, Costa Rica.

 La gente con frecuencia se admira por la forma en que Dios, para su honra y

su gloria, se manifiesta en mi vida, a favor de mis semejantes.  Él lo hace a través de su Hijo Jesucristo, y en el poder del Espíritu Santo.

 Desde hace treinta años he tenido el privilegio de servir al Señor en

sanidades, milagros y en la solución de situaciones, en apariencia, imposibles de resolver.

 A veces he orado por alguien y Dios de inmediato bendice a esa persona con

sanidad, reparándole un trabajo, restaurándole el hogar o alejándola de los vicios.  Pero a veces la respuesta del Señor parece tardar un poquito, como para probar mi fe, o la fe de la persona por la que intercedo en oración.

 En todos estos años de andar con el Señor he aprendido que no existen

oraciones perdidas, o desechadas de parte de mi Dios, sino respuestas que nos parecen retardadas.

 Dios escucha las oraciones y las responde a su tiempo.  ¿A quien se le

ocurre pensar que Dios es como una simple central telefónica, que cuando se satura rechaza unas llamadas, en tanto que otras se pierden?

 Si la respuesta no se da cuando queremos, o creemos que la necesitamos,

entonces nos desesperamos.  A veces, como Marta y María cuando murió su hermano Lázaro, tratamos de medir y acelerar los pasos de Dios con nuestros limitados pensamientos, y a partir del calendario y el reloj.

 ¿Acaso Él, que hizo los cielos y la tierra, no es también el Señor del

calendario y del reloj? Hoy le tengo una buena noticia: el Señor continúa haciendo milagros y

maravillas, pero las hace a su tiempo y según su voluntad, por su gracia, infinita misericordia y especialmente, atendiendo a la medida de fe que Él mismo ha depositado en nosotros.

Page 2: Doña tere

2

 

Vida de milagros Mi vida misma desde el principio ha sido un milagro: cuando nací mi madre

tenía 50 años y mi padre ya andaba con bordón.  ¡Imagínese usted!  Salí a la luz de este mundo antes de que las benditas puertas del vientre de mi madre se cerraran, y me convertí en la menor de seis hermanos.

 El nacimiento, como todos en esa época, fue atendido por una partera, cuya

sabiduría superó el riesgo que significaba concebir a los 50 años.  Vine al mundo en un cuartito de madera propiedad de la Asociación Benéfica San Vicente de Paúl.

 Eran cuartitos distribuidos como vagones en un tren, uno tras otro, y que se

entregaban a familias muy pobres, como era el caso de nosotros, los Marín Azofeifa.

 Allí, en dos habitaciones, nos acomodábamos ocho personas, unos en el

suelo, otros en las camas. En ese tiempo no había radio, menos televisión y ni siquiera teníamos luz. 

Nos alumbrábamos con candela y cocinábamos con leña que la gente tiraba a la orilla de las calles o en los cercos, donde se cogía café.

 De niña me inculcaron la idea de un Dios castigador, me decían: no haga

eso, porque Dios la está viendo y se enoja. Aún así, a pesar de creer en un Dios tan bravo, ni papá ni mamá iban a misa,

y como ellos no asistían, yo tampoco lo hacía, ni mis hermanos.  Todos fuimos bautizados cuando pequeños e hicimos la primera comunión; pero sólo íbamos a la iglesia cuando alguien se casaba o se moría.

 Esa era otra, porque con la muerte venían los entierros.  Había dos clases,

los entierros de pobres y los de ricos. A los pobres los llevaban en hombros, metidos en un ataúd barato y en una

pura carrera.  Incluso a veces costaba encontrar gente que cargara al muerto. Por eso, cuando apuramos a alguien muy lerdo nos dice: «Idiay, usted me

lleva como entierro de pobre». En los entierros de ricos había elegantes coches fúnebres tirados por

enormes caballos percherones, que iban lentamente, al paso de un cortejo formado por gente bien vestida y perfumada.

 A los percherones les colocaban enormes y graciosos penachos negros

Page 3: Doña tere

3

sobre sus cabezas, un adorno que los distinguía de los caballos normales. Aún hoy día, y como recuerdo de esa época, en Escazú hay dos

cementerios, uno para ricos y otro para pobres.  A unos los enterraban en tumbas de cemento, cuidadosamente pintadas, con lápidas de mármol, entre floreros rebosantes de lirios y ahí los dejaban, en compañía de algún angelito de cerámica.

 A los pobres los enterraban en fosas de hasta tres metros de profundidad,

bajaban el ataúd con mecates y luego de echar piedras y tierra encima, colocaban una sencilla cruz con el nombre del difunto.

 Pasado cierto tiempo, si la cruz era de madera, se corría el riesgo de que se

pudriera, o al metal lo carcomía el herrumbre.  Un día de tantos alguien retiraba los pedazos de la cruz, los familiares perdían el rastro del difunto y este quedaba en el olvido.

 Pero con el tiempo en los cementerios empezó a ocurrir un extraño

fenómeno: los ricos empezaron a pedir, como última voluntad, que los enterraran en el cementerio de los pobres, tal vez como señal de humildad y de póstumo desapego por las cosas materiales.

 Al contrario, las familias de muchos pobres, aunque tuvieran que pedir

prestado, empezaron a sepultarlos en el cementerio de los ricos, como para dar al fallecido al menos un lujo de los tantos que careció en vida.

 Hoy día no existen diferencias y la gente sólo habla del «cementerio de

abajo» o el de «arriba». 

Tiempos difíciles Miguel, mi padre, cuando era joven y fuerte trabajó en construcción.  Josefa,

mi madre, veía por los «güilas» y atendía la casa. El hombre al trabajo, en la calle, la mujer en la casa.  Tal era la costumbre y

la mentalidad de una época en que las mujeres ni siquiera tenían derecho al voto. Mamá era pequeñita, descalza, gordita, morena, muy sociable y de buen

carácter.  Sin ningún problema se sentaba en el suelo a comer.  A veces, mientras fumaba un cigarro envuelto en hojas amarillas, nos contaba que era hija natural de un indio de Talamanca.  En ese tiempo se les decía hijos naturales a quienes nacían fuera de matrimonio.

 De mi decía que cuanto yo iba a nacer, ella salió a la calle a las nueve de la

noche.  Se acostumbraba que las personas mayores anduvieran con un delantal muy grande.  Esa noche llegó con el delantal donde sus amigas y estas le preguntaban: «hay Chepita, ¿qué andas haciendo ahí?».  Ella respondía que ya

Page 4: Doña tere

4

estaba de parto.  Y entonces, de inmediato, entre todos los vecinos le dieron víveres que recogió, extendiendo y doblando el delantal hacia ella, como si fuera un canasto.

 Además de doña Petra, la partera que me trajo al mundo, hubo en Escazú

muchas otras.  Yo recuerdo a doña Oliva Sandí, doña Pacífica Torres y a Lita Altamirano.

 La tradición de nacer en la casa continuó con mi primera hija María de los

Ángeles y también con Irma y Rita en cuyos partos fui ayudada por Pacífica Torres.

 De papá recuerdo que era muy alto, blanco, usaba caites (especie de

chancletas construidas con cuero curtido).  Papá era muy bueno y tranquilo, su único vicio era fumar cachimba.

 La diversión de mis hermanos eran jugar trompo, irse a bañar a las pozas o a

jugar mejengas a la plaza, donde ahora se encuentra el parque.  Mis dos hermanas mayores se sentaban de noche cerca de la acera a cantar, a contar chistes, historias y adivinanzas a la luz de la luna.

 También, yo chiquilla a como podía me metía entre el grupo, ahí escuchaba

cuentos de miedo, de la Carreta sin Bueyes, el Cadejos, la Tule Vieja, el Padre sin Cabeza, La Mano Peluda y la Llorona.

 Después no hallábamos como irnos para adentro y nos dormíamos con

miedo de orinarnos en la noche, porque el excusado de hueco quedaba afuera, como a 50 metros de la casa.  Hacer una necesidad a deshoras nos obligaba a caminar por un trillo en un puro temblor, iluminándonos con una candela que a veces se apagaba a medio camino.

 Mis cinco hermanos pronto se hicieron grandes, se casaron y se fueron con

sus familias.  Cuando cumplí los siete años me mandaron a la escuela.  Yo iba descalza, sin uniforme y con un cuaderno envuelto en un saquito de manta que me colgaba del hombro.

 

En la escuela En la escuela República de Venezuela, allá por el año de 1939, se nos

enseñaba a escribir con lápiz y un casquillo metálico que se mojaba en tinteros colocados en los pupitres.

 Recuerdo que mi maestra fue la niña Isabel Echeverría, una muchacha muy

bonita, alta, blanca, de ojos celestes.  Me trataba muy bien.  A veces llegaba su papá a darnos clases, pero era un señor muy bravo: al que se portaba mal lo agarraba de una oreja y lo dejaba sin recreo en un rincón.

Page 5: Doña tere

5

 Únicamente estuve en primer grado y no lo terminé, porque tuve que trabajar

para ayudar a mis padres. Por muchos años no supe lo que era leer y escribir.  Un día clamé a Dios, le

dije: «Señor, yo quiero leer Tu Palabra», y El en su misericordia hizo el milagro.  Ahora hasta leo versículos desde el pulpito de mi iglesia.

 Empecé a trabajar lavando, planchando y cuidando chiquitos en casas de

vecinos y conocidos.  Al principio, como era muy pequeña, una señora me ponía sobre un banco para que alcanzara la pila de lavar.

 Durante horas restregaba y aporreaba ropa hasta que se me arrugara la piel

de las manos, y me salieran ampollas en los nudillos por la acción de la lejía del jabón azul.  Después la señora llegaba a revisar bolsas, puños y cuellos, hasta que todo quedara bien.  Hacía esa labor todos los días, mañana y tarde.  Me pagaban siete colones por mes.

 Después en San José trabajé en la casa de don Antonio Arce, allá por la

antigua farmacia Victoria, en avenida 10.  Era una familia de 11 personas y hacía todas las labores.  Lavaba a mano, para limpiar no había cepillo eléctrico y cocinaba con leña.

 De feria ahí vivía un muchacho muy charlatán que me daba bromas para

asustarme.  Un día le dije que me dejara en paz o lo iba a acusar y no volvió a molestar.

 También trabajé para los dueños de la antigua Foto Pacheco, donde don

Arturo Pacheco.  Allí la cocinera me tenía entre ojos, por una hija mayor que yo y que estaba en el colegio.

 Me tenía por menos, me daba muy poca comida, lo más feo, lo que nadie

quería o estaban a punto de botar.  Un día pasó la patrona, se quedó viendo hacia mi plato y exclamó: «¿idiay Teresa, no te dieron carne?».

 Luego se quedó mirando el plato de la muchacha, hija de la cocinera, y ese

sí tenía de todo y en gran cantidad. Muy disgustada, la patrona le ordenó: «a partir de ahora vas a seguir

llevando la comida para la mesa y yo voy a servirle a Teresa».  Desde entonces seguí sentándome a la mesa con mis patronos, y comiendo de lo que ellos comían.  De rato en rato, con el rabo del ojo observaba la cara de disgusto de la empleada y su hija, que continuaron almorzando en la cocina y sin chistar.

 En ese tiempo yo ganaba diez colones por mes y poniéndole mucho llegué a

quince. 

Page 6: Doña tere

6

Era otro Escazú Cuando eso Escazú era muy grande en cuanto a tierras despobladas, tenía

bosques donde trinaban los pajaritos, potreros con decenas de vacas y caballos, y ríos de aguas tan limpias, que desde la orilla se veían nadar los barbudos y olominas.

 Recuerdo que por todo lado se veían mariposas de todos colores, los

colibríes nunca faltaban en los jardines de las casas.  En el verano era normal el ronco sonar de las chicharras, y en el invierno el canto de los yigüirros anunciaba los primeros temporales.

 Escazú era un puñado de casas alrededor de la iglesia Católica.  Sólo las

calles principales estaban pavimentadas, el resto eran de tierra y piedra, con unos huecos que daban miedo, porque en invierno se convertían en grandes charcos.  Era raro ver automóviles por las calles, la mayoría del transporte se hacía en caballo, en carreta y carretón.  El aire era muy limpio, se apreciaba mejor que ahora la fragancia de las flores y el aroma a tierra mojada, cuando empezaba a llover.

 A tres cuadras del centro era ya estar en el campo, a partir de ahí las

viviendas empezaban a distanciarse las unas de las otras, esparcidas en fincas y conectadas por trillos y senderos de tierra.  Casi a nadie se le ocurría, como ahora, irse a vivir a las montañas.  Para construir se usaba el adobe, el bahareque y la madera.

 Quienes tenían el privilegio de tener una finca, aunque fuera pequeña,

podían vivir con cierta independencia, tenían huertas, árboles frutales y cosechaban café, caña de azúcar y maíz.  Además tenían un gran solar o patio con gallinas, gansos y chanchos.

 Era una vida más económica, se viajaba a pie, se cocinaba con leña y

carbón, el alumbrado era a base de candelas, aceite y canfineras. En algunos sitios de Escazú se usaba «convidar» a los vecinos con alguna

cosa que se hacía en un día especial, fuera jalea de guayaba, arroz con leche o algún picadillo de arracache.

 Alguna gente practicaba el trueque en sitios donde no había pulperías, y -por

ejemplo-, quien tenía maíz en mazorca lo cambiaba al vecino por café pilado, naranjas o por alguna gallina.

 Conservación de alimentos ¡Ah tiempos!  No se conocían las refrigeradoras y la gente debía inventar

maneras de conservar los alimentos.

Page 7: Doña tere

7

 Cuando papá trabajaba en construcción, en la casa guardábamos la comida

en un barril y guindábamos de ganchos las ollas con frijoles arreglados; el pan se colocaba en alforjas y también se ponía en alto, colgando de alguna argolla, lejos de cucarachas y ratones.

 Como no teníamos refrigeradora, ni siquiera luz eléctrica, la carne se

conservaba salándola y colocándola encima de la cocina de leña para que se ahumara, o se guindaba al sol en ganchos o alambres de púas.

 Leche embotellada no existía como ahora, ni en bolsa, mucho menos en

polvo.  Para los que no tenían vacas había lecheros a los que se encargaba la leche y el queso.  Los niños se mantenían con leche materna y los grandes, que yo recuerde, casi no tomaban leche.

 

Labores de casa Para lavar se usaba lejía, jabón azul y de coco; también hojas de güitite y a

la ropa blanca se le daba un bonito tono con una planta llamada «azul de mata». La planchada era otra trifulca.  Se usaban pesadas planchas de hierro que se

calentaban sobre una lata de cinc a la que se ponía leña encendida debajo. Se calculaba «a pulso» la temperatura de la plancha mojando un dedo con

saliva y pasándolo rápidamente por la superficie metálica con que se planchaba.  El oído debía estar atento al chasquido y muy afinado el sentido del tacto, los errores se pagaban con una ampolla en un dedo o un hueco en la ropa.

 Como no teníamos tubería de agua mamá se iba con una batea grandísima y

un enorme motete de ropa.  Caminaba sosteniendo el peso con mucha facilidad sobre su cabeza casi un kilómetro, hasta una poza que estaba en el río de Melico Protti, allá para dentro de la Hulera.

 Los vecinos, que sí tenían tuberías, nos regalaban agua para tomar y

bañarnos.  También cuando llovía llenábamos ollas y estañones. 

Disciplina familiar Cuando alguno se portaba mal el castigo venía primero de mamá.  Por

ejemplo ella decía: «vaya y hágame tales mandados».  Entonces yo salía corriendo y cantando todo lo que tenía que traer, para que no se me olvidara.  No podían apuntarme nada en papelitos porque, recuérdese, no sabía leer ni escribir ni mis padres tampoco.

 Después de dar la orden mamá echaba una saliva al suelo y yo debía llegar

antes de que se secara.  Salía como loca, corriendo por la calle y cantando la lista

Page 8: Doña tere

8

de las compras. Apenas entraba a la pulpería y como era tan chiquitilla, debía golpear muy

duro con las monedas los mostradores para llamar la atención del dependiente, de lo contrario sólo atendían a los más grandes y gritones.

 Durante mi niñez no sufrí de maltratos, porque yo tenía mucho temor, hacía

caso y mamá nos trataba con amor y consideración. Sólo recuerdo que un día me mandaron a traer unos cigarros, resulta que me

quedé mucho y un hermano mayor me dio dos fajazos.  Y desde esa vez no recuerdo otro castigo.  Por cierto que este hermano mío acaba de morir como de noventa años.

 

En media calle Un día, alguien nos sobresaltó con la noticia de que debíamos desocupar el

cuartito en el que vivíamos allá, a 50 metros de la pulpería El Oriente.  Los de San Vicente de Paúl iban a vender la propiedad y además, por si acaso alguien se oponía, a los cuartitos los habían declarado inhabitables.

 Entre los tres recogimos todo y nos fuimos para un ranchito de hojas de caña

que hizo papá en una propiedad que nos prestaron.  De un día para otro, nuestra dirección cambió al lado opuesto, allá por los cementerios.  Pero una noche, poco tiempo después, alguien dejó una candela mal colocada y de repente todo alzó llama.  Estábamos dormidos y el calor nos levantó gritando como locos «¡Fuegooo!, ¡Fuegoooo!».

 Al no haber bomberos, hidrantes ni mangueras, los vecinos apagaron el

incendio a punta de baldes de agua.  Pero lo perdimos todo.  De ahí nos trasladamos a San José a vivir por un tiempo donde mi hermano Toño, primero en La Sabana, después en barrio Cuba.

 

Primer bus El transporte entre Escazú y San José se hacía en una única cazadora

propiedad de Lisímaco Brenes Echavarría.  Aldérico Salazar fue el primer chofer, sólo existía ese ruidoso aparato de carrocería de madera y un cobrador.

 Habían cosas muy buenas en ese tiempo: los hombres ayudaban a las

mujeres a subirse a la cazadora y adentro se ponían de pie para dejarles el campo.  A los chiquitos, aún de cierta edad no se les cobraba, siempre y cuando viajaran en los regazos de un mayor.

 También había incomodidades que hoy no existen: la gente no hacía fila en

las paradas, sino que se apretujaba frente a la puerta del bus.  Dentro del aparato

Page 9: Doña tere

9

se podía fumar durante el viaje y la gente viajaba con perros, gatos y hasta gallinas.

 En ese tiempo a la gente le gustaba mucho caminar, de ahí que el transporte

motorizado no era tan indispensable como ahora.  Con frecuencia me iba con papá a pie hasta San José a visitar a Toño, y a veces me quedaba donde él por varios días.

 Mamá era muy celosa conmigo, a diario se pasaba diciendo que me cuidara

de los hombres, que muchos eran malos, peligrosos y que por aquí y que por allá. 

Llega el amor A los 12 años yo era una niña tímida que aún soñaba con tener una muñeca

y ser como los demás niños que iban a la escuela, salía muy poco y cuando lo hacía era con mamá.

 Fueron muy pocas las escapadas con mis hermanas, porque a ellas les

gustaba mucho bailar, pero si iban conmigo no las dejaban entrar a los salones. Un día empezó a llegar a mi casa Ezequías, un amigo de mi hermano

Francisco.  A los dos les gustaba la música y habían formado un grupo llamado Malecón que amenizaba los bailes en el salón El Jardín, situado a un par de cuadras al sur del colegio Nuestra Señora del Pilar.

 Ezequías era diez años mayor que yo, pero cuando me conoció empezó a

perseguirme, a tratar de hablar conmigo y me salía por todas partes; pero yo le huía, por miedo a las tantas cosas feas que me había dicho mamá de los hombres, además, aún no había desarrollado ninguna atracción hacia los muchachos.

 Un día ese amigo de mi hermano se animó a pedirle la entrada a mamá,

¡Uyyyy, para qué lo hizo?  Eso fue como alborotar un panal.  Por supuesto que ella le dijo que no, que más adelante, que yo estaba muy chiquilla.

 Por un tiempo el pretendiente se mantuvo alejado y dejó de visitarnos.  A mi

casa llegaban rumores de que tenía una novia aquí y otra allá.  Pero al tiempo regresaría, esta vez con más insistencia, hasta que logró conquistarme y doblegar la negativa de mamá.

 Nos casamos cuando yo tenía 18 años y nos fuimos a vivir aquí mismo en

Escazú, con mis dos padres, a un terreno propiedad de los papás de él. Aún casada hubo señoras que me siguieron contratando para los oficios

domésticos en sus casas.  Ezequías trabajaba en enfermería en el hospital Calderón Guardia.

Page 10: Doña tere

10

 Así pasó el tiempo hasta que empezaron a llegar los diez hijos que

completaron nuestra familia.  A esta fecha llevo 54 años de casada. A los cuatro años de haberme casado murieron mis padres, primero mamá,

de neumonía.  Al mes falleció papá de una especie de envenenamiento en la sangre.

 Y, como si fuera poco, mi hermana Rita murió de pulmonía a los dos meses

de enterrar a papá. Ella estuvo internada en el San Juan al lado de mamá, y nos contó que la vio

morir ahogada por el asma. Y Rita sufría viéndola ahogarse.  No podía ayudarla, porque también estaba

también muy grave de los pulmones. Al morir, Rita me encargó a sus cuatro hijos.  Yo los cuidé durante los

siguientes cuatro años. 

Mueren dos hijos Por ser tantos no voy a hablar en este relato de todos mis hijos, pero

recordaré a María de los Angeles y a Rodolfo. Marielos murió de hemofilia a los 22 años, estando recien casada y

esperando su primer hijo. Recuerdo que le habían detectado la enfermedad a tiempo.  A partir de ahí

los médicos le advirtieron lo peligroso que era para ella quedar embarazada... La partida de Marielos fue para mi, como para toda madre, un golpe terrible. 

Únicamente me consuela saber que antes de partir ella había aceptado a Cristo, como Señor y Salvador.

 Muchos años después murió Rodolfo.  Empezó con dolor de estómago y

diarrea.  Los médicos decían que no tenía nada, sólo le mandaban medicinas contra la diarrea.

 Rodolfito se revolcaba del dolor.  La gente me recomendaba que lo llevara a

sobar, porque era una pega.  Pero la señora no lo hizo bien, de forma indirecta, en los brazos o los dedos, sino en el estómago y le reventó un intestino.

 Murió a los 11 meses de nacido en el hospital San Juan de Dios y era el

noveno de mis hijos. 

Page 11: Doña tere

11

Con Marielos no fui a su entierro, al verla morir no resistí el dolor y me internaron para tratarme los nervios.  Me trajeron a Escazú, donde mi hermano Toño, ahí me recuperé.

 Cuando murió Rodolfito, Dios me dio fuerzas y pude ir a su entierro sin

problemas.  A los dos los dejé ahí, en el cementerio de los pobres, pero el recuerdo de Rodolfito y Marielos me acompaña siempre, dentro de mi corazón.

 

El cáncer Cuando se vinieron esas muertes yo me guiaba únicamente por tradiciones

religiosas, ignorante de los propósitos de Dios para mi vida.  A pesar de todo El se mantuvo fiel, dándome fuerzas para seguir adelante.

 Incluso yo me fumaba hasta dos paquetes diarios de cigarrillos.  Ezequías,

mi marido, además de fumar, tomaba y tranochaba, como siempre ha sido la costumbre entre los músicos.

 Un día empecé a adelgazar sin causa aparente, y cuando me di cuenta

estaba en el puro hueso.  La piel se me puso pálida, casi transparente y sentía un cansancio terrible.  No tenía voluntad para nada.

 Después de muchos exámenes y visitas al hospital, los médicos me

encontraron un cáncer en el útero. Llamaron a mi esposo, le dijeron que la enfermedad estaba muy avanzada,

que sólo quedaba una pequeña esperanza en una operación. Me operaron y luego continuaron el tratamiento con la Bomba de Cobalto,

que cuando eso estaba recien llegada al país. La «bomba» es un aparato metálico grandísimo, ahí me metían acostada en

una camilla.  Al encender ese chunche yo sentía un calor terrible, como un fuego que me quemaba el vientre.

 El tiempo pasaba y aumentaban las citas al hospital, pero yo seguía cada

vez más flaca y sintiéndome más débil, al punto de no tener voluntad ni para caminar por la casa.

 A las cuatro semanas terminó el tratamiento, pero los médicos me seguían

encontrando cada vez peor. 

Sanidad divina Un día, estando sola en la casa, me levanté sosteniéndome de las paredes. 

Prendí un televisor pequeñito, blanco y negro, que me habían regalado.

Page 12: Doña tere

12

 Resulta que ahí, en un programa, estaba el Dr. Dobson orando por los

enfermos.  El dijo que podíamos ser sanados de cualquier enfermedad, que lo importante era tener fe.

 Y que quien no tenía fe, que se la pidiera al Señor.  Yo me puse de rodillas,

coloqué una mano encima de mi estómago, la otra sobre el televisor y bajé mi cabeza...

 Empecé a repetir la oración, porque en ese entonces ni siquiera sabía orar. 

De repente sentí una corriente eléctrica que sacudió mi cuerpo y en ese momento tuve la certeza de haber sido sanada.

 Me sentía libre, fuerte, feliz, me levanté llena de ánimo y gozo a hacer el

oficio, brincaba, saltaba, daba gracias a Dios y me puse a cantar, a terminar de lavar una ropa que ya se me estaba pudriendo, porque no había tenido voluntad para lavar ni tampoco plata para pagar a quien me ayudara.

 A partir de esa sanidad sentí un deseo irresistible de ayudar a otros, también

con problemas y enfermedades. 

La invitación Un día, un cristiano invitó a uno de mis hijos a su iglesia.  El me pidió

permiso para ir, pero le dije que no fuera, porque yo era muy católica.  Y no fue. El otro domingo lo volvieron a invitar y él se fue sin permiso.  Luego se hizo

cristiano y un Día de la Madre, me invitó al templo.  Le volví a decir que no; pero en eso Ezequías, mi marido, intervino para que lo acompañara, me dijo que nada se iba a perder con eso.

 Resulta que ese día, al entrar a la iglesia, estaban adorando y alabando a

Dios y ahí sentí algo completamente diferente.  Desde que entré sentí que mi corazón ardía.  Había encontrado mi lugar.

 Al final de la fiesta, el pastor invitó a los que estábamos a pasar al frente y

acepté con mucho gozo al Señor en mi corazón. Desde ese mismo momento hubo un cambio total en mi, se me quitaron las

ganas de fumar, de ver telenovelas y un gran deseo de estar en las cosas de Dios y de servirle a El.

 Al llegar a mi casa, encontré a mi esposo fumando y viendo televisión. 

Cuando me ofreció un cigarrillo le dije: «no, mira, ya no quiero fumar más».  El se echó una gran risa y exclamó: «ahorita estás fumando otra vez»; pero se equivocaba.

Page 13: Doña tere

13

 Desde ese momento me sentí diferente, limpia, renovada, con deseos de

estar orando, escuchando la palabra de Dios y predicando a todo aquel que me lo permita.

 Adiós a los bailes El llamado era fuerte, dejé todo, las amistades, el gusto por la música y las

conversaciones mundanas.  Antes me gustaba bailar.  Ahora me gusta danzar para el Señor.  De mi vida pasada sólo me quedé con mi esposo y mis hijos.

 De ahí en adelante continué asistiendo al templo cristiano.  Empecé a llevar

a una sobrina mía, Olga, quien sería la primera persona que Dios puso en mis manos para su servicio.

 Dios la levantó de una cama donde ella estaba tullida, sin poder casi ni

moverse.  Oré por ella y Dios hizo el milagro. Para esos días empecé una amistad con la hermana Julia, de las hermanas

del Pilar.  Como yo tenía tantos hijos, ella a nombre de su congregación me regalaba útiles escolares y ropa.

 Un día de tantos me regaló una Biblia, con el encargo de que la leyera, y

orara por una sobrina de ella que tenía cáncer en la garganta. 

Aprendiendo a leer Cogí la Biblia y le di las gracias; pero no le dije ni una palabra de que yo no

sabía leer, ni escribir.  Cuando llegué a la casa, empecé a hojear ese libro, a orar y a pedir a Dios que me diera la oportunidad de aprender a leer.  Y Dios hizo el milagro, porque ahora puedo leer, escribir y la muchacha con cáncer, sobrina de la hermana Julia también fue sanada por Dios.

 La misión que Dios me ha encomendado la empecé con los vecinos, duré

tres meses orando por ellos para que se ablandaran sus corazones.  Luego los invité a grupos de oración en la casa de dos plantas que alquilábamos, muy cerquita de donde vivo ahora.

 Cuando eso me salió un padecimiento en el corazón.  No podía levantar el

brazo izquierdo, me dolía mucho el pecho, sentía dificultad para respirar y me resultaban difíciles labores tan sencillas como barrer, recoger cosas y tender la ropa.

 En el San Juan de Dios me dijeron que tenía arritmia cardíaca y me tuvieron

bajo observación una noche entera, con un aparato en el pecho, midiéndome los latidos del corazón.

Page 14: Doña tere

14

 No tenía miedo de morir, pero clamé por sanidad, porque sentía un

compromiso con Dios para servirle a El y a muchas personas. 

Amenazas y gritos Luego haría una labor de visita, casa por casa y así recorrí gran parte de

Escazú.  Casi siempre fui bien recibida, pero hubo ocasiones en que me atendía por puro compromiso, no me abrían y otros me decían que me fuera, que eso no les interesaba.

 En una oportunidad me apedrearon la casa en pleno día, mientras

estábamos reunidos en oración.  Luego, un muchacho se metió a la propiedad con un machete, y amenazó con cortarme los alambres de la luz si seguía con las reuniones de vecinos.

 Un día, el hermano de ese muchacho, me tiró una piedra y me la pegó por la

espalda.  La piedra rebotó y fue a dar al corredor de una casa y salió la vecina diciendo: «idiay, ¿por qué te apedrean si no le haces mal a nadie?».

 Lo que hice fue pedir al Señor por los dos hermanos.  Tiempo después el del

machete llegó a pedirme perdón y asistí a su bautismo, en mi iglesia.  Del otro sé que dejó de tomar y ya está en los caminos de Dios.

 También es normal que la gente, apenas me ve salga huyendo o cierre la

puerta, o cuelgan el teléfono cuando los llamo para hablarles del Señor. 

No hizo caso y murió En una ocasión le hablé de Dios a un muchacho, lo invité a la iglesia y me

dijo: «ay señora, cómo cree usted que yo voy a pasarme toda una vida metido en la iglesia, todavía estoy muy joven para eso».  Al poco tiempo se mató en un accidente.

 He pasado por potreros, bajo la lluvia, arriesgando mi vida, huyendo del

ganado, de perros bravos, entrando a casas en lugares muy incómodos, subiendo cuestas tremendas, pero nada de eso me pesa porque es para Dios.

 He sufrido oposición en mi propia familia.  Por ejemplo una de mis hijas era

de otra religión que no tenía a Cristo como centro, pero ahora es creyente. Tuve un yerno mormón, su conversión provocó que toda esa familia se

convirtiera al Señor, incluso el hijo mayor ahora sirve en la alabanza de su iglesia. ¿Me peleaba con ellos?  No.  Lo único que hago es tratar a las personas con

cariño y orar, orar mucho por ellas hasta que Dios toque sus corazones.

Page 15: Doña tere

15

 Y así, poco a poco, he perseverado en la obra de Dios, pese a los

inconvenientes que se han presentado y de los cuales he salido adelante, porque, como dice la palabra, «somos más que vencedores».

 Aún en las iglesias hay una cuota de prueba y sufrimiento.  He padecido el

comportamiento incorrecto de algunos hermanos, por asuntos de envidia y orgullo espiritual.

 Hay gente que se molesta cuando trabajamos de corazón, y damos buen

testimonio.  Yo no me paso metida en el templo, tengo claro que mi llamado es para visitar hogares, evangelizar, orar por enfermos y alentar a los caídos.

 Parece mentira, pero cuando yo he estado enferma, si acaso el pastor acude

a visitarme y darme aliento; me he sentido muy sola y me he quedado esperando a todas esas hermanas, que en los cultos las veo tan entusiasmadas, alabando y saltando con sus biblias y panderetas.

 

La voz de Dios A todos aquellos que leen este testimonio, y que quizá no tienen la paciencia

de leer la Palabra, ni participan en estudios bíblicos, yo les tengo una muy buena noticia: Dios los ama, y los ama así como están.

 Y es más, Dios habla, y lo hace hoy como en los tiempos bíblicos, porque

Dios es el mismo de siempre, por los siglos de los siglos. Digo eso porque yo he escuchado la voz de Dios.  ¿Yo?  Si, yo, así como me

ve usted de humilde y sencilla, porque para Dios todos somos iguales. Recuerdo un día, que mientras aporreaba una ropa y oraba, tuve una visión

de tres muchachas que servía en la iglesia. Las veía subir y bajar en el aire, como si fueran un papalote, luego de un

lado para otro, como mecidas por el viento.  Y de seguido una voz llegó a mi mente diciéndome: estas tres jóvenes no están salvando almas porque dan muy mal testimonio en sus casas, ante sus familias.

 En la iglesia las fui llamando, una por una.  Una me dio la razón, admitió ser

desobediente con su madre, la otra decía que trabajaba en una casa donde ponían música mundana y no se atrevía a evangelizar a esa familia, y la última dijo que ella estaba muy bien.

 A partir de ese momento, la voz de Dios empezó a llegar a mi mente.  Yo la

oigo aquí, dentro de mi cabeza.  Es suavecita y muy dulce.  Cuando la escucho siento un quebrantamiento que me hace llorar al escucharla.

Page 16: Doña tere

16

 Me habla especialmente cuando estoy pasando por problemas.  Me dice que

soy su hija, que tengo que confiar en El, que El me cuida, que El me guía, que no tema porque El va a hacer maravillas en mi vida y en mi familia.

 

Misiones especiales A veces me dice que vaya a una casa, que toque la puerta, porque ahí

necesitan de El.  Yo lo hago siempre y me encuentro a personas enfermas, sin esperanza, muy necesitadas de Dios.

 Cuando El me manda a algo tengo que hacerlo inmediatamente, me resulta

imposible negarme a esa voz, tan suavecita y amorosa. Ha sucedido que El me ha enviado a alguna casa y no he podido en ese

momento; pero no me siento bien hasta cumplir con lo que me pide. En Bellorizonte me dijo el copastor de la Iglesia Centroamericana: «doña

Tere, hágame el favor, vaya a evangelizar al vecino mío, porque a mi no me hace caso, tal vez a usted la escuche».

 Un día llegué a eso de las siete de la noche, el patio estaba muy oscuro.  Yo

conocí a la señora buena y sana cuando joven, y cual sería mi sorpresa que me la encontré tirada en una cama, ciega y paralítica.

 Pero el asunto no terminaba ahí, porque a su lado, como si fuera un salón de

hospital, estaba un hijo de ella con graves problemas en su columna que le impedían caminar y agacharse.

 Empecé a hablarles del amor de Dios, de la salvación, a leerles pasajes de la

Biblia.  Al rato le dije que yo la conocía a ella, pero no me recordaba.  Les pedí que aceptaran a Jesús en sus vidas, como Señor y Salvador.  Dijeron que si.

 Al tiempo me enteré de que Dios sanó al muchacho de su columna, y a la

señora le restauró su visión.  Al joven me lo topo en Escazú, caminando para arriba y para abajo, pero se esconde, porque no siguió en los caminos de Dios.

 En otra oportunidad mi hija Irma me habló de una niña a la que le salían

moretes por todo su cuerpo.  Un médico dijo que era leucemia. La chiquita no quería comer, se mantenía tirada en una cama, muy grave. 

La mamá pidió oración por la niña.  Le dije que no podía ir en ese momento, pero que pediría a Dios por la salud de la chiquita.

 Durante una hora clamé al Señor en la noche.  Pude sentir la seguridad de

que Dios sanaba a esa chiquita.  Al otro día, en la mañana, la voz del Señor me

Page 17: Doña tere

17

dijo que leyera un versículo en el que me daba a entender que debía de ir a esa casa a evangelizar la familia.

 Pero cuando llegué ya la chiquita estaba sana, el médico le había dado de

alta y la gloria y la honra se la dieron a los doctores, y no a quien lo merecía, a mi Señor.  Esa familia continúa apartada de Dios, deconociendo sus leyes y con la mirada puesta en los médicos.

 

Ángeles y demonios Una noche se había ido la luz en todo Escazú.  En casa todos buscaban

fósforos y candelas, pero no aparecían.  En eso dije a mi hija Elizabeth: «voy a ir a la cocina a buscar».

 De repente, a un lado de la cocina vi una aparición, era la figura de una

persona alta, con vestiduras de encajes blancos hasta el piso de las que salía una luz como celeste brillante, pero no le vi la cara porque la mantenía baja, cubierta por el manto que resplandecía.  Al verlo grité a mi hija: «¡Elizabeth, corre, vení a ver qué lindo lo que está aquí, un ángel!».

 Todos se vinieron corriendo a verlo.  Yo continuaba mirándolo.  No se movía,

estaba ahí quedito, de él continuaba saliendo una luz y una paz preciosas.  Pero no era visible a los ojos de ellos, porque me preguntaban dónde estaba el ángel.  Apenas ellos se fueron desapareció de mi vista.

 También he visto la manifestación de demonios en mi propia casa.  Un día

estaba ministrando a un grupo de jóvenes, hace unos siete años.  De repente, al poner mis manos sobre la cabeza de una muchacha, cayó al suelo pegando gritos.

 Me arrodillé frente a ella y seguí ministrándola, reprendiendo en ella los

espíritus raros que se manifestaban con movimientos de cuerpo, gritos y sus ojos casi se le salían de las órbitas.

 Después de agitarse y gritar por un rato, de repente se quedó quedita. 

Cuando se paró, dijo que se sentía libre, tranquila, reposada, muy contenta y se convirtió a Cristo.  Lástima, ahora está apartada.

 Días después, alguien me contó que al escuchar los gritos, los vecinos iban a

llamar a la policía, pensando que mi marido me estaba ahorcando. Esa persona, que ya conocía de Dios, les dijo que dejaran eso quieto, que

era una ministración de alguien con problemas de demonios y el asunto no pasó a más.

 Otro día fui con tres hermanas a una casa, a orar por una muchacha de la

que decían estaba poseída por un espíritu de hechicería.

Page 18: Doña tere

18

 Una de las tres que me acompañaban fue por curiosidad.  Yo le dije que

fuera, pero le advertí que se mantuviera cantando y orando, mientras se ministraba.

 Le dije: «No importa que no se sepa muchos cantos.  Con sólo que se

mantenga repitiendo: la sangre de Cristo tiene poder...». Mientras que una la sostenía, otra le decía al oído: «fueraaa, fueraaaa,

demonioooo, tu no tienes que hacer nada aquí».  Pero el diablo gritaba: «no, no, por favor, yo no me quiero ir...».

 Y mientras eso ocurría, la muchacha curiosa debía de estar cantando, pero

de repente sintió miedo, se quedó callada, luego se quitó de ahí y hasta quería salir corriendo del susto.

 Gracias a Dios fue liberada la mujer del espíritu de brujería, luego de vomitar

sangre y cosas raras. Una guerra de verdad Los demonios no son cosa de película, son reales, existen y pueden influir,

atormentar y atacar cuando la gente está fuera de la protección de Dios. Los demonios son espíritus que cumplen misiones definidas por un líder: el

diablo.  La Palabra de Dios nos habla que el fin del diablo y sus demonios se resume en matar, robar y destruir.

 La gente no lo sabe, pero estamos en constante guerra contra esos seres

invisibles, todos los días, todas las noches, a todas horas y por eso debemos aceptar a Cristo como nuestro Salvador, obedecerlo como nuestro Señor y servirle a El.

 Por eso debemos mantenernos orando, ayunando, clamando, trabajando en

los negocios del Padre Celestial y El se encargará de protegernos y de administrar nuestros negocios.

 En el salmo 34, se nos dice que: «el Ángel de Jehová acampa alrededor de

los que le temen y los defiende»; el salmo 91 nos habla de que ángeles nos cuidarán de que nuestro pie no tropiece.  Que no tropiece ¿en qué?, en las trampas de los demonios.

 Pero las promesas de Dios, que son muchas y tienen que ver con protección,

prosperidad, dirección, salud y, por supuesto, vida eterna, son para quienes se encuentran en Cristo.

 

Page 19: Doña tere

19

Mensaje a los incrédulos ¿Por qué hay personas a las que el diablo y sus demonios nunca molestan? 

Porque ya esas personas son del diablo y participan de sus actividades, pero en su ignorancia no saben que están en peligro de ser robados, destruidos e incluso matados por aquel a quien sirven.

 Si usted me dice: ¡Ay Tere, no me venga con cuentos!  ¡Los demonios no

existen!  !EI diablo tampoco!  ¡Mucho menos el infierno! Entonces, si eso fuera así, Jesús habría mentido y todo lo que dice la Biblia

no es cierto. Dice usted que no cree en demonios pero fuma... ¡Ahí tiene a un demonio,

carcomiendo su salud de poquito en poquito, hasta llevárselo a la tumba. No cree usted en demonios pero toma licor... ¡ese es otro demonio¡  Y si a

ese le agregamos otros espíritus, entonces usted se topará con gente que habla mal de los demás, dice mentiras, roba, le desea el mal a la gente, siente odio, rencor, ansiedad, temor, depresión, tiene malos pensamientos, practica pecados sexuales...

 Una vez fui a visitar un hogar en donde el esposo era alcohólico, el hijo

drogadicto y una hija tenía una enfermedad mental que la mantenía en silla de ruedas.

 

Batalla espiritual Me puse a orar por la muchacha, le puse la mano sobre cabeza y me quitaba

con un fuerzón terrible, hasta me aruñaba la muñeca.  Dios hizo una sanidad en la muchacha, pero hicieron falta más visitas a esa casa.  No volví porque a la señora que me acompañaba le entró miedo, y no es conveniente llegar sola a ministrar enfermos ni cautivos.

 También Dios se glorificó en la sanidad de una jovencita que tenía problemas

en sus ojos.  La operaron en Estados Unidos.  A la hora en que la estaban interviniendo estuve orando en la casa y Dios hizo la obra.

 También en la iglesia a la que asisto he participado en liberaciones de gente

de toda clase. Lo que más está afectando a los hogares es la infidelidad, el adulterio, la

violencia doméstica y los vicios. 

¡Cuidado con la hechicería!

Page 20: Doña tere

20

 En Escazú la hechicería es algo tremendo.  A veces entro a una casa y de

repente siento algo feo, como una opresión en la cabeza, seguida de ansiedad, de desasosiego y ganas de irme de ahí.

 Una vez entré a la casa de una señora, y desde que llegué le dije: el

ambiente de este lugar está muy contaminado, los aires están saturados de demonios, de espíritus malignos de opresión.

 Cuando uno empieza a orar, la gente cambia de actitud, empiezan a mirar

muy raro, a toser y Dios nos da el don de ciencia, que permite saber qué clase de espíritu es el que está dañando a la persona.

 Como le digo, yo no tengo nada especial, soy una mujer humilde que aún

sufre, ya no tanto con mis propios padecimientos sino con las dificultades de mis hijos.

 Así como usted me ve, vieja y a veces achacosa, el Señor se glorifica en mi

vida, enviándome a orar por las personas, a rogar por la sanidad de la gente en Su Nombre y a consolar a los afligidos, esa es mi misión y doy gracias a Dios por haberme escogido, pese a mis limitaciones.  (Fin) Foto de Doña Tere en el año 2.008, acompañada de doña María Nela Herrera, durante una charla en PIPASA. 

Page 21: Doña tere

21

 

Acerca del autor: Luis Fernando Mata Araya, periodista costarricense, escritor y profesor universitario. Teléfono 86 41 05 33. Correo electrónico [email protected]/