71534448 Vida y Misterio de Jesus de Nazaret I Jose Luis Martin Descalzo

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    NUE VA AL IANZ A 103

    Otras obras de J. L. Martn Descalzopublicadas por Ediciones Sigeme:- La hoguerafeliz Pedal, 161), 2.a ed.- La Iglesia nuestrahija Pedal, 174), 2.a ed.- alabras cristianas de Ch. Pguy Pedal, 163), 5.a ed.Seleccin, traduccin e introducciones de J. L. Martin Descalzo).

    jos luis m ar tn descalzovid a y m is ter iodejess de n az ar eIl o s c o m i e n z o s

    SEGUND EDICIN

    ediciones sigeme salamanca 198 6

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    Ediciones Sigeme, 1986Apartado 332 - 37080 Salamanca Espaa)ISBN: 84-301-0994-3 obra completa)ISBN: 84-301-0993-5 tomo I)Depsito legal: S. 460-1986Printed in SpainImprime: Grficas Ortega, S.A.Polgono El Montalvo - Salamanca, 1986

    C O N T E N I D O

    ntrodu in 91. El mu ndo en que vivi Jess 23I. Rom a: un gigante con pies de barr o 23II . Un oscuro rincn del imperio 37III. Un pas ocupad o y en lucha 512. El origen 643. Nac ido de mujer 714. El abraz o de las dos mujeres 855. La somb ra de Jos 996. Beln: el comie nzo de la gran locura 1137. La primera sangre 1338. Tres Mago s de Oriente 1479. Los salvad ores del Salvad or 15910. Un nio como los dems 17111. Un mucha cho arrastr ado por el viento de su vocacin... 18912. El eclipse de Dio s 19713. El profeta de fuego 21314. La vocacin bautismal 22715. Com bate cuerpo a cuerpo en el desierto 241

    16. Doce pescadores 25517. El vino mejor 27318. Quin es Jess? 285I. El retra to imposible 285II . Nada menos que todo un hombre 292III. El emisario 307IV. El homb re para los dems 312V. Na da menos que todo un Dios 319VI. Y los suyos no le comprend ieron 341

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    I N T R O D U C C I N

    Y vosotro s quin decs que soy yo? Me 8, 27).Hace dos mil aos un hombre formul esta pregunta a un grupode amigos. Y la historia no ha terminado an de responderla. El quepreguntaba era simplemente un aldeano que hablaba a un grupo depescadores. Na da haca sospechar que se trata ra de alguien im portan-te .Vesta pobremen te. El y los que le rodeaba n era n gente sin cultura,sin lo que el mu ndo llama cu ltura. No posean ttulos ni apoyos. N otenan dinero ni posibilidades de adquirirlo. No contaban con armasni con poder alguno. Eran todos ellos jvenes, poco ms que unosmuchac hos, y dos de ellos u no precisamente el que haca la pregun-ta moriran antes de dos aos con la ms violenta de las muertes.Todos los dems acabaran, no mucho despus, en la cruz o bajo laespada. Eran, ya desde el principio y lo seran siempre, odiados porlos poderosos. Pero tampoco los pobres terminaban de entender loque aquel hom bre y sus doce amigos predicaban . Era, efectivamente,un incomprendido. Los violentos le encontraban dbil y manso. Loscustodios del ordenl juzgaba n, en cam bio, violento y peligroso. Loscultos le despreciaban y le teman. Los poderosos se rean de sulocura. Haba dedicado toda su vida a Dios, pero los ministrosoficiales de la religin de su pueblo le vean como un blasfemo y unenemigo del cielo. Eran c iertamente m uchos los que le seguan por loscaminos cuan do predicaba, pero a la mayor parte les interesaban m slos gestos asombrosos que haca o el pan que les reparta alguna vezque todas las palabras que salan de sus labios. De hecho todos leaban dona ron c uando sobre su cabeza rugi la torme nta de la persecu-cin de los poderosos y slo su madre y tres o cuatro amigos ms leacompaaron en su agona. La tarde de aquel viernes, cuando la losade un sepulcro prestado se cerr sobre su cuerpo, nadie habra dadoun cntimo por su memoria, nadie habra podido sospechar que su

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    10 Introduccinrecuerdo perdurara en algn sitio, fuera del corazn de aquella pobremujer su m adre que probablemen te se hundira en el silencio delolvido, de la noche y de la soledad.Y... sin emba rgo, veinte siglos despus, la historia sigue girando entorno a aquel hombre. Los historiadores an los ms opuestos al siguen diciendo que tal hecho o tal batalla ocurri tantos ocuantos aos antes o despus de l. Media humanidad, cuando sepregunta por sus creencias, sigue usando su nom bre para denominar-se.Dos mil aos despus de su vida y su muerte, se siguen escribiendocada ao ms de mil volmenes sobre su persona y su doctrina. Suhistoria ha servido como inspiracin pa ra, al menos, la mitad de todoel arte que ha producido el mundo desde que l vino a la tierra. Y,cada ao, decenas de miles de hombres y mujeres dejan todo sufamilia, sus costumbres, tal vez hasta su patria para seguirle entera-mente, como aquellos doce primeros amigos.Quin, quin es este hombre por quien tantos han muerto, aquien tantos han amado hasta la locura y en cuyo nombre se hanhecho tambin ay tantas violencias? Desde hace dos mil aos,su nombre ha estado en la boca de millones de agonizantes, como unaesperanza, y de millares de mrtires, como un orgu llo. Cuntos hansido encarcelados y atormentados, cuntos han muerto slo porproclamarse seguidores suyos Y tambin ay cuntos han sidoobligados a creer en l con riesgo de sus vidas, cuntos tiranos hanlevantado su nom bre como una ban dera p ara justificar sus intereses osus dogmas personales Su doctrina, paradjicamente, inflam elcorazn de los santos y las hogueras de la Inquisicin. Discpulossuyos se han llamado los misioneros que cruzaron el mundo slo paraanunciar su nombre y discpulos suyos nos atrevemos a llamarnosquienes por fin hemos sabido com paginar su amor con eldinero.

    Quin es, pues, este personaje que parece llam ar a la entrega tot alo al odio frontal, este personaje que cruza de medio a medio lahistoria como una espada ardiente y cuyo nombre o cuya falsifica-cin produce frutos tan opuestos de amor o de sangre, de locuramagnfica o de vulgaridad? Quin es y qu hemos hecho de l, cmohemos usado o traicionado su voz, qu jugo misterioso o malditohemos sacado de sus palabras? Es fuego o es opio? Es blsamo quecura, es pada que hiere o morfina que adorm ila? Quin es? Quin es?Pienso que el hombre que no h a respondido a esta pregunta puedeestar seguro de que an no h a comenzado a vivir. Ghandi escribi unavez: Yo digo a los hindes que su vida ser imperfecta si no estudianrespetuosamente la vida de Jess. Y qu pensar entonces de loscristianos cuntos, Dios mo? que to do lo desconocen de l, quedicen amarle, pero jams le han conocidopersonalmente?

    Introduccin 11Y es una preg unta que urge contestar po rque, si l es lo que dijo des mismo, si l es lo que dicen de l sus discpulos, ser hombre es algomuy distinto de lo que nos imaginamos, mucho m s importante de loque creemos. Porque si Dios ha sido hombre, se ha hecho hombre,gira toda la condicin humana. Si, en cambio, l hubiera sido unembaucador o un loco, media humanidad estara perdiendo la mitadde sus vidas.Conocerle no es una curiosidad. Es much o ms que un fenmeno

    de la cultura. Es algo que pone en juego nuestra existencia. Porquecon Jess no ocurre como con otros personajes de la historia. QueCsar pasara el Rubicn o no lo pasara, es un hecho que puede serverdad o m entira, pero que en na da cam bia el sentido de mi vida. QueCarlos V fuera e mperado r de Alemania o de Rusia, nada tiene que vercon mi salvacin como hombre. Que Napolen muriera derrotado enElba o que llegara siendo emperador al final de sus das, no moverhoy a un solo ser human o a dejar su casa, su comodidad y su amor ymarcharse a hablar de l a una aldehuela del corazn de frica.Pero Jess no, Jess exige respuestas absolutas. El asegura que,creyendo en l, el hombre salva su vida e, ignorndole, la pierde. Estehombre se presenta como el camino la verdad y lavid (Jn 14, 6). Portanto si esto es verdad nuestro camino, nuestra vida, cambiansegn sea nuestra respuesta a la pregunta sobre su persona.Y cmo respo nder sin conocerle, sin haberse acercado,, a suhistoria, sin contemplar los entresijos de su alma, sin haber ledo yreledo sus palabras?Este libro que tienes en las manos, es, simplemente, lector, eltestimonio de un hombre, de un hombre cualquiera, de un hombrecomo t, q ue lleva cincuenta aos tratan do de acercarse a su persona.Y que un d a se sienta a la mquina como quien cumple un deberpara contarte lo poco que de l ha aprendido.El C risto de cada generacin

    Pero es posible escribir hoy una vida de Cristo? Los cientficos,los especialistas en temas bblicos, responden hoy, casi unnimemen-te , que no. Durante los ltimos doscientos aos se han escrito en elmund o bastan tes centenares de vidas de Cristo. Pero desde hace aoseso se viene considerando una aventura imposible. A fin de cuentas ysalvo unos cuantos datos extraevanglicos no contamos con otrasfuentes que las de los cuatro evangelios y algunas aportaciones de lasepstolas. Y es claro que los evangelistas no quisieron hacer unabiografa de Jess, en el sentido tcnico que hoy damos a esapalabra. No contamos con una cronologa segura. Un gran silencio

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    12 Introduccincubre no pocas zonas de la vida de Cristo. Los autores sagradosescriben, no com o historiadores, sino como testigos de una fe y comocatequistas de una comunidad. No les preocupa en absoluto laevolucin interior de su personaje, jams hacen psicologa. Cue ntandesde la fe. Sus obras son ms predicaciones que relatos cientficos.Y, sin embargo, es cierto que los evangelistas no inventan nada.Qu e no ofrecen una biografa continuada de Jess pero s lo querealmente ocurri como confiesa H ans K ng. Es cierto que el nuevotestamento, traducido hoy a mil quinientos idiomas, es el libro msanalizado y estudiado de toda la literatura y que, durante generacio-nes y generaciones, millares de estudiosos se han volcado sobre l,coincidiendo en la interpretacin de sus pginas fundamentales.Por qu no habr de poder contarse hoy la historia de Jess,igual que la contaron hace dos mil aos los evangelistas? Tras algunasdcadas de desconfianza en las que se prefiri el ensayo genricosobre Cristo al gnero vida de Cristo se vuelve hoy, me parece, adescubrir la enorme vitalidad de la teologa na rrativa y se descubreque el hombre medio puede llegar a la verdad mucho ms porcaminos de narracin que de fro estudio cientfico. Por mucho quecorran los siglosac aba de decir To rrente Ballestersiempre habren lgn rincndel planeta lguien que cuenteuna histori y lguienquequiera escucharla.Pero no hay en toda narracin un alto riesgo de subjetivismo?Albert Schweitzer, en su Historia de los estudios sobre lavid de Jessescribi:

    Todas las pocas sucesivas de la teologa han ido encontrando en Jesssuspropias ideasy slo deesa manera conseguan darlevida. noeranslo laspocaslas queaparecan reflejadasenl:tambin cada personalocreabaaimagendesu p ropia personalidad. No hay, en realidad, unaempresa ms personal que escribir una vida de Jess.Esto es cierto, en buena parte. Ms: es inevitable. Jess es unprisma con demasiadas caras para ser abarcad o en una sola vidayporuna sola persona e, incluso, por una sola generacin. Los hombressomos cortos y estrechos de vista. Contemplamos la realidad por elpequeo microscopio de nuestra experiencia. Y es imposible ver ungigantesco mosaico a travs de la lente de un microscopio. Por ellapodr divisarse un fragmento, una piedrecita, Y as es cmo cadageneracin h a ido descubriendo tales o cuales zonas de Cristo, perotodos ha n terminado sintindose insatisfechos en sus bsquedas inevi-tablemente parciales e incom pletas.El Cristo de los primeros cristianos era el de alguien a quienhaban visto y no haban termina do de entender. Lo m iraban desde el

    asomb ro de su resurreccin y vivan, por ello, en el gozo y tambin en

    Introduccin 13la terrible nostalgia de haberle perdido. Su Cristo era, por eso, antetodo , una dramtica esperanza: l tena que volver, ellos necesitabansu presencia ahora que, despus de muerto, empezaban a entender loque apenas haban vislumbrado a su lado.El Cristo de los mrtires era un Cristo ensangrentado, a quientodos deseaban unirse cuanto antes. Morir era su gozo. Sin l, todoles pareca pasajero. Cuando san Ignacio de Antioqua grita quequiere ser cuanto antes trigo molido por los dientes de losleonesparahacerse pan de Cristo est resumiendo el deseo de toda un a generacinde fe llameante.El Cristo de las grandes disputas teolgicas de los primeros sigloses el Cristo en cuyo misterio se trata de penetrar con la inteligenciahumana. Cuando san Gregorio de Nisa cuenta, con una punta deirona, quesi preguntas por el precio del pan el panade ro te contesta queel Padre es mayor que el Hijo y el Hijo est subordinado al Padre ycu ndopreguntas si elb oest preparado terespondenque el Hijo fuecreado de la nada est explicando cmo esa inteligencia humana seve, en realidad, desbordada por el misterio. Por eso surgen lasprimeras herejas. El nestorianismo contempla ta nto la human idad deCristo, que se olvida de su divinidad. El monofisitismo reaccionacontra este peligro, y termina por pintar un Cristo vestido dehombre pero no hecho hombre, por imaginar a alquien comonosotros, pero no a uno de nosotros. Y, an IQSque aciertan a unirlos dos polos de ese misterio, lo hacen, muchas veces, como elcirujano que tratara de coser unos brazos, un tronco, una cabeza,unas piernas, tomadas de aqu y de all, pegadas, yuxtapuestas,difcilmente aceptables como un todo vivo.El Cristo de los bizantinos es el terrible Pantocra tor q ue pintan ensus bsides, el juez terrible que nos ha de pesar el ltimo da. Es unvencedor, s; un ser majestuoso, s; pero tambin desbord ante, aterra-dor casi. Para los bizantinos el fin del mundo estaba a la vuelta de laesquina. Olfateaban que pronto de su imperio slo quedaran lasruinas y bu scaban ese cielo de oro de sus mosaicos en el que, por fin,se encontraran salvados.El Cristo medieval es el caballero ideal, aquel a quien cantabanlas grandes epopeyas, avanzando por el mundo en busca de justicia,aun cuando esta justicia hubiera de buscarse a punta de espada. Mstarde, poc o a poco, este caballero ir convirtindose en el gran rey, enel emperador de almas y cuerpos qu e respalda tantas veces losplanteamientos polticamente ab solutistas de la poca. Los pobres leadmirarn y temern, ms que amarle. Los poderosos le utilizarn,ms que seguirle. Pero, por fortuna, junt o a ellos serpentear com oun ro de agua clara el otro Cristo ms humano, ms tierno, msapasionadamente amado, ms amigo de los pobres y pequeos, ms

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    14 Introduccinloco, incluso: el Cristo pobre y alegre (qu paradjica y maravillosaunin de adjetivos ) de Francisco de Ass.Para la Reforma protestante, Cristo ser, ante todo, el Salvador.Lutero que ve el mundo com o una catstrofe de almas p intar aCristo con sombra grandeza proftica. Le ver ms muerto queresucitado, ms sangrante que vencedor. Calvino acen tuar luego lastintas judiciales de sus exigencias. Y todos le vern como alguien acuyo manto hay que asirse para salir a flote de este lago de pecado.

    En la Reforma catlica, mientras tanto, los santos buscarn laentrada en las entraas de Cristo por los caminos de la contemplaciny el amor. Jua n de la Cruz se adentrar por los caminos de la nada, noporque ame la nada, sino porque sabe que todo es nada ante l yporque quiere, a travs del vaco de lo material, encontrarle mejor.Ignacio de Loyola le buscar en la Iglesia por los senderos de laobediencia a aquel Pedro en cuyas manos dej Cristo la tarea detransmitir a los siglos su amor y su mensaje. Teresa conocer comonadie la human idad amiga de aquel Jess de Teresa por quien ella seha vuelto Teresa de Jess.En los aos finales del XVIII y comienzos del XIX surgir lallamada razn crtica. A la fe tranquila de generaciones que acepta-ban todo, suceder el escalpelo que todo lo po ne en du da. Se llegar atodos los extremos: desde un Volney o un Bauer, para quienes Cristosera un sueo que jams ha existido, hasta quienes, ms tarde, lopintarn como un m ito creado por el inconsciente hum ano necesitadode liberacin. Por fortuna estos radicalismos duraron bien poco.Bultmann escribi sobre ellos con justicia:La duda sobre la existenciade Cristo es algo tan sin fundame nto cientfico que no merece una solapalabra de refutacin.Ms suerte tendran, en cambio, las teoras rebajadoras deCristo. Se extendera especialmente la tesis de Renn que, en su Vidade Jess nos traza un retrato idlico (tan falso ) del que l llamaba unhombre perfecto un dulce idealista un revolucionariopacfico antici-pndose en un siglo a muchos rebajadores de hoy.De ah surgiran las dos grandes corrientes que cubrieron elmundo cristiano del siglo XIX: la de quienes acentan los aspectospuram ente interiores de Cristo y lo ven solamente como encarnacinperfecta del sentimiento religioso o le presentan as Harnackcomo el hombre que lo nico que hizo fue devolver al mundo larevelacin del sentimiento filial hacia Dios Padre; y la segundacorriente que subraya en Jess nicamente el amor a los humildes yofendidos y termina transformndole en un simple precursor de unaespecie de socialismo evanglico. En estas dos visiones hayevidentemente algo de verdadero. Las dos se quedan, una vezms, sustancialmente cortas.

    Introduccin 15Los comienzos de nuestro siglo acentuarn de nuevo los aspectoshumanos de Jess. Camus escribir: Yo no creo en la resurreccinpero no ocultar laemocin quesiento ante ristoy su enseanza. Antel y ante suhistoriano experimento ms querespetoyveneracin.Gide,en cambio, le pintar como un profeta de la alegra (entendida stacomo un hedonismo pagano, exaltador del mundo material en cuantotal).Hay que cambiardirla frase Dios esamorpor la inversa:El amor es Dios. Malegue, en cambio, abriendo el camino a losgrandes escritores cristianos, dedicar su vida a descender al abismode la Santa Humanidad de nuestro Dios y ofrecer una de las mssignificativas formu laciones d e la fe en nues tro siglo:Hoy lo difcilnoes aceptarqueCristo sea Dios;lodifcilseraace ptar a Dios si no fueraCristo.A esta polmica de los escritores de principios de siglo se unipronto la de los cientficos estudiosos de la Sagrada Escritura. Y enella pesar decisivamente la obra de Rudolf Bultmann. Partiendo dela pregunta que antes hemos formulado (si los evangelistas no trata-ron de escribir unas biografas de Cristo, sino de apoyar con supredicacin la fe de las primeras comunidades cmo reconstruir hoycon suficientes garantas cientficas la verdadera historia del Seor?)

    Bultmann intenta resolver el problema por superacin: Realmentedir el Jess que nos interesa no es el de la historia, sino el de lafe. La teologa no debera perder tiempo en investigar los detalles deuna biografa imposible, sino concentrarse en la interpretacin delanuncio de C risto, el Salvador, el Hijo del hom bre e Hijo de Dios. Loque nos preocupa dir Bultmann es la salvacin, no las ancdo-tas.De la vida de Jess slo nos interesan dos cosas: saber que vivi ysaber que muri en una cruz. Es ms importante concluir creeren el mensaje de Jess que conocer su vida.Esta teora, que tena la virtud de superar el cientifsmo un pocoingenuo de ciertas polmicas historicistas, tena dos terribles riesgos:de no dar importancia a la historicidad de los hechos de Jess, sepasaba muy fcilmente a negar la misma historicidad de Jess. Y, p orotro lado, se separaba indebidamente la persona de Cristo de sudoctrina.Por eso, tras unos cuantos a os de gran auge, pro nto se regres aplantea mien tos m s tradicionale s. Se record que el Jess de la fe es elmismo Jess de la historia.L absqueda del Jess histrico es necesariarecordara Robinson porque la predicacinde la fe quiere cond u-cir al iel a unencuentroexistencialcon una personahistrica: Jess deNazaret.E l creyente n o slo quiere creer en algo, sino en alguien.Y quiere saber todo lo que pueda de ese alguien.Este regreso al historicismo se har, como es lgico, con un serioespritucrtico.No se aceptar ya un literalismo absoluto en la lectura

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    16 Introduccinde los evangelistas que hablaron de Jess como h abla un hijo de sumadre y no como quien escribe un curriculum vitae. Pero tambinse sabr perfectamente q ue aunque n o todo h a de entenderse al pie dela letra s ha de leerse muy en serio con la certeza de que la figurahistrica que refleja esa predicacin nos transmite el reflejo de unoshechos sustancialmente verdaderos.

    El Cristo de nuestrageneracinY el Cristo de nuestra generacin cmo es? Ha sido tragado porel secularismo o sigue viviendo y vibrando en las almas?En 1971 viv en Norteamrica los meses en que estallaba la Jessrevolution. Miles de jvenes se agrupaban gozosos en lo que llamaban e lejrcito revolucionariodel pueblo de Jess.El evangelio se habaconvertido en su libro rojo. Vestan camisetas en las que se lea:JessesmiSeor O: Sonre, Dios te ama.En los cristales de los cocheshaba letreros que voceaban: 5/ tu Dios est muerto, acepta el mo.Jess est vivo. Por las calles te tropezabas con jvenes de largasmelenas sobre cuyas tnicas brillaban gigantescas cruces y que tesaludaban con su signo marcial: brazo levantado man o cerradasalvo un dedo que apuntaba hacia el cielo sealando el one way elnico camino. Levantabas un telfono y al otro lado sonaba una vozque no deca dgame o ali sinoJess te ama.La radio divulgabacanciones que decan cosas como stas: Buscaba mi alma I y no laencontraba./ Buscaba a mi Dios / y no lo encontraba./ Entonces memostrasteis a Jess /-y encontr en l a mi alma y a mi Dios.Y un dalos peridicos contaban que un cura metodista el reverendo Bles-sit arrastr a un g rupo de ms de mil jvenes que fueron al cuartelde la polica de Chicago p ara gritar a grandes voces:Polis essosama Nosotros os amamos Y tras el gritero la colecta. Slo queesta vez las bolsas tras circular entre los jvene s regresaron a lasmanos del reverendo no llenas de moned as sino de marihu ana depildoras de LSD que el padre Blessit deposit en las manos de losatnitos policas.Ancdotas? Modas? S probablemente s. Pero nunca hay queestar demasiado seguros de que las modas no oculten alguna msprofunda aspiracin de las almas ni de que aquellos muchachos noestuvieran all en el fondo busca ndo una resp uesta a la frase deRobert Kennedy cuando deca por aquellos aos: El drama de lajuventudamericanae squesabe todo, menos una cosa. Y estacosaes laesencial.No ser ste el dram a no slo delosjvenes americanos sino detodo nuestro mundo? Odio a m i poca con todas mis fuerzas ha

    Introduccin 17escrito Saint Exupery.E n ella elhombremuere desed Ynohay msproblema para el mundo: dar a los hombres un sentido espiritual, unainquietudespiritual No se puede vivir de frigorficos, de b alances, depoltica. Nosepuede. Nosepuedevivirsin poesa, sin color, sin amor.Trabajando nicamente para el logro de bienes materiales, estamosconstruyendo nuestrapropia prisin.Hoy por fortuna son cada vez ms los que han descubierto que lacivilizacin con tempornea es una prisin. Y comienzan a p reguntarse cm o salir de ella qu es lo que les falta. Tal vez por eso m uchosojos se estn volviendo hacia Cristo.Hacia qu Cristo? Cada vez me convenzo ms de que este siglo esun tiempo barajado en el que se mezclan y coexisten muchos siglospasados y futuros y en el que por tanto tambin conviven varias ymuy diferentes imgenes de Cristo.En los aos setenta el firmamento se llen delJess Superestrella.Un Jess que por aquellos aos me describa as un sacerdotenorteamericano que lo recuerdo muy bien luca una gigantesca matade pelo rojo cardado:

    Cristo era la misma juventud; los fariseos eran el envejecimiento. Encambio Cristo era la juventud: estrenaba cada dasuvida lainventabaimprovisaba. Nunca se saba lo que hara maana. No entenda unapalabra de dinero. Amaba la libertad. Vesta a su gusto y dorma encualquier campo donde la nochelesorprenda.Yera mansoytranquilo;slo ardia de clera con los comerciantes. La gozaba poniendo enridculo a los ilustres. eencantaban las bromasylos acertijos.Yya sesabe que le acusaron de borracho y de amistad con la gente de malavida. Como a nosotros.

    Es ste el Cristo completo y verdadero? O slo era una maneracon la que loshippies justificaban su modo de vivir? Desde luego hoyhay que reconocer que todo aquel movimiento del Superstar o delGospel pas tan rpidamente com o haba venido pero tambinrescat algo que habam os perdid o: el rostro alegre de Jess unrostro que no es todo en Jess pero s uno de los aspectos de sualma.Ma s poco despus frente a esta imagen de Jess sonriente y tal vezdem asiado feliz b astan te ame ricano iba a surgir unos cientos dekilmetros ms abajo en Iberoamrica un tipo de Cristo bien diferente: un Jess de rostro hosco duro casi rencoroso. Era esa imagendel Cristo guerrilleroque hemos llegado a ver en algunas estampascon un fusil amarra do a la espalda con correas mientras una de susmano s casi una garra ase casi con ferocidad su culata. Era nosdecan elC risto con sed de justicia,el centro de cuya vida habra sidola escena en la que derriba las mesas de los cambistas en el temp lo. U nCristo as que llevaba a sus ltimas consecuencias los planteamien-

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    18 Introduccintos de la Teologa de laliberacin vena es cierto a recordarnos ladescarada apuesta de Jess por los pobres y su radical postura antelas injusticias sociales pero desgra ciadam ente tena en su rostro y enquienes lo exponan mucho ms que sed de justicia. Tena tambinviolencia y en definitiva una raz de odio o de resentimien to en lasque ya no quedaba mucho de cristiano.An hoy se predica con frecuencia este Cristo de clasee inclusoeste Cristo de guerrilla que a veces se parece bastante ms a CheGuevara que a Cristo. Yo recuerdo a aquel curita que gritaba en unsuburbio colombiano:Id alcentrode laciudad entradenlo sbancosyen las casasilustresy gritad a los ricos que osdevuelvanal Cristo quetienen secuestrado. Y despus citaba aquellos versos de Herm annHesse que habran sido verdaderos si no los hubiera dicho contanto rencor: Da Seor a losricostodo lo que te pidan / A nosotroslos pobres que nada deseamosIdanostan sloelgozo / desaber quetfuiste uno como nosotros.El Cristo Superstar el Cristo guerrillero dos caricaturas? dosverdades a medias? En todo caso dos imgenes de las que se haalimentado buena parte de nuestra generacin.Pero como todo se ha de decir tendremos que aadir quetambin en nuestra generacin circula y me temo que ms que enlas otras una tercera caricatura: el Cristo abu rrido de los aburrido sel de quienes como creemos que ya tenemos fe nos hemos olvidadode l.Si uno saliera hoy a las calles de una cualquiera de estas ciudadesque se atreven a llamarse cristianas y p reguntase a los transentesqu saben de Cristo? qu conviven de Cristo? recibira una respuestabien desconsoladora. Los ms somos como aquel homb re que por-que naci a la sombra de u na maravillosa catedral creci y jug ensus atrios nunca se molest realmente en mirarla de tan sabida comocrea tenerla. Por eso seguramente muchos nos contestaran:CristoAh s. Sabemos que naci en Beln que al final lo mataron que dicenque era Dios. Pero si luego inquirisemos qu es para u sted serDios? y sobre todo en qu cambia la vida de usted el hecho de que lsea o no sea Dios? no encontraramo s otra respuesta que el silencio.S vivimos tan cerca de Cristo que apenas m iramos esa catedral de surealidad. Dios hizo al hombre semejante a s mismo pero el aburridohom bre termin por creer que Dios era semejante a su aburrimiento.Y... sin embargo habra que buscar que bajar a ese pozo. Con laesperanza de llegar a entenderle? No no. Sabemos de sobra quenunca llegaremos a eso que su realidad siempre nos desbordar. Lahistoria de veinte siglos nos ensea que todos cuantos han queridoacercarse a l con el arm a de sus inteligencias siempre se han que dad oa mitad de camino. Pas as ya cuando viva entre los hombres. Los

    Introduccin 19que estuvieron a su lado a todas horas tampoco le entendan. Un dales pareca demasiado Dios otro demasiado hom bre. Le mirabanescudriaban sus ojos y sus palabras queran entender su misterio. Ylograban adm irarle amarle incluso pero nunca entenderle. Por eso lvivi tan terriblemente solo; acom paad o pero solo; en una soledadcomo nadie ha conocido jams . Nadie le comp rendi porque era enel fondo incomprensible.Y a pesar de ello l sigue siendo la gran preg unta . La granpregunta que todo hombre debe plantearse aun cuando sepa quetoda respuesta se quedar a medio camino. Un medio camino quesiempre abrir el apetito de conocerle m s en lugar de saciar.Teilhard de Chardin hablaba del Cristo cada vez mayor. Lo esefectivamente. Su imagen es como un gran mosaico en el que cadageneracin logra apenas descubrir una piedrecilla. Pero es importanteque la nuestra aporte la suya. Unas generaciones apo rtaron la piedre-cilla roja de la sangre de su martirio; otras las doradas de su sueo deun verdadero cielo; otras las azules de su seguridad cristiana; algunael color ocre de su cansancio o el verde de su esperanza. Tal vez nostoque a no sotros ap ortar la negra de nuestro vaco interior o la colorprpura de nuestra pasin. Quiz la suma de los afanes de todos loshombres de la historia termine por parecerse un poco a su rostroverdadero el rostro santo que slo acabaremo s de descubrir al otrolado el rostro que demu estra que sigue valiendo la pena ser hom-bres el rostro de la Santa Humanidad de nuestro Dios.

    Elporqude este libroAhora se entender quiz sin ms explicaciones el porqu de estelibro.Es parte de la vida de su autor y le persigue desde que era unmuch acho. Tendra yo dieciocho o diecinueve aos cuan do por vez

    primera supe en serio que quera ser escritor y me di cuenta de queun escritor cristiano tena que escribir un libro sobre Cristo. Supeincluso que todo cuanto fuera escribiendo a lo largo de los aos nosera otra cosa que un largo aprendizaje para escribir ese libroimposible. Cmo justificara yo mi vida de creyente si no escribierasobre l? Con qu coraje me presen tara un da an te l llevndole enmis manos millares de pginas escritas que no hablasen de l? Estelibro es una deuda. M i deuda con la vida. La nica manera que tengode pagar el billete con que me permitieron entrar en este mundo.Recuerdo y pido perdn al lector si ahora me estoy confesan-do que por aquellos meses haba muerto uno de los hombres aquien ms he querido y debo en este mund o: George Bernanos cuyasobras estaban siendo el alimento de mi alma. Y un da cay en mis

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    2 Introduccinmanos, recin editado, uno de los Cahiers de Rhone en el que DanielPezeril contaba las ltimas horas de mi maestro. All descubr queuno de los ltimos deseos de Bernanos haba sido precisamenteescribir una vida de Cristo. Ms an, que un da el 30 de junio de1948 Bernanos tuvo en sueos una inspiracin a la que respondicon un s sin vacilaciones: en adelante dejara de lado toda su obraliteraria y dedicara to do lo que le quedase de vida a escribir esa Vidade Jess que soaba desde haca tiempo y que siempre posponaporque se senta indigno. Pero aquel da, ya en su lecho de ho spital,recibi ese misterioso coraje que le permitira decir: Ahora ya tengorazones para seguir viviendo.Das despus el cinco dejulioBernanos m uri. Su proyecto seconvirti en un sueo. Y nos perdimos algo que slo l hubiera sabidoescribir.Puedo aho ra aa dir que sin ninguna lgica el muchach o queyo era entonces se sinti heredero y responsable de aquella promesa?Era absurdo, porque yo me senta infinitamente menos digno dehacerlo que Bernanos. Pero quin controla su propio corazn?Aquel da decid que, cuando yo cumpliera los sesenta aos que ltena al morir, tambin dejara toda otra ob ra y me dedicara a haceresa vida de Jess que Bernanos so.Slo mucho ms tarde pido al lector que se ra me plante lapregunta de que tal vez yo no vivira ms all de los sesenta aos. Yempezaron a entrarme una infantiles prisas. Desde entonces estoyluchando entre la seguridad de no estar preparado para afrontar estatarea y la necesidad de hacerla. Me enga a m mismo haciendo unprimer intento preparatorio en una edicin en fascculos para laque escrib mil quinientos folios. Era, lo s, una o bra profund amen teirregular, con captulos que casi me satisfacan y muchos otros de unavulgaridad a pabullante. Y tuve, sin emb argo, el consuelo de saber quea no pocas personas les servan y me urgan una nueva redaccinms prxima al hombre de la calle y sus bolsillos.Me decido hoy a iniciar ese segundo intento que s que sertambin provisional. Para qu engaarme? Todo lo que sobreCristo se escriba por manos humanas ser provisional. Estoy segurode que me va a ocurrir lo que a Endo Shusaku, quien, en la ltimapgina de su Vida de Jess, escribe:

    Me gustara algn da escribir otro libro sobre la vida de Jess contoda la experiencia acumulada durantemivida. estoy seguro de que,cuando hubiera terminado de escribirlo, an sentira el deseo de volvera escribir de nuevo otra vida de Jess.Es cierto: slo Jess conoce el pozo que quita la sed para siempreJn 4, 14). Desgraciadamente los libros sobre Jess no son Jess.

    Introduccin 21

    Cmo est escrito este libro?Aho ra ya slo me falta en esta introduccin responder a trespreguntas: cmo est escrito este libro, para quin lo escribo y cm ome gustara que se leyera.La primera pregunta tiene una respuesta muy sencilla: est escritode la nica manera que yo s: como un testimonio. Durante los diezltimos aos he ledo centenares de libros sobre Cristo, pero prontome di cuenta de que yo no podra ni debera escribir como m uchos deellos, un libro cientfico y exegtico. Todos me fueron tiles, pero nopocos me duele decirlo me dejaron vaco el corazn. Me p erdaen interpretaciones e interpretaciones. Descubra en cada libro unanueva teora que iba a ser desmontada meses despus por otra obracon otra teora. Siento, desde luego, un profundsimo respeto haciatodos los investigadores; les debo casi todo lo que s. Pero s tambinque yo escribo para otro tipo de lectores y que no deba envolverles aellos en una red de teoras.Por eso decid que este libro podra tener detrs un caudalcientfico, pero que habra de estar escrito desde la fe y el amor, desde

    la sangre de mi alma, imitando, en lo posible, el mismo cam ino po r elque marcharon los evangelistas. Contar sencillamente, tratar de iluminar un poco lo contado, pero no perderme en vericuetos quedemostrasen lo listo que es quien escribe. Esta es la razn por la queeste libro debera ser ledo siempre con un evangelio al lado.Pens que, en mi obra , me limitara a come ntar los textos evanglicos tal y como dice Catalina de Hueck que leen la Biblia los pusti-nik, los peregrinos-monjes rusos:El pustinik lee la Biblia de rodillas. No con su inteligencia de formacritica, conceptual), pues la inteligenciadelpustinik est en su corazn.Las palabras de la Biblia son como miel en su boca. Las lee conprofunda fe, no las analiza. Deja que reposen en su corazn. Loimportanteesconservar lo ledo en el corazn, como Mara. Dejar quelas palabras del Espritu echen races en el corazn, para que despusvenga el Seor D ios a esclarecerlas.

    Es,pues, ste un libro sentimental, purame nte devocional? No loquerra. Pero tampoco es un libro puramente mental, conceptual.Cuan do leo el evangelio s que all entra en juego to da mi vida, todami persona, s que sobre el tablero est mi existencia entera. Y comos que esa palabra me salva, no soy amigo de esos comentarios en losque parece que en frase de Cabodevilla es como si tededic r saanalizar muy detenidamente la sintaxis y la ortografa de esa carta enla que te comunican que tu madre acabadefallecer.

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    22 IntroduccinEste libro no ser, pues, otra cosa q ue unos evangelios ledos poralguien que sabe ques juega su vida en cada pgina, con m ucha m spasin y mucho ms amor que sabidura.Entonces es ste un libro slo para creyentes? S principalmente,pero no slo para ellos. Espero que tambin quienes no creen enCristo o quienes ven slo en l a un hombre admirable descubran enestas pginas, al menos, las razones por las que un hombre unhomb re como ellos ha convertido a C risto en centro de su vida. Talvez tambin ellos aprendan de alguna ma nera a am arle. Luego, yo lo

    s, l har el resto, pues ningn libro puede suplir al encuentropersonal con Jess.Por eso me gustara que todos creyentes e incrdulos leyeraneste libro como escribiendo el suyo. Quin soy yo para ensearnada? Tal vez slo un amigo, un hermano que cuenta, como un nio,como u n adolescente, cmo ha sido su encuentro con quien transfor-m su vida. Pero nadie va por el mismo camino por el que va suhermano. Cada uno debe hacerse su camino y descubrir su Cristo.Esa es la verdadera bsqueda que justifica nuestras vidas.Seguramente nos ocurrir a nosotros lo mismo que a quienes lerodearon cuando pis en la tierra. Un da se cruzaron con l y no

    lograron entenderle, pero les arrastraba. Eran, como nosotros, lentosy tardos de coraz n, pero an as se atrevan a gritar: Teresel Cristo,el Hijo de Diosvivo Me 9,29). Esperaban que acabara siendo un lderterreno, pero tambin proclamaban: Te seguir a donde quiera quevayas. Mt 8, 19). No c omprend an sus palabras y sus promesas, peroaseguraban:A quin iremos si slo ttienes palabras de vida eterna?Jn 6, 68). Y algunos, como los m agos, hacan la locura de dejar sustierras y sus reinos, pero los abandonaban porque haban visto suestrella Mt 2, 2).Esa estrella sigue estando en el horizonte del mund o. Tal vez hoylo est ms que nunca.Esta es unagener cin que busca a Cristo,h adicho hace poco un profesor de la Universidad de Budapest. Lo quelos comunistas reprochamos a loscristi nos ha escrito Machovecno es elser seguidoresde Cristo,sinoprecisamente elnoserlo.Tal vez.Tal vez la estrella ha vuelto a aparecer en la noche de este siglo. Yquiz por eso estamos todos tan inquietos. Bien podra ser que estosaos finales del siglo XX el mundo tuviera que gritar con san Agustn:Tarde te con oc oh Cristo Nos hiciste, Seor, para ti, e inquieto haestado nuestro corazn hasta descansar en ti.

    1El mundo en que vivi Jess

    I . ROM A: UN GIGANTE CON PIES DE BARRO

    Para el cristiano que, por primera vez, visita Palestina, el encuen-tro con la tierra de Jess es si no se tapa los ojos con el sentimenta-lismo un fuerte choq ue. Y no slo para su sensibilidad, sind para sumisma fe. El descubrimiento de la sequedad de aquella tierra, sinhuella celeste alguna, sin un ro, sin un monte que valga la penarecordar; la compro bacin, despus, de la mediocridad a rtstica y elmal gusto en casi todos los monumen tos que de alguna manera tratande recordar a Jess; la vulgar comercializacin de lo sagrado que, portodas partes, asedia al peregrino; el clima de guerra permanente quean hoy denuncian las metralletas en todas las esquinas y el odio delos rostros en todos los lugares; la feroz divisin de los gruposcristianos latinos, griegos, coptos, armenios... en perpetua rebati-a de todo cuanto huela a reliquia de Cristo... todo esto hace que msde un o si es joven, sobre todo sienta vacilar la fe en lugar delenfervorizamiento que, al partir hacia Palestina, imaginaba.Pero,si el peregrino es profund o, ver enseguida que no es la fe loque en l vacila, sino la dulce masa de sentimentalismos con que lahabamos sumergido. Porque uno de tantos sntomas de lo que noscuesta aceptar la total hum anidad de Cristo es este haberno s inventa-do una P alestina de fbula, un pas de algodones sobre el que Cristohabra flotado, ms que vivido. En nuestros sueos pseudomsticoscolocamos a Cristo fuera del tiempo y del espacio, en una especie depas de las maravillas, cuyos problemas y dolores poco tendranque ver con este mundo en el que nosotros sudamos y sangramos.Por eso golpea siempre un viaje a Palestina. Impresiona que,puesto a elegir patria, Dios escogiera esta tierra sin personalidad

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    24 El mundo en quevivi Jessgeogrfica alguna. Hay en el mundo paisajes religiosos, lugares enlos que la naturaleza ha alcanzado, ya por s sola, un temblor;bosques o cimas, cuyas puertas se dira que se abren directamentehacia el misterio y en las que resu ltara lgico que lo sobren atural semostrara y actuara. Palestina no es uno de estos lugares. Difcil serhallar un paisaje menos misterioso, menos potico o mgico, msradicalmente vulgar y profano.Y no hubiera podido, al menos, proteger de la violencia, delodio,del mismo mal gusto, esta su tierra? Dios es un ser extrao y,por de pronto, su lgica no es la nuestra. Encarnndose en Palestinaentra de lleno en la torpeza hum ana, se hace hom bre sin remilgos, tandesamparado como cualquier otro miembro de esta raza nuestra.Palestina es, por ello, todo, menos una tierra de lujo; es el quintoevangelio de la encarnacin total, de la aceptacin del mundo tal ycomo el mundo es.Y lo mismo ocurre con el tiempo. La frase de san Pablo:a llleg rla plenitud de los tiempos envi Dios a su Hijo Gal 4, 4), nos hacepensar que Cristo vino al mun do en u na especie de supertiempo, enun maravilloso siglo de oro. Al venir l, los relojes se habrandetenido, los conflictos sociales enmudecido, un universal armisticiohabra amordazado las guerras y contiendas. Cristo habra sido as,no un hombre pleno y total, sino un husped de lujo, que vive unosaos de paso en un tiempo y una tierra de lujo.Pero el acercarnos a su tiempo nos descubre que tam poco fue u napoca p reservada por m gicos privilegios. Fueron tiempos de muerte,de llanto y de injusticia, tiempos de am or y sangre como todos. Y elcalendario no se qued inmvil mientras l moraba en esta tierra.S, en este mundo pis. No flot sobre l como un sagrado fantasma. De este barro particip, a ese yugo del tic-tac de los relojessometi su existencia de eterno. Y habl como los hombres de sutiempo, comi como las gentes de su pas, sufri por los dolores de sugeneracin, se manch con el polvo de los caminos de su comarca.Mal podremos conocerle a l si no nos acercamos a aquel mundo,aquel tiempo y aquella tierra que fueron suyos. Porque l influy ensu poca y en su pas, pero tambin su poca y su pas dejaron huellaen l. Alejndole d e la tierra en qu evivi, colocndole sobre brillantesy falsos pedestales, no le elevamos, sino que le falseamos. El Dios queera yes,nunca se har pequeo p or el hecho de haber comido n uestrasopa.

    Roma: un gigantecon pies de barro 25

    Roma entre la plenitud y el derrumbamientoLa frase en que san Pablo une la venida de Cristo y la plenitud delos tiempos obliga a plantearse una pregunta: Vino l porque era laplenitud de los tiempos o se realiz la plenitud de los tiempos porquevino l? San Pablo habla evidentemente de un tiempo teolgico lahora en los relojes de Dios no de un tiempo humano tan especialmente maduro que de algn modo hubiera merecido la encarnacin del Hijo de Dios.Sin embargo la frase demuestra que san Pablo, como muchosotros contemporneos suyos, experimentaba la sensacin de estarviviendo tiempos especialmente positivos, tiempos en los que lapgina de la historia iba a girar y levantar el vuelo.Claro que tam bin es cierto que, entre los contemporneos de sanPablo, no faltaban quienes pintaran los horizontes ms negros.Kautsky seala que en la Ro ma imperial encontramos la idea de unaincesante y progresiva deteriorizacin de la humanidad y la de unconstante deseo de restaurar los buenos tiempos pasados.La verdad es que en todos los siglos de la historia podemos

    encon trar simultneamente profetas de esperanzas y de desventuras,soadores del maravilloso mundo que viene y lamentadores del nomenos maravilloso pasado que se aleja. La objetividad no parece sercondicin propia de la raza humana a la hora de juzgar el presente.Pero, referido al tiempo de Cristo, la distancia nos permite hoypensar que haba razones para estar satisfechos del presente y olfatear, a la vez, la ruina prxima. Todos los grandes quicios de lahistoria se han caracterizado por este cruce de luces y de somb ras. Yen la Rom a de A ugusto esta mezcla era extraordinariamente visible.Daniel Rops lo ha dibujado con precisin:El espectculo del mundo romano de entonces ofrece un contrastesingular entre la impresin de majestad, de ordenyde podero, que sedesprende esu magnfico sistema polticoy losgrmenes mortales quela historia descubre en su seno. En el momento en que las sociedadesllegan a su plenitud, est ya en ellas el mal que habr de destruirlas.

    Y Bishop resume esta misma impresin en su descripcin de laciudad de Roma:Era una maravilla eculturayrelajacin, eeficienciaen losnegociosyde polticas de alcantarilla, de enorme podero y de comadreo barato.

    Muchas cosas marchaban bien en aquella poca o mejor, almenos, que en los siglos anteriores. Las dcadas que preceden a la

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    26 Elmundo en que vivi essvenida de Cristo haban conocido un Occidente ensangrentado. Lasguerras civiles de Roma, la sublevacin de Mitridates, las incursionesde los piratas, habian convertido el Mediterrneo en un lago desangre. Los ejrcitos de Sila, de Pompeyo, de Csar, de Antonio, deOctavio haban d evastado el mundo latino y el prximo O riente. PeroAugusto haba construido una relativa paz. Los tres millones dekilmetros cuadrados que abarcaba el Imperio romano conocanaos de tranquilidad y hasta disfrutaban de una cierta coherenciajurdica.Roma era, en aquel momento, ms fuerte que ningn otro de losimperios haba sido. Virgilio haba escrito, sin mentira, que Romaelevsu cabeza ms alto que las dems ciudades, lo mismo que elciprsla alza sobre los matorrales. Y Plinio no careca de argumentos parahablar de lainmensa majestad de la paz romana.Tras siglos de matanz as, el mun do respiraba po r un mom ento. Laidea de que el gnero humano formaba una gran familia idea quecirculaba ya desde los tiempos de Alejandro Magno se habageneralizado entre los homb res de la poca. La cuenca del M editerrneo viva por primera vez en la historia una unidad tantopoltica, como cu ltural y espiritual. El trinomio Roma-G recia-Oriente pareca coexistir felizmente. Roma aportaba al patrimonio comnsu organizacin poltico-econmica; Grecia, aa da la cultura, expresada en la lengua comn la llamada koin , que era compartida portodos los hombres cultos de la poca; en lo espiritual se respiraba, sino una unidad, s, al menos, un cierto clima de libertad religiosasegn la cual los dioses no se excluan los unos a los otros, sino queempezaban a ser vistos como diversas imgenes de un nico Dios, quepoda ser adorado por todos los hombres de los diversos pueblos.El momento econmico del mundo era an brillante. Una buenared de carreteras una todo el mund o latino. El Mediterrneo, limpiode piratas, ofreca facilidades para el comercio. Incluso el turismofloreca. Augusto poda presumir como cuenta Suetonio de haber hecho con el Imperio lo que con Roma: dejaba de mrmol laciudad que encontr de ladrillo.

    Detrs de la mscaraS, el mrmol pareca haberlo invadido todo y Roma haballegado a ser ms bella que ninguna otra ciudad del mundo antiguo.En lo alto del Capitolio, el templo de Jpiter dom inaba la ciudad consus techos de bronce dorado y su cuadriga de caballos alados. Aderecha e izquierda, se extendan el foro y el campo de Marte, tan

    plagados de templos que apenas si podan pasar entre ellos las

    Roma:un gigante con pies de barro 27procesiones. Y desde la altura se contemplaba la siembra de monumentos que fulgan en los das de sol: el Panten, las Termas, elTeatro Marcelo, los prticos de Octavia...Pero, entre tanto esplendor, segua existiendo la casucha miserable y la callejuela tortuosa, las habitaciones insalubres, los barriosmalditos.Roma se haba convertido as en smbolo y resumen de todo elimperio: si alguien levantaba la mscara de aquella paz augustapronto vea que esa serenidad encubra un gran desorden y, consiguientemente, una g ran sed de saber qu hacan los hombres sobre latierra y cmo vivir en un mundo que careca de todo ideal que nofuera el de aum entar el nmero de p laceres. Cristo no llegaba, pues, aun mundo angustiado, pero tampoco a un mundo satisfecho.Los mejores comprendan ya que tanto brillo estaba amenazadode destruccin. Y el peligro no vena tanto de los brbaros, a quieneslas legiones roman as contenan en las riberas del Danu bio, cuanto deaquel gusano que roa ya el alma del Imperio. San Jernimo haraaos m s tarde el diagnstico perfecto: Lo que hacetanfuertes a losbrbaros son nu estros vicios.Pero no slo se trataba de corrupcin moral. La herida delImperio rom ano era mu cho ms compleja. Daniel Rops la ha analizado con precisin:

    Aquel estado de crisis latente dependa, por una parte, de las mismascondiciones y de las necesidades de la paz admirable en que Augustohaba colocado al Imperio. Pacificada la poltica, sdecir expurgadade toda libertad; dirigido el pensamiento segn unas instituciones depropaganda; y domesticado el Arte por el Poder qu les quedaba aquienes no se contentasen con las comodidades y satisfacciones de ladisciplinaydel negocio? El error de casi todos los regmenes autoritarios screerqu la felicidad m aterial evita plantear otros problemas. Lalibertad interior, ms indispensable que nunca, se busca entonces en ladiscusin de lo que constituyen los cimientos mismos del sistema. Yacaba por llegar un momento en que ya no parece que la conservacindel orden constituido justifique la conservacin de las injusticias, lasmiserias y los vicios que encubre y en que, incluso a costa de laviolencia, la sociedad entera est dispuesta a buscar un orden nuevo.

    Roma se encontraba as con una cudruple crisis, grave desdetodos sus ngulos: el moral, el socioeconmico, el espiritual, elreligioso.Crisis moral

    La crisis ms visible era la moral, pue s la corrupcin se exhiba sinel menor recato. Ovidio cuenta que las prostitutas seencontraban enlosprticos de laciudad en el teatro y en elcircotan abundantes como

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    28 El mundo en quevivi Jesslas estrellas del cielo. Todo estaba eso s muy reglamentado: lasmujeres de la vida tenan que estar empadronadas como tales ydeban vestir la toga en lugar de la estola que usaban habitualmentelas mujeres. Y los lupanares deban estar construidos fuera de lasmurallas y no podan trabajar antes de la puesta del sol. Peroaparte de esos legalismos todo el mundo en contraba normal el queun mucha cho cumplidos los 16 aos comenza ra a frecuentar taleslugares. Era parte de la vida. Se iba incluso hacia una prostitucinelegante. En la poca de Augusto la prostituta estaba siendo desban-cada p or la hetaira especie de gheisa que saba cantar recitarpoemas y servir delicados manjares en lupanares de mrmol.Pero la gran moda de la poca era el amor griego y laprostitucin masculina estaba perfectamente organizada. Tampocoesta inversin se ocultaba. Aun que tericamente estaba castigada porla ley no faltaban ejemplos en los propios palacios imperiales. Hora-cio cantaba sin la menor vergenza en versos conocidsimos:

    Estoy herido por la dura flecha del amorpor Licisco que aventaja en ternura a cualquier mujer.Misteriosam ente este libertinaje que se perm ita y hasta se veacon complacencia en el varn no era tolerado en la mujer soltera. Lavida de las muchachas era estrechamente vigilada. Y era curiosamen-te el matrimo nio lo que las liberaba. Todas procurab an por ellocasarse cuanto antes. Un a muc hacha soltera a los 19 aos se conside-raba ya una solterona.Y el matrimon io en la clase rica romana era un juego ms.Organizado por los padres por razones de inters era normal que ladesposada no conociese siquiera a quien iba a ser su marido. Snecacomen tara cnicamente que en Romase prueb todo antes de dquirir-lo menos la esposa.En rigor el matrimonio era un a tapadera social al margen de lacual marido y mujer tenan su vida sexual y amorosa. La Roma quevigilaba tanto a la doncella perdon aba tod os los devaneos a la mujercasada. Nu evamente Sneca escribir irnicamente que lac s d quese contentaba con un solo amante poda ser considerada virtuosa.YOvidio dir con m ayor desvergenza:L as nic s mujeres pur sson lasque no han tenidooc sind e dejar de serlo. Y el hombre que se enfadacon los amoros de su esposa es un rstico. Con la misma frivolidadJuvenal contaba que las mujeres romanas de la poca encontrabanequitativo dar la dote al marido y elcuerpoal amante.N o hace falta decir con todo esto que la vida familiar prctica-mente no exista. La limitacin de la natalidad era corriente y muchas

    madres tenan hijos por la simple razn de que crean que los dioses

    Roma: un gigantecon pies de barro 29no daran u na vida ultraterrena a quien no tuviera tras la muertequien cuidase su tumba. Pero el aborto era una prctica corriente yan ms el abandono de nios. En Roma exista la columna lactanteen la que haba nodrizas pagadas p or el Estado pa ra am aman tar a lascriaturas dejadas all por sus padres.Si ste era el desinters por los hijos a la hora de traerlos almu ndo fcil es imaginarse cual sera su educacin. La ma dre que sedecida a traer a un nio al mun do se desembarazaba enseguida de lponindolo en manos de una nodriza roma na primero y en las deuna instritutiz griega despus. Ms tarde si era varn se encargarade educarle un esclavo griego que reciba el nombre de pedagogo. Asvivira el nio en mano s de esclavos sin ver prcticam ente nun ca asus padres.

    CrisissocialSi sta era Rom a en el campo de lo sexual el pano rama era anms triste en lo social. Tal vez nunca en la historia ha sido msestridente la diferencia d eclases.Y no slo porque las distancias entre

    ricos y pob res fuesen mu y grandes sino porque el rico de entonceshaca vida y constante profesin pblica de rico. Su sueo no eraacumular capital sino lujo; no buscaba el amon tonar tierras sinoplaceres.El gran ingreso de los ricos romanos era lo conquistado en guerrasa lo ancho del mundo o el fruto de exprimir con enormes impuestos alos habitantes de las colonias. Pero el ro de oro que llegaba a Rom apor esos dos canales no tena otra desembocadura que el lujo y elderroche. Nadie pensaba en capitalizar o en promover inversionesindustriales. Lo que fcilmente se gana ba fcilmente se gastab a. Encuestin de lujo los multim illonarios de hoy son pobreto nes al ladode los romanos.Los suelos de las casas potentes era de mrmol granulado o demosaico; las columnas que adornaban las salas y los patios eran demrmoles ricos de nix o incluso de alabastro; los techos estabancubiertos de lminas de oro; las mesas y las sillas descansaban sobrepatas de marfil. Los tapices ms bellos adorn aban las paredes abun-daban los grandes jarrones de Co rinto las vajillas de plata y oro losdivanes con incrustaciones de marfil. Un palacio digno de este nom-bre tena siempre su gran jardn su prtico de marmol su piscina yno menos de cuarenta habitaciones.El mismo lujo de las casas apareca en los vestidos. Desde enton-ces puede asegurarse que no ha avanzad o mucho el mercado del lujofemenino. Los roman os acab aban de estrenar un produ cto llegado de

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    3 El mundo en quevivi JessFrancia: el jabn slido, pero m ucho antes conocan toda clase deperfumes y ung entos. La coquetera femenina nunc a lleg tan alta enmateria de peinados, en variedad de pelucas, en el mundo de lamanicura. Las pellizas y abrigos de pieles eran habitual regalo de losesposos que regresaban vencedores de Galia o de Germania. Y laexhibicin de joyas era una de las grandes pasiones de las damas.Lolia Pallina se paseab a con cuaren ta millones de sestercios ms dedoscientos millones de pesetas) esparcidos en sus brazos y cuello enforma de piedras preciosas. Y se cuenta de un senador que fueproscrito por Vespasiano por lucir, durante las sesiones, en sus dedosun anillo con un palo valorad o en muchsimos millones. El mercadode joyas era uno de los mejores negocios de la Roma imperial. Pliniollega a enumerar ms de cien especies de piedras preciosas. Y cu andoTiberio trat de poner freno a estas exhibiciones, tuvo que rendirse,porque como cuentan los historiadores de abolir la industria dellujo se corra el peligrodeprecipitar a Roma en una crisis econmica.A este clima de lujo corresponda una vida de ociosidad. Elromano rico se dedicaba a no hacer nada. Tras una maana dedicadaa recibir o devolver visitas a los amigos para discutir de poltica oleerse mutuamente sus versos, el gimnasio ocupaba el centro de suda. Tras los ejercicios de pugilato, salto o lanzamiento de disco venala sesin de masaje y, tras ella, el complicadsimo ritual del bao,mezcla de sauna y bao actual. Se entraba prim ero en la sala llamadatepidarium de aire tibio, se pasaba luego al c lid rium de airecaliente, se entraba luego en el laconicum de vapor hirviente, yfinalmente, para provocar una reaccin de la sangre, se chapuzabanen la piscina de agua fra.Despus de nuevos masajes, llegaba la hora de la comida que,como seala Mon tanelli,hastacu ndo er sobria consist almenosenseis platos de ellos dos de cerdo. La cocina era pesada con muchassalsas de grasa animal. Pero los romanos tenan el estmago slido.

    La comida era la hora del gran derroche de lujo. Las mesasestaban cubiertas de flores y el aire era perfumado. Los servidorestenan que ser, en nmero, al menos el doble que los invitados y secolocaban tras cada triclinio, dispuestos a llenar sin descanso lascopas que se iban vaciando. Se buscaban los manjares ms caros.Juvenal contaba que los pescados slo son verdaderamente sabrososcuando cuestan ms que los pescadores. La langosta, las ostras, laspechugas de tordo eran platos obligados. Y cuando el banquete seconverta en orga, los criados pasaban entre las mesas distribuyendovomitivos y bacinillas de oro. Tras la descarga los convidadospodan continuar comiendo y comiendo. En este clima, la bsquedade exquisiteces no tena freno. Kautsky llega a hablar de banquetes enlos que se servan, como plato superexquisito, lenguas de ruiseores yDerlas oreciosas disueltas en vinaere.

    Roma: un gigante con pies de barro 31Tod o ello contrastab a con la pobreza de los pobres y cone usoyabuso de los esclavos. En torno a los palacios flotaba siempre unamasa pedigea y ociosa que se resignaba a vivir a costa de lospotentados. El sistema de la clientela les haba habituado a vivir dela esprtula del mendigo en lugar de trabajar.Trabajaba n, en cambio, los esclavos, ms baratos que nunca en lapoca imperial. Horacio dice en una de sus odas que el nmeromnimo de esclavos que puede tenerse para vivir en una comodidad

    tolerable es de diez. Pero en las casas nobles se contaban pormillares.Los esclavos eran, los ms, reclutados en las guerras con los paisesconquistados. En la tercera guerra de los romanos contra Macedoniasetenta aos del nacimiento de Cristo fueron saqueadas en E piro70 ciudades y, en un solo da, 150.000 de sus habitantes fueronvendidos como esclavos.Su precio era ridculo. De acuerdo co n Bockh el precio usual de unesclavo en Atenas era de cien a doscientas dracmas una dracm a era,ms o m enos, el salario de un da de trabajo). Jenofonte informa queel precio variaba entre cincuenta y mil dracmas. Y Apiano informaque en el Ponto fueron vendidos algunos esclavos por el precio decuatro dracmas. La misma Biblia nos cuenta que los hermanos deJos le vendieron p or slo veinte siclos unas 80 jorna das de trabajoen total). Un buen caballo de silla vala por aquella poca dos mildracmas, el precio de muchos seres humanos.La vida real de los esclavos era muy irregular: espantosa la de losque trabajaban en las minas o en las galeras, era, en cambio, regaladay ociosa si tenan la suerte de tocarles un buen am o en la ciudad. E ranmuchos de ellos cocineros, escribientes, msicos, pedagogos e, inclu-so , mdicos y filsofos. Este tipo de esclavos educ ados especialmentelos griegos, que eran muy cotizados) eran, en realidad, tan ociososcomo sus amos. Pero siempre estaban expuestos al capricho de losdueos y a sus estallidos de clera. Cicern cuenta la historia deVedio Polio que orden a uno de sus esclavos, por haberle roto unavasija de cristal, que se arrojara al estanque para ser comido por lasvoraces murenas. El mismo Aug usto hizo clavar a uno de los suyos enel mstil de un navio. Y, en tiempos de N ern, al ser asesinado un altofuncionario, se hizo matar a sus cuatrocientos esclavos: aun recono-cindoles inocentes, fueron crucificados por no haber sabido prote-gerle.No es difcil comprender el odio que toda esta masa de millones deesclavos senta hacia sus amos. Un odio tanto mayor cuanto que nose sentan capaces de derribar el poderoso sistema del Estado quegarantizaba estas divisiones. Rebeliones como la de Spartaco nofueron muy frecuentes; s lo era en cambio el huir hacia las montaas

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    32 Elmundo en que vivi esspara convertirse en criminales y bandoleros o el traspasar las fronte-ras para unirse a los enemigos del imperio.Para muchos otros la religin era la nica esperanza. Los cultosexticos y orientales y tanto mejor si tenan mezcla de elementossupersticiosos tenan xito entre ellos y las criadas llegadas deAntioqua o Alejandra eran agentes de propaganda de los cultosexticos que prometan una existencia menos injusta. Ms tarde esaamargura servira de camino para una mejor acogida del evangelio.

    Crisis econmicaA la crisis social se una la econmica. A pesar de todo suesplendor, a pesar de la buena administracin de los dos ltimosemperadores, la verdad es que el imperio romano estaba ya entiempos de Cristo en vsperas de una gran bancarrota. No poda sermenos en una sociedad obsesionada nicamente por el placer y ellujo.Cuando Cristo dijo que las zorrastienen cuevasy las aves delcielonidos; mas el hijo del hombre no tiene donde reclinarsu cabeza Mt 8,

    20) estaba repitiendo casi literalmente un pensamiento que 130 aosantes haba expuesto Tiberio Graco:Los animales silvestres de Italia tienen sus cuevas y sus cobertizosdonde descansar, pero los hom bres que luchanymueren por la grande-zadeRoma no poseen otra cosaque l luzy elaire,y estoporque no selo pueden quitar. Sin hogar y sin un lugar donde resguardarse, vagande un lugar para otro con sus mujeres e hijos.

    Pero en aquel tiempo eran muy pocos los que pensaban en lagrandeza y el futuro de R oma . Lo nico que un a a ricos y pobres erasu obsesin por la conquista del placer de cada da. Los ricos notenan el menor deseo de cambiar un mundo en que tan bien lopasaban. Pero tampoco los pobres aspiraban a cambiar el mundo,sino simplemente a que las riquezas cambiaran de dueo. Ni trabaja-ban, ni deseaban trabajar. Todo lo que deseaban era una distintadistribucin de los placeres, no una mejora de produccin. Kau stkyha sealado con exactitud:

    La economa basada en la esclavitud no supona ningn avance tcni-co, sino un retroceso, que no slo feminizaba a los amos y los hacaincapaces paraeltrabajo, que nosloaumentabaelnmerodetrabaja-dores improductivos de la sociedad, sino que, adems, disminua laproductividad de los trabajadores productivosyretardaba los avancesde la tcnica, con la posible excepcin de ciertos comercios de lujo.

    Roma:un gigante con pies de barro 33El esclavismo era, as, no slo una brutal injusticia, sino tam binun enorm e error econmico. N o slo destruy y desplaz al campesi-nado libre, sino que no lo sustituy por nada. Quin se preocupabapor m ejorar los medios y mtodo s de produccin cu ando los esclavosla hacan tan barata?Pero el esclavismo estaba cavando su propia tumba. Era unsistema que slo pod a alimentarse con la guerra. Precisaba cada danuevas victorias que aportasen nuevas remesas de esclavos; hacanecesaria una constan te expansin del Imperio pa ra conseguir mante-ner el ritmo de esclavos baratos que Roma consuma.Pero este crecimiento constante precisaba, a su vez, un aumentoconstante del nmero de soldados que custodiasen las cada vez msanchas fronteras del Imp erio. En tiempo de Augusto la cifra era ya de300.000. Aos despus esta cifra llegaba a doblarse. Lo enorme deesta cifra se comprender si se tiene en cuenta la corta densidad depoblacin que el Imperio romano tena. Italia contaba en tiempos deAugusto con menos de seis millones de habitantes y todo el imperiono superaba los cincuenta y cinco. Si se aade que el ejrcito estabaentonces extraordinariamente bien pagado, se entender la sangraque supona su mantenimiento.Slo haba pues dos m aneras de sostener la economa: los impues-tos y el pillaje de las provincias conquista das. Pe ro uno y otro sistemahacan crecer el odio que carcoma los cimientos econmicos delcolosal Imperio ro man o, que se converta as en realizacin perfectade la estatua bblica con cabeza de oro y pies de barro.

    La crisis espiritual y religiosaPero la crisis de las crisis se desarrollaba en el mundo del espritu.Tito Livio describira la situacin de la poca con una frase trgica:Hemosllegadoaunpunto en elqueyanopodemos soportar ninuestrosvicios ni los remedios que deellosnos curaran. En realidad Roma nohaba tenido nun ca un pensamiento au tno mo . Ni sus filsofos ni susartistas haban hecho otra cosa que seguir el camino abierto por losgriegos. Pero aho ra esa pobreza ideolgica haba llegado al extremo.Eran los estoicos quienes mayorm ente pesaban en aquel mom ento. Y,si eran admirables en algunos de sus puntos de vista morales, nuncatuvieron un pensamiento po sitivo que pudiera dar sentido a una vida.Huye de la multituddir Sneca,huye de la minora huye inclusode la compaa de uno solo. Cmo vivir de un pensamiento tanderrotista sobre la humanidad?Qu esperarse preguntar Ropscon justicia de una sociedad cuyos mejores dimiten?

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    Y esta crisis de lo ideolgico se haca ms grave al llegar al campode lo religioso. El declinar tan to del politesmo griego como de laantigua religiosidad romana era ms que evidente. En Grecia lacrtica frontal qu e el racionalism o haba hech o de los dioses habaempujado a las masas hacia la ms total incredulidad. La visin delmundo que arrancaba de Demcri to y que Epicuro haba populari-zado no dejaba lugar alguno para los dioses. Y el evemerismo h abacontribuido finalmente a la desdivinizacin del mundo religiosogriego. Es cierto que todas estas ideas haban nacido entre los intelec-tuales y clases altas pero la polmica entr e cnicos y estoicos hab apopularizado el tema y actuado como un corrosivo en la fe popular.La evolucin poltica del mundo mediterrneo contribuira an msal hundimiento de la fe en Grecia duran te los decenios que precedie-ron la venida de Cristo. L a mezcla de ideas que supuso la emigracinhelenstica a Oriente y la llegada de los cultos orienta les a Grecia enlugar de producir una purificacin dio origen a un sincretismo quetermin convirtindose en una prdida de sustancia religiosa.La misma crisis que afect a Grecia hiri tambin el mundoreligioso romano. La vieja religin romana puramente ritualista ycuyo nico gesto religioso era ofrecer sacrificios para aplacar a unosdioses vengativos no poda ya convencer a nadie. El culto a laCiuda d que se haba convertido ahora en culto al emperad or era endefinitiva ms una manifestacin poltica de vasallaje que un verda-dero gesto religioso. Y es dudoso que el pueblo romano llegara enalgn tiempo a aceptar al amplio mundo mitolgico que llegaba deGrecia. Probablemente los ms pensaban como Juvenal:

    Que hay unos Manes y un reino subterrneo de ranas negras en laEstigia y un barquero armado con un garfio para pasar en una solabarca a tantos millares de hombres son cosas que no las creen yan loschiquillos.Esto explica el inters que por aquella poca despertaban enRo ma los cultos orientales. La capital del Imperio rebosaba en aqueltiempo de magos astrlogos y todo tipo de farsantes charlatanes. Laltima razn de ello estaba probablemente en el hecho de que ni laantigua religin romana ni el politesmo griego haban respondidojams a las preguntas del hom bre sobre el ms all a sus deseos desupervivencia tras la muerte. La falta de este aspecto soteriolgicohaca que los rom anos se volvieran hacia cualquier forma de religiosi-dad que respondiese a esa necesidad. Las nuevas religiones orientalesaportaban cuando menos una apariencia misteriosa que llenaba losdeseos recnditos de las almas romanas. Los misterios orientalesno se limitaban a o rganizar el culto sino que trataban de explicar al

    hombre cmo deba organizar moralmente su existencia en estemundo para asegurarse la existencia en el ms all.

    Rom a estaba pues llena de santuarios a Isis y Osiris; tena granxito la diosa negra venida de Frigia y a la que los romanos conoce-ran como Cibeles. Ms tarde vendran Astart Afrodita... Al secoracionalismo del politesmo griego se opona ahora una mezcla detoda forma de sentimentalismo irracional.Pero an estos cultos orientales llegaban difcilmente a la masaque se contentaba simplemente con una religiosidad supersticiosa. Lafe de las masas se centraba en lo astrolgico y en los ritos ocultistas demagos y pitonisas. La idea de que la vida era conducida por lasestrellas era central entonces. La interrogacin a los astrlogos hechacon un verdadero temor servil se practicaba aun para las cosas mspequeas: al emprender un viaje al com prar un a nimal. Y se practica-ba tambin en las cosas impo rtantes. Los propios emperadores queprohiban estas formas de magia consultaba n a hechiceros y pitoni-sas antes de emprender u na campa a militar. Los mago s los intrpre-tes de orculos eran parte sustancial de toda fiesta popular. Yexplotaban el fuerte temor a los demonios que se haba extendidotanto por todo el mundo helenstico en las ltimas dcadas. Habauna enorm e sed de maravillosismo. Los templos de Asclepio o Escula-pio eran lugares de peregrinacin constante por parte de enfermos ylisiados de todo tipo. Asclepio cuyo culto tanta lucha presentar alcristianismo naciente era el salvador del mundo.El emperador A ugusto intent co ntener esta ola de supersticionesy frenar la ruina religiosa y moral de su pueblo y propici para ellouna reconstruccin oficial de la religin. Pero la fe no se impone pordecreto. Augusto vigoriz el culto pero no la fe. Reorganiz losantiguos colegios sacerdotales restaur los santuarios en ruinasrestableci las fiestas de los dioses que haban cado en olvidodevolvi a las familias principales su papel de directivos religiosos delpueblo. Pero si era fcil imponer u nas ceremonias no lo era cambiarel corazn. Y los nobles se limitaron a au men tar su dosis de hipocre-sa aunando culto e incredulidad.Tam poco la idea de implantar un culto al soberano fructific. Selevantaron s mu chos templos y estatuas a su nomb re pero todos lovean como un hecho poltico y no religioso.La esperanza de salvacin

    Es comprensible que todo este estado de cosas creara en losroman os un gran vaco espiritual y que por toda s partes se soase uncambio en el mundo. Es sobradamente conocido que Virgilio en sugloga IV escribi unos versos extraos anu nciando el nacimiento deun nio milagroso con el que llegara al mundo una edad de oro.

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    Durante siglos se dio a este poema un carcter casi proftico. Enmuchos templos cristianos en la misma Capilla Sixtina se hapintado a la Sibila de Cumas como anunciadora de este mesasesperado. Hoy no se reconoce a este poema Virgiliano este carctertan honda men te religioso pero s se le ve como expresin de la tensaespera en que vivan por entonces los mejores espritus.Esta sed iba a ser un gran abono para la llegada del evangelio.Rops ha escrito:El imperio prepar al evangelio el cmodo marco por donde se difun-di los medios de comunicacin que utilizaron los apstoles y la pazque le permiti arraigar antes de la hora de las grandes alteraciones.Pero a todos los problemas que se planteaban entonces a los hombresfue Cristo quien aport solucin.En la crisis de la inteligencia la doctrina de Jess reconstruy lasmismas bases de la persona para fundar as un nuevo humanismo.Para la crisis moral suscit un cambio radical en los principios que envez de depender de la sola razn y de los intereses sancionados por lasleyes colectivas se refirieron directamente a Dios. En la crisis social elevangelio devolvialhombreasu dignidad y alproclamarque lanicaley necesaria erael amor colmdeun golpe la esperade loshumilladosy de los esclavos y permiti a la sociedad hacer circular por sus venasuna sangrenueva. en lacrisisespiritual toda una confusa aspiracinhacia un ideal de justicia sobre la tierra y paz ms all de la tumbadesemboc por fin en la luz de una doctrina precisa ms pura queninguna otra.

    El diagnstico de Rops puede que peque de optimista; muestra almenos una sola cara del problema. Porque tambin es verdad quetodo el mundo filosfico y religioso de la poca se opon a en lo msntimo a la idea de un Dios muerto com o un malhechor para salvar alos hombres; y que no era aquel mundo el ms capacitado paracomprender las bienaventuranzas y que todo se opona en la sabidu-ra griega a la locura cristiana. El mismo cors jurdico rom ano seraun da una grave tentacin en la que no pocos cristianos caeran. Y elculto al emp erador sera un a llaga que sangrara de persecuciones entodos los rincones del Imperio.Pero tam bin es evidente que la tendencia al mono tesmo tras elcansancio de tan tos dioses mediocres y grotescos y que el profundoanhelo de redencin que todas las almas despiertas experimentabaniban a ser buena tierra en la que germinase con fuerza aunque condificultades la semilla evanglica. Dios vena a un mund o po drido. Yel mundo aunque podrido le esperaba.

    II. U N OSCURO RINCN DEL IMPERIOTengo ante mis ojos un mapa del siglo XVI en el que Jerusalnaparece como el centro del mundo. Naciones continentes todo giraen torno a la ciudad cien veces santa.No era as en tiempos de Cristo. Jerusaln y Palestina eran unrincn del mun do un rincn de los menos conocidos y de los msdespreciados. El romano medio y an el culto difcilmente hubiera

    sabido decir en qu zona de Oriente estaba situada Palestina.Pero no slo era desconocimiento sino verdadera antipata y anhostilidad. El antisemitismo es un fenmeno muy anterior a Cristo.Cicern en su defensa de Flaco llama a la religin de los judo ssupersticin brbara.Y a l se atribuye la frase que afirma que el Diosdelosjudos de be ser un dios muy peq ueo pues les dio una tierra tanpequea como nacin.Ms duro es Tcito que llamarepulsivas e imbcilesa las costum-bres de los judos que les apoda raza abominable y que les retratacomo un puebloposedopor una od iosa hostilidadhacialos dems. Seseparand elosdems enlascomidas tratandeno cohabitar conmujeresde otras creencias pero entre ellos no hay nada que no sea permitido.Incluso las ms hondas creencias de los judos son criticables paraTcito:Las almas delosmuertosenbatalla o ejecutados por su religinlasconsideran inmortales; de ah su tendencia a engendrar hijos y sudesprecio a la muerte.An carga m s la mano Juven al en su Stira XIV. En ella habla deun pasdonde existe an una vetustsima y delicada sensibilidad hacialos cerdos; tanto que ni la carne humana es ms apreciada. Llamadespus a los judos haraganes porque descansan en sbado y adoradores de nubes porque no conocen las estatuas de los dioses.Apolonio les califica de los menos dotados de todos los brbarosraznpor la cual no han contribuido con ningn invento al progreso dela civilizacin. Les presenta adems como impos y ateosporque norepresentan a su Dios en imgenes ni permiten inscribirlo en elcatlogo de los dioses asiticorroman os. Plinio los seala como razaconocidade todos porsu vergonzosoatesmo.Y Tcito comodesprecia-dores de los dioses.Si esto ocurra en la pluma de los cultos es fcil imaginarse loque aparecera en la boca del pueblo. En las comedias romanas erafrecuente presentar al judo como el tonto o el fantico: los chistessobre ellos siempre encontraban un auditorio dispuesto a rer agrandes carcajadas.Y pueden encontrarse en aquella poca varios casos de terriblespogroms.Mommsen tiene una excelente descripcin de uno ocurridoen Alejandra por los mismos aos en que mora Cristo:

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    Estall una furiosa cazadejudos. Aquellas habitacionesde judosqueno fueron cerradas a tiempo, fueron saqueadas e incendiadas, losbarcos judos en el puerto fueron desvalijados,losjudos encontradosen los distritos no judaicos fueron maltratados y asesinados.La aportacin ms grande a la historia del mundo

    Este pas ignorado y este pueblo despreciado iban a ser, sinembargo, los elegidos por Dios para hacer la mayor aportacin a lahistoria del mundo y de la humanidad.Israel iba a dar al mundo el concepto de la unidad de Dios. Slodos de las naciones de la civilizacin antigua, los persas y los judos,haban llegado al monotesmo, no com o una filosofa, sino como u nareligin. Por ello como reconoce el mismo pensador marxistaKautsky los judospudieronas ofrecer el alimento ms aceptable alas mentes del decadente mundo antiguo, que dudaban de sus propiosdioses tradiciona les, pero que no tenan la suficiente energ a paracrearseun concepto de lavidasin un dios o con un dios nico. Entre lasmuchas religionesque seencontraban en el imperio romano,lajudaicaera la que mejor satisfaca el pensamiento y las necesidadesde la poca;era superior no slo a la filosofa de los .paganos sino tambin a susreligiones. Tal vez sta era la razn por la q ue los romanos serefugiaban en la irona y el desprecio: el hombre siempre gusta dedefenderse con risas de aquellas novedades que le desbordan y ame-nazan sus viejas rutinas.Pero Israel no slo iba a ofrecer al mu ndo la idea de la unidad deDios. Iba, adems, a avanzar muchos kilmetros por las entraas dela naturaleza de ese Dios uno. Grundmann lo ha definido muy bien:

    La humanidad debe a Israel la creencia en un ioscreadoryconserva-dor del cieloyde la tierra que rige los destinos de los pueblos y de loshombres; irrepresentableeinaprensible, noesun pedazodesu mundo,sino que se encuentra frente a l y lo gobierna. Israel testimonia de smismo que este Dios es aliado suyoylo hizo el pueblodesu alianza; lerevel su ser y le dio a conocer su voluntad en santos mandamientos.Pero an no es eso lo ms importante que Israel ha regalado almundo. Porque Israel iba a dar tierra, patria, raza, carne, al mismoDios cuando decidi hacerse hombre. Israel se constitua as enfrontera por la que la humanidad limita con lo eterno. Tendremos queconocer bien esa tierra y este pueblo.

    Con el nombre de los enemigosConocemos con el nombre de Palestina la zona costera del Orienteprximo en la que se desarroll la historia de Israel. No siempre sellam as. Este nombre de Palestina aparece en los tiempos deAdrian o, despus de la segunda guerra judaica, p or el mismo tiempoen que Jerusaln fue bautizada con el nombre de Colonia AeliaCapitolina. Mas si el viejo nombre de la ciudad venci pronto al

    puesto por los romanos, no ocurri as con el del pas y eso que, enrealidad, era para los judos un nom bre infamante.La tierra de los israelitas se haba llamado, antes de su llegada,Canan. Posteriormente comenz a ser conocida como Judea, porJud, la ms importante de las tribus de Israel. Pero el nombre quepermanecer ser el puesto con negras intenciones por los romanos:Palestina, la tierra de los filisteos Philistin), los eternos enemigos delos judos. Se trataba de borrar su recuerdo hasta del nombre de supas.Este dato resume entera la historia de este pueblo que se diranacido para la persecucin. Puede que la misma situacin geogrficade su tierra est en la raz de todo. Palestina est en el centro del grancascanueces que formaban los dos mayores imperios del Oriente:Sirios y egipcios, en su permanente lucha por la hegemona del mun dooriental, ocuparn alternativamente las tierras palestinas. Situadaescribe Stauffer enunrincn tempestuoso entre ambos continentes,por todas partes larodearonyatacaronlos Imperios ms antiguos de latierra. Cuando haba equilibrio de poder entre ambas potencias,Israel poda vivir con relativa independencia; pero en cuan to un o delos dos se senta poderoso, era Israel el primer invad ido. Desgraciada-mente ninguno de los dos imperios era lo suficientemente fuerte paramantener m ucho tiempo su dominio Palestina habra vivido as bajosu dependencia, pero tranquila) y, as, el alternarse de amos pareca susino, gemelo al que Polonia vivi en el siglo XVIII, cogida entre lastenazas de Rusia, Prusia y Au stria. Si a esto se aade el que Palestinaestaba atravesada por grandes ru tas comerciales, con las que do mina-ba el trfico entre Egipto y Siria, por un lado, y entre los fenicios delactual Lbano y los habitantes de Arabia, se comprender que fueraun bocado predilecto de todo invasor que quisiera controlar elPrximo y Medio Oriente. As fue en los tiempos de David, as loconoci Cristo en su poca, as sigue ocurriendo hoy.

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    Ms ca luroso es Nazaret, que est a slo 300 metros sobre el niveldel mar. Aqu es frecuente sobrepasar los 40 grados y aun en inviernonunca se llega a los cero grados.En Palestina la nieve es rarsima. A veces en las altas montaas.En Jerusaln llega a nevar algunas veces, pero casi nunca cuaja lanevada y apenas dura, si lo hace.Se entiende por todo ello que a los palestinos les preocupasemucho ms el calor que el fro. Y el viento ms que los dos. Enprimavera es muy frecuente el sherquijje o siroco, viento clido deleste, o tambin el famoso khamsin o simn, del sureste, ambosasesinos para la salud y la agricultura.

    Las cuatro provinciasEn tiempos de Cristo no se usaba ya la vieja divisin del pas endoce tribus, sino la particin administrativa en cuatro grandes pro-vincias y algunos otros territorios ms o menos autnomos. Cuatroprovincias muy diferentes entre s y de las cuales tres estaban situadasen el lado occidental del Jordn y slo una, Perea, en el oriental. Enlas cuatro se desarrollar la vida de Jess, pero en Sam ara y Perea setratar slo de breves estancias. Son Judea y Galilea el verdaderoescenario de la gran aventuraJ de la gran ventura.Judea jugaba, desde siempre, el papel de protagonista. En ellaestaba Jerusaln, centro religioso, poltico y cultural del pas. Judeaera, como decan los rabinos, el pas de la Schekinah, es decir: el de ladivina presencia, una especie de santo de los santos de la geografadel mundo. Estrabn, el famoso gegrafo romano, haba escrito quenadie emprendera una guerra por apoderarse de este pas de riquezamaterial tanescasa. Pero los habitantes de Judea basaban su orgulloen cosas bien distintas de su riqueza material. Presuman incluso de lapobreza de sus campos. El Talmud escriba, con una clara punta de

    orgullo de habitante de Judea:Quien desee adquirirlaciencia quevayaal Sur Judea); quien aspire a ganar dineroq uevayaalnorte Galilea).Ciertamente era Jud ea la regin ms culta, ms cump lidora de la leyentre los judos del tiempo de Jess. De ella salan la mayora de losrabinos y los miembros de la secta farisaica. Por eso despreciaban alas dems regiones y se preguntaban con asombrosi de alileapodasalir algo bueno.En Judea estaban, adems, las ciudades ms grandes e importan-tes de la Palestina de entonces. Aparte de Jerusaln, en la zona delMediterrneo nos encontramos con Gaza y Ascaln, dos ciudadesclebres construidas por los filisteos y odiadas, por ello, por losjudos; con Jamnia, que tras la destruccin de Jerusaln fue durante

    algn tiempo residencia del sanedrn y centro cultural del pas; conLydda, una gran ciudad comercial situada a una jornada de caminode Jerusaln; con el puerto de Jaffa, en el que en otro tiempoembarcara el profeta Jons; con Antpatris que formaba el lmiteseptentrional de Judea.Ms importante era an la zona llamada de la montaa real.Apa rte de Jerusaln all estaba Heb rn, patria sepulcro de Abrahn;y Beln patria de David y de Cristo: y, en el valle del Jordn, a unosveinticinco kilmetros de la capital, Jeric, una bella ciudad en unoasis en medio del desierto.Al norte de Judea y separada de ella por una lnea artifical a laaltura de Antpatris y Silo estaba la provincia de Samara que, portodas las circunstancias de su poblacin, se hubiera dicho que erams una nacin diferente que una provincia del mismo pas. Dospueblosaborrecemialmaescribe el talmudista hijo de Ben Siracyun tercero queno es nisiquierau n pueblo:los que habitanen el monte deSeir, los filisteos y el pueblo insensato de Siquem los samaritano s).Esta aversin vena de antiguo, desde que Sargn, rey de Asira,despus de apoderarse de Palestina y llevarse exilados a la mayorparte de sus habitantes , asent en la regin de Samara una mezcla depueblos trados como dice el libro de los Reyes 4 Re 17, 24)deBabilonia y de Cutha, de Avoth, de Emath y de Sefarvain. Estamezcolanza constituy el pueblo samaritano, que tambin en loreligioso viva una mezcla de cultos orientales y de creencias judas.Que los samaritanos se atrevieran a presentar su religin com o cultoal verdadero Dios irritaba a los judos; que, encima, se atrevieran alevantar en Garizin un templo mulo del de Jerusaln, sobrepasabatoda la medida. Se comprende as que llamar a uno samaritanofuera el ms fuerte de los insultos: que el Talm ud ni siquiera mencion ea Samara entre las regiones de Palestina; y que los judos se purifica-sen despus de encontrarse con un samaritano o de cruzar su tierra.Era incluso muy frecuente que quienes bajaban de Galilea a Judeadieran un rodeo por Perea para no tener que pisar la provinciablasfema.

    En los lmites geogrficos de Samara, pero perteneciendo jurdi-camente a Judea, estaba, a orillas del Mediterrneo, Cesrea. Era,despus de Jerusaln, la ciudad ms importante de Palestina; ciudadcentro de la dominacin romana y residencia habitual del procura-dor, era una ciudad tpicamente pagana, odiada, por tanto, por losjudos. Los rabinos la denominaban ciudaddelaabominaciny de lablasfemia.Era en tiempos de Cristo u na bella ciudad, tras haber sidoengrandecida y embellecida por Herodes que cambi tambin suantiguo nombre de Torre de Estratn por el de Cesrea, en honor deAugu sto. Tena entonces un excelente puerto. Hoy es slo un m ontnde ruinas.

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    Dulce y bronca GalileaDesde el punto de vista de la vida de Cristo es Galilea la reginque ms nos interesa. Su nombre viene de la palabra hebrea galilque significa crculo y tambin anillo o distrito. Era la regin msbella y fructfera de Palestina. Los contrafuertes del monte Hermn,el Tabor, la llanura de Esdreln, el lago de Tiberiades y sus cercanasformaban un conjunto verdaderamente hermoso. Sobre su fertilidad

    dice el Talmud queesm s fcilcriar una legindeolivos en alileaqueun nio en Judea.Era tambin la zona ms poblada de Palestina, aunque no puedanconsiderarse verdaderas las exageraciones de Flavio Josefo cuandoescribe que la menor ciudad de Galilea tena 15.000 habitantes. Sparece en cambio bastante exacto el retrato que el historiador nosdeja del carcter de los galileos. Eran, dice, muy laboriosos osadosvalientes impulsivos fciles a la ira y pendenciero s. Ardientes patrio-tas soportaban aregaadientesel yugoromanoy estaban ms dispues-tos a los tumultos y sediciones quelosjudos de las dems comarcas.Muchas pginas evanglicas atestiguan la exactitud de esta descrip-cin. Tambin el Talmud asegura que los galileossecuidabanms delhonor que del dinero.Eran, sin embargo, despreciados por los habitantes de Judea queles consideraban poco cumplidores de la ley. El contacto con lospaganos era mayor en Galilea que en Judea. La provincia estabaabierta al comercio con Fenicia, el Lbano de hoy y la colonia deSforis, plantada en medio de la regin, era un p ermanen te pun to decontacto con el helenismo. Por ello hablaban a veces los habitantes deJerusaln y el mismo san Mateo de Galilea de los gentiles. Losgalileos eran, s, buenos cumplidores de la ley, pero hacan menoscaso de las tradiciones farisaicas, por lo que eran acusados de relaja-miento. Un da los doctores dirn a Nicodemo: Examina las escritu-ras y vers que de alileano salenprofetas Jn 7, 52). Efectivamentelos galileos no gustaban de los tiquismiquis en el estudio de la ley yeran pocos los galileos que pertenecan a los doctores de la misma.Eran, en cambio, quiz ms exigentes en el cumplimiento de lofundamental de la ley.El nivel cultural era inferior al de Judea. Su pronunciacin eratorpe y dura. En Jerusaln se rean y hacan bromas al escuchar a ungalileo, que era conocido en cuanto abra la boca.En la regin no haba ninguna ciudad muy populosa,