—mayo 2014—
L E T R A S
RARAS
r e v i s t a ®
Dirección editorial, redacción, mercadotecnia, ventas, diseño y todo eso: Editorial Sad Face L. Revista Letras Raras es una marca registrada. 2014. Año 3, número 8. Fecha de circulación: mayo de 2014. Revista editada y publicada por Editorial Sad Face y Her Majesty’s Entertainment. Domicilio conocido, código postal 90210. Revista producida en México. Prohibida su reproducción. Portada: Anónimo. Todos los contenidos originales aquí verOdos son propiedad de sus respecOvos autores y están protegidos por INDAUTOR todo poderoso… ¡Así que no te fusiles nada o te despellejaremos vivo!
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Pásenle, pásenle...
ÍNDICE
Editorial . . . . . . . . . . . 4 Debiste . . . . . . . . . . . 5 Trastorno . . . . . . . . . . 6 La doble y única prisión . . . . . . . 10 Dos maldiciones . . . . . . . . . 13 Atrapado . . . . . . . . . . 16 Las torres . . . . . . . . . . 17 Un decapitado junto a la vía del tren . . . . . 20 Sobre los tacos árabes en Puebla . . . . . 21 Autores . . . . . . . . . . . 27
Editorial
¿Se dieron cuenta que no hubo revista en abril? Pues sí, amigos, esas cosas pasan, pero
—el pinche editor—
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mayo 2014
no se alarmen, pues ya estamos de regreso para presentarles una selección de los mejores trabajos que nos han hecho llegar a la bandeja de entrada. El presente ejemplar reúne sobre todo trabajos de narrativa, algunos de ellos de autores que ustedes, seguidores veteranos de esta publicación, ya conocen, así como otros que se suman al honorable roster de Letras Raras.
Sean bienvenidos al más reciente ejemplar de ésta, su revista. Disfrútenlo y con mucho gusto nos saludamos en junio, mes de aniversario para quienes trabajamos en la edición.
Saludos cordiales.
Mario C. Gonzá
lez debiste
Maldita sea. Si te pensabas largar hubieras dejado a cambio de esta carta una botella de vodka... ¡Carajo! Bien sabes que me ayudaría a olvidarte. Debiste llevar contigo todos los besos que aún conservo y que eran tuyos. ¿Por qué tenías que dejar tu esencia, tu estúpido recuerdo en mi memoria o el maldito roce de tus labios en los míos? También debiste haberte llevado la mitad de mi corazón y las marcas en mis manos que quedaron hechas por tu piel. Por último y principal, debiste llevar contigo todos mis poemas, o aún mejor: la mano con la que escribo. Quizá también mis piernas para no seguirte. Qué va... Me hubieses llevado contigo.
TR
AST
OR
NO
Jaime Carcaño
—Te amo.
—Yo sé.
Lo noté a los siete años: Alfredo, la tortuga de la clase, murió. Chuchín lloraba, igual que Karem y Stefi. Yo no. No entendía nada de todo aquello; aún no lo entiendo. Lloré. Cristal, supongo; he olvidado el peso de las lágrimas.
No conozco la empatía. Conozco la palabra empatía y su significado, pero no me representa nada. Es como describir el aceitoso y ácido amarillo a un ciego, supongo. ¿La empatía es aceitosa y acida? ¿Es amarilla? No lo sé, imagino que eso me hace un tanto ciego también.
Recuerdo la muerte. Yo morí a los cinco. Bien muerto. Mi hermano también murió, pero no lo sabe. Su muerte fue rápida y muy permanente. Ahora las muertes no ocurren más. Imagino que sólo hay una muerte, la primera, las demás son esa misma muerte reutilizada, visitada de a chupetes, prestada de lo ajeno, del cadáver apestado a infancia, a lástima, a asfalto y gasolina.
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A veces me gusta pensar que siento y no me doy cuenta. A veces me gusta pensar que siento y me doy cuenta, pero me miento. No es fácil mentirse todo el tiempo, pero hay que hacerlo, por misericordia y humanidad.
Cuando cumplo años, siento eso que sienten cuando cumplen años, esos dos centímetros que uno crece inmediatamente al levantarse de veintiséis años. Siento una cana que brota. Siento anaranjado.
Cuando la vi lo supe; ahora mismo debo estar embelesado. ¿Enamorado quizás? ¿Hay requisito para enamorarse? ¿Hay que coger? ¿Besarse? ¿Conocer a los padres? ¿Dormir abrazados? ¿Declararlo expresamente? ¿Quizás?
Supongo que el amor también existe de manera individual e irrepetible. Uno lo reconoce, mas no lo crea ¿Pero qué pasa cuando uno es un tanto ciego?
Ella es mía y yo soy suyo. Y le amo. Y nos amo. Y me amo siendo parte de ella. Eso lo sé, nunca lo he dudado. Lo sé aunque no lo note. Lo sé aunque no lo vea. Lo siento aunque no me dé cuenta. Mi amor lleva los labios rojos y el pelo crespo. Es así, de pecho tibio y manos heladas. No, ella no es el amor; no son lo mismo, pero son de la misma talla. De mi talla. Es aceitoso el amor, no como el amarillo, sino como el fa del chelo. No es suave pese a lo que se p u d i e r a p e n s a r ; e s a fi l a d o , puntiagudo. Es aislado, vibra solo, todo el tiempo. Vibra. Es eso: el amor vibra. Vibra en mis manos. En sus rodillas. Vibra en mis labios torpes y su aliento que me bebo de golpe. Es dulce el amor y se escurre como jugo de durazno por las mejillas. Nos embarramos la camisa con amor. Nos embarramos el alma y la existencia. Yo le amo, eso lo sé, nunca lo he dudado.
Yo le amo, eso lo sé, nunca lo he dudado.
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Todo es susceptible de control. Me gusta pensar eso. Cuando me dijeron que la tía Pilar había muerto separé los labios. Justo, perfecto. Menos hubiera significado que engañaba al tío Roberto. Más, que había ganado una beca del colegio por aprovechamiento. Pero no: ella murió en ese medio centímetro entre mis labios. Ahí, asomada entre mis dientes inferiores, quedó su vida entera.
A ella la celo, por supuesto. Siento esa punzante vergüenza que se aloja en el apéndice. La inseguridad que me vacía de sangre las piernas. La celo, como cuando estoy desnudo; me sé expuesto, vulnerable, con comezón en la nuca. ¿Miedo a perderla? No. Nunca ha sido mía ni dejará de serlo. Tengo miedo a pasar uno de sus minutos sin ella. Que nos dejemos de lado, así, sin octavas. Miedo, como cuando se te termina la leche para el cereal y olvidas todas las palabras. Como despertar siempre a la misma hora. Como olvidar las comas para siempre. Y los puntos. Miedo. Arenoso y frío miedo.
Le amo, así que me ha gustado, supongo. Hay estética en la forma en que toma la cuchara. Con cuidado y sin recatos. Y viste a los colores, los adorna. Y sonríe como laguna a medio día. Me mira fijamente y puedo sentir que se me arruga cada centímetro del esternón cuando ella arruga la nariz. Y sus besos son pimienta con mejorana. Y canta como la frambuesa, pero más obscuro.
Es un milagro cotidiano; ahí reside su poder. Si la quinta de Beethoven llevara tacones, sería imposible reconocer a una de la otra. Duda mucho, le parpadea la voluntad. Ama por completo en amaneceres de color salmón y rocío de clavel en botón. Me ha dicho que no le gusta el clavel. Yo sé que de ahí nacen sus dudas, pero me cuesta explicárselo.
yo amo y ya. yo amo y ya.!yo amo y ya. yo amo y ya. yo amo y ya. yo amo y ya.!
!
! No sé qué se supone que uno haga cuando ama. Hay tipos talentosos que pueden amar y tomar la ducha. Yo no; yo amo y ya. Como las camelias que caen de la ternura, así le arranco la ducha al amor. Le robo un plato de sopa de cebolla que me como con un par de sus crutones. Me lo bebo sin azúcar por la mañana. Y me pregunto constantemente: ¿dónde acaba el amor y comienza la muerte? !
Y soy grande ejerciendo el alma; al menos me parece que es así. La cobijo y le beso la frente. Le cocino. Le hablo y la huelo todo el tiempo. La miro cuando hace nada; cada paso que da yo lo observo. Lo estudio. Lo hago mi paso como he hecho mías cada una de sus cicatrices. Nuestras cicatrices. Entono su voz. Le caliento el agua. Rozo su lengua con la mía. Y cierro los ojos. Siempre los cierro. La pruebo. Me tomo mi tiempo. Y la pruebo nuevamente. Llevo sus besos a todas partes. Visto sus besos en el bus. En la oficina. Los combino con la corbata. Y pongo mala cara cuando está menstruando. Y maldigo desconocidos. Y me disculpo por haber dicho algo que nunca dije. Y la escucho. Mucho más de lo que piensa. Escucho lo que no dice. Escucho lo que calla. Escucho sus historias duras que disfraza de anécdotas escolares. Escucho que le tiembla la voz cuando no dice eso que le sucedió, cuando no confiesa que la lastimaron. Y le abrazo. Le abrazo cuando, entre el precio de las tortillas y el limón, me ha llorado una vida de silencio y sentencias. Y pecados ajenos. Le abrazo para que sepa que no me importa que haya sido inocente. Que no me corrompe el miedo. O que temeré con ella si es necesario. Que me aterraré del mundo entero y me haré pedazos. Y me quedaré sin palabras. Y sin puntos. Y sin comas. Y sin leche para el cereal. Despertando por siempre a la misma hora.
Hoy me ha visto, ignorante de mis medidas exactas y mis cálculos precisos con los que peso la sonrisa que me ha sembrado bajo su beso de buenos días. Me ha visto como nunca nadie me ha visto. Vacío del todo. Abandonado a su merced. Tomado de sus últimos ayeres. Sin idea del todo. No amarillo. No aceitoso. Transparente como lo es la gente que no siente y lo sabe. Pero se engaña. Separo los labios. Lloro.
—Te amo.
—Yo sé.
FIN
Jorge Méndez Núñez
L A D O B L E
y ú n i c a P R I S I Ó N
Desperté angustiado, con la impresión de haber escapado de la muerte; de la patética muerte causada por la asFixia de mis Flemas, por estas estúpidas alergias que nunca me han dejado vivir tranquilo. En el sueño yo repetía una palabra: “Fjarya”. “Fjarya”, palabra que no podía enunciar correctamente; el sonido de la Y y de la F con la J ocasionaban una confusión en mi garganta.
Me desesperaba en dos niveles; dentro del inconsciente por no poder hablar bien; en el consciente (¿o será al revés?) porque durmiendo boca arriba, con Flemas y mocos, me era muy diFícil respirar.
Me levanté con la angustia en las palmas y no supe qué hacer; fui al baño, me lavé las manos, vi mis rostros morenos, ojerosos, desali-‐ñados, con la barba revuelta —debería quitármela ya, creo que tanto
vello eventualmente es insalubre, se me queda siempre un poco de leche en los bigotes, no sé qué
pasará con mis dedos sin barba qué acicalar, si me reclamarán y se irán a mi cabello— . Los oídos me zumban, tengo el sonido sordo y agudo que desatan las migrañas. No debía haber salido hoy; la música exageradamente alta acabó por destrozarme los tímpanos, ya de por sí inFlamados por la tos que tengo desde hace semanas. Ya son las cinco de la mañana. Sólo he dormido tres horas. Toso y mi aliento me sabe a sangre fresca. Tengo que ir al médico; mañana sin falta voy a ver a uno. Me pongo la mano en la frente y acaricio mis párpados con el anular y el pulgar, haciendo círculos sobre las e s f e ras . S i en to m i s pes tañas aplastadas, los oídos que zumban, el globo ocular que se mueve bajo la membrana. En la preparatoria nos decían que el himen era más o menos
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pa r e c i d o a l párpado; yo he roto tres, pero no recuerdo c ó m o s e s en t í an . Me b a l a n c e o sentado en la silla junto a mi cama, con el pu l ga r y e l dedo med io acariciándome las cejas. Sólo puedo respirar por una fosa, y al enmudecer el chillido de la silla se intensiFica el zumbido; lo escucho más intenso en mi oído derecho, que coincide con la fosa nasal tapada. Por lo menos ahora sé que el lado izquierdo de mi cuerpo está bien, sólo falta recuperar mi otro hemisferio. Despierto para acabar de escribir. La silla reclinable es segura; allí no me ahogo, pero tampoco descanso; mi cuello está maltrecho, ya necesito una nueva almohada y un buen sueño. Sentado trabajo, sentado estudio, sentado me enamoro, sentado me divierto, sentado duermo; sólo me faltaría tener encendida la computadora para pasar todo el día en la misma posición. Ya me está dando sueño. Recargo mi frente en la palma, y masajeo el cuero cabelludo con las yemas. Empiezo a ver un avión blanco de vidrios azules; éste se transforma en vidrios azules y palmeras verdes. Voy a intentar dormir; dos almohadas y dos cojines para no dormir plano, apaciguar la angustia. No sé a qué se debe que regresen o se vayan los zumbidos, pero éstos regresan. Yo sólo quiero dormir por más de cuatro horas seguidas; ésa es mi meta: despertar en la mañana clara, no en la mañana oscura. No sé qué hora sea. Ya no quiero saber; odio el tiempo y los relojes: estas cosas te matan y ni siquiera existen, como el dinero. Platón tenía razón: hay que expulsar a los soFistas de la república.
F I N
Senovia Expósito se arremangó la falda para airearse y profirió dos maldiciones al hilo antes de azotar la puerta. Era un jueves de agosto embadurnado de hastío. Juan Froilán la miró estupefacto. Nunca la había escuchado articular vocablos tan altisonantes y groseros, ni siquiera cuando estuvo a punto de morir arrollada por el camión escolar que había perdido la ruta.
DOS MALDICIONES María Luisa Deles
La mujer pasó a su lado sin mirarle. Iba mascullando palabrejas ininteligibles entre aspavientos de manos y piernas. Era un basilisco hecho de carne y saliva, cuyos pies se enredaron cada cuatro pasos durante el trayecto al patio de lavar. De un soplo se quitó las mechas de la cara y espantó una mosca que se le había apostado en el cachete. Hizo el destendido, desenganchó los tendederos de las
“luna en ciernes”
alcayatas, jaló una palangana llena de ropa en remojo y comenzó a menearla con el palo huérfano de un trapeador, todo esto tan bien ejecutado como si su aprendizaje proviniera de otras vidas.
De las bolsas remendadas de su delantal de mascotita, extrajo sendos puñados de alpiste que depositó violentamente en las jaulas oxidadas de dos pájaros pelones. A su paso fue recogiendo cacas del perro, cubetas vacías, juguetes desperdigados, revistas viejas. Regó el cilantro, la yerbabuena y las verdolagas, le limpió los mocos al más pequeño de sus hijos, se sobó la cintura, miró al cielo. En su camino de regreso metió un atado de leña en el calentador y se colgó a la espalda el bulto de las sábanas oreadas con un mecate prieto que agarró al vuelo entre los dientes.
Entró a la cocina por la puerta de atrás. Encendió la estufa. Descolgó una cazuela de barro de la colección exhibida en la pared y echó en ella media cabeza de ajo junto con un chorrito de aceite. Aclaró los pocillos sucios, enjuagó unas piezas de pollo, picó algunas calabazas y chayotes que luego sazonó con una pizca de sal en un litro de agua sin hervir. Bebió los restos de un café frío, encendió el radio y se dispuso a limpiar unos frijoles pintos mientras interactuaba en voz alta con los personajes de la novela de las doce.
Juan Froilán se acercó cauteloso. A punto de formularle una pregunta oyó a Senovia Expósito explicarle a sus jícaras la situación: de nuevo estaba encinta sin saber bien cómo. Seis chamacos —el más reciente aún en pañales— y ella sin comprender todavía el estrepitoso artilugio de la concepción. El marido retrocedió sin mirarle. Nunca antes en ese año se había sentido tan contento, ni siquiera cuando el Atlas se salvó de caer a la segunda división luego de una pésima temporada llena de angustiosos vituperios.
El hombre escogió una camisa entre la media docena de prendas recién planchadas del ropero, pasó el peine por su brillosa frente y se alisó las cejas con ambos dedos corazón en un recorrido elegantemente sincronizado. Se roció el cogote con siete machos, sumió la barriga, pescó el periódico y salió al rellano dando saltitos de gusto. Antes de emprender camino al zócalo alcanzó a pisar al gato, eso sí, sin malicia. Se le había enroscado entre las piernas para suplicar uno de sus codiciados mimos. Un diente de oro asomó por los pliegues de una espléndida sonrisa en el rostro almidonado de Juan Froilán.
Mientras leía los titulares bajo un cielo ungido con nubes coloradas, se hizo lustrar los zapatos y recortar los tres pelos necios que entorpecían su prestancia. Luego se apersonó en la cantina donde pidió una cuba libre, un platito de habas enchiladas y una canción alegre que hiciera eco a su incal-
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culable júbilo. Instalado en una mesa con vista a la calle brindó por su hombría con todos los transeúntes conocidos y no. Horas más tarde, ya entonado a todas luces, dejó escapar un eructo dichoso, señal inequívoca de la necesidad de emprender el regreso para merecer sus sagrados alimentos.
Paró en la miscelánea de su compadre Eulalio a participarle la buena nueva. Fumó un alitas para festejar el acontecimiento –aunque no había probado el tabaco en dos estaciones por estar jurado– y se echó una partida de dominó en recuerdo de los viejos tiempos. Arribó a su casa al filo de las nueve según anunciaba el escandaloso reloj cucú de imitación, regalo de boda de sus suegros. Un apetito voraz le instó a solicitar unos frijoles llorones que deglutió con premura a consecuencia de su incipiente cansancio. Acto seguido se dirigió al dormitorio. Tanta era su euforia que el alma se le salía por las rendijas del cuerpo, casi estaba seguro de no poder conciliar el sueño aquella noche.
Senovia Expósito tapó las jaulas de los pájaros pelones con pedazos de un mantel navideño, recogió los restos de la cena y ralló el pan duro. Hurgó entre las cortinas de encaje para certificar la oscuridad del patio, metió al gato, sacó al perro, corrió los pestillos de las ventanas y apagó las luces de la sala. Bendijo a sus criaturas mientras una oración pletórica de culpas concluyó con la señal de la cruz. Unas gotas de sangre mancharon el piso del corredor envuelto en su particular silencio. Escondió el gancho metálico bajo la cama y se acostó a dormir. Casi estaba segura de poder conciliar el sueño aquella noche.
F I N 15
Por fin se había cumplido mi sueño. Tener la libertad de ir a cualquier parte era el deseo de mi vida. Gracias a mis buenas acciones se me concedió la gracia de volar. Pedí tener alas, pero no especifiqué el tipo. Maldita costumbre de no decir las palabras precisas. No soy un ave, ni siquiera una frágil mariposa, mucho menos una graciosa luciérnaga; soy una horrible mosca que se posa en la suciedad, en la carroña, en desperdicios, vómitos, inmundicias y en grasientos lomos de animales. Pero eso ya no tiene importancia. No tengo tiempo de pensar; caí en su trampa y ella viene. No puedo mover las patas ni las alas. Quiero gritar. ¡Auxilio! ¡Alguien ayúdeme por favor! Pero no tengo voz. Ella me mira con todos sus horribles ojos, sus ocho patas peludas vienen hacia mí, babea de hambre, ya me saborea... ella viene... ya viene…
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Jesús Manuel Torres Medina
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Juanito Pereira
LAS TORRES
Mi nombre es Anselmo, tengo 31 años y trabajo en el departamento de alianzas estratégicas internacionales de una empresa de computación, ésa que también hace dinero con cartuchos para impresoras. Ayer en la noche me quedé despierto hasta las tres de la madrugada y llegué a una simple conclusión, la cual quiero compartir en éste, mi primer post en mi nuevo blog de Wordpress: llevo siete meses en esta ciudad y dudo fervientemente que exista aquí alguien que sea tan fanático o al que le asombren tanto como a mí las torres de telecomunicación. !
!Pueden llamarlo fijación, dependencia u obsesión. Tal vez se trate de una fijación psicológica, de ésas que los que estudian a psicólogos famosos como Sigmund Freud estarían deseosos de analizar de principio a fin. Pero déjenme ahorrarles tiempo y explicarles mi problema desde el principio. Problema… No creo que sea la palabra correcta, pero si algo he aprendido a!
OBSESIÓN. DEPENDENCIA. FIJACIÓN. OBSESIÓN. DEPENDENCIA. OBSESIÓN. FIJACIÓN. !OBSESIÓN. DEPENDENCIA. FIJACIÓN. OBSESIÓN.!
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través de los años es que si tus amigos llegan al consenso de definir una situación o un hecho como algo problemático, lo más seguro es que lo sea. Todo empezó más o menos hace cinco años. ¡Bah! ¡Mentira! No deben de ser ni dos; hace máximo tres años que las empecé a distinguir; a perseguirlas como un adicto. Las buscaba en cualquier lugar donde estuviera. !
! Seguramente las han visto. La mayoría son de color rojo con blanco; hoy están por doquier. Las más grandes tienen una forma prisma-piramidal con más de cuatro platos para recepción y retransmisión de datos. Las más altas y anchas se ubican a las afueras de las!
!Tal vez no se han percatado de su existencia tanto como yo. Los que nos sabemos realmente adictos a Internet —a “estar conectados”, como se dice— somos los que más las vemos, a tal grado que incluso sabemos su ubicación en los mapas de las ciudades que frecuentamos. También las vemos en las carreteras que más transitamos. Nos las sabemos de memoria, como si se tratasen de cofres con items invaluables en esos video juegos de 8-bits que jugamos infinidad de veces en nuestra infancia. !
! Tengo una vida social que sólo puedo reflejar a través de las redes sociales. No, no es porque sea introvertido; es porque al pasar los años me he mudado a más de tres ciudades del país. Las razones fueron varias, como irme a estudiar la universidad o que al titularme de la carrera de Negocios me cambiaba de trabajo muy seguido. ¿Será que lo hacía porque de recién!
ciudades, cubren kilómetros y kilómetros de superficie para que nadie se quede incomunicado, ni siquiera en comunidades que podrían estar muy alejadas. Las que encontramos dentro de las ciudades usualmente asemejan postes de metal y son delgadas, para no estorbar ni ocupar tanto espacio. El solo dar una descripción tan amplia de estos objetos debería darles una pista de lo extraño que me considero. !
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graduado a nadie le llena lo que hace con su vida? No lo sé. Una de las cosas positivas de tanto ir y venir fue que me hice de muy buenos amigos, y al no poder convivir con todos al unísono… Pues… Las redes sociales han venido a darme una herramienta para poder mantenerme al tanto de sus vidas. Yo simplemente regreso el favor al publicar en mi muro y tuitear, como lo hacen ellos, acerca de mis vivencias y experiencias. ¡Mis amigos tienen derecho a saber qué es lo que hago de mi vida! !
! Es por que eso que llego a sentir un estrés incontrolable cuando no puedo enviar un mensaje por Whatsapp, o cuando mis fotos no suben rápidamente a Instragram. ¡Resulta frustrante encontrarme en medio de la ciudad, con mi teléfono inteligente de ultima generación en la mano, y no poder conectarme a Internet! Si voy en la carretera tengo abierto Google Maps para que me lleve a ese “pueblo mágico” que no he visitado aún. Pero me da pánico darle al botón de ʻrefrescarʼ para ver cuánto falta por recorrer; mi cabeza se satura de preguntas innecesarias como: ¿Y si no hay conexión? ¿Y si pierdo mi ubicación? ¿Y si ya no sale el mapa? ¡No me quiero sentir perdido como si estuviera en medio de un desierto! ¡Qué horrible sería eso! !
!Por eso me obsesionan las torres de telecomunicación. Por eso soy dependiente de ellas. Porque sin ellas no tendría una vida en las redes sociales, no podría descubrir nuevos lugares dónde comer, no podría hacer una infinidad de cosas... He llegado al punto de ni siquiera recordar cómo era mi vida antes del Internet móvil. Y sé que no estoy solo. A veces, cuando alzo la mirada más allá de mi pantalla de cinco pulgadas, veo a toda esa gente que, como yo, vive “conectada”. Pero parece ser que sólo soy yo el que sabe a quienes hay que agradecer por esta vida que llevamos ahora; a esas inertes torres de metal. Ésas que se pierden entre tantos edificios, que se mantienen de pie día y noche, que aguantan todo tipo de maltratos a manos nuestras o de la madre naturaleza. Es a ellas a las que agradezco y admiro, sin importarme que la gente siga diciéndome lo raro que soy. !
FIN
“Encontré un decapitado junto a la vía del tren y me
tomé la molestia de inventarle una historia.”
Era esa noche el perfecto refugio que sus temores necesitaban. La luz del día corre con rapidez, y a lo lejos pueden verse los últimos rayos del Sol. Su corazón se encontraba inmerso en la caída al precipicio. Sentándose sobre el riel silbó una vieja tonada que su abuelo tarareara en una tarde remota. Los recuerdos le causaban más pánico y morbo. Se encadenaba a la esperanza. Pero era inútil pensar en una salida.
La violencia que encuentro en la naturaleza, expresa más que mis propias acciones mi resolución definitiva.
De rodillas, cerró los ojos y lentamente colocó su cuello sobre la vía del tren.
A lo lejos una luz me ciega. Mas no es el fulgor de ésta lo que afecta mi vista; la desolación a mí alrededor se presta como testigo de lo que a mi parecer es, y
será, el acto más valeroso jamás realizado.
Su repentino orgullo queda cortado por los aullidos de una manada de coyotes, que se lamentan porque la tierra tiembla. Cada vez más y más los coyotes intentan responder a la trémola superficie. Una fuerte explosión de sonido primero los reduce para luego silenciarlos.
Lo que antes era una lejana luz ahora se convierte en una inmensa bola de fuego que presagia mi destino hacia el infierno.
Aquí es donde digo fin…
Gerardo Ugalde Luján
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E.J. Valdés
Sobre los tacos árabes en Puebla
Una de las peculiaridades que no puede pasar por alto quien visita la ciudad de Puebla es la popularidad de los tacos árabes. Se los encuentra por doquier; es rara la taquería que no los lleva, ya sean naturales, con queso, en costra, bañados en salsa, con piña y verdura cual gringa, en torta, cemita o hasta como hamburguesa. De las urbes que conozco de esta República trazada por el dedo de Dios (que no son pocas), Puebla es la única donde los tacos al pastor tienen un rival de peso en el gusto de los ciudadanos. Ésta es la historia de cómo este
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platillo se estableció en la Angelópolis según la relató el maestro Alberto Labra Hernández en Casa de la Cultura el 24 de abril de 2014.
Salim Makharresh es el nombre que usualmente se da al inmigrante que trajo el llamado “taco árabe” a México en el siglo XIX. No se sabe a ciencia cierta de qué país salió o gran detalle sobre su vida antes de llegar a este continente; la gran mayoría de los historiadores le reFieren sencillamente como otomano, aunque hay estudiosos que, aFirman, venía de Irán, Pakistán o Kazajistán. Víctor Téllez, autor de El Fino Arte de la Cocina Mexicana, le decía indio, aunque ello es poco probable. En sus últimos años, el propio Salim llegó a decir que en el viejo mundo creció huérfano y sin educación, y que durante tiempo prolongado estuvo al servicio de una familia de dinero; nunca habló sobre las actividades que desempeñaba en aquel entonces, pero sus biógrafos especulan que fungía como cocinero. Al fallecer el patriarca, la mujer y los hijos no le encontraron indispensable y prescindieron de él. Sin empleo, sin familia y sin amor, Salim puso sus esperanzas en el “nuevo mundo”; una tierra de progreso y abundancia donde había una oportunidad para todos y
donde la opulencia era tal que las calles estaban pavimentadas con oro: América. Allí fue a donde dijo que deseaba viajar cuando, haciendo uso de buena parte de sus ahorros, compró un billete para un trasatlántico en las costas de Portugal en 1862. Salim, sin embargo, no sabía que América es un continente enorme, y el navío, en vez de llevarlo a Nueva York como a Khalil Gibran, lo dejó en el puerto de Veracruz, situación que lo puso histérico al grado de negarse rotun-‐damente a bajar, solicitando se le lle-‐vase de regreso a Europa, pues él no hablaba español y nada sabía sobre México, sus costumbres y sus gentes. Incluso enfrentó con los puños a los marinos que intentaron someterlo para bajarlo por la fuerza. Ulti-‐madamente, un paisano suyo lo convenció de poner pie en tierra; el hombre había vivido ya varios años en el puerto, estaba familiarizado con el país y la lengua y le ofrecía alojamiento y facilidades para que consiguiera empleo o, en su defecto,
viajase a Europa o a los Estados Unidos en poco tiempo.
Más tranquilo, Salim accedió a dejar el navío y se instaló con el hombre y su familia. Aunque no se sabe quién fue este bondadoso personaje, casi todos los historiadores creen que se trataba de Alonso Mebarak, gran benefactor de los inmigrantes orientales en México, sobre todo libaneses.
Unos días después, Salim ya trabajaba descargando pescado en uno de los muelles. “El árabe” fue el mote que le pusieron de inmediato, a veces de manera peyorativa. Resultó ser buen empleado, no obstante, y al cabo de un mes, mes y medio, cuando ya podía darse a entender con señas y un muy rudimentario castellano, lo ascendieron a supervisor. Se sabe que en menos de seis meses hablaba nuestra lengua de manera Fluida, aunque con un acento entre árabe y jarocho que nunca se le quitó. Salim también fue bueno administrando su dinero; antes de cumplir un año en México ya se había hecho de un modesto, aunque céntrico, apartamento y llevaba una cuenta de ahorros en el Banco Nacional.
En 1863, por motivos desconocidos, abandona su empleo en el muelle y decide hacer negocio por su cuenta: compra unas láminas y con ellas fabrica un puesto callejero al cual pinta el anuncio “Comida árabe Salim”, seguida por el dibujo de un estilizado camello. Así, comienza a ofrecer guisos típicos de su país en el malecón de Veracruz. Pero el negocio resulta no serlo; a los locales no les atrae esta comida, y quienes la prueban no regresan por más; Salim asume que tienen muy arraigado el sabor del pescado en sus paladares. Cierra poco después de un mes; su pequeña empresa le había costado mucho dinero.
Decepcionado, se aparta de la vida pública; necesitaba tiempo para ordenar sus ideas y decidir qué hacer a continuación. Concluye que Veracruz ya no le satisface y opta por mudarse a la Ciudad de México, mas dos factores le impiden llegar: uno fue que en ese entonces ésta se encontraba sitiada por los franceses; el otro, que la burra que tiraba de su carreta enfermó en el camino y no pudo seguir adelante. Así, su travesía se vio interrumpida en Puebla capital, en cuyas periferias rentó un cuarto. Lo que, pensó, sería una estadía breve, terminó por no serlo al complicarse aún más la situación política del país e imposibilitarse viajar a la Ciudad de México. Así, Salim se encontró a sí mismo varado en Puebla, no quedándole más remedio que
conseguir trabajo allí; lo encontró en una zapatería de la 2 Oriente.
En la esquina que hace esta calle con 2 Norte se colocaba por las tardes un puesto de
Su suerte mejoró, sin embargo, cuando, a Finales de 1863, se desató la primera Fiebre porcina en América y las ventas de carne de cerdo se desplomaron como nunca antes; siendo el shawarma elaborado con cordero o pavo, Salim se convirtió de pronto en la única opción para los comelones del centro histórico de Puebla, quienes descubrieron que ese taco de carne condimentada y gruesas tortillas de harina era, de hecho, bastante sabroso. La popularidad de su establecimiento se disparó de la noche a la mañana; de pronto toda la ciudad deseaba probar esta deliciosa novedad.
Para mala fortuna de Salim, su monopolio sobre el shawarma duró poco, pues los taqueros mexicanos, habilidosos, mañosos y talentosos como no hay dos, no tardaron en deducir y reproducir la receta a la perfección, así que a
¡SHAWARMA!
tacos, bastante socorrido en la época. Fue al ver este establecimiento no establecido que Salim tuvo una epifanía: la gente de esa ciudad perseguía con voraz apetito un tipo de carne que se cocía de manera similar al döner o shawarma de su país, aunque preparada de manera distinta y servida en una tortilla de maíz en lugar de una pita. “Tacos al pastor” les llamaban, y eran sumamente populares. Salim dio vueltas al asunto una y otra vez y, no queriendo pasar la vida vendiendo zapatos en Puebla, decidió arriesgarse por
segunda ocasión con la comida. Así, como una semana después, instaló en la 7 Oriente un puesto que bautizó Salim Shawarma. Y vaya que le costó trabajo echarlo a andar: la gente, al verlo, se acercaba creyendo que lo que vendía eran tacos al pastor, aunque un poco descoloridos, pero se marchaba al descubrir que no era eso, sino un guiso oriental cuyo nombre ni siquiera podían pronunciar; la carne, tristemente, empezó a quedársele desde el primer día.
Local 26, plaza La Noria, Puebla, Puebla.
Un espacio para tomar un rico café hecho al instante. También es un centro cultural que le da cabida a
todas las expresiones artísticas.
comienzos de 1864, cuando Maximiliano y Carlota ya se preparaban para venir a México, todas las taquerías del centro de Puebla ya ofrecían el famoso “taco árabe”, y fue tal su impacto en las preferencias culinarias de la ciudad que lo siguieron haciendo incluso cuando la epidemia fue controlada y los trompos de carne de cerdo al pastor regresaron a sus puestos y establecimientos. Salim, por supuesto, no vio esto con buenos ojos, mas no tuvo mucho tiempo para hacer coraje, pues en mayo, al mismo tiempo que la fragata Novara anclaba en el puerto de Veracruz, murió a causa de un fallo cardiaco; era él un hombre obeso que no hacía ejercicio ni cuidaba su alimentación, al igual que la gran mayoría de los mexicanos del siglo XXI. Los historiadores sitúan su edad entre los 40 y los 43 años.
El gusto de los poblanos por los tacos árabes, sin embargo, sobrevivió a su pionero, y a más de siglo y medio de su introducción siguen compitiendo en popularidad con los tacos al pastor en la ciudad de los ángeles.
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