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    Ronald Dworkin: filsofo del derecho, filsofo de la poltica

    Conferencia de Pablo da Silveira a ser dictada el 4 de setiembre de 2014

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    Introduccin

    Como pasa con muchos autores importantes, Ronald Dworkin puede ser visto

    alternativamente como un filsofo individual o como una coleccin de filsofos

    diferentes. La explicacin no es que sufriera alguna clase de esquizofrenia. La

    explicacin es que, a lo largo de muchas dcadas, los temas que trabaj fueron

    cambiando, y tambin fue cambiando su perspectiva de anlisis y sus intereses. Hay,

    por cierto, una coherencia de conjunto que hace fcilmente reconocible cualquier obra

    de Dworkin. Pero al mismo tiempo es verdad que algunas de sus obras podran haber

    sido escritas por autores diferentes, aunque afiliados a una misma corriente. Comparen,por ejemplo, su Taking Rights Seriously, publicado en 1977, con susFoundations of

    Liberal Equality(las conferencias Tanner publicadas en 1990) con su ltimo libro

    (Religion Without God) publicado pstumamente en 2013.

    Insisto en que esta situacin no es rara. Lo mismo pasa, por mencionar a otros

    filsofos, con Robert Nozick o Thomas Nagel. Entre las diferentes obras de muchos

    filsofos inquietos y creativos se produce ese extrao juego que Wittgenstein llam

    parecidos de familia. (Un concepto que, dicho sea de paso, puede aplicarse a las obras

    del propio Wittgenstein).

    Mi pretensin en esta conferencia no es analizar el conjunto de la produccin de

    Dworkin ni hacer un balance global de sus aportes. Sera casi una falta de respeto

    intentar algo semejante en poco tiempo. Mi pretensin es ms modesta y puede

    resumirse en dos puntos. En primer lugar, quiero enfatizar la diferencia entre el

    Dworkin filsofo del Derecho y el Dworkin filsofo de la poltica. En segundo lugar,

    quiero sealar una paradoja: si bien el Dworkin filsofo del Derecho produjo una mayor

    cantidad de pginas que el Dworkin filsofo de la poltica, creo que el ms interesante

    de los dos es este ltimo. Esto no significa, desde luego, que el Dworkin filsofo del

    Derecho carezca de inters. Pero creo que, en conjunto, nos dej ms problemas que

    soluciones. En cambio, creo que el filsofo de la poltica intent medirse con un

    problema profundo y a mi juicio dej abierta una pista de trabajo muy prometedora.

    Adelanto que la visin que voy a desarrollar aqu no es la que predomina entre sus

    comentaristas.

    El Dworkin filsofo del derecho

    El Dworkin filsofo del Derecho es una figura de primera magnitud, que ha

    impactado fuertemente en el debate de los ltimos 40 aos. Pero, si bien su influenciatiene un alcance global, el grueso de sus aportes slo se entiende plenamente en el

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    marco de discusiones propias del mundo anglosajn. Esto no se debe a alguna clase de

    insuficiencia en el pensamiento de Dworkin, sino a factores contextuales.

    Como todos sabemos, existen enormes diferencias entre la tradicin jurdica

    anglosajona y las tradiciones jurdicas de otras partes del mundo, incluyendo las del

    mundo latino al que nosotros pertenecemos. No voy a abundar en este tema bien

    conocido, pero permtanme recordar dos puntos especficos en los que se diferencian

    ambos mundos.

    El primero de ellos es el lugar que ocupa la Constitucin. En el mundo

    anglosajn, la Constitucin es ciertamente una norma jurdica de mayor jerarqua que

    las leyes, pero es tambin una norma de aplicacin directa a los casos judiciales

    particulares. En el mundo latino la Constitucin tambin ocupa el lugar ms alto en el

    orden normativo, pero su mbito de aplicacin es diferente. La Constitucin es ante

    todo una norma que pone marco a la tarea del Poder Legislativo, que es el encargado de

    aprobar las leyes. Y las leyes son las normas que se aplican en forma directa los jueces1.

    Como en muchos otros terrenos, esta divisin entre el mundo anglosajn y el

    mundo latino es hoy menos tajante que en el pasado. En nuestros pases, que se han

    visto influidos en los ltimos aos por el desarrollo del Neoconstitucionalismo, existe

    hoy una mayor inclinacin que en el pasado a aceptar la aplicacin directa de los textos

    constitucionales a casos judiciales especficos. Pero esos cambios no han anulado del

    todo la diferencia entre ambos mundos, y eso explica por qu en el mundo anglosajn se

    discute con ms intensidad sobre un problema que genera menos entre nosotros. Se trata

    del problema de cmo articular el contenido de las normas constitucionales con lasdecisiones cotidianas de los jueces.

    El segundo punto de divergencia, probablemente ms conocido que el anterior,

    refiere al papel de la jurisprudencia. En el mundo anglosajn, la jurisprudencia hace

    derecho. Para decirlo de manera ms explcita: los precedentes judiciales son el marco

    al que hay que referirse para decidir casos concretos. En el mundo latino, en cambio, la

    ley sigue teniendo un papel absolutamente dominante. Es verdad que tambin en este

    caso las cosas estn cambiando. Hoy en nuestros pases los precedentes judiciales tienen

    mayor peso que en el pasado. Pero, aun asumiendo estos cambios, sigue siendo cierto

    que estudiar Derecho en nuestros pases es bsicamente estudiar leyes y no estudiarcasos.

    En el mundo anglosajn, el estudio de casos sigue siendo un componente central

    de la formacin jurdica. Eso explica por qu se consideran cruciales algunos problemas

    que tienen menos importancia para nosotros. Por ejemplo, cmo asegurar un mnimo de

    armona entre las decisiones judiciales que se van acumulando a lo largo del tiempo. O

    1Esta diferencia ya era sealada en 1835 por el francs Alexis de Tocqueville: Los americanos han

    reconocido a los jueces el derecho a fundamentar sus decisiones sobre la Constitucin ms que en las

    leyes. En otros trminos, les han permitido no aplicar las leyes que les parezcan inconstitucionales. S quelos tribunales de otros pases han reclamado a veces un derecho semejante, pero no se les ha concedido

    nunca (La cita es deLa Democracia en AmricaI, I, VI).

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    cmo distinguir entre un caso llamado a modificar la jurisprudencia y una simple

    sentencia desviada. O como encuadrar y eventualmente controlar las decisiones de unos

    jueces que tienen un amplio espacio para desarrollar interpretaciones personales. Estos

    problemas tienen mucho menos peso en nuestros pases, donde los jueces siguen siendo

    esencialmente aplicadores de normas, con un margen de autonoma personal

    relativamente bajo.

    El Dworkin filsofo del derecho est en el centro de estos debates tpicamente

    anglosajones. Su respuesta consiste en combinar lo que l llama una lectura moral de

    la Constitucin (the moral reading of Constitution) con una concepcin del derecho

    como integridad (Law as integrity) que se presenta como marco para la labor

    interpretativa de los jueces.

    La lectura moral propone leer la Constitucin, no simplemente como un

    conjunto de reglas de rango ms elevado que las normas legales, sino como una

    afirmacin de los principios morales que sostienen el orden institucional. La actividad

    legislativa y la prctica judicial deben tener a esos principios como horizonte de

    referencia. La concepcin del derecho como integridad, por su parte, afirma que el

    orden jurdico es una construccin histrica que permanentemente intenta ajustar los

    principios fundadores del orden democrtico a las demandas de justicia que se expresan

    en circunstancias especficas. Por eso, administrar justicia no es simplemente aplicar

    automticamente una norma, sino interpretar las normas y los antecedentes judiciales a

    la luz de toda una historia institucional de la que nos reconocemos herederos. Mediante

    la interpretacin legal y judicial, el orden jurdico se construye a s mismo a lo largo del

    tiempo.

    La discusin en la que se embarca Dworkin para defender estos puntos de vista

    puede por momentos sonarnos extica. Mucho de lo que escribe es de difcil

    incorporacin incluso para aquellos lectores latinos que tienen formacin jurdica. Pero

    esto no significa que el Dworkin filsofo del derecho sea un autor tan ligado a un

    contexto que no tenga nada para decirnos. Mucho de lo que dice es extremadamente

    valioso y sugerente. Quisiera mencionar muy brevemente tres puntos fuertes del

    esfuerzo terico que realiz en este terreno.

    En primer lugar, Dworkin se enfrenta en el debate a dos adversarios filosficosque tambin estn muy activos en el mundo latino. El primero, ms antiguo, es el

    positivismo jurdico. El segundo, ms reciente, y al que probablemente Dworkin no

    termin de entender, es la interpretacin econmica del Derecho (lo que suele llamarse

    Law and Economics). Los argumentos que utiliza contra estos dos rivales tienen

    frecuentemente valor general, es decir, tienen valor filosfico.

    (Entre parntesis, y esto va dirigido a los estudiantes: el primer paso que

    conviene dar cuando uno intenta entender las ideas de un filsofo, consiste en

    preguntarse con quin se est peleando. Hay una imagen idealizada de la filosofa, que

    la presenta como un reino de plcida reflexin, en donde los filsofos miran al horizonte

    mientras las ideas nacen por generacin espontnea dentro de sus cerebros. Esa imagen

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    es completamente falsa. Desde hace de dos mil quinientos aos, la filosofa es una

    gigantesca pelea. Todo filsofo construye sus ideas discutiendo con otros. A veces

    discute con un contemporneo y a veces discute con alguien que escribi muchos siglos

    antes. Eso no es lo importante. Lo importante es que se consideren seriamente los

    argumentos del otro, dejado de lado las distancias histricas y los elementos

    contextuales. Por eso, lo primero para entender a un filsofo es preguntarse con quin se

    est peleando. Slo entendemos a Aristteles si entendemos que casi todo el tiempo se

    est peleando con Platn. Slo entendemos la moral de Kant si entendemos que se est

    peleando con la duda sembrada por Spinoza acerca de si efectivamente somos libres.

    Slo entendemos la preocupacin de los utilitaristas por las consecuencias de nuestras

    decisiones si entendemos que se estn peleando con Kant).

    Retomemos el tema. Deca que, en primer lugar, Dworkin se enfrenta a dos

    adversarios filosficos que tambin estn muy activos en nuestro mundo latino: el

    positivismo y el movimiento deLaw and Ecomomics. Esto le da valor general a parte desus argumentos. En segundo lugar, el trabajo de Dworkin en filosofa del derecho ha

    contribuido a aumentar el inters en una distincin extremadamente importante en

    trminos conceptuales, que es la distincin entre principios y normas. Esta distincin se

    remonta como mnimo a Aristteles, pero haba quedado eclipsada, principalmente por

    influencia del positivismo jurdico. El trabajo de Dworkin volvi a ponerla en el centro

    de la atencin filosfica y contribuy a aclarar muchos problemas que tienen que ver

    con ese vnculo.

    Por ltimo, y esto tal vez sea lo ms famoso de todo lo que ha escrito Dworkin

    en filosofa del Derecho, est su teora acerca de los derechos como triunfos (rights astrumps). El modo en que desarroll esta idea es suficiente para que su libro Taking

    Rights Seriously, del ao 1977, se haya convertido en un clsico de la filosofa del

    Derecho del siglo XX. En particular, su crtica a las apelaciones al inters general como

    justificacin para la limitacin del ejercicio de los derechos fundamentales ha pasado a

    ser un punto de referencia ineludible de la discusin contempornea sobre el tema.

    Esta centralidad, por cierto, no est exenta de debates. Algunos han acusado a

    Dworkin de promover una concepcin de los derechos que pone en manos de cada

    miembro de la sociedad una especie de veto a la accin colectiva. Personalmente creo

    que esta crtica es exagerada, porque confunde la afectacin de derechos con la

    afectacin de intereses. En la visin de Dworkin, es legtimo tomar decisiones

    colectivas que afecten intereses particulares (aunque generando las compensaciones que

    corresponda) pero no es vlido tomar decisiones individuales ni colectivas que afecten

    los derechos individuales.

    Dicho en breve, lo que ha hecho Dworkin es afirmar una concepcin de los

    derechos que pone a la democracia a salvo de del riesgo mayoritarista, es decir, que nos

    impide caer en esa concepcin que presenta al apoyo mayoritario como condicin

    suficiente para reconocer la legitimidad de las decisiones polticas. En este sentido,Dworkin queda ubicado, junto a autores clsicos como Benjamin Constant y Alexis de

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    Tocqueville, entre aquellos que han defendido la alianza entre la tradicin democrtica

    y la tradicin del gobierno limitado. Este es un punto de vista muy importante en

    general, y creo que hoy lo es especialmente en nuestra regin, cuando las concepciones

    mayoritaristas del orden democrtico parecen estar viviendo un momento de

    revitalizacin. La filosofa de Dworkin puede ponernos a salvo de los peligros que ese

    fenmeno supone.

    Pese a todos estos mritos, la filosofa del Derecho de Dworkin tambin ha

    merecido objeciones vigorosas. Y tal vez la ms importante es aquella que dice que su

    teora de la interpretacin jurdica puede conducir a una forma de activismo judicial

    potencialmente daina para el propio orden jurdico.

    No hay duda de que la teora de Dworkin convierte al juez en alguien

    enormemente trascendente. No slo es quien administra justicia (lo que ya es un papel

    suficientemente importante) sino tambin alguien que, en el momento de tomar cada

    decisin, reinterpreta la historia jurdica de una sociedad y todo el significado de su

    orden institucional. En un sentido fuerte del trmino, los jueces son quienes hacen la

    justicia que practica una sociedad.

    Esta centralidad de la figura del juez tiene la virtud de convertirlo en un poder

    contramayoritario verdaderamente fuerte. Los jueces tales como los concibe Dworkin

    son figuras que pueden protegernos de las desviaciones y excesos de poder en los que

    eventualmente incurran los gobiernos y aun los Parlamentos. Dworkin entiende mejor

    que nadie la importancia de contar con esta clase de poder contramayoritario, es decir

    con un poder que, si bien no tiene por qu oponerse de manera sistemtica a lasdecisiones que toma la mayora (ya sea directamente o a travs de sus representantes)

    tiene la capacidad institucional de hacerlo y de neutralizar esas decisiones.

    Pero hay una pregunta igualmente importante que la teora de Dworkin no

    consigue responder adecuadamente: si bien los jueces pueden protegernos frente a las

    malas decisiones tomadas por los gobiernos o por los Parlamentos, quin va a

    protegernos de las malas decisiones tomadas por los jueces?

    Especialmente en su libroLaws Empire, Dworkin hace enormes esfuerzos

    argumentativos para intentar responder a esta pregunta. All habla de la necesidad derespetar la ley y los precedentes, sometiendo el anlisis de cada caso particular a la

    integridad del derecho. All tambin formula su clebre tesis de la respuesta

    correcta (the right answer thesis), entendida como una idea normativa que debe

    presidir los debates acerca de la decisin judicial correcta. Finalmente, all retoma una

    visin tradicional y antigua sobre la capacidad del orden jurdico de corregirse a s

    mismo. Pero la verdad es que sus respuestas no son del todo convincentes.

    Cada vez que Dworkin alude a la tradicin jurdica de una sociedad, al sentido

    de la justicia o a los valores expresados en los textos constitucionales, est hablando de

    ideas sometidas a interpretacin y, por lo tanto, a ideas sobre las que pueden existirdesacuerdos razonables. Poner la resolucin de esos desacuerdos en manos de una casta

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    de funcionarios no sometidos a la regla de la mayora se parece peligrosamente a

    instalar una nueva forma de aristocracia. Como dice el propio Dworkin al iniciar el

    Eplogo deLaws Empire: El derecho es un concepto interpretativo. Los jueces

    deberan decidir qu es el derecho al interpretar la prctica de otros jueces cuando

    deciden qu es el derecho.

    En otras palabras, los jueces slo rinden cuentas ante otros jueces. Esta idea sera

    inquietante an en el caso de quecada juez individualmente considerado tuviera el rigor

    intelectual, la erudicin jurdica y el sentido de la justicia del propio Dworkin. Pero,

    dado que esta condicin est muy lejos de cumplirse, las conclusiones institucionales

    que nos propone no son para nada tranquilizadoras. Es poco agradable imaginar un

    mundo poblado por jueces que, luego de haber ledo a Dworkin, se sientan llamados a

    materializar en sus decisiones su interpretacin personal del sentido de la justicia

    presente en nuestra sociedad, y simplemente confiar en que sus eventuales errores

    podrn ser corregidos por otros jueces.

    La filosofa del Derecho de Dworkin parece excesivamente centrada en la

    prctica judicial. Lo que uno echa de menos es un desarrollo de los elementos de control

    ciudadano que deben actuar como contrapeso al poder de los jueces. Ni los

    procedimientos de seleccin de los miembros de la Suprema Corte, ni los procesos de

    evaluacin y promocin de los jueces, ni la articulacin entre la administracin de

    justicia y el proceso legislativo ocupan un papel importante en su teora.

    Esta crtica puede sonar a odos de ustedes como poco filosfica. Todos los que

    nos dedicamos a la filosofa sabemos que el pensamiento normativo debe proceder sinhacerse cargo de las dificultades prcticas que puedan generarse. Los problemas de

    aplicacin slo deben ser considerados una vez que hemos identificado las soluciones

    que podemos considerar preferibles en trminos conceptuales. Pero el punto es que la

    filosofa del Derecho slo adquiere alguna relevancia como disciplina si es capaz de

    aportar elementos para el diseo institucional. Esta es una pretensin que siempre tuvo

    el propio Dworkin. Cuando l habla del Poder Judicial no est haciendo alta teora, sino

    una teora capaz de orientar el trabajo de los jueces y de los tribunales en el mundo real.

    Y, en este terreno, su excepcional capacidad expositiva ofrece frecuentemente una falsa

    claridad.

    No quisiera ser demasiado injusto con Dworkin. La insuficiencia que vengo de

    sealar es simplemente la contracara de una saludable ambicin terica. El propsito de

    Dworkin es ofrecer respuestas que nos pongan a salvo de los problemas que presentan

    algunas de las doctrinas ms difundidas, como el positivismo jurdico. Y los problemas

    que se plantea son, efectivamente, problemas que merecen nuestra atencin.

    Todos sabemos que, en nuestros pases de tradicin positivista, un juez puede

    verse obligado a fallar un caso mediante la aplicacin casi mecnica de la norma,

    aunque subjetivamente piense que la solucin que est imponiendo no es la ms justa.Una sentencia ajustada a Derecho no es necesariamente la que mejor responde a nuestro

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    sentido de la justicia. El reflejo positivista tradicional consiste en descargar de toda

    responsabilidad al juez y adjudicrsela al legislador. Eso genera problemas prcticos

    evidentes, entre otras cosas porque no trae ningn alivio inmediato a quin es vctima de

    una decisin judicial injusta. Pero, adems, ese reflejo positivista tradicional enfrenta

    problemas epistemolgicos difciles de resolver. El ms importante de ellos es que nopodemos exigirle al legislador que anticipe toda la variedad y complejidad de los

    posibles contextos de aplicacin de la norma, como condicin para contar con normas a

    prueba de toda injusticia.

    En una frase cargada de sabidura, Aristteles dice que no podemos conocer el

    contenido de una norma hasta que no intentamos aplicarla en diferentes contextos

    particulares. De algn modo, Dworkin intenta responder a este desafo. Las dificultades

    de su teora son una consecuencia de su saludable inconformismo hacia algunas de las

    respuestas ms aceptadas en los sistemas jurdicos de buena parte del mundo.

    El Dworkin filsofo de la poltica

    Hasta aqu he hablado del Dworkin filsofo del Derecho. Ahora quiero hablar

    del Dworkin filsofo de la poltica. Sus aportes en este terreno son bien conocidos. En

    particular, su reflexin sobre la igualdad, que fue desarrollndose inicialmente a lo largo

    de esa serie de artculos producidos en los aos 80 que tuvieron el ttulo comn de

    What is Equality?, aport mucho al debate contemporneo sobre las teoras de la

    justicia.

    Como todos sabemos, la discusin contempornea sobre la justicia adquiri

    especial intensidad tras la publicacin deA Theory of Justice, de John Rawls, en el ao

    1971. Dworkin se cuenta entre los autores que fueron fuertemente influidos por la teora

    rawlsiana, pero al mismo tiempo recorre un camino personal en el que trata dedistanciarse de Rawls en algunos puntos esenciales.

    La teora de Rawls tena la particularidad de ser insensible, no solamente a las

    diferencias en las dotaciones naturales de los individuos, sino tambin al mrito. En un

    pasaje clebre de suA Theory of Justice, Rawls afirma que aun la disposicin a

    esforzarse, a intentar algo y merecerlo en el sentido corriente del trmino, depende de

    condiciones familiares y sociales favorables2. Dicho de otro modo: tener la capacidad

    de autoexigirse y sacar el mejor provecho de las capacidades naturales no es una actitud

    2Even the willingness to make an effort, to try, and so to be deserving in the ordinary sense is itself

    dependent upon happy family and social circumstances (RAWLS1971: 74).

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    que merezca reconocimiento moral, porque esa capacidad est social y culturalmente

    determinada.

    Esta total insensibilidad al mrito es una posicin extrema en el normalmente

    moderado Rawls, y plantea un problema metodolgico que no siempre ha recibido la

    atencin debida. Como se sabe, Rawls propone un mtodo de trabajo al que llama

    equilibrio reflexivo. Ese mtodo nos obliga a confrontar las conclusiones abstractas a

    las que nos conduzca la elaboracin terica con los juicios morales bien ponderados

    disponibles en la sociedad. Nuestra reflexin sobre la justicia se mantiene libre de

    problemas en la medida en que nuestras conclusiones tericas y los juicios bien

    ponderados estn razonablemente en lnea. En cambio, si hay conflicto entre ellos,

    tenemos un problema que hay que solucionar: o bien debemos modificar nuestras

    conclusiones tericas, o bien debemos producir una argumentacin que explique por

    qu un juicio bien ponderado especfico no debe ser considerado

    Ahora bien, la idea de mrito aparece con frecuencia en los juicios bien

    ponderados disponibles en nuestras sociedades. Los juicios del tipo Juan se merece su

    xito porque se ha esforzado mucho son habituales entre personas preocupadas por la

    justicia. Pero la teora de Rawls no incorpora esos juicios, ni tampoco ofrece una

    argumentacin elaborada que justifique la decisin de ignorarlos. La idea de que la

    capacidad de esfuerzo est socialmente condicionada es correcta, pero la idea de que ese

    condicionamiento llega al punto de quitar todo significado moral al esfuerzo es una

    afirmacin que requerira una argumentacin sofisticada. Nuestro sentimiento de

    responsabilidad hacia los hijos tambin estn socialmente condicionado, pero eso no

    alcanza para privarlo de todo significado moral. Hay aqu, por lo tanto, un problemametodolgico serio en la teora de John Rawls.

    La teora de la igualdad de Dworkin aspira a ser insensible hacia las dotaciones

    naturales, pero sensible a los costos y beneficios de las decisiones tomadas por los

    individuos. Y parte de esos costos y beneficios tienen que ver con lo que cada uno hace

    con sus propias dotaciones naturales. Para usar una metfora que el propio Dworkin

    utiliz alguna vez: no todos nacen con la condicin fsica necesaria para ser campeones

    olmpicos, pero muchos que nacen con esa condicin fsica nunca llegan a ser

    competitivos porque no agregan las cuotas de esfuerzo y de sacrificio que son

    necesarias. La teora moral no debera ser indiferente a esta distincin.

    No es para nada seguro que Dworkin haya conseguido elaborar una teora de la

    justicia tan completa y consistente como la de Rawls. Sus sucesivas formulaciones

    encierran problemas y sus consecuencias prcticas no siempre son claras. No obstante,

    Dworkin consigui instalar algunas ideas extremadamente fuertes e inspiradoras, como

    la exigencia de tratar a todas las personas con igual consideracin y respeto ( equal

    concern and respect). Aun cuando haya debates sobre lo que significa exactamente

    esta frmula, la propia existencia de esos debates alcanza para colocar a Dworkin entre

    los principales protagonistas de la discusin contempornea sobre la justicia.

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    No es este, sin embargo, el aspecto de su pensamiento poltico sobre el que

    quisiera detenerme. Me gustara ms bien destacar otro punto, en el que, me parece,

    Dworkin hace una contribucin mayor a la filosofa poltica y a la causa del liberalismo

    poltico entendido en sentido amplio. Este aspecto de su obra no ha merecido demasiada

    atencin, a pesar de que constituye un principio de respuesta a un problema de primera

    importancia para nuestra poca.

    El problema al que me refiero es el de la justificacin del orden poltico liberal.

    Por qu deberamos preferir ese orden a otros rdenes posibles, como aquellos

    fundados en la fuerza, en la costumbre o en la voluntad de Dios? Muchos filsofos

    polticos contemporneos evitan este problema. Simplemente asumen que la cuestin

    est resuelta y se dirigen a un pblico que aspira a un mejor funcionamiento del orden

    poltico liberal. Pero creo que esta es una actitud superficial y en ltima instancia

    autodestructiva.

    Contra lo que fueron hace algunos aos las predicciones de Francis Fukuyama,

    el orden poltico liberal no se ha convertido en algo as como la nica opcin capaz de

    satisfacer a los habitantes de este planeta. Luego de que Fukuyama pronosticara el fin

    de la historia y la pacfica expansin de la institucionalidad liberal, lo que ha habido es

    un crecimiento del integrismo religioso, de formas agresivas de nacionalismo y de

    versiones devaluadas del orden democrtico que amenazan con llevarnos a un

    absolutismo de las mayoras. A estas amenazas que aparecen fundamentalmente en los

    pases con dbil tradicin democrtica se suman otras que encontramos en los pases

    con rdenes institucionales ms slidos. Entre esas amenazas se cuentan el crecimiento

    de la apata ciudadana y una prdida de la capacidad de entender el significado de losmecanismos y procesos que protegen nuestras libertades y derechos. En este contexto,

    que felizmente no es dramtico pero si preocupante, gana importancia y centralidad una

    pregunta especfica: por qu deberamos preferir el orden liberal a otros rdenes

    posibles?

    La respuesta ortodoxa entre los liberales consiste en decir que las justificaciones

    del orden poltico deben realizarse sin apelar a las convicciones privadas sobre lo que da

    valor a la vida. Para decirlo en el lenguaje de Rawls: dado el hecho del pluralismo, es

    decir, la permanente diversidad de convicciones profundas que encontramos en

    cualquier sociedad democrtica contempornea, no podemos aspirar a justificar las

    instituciones comunes mediante argumentos que apelen a aquello que nos divide. Dicho

    de manera ms precisa: no podemos esperar a ponernos todos de acuerdo en las mismas

    convicciones morales, antropolgicas, metafsicas o religiosas para luego construir

    sobre ellas la justificacin del orden poltico. La posibilidad de tal consenso profundo

    simplemente no existe. En consecuencia, nuestro desafo consiste en justificar el orden

    institucional con argumentos superficiales, que apelen a nicamente a aquellas

    tradiciones e ideas pblicas que compartimos en tanto ciudadanos.

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    Rawls (un liberal ortodoxo en esta materia) formul esta idea de varias maneras.

    En su libro de 1971 hablaba de antifundacionismo3y en las obras posteriores habla de

    consenso por superposicin (overlapping consensus)4. Pero, ms all de estas

    variantes, la idea de fondo sigue siendo la misma: nuestras convicciones morales

    personales no pueden ser utilizadas para desarrollar argumentaciones pblicas a favor

    del orden institucional. Las argumentaciones que desarrollamos en el terreno de la

    moral personal y las argumentaciones que desarrollamos en el terreno poltico deben ser

    compatibles pero independientes.Slo si separamos claramente entre poltica y moral

    podremos evitar que los procesos de decisin poltica terminen determinando nuestra

    vida moral individual.

    Dworkin comparti inicialmente este punto de vista. En un artculo de 1978 en

    el que intenta definir el contenido doctrinal del liberalismo, sostiene con total ortodoxia

    que las decisiones polticas deben ser tan independientes como sea posible de toda

    concepcin del bien particular o sobre aquello que da valor a la vida5. Y esa mismavisin se mantendr incambiada hasta el ao 1990. Pero ese ao Dworkin dicta las

    clebres Tanner Lectures, y el punto de vista que defiende all es muy distinto del

    anterior. De hecho, puede sostenerse que el libro que recoge la versin escrita de esas

    conferencias (Foundations of Liberal Equality) marca un punto de inflexin en el

    desarrollo de sus ideas.

    En el texto de las conferencias Tanner, Dworkin utiliza la expresin estrategia

    de la discontinuidad para referirse a la separacin tradicionalmente reclamada por los

    liberales entre argumentos pblicos de carcter poltico y argumentos privados que

    apelen a las convicciones personales. Pero la sorpresa es que ahora dice que esaestrategia es insatisfactoria, de modo que es necesario avanzar hacia una estrategia de

    la continuidad. Segn esta estrategia, los principios de la poltica liberal deben ser

    presentados como parte de las condiciones en las que las personas queremos vivir

    nuestra vida moral individual (DWORKIN1990: 6 y 17)".

    Por qu Dworkin da este giro en su argumentacin? Bsicamente, porque se ha

    convencido de que la estrategia de la continuidad nos enfrenta a graves dificultades.

    En primer lugar, Dworkin observa que el programa de Rawls y los dems

    liberales ortodoxos corre el riesgo de ser impracticable. Dentro de cualquier sociedadmnimamente compleja existe una multiplicidad de principios latentes que

    frecuentemente estn en conflicto. Pretender encajarlos como partes de una nica

    historia y de una tradicin comn es ignorar la profundidad y complejidad del hecho

    del pluralismo. La construccin de nuestra cultura pblica no debera estar

    3Ver, por ejemplo, RAWLS1971: 127ss.

    4Ver, por ejemplo, RAWLS1993: 141ss.

    5Political decisions must be, so far as possible, independent of any particular conception of the good lifeor of what gives value to life (DWORKIN1978: 191).

    6Rawls malinterpreta el punto de vista de Dworkin en RAWLS1993a: 135n.

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    condicionada a la existencia de una convergencia ms o menos espontnea entre

    nuestras convicciones profundas7.

    En segundo lugar, la estrategia de la discontinuidad se apoya en una mala

    comprensin del vnculo que tenemos con nuestras propias convicciones morales,

    religiosas o antropolgicas. En general no las vemos como un conjunto de inclinaciones

    que debemos mantener a distancia para privilegiar nuestra identidad pblica, sino

    exactamente al revs: nuestras convicciones profundas estn entre las cosas que

    consideramos ms importantes en nuestra vida. No aspiramos a tomar distancia ni a ser

    imparciales respecto de ellas, sino a vivir una vida empapada por esas convicciones y a

    transmitirlas a nuestros hijos. Lejos de ser algo que debamos neutralizar o combatir,

    forman una parte esencial de lo que queremos ser. Dicho de otro modo: desde el punto

    de vista de la experiencia moral, primero estn nuestras convicciones personales y luego

    nuestra identidad pblica (es decir, aquella identidad que compartimos con los dems

    ciudadanos). La estrategia de la discontinuidad nos exige que invirtamos este ordende prioridades8.

    A esto puede agregarse una tercera dificultad que Dworkin apenas considera

    pero que se desprende de sus argumentos: la estrategia de la discontinuidad slo es

    aplicable en sociedades que cumplan un conjunto de condiciones. Los miembros de una

    sociedad dada deben compartir una cultura poltica suficientemente extendida, estable y

    reconocible para que sea posible una discusin pblica sobre las mejores

    interpretaciones posibles de esa tradicin. Tambin deben compartir una concepcin de

    la racionalidad que les permita comparar argumentos, evaluar la solidez de la evidencia

    emprica y someter a crtica los mecanismos de inferencia. Eso implica compartirciertos criterios comunes, relativos, por ejemplo, el alcance que debe darse a los

    argumentos de autoridad9. Ahora bien, muchas sociedades contemporneas no cumplen

    estas condiciones10. O bien carecen de una tradicin de respeto a las libertades

    individuales, o bien se guan por concepciones de la racionalidad muy diferentes de las

    nuestras (por ejemplo, concepciones que dan ms peso a la palabra de quienes hablan en

    nombre de Dios que a la evidencia emprica). En este contexto, la estrategia de la

    continuidad nos obliga a tener pretensiones modestas respecto de nuestra capacidad de

    justificar el orden poltico liberal. Esas justificaciones slo podrn tejerse en el mbito

    de las sociedades que ya cuentan con una fuerte tradicin liberal a sus espaldas, lo quenos deja sin posibilidades de entendimiento con los ciudadanos de aquellas sociedades

    que no cumplen tal condicin. En un mundo crecientemente globalizado y muy

    expuesto a la influencia de los integrismos y de los nacionalismos agresivos, este es un

    precio excesivamente alto en trminos intelectuales y un grave riesgo poltico.

    Vistas estas dificultades planteadas por la estrategia de la discontinuidad,

    Dworkin decide explorar el otro camino, es decir, la estrategia de la continuidad. Esta

    7Ver al respecto, DWORKIN1990: 32ss.8

    Ver al respecto DWORKIN1990: 14, DWORKIN1991: 415.

    9Rawls reconoce la necesidad de estas y otras condiciones, por ejemplo, en RAWLS1989: 244.

    10Rawls intenta lidiar con este problema, de manera poco convincente, en RAWLS1993b.

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    estrategia debera intentar justificar los principios del orden poltico liberal por la va de

    presentarlos como parte de las condiciones en las que las personas queremos vivir

    nuestra vida moral privada. Ahora bien, es posible recorrer este camino sin ignorar el

    hecho del pluralismo y, por lo tanto, sin terminar atentando contra la libertad moral de

    los ciudadanos? La respuesta ortodoxa entre los liberales es que no. La respuesta de

    Dworkin es que sera posible hacerlo si conseguimos justificar una tesis sobre nuestra

    vida moral que l llama la tesis de la dependencia. Esa tesis afirma que nuestro deseo

    de vivir una vida buena y nuestro deseo de vivir en una sociedad justa son pretensiones

    interdependientes11. Si esto es as, podremos invocar argumentos ligados a nuestras

    convicciones morales privadas para justificar el orden pblico, aun en un contexto

    caracterizado por el hecho del pluralismo.

    La argumentacin de Dworkin a favor de la tesis de la dependencia parte de

    una observacin bien conocida acerca de la relacin que establecemos con nuestros

    propios deseos o preferencias (utilizo aqu estos trminos de manera intercambiable).Todos nosotros tenemos simples deseos de facto, es decir, preferencias que nos gustara

    ver satisfechas. Por ejemplo, nuestro deseo de tomar helado de chocolate. Pero adems

    de querer ciertas cosas, hay cosas que queremos querer. Comparemos nuestro deseo de

    tomar helado de chocolate con nuestro deseo de tener buenas relaciones con nuestros

    hijos. Tomar helado de chocolate tiene alguna importancia para nosotros porque se da el

    caso de que nos gusta el helado de chocolate. Pero la relacin es inversa cuando se trata

    del vnculo con nuestros hijos: deseamos tener buenas relaciones con nuestros hijos

    porque tener un buen vnculo con ellos forma parte de las cosas que consideramos

    importantes. Dicho de otro modo: generalmente pensamos que nuestra vida no se

    volver peor si deja de gustarnos el helado de chocolate, pero s pensamos que nuestra

    vida se volver menos valiosa si deja de importarnos el vnculo que tenemos con

    nuestros hijos.

    Esta distincin tiene viejos antecedentes filosficos. Como mnimo se remonta a

    Aristteles, y en nuestra poca ha sido trabajada por autores como Harry Frankfurt,

    Amartya Sen, Charles Taylor y Bernard Williams12. Se trata e una distincin que

    plantea problemas, ya que la frontera entre los dos tipos de intereses no es tan clara

    como pudiera parecer. Pero aqu podemos dejar esas dificultades de lado, porque lo

    nico que importa a los efectos de la argumentacin de Dworkin es el siguiente punto:si efectivamente hay en nuestra vida moral cosas que queremos querer, entonces

    nuestros intereses no se reducen a ver satisfechos nuestros deseos de facto. Adems nos

    interesa verificar que los deseos que tenemos son los mejores deseos que podemos

    tener. Dicho de otro modo: estamos presididos por el inters en vivir una vida que sea

    efectivamente valiosa, y no solamente una vida en la que veamos cumplidos los deseos

    que hemos incorporado de hecho. La pregunta por la mejor vida que podemos vivir (o al

    11

    Ver sobre el punto DWORKIN1991: 415.12Aristteles introduce el tema en Etica a Nicmaco 1113a15ss y 1174b15ss. Para los otros autores

    mencionados ver FRANKFURT1971, SEN1974, TAYLOR1982, WILLIAMS1985.

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    menos por los criterios que permiten identificar una vida razonablemente buena) tiene

    sentido para nosotros y ocupa una parte importante de nuestra vida moral.

    EnFoundations of Liberal Equality, Dworkin distingue tres modelos que

    podemos utilizar para dar respuesta a esta pregunta. Los llama respectivamente el

    modelo del impacto, el modelo del contenidoy el modelo del desafo. El modelo del

    impactodice que una vida es valiosa si genera consecuencias que son valoradas por los

    dems. En este sentido, la vida de Mozart es valiosa porque dej obras que son

    ampliamente admiradas. El modelo del contenidodice que el valor de una vida no

    depende de las cosas buenas que deje como legado sino de las cosas buenas que permita

    vivir. Una vida es valiosa en funcin de las experiencias que contiene, del mismo modo

    que un museo es valioso en funcin de las piezas que hay en su interior. Por ltimo, el

    modelo del desafodice que una vida es buena si puede ser vista como una buena

    respuesta a las oportunidades y desafos proporcionados por el contexto13.

    Los dos primeros modelos, dice Dworkin, no resisten el contraste con nuestra

    experiencia moral. El modelo del impactono tiene en cuenta que muchas de las cosas

    que dan valor a nuestra vida (como la calidad del vnculo que tenemos con nuestros

    hijos) no funcionan con esa lgica. Alguien puede dejar un legado de gran impacto y al

    mismo tiempo haber vivido una vida muy infeliz. El modelo del contenidotiene en

    cuenta esta dificultad, pero se enfrenta al problema de cmo identificar las excelencias

    que daran valor a una vida. Las virtudes aristocrticas descritas por Aristteles estn en

    conflicto con las virtudes predicadas por el cristianismo, y las virtudes apreciadas en la

    sociedad del conocimiento no coinciden con las apreciadas en una sociedad guerrera.

    Por lo tanto, este modelo amenaza con conducirnos, o bien hacia un perfeccionismouniversalista incompatible con el hecho del pluralismo, o bien hacia un relativismo

    que vuelva inviable todo intercambio de argumentos sobre lo que da valor a una vida

    (DWORKIN1990: 81).

    A partir de estas crticas, Dworkin va a intentar sostener que el modelo del

    desafoes el que mejor se adapta a los datos fundamentales de nuestra experiencia

    moral. A diferencia del modelo del impacto, el modelo del desafoafirma que en la

    evaluacin de una vida cuentan acontecimientos y experiencias que pueden resultar

    insignificantes para el resto del mundo. Y a diferencia del modelo del contenido, este

    modelo afirma que no existe algo que pueda ser identificado como una vida buena

    con independencia de los juicios formulados en un contexto especfico. El modelo del

    desafoafirma que una vida buena consiste en una vida que es capaz de dar respuestas

    valiosas a las oportunidades y desafos que nos presenta un contexto de accin

    especfico (DWORKIN1990: 57).

    Por qu Dworkin se toma el trabajo de hacer estas distinciones ms propias de

    un filsofo moral? Porque est siguiendo una estrategia argumentativa que puede

    resumirse del siguiente modo: si el modelo del desafoes el que mejor explica nuestra

    experiencia moral, entonces la tesis de la dependenciaes sostenible. Y si la tesis de la

    13Para todo esto ver DWORKIN1990: 53-54.

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    dependenciaes sostenible, entonces puede justificarse la estrategia de la continuidad

    como camino para justificar el orden poltico liberal. Veamos gruesamente cmo

    procede.

    Supongamos por un momento que Dworkin nos ha convencido de que el modelo

    del desafoes el que da mejor cuenta de nuestra experiencia moral. Si esto es as,

    entonces podemos asumir que una vida buena, es decir, una vida digna de ser vivida, es

    aquella que es capaz de dar buenas respuestas a un contexto que es capaz de plantear

    desafos interesantes. Si el contexto no nos da ninguna posibilidad de poner en juego

    nuestra capacidad de respuesta, ser muy difcil para nosotros vivir una vida

    mnimamente atractiva. Y, desde luego, esto tampoco ocurrir si el contexto nos da esas

    oportunidades pero somos incapaces de aprovecharlas.

    Ahora bien, cmo podemos saber si un contexto especfico nos est planteando

    desafos capaces de agregar valor a nuestra vida? Con argumentos que me permito

    obviar aqu, Dworkin sostiene que slo es posible vivir una vida individual valiosa en

    un contexto que asegure la ms amplia dotacin de libertades para todos y una

    distribucin de recursos lo ms igualitaria que sea posible14.

    Una dotacin de libertades ms abundante nos permitir recorrer ms caminos y

    ensayar respuestas ms variadas a los desafos del contexto. Una distribucin ms

    igualitaria de recursos nos permitir comparar nuestra capacidad de respuesta con la

    capacidad de respuesta de los dems. De la misma manera que un atleta prefiere triunfar

    en un marco de reglas exigentes e iguales para todos, a hacerlo en un marco de reglas

    demasiado fciles o demasiado inequitativas, nosotros tenemos razones para preferiruna distribucin de libertades y recursos que sea lo ms amplia e igualitaria que sea

    posible. Una vida slo puede ser considerada valiosa si puede resistir la comparacin

    con otras vidas vividas en condiciones similares. Dicho de otro modo: la vida es un

    desafo y la mejor respuesta que podamos dar a ese desafo es la mejor respuesta que

    podamos dar en condiciones de igualdad. Slo en ese caso podremos sentirnos

    orgullosos de nuestros propios logros.

    No puedo entrar en un anlisis detallado de esta argumentacin, ni quiero

    detenerme en las dificultades que enfrenta. Lo que me interesa es observar la forma

    general del argumento. Y esa forma consiste en decir que, si prestamos atencin a lasparticularidades de nuestra vida moral individual, no podemos ver con indiferencia el

    contexto poltico, social y econmico en el que nos toca actuar. Hay una relacin entre

    nuestros intereses morales personales y las condiciones en las que se desarrolla la vida

    colectiva. El orden poltico liberal puede entonces ser justificado por el camino de

    apelar a nuestros intereses en el terreno de la moral personal.

    La formulacin ensayada por Dworkin en las Tanner Lecturesno est libre de

    problemas. Por ejemplo, no tiene ninguna capacidad de respuesta ante un interlocutor

    14Para esta parte de su argumentacin, ver DWORKIN1990: 73-83.

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    nietzscheano (o al menos, para un interlocutor que haya hecho cierta lectura de las obras

    de Nietzsche) que reclame una mayor dotacin de recursos porque se considera ms

    talentoso que los dems y, en consecuencia, cree poder hacer un mejor uso de ellos.

    Pero no quiero entrar aqu en estas dificultades. Lo que me importa es el alejamiento

    que se produce aqu frente a todas las posturas tericas que consisten en tomar la cultura

    igualitaria como un punto de partida que no necesita argumentacin. Esas posturas

    tericas, muy extendidas hoy en el campo del liberalismo poltico, no son capaces de

    tender puentes hacia mucha gente que ha crecido en otros contextos culturales, ni tienen

    una gran capacidad justificatoria hacia las nuevas generaciones de nuestras propias

    sociedades.

    Observen que el pasaje desde la estrategia de la discontinuidad a la estrategia

    de la continuidad implica una reformulacin del modo en que concebimos el debate

    pblico. Para la visin discontinuista el nico objeto de ese debate es generar

    acuerdos sobre los principios e instituciones fundamentales que van a sostener lacoexistencia social. Si ese es el nico tema en cuestin, entonces es verdad, como

    piensa la ortodoxia liberal, que la introduccin de argumentos relativos a nuestra vida

    moral personal es potencialmente peligrosa. Pero las cosas cambian si incorporamos

    una concepcin del debate pblico no slo como el lugar donde se discuten los

    principios y arreglos institucionales fundamentales, sino tambin como el lugar donde

    se desarrollan argumentaciones capaces de establecer puentes entre las concepciones

    profundas preferidas por los individuos y la justificacin pblica de una concepcin

    de la justicia. En ese caso sera posible introducir al menos algunos argumentos

    relativos a la vida moral personal sin generar amenazas a la libertad.

    El espacio pblico as entendido no slo ser un resultado de la opcin a favor

    de la institucionalidad liberal, sino tambin el lugar donde permanentemente se

    renueven adhesiones a favor de esa opcin. De este modo, la existencia de una

    backgroundculturecapaz de sostener a las instituciones no sera un dato externo que

    slo puede ser constatado por los ciudadanos, sino (al menos parcialmente) un resultado

    del esfuerzo de construccin ciudadana. Concomitantemente, nuestra identidad privada

    en tanto agentes morales y nuestra identidad pblica en tanto ciudadanos no quedaran

    artificialmente divorciadas sino integradas en una misma lgica.

    Un enfoque de este tipo, ciertamente ms sofisticado que el de Rawls, puede

    poner a la institucionalidad liberal en mejores condiciones para defender su propia

    continuidad histrica. En particular, una concepcin de este tipo nos deja mejor

    equipados para responder a dos grupos de desafos muy presentes en el mundo actual.

    El primer es grupo est constituido por los desafos a la continuidad institucional

    que encontramos dentrode casi cualquier sociedad democrtica contempornea. Entre

    ellos se cuenta la desafeccin de los miembros de las nuevas generaciones hacia la

    poltica en general (lo que puede llevar a niveles crecientes de apata ciudadana) y la

    creciente fragmentacin cultural que resulta de mayores niveles de respeto hacia ladiversidad de identidades y tradiciones.

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    El segundo grupo est constituido por los desafos que plantea un orden

    internacional cada vez ms globalizado, cada vez ms multipolar y cada vez ms

    condicionado por el reconocimiento de la multiculturalidad. En un mundo semejante,

    las posibilidades de conflicto son crecientes, al tiempo que se vuelve cada vez ms

    difcil apelar a una concepcin no desafiada de los derechos para justificar de una

    institucionalidad internacional con alto grado de legitimidad.

    La apuesta de Dworkin a la estrategia de la continuidad es una de las primeras

    manifestaciones de una posicin terica que luego sera seguida por otros autores, como

    Will Kymlicka15, y que intenta medirse con este desafo. Pese a las dificultades que sin

    duda enfrenta, el mrito consiste en haber contribuido a construir una perspectiva que

    enriquece a la tradicin del liberalismo poltico.

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    15Para una formulacin temprana ver KYMLICKA1989.

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