Comunidad Andina Persistencia y Cambio

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No. 1, Julio 1986 59 Comunidad andina: Persistencia y cambio Xavier Izko El propósito central de nuestro estudio es hacer una reflexión crítica, a la luz de la literatura antropológica y de la propia experiencia de campo, sobre la situación actual de las comunidades indígeno-campesinas de los Andes bolivianos. Nos centraremos sobre todo en las llamadas "comunidades originarias" o de ayllus, que formalmente no pasaron por el régimen de hacienda y que aún predominan en muchas zonas campesinas bolivianas (ver mapa). Nuestro enfoque está lejos de cualquier esquema que entienda el cambio cultural como un "continuum" de estadios sucesivos que van de lo "tradicional" a lo "moderno". Las limitaciones de este dualismo reductor y ahistórico han sido puestas de manifiesto certeramente por Rivera Barrios (1982: 72-76) Y Rivera Cusicanqui (1981: 84-85) en referencia a la situación boliviana. Concebidos como elementos distintos, pero a la vez inseparables, resultado de un proceso histórico común (Rivera Barrios: 74), la persistencia y el cambio se inscriben en un contexto más amplio que remite en última instancia a la totalidad cultural definida a partir de una serie de "escalas" sociales interactuantes que van desde el núcleo doméstico y la familia extensa a la comunidad y de la comunidad a la sociedad mayor, con la que se relacionan diversamente.

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    Comunidad andina: Persistencia y cambio Xavier Izko

    El propsito central de nuestro estudio es hacer una reflexin crtica, a la luz de la literatura antropolgica y de la propia experiencia de campo, sobre la situacin actual de las comunidades indgeno-campesinas de los Andes bolivianos. Nos centraremos sobre todo en las llamadas "comunidades originarias" o de ayllus, que formalmente no pasaron por el rgimen de hacienda y que an predominan en muchas zonas campesinas bolivianas (ver mapa).

    Nuestro enfoque est lejos de cualquier esquema que entienda el cambio cultural como un "continuum" de estadios sucesivos que van de lo "tradicional" a lo "moderno".

    Las limitaciones de este dualismo reductor y ahistrico han sido puestas de manifiesto certeramente por Rivera Barrios (1982: 72-76) Y Rivera Cusicanqui (1981: 84-85) en referencia a la situacin boliviana. Concebidos como elementos distintos, pero a la vez inseparables, resultado de un proceso histrico comn (Rivera Barrios: 74), la persistencia y el cambio se inscriben en un contexto ms amplio que remite en ltima instancia a la totalidad cultural definida a partir de una serie de "escalas" sociales interactuantes que van desde el ncleo domstico y la familia extensa a la comunidad y de la comunidad a la sociedad mayor, con la que se relacionan diversamente.

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    A quin o a qu nos referimos exactamente cuando hablamos del cambio y de la persistencia? Ya hemos enunciado el sujeto en el ttulo de nuestro artculo: la comunidad andina. Para comenzar presentaremos nuestra percepcin de la misma.

    Lo andino es identificado a veces con lo precolonial. Todo lo que no es expresin del pasado precolombino (la "persistencia") sera expresin del "cambio". A una concepcin semejante, arcaizante y esttica, de lo andino, debe oponerse una concepcin dinmica que considere, junto a la persistencia de elementos precolombinos, la presencia de otros elementos procedentes de horizontes culturales diversos (cf. Urbano 1982).

    En nuestro anlisis sobre la "identidad diferencial" del indiocampesino boliviano (Izko 1985), subrayamos los lmites de la concepcin substantivista de lo andino, que sigue la pista solamente a la tradicin "inalterada" del grupo. Esta debe ir acompaada por una concepcin relacional que ample la idea de lo andino "en s" para concebirlo simultneamente como el producto de un encuentro social (cf. Lavaud 1984: 48). Nos atreveramos a decir incluso que no es tan importante para la definicin de lo andino tomar en cuenta de manera exclusiva la presencia de elementos culturales de raz prehispnica, cuanto considerar la organizacin propia de los elementos prehispnicos y de los urbano-occidentales desde una peculiar conciencia socio-histrica de la propia identidad diferencial.

    El trmino comunidad, a su vez, tiene la ventaja de permitir nombrar situaciones diversas, pero a costa de perder a veces su valor gnoseolgico (Rivire 1983a: 42). En otras palabras, al pretender caracterizar situaciones sociales tan heterogneas, las vaca de su contenido especfico y puede llevar al olvido de la originalidad y la complejidad de una organizacin social que incluye a veces varios subconjuntos comunitarios, sugiriendo adems la idea de una estructura social coherente, sin divisiones internas (Fioravanti 1978: 1 183) (1).

    En trminos generales, la comunidad puede ser considerada como el resultado de la interaccin de una lgica familiar y de una lgica comunal (Plaza y Francke 1980) que posee a veces mltiples niveles y que est. a su vez, diversamente relacionada con otras lgicas supracomunitarias. La articulacin de las diversas lgicas puede poseer caractersticas distintas segn los casos. En general, no nos adscribimos necesariamente al "a priori" de un modelo igualitario ideal de la comunidad, que lleva a identificar "diferenciacin interna" con "desintegracin comunitaria" (Proboste 1983: 44). La comunidad puede revestir tambin la forma de participacin en la creacin de un bien colectivo, aunque los mecanismos tradicionales de acceso a los recursos econmicos estn completamente individualizados y existan diferencias socio-econmicas acusadas (Lehmann 1982: 25). Puede suceder tambin que las mismas instancias que contribuyeron a la disolucin de la comunidad tradicional en un primer momento, susciten en un segundo momento, paradjicamente, una nueva comunidad de carcter neo-tnico, forjada a travs del conflicto (Izko 1985). Somos consientes, sin

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    embargo, de que all donde la reproduccin de cada ncleo domstico y de cada familia no depende ya de alguna manera de la instancia propiamente comunitaria, la comunidad corre el riesgo de disolverse. a no ser que se convierta en un mero "flatus vocis", vaciada de todo contenido.

    Hubiera sido til, dada la complejidad y, a la vez. la especificidad relativa de los componentes esenciales de la realidad comunitaria, considerar separadamente cada uno de ellos: la estructura econmica, la organizacin socio-poltica, la dimensin mgico-religiosa. En una investigacin que venimos realizando durante los ltimos aos analizamos todos esos niveles. Por razones de tiempo y espacio, sin embargo, nos concentraremos aqu en el anlisis de la estructura socio-econmica de las comunidades andinas, aunque haremos tambin algunas referencias a la organizacin poltica y a la dimensin mgico-religiosa, entretejidas con algunas consideraciones sobre ideologa y simbolismo (2). Ecologa y acceso a los recursos econmicos

    El rea de los Andes bolivianos donde se localizan las comunidades originarias (ver mapa), concentra en sus dos grandes eco-sistemas (el de puna y el de valle) una enorme variedad de microclimas que cobijan, a su vez, una amplia gama de especies y variedades vegetales (3).

    En el contexto de esta gran diversidad de microclimas y de especies vegetales, el modelo del "control vertical de un mximo de niveles ecolgicos" diseado por Murra (1972; 1975; 1978) constituye todava un ideal y. a veces, tambin una prctica diversamente adaptada a las circunstancias cambiantes por las que las sociedades andinas han atravesado.

    En reas como el Norte de Potos, diversos ayllus locales continan manteniendo el control directo de los recursos de puna y valle (cf. Harris 1978a, 1982a, 1985; Platt 1982a; Godoy 1983a y b). Algunos de los grupos tnicos ms numerosos (Macha, Pukwata, Chayanta, Sakaka), que pueden llegar a contar con 25 mil miembros o ms, se extienden de manera continua entre la puna y el valle (cf. Harris 1985: 312 y ss.)(4). Otros grupos, aunque discontinuos territorialmente. se distribuyen tambin entre ambos ecosistemas: el ncleo ms consistente en la puna y diversas "islas" o enclaves territoriales en el valle, a manera de "archipilago". En uno y otro caso, sin embargo, no todos los miembros del grupo tienen acceso directo a los recursos de puna y valle, ni existen campesinos que controlen toda la gama de microclimas existentes. siendo frecuente que muchas unidades domsticas posean una serie de parcelas distribuidas entre niveles ecolgicos discontinuos, separadas a veces por ms de un centenar de kilmetros o por varios das de camino (Platt 1982a: 34-35).

    Muchos grupos tnicos. en cambio, han ido extraviando a lo largo del tiempo su original "base de recursos mltiples" (Thomas 1972), particularmente las tierras de valle.

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    Algunos las han perdido en pocas recientes, como los Sikuya de la puna en el Norte de Potos (lzko 1986a) o los Sakaka en relacin a las zonas ms bajas de su antiguo territorio (lzko 1986b). En el primer caso, los Sikuyas del valle, interrumpidos sus vnculos con el ayllu de puna a raz de la Reforma Agraria, han reconstituido el modelo de control vertical dentro del ecosistema de valle.

    Otros grupos tnicos perdieron mucho antes, por motivos diversos, el acceso a los recursos del valle. Confederaciones tnicas como los Qaranqa o los Killaka/Asanaqi del Altiplano de Oruro tenan acceso directo a la costa del Pacfico (Qaranqa), a los "yungas" productores de coca de Pocona/Cochabamba y al maz y aj de Tomina/Sucre (Qaranqa) y de los valles norteposinos (Espinosa Soriano 1981; Rivire 1982: 19 y ss.; cf. Harris 1985). Todava a principios de siglo controlaban tierras en los valles de Sucre. A partir de 1890, sin embargo, las Mesas revisitadoras comenzaron a distribuir ttulos individuales a los comunarios para que pudieran enajenar sus tierras, conforme a las leyes de Exvinculacin (1874), que perseguan la disolucin del rgimen comunitario (cf. Platt 1982b). As, los ayllus de Oruro y de otras reas limtrofes (Yampara de Chuquisaca, Tinquipaya de Potos) fueron perdiendo el acceso a sus tierras de valle a travs de mecanismos diversos: "inters" de la oligarqua sucrense por los valles ms feraces para convertirlos en lugar de recreo. presin de la decadente minera de la plata que buscaba reinvertir en la tierra, enajenacin obligada de tierras para la cancelacin de deudas, venta "voluntaria" de las tierras remanentes por ser insuficientes para garantizar la subsistencia, etc. En algunos casos se lleg a la disolucin de todo el grupo tnico, privado de sus tierras ms frtiles, y en otros los ex comunarios pasaron a ser colonos de sus antiguas tierras de ayllu, convertidas en hacienda (Langer 1984: 90 y ss., 101-103, 108). Algunas unidades domsticas de Killakas y Pampa Aullagas (Oruro), sin embargo, parecen conservar todava tierras en los valles de Sucre (Riviere 1982).

    De cualquier manera, el ideal andino de controlar un mximo de pisos ecolgicos ha pervivido, adaptado a las caractersticas del microespacio. Presto n (1973: I 17 Y ss.) ha llamado la atencin, por ejemplo, sobre la existencia de microclimas en el aparentemente uniforme altiplano orureo, llegando a distinguir hasta ocho microniveles en algunas comunidades de la regin, como sucede en Escara. Riviere (1982: 241) afirma que el patrn ocupacional del espacio en los ayllus de Sabaya (Oruro) prev, all donde es posible. que todas las estancias posean un sector de pampa y otro de ladera. Un modelo semejante es sugerido tambin por Molina Rivero (s/f) a propsito de los ayllus de Pampa Aullagas (Oruro). Alb (1972: 802). por su parte, confirma tambin la existencia de un patrn similar en relacin a la mayor parte de las comunidades y neo-comunidades de Jess de Machaka, que poseen enclaves o, con mayor frecuencia, terrenos de forma transversal alargada en los dos microniveles eco lgicos de la zona (laderas de cerro/pampa).

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    Al deseo de controlar directamente la ms amplia gama posible de productos se unen tambin a veces otros factores que condicionan poderosamente el acceso vertical a las diversas microzonas. As, la inestabilidad climtica de las regiones altoandinas ha obligado al campesino a dispersar sus cultivos, y aun un mismo cultivo, en varias parcelas considerablemente alejadas a veces las unas de las otras (5). Contribuye tambin a localizar discontinuamente las parcelas la necesidad de establecer ciclos de descanso y rotacin de cultivos. Es evidente. en este sentido, que cada campesino deber disponer de un rea considerablemente mayor que la necesaria para un solo cultivo. de acuerdo a las necesidades de cada ciclo (Platt 1982a: 30 y ss.).

    En general, puede decirse que el principio de "verticalidad" estructura el acceso a las zonas ecolgicas fundamentales; y all donde el modelo del "control directo" se realiza, aun adaptado a las caractersticas del microespacio, la dualidad puna/valle, cerro/pampa representa ya, por s misma, una primera racionalizacin de la diversidad y fragmentacin del espacio.

    El acceso a los recursos naturales tiende a articularse sobre la precedente organizacin espacial. All donde el control directo de los productos de los niveles eco lgicos fundamentales ha quedado interrumpido y no ha podido ser adaptado suficientemente a las nuevas circunstancias, el campesino ha recurrido, en cambio, a otras estrategias -previstas muchas de ellas por la racionalidad tradicional- para poder acceder indirectamente a ellos.

    En trminos generales, las modalidades bsicas de tenencia estn estrechamente relacionadas con las caractersticas "socio-ecolgicas" del recurso mismo utilizado, la tierra (cf. Carter y Alb, s/f). Existen reas de uso colectivo, que corresponden normalmente a las zonas de pastoreo, pero que incluyen tambin eventualmente bosques, totorales y tierras no aptas para la agricultura o el pastoreo. El acceso a las tierras comunales est mediado sim-plemente por la pertenencia a la comunidad, aunque en ocasiones las mismas tierras son compartidas por varias comunidades. La calidad de las tierras de dominio colectivo y el grado e intensidad de su uso varan enormemente, sin embargo, segn los casos. En las comunidades "residuales" del Altiplano Norte. las reducidas dimensiones del grupo condicionan un uso relativamente "comn" de las reas colectivas por parte de todos los comunarios (Carter y Alb s/f), aunque diferenciado a la vez en funcin del tamao de los rebaos. En los grupos tnicos mayores, en cambio, las tierras comunales tienden a ser asignadas no a todo el grupo tnico, sino a las unidades organizativas ms pequeas, conformadas por un nmero variable de familias extensas o por varias comunidades de tipo aldea. En otras palabras, cada segmento posee sus propias tierras comunales, que no suelen ser compartidas con los dems segmentos.

    Las diferencias en el acceso a tierras comunales son particularmente significativas en el caso de sociedades de economa mixta (agrcola-pastoril) o predominantemente pastoril, como la mayora de los ayllus de Oruro, donde las tierras de pastoreo, tericamente comunes la mayor parte de ellas, abarcan a veces gran parte del territorio del grupo tnico. As, las

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    estancias de los ayllus Kanasa y, sobre todo, Qullana (Sabaya) tienen acceso a pastos naturales irrigados y semi-pantanosos (bofedales), lo que permite una cra extensiva de camlidos. A medida que se desciende hacia el sur. sin embargo, las praderas de t'ula y paja brava se vuelven predominantes, alternando con arenales y pampas saladas que hacen difcil o imposible la cra de ganado (Riviere 1982: 275; 1983a: 57-58). En otras circunstancias, como sucede en Pampa Aullagas, la extrema aridez de las tierras de pastoreo de una determinada estancia obliga a algunas familias a recurrir coyunturalmente al prstamo de pastizales; otras no utilizan los pastizales comunales por carecer de rebaos (Molina Rivero s/f).

    Adems de la propiedad de un nmero mayor o menor de animales, la densidad poblacional de cada segmento es tambin un elemento importante que distorsiona y hace altamente diferencial el acceso a la tierra. El factor demogrfico va unido a veces a otros factores relacionados con la discriminacin intertnica, aun dentro de la comn etnicidad andina.

    Por otra parte, en algunas sociedades bsicamente agrarias, como Irpa Chico o el ayllu Sakha (Sakaka), la escasez de tierras individuales, debido a la presin demogrfica y al deterioro del suelo, se ha traducido en el fraccionamiento progresivo y la asignacin individual de las tierras comunales. tericamente "sobrantes". aunque utilizadas de hecho hasta entonces como campos de pastoreo comunal. En el caso de Irpa Chico, sin embargo. los mejores pastizales eran ya de propiedad individual (Carter y Mamani 1982: 25). al contrario del ayllu Sakha, donde la distribucin de los pastos comunales ha causado problemas a la ganadera (Mamani 1978: 89).

    Existe, adems, una segunda categora de tierras, denominadas aynuqas (La Paz) o mantas (Oruro, Norte de Potos, Cochabamba), sobre las que pesa una instancia colectiva, aunque son usufructuadas individualmente por cada unidad productiva, que suele poseer en cada aynuqa o manta una o varias parcelas llamadas qallpa (6).

    La propiedad de las aynuqas o mantas es todava colectiva en muchos lugares, aunque otras veces cada campesino posee ttulo de propiedad individual para el conjunto de sus qallpa (Preston 1974; cf. Harris 1982: 74). De todas maneras, la comunidad decide, por razones "tcnicas", cundo sembrar (con qu producto a veces), qu ciclo de rotacin se debe establecer en cada manta o aynuqa, conforme a la secuencia cultivo-pastoreo-barbecho, y qu perodo mnimo de descanso debe tener cada manta, de acuerdo a su localizacin y a la calidad de la tierra.

    El nmero y la calidad de las mantas suele variar de una estancia a otra; pero en algunos ayllus, el Jukumani (Norte de Potos), por ejemplo, todas las estancias tienen acceso al mismo nmero de mantas (siete), aunque el tamao de las mantas parece aumentar con la altura, en relacin probable con la menor calidad de las tierras; y en cada una de las siete mantas existe una qallpa comunitaria, para uso exclusivo de las principales autoridades

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    anuales del ayllu (Segunda Mayor y Jilanqu), en funcin de su servicio a la comunidad (Godoy 1983b).

    En algunas zonas, la instancia comunitaria es reforzada por la existencia de prcticas de redistribucin anual de las parcelas entre todos los comunarios. Girault (1972) alude todava a ella, en referencia a la regin del Lago Titikaka, para la poca inmediatamente posterior a la Reforma Agraria. y Alb (1972: 785-86)confirma su prctica en una de las cuatro ex haciendas de Jess de Machaka, donde los miembros de la comunidad no saban con certeza si les tocaran o no en el reparto (laki) las mismas qallpas que el ao anterior. En otras comunidades del Altiplano Norte, diversas fuentes de informacin atestiguan la existencia de redistribucin anual de tierras en el pasado, de acuerdo a las necesidades y el nmero de miembros de cada familia (Carter y Mamani 1982: 26): pero desde la Reforma Agraria, por influjo probable de la asignacin definitiva de tierras a cada ex colono de hacienda, dicha prctica ha tendido a desaparecer, y las parcelas de cada aynuqa han sido asignadas definitivamente en usufructo o propiedad individual, transferible por va patrilineal con la herencia. Donde existe, el reparto anual tiene simplemente la funcin de verificacin de los lmites de cada qallpa para evitar litigios (Girault 1972: Platt 1982a: 45), o es puramente simblica (Alb 1972:785).

    Entre los Chipaya (uno de los ltimos sub-grupos de la vieja etna Uru) se practica todava, sin embargo, una autntica redistribucin anual de la tierra (Watehel 1976: 95-98). Todos los aos, en setiembre (inicio del ciclo agrcola), una vez que las tierras han sido desalinizadas, cada uno de los hombres que participan regularmente en los trabajos colectivos (el nico mecanismo que legitima el acceso a la tierra. ya se trate de jvenes solteros o de jefes de familia) recibe el mismo nmero de lotes (tsvis), independientemente del nmero de miembros de cada unidad productiva, de acuerdo a una lista elaborada en base a un orden preestablecido. Los lotes van siendo asignados de manera discontinua, distribuidos por todo el terreno cultivable. Una vez que todos han recibido su lote correspondiente, comienza una nueva "vuelta", hasta que el terreno disponible es agotado. En conjunto, cada comunario recibe un promedio de 6 a 10 tsvis (1 a 1.6 has.), segn los aos, aunque los "guardianes" de los terrenos (kamayus), encargados adems de asegurar los ritos agrcolas, tienen el derecho de cultivar las "sobras", beneficindose as de 4 a 6 tsvis suplementarios. Los tsvis, iguales de anchura, difieren, sin embargo, en longitud y calidad: pero los resultados del reparto nunca son puestos en cuestin (dependen de la "buena o mala suerte"), ya que tericamente existen las mismas posibilidades para todos los miembros del ayllu. El reparto de los tsvis obedece, adems, a una secuencia semejante a la de las mantas. de manera que cada ao quede liberada una parte de la tierra cultivable, mientras que la otra es inundada para que se desalinice. En algunas comunidades del Altiplano Central (Oruro) persisten tambin prcticas de redistribucin peridica de la tierra. Se trata normalmente de las tierras ms frtiles,

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    conservadas en propiedad colectiva y repartidas por perodos de tres o cuatro aos entre todos los miembros de la comunidad. Cuando la tierra est en barbecho, vuelve a convertirse en propiedad comunal. Sin embargo, como consecuencia de un lento proceso de "modernizacin" y contactos permanentes con las ciudades, la mentalidad del campesino de la zona est transformndose, y el reparto definitivo y la apropiacin individual de la tierra tienden a prevalecer frente a la redistribucin peridica y el control colectivo, como sucede en las comunidades del Altiplano Norte (Presto n 1973: 116,126).

    Desde otro punto de vista, el usufructo o propiedad individual de las qallpas atena el control comunitario sobre el ciclo productivo de cada manta, aun all donde existen prcticas de redistribucin. Adems de la decisin sobre el destino final de los productos, que est en buena medida en manos de cada unidad productiva, suele existir un margen para la iniciativa individual. Cada jefe de familia puede decidir, por ejemplo, qu especie cultivar (siempre que pueda cultivarse ms de una), dnde hacer pastar el rebao o, en algunos lugares, cundo conviene dejar descansar algunas parcelas por un perodo ms prolongado de tiempo. En este sentido, las diferencias existentes entre campesinos que necesitan acortar los perodos de descanso, debido a una mayor presin demogrfica y a un nivel ms precario de tenencia, y los campesinos que tienden ms bien a prolongarlos porque poseen ms tierras y una presin demogrfica menor, plantean el problema de la creciente disfuncionalidad de las mantas respecto a la situacin actual, ya que, aunque permiten racionalizar todava la utilizacin de la tierra, fueron diseadas inicialmente en el contexto de una sociedad "redistributiva".

    Existe, finalmente, una tercera categora de tierras, denominadas sayaas, tasa qallpas, uyus o "platos", segn los lugares, asignadas en posesin individual a cada unidad productiva. Se trata en realidad de pequeas parcelas, distribuidas tenencialmente en todos los microclimas, que forman en conjunto una sola unidad en trminos de contribucin fiscal, como sucede con el conjunto de qallpas de cada aynuqa o manta. Su importancia difiere, sin embargo, de un lugar a otro. As, las sayaas de Irpa Chico y las tasas del ayllu Macha (Norte de Potos) constituyen la base de la subsistencia y de la divisin de la tierra, aunque con algunas diferencias entre ambos contextos (Carter y Mamani 1982: 27; Platt 1982a). Los uyus de algunos ayllus de Oruro y de los Laymi (Norte de Potos) poseen, en cambio, una significacin menor para la economa comunitaria, tendiendo a prevalecer el sistema de mantas (Preston 1974: 276; Harris 1982: 75). Lo mismo sucede con las tasa qallpa de los Jukumani (Godoy 1983a) y con los "platos" de algunas comunidades del ayllu Sakaka (Mamani 1978: 89). Finalmente, en otros ayllus (Kirkyawi, Cochabamba; algunos ayllus de Oruro) no existen parcelas individuales, sino mantas, como recordbamos ms arriba (7).

    La distribucin y el usufructo individual de las qallpas (aynuqas o mantas) y de las sayaas estn mediados por la adscripcin a una u otra categora tributaria, que legitima al mismo tiempo el acceso a la tierra. La evolucin de las categoras tributarias, adems de ser

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    compleja y alternan te, nos es todava parcialmente desconocida. aunque la tasa personal para todos los hombres entre los 18 y los 60 aos ("Tributarios") se convirti poco a poco en tasa "agrcola", vinculada a la unidad productiva. y acab por ser asociada a los derechos sobre la tierra, como recuerda Rasnake (1982: 87). Las ltimas reasignaciones de tierras ("Revisitas"), practicadas durante el siglo pasado con la finalidad de revisar y confirmar los derechos del campesino sobre la tierra, nos hablan de la existencia de tres categoras fundamentales: "originarios". "agregados" y "forasteros", subdivididos a su vez en "forasteros con tierras" (equiparados normalmente a los "agregados") y "forasteros sin tierras", ms conocidos en algunos lugares como kantu runas (quechua) o witu jaqi (aymara), lit. "hombres del margen" (cf. Platt 1982a: 38; 1982b: 36 y ss.).

    En el momento presente, sin embargo, la categorizacin vara de un lugar a otro. As, en los ayllus de Turco (Oruro) asistimos a un curioso proceso histrico de "igualacin" categora!, que se consuma durante las primeras dcadas del presente siglo con el ascenso global de los grupos Urus, secularmente discriminados por aymaras y criollos, a la categora de "originarios", como un mecanismo de defensa frente al rechazo social (antes pagaban una cantidad menor como indios "inferiores") (Pauwels 1983: 270-273; cf. Wachtel 1976: l 143). En los ayllus de Sabaya existe tambin una nica categora' tributaria ("contribuyentes"), como sucede en general en muchas otras reas de Oruro (Rivire 1982: 268). En el ayllu Yura (Potos), las tres categoras tradicionales han desaparecido, pero han dado lugar a cuatro nue-vas categoras (iskay chunkapi, chunkapi, tercio y medio tercio), ms adecuadas a las alternancias del acceso a la tierra. de manera que es posible ascender o descender de un ao a otro en la escala categorial, de acuerdo al incremento o disminucin del nivel de tenencia (Rasnake 1982: 89 y ss.).

    En el arte de Potos y en Cochabamba (ayllu Kirkyawi) puede reconocerse todava, en cambio, la existencia de las tres categoras tradicionales (cf. Platt 1982a: 36-43; Godoy 1983c). La primera, correspondiente a los "originarios" (urjinas), es la ms privilegiada y agrupa a campesinos supuestamente descendientes de los primeros tasados en la poca de la colonia, que recibieron confirmacin de sus ttulos despus de haber cumplido sus obliga-ciones con el ayllu y con el Estado. Tambin otros campesinos, sin embargo, podan inscribirse en la categora de originario, previo consentimiento de los dems originarios y tras haber cancelado la cuota correspondiente. En ayllus como el Macha solan tener acceso a tierras de puna y de valle (Platt 1982a: 37).

    En una segunda categora se inscriben los "agregados" al ayllu para cultivar sus tierras vacantes y ayudarle a cumplir sus obligaciones con el Estado. Hoy en da, sin embargo, muchos agregados son simplemente descendientes de los originarios (Izko 1986b).

    Los dos grupos, originarios y agregados, son conocidos conjuntamente como "taseros" (los que cancelan la "tasa"), en relacin a su acceso directo al usufructo de la tierra, y

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    en algunos lugares han sido olvidadas las diferencias en cuanto a su origen, pudiendo un individuo poseer a la vez un ttulo de originario y otro de agregado (Godoy 1983c: 11; Harris 1982: 74). En este sentido, ninguna de las dos categoras puede ser considerada ley de manera rgida y absoluta; constituyen ms bien estadios en el ciclo de desarrollo del grupo patrilocal, como afirma Platt (1982a: 67, nota 36) en referencia a los originarios.

    En un tercer grupo figuran los witu jaqi- o kantu runas, tambin llamados puchu runas ("sobrantes"; ayllu Qhna) o "entrantes" (Sakaka). Es la categora ms precaria, y quienes estn adscritos a ella no cancelan la tasa de la tributacin ni poseen, correlativamente, derechos directos sobre la tierra, sino solamente el usufructo de los mrgenes de las parcelas de originarios o agregados, en calidad de "prstamo", debiendo a cambio un par de das de trabajo al ao (Harris 1978a: 56) o un da durante cada etapa del ciclo agrcola, adems de colaborar en otros servicios (fiestas, acarrero de agua y lea, etc.). Un kantu runa no puede tener varios "taseros" a la vez, y cuando la tenencia de la tierra de un tasero aumenta, otros kantu runas pueden solicitar acceso a ella; pero un tasero no puede expulsar a su kantu runa de la tierra que usufructa ni obligarle a realizar tareas distintas de las acostumbradas, aunque pueden surgir tensiones que obliguen al kantu runa a abandonar la tasa de su originario o agregado y buscarse otra nueva (Godoy 1983c: 1415). En la actualidad, muchos campesinos se consideran a s mismos kantu runas, y es cada vez ms frecuente que los hijos de un originario o agregado cultiven los mrgenes de las tierras de su propio padre (8).

    La cancelacin de la "tasa", que designa a la vez el monto de la tributacin y el objeto mismo de tributacin, la tierra, tiene la funcin de reafirmar el derecho del tasero a la tierra, garantizando a la vez, indirectamente, el acceso del kantu runa. Su valor, sin embargo, es puramente simblico en la actualidad, dada su escasa cuanta (en el siglo pasado equivala a una pareja de bueyes; Harris 1978: 54), si bien se anuncian planes tendentes a elevar el monto de la tributacin a 12 y 8 millones (6 y 4 dlares, aproximadamente) para los originarios y agregados, respectivamente.

    Los vnculos de parentesco estn estrechamente relacionados con el acceso a la tierra y, ms en general, a los recursos naturales. Platt (1982a: 41), por ejemplo, afirma que un campesino en precaria situacin de tenencia posee un derecho residual a la tierra usufructuada por los descendientes del antepasado comn; pero son sobre todo las estrategias matrimoniales las que permiten regular y, a la vez, crear nuevas posibilidades de acceso a los recursos naturales.

    En trminos generales, el tab del incesto y la regla de la exogamia que lo acompaa, se traducen, combinados con la herencia patrilineal de la tierra, en la "expulsin" de las mujeres hacia otros grupos patrilocales, donde se casarn virilocalmente. En ausencia de herederos masculinos, sin embargo, las mujeres constituyen "un buen partido", y el matrimonio ser normalmente uroxilocal (Platt 1982a: 42), aunque slo "ceteris paribus"; es

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    decir, si el marido no posee a su vez mayores recursos que la mujer. En contextos como el ayllu Qhna (ayllu menor Chiru, de economa agro-pastoril), la igualdad o la complementariedad de recursos (tierra/ganado) entre el hombre y la mujer llevan, por ejemplo, a un tipo de residencia duolocal (Izko s/f; 1986a). En uno y otro caso parece un hecho, no obstante, la tendencia a la complementacin econmica entre ncleos domsticos que poseen tierras en niveles ecolgicos distintos (puna/valles) o, ms en general recursos de naturaleza diversa, aunque dicha tendencia slo se realiza plenamente en algunos casos: el 25 % de los ncleos domsticos del entorno minero del Norte de Potos posean tierras en puna y valle (Platt 1982a: 43). Por otra parte, la asignacin exclusiva o mayoritaria del recurso tierra (el ms importante) a los hijos varones hace que las estrategias matrimoniales no puedan programarse exclusivamente en funcin de la complementacin de patrimonios distintos, aunque tiende a realizarse en economas agro-pastoriles y en comunidades donde existe una asignacin creciente de tierras a las hijas mujeres. Cuando la mujer no recibe tierra como herencia, se valora tambin la cantidad de otros bienes a los que ha tenido acceso; una campesina con algunos recursos tender tambin a buscar un campesino que posea bienes suficientes (lzko s/f; 1986a).

    Las modalidades concretas de acceso a otros recursos naturales distintos de la tierra (pastos y ganado, sobre todo en sociedades pastoriles, agua y sal) nos son todava, en este contexto, parcialmente desconocidas y carecemos de datos suficientemente precisos y comparables.

    Hemos hecho ya referencia a algunas modalidades bsicas de acceso a los pastizales, individuales y comunes, en relacin a la agricultura y en funcin de la calidad y localizacin de los terrenos. Ignoramos, sin embargo, la precisa racionalidad "tcnica" y social que regula la distribucin y utilizacin de cada diferente tipo de pasto, desde los naturales (t'ula, ichu, qawchi, ch'iki, liwi-liwi, cebadilla, bofedal, etc.) hasta los cultivados (cebada-berza, avena, alfalfa, vicia, etc.). Sabemos, no obstante, que la tenencia de ganado, posibilitada por la herencia a travs de modelos bilaterales, est estrechamente ligada a los pastizales disponibles. El acceso a uno u otro tipo de pastizal, en otras palabras, condiciona poderosamente el nmero y la calidad de los rebaos y, consiguientemente, los procesos de diferenciacin socio-econmica, particularmente en sociedades pastoriles, como hemos sealado anterior-mente (cf. Rivire 1982, 1983; Pauwels 1983). La posesin de un nmero mayor o menor de animales implica, a su vez, un uso tambin diferencial de los pastos comunales (cf. Caro y Palacios 1980 l.

    En general, la funcin del ganado no es tanto la de constituir una fuente de alimentacin en trminos de carne para la unidad familiar, cuanto la de proveer una serie de productos (leche, lana, queso, cueros, guano, etc.) tiles a la economa domstica, pero sobre todo solicitados en el mercado. Constituye, en este sentido, una inversin permanente y una

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    suerte de "reserva en dinero", susceptible de aumentar constantemente con el tiempo (cf. Cartel' y Mamani 1982: l 12 Y ss.).

    En una sociedad agrcola, sin embargo, la funcin del ganado es complementar los recursos agrarios, mientras que en una sociedad pastoril constituye el eje de la economa domstica; sus posibilidades de uso y sus mismas funciones son, en este sentido, mayores y a la vez diversas. As, en los ayllus de Pampa Aullagas (Oruro), que perdieron hace tiempo el acceso directo a los salares de Uyuni y a las tierras de valles, las llamas constituyen a la vez un medio de intercambio, convertible tambin en dinero (particularmente sus productos), que complementado con la venta estacional de fuerza de trabajo, permite acceder a la sal.

    Por lo que se refiere a la sal, distamos todava de conocer en detalle las modalidades concretas de acceso y distribucin, as como su importancia especfica en la economa de las comunidades extractoras. De hecho, son las comunidades situadas en las inmediaciones de los salares las que se benefician en mayor grado del acceso inmediato al recurso. La sal es acumulada cerca de los caminos de acceso al salar y vendida luego al propietario de un camin o a un llamero, previo acuerdo sobre el precio y la cantidad.

    En lo que se refiere al agua, slo Wachtel (1976; cf. 1978) nos proporciona una idea suficiente de la extrema importancia de los recursos hdricos y de la compleja organizacin social a que su utilizacin da lugar. "obligado" sin duda por la peculiar estructura de una sociedad impensable sin el agua (cf. Metraux 1932; Presto n 1973: 119-120). La subsistencia de los UruChipaya. "hombres de agua" (Jas-shoni, Kot'suns). depende en buena medida de la irrigacin, que condiciona la agricultura y el pastoreo, aunque existen tambin posibilidades autnomas de acceder a pastizales para ovejas y llamas (Presto n 1973: 119). Los Chipaya han ideado un sistema de irrigacin extremadamente complejo, basado en el control de los brazos del ro Lauca, que atraviesan su territorio, con una tecnologa relativamente rudimentaria. El conocimiento y la utilizacin de los menores declives en un relieve casi plano han permitido la construccin de diques, divididos en ekkas (la parte confiada a cada familia), que posibilitan la regulacin del flujo de las aguas, de manera que una parte del territorio quede inundada durante seis meses para que el agua desalinice la tierra, mientras otra parte est abierta al culti-vo. En las tierras inundadas, de enero a junio, germinan adems diversas plantas acuticas (tchunka, skari, sk'a), cuyo tallo sobresale 30 cm. por encima del agua. Su rizoma (urwa) produce a partir de mayo un tubrculo (kiwi) que constituye un excelente alimento para los hombres y para los chanchos. Estos ltimos habitan el terreno desde julio hasta setiembre, despus de haber sido evacuada el agua, y desenterrarn el kiwi y las malas hierbas, remo viendo la tierra y abonndola con su estircol.

    En realidad, un sistema as slo se explica a partir de la peculiaridad del hbitat y la ecologa chipaya y, sobre todo, de la enorme creatividad con que los Chipaya tuvieron que reaccionar frente a un medio hostil. Como otros sub-grupos urus, todava sobrevivientes aun a

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    costa de haber perdido gran parte de su antigua identidad. a medida que el lago Coipasa fue retirndose y sus territorios acuticos iniciales se secaron, fueron asumiendo gradualmente la agricultura (quinua) y la ganadera (chanchos, ovinos y camlidos) para compensar la prdida de su anterior ecosistema, obligados adems por las pesadas cargas tributarias a producir ms de lo necesario para su subsistencia, aunque mantuvieron de diversas maneras la caza, la pesca y la recoleccin. La prctica de irrigar los terrenos, concretamente, parece remontarse al siglo XVII: ya en 1667 los Chipayas manifiestan utilizar el agua del ro Lauca "para regar las pampas", aunque no con la finalidad de desalinizar las tierras para cultivar la quinua, sino para que se criaran en ellas peces y races comestibles; es decir, en funcin de una economa basada todava en la pesca y la recoleccin. Convertidos por necesidad en "hombres de tierra firme", no por eso han olvidado su antigua "cultura de agua", sino que la han adaptado admirablemente a las nuevas circunstancias, conservando al mismo tiempo su identidad diferencial, aunque Wachtel (1981: 199) augure la progresiva conversin de los Chipaya en "campesinos" relativamente indiferenciados de los dems campesinos (cf. Pauwels 1983: 277, nota 2;283, 341 Y ss. ).

    Las normas existentes sobre transferencia de recursos, por otra parte, estn estrechamente ligadas al acceso a los mismos y son un buen indicador de la mayor o menor vigencia de lo comunitario.

    Desde un punto de vista jurdico, como reconoce la Ley de Reforma Agraria de 1953, "las comunidades originarias son propietarias privadas de las tierras que poseen en conjunto", sancionando al mismo tiempo la prctica de que cada familia posea en "propiedad privada familiar" las asignaciones hechas por las Revisitas o reconocidas por la costumbre (Tit. II, cap. XI, arto 57) (cf. Urquidi 1982: 129-30;Platt 1982b: 148 y ss.). En los hechos, la mayora de los ayllus conservan todava un control suficiente, en trminos de propiedad comunitaria, sobre el acceso a los recursos, en principio inalienables sin el consentimiento de la comunidad, aun donde las posesiones familiares han sido ya asignadas en propiedad privada por el Consejo Nacional de Reforma Agraria. En muchas ocasiones, los campesinos perciben su situacin jurdica de forma diversa y siguen considerndose, como en el pasado, usufructuarios de terrenos que creen todava de propiedad estatal.

    De todas maneras, la comunidad sigue poseyendo un control radical sobre la tierra, particularmente vivo en el Norte de Potos. Dicho control puede manifestarse bajo la forma de expulsin del ayllu y confiscacin de las tierras, cuando un campesino se niega a desempear el cargo de jilakata, obligatorio para todos los que tienen acceso directo a la tierra (cf. Alb 1982: 25).

    En otros lugares, dichas prcticas estn ms atenuadas o han desaparecido. En los ayllus de Turco, por ejemplo, la Brigada Mvil del Consejo Nacional de Reforma Agraria, con la intencin de fijar los lmites de los diferentes ayllus en relacin a sus habitantes, cometi el

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    error de considerar como nicos propietarios a los habitantes locales. Se elaboraron los planos de cada parcialidad y se confeccion la lista de los propietarios de cada una de ellas; pero no se tuvo en cuenta la disposicin espacial de los diferentes ayllus en relacin al acceso a los diversos microclimas, traducido a veces en la fragmentacin territorial de un mismo ayllu. As, en lugar de reconocer a todos los miembros de un determinado ayllu o segmento de ayllu como propietarios conjuntos de todo el territorio comn, se registr solamente a los habitantes locales como propietarios del segmento correspondiente, adjudicndose a veces pequeos territorios a solamente un par de comunarios. Esta medida, aunque no provoc la desintegracin del ayllu, facilit una mayor "cantonizacin" y una segmentacin interna, que es invocada a veces para no prestar servicios comunales a cambio de la posesin del terreno (Pauwels 1982: 406407).

    Por lo que se refiere a las modalidades ms usuales de transferencia de recursos, la herencia se ha convertido con el tiempo en el mecanismo "tradicional" por excelencia, particularmente en relacin a la tierra, desaparecida o solamente residual su redistribucin peridica. En el acceso a la tierra rigen todava, como sealbamos antes, los modelos patrilineales y la asignacin de tierras a los hijos varones, aunque el nivel de tenencia de las hijas mujeres tiende a homologarse crecientemente al de los hombres en muchos lugares. En los animales y en los dems bienes tienden a prevalecer, en cambio, modelos bilaterales. La mayor o menor vigencia de uno u otro modelo condiciona, sin embargo, el tipo de estrategias matrimoniales y la dinamizacin de uno u otro mecanismo de circulacin de productos o de acceso a recursos econmicos complementarios, aunque carecemos de estudios que evalen de manera suficiente este conjunto de factores, teniendo en cuenta sobre todo el progresivo deterioro y fragmentacin de la tierra y la creciente importancia de otros recursos no-tradicionales. La manera usual como un campesino de ayllu accede a los recursos de otro ayllu o comunidad distinto del suyo, por otra parte, es a travs del matrimonio exgamo con una campesina dotada de tierras. Ello sucede tambin en ex haciendas localizadas en zona de ayllus (cf. Izko 1986a).

    En este breve recorrido a travs de las diversas modalidades de acceso a los recursos naturales puede intuirse ya la actuacin de una instancia comunitaria que garantiza y regula, bajo ciertas condiciones, su utilizacin. Hemos podido intuir tambin, sin embargo, la existencia de espacios no controlados por la comunidad, donde la interaccin de diversos factores (lo individual y lo colectivo, lo intracomunitario y lo extracomunitario, los recursos tradicionales y los no tradicionales) replantea la pregunta acerca de la funcin y los lmites de lo comunitario. Retomemos, pues, el hilo conductor de la comunidad e intentemos analizar de manera ms precisa su dinmica y su funcionamiento.

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    Los niveles de lo comunitario

    Cuando nos referimos a la organizacin socio-econmica de los ayllus o comunidades originarias, no podemos menos de hacer referencia al nivelo niveles de lo comunitario donde se localiza la actividad econmica propiamente tal, antes de analizar su dinmica y su funcin (9).

    Existen mltiples interpretaciones acerca de la naturaleza del ayllu (cf. Rasnake 1982: 54-56; Godoy 1983c: 3. 36-37), aunque no existe una definicin unvoca, vlida para el conjunto de los Andes. En el Centro y Sur del Altiplano peruano hace referencia a un grupo bilateral de parentesco, no corporativo y egocntrico, que articula una red de relaciones (Skarr 1979: c. IV y V; Isbell 1978: 13,56, 105). En Bolivia, en cambio, tiende a designar ms bien una agrupacin de naturaleza segmentaria y base territorial ("poltica". en este sentido), estrechamente relacionada con el acceso a la tierra (Platt 1978; Rasnake 1982: 56-57: Godoy 1983b: 3-4; Izko s/f) (10). En los primeros niveles organizativos de los ayllus bolivianos puede encontrarse todava. sin embargo, la conciencia de pertenecer a una parentela comn (cf. Harris 1978a: 23), si bien la palabra "ayllu" ha desaparecido ya hace tiempo y ha sido reemplazada por "rancho", "estancia", "comunidad" o "cabildo", que constituyen normalmente grupos exgamos. En algunos ayllus (los de Sabaya, por ejemplo), los diferentes linajes que componen la estancia se consideran incluso descendientes de dos ancestros mticos, el mallku (masculino) y la t'alla (femenino), materializados y localizados, y este origen mtico comn de naturaleza "clnica" impide todo matrimonio dentro de la estancia (Rivire 1983a: 45). Rasnake (1982: 58) nos dice, en cambio. que en el ayllu Yura muy pocos campesinos recuerdan sus lazos de parentesco ms all de la segunda o tercera generacin, incluso a nivel colateral.

    De cualquier manera, no debe perderse de vista que las relaciones de parentesco son el punto de partida para la caracterizacin del espacio poltico. La sociedad poltica no es. sin embargo, una simple extensin de la familia, sino que est fundada en relaciones sociales diversas. Existe una transicin entre las estructuras familiares y las polticas. y esta transicin tiene su fundamento en la naturaleza misma de la familia. La familia no es en cuanto tal una relacin poltica, pero postula relaciones polticas. Un ncleo domstico no puede existir y reproducirse a travs del tiempo independientemente de otras familias. El tab del incesto y la regla de la exogamia que lo acompaa sealan inequvocamente esta interdependencia. La estructura interna de una familia supone, de este modo, la existencia de una serie de reglamentaciones que definen las formas de matrimonio, de filiacin y residencia, y que constituyen relaciones como las de consanguinidad y afinidad (alianza). Las leyes que presiden el matrimonio y la exogamia, concretamente, al introducir un elemento extrao, una relacin no consangunea, destruyen el aislamiento y la autarqua familiares, vinculando a la

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    familia y el grupo patrilocal con otros grupos situados fuera de su entorno ms inmediato (cf. Goetz 1971: 6-9; Godelier 1978: 55, 136,244).

    Como hemos postulado en referencia al Norte de Potos, la nocin de territorio, necesaria en nuestro caso para la constitucin del espacio poltico "aylluno", habra surgido en relacin al crecimiento del grupo patrilocal, paralelo a la ampliacin del nmero de alianzas con otros grupos patrilocales, y a la consiguiente necesidad de delimitar el espacio compartido, asegurando el comn acceso a pastos y cultivos, instituyendo un sistema de autoridad supra-familiar y organizando la defensa del territorio frente a las intrusiones de un real o potencial enemigo. La dimensin ritual, articulada parcialmente sobre la existencia de antepasados mticos comunes, localizados "lticamente" en el territorio, y otros signos de identidad compartidos (lengua y vestido en particular) refuerzan ulteriormente la cohesin del grupo. Poco a poco, el territorio va extendindose acumulativamente y van generndose las primeras divisiones del espacio poltico (Izko s/f; cf. Bouysse-Cassagne 1978, 1980; Rasnake s/f; Platt s/f a y b).

    La organizacin actual de los grandes ayllus refleja, en todo caso, la constitucin del espacio poltico a partir del espacio econmico y del sistema de parentesco. La unidad inicial de organizacin del espacio, la comunidad de tipo aldea o "cabildo", como es designada en el Norte de Potos, presupone la conjuncin de varios grupos patrilocales con sus tierras. A veces, sin embargo, no existe una nucleacin en forma de pequea aldea, sino una serie de "ranchos" o "estancias" dispersas, que corresponden, sin embargo, a uno o varios grupos patrilocales y son homologables a pequeas comunidades de tipo aldea en el caso de Oruro. En la base de cada grupo patrilocal encontramos, a su vez, un nmero variable de unidades domsticas.

    El cabildo o la estancia no viven aislados en su territorio ms inmediato, sino que mantienen lazos diversos con otras estancias o cabildos situados en los alrededores e incluso en zonas ecolgicas complementarias. En este sentido, la insercin de cada cabildo o estancia en el microespacio seala al mismo tiempo su incorporacin a la totalidad del territorio poblado por un mismo grupo tnico. Existen, sin embargo, algunas estructuras mediadoras de esta insercin. Platt (1978) sugiere, por ejemplo, el nombre de ayllu menor, en referencia al ayllu Macha Norte de Potos), para nombrar la agrupacin de un nmero variable de cabildos o ayllus mnimos, en una terminologa que intenta aclimatar la ya elaborada por Evans Pritchard a propsito de los segmentos de linaje de los Nuer (1940). Un conjunto variable de ayllus menores conforma, a su vez, un ayllu mayor o mitad (saya): aransaya o alaxsaya (mitad de arriba) y urinsaya o msaya (mitad de abajo). Ambas mitades conforman, finalmente, el ayllu mximo, o la totalidad del grupo tnico (11).

    De cualquier manera, las actividades propiamente econmicas se concentran en los niveles iniciales de la organizacin del espacio (ncleo domstico y grupo patrilocal, estancia

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    o cabildo, ayllu menor en ocasiones); pero ni las mitades ni el ayllu mximo, as como el ayllu menor o su equivalente a menudo, poseen funciones econmicas especficas (Izko s/f; Riviere 1983a: 45; Rasnake 1982: 62). En otras palabras, el espacio propiamente poltico se va instaurando progresivamente a partir del segmento mnimo de linaje (ayllu mnimo), a medida que el grupo local exgamo crece y ampla el nmero de alianzas, haciendo explcitas todas sus virtualidades slo en relacin a la totalidad. A nivel de ayllu mayor (mitad), e incluso a nivel de ayllu menor, las funciones econmicas en relacin al parentesco ya han sido prcticamente agotadas por los niveles anteriores, contenidos por otra parte en el nuevo nivel organizativo. De esta manera, los segmentos mayor y mximo (tambin el menor, cuando no se identifica con el mnimo) representan los niveles propiamente polticos de la organizacin del espacio. El ayllu mximo (tambin las mitades en algunos casos) posee a la vez, sin embargo, una funcin similar a la de los primeros niveles en relacin al parentesco. referido en este caso a la totalidad "parental" del grupo tnico, normalmente endgamo, en cuanto contrapuesto a otros grupos tnicos. En este sentido, el ayllu mximo tiene tambin una funcin poltico-econmica eminente, que es la de organizar la defensa del propio territorio frente a otros grupos tnicos vecinos, particularmente evidente en el caso nortepotosino.

    De esta manera, aunque cada campesino de ayllu pertenece a varios crculos concntricos comunitarios (Alb 1985: 53), son los primeros niveles los que organizan de manera directa la utilizacin de los recursos. En algunos de los grupos tnicos ms numerosos, es la totalidad interactuante del grupo, sin embargo, la que garantiza el funcionamiento de cada uno de los crculos ms pequeos, particularmente en caso de conflictos territoriales con otros ayllus o grupos tnicos. En el Altiplano Norte y en muchos lugares de Oruro, esta tarea ha sido transferida en parte al sindicato campesino (Alb 1985: 96). En definitiva, la funcin de la comunidad as descrita es la defensa colectiva del acceso "individual" a los recursos econmicos tradicionales, asegurando la reproduccin del mnimo de condiciones para la produccin agropecuaria (cf. Platt 1982a: 44). Los lmites que antes considerbamos a propsito del acceso a los recursos se reflejan tambin, no obstante, en las dems dimensiones de la dinmica comunitaria. Circulacin de los productos, relaciones de trabajo e insercin en el mercado capitalista

    Al intentar analizar las caractersticas fundamentales del circuito productivo, nos encontramos ante la inexistencia de datos suficientemente comparables y, a la vez, localizados y precisos. A ello se unen la divergencia de enfoques metodolgicos, el predominio de las descripciones empricas y, a menudo. la ausencia de datos estadsticos, ms ac de las tpicas cifras globales de los informes y de los estudios "socio-econmicos" (cf. Molina Barrios 1982: 103-105). Y all donde existen datos (cf. Carter y Mamani 1982: 423-435). no son

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    suficientemente desagregados y relevantes o no se relacionan con los dems componentes de la estructura econmica (12). Muestra aproximacin al tema ser, por tanto, bsicamente cualitativa.

    El rea para la que disponemos de datos ms consistentes es tal vez el Norte de Potos. De acuerdo a los estudios de Molina y Platt (1979) Y Platt (1982a), que resumen resultados de investigaciones realizadas sobre una muestra de 500 unidades productivas, el factor que ms incide sobre las caractersticas diferenciales de la estructura productiva de los ayllus nortepotosinos es el acceso o no a las tierras de puna y valle. El control de ambos ecosistemas no siempre se traduce, sin embargo, en un cultivo efectivo de las tierras del valle; de hecho, de la muestra slo el 38.5 % de las unidades domsticas con tenencia dual (el 25%) la practican. El acceso paralelo al maz de puna, la estructura demogrfica familiar (mayor disponibilidad de miembros varones en edad de trabajar). la utilizacin de fuerza de trabajo extra-familiar o la posesin de bueyes, con la consiguiente reduccin del tiempo de trabajo familiar, y el acceso indirecto al maz (el producto ms codiciado de la zona de valles) a travs de parientes que lo cultivan, prueba indirecta de la importancia de las esferas no mercantiles en la reproduccin de la economa domstica, son las causas ms relevantes (Platt 1982a: 49-53). que certifican a la vez la vigencia de una racionalidad productiva no siempre orientada hacia la explotacin intensiva de los recursos.

    Harris plantea las relaciones entre puna y valle en trminos de interdependencia para mantener el acceso a los productos de ambas zonas; y aunque slo alrededor de un cuarto de la poblacin cultiva simultneamente tierras en puna y valle, la tenencia bizonal no parece incidir sobre la diferenciacin campesina. En muchos casos es difcil distinguir, sin embargo, si se trata de una sola unidad productiva que cultiva las dos zonas o de dos empresas familiares distintas que cooperan estrechamente entre s. La sospecha suele acompaar, de todos modos, las relaciones entre los residentes en la puna y los que residen en el valle; ya pesar de la complementariedad productiva entre ambas zonas, no es infrecuente que los vallunos acusen de "explotacin" a los de la puna, quienes subrayan, por su parte, el tiempo y la energa invertidos en los viajes al valle (Harris 1982: 75. 80. 84).

    Las unidades productivas que no tienen acceso directo a ambos niveles eco lgicos recurren al trueque, la compra (slo a veces y para el maz) o la ddiva de productos como medio de intercambio, esperando, en el ltimo caso, "provocar" la mayor generosidad de la otra parte (ib.: 79). En general, el nivel de equivalencias en el intercambio de productos es ms favorable si se trata de campesinos del mismo ayllu que si tiene lugar con vecinos de los pueblos. De cualquier manera, con "extraos" al grupo tnico tienden a intercambiarse solamente productos inasequibles dentro del ayllu (aj, quinua, sal. ollas de barro).

    Si uno de los objetos o productos procede del mercado urbano, la transaccin puede ser realizada en trminos monetarios, al contrario de lo que sucede con el intercambio de

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    valores de uso producidos directamente por las dos partes; entonces las medidas de equivalencia se derivan de las cualidades concretas de lo que se intercambia (un poncho u objetos de alfarera por el ch'uu o grano que cabe dentro de ellos) (ib.: 76-77). Lo mismo sucede en algunas comunidades alfareras del ayllu Kirkyawi (alturas de Cochabamba). Esta vez, los campesinos viajan hasta los valles bajos llevando en sus animales de carga tres clases de barro, obtenido uno de ellos a un da de camino de la comunidad. Una vez en el domicilio de uno de sus clientes fabrican el recipiente solicitado por el consumidor, recibiendo en pago el maz que cabe dentro de l, parte del cual podr ser cambiado en el lugar de origen por ch'uu o por una llama joven (notas de campo; cf. Izko 1986b). En ambos casos, como tiende a suceder tambin en otros ayllus nortepotosinos. particularmente en los ms alejados de las minas (Qhana y Sakaka), resulta imposible comprar con dinero productos del ayllu en las comunidades o incluso en las ferias de los pueblos locales, debido en parte a la vigencia de va-lores de uso, combinada con los elevados ndices de inflacin de la economa boliviana.

    En general, la "economa tnica" tiende todava a prescindir del dinero como forma de equivalencia dentro del grupo tnico en referencia a los sistemas tradicionales de intercambio; suele recurrirse, en cambio, a equivalencias monetarias all donde la autosuficiencia del grupo ha quedado interrumpida, de cara a la obtencin de productos u objetos inasequibles en la comunidad o en las ferias locales. Tambin en la economa tnica se ha aclimatado sectorialmente, sin embargo, el uso del dinero como medio de circulacin de mercancas, aunque desde otro punto de vista constituye a la vez una utilizacin en funcin de los intereses del grupo tnico. As debe ser interpretada la adquisicin, por parte de los Laymi del suni (puna), del maz de los Laymi de likina (valle): la conveniencia de llevar dinero en vez de productos a causa de la distancia y de la restringida circulacin de moneda en los lejanos valles, se une a una suerte de "liberalizacin" interna controlada del uso del dinero, a fin de evitar que los Laymi residentes en el extremo del valle sigan desarticulando sus relaciones con la puna para conseguirlo en otros lugares (Harris 1982: 78-79, 81-84).

    Por lo que se refiere a los ndices de produccin, consumo, venta, disponemos slo de algunos datos en perspectiva local. As, en el entorno rural de los centros mineros nortepotosinos los mayores niveles no slo de produccin y consumo, sino tambin de venta (contra la idea corriente de una mayor autosuficiencia en cuanto al acceso al mercado), se concentran en aquellas unidades productivas que cultivan tierras en puna y valle simultneamente. Ello es particularmente evidente en el caso de campesinos con acceso a tierras de valles que producen maz (el ndice mayor de riqueza), aunque el recurso al trabajo extra-familiar pagado en especies permite a los que no cultivan maz acceder a un consumo semejante al de los que lo producen. Los productores de maz (el 42 % de la muestra) introducen en el mercado un 18% del total producido, mientras que ms de la mitad (53 %) de las unidades domsticas encuestadas, la mayora no productoras de maz, declararon no vender

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    nada de su produccin (Platt 1982a: 29, 58-61). El dinero obtenido con la venta de los productos suele ser destinado a bienes de consumo y, en lugares como Ravelo, a la compra de insumos no producidos por la economa domstica (ib.: 67, nota 34); el mercado asume, entonces, una funcin reproductiva en relacin a la unidad de produccin, aunque en otros casos (el 53 % que declara no vender nada) la economa campesina no parece depender del mercado para su reproduccin. Conviene tener en cuenta, sin embargo, que la escasez de tierra o la falta de animales pueden obligar al campesino a incrementar el ritmo de la migracin estacional a los centros mineros o a las plantaciones de azcar de Santa Cruz, en los meses de inactividad agrcola, para asegurar el acceso a una serie de artculos no producidos por la unidad domstica, aumentando el grado de subordinacin al mercado. El 51.6 % de las unidades domsticas expulsaban fuerza de trabajo estacional, con un promedio de tres meses de ausencia. En conjunto, la situacin del entorno rural minero no se adeca tanto a la existencia de un "ejrcito de reserva" de mano de obra, cuyas dimensiones seran resultado exclusivo de las fluctuaciones de la demanda, cuanto a una suerte de "estructura de suplencia" afianzada en la vigencia de los mecanismos locales de distribucin y acceso a la tierra, que se traduce en una utilizacin coyuntural, por parte del mercado de trabajo, del "desempleo estacional" del campesino (Platt 1982a: 46) (13).

    Los niveles de consumo y venta, por otra parte, guardan una cierta proporcin con los de produccin, como sucede en otros ayllus nortepotosinos; es decir, a mayor capacidad productiva, mayor capacidad de consumo y de venta. La cantidad producida es de 135 arrobas promedio en los principales rubros productivos (papa, oca, maz, trigo, cebada): 195 en Payrumani (comunidad de ex hacienda perteneciente en tiempos a un ayllu originario), 112 en Jatun Jila (ayllu Qhana) y 99 en Sikuya (comunidad originaria desvinculada de su ayllu de puna). La cantidad consumida representa el 68.2% del total producido, mientras que las ventas cubren solamente el 13.4% (21.2 % en Payrumani, 4.3 % en Jatun Jila y 3.8% en Sikuya). El 18.4% restante es destinado a semilla y, en menor grado, al trueque o a la cancelacin de deudas en especies (14.5% en Payrumani 21.5% en Jatun Jila y 23.8% en Sikuya). Por lo que se refiere a los animales, la diferencia entre unidades domsticas y comunidades no es tan acentuada. Los bajos niveles de consumo (tres animales promedio al ao) y de venta (0.6) se explican teniendo en cuenta que la mayora de ellos son utilizados para abonar las parcelas. A nivel agrcola, las diferencias se explican en gran medida debido a la privilegiada situacin de Payrumani. Localizada en el lmite superior del ecosistema de valle, en una frtil hoyada que concentra una relativa variedad de microclimas, la tenencia de la tierra corresponde prcticamente al patrn de cultivo bizonal (puna-valle), lo que permite obtener mayores niveles de produccin (14). El mayor porcentaje dedicado a la venta se debe en parte a una mayor disponibilidad de excedentes, combinada con un ms fcil acceso a canales de comercializacin. La menor cantidad destinada a semilla o trueque se explica. a su vez, por la

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    mayor cantidad de semilla mejorada utilizada, unida al menor intercambio existente en razn del acceso directo de la mayora de los campesinos a una diversidad de microclimas, lo que posibilita un mayor nivel de autosuficiencia.

    Los ndices de migracin estacional son ms atenuados que en otros lugares del Norte de Potos: slo un 19.5 % de las unidades domsticas expulsaban fuerza de trabajo, con un promedio de 1.8 meses de ausencia. El porcentaje de unidades expulsoras de migrantes definitivos (11 %) se acercaba ms al del contorno espacial de los centros mineros. De ellos, el 9.8 % adujo como motivo la escasez de tierras; pero debemos tener en cuenta que el porcentaje ms numeroso de quienes abandonan el ncleo domstico por causa de la escasez de tierras permanece en el mbito rural. En general, el aislamiento de la zona, la posibilidad de concertar alianzas matrimoniales adecuadas o de acudir a un pariente con tierras y el recurso a determinadas prestaciones de trabajo en el contexto de la reciprocidad (ver ms abajo), contribuyen a mantener el porcentaje de migrantes en bajos niveles de frecuencia.

    En este contexto, la venta de excedentes agrcolas de mano de obra estacional o definitiva no cumple tanto la funcin de reproducir la economa campesina, cuanto la de suplir carencias especficas. En el caso de Payntmani, el destino parcial del dinero a la compra de semilla mejorada e insumos agrcolas, parece implicar una mayor dependencia del mercado en trminos de reproduccin de la economa campesina; pero no debe olvidarse que dicha reproduccin es, en todo caso, parcial, ya que la mayor parte de la economa campesina "funciona" al margen del mercado capitalista, incluyendo la ingente utilizacin de semilla nativa y abono natural y que la relacin con el mercado y la consiguiente dependencia no deben ser consideradas irreversibles: una de las caractersticas de la economa campesina es precisamente su capacidad para desarticular su relacin con el mercado capitalista en co-yunturas de crisis, intensificndola en situaciones favorables, en una suerte de ida y vuelta del mercado a la economa domstica, que funciona como una suerte de "economa de repliegue".

    Disponemos, adems, de algunos datos globales para otras zonas de ayllus, aunque incluyen tambin a comunidades de ex hacienda. As, en el Altiplano Norte el 43 % de la produccin de papa en familias con tres personas o menos es destinado al autoconsumo; el porcentaje aumenta, en cambio, a un 64% en familias con ms de nueve personas. En general, la mitad de la produccin total del campesino del Altiplano Norte est destinada al auto-consumo. La proporcin aumenta a un 70% si se aade la cantidad reservada para semilla; es decir, alrededor del 30% de la produccin global es comercializada a travs de la venta o cambiada mediante el trueque con otros productos (Urioste 1977: 17. 176-177). El predominio del autoconsumo es afirmado tambin por Alb (1972) para las comunidades de Jess de Machaka. Conviene tener en cuenta, sin embargo, que los altos niveles de autoconsumo adquieren una significacin distinta si son debidos a una involucin de la produccin agrcola, destinada bsicamente al consumo familiar, y al incremento paralelo de las actividades no

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    agrarias, que permiten obtener el dinero suficiente para cubrir las necesidades domsticas y reproducir incluso a veces la' economa agraria. como sucede en otros lugares de los Andes (cf. Dandler s/f).

    En este sentido, no es infrecuente en el Altiplano arte encontrar familias que mantienen el acceso a la tierra, pero obtienen la mayor parte de sus ingresos de actividades no agrarias, como el comercio y la pequea intermediacin, el contrabando (sobre todo en reas fronterizas), las artesanas y otras actividades "en propio", aunque en el caso de las artesanas, fcilmente convertibles en dinero, los precios que pagan los intermediarios tienden a ser menores que los costos de produccin.

    La circulacin de bienes y dinero tiene, en cambio, caractersticas diversas en una sociedad de pastores, donde los productos agrcolas suelen ser destinados ntegramente al autoconsumo, mientras que los derivados del ganado (camlidos y ovinos) vinculan estrechamente la economa domstica con el mercado. En Pampa Aullagas (Oruro). por ejemplo, los productos ganaderos son orientados hacia el mercado regional; el dinero procedente de la venta, combinado con el obtenido a travs de la migracin estacional a Santa Cruz y centros urbanos o mineros, ser destinado a la compra de diversos productos manufacturados y, sobre todo, de la sal, el principal medio de intercambio interecolgico de cara a la complementacin de la dieta familiar.

    En otros lugares de Oruro, como los ayllus de Sabaya, ms cercanos a la frontera con Chile, la venta de un rebao o el comercio de la sal pueden proporcionar un capital de partida para insertarse en los circuitos comerciales, particularmente el contrabando, aun manteniendo el acceso a la tierra (normalmente abandonada) y, sobre todo. a los rebaos, convertidos en una suerte de capital de reserva. De esta manera, es posible acumular dinero suficiente para comprar uno o varios camiones (en Sabaya, con menos de 2,000 habitantes, hay ms de 140) y una casa con una tienda en Oruro o La Paz (Rivire 1983a: 58).

    A menudo, sin embargo, la circulacin de los objetos no puede ser entendida sin una consideracin paralela de la circulacin del trabajo, que cumple tambin a veces la funcin de asegurar la circulacin de los productos.

    Las relaciones de trabajo pueden revestir mltiples modalidades y desempear muy diversas funciones. Carter y Alb (s/f. y Alb (1985: 1424,31-38) distinguen entre "instituciones de trabajo colectivo". cuyo sujeto y beneficiario a la vez es el conjunto de la comunidad, e "instituciones de reciprocidad". caracterizadas por una circularidad restringida al mbito interfamiliar o interindividual.

    Entre las primeras, son nombradas la jayma, faena o phayna (trabajo colectivo por antonomasia), el chuqu (trabajo colectivo en favor de un individuo), la umaraqa (trabajo colectivo agrcola rotativo), la achuqalla (techado de la casa), la wayka, etc. Entre las segundas, figuran la yanapa (ayuda omnmoda sin reciprocidad estricta), el ayni (intercambio

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    de trabajo o bienes con reciprocidad estricta), la mink'a (trabajo pagado en especies), el chari (prstamo), la sataqa (intercambio de tierra por semilla y/o trabajo), el chiki o qhatichi (prstamo de parcela a cambio de ayuda), el waki (intercambio de tierra y semilla), la manqharua (intercambio/ayuda entre pastores: el ms pobre da una cra muerta al ms rico a cambio de una viva), el turki o trueque, la kala (trueque de parcelas), etc. Desigualmente presentes en el mundo comunitario, Alb considera, sin embargo, que la variedad y riqueza de las instituciones de reciprocidad es slo "un plido reflejo" de la sociedad aymara precolonial.

    Harris (1982: 84-88), por su parte, insiste ms en el tipo de prestacin. y distingue entre "trabajo sin directo retorno" (yanapa, chuqu, construccin de una casa, preparacin de una fiesta, etc.) y "trabajo con directo retorno" (ayni y mink'a). Fuera de la yanapa, llayni, la mink'a y el chuqu o sus equivalentes, ninguna de las restantes figuras nombradas ms, arriba ha sido contextualizada suficientemente en el conjunto de coordenadas que configuran la estructura socio-econmica de la comunidad campesina. Nos referiremos, pues, brevemente a las primeras.

    La yanapa (lit. "ayuda") suele practicarse entre parientes prximos o entre campesinos vinculados por lazos de parentesco ritual (compadres, padrinos y ahijados). Entre los Laymi suele revestir la forma de prstamo de animales (bueyes, asnos, mulas) o de nios en edad de colaborar en el pastoreo del rebao (Harris 1982: 85). Pero, aunque el momento y el tipo de ayuda son a veces imprevisibles, se supone y espera siempre una disposicin similar para la ayuda. En la yanapa existe, en este sentido, una suerte de "reciprocidad estructural" no programada. En otras palabras, si no implica un "retorno directo" de la ayuda (Harris), es en el fondo porque se da tan por supuesta que ni siquiera exige una reciprocidad estricta (Alb 1985: 32).

    El ayni es una prestacin recproca de trabajo, productos o bienes en general entre dos personas o unidades productivas. El ayni-prestacin de trabajo es practicado durante el ciclo anual en relacin a las actividades agropecuarias, mientras que las dems modalidades son usuales en los momentos ms importantes del ciclo vital (matrimonio y funerales, por ejemplo) o con ocasin de una fiesta. La devolucin de la prestacin no es siempre, sin embargo, necesariamente personal; un pariente u otra persona deudora del deudor puede asumir a veces la devolucin del ayni, que puede realizarse tambin bajo una modalidad distinta, cuya equivalencia es convenida previamente (Izko 1986a; cf. Harris 1982: 87,95, nota 23). El ayni-prestacin de trabajo agrcola no es, en cambio, una prctica muy extendida en diversos lugares de Oruro, en relacin a la insuficiencia del recurso tierra, y al escaso inters en acelerar la ejecucin de las actividades agrcolas. En algunas comunidades suele recurrirse, ms bien, a mano de obra asalariada (Prestan 1973: 121, 123). Tampoco parece existir el ayni en el ayllu Totora (Potos), aunque existen otras figuras de reciprocidad parcialmente semejantes, como el makipura (Karen Naase. com. personal).

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    La mink'a consiste en intercambio de fuerza de trabajo por productos ("salario en especies") y no suele estar librada al azar, sino que presupone la existencia de redes de relaciones previamente establecidas, que tienden a transmitirse a veces de padres a hijos, aunque no han sido todava suficientemente estudiadas. De todos modos, suelen existir tiempos y lugares acordados de antemano, adonde los que solicitan una mink'a acuden sin necesidad de ser llamados. Por otra parte, resulta difcil en la prctica que un campesino necesitado de equilibrar su produccin y su consumo no posea entre su parentela o entre su red de relaciones a alguien en disponibilidad de "alquilar" mano de obra a cambio de productos (Izko 1986a). Queda por explicar, sin embargo, la racionalidad inscrita en el hecho de que quienes recurren a la mink'a acceden a niveles de consumo comparables a los del propietario de la parcela (cf. Platt 1982a: 58-59), aunque ello implique vender su fuerza de trabajo. Los altos niveles de equivalencia entre fuerza de trabajo y producto, excesivos y absurdos desde una racionalidad capitalista, impiden pensar, sin embargo, en cualquier extraccin de "plusvalor", y la "diferenciacin embrionaria" a la que alude Platt debe ser referida, en todo caso, al conjunto de elementos estructurales que hacen posible la existencia de campesinos "ri-cos" y "pobres" (ver ms abajo), pero no a la relacin misma entre el productor de maz y el no productor, mediada por la mink'a. En realidad, la mink'a es algo ms que un simple intercambio de fuerza de trabajo por productos; y ese "plus" hay que buscarlo precisamente en su funcin social, que es la de permitir la redistribucin del producto y la prctica igualacin del nivel de consumo, como el mismo Platt admite. Una racionalidad semejante parece subyacer en la prctica del jalsaku (lit. "llamado") en los ayllus de Pampa Aullagas, que implica el cuidado de los rebaos y de los cultivos por un perodo prolongado de tiempo (varios meses o un ao), siendo retribuido con la mitad de los productos agrcolas y de las cras reproducidas por los rebaos (Molina Rivera s/f).

    El chuqu, finalmente, es una suerte del "grupo festivo de trabajo" (Harris) en el que el beneficiario provee de comida y bebida a cambio del trabajo realizado. Se realiza sobre todo con ocasin de las actividades agrcolas, particularmente la siembra y la cosecha, y slo los campesinos ms pudientes pueden auspiciarlo. De todos modos, aunque el chuqu es a la vez una "institucin de trabajo colectivo" (Alb) y un "trabajo sin directo retorno", pero slo en relacin a la inexistencia de un clculo preciso de deudas y crditos (Harris), existe un cierto retorno programado (comida y bebida por trabajo) e incluso una reciprocidad "sui generis" inscrita en la misma prctica del chuqu, que funciona a veces como participacin en el gasto. Ello aparece claro, por ejemplo, en algunos lugares del ayllu Qhna, cuando el beneficiario pone la semilla, la comida y la bebida, y los integrantes del grupo de trabajo las herramientas y el abono (Izko 1986a).

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    Harris (l978a: 59), siguiendo a Meillassoux, ha caracterizado este tipo de economa como "una economa basada en un sistema de adelantos y devoluciones a largo plazo", en la que el flujo de prestaciones se equilibra a lo largo del tiempo y a nivel de toda la comunidad (insercin en otras mink'as y chuqus, participacin en fiestas y celebraciones rituales relacionadas con los ciclos anual y vital, etc.). Existen, sin embargo, asimetras radicales en la estructura misma de las relaciones de trabajo. La existencia de campesinos que carecen de manera creciente de un acceso suficiente a la tierra se traduce a veces; por ejemplo, en una marginacin de determinadas prcticas de reciprocidad, como el ayni-prestacin de trabajo. En estos casos se hace trgicamente patente la impotencia y, a la vez, el lmite de los meca-nismos tradicionales ante la inexistencia de un sistema de redistribucin de la base misma de la reciprocidad, la tierra.

    En conjunto, la estructura socio-econmica de las comunidades andinas posee caractersticas diferenciales en funcin de la diversidad de elementos que la configuran. Platt (1982a : 29, 64) concluye, por ejemplo, siguiendo a Roger Bartra, que la insercin de la economa campesina en el proceso de "acumulacin primitiva permanente" consolidado a partir de 1952, favorece el mantenimiento del modo de produccin mercantil simple, que posibilita la transferencia de valor desde la economa campesina sin llegar a la expropiacin del campesino.

    Por nuestra parte, hemos afirmado que la economa de vastos sectores de los ayllus nortepotosinos est orientada fundamentalmente hacia el autoconsumo, si bien en el pasado las relaciones con el mercado han sido ms consistentes (15). En este contexto, nos parece legtimo hablar, si no de un "modo de consumo" en sentido estricto (cf. Wolf 1982; Varese 1980), s de un anlisis del modo de produccin desde los "modos" de consumo y desde esa peculiar "semntica tnica" (Varese) que la utilizacin de los objetos supone, sin desligada de las otras formas de circulacin de los productos y de las relaciones de produccin. Por lo dems, la vinculacin actual con el mercado capitalista, aunque escasa, se traduce ciertamente en un flujo de valor de la economa campesina hacia el mercado, posibilitado sobre todo por la no objetivacin en el precio de los productos de los costos de reproduccin del sistema productivo, aun teniendo en cuenta que la mayor parte de los productos, cuando no son vendidos directamente al consumidor, circulan a travs de una serie de formas subsidiarias de capitalismo que obtienen, no obstante, una ganancia en la medida en que operan con el plusvalor de los productos campesinos. La mayor parte de la economa de la zona est "pro-tegida", sin embargo, de esta expropiacin de plusvalor por sustraerse en buena medida a los circuitos comerciales capitalistas (un 86.6% est destinado al consumo, a semilla o al trueque). La venta de fuerza de trabajo estacional, como la de excedentes agrcolas, por otra parte, cumple en la mayora de los casos no la funcin de reproducir la economa campesina, sino la de suplir carencias especficas, como afirmbamos ms arriba.

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    Por otro lado, no existe prcticamente en la zona un mercado de tierras; el enajenamiento de los medios de produccin no es, en este sentido, posible, aun suponiendo que dicha enajenacin no interese al capital para poder seguir expropiando al campesino el plusvalor objetivado en el producto-mercanca, evitando al mismo tiempo los costos de reproduccin del sistema productivo (cf. Amin y Vergopoulos 1974; Vergopoulos 1978). No existe tampoco un proletariado rural ni un mercado de trabajo articulado sobre el flujo unidireccional de mano de obra (del asalariado hacia el proletario). ya que las prestaciones de trabajo y las reciprocidades suplen la existencia de dicho mercado y aseguran todava un flujo suficiente de mano de obra entre los ncleos domsticos, haciendo posible que todos sean a la vez dadores y receptores de fuerza de trabajo. Debemos constatar, por el resto, la existencia de algunos mecanismos de control de las diferencias socio-econmicas, que permiten hablar de "una sociedad controladamente desigual" (Carter y Alb s/f). Adems de la funcin redistributiva de la mink'a, ya sealada, la comunidad tiende a hacer recaer sobre los campesinos con mayores recursos la responsabilidad de "pasar" las fiestas ms importantes, las ms onerosas, y se espera de ellos un gasto tambin mayor y una mayor participacin en los acontecimientos ms importantes vinculados con los ciclos anual y vital. En definitiva, puede ser afirmada la vigencia de una lgica econmica que no es en s misma capitalista, aunque es utilizada diversamente por el capital.

    En este sentido, la dependencia del mercado (necesidad de "ventas previas" como condicin para la reproduccin de la economa agrcola), exigida por Friedmann (1980) para poder hablar de pequea produccin mercantil, no debe ser tipificada como una caracterstica omnmoda del rgimen mercantil simple, sino como un rasgo presente sectorialmente en deter-minadas formas de produccin pequeo-mercantil. En este contexto, preferimos afirmar con Godelier (1978: 310-11) que el modo de produccin mercantil simple no es en s mismo capitalista, aunque la obtencin del dinero y el tipo de mercancas mismo pueden implicar a veces una dependencia fundamental del mercado capitalista de cara a la reproduccin de la economa campesina.

    En el Altiplano Norte y en muchos ayllus de Oruro, por otra parte, ha desaparecido o est en vas de desaparicin una racionalidad como la que afirmbamos ms arriba, aunque las caractersticas peculiares de las sociedades pastoril es, en el caso de Oruro, invitan a pensar tambin en la existencia de una racionalidad tradicional diversa en el punto de partida. De todos modos. la reproduccin de la economa campesina depende del mercado de manera creciente; puede decirse incluso que han sido a veces las actividades tradicionales las que han posibilitado el paso a una economa mercantil, generando al mismo tiempo acusados procesos de diferenciacin socioeconmica en el seno de la comunidad campesina. En estos casos, los nuevos procesos de diferenciacin producidos por la creciente vinculacin con el mercado tienden a articularse sobre las diferencias preexistentes en el seno de la comunidad campesina

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    en funcin del acceso desigual a los recursos. A menudo destruyen o refuncionalizan, sin embargo, elementos importantes de la antigua racionalidad. En diversos ayllus nortepotosinos, al contrario, la diferenciacin socio-econmica se debe ms bien a causas endgenas.

    En los casos de Oruro y del Altiplano Norte a que nos referamos ms arriba, el proceso de diferenciacin campesina ha asumido a veces, por otra parte, las connotaciones de un proceso de descampesinizacin. Muchas otras veces, sin embargo, la descampesinizacin se produce a causa de la descomposicin de la economa campesina, que obliga a migrar a la ciudad o "recampcsiniza" al migrante en caso de asentamiento en zonas de colonizacin. A pesar de todo, prevalece todava la tendencia a diversificar la economa mediante el recurso paralelo a actividades no-agrarias, generndose procesos de descampesinizacin relativa. En este sentido, la alternancia de actividades agrarias y no agrarias, combinadas con formas de pequea intermediacin y migraciones estaciona les, y la reversibilidad de las migraciones "definitivas", junto con el mantenimiento de lazos de diversa naturaleza con el lugar de origen, configuran una situacin difcilmente definible en trminos tericos (cf. Alb y Greaves 1981. 1982). Slo la perspectiva diacrnica (visualizacin del ciclo reproductivo de una familia a travs de una o dos generaciones) permitira apreciar correctamente las tendencias de la economa campesina.

    De todos modos, el contacto con la ciudad puede revertir de diversas maneras sobre la comunidad campesina. La inestabilidad laboral, la competencia y el oportunismo, el rechazo por parte de la cultura urbana, tienden a desarticular a menudo la identidad indo-campesina. La movilidad social urbana impone muchas veces el dejar de ser "indio" o campesino para poder ascender en la escala social y lleva implcita frecuentemente la destruccin o la refuncionalizacin de la comunidad campesina. Las redes de reciprocidad tienden tambin a articularse en el sistema urbano, pero como un mecanismo de sobrevivencia en una sociedad hostil, participando de su sistema de valores. Los contenidos y la actuacin de las reciprocidades no estn normados ni dirigidos por la comn cultura del grupo, que impona lmites y asignaba a la reciprocidad una circularidad macrocomunitaria, restringida ahora a grupos de individuos o familias extensas segmentadas y separadas unas de otras, confrontadas incluso en la comn hostilidad urbana (Izko 1985). Los procesos urbanos tienden tambin a proyectarse a veces sobre los rurales, disolviendo determinadas formas de la racionalidad tradicional (cf. Lavaud 1984).

    Otras veces, en cambio, el contexto urbano posibilita ms bien la afirmacin de la propia identidad, al cabo de una primera etapa de disolucin cultural a veces, y permite la recreacin de algunos parmetros de la cultura rural en clave "indianista", generando nuevos canales de comunicacin entre el campo y la ciudad y exigiendo la afirmacin de nuevas formas de participacin y representacin colectivas (cf. Rivera Cusicanqui 1984). Empezamos a conocer el indianismo desde el lado de la "ideologa" y de la proyeccin de lo urbano sobre lo

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    rural, pero lo desconocemos todava en gran medida desde el lado de la "cultura": si la ideologa es una apropiacin selectiva de la cultura para legitimar una determinada praxis social, la del katarismo, la cultura implica la existencia de una totalidad interrelacionada en la praxis del cultor autctono, cuyas vinculaciones precisas con la primera ignoramos todava (cf. Izko 1985). La base a menudo "culturalista" de la solidaridad indo-urbana, por otra parte, hace ms problemtica en ocasiones la vinculacin socio-econmica con la comunidad indo-campesina, sobre todo si tenemos en cuenta la estructura interclasista de muchos movimientos indios (cf. Alb 1979).

    En trminos generales, la articulacin de la comunidad campesina con la sociedad mayor reviste caractersticas diferentes de acuerdo a los contextos. En algunos casos, la peculiar etnicidad del grupo no es concebible como una serie de esferas yuxtapuestas (la econmica, la socio-poltica, la religioso-mgica), sino como un continuum en el que cada uno de los elementos fundamentales de la dimensin econmica tiene su correspondencia a nivel ritual y simblico, y en el que la interaccin entre las prcticas socioeconmicas y las religiosas es normal y constante, en funcin de una apropiacin bsicamente homognea de la cultura comn por parte de todos los individuos. Es sobre todo en este tipo de sociedades donde la etnicidad engloba tambin los procesos de produccin y reproduccin econmica. Existen, en cambio, comunidades o grupos tnicos en los que es posible constatar la presencia de procesos relativamente acusados de diferenciacin socio-econmica, en relacin a los recursos fundamentales que pueden ser controlados, tanto internos como externos en su mutua interaccin. En este caso, y por lo que se refiere al nivel intratnico, tiende a generarse una cierta ruptura entre la dimensin econmica (normalmente funcional a la sociedad no campesina) y las dems dimensiones de la etnicidad (organizacin socio-poltica, cosmovisin mgico-religiosa), que se convierten en dimensiones de las "clases" sociales; no en el sentido de que cada "clase" posea su propia etnicidad, sino en el de que cada "clase" se apropia de manera diversa ("ideolgica") de aquellas dimensiones de la etnicidad todava comunes, para reforzar precisamente su posicin de "clase". Por otro lado, la diferenciacin "clasista" a nivel intratnico plantea inevitablemente su articulacin con el nivel intertnico. La determinacin exgena de las relaciones econmicas intratnicas y la funcionalidad de la divisin "clasista" intratnica a la sociedad no indgena ni campesina, pueden implicar concretamente la existencia de alianzas "clasistas" intertnicas; es decir, posiciones "clasistas" similares pueden ser compartidas por quienes poseen sobredeterminaciones tnicas distintas, como puede suceder tambin con determinadas lites burocrticas indgenas, a la vez "socializadoras de la etnicidad" y "agentes de la dominacin" (Izko 1985;cf. Burguete 1982: 76).

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    La representacin global de las economas campesinas en el seno de la COB (Central Obrera Boliviana) a travs de la CSUTCB (Confederacin Sindical nica de Trabajadores Campesinos de Bolivia) plantea finalmente una nueva serie de problemas, que slo podemos nombrar de manera sinttica. Por un lado, est en discusin la validez representativa del modelo sindical, pensado desde los colonos de hacienda, para sociedades y grupos tnicos que poseen a