Sáez Abab, Rubén - Artillería y Poliorcética en El Mundo Grecorromano

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ARTILLERÍA Y POLIORCÉTICA EN EL MUNDO GRECGRROM AN O Rubén Sáez Abad CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTIFICAS EDICIONES POLIFEMO

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Sáez Abab, Rubén - Artillería y poliorcética en el mundo grecorromanoEste libro analiza la construcción, funcionamiento y empleo de la maquinaria bélica en la Antigüedad grecorromana, partiendo de la premisa de que la artillería y las máquinas ie asedio jugaron un muy significativo papel en el desarrollo de las campañas militares de ese período. Se tiene en cuenta su utilización no sólo en el asalto a fortificaciones, sino también su empleo en batallas campales. Igualmente se estudian las transformaciones que la introducción de nuevas tecnologías provocaron en las concepciones bélicas, se ha procedido a la descripción sistemática y al estudio de cada una de las máquinas de asalto y piezas de artillería empleadas en el mundo griego y latino, con especial énfasis en este último. Para ello se ha manejado un amplio repertorio le recursos, que incluye las fuentes documentales, los restos arqueológicos, las representaciones iconográficas, así como las nuevas aportaciones de la arqueología experimental.Rubén Sáez Abad (Teruel, 1978) cursó sus estudios de Humanidades en la Universidad de Teruel, realizando su doctorado en Historia Antigua en la Universidad Complutense de Madrid. Su tesis doctoral, titulada La Poliorcética en el Mundo Antiguo, fue galardonada con el Premio Defensa 2004 en el apartado de Geografía e Historia Militar. Entre sus publicaciones relacionadas con el tema de este libro pueden reseñarse artículos como “La maquinaria bélica en Hispania. Crónica de un siglo de investigaciones”, “La artillería en las batallas campales en el mundo grecorromano” o “El ariete: la más antigua de las máquinas de asedio”, así como su participación en diversos Congresos y Jornadas de Investigación especializadas. Ha coordinado, en colaboración con la Dra. Pilar Fernández Uriel, las Jornadas sobre Armas, legiones y limes: el ejército romano, celebradas en la UNED y el Museo Arqueológico Nacional en octubre del año 2005. Asimismo, su trabajo en el plano teórico se complementa en la práctica con la reconstrucción y funcionamiento a tamaño real de muchas de las máquinas empleadas por los ejércitos grecorromanos que aparecen descritas en esta obra.INDICE1.INTRODUCCIÓN 2. Fuentes para el estudio de la maquinaria bélica 2.1. Las fuentes documentales antiguas2.1.1. Heron de Alejandría 2.1.2. Biton de Pérgamo 2.1.3. Filon de Bizancio2.1.4. Vitrubio 2.2. Los restos arqueológicos 2.3. Las representaciones gráficas2.4. La arqueología experimental 3. LA MAQUINARIA BÉLICA EN LA ANTIGÜEDAD. CONSIDERACIONES GENERALES4. LA MAQUINARIA BÉLICA EN EL MUNDO GRECORROMANO4.1. Las piezas de artillería4.1.1. Evolución tecnológica de las piezas de artillería 4.1.1.1. El primer ingenio de “no torsión el gastraphetes 4.1.1.2. Las máquinas de “no torsión de diseño avanzado4.1.1.3. La primera artillería de torsión 4.1.1.4. La artillería de torsión estándar 4.1.1.5. Diseños alternativos alas máquinas comunes4.1.1.6.1. El chalcotonon 4.1.1.6.2. El aerotonon 4.1.1.6.3. La catapulta de repetición de Dionisio de Alejandría 4.1.1.6. Modificaciones en las piezas de artillería en el período comprendido entre el desarrollo de las fórmulas de calibración γ la obra de Vitrubio4.1.1.7. Las últimas modificaciones de las piezas de artillería en el Imperio Romano 4.1.2. Principales tipos de piezas de artillería grecorromana 4.1.2.1. La catapulta tres palmos griega o tipo scorpio romana 4.1.2.1.1. Restos arqueológicos de Cremona (Italia) 4.1.2.1.2. Restos arqueológicos de las catapultas del Epiro (Grecia)4.1.2.1.3. Restos arqueológicos de la catapulta de Sunion (Grecia)4.1.2.2. La ballista 4.1.2.2.1, Restos arqueológicos de Mahdia (Túnez) 4.1.2.2.2. Restos arqueológicos de Hatra (Iraq)4.1.2.3. La quiroballista 4.1.2.3.1. Restos arqueológicos de Orsova (Rumania) 4.1.2.3.2. Restos arqueológicos de Gornea (Rumania) 4.1.2.3.3. Restos arqueológicos de Sala (Ma

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ARTILLERÍA Y POLIORCÉTICA EN EL MUNDO

GRECGRROM AN O

Rubén Sáez Abad

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTIFICASEDICIONES POLIFEMO

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Este libro analiza la construcción, funcionamiento y em- }leo de la maquinaria bélica en la Antigüedad grecorromana, partiendo de la premisa de que la artillería y las máquinas ie asedio jugaron un muy significativo papel en el desarro- lo de las campañas militares de ese período. Se tiene en :uenta su utilización no sólo en el asalto a fortificaciones, ¡ino también su empleo en batallas campales. Igualmente ¡e estudian las transformaciones que la introducción de íuevas tecnologías provocaron en las concepciones bélicas, ie ha procedido a la descripción sistemática y al estudio de :ada una de las máquinas de asalto y piezas de artillería em­pleadas en el mundo griego y latino, con especial énfasis en íste último. Para ello se ha manejado un amplio repertorio le recursos, que incluye las fuentes documentales, los restos irqueológicos, las representaciones iconográficas, así como as nuevas aportaciones de la arqueología experimental.

Rubén Sáez Abad (Teruel, 1978) cursó sus estudios de Humanidades en la Universidad de Teruel, realizando su doctorado en Historia Antigua en la Universidad Com ­plutense de Madrid. Su tesis doctoral, titulada La Polior­cética en el Mundo Antiguo, fue galardonada con el Premio Defensa 2004 en el apartado de Geografía e His­toria Militar. Entre sus publicaciones relacionadas con el tema de este libro pueden reseñarse artículos como “La maquinaria bélica en Hispania. Crónica de un siglo de investigaciones” , “La artillería en las batallas campales en el mundo grecorromano” o “El ariete: la más antigua de las máquinas de asedio” , así como su participación en diversos Congresos y Jornadas de Investigación especiali­zadas. Ha coordinado, en colaboración con la Dra. Pilar Fernández Uriel, las Jornadas sobre Armas, legiones y limes: el ejército romano, celebradas en la U N ED y el Museo °Arqueológico Nacional en octubre del año 2005. Asimis­mo, su trabajo en el plano teórico se complementa en la práctica con la reconstrucción y funcionamiento a tamaño real de muchas de las máquinas empleadas por los ejérci­tos grecorromanos que aparecen descritas en esta obra.

in portada:Lelieve de la Columna Trajana de Roma

Armauirumque
Armauirumque
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ANEJOS DE GLADIUS 8

Directores:Fernando Quesada Sanz y Áivaro Soler del Campo

Consejo de Redacción:Eduardo González Calleja Pilar López García Antonio Navareño Carlos Sanz Mínguez

Consejo Asesor:David Alexander (Puycesi, France)Christian Beaufort-Spontin (Hofjad und Rüstkammer, Kunsthistorisches Museum, Wien) Jon Coulston (University of St. Andrews, United Kingdom)Michel Feugère (CNRS, Montpellier, France)J.A. Godoy (Musée d’Arte et d’Histoire, Gèneve, Suisse)Michael Kunst (Deutsches Archäologisches Instituts, Madrid)Guillermo Kurtz Schaeffer (Museo Arqueológico de Badajoz)Pierre Moret (Casa de Velázquez, Madrid)Stuart W. Phyrr (Metropolitan Museum of Art, New York, USA)

IN STITU TO H ISTÓ R ICO HOFFM EYER

CSIC, J unta de Extremadura, D iputación de CAceres, Patrimonio Nacional, Caja de Extremadura, Ayuntamiento de J araíz de la Vera

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R u b é n Sá e z A ba d

ARTILLERIA Y POLIORCÉTICA EN EL MUNDO GRECORROMANO

Anejos de Gladius 8

C o n s e j o S u p e r i o r d e In v e s t i g a c i o n e s C i e n t í f i c a s

I n s t i t u t o H i s t ó r i c o H o ffm e y e r . I n s t i t u t o d e H i s t o r i a

E d i c i o n e s P o l i f e m o

Madrid, 2005

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Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informá­tico, y su distribución.

EDICíONES Ifljm&y pouFEMo

© Rubén Sáez Abad© Consejo Superior de investigaciones Científicas

c/ Vitruvio, 8 28006 Madrid ÑIPO: 653-05-139-6 ISBN: 84-00-08403-9

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Depósito Legal: M-6.414-2006Impreso en España

MiNISTERIO DE EDUCACIÓN Y CIENCIA

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES

Imprime: eLeCe, Industria Gráfica c/ Río Tiétar, 24 28110 Algete (Madrid)

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Artillería y poliorcética en el mundo grecorromano

In d ic e

¡ . I ntroducción ....................................................................................................................... 13

2 . Fuentes para e l e stu d io de la m aquinaria bélica ................................................... 172 .1 , Las fuentes documentales antiguas ........................................................................... 17

2.1.1. Heron de Alejandría ......................................................................................... . 182.1.2. Biton de Pérgamo ................................................................................................. 202 . 1 .3 . Filon de Bizancio ................................................................................................. 202.1.4. Vitrubio ................................................................................................................ 21

2 .2 , Los restos arqueológicos ............................................................................................. 222.3, Las representaciones gráficas ...................................................................................... 262.4, La arqueología experimental ...................................................................................... 29

3. La maquinaria bélica en la Antigüedad . C onsideraciones generales ............ 31

4. La maquinaria bélica en el mundo grecorrom ano ................................................. 374.1. Las piezas de artillería ................................................................................................... 37

4.1.1. Evolución tecnológica de las piezas de artillería............................................ 374.1.1.1. El primer ingenio de “no torsión el gastraphetes................................. 374.1.1.2. Las máquinas de “no torsión5 de diseño avanzado .............................. 404.1.1.3. La primera artillería de torsión ............................................................... 444.1.1.4. La artillería de torsión están dar............................................................... 484.1.1.5. Diseños alternativos alas máquinas comunes ...................................... 49

4 .1 .1.6.1. El chalcotonon .................................................................................... 494.1.1.6.2. El aerotonon ...................................................................................... 504.1.1.6.3. La catapulta de repetición de Dionisio de Alejandría .............. 51

4.1.1.6. Modificaciones en las piezas de artillería en el período comprendidoentre el desarrollo de las fórmulas de calibración γ la obra de Vitrubio . . 54

4.1.1.7. Las últimas modificaciones de las piezas de artilleríaen el Imperio Romano ....................................................................................... 55

4.1.2. Principales tipos de piezas de artillería grecorromana ................................. 564.1.2.1. La catapulta tres palmos griega o tipo scorpio romana .................... 56

4 .1 .2 .1 .1 . Restos arqueológicos de Cremona (Italia) ................................... 574 .1 .2 .1 .2 . Restos arqueológicos de las catapultas del Epiro (Grecia) . . . . 614.1.2.1.3. Restos arqueológicos de la catapulta de Sunion (Grecia) ......... 62

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8 ARTILLERÍA Y POLIORCÉTICA EN EL M UNDO GRECORROM ANO Gladius, Anejos 8, 2005

4.1.2.2. La ballista ..................................................................................................... 634 .1.2.2.1, Restos arqueológicos de Mahdia (Túnez) .................................. 634.1.2.2.2 . Restos arqueológicos de Hatra (Iraq) ......................................... 64

4.1.2.3. La quiroballista ........................................................................................... 684.1.2.3.1. Restos arqueológicos de Orsova (Rumania) ............................. 694.1.2.3.2. Restos arqueológicos de Gornea (Rumania) ............................. 704.1.2.3.3. Restos arqueológicos de Sala (Marruecos) .................................. 714.1.2.3.4. Restos arqueológicos de Volúbilis (Marruecos) ........................ 724.1.2.3.5. Restos arqueológicos de Lyon (Francia)...................................... 724.1.2.3.6. Restos arqueológicos de Pytius (Georgia) .................................. 74

4.1.2.4. El on ager ....................................................................................................... 744.1.2.5. La ballista lanzaflechas de época tardía ................................................. 784.1.2.6. Restos arqueológicos de proyectiles ........................................................ 80

4.2. Las máquinas no consideradas como artillería ........................................................ 814.2.1. La torre de asedio ................................................................................................ 814.2.2. El ariete ................................................................................................................ 894.2.3. La tortuga .............................................................................................................. 944.2.4. El trépano .............................................................................................................. 984.2.5. EI tolleno ................................................................................................................ 994.2.6. La sambuca ............................................................................................................ 1004.2.7. Los abrigos colectivos ......................................................................................... 101

4.2.7.1 . El mantelete ................................................................................................ 1014.2.7 .2. El pórtico y la vinca .................................................................................. 1024.2.7.3. E lpluteo ....................................................................................................... 1024.2.7.4. El m usculo..................................................................................................... 103

5. La POLIORCÉTICA GRECORROMANA ................................................................................... 1055.1. La poliorcética griega .................................................................................................. 105

5.1.1. La poliorcética griega a lo largo de las Guerras del Peloponeso(431-404 a.C.) ............................................................................................................ 105

5.1.2. La poliorcética griega en la primera mitad del siglo IV a.C ........................... 1095.1.2.1. La poliorcética de la Magna Grecia en tiempos

de Dionisio I de Siracusa .................................................................................. 1095.1.2.2. La poliorcética en tiempos de Eneas el Táctico ................................... 112

5.1.3. La poliorcética en el Reino de M acedon ia...................................................... 1165.1.3.1. Las máquinas de Filipo II ......................................................................... 1165.1.3.2. La maquinaria bélica utilizada por Alejandro Magno ........................ 1175.1.3.3. La dispersión de las piezas de artillería en el territorio griego ......... 119

5.1.3.3.1. Las piezas de artillería en Esparta y Atenas ................................. 1195.1.3.3.2. La llegada de la artillería al resto de las ciudades griegas ......... 121

5.1.4. La poliorcética en el mundo helenístico hasta su incorporación a Roma . 1235.1.4.1. La poliorcética en tiempos de Demetrio Poliorcetes .......................... 1235.1.4.2. La poliorcética en tiempos de Filon de Bizancio:

sus recomendaciones........................................................................................... 1255-1.4.3. La poliorcética en la ciudad de Siracusa hasta su caída

en manos romanas .............................................................................................. 135

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Gladius, Anejos 8, 2005 INDICE 9

5.2. La poliorcética romana ............................................................................................... 1365.2.1. La extensión de la maquinaria bélica en el mundo ro m an o ...................... 1375.2.2. La maquinarla bélica de época republicana ......................................... 1385.2.3. La maquinaria bélica de época imperial .............................................. 1395.2.4. La maquinaria bélica de época bajoimperial ....................................... l40

6 . La m aquinaria bélica ln Hispania .................................................................................. 1456.1. Introducción ........................................ ......................................................................... 1456.2. Las fuentes documentales ........................................................................................... 1466.3. Restos arqueológicos de catapultas ........................................................................... 149

6.3.1. La catapulta tipo scorpio de Ampurias (Gerona) .......................................... 1496.3.2. Las catapultas tipo scorpio de Azaila (Teruel) ........................................·. . . . 1516.3.3. La catapulta tipo scorpio de Caminreal (Teruel) .......................................... 152

6.4. Restos arqueológicos de proyectiles ........................................................................... 1556.5. Estructuras constructivas vinculadas a la utilización de la maquinaria bélica . . 1 58

7. La artillería en las batallas campales ........................................................................ 1637.1. Introducción ................................................................................................................... 1637.2. El mundo griego ............................................................................................................ 1647.3. El mundo romano ....................................................................................................... 165

8. La m aquinaria bélica en la g u erra naval ................................................................. 1678.1. Introducción ................................................................................................................... 1678.2. Ingenios empleados en la guerra naval .................................................................... 168

8.2.1. El garfio ................................................................................................................ 1688.2.2. El espolón .............................................................................................................. 1698.2.3. El harpax .............................................................................................................. 1708.2.4. El corvus ................................................................................................................ 1718.2.5. Las piezas de artillería ........................................................................................ 1718.2.6. El asser ................................................................................................................... 1748.2 .7. L a sambuca ............................................................................................................ 1748.2 .8. La torre de asedio ........................................................................... 1758.2.9. Las armas incendiarias ....................................................................................... 175

9. Las armas incendiarias ....................................................................................................... 1799.1. Las armas incendiarias griegas ................................................................................... 1799-2. Las armas incendiarias romanas ............................................................................... 1829.3. Las armas incendiarias tardorromanas ..................................................................... 183

10. La ARQUEOLOGÍA EXPERIMENTA!........................................................................................... 18510.1. Introducción ................................................................................................................ 18510.2 . Las piezas de artillería ................................................................................................ 190

10.2.1. La quiroballista .................................................................................................... 19010.2.2 La catapulta griega de tres palmos o scorpio romana ................................... 19310.2.3. El onager .............................................................................................................. 19610.2.4. La ballista ........................................................................................................... 198

10.3. Las máquinas no consideradas como artillería ...................................................... 201

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C onclusiones ............................................................................................................................ 207

Apéndices documentales ....................................................................................................... 213Apéndice I. Pesos γ m ed id as ................................................................................................ 213

1. Mundo griego ............................................................................................................. 2132. Mundo romano ..................................................................................................... 214

Apéndice II. Evolución de la artillería ............................................................................. 2151 . Catapultas de “no torsión” ........................................................................................ 2152 . Catapultas de torsión ................................................................................................ 216

Apéndice III. Empleo de la maquinaria ........................................................................... 2171. Mundo griego .............................................................................................................. 2172. Mundo romano ..................................................................................................... 2233. Hispania ....................................................................................................................... 236

Apéndice IV. Hallazgos arqueológicos ............................................................................. 237

Biblio gra fía ................................................................................................................................. 239Indice de abreviaturas ......................................................................................................... 241Fuentes clásicas ..................................................................................................................... 242Bibliografía actual ................................................................................................................ 247

Índice de Figuras ..................................................................................................................... 259

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ARTILLERIA Y POLIORCETICA

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A Maria Josefa, y Domingo, Josefa y Joaquín,

Antonio y Antonia, y también a Rafael.

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1. INTRODUCCIÓN

Desde hace muchos años, he sentido un vivo interés por la importancia que han tenido los conflictos bélicos a lo largo de la historia y de la influencia que, directa o indirectamente, han ejercido en el devenir de las civilizaciones. Si un momento histórico ha estado marcado por el em­pleo de las armas y por su elevada conflictividad social, ese ha sido el de la Edad Antigua.

Siguiendo el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua se puede definir la gue­rra como la lucha armada entre naciones o partidos. Ya decía el filósofo Thomas Hobbes, allá por el siglo XVII, Homo homini lupus est. Dentro del género humano se encuentra el germen de la guerra, que lo conduce al enfrentamiento con otros miembros de su misma especie. Se trata de un fenómeno tan antiguo como el mismo hombre, que existe desde los inicios de la Humanidad.

Desde un punto de vista muy generalista, se podría afirmar que el mundo ha sufrido algunas de sus mayores transformaciones a causa de las guerras y de los enfrentamientos armados entre los diferentes grupos humanos que lo han poblado. A través de esta concepción, en cierto modo, la historia del mundo sería la historia de los enfrentamientos que se han llevado a cabo en él. Tal y como afirmaba Plutarco, a lo largo de toda la Historia Antigua había resultado imposible que dos reinos estuvieran en contacto sin llegar al enfrentamiento armado, pues la ambición del hombre nunca tenía límites:

“Aquellos a cuya ambición, ni el mar ni los montes, ni los desiertos son suficiente término y a cuya codicia no ponen coto los límites que separan a Europa de Asia, no puede conce­birse cómo estarán en quietud rozándose y tocándose continuamente sino que es preciso que se hagan siempre la guerra, siéndoles ingénito el armarse acechanzas y tenerse envidia. Así es que de estos dos nombres, guerra y paz, hacen uso común de la moneda, para lo que les es útil, no para lo justo, y debe considerarse que son mejores cuando abierta y franca­mente hacen la guerra que no cuando, al abstenerse y hacer pausas de violencia, le dan los nombres de justicia y amistad” (Plut., Vit. P ir r h 12).

Este estado de guerra total es todavía más palpable en el Mundo Antiguo, y en especial en la Grecia Clásica, en la que la lucha armada se convirtió en algo intrínseco y propio de su misma constitución. Por tanto, resulta determinante la comprensión de este fenómeno para entender en su totalidad las claves de la civilización griega y el funcionamiento de las “ciudades-estado”.

“Lo que la mayor parte de la gente llama paz, no es allí más que una palabra; en realidad todas las ciudades se hallan en estado de guerra, si no declarada, al menos virtual, respec­to a las otras: es un hecho natural” (PL, Leg., I, 626A).

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Durante la primera mitad, del siglo IV a.C. el filósofo Aristóteles ya apuntaba la importancia que la guerra tenía como agente constructor de imperios. Dentro de los conflictos bélicos, la to­ma de las ciudades (poliorcética), principal núcleo de poder, ocupaba un lugar primordial:

“Si no me equivoco, todo reino y todo imperio se consigue con las guerras y se propaga con las victorias. Las guerras y las victorias se ganan por regla general con la conquista y la destrucción de las ciudades. Tal gesta no se realiza sin ofender a los dioses: se abaten las murallas y los templos...” (Cic., Rep., Libro III, 20).

En el período comprendido entre las Guerras Médicas (490 a.C.) y la batalla de Queronea (338 a.C.), las dos terceras partes del tiempo no pudo gozar toda Grecia de un período de paz. Y en Roma, en el período comprendido entre el reinado de Numa Pompilio (siglo VII a.C.) y el go­bierno de Augusto, sólo se cerraron las puertas del templo de Jano en contadas ocasiones.

Entre los motivos que llevaban al estallido de un conflicto bélico, ocupaba un lugar muy im­portante el interés económico por el control de las fuentes de riqueza. El hombre siempre ha am­bicionado lo que poseía su vecino y ha intentado arrebatárselo por todos los medios a su alcance. Si este deseo de apropiarse de lo ajeno se producía entre reinos o ciudades resultaba inevitable la guerra.

La lucha por la independencia, encaminada a liberarse del dominio de otro pueblo y conse­guir su propia soberanía, se encuentra en la base de gran parte de los conflictos de la Antigüedad. Baste recordar como ejemplos, la rebelión de los galos contra los romanos acaudillada por Ver­cingetorix (Caes. B. G a l l Oros., Hist., VI) o la revuelta que estalló en Judea en tiempos de Tito (Joseph, BJ., V-VI; Tac., Hist., V).

Pero, a menudo, los motivos que conducían a un enfrentamiento bélico se solapaban, consti­tuyendo una amalgama de complejas circunstancias. Quizás donde este fenómeno se muestre más acusado sea en el mundo griego, en el que las diferentes “ciudades-estado” vivían en un continuo conflicto para aumentar su poderío, tanto económico como político y social, y evitar al mismo tiempo quedar sometidas bajo el yugo de las ciudades vecinas.

Los griegos consideraban que sólo merecía mantenerse libre la ciudad que supiera batirse dig­namente por su libertad. De ahí que, uno de los aspectos más destacados del carácter cívico, fue­ra la preparación de los ciudadanos para el combate. En las ciudades griegas de época clásica, el ciudadano era ante todo un soldado que, con demasiada frecuencia, tenía que defender su ciudad de las amenazas exteriores. Ciudadanía y servicio militar caminaban de la mano en la construc­ción de la polis.

Las ciudades griegas, continuamente, necesitaban del empleo de las armas para defender su territorio y alcanzar nuevas conquistas. Era tal la inestabilidad militar de los primeros siglos de las nacientes polis que, prácticamente, se vivieron dos siglos de continuos enfrentamientos, dete­nidos durante breves lapsos de tiempo, aprovechados para recuperarse y golpear después con más fuerza.

Sin entender el funcionamiento de las legiones como instrumento de conquista, también re­sulta imposible comprender la creación del Imperio Romano. Bajo la fuerza de las armas se creó esta gran superpotencia que, de forma sistemática, fue conquistando los pueblos vecinos y, más tarde, apoyándose en ellos, ocupar todos los territorios del ámbito del Mediterráneo.

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Gladius, Anejos 8, 2005 1. IN TRODUCCIÓ N 15

No quisiera terminar esta introducción sin dar las gracias a todas aquellas personas que, de una forma o de otra, me han brindado la ayuda y el apoyo emocional e intelectual necesarios para que haya podido concluir este libro.

Deseo dar las gracias a las doctoras Pilar Fernández Uriel y Pilar González Serrano, que diri­gieron y supervisaron este trabajo bajo la fórmula de la codirección. Ellas me brindaron, con su amplia experiencia, el marco teórico en el que situar la investigación que tuvo como fruto esta obra. También debo expresar mi agradecimiento al profesor Femando Quesada Sanz, que ha re­visado este trabajo, enriqueciéndolo con sus consideraciones.

Por último, tengo una deuda eterna con mi familia que siempre me ha proporcionado ía pa­ciencia y el apoyo necesarios para que este trabajo haya llegado a buen puerto. Les dedico este li­bro a todos ellos por su cariño y comprensión, y porque siempre han creído y confiado en mí mucho más que yo mismo.

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2. FUENTES PARA EL ESTUDIO

DE LA MAQUINARIA BÉLICA

2 .1 . L a s f u e n t e s d o c u m e n t a l e s a n t ig u a s

Son muchas las obras documentales antiguas que hacen referencias a las máquinas y técnicas de asedio en la Antigüedad. Entre otros, destacan autores como Tucídides con su Historia de la Guerra del Peloponeso, Polibio con sus Historias o Tito Livio con su Historia de Roma desde su

fimdación. Sin embargo, el valor de estas obras para conocer la poliorcética es muy limitado, ya que sólo hacen vagas menciones al empleo de los ingenios, pero en ningún momento se proce­de a su descripción L El principal interés de estas obras, a pesar de sus escasas referencias, radi­ca en que nos permiten elaborar una cronología precisa sobre el empleo de las máquinas en el Mundo Antiguo.

Por su contenido, son obras de mayor interés las de Eneas el Táctico Poliorcética, la de Polie- no Estratagemas y la de Flavio Vegecio Renato Instituciones Militares. En este grupo de obras se aborda el tema desde un enfoque monográfico, aunque quedan importantes lagunas a la hora de explicar algunos artilugios bélicos. Se trata de textos, más bien descriptivos, que adolecen de la in­formación técnica necesaria para ayudar a los especialistas en la reconstrucción de las diferentes máquinas 2.

En un escalafón intermedio entre estos textos y los tratados técnicos de especialistas se en­contraría la obra de autores como Apolodoro de Damasco, Amiano Marcelino o el anónimo que compuso De Rebus Bellicis, cuyas apreciaciones resultan de interés para la comprensión de las má­quinas y técnicas de asedio en el Bajo Imperio.

Tan sólo son cinco los autores que, a través de sus obras, nos permiten reconstruir los progre­sos mecánicos y técnicos en la construcción de las máquinas de asedio, con una especial atención a las piezas de artillería grecorromana. A pesar de su interés, se trata de una información muy exi­gua para un período que abarca casi diez siglos 3.

1 De una forma muy imprecisa narran los asedios indicando, simplemente, si se utilizó alguna máquina o no, pe­ro sin entrar en más detalles.

2 Proporcionan una información de carácter general sobre la poliorcética en el momento histórico en que escri­bieron sus obras, lo cual nos permite apreciar la evolución de las técnicas y máquinas.

3 La información aportada por estos textos resulta elave para los investigadores que trabajan en arqueología expe­rimental por los listados de medidas que proporcionan.

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18 ARTI LLERÍA Y POLIORCÉTICA EN EL M UNDO GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

Los tratados técnicos que se han incluido dentro de este grupo son los de Filon de Bizancio (Marsden, 1971, 105-185), Vitrubio (Marsden, 1971, 185-206), Biton de Pérgamo (Marsden, 1971, 61-105), Heron de Alejandría (Marsden, 1971, 17-61), además de la obra Cheiroballistra atribuida a Pseudo-Heron (Marsden, 1971, 206-234) y que se abordará de forma individualiza­da por sus peculiaridades.

Las obras de la mayor parte de estos autores giran en torno al período comprendido entre la primera mitad del siglo tercero a.C. y la segunda mitad del primer siglo d.C. Sin embargo, su principal interés radica en los datos que proporcionan acerca de las máquinas construidas en el espacio de tiempo comprendido entre el 350 y el 270 a.C. (Tablas 7 y 8). Estos ochenta años re­sultaron claves en la evolución de la artillería, ya que los cambios tecnológicos se precipitaron con la puesta en marcha de la tecnología de torsión.

Problemático resulta el hecho de que los documentos correspondientes a estas obras hayan lle­gado hasta nosotros, en la mayor parte de los casos, en forma de manuscritos parciales. Muchos de los textos de que disponemos actualmente son copias realizadas por manos inexpertas, varios siglos después de su redacción. Esto conduce a que aparezcan, con frecuencia, errores de copia, difícilmente subsanables hoy en día por la imposibilidad de ser contrastados.

Otro problema que se encuentra en estas obras reside en que, al describir máquinas obsoletas, el traductor encuentra problemas para comprender algunos términos antiguos que no tienen nin­guna correspondencia actual. Como norma, en la obra se ha optado por el empleo de los nom­bres latinos de los elementos y, en el caso de que no se conociera, se ha recurrido a su nombre griego, por ser el único de que se tiene constancia.

Sin embargo, el carácter excesivamente técnico de estos textos que, por un lado, resulta cla­ve para comprender las máquinas, por otro, conduce a que falten algunos detalles básicos que los autores dan por entendidos y que son desconocidos para nosotros. Eso explica, por ejemplo, que ninguno de estos autores describa cuáles son las materias primas empleadas en la construc­ción o la forma de hacer los resortes de tendón, en el caso de las piezas de artillería.

2.1.1. H e r o n d e A l e j a n d r ía

La figura de Heron, a priori, es considerada la más valiosa de cuantas existen, por la informa­ción general que proporciona sobre la construcción de piezas de artillería. Las obras que se atri­buyen a este autor son la Belopoeicct (Marsden, 1971, 17-61) y la Cheiroballistra (Marsden, 1971, 209-210) aunque esta última presenta una serie de características estilísticas que conducen a du­dar de su autoría real. Incluso Schneider llegó a considerar que la obra podía ser un texto bizan­tino (Schneider, 1906, 167-168).

Las diferencias, en cuanto a estilo y contenido de las dos obras, ha llevado a que, a menu­do, se haya considerado que son obras de autores diferentes (Schneider, 1906, 164-165). Al principio de su Belopoeica, Heron afirma escribir su obra para que todo el mundo pueda en­tenderla, a pesar de no ser un experto en la materia (Heron, Bel., LXXLÍI, 6). De ahí que, pa­ra facilitar la comprensión de este tratado, el autor ponga énfasis en la descripción de los componentes, primero de forma aislada y después explicando cómo encajarían las diferentes piezas entre sí.

Esta vocación didáctica del autor no es apreciable en la obra Cheiroballistra., que pone de relieve el elevado nivel técnico de la máquina (Schneider, 1906, 164-165). Al mismo tiempo, los contenidos de ambos tratados distan mucho de ser semejantes. Las máquinas descritas en

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Gladius, Anejos 8, 2005 2. FUEN'!'ES PARA EL ESTUDIO DE LA MAQUINARIA BÉLICA 19

la Belopoeica abarcarían el espacio de tiempo comprendido entre el 350 y el 270 a.C. El inte­rés del texto radica en que incluye una descripción de la primera pieza de artillería de “no tor­sión” , el gastraphetes (Fig. 8), y de todas las que se inspiraron en él basadas en este principio tecnológico (Tabla 7).

También se pasa revista a la evolución de la tecnología de torsión (Tabla 8) a través de sus prin­cipales representantes, llegando hasta las máquinas más avanzadas, ya de acuerdo con las fórmu­las de calibración. Parece que es en este punto donde el autor pudo haberse basado en los escritos de Ctesibios de Alejandría

La presencia del autor alejandrino, que aparece nombrado en el título de la Belopoeica, mues­tra la deuda histórica que tiene Heron con sus predecesores, entre los que se encontrarían, ade­más de Ctesibios, Straton de Lampsaco (siglo III a.C.) y Diades (siglo IV a.C.) entre muchos otros. El estudio, por parte de Heron, de obras escritas varios siglos antes y que, por tanto, te­nían un cierto desfase tecnológico, reside en la finalidad perseguida. Buscaba proporcionar una información básica para un público compuesto por personal no especializado y ese objetivo se podía lograr con descripciones poco técnicas.

En el momento en que Heron escribe su obra, que se podría situar en la segunda mitad del si­glo I d.C. o, con menos probabilidad, en la primera mitad del siglo II d.C. (Drachmann, 1948, 74), el interés del trabajo de Ctesibios para un especialista sería muy limitado, a causa de las me­joras tecnológicas introducidas durante los tres siglos anteriores. Sin embargo, aún tendría una gran utilidad para un público no especialista, que podrían comprender los principios básicos de la artillería, unos principios que eran tan válidos en el siglo III a.C. como en el I d.C. 5.

Un aspecto problemático para datar la obra reside en la recomendación que hace Heron a las autoridades de las ciudades al comenzar su obra. En ella pide que se preste atención a la cons­trucción de piezas de artillería, con el objetivo de garantizar la seguridad y una adecuada defensa (Heron, Bel., 72). Esta recomendación no parece muy lógica si tenemos en cuenta las circuns­tancias del siglo I d.C. cuando el mundo mediterráneo gozaba de la Pax Romana, y sí más lógi­ca para el siglo III a.C., momento de elevada conflictividad en el Mediterráneo 6.

El mérito de Heron radica en el interés mostrado por acercar el uso de la artillería a la socie­dad civil. Entre los puntos oscuros de este autor se encuentra el hecho de que no añada nada nue­vo a la información del siglo 111 a.C. Hubiera resultado interesante alguna mención a las modificaciones en el diseño de las catapultas que se habían producido con posterioridad a Ctesi­bios, y que serían de gran valor para los estudios actuales (Marsden, 1971, 19-60).

En el pequeño tratado Construcción y proporciones de la Cheiroballistra, Heron describe esta máquina y se limita a dar una lista de componentes y dimensiones para su construcción. El autor asume el papel de técnico experto, escribiendo al mismo tiempo para otros expertos, un aspecto que justamente criticaba en la Belopoeica (Heron, Bel., 73). La máquina debió ser desarrollada en su tiempo y probada a gran escala en las Guerras Dadas, tal y como aparece representado en la Columna Trajana. Por tratarse de una pieza contemporánea al autor parece que los datos propor­cionados por él son de primera mano.

4 De la información que nos proporcionan otros autores se deduce que Ctesibios estaba muy habituado a intro­ducir medidas en sus textos. Por desgracia, no nos ha quedado ninguna obra suya, tan sólo las referencias en obras pos­teriores.

5 Se cumpliría así la finalidad didáctica y educativa que el autor perseguía con su obra.

6 La mayor parte de los investigadores barajan la hipótesis de que la obra de Heron fiiera una copia textual de otra obra previa compuesta por Ctesibios.

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20 ARTILLERÍA Y POLIORCÉTICA EN EL M U ND O GRECORROMANO Clodius, Anejos 8, 2005

Las diferencias entre estas obras ha llevado a que se consideren pertenecientes a autores dife­rentes (Schneider, 1906, 164-165) y así se reconoce tradicionalmente a Pseudo-Heron de Ale­jandría como autor de la obra Construcción y proporciones de la Cheiroballistra.

2.1.2. B i to n d e P érgam o

Biton era un ingeniero griego que trabajó ai servicio del rey Atalo de Pérgamo. De sus pro- líficos escritos tan sólo nos ha quedado la obra Bitonos Kataskeuai Polemikon Organon Kai Ka- tapalticon (De la construcción de máquinas de guerra y catapultas). Al comienzo de esta obra, Biton afirma escribir para el soberano de la ciudad de Pérgamo. Casi con total seguridad, el rey al que se hace referencia es Atalo I, ya que sus sucesores en el reino, y que poseían este mis­mo nombre, se encuentran muy alejados temporalmente de los ingenios descritos. Gracias a esta dedicatoria se podría datar la obra en la segunda mitad del siglo III a.C., en torno al año 240 a.C.

En ella, se describen cuatro modelos de piezas de artillería de “no torsión” (Tabla 7) y, aun­que, por raro que parezca, ninguna de torsión. Las más destacadas de ellas son el petrobolos o li- thobolos (Fig. 13), inventado por Caronte de Magnesia (Bit., 45-49) y el gastrapbetes (Fig. 8) creado por Zopiro de Tarento en Mileto (Bit., 49-52). También, se mencionan otras máquinas de asalto como el helepolis (Figs. 46 y 47) cuyo creador fue, según el autor, Posidonio de Mileto (Bit., 52-57) y la sambuca de Damio de Colofonte (Bit., 57-61). El principal valor de esta obra reside en la descripción de las máquinas de “no torsión” de diseño avanzado (Tabla 7) y en la provisión de las instrucciones para su montaje, información que el resto de autores no mencionan, con la salvedad del gastrapbetes 7.

La descripción de estas máquinas resulta interesante (Marsden, 1971, 61-104) y, seguramen­te, en el siglo III a.C. todavía resultaba muy valiosa, ya que en este período convivían máquinas con los dos tipos de tecnología, pues las máquinas de torsión y sus fórmulas de calibración toda­vía no se habían generalizado (Tabla 8).

2.1.3. F i lo n d e B iz a n c io

Es mucha la información que se conoce acerca de Filon de Bizancio por la amplitud de su pro­ducción, que incluye tres obras de gran interés: Poliorcética, Belopoeica y Pneumatica. Ubicar este personaje en el tiempo resulta muy difícil por la escasez de referencias fidedignas, aunque todas indican que habría que situarlo con una ligera posterioridad a Ctesibíos 8.

En cuanto a su Belopoeica> gracias a las máquinas que describe, se puede precisar con ma­yor exactitud el período en el que se mueve el autor, a lo que contribuyen las fuentes artísti­cas, que permiten determinar aproximadamente el momento en el que Filon floreció como

7 Aparte de !a descripción de esta máquina no hay ninguna alusión a este tipo de tecnología hasta la aparición de la arcuballista durante el siglo IV d.C.

8 Esto que, a priori, resultaría fácil se complica con la presencia de dos mecánicos con el nombre de Ctesibios ci­tados en las fuences, aunque podría tratarse de una familia en ía que varias generaciones hubieran desempeñado el mis­mo oficio.

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Gùuiius, Anejos 8, 2005 2. FUENTES PARA FJ, ESTUDIO DE LA MAQUINARÍA BÉLICA 21

técnico. El relieve de la Balaustrada del Altar de Zeus en Pérgamo 9, datado en el siglo II a.C., muestra una catapulta con los brazos arqueados. Esta peculiaridad supuso una importante in­novación, que dotaba a las máquinas de una mayor potencia de fuego. Un avance tan signifi­cativo como éste no pudo pasar inadvertido a un técnico especializado como era Filon, por lo que, necesariamente, hay que situar al autor antes de que se produjera esta transformación. Por tanto, las fechas que se barajan para su producción literaria se mueven en torno al último ter­cio del siglo III a.C.

Todos los datos que proporciona en su obra los tomó de la consulta con los artilleros de los arsenales de Rodas y Alejandría (Ph., Bel., 51, 10), los dos más florecientes del período helenísti­co. Es muy interesante la información que aporta acerca de las medidas de las piezas de artillería, tanto para lanzar piedras como flechas, además de los calibres de sus proyectiles (Marsden, 1971, 266-269).

Entre estos datos recogidos a pie de campo se encontrarían las novedades aportadas por Dio­nisio, ingeniero del arsenal de Alejandría, que diseñó un prototipo de catapulta de repetición (Fig. 20). También resulta interesante la descripción que Filon proporciona de otras máquinas, a prio­ri más complejas, como eran el chalcotonon o el aerotonon 10 (Fig. 18).

La Poliorcética es el trabajo más amplio de cuantos escribió. Es un manual que describe a la perfección la forma de fortificar, atacar y diseñar una ciudad helenística, de modo que resultara inexpugnable frente a los ataques desde el exterior. A pesar de ser un especialista en la materia, es­cribió su obra en un lenguaje llano que la hacía accesible a cualquier tipo de lector. Se trata de un texto ampliamente valorado y que ha gozado de vigencia para los especialistas en materia bélica desde el periodo helenístico hasta la generalización de la pólvora (Marsden, 1971, 105-184).

2 .1 .4 . Vitr u bio

En otra línea estaría la obra De Architectura de Vitrubio, cuyo libro décimo dedica tres capí­tulos a la artillería (Vitr. De arch., X, 10-12). Esta obra fue escrita un siglo antes de la obra de He- ron, en torno al 25 a.C., y estaba dedicada al emperador Octavio Augusto. En ella se describen las mejoras que caracterizaron este periodo, destacando por encima de todo su elevado nivel téc­nico, que conduce a que sólo resultara de utilidad para los especialistas. Su importancia reside en que describe los cambios de su época, muy escasos si los comparamos con los descritos por el res­to de autores.

A la hora de abordar su obra, hay que tener en cuenta que este autor era un ingeniero es­pecializado en la construcción de máquinas. Tras su dilatada experiencia al servicio de Julio César 11 (Vitr. De arch., I, Praef. 2) trabajó a las órdenes de Octavio Augusto, que estaba muy interesado en el desarrollo innovador de la artillería. Este largo servicio militar y el hecho de que se le concediese úna pensión como ingeniero constructor, se debía a la dificultad de encontrar

9 Lafaye (1959), p. 370, fig. 7022; Charbonneaux (1970), p. 58, pí. 55; Baatz (1979), p. 71, fig. 4.

De todas estas máquinas, tan sólo la primera tuvo una cierta aceptación entre los constructores de máquinas. Se produjo de forma experimental pero nunca fue utilizada por los ejércitos, ya que requería un elevado nivel técnico, can­co en lo que a su construcción se refiere como a su manejo.

11 Vitrubio sirvió como mecánico constructor y reparador de máquinas para Julio César en la Guerra de las Galias y más tarde en la Guerra Civil.

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22 ARTILLERÍA Y POLIORCÉTICA EN EL, M UNDO GRECORROM ANO Gladius, Anejos 8, 2005

buenos especialistas. La construcción y mantenimiento de estas máquinas requería un elevado conocimiento técnico, por lo que los técnicos constructores fueron muy valorados.

Así pues, conocía a fondo las máquinas de las que habla en su obra. Con estas premisas, des­concierta y sorprende aún más, que proporcione medidas que, en ocasiones, son inexactas (Mars­den, 1971, 266-269). Lo más probable es que, en lugar de utilizar su propia experiencia profesional como base para sus obras, copiara la información de algún autor griego anterior del que no haya quedado ningún texto í2.

En sus últimos capítulos, dentro de este libro décimo, se ven semejanzas con las descripciones de Ateneo el Mecánico, por el empleo de los mismos recursos técnicos de escritura. Sin embargo, Vitrubio no cita a este autor como una de sus fuentes, lo cual despista más acerca de la informa­ción en la que se basó su obra. Este olvido, quizás de carácter voluntario, puede esconder el pla­gio de la obra de Ateneo, sobre todo en lo que a torres de asedio se refiere (Ath., W 15, 5). Su descripción de estas máquinas sería muy semejante a la que encontramos en Diades, ingeniero de Alejandro Magno, aunque también parece seguir a Aegistrato.

La deuda con este autor, que escribió su tratado el segundo cuarto del siglo I a.C., parece ser manifiesta. Si se considera que Vitrubio siguió la obra de Aegistrato, su único valor residiría en haber traducido el texto original del griego al latín y haber adaptado las unidades de medida del mundo griego al romano. Sin embargo, algunas de las modificaciones que añade sobre la ballista (Fig. 22) y la catapulta para lanzar fléchas resultan de interés (Marsden, 1971, 185-205).

2 .2 . L O S RESTO S ARQUEOLÓGICOS

A los problemas que caracterizan a las fuentes escritas, hay que añadir que los hallazgos ar­queológicos de material relacionado con la maquinaria bélica han sido muy exiguos. A esto se une que su dispersión bibliográfica y geográfica 13 sea enorme (Fig. 1), con los inconvenientes que pa­ra su consulta y revisión se derivan de esta circunstancia.

Los restos arqueológicos de máquinas de asedio son muy escasos y se limitan a pequeños frag­mentos de alguna pieza de artillería, además de los proyectiles tanto pétreos como metálicos arrojados por ellas. Si tenemos en cuenta que la mayor parte de las máquinas de gran tamaño se construían en madera 14 y este material, rara vez, queda preservado en los yacimientos, no re­sulta nada extraño que los hallazgos sean tan limitados. Además, se trata de objetos fácilmente reutilizables para otros fines, por lo que no se han preservado en el registro arqueológico. Eso ha conducido a que, aparte de las piezas de artillería, sólo una cabeza de ariete hallada en Olimpia haya llegado hasta nosotros (Ducrey, 1986; Fig. 54).

!2 Quizás, de nuevo, debamos remitirnos a la obra de Ctesibios que, a través de múltiples copias, llegara al autor modificada y con medidas equivocadas.

13 Los hallazgos se han prodigado en espacios tan alejados como Iraq, Grecia, Marruecos, Italia, Francia, Inglate­rra, Georgia o Rumania entre otros. Esto obliga a estudiar los materiales arqueológicos a través de las menciones que hacen otros autores y no de las piezas originales.

'4 Máquinas como las torres de asedio, tortugas, trépanos, manteletes o arietes estaban, casi en su totalidad, reali­zados en madera. Sólo las juntas, ejes y algún otro elemento puntual de unión eran metálicos.

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Gladius, Anejos 8, 2005 2. FU ENTES PARA EL ESTUDIO D E LA MAQUINARIA BÉLICA 23

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24 ARTILLERIA Y POLIORCÉTICA EN EI, M UNDO GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

En el registro arqueológico, de las piezas de artillería tan sólo se conservan restos de los bas­tidores que, a menudo, eran metálicos. Respecto a la tipología de los hallazgos, se pueden dis­tinguir a grandes rasgos dos modelos que se comportan de forma diferente en cuanto a su preservación. Por un lado, están los monobloques, que resisten mejor el paso del tiempo y per­miten la reconstrucción de las dimensiones de la pieza original, aunque ésta no haya sido en­contrada completa.

El otro tipo de bastidor, completamente metálico, se componía de cuatro elementos desmon­tables de los que, arqueológicamente, tan sólo están documentados tres de forma incompleta. A esto se unen las diferentes posibilidades de ensamblar las piezas (Baatz, 1978b, 239; Iriarte, 2002). Este complejo hecho ha suscitado numerosos problemas a la hora de reconstruir las má­quinas y, aún hoy, constituye uno de los grandes enigmas por resolver dentro de la artillería de la Antigüedad.

Todos los materiales hallados hasta la fecha son muy fragmentarios, salvo si exceptuamos las catapultas tipo scorpio de Caminreal (Teruel) (Vicente et alii, 1997; Fig. 70) y de Ampurias (Ge­rona) (Pitollet, 1920; Fig. 67)> que conservan prácticamente completa su estructura metálica. Gracias al interés de estos hallazgos, es posible reconstruir el capitulum de las piezas de artillería republicana e imperial, aunque no se haya conservado ningún material del resto de elementos de las máquinas, como el mecanismo de disparo o la base.

La aparición de estos restos tan escasos se ha ido prodigando a lo largo del antiguo territorio gre­corromano (Fig. 1), y ha servido para confirmar el tamaño de las máquinas, así como el de sus pro­yectiles, corroborando de forma fidedigna la información proporcionada por las fuentes escritas.

A pesar del hallazgo de Cremona (Figs. 25 y 26), los primeros restos considerados como per­tenecientes a una catapulta fueron los encontrados en Ampurias en 1912 (Puig y Cadafalch, 1911-1912; Bosch Gimpera, 1913-1914; Fig. 67). A partir de este momento proliferaron los ha­llazgos en lugares tan distantes como Sala (Marruecos) (Boubé-Piccot, 1988; Fig. 36) o Pytius (Georgia) (Baatz, 1988).

Los restos hallados hasta hoy en día alcanzan cerca de la veintena de piezas, repartidas por un espacio que va desde la Península Ibérica hasta el lejano Oriente (Fig. 1). La cronología de los res­tos varía mucho desde los de época helenística (Epiro, Sunion, Tanais y Delos) a los tardorroma- nos (Pérgamo, Volúbilis, Sala, Pityus, Gornea, Orsova y Hatra) y pasando por ios de época romano-republicana (Ampurias, Caminreal, Azaila y Madhia) y los altoimperiales (Cremona, Bath, Lyon, Elginhaugh y Auerberg).

Además, hay que tener en cuenta que se hace necesaria la revisión de gran parte de los mate­riales arqueológicos hallados en las primeras décadas del siglo pasado, para localizar posibles res­tos que pasaran, en su día, inadvertidos a los investigadores. Sin ir más lejos, en Cremona (Baatz, 1980), en 1887, se encontraron los restos del frontal de una catapulta (Fig. 25), que fueron in­terpretados, a priori, como parte de un cofre o carro. Habrían de pasar más de 30 años para que se revisara este material y fuera considerado como perteneciente a una catapulta.

Más tarde, en Pérgamo, apareció un modiolus, que también se creyó, en un principio, que per­tenecía al eje de la rueda de un carro. Estos errores en la identificación se deben a que los modio­lus de las catapultas, a causa de su forma, pueden ser, fácilmente, confundidos con partes de una rueda.

Los restos de la catapulta tipo scorpio de Ampurias (Fig. 67) también fueron interpretados, en un primer momento, como parte de un carro de municiones (Puig y Cadafalch, 1911-1912; Bosch Gimpera, 1913-1914). Habría que esperar dos años para que Barthel (Barthel, 1914), al ver las piezas, las reconociera como parte integrante de una catapulta y, con la ayuda de Schramm,

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Gladius, Anejos 8, 2005 2. FUENTES PARA EL ESTUDIO DE LA MAQUINARIA BÉLICA 25

Fig. 2. Representación de una carroballista en la Columna Trajana

fueran objeto de una publicación (Schramm, 1918a). Estos ejemplos permiten ilustrar la dificul­tad que tuvieron los investigadores de principios de siglo para identificar los primeros restos de catapultas (Baatz, 1978b, 224).

Este hecho lleva a pensar que, en muchas ocasiones, piezas arqueológicas correspondientes a catapultas, es posible que hayan sido almacenadas en los fondos de los museos sin ser recono­cidas. De ahí que, a causa de la dispersión de la artillería en el mundo antiguo, lo más proba­ble es que haya restos de máquinas entre los materiales de museos de todo el antiguo mundo grecorromano.

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26 ARTILLERÍA Y POLIORCÉTICA EN EL M U ND O GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

2 .3 . L a s r e p r e s e n t a c io n e s g r á f ic a s

La información proporcionada por las fuentes artísticas antiguas es muy limitada por su esca­sez y viene dada, fundamentalmente, por relieves romanos de carácter monumental, además de alguna pieza de reducidas dimensiones. Sin embargo y, a pesar del reducido número de elemen­tos conservados, las piezas proporcionan datos claves para comprender el surgimiento de las pri­meras máquinas de asedio e interpretar el funcionamiento de la artillería, aclarando algunos problemas técnicos que rodean este aspecto.

Además de la falta de documentación gráfica, otro de los problemas añadidos, sobre todo pa­ra la descripción de las piezas de artillería, es la falta de documentación arqueológica acerca de su evolución (Tablas 7 y 8). Resulta difícil, por ejemplo, situar cronológicamente el proceso de trans­formación ocurrido en las piezas de artillería, al pasar desde el bastidor de madera hasta el metá­lico. Este significativo cambio está mal documentado y tan sólo hay información gráfica en la estela de Vedennius Moderatus 15 (finales del siglo I d.C) (Fig. 4) yen la Columna Trajana 16 (prin­cipios del siglo II d.C.) (Figs. 2 y 3).

Entre los documentos artísticos en los que aparecen representadas piezas de artillería destaca la Columna de Trajano (Fig. 2), fechada aproximadamente en torno al 110 d.C. En ella hay cin­co escenas, separadas entre sí, en las que aparecen varios tipos de máquinas para lanzar flechas, al mismo tiempo que se dan pistas claras sobre el contexto en el que la artillería antigua era puesta en funcionamiento. Además, gracias a la naturaleza de la columna, es posible datar cada una de las imágenes que aparecen en ella.

En dos de los relieves se representa una pieza de artillería montada sobre un carro. Esta ima­gen corrobora la información proporcionada por Vegecio (Veg. MH., II, XXV) de que las má­quinas podían ser llevadas en carros arrastrados por muías. De ahí que a esta máquina se la conociera como carroballista (Fig. 2) y fuera diseñada como artillería móvil, para ser usada tan­to en asedios como en batallas en campo abierto. Por la configuración de la máquina represen­tada y el resorte curvo, se puede afirmar que se trata de la quiroballista, adaptada sobre un soporte móvil.

La quiroballista vuelve a aparecer representada en cuatro escenas más, lo que lleva a pensar que su uso debía estar muy extendido en este período. Casi con total probabilidad, estas últimas pie­zas de artillería representadas serían máquinas más potentes y de mayores dimensiones que las descritas anteriormente, pues aparecen manejadas cada una por dos soldados 17.

Otras piezas de interés son el relieve de la balaustrada del altar de Zeus en Pérgamo, la piedra sepulcral de Vedennius Moderatus y otro pequeño relieve conocido como “La Gema de Cupido” .

El relieve de Vedennius Moderatus (Museo Vaticano, Roma) (Fig. 4), datado el siglo I d.C., re­presenta una pieza de artillería de torsión para lanzar flechas 18. La máquina aparece de forma completa con el bastidor de madera y los dos brazos en visión frontal. Incluso aparecen algunos

15 Lafaye (1919), p. 370, fig. 7023; Baatz (1979), p. 71, fig. 5.

16 Cichorius (1896-1900); Lehmann-H a rtíeben (1926); Richmond (1936); Rossi (1971); Lepper y Frere (1988); Liberati (1998); Coareíli (2000).

17 Cichorius (1896-1900); Lehmann-Hartleben (1926); Richmond (1936); Rossi (1971); Lepper y Frere (1988); Liberati (1998); Coarelli (2000).

18 Lafaye (1919), p. 370, fig. 7023; Baatz (1979), p. 71, fig. 5.

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C/adius, Anejos 8, 2005 2. PUENTES PARA EL ESTUDIO DE LA MAQUINARIA BÉLICA 27

Fig. 3. Representación de una quiroballista en la Columna Trajana

elementos decorativos en el espacio situado entre los resortes. El interés de esta pieza reside en que confirma la presencia de arandelas en las piezas de artillería.

El relieve conocido como “La Gema de Cupido” 19 (Colección Tomasso Codes), datado a fi­nales de la época Helenística o en tiempos de Augusto, también muestra una máquina para lan­zar flechas (Fig. 5). La pieza también presenta arandelas y ayuda a confirmar el diseño que ya

Lafaye (1919), fig. 7024.

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28 ARTILLERÍA Y POLIORCÉTICA EN EL M UNDO GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

Fig. 4. Relieve de la tumba de Vedennius Moderatus. Museo Vaticano (Roma)

aparecía en la estela de Vedennius Moderatus (Fig. 4). La principal novedad que aporta es que el sistema de torno empleado es un poco más complejo.

El relieve de la balaustrada del santuario de Zeus en Pérgamo (Museo de Pérgamo, Berlín), datado entre el siglo III y el II a.C., muestra una acumulación de escenas sobre tema militar 20. En ellas aparece representada una pieza de artillería para lanzar flechas (Fig. 6), que también po­see arandelas. Sin embargo, en este caso son cuadradas en comparación con las arandelas redon­das del resto de relieves, lo cual marca un punto de inflexión en el desarrollo tecnológico (Tabla 8). Los resortes de torsión de esta máquina se tuercen, al mismo tiempo que los brazos se curvan y estrechan 21.

El interés de estas piezas artísticas radica en que son capaces de confirmar el uso de la maqui­naria bélica en el mundo griego y romano. Además, varias de las máquinas representadas se co­rresponden perfectamente con las descritas por los autores clásicos, corroborando los datos aportados por las fuentes.

20 Lafaye (1919), p. 370, fig. 7022; Charbonneaux (1970) p. 58, p l 55; Baatz (1979), p. 71, fig. 4.

21 Esta modificación fue la principal innovación del período.

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Glacliw, Anejos 8, 2005 2. FUENTES PARA EL ESTUDIO DE LA MAQUINARIA BÉLICA 29

Fig. 5. Gema de Cupido. Colección Tomasso Codes

2 .4 . L a a r q u e o l o g ía e x p e r im e n t a l

De gran interés para comprender el funcionamiento de la maquinaria bélica en la Antigüedad resulta la arqueología experimental. La escasez de restos arqueológicos y la parquedad de las fuen­tes conduce a que nuestro conocimiento del tema sea muy limitado, lo que obliga a experimen­tar con los materiales con el objetivo de ver su comportamiento y rendimiento.

Para profundizar en el tema es necesaria la revisión de algunas de las reconstrucciones de má­quinas, realizadas tanto por investigadores nacionales como internacionales. Si bien son muchas las máquinas reconstruidas durante los últimos años por toda Europa, tan sólo se han tenido en cuenta algunas de ellas que han podido ser consultadas de primera mano. Así, en primer lugar, se han revisado las reconstrucciones llevadas a cabo por la Ermine Street Guard (Constable, 1984), grupo afincado en Inglaterra y constructor de tres máquinas: una catapulta tipo scorpio (Fig. 83), una ballista (Fig. 87) y un onager (Fig. 86). Ya en España, Altor Iriarte ha reconstruido una qui­roballista (Fig. 81) que, probablemente, sea la mejor de cuantas han aparecido durante los últi­mos años 22.

Es preciso señalar la labor desempeñada durante los últimos años por Rubén Sáez, que ha re­construido una catapulta tipo scorpio (Fig. 84), además de un mantelete (Fig. 93) y un pluteo (Fig. 94), y que actualmente está reconstruyendo más de una docena de máquinas de asedio.

22 Su labor de reconstrucción no lia terminado con la presentación de la máquina, sino que sigue experimentando con nuevos materiales hasta alcanzar sus máximas prestaciones en cuanto a alcance. Además de con los brazos batien­do por el exterior, está realizando nuevas investigaciones con los brazos batiendo por el interior (Iriarte, 2000, 2002 y 2003).

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30 ARTILLERÍA Y POLIORCÉTICA EN EL M U ND O GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

Fig. 6. Relieve de la balaustrada del Altar de Zeus en Pérgamo. Museo de Pérgamo (Berlin)

No se puede olvidar la información obtenida de la torre de asedio de la Ciudadella de Cala- fell (Fig. 92) y del ariete del centro de interpretación de Garray (Numancia) (Fig. 91).

En otro orden de cosas, destaca el papel desempeñado por Kurt Sulesld de Minessotta en cuanto a la difusión de las máquinas de asedio grecorromanas. Respecto a su labor en arqueolo­gía experimental, es el constructor de una de las mayores ballistae que hasta hoy en día se ha re­construido desde la Antigüedad 23.

23 En íínea. http://www.stormthewails.dlis.org/

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3. LA MAQUINARIA BÉLICA EN LA ANTIGÜEDAD.

CONSIDERACIONES GENERALES

Desde el siglo IX a.C. el ataque a las defensas urbanas se convirtió en una práctica militar muy habitual dentro del territorio de Oriente Próximo (Sauvage, 1991; Fig. 45). Este hecho se pro­dujo debido a la proliferación en el número de ciudades y a su importancia estratégica creciente, como organizadoras y vertebradoras del espacio territorial. Cualquier imperio que quisiera exten­der sus dominios más allá de su territorio estaba obligado a atacar los muros de las ciudades ve­cinas. No podía ocupar el espacio rural, dejando a su espalda los grandes núcleos sin conquistar, desde los que poder ser sorprendido.

Fue esta necesidad de tomar las grandes ciudades, la que condujo al surgimiento de la polior­cética como ciencia. Cuando un ejército penetraba en territorio enemigo la población rural bus­caba refugio en el interior de los grandes recintos amurallados. En su huida se llevaban todos sus objetos de valor, así como la comida de que disponían y sus armas.

A pesar de sus aportaciones a la defensa, en muchas ocasiones, cuando se presumía que el ase­dio iba a ser largo, se impedía la entrada de los campesinos al interior de la ciudad. Para una de­fensa activa bastaba con un reducido número de soldados, por lo que el aspecto que más se tenía en cuenta era el abastecimiento de víveres y, cuantas menos bocas hubiera que alimentar, más tiempo se podía resistir. Incluso en situaciones de carestía extrema se expulsaba a lo largo del tiem­po del asedio a las mujeres, niños y ancianos o, al menos, se intentaban evacuar. Sólo permane­cía dentro de la ciudad la masa de los combatientes (Thuc., II, 75-76).

Ante el ataque inminente a una ciudad, los habitantes tenían la opción de rendirse. Pero, este supuesto sólo se producía cuando el número de defensores era insuficiente para poder resistir el asedio. SÍ la negociación fracasaba, algo que solía suceder en la mayor parte de las ocasiones, los asaltantes atacaban por medio de un asalto rápido, para sondear la moral de las tropas del interior.

Eran muy pocas las ciudades y fortalezas que se capturaban al asalto. Esta técnica de ataque, sin el apoyo de ninguna máquina de asedio, sólo se podía comprender como un acto de desespe­ración o bien cuando era facilitado por alguna traición desde dentro de los muros. Si no se pro­ducía esta última circunstancia, no resultaba práctico lanzarse contra los muros, pues ocasionaba un elevado número de bajas entre los atacantes, a no ser que el número de defensores fuera muy exiguo. De ahí que, lo más frecuente, fuera optar por la técnica de asedio, ya que los defensores, rara vez, se rendían sin combatir.

La ausencia de máquinas en un asedio llevaba a que sólo quedara como última solución la de circunvalar la ciudad. La poliorcética, en sus primeros momentos, se limitaba a mantener un cerco estrecho de la ciudad para impedir que los sitiados salieran o que pudieran recibir ayuda

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32 ARTILL ,ERÍ A Y POLIORCÉTICA EN BL M UNDO GRECORRO MANO Gladius, Anejos 8, 2005

desde el exterior. Pero, esta estrategia de ataque era muy lenta y resultaba excesivamente costo­sa, pues obligaba a inmovilizar ante los muros un ejército durante espacios de tiempo prolon­gados, que podían llegar a ser de varios años. Y, en el caso de que la ciudad se hubiera preparado previamente para el asedio y dispusiera de abundantes provisiones, podía convertirse en una la­bor imposible.

Ahí es donde entraban en juego las máquinas, que reducían notablemente los tiempos de ase­dio. Una vez que había comenzado resultaba un deshonor retirarse y abandonarlo sin antes haber tomado la ciudad, lo que obligaba a los atacantes a redoblar sus esfuerzos. Para llevar acabo las obras de asedio, el atacante debía disponer de un ejército de grandes dimensiones, que le permi­tiera controlar el campo que rodeaba la ciudad. Además, sus tropas debían estar preparadas para rechazar la posible llegada de tropas de auxilio del entorno y llevar a cabo, al mismo tiempo, el asalto de las defensas.

La principal dificultad para conquistar una ciudad fortificada era superar las murallas, que im­pedían la entrada desde el exterior. Una vez que había comenzado el asedio, el ejército atacante tomaba posiciones alrededor de la ciudad para evitar fugas. Entonces había dos opciones: se in­tentaba que el hambre les obligara a capitular o bien se atacaban los muros. En este último caso se podía:

- Socavar una parte del muro por medio del minado.

- Atacar una parte de la muralla por medio del lanzamiento de piedras o flechas.

- Construir torres de asedio y escaleras para superar las murallas por altura.

- Atacar una puerta o lienzo de muralla con un ariete para abrir una brecha.

La velocidad del trabajo de asedio era proporcional a la necesidad de tomar la ciudad. Era en este momento cuando entraban en juego otros muchos factores, como era la disponibilidad de ví­veres de los dos ejércitos y la posibilidad de llegada de tropas de auxilio en ayuda de los sitiados. Cuando la toma de una ciudad resultaba extremadamente difícil, se rodeaba en todo su perímetro con un muro de circunvalación, impidiendo que les quedara alguna posibilidad a los sitiados 2̂ .

El equipo de las máquinas de asedio se empleaba para equilibrar la superioridad que las mu­rallas otorgaban a los defensores. Salvo los ingenios que servían para la protección de los soldados en su aproximación a los muros, el resto estaba diseñado para inutilizar las murallas, abriendo bre­chas en ellas a través de las que pudieran penetrar las tropas de tierra en el interior de la ciudad o tendiendo puentes por los que sobrepasarlas. El contingente de tropas del que dependían las má­quinas en las labores de asedio siempre era el que más bajas recibía en el combate, pero también el que conseguía las mayores recompensas.

Las más significativas de estas máquinas, en cuanto a la complejidad de su tecnología, eran las piezas de artillería. Al mismo tiempo, nos han proporcionado los únicos restos arqueológicos, si exceptuamos la cabeza de ariete hallada en Olimpia (Ducrey, 1986; Fig. 54), que sirven para apo­yar lo afirmado por las fuentes documentales.

En primer lugar, es necesario definir qué se entiende por pieza de artillería en la Antigüedad. Hay que decir que “es una máquina relativamente compleja, accionada por resortes de material

2/> La técnica de circunvalación total fue muy empleada por el ejército romano. De ella han quedado abundantes ejemplos tan ampliamente conocidos como los de Alesia (Caes., B. G a il., VII, LXXíII), JerusaÍcn. (Joseph., BJ., V-VÍ; Tac., H ist., V, 13, 4) o más cercanos como el de Numancia (App., I, Hisp., 81).

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Gladius, Anejos 8, 2005 3. LA MAQUINARIA BÉLICA EN LA ANTIGÜEDAD 33

resistente, integrada por varios dispositivos mecánicos y diseñada para lanzar o disparar lo más le­jos posible” (Marsden, 1971, 1). La importancia de estas máquinas radica en que, con su puesta en funcionamiento, pudieron superar ampliamente, tanto en distancia como en el tamaño de sus proyectiles, a otros ingenios más simples como eran la honda o el arco 25.

Antes de la puesta en marcha del gastraphetes (Fig. 8) y del desarrollo de las piezas de artillería (Tablas 7 y 8), las distancias alcanzadas por los proyectiles eran muy limitadas. Las armas arroja­dizas utilizadas hasta este momento se limitaban a la honda y al arco compuesto. Aunque este úl­timo disponía de un elevado alcance, los proyectiles arrojados por él, sólo podían funcionar como arma antipersonal, pero nunca ayudar a tomar fortificaciones.

Sin embargo y, a pesar de la construcción del gastraphetes (Fig. 8), el culmen en cuanto a dis­tancias y tamaño de los proyectiles, no llegaría hasta la puesta en marcha de la tecnología de tor­sión (Figs. 15 y 16). Para comprobar la importancia de los logros adquiridos, por medio de la puesta en marcha de la artillería, sirva el siguiente cuadro con las distancias para algunos de los ingenios bélicos de largo alcance en la Antigüedad.

Honda 27-37 metros

Hondero profesional 183 metros

Arco 210-229 metros

Arco compuesto 329-366 metros

Catapulta de torsión366-457 metros para flechas y piedras pequeñas

137-183 metros para piedras grandes

Tabla 1. Alcance de los proyectiles (Peddie et a lii, 1994)

Durante mucho tiempo y, aún hoy, han existido y existen ciertos problemas terminológicos en cuanto a la denominación de las diferentes tipologías dentro de la artillería. Actualmente, se utiliza el término catapulta para referirse a un tipo específico de máquina, cuando en la Anti­güedad con el término Katapeltai se hacía referencia a todo tipo de máquinas capaces de lanzar proyectiles 26.

Sin embargo, hoy en día conocemos este tipo de maquinaria a través de sus nombres latinos: catapulta y ballista. En el mundo romano con el nombre de catapulta (Fig. 2 1 ) se designaba una máquina para lanzar flechas mientras que la ballista (Fig. 22) servía para lanzar piedras. Pero, en el período comprendido entre los siglos II y IV d.C., se produjo un cambio significativo en la no­menclatura, invirtiéndose los dos nombres 27.

Teniendo en cuenta esta primera aclaración, una primera diferenciación clásica se haría en fun­ción del modelo de propulsión de la artillería, existiendo dos tipos: el de “no torsión” (también

25 Eran capaces de superar en distancia incluso al arco compuesto, que tenía el mayor rango de alcance hasta ese momento (Tabla 1).

26 El termino Katapeltai se traducía literalmente como “atraviesa-escudos” .

27 Las transformaciones ocurridas durante los últimos siglos del Imperio Romano dieron lugar a la confusión ter­minológica actual.

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34 ARTIILERÍA Y POLIORCÉTICA EN EL M UNDO GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

conocido como de tensión) (Fig. 8) y el de torsión (Fig. 15). La primera de estas tecnologías, puesta en marcha el 397 a.C. en Motya por Dionisio el Viejo de Siracusa (Diod. Sic., XIV, 47- 51), se basaba en el principio del arco, aunque de mayores dimensiones 28.

La tecnología de torsión fue puesta en funcionamiento en la corte macedónica de Filipo II, suponiendo un gran paso en la evolución tecnológica (Fig. 13). Las nuevas máquinas obtenían su energía al torcer un mecanismo de resorte, construido normalmente, con cuerda hecha de ten­dones de animales.

Para conseguir extraer todo su potencial era necesario retorcer al máximo todo ese haz de cuer­das. El material para la construcción de los resortes también podía variar en función de la dispo­nibilidad de materiales. Incluso en algunas ocasiones se utilizó el esparto y el pelo de caballo como tensor de los resortes de las piezas de artillería, llegando a emplearse en situaciones críticas inclu­so cabellos humanos.

Las dos tecnologías convivieron en el tiempo durante varios siglos hasta la imposición de la tecnología de torsión. Sin ir más lejos, Alejandro Magno, durante sus operaciones contra las ciudades fenicias, dispuso sus máquinas de torsión contra las de “no torsión” empleadas por los sitiados.

A lo largo del siglo III a.C., las máquinas de “no torsión” perdieron importancia progresiva­mente y fueron sustituidas, prácticamente en todos los arsenales, por las nuevas de torsión. El uso de los ingenios de “no torsión” seguiría con plena vigencia hasta aproximadamente el 240 a.C., cuando las listas de calibración para los proyectiles se generalizaron (Tabla 8). Sin embargo, lo más probable es que las piezas de artillería de “no torsión” se siguieran utilizando como artillería de campaña, ya que resultaban más fiables en condiciones adversas 29.

La artillería clásica en cualquiera de las dos modalidades, tanto “no torsión” como torsión, podía servir para arrojar grandes flechas o proyectiles de piedra indistintamente. Por medio de variaciones en las dimensiones de los bastidores y en la disposición de los brazos, se podía trans­formar una catapulta para lanzar flechas en una para lanzar piedras. El resto de elementos no ne­cesitaban ningún tipo de transformación.

Pata terminar, hay que decir que todos los componentes de las piezas de artillería se hacían en función de un determinado módulo o calibre. Este dependía del diámetro del muelle y mantenía una serie de relaciones con el tamaño del dardo o el peso de la piedra que debía ser lanzada 30.

Partiendo de las dimensiones de la flecha a lanzar o del peso de la piedra a arrojar, se podía de­terminar el tamaño de cada uno de los componentes de la máquina. Así, resultaba muy fácil cons­truirla, manteniendo las relaciones entre el diámetro del muelle y la altura. Sin embargo, conseguir estas tablas de medidas precisas para el correcto funcionamiento de cada una de las má­quinas supuso más de dos siglos de investigación para los ingenieros griegos. A pesar de conocer esta información, a menudo, para conseguir un mayor alcance, las máquinas disparaban proyec­tiles más pequeños de los que les correspondería en función de su calibre.

28 La capacidad de estas primeras máquinas era tal que podía arrojar saetas de más de un metro de longitud.

A pesar de la temprana desaparición de las máquinas de “no torsión”, en el siglo IV d.C. esta forma tec­nológica volvió a aparecer en el mundo romano, con la puesta en funcionamiento de la máquina conocida como arcuballisM.

En las catapultas para lanzar flechas el diámetro del muelle era de 1/9 de la longitud de la flecha y en las cata­pultas para lanzar piedras D = t ,l 3 (100 M) siendo D el diámetro del muelle tomado en dedos griegos (19,3 mm) y M el peso del proyectil siempre en minas áticas (436,6 g) (Iriarte, 2002).

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Gladius, Anejos 8, 2005 3. LA MAQUINARIA BÉLICA EN LA ANTIGÜEDAD 35

A finales del Imperio Romano, las complejas piezas de artillería fueron desapareciendo y se volvió a formas tecnológicas más sencillas. Las grandes máquinas de asedio quedaron tan sólo co­mo una muestra del desarrollo alcanzado por la técnica poliorcética y el afán de superación del hombre contra los elementos. Incluso volvió a aparecer la tecnología de “no torsión” con la má­quina conocida como arcuballista.

Como conclusión, se puede afirmar que con el desarrollo de las ciudades también surgió la po­liorcética como ciencia. La ayuda de las máquinas permitió doblegar un gran número de fortale­zas desde la Península Ibérica hasta la India. Sin el apoyo que supusieron los ingenios de asedio, Tiro jamás habría caído en manos de Alejandro Magno 31 y qué decir, por ejemplo, de la ciudad de Jerusalén (Joseph. BJ., V-VI; Tac. Hist., V, 13, 4), cuyas murallas, a pesar del empleo de la ma­quinaria a gran escala, resistieron durante mucho tiempo las embestidas del ejército romano.

La puesta en funcionamiento de las máquinas de asedio influyó notablemente en las nuevas consideraciones bélicas desde época muy temprana. Su aplicación permitió ampliar las concep­ciones de conquista y ocupación para territorios extensos. Con su ayuda, los ejércitos podían al­canzar los fines propuestos en un tiempo menor y con menos costes.

31 Plut., Vit. Alex., XXIV; Diod. Sic., XVII, 41-46; Air., Anab., I, 20-24.

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4. LA MAQUINARIA BÉLICA

EN EL MUNDO GRECORROMANO

4 .1. L a s p ie z a s d e a r t i l l e r í a

4 .1.1. E v o lu c ió n t e c n o ló g ic a d e la s piezas d e a r t i l l e r í a

4 .1.1.i. El primer ingenio de “no torsión” : ti gastraphetes

A pesar de que una referencia de la Biblia mencione a Ozzías, que reinó entre el 790 y el 738 a.C., como el primer constructor de piezas de artillería para la defensa de Jerusalén (Crónicas, II, 26, 15), la mayoría de los autores lo consideran un anacronismo 32. Sólo Yadin (Yadin, 1963b) admite la posibilidad de la presencia de catapultas en Jerusalén durante el siglo VIII a.C.

La primera pieza de artillería conocida de forma precisa aparece en la obra de Heron (Heron, B ei, 75-81). Este autor lo menciona como gastraphetes (vientre-arqueado) (Fig. 7), aunque hay muchos problemas terminológicos en cuanto a su denominación. Para su funcionamiento utili­zaba la tecnología de “no torsión” y este nombre se debía a que para tensarlo era necesario que fuera apoyado en el estómago.

Tras la puesta en marcha del arco compuesto, las posibilidades reales de los hombres para po­der arrojar proyectiles de mayor tamaño y a una distancia mayor habían quedado totalmente li­mitadas, pues la fuerza humana había alcanzado el máximo de sus posibilidades (Ph., Bel., 71). Por este motivo, fue necesaria una revolución tecnológica que mejorara las armas existentes has­ta ese momento, con el fin de adaptarlas a la evolución que estaban sufriendo los sistemas de for­tificaciones.

Morfológicamente, el gastraphetes constaba fundamentalmente de dos partes: el arco y el cuer­po que, a su vez, tenía dos secciones. Por un lado estaba el bastidor sólido y fijo al arco. Y por otro el resbalador o corredera, igual de largo que el bastidor, y que se podía mover hacia atrás y hacia delante en un surco ensamblado a una cola de milano. Esta última pieza, en su parte supe­rior, tenía una acanaladura para acompañar al proyectil en su desplazamiento y un mecanismo de disparo (Heron, Bel., 76-77).

32 Lafaye, 1919, 363; Droysen, 1910, 188; Schneider, 1909, 145; Gohlke, 1910-1911, 292; Diels, 1924, 93-94; Tarn, 1930, 105-

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La máquina se completó con una serie de mecanismos, como un trinquete lineal a cada lado del bastidor. Para su correcto funcionamiento, la corredera tenía dos lengüetas (Heron, Bel. > 79- 81), que permitían que se encajaran en los dientes del trinquete cuando la máquina era cargada.

A pesar de estos avances, a grosso modo, el gastraphetes no dejaba de ser más que un arco de gran­des dimensiones en cuanto a su circunferencia, que había sido montado sobre un marco de ma­dera (Quesada Sanz, 2001b; Fig. 8). Se le habían añadido varios mecanismos complejos para facilitar el trabajo de los artilleros que, difícilmente, podrían haberlo manejado del mismo modo que un arco sin esta ayuda.

El arco usado en el gastraphetes resultaba ser demasiado fuerte para que un hombre pudiera tensarlo directamente con las manos, por lo que el artillero tenía que apoyar el arco contra sí mis­mo y forzarlo en movimientos sucesivos, hasta llegar a su punto máximo. Con el objetivo de so­lucionar este problema, se insertó un perno en un canal semicircular entre las filas de surcos. Por medio de un mecanismo disparador era posible lanzar la flecha fuera del arco.

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Gladius, Anejos 8, 2005 4. LA MAQUINARLA BÉLICA EN EL M U ND O GRECORROMANO 39

Fig. 8. Reconstrucción del gastraphetes (Russo, 2004)

Sin embargo, y a pesar de la información aportada, la obra de Heron deja abundantes lagu­nas, que no pueden ser subsanadas de ninguna forma. La más importante quizás sea Ja que hace referencia al arco. En ningún momento se describe el material del que estaba hecho, lo que ha conducido a enormes discrepancias en torno al tema.

Algunos autores consideran que el arco estaría construido en acero resistente (Schramm, 1918), basándose en un texto de Filon (Ph., Bel., 71 ,4), aunque la mayor parte de ellos (Marsden, 1969, 5-6) estiman que lo más probable es que en el mundo grecorromano no se pudiera producir ace­ro de tal calidad y en suficiente cantidad como para producir arcos de ese tamaño. Por otro lado, si el gastraphetes hubiera utilizado como material constructivo el acero, la resistencia y potencia de esta máquina, difícilmente, podría haber sido superada por la tecnología de torsión.

Lo más probable es que el arco del gastraphetes tuviera una composición muy semejante a la de los arcos compuestos del mismo período, que ya se conocían en Grecia desde los tiempos de Homero (Balfour, 1921, 289; Fig. 8). Así, constaría de una tira central de madera, que propor­cionaría elasticidad, de un tendón de animal en la parte exterior y de una serie de pedazos de cuer­no en la interior (Balfour, 1890, 220; Payne-Gallwey, 1958). De esta forma, se dotaba a la pieza de una elasticidad extraordinaria, que no repercutía en la resistencia del conjunto.

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El alcance de este ingenio se situaría alrededor de los 250 metros, 50 metros más que el arco compuesto. Este incremento en la distancia, aunque no desmesurado, resulta significativo para es­tos primeros momentos. Su impacto bélico sería terrible sobre contingentes de soldados que, co­nociendo las limitaciones en cuanto a distancia de los arcos compuestos, creerían estar filera de la línea de fuego enemiga, siendo abatidos por los disparos de este ingenio. Al mismo tiempo, gra­cias a la complejidad de los mecanismos introducidos por el gastraphetes, también se facilitaba apuntar de forma más precisa.

4-1.1.2. Las máquinas de “no torsión” de diseño avanzado

Las máquinas de “no torsión” posteriores al gastraphetes añadían dos elementos adicionales, co­mo eran el torno y la base (Heron, Bel., 84-86; Fig. 9). Estos componentes permitían superar las limitaciones impuestas por esta primera máquina y mejorarla en cuanto a potencia de fuego, al­go que también influyó en el aumento de su tamaño. Sin embargo, resulta problemático saber cuando se produjo la introducción de estos dos mecanismos, pues ni Heron ni tampoco Biton aclaran en que momento sucedió (Tabla 7).

No se sabe exactamente cuando se produjeron estos avances, pero lo más probable es que es­tas máquinas introdujeran el torno y la base de forma contemporánea a la puesta en marcha de la tecnología de torsión, siguiendo en funcionamiento por los grupos de constructores que no co­nocían los avances de esta nueva técnica de fabricación. A tenor de las fechas dadas por Biton, puede que fueran puestos en marcha tan sólo unos años antes de la aparición de la tecnología de torsión, pues las fechas de algunos de los ingenios que describe giran en torno al 350 a.C.

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Sí que se sabe que, alrededor del año 375 a.C., se desarrolló el oxybeles. Esta máquina seguía el mismo sistema de funcionamiento que el gastraphetes, pero añadía una base de grandes dimen­siones sobre la que se apoyaba (Heron, Bel., 84). Este elemento se había convertido en algo ne­cesario, ya que la máquina era mucho más grande y pesada que su predecesora.

El arco compuesto, de un tamaño mucho mayor que el del gastraphetes, era descorrido por me­dio de un torno y palancas, lo cual permitía conseguir una mayor potencia y exactitud en los dis­paros. El alcance de estas máquinas era tal que podían perforar las armaduras de los soldados a una distancia de hasta 400 metros.

La importancia de estos dos mecanismos había resultado clave en el desarrollo tecnológico de las piezas de artillería. Por un lado, gracias al torno, se podía permitir al arquero la posibili­dad de ejercer una presión ilimitada, lo que conducía a que se construyeran arcos más grandes y más potentes al mismo tiempo. El sistema de junta universal que añadía la base (Heron, B el, 88, 5) le permitía disparar en cualquier dirección y a cualquier altura, pudiendo hacer fuego continuado sobre un punto determinado.

Fig. 10. Planimetría del gastraphetes de Caronte de Magnesia (Marsden, 1969)

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42 ARTILLERIA Y POLIORCÉTICA EN EL MU NDO G RECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

Fig. 11. Reconstrucción dei gastraphetes de Caronte de Magnesia (Russo, 2004)

La primera máquina conocida dentro de este grupo de ingenios de “no torsión” de diseño avanzado es la creada por Zopiro de Tarento (Bit., 62-63; Fig. 9). Aún se conocía como gastra­phetes·, aunque se descargaba con dos pernos y tenía 1,84 metros de largo y 1,04 metros de cir­cunferencia del arco (Marsden, 1969, 14-15).

El segundo paso consistió en la adaptación de la máquina para lanzar piedras, lo que exigió al­gunos cambios significativos. En función del grado de curvatura que tuviera el arco, con anterio­ridad a ser disparado, se podía hablar de arcos palintonos o euthytonos. Antes de la puesta en posición del arco euthytono, sus extremos apuntaban hacia el lado donde quedaban sujetos por la cuerda. Este hecho provocaba que el ángulo que tenían que recorrer los brazos en el disparo fue­ra muy limitado, por lo que su utilidad fundamental era para lanzar flechas, que pesaban menos que las piedras.

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Fig. 12. Planimetría del gastmphetes de Isidoro de Abidos (Marsden, 1971)

Los brazos del arco palintono apuntaban hacia la parte delantera de la máquina. De esta for­ma, a la hora de disparar se desplazaban a lo largo de un amplio recorrido, que les daba la fuerza necesaria para poder disparar proyectiles pétreos, que eran mucho más pesados. Las nuevas má­quinas, mucho más fuertes y potentes, capacitadas para lanzar piedras variaban mucho en fun­ción de sus dimensiones. Dentro de este grupo de lanzapiedras estarían los que utilizó Onomareos contra Filipo II de Macedonia el 353 a.C. y que supusieron el primer contacto del Reino de Ma­cedonia con la artillería (Poliaenus, Estrat., II, 38, 2).

La máquina diseñada por Caronte de Magnesia para la ciudad de Rodas (Bit., 45-48; Mars­den, 1969, 15), cuya fecha de creación no está clara aunque podría ser contemporánea de las an­teriores, estaría incluida dentro de las máquinas de “no torsión” de diseño avanzado que arrojaban piedras (Figs. 10 y 11). Tenía una longitud periférica de 2,77 metros, pudiendo disparar piedras con un peso en torno a 1,6 kilos.

El segundo lanzador de este tipo fue el creado por Isidoro de Abidos en Tesalónica (Bit., 48- 52; Marsden, 1969, 15), un poco posterior al de Caronte. Su tamaño era mucho mayor que el anterior, pues poseía un arco de 4,62 metros y era capaz de lanzar piedras de hasta 13 kilos a unas distancias en torno a los 275 metros (Fig. 12).

Todo este conjunto de ingenios supuso un avance muy importante respecto al gastraphetes (Fig. 8) pues, además de superar en 45-50 metros la distancia alcanzada por esta máquina, eran capaces de arrojar flechas de mayores dimensiones. Sin embargo, su principal novedad era que permitían, por primera vez, la posibilidad de disparar piedras.

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44 ARTILLERIA Y POLIORCÉTICA EN EL M UNDO GRECORROM ANO Gladius, Anejos 8, 2005

4.I.I.3. La primera artillería de torsión

Las máquinas que se basaron en el sistema de torsión, mucho más práctico y potente que el antiguo de “no torsión”, se empezaron a utilizar de forma sistemática en la corte macedónica en fechas cercanas al 340 a.C. (Tabla 8).

A pesar de los avances que se habían introducido en las máquinas de “no torsión”, las poten­cialidades del arco compuesto ya habían alcanzado sus límites máximos con la puesta en marcha de las máquinas de diseño avanzado. De nuevo, fue la necesidad de lanzar proyectiles de mayor tamaño y a una distancia mayor la que llevó a intentar mejorar las máquinas existentes hasta ese momento (Heron, B el, 81).

La solución a este problema se encontraba en la búsqueda de algún material más resistente que los empleados por las piezas de artillería anteriores o en la utilización más efectiva de alguno de los ya conocidos: cuerno, madera y tendón (Heron, Bel., 81). La principal conclusión que se des­prendía de la revisión de las máquinas de “no torsión” era que este último elemento aportaba la mayor parte de la energía y la mejora tecnológica pasaba por aislarlo totalmente.

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El resultado fue el nacimiento de las primeras máquinas de torsión (Fig. 13), que supusieron una revolución tecnológica tan significativa como la propia aparición de la catapulta. Las nuevas máquinas tenían una mecánica totalmente diferente a las de “no torsión” y utilizaban la torsión de haces de tendones 33, crines o cabellos humanos 34 alrededor de bastidores de madera (Heron, Bel., 81), dando lugar al Modelo I de Marsden (Tabla 8).

Hoy en día es muy difícil saber qué clase de tendones y de qué animales eran los más fuertes y elásticos para su empleo, aunque se piensa que, en ningún momento, se utilizarían solos, sino mezclados con pelo animal o humano, de modo que se asegurara su cohesión. La zona de los ten­dones animales que mejor serviría para estos propósitos sería la correspondiente a los hombros de bueyes y a los tobillos de caballos.

Esta falta de información se debe, entre otras cosas, a que los tendones, al tratarse de un ma­terial orgánico, no se han conservado en el registro arqueológico. Por si esto fuera poco, ninguno de los tratados que han llegado hasta nosotros relata la preparación de los tendones de animales para las piezas de artillería de torsión 35.

El arco de las máquinas anteriores fue sustituido por dos armazones de madera, dentro de los cuales se hicieron sendos agujeros en su parte superior e inferior y se instaló un ovillo de cuerdas de tendón trenzadas, originando el Modelo II de Marsden (Tabla 8). Los marcos se sujetaron de forma fija, añadiendo madera para dar rigidez al conjunto.

Un brazo de madera se insertó a través del paquete de tendones, dejando la parte más gruesa en el lado interior y cuyos extremos se unían por una cuerda de arco. Cada brazo se sujetaba por las cuerdas de su resorte, ya que la tensión se aplicaba con dos palancas.

Pronto se consiguieron marcos más resistentes, gracias al ensanchado de los travesaños y a la colocación de agujeros en cada uno de ellos. Las palancas para torcer el tendón se colocaron so­bre los agujeros y podía enroscarse la cuerda a través de estos “agujeros-portadores”.

Sin embargo, uno de los problemas radicaba en que, tras ser disparada muchas veces la má­quina, los resortes dejaban de estar en posición central y se clavaban en la madera, llegando a ha­cerlas inoperativas. Este problema se solucionó con la introducción de arandelas, en número de 4 (Heron, Bel., 96), que podían adquirir diferentes tipologías, dando lugar al Modelo III de Mars­den (Tabla 8). Para poder mantener los modiolus en una posición fija y evitar que volvieran a su posición original se perforó el anillo perimetral y también el bastidor, añadiendo clavijas que ac­tuaran como tope (Iriarte, 2000; Fig. 14).

El núcleo de las catapultas de torsión era un bastidor de madera, de forma rectangular con dos largueros y cuatro postes (Fig. 14). Junto a cada extremidad de los largueros se ubicaba un orifi­cio {foramen) (Vitr., De arch., X, 10, 1), tanto en la parte inferior como en la superior, que servía para alojar los dos muelles de cuerda. En cada uno de esos orificios se situaba un modiolus (coji­nete cilindrico y hueco construido en bronce 36) (Vitr,, De arch., X, 11, 5; 12, 1) con un epizygis (pequeña barrita de hierro) (Vitr., De arch., X, 12, 1), que lo atravesaba diagonalmente y que se encajaba en las muescas de su parte superior.

33 Feldhaus, 1909-1911, 52, Schneider, 1910a; Pöhlmann, 1912, 7; Schramm, 1918c, 18.

3̂ Heron, Bel., 30; Polib., IV, 56, 3; V, 89, 9; Estrabo., XVII, 3, 15; Caes., B. Civ., Ill, 9, 3; Vitr. De arch.·, X, 11, 2; Serv., Ad. Verg., I, 720; Veg., MH., IV, 9; Lactant., Div. inst., I, 20-27; Poliaenus, E str a tVIII, 67.

35 Esta falta de información en las fuentes nos lleva a pensar que su uso debía estar muy extendido entre los cons­tructores de máquinas, por lo que no se consideraba necesaria su descripción.

36 Aunque la mayor parte de ellos estaban construidos en bronce también se conoce algún ejemplar fabricado en hierro.

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Fig. 14. Despiece de un resorte de ballista completo (Soedel y Folley, 1979)

Los cambios se sucedían rápidamente en estas máquinas de creación reciente. Algo que He­ron no apunta en su obra y que resultó clave fue la modificación de las vigas de madera que con­tenían los resortes. Como era caro construir dos marcos sólidos y ensamblarlos con un armazón de madera, unieron los dos marcos independientes en una única estructura que tenía dos “aguje­ros-portadores”, cada uno con dos agujeros para el resorte y cuatro puntales verticales. Por medio de un perno y de las vigas pequeñas se aseguraba el extremo delantero entre los puntales centra­les. Del Modelo III de Marsden (Tabla 8) se derivaron dos nuevos submodelos en función de que estuvieran diseñados para arrojar flechas o piedras.

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En las máquinas eutbytonas, el ángulo recorrido por las máquinas era muy pequeño (23° en las primeras y más tarde 35°) y, por tanto, eran aptas para arrojar flechas que pesaban muy poco (Modelo IIIa de Marsden) (Tabla 8) (Fig. 15). A causa de la escasa potencia no podían arrojar piedras, que pesaban demasiado (Marsden, 1969, 16-24).

El lanzamiento de piedras exigía que el ángulo recorrido por los brazos fuera mucho mayor, para que resultaran efectivas (Heron, B e l, 74). La necesidad de alcanzar los 45 o 50° llevó a la vuelta al sistema primitivo de dos armazones independientes y dio lugar a las máquinas palinto- nas, según el Modelo Illg de Marsden (Tabla 8). Los brazos de este último modelo, al recorrer un ángulo mayor, eran capaces de proporcionar una mayor potencia (Fig. 16). Su corredera debía ser también más ancha por el tamaño de los proyectiles a lanzar. Como el aumento de tamaño tam­bién implicaba añadir un mayor peso a las máquinas, pasó a construirse como si se tratara de una escalera, reduciéndola a sus elementos básicos.

Fig. 15. Despiece de un marco euthytono (Connolly, 1998)

Los armazones se fijaban por separado en el caso de ios bastidores palintonos y sobre una pieza única en el de los euthytonos. En las máquinas euthytonas, al constar de un solo marco, se instala­ban los dos agujeros para albergar los resortes, es decir disponía de muelles rectos. Por el contrario, en los palintonos, por disponer de dos marcos in­dependientes cada uno con un resorte, la forma de aumentar el recorrido de los brazos era colo­carlos formando entre ellos un ángulo, por lo que se les conocía como de muelle en V.

Fig. 16. Despiece de un marco (Connolly, 1998)

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A pesar de estas mejoras, el tamaño y la distancia a que se arrojaban los proyectiles no varia­ron pues, aunque las arandelas resistían muy bien el empuje de una tensión mayor, los brazos só­lo permitían movimientos muy limitados. Por este motivo los “agujeros-portadores” se hicieron más anchos en el centro que en los extremos, dando más recorrido a los brazos. Sin embargo, és­te no resultó suficiente para que las máquinas pudieran lanzar piedras con efectividad.

Tras los primeros estudios a cargo de Prou (Prou, 1877), Aitor Iriarte ha vuelto a plantear la hipótesis de que en las máquinas palintonas los brazos batieran por el interior (Iriarte, 2003), con lo cual se conseguiría un ángulo de recorrido mayor. En el caso de la ballista, pasaría de tener un recorrido de 55° a los 94°, lo que le proporcionaría casi el doble de potencia, algo que se acentúa en la ballista tardía de Hatra (Baatz, 1978b), al pasar de 35° a 103°. Sin embargo, esta nueva teoría necesitará de una profunda discusión entre los investigadores.

En cuanto al resto de elementos de las piezas de artillería, entre los dos postes del bastidor y, de forma perpendicular, se situaba la caña que era una barra de madera con una ranura longitu­dinal de sección en cola de milano en su cara superior. Encajada en esa ranura había otra barra móvil conocida como corredera que, justo en su parte superior, poseía una ranura para guiar la dirección de la flecha. En la parte posterior estaba el sistema de gatillo y el torno. El gatillo tenía un dispositivo de balancín con una garra de pestillo bífido. En cuanto al torno, constaba de una rueda dentada que era descorrida con la ayuda de palos.

Para poder armar las catapultas se llevaba la corredera hacia delante, de modo que la garra pu­diera atrapar la cuerda, inmovilizando el gatillo. Después, se volvía la corredera hasta la posición retraída con la ayuda del torno y se lograban tensar los brazos. Al soltar el gatillo, la cuerda se li­beraba e impulsaba la flecha por el canal de la corredera. Cuando se trataba de catapultas de pe­queño calibre se armaban a mano con barras dentadas en el lateral de la caña, que sujetaban la corredera retraída. Sin embargo, en las máquinas de mayores dimensiones era necesario el uso de algún sistema de poleas.La importancia de las nuevas maquinas de torsión residía en que su fuerza era mucho mayor, ade­más de su capacidad de precisión, ya que se basaban en un sistema de fuego más directo y menos parabólico. Al disparar de forma directa era mucho más fácil apuntar, pues la línea descrita por el proyectil debía ser totalmente recta en su camino hacia el blanco.

4.I.I.4. La artillería de torsión estándar

Sin embargo, a pesar de los avances alcanzados con los modelos anteriores (Tabla 8), su construcción planteaba muchos problemas, sobre todo en lo referente a las dimensiones de los resortes, así como del “agujero-portador” en el que se debían alojar. Era necesario determinar la relación entre la altura y la base de estos resortes, así como calcular su tamaño óptimo en función del calibre de los proyectiles, para que la construcción de las máquinas resultara efec­tiva. Se buscaba un principio que pudiera permitir su construcción basándose en un sistema de proporciones.

La búsqueda de la proporcionalidad condujo a que, en primer lugar, fuera determinada la re­lación entre el “agujero-portador” y la altura de los resortes para, a continuación, demostrar que todas las medidas de la máquina se podían obtener, tomando como unidad de medida ese diá­metro (Ph., Bel., 49-51; Heron, Bel., 112-113). El resultado fue el descubrimiento de las fórmu­las de calibración, aplicadas tanto a las piezas de artillería preparadas para lanzar flechas como a las empleadas para lanzar piedras (Marsden, 1971, 266-269).

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Gracias a estas fórmulas se llegaron a una serie de ecuaciones, que determinaban el diámetro del resorte, partiendo de las dimensiones del proyectil a lanzar. En las máquinas lanzadoras de flechas era D = L / 9 siendo D el diámetro en dáctilos (Tabla 4) y L la longitud del proyectil a disparar (Heron, Bel., 114). En las máquinas lanzadoras de piedras D = I · I (100 M). En ella, D es el diámetro del agujero del resorte en dáctilos y M el peso del proyectil en minas áticas (Tabla 3).

Para resultar óptimas, estas fórmulas de calibración debían ir acompañadas de la lista de di­mensiones, algo que no se conserva en la obra de Heron. Sin embargo Filon y Vitrubio sí que proporcionan los datos para rellenar las lagunas dejadas 37. Las nuevas máquinas creadas bajo las fórmulas de calibración se corresponden con el Modelo IVa para las euthytonas y IVß para las pa- lintonas. Ya sólo se volverán a modificar en el período comprendido entre Filon y Vitrubio, con la introducción de arandelas perfeccionadas, originando los Modelos V/\ y Vg para lanzar flechas y piedras respectivamente (Tabla 8).

A pesar del conocimiento de las fórmulas de calibración y del teorema de las dos proporcio­nes o la aplicación geométrica de las medidas, no siempre eran aplicadas ya que, en muchas oca­siones, era necesario adaptarlas para su fácil desmontaje o adecuarlas para la instalación en otras máquinas de mayores dimensiones, como las torres de asedio que, a menudo, no disponían de amplios espacios (Marsden, 1969, 33-34).

4 .1.1.5. Diseños alternativos a las máquinas comunes

4.1.1.5.1. El chalcotonon

Desde un primer momento se buscaron materiales más elásticos y fiables que el tendón y que lograran aportar mayor potencia a las máquinas. En este sentido es destacable el interés mostra­do por Ctesibios de Alejandría a la hora de crear nuevos diseños.

La primera de ellas es el chalcotonon (Ph., Bel., 78), una máquina para lanzar flechas. Su prin­cipal diferencia con el resto de ingenios reside principalmente en los armazones de los resortes. Según Filon, para una catapulta de tres palmos, se debían construir placas de bronce forjado puri­ficado y varias veces refundido. Para dotarlo de una mayor resistencia se enriqueció con estaño, en concreto, tres dracmas por cada mina (Tabla 3). Las dimensiones para cada pieza eran de 12 dáctilos de longitud, 2 de ancho y 1/12 de dáctilo de grosor (Tabla 4). Las placas se modelaban, manteniendo el grosor contra una horma que les proporcionaba la curvatura.

Estas, en pares, se oponían una a otra muy sujetas al armazón, contactando en la zona de su extremo con el brazo del arma. El brazo giraba sobre un pivote de hierro que se sujetaba también al armazón y las placas se comprimían al ser tensada la cuerda. Cuando ésta se soltaba, las placas recuperaban su posición normal, empujando para ello los brazos que arrastraban la cuerda.

Las innovaciones aportadas por esta máquina no lograron la suficiente potencia como para po­der lanzar proyectiles de forma eficiente, a pesar de que se intentó reforzar la estructura con el añadido de varios pares de placas juntas en cada resorte. Esta máquina quedó como una mera anécdota de la artillería antigua (Marsden, 1969, 24-33).

37 Para las máquinas lanzaflechas Ph., Bel., 54 y Vitr., De arch., X, 10. Para las máquinas lanzapiedras Ph., Bel., 53 y Vitr., De areb., X, 31. Toda esta información aparece recogida en Marsden, 1971, 266-269.

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4 .1.i .5.2. El aerotonon

En el caso del aerotonon (Ph., B e l 77-78), se trataba de una máquina para lanzar piedras, una ballista. El conocimiento por parte de Ctesibios del poder de expansión del aire comprimido fue aplicado al desplazamiento de los brazos (Fig. 17). Para ello, construyó dos cilindros de bronce batido que, de forma previa, se habían fundido y flexibilizado para ganar grosor.

Dentro de cada uno de ellos se colocó un pistón de bronce, que recorría longitudinalmente su interior, comprimiendo el aire retenido, lo cual exigía que fuera pulido y encajado a la perfección. Esos dos cilindros estaban sujetos firmemente y sobre sus pistones descansaban los extremos de los brazos, enmangados también en metal (Fig. 18).

El resto de los elementos de la máquina eran igual a los empelados en el cbalcotonon. Los bra­zos giraban sobre los ejes de hierro cuando se tensaba la cuerda y, al presionar los pistones, se com­primía el aire en el interior de los cilindros. La cuerda, cuando se liberaba, desplazaba los pistones que empujaban los brazos. A pesar de que los resultados de esta máquina fueron alentadores, no tuvieron la suficiente importancia como para sustituir los resortes de tendón.

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Fig. 18. Reconstrucción del aerotonon (Schramm, 1918a)

4-1.i.5.3. La catapulta de repetición de Dionisio de Alejandría

La creación de la catapulta de repetición, que aparece descrita en la obra de Filon (Ph., Bel, 73, 21), se atribuye a Dionisio de Alejandría, técnico del cual apenas se conoce nada. La princi­pal novedad que aporta esta máquina es la presencia de un cargador capaz de recibir un elevado número de flechas (Fig. 19).

Cuando la corredera se lanzaba hacia delante, la uña del retén apresaba la cuerda y la llevaba hacia atrás con el retroceso de la corredera La corredera, al desplazarse hacia atrás, hacía que ca­yera el proyectil en ella. Aún continuaba un poco más hacia atrás hasta chocar con un segundo clavo que hacía el efecto contrario y desbloqueaba el retén, liberando la cuerda. En ese momen­to, un proyectil caía en la ranura y era vuelto a lanzar. El especial diseño de esta máquina hacía que el artillero tuviera como única misión la de mover la corredera hacia delante y atrás a la es­pera de que se acabaran los proyectiles del cargador.

El mecanismo para que los proyectiles cayeran de uno en uno era un mango ubicado en el es­pacio comprendido entre el cargador y la corredera. Este mango, por medio de un rodillo girato­rio con una muesca longitudinal, permitía la recepción de un solo proyectil. El conjunto lo completaba otra muesca en espiral sobre el rodillo (Fig. 20).

Cuando la corredera estaba adelantada, el rodillo ofrecía la muesca longitudinal para que ca­yera la flecha. Al desplazar la corredera hacia atrás, el rodillo giraba y depositaba la flecha en su muesca. Tras disparar, la corredera salía hacia delante y con el perno el rodillo giraba en sentido

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Fig. 19. Planimetría de la catapulta de repetición de Dionisio de Alejandría según Filon(Schramm, 1918a)

contrario para cargar otra flecha. Esta máquina también se caracterizaba por no disponer de un sistema de retroceso por cuerda, sino que la manivela tenía proyecciones en forma de pentágonos. Estos elementos se unían por medio de una cadena de eslabones lisos.

El principal problema de esta máquina era que su alcance era muy limitado, en torno a un es­tadio. A menudo se encasquillaba y como ya apunta Filon (Ph., Bel., 75), los disparos se concen­traban en un punto demasiado preciso, por lo que se desperdiciaba la munición 38.

:lí! Una reproducción de esta máquina creada por Erwin Schramm partió por la mitad una flecha con la siguiente.

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Fig. 21. Reconstrucción del capitulum de una catapulta tipo scorpio, tal γ como lo describe Vitrubio (Russo, 2004)

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4 .1.1.6. Modificaciones de las piezas de artillería en el período comprendido entre el desarrollo de las fórmulas de calibración y la obra de Vitrubio

Como consecuencia de las investigaciones del artillero Aegistrato, se introdujeron innovacio­nes en las piezas de artillería. La principal aportación a las máquinas lanzaflechas o Modelo V a de Marsden (Tabla 8) señalada por Vitrubio, consistió en suprimir los postes centrales, sustitu­yéndolos por uno solo con una anchura igual a los dos postes que sustituía (Fig. 21). Este hecho suponía añadir un peso adicional en la máquina, por lo que para compensar el resto de medidas

Fig. 22. Ballista descrita por Vitrubio (Russo, 2004)

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Gladius, Anejos 8, 2005 4. LA MAQUINARIA BÉLICA EN EL M UNDO GRECORROMANO 55

fue necesario reducirlas hasta hacer el bastidor más ligero que los modelos puestos en funciona­miento con anterioridad.

Al mismo tiempo, el tamaño de los resortes también aumentó para dotar a la máquina de una mayor potencia. Los trinquetes lineales dejaron paso a modelos circulares. También se diseñó la máquina con brazos curvos, lo que aumentaba su recorrido desde los 33° de las máquinas euthy­tonas anteriores hasta los 47,5°, mejorando notablemente la potencia de fuego. Esta curvatura es posible apreciarla en los Relieves de la Balaustrada del Altar de Zeus en Pérgamo 39 (Fig. 6). El resultado de todas estas intervenciones fue que se mejoraron notablemente las prestaciones de es­ta máquina, alcanzado unas distancias de disparo entre los 50 y 100 metros por encima de las má­quinas anteriores de ese mismo calibre.

La principal innovación que aparece en la obra de Vitrubio respecto a las máquinas para arro­jar piedras (Fig. 22) o Modelo Vg de Marsden (Tabla 8) reside en que el agujero para alojar los resortes y que, en las máquinas anteriores era circular, pasó a tener forma oval. De esta forma po­día alojar una mayor cantidad de cuerda, lo que también repercutía en una mayor potencia, que podía suponer un tercio más que en las ballistae anteriores.

4.I.Ï.7. Las últimas modificaciones de las piezas de artillería en el Imperio Romano

La quiroballista supuso el último de los pasos evolutivos de la artillería de torsión (Tabla 8). La quiroballista era una máquina lanzaflechas con bastidor palintono, lo que pudo llevar al cam­bio significativo en la nomenclatura que encontramos en las fuentes.

Los armazones de los resortes eran unos cilindros de bronce que sustituían a las mordazas. Eran más resistentes que los de madera y los cilindros protegían las madejas de la lluvia y de otras cau­sas de deterioro. Estas piezas se unían por medio de otra en forma de arco, que facilitaba que se apuntara. La principal función de este elemento era servir de puntal. Si tenemos en cuenta que las catapultas trabajan con un ángulo de elevación máximo de 30°, si este puntal fuera recto interfe­riría en la línea entre el artillero y el blanco, lo que obligó a hacerlo un poco arqueado.

Las catapultas de época tardo-republicana eran demasiado pesadas y embarazosas para ser des­plazadas por le frente de batalla. De ahí que el armazón de madera de las máquinas lanzaflechas de torsión fuera sustituido por un marco metálico, que aligeraba el conjunto y reducía la máqui­na a su mínima expresión. Se lograba un ahorro de peso clave, de cara a la nueva funcionalidad que se venía imponiendo para la artillería.

El nuevo sistema empleado en la fabricación de la quiroballista permitía reemplazar dentro del combate el módulo estropeado por otro de reserva (Baatz, 1978b, 236). Además, introducía la novedad de que permitía transportar las máquinas montadas hasta el lugar del combate, dando lugar a una nueva pieza de artillería: la carroballista (Fig. 23). Fíasta ese momento las máquinas, por partes 40, eran desplazadas en bestias de carga o vía marítima 41. Eso hacía que solieran llegar tarde a los enfrentamientos y que se requiriera mucho tiempo para conseguir que estuvieran ope­rativas. Las batallas campales, a menudo, no eran preparadas con anterioridad por lo que, si no se llevaban las máquinas con el ejército, no se podía esperar a que llegaran.

39 Lafaye (1919), p. 370, fig. 7022; Charbonneaux (1970), p. 58, pl. 55; Baatz (1979), p. 71, fig. 4.

/l{) Daremberg y Saglio, 1877-1919, XX, 73, 3; Polib., XI, 12 , 4; Tac., Hist., III, 25-

41 Daremberg y Saglio, 1877-191 9, XIV, 47, 7; XVII, 22, 5; XX, 73, 2; XX, 74, 1; Arr., Anab., II, 27, 3.

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56 ARTILLERÍA Y POLIORCÉTICA EN EL M U ND O GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

Fig. 23. Reconstrucción de una carroballista (Russo, 2004)

4.1.2. P r in c ip a l e s t i p o s d e p ie z a s d e a r t il l e r ía g r e c o r r o m a n a

4J . 2.1. La catapulta tres palmos griega o tipo scorpio romana

El nombre de catapulta tres palmos hace alusión al tamaño de los proyectiles arrojados por ella, mientras que el de scorpio se refiere a lo letal de sus proyectiles como arma antipersonal. Del mis­mo modo, vista frontalmente, esta máquina se asemeja a un escorpión.

Esta pieza de artiñería (Fig. 27) suponía la artillería básica de campaña a causa de su reduci­do tamaño y peso, que se situaba en torno a los 50 o 60 kilos. De hecho, en territorio hispano, las únicas puntas metálicas halladas hasta la fecha y diseñadas para ser arrojadas mecánicamente

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Gladius, Anejos 8, 2005 4. LA MAQUi N ARI A BÉLICA EN EI, M U N DO GRECORROMANO 57

corresponden a esta máquina. Proyectiles pétreos sí que aparecen con oscilaciones de calibre enormes, pero para máquinas lanzaflechas, los tamaños se repiten, lo que lleva a pensar que ios modelos debían estar estandarizados.

El uso generalizado de la catapulta tipo scorpio se debía a que, gracias a su peculiar diseño, ha­cía que fuera posible desmontarlas en tres piezas bien diferenciadas: capitulum, caña y corredera, y base. Esto facilitaba su transporte y empleo en batallas campales. Al mismo tiempo, en un ase­dio resultaban más útiles las ballistae para batir los muros que no las catapultas, aunque fueran de gran calibre.

Las flechas que arrojaba eran de pequeño tamaño, de aproximadamente unos 70 cm, de ahí el nombre de tres palmos. La precisión de esta máquina era tal que podía acertar a una distancia de 500 metros sobre blancos individuales. De ahí que se le apodara escorpión, por su mordedura se­mejante a la de este animal (Veg., Mil., IV, XXII).

Restos de las flechas arrojadas por esta máquina se han encontrado a lo largo de todo el Im­perio Romano. Las piezas halladas se limitan a cabezas piramidales de los proyectiles. El princi­pal yacimiento en cuanto a estos hallazgos es Dura Europos donde se encontraron numerosos ejemplares (Cumont, 1926, 260; 1931, 72; 1936, 455) (Fig. 24). Pero, sin duda alguna, la más significa es una de ellas que conserva incluso la madera. El tallo estaba realizado en madera de ar­ce y tenía dos aspas en su parte trasera. La finalidad de estas aspas era la de permitir que la flecha se insertara en el surco de la máquina.

Fig. 24. Proyectil hallado en Dura Europos (Campbell, 2003a)

4.1.2.1.i. Restos arqueológicos de Cremona (Italia)

El hallazgo se produjo en abril de 1887 en el exterior de la ciudad de Cremona, en la parte norte de la vía hacia Mantua, a 700 metros al este de la Porta Venecia. Los restos encontrados co­rresponden a ocho modiolus (Fig. 26), diversas piezas como pletinas y clavos, además del frontal (Fig. 25) de una catapulta, que se identificó inicialmente con la caja de la legión (Baatz, 1980).

De estos ocho modiolus hay cuatro pequeños que son idénticos, por lo que corresponderían con toda seguridad a la misma catapulta. De los otros cuatro, sólo dos son iguales en su constitución aunque todos tienen el mismo diámetro interno. Además, aparecen tres pernos asociados a los mo­diolus. De este hecho se desprende que es probable que, tras una reparación, fueran reutilizados en una misma máquina. Todos los modiolus disponen de cuatro agujeros a lo largo de su circunferen­cia, ubicados a igual distancia.

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Pero, sin duda alguna, los restos más significativos son los que corresponden a una plancha de bronce decorada con una inscripción que hace alusión a la Legio IV Macedónica. Junto a ésta, se encontraron fragmentos de una segunda plancha que, por su constitución, sería muy semejante a la anterior.

La primera de estas planchas (Fig. 25) tiene unas dimensiones de 31,5 centímetros de longi­tud y 22 centímetros de ancho. En cuanto a decoración dispone de cenefas de laurel en todos sus lados a lo largo del borde exterior. En el centro de la pieza hay un agujero de pequeñas dimen­siones a través del que saldría proyectada la flecha. A los lados de esta ranura aparecen dos co­lumnas que soportan un arco, colocado justo encima del hueco. Exteriormente al arco hay dos cabezas de animales (una de toro y otra de carnero) dentro de unos discos redondos sujetos por astas.

Fig. 25. Frontal de la catapulta tipo scorpio de Cremona (Italia) (Baatz, 1980)

Dentro de la cenefa media vertical de la plancha se reconocen dos rayas, cada una de las cua­les dispone de cuatro agujeros, a los que hay que añadir uno más por debajo del mencionado agu­jero en la mitad de la plancha. En total son nueve los agujeros para clavos de la banda intermedia. En el borde izquierdo hay otro clavo que tendría su correspondiente en el borde derecho, aunque esta parte está destruida.

La inscripción de la pieza dice:

Leg(ionis) IIII Mac(edonicae). M. Vinicio I I Tauro Stat[ili]o Corvino [co](n)s(ulibm), C. Vibio Ru­fino leg(ato), C. Horatio [...] o Princ(ipe)p[r(aetorii)]

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Pero la chapa se modificó posteriormente. En un primer momento, la última frase en la que aparece la palabra princeps pretorio fue arañada. Después se realizó una incisión en el borde infe­rior de la chapa que corta la parte arañada y la decoración de laureles. Tras varios recortes más en algún punto quedó la configuración definitiva de una pieza que, originariamente, tendría sobre los 35 centímetros. Por el cónsul mencionado se puede datar la pieza en el 45 d.C., cuando la Le­gio IV Macedónica se encontraba en Maguncia y el legado C. Vibio Rufino era jefe del ejército superior germano.

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Fig. 27. Reconstrucción de la catapulta tipo scorpio de Cremona (Italia) (Russo, 2004)

De la otra plancha existen muy pocos restos, tan sólo un fragmento de 8 centímetros de largo por 4,5 de ancho y no es posible completar su forma. Por su contenido es muy similar a la anterior.

Con toda probabilidad pertenece a alguna de las cuatro legiones que participaron en la bata­lla de Cremona del lado viteliano y que formaban el ejército de Ia Germania Inferior el año 56 d.C.: / Minervia, VAlaudae, XVPrimigenia y XVI Gallica.

La función de estas planchas, que ya aparece atestiguada en el relieve de la tumba de Veden­nius Moderatus 42 (Fig. 4), era la de proteger el resorte de las inclemencias del tiempo y de los disparos de las armas enemigas. Junto a este material apareció también un número significativo de piezas de hierro que podrían pertenecer a los restos de las catapultas. Dentro de ellos es nece­sario destacar cuatro pares de guarniciones (Baatz, 1980).

« Laíaye (1919), p. 370, fig. 7023; Baatz (1979), p. 71, fig. 5.

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La datación de todos estos restos se puede realizar con gran precisión en la segunda batalla de Cremona durante el otoño del año 69 d.C. (Tac., Hist., Ill, 23-29) y, más en concreto, en la ba­talla nocturna en la via Postumia. Los vitelianos habían colocado máquinas pesadas en esta vía pa­ra defender la ciudad, pero ante el empuje enemigo se retiraron a la ciudad. Las piezas de artillería (Fig. 27) quedaron allí hasta que algún saqueador las robara y las escondiera en un campo cerca­no, de donde nunca fueron recuperadas hasta que las excavaciones de 1887 las sacaron a la luz.

Fig. 28. Restos arqueológicos de las catapultas del Epiro (Grecia) (Baatz, 1982)

4 .1.2.1.2. Restos arqueológicos de las catapultas del Epiro (Grecia)

La más importante colección de modiolus recuperada hasta la fecha fue la encontrada en Epiro (Grecia) y que estaba compuesta por 21 ejemplares (Fig. 28). Fueron hallados en una ca­sa fortificada destruida, cuya cronología va desde el siglo IV a.C. hasta la devastación romana del área el 167 a.C., proporcionando información extraordinaria sobre la evolución tecnológi­ca de las catapultas.

Los modiolus hallados se pueden dividir en siete tipologías diferentes, lo cual permite hablar de la presencia de siete máquinas diferentes, al menos. Se sugiere que los primeros modiolus eran poco profundos y curvados. El primer tipo es semejante a un trinquete con dientes y pestañas,

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probablemente diseñadas con un par de trinquetes fijados al capitulum y sus dimensiones son de 8,4 cm de diámetro interno. Este sistema debió mostrarse como insatisfactorio, por lo que se hi' cieron seis muescas rectangulares en sus rebordes, dando lugar al segundo tipo, además de incluir las muescas para las chavetas en las que se enrollaban las cuerdas. Se trataba de un modiolus de un calibre semejante, con un diámetro interno de 8,3 cm.

El tercer modelo, de mayor tamaño con un diámetro interno de 13,6 cm, responde al mode- lo típico de modiolus con 8 agujeros para colocar los pasadores, agujeros que se dividen en dos grupos de 4 a cada uno de los lados de las muescas centrales. El cuarto modelo es semejante al anterior, de menor calibre con 6 cm de diámetro interno y dispone de 10 agujeros a ambos lados de las muescas. En cuanto al quinto, con 7,5 cm de diámetro interno dispone de 8 agujeros en su perímetro, 7 de ellos iguales y uno diferente.

El sexto modelo con 3,4 cm de diámetro interno corresponde a una máquina de pequeño ca­libre, en concreto una catapulta de mano. Por último, el séptimo modelo con unas dimensiones de 5,6 cm de diámetro interno sólo posee 4 agujeros dispuestos a igual distancia en grupos de dos, a ambos lados de las muescas para las chavetas.

Sin embargo, algunos autores (Russo, 2004), consideran que los primeros modelos de modio­lus presentados no serían tales, sino que podrían pertenecer al torno de las piezas de artillería y por ese motivo dispondría de dientes.

4.1.2.1.3. Restos arqueológicos de la catapulta de Sunion (Grecia)

A finales del siglo XIX aparecieron en el cabo Sunion los restos de un modiolus de catapul­ta (Fig. 29). El modelo es semejante a un trinquete con dientes y pestañas, probablemente di­señadas con un par de trinquetes fijados al capitulum. Podría corresponder a una pieza del capitulum de una catapulta o al mecanismo de torno de una máquina (Russo, 2004).

Fig. 29. Restos arqueológicos de la catapulta tipo scorpio de Sunion (Grecia). (Williams, 1992)

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4·ΐ.2.2. La ballista

La ballista (Fig. 22) era la más importante de las máquinas para arrojar piedras empleadas en el mundo grecorromano, hasta que fue desbancada con la puesta en marcha del onager, ya en épo­ca tardía. Su tamaño variaba enormemente y las fuentes hablan de máquinas gigantescas, lo cual puede ser fruto de la reflexión teórica de los autores o de la mera propaganda de los cronistas del ejército. Sin embargo, con total seguridad, existían máquinas de más de 8 metros de altura, a te­nor de los proyectiles hallados.

Lucilio, que luchó con Escipión Emiliano, habla de ballistae centenarias, lo que se refiere de forma poco específica a ballistae de gran tamaño. Sisenna también menciona cuatro ballistae ta- lentarias (Sisenna, Hist., IV, frag. 92) y Tácito habla de ballistae de gran calibre en la batalla de Bedriacum (Tac., Hist., III, 23), que arrojaban proyectiles por encima de un talento (Tabla 3). Máquinas de gran tamaño fueron empleadas también por las tropas romanas en el ataque a Jeru­salén (Joseph., BJ., VI, 7).

Filon, en su Tratado de Artillería, calcula las proporciones de una máquina que era capaz de arrojar piedras de 78 kilos (Ph., Pol., 51). Vitrubio todavía llegó más lejos y da las dimensiones de una máquina adaptada para lanzar piedras de 162 kilos (Vitr., De arch., X, II, 3). El estudio de piezas de artillería de estas dimensiones puede ser un ejercicio teórico no aplicable a la prácti­ca. Parece que el calibre más utilizado se situaría entre los 3 y los 26 kilos.

La arqueología ha sacado a la luz algunos de estos proyectiles de gran calibre que confirman lo afirmado por las fuentes. Así, en Pérgamo aparecieron dos bolaños que pesaban 73,2 y 75,2 ki­los, lanzados por un petroboíos de 3 talentos 43. En Rodas se ha descubierto un proyectil de 78,4 kilos, además de bloques que llegan hasta los 260 kilos 44. Y en la fortaleza Antonia de Jerusalén también aparecieron bolas de piedra de 300 kilos

4.Ï.2.2.1. Restos arqueológicos de Mahdia (Túnez)

En el año 1907, mar adentro, a 4 kilómetros de la costa tunecina, cerca de la ciudad de Mahdia, fue descubierta a una profundidad de 40 metros una embarcación romana.

Una de las piezas encontradas en el hallazgo y que resulta de gran interés es una rueda semi- dentada (Fig. 30). Tiene 10 cm de diámetro externo con dientes en 180° de su perímetro. Este elemento podría servir como parte integrante de un mecanismo elevatorio para una ballista de grandes dimensiones. Gracias a ella se conseguía una mayor maniobrabilidad y un aumento de la estabilidad a la hora de realizar los movimientos encaminados a apuntar.

Otras dos piezas, de menor tamaño con 5,6 cm de diámetro exterior y totalmente dentadas podrían corresponder también a parte de los mecanismos elevatorios de ballistae.

La última de las piezas es un modiolus de gran calibre, con un diámetro exterior de 15 cm y una altura de 5,6 cm. Tiene 12 perforaciones distribuidas a una distancia de 30°.

Con casi total probabilidad, el contenido del barco estaría compuesto por materiales proce­dentes del saqueo de Atenas por Sila perpetrado el año 86 a.C. Algunas de estas piezas habrían si­do transportadas hasta Túnez en barco.

43 Szalay y Boehringer, 1937, 48-54; Lammert, 1938c, 155-158.

44 Laurenzi, 1938, 31-36; Laurenzi, 1964, 148-149.

45 Marie Aline de Sion, 1956, 30.

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4.1.2.2.2. Restos arqueológicos de Hatra (Iraq)

En la ciudad de Hatra se encontraron en 1972 varios fragmentos correspondientes a una ballista (Baatz, 1978a y 1978b). Los restos de esta máquina fueron encontrados a los pies de la segunda torre ubicada al oeste de la puerta norte de la ciudad. La pieza de artillería habría sido dispuesta originariamente sobre esta construcción para proteger el acceso desde el exte­rior. Durante el asedio del recinto, tras la caída de los muros y de la torre, la máquina quedó enterrada entre los escombros. Y es allí, precisamente, donde fue encontrada en el transcurso de las excavaciones arqueológicas.

El hallazgo se limita a algunas piezas del marco de metal de una pieza de artillería de grandes dimensiones (Fig. 31). En concreto, se calcula que alcanzaba unas medidas totales de: 2,40 me­tros de ancho; 0,84 metros de alto; y 0,45 metros de grosor. No apareció ninguno de los ele­mentos restantes de la máquina, salvo pequeños fragmentos de madera que resultan significativos, pues permiten identificar la madera con la que se fabricó la máquina. Los restos muestran que es pterocarya fraxinifolia, un árbol que crece en las regiones montañosas de Asia Menor y el Norte de Irán.

El hallazgo consiste en las placas en bronce del molde de la esquina, las placas y arandelas con­trarias al lado de la torsión, cinco rodillos y una placa metálica, que parece haber sido añadida en la parte frontal de la máquina. Esta placa tenía dos agujeros semicirculares cortados dentro de ella, por lo que se puede deducir que era una máquina con dos brazos.

Todas las esquinas de la máquina estaban forradas con elaborados y pesados ajustes de bron­ce que se clavaban al marco de madera. La funcionalidad de estos elementos sería reforzar el

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Fig. 31. Restos arqueológicos de la ballista de Hatra (íraq) en el momento de ser hallados (Baatz, 1978b)

marco en su conjunto. Este tipo de ajustes no aparecen en ninguna de las máquinas descu­biertas hasta este momento y, por tanto, constituyen una peculiaridad dentro de la artillería de la Antigüedad. El frente y los lados iban cubiertos por láminas de bronce de 2 mm de grosor, fijadas por una especie de uñas. La función de estas protecciones era evitar que el fuego pudie­ra acabar con la máquina.

De la catapulta de Hatra se encontraron sólo tres modiolus, pero sí las cuatro arandelas (Fig. 32). Las dimensiones de los modiolus fabricados en bronce son: diámetro interno (17,5 centíme­tros al fondo; 16 centímetros a la cima); diámetro exterior (28 centímetros; 11,2 centímetros de alto). En la pestaña exterior de los modiolus hay 16 agujeros con un diámetro de 1 centímetro ca­da uno.

Las palancas de hierro de los modiolus estaban muy corroídas, por lo cual resulta muy difícil tomar medidas exactavS de este componente. Pero, si tenemos en cuenta que la anchura de las muescas en la parte superior de los modiolus es de 3 centímetros, las palancas deben tener 29 centímetros de largo y entre 6 y 8 de alto (Baatz, 1978b).

Fig. 32. Modiolus de i a ballista de Hatra (Iraq) (Baatz, 1978b)

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Las arandelas en la que se apoyaban los modiolus eran de forma cuadrada, en bronce y de 6 mm de grosor con unas dimensiones de 30,5 y 29 cm respectivamente. Se fijaban al marco por medio de cuatro uñas en las esquinas. Las arandelas tan sólo tienen ocho agujeros dispuestos en cuatro pares de dos. El aro redondo encaja bien en ei modiolus, aunque no de forma hermética, pues permite que sea girada fácilmente. En cuanto a su constitución se doblan ligeramente, de manera que las esquinas son más altas que el centro. Esta deformación se habría producido a causa de la presión ejercida por los resortes.

Completaban el conjunto una serie de hallazgos que se encontraron junto a la catapulta (Baatz, 1978b, 229-230):

- Cinco rodillos de bronce con ejes de hierro. Sus dimensiones (3-4 centímetros de largo; 4-8 centímetros de diámetro) sugieren que para tirar la corredera hacia atrás y hacia ade­lante en las máquinas de grandes dimensiones era necesario eí uso de pequeñas poleas (He- ron, Bel., 84-85).

- Hoja rectangular de bronce con tres piezas clavadas juntas en una pieza de madera per­dida. Las dimensiones totales de la pieza son: 41,5 centímetros de ancho; 49,5 centímetros de largo; y 0,3 centímetros de grueso. Esta hoja se encontró bajo los restos de la ballista y no en contacto con ella.

- Dos hojas más pequeñas rectangulares en bronce con un agujero central de forma rec­tangular. Estas placas también se montaron en madera aunque se desconoce su posición en la máquina.

- Varios fragmentos de hierro muy corroídos. La mayoría son uñas, grapas, juntas, hojas y pedazos de hierro. Entre ellos destaca uno con forma de garra que podría corresponder al mecanismo disparador de la máquina (Heron, Bel., 76). Si finalmente esta pieza fuera tal, se trataría del primer hallazgo arqueológico de este tipo.

Además de estos restos, en la sala de Hatra del Museo Arqueológico de Mosul (Iraq) hay va­rios fragmentos más que, con total seguridad, corresponden a las piezas de otra catapulta. Hay dos sujeciones para las esquinas y varios rodillos cilindricos. Todo el conjunto es de menores di­mensiones, por lo cual correspondería a una pieza de artillería de menor calibre.

El hallazgo de Hatra resulta de gran interés para el conocimiento de la artillería de la Anti­güedad, pues representa el único hallazgo de ballista que se ha producido hasta la actualidad. Otro interés de estos restos reside en que las cavidades de forma semicircular en las que se apoyan los brazos están en las caras interiores de los postes extremos en vez de en las caras traseras.

El bastidor de madera monobloque ya posee la desproporción clásica entre ancho y alto, una desproporción que es muy típica de las piezas de artillería de época tardía. Esto dificulta la apli­cación de las fórmulas de calibración a la máquina, pues datan de autores helenísticos de varios siglos antes. Si en las máquinas descritas por Vitrubio la proporción del resorte es 1 8/7 (Vitr., De arch., X, 11, 3), en Hatra es 1 6/7. Esto daría como resultado que el resorte de nuestra máquina tendría una capacidad de 21,7 litros, con una longitud de 108 centímetros y 16 de diámetro.

Si se compara esta información arqueológica con lo que dicen las fuentes documentales po­dría tratarse de una máquina para lanzar piedras de calibre medio (Fig. 33). Haciendo cálculos en función de las dimensiones de la máquina se cree que las bolas arrojadas por ella estarían próxi­mas a las 10 libras romanas (Tabla 5). Las semejanzas entre las piezas expuestas por Vitrubio y la de Hatra llevan a pensar que la máquina fue construida por algún ingeniero romano que estaba al día en las fórmulas de calibración extendidas por el Imperio Romano.

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Fig. 33. Reconstrucción de la ballista de Hatra (Iraq) (Russo, 2004)

La ubicación de la máquina en las defensas de la puerta norte permite la datación con más o menos precisión de los restos de la catapulta. Si tenemos en cuenta que la mejora del sistema defensivo de este espacio corresponde al período final de la ciudad en torno al siglo III d.C., la caída y enterramiento de la máquina tuvo que tener lugar en este momento.

La ciudad de Hatra fue fundada en el siglo I a.C. y durante mucho tiempo fue el centro de un reino independiente. Gracias a su poderío bélico y artillero logró resistir a Trajano (117 d.C.) y Septimio Severo (198-199 d.C.). Durante la Guerra Oriental de Severo Alejandro entre el 232 y el 233 d.C. auxiliares romanos se establecieron en la ciudad y 15 años más tarde se equipó con artillería. Estas últimas fechas pueden ayudar a precisar más la datación de los restos.

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4 .1.2.3. La quiroballista

Para conocer esta máquina (Fig. 34) hay que seguir el tratado Cheiroballistra, cuya autoría no está clara. Marsden consideraba que la obra debía ser atribuida a Heron de Alejandría (Marsden, I 9 7 I > 209-210). Sin embargo, para Schneider las diferencias entre las dos obras conducían a pen­sar que era obra de autores diferentes (Schneider, 1906, 164-165). Y, durante mucho tiempo, se consideró que el texto era una suma de varios obras, siendo un compendio parcial de máquinas diferentes (Schneider, 1906, 142-168).

Sin embargo, el nombre de quiroballista parece ser posterior a la época en que vivió Heron (se­gunda mitad del siglo I d.C.). El término de quiroballista se correspondería con el latino tardío de manuballista. Tanto la consideración del nombre de la máquina como la paternidad del texto griego que la describe quedan, pues, en el aire. El texto clásico se encuentra dividido en cinco sec­ciones, en las que se van describiendo los componentes fundamentales de esta pequeña pieza de artillería al detalle, olvidándose del sistema modular y dando medidas en pies y dedos.

El tipo de flechas lanzadas por esta máquina eran de un tipo muy corto y robusto, muy pare­cidas a las halladas en Dura Europos (Cumont, 1926, 260; 1931, 72; 1936, 455). Este modelo de proyectiles medía la mitad del tamaño normal utilizado en el resto de catapultas y su peso ron­daba entre los 60 y 100 gramos.

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4.1.2.3.1. Restos arqueológicos de Orsova (Rumania)

En la excavación por parte de Gudea (Gudea, 1974) de un fuerte tardío del limes Danubiano en Orsova (Rumania) aparecieron los restos de dos objetos de hierro que son atribuibles a una quiroballista (Fig. 35). El hallazgo se produjo en la esquina de la torre sureste, en un nivel de des­trucción correspondiente a finales del siglo IV d.C.

El primero de los restos consiste en dos anillos pesados unidos entre sí por dos vigas de hierro y que poseen una prolongación en el punto donde la viga se fija al anillo. Una de las dos vigas se encuentra muy curvada en su centro. Este punto está especialmente reforzado a causa de las pre­siones que había de sufrir.

Los dos anillos están agujereados cada uno con cuatro agujeros redondos de pequeñas dimen­siones en los que se insertarían los alfileres de retención de los modiolus. También hay dos aguje­ros en forma rectangular, que permitirían remachar las dos vigas contra los anillos y así formar el kambestria. La elevada corrosión de la pieza impide que se observe esta unión.

Durante la destrucción de este fuerte, la pieza fue doblada y retorcida debido a algún impac­to o a su caída desde la torre en la que estuviera ubicada. Si a este hecho unimos el elevado gra­do de corrosión, las medidas de la pieza tienen que ser aproximadas. Así, su altura total es de 36 cm y el diámetro interior del anillo 7,9 cm. El diámetro exterior es imposible de determinar a causa de la deformación, siendo el peso aproximado del conjunto de 8 kilos.

La segunda pieza es una larga vara de hierro que posee un ligero arco en medio. Los dos ex­tremos de la vara también están ahorquillados y al fmal del arco hay un pequeño agujero redon­do en cada lado. Los cuatro extremos de las horquillas están rotos, pero en uno de sus extremos se conserva un pequeño agujero rectangular intacto y el principio de otro.

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AJ igual que sucedía con la otra pieza, ésta también estaba muy doblada. El tamaño actual de la pieza es de 145 centímetros, pero con los extremos completos habría alcanzado unas dimen­siones un poco mayores. La distancia entre los dos extremos, sin contar el espacio de las horqui­llas, es de 124,5 centímetros.

Este hallazgo resulta de gran importancia, ya que muestra los marcos tensionados tal y como aparecen en la descripción técnica que Pseudo-Heron da de la quiroballista (Pseudo-Heron, Chei- roballistra, 128; Marsden, 1971, 202-234). Sin embargo, la pieza de Orsova es más grande que las representadas en ja Columna Trajana 46 (Figs. 2 y 3), aunque habría que tener en cuenta las proporciones de las máquinas representadas en estos relieves (Baatz, 1978b).

4.1.2.3.2- Restos arqueológicos de Gornea (Rumania)

Gudea encontró en el fuerte tardorromano de Gornea (Rumania) tres objetos de hierro per­tenecientes a los restos de una quiroballista (Gudea y Baatz, 1974). Dos de ellos se encontraron en la esquina sureste de la fortificación y el tercero en la esquina de la torre suroeste. El fuerte de Gornea era muy similar al de Orsova y también fue destruido a finales del siglo IV a.C., proba­blemente en el marco de las mismas operaciones.

Los tres fragmentos son muy similares entre sí y son del mismo tipo que los encontrados en Orsova. Difieren en el hecho de ser más pequeños y ligeros que los encontrados en este otro ya­cimiento. El tamaño de las piezas es de 14,4 cm de alto con un peso de 426 gramos. El diámetro interno de los anillos superiores e inferiores es de 5,9 cm, mientras que el exterior es de 8,5 cm.

Cada uno de los anillos tiene cuatro pequeños agujeros redondos para poner los pasadores que anclaban la pieza al modiolus. También tenía dos agujeros rectangulares de mayor tamaño, que eran necesarios para los remaches entre las dos vigas de hierro y el anillo.

La catapulta de Gornea tiene unas medidas muy semejantes a las que deba Pseudo-Heron en su obra (Pseudo-Heron, Cheiroballistra, 128; Marsden, 1971, 202-234). Así, por ejemplo, la dis­tancia entre las vigas que da el autor es de 6,5 centímetros, mientras que en los restos hallados en Gornea se eleva a 6,9 centímetros.

Las principales diferencias entre la obra de Pseudo-Heron y los restos arqueológicos de Gor­nea radican en que este último tiene curvas de mayores dimensiones. El tamaño de esta curva apunta la posibilidad de que fuera necesaria la presencia de travesanos de madera para poder sos­tener la estructura, lo que explicaría por qué sólo los marcos se encontraron en Gornea.

A raíz de estas medidas, se piensa que los restos pudieran pertenecer a la quiroballista o a otra máquina más pequeña como era la manuballista de Heron, tal y como la describía Vegecio (Veg., M il, XXII). Al parecer este tipo de ingenio era parecido A gastraphetes aunque con tecnología de torsión.

De todas formas hay que tener en cuenta que los modelos de quiroballista o manuballista de­bieron ser muy variados (Baatz, 1978b).

46 Cichorius (1896-1900); Lehmann-Hardeben (1926); Richmond (1936); Rossi (1971); Lepper y Frere (1988); Liberati ( i 998); Coarelli (2000).

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Gladius, Anejos 8, 2005 4. LA MAQUINARIA BÉLICA EN EL M UNDO GRECORROMANO 71

Flg. 36. Restos arqueológicos de la quiroballista de Sala (Marruecos) (Boubé-Piccot, 1988)

4 .1.2.3.3. Restos arqueológicos de Sala (Marruecos)

U11 kambestria de bronce del mecanismo de torsión de una quiroballista fue descubierto en Sa­la en febrero de I960 (Fig. 36), en las instalaciones del edificio denominado como Templo A (Boubé-Piccot, 1987-1988). La pieza se halló junto a una estatua, tumbada en un nivel de acu­mulación posterior al siglo IV d.C., que se encontraba junto al muro noroeste de las defensas.

Las dimensiones de esta pieza son de 37,4 cm de alto por 13,2 de largo. El armazón es muy pesado y mucho más macizo que el resto de piezas encontradas y consideradas como pertene­cientes a la quiroballista. Se había vaciado en una sola pieza de fundición con mucho grosor y te­nía una forma cercana a la de un paralelepípedo.

En la cara lateral externa, justo en su parte media, hay un arco redondeado de medio punto, que es una escotadura semicircular en la que se insertaba el brazo de madera (Boubé-Piccot, 1994, 188-195). En cambio, el lado interior tiene una forma rectangular. Sus extremidades estaban pro­vistas de fuertes refuerzos rectangulares en hierro, dos en cada una de ellas, de alrededor de 7,4 cm y distantes 13,5 cm. En ellos se fijaba la extremidad de los soportes metálicos que unían los dos cuadros.

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En las caras planas superiores e inferiores cuadrangulares y con los extremos redondeados aparece un agujero circular en el centro, alrededor del cual hay siete agujeros taladrados, que res­ponden a módulos muy diferentes. Así, hay tres de 1,2 cm, uno de 1 cm y los otros tres de 0,8 cm y con un remache en bronce. En este agujero central, y sujeto por los otros agujeros, se re­macharía el modiolus.

Este kambestria se parece mucho a los encontrados en Gornea (Baatz, 1978b), Orsova (Baatz, 1978b) y Lyon (Baatz y Feugère, 1981). La principal diferencia con las piezas encontradas en el resto de yacimientos radica en que su construcción se ha hecho de una sola pieza. El resto de ha­llazgos fueron forjados en cuatro piezas diferentes (dos largueros y dos anillos). En el cuadro de Sa­la, las caras laterales son más largas y gruesas de lo habitual, mientras que si en la catapulta de Sala son siete los agujeros para las fijaciones de los modiolus, en el resto son cuatro los orificios. Para sostener esta estructura, la máquina debía necesitar de traviesas laterales más resistentes que las descubiertas hasta ahora (Boubé-Piccot, 1987-1988).

4.1.2.3.4. Restos arqueológicos de Volubilis (Marruecos)

En las excavaciones de Volubilis se descubrieron dos modioli correspondientes a los restos de una quiroballista (Boubé-Piccot, 1987-1988). Uno de ellos fue hallado en la casa número 4, en la entrada de las pilastras. Del segundo no se conoce la ubicación original en la que fue encontrado.

Estas dos piezas cilindricas tenían una altura de 4,4 cm con una base de tan sólo 0,7 y 0,8 cm respectivamente. En esa base se encontraban 8 orificios con un diámetro de 0,6 cm y con una dis­tancia entre ellos de 2,2 cm. El sistema de fijación era por medio de remaches a la contrachapa. En su parte superior tiene dos muescas que permitían la colocación de una chaveta de hierro, que no se ha encontrado en las excavaciones y en la que se enrollaban los manojos de nervios (Boubé- Piccot, 1994, 195-197). Por la similitud en las dimensiones de las dos piezas, debían pertenecer a la misma catapulta. El primero de menor dimensión iría colocado en la parte superior del kam­bestria, mientras que el mayor estaría en la parte inferior.

4.1.2.3.5. Restos arqueológicos de Lyon (Francia)

En el Museo de la Civilización Galo Romana de Lyon se encuentran los restos de una cata­pulta que fueron adjudicados al nuevo museo en 1974. Parece ser que este material fue encon­trado entre 1855 y 1857, y Comarmond describió la ubicación del hallazgo como “excavando los cimientos de un muro de las AntiquaHas” (Comarmond, 1855-1857, 422). Las principales ca­racterísticas que este investigador señalaba de la pieza eran su resistencia y solidez. Hasta hace po­cos años esta pieza no fue identificada como perteneciente a una catapulta.

El descubrimiento de Lyon comprende un kambestria casi completo con los modiolus que se insertaban en él (Baatz y Feugère, 1991; Fig. 37). La peculiaridad de estas piezas es que son las primeras que se han encontrado construidas en hierro. Su tamaño es de 29,5 cm de alto, 32,5 cm de largo. El diámetro de la pieza es de 22 cm y todo el conjunto tiene un peso de 4,850 kilos.

También hay orificios para insertar los pasadores que sujetan el modiolus al kambestria. Los anillos del kambestria tienen cuatro agujeros, aunque en los modioli es imposible apreciar el nú­mero de agujeros debido a la corrosión. Incluso se encontraron las chavetas dispuestas en las muescas y que actuaban como sujeción de los resortes de nervios, piezas que faltaban en los res­tos hallados en Gornea y Orsova (Gudea y Baatz, 1974).

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El kambestria y los dos modioli de Lyon formaban el cuadro de uno de los dos haces de tor­sión. Con el enrollamiento de las crines a estas piezas se obtenía un haz compuesto que podía fi­jarse perfectamente sobre el cuadro metálico de la catapulta. Una funda de protección cilindrica hecha de chapa se situaría sobre los kambestria, para protegerla tanto de las inclemencias meteo­rológicas como de los disparos enemigos.

Debido a la corrosión que suele afectar a las piezas de hierro no es posible tomar las medidas adecuadas sobre la talla y proporciones de la máquina. Sin embargo, se pueden dar algunas indi­caciones sobre sus dimensiones. Al igual que sucedía para el resto de las piezas de artillería, el diá­metro interior del modiolus determinaba las medidas del resto de piezas. Su diámetro es de 7,5 centímetros, lo que representa un calibre muy típico dentro del mundo antiguo.

Estas medidas son las que Filon y Vitrubio dan para las máquinas de torsión (Marsden, 1971, 266-269). En cuanto a morfología y medidas, los modioli y chavetas siguen claramente la tradición helenística. La presencia de estas relaciones de medida bien determinadas en las partes de la cata­pulta muestran unas reglas de construcción muy semejantes a las que regían varios siglos antes.

En cuanto a la datación, el hallazgo de Lyon debió ser escondido posteriormente al año 100 d.C. y su enterramiento podría enmarcarse dentro de los combates llevados a cabo entre Septi­mio Severo y Claudio Albino, momento en el que la ciudad fue destruida.

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4 .1.2.3.6. Restos arqueológicos de Pytius (Georgia)

La ciudad de Pytius era una ciudad ubicada en la orilla del Mar Muerto, fundación griega de la ciudad de Mileto. Los romanos tardaron mucho en sentir interés por esta zona y hasta el año 152 d.C. no habrá en la ciudad una fortificación romana. Esta instalación sería destruida en tor­no al año 255 d.C., durante la crisis de! siglo III d.C.

Los restos romanos más antiguos forman una construcción defensiva con una extensión de 2,4 ha. Será este edificio el que sea destruido en el siglo III d.C. Tras esta debacle, se reforzaron las construcciones con muros anexos y una gran cantidad de torres, tanto circulares como rectangu­lares. Fue precisamente en una de estas torres semicirculares, la número dieciocho, en la que se halló el modiolus (Baatz, 1988a). El estrato en el que se hallaba pertenece al siglo IV d.C. y mar­caba una nueva destrucción del yacimiento.

La pieza muestra las características típicas de este tipo de máquinas como son los pasadores y las chavetas para sujetar la tensión. El resto está muy dañado y una tercera parte de él está roto. A pesar de ser fragmentario, es posible reconstruir su tamaño original que alcanzaría un diáme­tro exterior de 19,2 cm, el interior de 8,4 cm y una altura de 7,6 cm.

La pieza conserva nueve agujeros para pasadores, de los cuales están completos ocho y otro aparece de forma parcial. En el espacio restante faltarían otros cinco agujeros, lo que daría un to­tal de catorce agujeros para la pieza. Su distribución alrededor de la circunferencia 110 es exacta, sino que están ubicados de forma indistinta a lo largo de él. En la parte superior se encuentran dos muescas para alojar los pernos de tensión.

La principal peculiaridad de esta máquina reside en que posee refuerzos en la misma fusión. Estos nervios de refuerzo eran verticales y se ubicarían bajo las muescas en las que se alojaban las chavetas. Las piezas de artillería más antigua no disponían de estos refuerzos por lo que, a menu­do, se rompían por este sitio. La presencia de nervios en este espacio sólo ha sido atestiguado en la catapulta de Hatra (Baatz, 1978a y 1978b).

Otra característica muy interesante es la presencia de rebordes de refuerzo circular bajo el re­borde superior del modiolus, muy alejados en profundidad de las ranuras de recepción de las cha­vetas. Esta característica es típicamente romana, pues nunca aparece en los modioli griegos.

4 .1.2.4. El onager

El modelo estándar de máquina para lanzar piedras en el ejército romano imperial era el lla­mado onager 47 (Fig. 38).

La primera referencia a su uso aparece en la obra de Filon, cuando alude a los aparatos nece­sarios para la defensa de una ciudad (Ph., Pol., XCI, 36).

Tras 300 años de vacío en ías fuentes, volvemos a encontrar menciones de su empleo en la obra de Apolodoro de Damasco (Apollod., Pol., CLXXXVIII), ingeniero de Trajano. De nue­vo, desaparecerá de los textos hasta la entrada en escena de Amiano Marcelino (Amm. Marc., Hist., 23, 4, 4) y Vegecio (Veg., Mil., IV, XXII) en el siglo IV d.C. Después de este momento continuó en uso durante la Edad Media con el nombre de mangonel, hasta ser reemplazado en el siglo XII por el trebuchet, mucho más poderoso.

^ Los gricgOvS conocían esta máquina como moncigkon.

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Fig. 38. Onager con tope a media altura (Connolly, 1998)

Sin embargo, hay grandes diferencias entre todas ellas. Apolodoro de Damasco y Amiano Marcelino aportan una nueva visión de la pieza de artillería, a la que se le añade en su parte fron­tal un ariete con el fin de, además de disparar, poder batir las murallas. Este sistema no parece muy lógico, pues sería imposible llevar a cabo las dos operaciones, ya que los movimientos ope­rativos de los ingenios son muy diferentes y necesitarían una sincronización adecuada. Resultaba mucho más práctico el empleo del ariete y del onager de forma separada.

En la obra de Amiano sólo aparecen los elementos básicos dei ingenio (Amm. Marc., Hist., 23, 4, 4), por lo que gran parte de la máquina se basa en meras suposiciones. De esta descripción se desprende que la máquina estaba compuesta por un resorte horizontal de torsión que se tensa­ba y un brazo de palanca vertical provisto de un dispositivo lanzador. Su funcionamiento era muy semejante al de una especie de honda de grandes dimensiones. Los cinco principales componen­tes del onager eran:

— Una base sólida de madera.

— Un brazo con una honda en el extremo para lanzar.

— Un resorte de torsión de gran alcance (madeja).

— Una cuerda y un mecanismo de torno para bajar el brazo hacia abajo

— Una barra transversal pesada con relleno para detener el movimiento del brazo.

El onager no era tan exacto como lo podían ser las máquinas del tipo ballista, ya que no po­seía una base separada ni tampoco una junta universal que facilitara los movimientos. El princi­pal inconveniente era que los proyectiles describían un ángulo más alto de tiro y, por tanto, era muy complicado precisar a la hora de disparar.

Es muy difícil saber cuál sería el tamaño y el peso de la máquina, aunque debía ser significati­vamente mayor que las maquinas para lanzar piedras de dos brazos. Su peso, en función del tipo

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Fig. 39. Onager según Campbell (Campbell, 2003a)

de máquina, se encontraría entre las 2 y las 6 toneladas. A causa de su elevado peso resultaba muy difícil corregir las trayectorias para apuntar a nuevos blancos, lo que la convertía en una máquina bastante estática.

Vegecio señala que los onagri se transportaban montados en carros, listos para entrar en acción en muy poco tiempo (Veg., Mil., II, XXV). Pero, a pesar de esta información, no hay ninguna evidencia de que esto fuera así y parece que el autor confunde esta máquina con la carro ballista, que sí iba montada sobre un carro. Además, si tenemos en cuenta el enorme retroceso que tenía esta máquina al lanzar los proyectiles, nunca podría estar montada sobre un carro de madera, pues lo destrozaría al efectuar el primer disparo.

Este retroceso provocaba que la máquina tuviera que ser colocada sobre plataformas de lanza­miento con montones de césped o de ladrillos, que amortiguaran los golpes, ya que si se coloca­ba sobre estructuras de piedra se corría el riesgo de que las destruyera. Algún autor plantea que el apoyo de los montones de césped se encontraría en la parte frontal en la que impactaba el brazo (Fig. 39).

Mientras que en una ballista de dos brazos (Fig. 22), dos artilleros eran capaces de apuntar a un objetivo, el equipo necesario para poner en marcha esta máquina requeriría de un número ma­yor. Los artilleros que se precisarían para hacerla funcionar serían cinco o seis, aunque Vegecio su­giere que al menos harían falta once (Veg., Mil., III, 25; IV, 22) y Amiano apunta la presencia de

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Fig. 40. Onager con ruedas (Russo, 2004)

ocho para dotar de efectividad a esta máquina. Harían faita cuatro para poner el brazo desde una posición vertical hasta una horizontal, un artillero y un comandante para dar las órdenes, además de los que transportaban la munición.

La principal ventaja de esta máquina era su simpleza a la hora de construirla, ya que requería una habilidad técnica muy limitada. Al disponer de un solo resorte no era necesario, como suce­día en la ballista ajustar los dos resortes para que poseyeran la misma torsión. La capacidad de es­ta máquina aumentaba, si tenemos en cuenta que podía disparar proyectiles de muy diversa forma y tamaño, no necesitando de piedras redondas para su correcto funcionamiento.

Posteriormente, en el chasis de esta máquina se dispuso transversalmente un fuerte haz de cuer­das en cuyo centro estaba insertado el extremo de una gigantesca cuchara de madera. El haz de cuerdas de torsión se podía tensar con ayuda de dos tornos situados a ambos lados. Si se soltaba después la fijación de la cuchara, ésta se elevaba como una palanca hasta que, al alcanzar la posi­ción vertical, topaba con la viga horizontal, lanzando entonces hacia delante el proyectil que con­tenía. Esta máquina, debido a la simpleza de su mecanismo, era la máquina pesada más fácil de manejar. Era la menos maniobrable de las catapultas, pero también la que tenía un efecto mucho más devastador. Tan sólo una de estas piezas de artillería era capaz de cubrir un amplio frente.

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4 .1.2.5. La ballista lanzaflechas de época tardía

Los autores militares de finales del mundo romano como Flavio Vegecio (Veg., M il, IV, 22), Amiano Marcelino (Amm. Marc., Hist., XXIII, 4, l-3)> Procopio (Procop., Goth., I, 21, 14-18) o el Anónimo que compuso De Rebus Bellicis [Reb. Bell., VII-VIH) hablan en sus obras de una ballista preparada para lanzar flechas. La denominación de ballista, a priori, supone una impor­tante novedad terminológica, pues este término hasta este momento tan sólo se había aplicado a máquinas para lanzar piedras. Ocasionalmente, las máquinas lanzapiedras se adaptaban para po­der lanzar flechas, pero la máquina estándar para arrojar saetas se conocía como catapulta.

A pesar de que los cuatro autores coinciden en el diseño y forma de construcción de la má­quina, difieren en su tamaño. Así, la máquina de Amiano y una de las descritas en De Rebus Be­llicis son de gran tamaño, mientras que el resto son de reducidas dimensiones. Al mismo tiempo, la ballista descrita por Amiano (Amm. Marc., Hist., XXIII, 4, 1-3) es de gran tamaño y debía es­tar diseñada para estar ubicada en las defensas y no para su desplazamiento.

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Una de las máquinas descrita en De Rebus Bellicis era la ballista quatrirotis (.Reb. Beli, VII), un modelo de ballista lanzaflechas de cuatro ruedas (Figs. 41 y 42). También habla esta obra de una ballista fulminatis {Reb. Bell, XVIII; Figs. 43 y 44) que disponía de un arco metálico, elemento que ha levantado muchas dudas. Sin embargo, hay que decir que las obras fueran escritas por hombres comunes, no por artilleros profesionales que son los que conocían a la perfección el tema.

El principal problema a la hora de abordar estas máquinas reside en saber si se trataban de má­quinas de “no torsión” o de torsión. La ballista mencionada en De Rebus Bellicis (VII-VIII) po­dría tratarse de un ingenio de “no torsión”. En ese caso, irremediablemente tendría que extraer todo su poder de un gran arco compuesto de madera o mejor de un arco de metal resistente. Sin embargo, resulta difícil conocer sí era posible en ese momento fabricar un arco metálico de gran­des dimensiones, que proporcionara la propulsión necesaria (Oliver, 1955, 113). Sin embargo, las

Fig. 44. Ballista fulminalis (Iriarte, 2003)

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referencias que se pueden extraer de la obra de Vegecio (Veg., Mil., IV, 9; IV, 22) complican el panorama, pues habla constantemente de la necesidad de disponer de tendones, lo cual sólo tie­ne sentido si las piezas de artillería eran de torsión.

Por tanto, queda abierta la duda de si la ballista del siglo IV d.C. era movida por un sistema de propulsión o por otro. De poca ayuda resultan los bocetos que encontramos en el anónimo de De Rebus Bellicis. Probablemente, los dos tipos de tecnologías convivieran durante un largo perí­odo de tiempo, tras la reaparición de la tecnología de “no torsión” .

4.I.2.6. Restos arqueológicos de proyectiles

Restos de los proyectiles lanzados por las piezas de artillería se han encontrado a lo largo de todo el territorio de la Antigüedad. En algunas ciudades que sufrieron asedios de gran entidad la concentración de proyectiles es muy significativa. En cada yacimiento también variaba el tamaño de los proyectiles según el calibre de las máquinas empleadas.

Las piezas de 60 libras (Tabla 5) eran utilizadas para bombardear paredes y demolerlas total­mente, las de 40 y 30 servían para destrozar las torres móviles y los ingenios del enemigo, mien­tras que los calibres más pequeños eran empleados como arma antipersonal. El calibre de los proyectiles hallados mostraba a la perfección el tipo de asedio. Un yacimiento en el que predo­minaran las piedras más grandes significaba el empleo de máquinas de grandes dimensiones para demoler el muro. Y, otro con abundancia de bolaños de pequeño calibre nos permitía conocer su empleo como arma antipersonal.

Las excavaciones en Pérgamo (Alt. Perg., X, 50-51) han recuperado un elevado número de pro­yectiles, que alcanza los 961 ejemplares. En concreto, se han encontrado 57 de 90 minas, 353 bo­laños de 60 minas, 126 de 40 minas, 118 de 30 minas, 67 de 20 minas y 20 de 18 minas (Tabla 5), además de otros grupos menores. Estos hallazgos confirman un ataque violento contra la ciu­dad, ya que predominan las piedras de gran tamaño.

Por el contrario, en Rodas, uno de los principales núcleos de maquinaria de la antigüedad, las piedras halladas responden principalmente al pequeño calibre (Laurenzi, 1964, 141-151). En el conjunto de 353 proyectiles predominaban los de pequeño calibre (10, 15, 20, 25 y 30 minas). Así encontramos 46 de 10 minas, 56 de 15 minas, 36 de 20 minas, 83 de 30 minas y 85 de 25 minas. Este conjunto de proyectiles, de un tamaño medio, tenía como principal objetivo el de servir como arma antipersonal. También aparecen proyectiles de gran calibre, entre las 40 y las 180 minas, aunque con un número más reducido de ejemplares.

Cerca de 200 proyectiles pétreos han sido recuperados en la fortificación helenística de Dora (Tel Dor, Israel). Algunos de ellos llevan inscritos los nombres del abecedario, dividiéndose en 14 grupos, desde las 3 minas hasta un talento (Campbell, 2003a, 2 1).

Algo muy parecido ocurre entre los hallazgos de la ciudad de Cartago (Rathgen, 1909-1911, 236). En su arsenal se han hallado 5.600 proyectiles. En cuanto a su división: hasta 10 minas apa­recieron 900 proyectiles, de 10 a 18, 3.500 bolaños, de 20 a 30, 550, de 30 a 60, 350 y por úl­timo de 60 a 90, 300 ejemplares. Sin embargo, las piezas de Cartago no son totalmente redondas sino que por un lado son un poco achatadas para así poder ser amontonadas y que no rodaran en los arsenales.

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Fig. 45. Relieve asirio que muestra el ataque a una ciudad con una torre de asedio. Palacio de Teglatfalasar III en Nimrud (745-727 a.C.). British Museum (Londres)

4.2. L a s m á q u in a s n o c o n s id e r a d a s c o m o a r t il l e r ía

4.2.1. L a t o r r e d e a s e d io

Fue en el siglo V a.C. cuando se pusieron en marcha las primeras torres de asedio móviles o helepolis, que literalmente significa “tomadora de ciudades” (Droysen, 1889, 219) en el territorio griego y, más en concreto, en la Magna Grecia. Lo más probable es que llegaran allí de la mano de los cartagineses (Diod. Sic., XIII, 54-56), que las habrían importado desde el territorio feni­cio. Estos, a su vez, las habrían recibido de los asirios y babilonios, pues hay pruebas gráficas de su presencia en el ámbito oriental en torno al siglo IX a.C. (Sauvage, 1991; Fig. 45).

El 409 a.C., frente a Selinunte (Diod. Sic., XIII, 54-56), los cartagineses utilizaron seis de es­tas torres de asedio, siempre de altura muy superior a las murallas, mientras que tres años después

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en Agrigento (Diod. Sic., XIII, 85-86) fueron dos de grandes dimensiones. Sin embargo, fue en Motya (Diod. Sic., XIV, 47-51) el 397 a.C. donde se emplearon las máquinas de mayores di­mensiones puestas en funcionamiento hasta ese momento. Disponían de seis pisos de altura y ha­bían sido construidas con la única finalidad de doblegar esta ciudad. Estas nuevas torres, diseña­das por los siracusanos bajo el patrocinio de Dio­nisio I el Viejo, eran adaptaciones de las empleadas por los cartagineses, pero con mejoras sustanciales tanto en los dispositivos que las ponían en marcha como en sus dimensiones.

En territorio griego, el mayor impulso dado al desarrollo de la poliorcética vendría de la mano del cuerpo de ingenieros de Filipo II de Macedo­nia. Filipo resultaría clave en este proceso, ya que disponía de las claves necesarias para poner en marcha una maquinaria bélica de envergadura.Tenía ambición y los fondos necesarios con los que llevar a cabo este proyecto. De esta forma, creó un ejército poderoso acompañado de máqui­nas capaces de doblegar cualquier ciudad bajo el asedio, para lo cual dotó a sus contingentes de un cuerpo de ingenieros a medida del resto de sus tropas.

Fig. 47. Helepolis macedónica de Posidonio según Marsden (Campbell, 2003b)

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Las nuevas torres de asedio macedónicas (Figs. 46 y 47) fueron utilizadas a gran escala duran­te la toma de Perinto en el 340 a.C. (Plut., Vit. Alex., LXX; Diod. Sic., XVI, 74-75). Se trataba de los mayores ingenios construidos hasta este momento, ya que alcanzaban los 24 metros de altura.

Alejandro Magno continuó con el empleo de la maquinaria bélica diseñada por su padre. Pa­ra ello se valió de dos ingenieros altamente cualificados como eran Quereas y Diades, que ha­brían aprendido esta técnica constructiva de manos de los constructores de Filipo II. Pero, el caudillo macedónico llegó mucho más lejos que su padre en la construcción de torres de asedio, disponiendo de máquinas de alturas descomunales.

La información más importante en cuanto a dimensiones es la proporcionada por el Anóni­mo Bizantino 48, que resulta ser muy semejante a la de Vitrubio (Vitr., De arch., X, XIX, 65-66). Las más pequeñas de estas máquinas eran de 60 codos de alto (27,75 metros) formándose un cua­drado perfecto con 17 codos de lado (7,86 metros) y dividida en 10 pisos. También diseñaron

48 Paragg., p. 238, 1, 15; p. 239, 1, 12; p. 240, 1, 22; p. 241, 1, 4; p. 244, 1, 3-11.

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Fig. 49. Posible reconstrucción de la torre de asedio de Demetrio Poliorcetes (Campbell, 2003b)

máquinas dotadas con 15 pisos y 90 codos de alto (41 >60 metros). Teóricamente llegaron a plan­tear máquinas de 20 pisos y de 120 codos de alto (83,20 metros), aunque eran irrealizables en su planteamiento. Para la construcción de estas máquinas de grandes dimensiones era necesario tan sólo adaptar las medidas de otros ingenios más pequeños. Aumentando proporcionalmente cada una de las piezas sueltas se podían conseguir máquinas de cualquier tamaño.

El primero de los grandes sitios llevados a cabo por Alejandro Magno se sitúa en la ciudad de Halicarnaso (Diod. Sic., XVII, 24-26; Arr., Anab., I, 20-24). Este asedio tuvo una trascendencia fundamental para la evolución posterior de la maquinaria bélica, pues en él Alejandro adquirió mucha experiencia. Esto posibilitó que sus ingenieros perfeccionaran los métodos de asalto y las máquinas que, más tarde, participarían en la toma de Tiro 49.

Hacia el 332 a.C., Alejandro Magno ordenó a su constructor de fortalezas e ingeniero Diades, la fabricación de helepolis de grandes dimensiones. Frente a la ciudad fenicia de Tiro, Alejandro dio la orden de construir una de estas torres de asedio de 53 metros de altura, con veinte pisos y equipada con ocho ruedas.

49 Plut., Vit. Alex., XXIV; Diod. Sic., XVII, 41-47; Arr., Anab., II, 18-25-

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Pero, el culmen de este proceso de gigantismo que caracterizó a las helepolis, se alcanzó en Ro­das en el año 304 a.C. 50. En este asedio, por orden de Demetrio Poliorcetes, Epímaco constru­yó una torre que pesaba de forma estimada en torno a las 150 toneladas (Ath., 27; Vitr., De arch., X, 16, 4; Figs. 48 y 49) y estaba armada de forma poderosa con más de 16 catapultas de diversos calibres. Para su desplazamiento fue necesario el concurso de 3.400 soldados, que empujaban tan­to desde el exterior como desde el interior de la máquina.

La primera referencia documental al uso de torres de asedio dentro del mundo romano se re­monta al 335 a.C. con el asedio de Cales (Liv., VIII, 16, 8). Sin embargo, será durante las Gue­rras Púnicas y, sobre todo, la segunda cuando se generalice su uso, por contacto con las tropas púnicas que las empleaban asiduamente. Así, encontramos menciones a esta máquina en Lilibeo el 249 a.C. (Polib., I, 48, 2) para constatar un vacío en las fuentes hasta el asedio de Siracusa del 212 a.C. (Liv., XXIV, 34, 6) y el de Útica del 204 a.C. (App., Pun., I, 16).

El uso de torres fue muy generalizado en el marco de las operaciones romanas para hacerse con el control de toda Grecia. Aparecen ante Atrage el 198 a.C. (Liv., XXXII, 17), Corinto el 196 a.C. (Liv., XXXIII, 17, 3) y Heraclea el 191 a.C. (Liv., XXXVI, 22, 9). Durante la Guerra de Jugur- ta, Metelo hubo de utilizarlas frente a Tala el 108 a.C. (Salí., I u g 76, 3) y Sila las empleó frente a los muros de Atenas el 87 a.C. (App., B. Ciu, I, 34-36).

En el marco de las Guerras Mitridáticas también está documentada la presencia de esta má­quina. Mitrídates a pesar de su empleo no pudo hacerse con la ciudad de Cízico el 73 a.C. (App., Mith.y I, 73-75), pero el ejército romano sí pudo tomar Amisos con su ayuda (App., Mith., I, 78). Y no podían faltar en el asedio romano a Jerusalén del 63 a.C. (Joseph, AJ., XIV, 64-70; Joseph, BJ., I, 147).

César en la campaña de las Galias supo explotar al máximo la novedad que suponía para estas tribus la presencia de máquinas tan descomunales. El 57 a.C., se enfrentó a los nervios (Caes., B G alt, II, XXX-XXXI), para lanzarse contra los sociates un año después (Caes., B Gall., III, XXI). Genabum fue tomada el 52 a.C. (Oros., VI, 11, 3), después Avaricum (Caes., B Gall., VII, XVII- XXVII) para terminar con Uxeloduno (Oros., VI, 11, 24).

En el marco de la Guerra Civil, las torres de asedio fueron empleadas tanto por César como por Pompeyo. El primer lugar en el que está documentado su uso fue Corfinio (Luc., II, 500) pa­ra continuar en Brindisi (Caes., B Civ., I, XXV-XXVI) y Marsella (Caes., B Civ., II, I-XIV).

La conquista de judea fue el episodio bélico que más documentos nos ha dejado del empleo de estas máquinas. A Jotapata (Joseph., BJ., III, 222-283) cuyo asedio se produjo entre los años 66 y 67 d.C., le siguieron Jerusalén (Joseph., BJ., V, 275-479; VI, 21-392) y Masada (Joseph., BJ., VII, 307). Durante los siglos siguientes las torres de asedio siguieron en uso hasta la caída del Imperio Romano, destacando las operaciones de Juliano en Mesopotamia (Amm. Marc., Hist., XVIII-XIX; XIV).

Como se puede apreciar, el empleo de torres de asedio en el mundo grecorromano fue una constante. Sin embargo, a pesar del mantenimiento de la estructura externa, los diseños interio­res sufrieron modificaciones en lo que al armamento desplazado se refiere. Así, las máquinas dis­puestas en cada piso variaban según las particularidades de cada asedio, dependiendo sobre todo del potencial artillero de la ciudad objeto del ataque. Sin embargo, lo más normal en las máqui­nas de mayores dimensiones era la presencia de arietes, puentes de desembarco y catapultas para lanzar flechas y piedras, que se disponían a lo largo de los pisos.

50 Paus., I, 6, 6; Plut., Vit. Demetr., XXI; Vitr., De arch., X, XXII, 80; Diod. Sic., XX, 82-97.

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Los arietes basculantes (Fig. 52) de los pisos inferiores eran manejados por cientos de hombres resguardados en su interior, que batían sin descanso el recinto amurallado. En los pisos siguien­tes solían situarse los petrobolos, lithobolos (Fig. 13) o ballistae (Fig. 22) de grandes dimensiones, cuya finalidad era la de bombardear sin descanso los muros (Diod. Sic., XX, 95, 2). A la altura de la muralla se ubicaba el puente de desembarco, protegido por baterías de catapultas, que dis­paraban en sentido horizontal pesados dardos de acero y que servían para limpiar las almenas.

En lo alto, en posición dominante, había ballistae y lanzaflechas de pequeñas dimensiones que lanzaban piedras y proyectiles incendiarios impregnados de pez, aceite y petróleo de forma para­bólica y que proporcionaban un fuego de cobertura adecuado para la ocupación de la muralla por parte de los soldados que salían de la torre. El coronamiento de la torre podía ser dotado de tro­pas de infantería ligera como lanzadores de jabalina o arqueros que actuaban como apoyo.

El tamaño de los pisos variaba, siendo los más bajos de mayores dimensiones con la finalidad de albergar las máquinas de gran calibre. El primero solía ser de más de 3 metros de alto e iban perdiendo altura a medida que se ascendía. En las torres mayores también había una especie de galería volada en el exterior de la estructura, de 1,38 metros que rodeaba toda la torre. Su princi­pal función era permitir que los soldados pudieran apagar desde el exterior de la torre el fuego, en caso de que este prendiera sobre la máquina.

Para acceder a cada uno de los pisos, en la parte trasera de la torre había dos escaleras, una de subida y otra de bajada. De esta forma se favorecía la libre circulación de tropas y el buen fun­cionamiento en los asedios sin que se estorbaran los relevos de soldados.

La selección del tipo de madera para su construcción resultaba fundamental para lograr su re­sistencia frente al paso del tiempo. Según mencionan las fuentes documentales el pino, el abeto y el abeto plateado proporcionaban el mejor material para los tablones de mayores dimensiones y el roble y fresno para ruedas, ejes, vigas y postes.

Estas inmensas máquinas de guerra se hacían avanzar mediante la fuerza muscular de sus ocu­pantes o con la ayuda de grandes norias, cabrestantes o polipastos (Figs. 46 y 47). De este modo, los sitiadores podían acercarse sin peligro a las fortalezas enemigas y penetrar en ellas superando sus murallas.

Las torres de asedio se acercaban a las murallas apoyadas por el fuego de artillería y, al llegar a ellas, dejaban caer el puente levadizo sobre el coronamiento de los muros. Los soldados de la to­rre avanzaban por él y entablaban una lucha cuerpo a cuerpo con los defensores para hacerse con el control de las defensas. Si el primer grupo de atacantes lograba pasar, una corriente continua accedía desde la torre para finalizar la ocupación de la ciudad.

El Capítulo XXXII de la obra de Eneas el Táctico se titula Máquinas para repeler asaltos. Si­guiendo las directrices que marca este autor es posible apreciar cómo se da más importancia a la defensa frente al asedio que a las labores de ataque. Se deduce, por tanto, que lo verdaderamente difícil era contrarrestar el potencial de las máquinas, no construirlas. Gracias a este texto, aunque sea por pasiva, es posible conocer las principales técnicas para oponerse al ataque de las torres de asedio.

El principal inconveniente de esta máquina a la hora de lanzar un ataque era que su puesta en funcionamiento nunca pillaba por sorpresa a los defensores. Previamente a la maniobra de apro­ximación de la torre, el suelo por el que se tenía que aproximar debía ser allanado y, en el caso de la presencia de fosos, era necesario que éstos fueran cegados por el cuerpo de zapadores.

Además, el ejército atacante se veía obligado a construir una especie de calzada en el suelo a base de tablas de madera sobre tierra fuertemente comprimida. En algunos casos, como en el asedio de Azaila (Beltrán Lloris, 1976a), la rampa estaba construida en opus caementicium. Todo

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este espacio de tiempo dedicado a las labores previas a la aproximación de la torre permitía que los defensores prepararan sistemas de defensa activa.

A menudo, su excesivo peso provocaba que las torres tuvieran dificultades para moverse. Si el terreno sobre el que se desplazaban no se había endurecido muy bien la arena se comprimía fuer­temente dificultando la circulación. En el asedio de Tebas del año 293 a.C. (Plut., Vit. Demetr., ΧΧΧΙΠ), la torre de asedio diseñada por Demetrio Poliorcetes tan sólo pudo avanzar dos estadios en un espacio de tiempo de dos meses, a causa de las dificultades del terreno y de su enorme peso.

Esta lentitud en el avance permitía que los sitiados pudieran reforzar el sector de la muralla hacia el que se iba a dirigir el ingenio. Disponían de un tiempo precioso para detener la máqui­na antes de que alcanzara los muros. A menudo, el verdadero enfrentamiento y la clave de un ase­dio se encontraban en las maniobras de acercamiento de las máquinas, pues una vez que habían alcanzado los muros era muy difícil poder separarlas de ellos.

La altura resultaba fundamental dado el carácter estático de los asedios. El intento de superar por alto las murallas era una constante a la hora de sitiar una ciudad por medio de torres de ase­dio, ya que de nada servían estos ingenios si se encontraban situados por debajo de las defensas enemigas. Las torres funcionaban así como murallas móviles que se podían acercar o alejar de las murallas de la ciudad, cuyas defensas eran fijas. La movilidad se convertía, así, en una de las prin­cipales ventajas que otorgaban estas máquinas a los atacantes frente a los sitiados, aunque hay que recordar que las rampas de asedio estaban muy bien delimitadas.

La defensa contra estas torres era complicada y se basaba en intentar igualarlas en altura por todos los medios posibles El combate se establecía entre dos murallas y la más alta tenía siempre mayores posibilidades de éxito Esto llevaba a los sitiados y sitiadores a recrecerlas al máximo en una carrera frenética para no ser superado (Eneas el Táctico, XXXII, 1).

Una estratagema usada por los sitiadores consistía en hacer las torres de madera más bajas que la muralla para llevar a engaño a los habitantes de la ciudad y que les pillara por sorpresa el le­vantamiento de la pequeña torre portátil que se encontraba dentro de la torre mayor (Veg., Mil., IV, XIX). Sin embargo, resultaba difícil que esta estrategia pillara por sorpresa a los sitiados por­que no tenía ningún sentido construir una torre más baja que las defensas. También se recurría a la construcción de torres de madera en el interior de las ciudades con las que aumentar la altura en tramos puntuales, especialmente vulnerables o que se preveía serían atacados (Eneas el Tácti­co, XXXII, 1).

La principal defensa contra las torres de asedio era ei fuego pues, a priori, era la única forma de destruir totalmente las torres que estaban fabricadas en madera. Por ese motivo, para prote­gerlas, se recubrían con pieles sin curtir o cuero, aunque la máxima defensa con que se podía do­tar una máquina era forrarla totalmente con placas de hierro, lo cual también conseguía amortiguar los impactos de los proyectiles arrojados por las piezas de artillería.

Por tanto, si se quería quemar una torre lo primero que se debía hacer era retirar las pieles que las cubrían o incluso el forro de hierro que, en ocasiones especiales, las protegía. En caso de dis­poner de máquinas adecuadas, también se utilizaban las ballestas lanzando martillos o phalaricas rojas que facilitaban que el fuego prendiera (Veg., M il, IV, XVII-XVIII).

Cuando el fuego ya había prendido en la estructura, los atacantes tenían que apagarlo antes de que fueran totalmente destruidos estos ingenios tan costosos en su construcción. Previendo es­ta eventualidad, cada piso tenía un almacén con depósitos de agua o de vinagre, que era un buen sustitutivo del agua para anular el poderío destructor del fuego.

Sin embargo, resulta curioso que en el asedio de Gaza por Alejandro Magno (Curt., IV, 6, 1 1 ) una de las torres de asedio estuviera cubierta de betún y azufre, materiales incendiarios por

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excelencia. Lo más probable es que el objetivo de este ingenio fuera acercarla hasta el muro pa­ra quemar las defensas. Esta peculiaridad resulta extraordinaria y no vuelve a aparecer en nin­gún otro asedio de la Antigüedad.

Pero, la defensa contra las torres no se limitaba a una cuestión de altura, sino que había que evitar la llegada a los muros para que los arietes no pudieran abrir brecha. Al mismo tiempo, en la maniobra de acercamiento, las torres contaban con piezas de artillería dispuestas en sus pisos y que batían con piedras de grandes dimensiones y dardos de hierro tanto las almenas como el in­terior de la ciudad. La torre de asedio se convertía, por tanto, en una máquina perfecta, ya que combinaba tanto el ataque desde cerca como a distancia, permitiendo una enorme versatilidad al atacante.

De ahí que, los sitiados utilizaran velas de grandes dimensiones sobre las murallas para evitar que las catapultas y ballistae alcanzaran objetivos claros en el interior de la ciudad. Se obligaba, de esta forma, a que las máquinas dispararan con tiros muy parabólicos, lo que restaba potencia a los disparos.

A pesar de todo, las torres de asedio multiplicaban su efectividad cuando lograban acercarse a la muralla y permitían que salieran los soldados que portaban. De ahí que, en la ciudad de Ro­das, idearan un sistema de vigas que lograban mantener alejadas a las torres. Así, perdían gran par­te de su efectividad resultando inútiles, aunque sus máquinas de artillería podían seguir batiendo desde una distancia cercana las murallas.

A menudo, también se hacían trampas ocultas en el suelo con las que dejar inutilizadas las to­rres. Las trampas consistían en amplios agujeros o trincheras excavadas, que se cubrían, de forma que pasaban inadvertidas a los atacantes. AI llegar a ese lugar las torres se hundían o desplomaban, siendo imposible sacarlas y haciendo que murieran los soldados que portaban (Veg., Mil., IV, XX).

En el asedio de Rodas por Demetrio Poliorcetes 51 los habitantes de la ciudad lanzaron agua, lodo y estiércol en el lugar por el que debía acercarse la torre de asedio. Al llegar a este punto la máquina (Figs. 48 y 49) se atascó y quedó totalmente inutilizada, por lo que el asedio de la ciu­dad fue abandonado.

Defensa excepcional fue la utilizada en Tiro por los sitiados. Cuando las torres ya habían de­jado caer sus puentes sobre las murallas los habitantes de la ciudad lanzaban tridentes con los que atrapaban los escudos de los soldados y los arrastraban al vacío. También utilizaban redes para ha­cer caer a los soldados desde lo alto de estas pasarelas.

El uso de estas imponentes máquinas, en algunos casos, se basó en el temor que causaban so­bre todo entre los pueblos que nunca habían visto estos ingenios. Este hecho es perfectamente apreciable en la conquista de la India por Alejandro Magno (Arr., Anab., IV, 2-4) o en la de la Galia por César (Caes., B Gall., II, XXX-XXXI). Los indígenas quedaron muy asombrados ante el tamaño de las torres y cómo los hombres podían mover semejantes máquinas.

Las legiones romanas llegaron incluso a personificar a sus torres de asedio. La principal en el asedio de Jerusalén era la conocida como Victoria (Joseph., BJ,, V, 296), ya que ninguna ciudad había podido resistir sus ataques. Esta estrategia propagandística era muy propia del Imperio Ro­mano y contribuía a fortalecer la moral de las tropas, al mismo tiempo que rodeaba de un aura de invencibilidad a los contingentes legionarios.

Con mucha frecuencia, tanto en el mundo griego como en el romano, las torres se colocaban sobre embarcaciones, siempre en naves de grandes dimensiones. El primer empleo atestiguado de

51 Paus., I, 6, 6; Plut., Vit. Dernetr., XXI; Vitr., De arch., X, XXII, 80; Diod. Sic., XX, 82-97.

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torres a bordo de barcos fue en el asedio de Tiro por parte de Alejandro Magno (Diod. Sic., XVII, 43-46; Arr., Anab., II, 20-23). Allí se unieron dos trirremes para tal misión, aunque lo más usual era que las naves utilizadas fueran quinquerremes.

Gracias a las peculiares características de estas máquinas se puede considerar que las torres de asedio eran las máquinas de mayores dimensiones empleadas en la Antigüedad y que su puesta en marcha contribuyó a transformar notablemente las concepciones poliorcéticas, obligando a los defensores a diseñar nuevas estrategias para hacerles frente.

4 .2.2. E l a r ie t e

Desde hace mucho tiempo se ha considerado que el famoso caballo de madera que se utilizó para tomar la ciudad de Troya era un ariete (Mackay, 1946; Anderson, 1970). Hay que tener en cuenta que los arietes primitivos tendrían la siguiente constitución: constarían de una larga viga suspendida dentro de un marco de madera que se sostendría por medio de cuatro patas de gran­des dimensiones (Fig. 50). Este armazón hacía que la máquina tuviera gran parecido con la figu­ra de un caballo (Connolly, 1998, 276-277). El ariete, al ser la más simple de las máquinas de asedio, podía tomar diferentes constituciones, desde algunas muy elementales hasta formar parte de otras máquinas más complejas.

A pesar de la información aportada por los relieves asirios que muestran las primeras máqui­nas de este tipo (Sauvage, 1991; Fig. 45), Vitrubio señala que el ariete fue inventado por los car­tagineses en el asedio de la ciudad de Cádiz (Vitr., De arch., X, XIX, 60). Los púnicos se habían hecho con un fortín clave para las operaciones sobre la ciudad. Decidieron arrasarlo totalmente para que no pudiera ser reutilizado por lo que, como no tenían herramientas, tomaron un ma­dero y golpearon con él los muros. Este primer ariete al que alude Vitrubio no sería más que un madero sujeto por las manos de los soldados, que lo hacían balancearse y golpeaban con él los muros (Fig. 51).

Se atribuye a Pefasmeno la disposición de una estructura en forma de triángulo o cuadrada que, por medio de cuerdas, suspendía el ariete en su interior, por lo que se le conocía como arles pren- silis (Vitr., De arch., X, XIX, 60-63; Fig. 52). Para mover esta máquina se tiraba atrás con las cuer­das desde el lado opuesto a donde estaba la cabeza y luego se soltaba en una especie de balancín.

La creación de un chasis de madera con ruedas, según Vitrubio, es obra de Cetras de Calce­donia (Vitr., De arch., X, XIX, 60-63). Esta estructura permitía la sujeción del ariete de forma fírme y hacía que cambiara su nombre por el de artes subrotalus. SÍ en vez de ruedas disponía de

Fig. 50. Posible modelo de ariete empleado en el asedio de Troya (Connolly, 1998)

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rodillos se le conocía como aries versatilis. Estas innovaciones supusieron grandes ventajas a la hora de proteger a los soldados, facilitando las maniobras de aproximación hacia la base de los muros, aunque disminuyó la velocidad de movimientos de la máquina.

Sin embargo, el ariete en territorio griego se ha considerado tradicionalmente una invención de Artemón de Clazómene (Paroemiogr. , Epítome de Zenobio de los proverbios de Tarreo y Dídimo, 64), ingeniero de Pericles, que lo utilizó en el asedio ateniense de Samos el año 440 a.C (Diod. Sic., XII, 28).

Fig. 52. Ariesprensilis. Maqueta del Museo de la Civilización Italiana (Roma)

(Liberati, 1998)

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Fig. 53. Detalle de la cabeza de un aries prensilis. Maqueta del

Museo de la Civilización Italiana (Roma) (Liberan, 1998)

Durante las Guerras del Peloponeso, las máquinas de asedio más utilizadas y de las que que­dan descripciones más extensas son los arietes (Krioí). La poliorcética todavía no estaba muy desarrollada y los ingenios utilizados se basaban en el sistema de choque. La primera mención en las fuentes la encontramos en el asedio de Platea por parte de los lacedemonios el 429 a.C. (Thuc., II, 76,4).

Alejandro Magno supo explotar al máximo todas las posibilidades que el uso del ariete le ofre­cía. Encontramos referencias a su uso en Tebas el 334 a.C. (Pseudo-Calístenes, I, 46), en Hali­carnaso el mismo año (Diod. Sic., XVII, 24,4), en Tiro el 332 a.C. (Diod. Sic., XVII, 44-46) y también en Gaza (Arr., Anab., II, 27, 3). Con posterioridad a la muerte del caudillo macedonio continuó el uso del ariete en territorio griego durante el reinado de los Diádocos, apareciendo in­cluso tras la asimilación de toda Grecia por parte de los romanos.

No será hasta las Guerras Púnicas cuando se generalice el uso del ariete por parte de los ejér­citos romanos, aunque con toda probabilidad ya había sido puesto en funcionamiento varios si­glos antes. El 249 a.C., está documentado por las fuentes el empleo del ariete ante Lilibeo (Polib., I, 42, 9) y el 204 a.C. ante Útica (App., Pun., I, 16-97) y Cartago (App., Pun., I, 124).

En el marco de las operaciones de Roma por hacerse con el control de Grecia se menciona el uso de arietes en un gran número de asedios. En el 199 a.C. aparece en Oreo (Liv., XXXI, 46, 10) y tan sólo un año después en Atrage (Liv., XXXII, 17, 6) y Corinto (Liv., XXXII, 23-24). El epílogo de este episodio llegaría con el asedio de Atenas el 87 a.C. (App., B Civ., I, 36-40). El en­frentamiento entre César y Pompeyo nos ha dejado abundantes testimonios al respecto, como el asedio de Marsella del 49 a.C. (Luc., III, 480; VI, 30).

Ya en época imperial fue empleado en la conquista de Judea durante el siglo I d.C., cuyos epi­sodios más memorables son el asedio de Jotapata (Joseph., BJ., III, 219), Jerusalén (Joseph., BJ., III-VI) y Masada (Joseph., BJ., VI). Las referencias que encontramos en las fuentes llegan hasta el período bajoimperial. El 324 d.C. está documentado en Bizancio (Zos., II, 25) y en el 362 d.C. en Besuqui (Zos., III, 22).

El ariete era un gran tronco de madera, con una cabeza de hierro que se había introducido en su parte frontal. Este elemento metálico solía tener forma de cabeza de carnero (Fig. 53) o de pun­ta cónica y afilada, aunque también podía consistir en una serie de dientes afilados que, gracias a su forma de sierra, dañaban con mayor facilidad las piedras de las murallas (Eig. 54).

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Una vez que estaba próximo a los muros se balanceaba el tronco hacia delante y hacia atrás en un movimiento de péndulo. Tras ser golpeada la pared y sus piedras movidas, se utilizaba la fahc muraría, que era una especie de viga con una hoz en uno de sus extremos y que permitía remo­ver las piedras que, previamente, había desplazado el ariete. Por medio de este sistema se abría una brecha en el muro, a través de la cual penetraban los soldados para tomar la ciudad.

Los primeros arietes eran portados y manejados a mano por los soldados hasta la muralla. El uso de estos primeros modelos resultaba muy peligroso, ya que los soldados estaban expuestos a los disparos y a los materiales arrojados por los defensores. De ahí que, muy tempranamente, es­ta máquina se dispusiera dentro de otras de mayores dimensiones y más protegidas, como eran las tortugas o las torres de asedio. En estas últimas, el ariete ocupaba el primer piso, mientras que en los superiores había piezas de artillería y puentes de desembarco.

Las técnicas de defensa contra los arietes eran muy complejas. Por un lado, se podían coger las cabezas con cuerdas y separarlas de las piedras de la muralla. Gracias a esta técnica se lograban evi­tar los golpes directos o, al menos, amortiguarlos tanto como fuera posible. El empleo de esta es­tratagema es muy antiguo y está atestiguado ya en el mundo asirio (Sauvage, 1991; Fig. 45).

También se podían defender los muros sujetando por medio de cadenas grandes vigas paralela­mente al muro. Cuando se acercaba el ariete, se dejaban caer para intentar partirlo a la altura de la cabeza y, así, detener su avance (Poliaenus, Estrat., VI, 3). Sin embargo, cualquier material de gran­des dimensiones y pesado podía desempeñar esta función de ruptura de la cabeza del ariete. Así, las fuentes mencionan la defensa con piedras, troncos o ya bien masas de plomo fundidas que, a causa de su enorme peso, resultaban más contundentes.

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En la obra de Eneas el Táctico encontramos una nueva forma de defensa ante esta máquina. Consistía en llenar sacos de paja o de cualquier otro material blando como por ejemplo arena. Por medio de cuerdas se dejaban caer justo delante de donde iba a golpear el ariete, de tal forma que se amortiguaba mucho el impacto de la cabeza de hierro (Eneas el Táctico, XXXII, 3).

Pero, había más formas de destrozar los muros, aunque se hubieran cubierto previamente con sacos llenos de arena para detener los impactos de las máquinas de asedio. Timoteo, en la toma de Torone, durante la guerra contra las ciudades calcídicas en el 364 a.C., colocó puntas de más­til en las máquinas más grandes y les puso hoces (Poliaenus, Estrat,, III, 10, 15).

Y, a pesar de todas estas estratagemas, la defensa más práctica y, a su vez, la más empleada en los asedios consistía en el empleo del fuego. Por medio de sustancias incendiarias podían ser to­talmente eliminadas las máquinas de asedio, mientras que con los otros métodos tan sólo se da­ñaban y podían volver a ser reutilizadas después de ser reparadas (Veg., Mil., IV, XXIII).

El tamaño de esta máquina variaba mucho desde algunas que necesitaban veinte soldados pa­ra ser movidas hasta otras de grandes dimensiones con varios cientos o incluso miles de soldados para poder ser puestas en funcionamiento. Así, encontramos gigantescos ingenios de asedio co­mo el que cita Apiano para la toma de Cartagena, que necesitaba de 3.000 hombres para ser mo­vido o el empleado por Escipión en Útica el 204 a.C. y que era desplazado por 6.000 soldados (Sáez Abad, 2005).

Tal y como se desprende de la información aportada por Flavio Josefo para la toma de Jota- pata (Josephus, BJ., III, 163-283), el ariete más poderoso era el de la legión decimoquinta. De es­ta cita se extrae la conclusión de que cada legión tenía, al menos, un ariete de grandes dimensiones, aunque también poseyera alguno menor.

La información proporcionada por las fuentes documentales se ha visto corroborada por el hallazgo de una cabeza de ariete en Olimpia (Ducrey, 1986). La pieza (Fig. 54) fue encontrada en el estadio de la ciudad y parece que había sido consagrada por algún vencedor. Está construi­da en bronce con forma paralelepípeda y una altura de 25,2 cm, 18,5 cm de largo y 9 cm de an­cho por término medio. Interiormente, toda la estructura está formada por tabiques con un grosor de entre 9 y 10 mm.

En el frontal exterior, la pieza está rematada por una arista con una doble fila de dientes lar­gos, que alcanzan los 4,7 centímetros de largo. En sus caras verticales aparecen una serie de orifi­cios para situar los clavos que aseguraban la fijación de esta cabeza a la viga de madera.

La pieza está muy desgastada y despuntada en sus dientes, de lo cual se deduce que cuando fue consagrada en el templo ya había sido utilizada para fines bélicos. A causa de su reducido ta­maño y de la escasa resistencia del material en que está construida, lo más lógico es pensar que la máquina que la portara fuera de pequeñas dimensiones. Su función sería, pues, la de arrancar al­gunas piedras de los muros, aunque donde alcanzaría su máxima efectividad fuera en el golpeo de las puertas de las murallas.

En cuanto a la decoración de la pieza, en las partes superiores de los laterales aparecen dos ca­bezas de carnero en relieve. Por su morfología y su decoración, la pieza habría que datarla en la segunda mitad del siglo V a.C. De ahí que algunos autores hayan considerado que la fabricación de la pieza se llevó a cabo en Sicilia o en Fenicia, pues estos dos territorios estaban a la cabeza en los progresos técnicos poliorcéticos durante este período.

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94 ARTILLERÍA Y POLIORCÉTICA EN EL M UNDO GRECORROM ANO Gladius, Anejos 8, 2005

4 .2.3. L a t o r t u g a

El principal elemento protector que permitía el acercamiento de los soldados para llevar a ca­bo las tareas de asedio era la tortuga. Se le dio este nombre por su semejanza con este animal, pues del mismo modo sacaba y escondía la cabeza del ariete para golpear los muros (Veg., Mil. , TV, XIV).

La primera referencia a esta máquina aparece en el asedio de Larisa del año 399 a.C., cuando fue empleada para proteger a los soldados que cortaban el suministro de agua de la ciudad (Xen., Hell., III, 7). Sin embargo, Plinio el Viejo habla de que fue una invención de Artemón de Cla- zómene, ingeniero de Pericles, al que también se le ha atribuido la construcción del primer arie­te en el mundo griego (Plin., HN., VII, 202). El dirigente ateniense ya las habría empleado en el asedio de la ciudad de Samos, en torno al 440 a.C. (Diod. Sic., XII, 28).

El primer paso para la fabricación de esta máquina era construir el armazón de vigas, seme­jante a una caseta con cubierta a dos aguas. Después, se cubría toda la estructura con tablones de palma para que resultaran resistentes, evitando el pino y el chopo por su fragilidad. Encima de es­ta tablazón se ponían refuerzos espesos de varas menudas, para terminar tapando todo con una doble capa de pieles sin curtir rellenas de algas, de paja macerada con vinagre o de barro. De es­ta forma, era capaz de resistir los proyectiles de las ballistae y tampoco ardía al recibir los proyec­tiles incendiarios (Vitr., De arch., X, XX, 69-70; Amm. Marc., 23, 4, 11).

Cuando las tortugas tenían como finalidad proteger equipos de zapadores, el frente tenía que ser en forma de triángulo, para poder acercarse mejor a las murallas y evitar que los proyectiles las golpearan directamente y resbalaran por su inclinación (Vitr., De arch., X, XXI, 71-72).

Pero, la tortuga no sólo era un elemento pasivo, sino que también solía ir armada con una hoz, cuya misión era mover los sillares de las murallas. Al igual que sucedía con las torres de asedio, también podía portar un ariete con el que batir los muros, siendo conocida en este último caso como testudo arietata (Fig. 55).

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Los autores no coinciden en cual sería el diseño de las máquinas, que podría ir desde las con­cepciones más clásicas hasta otras muy novedosas como la aportada por Campbell (Campbell, 2003b), que presenta un diseño semejante a una pirámide con un sistema de cuatro ruedas en su interior (Fig. 56). Sin embargo, este último modelo plantea ciertos problemas, sobre todo de dis­ponibilidad de espacio en su interior, aunque facilita la evacuación de los proyectiles que la gol­pean, sobre todo gracias a su recubrimiento con pieles rellenas de algas (Fig. 57).

La tortuga más compleja de toda la Antigüedad fue la creada por Agetor de Bizancio, cuyas dimensiones eran de 18 metros de largo por 4,5 metros de ancho. Iba armada con un ariete de casi 32 metros de largo, dotado de un espolón en su punta y guarnecido con láminas de hierro a lo largo de sus 4 primeros metros. Estada diseñada para que el ariete pudiera moverse a diferen­tes alturas y, así, llegar a atacar muros con un alzado cercano a los 30 metros.

Portaba incluso una garita en su parte superior desde la cual dos observadores podían dirigir las operaciones de la máquina. Seria una especie de torreta como la que poseen actualmente los tanques para control visual y facilitar la precisión de los golpes. Para manejarla eran necesarios 100 hombres y su peso era de casi media tonelada (Vitr., De arch., X, XXI, 73-76).

Sin embargo, los autores no se ponen de acuerdo en cual sería el diseño de esta máquina des­comunal. Para Connolly, se trataría de un modelo de tortuga con la configuración típica de la má­quina (Fig. 55), pero armada con una torreta en su parte superior en la que se situaban varios pisos de catapultas, de forma semejante a la de los tanques actuales (Connolly, 1998; Fig. 58).

Por el contrario, para Campbell, el diseño de la máquina era en forma de pirámide, con una batería de catapultas en su cúspide (Fig. 59). Por encima de la estructura había otra que, sobre cuatro puntales, sostenía el ariete. Y, aún encima, dispondría de una torreta de observación para

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96 ARTILLERÍA Y POLIORCETICA EN F.L M UNDO GRECORROM ANO Giadius, Anejos 8, 2005

Pig. 57. Tortuga según Campbell (Campbell, 2003b)

dirigir los movimientos de la tortuga (Campbell, 2003b). Este diseño resulta innovador pero poco práctico, a causa de que el ariete se dispone a una altura muy elevada respecto al nivel del suelo, con lo cual a los soldados les resultaría difícil manejarlo.

La testudo arietata descrita por Apolodoro era muy diferente a la empleada varios siglos antes. Se componía de un chasis, sobre el que se instalaba una estructura semejante a un triángulo, en cuyo interior se disponía el ariete. Gracias a su especial diseño actuaba como deflector de los pro­yectiles de las piezas de artillería.

El último modelo de tortuga conocido aparece descrito en la obra de Apolodoro y tenía for­ma de proa de barco, con dos planchas de madera que formaban un ángulo de 45°. Disponía de una pata de apoyo y de tres ruedas, una en la parte delantera y otras dos en la trasera. Se reforza­ba con placas de hierro en su parte frontal. La principal función de esta máquina era proteger los soldados cuando realizaban operaciones de acercamiento en lugares escarpados, evitando que troncos, toneles o piedras redondas pudieran arrollar a las tropas de infantería (Campbell, 2003b,40-43).

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Fig. 58. Tortuga de Agetor de Bizancio según Connolly (Connolly, 1998)

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98 ARTILLERÍA Y POLIORCÉTICA EN EL M UNDO GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

Fig. 59. Tortuga de Agetor de Bizancio según Campbell (Campbell, 2003b)

4.2.4. E l TRÉPANO

Para facilitar las operaciones del ariete, se disponía de la máquina conocida como trépano, ta­ladro o terebra. En cuanto a su constitución y estructura, esta máquina era muy semejante a una tortuga. Su única diferencia era que en ei centro y, dispuesto a media altura, sujeto por travesanos, se había colocado una especie de canal. Sobre él se desplazaba una viga de madera de 22 m de lar­go y 0,4 de alto, en un sistema muy semejante al que desplazaba la corredera de las catapultas.

Esta viga superior iba armada con una punta de hierro, que era como una especie de barrena, cuya función era agujerear los lienzos de muralla. Para poder cargar la máquina se contaba con un sistema de torno en su parte trasera, que facilitaba que la corredera fuera desplazada hacia atrás. Una vez cargado ei taladro se soltaba, lo que hacía que la viga saliera con fuerza (Vitr., De arch., X, XIX, 67; Figs. 60 y 61).

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Fig. 60. Planimetría del taladro (Campbell, 2003b)

Fig. 61. Taladro (Connolly, 1998)

4.2.5. E l 'TOLLENO

Entre los sistemas utilizados para introducir soldados en ei interior de ios muros se encontra­ba el tolleno. A esta máquina se la conocía también como g rus, ciconia o machina ascendens. Este ingenio consistía en un carro de cuatro ruedas que soportaba una estructura con una viga verti­cal de grandes dimensiones, en cuyo extremo se colocaba otra horizontal. En el lado más cercano a la muralla había un cesto dispuesto al efecto para portar soldados, mientras que en el contrario un sistema de sogas y poleas permitía elevar el cesto. De esta forma, se creaba un sistema pareci­do al de una balanza.

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100 ARTILLERÍA Y POLIORCÉTICA EN EL M U ND O GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

4 .2 .6 . L a SAMBUCA

La sambuca (Ath., 27) era otro de los ingenios que facilitaban la elevación de los soldados has­ta el interior de las defensas. A pesar de que sus principales aplicaciones se encontraban en los ase­dios navales, también se empleó para la guerra terrestre. Biton señala que el primero en construir esta máquina fue Damis de Colofón (Bit., 58-59).

El primer paso para la construcción de esta máquina era crear una estructura. Las dimen­siones que el autor da son de un chasis formado por una viga con 1 metro de ancho, 0,6 me­tros de alto y 18 metros de largo, que se montaba sobre una armadura de 8 metros con dos ejes paralelos y ruedas. La armadura se unía a un soporte doble para llevar escalas. Todo ello estaba preparado por medio de poleas o tornos para poder ser elevado y bajado en función de las necesidades.

El ingenio consistía básicamente en una escalera de cuatro pies de ancho con una altura igual a la muralla que se pretendía asaltar. La escalera tenía barandillas a los lados y estaba pro­tegida en toda su extensión por medio de pieles, para evitar que los asaltantes quedaran al des­cubierto en el momento de la ascensión. En la parte superior tenía una especie de plataforma sobre la que se ubicaban arqueros. Para contrarrestar el peso de los soldados que había en un extremo, en el opuesto se colocaba una caja con plomo, que variaba de peso en función de las necesidades.

Los soldados accedían al interior por delante utilizando una escalera adosada al cuerpo prin­cipal 52. Cuando todos estaban dentro se colocaba el plomo en el contrapeso hasta equilibrarlo. En ese momento la sambuca pasaba de una posición totalmente horizontal hasta la que tendría definitivamente frente a las murallas.

Tras haber probado la máquina, los soldados volvían a bajar y se acercaba el ingenio hasta la orilla de los muros. Para evitar que fuera destruida, lo más conveniente era que contara con to­rres de asedio dotadas de piezas de artillería en sus flancos. Así, se lograban neutralizar los pro­yectiles arrojados desde la muralla.

Cuando ya se había alcanzado el pie de los muros y se estaba fuera del alcance de la artillería, los soldados subían de nuevo a la máquina que ya tenía los contrapesos calibrados. Se acercaba, entonces, hasta apoyarse en el muro para abrir la trampilla y que las tropas pudieran acceder has­ta la muralia. Siguiendo a los primeros soldados que establecían una cabeza de puente, un regue­ro continuo se lanzaba a través de este pasillo cubierto para apoyar al contingente inicial.

En el caso de que esta máquina fuera portada por un barco, la escalera se transportaba abati­da, sobresaliendo en la parte de la proa del barco. Al llegar junto a la muralla, la máquina se le­vantaba gracias a un sistema de poleas que llevaba en su extremo, siendo apoyada desde la proa con la ayuda de palancas. Una vez que se había acercado, se adhería a la pared con unos garfios que portaba en su paite superior. Tras esta operación, los asaltantes podían ascender por ella pa­ra intentar tomar la muralla. La sambuca más conocida fue la utilizada por Marcelo durante el asedio de la ciudad de Siracusa en la Segunda Guerra Púnica 53.

52 La máquina descrita por Biton sería capaz de albergar diez soldados.

53 Polib., 8, 4; Plue., Vit. Marc., 15; Ath. XIV, 634a-b; Liv., XXIV, 34.

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4.2.7. LOS ABRIGOS COLECTIVOS

Las máquinas para la protección de soldados resultaban fundamentales para el acercamiento de las tropas a los muros. También ayudaban activamente en la defensa de los obreros que realizaban las tareas de asedio o el minado. Para ello se soban disponer a los lados de las torres de asedio.

Todas están máquinas formaban parte importante de los ejércitos por la protección que otor­gaban a las tropas. A pesar de que en muchos asedios no se utilizaba ia artillería, este tipo de má­quinas no podían faltar para evitar un elevado número de pérdidas en los asaltantes. Bajo el nombre general de abrigos colectivos se incluían una serie de máquinas con forma de galerías cu­biertas o de parapetos móviles. Entre estas se encontraban, además de las tortugas, los manteletes, vineae, pluteos y musculos.

4.2.7 .1. El mantelete

El mantelete (Fig. 93) fue la primera forma de protección adoptada por los ejércitos para acer­carse a los muros enemigos. El mantelete era una especie de muro formado por un panel de gran­des dimensiones construido con tablas de madera. Para su construcción, en su parte trasera tenía varios refuerzos horizontales (normalmente dos en el centro, uno en la parte superior y otro en la inferior). Sobre ellas se clavaban las tablas verticales que daban a la cara exterior.

Para poder ser movido tenía dos abrazaderas de cuero en su parte interior, dentro de las cua­les metían los brazos los dos soldados que desplazaban la máquina. Su sistema de agarre era muy semejante al de los escudos de mano, ya que esto no era más que un escudo pero de mayores di­mensiones. Para moverlo era más cómodo si se hacía ligeramente inclinado hacia atrás, lo que fa­cilitaba el transporte de su peso.

Con el fin de dejarlo fijo cuando se llevaba hasta el lugar deseado, disponía de dos patas en sus lados exteriores. Estas patas eran abatlbles y se podían subir o bajar por medio de dos bisagras muy simples. El extremo de las patas que daba al suelo estaba ligeramente inclinado, de modo que pudiera sostenerse en el suelo de forma más firme. La construcción del mantelete era muy simple y no dejaba de ser más que un muro móvil.

El número de soldados necesarios para desplazar la máquina variaba en función de su tama­ño, pero normalmente era de al menos dos, mientras que el resto se situaba detrás protegidos por ella. Como mínimo podía proteger de los disparos frontales un número de entre seis y ocho sol­dados. Sin embargo, por los lados laterales y por la parte superior de la máquina, era vulnerable lo que obligaría a que para resultar efectivas fueran desplazadas unas junto a otras y formaran un muro de grandes dimensiones.

Aunque el tipo de mantelete descrito es el más habitual, Filon consideraba la existencia de va­rios modelos diferentes empleados en función de las necesidades (Ph., Pol., IV, 36-37). Los más simples estaban fabricados con mimbre y se utilizaban contra fortificaciones que 110 dispusieran de piezas de artillería. En cambio, si los enemigos disponían de catapultas había que hacerlos más resistentes, de modo que pudieran aguantar los impactos. Se cubrían con pieles para evitar ser quemados y se les dotaba de ruedas con la finalidad de facilitar su movimiento.

Las más complejas de estas máquinas podían estar dotadas de piezas de artillería para, al mis­mo tiempo que defendían, poder atacar (Ph., Pol., IV, 38). Sin embargo, esto parece poco creíble, ya que su función en los asedios estaba perfectamente clara y para cumplir esa función artillera ya se disponía de las torres de asedio, mucho mejor equipadas y preparadas para esta función.

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Con el fin de evitar los golpes de las piedras lanzadas desde el muro también debían estar acol­chados o cubrir su frente con tierra, formando una especie de empalizada que, cuando fuera ne­cesario, podía hacerse móvil y ser trasladada a otro lugar.

4.2.7 .2. El pórtico y la vinea

Cuando estos refugios estaban fijos recibían el nombre de pórticos o vineae (Fig. 62), en ra­zón de su alargamiento. Constituían una especie de galería cubierta muy amplia, que unía la po­sición del sitiador con los muros de la fortaleza, como si de un túnel de superficie se tratara. La primera referencia a la construcción de estas estructuras porticadas de grandes dimensiones las en­contramos en Julio César, que las nombra como vineae agere o vineae proferre.

Tenía forma de cobertizo a dos aguas con 5 metros de largo, 2,4 metros de ancho y 2,1 de al­to. Su construcción era muy simple, con una estructura de madera recubierta de tablas para el te­jado y con mimbre entretejido en sus laterales (Veg., M il, IV, XVI). A pesar de que era una máquina estática se le podía dar movilidad, colocándole unas ruedas o rodillos, o simplemente se podía desplazar levantándola con la fuerza manual. La vinea, a causa de su tamaño, era capaz de albergar más de veinte hombres armados y los protegía de forma más segura que los manteletes.

4.2.7 .3. El pluteo

Otra de las máquinas para proteger a los soldados era û pluteo (Fig. 63). En cuanto a su cons­titución tenía forma absidial y se desplazaba con la ayuda de tres ruedas dispuestas en los latera­les y en la parte frontal (Veg., M il , IV, XV).

En cuanto a su constitución, se hacían en primer lugar unos arcos semicirculares horizontales para la parte superior, inferior y central, que funcionaban como refuerzo y como estructura sobre la que se clavaban las tablas verticales que formaban el frente. Entre cada una de estas tablas ver­ticales se dejaba una grieta de un par de milímetros, para que así pudieran ver a través de ella y controlar los movimientos de la máquina. Para su desplazamiento adecuado contaba con cuatro agarres, dos en el travesaño central y otros dos en la parte superior.

El sistema de las ruedas estaba diseñado de tal forma que podían girar en todas las direccio­nes. Se componían de un elemento móvil en su parte superior y de una horquilla en la que se dis­ponía la rueda. Así, por medio del primer elemento, se movía en cualquier dirección y con el segundo se desplazaba hacia delante y hacia atrás.

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Gladius, Anejos 8, 2005 4. LA MAQUINARIA BÉLICA EN EL M UNDO GRECORROMANO 103

Fig. 63. Reconstrucción de un pluteo. Colección de Arqueología Experimental Rubén Sáez

4.2.7 .4. El musculo

La principal función de estas máquinas era la de transportar a los obreros que tenían que llevar a cabo labores de minado y de rellenado de los fosos. El nombre de musculo hace referencia a un pez pequeño que guiaba a las ballenas. Al igual que sucedía en el mundo animal, estas máquinas actuaban de forma previa a otros ingenios, las grandes torres de asedio (Veg., M il., IV, XVI).

Consistía en una galería móvil con cubierta a dos aguas construida con tablazón de madera. Para facilitar las operaciones de los obreros, contaba con paneles portátiles en los lados y en el frente, que podían ser levantados o bajados en función de la finalidad que se persiguiera.

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5. LA POLIORCETICA GRECORROMANA

5 .1. L a POLÍORCÉTICA GRIEGA

5.1.1. L a POLIORCETICA GRIEGA A LO LARGO DE LAS GüERRAS DEL Pe LOPONESO

(43I-4O4 A.C.)

A lo largo de las Guerras del Peloponeso, perfectamente narradas por Tucídides, encontramos concepciones pasivas en las técnicas de asedio. La táctica de cerco tenía un papel fundamental en las operaciones, siendo su principal función el desgaste de los asediados, antes de lanzar la ofen­siva final.

Así, el tiempo de aislamiento respecto al exterior pasó factura en la resistencia desesperada de los platenses ante los espartanos la de los espartiatas en Esfacteria —, la de los habitantes de Po- tidea ante las tropas atenienses ^ y al contingente de Atenas ante los muros de Siracusa 57, entre muchos otros casos.

De los testimonios escritos relacionados con las tropas encargadas de la defensa de las mura­llas de la urbe, podemos extraer algunas consideraciones al respecto. Temístocles consideraba que, para defender las nuevas murallas del Pireo en Atenas, tan sólo era necesario contar con los ciu­dadanos más viejos de la ciudad, los más jóvenes y los metecos. El resto de tropas de infantería de calidad se consideraba que debían ser empleadas para otros menesteres más necesarios.

La presencia de soldados de mala calidad en la defensa urbana nos lleva a pensar que, con po­cos soldados y mal pertrechados, se podía defender una ciudad. De este hecho se pueden sacar dos conclusiones: o que era enorme la confianza de los ciudadanos en sus murallas o que los asal­tantes no tenían capacidad bélica para poder superarlas.

Las técnicas de asedio o de cerco podían ser de dos tipos en función del grado alcanzado: parcial o total.

El asedio parcial se basaba en la construcción de campos fortificados en posiciones de in­dudable valor estratégico, normalmente enfrente de las puertas principales de las fortalezas ase­diadas. En estos campos se almacenaban los víveres y el armamento atacante y se daba refugio a los tránsfugas de la ciudad. Con esta forma de asedio, las comunicaciones respecto al exterior

54 Thuc., II, 76, 4; Diod. Sic., XII, 47.

55 Thuc., ¡II, 52, 1-3-

56 Thuc., II, 58, 1; Diod. Sic., XII, 46.

57 Thuc., VI-VII; Plut., Vit. Nie., XVIII; Diod. Sic., XIII, 11.

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106 ARTILLERIA Y POLIORCÉTICA EN EL M UND O GRECORROM ANO Gladius, Anejos 8, 2005

eran notablemente perjudicadas, aunque no se interrumpían totalmente. Esta técnica fue em­pleada por los atenienses en el asedio de Mitilene (Thuc., III, 2-29) y de Epidauro (Thuc., V, 75, 6).

Cuando el muro de asedio estaba encaminado a aislar por completo la ciudad del exterior, el bloqueo tomaba Ja forma de asedio total. En este momento, las comunicaciones se inte­rrumpían completamente, impidiendo la salida y entrada del recinto urbano. La perfección e impermeabilidad del cerco resultaban fundamentales de cara a que los sitiadores alcanzaran el éxito en su misión.

A su vez, el muro podía ser apoteichismos o periteichismos (Garlan, 1974, 108). El primero de ellos, con una extensión limitada y un trazado bastante recto, tenía como función tan sólo cortar el paso. Resultaba muy interesante para bloquear ciudades marítimas en zonas de istmo o penin­sulares, aunque siempre se trataba de recintos urbanos con acceso tan sólo en uno de sus lados. En cuanto al segundo tipo, solía reservarse para cercos totales en ciudades continentales y en aglo­meraciones urbanas. Sin embargo, podían emplearse indistintamente los dos modelos en función de las necesidades.

A pesar de que no se sabe cuál debía ser el trazado óptimo de los muros de circunvalación, sí que resulta lógico pensar que su separación respecto a las defensas de la ciudad asediada debía ser superior al alcance de las jabalinas, arcos y hondas. En el caso del cerco de Platea 58, los sitiados construyeron unas escaleras con las que superar el muro de circunvalación. A la hora de calcular su altura tomaron como medida las filas de ladrillos. De este hecho se deduce que la distancia en­tre los dos muros no debía ser muy grande y, en ningún caso, superior a los 100 metros (Grundy, 1948, 113-114). El trazado debía ser diferente en los distintos puntos del cerco, adaptándose a la topografía del terreno.

La construcción del muro de asedio corría a cargo de los propios soldados y de los mozos de armas (Aymard, 1963, 73-75). Todos ellos disponían de herramientas, preparadas desde el co­mienzo de la campaña, aunque también se podían conseguir en función de las necesidades. Las primeras fases de construcción del muro resultaban cruciales, ya que los atacantes se encontraban en una situación delicada de cara a las contraofensivas desde el interior de la ciudad.

Para facilitar la organización, el trabajo de construcción del cerco se dividiría entre las dife­rentes tribus de la ciudad, siendo asignado cada sector, con toda probabilidad, a cada una de las tribus que compondrían el ejército. En algunos casos, cuando la construcción tenía algún tipo de dificultad especial, se recurría a técnicos especializados. Así, para el asedio ateniense de Nisa (Thuc., III, 51, 3), fueron traídos canteros de la propia ciudad de Atenas.

Los materiales empleados en las obras de cerco eran los que se encontraban en el territorio cir­cundante de la ciudad: arcilla, madera, piedra o ladrillo. También solían ser utilizados los ele­mentos constructivos extraídos de las casas de los suburbios extramuros de la ciudad. El resultado del empleo de todos estos materiales eran unas obras poco uniformes y muy semejantes a las for­tificaciones de campaña (Garlan, 1974, 113).

A pesar de todas estas similitudes, las construcciones de cerco variaban mucho en función de los materiales empleados, de la mano de obra y del tiempo disponible para llevar a cabo las obras. Podían ir desde una simple empalizada hasta un verdadero muro de fortificación, fabricado en piedra seca o con arcilla, provisto de un camino de ronda almenado y, en ocasiones especiales, in­cluso de torres.

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En cuanto a la altura del cerramiento, debía ser muy variable y dependería de las peculiarida­des de cada asedio, aunque en la mayor parte de los casos para superarlo habría que emplear es­calas. La presencia de foso también debía ser una constante. Por un lado, añadía un elemento defensivo más y, al mismo tiempo, proporcionaba el material constructivo para el muro.

Normalmente, la línea de fortificaciones era muy simple, con almenas hacia el lado que daba a la ciudad asediada. Si se temía la llegada de refuerzos desde el exterior se construía una contra- vallatio o muro paralelo al anterior y con una ligera separación entre ellos. Muchos autores con­sideran que los dos muros estarían unidos por una estructura de madera que daría lugar a una especie de terraza.

Las labores de cerco total permitían que, con una pequeña parte del ejército, pudieran ser pro­tegidas las obras de asedio en torno a la ciudad. Los ejércitos compuestos de soldados ciudadanos no podían permitirse el lujo de tener alejados de la ciudad durante mucho tiempo a un elevado número de hombres. Para el asedio de Potidea - }, cuyo interés era clave en el desenlace del con­flicto, tan sólo se dispuso de 3.000 soldados una vez que se habían terminado las construcciones de cerco. En otras ciudades menores bastaría con un cuerpo permanente de guardia y con tropas de reserva, que pudieran intervenir en cualquier punto que se viera amenazado.

Clave resultaba el abastecimiento del ejército atacante. Para solucionar este problema logisti­co se recurría al saqueo del territorio enemigo, a expediciones hasta regiones vecinas o a la ad­quisición de productos ofertados por los comerciantes de las ciudades cercanas. En caso de que el asedio fuera muy prolongado, los sitiadores podían cultivar algunas parcelas de tierra con las que abastecerse. En contra de los atacantes se encontraban los rigores atmosféricos, que podían hacer mella en los soldados, al no disponer de instalaciones confortables.

Uno de los factores que también entraba en juego a la hora de llevar a cabo un cerco era el ele­vado coste económico que suponía para el ejército atacante. La ciudad tenía que sufragar los gas­tos derivados de mantener el sueldo diario de los soldados que realizaban las labores de asedio. En un primer momento éste era de dos dracmas por cada hoplita, uno para su manutención y el otro para la de su mozo de armas (Welskopf, 1960, 297).

Este coste nada desdeñable podía conducir a que el cerco fuera abandonado a mitad por falta de presupuesto. Sirva como ejemplo el asedio de Potidea 60, que costó a Atenas 2.000 talentos de los 6.000 que había depositados en la Acrópolis y que constituían las reservas monetarias de la ciudad (Garlan, 1974, 122-125).

La principal defensa de los sitiados consistía, en un primer momento, en tratar de detener los trabajos de asedio para evitar el aislamiento de la ciudad. Por medio de fortificaciones avan­zadas, los defensores podían dar respuesta a las obras de fortificación del sitiador. Estas defensas, ubicadas delante de las murallas, eran semejantes en su construcción a las obras de cerco. Se construían, por tanto, con un levantamiento de tierra o piedra, un parapeto almenado con foso y a veces torres.

Una vez que las obras de cerco habían finalizado, sólo quedaba armarse de paciencia. Sin em­bargo, hay que tener en cuenta que, a menudo, los cercos no eran totalmente impermeables y que los sitiados tenían una cierta capacidad de movimiento. En unos casos, eran las condiciones at­mosféricas las que favorecían la escapada de parte de las tropas sitiadas, mientras que en otros, maniobras de distracción en un sector del cercamiento, facilitaban la fuga por otro lugar.

59 Thuc., II, 58, 1 ; Diod. Sic., XII, 46.

60 Thuc., II, 58, 1; Diod. Sic., XII, 46.

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108 ARTILLERÍA Y POLÍORCÉTICA EN EL MUNDO GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

Cuando se presumía que el cerco iba a alcanzar a la totalidad de la ciudad, el principal pro­blema en el interior era racionar los víveres, de modo que pudieran resistir un asedio prolon­gado. La resistencia de una ciudad para caer rendida por hambre variaba en función de la disponibilidad de alimentos, pero nunca solía estar por debajo de un año. En situaciones ex­tremas se optaba por eliminar las bocas inútiles, intentando evacuarlas al exterior del recinto amurallado o incluso acabando con su vida. La penuria podía llevar a que se lamieran pieles o a la antropofagia.

La práctica del asalto a las fortificaciones era rara y sólo se empleaba cuando circunstancias ex­cepcionales lo favorecían. En algunas ocasiones, las defensas no estaban totalmente terminadas o resultaban insuficientes para detener al ejército atacante, por lo que se optaba por el ataque en vez de la espera. También se asaltaban las ciudades cuando se presumía que las fuerzas defensoras se encontraban mermadas.

Para esta práctica de asalto podían utilizarse algunas máquinas de asedio. Algunos autores con­sideran que las primeras máquinas de asedio grecorromanas fueron empleadas en el ataque a Pa­ros por parte de Milciades el 489 a.C. (Nepos, M ili., 7, 2) y en el de Samos por Pericles el 440a.C. (Diod. Sic., XII, 28). Las máquinas empleadas hasta este momento eran del tipo ariete (Fig. 52) y tortuga (Fig. 55), además de las máquinas incendiarias.

Pero, sin lugar a dudas, el asedio más interesante del período y que introdujo en el mundo griego las técnicas de asedio orientales (Sauvage, 1991; Fig. 45) fue el de Platea por parte de los peloponesios (Thuc., II, 75-79). En él se sintetizan todas las concepciones poliorcéticas que ya habían sido utilizadas por los persas frente a las ciudades jonias.

Los atacantes, en primer lugar, rodearon la ciudad con una empalizada hecha con los árboles del entorno, de modo que aislaron totalmente el recinto. Luego, empezaron a levantar un terra­plén con troncos entrecruzados y rellenos de piedras, tierra y cualquier material que fuera útil. La función de la madera era evitar que el terraplén se desparramara mucho. Durante setenta días con sus noches no pararon de terraplenar la tierra.

Los píateos, al ver el crecimiento del terraplén, construyeron un muro de ladrillo con arma­zón de madera que contrarrestara las obras, protegiéndolo del fuego por medio de pieles y cue­ros. Al ver que las obras de asedio no se detenían, abrieron una brecha en la muralla para extraer la tierra del terraplén y meterla dentro de la ciudad, además de construir minas. Pero, sin embar­go, no resultó suficiente, por lo que idearon la construcción de un muro interior como ayuda a las murallas, en el caso de que cayeran estas últimas.

Con la ayuda de arietes, los atacantes lograron hacer caer una parte del muro, aunque no se alcanzó el objetivo perseguido. Por este motivo, recogieron leña y la tiraron en el foso, cubrién­dola con pez y azufre en un último intento de quemar la muralla. Un fuerte aguacero salvó a la ciudad de quedar totalmente destruida.

En vista de que no se podía tomar la ciudad al asalto, se propusieron cercarla con un muro de circunvalación (Weil, 1967). Esta defensa estaba construida por dos muros paralelos, unidos en­tre sí por una estructura de madera como si se tratara de una galería (Fig. 64), aunque los auto­res no se ponen de acuerdo en sus dimensiones 61. En algunos puntos disponía de torres para reforzar el conjunto. Exteriormente a los muros había dos fosos, uno por la parte de fuera y otro

Walter, 1949, 519; Walter, 1951, 297-306; Gerkan, 1950, 379-382; Gerkan, 1952, 377-378; Gerkan, 1959, 438-440.

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Fig. 64. Reconstrucción de! muro de circunvalación a la ciudad de Platea en ei asedio del 429 a.C., según Connolly (Connolly, 1998)

por la de dentro (Connolly, 1998, 277). Y> dejando una pequeña guarnición, el resto de los sol­dados volvieron a sus ciudades de origen.

Con toda esta información, se puede afirmar que la técnica de cerco fue la más utilizada en los asedios y, al mismo tiempo, la que proporcionó mejores resultados durante la Guerra del Pe- loponeso (Garlan, 1974, 105-148).

5.I.2. La POLIORCÉTICA GRIEGA EN LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO IV A.C.

5.1.2.1. La poliorcética de la Magna Grecia en tiempos de Dionisio I de Siracusa

La ciudad de Siracusa resultó clave en la Antigüedad, por su contribución al desarrollo de la poliorcética dentro del mundo occidental. El fracaso ateniense en la expedición de Sicilia del año 413 a.C. (Thuc., VII-VIII) condujo a que Cartago intentara ampliar su área de influencia, tratando de englobar esta isla que poseía un notable interés estratégico. Durante el comienzo de las operaciones procedieron en primer lugar al asedio y destrucción de las ciudades de Selinun­te (Diod. Sic., XIII, 54-56) e Hímera (Diod. Sic., XIII, 59-62) el año 409 a.C.

Las tropas siracusanas fracasaron en el intento de liberar del asedio cartaginés la ciudad de Agrigento en el 406 a.C. (Diod. Sic., XIII, 85-86) y la ciudad cayó en manos púnicas. Las con­secuencias de este fracaso militar no se hicieron esperar y la Asamblea de Siracusa eligió un nue­vo cuadro de generales entre los que se encontraba Dionisio. En el plazo de un año se deshizo del resto de mandos del ejército siracusano, con lo que pasó a aglutinar todo el poder de la ciudad más poderosa de la isla.

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La imposibilidad de continuar con las operaciones militares por parte de los dos ejércitos condujo a la firma de un tratado el 405 a.C., en virtud del cual la mitad de Sicilia quedaba en manos de los cartagineses, mientras la otra mitad continuaba independiente. La ciudad de Si­racusa logró la unificación de las ciudades libres de la isla bajo la autoridad de Dionisio I. Es­te general era el único capaz de expulsar a los invasores y devolver la total autonomía a las ciudades sometidas. El poder tiránico que le había sido otorgado le permitía disponer de la au­toridad absoluta y de todos los medios económicos y técnicos para llevar a cabo su misión. Se daban, entonces, las condiciones adecuadas para que se produjeran notables adelantos en la poliorcética.

La superioridad de los cartagineses había sido manifiesta en los últimos choques que habían enfrentado a las dos potencias. Los fracasos siracusanos en Hímera (409 a.C.) (Diod. Sic., XIII, 59-62), Agrigento (406 a.C.) (Diod. Sic., XIII, 85-86) y Gela (405 a.C.) (Diod. Sic., XIII, 96- 109) demostraban la superioridad militar cartaginesa, sobre todo en lo que a técnicas de asedio se refería.

Para contrarrestar el poderío de las tropas cartaginesas, Dionisio lo primero que hizo fue crear un tesoro que, continuamente, iba creciendo para sufragar los gastos de la guerra (Stro- heker, 1958). Con él pretendía mejorar el ejército terrestre, por medio de la contratación de mercenarios de todo el ámbito mediterráneo. Hasta Siracusa peregrinaron soldados de Iberia, la Galia, Campania y del Peloponeso, además de contingentes tránsfugas del ejército enemigo. Se mejoraron, de esta forma, las tropas de infantería, con un entramado de tropas versadas en las más diversas artes bélicas.

Durante el año 399 a.C. toda la ciudad se convirtió en un gran arsenal. Bajo el gobierno de Dionisio I, se atrajo a gran cantidad de especialistas en la construcción de maquinaría bélica. Los elevados sueldos pagados por el tirano hicieron que llegaran obreros de todo el mundo conocido: de las ciudades sicilianas, de Italia, de Grecia y hasta de algunas colonias cartaginesas (Diod. Sic., XIV, 41-42).

Cuando todos los especialistas habían llegado, los distribuyó por talleres diseminados por los barrios de la ciudad. Cada uno de estos centros de trabajo contaba con la supervisión de las per­sonas más notables de la ciudad. Las innovaciones eran muy valoradas y se premiaba con grandes recompensas económicas a los ingenieros que desarrollaban nuevas máquinas. El estímulo que su­ponían estos premios favoreció la puesta en marcha de los mayores ingenios de asedio construi­dos hasta la fecha.

La principal consecuencia derivada de la presencia de tantos especialistas, fue la puesta en mar­cha de las primeras piezas de artillería de “no torsión” 62 (Fig. 8). Estas nuevas máquinas, capaces de lanzar dardos de hasta 1,8 metros de largo, fueron utilizadas por primera vez en el asedio de Motya (Diod. Sic., XIV, 47-51; Whitaker, 1921, 75). A tenor de la sorpresa que supuso para los cartagineses la presencia de estas catapultas, se supone que era la primera vez que se veían este ti­po de máquinas en acción.

Con la puesta en marcha de estas máquinas lanzaflechas, Dionisio consiguió despejar todas las paredes de la fortaleza. Esta ayuda permitió que los arietes (Fig. 52) y trépanos (Fig. 61) pudieran

62 Antes de este momento no se conocía el uso de !a artillería, ya que Tucídides no la cita durance ia Guerra del Peloponeso y un avance tan significativo como este no podía pasar desapercibido a un historiador como él. Esta au­sencia de información en las fuentes documentales sólo puede explicarse por la ausencia de dicha maquinaria hasta ese momento.

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hacer su labor sin oposición, abriendo una brecha el muro. Fue el apoyo proporcionado por estas nuevas catapultas el que le permitió la conquista de la ciudad, por lo que su empleo pasó a gene­ralizarse en los asedios llevados a cabo con posterioridad.

En el terreno naval, Dionisio también buscaba la creación de una poderosa armada acorde con el poderío del ejército de tierra y que le otorgara la superioridad en el mar. El principal objetivo a lograr, era la creación de navios de cuatro y cinco filas de remeros, buques que hasta este mo­mento no se habían puesto en funcionamiento en el Mediterráneo.

Pero, no sólo se necesitaba disponer de un ejército adecuado, de una armada poderosa y de las más innovadoras máquinas de guerra. Por ese motivo, los siracusanos también intentaron adaptar las técnicas de ataque cartaginesas, para tratar de mejorarlas. Aníbal, en el ataque a Se­linunte (Diod. Sic., XIII, 54-56) y a Gela (Diod. Sic., XIII, 96-109), había empleado el sistema de ataques sucesivos, lo que había sido contrarrestado de la misma forma por los sitiados. Te­niendo en cuenta esta experiencia, los siracusanos tomaron constancia de la importancia de no dejar tregua a los sitiados por medio de asaltos continuos. Para ello, era necesario dividir ei ejér­cito en unidades menores que atacaran sistemáticamente los muros, de modo que se debilitara a los defensores.

Así, se obtenía un elevado rendimiento, pues los soldados de refresco atacaban continuamen­te, mientras que en el interior de la fortaleza las tropas se encontraban agotadas. Entonces, había que esperar el momento adecuado en el que la fuerza física y la moral de los sitiados se resque­brajara, para lanzar el ataque definitivo que condujera a la victoria. Sin embargo, había un pro­blema, y era que las divisiones en cuerpos no estaban impuestas en los ejércitos y, por tanto, resultaba problemático su uso en los asedios.

Esta innovación, inspirada a los habitantes de Sicilia por parte de los cartagineses, se ex­tendió ampliamente durante el siglo IV a.C. a lo largo de todo el mundo helenístico. Incluso Eneas el Táctico (Eneas el Táctico, XXXVTII) defiende que, para la defensa urbana de un re­cinto, es necesaria la división de las tropas en tres cuerpos. Uno de ellos se encargaría de la lu­cha, otro se ocuparía de estar preparado para el relevo en la acción, mientras que el tercero podría descansar.

La constitución de tropas de reserva fue una constante a partir del asedio de Cadmea (379a.C.) (Diod. Sic., XV, 26, 4) y aparece en los grandes asedios de este siglo como el de Perinto 63, Halicarnaso 64 o Tiro 65, y más tarde en los llevados a cabo por Demetrio Poliorcetes, verdadero maestro en las técnicas de asedio.

Además de la división de las tropas, los siracusanos tenían mucho que aprender de las técni­cas de asedio empleadas por los cartagineses. Habían visto como Aníbal abría una brecha en los muros de la ciudad de Hímera (Diod. Sic., XIII, 59-62), merced a las operaciones de minado.Y también pudieron comprobar como delante de Agrigento (Diod. Sic., XIII, 85-86) las tropas púnicas construían una rampa que permitía el acceso de las máquinas y de los soldados lo más cerca posible de los muros.

Esta técnica, empleando las rampas de acceso, debió ser imitada por Dionisio I de Siracusa pa­ra poder acercarse a la ciudad de Motya (Diod. Sic., XIV, 47-51), aunque en este caso más que

« Plut., Vit. Alex., LXX; Diod. Sic., XVI, 74-75.

64 Diod. Sic., XVII, 24-26; A it ., Anab., I, 20-24.

65 Plut., Vit. Alex., XXIV; Diod. Sic., XVII, 41-46; hiv., Anab., II, 18-25-

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una rampa se trataría de una calzada, que uniría la isla con tierra firme, pues el puerto artificial liabía sido destruido con la finalidad de dificultar las obras de asedio 66.

La principal máquina empleada por las tropas para las obras de asedio era el ariete (Fig. 52), que fue usado de forma masiva en el ataque a Motya. En el asedio de Regio (388 a.C.) (Diod. Sic., XIV, 108-112) Dionisio también preparó gran cantidad de arietes y tortugas con las que for­zó las murallas de la ciudad.

Parece que fue en este momento cuando se pusieron en marcha las primeras torres de asedio móviles en el mundo griego (Fig. 46). Lo más probable es que llegaran de mano de los cartagi­neses, que Jas habrían importado desde territorio fenicio. Estos, a su vez, las habrían recibido de los asirios y babilonios 67 (Fig. 45).

Frente a Selinunte (Diod. Sic., XIII, 54-56) se utilizaron seis de estas torres, siempre de altu­ra muy superior a las murallas, mientras que en Agrigento (Diod. Sic., XIII, 85-86) fueron dos de grandes dimensiones. Sin embargo, fue en Motya (Diod. Sic., XIV, 47-51) donde se emplea­ron las torres de mayores dimensiones usadas hasta la fecha, dotadas de seis pisos de altura y que habían sido construidas a tal efecto. Estas nuevas máquinas diseñadas por los siracusanos eran adaptaciones de las empleadas por los cartagineses, pero con mejoras sustanciales tanto en sus dis­positivos como en sus dimensiones (Märker, 1930, 31).

A pesar de su notable ayuda a la hora de asediar una ciudad, la puesta en marcha de estos in­genios bélicos resultaba extremadamente complicada. Por un lado, había que transportar las má­quinas hasta la ciudad que debía ser asediada, lo cuaJ, debido al peso, resultaba muy problemático. De ahí que, en un primer momento, tan sólo fueran aplicadas contra ciudades costeras, hasta las que eran transportadas vía marítima. Este fue el caso de Selinunte, Himera o Agrigento.

A causa de su tamaño, las máquinas de mayores dimensiones eran desplazadas desmontadas. Al llegar a su destino, los soldados tenían que desembarcarlas y montarlas de nuevo rápidamente para poder disponer de ellas en el menor tiempo posible. Y esta tarea no la podían hacer las tro­pas de infantería, sino que eran necesarios obreros especializados, como carpinteros, herreros y ar­tesanos del cuero entre otros.

Todos estos trabajadores estaban bajo la autoridad de los arquitectos, verdaderos artífices en la construcción de las máquinas. El diseño y montaje de las torres de asedio hicieron necesario que las tropas armadas fueran acompañadas por un cuerpo de ingenieros y trabajadores, cuya única función era colaborar en las tareas de asedio.

Como conclusión, hay que decir que la poliorcética tuvo un desarrollo extraordinario en Si­racusa en tiempos de Dionisio el Viejo. Por un lado, se perfeccionaron las técnicas de asedio he­redadas del mundo oriental y, por otro, se desarrollaron las primeras catapultas lanzaflechas, gracias a una movilización de recursos sin par hasta este momento.

5.1.2.2. La poliorcética en tiempos de Eneas el Táctico

La conquista de una ciudad continuó basándose en el intento de lograr la rendición de los si­tiados por medio de una técnica de desgaste, más que en un intento de ruptura de las defensas

66 Whitaker, 1921, 84; Isserlin et alii, 1962-1963, 86-104; Schmiedc, 1963, 59.

ή7 Hay pruebas gráficas de su presencia en el ámbito oriental en torno al siglo IX a.C. (Sauvage, 1991; Yadin, 1963a; Yadin, Í963b, 388-393).

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por la fuerza. Y en el caso de que fuera posible, lo primero que se intentaba era buscar la traición desde el interior de los muros 68.

A pesar del empleo de una gran variedad de máquinas de asedio, no se lanzaban ataques ma­sivos a gran escala sino continuos. Estaban encaminados a desgastar al enemigo que, normal­mente, se encontraba en peores condiciones de abastecimiento.

Si seguimos a las fuentes documentales, es posible apreciar que la mayor parte de los asedios a los que se hace referencia son asedios de larga duración, casi siempre por encima de un año. Los conceptos de asedio en este período eran todavía de carácter pasivo y no se valoraba la guerra de movimientos, tanto en el ataque de los muros como en cuanto a su defensa. La importancia que se concedía a la altura de las fortificaciones y de las torres de asedio revela estas mismas concep­ciones pasivas de ataque.

La forma de superar las murallas podía ser de tres formas: por debajo, por encima o a través de ellas. En cuanto a la superación por debajo, el trabajo de minado resultaba de notable interés, pues no requería demasiado trabajo y su coste en pérdidas humanas era muy limitado. Los obre­ros que realizaban las labores de minado se podían proteger por medio de una especie de dife­rentes galerías cubiertas como los musculos (Eneas el Táctico, XXXVII, 8-9).

Lo más difícil para los sitiados consistía en saber hacia qué punto se iban a dirigir las opera­ciones de minado. Para conocer el sitio exacto había que aplicar un escudo de bronce en el suelo a lo largo de todo el perímetro interior de la muralla. Pegando el oído a él, era posible apreciar li­geras vibraciones, que marcaban el lugar exacto donde se estaban llevando a cabo las operaciones (Eneas el Táctico, XXXVII, 6-7).

Pero, la forma más efectiva con la que detener el avance de las minas consistía en cavar fosas transversales delante de las murallas. Al mismo tiempo que servían como obstáculos para las má­quinas, también dejaban a los soldados enemigos al descubierto cuando cruzaban por este pun­to. A lo largo de esa zanja abierta se podía construir un muro de piedra de grandes dimensiones como si de una muralla se tratara, haciendo que las labores de minado resultaran inútiles (Eneas el Táctico, XXXVII, 1).

Una vez que se había descubierto la mina de los atacantes, la mejor defensa consistía en arro­jar en ella madera y serrín para prenderle fuego. De este modo, por un lado se quemaba a los enemigos o, al menos, se lograba ahogarlos con el humo. Sin embargo, el fuego podía hacer que se cayeran los puntales que sujetaban la mina y arrastrar tras de sí las murallas que estaban col­gadas. Incluso en alguna ocasión se soltaron abejas y avispas, que hostigaran a los atacantes ba­jo tierra, en el primer empleo de estos anímales como elemento de combate (Eneas el Táctico,XXXVII, 3-5).

En cuanto a la superación de las murallas por su parte superior, la forma más común y más antigua era el empleo de escaleras que se apoyaban en la pared y a través de las que ascendían los atacantes. Para defenderse de ellas había que utilizar ganchos de diferentes formas con los que se empujaban las escaleras, logrando volcarlas a pesar del peso que suponían los soldados que esta­ban escalando.

También se podían construir paneles móviles, sobre los que se apoyarían las escaleras cuando fueran colocadas y que podrían ser retirados en el momento en el que los soldados estuvieran

^ Hay que tener que en cuenta que este período fue muy conflictivo tanto entre ias ciudades como en el interior de las comunidades cívicas con enfrentamientos entre distintos bandos que apoyaban causas diferentes y que podían hacer muy fácil ocupar una ciudad.

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ascendiendo, cayendo indefectiblemente al vacío. Los diferentes autores no se ponen de acuer­do en la forma que tendría este dispositivo, pero sí coinciden en que se trataba de un elemento rodante y abatible. Si la escalera se apoyaba más abajo de los almenajes, esta primera técnica no era válida y había que eliminar a los enemigos de forma manual, conforme iban alcanzando la parte alta del muro (Eneas el Táctico, XXXVI, 1-2).

Las primeras máquinas de asedio a las que alude Eneas el Táctico son las que permiten supe­rar las murallas por altura. Dentro de ellas destacarían las torres de asedio (Eigs. 46 y 47), que se acercaban a los muros mediante la construcción de rampas o de caminos de aproximación. Des­de estas torres, los soldados lanzaban proyectiles incendiarios para tratar de quemar las casas cer­canas al muro e intentar que ese fuego se extendiera, destruyendo al mismo tiempo una parte de las defensas.

Frente a estos descomunales ingenios, los sitiados respondían excavando minas en el suelo para que se hundieran y no pudieran moverse, quedando totalmente inutilizadas. Además de esta solución, se colocaban velas o grandes cortinas, que tenían como función detener los pro­yectiles lanzados desde las torres, de modo que pudieran ser recogidos para reutil izarlos. Tam­bién podían ser empleadas cañas trenzadas de diferentes grosores, con las que formar una especie de muralla.

En todo caso, los sitiados siempre tenían que intentar que sus fortificaciones superaran en altura a las máquinas atacantes. Las formas de recrecer los muros eran muy variadas y podían ir desde la construcción de nuevas torres de madera cubiertas con pieles, hasta la preparación de estructuras permanentes, construyendo muros de piedra o ladrillo. Y no deben olvidarse los recrecimientos en forma de parapeto, formados por esteras llenas de arena o piedras, crean­do estructuras semejantes a las trincheras empleadas en nuestros días (Eneas el Táctico, XXXII, 8- 10).

Eneas también señala el empleo de mástiles como máquinas de asedio. Este ingenio consistía en una viga horizontal, que oscilaba sobre un plano vertical. En uno de sus extremos llevaba una especie de cajones con protección en los que se subían los soldados atacantes. Los soldados, ubi­cados en ella, disparaban para proteger a las tropas de infantería que acercaban las máquinas con­tra los muros. La simpleza en su construcción, además de su reducido coste económico, hizo que fuera un ingenio muy empleado.

En cuanto a las máquinas empleadas para atravesar las murallas, destacaban los trépanos (Fig. 61) y arietes (Fig. 52) para golpear los muros así como las tortugas (Fig. 55), para proteger a los soldados que hacían los trabajos de minado. A la hora de detener el avance de las máquinas tipo ariete, Eneas propone una defensa activa por medio de “contra-arietes” , aunque el empleo de es­tas máquinas obligaba a abrir una brecha en la muralla propia (Eneas el Táctico, XXXII, 7).

Una forma de defensa más clásica contra el ariete consistía en colocar objetos blandos delan­te de la pared con los que amortiguar los impactos. Éstos variaban mucho y se hacían con sacos llenos de paja, lana, algas o con pieles de buey hinchadas, aunque podía ser empleado cualquier material que tuviera una constitución blanda. Otra forma de defensa consistía en levantar la ca­beza de la máquina con un lazo.

Sin embargo, la forma de protección más habitual contra las máquinas tipo ariete era arrojar piedras sobre la cabeza del ariete por medio de grúas o de vigas con saledizos. Para evitar que se errara el blanco, lo primero que había que hacer era dejar caer un plomo con el que se marcaba el punto exacto en el que debía impactar la roca (Eneas el Táctico, XXXII, 3-7).

Cuando el ariete había logrado que cayera un tramo de cortina, los defensores tenían que for­tificar rápidamente ese punto. Esta eventualidad obligaba a lanzar un elevado número de tropas

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para proteger ese espacio, mientras se construía un foso y un contramuro con el que tratar de de­tener a los atacantes (Eneas el Táctico, XXXII, 12).

Al mismo tiempo, resultaba interesante destruir las casas más cercanas al muro. Con la ayuda de sus piedras y de los trípodes de bronce de los templos se podía construir un muro, con el que bloquear los espacios abiertos de la ciudad y, así, rechazar más fácilmente a los atacantes. Una vez que las máquinas estaban cerca de las murallas, el fuego se convertía en el principal elemento, tan­to de ataque como de defensa (Eneas el Táctico, II, 2).

Si algún elemento de las defensas estaba construido en madera había que cubrirlo con fiel­tro o cuero sin curtir, impidiendo que fuera quemado. Lo mismo sucedía con las puertas de en­trada que también debían ser protegidas con hierro. Y, una vez que había prendido el fuego en ellas y resultaba imposible apagarlo, era recomendable arrojar más leña para avivar el fuego, dando tiempo para que en el interior se levantase un muro de contención (Eneas el Táctico, XXXIII, 3).

Uno de los preceptos básicos de la poliorcética consistía en obstaculizar las posiciones de fácil acceso con cualquier tipo de obstáculos. Para la defensa se construía un foso en el exterior de la ciudad justo delante de las puertas, dejando pasadizos a los lados por los que desplazar las tropas hacia el exterior y dificultar los movimientos de los atacantes. De esta forma, quedaban atrapa­dos en la fosa oculta y eran exterminados con facilidad. Los fosos también resultaban de gran in­terés en el interior de la ciudad, en el caso de que cayeran los muros en manos enemigas (Eneas el Táctico, II, 1).

Para defender la puerta, lo más recomendable era la presencia de un rastrillo de madera, que pudiera subirse y bajarse al antojo. Tenía que ser de la mayor anchura posible y guarnecerlo con hierro. Cuando se deseaba detener a los enemigos de forma rápida había que soltar la estructura. La caída mataría a alguno de los soldados y el resto, detenidos en la puerta, serían blanco fácil pa­ra los soldados situados en lo alto de las murallas.

Y, con la ayuda de redes escondidas en el suelo, era posible atrapar a los soldados que ataca­ban de noche. Con la ayuda de poleas eran impulsados hacia el interior de la ciudad, como si de una báscula se tratase. Para evitar que las cuerdas de este sistema pudieran ser cortadas, se em­pleaban cadenas de hierro (Eneas el Táctico, XXXIX, 1-7).

De la información aportada por Eneas el Táctico se deduce que las torres móviles (Figs. 46 y 47), los arietes (Fig. 52), los trépanos (Fig. 61), los mástiles y las tortugas (Fig. 55) eran má­quinas muy comunes en la primera mitad del siglo IV a.C. Aunque, también se mencionan las catapultas lanzaflechas 69 (Fig. 8), aparecen en un segundo plano con una consideración semejante a las hondas. La conclusión a la que se llega es que la artillería todavía estaba en una fase experimental, funcionando como mera comparsa de las torres en la que iba ubicada.

69 Eneas ei Táctico, 32, 8; Tarn, 1930, 102-105; Hunter, 1927, XI.

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5.I.3. L a POLIORCÉTICA EN EL REINO DE MACEDONIA

5.1.3.1. Las máquinas de Filipo II

No se sabe a ciencia cierta si el arsenal macedónico de maquinaria bélica ya estaba en funcio­namiento cuando se produjo el ascenso de Filipo II al trono. El primer contacto de este monar­ca con la artillería le trajo fatales consecuencias. En el 354-353 a.C. Onomarcos de Fócide colocó su artillería en una zona de colinas y derrotó a Filipo, apoyándose en el fuego proporcionado por ella (Poliaenus, Estrat., II, 38, 2).

Las máquinas empleadas en este combate utilizarían la tecnología de “no torsión” y seguirían un diseño muy semejante a la diseñada por Caronte de Magnesia 70 (Fig. 11 ). Por medio de ellas se podrían lanzar piedras de pequeño tamaño, de unas 5 libras (1,6 Kg). Aunque este peso no re­sulta muy significativo, sí lo suficiente como para ser usado como arma antipersonal.

Las repercusiones de este primer contacto macedonio con la artillería no se hicieron esperar y Filipo II, ese mismo año, creo un cuerpo de ingenieros al mando de Polibio el Tesalónico, primer ingeniero del que se tiene constancia dentro del ejército macedónico (Vitr., De arch., X,XIX, 63).

Filipo II sería el hombre que daría un impulso definitivo a la artillería, pues tenía ambición y los fondos necesarios para llevar a cabo un proyecto de tanta envergadura. Así, se propuso la crea­ción de un ejército poderoso, acompañado de máquinas capaces de hacer caer cualquier ciudad ba­jo el asedio, para lo cual buscó la mejora de las máquinas conocidas hasta ese momento. El resultado fue la puesta en marcha de las primeras piezas de artillería de torsión (Fíg. 13), evolución desde las máquinas de “no torsión” .

El alto grado técnico que habían alcanzado las técnicas de asedio y la complicación en los di­seños de las nuevas máquinas obligaron a la presencia, no sólo de ingenieros para diseñar las má­quinas, sino de cuerpos permanentes en el ejército, especializados en cada una de las labores. Estos contingentes eran los encargados del mantenimiento de las máquinas, además de su montaje y desmontaje.

Si bien las máquinas de mayores dimensiones eran transportadas vía marítima a causa de su excesivo peso, las más pequeñas y ligeras acompañaban al ejército en todos sus desplazamientos, preparadas para disponerlas en batería en cualquier momento. La presencia de técnicos especiali­zados sobre los que recaían la construcción y mantenimiento de las máquinas, no dejaba al resto de los soldados exentos de trabajo en las labores de asedio. Ellos eran los encargados de construir los elementos más simples, como las escaleras y manteletes (Fig. 93), además de colaborar en las tareas de allanado del terreno.

junto a los profesionales especializados en las técnicas de asedio, también se podía recurrir a cualquier ingeniero que trabajara en el plano civil, cuando la necesidad lo requería o a cualquier teórico que, aunque no formara parte del ejército, investigara el tema de la poliorcética.

En el asedio en el que Filipo desplegó por primera vez de forma masiva sus piezas de artille­ría fue en Olinto el 348 a.C. En él utilizó sus nuevas catapultas de torsión para lanzar flechas. Arqueológicamente, este asedio está documentado por la presencia en el estrato correspondien­te a este período de puntas de flecha de bronce de grandes dimensiones (de hasta 7 centímetros

70 Bit., 45-48; Marsden, 1969, 15.

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de largo y con un eje de 1 centímetro de diámetro). Por si quedara alguna duda, ios proyectiles llevan grabado el nombre de Filipo, en un caso claro de propaganda política (Connolly, 1998, 283).

Las nuevas máquinas de asedio fueron utilizadas a gran escala durante la toma de Per into en el 340 a.C. 71. Aquí, Filipo puso por primera vez en funcionamiento sus helepolis o torres de asedio de hasta 24 metros de altura, que hacían salir a distintos niveles arietes basculantes (Figs. 46 y 47). En los pisos correspondientes al nivel de la muralla se situaron baterías de catapultas con resortes de torsión, mientras que en lo alto, en posición dominante, había máquinas lanzapiedras (Fig. 13) y proyectiles incendiarios impregnados de pez, aceite y petróleo, lanzados en fuego parabólico.

Para la toma de la ciudad de Perinto 72 fue necesario abrir una brecha en la muralla por me­dio de los arietes y de la técnica del minado, ya que este enclave gozaba de una posición natural fácilmente defendible. Tras superar el primer recinto defensivo, las múltiples barreras ubicadas en el interior y la resistencia de sus habitantes condujeron a que, ante la falta de éxito, el sitio fuera levantado. Esta misma decepción hubo de sufrirla Filipo en el asedio de Caras (Poliaenus, Estrat., IV, 2, 20). A pesar de la ventaja que proporcionaban las máquinas de asedio, Filipo II nunca pu­do tomar ninguna ciudad con la ayuda de sus nuevos ingenios.

Aún contando con los avances técnicos que habían logrado sus ingenieros, el rey macedónico seguía considerando que la mejor forma de hacer caer una ciudad era mediante el empleo del so­borno o la traición desde el interior. Este método era el más común y también resultaba el más barato, tanto en lo que a coste humano se refería como económico (Diod. Sic., XVI, 54, 3-4; Plut., Mor., 178 B).

El elevado grado técnico alcanzado en las operaciones poliorcéticas, no impidió que las técni­cas de cerco continuaran siendo empleadas, pues el desarrollo de la maquinaria todavía estaba en sus comienzos. Además, en muchas ocasiones los ejércitos no disponían de las máquinas ni de los técnicos necesarios para poder llevar a cabo asedios de entidad.

5.1.3.2. La maquinaria bélica utilizada por Alejandro Magno

Alejandro Magno continuó con el empleo de la maquinaria bélica diseñada por su padre y la mejoró, para optimizar los resultados de su uso. Para ello se valió de ingenieros altamente cuali­ficados, como eran Quereas, Diades, Posidonio o Filipo, que habrían aprendido esta técnica cons­tructiva de manos de Polibio el Tesalónico, ingeniero de Filipo II (Vitr., De arch.., X, XIX, 63-64).

La principal novedad aportada por los ingenieros de Alejandro Magno fue el diseño del litho- bolos (Fig. 13) o ballista de torsión para lanzar piedras (Tabla 8). Sin embargo, los autores no se ponen de acuerdo en el momento exacto en que fueron puestas en funcionamiento. Algunos con­sideran que fue en Halicarnaso 73, mientras que otros piensan que fue antes los muros de Tiro 74 en el primer caso en que fueron empleadas.

Se trataba de una máquina que, utilizando el sistema de torsión, lanzaba piedras de entre 3y 58 kilos de peso, aunque Filon sugiere que las piedras ideales para esta máquina estarían en

7! Plut., Vit. Alex., LXX; Diod. Sic., XVI, 74-75; Wüst, 1938, 123.

72 Plut., Vit. Alex, LXX; Diod. Sic., XVI, 74-75.

73 Pöhlmann, 1912, 24-26; Riistow y Köchly, 1852, 325.

74 Plut., Vit. Alex., XXIV; Diod. Sic., XVII, 41-46; Arr., Anab., II, 18-25.

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118 ARTILLERÍA Y POLIORCÉTICA EN EL M UNDO GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

torno a los 4 kilos 75. La potencia de esta nueva máquina y su capacidad de fuego provocaban que, al lanzar proyectiles sobre un determinado punto, pudieran incluso dañar las murallas. Atrás habían quedado las máquinas de escasa potencia que, tan sólo, podían funcionar como ar­ma antipersonal. Se había abierto una nueva era presidida por los mayores ingenios de asedio de la Antigüedad.

El primero de los grandes asedios llevados a cabo por Alejandro Magno se sitúa en la ciudad de Halicarnaso 76. En su toma intervinieron, tanto las máquinas bélicas que los ingenieros ha­bían construido años antes para Filipo II de Macedonia, como las nuevas piezas de artillería. El sitio impuesto por Alejandro resultó de gran interés para la poliorcética.

El ataque a esta ciudad tuvo una trascendencia fundamental para la evolución posterior de la maquinaria bélica macedónica, pues en él Alejandro adquirió mucha experiencia, lo que posibi­litó que sus ingenieros perfeccionaran los métodos de asalto y las máquinas que más tarde par­ticiparían en la toma de Tiro 11. El 332 a.C., Alejandro Magno ordenó a su constructor de fortalezas e ingeniero Diades, la fabricación de helepolis (Figs. 46 y 47) de grandes dimensiones frente a esta ciudad fenicia. Una de ellas medía 53 metros de altura y tenía veinte pisos, estan­do equipada con 8 ruedas de grandes dimensiones.

El asedio de Tiro nos ha dejado abundante información acerca de las técnicas empleadas a la hora de tomar una ciudad, algunas de ellas novedosas y, cuanto menos, curiosas por la innova­ción que suponían. Para eliminar a los soldados que se movían por los puentes de desembarco, los tirios arrojaban tridentes, con los que arrastraban los escudos y con ellos a los soldados o re­des de pesca, atrapándolos como si fuera peces. También lanzaban arena incandescente sobre las tropas que ocupaban las primeras líneas. Esta sustancia, cuando entraba en contacto con la piel, causaba terribles dolores, suponiendo un terrible suplicio.

En las labores de asedio, Alejandro utilizó las máquinas lanzadoras de flechas para limpiar las almenas y las lanzadoras de piedras para sacudir los muros. Sin embargo, más que para destrozar las murallas, la artillería se empleó para contrarrestar el fuego enemigo y permitir que los arietes (Fig. 52) pudieran trabajar con libertad. A los disparos de las baterías macedónicas, los tirios res­pondieron de nuevo con ingenio. Colocaron delante de los muros ruedas giratorias de mármol, que rompían los proyectiles lanzados mecánicamente o, al menos, los desviaban. También inge­niaron pieles rellenas de algas que amortiguaban los impactos (Diod. Sic., XVII, 43-45).

La toma de la ciudad de La Roca por parte de Alejandro, ya en territorio indio, muestra has­ta que punto resultaron importantes las máquinas de asedio. Asustados los defensores al ver los ingenios, huyeron. Las máquinas habían permitido ganar una batalla sin entrar en combate.

Sin embargo, la ocupación de otras fortalezas como la Roca Sogdiana, a la que era imposible acceder a pesar de disponer de máquinas, obligó a desarrollar el ingenio del ejército macedónico. Así, preparó a sus mejores tropas de escaladores entre los que se encontraban los agríanos para que ascendieran a través de las rocas.

Estas tropas especiales emplearon piquetas de hierro, de las que eran usadas en las sujeciones de las tiendas de campaña. Las piezas de hierro fueron clavadas en las piedras y se unieron con cuer­das de lino, formando una especie de escalera por la que ascendió un contingente de escaladores, suficiente como para poder ocupar la fortaleza. Al amanecer, Alejandro invitó a ios habitantes

75 BÍC„ 51-55; Marsden, 1971, 109-115.

76 Diod. Sic., XVII, 24-26; Arr., Anab., I, 20-24.

77 Plue., Vit. Alex., XXIV; Diod. Sic., XVII, 41-47; Ait., Anab., il, 18-25.

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de la ciudad a que se rindieran, mostrando a los escaladores que habían ocupado la parte más al­ta de la roca y afirmando que eran hombres alados. Si no de qué otra forma podrían haber lle­gado hasta allí. El asedio a esta fortaleza fue el último protagonizado por Alejandro Magno, imprimiendo en él una vez más su genio particular.

Al contrario de lo que había hecho Filipo, su hijo sí utilizó las piezas de artillería en las bata­llas campales, aunque siguió empleándola de forma fundamental en los asedios. La introducción de los tomos había proporcionado una mayor potencia a los proyectiles, lo que también repercu­tió en el tamaño de las máquinas. Al reducirse sus dimensiones, comenzaron a utilizarse como ar­tillería de campaña y no sólo contra las murallas.

5.1.3.3. La dispersión de las piezas de artillería en el territorio griego

5.i .3.3.1. Las piezas de artillería en Esparta y Atenas

Las estrechas relaciones entre las ciudades del Peloponeso y sus colonias de la Magna Grecia, a lo largo del prolífico siglo IV a.C., fructificaron en un intercambio, que afectó tanto al ámbito económico como militar. Las invenciones poliorcéticas llevadas a cabo por Dionisio I de Siracu­sa no tardaron en llegar a las ciudades griegas.

Lo más normal es pensar que la puesta en marcha de la primera artillería en el 399 a.C. en la ciudad de Siracusa repercutiría notablemente en la técnica militar de la época. Esta ventaja com­parativa, que proporcionaban los nuevos ingenios, tuvo que ser guardada con gran celo por sus poseedores, lo que les proporcionaría un monopolio importante.

Sin embargo, también resulta lógico pensar que algunos de los ingenieros que formaron par­te de ese equipo inicial de Dionisio I se trasladarían a otras ciudades del ámbito mediterráneo y llevarían consigo la experiencia constructiva adquirida en Siracusa.

Pero, este proceso, necesariamente tuvo que ser lento, y, así, se aprecia un estancamiento en el desarrollo tecnológico del mundo griego durante la primera mitad del siglo TV a.C. Son muy es­casas las referencias al empleo de máquinas de asedio. Las encontramos entre otros en el asedio de Naxos del 377-376 a.C. por Cabrias (Diod. Sic., XV, 34).

Las máquinas de asedio a las que se hace referencia son arietes (Fig. 52), tortugas (Fig. 55) y torres móviles (Figs. 46 y 47), pero no piezas de artillería. La falta de menciones a su empleo lle­va a pensar que las catapultas todavía no habían llegado hasta las principales ciudades griegas. Se­rá en torno al 370 a.C. cuando tengamos documentada la presencia de las primeras piezas de artillería en las ciudades de Esparta y Atenas (Marsden, 1969, 67). Dionisio I tenía muy buenas relaciones con esta última ciudad e incluso había recibido honores por su ayuda a la causa ate­niense, ayuda que había consistido en el regalo de algunas catapultas de “no torsión”.

En los archivos del Hekatompedon de Atenas se mencionan dos sacos, cofres o cestos para munición de catapultas. A estos mismos sacos se vuelve a aludir en el 353-352 a.C. en el re­cuento de ios bronces del Chalcotheque, volviendo a aparecer tan sólo tres años después en este inventario.

Resulta significativo que sólo se haga referencia a dos cestos de munición. Este hecho nos lle­va a pensar que la disposición de catapultas para la ciudad de Atenas era más anecdótica que real, y que nunca dispuso de una auténtico potencial artillero, al estilo de ciudades como Rodas o Ale­jandría, con grandes arsenales propios.

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En Laconia, Arquidamo, entre el 361 y el 338 a.C., al ver el funcionamiento de una cata­pulta que había sido importada dijo “Heracles, el valor marcial de los hombres no es de ningún valor ya” (Plut., Mor., 191E). Esta máquina había llegado con las tropas que Dionisio I había mandado a este rey, como ayuda para su lucha frente a los argivos y arcadlos (Marsden, 1969, 67-73).

Vía Atenas y Esparta, la construcción de máquinas llegó a la Fócide antes de la II Guerra Sa­grada y de allí pasó a Macedonia. Las ciudades griegas del territorio asiático y las fenicias también dispusieron de este tipo de artillería de “no torsión” , mucho antes de la llegada de Alejandro Mag­no a la puerta de sus ciudades. Tan sólo disponían de máquinas para lanzar flechas, pues recor­demos que las piezas de artillería lanzapiedras se desarrollaron en territorio macedonio.

Las fuentes arqueológicas confirman la presencia de catapultas en Atenas en torno al año 330a.C. 78. En una inscripción funeraria del Pireo se encuentra el nombre de un tal Heraclidas el Misio, de profesión artillero. Esto nos da algunas claves para comprender el funcionamiento de la artillería ateniense. Las máquinas se almacenaban en el puerto del Pireo y actuaban como de­fensas portuarias, aunque si la necesidad lo requería, eran desplazadas a cualquier punto de la ciudad.

El arreglo de las catapultas, así como su manejo durante los enfrentamientos bélicos, obligó a recurrir a un núcleo de especialistas y profesionales, pues alcanzar la máxima precisión requería de mucha práctica. Sus funciones también incluirían la puesta a punto de las máquinas, ya que los tendones, con la introducción de la tecnología de torsión, debían recibir cuidados especiales para extraer de ellos su máximo rendimiento. Con la puesta en marcha de la artillería mejoró no­tablemente el estatus social y económico de los especialistas que la fabricaban.

Los técnicos recibieron honores y pasaron a impartir su conocimiento a los efebos como par­te de la formación militar básica del ejército. Alcanzaron una gran cualificación y se convirtieron en un bien muy preciado para las ciudades, un bien por el que se pagaban altos honorarios (Arist., Ath. Pol., 42, 3).

El momento álgido de almacenamiento de artillería en la ciudad de Atenas se produjo bajo el gobierno de Licurgo, entre el 338 y el 326 a.C. cuando se reforzaron los arsenales. A partir de es­te momento, la ciudad se esforzó al máximo para estar al día en los avances tecnológicos que se estaban produciendo en los arsenales más florecientes del Mediterráneo.

El año 319 a.C., en los archivos del Chalcotheque se mencionan 1.900 flechas para catapulta yi\ aunque habría más proyectiles en otros depósitos de municiones distribuidos por toda la ciudad. Para el año siguiente están atestiguados 16 sacos de municiones, y, al menos, 18 catapultas de pe­queño tamaño, en concreto de dos codos 80.

En el archivo del Erecteion, donde se encontraban las entradas del año 307-306 a.C., apare­cen mencionadas una gran variedad de piezas de artillería de diferentes calibres: una catapulta pe- trobolos y otra oxybeles de cuatro codos, obra de un tal Bromios, una catapulta de tres codos palintona, una catapulta de tres codos y una catapulta neurotona 81. Para el año siguiente, en este mismo listado, aparecen mencionados un número indeterminado de proyectiles de catapulta 82.

7« I. G. Editio minor. II. 1467. B. col II. 11. 48-56; II. 1627. B. 328-341.

79 I. G., II, 1469 B, I, 77-80. (Tréheux, 1959, J67).

80 I. G., II, 1475 B. I, 30-35. (Tréheux, 1959, 173).

81 L G., II, 1487 B, I, 84-90. (Tréheux, 1959, 167).

82 L G., II, 1487 B, I, 100-105. (Tréheux, 1959, 167).

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Antes de la Guerra de los Cuatro Años (307-304 a.C,), Atenas de nuevo volvió a reforzarse in­cluso con ballistae. La derrota sufrida por la guarnición del Pireo demostró la insuficiencia de sus fortificaciones contra la artillería de asedio, por lo que se iniciaron también las reformas de la mu­ralla. Como complemento, se puso en marcha un amplio arsenal de máquinas de guerra que pa­só a estar almacenado en la acrópolis de la ciudad.

Entre el 306 y el 305 a.C. se puede datar un inventario del Chaicotheque en el que se habla de: 6 catapultas trichotones de dos codos, 3 incompletas o en mal estado, 2 catapultas trichotones de tres codos incompletas o en mal estado, así como un número indeterminado de catapultas tricho­tones, de las que no se menciona ni su número ni su estado de conservación 83. En otros inven­tarios del Chaicotheque de finales del siglo IV a.C. vuelven a aparecer catapultas y municiones 84.

Esta disponibilidad de baterías de artillería llevó a que fuera necesario disponer de artilleros especializados para adiestrar a los efebos y para el correcto funcionamiento de las máquinas. Y, así, se conserva un elevado número de nombres de artilleros que sirvieron en Atenas (Marsden, 1969, 72). El oficio de artillero también se convirtió en hereditario, pasando de padres a hijos, y siempre corría a cargo de un ciudadano ateniense.

Durante la primera mitad del siglo II a.C., la artillería declinó en la ciudad de Atenas. Será en el 123-122 a.C. cuando Dionisio y dos efebos restauren un viejo lanzapiedras y lo pongan en fun­cionamiento, con el fin de volver a la tradición artillera de la ciudad 85.

Entre los inventarios marítimos de la ciudad de Atenas se atestiguan para los años 332-322a.C. en la batería situada en las puertas 86 la presencia de 455 proyectiles de catapultas sin punta ni plumas, de 60 flechas provistas de punta, de 47 bastones para fabricar flechas, así como un nú­mero reducido de piezas de artillería, probablemente escorpiones, que oscilaría entre los 6 y 14 ejemplares. Debían provenir de Eritrea y representarían restos de la campaña ateniense en el te­rritorio de Eubea, llevada a cabo el año 341 a.C. 87.

Aparecen varias menciones más en inscripciones de época helenística. Un texto muy dañado del año 306 a.C. menciona catapultas lanzapiedras y oxybeles. De esta misma fecha hay un texto que honra a Euxénides de Faselis, por haber dado tendones para las máquinas 88. Durante los años 267-266 a.C., al frente de los instructores, figura un especialista para disparar catapultas de nom­bre Mnesitheos, hijo de Mnesitheos, del domo de Copros s-\

5.1.3.3.2. La llegada de la artillería al resto de las ciudades griegas

La verdadera difusión de la artillería se produjo tras la muerte de Alejandro Magno, aunque varías décadas antes algunas ciudades ya dispusieran de sus propios arsenales. La diáspora de las tropas en su vuelta a casa incidió notablemente en la dispersión de los conocimientos técnicos. La consecuencia directa fue que casi todas las ciudades griegas incorporaran las catapultas a sus sis­temas defensivos.

83 i . G., II, 1467 B, I, 48-56. (Tréheux, 1959, 167).

84 I. G., II, 1490 B, I, 32; II, 1488, i, 1. (Tréheux, 1959, 167).

85 I. G., II, 1006, II, 34.

86 I. G., II 1627 b, I, 280-341.

87 Giorz, 1936, 329-331; Brunt, 1969, 245-265; Marsden, 1969, 58.

88 I. G., II, 554, i, 15-17-

89 I. G., II, 665, I, 27-28.

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122 ARTILLERÍA'Y POLIORCÉTICA EN EL M UNDO GRECORROMANO Cdadíus, Anejos 8, 2005

Para mantener estos arsenales locales se necesitaba, al menos, un arquitecto o técnico profe­sional que se dedicara a las tareas de fabricación y mantenimiento de las máquinas. De esta for­ma se evitaba la dependencia del exterior en caso de necesidad. La ciudad de Cícico contaba con un arquitecto dedicado tan sólo a la fabricación de máquinas y con un almacén para poder acu­mularlas hasta su uso. Se concedía, por tanto, la misma importancia a la construcción de edifi­cios y a los almacenes de trigo que a la fabricación y almacenaje de máquinas de guerra, lo cual demuestra el interés que para la ciudad significaba poder tener sus propias piezas de artillería (Es­trabo, XII, 8, 11).

Pero, no sólo se necesitaban las máquinas, sino también buenos artilleros que las manejaran, por lo que se instituyeron las competiciones de tiro con catapulta lanzaflechas. En ellas, los niños comenzaban a participar cuando eran efebos, por lo que a la edad madura se disponía de artille­ros de primer orden, sin la necesidad de recurrir a profesionales a sueldo.

En Coresia de Ceos, durante el siglo III a.C., el gimnasiarca se vio obligado a organizar tres veces al mes concursos de tiro de catapulta, siendo el primer premio un casco y una jabalina con un valor de 8 dracmas y el segundo una jabalina por valor de 2 dracmas 90.

Esta forma de defensa, sin artilleros especializados, sólo era utilizada por las ciudades que tenían pocos recursos económicos. A pesar del ahorro que suponía el entrenamiento de los ciu­dadanos, algunas ciudades siguieron dependiendo de artilleros profesionales e ingenieros espe­cializados. Es el caso de Rodas, que poseía uno de los mayores arsenales del mundo antiguo y que necesitaba de especialistas para la construcción de su maquinaria. Los técnicos eran muy valorados y disponían de una pensión anual que aseguraba su fidelidad y la puesta en marcha de novedosas innovaciones. Incluso se concedían premios extraordinarios que estimularan la investigación sobre la ciencia poliorcética (Vitr., De arch., X, XXII, 79).

Esta ciudad mantuvo constante su producción durante varios siglos, e incluso tras la des­trucción de su Coloso, pudo enviar como ayuda a la ciudad de Sinope el 220 a.C, cerca 8 to­neladas de pelo preparado, además de cuatro lanzapiedras y un artillero para manejarlas (Polib., IV, 56).

En Rodas, las máquinas se actualizaban con relativa frecuencia, de acuerdo con los avances realizados en Alejandría, con la que mantenía muy buenas relaciones. Fue, la artillería la que le proporcionó un papel preeminente dentro del mundo Egeo, ya que por medio de sus dona­ciones y regalos en forma de maquinaria bélica se aseguró un elevado número de aliados (Es­trabo, XIV, 2 , 5).

Si bien a finales del siglo IV a.C. Antigono y Demetrio Poliorcetes controlaron la más formi­dable artillería entre los sucesores de Alejandro, en el siglo III a.C., este dominio pasó a la dinas­tía Ptoloméica, que controlaba Egipto. Los talleres de Alejandría adquirieron un gran peso, descubriendo las fórmulas de calibración y produciendo notables técnicos como Ctesibios de Ale­jandría (Marsden, 1969, 33-48).

90 I. G., XII, 5, 6 4 7 ,1, 24-26.

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Gladius, Anejos 8, 2005 5. LA POLIORCÉTICA GRECORROMANA 123

5.I.4. L a POLIORCÉTICA EN EL MUNDO HELENISTICO HASTA SU INCORPORACIÓN A ROMA

5.1.4 .1. La poliorcética en tiempos de Demetrio Poliorcetes

Tras la muerte de Alejandro Magno, las piezas de artillería en su forma lanzaflechas oxybeles y lanzapiedras lithobolos y petrobolos se generalizaron y, así, aparecen con gran asiduidad en todos los enfrentamientos del período, desde la defensa de Antipatro en Lamia (323 a.C.) (Diod. Sic., XVIII, 12) hasta la zona occidental del Mediterráneo, con los enfrentamientos en la Magna Gre­cia (Tabla 9).

Ingenieros helenísticos como Agetor de Bizancio 91, Dionisio de Alejandría (Ph., Bel., 51-59), Caronte de Magnesia (Bit., 45, 1, 1), Ninfodoro (Vitr., De arch., VII, Praef. 14), Democles (Vitr., De arch., VII, Praef. 14), Diftlos (Vitr., De arch., VII, Praef. 14), Abdaraxos (Ammon. Alex., COL. 8, 1 , 17-20) o Dorio (Ammon. Alex,, COL. 8, 1, 17-20) estuvieron al servicio del ejército de Ale­jandro Magno o de sus sucesores (Drachmann, 1963, 11). La Historia nos ha legado sus nom­bres, aunque resulta imposible ubicarlos en el tiempo. Con toda probabilidad, la mayoría de ellas trabajarían como técnicos en los continuos conflictos entre los ejércitos de los Diádocos.

El prestigio y la cantidad de ingenieros en funcionamiento durante este período, revela la im­portancia que alcanzaron las técnicas de asedio en el período de la sucesión. Su elevada conside­ración social llegó hasta el punto que podían acceder a los banquetes oficiales como invitados. Incluso en la mayor parte de los casos disponían de una pensión anual que garantizaba su servi­cio y fidelidad. Cada general, antes de lanzarse a una campaña, recurría a contratar los servicios del mayor número de ingenieros y de los más famosos, pues disponer de ellos suponía asegurar el éxito de las operaciones.

También eran muy valorados los obreros cualificados. Al igual que Alejandro Magno había conseguido especialistas de Chipre y Fenicia para el asedio de Tiro, Demetrio Poliorcetes, tam­bién se procuró amplios contingentes para el asedio de la ciudad de Salamina de Chipre el 307a.C. (Diod. Sic., XX, 48). El año 304 a.C., los rodios lograron interrumpir las labores de asedio, al detener un convoy marítimo lleno de técnicos que Demetrio traía para que le ayudaran en las obras (Daremberg y Saglio, XX, 93, 5). Tal era su importancia en los asedios que, sin ellos, era imposible proceder a un ataque en toda regla.

Los soberanos que siguieron a Alejandro Magno ampliaron sus investigaciones sobre polior­cética. Generales de la talla de Pirro del Epiro, Alejandro del Epiro, Antigono Gonatas, AntíocoI Sóter, Ptolomeo II Filadelfo o Demetrio Poliorcetes estuvieron muy interesados en la investiga­ción sobres tácticas militares y maquinaria bélica. Fruto de este interés por las artes militares se desarrollaron las máquinas de asedio más grandes de toda la Antigüedad.

Sólo en este marco es posible comprender el porqué de que, Demetrio, pronto acompañara su nombre con el apelativo de Poliorcetes que, literalmente, significa tomador de ciudades. Esto pro­porcionaba un elemento de prestigio y servía como propaganda política, infundiendo terror en­tre sus enemigos, en una clara apuesta por el componente militar de su reinado.

La abundancia de ingenieros y su elevada cualificación conducía a que en un asedio, a me­nudo, se enfrentaran no sólo los ejércitos sino también los técnicos alineados por las dos par­tes. En el asedio de Rodas del 305-304 a.C. chocaron los talentos de algunos de los ingenieros

91 Ath., 21, 1, 2; Vier., De arch., X, 15, 2.

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124 ARTILLERÍA Y POLIORCÉTICA EN EL M U N DO GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

más cualificados de su tiempo En el ejército atacante, bajo las órdenes de Demetrio Polior­cetes, se encontraban el ateniense Epímaco y Zoilo, y en el defensor Calías de Arados y más tarde Diogneto.

Para este asedio, Demetrio Poliorcetes diseño una torre a gran escala (Figs. 48 y 49) que pe­saba de forma estimada en torno a las 150 toneladas y estaba armada de forma poderosa con más de 16 catapultas de diversos tamaños. Para contrarrestar este ingenio, Rodas contaba con uno de los mayores arsenales de la Antigüedad. Sirva como ejemplo que, en un corto lapso de tiempo, ios rodios fueron capaces de arrojar 800 proyectiles incendiarios y 1.500 bolaños de catapulta (Daremberg y Saglio, XX, 97, 2).

Diogneto, tras hacer que el enorme ingenio se quedara atascado en un lodazal, consiguió que el ejército de asedio la abandonara. Con la derrota del ejército de Demetrio Poliorcetes la pieza fue traída dentro de los muros y expuesta en un sitio público con la inscripción: “Diogneto ha ofrecido este presente sobre los despojos del enemigo” . Este ingeniero consiguió grandes honores tras esta amplia victoria.

La utilización de los elefantes como arma de asedio supuso una de las principales novedades poliorcéticas introducidas durantes este período Sin embargo, nunca alcanzó una gran noto­riedad, a pesar de su enorme potencialidad. El primer caso en el que fueron utilizados los elefan­tes como arma de asedio fue en el asalto al Fort de Chameaux en Egipto el 321 a.C. Perdicas los empleó para tratar de destruir las empalizadas y los almenajes de la fortificación. Pero, Ptolomeo, defensor de la plaza, conocía los puntos vulnerables de los animales La posición dominante que le proporcionaban los muros, facilitó que las tropas de infantería ligera hirieran a los elefantes en los ojos y mataran a sus conductores, anulándolos totalmente.

En el asedio de la ciudad de Megalopolis del 318 a.C. (Diod. Sic., XVIII, 70) también fueron empleados ante las murallas. Polisperconte, que asediaba la plaza, despejó el lugar en el que se ha­bían llevado a cabo los primeros combates para poder lanzar a través de la brecha abierta en las defensas a los elefantes. Pero, Damis organizó la defensa colocando en el agujero de la trinchera un montón de puertas con clavos de grandes dimensiones hacia arriba. Para que no pudieran ser vistas por los atacantes se encontraban camufladas bajo hierba.

La estrategia de los defensores consistió en facilitar la creación de un pasillo, incitando al ata­cante a que lanzara sus elefantes a través de él. Para no despertar sospechas, en la parte final no se dispuso ningún soldado. Cuando los elefantes habían penetrado a través de la brecha, lanzadores de jabalinas y pequeñas catapultas lanzaflechas dispuestas en los flancos comenzaron a acribillar a los primeros animales.

Al no ver resistencia en la parte final del pasillo, los guías lanzaron a los elefantes a toda velo­cidad hacia delante. En este punto, al pisar las puertas, quedaron clavadas sus patas, terminando por inmovilizarlos totalmente. Desde lo alto de los muros, los defensores comenzaron a lanzar ja­balinas contra los costados de los animales y contra sus conductores. Enloquecidos por las heri­das, los elefantes chafaron a los otros animales y a las tropas de infantería ligera que marchaban entre las filas. El empleo de los elefantes en este asedio, no sólo impidió la ocupación de la ciu­dad, sino que con su neutralización, también fueron eliminados los soldados de infantería ligera que habían penetrado por la brecha junto a ellos.

92 Paus., I, 6, 6; Plut., Vit. Demetr., XXI; Vitt., De a r c h X, XXII, 80; Diod. Sic., XX, 82-97-

93 Tarn, 1930, 95; Glover, 1948, 8-9.

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Antigono Gonatas empleó elefantes para forzar las defensas de Megara el 270 a.C., durante la Guerra de Cremónides (Poliaenus, Estrat., IV, 6, 3). Cuando los megarenses vieron acercarse a los animales untaron pez líquida a unos cerdos y, tras prenderles fuego, los dejaron libres. Los ani­males histéricos se precipitaron hacia los elefantes, haciendo que se asustaran y que rompieran su formación, al mismo tiempo que arrastraban con ellos al resto de las tropas. A partir de este mo­mento, Antigono ordenó que se criara a los elefantes con cerdos para que se acostumbraran a ver­los y no se asustaran con su presencia.

5.1.4.2. La poliorcética en tiempos de Filon de Bizancio: sus recomendaciones

Durante la época de Filon de Bizancio, el uso de la maquinaria pesada de asedio y de las pie­zas de artillería se había generalizado y todos los ejércitos disponían de abundantes y variadas má­quinas y, a menudo, de grandes dimensiones. Este hecho obligó a profundos replanteamientos en los sistemas defensivos, para hacer frente a los ataques mecanizados.

La obra Poliorcética de Filon resulta de gran interés, pues por medio de ella es posible sinteti­zar las técnicas de asedio utilizadas en el momento álgido de la poliorcética griega. Gracias a una revisión de sus recomendaciones, es posible hacernos una idea del elevado grado de desarrollo al­canzado por la maquinaria bélica de época helenística.

Las labores de asedio seguían el mismo patrón que se había venido empleando a lo largo del último siglo y medio. El primer paso consistía en hacer acumulaciones delante de los muros y realizar un ataque con escalas para comprobar el número de defensores y su estado moral (Ph., Pol., IV, 9).

Si no era posible tomar la ciudad al asalto se podía recurrir a las técnicas de minado, que per­mitían superar las defensas por su parte inferior. En el caso de que los enemigos lograran atrave­sar los muros, las contraminas de los sitiados hacían que se libraran verdaderas batallas bajo tierra, en las que predominaban armas como puyas de bueyes, jabalinas y lanzas de caza. También, cuan­do era posible, se empleaban catapultas portátiles de pequeño calibre, como tres palmos y lanza- piedras de 2 libras (Tabla 5).

El fuego constituía una gran defensa para detener las obras de minado. Sus potencialidades se encontraban, tanto en sí mismo, como en el humo provocado por él, que ahogaba a los soldados y les obligaba a salir a la superficie o a perecer. Contra el minado de los muros, también resulta­ba interesante arrojar agua en las bocas de la mina, con la finalidad de ahogar a los enemigos o, al menos, impedir que pudieran minar en esa dirección.

Las labores de mina solían hacerse de forma paralela a la construcción de máquinas de asedio, con la finalidad de evitar que, en el caso de que fracasara esta tarea, se perdiera un tiempo pre­cioso. La primera tarea a realizar, si era necesario el empleo de ingenios pesados, consistía en re­llenar el foso y allanar el terreno Las máquinas necesarias para este menester eran los manteletes (Figs. 63 y 93), que servían para la protección de los soldados que llevaban a cabo las obras pre­vias. Los manteletes resultaban el principal instrumento del ejército en cuanto a número, pues también protegían los contingentes de tropas que se acercaban a los muros.

Filon insiste en la importancia de este ingenio bélico, describiendo a la perfección sus tipo­logías, así como la forma de ser construidos. Los más simples estaban fabricados con mimbre y se utilizaban contra fortificaciones que no dispusieran de piezas de artillería. En cambio, si los enemigos disponían de catapultas había que hacerlos más resistentes, para que pudieran aguan­tar los impactos. Se cubrían con pieles, impidiendo que fueran quemados, y se les dotaba de

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ruedas para su fácil movimiento. Podían ir acompañados de piezas de artillería para, al mismo tiempo que actuaban como defensa, disponer de elementos ofensivos.

Con el fin de evitar los golpes de las piedras arrojadas desde el muro, también convenía que estuvieran acolchados con cestos de forraje o de alga marina y cubrieran su frente con tierra. De esta forma, se construía una especie de empalizada que, cuando era necesario, podía hacerse mó­vil y ser trasladada a otros puntos del frente (Ph., Pol., IV, 36-51).

Antes de que las torres de asedio (Figs. 46 y 47) fueran llevadas cerca de los muros, era nece­sario disponer piezas de artillería a distancia y enfrente de las del enemigo, tratando de eliminar los focos de resistencia que pudieran dañar las máquinas que avanzaban hacia las defensas. El nú­mero de piezas de artillería para compensar cada lanzapiedras del defensor era de dos lanzapiedras de 10 libras (3,27 kilos) y un lanzaflechas de cinco palmos (1,05 metros). Una vez que se habían eliminado las baterías de artillería enemigas, era el momento de acercar las torres móviles y de­más ingenios hacia los muros, pues sólo de esta forma estarían seguros.

Contra los arietes (Fig. 52) y moruecos que eran los que principalmente dañaban el muro, continuaban en uso las técnicas que venían empleándose desde hacía siglos. Para defender las má­quinas del fuego enemigo había varios métodos, como protegerlas con tablas de palma, hierro y una serie de sustancias aislantes empleadas los siglos anteriores. Además, se colocaban recipientes de agua en su parte alta, por si la necesidad obligaba a apagar los posibles fuegos (Ph., Pol., IV,17; IV, 34-35).

Cuando se trataba de ciudades costeras, resultaba de gran interés que se realizara el ataque por tierra y por mar, así como por diversos puntos al mismo tiempo, pues esto obligaba a los defen­sores a dispersar sus fuerzas y a dejar algún punto vulnerable a lo largo del recinto amurallado.

La época helenística había contemplando el despliegue de fuerzas de Demetrio Poliorcetes con las mayores máquinas de la Antigüedad. Si en una primera fase de la evolución tecnológica se ha­bía prestado mucha atención a las técnicas de asedio y al desarrollo de las máquinas, ahora era el momento de investigar el comportamiento de las fortificaciones, para tratar de detener el avance de estos ingenios poliorcéticos.

Se perseguía igualar la situación de los asediados que, claramente, habían quedado en una si­tuación de desventaja con la introducción de los últimos avances tecnológicos. Eso llevó a que, en la época de Filon, donde verdaderamente se dieran avances fuera en la mejora de los sistemas defensivos. De ahí que el autor concediera mayor importancia a las técnicas de defensa que a las de ataque.

Por lo que respecta a las labores de defensa, la primera recomendación que hacía Filon estaba encaminada a proteger las cimentaciones de los muros y torres. Resultaba fundamental su conso­lidación para que no pudieran ser minados y, en caso de que los sitiadores lograran llegar hasta ellos, socavarlos Ies supondría una gran dificultad, ya que el terreno se quedaba muy consolida­do. La solución que el autor aportaba y que resultaba novedosa dentro de las fuentes clásicas era la de limpiar totalmente el suelo donde se iban a ubicar los muros, hasta llegar a la roca madre y hacer cimentaciones de yeso que cohesionaran toda la estructura (Ph., Pol., 1, 1).

La presencia de yeso resultaba cuanto menos curiosa, aunque sí muy práctica, pues dificultaba enormemente la labor de las máquinas de golpeo tipo ariete (Fig. 52) y evitaba que las cimenta­ciones pudieran quedarse colgadas por medio de las labores de minado. De esta forma, resultaba imposible para los zapadores del ejército atacante extraer las piedras de la base de los muros, lo que les obligaba a tener que picarlas para romperlas, como si de una cantera de piedra se tratara.

Esta eventualidad retrasaba muchísimo las obras, obligando al sitiador a tener que buscar otra estrategia diferente para tomar la fortaleza.

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Filon recomendaba que las fortificaciones tuvieran una anchura suficiente para resistir el im­pacto de las máquinas de mayores dimensiones y, al mismo tiempo, permitir el desplazamiento de los contingentes de tropas por sus caminos de ronda con total fluidez. La anchura mínima que Filon señalaba era de 10 cubitos (4,5 metros), con yeso en la base y piedra resistente de grandes dimensiones en el resto de los elementos de las cortinas. La forma de las fortificaciones siempre debía adecuarse al espacio que se quería defender. Los tipos de cortinas variaban mu­cho en función del terreno y de las necesidades, pudiendo ser en meandro, dobles, en sierra o triangulares.

La inserción de bloques puntiagudos a lo largo de los tramos de muralla resultaba de gran in­terés para amortiguar los impactos de las piedras lanzadas por las máquinas, sobre todo las de ma­yores dimensiones. También convenía poner delante del muro bloques de piedra de grandes dimensiones, de tal forma que sobresalieran al menos un palmo. De este modo, los proyectiles de mayores dimensiones como los de 60 libras (20 kilos) eran detenidos por estos bloques y no lle­gaban a penetrar a través de los huecos dejados entre ellos, manteniendo el muro a salvo de los golpes.

Intentando amortiguar los impactos de los proyectiles sobre el muro, era bueno suspender ta­blas unidas con acolchados delante de él, ya bien construidos con lana o redes rellenas de algas marinas. La disposición de las uniones debía ser tal que no pudieran ser separadas por los im­pactos (Ph., Pol., I, 29; III, 3-5).

En cuanto a la altura de los muros, lo recomendable era que superaran los 20 cubitos de al­tura (9 metros) para dificultar la colocación de escaleras portátiles con las que poder subir des­de el exterior a las murallas. Sin embargo, no debían ser muy altas, pues incidía en la estabilidad (Ph., Pol., I, 12). Las cortinas podían ser de muy variados tipos, pero cada una requería de unas peculiares condiciones, que mejoraran la protección de los soldados. Cuando el muro era de ti­po espuela, donde había poternas, tenía que extenderse para la protección de las tropas cuando hicieran salidas rápidas.

En ellas, algunos de los tramos se debían construir del tal modo que sólo dispusieran de al­menajes y no de caminos de ronda en piedra. En esos espacios convenía preparar paseos de ron­da por medio de estructuras de madera temporales. Si la situación se hacía muy peligrosa y había posibilidad de que los enemigos penetraran por allí, las estructuras se podían quemar o destruir por medio del fuego. Gracias a este sistema, cada trecho, en función de las necesidades, podía que­dar totalmente aislado del resto de las defensas, favoreciendo una defensa activa del perímetro amurallado.

Esta defensa resultaba adecuada, pues evitaba que si un tramo era ocupado por el enemigo, con él cayeran todas las defensas. Los asaltantes quedaban aislados en este punto y tenían que vol­ver atrás o quedar en una situación peligrosa, al ser blanco de los proyectiles lanzados desde el res­to de espacios del interior de la ciudad.

Sobre todo, esta maniobra resultaba de gran interés a la hora de hacer frente a las torres de ase­dio. Cuando los sitiados conocían el lugar hacia el que se iba a dirigir esta máquina, destruían el paseo de ronda. Así, aunque los enemigos lograran alcanzar el muro, no podrían instalar sobre él una cabeza de puente desde la que acceder hasta el resto de las defensas. Esto les obligaba a colo­car escaleras portátiles por las que poder bajar de los muros, quedando muy expuestos a las armas arrojadizas.

Los soportes de las almenas tenían que ser lo suficiente gruesos (al menos de tres ladrillos de grosor), para permitir que los defensores pudieran subirse y disparar desde ellas y poder colo­car manteletes móviles justo detrás. Para poder proteger a los soldados por encima de los muros,

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Filon propone construir una especie de manteletes con ruedas, que pudieran ser movidos por los caminos de ronda a lo largo de los muros y proteger los lugares concretos en que fueran re­queridos. Con este sistema de defensa también se ganaba en dureza y resistencia.

Para evitar que los impactos de los proyectiles pudieran arruinar las almenas y, así, dejar inde­fensos a los soldados que se encontraran sobre ellas, se recomendaba unir los almenajes por me­dio de plomo, hierro y yeso. La destrucción de los almenajes era uno de los principales objetivos que perseguían los disparos de las piezas de artillería. Con su caída, a los sitiados les resultaba muy difícil seguir defendiendo los muros, pues quedaban a merced del fuego enemigo, sin ningún ti­po de protección. De ahí que el autor conceda tanta importancia a este aspecto.

También era recomendable hacer encima de los almenajes un nuevo sistema de almenas, que permitiera que los soldados dispusieran de dobles espacios desde los que defenderse. En caso de que uno de los dos cayera, desde el otro se podían dirigir las operaciones y no era necesario aban­donar totalmente el muro. Cuando el pasillo inferior era ocupado, se podía prender fuego al otro, mientras que si caía el superior se podían traer arietes (Fig. 52) y lazos para arrancar el inferior.

También convenía cerrar algunas cortinas con sistemas de bóvedas cubiertas, con la finalidad de que quedaran más protegidos los soldados y se ahorrara gran cantidad de dinero en su cons­trucción. Al mismo tiempo, permitía que en los pisos inferiores se crearan barracas para ei des­canso de los soldados de guardia.

Si las máquinas llegaban a dañar el muro en la parte baja, resultaba muy fácil que las habita­ciones fueran bloqueadas con nuevos muros y su resistencia frente a la maquinaria bélica seguía siendo buena, con lo cual todo eran ventajas: más barato e igual fortaleza frente a las amenazas exteriores (Ph., Pol., I, 8-19; III, 14).

Resulta curioso que el autor proponga que las partes superiores del muro se hagan más estre­chas que la parte inferior. El objetivo era evitar que si ía parte superior del muro resultaba daña­da, el resto fuera capaz de resistir. Pero, sin duda alguna, el tipo de muralla en el que más insiste y que considera como el perfecto es aquel en el que las cortinas están de forma oblicua unas a otras.

Pero, lo verdaderamente peligroso era que un tramo de muralla estuviera construido de tal for­ma que pudiera quedar expuesto a los disparos desde sus dos lados, lo que llevaría a una rápida caída. Y se mejoraba la defensa si detrás del muro se colocaba otro triangular, con uno de sus ex­tremos hacia dentro, detrás del cual se podían colocar también máquinas que dispararan a través de ventanas. Había que tener un especial cuidado de que las cortinas de las murallas no se cons­truyeran cerca de cursos de agua, pues al ser desviados contra los muros podrían dañarlos y hacer que cayeran.

Para hacer caer del muro y de las escalas a los soldados enemigos que intentaban penetrar en la ciudad cualquier instrumento valía, incluso los empleados para labores agrícolas o de caza. Lo verdaderamente importante era que los enemigos no pudieran llegar a la parte alta del muro. La forma de tirar abajo las escalas que se apoyaban en la pared, consistía en empujarlas con gan­chos, golpearlas de forma lateral con máquinas lanzapiedras o prenderles fuego (Ph., Pol., í, 79; III, 39).

Convenía construir muchas poternas a lo largo del muro para permitir una defensa activa de él. Así, las tropas del interior de la ciudad podían hacer salidas repentinas a través de ellas, con las que destruir tanto las obras como las máquinas del enemigo y detener su avance. Las poternas de­bían estar rehundidas, de modo que los proyectiles no pudieran golpear las puertas y abrir brecha en la muralla. Sin embargo, las salidas por poternas también tenían algún problema y era que los soldados podían quedar desprotegidos (Ph., Pol., I, 42-52).

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Para solucionar este problema, Filon recomendaba que las tropas que abandonaran la ciudad en las operaciones no volvieran por la misma poterna que habían salido, sino por la siguiente. Así no quedarían indefensos, al tener que cambiar el lado de su escudo.

En cuanto a los elementos defensivos de primer nivel como las torres, era necesario tener en cuenta las diversas morfologías y su comportamiento. Sobre todo, era interesante conocer las po­sibilidades que ofrecían tanto a la hora de recibir impactos desde el exterior por parte de las pie­zas de artillería del enemigo, como a la hora de poder disponer máquinas en su interior.

En cuanto a su altura, se recomendaba que las torres que dispusieran de piezas de artillería no fueran más altas de lo que se podría alcanzar con una escalera de mano. La excesiva altura con­duciría a problemas de uso en el acceso de tropas y la ubicación de máquinas. El gran peso de la artillería, sobre todo de las ballistae (Fig. 13) y de sus proyectiles pétreos obligaba a refuerzos en la estructura de las torres, para evitar que los sobrepesos supusieran problemas.

A mayor altura se perdía en estabilidad ante los ataques mecanizados y se corrían más riesgos de posibles derrumbes. Lo ideal era gastar en aumentar el grosor de las torres aquello que se ha­bía ahorrado a la hora de reducir la altura. Por tanto, resultaba más importante la anchura que la altura (Ph., Pol., I, 26-28).

La forma de las torres podía ser muy variada y cada una tenía un funcionamiento específico. A pesar de las innovaciones que se habían producido, los tipos más extendidos de torres en el pe­ríodo helenístico todavía seguían respondiendo a modelos clásicos, como eran las torres cuadra­das, circulares y semicirculares.

En las torres de forma semicircular, los bloques se tenían que hacer de forma adecuada para que casaran perfectamente, de tal modo que los impactos de los proyectiles no las dañaran. Las piedras debían ser cuanto más grandes mejor y sobre todo las que se colocaran en las esquinas. Las piedras de fuera tenían que ser más grandes que las de dentro (Ph., Pol., I, 2-5; I, 64-66).

Fueron pocas las ciudades que adoptaron las nuevas consideraciones acerca de la forma de las torres. Ello fue debido, sin duda, a que la ciudad que disponía de murallas antiguas lo único que hacía era restaurar los trozos dañados y en ningún momento modificar totalmente su estructura. A menudo, serán tan sólo las ciudades construidas de nueva planta o las que recrezcan la exten­sión de sus muros las que apliquen los nuevos conceptos bélicos.

Pero, también se podía mejorar una torre cuadrada o circular para adaptarlas a las nuevas con­sideraciones sobre el uso de la artillería. Por ejemplo, a la hora de transformar una torre cuadra­da a las nuevas consideraciones poliorcéticas, Filon propone que a esta planta se le una delante una nueva triangular. Esta transformación en el conjunto hacía que se convirtiera en una penta­gonal, que mejoraba notablemente la defensa.

Sin embargo, estaba técnicamente probado que las torres que mejor resistían el impacto de las piezas de artillería y de los arietes eran las complejas y que disponían de un mayor número de es­quinas que amortiguaran el golpeo exterior. Así, se buscó la construcción de torres pentagonales o hexagonales.

En el momento en el que un proyectil golpeaba contra una esquina, gran parte de la energía del impacto se perdía al salir el proyectil hacia uno de los lados. Al mismo tiempo, las torres con un mayor número de esquinas permitían la disposición de máquinas en cada una de sus lados, con lo cual se anulaban los ángulos muertos que las torres convencionales no podían cubrir, so­bre todo los que se encontraban a los pies de las murallas. Al mismo tiempo, la presencia de este tipo de torres a la distancia adecuada permitía que, en el caso de que una fuera atacada, los pro­yectiles lanzados desde la otra desbarataran los ingenios que la golpeaban, creando un sistema de defensa más activa (Ph., Pol., I, 56-57).

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Cuando se construía en ladrillo, lo más recomendable era que las torres se hicieran de forma cuadrada, añadiéndoles un pequeño ángulo y alineando el muro trasero de la torre con el delan­tero de las cortinas amuralladas. De esta forma, los bastiones quedaban por delante de la línea de las murallas, mejorando así el sistema defensivo. Además, si la torre era destruida, en su caída no arrastraría tras de sí ningún tramo por el que los enemigos pudieran penetrar en el interior de la ciudad.

En las torres de cada uno de los pisos, las vigas de madera se unían perfectamente a todas las caras de la pared, pero sobre todo a la parte interior, para que en caso de que se cayera la pared delantera a causa del empleo de máquinas de asedio, el resto permaneciera en pie y pudiera ser reconstruida sin dificultad (Ph., Pol., I, 41).

Todas las torres, con indiferencia de la forma que tuvieran, debían disponer de ventanas en to­das sus caras a través de las que pudieran disparar las máquinas. Estas ventanas podían ser tanto saeteras para las máquinas que lanzaban flechas como cañoneras para permitir arrojar proyectiles pétreos. Convenía que fueran estrechas en su parte externa y anchas en la interna, evitando que los proyectiles lanzados desde el exterior golpearan a los artilleros del interior de la torre y, al mis­mo tiempo, facilitar que éstos pudieran apuntar sin ningún tipo de dificultad.

Si las torres iban a disponer de piezas de artillería, lo ideal era que todas las plataformas para máquinas se encontraran a la misma altura, de modo que pudieran proporcionar una defensa más activa. Los bastiones podían defenderse unos a otros cuando los sitiados hacían avanzar torres de asedio móviles. En este supuesto, las cañoneras frontales desempeñaban un papel primordial a la hora de desarmar las máquinas de asedio, pues sus proyectiles resultaban más demoledores a cor­ta distancia. De nuevo, los sitiados podían dañar a los atacantes, sin que ellos sufrieran ningún percance.

Aberturas a diferentes alturas permitían tener a tiro a los enemigos, mientras se acercaban a los muros y destruir las acumulaciones construidas contra las paredes. La función de estas piezas de artillería ubicadas a baja altura era impedir el acercamiento de los enemigos que acompañaban a las grandes máquinas. Con ellas se eliminaban los ángulos muertos que pudieran quedar a los pies del muro y de las torres.

Las saeteras, pero sobre todo las cañoneras en las que el hueco era mayor, se protegían con con­traventanas de madera forradas con hierro. Gracias a ellas aumentaba la resistencia frente a los im­pactos de los proyectiles del exterior. Estas contraventanas tan sólo se abrían cuando las máquinas de la torre se iban a poner en funcionamiento. El resto del tiempo quedaban bien protegidas y a resguardo del fuego enemigo.

Las protecciones tenían que ser más fuertes en las ventanas de la parte frontal de la torre, ya que allí recibían la mayor parte de los impactos. En cuanto a las defensas de las contraventanas de los laterales no tenían que ser tan resistentes, pues era más difícil que una piedra impactara en un lateral que en el frontal.

Las puertas de acceso a las torres tenían que ser de grandes dimensiones, tanto en anchura co­mo en altura, facilitando el tránsito de tropas y permitiendo una amplia movilidad de los pro­yectiles y de las propias piezas de artillería, en caso de que fuera necesaria su transferencia de un espacio a otro o del abandono de una posición (Ph., Pol., I, 20-23).

Para aumentar la defensa, al mismo tiempo que se daba carácter práctico a los edificios del in­terior de la ciudad, Filón proponía que las tumbas de los hombres más ilustres se hicieran tam­bién con forma de torre, ya que así podrían ser utilizadas si las necesidades lo requerían.

En algunos lugares dotados de especiales defensas era necesario ubicar “palacios-torre” de forma pentagonal que funcionaran como verdaderas baterías de defensa. La forma pentagonal

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eliminaba los ángulos muertos que las piezas de artillería no podían cubrir, mejorando la de­fensa activa de los muros. Este sistema defensivo es el utilizado en el castillo Eurialo en la ciu­dad de Siracusa (Ph., Pol., I, 48-50).

Para poder llevar a cabo reparaciones de urgencia en los muros y torres, era necesario construir una estructura de madera en el exterior, sobre la que pudieran apoyarse los obreros, en el que ca­so de que se cayera una parte de la cortina o almenaje. Constaba de un sistema de vigas transver­sales colocadas sobre el muro con escasa separación entre ellas y funcionaba como un andamio, al que se podían unir tablones para crear plataformas de trabajo. El material elegido para estas es­tructuras era el roble por su dureza y, al mismo tiempo, resistencia frente a la humedad. Esta in­novación resultaba de gran interés, por permitir que se repararan continuamente los desperfectos ocasionados en el exterior.

En el supuesto de que cayera una parte del muro o alguna de las torres, debía ser aislada y con los materiales de las casas vecinas construir barricadas desde las que poder defender la posición. Se construía una defensa desde la que resistir hasta intentar recuperar los espacios perdidos. De esta forma, las tropas que ocupaban ese espacio del muro quedaban separadas del resto de sus compañeros y eran más fáciles de eliminar.

Siempre resultaba interesante dejar un espacio vacío entre los muros y las casas que, según re­comendaba el autor, debía ser de 60 cubitos (27 metros). Este terreno facilitaba los movimientos de tropas en el interior de la ciudad y el transporte de grandes piedras para arrojar desde las mu­rallas. También se evitaba que los proyectiles pudieran alcanzar las casas e iniciar un incendio que trajera fatales consecuencias. En esc mismo espacio, en caso de caída de las defensas exteriores, se podía construir un foso y un segundo muro, permitiendo la reagrupación de las tropas tras él (Ph., Pol., Ill, 22; I, 10).

Tanta importancia como las propias defensas tenían los obstáculos exteriores (proteichisma) que se construían delante de los muros para dificultar el acercamiento de las tropas y máquinas enemigas. La más destacada de estas obras era el foso que, aún en el caso de presencia de agua en los alrededores, debía estar seco para así poder construir túneles que comunicaran diferentes pun­tos. Las tropas podían moverse con total libertad sin ser vistas, apareciendo delante de los ene­migos en diferentes puntos y haciendo muy difícil que las labores de asedio fueran efectivas. Estas redes, a veces, se comunicaban con el interior de la ciudad a través de pasadizos.

La recomendación de Filon era que al menos se construyeran tres fosos con la finalidad de mantener lo más alejadas posible las máquinas pesadas de asedio. El más alejado estaría en torno a los 150 metros de las defensas, el segundo a 130 metros y el último a 110 .

Este sistema de fosos debía hacerse lo más hondo y ancho posible, como mínimo 70 cubitos (31,5 metros), que era la medida adecuada que daba Filon para evitar que fueran rellenados con facilidad. Se conseguían con estas estructuras mantener a raya y a una distancia lo suficiente­mente alejada del muro, las máquinas pesadas de asedio que eran las verdaderas destructoras de las murallas.

Así, también se lograba que las piezas de artillería de gran calibre o de 60 libras (20 kilos) no alcanzaran el muro en sus disparos y, si lo hacían, sus proyectiles no tuvieran ía suficiente fuerza como dañarlo seriamente. A la hora de excavar el foso, con la tierra extraída se hacían amonto­namientos de tierra en los que se ubicaban los palos de la empalizada (Ph., Pol., I, 69-73).

Delante del muro y junto a los fosos se colocaban taludes y empalizadas de diversos tamaños. La proteichisma evitaba que desde las posiciones atacantes se pudiera concentrar el fuego sobre los soldados que se movían por delante de las murallas y que hacían operaciones de hostigamiento de las maniobras de asedio.

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La empalizada delante de las obras aumentaba las dificultades de las tropas de infantería en su acercamiento a los muros y servía como defensa avanzada desde la que se podían detener los ata­ques. Debido a su altura era imposible sobrepasarla sin escalas y si se intentaba arrancar, al estar unidas todas las estacas por medio de cuerdas, éstas se mantenían firmes. El número de estacas en cada tramo era elevado y Filon recomendaba la presencia de 1.600 por cada estadio (180 metros) defendido con una empalizada.

Un diseño adecuado de las estacas era con vallados en forma de semicírculo. Las caras cónca­vas se mostraban al enemigo para poder tener mayor superficie de defensa. El exterior de los ar­cos se unía a las torres para aumentar la defensa de la estructura (Ph., Pol., I, 35-40).

Las empalizadas con sus obras añadidas sólo se colocaban en el foso más cercano, para evitar que las de los otros fosos pudieran servir como defensa a los enemigos, una vez que fueran ocu­padas. Si hubiera empalizadas a mayor distancia, con la toma del foso exterior los atacantes dis­pondrían de una defensa desde la que poder lanzar sus ataques.

Los espacios intermedios de las proteichismas siempre tenían que estar dotados de hoyos, esta­cas, lirios, espinos de Jerusalén y todos aquellos elementos que fueran capaces de detener, tanto a las tropas de infantería como a las máquinas. En caso de que cayera en manos enemigas el foso exterior, convenía que los obstáculos fueron suficientes como para impedir la ubicación en este espacio de ballistae de 60 libras. A causa de las grandes dimensiones de las máquinas, si el ene­migo no era capaz de construir plataformas para su ubicación y funcionamiento, además de para sus artilleros no podría acercarse a los muros y batirlos.

Era necesario instalar estanques de agua dispersos, debidamente protegidos con espinos, en los espacios que habían quedado vacíos. Estas pequeñas acumulaciones de agua evitaban que las má­quinas pudieran acercarse a través de ellos, y en caso de que lo hicieran, debían previamente de­secarlos, lo cual resultaba una tarea demasiado lenta y ardua.

Al mismo tiempo, se podían introducir ollas de grandes dimensiones (mínimo de dos metros) en el suelo totalmente enterradas, cuya misión era detener el avance de las máquinas de mayores dimensiones, sobre todo las torres de asedio. Con el objetivo de que fueran efectivas se dejaban vacías y las bocas se tapaban con algas. Este material resultaba resistente tanto al peso como al pa­so del tiempo.

Para disimular todavía más su ubicación se cubrían con tierra, dando apariencia de suelo fir­me y sólo se rompían por el peso de las máquinas y no por el de las personas. Siempre se coloca­ban más allá del foso exterior para que, en el caso de que se volcaran las torres al caer en la trampa, no se desplomaran sobre las propias murallas.

Las obras de proteichisma debían concentrarse sobre todo en las zonas de las torres que eran los principales elementos defensivos. Y, precisamente, era en estos puntos en los que se concen­traba el fuego de la artillería, ya que resultaban fundamentales en la estructura defensiva de las murallas.

Pero, las proteichismas no funcionaban como elementos pasivos de defensa, sino que debían servir como una muralla previa, desde la que las tropas defensoras pudieran proteger la ciudad, ya que su caída suponía en la mayor parte de los casos la ocupación de la ciudad. Tal era la po­tencia de las máquinas de asedio que, una vez que alcanzaban los muros, difícilmente lograban ser separadas de ellos.

Era necesario que los contingentes de tropas que defendían estos espacios exteriores dispusie­ran de soldados rápidos y de caminos interiores anchos, de forma que pudieran atender sin difi­cultad los diferentes puntos atacados, impidiendo el allanado del terreno y las evoluciones de las máquinas enemigas (Ph., Pol., I, 67-83).

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Además de la defensa pasiva que proporcionaba laproteichisma, también permitía que las tro­pas pesadas formaran sin ser vistas por el enemigo. Cuando las tropas ligeras hacían salidas para prender fuego a las máquinas de asedio, la infantería pesada servía de apoyo para impedir la ex­tinción del incendio.

En caso de que las obras exteriores resultaran insuficientes para detener el avance enemigo, era necesario tener abundantes dispositivos en forma de galería desde los que arrojar piedras de gran­des dimensiones en torno a 180 libras (59 kilos) sobre las galerías cubiertas, arietes y torres mó­viles que alcanzaran los muros. Se colocarían en las torres y tendrían un funcionamiento pivotante como un canal orientable por el que rodaría las piedras. Los proyectiles también se podían dejar caer desde los muros por medio de grúas o a través de aberturas en las torres.

Para destruir las máquinas pegadas al muro, la recomendación de Filon era la apertura de agu­jeros en la pared, a través de los que poder manejar contra-arietes, que debían ser más poderosos que las máquinas que debían golpear. Su sistema de desplazamiento era tal que podían ser mane­jados en cualquier dirección.

En el interior de la ciudad, en previsión de que los muros pudieran caer, también se debían poner almenas en las casas, para utilizarlas como segunda defensa. En los edificios que dieran al frente se debían hacer agujeros a diversas alturas, para poder disparar a través de ellos. Toda casa que se opusiera a los espacios abiertos también debía ser equipada de esta manera.

Las calles que dieran hacia los muros se tenían que cortar con verjas para funcionar como úl­tima defensa. En ellas se debían colocar tanto máquinas lanzapiedras como catapultas de tres pal­mos, en previsión de un ataque frontal. Su finalidad era utilizarlas como arma antipersonal, de ahí su pequeño calibre (Ph., Pol., III, 8-26).

Si la ciudad disponía de puerto, éste se debía dotar de una serie de medidas especiales de de­fensa, pues se convertía en uno de los espacios más vulnerables del perímetro. Delante de la bo­ca del puerto se construía una especie de proteichisma submarina que actuara como primera barrera defensiva. Constaba de un pavimento, sobre el que se ponían grandes piedras y estacas que no sobresalieran de la superficie.

El objetivo era que sirvieran como elemento sorpresa e impidieran el acercamiento y las evo­luciones de las embarcaciones enemigas. En el caso de que se tratase de piedras de grandes di­mensiones no podrían ser retiradas de ninguna forma y, así, el mar quedaría perfectamente defendido.

Y si se poseían playas dentro del recinto amurallado, había que poner pequeñas trampas con clavos de hierro y en los sitios propicios empalizadas con fosos. Se perseguía impedir un posible desembarco de las tropas de infantería enemigas.

Para impedir que las naves enemigas pudieran desembarcar en el puerto era necesario poner todos los barcos de la ciudad en filas, formando una barrera de grandes dimensiones y de amplio grosor. Con la ayuda de grandes vigas atadas con sogas se trababa el conjunto. En la parte exte­rior, en el lado que daba al mar, se ponían palos en punta clavados en el fondo, cuya finalidad era hundir los barcos que chocaran contra ellos.

Pero, esta barrera debía ser activa y todos los barcos funcionarían como un puente a través del que los defensores pudieran lanzar proyectiles y materiales incendiarios sobre las embarca­ciones que se acercaran. Además, era necesario colocar catapultas sobre las cubiertas de algunos de esos barcos, de cara a formar baterías de fuego con las que eliminar los buques atacantes.

Como complemento a estas baterías se ubicarían máquinas lanzapiedras sobre torres cons­truidas a cada uno de los lados de la boca del puerto. Así, no se dejaba ningún ángulo muerto a través del cual pudieran penetrar los barcos enemigos. Su calibre adecuado era de 20 libras

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(6,5 kilos), para así poder alcanzar grandes distancias, aunque tendrían el inconveniente de que no podrían dañar ías grandes naves con protección especial.

Si la distancia entre los dos lados de la boca del puerto era elevada, en el centro de la bocana se ponía otra máquina sobre una torre, pero esta vez de mayores dimensiones, en concreto de un calibre de 30 libras (9,8 kilos). Estas últimas piezas de artillería tendrían como finalidad hundir las embarcaciones de mayor tamaño. Convenía también que los proyectiles arrojados por las ba­llistae fueran incendiarios, pues así afectarían más a las embarcaciones enemigas.

Y si una parte de la muralla estaba al lado del agua había que protegerla dejando caer previa­mente piedras delante de ella para impedir que desde las naves se pudiera golpear el muro o se acercaran lo suficiente como para tender puentes y poder superar los muros.

Todos los emplazamientos de máquinas, ya fueran al pie o dentro de los muros, debían tener la adecuación para poder instalar en ellos piezas de artillería de los mayores calibres existentes. Es­tas piezas de artillería de grandes dimensiones, además de poder destruir las máquinas enemigas, permitían que se lanzaran grandes piedras que obstaculizaran el avance de los ingenios de asedio. En este caso, convenía que las piedras no fueran totalmente redondas con el fin de dificultar al máximo que pudieran ser retiradas.

Resultaba interesante colocar piezas de artillería que lanzaran flechas al nivel del suelo, para así poder defender los muros cuando los enemigos se acercaran mucho y quedaran fuera del ángulo de tiro de las piezas que se habían ubicado sobre las defensas. Contra los lanzapiedras desplega­dos ocasionalmente por el enemigo había que colocar algunos de pequeño calibre, de unas 10 li­bras (3,2 kilos) para que los abatieran. Debido a su pequeño tamaño, tenían la facilidad de ser movidos hacia cualquier lugar que el enemigo escogiera como plataforma para ubicar los suyos. Así, funcionaría como artillería móvil frente a la fija que, previamente, había que disponer en lu­gares adecuados (Ph., Pol., Ill, 1-6; III, 51-64).

Piezas de artillería de gran calibre, de al menos 30 libras (9,8 kilos) debían ser ubicadas en lu­gares estratégicos con grandes plataformas, perfectamente dispuestas para facilitar su puesta en funcionamiento y los movimientos de los artilleros. Estas eran las máquinas más efectivas contra los ingenios de asedio de gran tamaño. Y, aunque lograran llegar cerca, lo harían tan dañadas que no podrían ser usadas de forma efectiva.

Se buscaba, ante todo, una defensa activa con gran número de piezas de artillería, que con­trarrestaran las desplegadas por el enemigo. Además, Filon recomendaba que necesariamente hu­biera ingenieros especialistas en su construcción y que fueran manejadas por artilleros profesionales, que pudieran extraer de ellas todo su rendimiento.

El autor insiste, sobre todo, en la necesidad de impedir que las grandes torres de asedio al­canzaran los muros a toda costa. Pero, si la torre lograba alcanzar los muros, entonces se prepara­ban grandes bolas de lino con las que abatir a los enemigos que cruzaran por el puente de la torre. Para poder lanzar esas bolas y otros objetos con los que golpear al enemigo y hacerlo caer conve­nía emplear arpones armados. De este modo, se podían lanzar y recoger sin perderlos para volver a utilizarlos (Ph., Pol., III, 65-66).

La importancia concedida por este autor a la defensa contra las piezas de artillería muestra la importancia que habían adquirido las nuevas máquinas de gran calibre. De sus continuas refe­rencias se puede llegar a la conclusión de que el desarrollo tecnológico en época helenística al­canzó su culmen, tanto en volumen de máquinas como en variedad de tipologías, obligando a desarrollar nuevas estrategias con las que poder hacer frente a la temible artillería.

La ciudad que era sitiada, raramente, podía detener el avance de las máquinas si no se había preparado siguiendo las consideraciones aportadas por Filon. Y, de esta defensa activa, tenían

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Fig. 65. Cas til io Euríalo de Siracusa

gran parte de responsabilidad las máquinas que el sitiado pudiera oponer a las del atacante. El castillo Euríalo de Siracusa (Fig. 65) resume a la perfección los principios poliorcéticos de este período.

5.1.4 .3. La poliorcética en la ciudad de Siracusa hasta su caída en manos romanas

El episodio más destacado en el desarrollo de la maquinaria bélica de la ciudad de Siracusa, tras el gobierno de Dionisio I, tuyo lugar en el espacio de tiempo comprendido entre el 214 y el 212 a.C. 94. Arquímedes, consejero del rey Hierón II, fue el encargado de la defensa de la ciudad contra ia ambición romana (Lawrence, 1948, 99). A este sabio se le ha considerado tradicional­mente como el constructor de las más originales máquinas de guerra de la Antigüedad, plantea­das casi siempre con fines defensivos.

Entre ellas se encontraba una ballista gigante (Fig. 89) con poleas y palancas, que podía le­vantar y lanzar grandes piedras 95. Plutarco habla de que los romanos corrían atemorizados cuan­do veían asomar por las murallas de la ciudad alguna viga de madera o pedazo de soga (Poliaenus, Estrat., VIH, 11), Según apunta Drachmann, los proyectiles arrojados por este artilugio llegarían a pesar más de 250 Kg.

Una de las más máquinas más curiosas era la que se utilizaba para la defensa del canal de la ciudad. Era una pinza de grandes dimensiones que se encontraba sumergida en el agua y que le­vantaba los barcos, sacudiéndolos contra las rocas. Arquímedes también construyó artilugios con series de espejos metálicos en forma de parábola que, por medio de reflectores solares, permitían incendiar flotas enteras.

94 Liv., XXIV, 33-34; Polib., VIII, 4, 2; Poliaenus, Estrat., VIII, 1; Diod. Sic., XXXVI, 18.

95 Polib., 8, 5, 8; Plut., Vit. Marc., 15, 4.

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Los arsenales de la ciudad de Siracusa continuaron en uso incluso después de la conquista ro­mana, siendo tal su importancia, que proporcionaron gran parte de las máquinas de asedio que el ejército romano utilizó para sus posteriores conquistas.

5.2. L a p o l i o r c é t i c a r o m a n a

Las técnicas de asedio empleadas por el ejército romano derivaban directamente de la ex­periencia adquirida en la confrontación con los ejércitos griegos (Garlan, 2000, 108). De Grecia aprendieron la forma de asediar las ciudades y el uso de los ingenios de asedio, que co­piaron y, en algunos casos, incluso mejoraron (Diod. Sic., XXÍÍI, 2). Al igual que sucedía en el mundo griego del cual era heredero, en el mundo romano se podía tomar una ciudad de tres formas:

- Obsidio u obsessio·, consistía en bloquear la ciudad enemiga, evitando la llegada de víve­res y tropas de socorro desde el exterior. Para ello, era necesario que fuera aislada total­mente por medio de una línea de bloqueo formada por castra, castella y una empalizada reforzada con torres. Esta técnica se ponía en práctica contra ciudades que disponían de complejos sistemas defensivos y escasos víveres para mantener a su población. Quizás, el ejemplo más claro de este sistema sea la circunvalación de Numancia por parte de Escipión el año 134 a.C. (App., H i s p 92).

- Repentina oppugnatio', es lo que se conoce comúnmente como asalto. Esta práctica resul­taba útil contra ciudades mal defendidas pero con abundancia de víveres. En una primera fase del ataque, el foso debía ser cegado para permitir el paso de las máquinas de asedio pe­sadas que batirían los muros. Sin embargo, en muchas ocasiones tan sólo hacían falta es­calas para sobrepasar los muros.

- Longinqua oppugnatio·, es el típico caso de asedio de larga duración y combinaba méto­dos de los dos anteriores. Su uso solía reducirse a ciudades dotadas de buenas construccio­nes defensivas y de abundantes provisiones. Así, tras aislar la ciudad de forma metódica con la técnica de obsidio, comenzaban los trabajos de asedio con el empleo de maquinaria bé­lica pesada. Su puesta en marcha exigía un amplio dominio y conocimiento de la pohor- cética por parte del comandante de las tropas.

Para rebasar las murallas y penetrar en el interior de una ciudad se repetían las formas del mundo griego. Una primera manera consistía en hacerlo por encima de las murallas, para lo cual se utilizaban escalas, sambucae, tollenones y torres móviles. En segundo lugar se podía abrir una brecha en los muros con la ayuda de máquinas de golpeo tipo ariete o morueco.

Y también se podían superar las murallas por debajo con la ayuda del minado {cuniculi). Con­sistía esta técnica en excavar una galería debajo de los cimientos de las construcciones defensivas para dejarlas huecas. La estructura se sujetaba con un entibado de madera al que se prendía fue­go y que terminaba por provocar el derrumbe de la mina, que arrastraba consigo los lienzos de muro. Esta técnica también podía servir para introducir soldados en la plaza enemiga.

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5.2.1. L a e x t e n s ió n d e LA MAQUINARIA BÉLICA e n EL MUNDO ROMANO

A causa de la lentitud con la que ios conocimientos técnicos acerca de la maquinaria bélica se desplazaron en el oeste de la mano de Siracusa, es muy difícil saber en qué momento, la ar­tillería comenzó a ser utilizada por los romanos. Sí que resulta evidente que, a excepción de las piezas de artillería, el resto de máquinas de asedio más simples en su construcción y que no re­querían este elevado nivel tecnológico, estarían en uso muy tempranamente dentro del ejérci­to romano.

Al igual que había sucedido en el mundo oriental del Mediterráneo con la dinastía macedó­nica, en la zona occidental Dionisio I de Siracusa también debió de contribuir de forma extraor­dinaria a la difusión de la artillería. Las catapultas para lanzar flechas con tecnología de “no torsión” que ya habían sido empleados en el sitio de Motya (Diod. Sic., XIV, 47-51; Fig. 8) de­bieron continuar en funcionamiento y ser solicitados a Siracusa por el resto de pueblos vecinos. Será sobre la mitad del siglo IV a.C. cuando Zopiro de Tarento diseñe una máquina de “no tor­sión” para la ciudad de Cumas (Italia) (Bit., 65).

El principal problema es saber cuando se produjo la introducción de la tecnología de torsión en el mundo romano. Si hacemos caso al momento en que se inició el culto a la Venus Calva en Roma que conmemoraba el corte de pelo de las mujeres romanas para manufacturar resortes pa­ra máquinas de torsión 96 en la defensa frente a los galos el 390 a.C., deberíamos considerar la in­troducción de la tecnología de torsión en el mundo romano de forma contemporánea a las de “no torsión” en Sicilia, algo que resulta imposible.

El descubrimiento de la tecnología de torsión en territorio macedónico, y el posterior empleo por parte de Alejandro Magno, extendió su uso por la zona oriental. Pero, si tenemos en cuenta que la propia ciudad de Atenas, a finales del siglo IV a.C., apenas disponía de algunas máquinas, es lógico pensar que su llegada hasta la península italiana debió retardarse aún más.

En el mundo cartaginés, tras el sitio de Motya (Diod. Sic., XIV, 47-51) se conoció la tecno­logía de “no torsión” (Fig. 11 ), tecnología que pasaría a las ciudades fenicias a causa de las bue­nas relaciones mantenidas con ellos. A la inversa, tras la toma de las ciudades fenicias por Alejandro Magno ί)Ί, la tecnología de torsión debió seguir el camino inverso.

Según las fuentes documentales, el 386 a.C. Camilo intentó tomar Ando pero, a causa de no disponer de piezas de artillería, tuvo que intentar otra técnica de asedio (Liv., VI, 9, 2). Es­ta es la primera ocasión en la que se menciona la artillería dentro del territorio romano. En es­te episodio se menciona el empleo de tormentis, que inevitablemente hace referencia a máquinas de torsión, lo cual resulta imposible para las fechas en que nos estamos moviendo. Quizás po­drían ser máquinas de “no torsión” , aunque a causa de su lenta dispersión también parece poco probable.

En el asedio llevado a cabo por Agatocles sobre Crotona el año 295 a.C. ya empleó catapul­tas de torsión con éxito (Diod. Sic., XXI, 4), por lo que es posible ubicar la entrada de esta tec­nología en el mundo occidental en torno al año 300 a.C. Y Pirro, en su aventura italiana, con toda probabilidad, dispuso de piezas de artillería de torsión (Diod. Sic., XXII, 10, 7). El ejército romano debió observar estas máquinas en funcionamiento en alguna de las ciudades griegas del sur de Italia, que las habrían obtenido de su metrópoli.

% Cipr., Idol. Van.y II, 10; Lactant. Div. inst., I, 20-27; Veg., M il., IV, 9; Ser v., Ad. Verg., A., I, 720.

97 Pim., Vit. Alex., XXIV; Diod. Sic., XVII, 41-46; Arr., Anab., W, 18-25-

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5-2.2 . L a MAQUINARIA BELICA DE ÉPOCA REPUBLICANA

Será durante la Segunda Guerra Púnica cuando el uso de las piezas de artillería de torsión se generalice en la zona occidental del Mediterráneo. En este conflicto, Cayo Atilio Regulo llevó ar­tillería en su expedición africana del 256 a.C. para asediar la ciudad de Cartago, artillería que ter­minó por ser utilizada contra una gran serpiente t)8. El uso de piezas de artillería de torsión durante la Segunda Guerra Púnica estaba totalmente generalizado, como confirman todos los au­tores que tratan este conflicto. Incluso aparece en forma de broma en algunas comedias (Plaut., C a p t 794).

Sin embargo y, a pesar de todos estos indicios, las primeras referencias documentales claras res­pecto al uso de máquinas de torsión datan de la Primera Guerra Púnica (Diod. Sic., I, 42, 9; I, 53, 11), por lo que quizás pudieron llegar al mundo romano de la mano de los cartagineses.

En este primer período, el ejército romano todavía no disponía de artillería propia (Garlan, 2000, 114). Las máquinas necesarias para cada enfrentamiento las obtenía de diferentes formas. Por un lado, procedía a la requisa de piezas de artillería en algunas ciudades ocupadas (Scham- bach, 1883, 8). También, las pedía prestadas a las ciudades griegas aliadas que disponían de ellas. Junto con las máquinas, recibía también los artilleros profesionales capaces de manejarlas. De ahí que, el número de piezas a disponer para una campaña fuera muy limitado.

Las ciudades italianas no disponían de grandes arsenales, al estilo de los de las ciudades grie­gas, como Pérgamo, Rodas o Alejandría. La extensión del poderío romano por este territorio, lle­vó a que estas ciudades y su armamento cayera en manos romanas, continuando con la tradición artillera, ahora al servicio de Roma.

AI mismo tiempo, el desconocimiento de las técnicas constructivas de estas máquinas requi­rió de la necesidad de recurrir a ingenieros griegos para que las construyeran. Aprendiendo de es­tos técnicos griegos, los ingenieros romanos frieron capaces de construir sus propias piezas de artillería, lo que les permitió alcanzar una total independencia. Por tanto, el ejército romano lo único que hizo fue construir piezas de artillería idénticas a las de fabricación griega

A pesar de que Roma poseía una armamentaria publica, el espacio dedicado a la construcción de máquinas en la ciudad debía ser bastante limitado. Casi con toda probabilidad, otras ciudades italianas también dispondrían de sus propios arsenales, aunque la presencia de talleres debió seguir siendo una constante en las ciudades griegas, que construían sus propias máquinas defensivas.

El aprovisionamiento de máquinas para una campaña puntual dependía del comandante al frente del ejército. Por ejemplo, Escipión en el asedio de Útica del 204 a.C. (Liv., XXIX, 35, 8), utilizó todos los medios expuestos anteriormente para aprovisionarse de máquinas. Trajo máqui­nas de las que había capturado en la toma de la ciudad de Cartago Nova (Liv., XXVI, 43-49; App., Hisp., I, 20) además de las catapultas requisadas en las ciudades griegas de Sicilia.

Y en el 149 a.C. Escipión Nasica y Cornelio Hispano recibieron de los cartagineses 2.000 ca­tapultas lanzaflechas y lanzapiedras para tratar de evitar la guerra, demostrando que la ciudad que­daba de esa forma desarmada (App., Pun., 80). Tal era el potencial artillero de la ciudad de Cartago a mediados del siglo II a.C.

Como todas las reservas de armamento no solían ser suficientes para llevar a buen término los asedios, era necesario contratar especialistas que trabajaran a pie de campo en las labores

9« Gell., VII, 3; Val. Max. I, 8, 19; Plan. NH, VIII, 37; Sil., Pun., VI, 2 1 1 .

99 La única máquina que puede considerarse como de creación típicamente romana es la quiroballista.

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de asedio ubicadas en los alrededores de la ciudad. Este hecho es una constante que repitie­ron todos los grandes generales de los ejércitos romanos republicanos como Sila, Pompeyo o César.

A pesar de la posibilidad de disponer de máquinas de asedio a gran escala, para los asedios con más complicación como Numancia (App., Hisp., I, 92) o Alesia (Caes., B Gall., VII, LXXIII), prefirieron el empleo de métodos más tradicionales como eran la obsidio y la circun- vallatio. Aunque emplearan piezas de artillería para el asalto, éstas desempeñaron un papel po­co significativo en los enfrentamientos (Schambach, 1883, 10-1 1 ). Y ello era debido a que las máquinas empleadas eran de pequeño calibre. Sin embargo, cuando eran necesarias máquinas de grandes dimensiones se podía disponer de ellas.

La disponibilidad eventual de piezas de artillería cambió a partir de César con la instauración de una provisión de catapultas armadas de forma permanente. Estas piezas de artillería no apare­cían asignadas a las diferentes legiones, sino que se utilizaban para proveer a los campamentos per­manentes como elemento de defensa. Fue precisamente César, el primero en llevar catapultas de pequeño calibre siempre con su ejército, casi con toda probabilidad, catapultas tipo scorpio (Fig. 84). Las transportaba preparadas para la acción y eran utilizadas para la defensa de las posiciones de valor estratégico, resultando de gran importancia en la Guerra de las Galias (Caes., B Gall., IV,25; VII, 41 ,3 ).

De estas piezas de artillería sólo podían disponer las tropas legionarias. En ningún momento las emplearon las dotaciones auxiliares aunque, a menudo, se beneficiaran de su utilización por las legiones que acompañaban. La artillería era, por tanto, un elemento de prestigio del que sólo podía disponer la infantería legionaria.

5.2.3. L a MAQUINARIA BELICA DE EPOCA IMPERIAL

La creciente importancia de la maquinaria bélica en el ejército romano imperial obligó a la so­lución de los problemas derivados de no disponer de artillería propia. De ahí que, desde las ins­tancias de poder, se crearan bases regulares a las que asignar estas piezas de artillería. Cada legión comenzó a disponer de sus propias máquinas, lo que le otorgó una cierta independencia. A estas alturas, el ejército romano tenía capacidad para construir las mismas máquinas que ya se habían utilizado en el mundo griego, incluso las de mayor calibre.

Aunque Flavio Josefo describe de forma precisa la capacidad bélica de las máquinas corres­pondientes a la Legio X en el asedio de Jerusalén (Joseph., BJ., V-VI; Tac., Hist., V, 13, 4), pare­ce que esta asimilación de la artillería a las legiones se produjo ya durante el mandato de Augusto. Su sistema de defensa lineal de las fronteras obligaba a que cada legión ocupara un sector deter­minado del limes, lo cual restaba movilidad a las tropas y exigía que dispusieran de una dotación de material completa, lo que incluía piezas de artillería.

Dentro de este equipo que se asignó a las legiones estaba también la de toda clase de herra­mientas y materiales con los que poder fabricar las máquinas y fortificaciones. Se completaba el ejército con algunos técnicos especialistas en el diseño de todo lo necesario para las operaciones militares (Veg., MH., II, XI). A cargo de todas estas misiones de fabricación, mantenimiento y re­paración de las máquinas se puso una nueva figura: el praefectus fabrum.

Este cargo aparece en la obra de Vegecio, aunque hay ciertos problemas para ubicar tempo­ralmente su aparición. Las primeras referencias de que se tiene constancia datan de finales de la República, siendo su nombramiento obra del gobernador provincial o del legado legionario.

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La reglamentación de la carrera ecuestre condujo a que desapareciera durante el gobierno de Septimio Severo.

Para llevar a cabo estas tareas de mantenimiento de las piezas de artillería, cada legión dispo­nía de sus propios talleres, aunque el arsenal central se encontraría en la ciudad de Roma. Este úl­timo permitiría abastecer a todas las legiones en circunstancias excepcionales.

De uno de los trabajadores de este taller, Vedennius Moderatus, se ha encontrado una estela datada el año 100 d.C., que dice lo siguiente (Cordente, 1991, 281-282):

“C. Vedennius C. f. / Qui. Moderatus Antio,/ milit. inleg. XVI Gal. a. X / tranlat. In coh. IX pr.,/ in quamilit. ann. VIII, / missus honesta mission, / revoc. ab.Imp. fact. evoc. Aug., /architec. armament. Imp., / evoe. ann. XXIII, / donis militarib. donat./ bis, ab divo Vesp. et/ imp. Domitiano Aug. Germ.”

Este Vedennius debió ser un artificiero muy competente, que sirvió en varias legiones hasta que fue asimilado al arsenal de Roma, donde sirvió 23 años, llegando a ser condecorado por Vespasia­no y Domiciano por su labor en la construcción y mantenimiento de las máquinas de asedio.

A lo largo del gobierno de Claudio se equipó también a la guardia pretoriana con catapultas y ballistae, durante las fiestas del drenaje del lago Fucino (Tac., Ann., XII, 56). También hay re­ferencia a unos evocati ballistarium Augusti 10°.

Los vigiles también disponían de artillería propia para combatir los incendios. Cada una de las cohortes de vigiles era mandado por tres optiones ballistariorum, que disponían en cada centuria de una sola pieza de artillería (Domaszewski, 1967, 10). Estas máquinas facilitaban la demolición de los muros incendiados y permitían lanzar vasos de vinagre para apagar el fuego (Baillie Rey­nolds, 1926, 97).

5.2.4. La MAQUINARIA BELICA DE ÉPOCA BAJO IMPERIAL

Las técnicas de asedio de la época Bajoimperial 110 sufrieron apenas modificaciones respecto a sus antecesoras en el mundo griego y en la época republicana romana e imperial, con la única sal­vedad de que alguna de las máquinas empleadas ganaron protagonismo en detrimento de otras que fueron perdiendo importancia. Así, máquinas como la quiroballista (Fig. 81) y el onager (Fig. 86) sustituyeron mayoritariamente a otras como la catapulta tipo scorpio (Fig. 84) o la ballista (Fig. 87).

Se buscó, ante todo, la simplificación de los mecanismos de las piezas de artillería y la mejora de sus bastidores, para adaptarlos a las nuevas necesidades que venía imponiendo la guerra de mo­vimientos. Los enfrentamientos derivados de los conflictos con los bárbaros del limes germánico obligaban a que las máquinas fueran útiles más en frentes móviles que para asedios de entidad. Eso obligó a su transformación para reducir su tamaño y hacerlas operativas, facilitando que fue­ran desplazadas por los amplios frentes.

En el período Bajoimperial, las técnicas de circunvalación fueron perdiendo importancia a fa­vor de los asaltos y de los asedios activos con máquinas de asedio. Los intentos de rendir una ciu­dad por hambre fueron perdiendo peso de forma progresiva, a causa de su elevado coste económico y de la presencia de máquinas de asedio de gran calibre que incitaban a la acción.

lü0 C.J.L, VIII, 2728 /VI, 2379a.

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Gladius, A n ej os 8, 20 ϋ 5 5· ΙΑ POLIORCÉTICA GR ECO RRO MANA 14 1

Y fue, precisamente, la necesidad de disponer de máquinas en un frente tan amplio que iba desde Mesopotamia hasta el limes germánico la que obligó a solucionar algunos problemas orga­nizativos. De ahí que, desde las instancias de poder, se crearan bases regulares llegando la artille­ría a fabricarse y construirse en talleres permanentes (fabricae ballistariae), que se repartían por todo el Imperio a petición del emperador. Estas instalaciones permitían asignar a cada legión sus propias máquinas. Sirva como ejemplo de estas bases Amida, en territorio mesopotámico, dota­da de talleres para la construcción de máquinas de guerra cuando Constancio era César (Amm. Marc., 18, 9, 1).

La mejor descripción de la organización de los contingentes de artillería dentro de las legiones durante el Bajo Imperio la encontramos en la obra de Flavio Vegecio. Este autor menciona que cada centuria disponía de una carroballista (Fig. 23), que era mantenida por 11 hombres, excep­to las centurias de la primera cohorte que disponían de dos carroballistae.

De este hecho se deduce que las cohortes segunda a la décima disponían de 55 artilleros cada una (11 por cada carroballista). La cohors I tendría 110 artilleros o lo que es lo mismo 22 por ca­da centuria.

Vegecio menciona también la presencia de 10 onagri. Lo más probable es que la primera cen­turia de cada cohorte tuviera una de estas máquinas en lugar de una carroballista. Por tanto, se­gún este autor, cada legión dispondría de cincuenta y cinco carroballistae además de diez onagri,lo que elevaría el numero hasta la cifra de sesenta y cinco. El principal error de Vegecio (Parker, 1932, 137-149) reside en considerar los onagri como piezas adicionales.

La conclusión a la que se llega es que cada cohorte dispondría de cuatro carroballistae y un onager, lo que daría un total de 55 máquinas de artillería en cada legión (10 onagri y 45 carro­ballistae). Esta descripción correspondería a un período sin precisar entre el 100 y el 300 d.C., pues la primera vez que aparece documentada la carroballista es en la Columna Trajana (Fig. 2) y no hay ninguna referencia anterior. Sin embargo, parece que todavía podía ser aplicable en el siglo IV d.C.

Lo más probable es que con anterioridad ocurriera algo muy parecido. Aunque las máquinas del siglo I d.C. (ballista y scorpio), eran muy diferentes a las empleadas dos siglos después (onager y carroballista) resulta muy ilustrativo de este período la descripción del asedio de Jotapata. Fla­vio Josefo habla de la presencia de ciento sesenta piezas para las tres legiones al mando de Vespa­siano (Joseph., B J , III, 163-283), lo que corrobora las cifras anteriores. Parece que el número de piezas de artillería asignadas a cada legión se mantuvo estable entre los siglos I y III d.C. y esta­ría entre las cincuenta y las cincuenta y cinco, una por cada centuria.

Aunque Vegecio menciona 11 hombres para hacer funcionar cada carroballista, las represen­taciones de la Columna Trajana tan sólo muestran a dos hombres encargados de cada máquina. El resto se ocuparía de las tareas propias de mantenimiento del carro y de sus animales de tiro y, durante los combates quedaría libre para poder dedicarse a otras misiones.

De este hecho se deduce que en cada centuria habría dos ballistarii oficiales encargados de ma­nejar las carroballistae. Cada cohorte tendría también dos ballistarii para manejar los onagri. A tí­tulo organizativo, en cada cohorte debía haber un artillero principal para dar las órdenes del general. En los enfrentamientos, los soldados encargados de las piezas de artillería estarían bajo el mando directo del legado de la legión.

Sin embargo y, a pesar de la creciente importancia de la artillería en las legiones, son muy es­casas las referencias a artilleros en las listas que sobre los turnos de las legiones se han encontra­do hasta la fecha. Sólo hay algunas vagas referencias a los ballistaria a lo largo de los siglos II y III d.C. Esto lleva a pensar que una parte de la infantería romana era entrenada para componer

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142 ARTILLERIA Y POLÍORCÉTICA EN EL M UNDO GRECORROM ANO Gladius, Anejos 8, 2005

Fig. 66. Inscripción de High Rochester, que recuerda la reparación de un ballistarium (Campbell, 2003a)

equipos de artillería, convirtiéndose en tropas muy versátiles que, por un lado podían desarro­llar funciones de artillero o de simples tropas de infantería dependiendo de las circunstancias. De la escasez de datos se deduce que el número de artilleros por legión debía ser muy limitado.

De estos ballistarii se conserva un epitafio de Elio Optato 101, que formó parte de la LegioXX. con el cargo de magister ballistarius. También hay restos de una placa en bronce de un vexillum, datado en fechas cercanas al 300 d.C., que es dedicada por un tal Priscinio a un ballistario de la Legio IItálica (Kubitschek, 1934, 44-48). Estas dos serían las últimas referencias a ballistarii den­tro de legiones ordinarias.

Una inscripción hallada en High Rochester (Northumberland) habla de la reparación de un ballistarium alrededor del 235 d.C. Aunque en un primer momento se interpretó como una pla­taforma de artillería, hoy en día los autores coinciden en que hace referencia a una fábrica de ca­tapultas (Campbell, 2003a).

A mediados del siglo III d.C. con el emperador Galieno (253-268 d.C.), la artillería de las le­giones pasó a agruparse en unidades autónomas, que funcionaban como una reserva central des­de la que se asignaban a los ejércitos móviles. Serían un precedente de los comitatenses y todos sus legionarios irían armados con arcos para no interferir en el uso de las máquinas de guerra.

Bien entrado el siglo IV d.C., ya en época constantiniana, todas las legiones dejaron de dis­poner de artillería propia. Se crearon legiones especiales de ballistarii con soldados especializados en la construcción y mantenimiento de las piezas de artillería. Estas unidades acudían a las zonas más conflictivas del imperio en las que era necesaria su presencia.

Cada ejército móvil disponía de una o dos de estas legiones especiales en función de sus ne­cesidades específicas. Dada la escasa movilidad de las máquinas pesadas como eran los onagri, es­tas unidades estaban tan sólo formadas por carroballistae, dejando las máquinas más pesadas para los casos en que eran extremadamente necesarias.

ιοί C.I.L., V, 6632.

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Gladius, Anejos 8, 2005 5. ΙΑ POLIORCÉTICA GRECORROMANA 143

Las legiones de ballistarii a lo largo del siglo IV d.C. eran cinco (Rodríguez González, 2003):

— Ballistarii Dafnenses\ el nombre de esta legión hace referencia al lugar de su reclutamiento, la región de Dafne (Tomlin, 1972, 257), fortaleza a orillas del Danubio en la provincia de Moesia II. Bajo el reinado de Juliano, en torno al 356 d.C., estaba ubicada en Augustudo- num, en la fábrica de piezas de artillería que había en esa ciudad i02. Entre ei 364 y el 375 d.C. se trasladó a Bodobrica. De este período data la referencia a un praefectus militum ba­llistariorum al mando del Dux Mogontiacensis (Not. Dign. occ., XLI, 23). Desde comienzos del siglo V d.C. pasó a integrarse en el ejército de maniobra (comitatensis) dentro del ejérci­to del Imperio Romano de Oriente, con acuartelamientos enTracia (Not. Dign. or., VIII, 46).

— Ballistarii Seniores: creada el año 365 d.C. desde una primitiva unidad de ballistarii. La división del Imperio entre Valentiniano I y su hermano Valente hizo que las unida­des a cargo del primero llevaran el apelativo de seniores, mientras que las del segundo se conocieran como inuiores 10;5. A comienzos del siglo V d.C. esta unidad tuvo la catego­ría de comitatensis, en la Prefectura del Pretorio de Oriente, bajo las órdenes del Magis­ter Militum per Orientem í0 .̂

— Ballistarii hmiores·. creada el año 365 d.C. a comienzos del siglo V d.C. esta unidad con el estatus de comitatenses estaba asignada dentro del ejército del Imperio Romano de Orien­te, en la diócesis de Tracia (Not. Dign. or., VIII, 47).

— Ballistarii Theodosiaci·. creada o reestructurada en el año 378 d.C. bajo el gobierno del emperador Teodos i o I 10̂ . A comienzos del siglo V d.C. era una legión pseudocomitatensis en el ejército del Imperio Romano de Oriente bajo la autoridad del Magister Militum per Orientem 106.

— Ballistarii Theodosiaci Iuniores·. creada en el año 365 d.C. a partir de una unidad anterior (Tomlin, 1972, 253). A comienzos del siglo V d.C. pertenecía al ejército del Imperio Ro­mano de Oriente, con la categoría de comitatensis con base en el Ilírico, al mando del M a­gister Militum per Illyricum (Not. Dign. or., IX, 47).

Como conclusión, se puede afirmar que estas legiones especializadas siempre formaron parte de los ejércitos de maniobra (comitatensis), lo cual demuestra la extrema necesidad de movilidad de estas unidades para complementar al resto de las tropas legionarias (Rodríguez González, 2003, 597). El elevado protagonismo que adquirieron en el Bajo Imperio se debió a su elevada capacidad bélica, al haber aglutinado las piezas de artillería que antes poseían todas las legiones. También influyeron las nuevas necesidades derivadas de la guerra de movimientos, que obligaban a acudir a diferentes frentes a gran velocidad para actuar como apoyo de otros contingentes. La especialización había alcanzado su grado máximo y ya no cambiaría hasta la desaparición de las legiones en el siglo VI d.C. con Justiniano I.

102 /Vo?. Dign. occ.y IX, 33, 34; Allard, 1906, 403-404; Marsden, 1969, 197; Hoffmann, 1970, 345; Feugère, 1993a, 238; Rodríguez González, 2003, 492-493-

Amm. Marc., XXVI, 5, 1; Zos., IV, 6, 3; Hoffmann, 1970, 117; Tomlin, 1972, 259; Speidel, 1983, 23; Sivan, 1985, 277; Richardot, 1988, 78.

Not. Dign. or., VII, 43; Richardot, 1998, 78.

Lot, 1936, 297-298; Tomlin, 1972, 257; Malcolm Errington, 1996, 7; Rodriguez Gonzalez, 2003, 494-495.

106 -Vöi. Dign. or., VII, 57; Richardot, 1998, 114.

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6. LA MAQUINARIA BÉLICA EN HISPANIA

6 .1 . I n t r o d u c c ió n

Desde que allá por 1912 se encontraran los primeros restos de catapulta en un depósito de ar­mas de la ciudad de Ampurias (Puig y Cadafalch, 1911-1912; Fig. 67), han sido muchos los ha­llazgos (Cabré, 1925; Cabré, 1944; Vicente et alii, 1985; Tabla 12) que han situado al territorio español entre los más prolíficos de todo el Mediterráneo, por encima de Grecia (Baatz, 1982; Wi­lliams, 1992) o Italia (Baatz, 1980), cuna de estas máquinas.

Sin embargo, este material arqueológico encontrado junto a la puerta sur de la Neápolis (Puig y Cadafalch, 1911-1912), inicialmente, no fue considerado como parte integrante de una cata­pulta. Las primeras hipótesis (Bosch Gimpera, 1913-1914) llevaron a que los restos fueran identi­ficados como pertenecientes a un carro de municiones o a uno de los componentes de sustentación que empleaban las máquinas de guerra. Pero, muy poco después, y tras un exhaustivo análisis de los textos clásicos (Marsden, 1971), se procedió a la revisión de los planteamientos iniciales y a su consideración definitiva (Barthel, 1914). Schramm (Schramm, 1918a) comprobó que las medidas proporcionadas por el hallazgo de Ampurias (Puig y Cadafalch, 1911-1912) se correspondían a la perfección con lo afirmado por las fuentes antiguas, lo que vino a confirmar definitivamente la idea que había planteado varios años antes Barthel.

El privilegio de constituir oficialmente la primera catapulta encontrada en el territorio greco­rromano quedaba para el hallazgo de Ampurias 107. Se había abierto una línea de investigación que estaba destinada a dar nuevos frutos a lo largo de todo el siglo XX (Tabla 12).

Al material de Ampurias se fueron añadiendo nuevos restos, como los pertenecientes a las dos catapultas de Azaila (Cabré, 1925; Cabré, 1944; Fig. 69) o los más recientes de Caminreal (Vi­cente et alH, 1985; Fig. 70), y que constituyen el bastidor metálico mejor conservado de los que se han encontrado hasta hoy en día en todo el territorio de la Antigüedad. La escasez de hallaz­gos y su excesiva fragmentación por todo el territorio que ocupaba el Imperio Romano, con un total de 20 descubrimientos desde España hasta Georgia (Baatz, 1987; Fig. 1), conceden toda­vía una importancia mayor al material hispano, a causa de su concentración en el espacio y en el tiempo.

Teniendo en cuenta que, salvo el hallazgo de Mahdia (Baatz, 1985; Fig. 30), todo el material arqueológico para el estudio de las máquinas del período republicano romano se ha encontrado

i(l7 A pesar de que medio siglo antes ya se habían producido interesantes hallazgos en Cremona (Baatz, 1980) y Lyon (Baatz y Feugère, 1981), no se habían identificado como pertenecientes a catapultas.

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146 ARTILLERÍA Y POLÍORCÉTICA EN EL M U ND O GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

en Hispania 108, se hace obligatoria su consulta para la comprensión de las primeras piezas de ar­tillería de que dispuso el ejército romano.

Numerosos proyectiles, tanto pétreos como metálicos, han venido a reforzar las evidencias ar­queológicas del empleo de máquinas de asedio en el territorio hispano. Significativos resultan por su cantidad y estado de conservación los hallados en Numancia (Soria) (Schulten, 1927, 264), Cáceres el Viejo (Extremadura) (Ulbert, 1984, 112), Osuna (Sevilla) (Engel y París, 1906, 439), Contrebia Belaisca (Botorrita, Zaragoza) (Beltrán Martínez, 1982; Beltrán Martínez, 1986) o Ca­lagurris (Calahorra, La Rio]a) (Velaza Frías et alii, 2003; Cinca Martínez et alii, 2003), yaci­mientos en los que se sitúan asedios de gran entidad.

Si bien la mayor parte de los proyectiles hallados se podrían datar durante el proceso de con­quista y ocupación de la Península Ibérica por Roma, también aparecen algunos ejemplares del período imperial, aunque resultan mucho más escasos y se enmarcarían en las operaciones de con­quista del Norte de la Península, último foco de resistencia frente al poder romano

Dentro de este grupo se encontrarían los hallados en los campamentos militares romanos del Norte Peninsular como Aquae Querquennae (Portoquintela, Orense) (Rodríguez Colmenero y Vega Avelaira, 1996, 403) o Herrera de Pisuerga (Palencia) (Fernández Ibáñez, 2002, 388-390) y en los yacimientos indígenas del Noroeste peninsular, sirviendo como ejemplo las evidencias del cerro de la Espina del Gállego (Peralta Labrador, 199; Fig. 74) o Andagoste (Cuartango, Ala­va) (Ocharán Larrondo y Unzueta Portilla, 2002, 314).

Completan el conjunto de proyectiles una serie de restos del Bajo Imperio descubiertos en Arcóbriga (Soria) (Beltrán Lloris, 1987) e Iruña/Veleia (Vitoria-Gasteiz, Alava) (Gil Zubillaga et alii, 2000).

El aspecto que menos evidencias proporciona sobre la presencia de máquinas de asedio en te­rritorio hispano son los restos arquitectónicos relacionados o derivados de su empleo. Dentro de este grupo se encontrarían los recintos urbanos costeros como Emporion 109 (Ampurias, Gerona) y los núcleos de su entorno que, por influencia de esta ciudad, realizaron modificaciones en sus sistemas defensivos.

También es necesario señalar la presencia de restos de las obras de asedio encaminadas a la ocu­pación de algunas ciudades como Azaila (Beltrán Lloris, 1995) o de las plataformas ballistarias de los campamentos romanos como el de Cildá (Corvera de Toranzo y Arenas de Iguña, Cantabria) (Peralta Labrador, 2002).

6 .2 . L a s f u e n t e s d o c u m e n t a l e s

La información que proporcionan las fuentes documentales sobre el empleo de las máquinas de asedio en territorio hispano (Tabla 11) son muy escasas y vagas, y tan sólo nos permiten ha­cemos una idea global de su utilización.

Según se desprende de los textos antiguos, la primera evidencia del uso de la maquinaria bélica en el solar hispano llegó de la mano de los cartagineses, que procedieron al asedio de la

108 Puig y Cadafalch, 1911-1912; Cabré, 1925; Cabré, 1944; Vicente et alii, 1985.

109 Sanmartí et alii, 1988; Sanmartí et alii, 1991; Berrocal Rangei, 1995.

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Gladius, Anejos 8, 2005 6. LA MAQUINARLA BÉLICA EN HISPANIA 147

ciudad de Sagunto el 219 a.C. (Romeo, 1995; Romeo y Garay, 1997), rompiendo con esta operación el Tratado del Ebro. Este episodio, a la postre, desencadenaría la Segunda Guerra Púnica. Aunque las fuentes documentales citan este asedio como el primero en el que se usa­ron las máquinas de asedio en Hispania, lo más probable es que fueran puestas en funciona­miento mucho antes, ya que las tropas cartaginesas llevaban operando más de veinte años en el territorio hispano.

El asedio (Liv., XXI, 11; App, Hisp., I, 10) se prolongó cerca de nueve meses y para llevarlo a cabo el ejército cartaginés movilizó en torno a los 50.000 soldados. Los sitiadores emplearon co­mo principal máquina de asedio una gran torre móvil dotada con piezas de artillería. Por medio de esta máquina lograron barrer los muros, mientras un grupo de zapadores abría brecha en la muralla. Una vez conquistado ese espacio, en él se ubicaron baterías de catapultas desde las que poder dominar la ciudad. Los saguntinos, al verse perdidos, se suicidaron y abandonaron la ciu­dad en manos de los cartagineses.

Roma reaccionó enviando a Hispania a dos de sus mejores generales (Publio y Cneo Escipión) para cortar la línea de abastecimiento de Aníbal. Tras su desembarco, pronto recibieron la ayuda de los pueblos costeros indígenas, pero no la de los pueblos del interior que resultaron hostiles por su apoyo a la causa cartaginesa. Uno de los territorios más complicados de pacificar fue el de ia tribu de los ilergetes, situado entre Lérida y Huesca. También se vieron obligados a asediar la capital de los ausetanos en el 218 a.C. (Liv., XXI, 61, 10).

Con la muerte de los dos generales romanos en batalla, otro Escipión, de nombre Cornelio, se hizo cargo de las operaciones en Hispania el 210 a.C. Su objetivo era evitar que los recursos económicos y los contingentes de tropas reclutados en territorio hispano pudieran llegar hasta Ita­lia, para reforzar el ejército de Aníbal.

En el 209 a.C. Escipión inició el asalto de Cartago Nova, pues ésta era la principal plaza pú­nica de Hispania y allí se encontraban los arsenales que armaban a los ejércitos cartagineses que se movían por la Península. La toma de la ciudad en muy poco tiempo supuso un duro golpe pa­ra los intereses púnicos, que perdían su principal plaza en la Península Ibérica (Liv., XXVI, 43- 49; App., Hisp., I, 20-23).

Tras pasar el invierno intentando reconciliarse con algunas de las tribus hispanas más belico­sas, Escipión marchó con su ejército para enfrentarse al general cartaginés Asdrúbal en Baecula, donde logró una amplia victoria. Los restos del ejército perdedor se agruparon y cruzaron los Pi­rineos para ayudar a Aníbal en Italia. En lugar de perseguirlo, el general romano se centró en ven­cer a los dos ejércitos que aún se movían por Hispania. En Ilipa (Sevilla) cayeron derrotados los últimos contingentes cartagineses, con lo cual quedaban eliminadas todas las tropas púnicas de la Península.

Tras la victoria romana en la Segunda Guerra Púnica, pronto comenzaron las injusticias de los nuevos dominadores, lo que ocasionó los primeros levantamientos de los pueblos indíge­nas. En el 195 a.C. fue asediada la ciudad de Segéstica que se había rebelado (Liv., XXXIV, 17, 12), a la que siguió en el territorio suesetano Corbión atacada el 184 a.C (Liv., XXXIX, 42). Tiberio Sempronio Graco, gobernador de la Citerior para el año 180 a.C., intervino en la to­ma de la ciudad de Alca (Liv., XL, 49). También tomó Cértima a lo largo del año siguiente (Liv., XL, 47).

Pero, la incorporación de la mayor parte del territorio hispano se produjo a raíz de las gue­rras lusitanas y celtibéricas, que duraron alrededor de veinte años entre el 154 y el 133 a.C. Los lusitanos atacaban la vega del río Betis desde el año 155 a.C. en rápidas incursiones de guerrillas, en las que habían infringido severas derrotas al ejército romano. Tras la matanza sobre

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148 ARTILLERÍA Y POLÍORCÉTICA EN EL M UNDO GRECORROM ANO Gladius, Anejos S, 2005

Fig. 67. Restos arqueológicos de la catapulta tipo scorpio de Ampurias (Gerona)

(Russo, 2004)

lusitanos llevada a cabo por Galba el 151 a.C., Viriato dirigió a los lusitanos derrotando a los ejércitos romanos durante más de diez años hasta su muerte el 139 a.C.

Las Guerras Celtibéricas comenzaron el 154 a.C. cuando la ciudad de Segeda se negó a des­truir sus murallas, tal y como exigían los romanos. Este primer año, un ejército romano de 30,000 hombres se dirigió hacia el corazón de la Celtiberia, sufriendo severas derrotas a manos de las tro­pas refugiadas en Numancia.

Quinto Metelo fue enviado a Hispania el 143 a.C. para sofocar la rebelión. En su misión tu­vo éxito ante todas las ciudades levantadas, menos en Termancia y Numancia. Una de las ciuda­des atacadas fue la de Centróbriga (Val. Max., V, I, 5).

Marcelo sustituyó a Nobilior al frente de las tropas hispanas. Nada más hacerse cargo de las tropas atacó varias ciudades celtíberas, pero ante las bajas tuvo que abandonar esta empre­sa. Los habitantes de la ciudad de Nertóbriga, tras pactar con los romanos les tendieron una emboscada, motivo por el cual la ciudad fue asediada (App., Hisp., I, 48). Emilio Lépido tam­bién inició una campaña contra los vacceos, que estaban apoyando a la ciudad de Numancia (App., Hisp., I, 81).

En el 134 a.C., Escipión Emiliano, el destructor de Cartago, fue nombrado gobernador de la Hispania Citerior, haciéndose cargo de la situación numantina. Tras preparar al ejérci­to y aumentar su moral marchó hacia Numancia. Toda la ciudad fue rodeada por obras de circunvalación y siete campamentos romanos. La suerte de la ciudad estaba echada (App., Hisp., I, 92).

Los numantinos intentaron como última esperanza hacer salidas y, aunque alguno pudo es­capar para pedir ayuda a las ciudades vecinas, nadie se atrevió a hacer frente a los sitiadores. Tras nueve meses de asedio la ciudad caía. Con ello se abría la puerta para el acceso de Roma a la Meseta.

A lo largo del siglo I a.C. Hispania tuvo un papel muy significativo en las luchas por el poder personal que habían sostenido Mario y Sila. En el año 83 a.C. Sertorio se hizo nombrar pretor para la provincia hispana. Por el peligro que se cernía sobre él en Roma marchó hacia el territo­rio que le había sido asignado, donde preparó un fuerte ejército armado con gran cantidad de má­quinas de guerra (Plut., Vit. Sert., VT).

El ejército de Sertorio fue derrotado por las tropas de Pompeyo, desapareciendo completa­mente la amenaza el 72 a.C. Durante la Guerra Civil entre César y Pompeyo, Hispania volvió a desempeñar un importante papel, siendo necesaria la presencia del primero para eliminar los úl­timos focos de resistencia.

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Gladius, Anejos 8, 2005 6. LA MAQUINARÍA BÉLICA EN HISPANIA 149

En un principio, las operaciones se centraron en la zona de Corduba, teniendo como prin­cipales escenarios Vlia, Corduba y Ategua en manos de Pompeyo. El resultado de esta prime­ra parte del enfrentamiento favoreció a César, que levantó el cerco de Vlia y logró tomar Ategua tras un durísimo asedio (B H i s p 7-19). La ciudad cayó el 19 de febrero del 45 a.C., con lo que los pompeyanos perdían una de sus principales plazas en la zona. La victoria total de César en la batalla de Munda abría una etapa de gobierno unipersonal y ponía fin a la Gue­rra Civil.

Bajo el gobierno de Augusto comenzaron las campañas contra los cántabros y astures, que su­ponían el ultimo foco de resistencia frente a Roma. Iniciadas las hostilidades el año 29 a.C., en tres años fue pacificado el territorio. Un nuevo levantamiento se habría de producir durante el año 19 a.C. en el que fueron derrotados definitivamente por Agripa. Con este último episodio quedaba definitivamente conquistada Hispania.

A pesar de la parquedad de las fuentes documentales, resultan de gran interés para corroborar la información aportada por los materiales arqueológicos y facilitar la ubicación en el espacio y en el tiempo de las operaciones militares romanas en la Península.

6 .3. R e s t o s a r q u e o l ó g ic o s d e c a t a p u l t a s

6 .3.1. L a c a t a p u l t a t i p o SCORPIO d e A m p u r i a s ( G e r o n a )

Los restos de la catapulta (Fig. 67) fueron encontrados en 1912 en un depósito de armas jun­to a la puerta sur de la Neápohs de la ciudad de Ampurias (Puig y Cadafalch, 19 11-1912).

El hallazgo consiste en el capitulum, prácticamente completo, de una catapulta tipo scorpio con las placas de refuerzo en los frontales y laterales, alcanzando una altura total de 41, 4 cm (Barthel, 1914; Schramm, 1918a; Pitollet, 1920). Los elementos conservados de esta pieza de artillería son los siguientes (Russo, 2004, 138-145):

- 2 placas de hierro para reforzar la tabula superior.

— 2 placas de hierro de la tabula inferior.

- 1 placa central rectangular para cubrir la columna central (parastas media).

- 2 placas de hierro que recubrían las columnas laterales (parastatica) .

— 4 placas de hierro para la tabula superior y la inferior, en la que encajarían a la perfec­ción los modioli. Cada una de ellas tiene 8 agujeros.

— 4 modioli de bronce con una altura de 4 cm y 7,9 cm de diámetro interno, con sus res­pectivas clavijas de sujeción de los resortes.

- 4 palancas de hierro, asociadas a los modioli.

— Clavos, clavijas, pasadores y elementos de unión a las placas del armazón de madera.

Por las armas asociadas en este depósito, la máquina puede datarse en torno a la primera mi­tad del siglo II a.C. y constituye la más antigua de las piezas de artillería romana encontrada has­ta la fecha (Puig y Cadafalch, 1911-1912; Bosch Gimp era, 1913-1914).

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150 ARTILLERÍA Y POLIORCÉTICA EN EL M UNDO GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

Fig. 68. Reconstrucción del capitulum de la catapulta tipo scorpio de Ampurias (Gerona)(Russo, 2004)

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Gladius, Anejos 8, 2005 6. LA MAQUINARIA BÉLICA EN HISPANIA 151

6 .3.2. L a s c a t a p u l t a s t i p o scorpio d e A z a i l a ( T e r u e l )

Además de los restos de una rampa de asedio (Beltrán Lloris, 1995), Beltrán, tomando los da­tos de Cabré (Cabré, 1925; Cabré, 1944), menciona el hallazgo arqueológico de seis modioli que corresponderían a dos catapultas del tipo scorpio (Beltrán Lloris, 1976a; Beltrán Lloris, 1976b). Una de ellas fue hallada en 1925 en la estancia que Cabré consideró como el Templo (Cabré, 1925) y la otra 17 años más tarde en el estrato que él mismo definió como inferior ibérico, den­tro de lo que podría ser la casa de un jefe local (Cabré, 1944, 7).

En el interior del Templo, Cabré encontró los primeros restos en la zona derecha de la celia (Cabré, 1925). El descubridor los identificó como “pertenecientes a una catapulta carbonizada con el armazón de hierro y bronce muy estropeado” . Los restos estaban muy dañados porque ha­brían caído al suelo desde el muro en el que se encontraría ubicada la máquina para la defensa de la ciudad. Años más tarde (Cabré, 1944) se menciona el hallazgo de los restos correspondientes a otra catapulta, aunque la descripción es muy breve.

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Gran parte de los elementos pertenecientes a estas dos catapultas se perdieron durante la Guerra Civil, sin que se conozca su ubicación actual. Las piezas restantes fueron depositadas como un solo bloque en el Museo Arqueológico Nacional a lo largo de los años 40, por lo que es imposible identificar los materiales correspondientes a cada una de las máquinas (García Diez, 2002).

Actualmente, en esta institución quedan más de doscientos fragmentos de lo que debían ser las dos catapultas. Los restos de grandes dimensiones y más interesantes conservados hoy en día son un modiolus, un anillo de hierro, así como fragmentos de otros (García Diez, 2002, 296-298; Fig. 69). El modiolus, deformado y con pérdida de parte del material, correspondería a los mate­riales hallados en la casa del jefe, mientras que los anillos formarían parte de los restos hallados en el interior del Templo. Sus dimensiones son de 94 mm de diámetro interior, 166 mm de diá­metro exterior y con una altura total de 62 mm.

El anillo más completo tenía dispuestos, junto a su borde externo, nueve clavos de cabeza cir­cular y aplastada, de los que se conservan ocho. En el centro de la superficie tiene doce perfora­ciones para alojar los pasadores que fijaban el modiolus, lo que dejaba un ángulo medio de separación entre ellos de 30°. El diámetro exterior del anillo sería de 286 mm, 122 mm de diá­metro interior y con una altura total de 34 mm.

La mayoría de los elementos restantes son láminas, pletinas y placas de diferente grosor que, junto a los clavos de cabeza redonda y sección cuadrada, servirían de refuerzo y sujeción para las estructuras de madera situadas en los cabezales. En algunos casos, las placas aparecen unidas en­tre sí por medio de clavos, dejando el hueco correspondiente a la madera perdida.

Otras piezas que, a priori, pueden tener una gran importancia pero que se hallan fragmentarias y de las que no se han encontrado paralelos serían un fragmento del engranaje del torno y parte de los brazos de ese torno, de forma cuadrangular como ya apuntaba Heron (Marsden, 1969, 25).

Además de los restos de catapultas, en este yacimiento también se han encontrado bolaños arrojados por las ballistae. El número de ejemplares hallados llega a doce, con un diámetro que oscila entre los 12 , 4 y los 19,4 centímetros. Todos están tallados en piedra caliza y su peso varía entre 1,9 y 6,3 kilos. Entre los proyectiles se aprecia una concentración clara en dos grupos, uno cercano a las ocho minas de peso (Tabla 5) y el otro en torno a las doce (García Diez, 2002, 298- 299).

6 .3 .3 . L a c a t a p u l t a t i p o SCORPIO d e C a m i n r e a l ( T e r u e l )

Los restos arqueológicos más completos y que proporcionan la mayor información para la comprensión de las primeras piezas de artillería romana son los del poblado de La Caridad (Ca­minreal) (Fig. 70). El hallazgo se produjo durante las excavaciones arqueológicas realizadas entre los años 1984 y 1985 (Vicente et alii, 1985). La pieza estaba a la entrada de uno de los cubicula, dentro de la conocida como Casa de Likine, la más importante del yacimiento con una extensión de 915 metros cuadrados.

El material hallado está un poco deformado a causa de un fuerte impacto y su choque poste­rior contra el suelo. De la presencia de los modioli en su situación original se deduce que la cata­pulta se encontraba montada con los haces en tensión en el momento de ser destruida (Fig. 71). Los elementos conservados que componen el capitulum de esta máquina son (Vicente et alii, 1997):

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Fig. 70. Restos arqueológicos de la catapulta tipo scorpio de Caminreal (Teruel) en el momento de ser hallada. Museo de Teruel (Vicente, 1997)

Fig. 71. Catapulta tipo scorpio de Caminreal (Teruel) una vez restaurada. Museo de Teruel (Vicente et'alii, 1997)

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Fig. 72. Modiolus de la catapulta tipo scorpio de Cammreal (Teruel). Museo de Teruel (Vicente et alii, 1997)

- 2 placas de hierro para reforzar la tabula superior.

- 2 placas de hierro de la tabula inferior.

- 1 placa central rectangular para cubrir la columna central (parastas medid). Adherida a esta lámina hay otra con escotadura central y dos clavos relacionados con la corredera del arma.

- 2 placas de hierro que recubrían las columnas laterales {parastatica), cada una con resal­tes semicirculares.

- 4 anillos de hierro con 12 perforaciones y 4 aletas de sujeción a la tabula.

- 4 modioli de bronce con sus clavijas de ajuste (Fig. 72). Todos son iguales con alguna li­gera modificación ocasionada por los retoques de fundición y las deformaciones propias del uso.

- 4 palancas de hierro (epizygis) asociadas a los modioli. Están estranguladas en los extremos para evitar el deslizamiento lateral de las cuerdas y estrechadas en su base para encajar en las ranuras de los modioli.

- Clavos, clavijas, pasadores y elementos de unión a las placas del armazón de madera.

- 2 piezas cónicas con una anilla en el extremo que, a pesar de la dificultad de su inter­pretación, podrían corresponder a refuerzos del arco de la catapulta.

Del resto de los elementos de la catapulta, como eran los dispositivos de disparo o elemen­tos de la base no se halló nada. La característica más significativa de la catapulta de Caminreal es la presencia de dos aberturas de forma rectangular en la columna central (Vicente et alii, 1997; Fig. 73). La primera más alta tiene como finalidad alojar el extremo de la corredera, mien­tras que el bajo es más problemático y tan sólo aparece en la catapulta de Cremona (Baatz, 1980; Fig. 25) y en el ejemplar turolense. Gracias a él, y con la ayuda de un pasador (Fig. 84), se po­dría fijar la corredera de forma segura al capitulum y, a la vez, facilitar su desmontaje con rapi­dez (Iriarte, 2003).

Del análisis de los objetos asociados a la catapulta se pueden extraer con bastante precisión las fechas de fundación y destrucción del yacimiento. Sus orígenes se remontarían a finales del sigloII a.C. y su abandono total en tomo al 80-72 a.C., probablemente como consecuencia del con­flicto sertoriano. Es en este último episodio cuando habría que situar los restos.

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Fig. 73. Reconstrucción del capitulum de la catapulta tipo scorpio de Caminreal (Teruel) (Russo, 2004)

6 .4 . R e s t o s a r q u e o l ó g ic o s d e p r o y e c t il e s

Los restos arqueológicos de proyectiles se han ido prodigando por todo el territorio peninsu­lar, sobre todo a lo largo del espacio de la mitad Norte, ya que en este espacio fue en el que se produjeron los mayores enfrentamientos armados, acompañados de la mayor resistencia frente a la romanización. Es necesario destacar su abundancia en el territorio de la antigua Celtiberia, en­marcados en el marco de las Guerras Celtibéricas y el posterior conflicto sertoriano.

El asedio de la ciudad de Numanda (App., Hisp., I, 92) fue el más significativo de nuestro te­rritorio y corrió a cargo del general Escipión el Africano. Tras cercar ampliamente la ciudad pro­cedió a su asedio con fuego de artillería. EÎ hecho está atestiguado por el hallazgo de un elevado número de proyectiles de piedra en la excavación del campamento principal (Schulten, 1927, 264). Estas piezas no se corresponden con un módulo determinado, variando mucho en cuanto a sus dimensiones.

El yacimiento de Contrebia Beiaisca se ubica en el Cabezo de las Minas, en la actual Botorrita (Zaragoza). Son varios los puntos del yacimiento en los que han aparecido bolaños para ballistae (Fig. 22) de diferentes dimensiones (Beltrán Martínez, 1982; Beltrán Martínez et alii, 1986-1987).

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La presencia en algún sector de la ciudad de un elevado número de piedras indica una destrucción violenta, con un ataque muy intenso por parte de los sitiadores. A tenor de los hallazgos, las bate­rías de máquinas se ubicarían al Sur de la ciudad.

En el Sector XI, justo sobre la entrada de una estancia, durante las excavaciones de 1985 fue descubierto el cadáver de un niño de entre 5 y 7 años. Si se tiene en cuenta que en ese espacio apa- recieron en el transcurso de las excavaciones más de 15 bolaños de catapulta y que la cabeza del ca­dáver apareció diseminada a varias alturas y a gran distancia del cuerpo, se puede llegar a la conclusión de que pudo haber sido decapitado por un impacto (Beltrán Martínez et alii, 1985). Sin duda alguna, se trata de un caso muy excepcional, que confirma la potencia de las máquinas de torsión y algunas de las descripciones dadas por los autores clásicos y que, en principio, podían parecer exageradas.

El proyectil más interesante hallado hasta la fecha (Jordán, 2001) es de piedra arenisca y se encontró durante unas obras efectuadas en 1996 en el casco urbano del actual pueblo de Boto- rrita. A pesar de no haber sido hallado dentro del yacimiento procedería de Contrebia Belaisca, aunque también podría tratarse de una falsificación actual. Tiene 97 cm de perímetro, 30 cm de diámetro, y presenta una inscripción excisa en signario ibérico que ocupa un espacio de 10 cm de altura y 21 cm de longitud. La inscripción dice “n-a-i” y se trataría de un caso de propagan­da militar.

Resulta difícil datar los proyectiles hallados en el yacimiento a causa del elevado número de destrucciones sufridas. Un primer acontecimiento violento parece corresponder al período com­prendido entre el 190 y el 151 a.C. Tras la reconstrucción, durante las guerras sertorianas, en tor­no al 76 a.C., fue dañado de nuevo el sistema defensivo. Pero, será entre el 48 y el 29 a.C., con posterioridad a la batalla de Ilerda, cuando la zona de adobe sea destruida (Beltrán Martínez, 1986-1987), lo cual está atestiguado por el hallazgo de proyectiles en ese punto. El resto de bo­laños encontrado sin contexto arqueológico pueden corresponder a cualquiera de estos episodios (Beltrán Martínez, 1982).

Pero, sin lugar a dudas, el depósito más significativo de proyectiles hallado en Hispania hasta la fecha es el de Calagurris (Calahorra) 110. En las obras recientes de un solar del recinto urbano apareció una galería de 1,5 metros en la cual se amontonaban varios cientos de proyectiles. En un lugar muy cercano, durante la primera mitad del siglo XX, había aparecido otro depósito seme­jante cuyos materiales fueron arrojados en las cimentaciones de las nuevas obras. Los ejemplares recuperados durante estas dos intervenciones proporcionan un balance de 314 piezas, de un nú­mero que podría superar el millar.

De entre todos los proyectiles recuperados destacan 30 por sus inscripciones. Los dos más in­teresantes son los que llevan inscrito “castra Martia y “exerceto EEÎVfuga M(arco) Lep(i)do for­midine” . El resto tienen inscripciones de carácter numeral, además de una pieza con el signo celtibérico ti> lo que podría servir para corroborar la participación de tropas indígenas en las la­bores de asedio. La datación de este conjunto de materiales podría variar en función de que los textos aludan a Marco Lépido el triunviro o a Marco Lépido, el cónsul coetáneo de la guerra ser- toriana, pues los dos operaron en territorio hispano durante el siglo I a.C.

También, es necesario señalar, por su interés histórico, los restos hallados en el territorio del Noroeste de la Península Ibérica, enmarcados en el contexto de las Guerras Cántabras.

110 Veiaza et alii, 2003, 9-30; Cinea et alii, 2003, 263-271.

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Fig. 74. Proyectil del Cerro de la Espina del Gallego (Peralta Labrador, 1997)

Al Norte de la Cordillera Cantábrica se encuentra la fortaleza de la Espina del Gallego. Se tra­ta de un yacimiento que dispone de una ubicación excelente, en un estrechamiento que controla la vía natural de acceso desde el Alto Ebro hasta la zona costera de Cantabria (Peralta Labrador, 2002, 328). En la acrópolis, entre dos piedras de los muros de fortificación, se encontró una pun­ta de hierro dt pilum catapultarium (Peralta Labrador, 1997) (Fig. 74).

El hecho de que esta punta se haya encontrado clavada entre dos piedras indica que el pobla­do fue tomado mediante asedio por los romanos. Por el hallazgo de un denario de la familia de los Mussidia en los alrededores podría fecharse en torno al 42 a.C. El interés de este hallazgo ra­dica en que se trata de la primera evidencia arqueológica de las guerras cántabras.

El yacimiento de Andagoste (Cuartango, Alava) se ubica en una elevación en el centro del va­lle de Cuartango, en ia confluencia del río Bayas y el Vadillo. Cuartango se ubica, por tanto, en un punto estratégico clave para el control entre la franja costera de Bizkaia y la cuenca del Ebro.

El hallazgo (Ocharán Larrondo y Unzueta Portilla, 2002, 314) consiste en 4 puntas de dar­do en hierro con punta piramidal y sección cuadrada. Tres de ellas tienen enmangue de espiga, mientras que la cuarta dispone de un enmangue tubular, junto a los proyectiles de catapulta se ha hallado un abundante número de armas. Todas estas piezas se ubican en un estrecho espacio en torno a una franja de 60 metros, ío que podía ser considerado como el escenario de una ba­talla. El conjunto habría que datarlo durante las guerras que condujeron a la ocupación de las cordilleras orientales del Cantábrico entre el 26 y el 19 a.C.

También resulta significativa la información obtenida en los campamentos militares de este es­pacio. El establecimiento de Aquae Querquennae está ubicado en la provincia de Orense, for­mando parte del ayuntamiento de Bande y más en concreto de la aldea de Portoquintela. El asentamiento es un campamento que albergó a la Cohors I Gallica Equitata Civium Romanorum y que habría que datarlo en época altoimperial, entre el principio de la dinastía Flavia (69-79 d.C.) y la conclusión del reinado de Adriano (117-138 d.C.).

Los restos hallados (Rodríguez Colmenero y Vega Avelaira, 1996, 403) corresponden a tres puntas de dardos para catapulta en mal estado de conservación. Morfológicamente responden a la tipología más usual, con forma cuadrangular en la punta y circular en la zona de enmangue. Su tamaño oscila entre 7,8 y 11 centímetros de longitud, con 1,4 centímetros en el enmangue.

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El campamento de Herrera de Pisuerga (Palencia) fue la sede principal de la Legio III Mace­donica. En este yacimiento se lia identificado una cabeza robusta de pilum catapultarium con for­ma de triángulo isósceles, de sección cuadrada, y con un fino pedicelo circular (Fernández Ibáñez, 2002, 388-390).

Si bien la mayor parte de los restos hallados pertenecen al período de conquista y primera ocupación de Hispania, también es posible encontrar materiales dei período bajoimperial, aun­que resultan mucho más escasos.

En la ciudad de Arcóbriga (Soria), la torre n° 36 fue la que resistió el mayor ataque durante el asedio del ejército romano (Beltrán LLoris, 1987). Esta construcción fue ampliamente batida por las ballistae. En su base fueron encontrados incrustados, entre los restos de los muros, 23 pro­yectiles en piedra. Sus dimensiones varían mucho, oscilando entre los poco más de 6 kilos de pe­so de los más pequeños y los 29 de los de mayores dimensiones.

Estos elevados calibres nos hablan de la presencia de máquinas de varios metros de altura pa­ra el asedio de la ciudad. Resulta indudable, a la luz de los hallazgos, que la ciudad fue tomada de forma violenta y que el grueso de las operaciones se concentraron en la torre en la cual han si­do hallados los proyectiles. Esta destrucción podría datarse durante el siglo III d.C.

La ciudad romana de Iruña/Veleia está situada a 10 Km al este de Vitoria-Gasteiz (Álava). Du­rante el siglo III d.C. la crisis que rodeaba al imperio romano se hizo sentir con la reducción en la extensión de la ciudad y su protección con un muro defensivo (Gil Zubillaga, 1995). Tras el siglo IV d.C. de estabilidad, la destrucción final de la ciudad llegó en la primera mitad del siglo siguiente.

Los restos hallados (Gil Zubillaga et alii, 2000) consisten en un cerrojo, cuatro proyectiles me­tálicos y dos fragmentos dentados. Las puntas de flecha son pesadas, aunque podrían correspon­der a la máquina conocida como manuballista o arcuballista. En cuanto a los fragmentos dentados, son semicirculares y tienen trece dientes triangulares de forma simétrica. Por la presen­cia de tres clavos circulares se deduce que la pieza estaba unida a otras piezas de madera.

Los restos de 23,5 mm son fragmentarios, por lo que la pieza completa tendría en torno a los 42 mm. Gracias a un par de piñones y a las piezas halladas se podría constituir un mecanismo bá­sico de elevación para una máquina compleja, que podría ser una ballesta estática desplazada por medio de una manivela. Sin embargo, lo limitado de los restos no permite confirmar con seguri­dad esta hipótesis.

6 .5 . E s t r u c t u r a s c o n s t r u c t iv a s v in c u l a d a s a l a u t il iz a c ió n

D E LA M AQU INARIA BÉLICA

Vía Marsella, llegaron a la colonia griega de Emporion (Ampurias, Gerona) las innovaciones poliorcéticas surgidas en la Magna Grecia (Sanmartí et alii, 1988; Sanmartí et alii, 1991; Berro­cal Rangel, 1995). El primer trazado amurallado de la ciudad de Emporion habría que datarlo en la segunda mitad del siglo V a.C. Medio siglo después se desarrollaron las murallas que delimita­ban la ciudad en sus lados oeste y sur, y que constituían un sistema complejo de defensa. La par­te oeste estaba protegida por una cortina en cremallera con codos continuos. Por el contrario, en el lado sur de la muralla se optó por torres intercaladas a igual distancia (30 metros). Completa­ba el conjunto una puerta acodada, protegida por una torre que obligaba a recorrer un acceso di­fícil para poder acceder hasta la ciudad.

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Gladius, Anejos 8, 2Ü05 6 .1.A MAQUINARIA BÉLICA EN HISPANIA 159

Las obras de proteichisma y de epikampion, situadas delante de esta última torre, habría que datarlas a finales del siglo III a.C. y quizás estarían vinculadas con las últimas operaciones carta­ginesas en territorio hispano. Será ya en el siglo II a.C. cuando la construcción de los templos de Serapis y Asclepios obliguen a tirar una parte de las murallas y a recrecer el conjunto. Esta mura­lla lineal se protegerá con torres cuadrangulares avanzadas.

La influencia de Empori on fue notable en los núcleos indígenas cercanos y más próximos a la costa, que adoptaron las concepciones defensivas experimentadas en la metrópoli, como es el ca­so del poblado del Puig de Sant Andreu (Ullastret, Gerona) (Oliva i Prat, 1946; Arribas y Trias, 1961) y el Castellet de Banyoles (Tivissa, Tarragona) (Serra-Rafols, 1964-1965).

El Castellet de Banyoles (Serra-Rafols, 1964-1965) disponía de una puerta protegida por dos torres pentagonales con base de piedra y superestructura de ladrillo y adobe. Mientras que la ba­se, construida directamente sobre la roca, proporcionaba mayor resistencia frente al minado, el ladrillo absorbía mejor los impactos. Sin duda alguna, la finalidad de estas torres era puramente defensiva, pues probablemente en ningún momento pudieron disponer de piezas de artillería en su interior.

La importancia de este yacimiento reside en la presencia de un sistema defensivo avanzado (proteichisma) delante de las torres y la ubicación de una poterna detrás de la torre sur. También resulta de interés la aplicación de módulos sicilianos en la construcción de los ladrillos empleados a lo largo del muro y en la presencia de una alcantarilla interior para evacuar el agua de lluvia y que no dañara el adobe de las murallas.

Pero, es en el oppidum del Puig de Sant Andreu (Ullastret) (Oliva i Prat, 1946; Arribas y Trias, 1961) donde es posible apreciar el sistema defensivo indígena más complejo de toda la Penínsu­la Ibérica. Sobre unas construcciones del siglo VI a.C. se produjeron ai menos tres modificacio­nes de gran importancia para la mejora del conjunto: la reestructuración de la muralla Frigoleta, la construcción de la zona del Istmo y la remodelación de la puerta n ° 1 con continuas inter­venciones durante los siglos IV y III a.C,

En la reestructuración de la muralla del lado Este del oppidum, también conocida como mu­ralla Frigoleta-Sagrera, se añadieron cinco torres circulares y una cuadrangular a la primitiva mura­lla del siglo VI a.C. Todas ellas responden al mismo módulo y poseen unas dimensiones que varían tan sólo ligeramente, así como el tramo de muralla situado entre ellas.

En la zona del istmo se optó por la solución que aportaba la defensa con cortinas en crema­llera, que proporcionaba un sistema de continuas fortificaciones avanzadas. Todo este conjunto reposaba sobre una torre cuadrangular hueca y se completaba con una poterna de pequeñas di­mensiones. Las puertas también se modificaron con la transformación de torres circulares en pentagonales o el añadido de edificios anexos como cuerpos de guardia.

La disposición de pequeños baluartes o muros avanzados, ubicados delante de los ángulos de las torres circulares de la muralla, respondía a una función de contrafuerte que evitaban que la torre se fuera hacia delante por el impacto de los proyectiles. De interés son las obras de proteichisma que aparecen delante de las puertas n° 1 y 2 , y que obligan a una entrada en zig-zag bajo el fuego directo de una torre en la primera de ellas, y encaminadas a una defensa activa en el segundo caso con la presencia de dos poternas laterales y sistema de doble puerta. Las complejas obras del oppidum de Ullastret se podrían fechar en el siglo IV a.C., aunque las obras de proteichima puedan corresponder al siglo siguiente, en el que también se añadieron en Emporion.

Al hilo de las modificaciones realizadas en el trazado amurallado de estos dos espacios urba­nos, su influencia debió extenderse por el territorio cercano. Así, encontramos también algún

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elemento poliorcétíco de primer nivel en yacimientos próximos como L’llla d’en Reixac 111 (Ullastret), Turó del Montgros (El Brull) (López y Rovira, 1982; Molist y Rovira, 1991) y Mas Castellar (Pontos) (Gracia Alonso, 1997).

En el primero de ellos está constatada la presencia del paramento propio del Puig de Sant An­dren, de una muralla en cremallera y de una torre saliente, todo ello datado el siglo IV a.C. Por el contrario, en el Turó del Montgros aparece una cortina con casamatas para los cuerpos de guar­dia, una poterna asociada a ella, la entrada principal en embudo y unas obras exteriores que po­drían ser consideradas como una proteichisma. Todo el conjunto se puede datar entre la primera mitad del siglo V a.C. y el final del siglo 111 a.C.

En la Serreta de Alcoy (Llobregat et alii, 1995) también se aprecia una torre pentagonal, se­mejante a la de Banyoles (Pallarés, 1983-1984; Pallarés et alii, 1986; Pallarés, 1986), en la puer­ta de entrada con el sistema de brazos paralelos que funcionaba como una defensa avanzada. Se podría datar la obra en el primer cuarto del siglo II a.C., en un espacio totalmente dominado por los romanos e influenciado por ellos.

Y en La Picola (Santa Pola, Alicante) (Moret et alii, 1994) volvemos a encontrar obras de pro­teichisma, además de torres rectangulares de grandes dimensiones y un foso profundo reforzado en su estructura para poder contener agua.

Pero, no sólo encontramos fortificaciones adaptadas a la poliorcética en la zona costera medi­terránea. En algunos yacimientos puntuales del interior como el Castro de Capote (Higuera del Real, Badajoz), datado entre el siglo IV a.C. y el I a.C. se observan estructuras defensivas com­plejas (Berrocal-Rancel, 1995, 33) como torres poligonales, una entrada en embudo, cortinas en cremallera, foso con caballos de frisia y una proteichisma.

El asedio de Sagunto del 219 a.C. (Polib., XXI, 7-12) marcará un antes y un después en el desarrollo de las fortificaciones hispanas. Ante sus muros fueron puestas en funcionamiento, por primera vez en Hispania, máquinas de asedio como torres, arietes o catapultas (Astin, 1967; Romeo, 1995; Romeo y Garay, 1997). A pesar de que en la construcción de sus muros se habían aplicado algunos de los principios poliorcéticos que se estaban desarrollando en el ámbito del Mediterráneo, las defensas cayeron. Esta experiencia demostró que las murallas de las ciudades hispanas no estaban preparadas para hacer frente a un ejército dotado de máqui­nas de asedio.

La influencia romana (Romeo, 1997; Romeo, 2002) se plasmó, en primer lugar, en las modi­ficaciones de los paramentos, que se redujeron y se trabaron con argamasa además de la creación de accesos secundarios para operaciones rápidas y la aparición de murallas con sistemas de cajo­nes y trazados cóncavos de los muros.

Si el sistema defensivo de las defensas ibéricas era de carácter muy simple, con una torre den­tro del recinto amurallado y una línea de foso alrededor, por influencia de la zona costera se pro­dujo una evolución. Comenzaron a aparecer sistemas dobles de fosos y aumentaron, tanto el número de torres como su configuración, algunas incluso con compartimentación interior. Un buen ejemplo de este sistema lo constituye el poblado de San Antonio de Calaceite, con una to­rre curva que se protege por un foso al que antecede un grueso muro (Romeo, 1998).

Los sistemas de fosos dobles y triples, encaminados a impedir el uso de la artillería, apenas apa­recen en territorio hispano (Romeo, 1997). SÍ tenemos en cuenta que el uso de la artillería fue

111 Marvin y Sanmartí (1976-1978); López et alti- (1991); Martín (1996a).

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Gladius, Anejos 8, 2005 6. LA MAQUINARÍA BÉLICA EN HISPANIA 161

muy tardío en el territorio hispano y llegó de manos de los cartagineses, todos los casos hallados corresponden a un período posterior a la Segunda Guerra Púnica.

El yacimiento de Los Castellazos de Mediana de Aragón resulta de gran interés para la po­liorcética hispana (Romeo, 2002). En él es posible apreciar un sistema complejo formado por sie­te fosos. Sin duda alguna, el objetivo de esta compleja articulación era aislar cotas y mantener alejadas las piezas de artillería y la maquinaria pesada de asedio. En él es posible apreciar clara­mente la influencia de los sistemas defensivos romanos.

Estos elementos expuestos en los yacimientos anteriores son los más típicamente mediterrá­neos dentro del territorio hispano y nos hablan de la presencia de algún arquitecto foráneo para su diseño y construcción. A pesar de todo esto, las fortificaciones hispanas, salvo las construidas según patrones griegos, romanos o cartagineses, en ningún momento disponían de elementos de­fensivos para poder resistir un asedio continuado con maquinaria bélica.

Junto a los restos hallados en yacimientos indígenas, también aparecen evidencias arqui­tectónicas en los campamentos romanos y en las obras de asedio encaminadas a tomar alguna ciudad.

Es el caso de Numancia, según apunta Apiano (App., Hisp., I, 92), para su circunvalación se utilizaron abundantes máquinas de asedio, al mismo tiempo que se construían torres defen­sivas de dos pisos a lo largo de todo el perímetro. En ellas se ubicaron tanto catapultas tipo scor­pio como ballistae. En el caso del campamento III de la Gran Atalaya estaba defendido por 27 torres y muchas de ellas tenían rampas para admitir máquinas de artillería, tanto pesada como ligera.

Prueba de la resistencia de los sistemas defensivo ibéricos resulta el yacimiento del Cabezo de Alcalá de Azaíla (Teruel). Durante el conflicto sertoriano esta ciudad sufrió un importante ase­dio. A pesar de la fragilidad constructiva de los sistemas defensivos, los sitiadores fueron obliga­dos a la construcción de una rampa de asedio (Beltrán Lloris, 1995) a través de la que desplazar una torre con la que superar las defensas del enclave.

Se localiza aprovechando la prominencia natural que se encuentra al sur de la acrópolis, la zo­na de más fácil acceso. La cima del promontorio sobre el que se sitúa la rampa, que alcanza los cinco metros en algunos puntos, está tan sólo ocho metros por debajo de la cota de la acrópolis.

A continuación, se construyó un agger de opus caementicium de 26 metros de anchura por 75 de longitud, que llegó en su punto de partida hasta una altura de 4,14 metros. Este agger formaría parte del plan de asalto a Azaila. La pendiente de la rampa es del 0,4 % hasta el bor­de de la muralla. Todavía se encuentran restos de mortero en el lugar donde se construyó esta obra de ingeniería.

En este lado sur de la muralla se abrió un boquete de grandes dimensiones, aproximadamen­te de 8 metros, que debió ser provocado por el ariete situado dentro de una torre de asedio. Para defender este lugar por el que se rompieron las defensas, los habitantes de la ciudad dispusieron una catapulta tipo scorpio en el Templo, medida que resultó insuficiente íl2. La ciudad fue to­mada y totalmente destruida entre el 76 y el 72 a.C.

Las torres de asedio utilizadas frente a Azaila habían sido construidas por Sertorio en el año 77 a.C. para la toma de Contrebia Belaisca (Botorrita). Con ellas destrozó las murallas tras un asedio de 44 días. Esto está documentado arqueológicamente, pues en la muralla de esta ciudad

152 Los restos de esta catapulta son los que se han descrito con anterioridad y se conservan en el Museo Arqueoló­gico Nacional (García Diez, 2002).

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162 ARTILLERIA Y POLIORCÉTICA LN EL M UNDO GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

se conservan las huellas de los impactos producidos por los proyectiles de las catapultas (Beltrán Lloris, 1995).

El campamento de Cildá (Corvera de Toranzo y Arenas de Iguña, Cantabria) se encuentra en la cima del monte Cildá, a 1066 metros de altitud y presenta todas las características ads­critas a los campamentos militares romanos de campaña, como eran los terraplenes de tierra y los fosos.

En este establecimiento militar, justo sobre el agger, se observa una especie de camino de ron­da nivelado (Peralta Labrador, 2002). Detrás de éí hay una plataforma nivelada que se vincularía con la presencia de máquinas de guerra del tipo scorpio (Fig. 84) o ballistae (Fig. 22), que se si­tuaban separadas por un trecho a lo largo de las líneas defensivas de los campamentos romanos. Las obras de este campamento habría que vincularlas con el episodio de las Guerras Cántabras.

Armauirumque
Armauirumque
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7. LA ARTILLERÍA EN LAS BATALLAS CAMPALES

7 .1. In tr o d u c c ió n

A pesar de que la artillería en la Antigüedad tenía como principal función contribuir de for­ma activa a las tareas de asedio, no tardó en ser apreciado su valor en los enfrentamientos en cam­po abierto.

Su objetivo fundamental en las batallas campales, no era tanto causar bajas al enemigo como distraerle, evitando que centrara su atención en las tropas de infantería. Gracias a su potencia, los proyectiles de las catapultas eran capaces de atravesar los escudos y las protecciones corporales des­de una distancia mayor a la de las armas ofensivas de la infantería ligera, causando además un te­rrible daño en la moral del enemigo (Sáez Abad, 2004, 41).

Además de las bajas que causaba la artillería a larga distancia, también impedía el despliegue de las formaciones enemigas, consiguiendo desordenar sus líneas antes de la confrontación direc­ta entre los contingentes de infantería. En la batalla de Mantinea del 207 a.C. Macánidas colocó baterías de catapultas delante de su ejército a intervalos regulares. Con esta disposición táctica pretendía barrer las primeras líneas del ejército enemigo para lograr desordenar el ejército com­pleto (Polib., XI, 12, 4)

En una formación como la falange, en la cual la perfecta coordinación de las fdas y del blo­que resultaba clave, tan sólo con desarticular las líneas del ejército ya se había conseguido una superioridad manifiesta. El ejército, batido por las máquinas y desordenado, quedaba en infe­rioridad al chocar su formación abierta frente a un ejército intacto.

En un primer momento, las piezas de artillería eran muy vulnerables a causa de su escasa mo­vilidad, lo que obligaba a retirar tropas del enfrentamiento directo para su protección cuando no se contaba con obstáculos naturales sobre los que ubicarlas, por ejemplo un río seco, que actuara como parapeto natural sobre el que ubicar las máquinas. Se intentaba que quedaran inicialmen­te fuera del alcance del enemigo, pudiendo infringir un elevado número de bajas antes de que las tropas alcanzaran la orilla.

Esta búsqueda de protecciones naturales se convirtió en una constante si se quería asegu­rar la artillería frente al enemigo. A causa de la escasa movilidad de las piezas de artillería, se tuvo que mantener durante siglos la táctica típicamente macedónica del empleo de obstácu­los naturales.

Su funcionamiento resultaba muy limitado, pues en el caso de que fuera necesario intervenir en la acción de forma rápida se tardaba un tiempo excesivo en cargarlas y descargarlas, desmon­tarlas y volverlas a montar, un tiempo precioso del que, a menudo, no se disponía en una batalla

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164 ARTILLERÍA Y POLIORCÉTICA EN EL M U ND O GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

campal. Así, tan sólo podían ejecutar un número limitado de disparos antes de que el combate se trabara y no pudieran alcanzar objetivos claros.

El peso de las catapultas más pequeñas como los modelos de tres palmos helenístico o tipo scor­pio romana (Fig. 84) oscilaba entre los 50 y 60 kilos y sí las hacía operativas para las batallas cam­pales. Pero, por el contrario, el de las ballistae (Fig. 22) u onagri (Fig. 38) de grandes dimensiones estaba por encima de la tonelada. Las dimensiones de estas últimas máquinas impedían que re­sultaran útiles en un combate, si no se habían instalado en su ubicación definitiva con anteriori­dad al enfrentamiento.

7 .2 . E l m u n d o griego

La primera vez que se utilizaron las catapultas como artillería de campo fue en el enfrenta­miento entre Onomarcos y Filipo 11 de Macedonia. El primero, para conseguir la victoria, tuvo que disponer las catapultas en una zona de colinas inaccesible para las tropas macedónicas (Po- liaenus, E s t r a t II, 38, 2). En ningún momento se movieron las máquinas de su ubicación origi­nal, por lo que desempeñaron funciones de artillería estática. Sin embargo, por medio del efecto moral que causaron entre la infantería macedónica, contribuyeron a decantar la batalla del lado de Onomarcos.

Tras este fracaso, Filipo II creó un programa para impulsar la construcción de piezas de arti­llería en su propio territorio. Sería su hijo, Alejandro Magno el que lograría explotar al máximo las ventajas que proporcionaba la artillería en campo abierto, siempre para permitir un avance o cubrir una retirada. En estos casos utilizó las catapultas forzándolas hasta su alcance máximo, de tal forma que pudieran realizar labores de cobertura a grandes distancias. El caudillo macedonio también supo aprovechar el efecto moral que causaba entre los enemigos el empleo de las cata­pultas, sobre todo cuando nunca las habían visto en acción.

El primer enfrentamiento en el que fueron empleadas las nuevas catapultas creadas bajo el go­bierno de Filipo tuvo lugar en Pelio. En éi, Alejandro se enfrentó a las tropas de Clito, hijo de Glaucias, rey de los taulancios. Para la defensa de sus contingentes de infantería, las máquinas fue­ron montadas sobre la ribera del río y forzadas al máximo alcance, facilitando, de este modo, las operaciones de la infantería (Arr., Anab., I, 6, 8).

Contra los escitas, las tropas macedónicas se vieron obligadas a atravesar un curso de agua. Con la finalidad de facilitar los movimientos de las tropas y que el cruce se realizara sin bajas, de nuevo forzó las máquinas a su máxima potencia, manteniendo a raya a los arqueros escitas que esperaban en la otra orilla y decantando el enfrentamiento del lado macedónico (Arr., Anab., IV, 4, 4). Y aún estaba en uso esta técnica defensiva en los tiempos de Filipo V, que la empleó en el río Aoo 113, y de Perseo en el río Elpeo (Liv., XLIV, 32, 10).

! '3 Hammond, 1966, 39-49; I.iv., XXXII, 5, 13.

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Gladius, Anejos 8, 2005 7. LA ARTILLERÍA EN LAS BATALLAS CAMPALES 165

7 .3. E l m u n d o rom ano

Al igual que había sucedido en el mundo griego, los ejércitos romanos siguieron utilizando las máquinas de forma destacada en los asedios y con carácter minoritario en los enfrentamientos en campo abierto.

Su uso en batallas campales hasta el período imperial romano debió ser muy limitado, pues las máquinas al ser montadas en el campo tenían muchos problemas técnicos. Cuando se moja­ban se estropeaba la madera y el metal, además de deteriorarse los tendones. Esto llevaba a que las máquinas resultaran inoperativas en la mayor parte de las ocasiones.

Para remediar los problemas que planteaba la utilización de las catapultas en las batallas campales, los ingenieros romanos desarrollaron una nueva pieza de artillería conocida como quiroballista (Tabla 8; Fig. 80). La puesta en marcha de este nuevo ingenio a finales del siglo I d.C., mucho más versátil y fácil de desmontar, facilitó el uso de la artillería en los conflictos abiertos.

El siguiente paso en la evolución de la guerra de movimientos llegó con la utilización de carros sobre los que disponer las quiro ballistae. El resultado fue la máquina conocida como carroballista (Fig. 23), que no era más que una quiroballista móvil. Antes de la puesta en marcha de este nuevo ingenio por las tropas romanas, ningún ejército había dispuesto de artillería móvil de campaña armada permanentemente. Con esta innovación, gracias al carro que la portaba, podía aparecer de repente en cualquier punto del frente y apoyar más enérgicamente a la infantería y caballería en las zonas más vulnerables, lo que le otorgaba un carácter de enorme versatilidad.

A pesar de la novedad que suponía la carroballista, la artillería de campaña tan sólo estuvo se­gura cuando pasó a estar ubicada dentro de pequeños fortines temporales colocados en los flan­cos de la batalla. Pero, hay que tener en cuenta que, en muchos casos, antes de una batalla no se disponía del tiempo suficiente para poder llevar a cabo estas construcciones sobre las que dispo­ner las máquinas.

Cuando no se disponía de fortines, la táctica empleada consistía en colocar la artillería mó­vil en los flancos mientras que la fija se situaba tras las líneas de infantería, para que no pudiera ser alcanzada por los enemigos. Las máquinas ubicadas en las alas serían carroballistae (Fig. 23), encargadas de arrojar flechas en fuego directo. Por el contrario, tras las tropas de infantería se hallarían las ballistae (Fig. 22), que batirían al ejército enemigo por medio de disparos en tiro parabólico. Este tipo de combate fue muy utilizado entre los siglos I y III d.C., siendo buenos ejemplos las batallas de Bedriacum (Tac., Hist., III, 23) y la campaña de Arriano contra los ala­nos (Arr., Alan., 5-19).

Durante las Guerras Civiles, los partidarios de Galba y de Vitelio se enfrentaron en la bata­lla de Bedriacum (Tac., Hist., III, 23), cerca de Cremona. Las tropas vitelianas habían acumula­do su artillería en la calzada, disponiendo de un amplio campo de tiro. Una ballista de grandes dimensiones (Fig. 89) de la Legio XV estaba destrozando con sus piedras la formación enemiga. Pero, dos soldados, al infiltrase tras las líneas enemigas, lograron cortar los contrapesos y las ata­duras de la máquina, lo que la dejó inutilizada. Este ejemplo muestra hasta que punto eran frá­giles las catapultas cuando no estaban protegidas por contingentes de infantería o ubicadas tras las defensas.

Arriano, en su lucha contra los alanos, también colocó sus piezas de artillería en las alas de su formación. Se habían dispuesto sobre un terreno alto para poder disparar por encima de la in­fantería pesada y de los arqueros (Arr., Alan., 5-19; Roos, 1928, 177). Esta disposición táctica

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166 ARTILLERÍA Y POLIORCETICA EN EL M UNDO GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

continuó empleándose en los enfrentamientos en campo abierto durante el siglo IV d.C., con la misma disposición que caracterizaba al período imperial (Veg., Mil., TI, 25).

Vegecio señala que la formación en campo abierto de su tiempo se caracterizaba por estar for­mada por seis filas. Detrás de la primera línea había tragularii manejando manuballistae (peque­ño lanzaflechas de torsión) y arcuballistae (pequeño lanzaflechas de “no torsión”) (Veg., M il, IT, 15). En la quinta fila había algunas carroballistae y más manuballistae (Veg., Mil., 11, 14), mien­tras que las carroballistae (Pig. 23) de mayores dimensiones y más potentes se encontraban tras el resto de las tropas (Veg., M il, III, 24).

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8. LA MAQUINARIA BÉLICA EN LA GUERRA NAVAL

8.1. In t r o d u c c ió n

La guerra naval jugó un papel fundamental en la historia de la Antigüedad. Atenas nunca hu- hiera podido crear su imperio comercial sin el apoyo de su poderosa flota mercante y de la es­cuadra de guerra. Y fue esta escuadra, precisamente, la que logró vencer el poderío persa en la batalla de Salamina, manteniendo la independencia de Grecia frente al Imperio Aqueménida. Los combates navales también resultaron cruciales en el siglo III a.C. durante las Guerras Púnicas que enfrentaron a las dos grandes potencias de la época: Roma y Cartago.

Las primeras naves descritas en el mundo griego, que aparecen en la Odisea, podían dividirse en dos modelos: uno ligero y rápido movido por 20 remos y otro más pesado que utilizaba como fuerza motora la fuerza de 50 remos {pentekonteras). A su vez, cada uno de estos tipos podía ser bajo y no ponteado (aphracte) o con un puente para proteger los remeros y, al mismo tiempo, per­mitir los movimientos de los hoplitas sobre la cubierta (cataphracte) (Tarn, 1930).

La galera de dos bancos o birreme parece que fue inventada por los fenicios y más tarde adop­tada por los griegos. Sin embargo, será la trirreme la nave más usada en el mundo griego. Su tri­pulación estaba formada por 200 hombres, de los que 170 eran remeros y el resto infantes de marina (Garlan, 2000, 126-127). A pesar del predominio de la trirreme, también se utilizaron na­ves de mayores dimensiones como las ¿¡uatrirremes o quiriquerremes.

El desarrollo técnico fue dejado atrás por los sucesores de Alejandro Magno, que se enfrasca­ron en una frenética carrera por construir barcos de mayores dimensiones que les proporcionaran prestigio personal. Demetrio Poliorcetes construyó naves movidas por 7 bancos de remeros, y más tarde por 13, 15 y 16. A continuación, Antigono Gónatas desarrolló el Istmia de 18 bancos, se­guido por los navios de 20 y 30 bancos de Ptolomeo II Filadelfo y alcanzando su culmen con el de 40 filas de Ptolomeo IV Filópator (Garlan, 2000, 128).

Desde muy temprano, los ingenios bélicos terrestres fueron aplicados a la guerra naval y se ins­talaron a bordo de las embarcaciones. El arma principal que poseían estas naves era el espolón de bronce en su parte frontal, además de la posibilidad de armarse con sambucae, harpax, asser, cor­vus., catapultas, ballistae y torres adosadas a la cubierta de los barcos. Entre las armas que em­pleaban el fuego destacan el pyrphoros y los proyectiles incendiarios, además del empleo de brulotes para destruir flotas completas.

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! 68 ARTILLERÍA Y POLIORCÉTICA EN EL M UNDO GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

8.2 . In g e n io s em plea d o s e n la guerra naval

8.2.1 . E l g a r f i o

El garfio, utilizado como arma de combate naval, se remonta a los inicios de la navegación, siendo el primer ingenio utilizado en este tipo de combate (Pages, 2000). Parece que se puso en práctica por primera vez durante el ataque de los Pueblos del Mar contra Egipto en torno al 1.200 a.C. (Casson, 1971, 121). Pero, fue, durante la Guerra del Peloponeso, cuando su uso se exten­dió a todas las grandes flotas que operaban por el Mediterráneo. De ahí que aparezca menciona­do en numerosas ocasiones, tanto a bordo de las naves atenienses y de sus aliados como en las embarcaciones siracusanas (Thuc., IV, 25; VII, 62).

Y las flotas romanas que, desde la Primera Guerra Púnica, operaban por el Mediterráneo tam­bién dispusieron de garfios a bordo. En la batalla de Coricos, librada entre los romanos y la flota de Antíoco, estos ingenios desempeñaron una función clave en las tareas de abordaje (Liv., XXXVI, 44, 8). Durante el asedio de Marsella, en el marco de la Guerra Civil, los garfios fueron empleados a gran escala por los buques de César y por las naves que defendían la ciudad (Caes., B. Civ., I, 57-58).

En cuanto a su constitución, el garfio era muy simple y consistía en un palo o una viga de grandes dimensiones con una especie de gancho en su cabeza y con cuerdas en su extremo poste­rior. Cuando una embarcación se acercaba a otra enemiga se lanzaban los garfios sobre ella. Gra­cias a la especial configuración de su diseño permitía que los dos barcos quedaran trabados, impidiendo que se soltaran o, incluso en naves de pequeñas dimensiones, facilitaba que fueran aproximadas.

A pesar de la puesta en marcha del corvus que resultaba mucho más efectivo, el garfio conti­nuó siendo empleado por las naves romanas. En el caso de los barcos de pequeñas dimensiones que no podían incorporar esta innovación, el garfio debió continuar como el arma predominan­te. Sin embargo, hay que señalar que, tras las Guerra Púnicas, el corvus desapareció totalmente y se volvió ai uso del garfio en todo tipo de embarcaciones.

Su utilidad era tal que permitía que, incluso los barcos lentos y poco maniobrables, pudieran aprovechar esta incapacidad para vencer al adversario. La importancia de este ingenio era tal que, según Casson, un grado dentro de la flota romana lo constituía el dolator (Casson, 1971), cuya única misión era cortar las cuerdas de los garfios que arrojaban los enemigos sobre la nave. Hay que tener en cuenta que el principal problema con el que el garfio se podía encontrar era que las cuerdas que lo sujetaban fueran cortadas. De ahí que no tardara en ser sustituida la cuerda de so­ga por otra compuesta por cadenas de hierro. Otra forma de defensa frente a este ingenio consis­tía en cubrir las proas con pieles, de modo que el hierro resbalara y el ingenio dejara de resultar operativo (Thuc., VII, 65).

Los cartagineses empleaban también una especie de garfios que se conocían como harpagones y que se proveían de estas cadenas. Fueron empleados por primera vez a lo largo del 203 a.C. en Utica (Liv., XXX, 10, 16), teniendo como misión romper el bloqueo marítimo a que la había so­metido Escipión. A causa de su gran tamaño y de las poderosas cadenas de hierro que los sujeta­ban, los soldados romanos no lograron inutilizar los ingenios que, en cada embestida lograban arrastrar con ellos una hilera de naves, facilitando que los púnicos se apoderaran de la mayor par­te de la flota romana.

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Gladius, Anejos 8, 2005 8. LA MAQUINARIA BÉLICA EN LA GUERRA NAVAL 169

8.2.2. E l e s p o ló n

El espolón fue una de las primeras armas empleadas en los combates navales. El uso de este ingenio se remonta a los orígenes de la navegación en el mundo oriental y mediterráneo. Así, en un vaso micénico de Ásine, datado entre el 1.200 y el 1.100 a.C., ya encontramos la representa­ción de un barco con una protuberancia en la parte frontal (Pages, 2000, 11 ). A pesar de la abun­dancia de representaciones en las que aparece este elemento, su presencia en barcos de pesca hace que resulte polémico datar el momento de su aparición.

Antes del siglo IX a.C. el espolón no aparece claramente representado en los dibujos. Es en la primera mitad del siglo VIII a.C .} en el conocido como Período Geométrico cuando encontra­mos representaciones de barcos con espolones. Esta primera estructura primitiva sería de forma cónica, con la punta levantada en el horizonte de la quilla.

La primera mención en las fuentes documentales del uso del espolón lo encontramos en la obra de Hipponax de Efeso, durante la mitad del siglo VI a.C. Es justo en ese momento cuando se transforma su morfología y se opta por diseños zoomorfos, normalmente en forma de cabeza de jabalí, como sucedía en el navio de Samos descrito por Plutarco (Plut., Vit. Per., LI).

En este sentido, destaca el vaso de Aristonothos, datado en el siglo VII a.C. En él se representa un combate naval entre dos navios, uno con espolón en forma de jabalí y el otro con un pico ha­cia abajo, forma fuera de lo convencional y que parece ser fruto de la fantasía del autor (Morri­son y Coates, 1986).

En la tempana batalla naval de Alalia (535 a.C.) entre los etruscos y los foceos, está atestigua­do el empleo del espolón (Hdt., I, 166). Este enfrentamiento resulta históricamente de gran in­terés, pues supuso el retroceso del poderío griego en el Mediterráneo occidental para dejar paso a la nueva potencia cartaginesa. Lo más probable es que los etruscos hubieran descubierto un tipo de espolón diferente al puesto en marcha por los griegos o fenicios.

El espolón de los navios fenicios es bien conocido gracias, sobre todo, a las acuñaciones de las ciudades fenicias y a los relieves del palacio de Nínive, que muestran el ataque de la ciudad de T i­ro por parte de Senaquerib el 701 a.C. Estas representaciones muestran un espolón cónico y me­nos alargado que los griegos, a veces con tres dientes o con alguna influencia griega (Pagés, 2000, 13-14).

La trirreme de época clásica poseía un espolón fijo en la quilla, que se doblaba hacia arriba y tenía tres puntas. Las investigaciones sobre los arsenales de la marina ateniense demuestran que tenían tablas con los espolones en uso o servicio, lo cual permite determinar el número de buques de guerra operativos.

El empleo de este ingenio por las trirremes se vio corroborado por el hallazgo en 1981 en Athlit (Israel) de un espolón de bronce, datado en el siglo IV a.C. Esta pieza pesa 450 kilos y es­tá formada por tres láminas horizontales, enlazadas entre sí por una lámina vertical. Sin embar­go, en contra de lo que pudiera parecer, su peso no era elevado y los espolones griegos, con toda probabilidad, no debían superar los 200 kilos de peso.

El diseño especial de los espolones provocaba que se abrieran enormes vías de agua en el lugar en que impactaban y facilitaban que el navio atacante se desprendiera con facilidad para no ser arrastrado por el dañado. El ataque con espolón era muy complicado, pues el piloto de la nave atacante tenía que maniobrar de forma que no perdiera su propio espolón, al no poder separarlo del barco enemigo. En caso de que no pudiera liberarse, el ataque podía terminar con el vence­dor hundido. Así pasó en numerosas ocasiones durante las Guerras del Peloponeso (Thuc., XVI, 5) y también en la batalla de Quíos el 201 a.C. (Polib., XVI, 2-9).

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ï 70 ARTILLERÍA Y POLÍORCÉTICA EN EL M UNDO GRECORROMANO Clodius, Anejos 8, 2005

Pero, lio siempre los espolones resultaban efectivos. En el enfrentamiento de Décimo Bruto Albino, lugarteniente de César, con los britanos, las naves enemigas estaban recubiertas de ma­dera de gran solidez y fortalecidas con poderosas calas, de tal forma que rebotaban los golpes de los espolones romanos (Oros., IV, 8, 12 ; Caes., B, Gall., III, 13).

A menudo, los espolones perdidos en el combate podían ser recuperados, pues, además de que los combates se llevaban a cabo casi siempre cerca de la costa, el armazón de madera sobre el que se fijaban permitía que flotaran (Morrison, 1986).

Tras ser destruido un barco, lo único que se conservaba era el espolón y, en un combate na­val, la victoria se determinaba por los espolones recuperados. Los trofeos conseguidos en los com­bates navales servían, con frecuencia, como ofrenda en los templos de las ciudades vencedoras. El 520 a.C. los samios fueron vencidos en un combate naval por los eginetas y cretenses y sus espo­lones se consagraron en el templo de Atenea en Egina (Hdt., III, 59).

Tras la batalla de Salamina, los despojos de los espolones arrebatados al enemigo fueron fun­didos para poder disponer de una abundante cantidad de bronce. Con ella se construyó en Del- fos una estatua de Apolo de 5 metros y medio de alto, que portaba un espolón en una de las manos como conmemoración del triunfo (Hdt., VIII, 121).

Los romanos también erigieron muchas columnas rostrales con las que conmemorar las vic­torias navales. La primera de ellas fue construida el 338 a.C. a tenor de la victoria de Ando, en la que fueron capturados todos los barcos del puerto. Sin embargo, es el triunfo de Druilio en el 260 a.C. el que constituye la primera victoria naval romana como tal (Liv., VIII, 13).

Después de la batalla de Actium, Octavio, que se había apoderado de gran cantidad de espo­lones de las naves de Antonio, los colocó en una colina que dominaba el campo en el que se ha­bía celebrado la batalla. El resto llegaron a Roma para decorar el templo de Divus Julius (Dio Cass., LI, 22 y 29).

8.2.3. E l HARPAX

El ingenio conocido como harpax fue inventado por Agripa, almirante de la flota de Octavio. Su primer empleo atestiguado en las fuentes documentales data del 36 a.C. en la batalla de MÍ- ias, durante la Guerra de Sicilia (App., B Ciu, V, 106). El papel desempeñado por este ingenio resultó decisivo y el éxito alcanzado radicó en la novedad que aportaba para la guerra naval.

El harpax consistía en una viga de madera de entre 2 y 2,5 metros de longitud, que estaba re­cubierta por placas de hierro para evitar que la madera pudiera ser cortada con la ayuda de ha­chas. En uno de sus extremos estaba provista de un garfio de hierro y en el otro de fuertes amarras (App., B Ciu, V, 118). Era muy similar al garfio, pero con la innovación de que podía ser arroja­do mecánicamente.

Con la ayuda de una catapulta de grandes dimensiones el harpax era lanzado hasta la cubier­ta del navio enemigo como si se tratara de una flecha. Una vez que se había clavado el proyectil en la superestructura del navio, la amarra era recogida por una especie de torno de grandes di­mensiones, de manera que se lograba atraer ía embarcación alcanzada (Pagés, 2000).

En la batalla de Nauioco del 36 a.C. Agripa lo volvió a emplear aunque introduciendo algu­na mejora encaminada a hacerlo más efectivo. Cadenas de hierro sustituyeron a las de cuerda, consiguiendo que estas últimas no pudieran ser cortadas y dejar inutilizado al ingenio (App., BCiu, V, 118-121).

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Gladius, Anejos 8, 2005 8. LA MAQUINARIA BÉLICA EN LA GUERRA NAVAL 171

8.2 .4 . E l CORVUS

Hasta la Primera Guerra Púnica, Roma no dispuso de una flota de suficiente entidad como para resultar funcional. Fue la necesidad de hacer frente a la armada púnica, la que obligó a los romanos a construir de forma precipitada un contingente naval capaz de oponerse a las naves car­taginesas que se movían por el Mediterráneo.

Druilio, el almirante de la flota romana, era consciente de que a corto plazo era imposible ad­quirir la velocidad y capacidad de maniobra que tantos siglos habían necesitado las tripulaciones púnicas. Por ese motivo, intentaron adecuar el combate naval a las técnicas de combate terrestre, en el cual tenían gran experiencia (Pages, 2000, 27).

El genio militar romano puso en marcha el corvus (Polib., I, 22-23). Esta máquina estaba cons­tituida por una especie de pasarela o puente levadizo de 1,2 metros de ancho y 11 de largo, que se podía levantar, bajar y mover lateralmente por medio de un sistema de poleas y que se sujeta­ba a un mástil de 7 metros de alto fijado a la proa del barco. El tablazón disponía en la parte in­ferior de una punta de hierro afilada que se clavaba en el barco atacado, de modo que quedaran así amarradas las dos embarcaciones.

Los primeros soldados en pasar a través de la pasarela colocaban sus escudos como protección en el frente y a los lados de la barandilla. El resto de tropas podían cruzar de un barco al otro con una protección total. El combate naval había pasado a ser un encuentro terrestre, para el que la flota cartaginesa no estaba preparada.

El primer enfrentamiento entre la recién creada flota romana compuesta por 140 naves y la veterana armada cartaginesa con sus 130 naves de guerra tuvo lugar en Milazzo, al norte de Sici­lia, durante el verano del año 260 a.C. (Polib., I, 23, 5). A pesar de la habilidad marinera que ca­racterizaba a las unidades cartaginesas, sufrieron una estrepitosa derrota. La nueva técnica impulsada por los romanos desconcertó a la flota púnica, que confiaba en el poderío de sus es­polones y no disponía de un elevado número de infantes de marina, que contrarrestaran los ali­neados por las naves romanas.

La puesta en marcha del corvus contribuyó notablemente a la victoria naval de Roma en sus primeros enfrentamientos navales. Pero, tras la batalla de Ecnome (256 a.C.) ya nunca más se uti­lizó este ingenio, que dejó de ser mencionado en las fuentes. Los nuevos modelos de quinquerre- mes romanas, mucho más navegables que sus predecesoras, mejoraron notablemente su capacidad de maniobra.

La presencia del corvus incidía negativamente en las naves, pues reducía de forma acusada su estabilidad y eso era apreciable sobre todo durante las tempestades (Thiel, 1946, 433-440). De ahí que sólo siguiera en uso en las naves de antigua construcción que eran poco marineras. Su re­tirada total de la armada romana debió producirse a raíz de una serie de grandes tempestades que causaron el hundimiento de la mayor parte de la flota.

8.2.5. L a s p ieza s d e a r t i l l e r í a

Un papel muy significativo dentro de los combates navales era el desempeñado por las piezas de artillería. Su principal función era sembrar el desconcierto entre las formaciones enemigas, tratando de dejar inutilizadas la mayor cantidad posible de embarcaciones, aunque no lograran hundirlas.

En el caso de los lithobolos (Fig. 13), se empleaban para desarbolar las velas y romper los más­tiles de las naves. Incluso las piezas de artillería de grandes dimensiones, con un solo proyectil

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podrían dañar irremediablemente un barco, conduciendo a su hundimiento. Las máquinas de menor calibre funcionaban como arma antipersonal para abatir a los infantes de marina y re­meros. La pérdida de éstos últimos incidiría notablemente en la capacidad de maniobra de la embarcación.

En cuanto a las catapultas lanzaflechas (Fig. 27), funcionaban tan sólo como arma antiperso­nal. Fundamentales resultarían los asesinatos selectivos de miembros clave de la tripulación, co­mo eran los trierarcas o timoneles y que podían afectar de forma decisiva al desarrollo del enfrentamiento.

Para evitar que las máquinas se desplazaran sobre la cubierta por el oleaje, todas las piezas de­bían estar ancladas perfectamente. Este hecho conduce a pensar que el calibre de los ingenios em­pleados no sería muy grande, pues podría influir en ía estabilidad de las embarcaciones. De ahí que, en las ocasiones en las que era requerida la disposición de máquinas de gran calibre, fuera necesaria la unión de dos embarcaciones.

Sin embargo, los autores no se ponen de acuerdo con el momento en que comenzaron a em­plearse las piezas de artillería a bordo de los navios. La mayor parte de los investigadores consi­deran que las pentems siracusanas de Dionisio I ya dispondrían de catapultas en sus cubiertas. Sí que se sabe que en el asedio de Motya (Diod. Sic., XIV, 47-51) Dionisio utilizó catapultas para proteger los navios que estaban sobre la playa. Otros autores como Tarn (Tarn, 1930) se oponen a esta tesis y llegan hasta el extremo de afirmar que durante el período Helenístico no se utilizó la artillería en la guerra naval.

Pero, a pesar de estas afirmaciones, hay pruebas de que Ptolomeo resistió la invasión de Egip­to por parte de Antigono y Demetrio Poliorcetes en el delta del Nilo, con una flota que había si­do armada con catapultas (Paus., I, 6, 6; Daremberg y Saglio, XX, 76, 3).

Los autores que defienden ei empleo de las piezas de artillería en la guerra naval se basan en las fuentes documentales y en la existencia de tablillas en los arsenales del Pireo, que mencionan la presencia de catapultas en ios inventarios correspondientes a los años 332 y 330 a.C. (Casson, 1971, 122). Estas evidencias no resultan concluyentes, ya que las piezas podían funcionar como armas para las defensas portuarias y no para ser embarcadas a bordo de las naves.

Aunque, en un principio, las embarcaciones no dispondrían de máquinas fijas en las cubier­tas y tan sólo se instalarían cuando fueran necesarias (Casson, 1971, 191) > después su uso se ex­tendió y muchos barcos mercantes fueron diseñados para albergar alguna pieza de artillería 1]<í.

Las piezas de artillería no sólo eran empleadas en batallas navales entre embarcaciones, sino que también podían ser usadas para el asedio de ciudades costeras desde el mar. De esta forma, se cerraba el puerto, evitando la llegada de refuerzos y víveres por mar a los sitiados. Al mismo tiem­po, se lograba mantener ocupada una parte significativa de las tropas defensivas, mientras en otros puntos de la muralla se producía el ataque terrestre. Buenos ejemplos de esta táctica que combi­na los dos métodos son el asedio de Rodas por Demetrio Poliorcetes 115 (305-304 a.C.) o el de Tiro 116 (332 a.C.) protagonizado por Alejandro Magno.

Fue, precisamente, en este último asedio donde se emplearon por primera vez las máquinas montadas sobre naves. En primer lugar operaron máquinas del tipo ariete, que abrieron brechas

1 Incluso en algunas ocasiones como en la batalla de Marsella (49 a.C.) los barcos de transporte de la ciudad fue­ron equipados con catapultas, como si se tratara de barcos de combate.

Paus., I, 6, 6; Plut., Vit. Demetr., XXI; Vier., De arch., X, XXII, 80; Diod. Sic., XX, 82-97.

116 Plue., Vit. Alex., XXIV; Diod. Sic., XVII, 41-46; Arr., Anak, II, 18-25.

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Gladius, Anejos 8, 2005 8. LA MAQUINARIA BÉLICA EN LA GUERRA NAVAL 173

en las defensas, para, una vez que se había producido la ruptura, disponer máquinas con puentes levadizos que facilitaran ios movimientos de las tropas de infantería (Arr., Anab., II, 22, 6). Con la finalidad de disponer las máquinas de mayor envergadura, como eran las torres de asedio, ar­mó las trirremes de dos en dos con grandes puentes de desembarco (Diod. Sic., XVÍI, 43-46). También se dispusieron sobre las embarcaciones piezas de artillería de gran calibre, lo que obligó de nuevo a ensamblar las naves de dos en dos (A it ., Anab., II, 23, 3).

Los habitantes de Tiro también se defendieron e intentaron detener las obras deí terraplén, equipando sus naves con pequeños petrobolos, catapultas, arqueros y honderos. En este caso, las utilizaron como arma antipersonal contra los zapadores del ejército macedónico (Diod. Sic., XVII, 42).

En labores de asedio, colocar máquinas pesadas no se convertía en un problema para la tri­pulación. Sin embargo, en batallas navales entre flotas de grandes dimensiones, introducir este peso suponía privar a la nave de un elevado número de infantes de marina e introducir un ele­mento de inestabilidad. Resulta difícil, por tanto, saber si en una batalla compensaban más las bajas causadas al enemigo por las máquinas o por los infantes que éstas habían sustituido. La úl­tima palabra a la hora de escoger entre una técnica de combate u otra dependería del capitán de la nave.

La ubicación de máquinas ligeras sobre las cubiertas de los barcos, también permitió apoyar a los contingentes de tropas terrestres cuando se libraba una batalla campal cerca del mar. En las proximidades de Pátala, las naves con piezas de artillería favorecieron el despliegue de las tropas de Alejandro Magno, que intentaban apoderarse de una posición estratégica defendida por con­tingentes indios (Arr., Anab., VTII, 24, 7).

Durante el período helenístico, todas las galeras se construyeron de forma pesada con grandes plataformas sobre las que ubicar piezas de artillería. Los ventanales de los remeros también se do­taron de protecciones, que se podían cerrar e impedían que los disparos abatieran a la tripulación.

En el 306 a.C, Demetrio Poliorcetes puso sitio a Salamina de Chipre (Diod. Sic., XX, 48). Ptolomeo apareció con su flota para tratar de liberar la ciudad. Allí se enfrentaron las dos escua­dras al completo, librando uno de los mayores enfrentamientos navales de la Antigüedad. Deme­trio, gran conocedor del poder de la artillería, colocó catapultas lanzaflechas (Fig. 84) y lithobolos (Fig. 13) en la proa de sus naves, además de suministrar un abundante número de proyectiles con las que abastecerlas a lo largo del combate 117. La confrontación se abrió con el disparo masivo de los lithobolos y de las máquinas lanzaflechas.

Un año después, en el asedio de Rodas iI8, Demetrio colocó piezas artillería en las naves más ligeras. Para mejorar la estabilidad se habían ensamblado de dos en dos y se habían reforzado con puentes donde colocar las máquinas. Los polyeres también se habían armado con catapultas tipo scorpio (Fig. 84) e incluso algunos mercantes portaban piezas de artillería.

Ateneo el Mecánico menciona que el navio mercante siracusano de Heron iba armado con una catapulta de grandes dimensiones, que podía lanzar a una distancia de 180 metros bolas de 80 ki­los o flechas de 5 metros de longitud, además de disponer de máquinas que lanzaban garfios de abordaje. La instalación de un equipamiento militar tan complejo en un barco mercante sor­prende enormemente, pero hay que tener en cuenta que los barcos de transporte, a menudo, se transformaban en buques de guerra cuando las necesidades así lo requerían.

117 Píut., Vit. Demetr., XVI; Diod. Sic., XX, 49-51.

118 Paus., L 6, 6; Plut., Vit. Demetr., XXI; Vier., De arch., X, XXII, 80; Diod. Sic., XX, 82-97.

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174 ARTILLERÍA Y POLÍORCÉTICA EN EL M UNDO GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

Según Casson (Casson, 1971), una inscripción encontrada en Rodas que data del siglo I a.C. está erigida a los oficiales de un navio rodio, que se mencionan con el nombre de katapelphetai. Este apelativo correspondería a los sirvientes encargados del manejo de las catapultas, lo que co­rroboraría el empleo de estas máquinas a bordo de las embarcaciones.

En el mundo romano, la artillería fue utilizada en las batallas navales con gran asiduidad. Du­rante el período imperial César y Pompeyo utilizaron la artillería en sus barcos, sobre todo, para limpiar de enemigos las costas y así permitir el desembarco de las tropas en territorio enemigo. Julio César explotó al máximo la novedad que suponían las máquinas en su expedición a Brita- nia (Caes., B Gall., IV, XXV).

En el año 42 a.C., un convoy con refuerzos para la armada de los triunviros fue atacada por naves republicanas que portaban catapultas. Los proyectiles incendiarios acabaron con todas las unidades de transporte. Y, en la batalla naval de Actium, tanto Octavio como Antonio, dispusie­ron de catapultas en las cubiertas de sus embarcaciones (Plut., Vit. Ant., LXVI). Incluso en el si­glo IV d.C. seguía en uso el empleo de catapultas en la guerra naval (Veg., M il, V, XV).

El efecto moral derivado del empleo de piezas de artillería resultaba incluso más significati­vo que el físico. En determinados momentos, los disparos tan sólo buscaban desmoralizar al ene­migo. Durante el año 184 a.C. Aníbal, bajo la protección del rey Prusias de Bitinia, por medio de ballistae, lanzó jarras llenas de serpientes venenosas sobre la cubierta de los barcos de Eumenes de Pérgamo Esta maniobra influyó notablemente en el desenlace del enfrentamiento.

8 .2 .6 . E l a s s e r

El asser desempeñaba en el mar las mismas funciones que hacía el ariete en tierra (Pages, 2000, 43). Constaba de una viga delgada y larga con las extremidades reforzadas por hierro. Se colgaba del mástil y podía balancearse en todas las direcciones en un movimiento pendulante. La poten­cia de este ingenio era tal que podía matar a los soldados y marineros e incluso hundir las em­barcaciones si las golpeaba por debajo de la línea de flotación (Veg., MH., V, XV).

8.2 .7 . L a sa m b u c a

Incluso una máquina típicamente terrestre como era la sambuca también podía ser dispuesta sobre la cubierta de los barcos para facilitar la escalada de los muros, destacando su empleo ante los muros de Siracusa el 213 a.C. (Polib., VIII, 4, 2). El empleo de esta máquina resultaba muy útil, ya que las murallas en las zonas que daban al mar solían tener menos altura y estaban menos vigiladas que el resto de ías defensas.

La constitución de esta máquina debía ser semejante al mismo ingenio terrestre, pero con al­gunas leves modificaciones para adaptarla a su nuevo emplazamiento sobre las embarcaciones (Pa­ges, 2000, 39-40). Lo más probable es que su sistema de funcionamiento fuera semejante al de los cuervos, aunque con una mayor protección de placas de mimbre, facilitando la defensa de los soldados atacantes, que se encontraban en una clara inferioridad.

119 Frontin., Str., IV, 7, 10-11; Nepos., Hann., 10, 4-1, 6; Just. XXXIl, 4, 6-7; Gal. XIV, 231.

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Gladius, Anejos 8, 2005 8. LA MAQUINARIA BÉLICA EN LA GUERRA NAVAL ] 75

8.2 .8. L a t o r r e d e a s e d io

Cuando las circunstancias así lo requerían, las naves de mayor tamaño se armaban con torres de grandes dimensiones, divididas en pisos con soldados y máquinas, de forma semejante a lo que sucedía con las terrestres. Estas torres se disponían sobre una plataforma que no sufría las oscila­ciones del barco, ya que contaba con un sistema de suspensión parecido al de las balanzas.

En el asedio de Siracusa del 413 a.C. ya se emplearon las torres sobre una barca de grandes di­mensiones 120 y, justo dos siglos después, frente a esta misma ciudad los romanos las emplearon de forma sistemática (Liv., XXIV, 34, 6). Sobre quinquerremes emparejadas de dos en dos y, des­pués de eliminar los remos interiores y de adosarlas costado con costado, se dispusieron torres de varios pisos armadas con catapultas lanzaflechas y ballistae con las que batir los muros. De nue­vo, en el asedio de Utica dirigido por Escipión, volvieron a unirse dos quinquerremes, armadas con una torre dotada de catapultas y ballistae (App., Pun., 1, 16).

En el 201 a.C., los rodios se enfrentaron al rey Atalo en la batalla de Quíos. La nave del al­mirante rodio llevaba una especie de torretas, que eran móviles y servían para adelantar algo la lí­nea de borda, que era al mismo tiempo la de ataque. Tan sólo se podrían desplazar por los flancos de la embarcación (Polib., XVI, 3, 12). En la batalla de Side del 190 a.C. algunos barcos rodios también estaban dotados de torretas (Liv., XXXVTT, 24).

Pompeyo, en su enfrentamiento contra César en Brindisi, dispuso sobre sus naves torres detres pisos llenas de máquinas y armas (Caes., B C i v I, XXVI). Y en el asedio de Rodas del 42 a.C. Craso poseía navios con torres desmontables, tanto en la proa como en la popa. Para que sus embarcaciones pudieran ser distinguidas en medio del fragor de la batalla iban pintadas con co­lores diferentes.

En la batalla de Actium deí 31 a.C. (Plut., Vit. Ant., LXIV-LXVl), los navios de Antonio tam­bién disponían de torres de varios pisos de altura con piezas de artillería ligera y arqueros, si bien contaba mucho más con la eficacia del harpax y la táctica de abordaje (Pagés, 2000, 33).

8.2 .9 . L a s arm as in c e n d ia r ia s

El fuego resultaba fundamental en los enfrentamientos navales, a causa de los materiales con que estaban construidas ias embarcaciones y que era principalmente la madera. Además, al estar carenadas con cera, pez y resina, el fuego se extendía con facilidad por ellas (Veg., Mil., V, XV).

De ahí que las catapultas estuvieran preparadas para disparar este tipo de proyectiles que, al impactar sobre la cubierta de los barcos, obligaban a desatender sus puestos a los soldados y sem­braban el pánico en la embarcación. Con la pérdida de una parte de la fuerza motriz de la nave, ésta quedaba inoperativa.

De esta forma y, basando su capacidad marinera en la fuerza de los remos, la embarcación no tenía la suficiente potencia como para realizar maniobras de ataque con espolón o esquivar una embestida. Teniendo en cuenta que el éxito de las operaciones navales dependía de unos pocos se­gundos, la coordinación precisa entre todos los miembros del navio era necesaria, algo que no se podía lograr si no estaban en sus puestos.

120 Thuc., VII, 25, 5; Diod. Sic., XIII, 11.

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176 ARTILLERIA Y POLIORCÉTICA EN EL M UNDO GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

Pero, todavía más importante que el empleo de proyectiles incendiarios, resultó la utilización del pyrphoros (Polib., XXI, 7, 1). Este novedoso ingenio constaba de una especie de embudo lle­no de brasas y sujeto por cadenas, que se colocaba en la parte frontal del barco.

La táctica empleada en el combate naval consistía en aproximarse con los barcos armados con este ingenio para amenazar al adversario. Este, al sentirse cercado por el fuego, intentaba por to­dos los medios esquivarlo. Mientras se centraba en evitar las naves con pyrphoros, el resto de los barcos maniobraban para hundir las embarcaciones desconcertadas (Pagés, 2000, 34). Por lo tan- to, más importante que su función efectiva era la posibilidad de que el caos creado con su pre­sencia fuera aprovechado por el resto de la flota.

Parece ser que esta aplicación militar del fuego fue típicamente rodia, pues i as fuentes tan só­lo mencionan su empleo en los barcos construidos en esta ciudad. Pausistrato fue el primero en aplicar con éxito el pyrphoros durante la Guerra Seieúcida en la batalla de Panormos (App., Sir., I, 24; Liv., XXXVII, 11). En la batalla de Myonesos, durante ese mismo año, los rodios volvie­ron a utilizarlo de la mano de Eudoro (App., Str., I, 27).

Pero, sin embargo, a pesar del empleo de armas incendiarias activas en la guerra naval, el fuego como elemento pasivo siguió desempeñando un papel de primer orden. Desde muy temprano, allá por el siglo V a.C. comenzaron a utilizarse los brulotes en las grandes contien­das navales.

Se trataba de barcos cargados con sustancias inflamables a ios que se prendía fuego y que eran lanzados contra ios barcos enemigos con la finalidad de incendiar flotas enteras. Su primer em­pleo atestiguado fue en el asedio de Siracusa (415-413 a.C.), en el marco de las Guerras del Pe­loponeso. Allí, los habitantes de la ciudad lanzaron contra las naves atenienses un viejo carguero lleno de sarmientos y ramas de pino (Thuc., VII, 53, 3).

El empleo de barcos para estos fines resultaba muy práctico, sobre todo si se daban las condi­ciones meteorológicas necesarias, como era un viento favorable. En caso contrario, se podía arras­trar el barco remolcado por otros hasta hacerlo entrar en contacto con la escuadra enemiga, para después abandonarlo.

Los brulotes desempeñaron un papel muy importante en el asedio de Tiro el 332 a.C. Los de­fensores transformaron un navio de pequeñas dimensiones, al que le pusieron unas marmitas de hierro con materiales combustibles en la parte delantera, en un barco incendiario. Gracias a su poco calado se pudo encallar en el rompeolas y quemar todas las máquinas que Alejandro Mag­no había ubicado encima de él. En este caso, su empleo no sirvió para quemar una flota sino pa­ra destruir máquinas de asedio terrestres (hit., Anab., II, 19).

En el asedio de Rodas 121 por parte de Demetrio Poliorcetes en el 305 a.C., los dos conten­dientes utilizaron este tipo de arma.

Un siglo después, el 205 a.C., Heraclidas, bajo las órdenes de Filipo de Macedonia, logró des­truir 13 naves rodias por medio del fuego, aunque el resto de la flota pudo salvarse (Polib., XIII,I, 5). Y, en el 148 a.C. los cartagineses se defendieron del ataque romano a la ciudad utilizando un elevado número de lanchas cargadas de sustancias inflamables (App., Pun., I, 93-125; Oros., IV, 22, 7).

Pero, será durante la Guerra Civil cuando más se utilícen los brulotes para destruir flotas en­teras. El pompeyano Casio atacó en el 48 a.C. a la flota de César que se encontraba cerca de Me- sina con esta técnica, quemando las 35 naves que la componían (Caes., B Civ., Ill, CI).

121 Paus., I, 6, 6; Plut., Vit. Demetr., XXI; Vitr., De arch., X, XXII, 80; Diod. Sic., XX, 82-97-

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Gladius, Anejos 8, 2005 8. LA MAQUINARIA BÉLICA EN LA GUERRA NAVAL 177

A continuación se dirigió hacia Viho, donde estaba el resto de la flota enemiga. En este se­gundo ataque, gracias a la audacia de los marineros cesarianos, tan sólo cinco navios fueron presa de las llamas (Caes., B Civ., Ill, CT). Estos imponentes resultados dan una idea de la importancia decisiva que podía tener su empleo en una batalla naval.

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9. LAS ARMAS INCENDIARIAS

9.1 . L a s a r m a s in c e n d ia r ia s g r i e g a s

A pesar de que el fuego se venía utilizando con aplicaciones bélicas desde hacía mucho tiem­po en el mundo oriental, fueron los griegos los que supieron explotar al máximo las posibilida­des que ofrecía como arma, introduciendo significativas novedades que aumentaron su potencial bélico.

Desde las Guerras Médicas y, por contacto con el Imperio Persa, en territorio griego comen­zaron a emplearse flechas forradas con una especie de estopa (Hdt., VIII, 52). Las sustancias in­cendiarias iban, por tanto, envolviendo la punta y no almacenadas en el interior del proyectil. Fueron estos los primeros intentos de arrojar en el mundo griego el fuego a distancia por medio de flechas.

A pesar de estos tempranos descubrimientos, las mayores innovaciones en este campo se dila­taron en el tiempo y no impidieron que, en la mayor parte de los casos, el empleo del fuego co­mo arma siguiera siendo muy rudimentario. Lo más normal era reunir leña en torno a la muralla para prenderle fuego, formando hogueras de grandes dimensiones (Garlan, 2000, 109-110). Se intentaba que la estructura defensiva ardiera en varios puntos al mismo tiempo, para dificultar las labores de extinción.

Pero, 110 bastaba sólo con encender las hogueras, sino que era necesario arrojar productos in­flamables como el azufre y la pez, que avivaran y activaran la combustión del fuego. Buena mues­tra del empleo de esta rudimentaria técnica y de los productos incendiarios mencionados, fue el asalto de Platea por parte de los peloponesios el 429 a.C. (Thuc., Tí, 77).

Un aspecto a tener muy en cuenta a la hora de emplear el fuego como arma, era que el vien­to podía volverse contra el atacante y destruir sus obras de asedio, por lo que debía manejarse con sumo cuidado. Fueron muchas las operaciones que fracasaron a causa de que las llamas cambia­ran de dirección, destruyendo las máquinas e infraestructuras del atacante.

Para evitar que el fuego acabara con las defensas, los sitiados intentaban crear frente a las cons­trucciones atacadas pantallas formadas por pieles frescas. Este método defensivo, ya utilizado en el mundo asirio (Sauvage, 1991), resultaba muy efectivo puesto que las llamas no tenían sufi­ciente fuerza como para quemarlas. Al mismo tiempo, para contribuir a la extinción de las ho­gueras una vez que había prendido el fuego, desde el interior se arrojaba agua, tierra y vinagre, cuyas cualidades como extintor eran conocidas desde hacía varios siglos.

Novedad significativa supuso el empleo del primer lanzallamas con el que los beocios logra­ron tomar la ciudad de Delio entre el 424 y el 423 a.C. (Thuc., IV, 100, 1). Estaba fabricado con

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! 80 ARTILLERÍA Y POLIORCÉTICA EN EL M UNDO GRECORROMANO Cíadius, Anejos 8, 2005

una viga de madera aserrada por medio, cuyo interior se había vaciado totalmente y se había re­cubierto con hierro para protegerlo del fuego. En e! extremo delantero llevaba colgado un calde­ro con carbones encendidos, azufre y pez, mientras que en su parte trasera había varios fuelles. Estos últimos insuflaban el aire necesario para que llegara, a través de la viga, al caldero colocado en el otro extremo, originando violentas llamaradas. Sin duda alguna, este ingenio supuso una de las principales innovaciones bélicas del siglo V a.C.

Antes de que se acabara este siglo, de nuevo, se produjeron innovaciones en el campo de la in­vestigación sobre las sustancias incendiarias. Comenzó a desarrollarse un compuesto químico que consistía en una madera saturada con azufre y brea (Garlan, 2003, 109-110). Esta mezcla, al mis­mo tiempo que dificultaba la extinción de los incendios una vez que habían prendido, también generaba humos altamente asfixiantes, cuyos efectos era mucho más letales que los derivados de las propias llamas.

Pero, fue con la generalización de las grandes máquinas de asedio a partir del siglo IV a.C., cuando el empleo de las armas incendiarias ganó importancia de forma notable. Su papel pasó a ser más defensivo, teniendo como finalidad primordial la destrucción de las grandes obras de car­pintería que constituían los ingenios bélicos. Sólo con el fuego podían ser eliminados totalmen­te, mientras que de otro modo quedaban inutilizados y, tras las labores de reparación, podían volver a ser reutilizados.

Eneas el Táctico nos habla de la utilización de erizos incendiarios, arrojados manualmente contra las máquinas enemigas (Eneas el Táctico, XXXIV, 2). Para la preparación correcta de esta arma se construían palos semejantes a los mazos de un mortero de gran tamaño con puntas de hierro de diferentes tamaños en sus extremos, mientras en el resto del palo se ataban preparados altamente incendiarios.

Estos erizos resultaban tremendamente efectivos ya que, una vez lanzados, quedaban fijados a las máquinas, siendo muy difícil separarlos de ellas. Y mucho más si se empleaba la nueva mezcla incendiaria recomendada por este autor, que incluía una mezcla de pez, azufre, estopa, incienso molido y serrín de pino (Eneas el Táctico, XXXV).

Para defender las máquinas del fuego enemigo, el método más utilizado era protegerlas con pieles sin curtir, técnica que ya se ha comentado. También se podían emplear tablas de palma o chapas de hierro con las que se podía forrar totalmente la estructura de madera. Además, resulta­ba interesante la colocación de recipientes de agua en. la parte alta de las máquinas de mayores di­mensiones, encaminados a servir como extintor en el caso de que el fuego prendiera (PH., Pol., IV, 17).

Otras sustancias que podían servir como protección (Ph., Pol., IV, 34-35), pero que resulta­ban mucho menos comunes, aunque también aparecen mencionadas por los autores militares, son los recubrimientos metálicos de bronce y plomo. Sin embargo, su utilización tuvo que ser muy escasa, quedando tan sólo para casos de extrema necesidad. Más baratas y fáciles de conse­guir eran las algas marinas, las esponjas húmedas o la lana empapada en vinagre. Curioso resulta cuanto menos el empleo de ceniza mezclada con liga o sangre como protector frente al fuego. A pesar de su interés técnico, estas últimas sustancias aislantes resultaban menos efectivas, puesto que eran más fáciles de retirar del recubrimiento de las máquinas.

En el caso de que el fuego hubiera prendido ya, la única forma de apagar las nuevas mezclas, altamente combustibles, era con el empleo del vinagre. Gracia a esta sustancia, además de lograr la extinción de los incendios, se aseguraba que éstos no se reavivaran. Son muchos los autores que sugieren la utilización de este producto como remedio para sofocar el fuego (Eneas el Táctico, XXXIV; Poliaenus, E s t r a tVI, 3).

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Gladius, Anejos 8, 2005 9. IAS ARMAS INCENDIARIAS 181

Las necesidades surgidas en el campo de la defensa, para hacer frente a las cada vez más com­plejas máquinas de asedio, condujeron a que las recetas incendiarias se refinaran a gran velocidad. Parece ser que tras las expediciones de Alejandro Magno, en la zona oriental del Mediterráneo, comenzaron a utilizarse fuegos líquidos, que tendrían como protagonistas principales algunos ti­pos de asfalto o de betún líquido, sustancias enormemente inflamables.

Pero, sin duda alguna, la mayor novedad en el terreno militar llegó con la posibilidad de lanzar proyectiles incendiarios de grandes dimensiones a elevadas distancias. Las catapultas, al igual que el uso bélico del fuego, eran conocidas desde hacía más de un siglo, aunque hasta ese momento no se habían conseguido lanzar cuerpos incendiarios de forma mecánica. A cau­sa de la rapidez del movimiento que se les imprimía, el aire hacía que se apagaran en medio del vuelo.

De ahí que, cuando se disparaban las piezas de artillería con proyectiles incendiarios, no pudieran forzarse a su tensión máxima, sacándoles un rendimiento muy limitado. Tan sólo servían para llevar a cabo ataques por sorpresa, ya que resultaba fácil apagar el fuego que provocaban.

Para conseguir que se hicieran efectivos los dos elementos anteriores, no tardaron en diseñar­se recipientes relíenos de una receta compuesta por pez, azufre, incienso molido (o bien resina), serrín molido y estopa. Estos proyectiles se lanzaban encendidos y, una vez que golpeaban en el objetivo, se rompían, fragmentándose en muchos trozos que provocaban incendios de considera­bles dimensiones.

Al mismo tiempo que se diseñaban estas nuevas bombas incendiarias, también se introduje­ron mejoras en las flechas incendiarias. A partir de este momento las puntas metálicas sufrieron modificaciones notables, de tal forma que se diseñó una especie de jaula en la que se almacena­ban las sustancias incendiarias.

En las labores de minado el fuego siguió desempeñando un papel notable. Una vez que los si­tiadores habían excavado la mina y le habían puesto las vigas de entibado que evitaban el hundi­miento, se les prendía fuego. Al quemarse esta estructura de madera que sujetaba el conjunto, la mina se venía abajo, arrastrando con ella las defensas que habían quedado colgadas.

SÍ las minas eran de tales dimensiones que se podían librar verdaderas batallas debajo de tie­rra, el fuego constituía una buena defensa, tanto para que los sitiados detuvieran las obras, co­mo para que los atacantes las relanzaran. Sus potencialidades debajo de tierra se multiplicaban con el humo que provocaban las llamas. Y eran, precisamente, estas sustancias asfixiantes las que más efecto causaban en los soldados. Sin poder respirar, se veían obligados a salir a la su­perficie o a perecer bajo tierra, teniendo que abandonar las obras (Eneas el Táctico, XXXVII; Ph., Pol, IV, 32).

También merecen ser señaladas las innovaciones del sabio Arquímedes que, en el transcurso de la Segunda Guerra Púnica, defendió la ciudad de Siracusa frente al ejército romano (Diod. Sic., XXVI, 18). Obra suya es un sistema de espejos (Knowles Middleton, 1961), compuesto por una pieza hexagonal y a la distancia conveniente varías cuadradas que, obteniendo su energía de la luz solar, permitían concentrar altas temperaturas en puntos concretos. Gracias a esta novedosa de­fensa se pudo mantener alejada de la ciudad a la flota romana, que perdió muchas embarcaciones por el fuego. Sin embargo, este espectacular ejemplo no resulta más que una curiosidad del em­pleo del fuego en la Antigüedad.

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182 ARTILLERÍA Y POLIORCÉTICA EN EL M UNDO GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

9 .2 . L A S ARM AS INCEN D IARIAS R OM AN AS

En el mundo romano continuaron en uso las aplicaciones bélicas del fuego sin apenas in­novaciones respecto a las empleadas por los ejércitos griegos. Las principales novedades apor­tadas durante este período residieron en la introducción de nuevas sustancias, que iban encaminadas a aumentar las posibilidades caloríficas de las mezclas incendiarias y a dificultar su extinción.

Los compuestos incendiarios pasaron a tener al petróleo como principal protagonista, al que se añadía azufre, aceite de oliva, sal común, resinas o cal calcinada. Esta nueva mezcla era mucho más combustible que el material empleado con anterioridad y recibió eí nombre de “aceite mé­dico” . La forma de arrojar estos nuevos proyectiles incendiarios era por medio de arcos o de ca­tapultas, en el caso de los proyectiles de grandes dimensiones.

Sin embargo, hasta hace muy poco tiempo, a pesar de que se sabía del empleo de flechas in­cendiarias en el mundo romano, no se conocía cuál era su diseño. El primero en describir estos proyectiles incendiarios, sin contar con ningún resto arqueológico, fue Brok (Brok, 1978), que se apoyaba en la información suministrada por las fuentes antiguas (Amm. Marc., XXIII, 4, 14). De la descripción proporcionada por este autor se deducía que las flechas tenían una cabeza me­tálica especial con una punta y un enmangue, unidos por medio de una serie de barras arquea­das que formaban una especie de jaula en la que se colocaba el material inflamable. Pero, a pesar de ello, faltaban restos arqueológicos que confirmaran algunos aspectos como cuál era el núme­ro de barras.

Partiendo de estos primeros datos, no tardaron en ser identificados como flechas incendiarías restos de proyectiles depositados en museos. El primero de ellos había sido encontrado en Wro- xeter (Atkinson, 1942) y cinco de ellos en Bar Hill 122, en el muro de Antoniano. Los de Bar Hill tenían un tamaño de entre 52 y 60 mm, mientras que el de Wroxeter era un poco más grande y, a pesar de estar dañado, alcanzaba los 82 mm.

Entre los materiales de la colección de Dura Europos (Hopkins, 1979), conservada en la Uni­versidad de Yale, también aparecieron restos de un proyectil incendiario. En él se aprecia clara­mente la separación en las tres partes descritas (una pequeña hoja, un enmangue y una especie de jaula) con una longitud total de 113 mm divididos de la siguiente forma: 14 mm en el enman­gue de la boca, una uña fijadora de 24 mm desde el borde, una hoja de 27 mm de largo y tres ba­rras curvadas de 30 mm de largo con un grosor de 0,9 mm de diámetro. Las barras curvadas no tenían simetría radial alrededor del eje central sino que se extendían hacia fuera.

Este tipo de proyectiles que, hoy en día, podemos describir perfectamente gracias a los restos arqueológicos, continuaron en uso durante el Bajo Imperio. Para este período están documenta­dos los malleoli, los martillos y las phalaricas rojas, que era un tipo de lanza que llevaba entre el mango y la hoja un tubo lleno de azufre (Veg., MH., IV, XVIII). En cuanto a su constitución de­bían muy semejantes a las flechas anteriores, con ligeras modificaciones en su forma y tamaño, en función de su lanzamiento manual o mecánico.

Pero, sin duda alguna, la mayor innovación producida en el período final del Imperio Roma­no la encontramos en la obra de J ulio el Africano durante el siglo III d.C. Este autor es el pri­mero en hablar de un fuego autónomo, capaz de prender por sí mismo (Julio el Africano, II, 1 1 ).

122 Mac Donald y Park (1906); Robercson, Scott y Keppie (1975).

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Gladius, Anejos 8, 2005 9. LAS ARMAS INCENDIARIAS 183

Nuevas sustancias habían sido introducidas para formar esta mezcla incendiaria (azufre natu­ral, sal gema, ceniza, piedra del cielo, pirita, jugo de moras negras, asfalto de Zante y cal viva). La forma de preparar esta mezcla exigía su trituración al mediodía con protectores en la cara, por su capacidad de ignición. A continuación, se recubría el producto con un recipiente de cobre para su conservación. El interés de este compuesto residía en que, una vez que se había untado sobre una construcción de madera, con el calor del sol podía encenderse. Este fuego autónomo preco­nizaba lo que seria el fuego griego empleado por los bizantinos.

9 .3. La s arm as in cen d ia ria s tardorromanas

A pesar de los avances alcanzados en el mundo grecorromano, fue en el Imperio Bizantino donde se produjeron las mayores innovaciones de toda la Antigüedad en el campo de las armas incendiarias (Bruhn Hoífmeyer, 1966). El principal de estos nuevos componentes incendiarios era el conocido como fuego griego. Se trataba de una mezcla de sustancias inflamables que se em­pleó de forma sistemática a partir del año 673 d.C, aunque lo más probable es que se conociera varios siglos antes. El nombre de fiiego griego fue empleado por primera vez por los cruzados en 1204 durante la IV Cruzada, mientras se producía el Sacco de Constantinopla.

Durante el reinado de Constantino IV Pogonatos (668-685 d.C.), fueron muchos los refu­giados que escaparon de Siria, tomada por los árabes. Uno de los que llegó en su huida al Impe­rio Bizantino era Calinico de Heliópolis. Este sabio ofreció al emperador los secretos de una nueva arma incendiaria que iba a revolucionar las concepciones bélicas. Sería, precisamente, esta arma la que permitiría que la flota imperial venciera a los árabes en el 673 d.C.

El fuego griego era una mezcla semilíquida o pastosa que se inflamaba al entrar en contacto con el agua. La fórmula de este elemento es una incógnita, pues se mantuvieron en secreto los ingre­dientes que lo componían. Los bizantinos temían tanto que su fórmula cayera en manos enemi­gas, que sólo unos pocos sabían de ella, razón por la cual se perdió tan fácilmente. La composición de esta sustancia se consideró un secreto de Estado hasta el punto que sólo el emperador y la fa­milia de Calinico conocían la receta (Finó, 1970, 17).

A pesar de que no se conocen con exactitud las sustancias que formaban parte de esta mez­cla, se piensa que utilizaría petróleo (la nafta que se encontraba en superficie en Mesopotamia y el Cáucaso), cal viva (que produce calor al entrar en contacto con el agua) y salitre (que se des­compone con el calor y desprende oxígeno, lo que provoca la combustión). Al entrar en con­tacto con su destino se adhería a los objetos y cuerpos, siendo imposible apagarlo salvo con arena, orina o vinagre.

Para arrojar esta mezcla incendiaria se usaban unos tubos de bronce semejantes a lanzallamas. Por medio de bombas impulsoras o sifones se imprimía fuerza a la mezcla como si se tratara de una manguera. Así, se regaba a los barcos enemigos, de tal forma que todo el barco quedaba cu­bierto de fuego y no se podía apagar ni con agua (Quesada Sanz, 2001a).

En un manuscrito conocido como Peri Taktikés (Bruhn de Hoffmeyer, 1966, 143-145), data­do el siglo VIII d.C., se describe incluso la protección que los artilleros que manejaban estas ar­mas debían tener para evitar ser dañados por su propio fuego. Ésta, consistía en un escudo o mantelete metálico semejante a las caretas que utilizan actualmente los soldadores, por lo que la potencia de este ingenio está fuera de toda duda.

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El fuego griego puede ser considerado, además, como la primera arma psicológica de la histo­ria. La mayoría de las referencias que nos han llegado de su uso son relatos de soldados en franca huida, al ver a sus compañeros de armas morir quemados sin poder apagar el fuego de ninguna forma.

La puesta en marcha del fuego griego supuso una importante novedad que permitió que el Im­perio Bizantino lograra defender sus fronteras de forma efectiva (Finó, 1970, 15-22). Sin embar­go, aunque no esté demostrada su utilización con anterioridad, ya en el siglo I d.C. se conocían las propiedades de la cal viva y es muy probable que se empleara con fmes militares varios siglos antes en el mundo oriental.

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10. LA ARQUEOLOGÍA EXPERIMENTAL

io .i. In t r o d u c c ió n

La maquinaria bélica de época antigua es una de las ramas de la tecnología de la Antigüedad que más necesita de la arqueología experimental para completar la limitada información que las fuentes clásicas y los restos arqueológicos nos proporcionan. Sólo reconstruyendo las máquinas de asedio es posible conocer de primera mano los problemas que tendrían los técnicos antiguos y co­nocer sus prestaciones reales.

Sin embargo y, a pesar de su importancia, se trata de una disciplina relativamente reciente y que, hasta la mitad de este siglo tan sólo tuvo como protagonistas a las piezas de artillería, en de­trimento del resto de máquinas. Fue allá por la mitad del siglo XIX cuando surgieron los prime­ros intentos de reconstruir ingenios lanzadores de proyectiles.

Fig. 75. Onager reconstruido por Verchère de Reffye, general de Napoleón III

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186 ARTILLERÍA Y POLIORCÉTICA EN EL M U N D O G RETORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

Fig. 76. Reconstrucción de una torre de asedio según el Caballero de Folard

En torno a 1860, el coronel Verchére de Reffye, por orden de Napoleón III 123, procedió a la reconstrucción de varias catapultas (Fig. 75). Estas primeras reproducciones fueron de escasa ca­lidad por el mínimo examen de los textos antiguos y el hecho de que no se hubiera producido ningún hallazgo arqueológico hasta ese momento. Esta falta de información se suplió con una buena dosis de fantasía. La obra de este coronel todavía se puede apreciar en el Museo de Saint Germain-en-Laye. También es de destacar la labor del Caballero de Folard (Fig. 76).

123 Prou (1877), 2, 22; Schneider (1906), 142; Schramm (1918), 12- 13; Feugère (1993), 207; Wilkins (1996), 5; Wilkins (2000); Iriarte (2002).

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Gladius, Anejos 8, 2005 10. LA ARQUEOLOGÍA EXPERIMENTAL 187

Fig. 77. Diversos modelos de catapultas reconstruidas

por Schramm. Museo del Fuerte Saalburg (Bad Homburg, Alemania)

(Schramm, 1918a)

En los primeros años del siglo XX, de la mano del inglés Sir Ralph Payne-Gallwey (Payne- Gallwey, 1907), se reconstruyeron varias máquinas de torsión, de las que hoy en día no se con­serva ninguna. Su estudio de las fuentes fue muy limitado, aunque su propuesta para el onager resultó de interés, al alcanzar 500 metros con un proyectil de 2,6 kilos.

Pero, durante las dos primeras décadas del siglo XX destacó sobre todo la figura del Teniente General Edwin Schramm. En 1929 publicó, junto a Rehm, una edición de la obra de Biton, pa­ra terminar con más de un cuarto de siglo de investigaciones académicas y prácticas (Marsden, 1969, VII). Este alemán llegó a reconstruir 17 catapultas entre piezas y modelos (Schramm, 1918a; Figs. 77 y 78), todos ellos a tamaño real, destacando su reconstrucción de la catapulta de Ampurias 12̂ , descubierta pocos años antes (Puig y Cadafalch, 1911-1912).

En su favor hay que decir que todas sus conclusiones se efectuaron sin disponer de ningún res­to arqueológico significativo, salvo el bastidor de Ampurias (Fig. 67), que se encontró pocos años antes de su muerte. De todas sus reconstrucciones sólo se conservan ocho máquinas en el Museo del Fuerte Saalburg, Bad Homburg en Alemania (Iriarte, 2002; Fig. 77). Las distancias que al­canzaron sus máquinas resultan significativas:

M á q u in a D istan cia a l c a n z a d a

Catapulta flecha de dos cubitos 370 metros

Catapulta de tres palmos 305 metros

Catapulta lanzapiedras pequeña 184 metros

Onager pequeño 200 metros

Onager grande 300 metros

Tabla 2: Distancia alcanzada por los proyectiles (Marsden, 1969, 86)

Todas las reconstrucciones tic este autor se encuentran en el Museo de Saalburg, Bad Homburg en Alemania. Para ver una foto de la reconstrucción de la catapulta de Ampurias (Webster, 1969, pl. 29).

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188 ARTILLERÍA Y POLIORCÉTICA EN HL M UNDO GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

Fig. 78. Reconstrucción de un gastraphetes por parce de Schramm (Schramm, 1918a)

En la Exposición Augustea de 1937-1938, organizada por Mussolini, se presentaron varias re­construcciones de máquinas de asedio a tamaño natural. En ellas son apreciables enormes defec­tos para la época en la que se construyeron. Aún es posible apreciar varias de estas piezas en el Museo de la Civilización Italiana en Roma (Liberati, 1997, 25-37).

Clave para la reconstrucción de la maquinaria bélica de la antigüedad resulta la obra del in­vestigador inglés Eric Marsden. A pesar de que su trabajo es sobre todo teórico, dirigió la re­construcción de dos catapultas a escala real, en concreto una tres palmos helenística y una quiroballista (Fig. 79), además de un onager a gran escala (Marsden, 1969; Marsden, 1971).

La tres palmos helenística o catapulta tipo scorpio romana, a causa de la rapidez con que fue construida, sufrió algunos problemas técnicos. Así, entre otras cosas, las arandelas de metal que permitían que los resortes se apretaran resultaron inexactas. La reconstrucción de su onager resul­tó muy grande y pesada, de una escala muy superior a la que debían tener originariamente. Nin­guna de estas piezas se ha conservado, aunque gracias al autor conocemos algo acerca de ellas (Marsden, 1969).

Es de destacar también la labor del alemán Dietwulf Baatz que, aunque no ha reconstruido ninguna máquina (Iriarte, 2002), sí ha proporcionado abundantes planos e información sistemá­tica de la mayor parte de los restos arqueológicos hallados hasta la fecha. Estos datos han resulta­do de vital importancia para las reconstrucciones posteriores.

En la actualidad, abundan los investigadores dedicados a la reconstrucción de maquinaria bé­lica. Destaca la labor desarrollada por John Anstee y Gordon Henderson 125 que han reconstrui­do ocho catapultas de tres palmos, de las cuales dos son de bastidor metálico. En otro orden, son de interés los trabajos desarrollados por Alan Wilkins (Wilkins, 1995 y 2000), Aitor Iriarte (Iriar­te, 2000, 2002 y 2003), Len Morgan, Jeremy Barker (Barker, 1999), Bernard Jacobs y Digby Ste­venson (Harpham y Stevenson, 1997), el primero en volver a fabricar cuerda de tendon.

Entre los grupos dedicados a la recreación del universo militar romano destaca el grupo británico Ermine Street Guard (Constable, 1984; Figs. 82, 86 y 87) y Legio II Augusta, la germano-america­na Legio XIIÏI Gemina, el grupo alemán IG VEX LEG VIII (Zimmermann, 2001) y la version ame­ricana de la Legio XX Valeria Victrix, apoyada en las reconstrucciones de Kurt Suleski 126.

Anstec (1998); Anscee, Henderson y Gisidy (1989), Henderson (2001)

126 En línea http://www.scormthewalls.dhs.org/

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Gladius, Anejos 8, 2005 10. LA ARQUEOLOGIA EXPERIMENTAL 189

Flg. 79. Reconstrucción de una qttiroballista por parte de Marsden (Marsden, 1969)

Sin embargo, a pesar de los abundantes conocimientos tantos teóricos como prácticos sobre maquinaria bélica, aún hoy se cometen errores de exactitud, sobre todo con el fin de ahorrar tiem­po y dinero. Los grupos de recreación no se esfuerzan en desarrollar máquinas con grandes pres­taciones, ya que para las demostraciones no necesitan un amplio alcance 127. Esta circunstancia se convierte en un problema, porque resulta difícil conocer los alcances máximos de la mayor par­te de las piezas de artillería.

En el caso de los resortes, que resultan claves de cara al rendimiento de las máquinas, los ma­teriales elegidos casi siempre son sintéticos, puesto que resulta muy difícil conseguir cuerda de pe­lo de caballo o de tendones de animales. El primero en intentar fabricar cuerda de tendones fue Schramm aunque no tuvo éxito. Sus máquinas emplearon pelo de caballo, que también estaba muy extendido, pero proporcionaba un poco menos de potencia a las máquinas, por lo que esta­ba reservado para las máquinas de menor calidad.

127 Hay que cener en cuenca que una máquina por muy mal hecha que esté no tendrá problemas para disparar. Donde verdaderamente es apreciable si la construcción de una máquina es exacta es obteniendo buenos resultados en distancias elevadas. Que una máquina dispare un proyectil a una distancia en torno a los 50 metros no es significati­vo, pues cualquiera lo puede hacer sin demasiado esfuerzo.

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.190 ARTILLERÍA Y POLIORCÉTICA EN EL M UNDO GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

Fig. 80. Reconstrucción de la quiroballista de Wilkins (Wilkins, 1995)

1 0 .2 . L a s p ie z a s d e a r t il l e r ía

1 0 .2 .1 . L a q u ir o b a l l ist a

Una de las piezas más interesantes de la artillería clásicay que más problemas ha dado a la ho­ra de su reconstrucción es la quiroballista descrita por Pseudo-Heron en su obra Construcción y proporciones de la Cheiroballistra (Marsden, 1971, 206-234). Este tratado, en principio, fue con­siderado la unión de fragmentos de diferentes obras que hacían referencia a varias máquinas, pol­lo que no fue muy tenido en cuenta. Hoy en día se sabe que la información aportada por este autor hace referencia a un solo ingenio bélico.

Fue en 1861 cuando por primera vez se intentó reconstruir esta pieza de artillería, de la ma­no de Alexandre-Joseph-Hidulphe Vincent y Victor Prou. Sin embargo, dichos autores no tarda­ron en separarse y exponer sus diferentes interpretaciones de la máquina. Para Vincent, ésta era portátil y combinaba la propulsión mixta de torsión y de resortes metálicos. Las investigaciones de Prou (Prou, 1877) le llevaron a describirla como una máquina portátil con muelles metálicos y los brazos batiendo por el interior ]2H.

12íí La proposición de este autor era muy fantasiosa, aunque apunta nocas de gran interés como el bloque bajo la ca­ña como asidero, la pieza redondeada de apoyo al final de la caña y la sujeción de la corredera con el asa (Iriarte, 2002).

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Gladius, Anejos 8, 2005 10. LA ARQUEOLOGIA EXPERIMENTAL

Fig. 81. Reconstrucción de una quiroballista por parte de Altor Iriarte (Iriarte, 2000)

Fue de la mano de Marsden con quien se retomaron ias investigaciones sobre la quiroballista (Marsden, 1969 y 1971), reconstruyendo una de ellas a escala real (Fig. 79). Si tenemos en cuen­ta que el autor no conoció ninguno de los restos arqueológicos recientes sobre esta máquina, su reconstrucción resulta normal para la época en que se realizó. El primer error que cometió fue el de aumentar el tamaño de los modiolus desde 25 basta 45 mm, ya que le parecían demasiado pe­queños (Iriarte, 2002). Esta desafortunada intervención transformó totalmente la máquina y con­dujo a que el resto de elementos tuvieran que adaptarse a las nuevas medidas. Las exageradas dimensiones obligaron a que fuera necesario colocarle un tomo y una base.

Baatz (Gudea y Baatz, 1974, 59-66 y 69-72) revisó los planteamientos de Marsden y se opu­so a las hipótesis del inglés. Para ello se basó en la información proporcionada por los hallazgos arqueológicos de Cornea, Orsova y Hatra (Baatz, 1978a y 1978b). Sin embargo, cometió un error a la hora de colocar los retallos de los kambestria.

Destacado es también el trabajo de Alan Wilkins, seguidor fiel de Marsden y que llevó hasta el extremo las teorías de este autor. Aumentó también el tamaño de los muelles (Wilkins, 1995), añadiendo anillos de bronce adicionales y todo lo necesario para que las diferentes piezas de la máquina pudieran funcionar (Fig. 80). De ahí que el peso total de la pieza alcanzara los 27 kilos, lo que obligó a introducir una base de apoyo.

Digby Stevenson (Harpham y Stevenson, 1997) ha reconstruido otra quiroballista de muelles anchos, basándose en la hipótesis de partida de que las medidas dadas por Pseudo-Heron estaban

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192 ARTILLERÍA Y POIJORCÉTICA EN EL M UNDO GRECORRO MANO Gladius, Anejos 8, 2005

trastocadas. Partiendo de esa premisa toda la máquina acusa errores, aunque tiene avances de in­terés. En su reconstrucción introdujo las espigas de los largueros en los pitaña de los kambestría, dándole un grosor suficiente a la escalera para tapar la separación.

Por la elevada tensión de los muelles se vio obligado a usar trinquetes y barras laterales den­tadas. Esto está motivado, sin duda alguna, por el empleo de muelles de cuerda de tendón. El peso total de la máquina es de 12 kilos, con el bastidor muy hacia delante, lo que le obliga a ayu­darse de un soporte abatible para disparar, semejante a la horquilla de los arcabuces medievales (Iriarte, 2002).

Michael Lewis y Jeremy Barker son dos especialistas que han optado por no modificar el diá­metro de los muelles (Barker, 1999). Ambas reconstrucciones tienen los retallos de los kambestria en la posición correcta y los brazos batiendo por el interior. El resultado de la reconstrucción es una máquina que se carga como el gastraphetes y que no tiene trinquetes ni barras dentadas. En la reconstrucción de la quiroballista, Bernard Jacobs de la Ermine Street Guard ha utilizado ba­rras dentadas y trinquetes, aspecto éste que no se trata en la obra de Pseudo-Heron.

Hoy en día la mejor reconstrucción de cuantas se han realizado en los últimos años es la de Al­tor Iriarte (Iriarte, 2000; Fig. 81), partiendo de las medidas expuestas en el tratado sin modifica­ción alguna. Los problemas de la escalera los ha solucionado doblando las cuatro espigas hacia fuera de forma ahorquillada. De esta forma se crean topes que conducen a que el bastidor sea más rígi­do y seguro, bastidor que se inserta en la caña justo en su centro de gravedad. Para sujetar el asa a la corredera se recurre a un clavo, la solución más neutral de cuantas se pueden tomar al respecto.

Una de las novedades más interesantes que aporta la reconstrucción de Aitor Iriarte es la pre­sencia de muelles de cuerda de pelo de caballo, material fabricado por John Anstee. Aunque origi­nariamente esta reconstrucción tenía los brazos batiendo por el exterior, la experiencia ha llevado a que la posición correcta sea la considerada con los brazos batiendo por el interior (Iriarte, 2003).

La falta de restos arqueológicos que permitan contrastar lo dicho por los documentos clásicos con el resto de fuentes conducen a que, incluso actualmente, la información que poseemos sobre este ingenio sea fragmentaria y abunden los problemas a la hora de su reconstrucción, entre los que deben ser señalados los siguientes tal y como apunta Iriarte (Iriarte, 2002).

- El primer problema es la forma en que los kambestria se insertan en el bastidor. Una la­guna en el texto original se ocupa de complicar la situación y hacer inservible la informa­ción. La solución que apunta Iriarte es la de introducir las lengüetas en los pitaña de lo respectivos kambestria. De esta forma se construye el bastidor rectangular. Tras ponerse los kambestria en los extremos de los largueros hay que buscar la posición de cómo se deben colocar. La respuesta la proporciona el hallazgo arqueológico de Hatra (Iraq) (Baatz, 1978a y 1978b). Según se observa en esta pieza, los kambestria tienen que tener las barras curva­das en la cara delantera y los lados convexos hacia fuera.

- Tampoco explican las fuentes el lugar en que se inserta el bastidor en la caña. Esto se so­luciona deslizando el bastidor hacia delante de la caña, manteniendo los brazos insertados en los muelles y la cuerda tendida.

- Un problema de gran importancia reside en la determinación de la longitud de los bra­zos. Las fuentes documentales proporcionan información acerca de la longitud de los tron­cos de cono, pero no de las barras de hierro. Si embargo, por el tipo de funcionamiento de la máquina, sólo será posible el funcionamiento cuando la longitud de ambos elementos fuera equivalente.

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Gladius, Anejos 8, 2005 10. LA ARQUEOLOGÍA EXPERIMENTAL 193

— Otro punto de interés reside en saber si los brazos de la Quiroballista batían por el exterior deí bastidor 129 o lo hacía por el interior (Iriarte, 2003). Las fuentes escritas no proporcio­nan ningún tipo de información al respecto, pero la mayor parte de los investigadores con­sideran que batirían por el exterior, al igual que hacía el resto de catapultas desde que surgió la artillería de torsión. Este es uno de los puntos más problemáticos y de su consideración dependerá notablemente la estructura de toda la máquina.

— Un elemento fundamental y del que resulta extraña su omisión en las fuentes escritas es el sistema para sujetar la corredera en posición retraída. Resulta extraño que no se haga nin­guna referencia a él, lo cual deja la solución en manos de la imaginación.

Estas lagunas informativas, plasmadas en graves problemas a la hora de la reconstrucción de la quiroballista, conducen muchas veces a que la configuración final de la máquina dependa de la imaginación del constructor más que del rigor científico.

Sin embargo, otros datos se describen de forma precisa en los tratados, como por ejemplo el diámetro de los muelles que es de 1 V3 d (2,5 cm), medida que se confirma con las dimensiones del diámetro interior del anillo del kambestrion, el diámetro interior del modiolus y la longitud de su travesaño.

10.2 .2. L a c a t a p u lt a g r i e g a d e t r e s p a lm o s o SCORPIO ROMANA

A la hora de reconstruir una catapulta tipo scorpio hay que tener en cuenta la información su­ministrada por Heron en su Belopoeica (Marsden, 1971, 17-60), aunque para algunos aspectos puntuales como por ejemplo el mecanismo disparador es mejor seguir la Cheiroballista de Pseudo- Heron (Marsden, 1971, 206-234). De la obra de Filon (Marsden, 1971, 105-185) se obtendrán las medidas exactas (Marsden, 1971, 266-269), tomando una parte de la información propor­cionada por Vitrubio (Marsden, 1971, 185-206) para rellenar las lagunas dejadas por este último autor.

Las primeras reconstrucciones de la catapulta tres palmos llegaron de la mano del alemán Schramm (Schramm, 1918a; Fig. 77). Su propuesta de reconstrucción de la catapulta de Ampu­rias resultó de gran interés por ser la primera llevada a cabo con la información proporcionada por unos restos arqueológicos. Los alcances logrados con sus máquinas resultaron de gran interés por superar los 300 metros (Tabla 2).

Si tenemos en cuenta que la catapulta de Caminreal (Vicente, 1997; Fig. 71) y la de Ampu­rias 130 (Fig. 67) son las más completas de cuantas se han encontrado, las reconstrucciones del bastidor de esta máquina tienen que seguir con la máxima exactitud la información proporcio­nada por ellas para poder compaginar los textos clásicos con los restos arqueológicos.

Es de destacar la reconstrucción de la Ermine Street Guard (Figs. 82 y 83). Frontalmente, el bastidor de esta catapulta tiene dos placas de grandes dimensiones dispuestas de forma horizon­tal mientras que en el caso de la catapulta de Caminreal estas placas son cuatro y están dispues­tas de modo que constituyen un bastidor monobloque. La caña se inserta en el bastidor de forma inexacta y termina en él, dando problema a la hora de precisar los disparos.

129 Schramm, 1918a; Marsden, 1969.

!3(1 Barthel, 1914; Schramm, 1918a; Pitolíct, 1920.

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194 ARTILLERÍA Y POLIORCÉTICA EN EL M UNDO GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

Fig. 82. Reconstrucción de una catapulta tipo scorpio a cargo de la Ermine Street Guard (Zienkiewicz, 1994)

El pilar central del bastidor de esta máquina es de una sola pieza cuando lo más normal y práctico sería que estuviera compuesto por dos piezas unidas por medio de puentes. En la re­construcción de esta máquina no se aprecian los dos agujeros que tiene en el puntal central la catapulta de Caminreal y que están perfectamente delimitados. En su lugar hay un solo agujero con dos muescas.

La última reconstrucción que se ha presentado de este modelo es la de Rubén Sáez (Fig. 84) que se basa en la información que proporcionan los restos arqueológicos hallados en Caminreal (Vicente et alii, 1997). Al ser esta máquina la más completa de cuantas se han encontrado hasta la fecha, tomando las medidas que proporciona el hallazgo ha resultado fácil obtener las dimen­siones de la estructura de madera que compondría el capitulum. Posteriormente, se revistió toda la catapulta con las piezas de metal halladas, para reforzar su estructura. Los modiolus se constru­yeron en bronce, tomando las medidas básicas de la catapulta de Caminreal. El mecanismo de re­tén es en forma de uña y el torno con ruedas dentadas.

Respecto a la base, las fuentes clásicas tan sólo mencionan la altura total. En cuanto a su cons­titución se ha optado por diseñarla en forma de trípode, con una pata central más gruesa y cua­tro laterales que proporcionan la estabilidad necesaria al conjunto, una de las cuales es abatible. Otros autores habían elegido la opción de una pata central con tres ramificaciones a ras de suelo. Este sistema dificultaba la ubicación de la máquina, ya que requería de un firme totalmente alla­nado para poder ser puesta en funcionamiento. Sin embargo, con la forma planteada, las patas pueden ser fijadas en la tierra a pesar de la dificultad del terreno.

Para unir la base con el resto de la catapulta se ha optado por una junta universal básica, que permite tanto los movimientos giratorios como pivotar a diferentes alturas, con un ángulo de 45° hacia arriba y hacia abajo. Gracias a este dispositivo, la máquina tiene una autonomía total que le permite disparar a cualquier altura y en cualquier dirección.

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Gladius, Anejos 8, 2005 10. Í A ARQUEOLOGÍA EXPERIMENTAL 195

Fig. 83. Vista lateral de la catapulta tipo scorpio reconstruida por la Ermine Street Guard (Zienkiewicz, 1994)

Fig. 84. Reconstrucción de una catapulta tipo scorpio de Rubén Sáez

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196 ARTI LLERÍA Y POLÍORCÉTICA EN EL M UNDO GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

La principal novedad que aporta esta reconstrucción es la resolución de una de las grandes in­cógnitas que rodeaban a los restos hallados en Caminreal (Fig. 71). Y ese problema residía en do­tar de utilidad el agujero inferior del frontal metálico. Si bien el superior estaba claro que servía para que la flecha saliera a través de él, el inferior planteaba importantes dudas a causa de su ubi­cación en el bastidor.

La conclusión a la que se ha llegado es que su principal utilidad sería la de sujetar la caña al capitulum. Para ello, empleaba una pieza metálica con un pasador móvil que haría de tope e im­pedía la separación de las dos piezas. De esta forma y, gracias al pasador y a la junta universal que unía la base con la caña, la catapulta podía desmontarse en tres piezas bien diferenciadas (capitu­lum, caña y corredera, y base). Este nuevo sistema era capaz de simplificar al máximo el montaje y desmontaje de la máquina, que costaba menos de medio minuto. Así se facilitaba que la má­quina fuera empleada como artillería de campaña.

IO.2.3. E l ONAGER

Las principales reconstrucciones llevadas hasta la primera mitad del siglo XX fueron la de Payne-Gallwey (Payne-Gallwey, 1958) y la de Schramm (Schramm, 1918a; Eig. 85). La primera de ellas consiguió disparar a 500 metros un proyectil de 2,6 kilos, mientras que las reconstruc­ciones del alemán superaban los 200 metros, en función de su tamaño (Tabla 2).

Sin duda alguna, el principal problema a la hora de reconstruir esta pieza de artillería residía en calcular las dimensiones del resorte que permitiría mover la máquina. Al no disponer de nin­gún resto arqueológico de esta máquina, el tamaño de las reconstrucciones es muy variado, con lo cual resulta difícil hacer comparaciones.

Al igual que sucedía con las máquinas para lanzar piedras de dos brazos, el tamaño del resor­te dependía del proyectil a disparar. Por tanto, era necesario aplicar las mismas fórmulas de cál­culo que ya se habían empleado con otras máquinas. Pero, la presencia de un solo resorte conducía a que los cálculos hubieran de efectuarse de forma muy diferente. Así, el tamaño del re­sorte se tenía que calcular para el doble de peso, como si tuviera dos brazos.

Pero, es en el armazón principal de la máquina donde verdaderamente se aprecian grandes di­ferencias entre las diferentes reconstrucciones, sobre todo en lo que se refiere a la pieza que tenía que hacer de tope al brazo. Para Schramm (Schramm, 1918a) el tope se encontraría con un án­gulo en torno a los 75 °, pero es necesario tener en cuenta que su modelo era el doble de grande que cualquiera de las reproducciones que se han hecho sobre la pieza.

Payne-Gallwey comenzó reconstruyendo la máquina con las mismas premisas que ya había se­guido Schramm. Pero, tras muchas pruebas, comprobó que para el correcto funcionamiento del brazo y que los proyectiles alcanzaran la distancia más elevada era necesario que el ángulo de to­pe llegara a los 90° (Payne-Gallwey, 1907)· En prácticamente todas las reproducciones actuales se considera que la solución aportada por Payne-Gallwey es la más adecuada.

Por la parte de detrás del resorte, las vigas tenían que tener la suficiente distancia como para permitir que se colocara el mecanismo de torno. Eran necesarias unas vigas transversales para evi­tar que el armazón principal se abriera y la máquina perdiera su efectividad. Por debajo del ar­mazón deben colocarse unos tacos, de forma que la máquina quede en el aire y el resorte no toque el suelo.

Pero, aún queda una dificultad más: cómo colocar el resorte en la posición adecuada. Ninguna de las fuentes antiguas como Amiano Marcelino (Amm. Marc., 23, 4, 4), el Anónimo Bizantino

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Gladius, Anejos 8, 2005 10. LA ARQUEO LOGIA EXPERIMENTA L 197

Fig. 85- Reconstrucción de un onager por parte de Schramm (Schramm, 1918a)

{Anon. Bizant., CCLII, 17) o Apolodoro de Damasco (Apollod., Pol.·, CLXXXVIII) confirman ia forma de insertarlo. Para solucionar este inconveniente es necesario apelar a la experiencia que po­seemos con las máquinas de dos brazos. Así, cada agujero del resorte se equipa por fuera con una anilla de metal, un modiolus y una palanca que actúa como tensador.

La selección del brazo resulta muy importante, pues hay que escogerlo del material adecuado y de la suficiente resistencia para evitar su rotura en el momento álgido de la tensión. La madera óptima para su realización es la de roble sin ningún tipo de nudos o taras. Tanto la reproducción de Payne Gallwey (Payne-Gallwey, 1907) como la de Schramm (Schramm, 1918a) sufrieron el problema de su rotura en numerosas ocasiones.

El torno es otro de los puntos en los que no se ponen de acuerdo los especialistas. Estaría com­puesto por una rueda dentada, por medio de la cual se manejaría un tipo de torno básico. Para el mecanismo disparador hay que seguir a Amiano, que menciona la descarga del gatillo con el golpeo de un martillo. Esta acción recuerda la que describe el autor cuando un artillero, al gol­pear con su martillo una máquina mal cargada, recibió el impacto de la piedra y quedó destro­zado. Inevitablemente, cuando hoy en día se procede a disparar esta máquina siempre se piensa en la mala suerte de este artillero antiguo.

Este temor ha llevado a que todos los reconstructores hayan optado por mecanismos que sea posible accionarlos desde una distancia segura. Pero, a pesar de este miedo inicial, la mejor solu­ción hoy en día es el empleo de un martillo, ya que resulta complicado soltar el disparador sin un golpe brusco.

La distancia alcanzada por el proyectil depende de varios factores. Fundamental resulta el án­gulo descrito por las piedras y que oscila entre los 45 y los 75 °, aunque el ideal se aproxima a la primera cifra. También depende del tamaño de la honda que se encuentra en el extremo del bra­zo. Las dimensiones ideales estarían cerca de un tercio de la longitud del brazo. Una honda más larga del tamaño habitual proyecta el disparo con un ángulo muy bajo, a corta distancia pero con

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Fig. 86. Reconstrucción de un onager a cargo de la Ermine Street Guard (Zienkiewicz, 1994)

mucha violencia. Ai contrario, una honda más corta permite un ángulo de tiro más alto. Este sis­tema se asemejaría ai de los morteros modernos.

En cuanto a las distancias alcanzadas, Payne-Gallwey (Payne-Gallwey, 1907) reconstruyó una catapulta de grandes dimensiones. En ella dispuso un resorte de 20 centímetros, que permitía dis­paros efectivos de piedras de poco más de un kilo y medio. Sin embargo, si hacemos casos a las palabras del autor encontraríamos disparos de proyectiles de más de dos kilos y medio con al­cances efectivos en torno a los 450 metros de distancia como máximo. Con su onager más gran­de, Schramm lanzó un proyectil de 1,3 Kilos a 274 metros (Marsden, 1971). Sin embargo, hay que tener en cuenta que estas distancias tan elevadas eran alcanzadas con proyectiles más peque­ños de lo que les correspondería a la máquina.

Hoy en día, la reconstrucción más interesante de cuantas se han reconstruido durante los úl­timos años es la de la Ermine Street Guard (Fig. 86). La reconstrucción responde a un modelo de pequeño tamaño. El alcance de la máquina habría que situarlo en torno a los 150 metros para proyectiles de entre 2 y 3 kilos.

10.2.4 . L a b a l l i s t a

A la hora de reconstruir la ballista hay que tener en cuenta la información suministrada por Heron en su Belopoeica (Marsden, 1971, 17-60), aunque para algunos aspectos puntuales co­mo por ejemplo el mecanismo disparador es mejor seguir la Cheiroballista de Pseudo-Heron (Marsden, 1971, 206-234). De la obra de Filon (Marsden, 1971, 105-185) se obtendrán las

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Gladius, Anejos 8, 2005 10. LA ARQUEOLOGÍA EXPERIMENTAL 199

Fig. 87. Reconstrucción de la ballista de la Ermine Street Guard (Zienkiewicz, 1994)

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Fig. 88. Reconstrucción de la ballista de la Ermine Street Guard

dimensiones de ias diferentes piezas (Marsden, 1971, 266-269), tomando una parte de la in­formación proporcionada por Vitrubio (Marsden, 185-206) para rellenar las lagunas dejadas por este último autor.

Las primeras reconstrucciones llevadas a cabo llegaron de la mano de Schramm (Fig. 77). Des­de ese momento han sido muchas las máquinas construidas, como la de la Ermine Street Guard (Fig. 87), la mejor de cuantas se han reconstruido en los últimos años. Se trata de una pieza de artillería de pequeño calibre diseñada para lanzar proyectiles de 1 mina. El diseño de la máquina tiene los brazos batiendo por el exterior.

Otra de las nuevas máquinas diseñadas recientemente ha sido la de Tarraco (Tarragona). Sin embargo, al ser puesta en funcionamiento, ha tenido algunos problemas que provocan que los proyectiles no sean capaces de ser expulsados de la corredera, lo que hace que no funcione. Se ha­ce necesario una revisión de la máquina para ponerla a punto y hacer que resulte efectiva.

La ballista más grande construida desde la Antigüedad ha sido la que construyó la BBC (Fig. 89) bajo la dirección de Alan Wilkins. Estaba diseñada para arrojar proyectiles de 26 kilos. Su construcción planteó muchos problemas, como la colocación de los tirantes que impedían el mo­vimiento correcto del gatillo. A pesar de estos inconvenientes pudo ser puesta en funcionamien­to, alcanzando 18 metros en la primera tirada. Tras ser forzada al máximo se lograron alcanzar más de 80 metros, aunque varias de las piezas del capitulum sufrieron roturas, lo que llevó a que no pudiera volver a ser puesta en funcionamiento.

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Gladius, Anejos 8, 2005 10. LA ARQUEOLOGÍA EXPERIMENTAL 201

Fig, 89. Ballista de un talento reconstruida por la BBC bajo la dirección de Alan Wilkins (Campbell, 2003a)

10 .3. L a s MÁQUINAS NO CONSIDERADAS COMO ARTILLERÍA

Pero, si las investigaciones sobre piezas de artillería tienen una larga historia en el marco de las investigaciones, no sucede lo mismo con el resto de máquinas de asedio que, normalmente, a cau­sa de su elevado tamaño apenas han sido reconstruidas a escala real. Tan sólo aparecen en algu­nos casos dentro de contextos arqueológicos, como elemento ilustrativo de las técnicas de asedio del ejército romano.

En este sentido, hay que destacar el ariete que se encuentra en el centro de interpretación de Garray (Numancia) (Fig. 90). Responde al modelo de aries prensi lis, con una estructura fija de ma­dera que sirve de marco a la viga del ariete que se encuentra colgada de la parte superior y que se movería en un sistema de balancín. La cabeza de la máquina es un carnero de bronce de pequeñas dimensiones, con un enmangue de unos 20 centímetros (Fig. 91).

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202 ARTILLERÍA Y POLIORCÉTICA EN EL M UNDO GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

Fig. 90. Reconstrucción de un ariete en Garray (Nu manci a, Soria).

Uno de los principales elementos que se echan en falta en la máquina son ías cuerdas de la par­te trasera. En ellas se agarraban los soldados para balancear el ariete, constituyendo un elemento clave de la máquina. Al mismo tiempo, no están compensadas la longitud de la viga y la altura de la estructura, lo que haría que fuera poco operativa. Los soldados tendrían mucha dificultad pa­ra manejarla, pues no podrían disponer del espacio necesario en su parte trasera.

En cuanto a las torres de asedio, hay que destacar la que se encuentra en la Ciudadela de Ca- lafell (Fig. 92). En este yacimiento, apoyada sobre las murallas, se encuentra una de estas máqui­nas. La reconstrucción tan sólo tiene su armazón básico, sin ninguna de las máquinas adicionales de que disponían estas torres como arietes o catapultas. Tampoco es posible apreciar en ella el sis­tema de torno que movía el ingenio. En cuanto al cubrimiento, es muy simple y no responde al empleado en el mundo romano.

La disposición de los pisos está planteada de tal forma que el más alto tiene un puente de des­embarco. Al contrario de lo que sucedía con las torres grecorromanas, en la torre de Calafell la es­calera de acceso a los pisos superiores es interna, lo que priva a la máquina de gran cantidad de espacio. De ahí que en la Antigüedad las escaleras fueran externas.

El mantelete funcionaba como un panel móvil de grandes dimensiones formado por tablas de madera. El modelo reconstruido por Rubén Sáez (Fig. 93) tiene unas dimensiones de 2 metros de alto por 1,5 de ancho. Este modelo se ha planteado, en su parte trasera, con varios refuerzos horizontales de 7 centímetros de grosor (dos en el centro, uno en la parte superior y otro en la in­ferior). Sobre ellos se han clavado las tablas verticales, de 2 metros de altura, para superar siem­pre la estatura de los soldados que tenían que proteger. El grosor de las tablas empleadas es de 2 centímetros. Se ha utilizado un grosor tan pequeño para aligerar el peso de la máquina, aunque en los asedios se incrementaría dependiendo de las necesidades.

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Gladius, Anejos 8, 2005 ¡0. LA ARQUEOLOGÍA EXPERIMENTAL 203

Fig. 91. Detalle de la cabeza del ariete de Garray (Numancia, Soria)

Fig. 92. Reconstrucción de una torre de asedio en la Ciudad ella de CaJafeil (Tarragona)

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204 ARTILLERÍA Y POLIORCÉTíCA EN EL M UNDO GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

Fig. 93. Reconstrucción de un mantelete a cargo de Rubén Sáez

Para ayudar en el desplazamiento de la máquina han sido colocadas dos abrazaderas de cuero, dentro de las cuales pueden meter los brazos los encargados de desplazar la máquina. Su agarre es muy semejante al del escudo individual de mano, ya que esto no es más que un escudo, pero de mayores dimensiones. A la hora de desplazar el peso, si se hace ligeramente inclinado hacia atrás se facilita el transporte.

Para poder dejarlo fijo cuando se llega al lugar deseado, se han construido dos patas en sus la­dos exteriores. Estas patas eran abatibles y se pueden subir y bajar por medio de dos bisagras muy simples, quedando sujetas en su parte superior por medio de dos tiras de cuero cuando no se uti­lizan. El extremo de las patas ha sido fabricado en inglete, de modo que se pudiera sostener en el suelo más firmemente.

El número de soldados que podía proteger la máquina variaba en función de su tamaño. El modelo aquí presentado podría cubrir de íos disparos frontales de seis a ocho soldados. Sin em­bargo, por los laterales y por la parte superior eran vulnerables, lo que obligaría a que fueran des­plazados unos junto a otros para formar un muro de grandes dimensiones.

E! pluteo reconstruido por Rubén Sáez (Fig. 94) es una máquina con forma absidial que, al igual que el mantelete, podía variar en cuanto a su tamaño y que se desplazaba con tres ruedas dispuestas en la parte trasera y el frente. En cuanto a su constitución, para esta reconstrucción, en primer lugar, se han hecho unos arcos semicirculares horizontales de refuerzo para la parte su­perior, inferior y central de 10 centímetros de grosor y que funcionaban como refuerzo. Servían

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Gladius, Anejos 8, 2005 10. LA ARQUEOLOGÍA EXPERIMENTAL 205

Fig. 94. Reconstrucción de un pluteo a cargo de Rubén Sáez

además como los elementos de apoyo, sobre los que se clavaban las tablas verticales que forma­ban el frente y que tenían dos centímetros de grosor. Entre cada una de las tablas se ha dejado una grieta de un par de milímetros para que así se pueda ver a través de ella y saber hacia dónde se dirige la máquina.

La reconstrucción que se plantea tiene unas dimensiones de 1,5 metros de ancho. La altura total de la máquina es de 2,20 metros, algo superior a la altura de los hombres, para que se pu­dieran esconder detrás sin dificultades. En su parte interior cuenta con cuatro agarres que facili­tan el desplazamiento. Dos de ellos están en uno de los travesaños semicirculares y otros dos en la parte superior. El sistema de desplazamiento de las ruedas está construido de tal forma que pue­dan girar en todas las direcciones. Se componen de un elemento giratorio en su parte superior y de una horquilla en la que se dispone la rueda. Así, por medio del primer elemento, podía girar en cualquier dirección y con el segundo desplazarse hacia delante y hacia atrás.

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CONCLUSIONES

Las técnicas y máquinas de asedio alcanzaron un elevado protagonismo en la fuerza militar de los ejércitos de la Antigüedad. Desde su aparición en el Imperio Asirio a lo largo del siglo IX a.C. (Sauvage, 1991) en forma de torres de asedio móviles (Fig. 45) y de arietes, se convirtieron en parte esencial de los contingentes militares.

Vía Fenicia y Cartago, los avances desarrollados en Oriente llegaron hasta las ciudades griegas de la Magna Grecia. Pero, su aparición en territorio griego se retrasó y, a lo largo de la Guerra del Peloponeso, eran muy pocas las máquinas puestas en funcionamiento, ninguna de ellas de arti­llería. La técnica de cerco, utilizada hasta este momento, comenzó a ser sustituida por intentos de asalto que, en la mayor parte de los casos, terminaban en un fracaso, ya que los hoplitas no esta­ban preparados para este tipo de enfrentamiento.

Además, se prefería la circunvalación, que no suponía excesivas pérdidas humanas entre el contingente ciudadano. Será con la aparición del mercenariado cuando se opte por los asaltos ma­sivos y también se concedan abundantes premios a los primeros en poner el pie en los muros ene­migos. Las ciudades se habían convertido en objetivo militar de primer orden y la defensa se centró en ellas y no en el territorio circundante. Ya se percibía una transformación en la forma de entender los asedios.

Las amplias victorias cartaginesas logradas en Hímera (Diod. Sic., XIII, 59-62) y Selinunte (Diod. Sic., XIII, 54-56) el 409 a.C., gracias al apoyo técnico que proporcionaban las máquinas de asedio (torres, arietes, tortugas), llamaron la atención de Dionisio I de Siracusa. Allí, fueron reunidos los mayores ingenieros de todo el ámbito del Mediterráneo para que mejoraran las má­quinas empleadas por los cartagineses y construyeran otras nuevas. El resultado fue la puesta en marcha de las primeras catapultas para lanzar flechas (Fig. 8) que introdujeron las piezas de arti­llería en el mundo de los asedios.

Habría que esperar hasta la creación del equipo de ingenieros de Filipo II de Macedonia para encontrar las primeras piezas de artillería de torsión, que proporcionaban una mayor potencia a las máquinas. A partir de este momento se explotó de forma sistemática su uso de la mano de Ale­jandro Magno. Pero, será con Demetrio Poliorcetes cuando se construyan las máquinas de asedio de mayores dimensiones que contempló la Antigüedad, como la torre de asedio empleada para tomar la ciudad de Rodas (Figs. 48 y 49).

Las piezas de artillería suponían las máquinas de asedio tecnológicamente más complejas y, tanto las griegas como las romanas, salvo algunas variantes, se podían dividir en función de los proyectiles que arrojaban, pudiendo ser:

— Catapultae: disparaban flechas o lanzas con todas sus variantes. Dentro de este grupo es­taban las oxybeles y dorybel.es, además de las de pequeño tamaño conocidas como catapul­tas de tres palmos griegas o tipo scorpio romana.

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- Ballistae: servían para arrojar piedras y se incluyen dentro de este grupo las máquinas de dos brazos conocidas como lithobolos y petrobolos.

También se dividían en función de la fuerza impulsora y así las máquinas podían ser de:

- “No torsión” : se obtenía la fuerza por medio de un arco de grandes dimensiones.

- Torsión: la energía se lograba por medio de resortes de cuerda, tendones o crines de animales.

Dentro de las máquinas de torsión aún es posible distinguir dos tipos:

- Euthytona: el recorrido de los brazos oscilaba entre los 23 y los 35°. Tenía un solo plin- thion y por tanto el muelle era recto. Su potencia sólo le permitía el lanzamiento de flechas.

- Palintona: el recorrido de los brazos variaba entre ¡os 45 y los 50°, lo que aumenta su po­tencia de fuego. Al tener dos perithreta independientes podía alojar resortes en V, por lo que resultaba óptima para disparar piedras. Si se impone la teoría de que los brazos batie­ran por dentro, el recorrido oscilaría entre los 90 y los 120°.

El principal problema de estas máquinas era determinar el calibre de la máquina. Este de­pendía del diámetro del resorte, que aportaba la fuerza y permitía calcular el resto de las piezas. Todas las máquinas de dos brazos funcionaban igual: la corredera iba hacia delante, el retén su­jetaba la cuerda, la corredera iba hacia atrás y provocaba la tensión. Al soltar el gatillo, el retén liberaba la cuerda y los resortes volvían a su posición, llevando consigo los brazos que arrastra­ban la cuerda y ésta al proyectil.

El ejército romano comenzó la utilización de maquinaria pesada de asedio por su contacto con las grandes potencias que lo rodeaban. Tras un primer enfrentamiento con Pirro, rey del Epiro, será tras la Primera Guerra Púnica que los enfrentó a los cartagineses cuando comience a explo­tar las verdaderas potencialidades de los ingenios de asedio.

Los ingenieros romanos recogieron los diseños griegos y adoptaron las máquinas a su pro­pio ejército, tomando el patrón romano y continuaron nuevos desarrollos aportando alguna novedad, siempre que esta fuera posible. El único campo en el que se llevaron a cabo mejoras sustanciales era el de la artillería, pues en el resto de campos ya se había alcanzado el culmen de las posibilidades técnicas con los grandes ingenios de la época helenística, obra de Demetrio Poliorcetes.

El ejército romano, en una primera fase, tenía varias formas para obtener piezas de artillería: requisas o préstamos de las ciudades griegas aliadas, trabajo de ingenieros griegos a sueldo y tra­bajo de ingenieros romanos que habían aprendido los métodos griegos.

César fue el primer general consciente de la importancia de llevar pequeñas catapultas tipo scorpio (Fig. 84) permanentemente con sus tropas. Augusto, por su parte, creó en Roma arsena­les semejantes a los de las grandes ciudades griegas como Pérgamo, Rodas o Alejandría. Las le­giones recibieron así un número de máquinas reglamentario. Ya en el siglo IV d.C. se crearon legiones especiales de ballistarii para acudir a los lugares donde fueran necesarias.

Interesante aportación dentro del mundo romano es la quiroballista (Fig. 81). Esta máquina lanzaflechas móvil supuso un importante avance por introducir el carácter versátil de la artillería a la guerra de movimientos. Su nuevo diseño facilitó que la artillería fuera utilizada en batallas campales y no sólo para el asedio de fortificaciones.

Sin embargo, el lanzapiedras más empleado durante el Bajo Imperio fue el onager. Esta má­quina conocida por los griegos tuvo en el ejército romano su mejor valedor. Al disponer de un

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Gladius, Anejos 8, 2005 CONCLUSIONES 209

solo brazo su funcionamiento era mucho más simple que las ballistas típicas y no requería de téc­nicos especializados.

Pero, donde más destacaron los romanos fue en la ingeniería militar, sobresaliendo las obras de fortificación romanas y por encima de todas, el campamento (castra). Los campamentos se do­taban de fortificaciones defensivas como era el vallum, agger γ fossa, de tal forma que se conver­tían en pequeñas fortificaciones. Muy semejantes pero de menores dimensiones eran los castella y las fortificaciones camp amentales, poco usadas por los romanos.

El empleo de la artillería contribuyó de forma notable a la evolución de los sistemas defensi­vos. Las murallas se hicieron cada vez más altas y gruesas para proteger las ciudades de las gran­des máquinas de torsión. Dentro de estas construcciones resultaban fundamentales las torres, reforzando los muros con emplazamientos más fuertes y elevados para la disposición de las má­quinas más pesadas.

El uso de la artillería llevó a la mejora de las torres, que se dividieron en varios pisos y busca­ron diseños poligonales para el rebote de los proyectiles que impactaran sobre ella y, al mismo tiempo, eliminar los ángulos muertos de las máquinas del interior. El sistema defensivo se com­pletaba con fosos para mantener alejadas las máquinas de grandes dimensiones que eran las ver­daderas destructoras de las fortalezas.

El asedio se podía realizar de diferentes maneras como eran: obsidio u obsessio (bloqueo), re­pentina oppugnatio (asalto) o longinqua oppugnatio (asedio regular). Las murallas podían ser su­peradas por encima con escalas, torres de asedio, sambucae y tollenones·, por medio derrumbando una parte de los muros con los arietes y por debajo con el minado.

Para acercarse a los muros se utilizaban protectores, como vinea, pluteo o musculos, entre otras máquinas. Eran capaces de cobijar gran número de soldados y permitir su aproximación a los muros.

Es necesario señalar que una ciudad asediada por un ejército con maquinaria bélica sólo po­día resistir estos ataques si disponía de unas murallas gruesas y de artillería para contrarrestar la desplegada por los sitiadores.

A pesar de las posibilidades que ofrecían las máquinas de asedio la mayor parte de los casos en los que se utilizaron se produjeron en ciudades costeras, hasta las que resultaba mucho más fácil su transporte vía marítima. En el caso de las ciudades de interior era mucho más complicado su desplazamiento vía terrestre a causa de su excesivo peso.

Hay que tener en cuenta que la importancia de la maquinaria bélica podía tener dos efectos: uno moral y otro real. Los efectos reales de las máquinas sobre las murallas, salvo en los casos en que era empleada a gran escala, eran muy limitados. A pesar de esto, Filon dedica un amplio es­pacio en su obra a tratar la forma de construir las fortificaciones para contrarrestar las piezas de artillería, por lo que el potencial de esta maquinaria bélica está fuera de toda duda.

Si bien resultaba muy difícil derribar una muralla a distancia por medio de la utilización de máquinas, sin embargo sí que resultaban interesantes sus aplicaciones para limpiar las almenas y apoyar a las tropas, protegiéndolas de los proyectiles lanzados desde las murallas.

Por el contrario, su ataque directo contra personas resultaba de gran eficacia y así las fuentes hablan de personas decapitadas o atravesadas por proyectiles de catapulta (Fig. 95). Incluso en las excavaciones del castillo de Maiden en Dorset apareció un cráneo que había sido atravesado por la flecha de una de estas máquinas (Wheeler, 1943) y en las de Contrebia Belaisca (Botorrita, Za­ragoza) un niño decapitado (Beltrán Martínez et alii, 1985). Los resultados obtenidos con este ti­po de asesinatos selectivos eran elevados, haciendo que cundiera el pánico entre los habitantes de las fortalezas.

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210 ARTILLERÍA Y POLIORCÉTICA EN EL M U ND O GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

Fig. 95. Cráneo del Castillo de Maiden (Marsden, 1969)

El valor de la maquinaria no residía tan sólo en su capacidad de destruir fortificaciones o eli­minar soldados de forma individual. Mucho más importante si cabe era el efecto moral que pro­ducía sobre las tropas enemigas. El uso de ía maquinaria bélica permitía causar bajas al enemigo antes de que este pudiese responder y, así, aumentar de forma indirecta la moral de las tropas. De esta forma, se lograba un desgaste psíquico entre los sitiados, que solía conducir a la rendición de la ciudad (Marsden, 1969).

Gran parte de estos efectos morales se derivarían de la propia decoración de las máquinas. Fi­lón en su obra habla de una pieza de adorno que representaba elementos de arquitectura y se po­nía delante de las ballistae. Esta apariencia monumental sería la que contribuiría a aterrar todavía más a los soldados. Al mismo tiempo y, al igual que sucede en la actualidad, serían muchos los casos en los que se reproducirían falsas máquinas con el fin de atemorizar a los habitantes de al­guna fortaleza para que así se rindieran.

La utilización de artillería por parte de un ejército condujo a una mejora en la moral de las tropas propias perjudicando notablemente la de los enemigos en vista de los daños causados (Fig. 96). Un aspecto muy importante de estas máquinas era el ruido producido al disparar. No era tan exagerado como el de los modernos cañones, pero aún así atemorizaría a los sitiados.

Page 204: Sáez Abab, Rubén - Artillería y Poliorcética en El Mundo Grecorromano

Gladius, Anejos 8, 2005 CONCLUSIONES 211

En determinados momentos, los disparos tan sólo buscaban ese efecto moral. El año 184 a.C., Aníbal, bajo la protección del rey Prusias de Bitinia, por medio de ballistae lanzó jarras llenas de serpientes venenosas en su enfrentamiento contra la flota del rey Eumenes de Pérgamo 13

Estos efectos morales eran sobre todo apreciables entre los pueblos que nunca habían visto es­te tipo de maquinaría. Alejandro Magno explotó al máximo este factor sorpresa en su conquista del territorio asiático, igual que los defensores romanos hicieron en Adrianópolis (378 d.C.) con­tra los godos (Amm. Marc., 31) al disparar un onager sobre un contingente de infantería. Pero, sin lugar a dudas, los mayores efectos morales fueron alcanzados por Arquímedes de Siracusa con sus impresionantes ingenios bélicos, que lograron vencer a los romanos y atemorizaban a los sol­dados con tan sólo asomar por encima de las almenas.

Frontin, Es,r., IV, 7, 10-11; Nep., Hann., 10, 4-1, 6; Just., XXXII, 4, 6-7; Gal., XIV, 231.

Page 205: Sáez Abab, Rubén - Artillería y Poliorcética en El Mundo Grecorromano

APÉNDICES DOCUMENTALES

A p é n d ic e I : P e s o s y m e d id a s

. Mundo griego

U n id a d d e m e d id a g r ie g aS is t e m a m é t r ic o

INTERNACIONAL

1 obolo 0,7 - 1 , 1 gramos

6 oboloi - 1 drachma. 4,3 - 6,3 gramos

100 drachmae = 1 mina 431 — 630 gramos

60 minae = 1 talento 26 — 38 Kilogramos

Tabla 3. Fuente: Humphrey et alii (1998)

U n id a d d e m e d id a g r ie g aS is t e m a m é t r ic o

INTERNACIONAL

1 daktylos (dedo) 19 milímetros

4 daktyloi - 1 palaise (palma) 75 milímetros

16 daktyloi - 1 pous (pie) 0,305 metros

24 daktyloi - 1 pechus (cubito) 0,45 metros

2,5 pies = 1 bema (paso) 0,75 metros

6 pies = 1 orguia (braza) 1,80 metros

100 pies - 1 plethron 30 metros

600 pies - 1 stadion 180 metros.

Tabla 4. Fuente: Humphrey et alii (1998)

Page 206: Sáez Abab, Rubén - Artillería y Poliorcética en El Mundo Grecorromano

2. Mundo romano

214 ARTILLERIA Y POLIORCÉTICA EN EL iMUNDO GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

U nidad de medida romanaSistema métrico

INTERNACIONAL

1 uncia (onza) 27,3 gramos

12 unciae - 1 libra 327 gramos

Tabla 5. Humphrey et alii (1998)

U nidad de medida romanaS istema métrico

INTERNACIONAL

1 uncía 25 milímetros

12 unciae = 1 pes (pie) 0,296 metros

5 pedes - 1 passus (paso) 1,48 metros

125 passus - 1 stadium 180 metros

1000 passus - 1 mille 1,48 kilómetros

Tabla 6. Humphrey et alii (1998)

Page 207: Sáez Abab, Rubén - Artillería y Poliorcética en El Mundo Grecorromano

Gladius, Anejos 8, 2005 APÉNDICES DOCUM ENTALES 215

A p é n d ic e II: E v o l u c ió n d e l a a r t il l e r ía

1. Catapultas de “no torsión”

T ip o d e in g e n ioP r in c íp a i,

in n o v a c ió n

F u e n t e s

DOCUMENTALESF e c h a d e

INTRODUCCIÓN

Lanza-flechas {gas trap he tes)

Heron 399 a.C.

Lanza-flechas (gastraphetes avanzado)

Colocación de una base

Biton 399-360 a.C.

Lanza-piedras (gastraphetes avanzado)

Biton Antes del 353 a.C.

Tabla 7- Marsden (1969)

Armauirumque
Armauirumque
Page 208: Sáez Abab, Rubén - Artillería y Poliorcética en El Mundo Grecorromano

216 ARTILLERÍA Y POLIORCÉTICA EN EL M UNDO GRECO RROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

2 . Catapultas de torsion

TlPO DE INGENIOP r in c ip a l

INNOVACIÓN

F u e n t e s

DOCUMENTALES

F e c h a d e

INTRODUCCIÓN

Lanza-flechas (Modelo I)

Par de simples muelles de madera

Heron 350 a.C.

Lanza-flechas (Modelo II)

Muelles de madera con agujeros

Heron Antes del 340 a.C.

Lanza-flechas (Modelo III)

Arandelas Heron Después del 340 a.C.

Lanza-flechas (Modelo III a )

Bastidor euthytono Filon Antes del 334 a.C.

Lanza-piedras (Modelo IIIB)

Bastidor palintono FilonEntre el 334 y

el 331 a.C.

Lanza-flechas (Modelo IVA)

Construida con la fórmula euthytono

Heron y Filon 270 a.C.

Lanza-piedras (Modelo IVB)

Construida con la fórmula palintono

Heron y Filon 270 a.C.

Lanza-flechas (Modificación Modelo ΐ ν Λ)

Brazos curvadosRelieve de Pérgamo

Vitrubio150 a .C

Lanza-flechas (Modelo VA)

Arandelasperfeccionadas

Vitrubio (Aegis trato)

60 a.C.

Lanza-piedras (Modelo Y B)

Arandelasperfeccionadas

Vitrubio(Aegistrato)

60 a.C.

Lanza-flechas (Qtiiro ballista)

Todo el bastidor de metal

Columna de Trajano

100 d.C.

Tabla 8. Marsden (1969)

Page 209: Sáez Abab, Rubén - Artillería y Poliorcética en El Mundo Grecorromano

A p é n d ic e III: E m p l e o d e l a m a q u in a r ia

Gladius, Anejos 8, 2005 APÉNDICES DOCUMENTALES 217

1 . Mundo griego

Periodo Lugar de empleo Máquina utilizada Fuente documental

489 a.C. Milciades ataca Paros Mantelete, tortuga - Nep., M ilt., 7, 2

440 a.C.El ateniense Pericles

asedia SamosAriete, tortuga,

máquinas de asedio- Diod. Sic., XII, 28

431 a.C.Los peloponesios atacan la fortaleza

ática de EnoeMáquinas de guerra - Thuc., 11, 18, 1

430-429 a.C. Atenas ataca Potidea Máquinas de guerra- Thuc., II, 58, 1

- Diod. Sic., XII, 46

429 a.C.Los lacedemonios

atacan PlateaAriete, ingenios

- Thuc., II, 76, 4 - Diod. Sic., XII, 47

427 a.C.Atenas sobre

la ciudad de NiceaIngenios de asalto - Thuc., III, 5 1 ,3

425 a.C.Los lacedemonios

atacan PilosIngenios de guerra -Thuc., IV, 13, 1

424 a.C.Los beodos

asedian DelioIngenio lanzallamas -Thuc., IV, 100, 1

424 a.C.Los lacedemonios

atacan LécitoIngenio lanzallamas - Thuc., IV, 115 ,2

422 a.C.Atenas ataca

AnfípolisMáquinas de asedio -Thuc., V, 7, 5

415 a .CAtenas ataca las

Epípoias en Siracusa (Magna Grecia)

Máquinas de guerra-Thuc., VI, 102, 2

- Plut., Vit. Nie., XVIII

413 a.C.Atenas en la

Bahía de Siracusa (Magna Grecia)

Barca con torre de asedio, máquinas

de asedio

-Thuc., VII, 25, 5 -D iod. Sic., XIII, 11

Page 210: Sáez Abab, Rubén - Artillería y Poliorcética en El Mundo Grecorromano

218 ARTILLERÍA Y POLIORCÉTICA EN EL M UNDO GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

1 . Mundo griego (Continuación)

Periodo Lugar de empleo Máquina utilizada Fuente documental

413 a.C.Siracusanos en

el asedio de Siracusa (Magna Grecia)

Brulote -Thuc., VII, 53, 3

409 a.C.Atenas ataca

Bizancio (Grecia)Máquinas - Xen., Hell., I, 3, 14

403 a.C.Tropas atenienses

expulsadas contra su propia ciudad (Grecia)

Máquinas - Xen., Hell., Libro II, 4, 27

399 a.C.Esparta sobre Larisa

(Asia Menor)Tortuga - Xen., H ell, Libro III, 1, 7

397 a.C.Dionisio de Siracusa

ataca Motya (Magna Grecia)

Ingenios de guerra, ariete, catapulta, torre de asedio

- Diod. Sic., XIV, 47-51

389 a.C.Dionisio de Siracusa

ataca Caulonia (Magna Grecia)

Ingenios de asedio - Diod. Sic., XIV, 103

388 a.C.Dionisio de Siracusa

ataca Regio (Magna Grecia)

Armas de asedio, ingenios de asedio

-D iod . Sic., XIV, 108-112

377 a.C.Atenas ataca

Naxos (Grecia)Ingenios de asedio - Diod. Sic., XV, 34

364 a.C. Timoteo el ateniense ataca Torone (Grecia)

Máquinas- Poliaenus, Estrato

Libro III, 10, 15

358-357 a.C.Filipo II ataca

Anfípolis (Grecia)Ingenios de asedio,

ariete- Diod. Sic., XVI, 8

357-352 a.C. Filipo II ataca Caras (Grecia)

Máquinas de asedio- Poliaenus, Estrat.,

Libro IV, 2, 20

354 a.C. Filipo II ataca Metone (Grecia)

Catapulta - Estrabo,VII, 22 a

340 a.C. Filipo II asedia Perinto (Grecia)

Catapulta, torre de asedio

- Plut., Vit. Alex., LXX - Diod. Sic., XVI, 74-75

Page 211: Sáez Abab, Rubén - Artillería y Poliorcética en El Mundo Grecorromano

Gladius, Anejos 8, 2005 APÉNDICES DOCUMENTALES 219

1. Mundo griego (Continuación)

P e r io d o L u g a r d e e m p l e o M á q u in a u t il iz a d a F u e n t e d o c u m e n t a l

335 a.C.Alejandro ataca Pelio (Grecia)

Máquinas de guerra - Arr., Anab., I, 6, 8

334 a.C.Alejandro ataca Tebas (Grecia)

Ariete- Pseudo-Calístenes, Vida.y hazañas de Alejandro de Macedonia, Libro I, 46

- Diod. Sic., XVII, 9

334 a.C.Alejandro en Mileto

(Asia Menor)Máquinas, ingenios

de asedio- Arr., Anab., I, 19,2

- Diod. Sic., XVTI, 22

334 a.C.Alejandro asedia

Halicarnaso (Grecia)

Ariete, catapulta, tortuga, ingenios

de guerra

- Diod. Sic., XVII, 24 -26 - Arr., Anab., I, 20- 24

332 a.C.Alejandro ataca Tiro.

Los tirios le responden (Asia)

Torre de asedio, catapulta, petrobolos,

ariete, brulote

- Plut., Vit. Alex., XXIV- Diod. Sic., XVII, 41-46

- Arr., Anab., II, 18-25

332 a.C.Alejandro Magno ataca la ciudad de Gaza (Palestina)

Máquinas de asalto, ingenios, ariete

- Arr., Anab., II, 26-28- Plut., Vit. Alex., XXV

329-328 a.C.Alejandro Magno ataca Cirópolis en

Sogdiana (Asia)Ingenios de guerra - Arr., Anab., IV, 2-4

329-328 a.C.Alejandro ataca

la ciudad de Gaza en Sogdiana (Asia)

Catapulta - Arr., Anab., IV, 2, 3

328 a.C.Alejandro lucha con los escitas cerca de

Cirópolis en SogdianaCatapulta - Arr., Anab., IV, 4, 4

327 a.C.Alejandro asedia la Roca Coreina

(India)Catapulta, mantelete

- Diod. Sic., XVII, 85-98 - Arr., Anab., IV, 2 1 , 6

327 a.C.Alejandro en la ciudad de Masaga, territorio de los asacenos (Asia)

Máquinas de asalto, torre de madera

- Arr., Anab., IV, 26, 5

327 a.C.Alejandro ataca

la Roca de Aornos (India)

Máquinas- Arr., Anab., IV, 29, 7- Diod. Sic., XVII, 85

326 a.C.Alejandro asedia Sangala (India)

Máquinas de asalto - Arr., Anab., V, 23-24

Page 212: Sáez Abab, Rubén - Artillería y Poliorcética en El Mundo Grecorromano

220 ARTILLERÍA Y POLIORCFTICA LN EL M UNDO GRECORROM ANO Cladius, Anejos 8, 2005

1. Mundo griego (Continuación)

Periodo Lugar df. empleo Máquina utilizada Fuente documental

325 a.C.Batalla entre Alejandro

y los bárbaros cerca de Pátala (india)

Máquinas- Arr., Anab.yJU.,

India, 24, 7

323 a.C.Antipatro se defiende de los atenienses en

Lamia (Grecia)Ingenios -D iod. Sic., XVIII, 12

319 a.C.Arrideo se defiende

de Antigono I en Cícico

Catapultas lanzaflechas y lanzapiedras

- Diod. Sic., XVIII, 51

318 a.C.Polisperconte ataca Megalopolis y ésta

se defiende (Grecia)

Ingenios lanzaflechas, torres de asedio,

catapultas- Diod. Sic., XVIII, 70

317 a.C.Casandro ataca a

Olimpia, madre de Alejandro, en Pidna

Ingenios de guerra - Diod. Sic., XIX, 36

307 a.C.Demetrio Poliorcetes

asedia Muniquia (Chipre)

Ingenios de guerra, ballista, catapulta

- Diod. Sic., XX, 45

307 a .CDemetrio Poliorcetes

ataca Salamina (Chipre)

He lepo lis, ballista> catapulta, ariete

- Diod. Sic., XX, 48

307 a.C.Agatocles de Siracusa ataca Utica (Africa)

Ingenios, catapultas - Diod. Sic., XX, 54

306 a.C.Ptolomeo 1 contra

Demetrio I Poliorcetes en Chipre (Crecía)

Máquinas, ballista, catapulta

- Plut., Vit. Deme tr., XVI - Diod. Sic., XX, 49-51

306 a.C.Antigono ataca a

Ptolomeo en la orilla del Nilo (Egipto)

Catapultas - Diod. Sic., XX, 75

305 a.C.

Demetrio I Poliorcetes ataca Rodas.Los rodios se

defienden (Grecia)

Ingenios bélicos, helepolis, catapulta,

ballista

- Paus., I, 6,6- Plut., Vit. D em etr.XXI

- Vitr., De arch., X, XXII, 80- Diod. Sic., XX, 82-97

303 a .CDemetrio Poliorcetes

ataca SiciónIngenios de asedio - Diod. Sic., XX, 102

303 a.C.Demetrio Poliorcetes

asedia SisifoIngenios de guerra - Diod. Sic., XX, 103

Page 213: Sáez Abab, Rubén - Artillería y Poliorcética en El Mundo Grecorromano

Gladius, Anejos 8, 2005 APÉNDICES DOCUM ENTALES 221

1 . Mundo griego (Continuación)

Periodo Lugar de empleo Máquina utilizada Fuente documental

295 a.C.Agatocles de Siracusa

ataca CrotónLanzapiedras - Diod. Sic., XXI, 4

294 a.C. Agatocles de Siracusa ataca Hipponium Lanzapiedras - Diod. Sic., XXI, 8

294 a.C.La ciudad de Mesena

se defiende de Demetrio I Poliorcetes

Catapulta - Plut., Vit. Demetr., XXXIII

293 a.C.Demetrio 1 Poliorcetes

sitia Tebas (Grecia)Máquinas de guerra,

heíepolis.- Plut., Vit. Demetr.·,

XXXIX y XL

291 a.C.Demetrio I Poliorcetes

ataca Tebas (Grecia)Ingenios de asedio - Diod. Sic., XXI, 14

280-275 a.C.Cíeónimo asedia Trecén (Grecia)

Máquinas lanzadoras de dardos

- Poliaenus, Estrat., II, 29

278-276 a.C.Pirro ataca Eryx (Magna Grecia)

Ingenios de asedio - Diod. Sic., XXII, 10

274 a.C.Pirro ataca Lilibeo

(Magna Grecia)Ingenios de guerra - Diod. Sic., XXII, 10

274 a.C.Magas deja tropas en Cirene (Grecia) Máquinas de guerra - Poliaenus, Estrat., II, 28

229 a.CLos etolíos atacan Medión (Grecia)

Ingenios bélicos - Polib., II, 2, 7

225 a.C.Cleomenes III, rey de Esparta,

toma Argos (Grecia)Ballesta - Plut., Vit, Cleorn., XXI

223 a.C.Agis ataca

Megalopolis (Grecia)Máquina - Paus., VIII, 27, 3

220 a.C.La ciudad de Sinope

se defiende de Mitrídates (Grecia)

Ballesta - Polib., IV, 56

Page 214: Sáez Abab, Rubén - Artillería y Poliorcética en El Mundo Grecorromano

222 ARTILLERÍA Y POLIORCÉTICA EN EL M UNDO GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

1. Mundo griego (Continuación)

Periodo Lugar de empleo M áquina utilizada Fuente documental

218 a.C.Filipo V asedia Palea (Grecia)

Catapultalanzapiedras

- Polib., V, 3-4

217 a.C.Filipo V asedia Tebas de Ftiótide (Grecia)

Catapultaslanzapiedras

- Polib., V, 99

213 a.C.Filipo V asedia

Apolonia (Grecia)Catapulta, ballesta - Liv., XXIV, 40, 15

211 a.C.Filipo V asedia Equina (Grecia)

Catapulta, ballesta, tortuga, ariete, torre de asedio

- Polib., IX, 41, 1

208 a.CFilopemén, general aqueo, se enfrenta a Macanidas (Grecia)

Catapulta -Polib., XI, 11-12

201 a.C.Filipo V asedia

Prinaso (Grecia)Máquinas - Poliaenus, Estrat., IV, 18

200 a.C.Filipo V asedia

Abidos (Grecia)Catapulta

- Liv., XXXI, 17, 1- Polib., XVI, 30, 4

199 a.C.Filipo V asedia

Taumacos (Grecia)Mantelete, ariete - Liv., XXXII, 4, 1

199 a.C.Filipo V sobre

el río Áoo (Grecia)Máquinas de lanzamiento

- Liv., XXXII, 5, 13

198 a.C.Filipo V sobre

el río Áoo (Grecia)Catapulta, ballesta -Liv., XXXII, 10, 11

189 a.C.Ambracia contra sus propios ciudadanos

(Grecia)Ingenio lanzafuegos

- Liv., XXXVIII, 5-7 -Polib., XXI, 28, 12

171 a.C.Perseo ataca

Tesalia (Grecia)Máquinas de lanzamiento

- Liv., XLII, 53, 4

169 a.C.Perseo ataca

Estuberra (Grecia)Mantelete,

torre de asedio- Liv., XLIII, 18, 9

168 a.C. Perseo asedia Elpeo (Grecia)

Máquinas de artillería

- Liv., XLIV, 35

Tabla 9. Fuente: Elaboración propia

Page 215: Sáez Abab, Rubén - Artillería y Poliorcética en El Mundo Grecorromano

Gladius, Anejos 8, 2005

2. M u n d o ro m an o

APÉNDICES DOCUMENTALES 223

P e r io d o L u g a r d e e m p l e o M á q u in a u t il iz a d a F u e n t e d o c u m e n t a l

672-641 a.C.Tulo Hostilio ataca

Alba Longa (Península Itálica)

Máquinas- Dion. Hal., Ant. Rom.,

III, 4, 4

639-616 a.C.Anco Marcio ataca

Fidenas en territorio sabino (Península Itálica)

Máquinas- Dion. Hal., Ant. Rom.,

III, 40, 1

639-616 a.C.Anco Marcio ataca Velitra en territorio

volsco (Península Itálica)Máquinas de guerra

- Dion. Hal,,Ant. Rom.·, III, 41, 5

616-579 a.C.Tarquinio el Antiguo ataca el campamento

sabino (Península Itálica)

Barcas con sustancias inflamables

- Dion. Hal., Ant. Rom., III, 56, 1

502 a.C.

El cónsul Opitor Virginio Tricosto

ataca Cameria (Península Itálica)

Ariete- Dion. Hal,,A nt. Rom.,

V, 49, 4

500 a.C.Pomecia

(Península Itálica)Mantelete - Liv., II, 17, 1

496 a.C.Los cónsules atacan Fídenas en territorio

sabino (Península itálica)Máquinas de guerra

- Dion. Hal., Ant. Rom., V, 59, 1

483 a.C.Los cónsules atacan

Coriolos en territorio volsco (Península Itálica)

Ariete- Dion. Hal., Ant. Rom.,

VI, 92, 1

426 a.C.Veyes

(Península Itálica)Mantelete, tortuga,

torre de asedio- Liv., V, 5-7

386 a.C.Anclo

(Península Itálica)Máquinas

Ianzaproyectiles- Liv., VI, 9, 2

377 a.C.Ancio

(Península Itálica)Maquinaria bélica - Liv., VI, 32, 11

335 a.C.Cales

(Península Itálica)Mantelete,

torre de asedio- Liv., VIII, 16, 8

Page 216: Sáez Abab, Rubén - Artillería y Poliorcética en El Mundo Grecorromano

224 ARTILLERÍA YPOLIORCÉTICA EN EI, M UNDO GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

2 . Mundo romano (Continuación)

Periodo Lugar de empleo M á q u in a u t il iz a d a F uente documental

296 a.C.Romúlea

(Península Itálica)Máquinas de asedio -Liv., X, 17, 7

294 a.C.Milionia

(Península Itálica)Máquinas de guerra - Liv., X, 34, 2.

275 a.C.Maiventum

(Península Itálica)Carros dotados

de ingenios- Dion. HaL, Ant. Rom.,

XX, 1-3

262 a.C.Agrigento

(Magna Grecia)Cuervo - Poüb., I, 22, 3

262 a.C. Mytistrato Ingenios de asedio - Diod. Sic., XXIII, 9

260 a.C. Milas (Magna Grecia)

Cuervo - Polib., I, 23, 5

259 a.C.Camarina

(Magna Grecia)Máquinas de guerra

- Polib., I, 24, 12 - Diod. Sic., XXIII, 9

254 a.C.Palermo

(Magna Grecia)Máquinas de guerra - Polib., I, 38, 7

250 a .CLos cartagineses asedian Lilibeo (Magna Grecia)

Catapulta, ariete, galería cubierta,

tortuga- Diod. Sic., XXVI, 18

249 a.C.Los romanos

asedian Lilibeo (Magna Grecia)

Ariete, torre de asedio, ballesta, catapulta

- Polib., I, 42-53

249 a .CDrépano

(Magna Grecia)Máquinas de guerra - Polib., I, 59, 10

219 a .C Sagunto (Hispania)Máquinas, mantelete,

ariete, torre móvil

- App., Hisp., I, 10- Liv., XXI, 7-12- Flor., 1, 22, 3

214-212 a .CCasilino

(Península Itálica)Mantelete,

máquinas de guerra- Liv., XXIV, 19, 8

Page 217: Sáez Abab, Rubén - Artillería y Poliorcética en El Mundo Grecorromano

2. Mundo romano (Continuación)

Gladius, Anejos 8, 20O5 APÉNDICES D O C U Μ ΕΝΊ'A LES 225

P e r ío d o L u g a r d f . e m p l e o M á q u in a u tti.tzada F u e n t e d o c u m e n ’IAL

214-212 a.C.Siracusa

(Magna Grecia)Arpa, torre de asedio, ariete

- Liv., XXIV, 33-34- Polib., VIII, 4, 2

- Poliaenus, Estrat., VIII, 11 - Diod. Sic., XXVI, 18

213 a.C.Los romanos

defienden Tarento (Península Itálica)

Máquinas de guerra - App., Hann., I, 33

211 a .CCapua

(Península Itálica)Ballesta, escorpión - Liv., XXVI, 6, 3

211 a.C.Cartago Nova

(Hispania)Catapulta, ballesta,

escorpión- Liv., XXVI, 43-49- App., Hisp., I, 20

211 a .CAntícina de Locros (Península Italica)

Máquinas y artillería - Liv., XXVI, 26, 3

209 a .CTarento

(Magna Grecia)Ballesta, piezas

de artillería- Liv., XXVI, 6

- App., Hann., I, 49

208 a.C.Locros

(Península Itálica)Máquinas de

artillería y de asedio- Liv., XXVII, 25-28

207 a.C. Óreo (Grecia)Ballesta y máquinas

de asedio- Liv., XXVIII, 6, 3

205 a .CLocros

(Península Itálica)Escorpión - Liv., XXIX, 7,6

204 a.C.Útica

(Norte de Africa)Máquinas de guerra

y lanzamiento- Liv., XXIX, 35, 8- Polib., XIV, 2 , 1

203 a.C.Útica

(Norte de Africa)Piezas de artillería y máquinas de asedio

- Liv., XXX, 8, 1 - App., Pun., I, 16

203 a.C.Escipión asedia

Hipona (Norte de Africa)

Máquinas de guerra - App., Pun., I, 30

200 a.C. Calcis (Grecia)Maquinaría de

guerra y artillería- Liv., XXXI, 23, 7

Page 218: Sáez Abab, Rubén - Artillería y Poliorcética en El Mundo Grecorromano

226 ARTILLERÍA Y POLIORCÉTICA EN EL M UNDO GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

2 . Mundo romano (Continuación)

Periodo Lugar de empleo Máquina utilizada Fuente documental

199 a.C. Óreo (Grecia)Mantelete, ariete, ballesta, catapulta

- Liv., XXXI, 46, 10

198 a .C Eretria (Grecia)Máquinas de lanzamiento

-Liv., XXXII, 16, 10

198 a .C Atrage (Grecia)Ariete,

torre de asedio- Liv., XXXIT, 17, 6

198 a .C Corinto (Grecia) Ariete - Liv., XXXII, 23-24

196 a .C Corinto (Grecia)Máquinas de lanzamiento,

ariete, mantelete, torre de asedio

- Liv., XXXIII, 17- App., Mac., I, 7

195 a .C Esparta (Grecia)Tortuga, ariete, torre de asedio

- Liv., XXXIV, 29, 6

195 a.C. Segestica (Hispania) Mantelete - Liv., XXXIV, 17, 12

191 a .C Efeso (Grecia) Ingenio lanzafuegos- Polib., XXI, 7, 1- App., Sir., I, 24

191 a.C. Heraclea (Grecia)Torre de asedio, ariete, mantelete

- Liv., XXXVI, 22-25

190 a .C Anfisa (Grecia) Ariete - Liv., XXXVII, 5,5

190 a.C. Focea (Grecia) Ariete - Liv., XXXVII, 32, 2

189 a .C

Eudoro de Rodas contra Poiixénidas, comandante de Seieuco en Mioneso

(Asia Menor)

Máquinas para arrojar fuego en combate naval

- App., Sir., I, 27

189 a .C Ambracia (Grecia)Ariete, cítara,

mantelete, torre de asedio

- Liv., XXXVIII, 5-7- Polib., XXI, 27-28

Page 219: Sáez Abab, Rubén - Artillería y Poliorcética en El Mundo Grecorromano

2. Mundo romano (Continuación)

Gladius, Anejos 8, 2005 APÉNDICES DOCUMENTALES 227

P e r io d o L u g a r d e e m p l e o M á q u in a u t il iz a d a F u e n t e d o c u m e n t a i.

189 a.C. Same (Grecia)Ariete, catapulta,

ballesta, mantelete- Liv., XXXVIII, 28, 10

184 a.C. Corbión (Hispania) Mantelete - Liv., XXXIX, 42

180 a.C. Alca (Hispania) Maquinaria bélica - Liv., XL, 49

179 a.C. Cértima (Hispania) Máquinas de asedio - Liv., XL, 47, 3

177 a.C.Nasatio

(Histria en Asia)Mantelete - Liv., XLI, 11 ,2

171 a.C. Haliarto (Grecia) Ariete - Liv., XLII, 63, 4

169 a.C. Heraclea (Grecia) Máquinas de asedio - Liv., XLIV, 9, 2

169 a.C. Tesalónica (Grecia) Catapulta - Liv., XLIV, 10, 6

152 a.C.Nertóbriga(Hispania)

Máquinas de asalto, plataformas

- App., Hisp., I, 48

148-146 a.C.Los romanos atacan

Cartago (Africa)Catapulta, ariete,

máquinas de asalto

- App., Pun., I, 93-97, 124-125

- Oros., IV, 22, 7

148-146 a.C.Los romanos atacan Hipágreta (África)

Máquinas de guerra - App., Pun., I, 110

146 a.C.Escipión ataca

el puerto de Cotón (África)

Máquinas - App., Pun., I, 127

143 a.C.Centróbriga(Hispania)

Máquinas -Val. Max., V ,l, 15

Page 220: Sáez Abab, Rubén - Artillería y Poliorcética en El Mundo Grecorromano

228 ARTILLERÍA Y PO LI O RC ÉTICA EN EL M UNDO GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

2. Mundo romano (Continuación)

Periodo Lugar de empleo Máquina utilizada Fuente documental

137 a.C.

Emilio Lépido se defiende desde un fortín cerca de

Palantia en territorio vacceo (Hispania)

Máquinas de guerra - App., Hisp., I, 81

134 a.C.Numancia(Hispania)

Catapulta, ballesta y pedrero

- App., Hisp., I, 92

108 a.C. Tala (África) Mantelete, ariete - Sail., lug., 76, 3

106 a.C.Fortín cerca del río

Muluya (África)Torre de asedio - Salí., lug., 92, 6.

87 a.C.Roma se defiende

del ataque de MarioMáquinas de guerra - App., B Civ., I, 66

87 a.C.Sila ataca Atenas

(Grecia)Torre de asedio, catapulta, ariete

- App., Mith., I, 30-37

87 a.C.Sila ataca el Píreo, puerto de Atenas

(Grecia)Ariete, tortuga - App., Mith., I, 40

83 a.C. Osca (Hispania) Máquinas - Plut., Vit. Sert., VI

82 a.C.Mario se defiende

en Preneste (Península Itálica)

Máquinas de guerra - App., B Civ., I, 90

73-72 a.C.Lúculo asedia

Temiscira (Asia)Torre de asedio - App., Mith., I, 78

63 a.C.Pompeyo ataca

Jerusalén (Judea)

Máquinas de guerra, artificios bélicos,

catapulta, torre de asedio, ballista

- Joseph., AJ., XIV, 58-69 - Joseph., B J., XIV, 147

57 a.C.julio César ataca

la capital de los nervios (Galia)

Mantelete, torre de asedio

- Caes., B G all, II, X X X X X X I

56 a.C.Julio César asedia

la capital de los sociates (Galia)

Mantelete, torre de asedio

- Caes., B Gall., III, XXI

Page 221: Sáez Abab, Rubén - Artillería y Poliorcética en El Mundo Grecorromano

Gladius, Anejos 8, 2005 APÉNDICES DOCUM ENTALES 229

2 . Mundo romano (Continuación)

P e r io d « L u g a r d e e m p l e o M á q u in a u t il iz a d a F u e n t e d o c u m e n t a l

55 a.C.julio César en Britania

Ballesta - Caes., B Gall., IV, XXV

54 a.C.julio César sobre

el pueblo de los Nervios (Galla)

Maquinarialanzapiedras

- Caes., B Gall., V, XLIII

53 a.C.julio César ataca Genabum (actual

Orléans en la Galia)Torre de asedio - Oros., VI, 11,3

52 a.C.Julio César asedia Avaricum (Galia)

Mantelete, torre de asedio, ariete

- Caes., B Gall., VII, XVII-XXIII

52 a.C.Julio César en

Gergovia (Galia)Máquinas de guerra - Caes., B Gall., VII, XLI

52 a.C.Julio César

en Alesia (Galia)Erizo

- Caes., B GalL, VII, LXXIII

52-51 a.C.Julio César asedia Uxeloduno (actual

Capdenac, en la Galia)Mantelete - Oros., VI, 11, 24-26

51 a.C.Cicerón ataca

Pindeniso (entre Cilicia y Siria)

Mantelete, torre de asedio, máquinas lanzaproyectiíes

- Cic., Ait., 113 (V, 20), 5

49 a.C.Corfinio

(Península Itálica)Mantelete,

torre de asedio- Luc., II, 500

49 a.C.Brindisi

(Península Itálica)Mantelete, torre de

asedio, ballesta- Caes., B Civ., I,

XXV-XXVi

49 a.C. Marsella (Galia)Mantelete, catapulta,

torre de asedio, ballesta, tortuga, ariete

- Caes., B Civ., II, I-XXII - Luc., III, 460-710

48 a.C.Pompeyo embarca para Grecia desde Brindisi

(Península Itálica)

Lanzapiedras y lanzadardos

- App., B Civ,,II, II, 59

48 a.C. Durazzo (Grecia)Ariete,

máquinas de guerra

- Caes., B Ciu, III,XLIV-LXVTI

- Luc., VI, 30-190

Page 222: Sáez Abab, Rubén - Artillería y Poliorcética en El Mundo Grecorromano

230 ARTILLERÍA Y POLIORCÉTICA EN EL M U ND O GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

2. Mundo romano (Continuación)

Periodo Lugar de empleo Máquina utilizada Fuente documental

48 a.C. Gonfos (Grecia) Máquinas - Caes., B Civ., Ill, LXXX

48 a.C.Vibón

(Magna Grecia)Brulote - Caes., B Civ., III, CI

48-47 a.C.Julio César ataca

Alejandría (Egipto)

Máquinas, ariete, tortuga,

torre de asedio- B Alex., I-XXI

45 a .C Ategua (Hispania)Vinea, ballista, torre de asedio -B H isp .,7 , 13, 19

42 a.C.Casio ataca Rodas

(Grecia)Torreta - App., B Ciu, IV, 72

42 a.C.Macedonia sin

precisar (Grecia)Torre y máquinas

- Poliaenus, Estrat., VIII, 24, 7

- App., B C iu> IV, 82

42 a.C.Bruto ataca

Jan to (Licia)Mantelete,

máquinas de asalto-App., B Ciu, IV, 76-78

41 a .CLucio Antonio intenta

forzar el cerco de Perusia (Península Itálica)

Máquinas, torres - App., B Civ., V, 36-37

40 a.C.Marco Antonio ataca Brindisi

(Península Itálica)Máquinas - App., B Civ., V, 58

37 a.C.Herodes sitia

Jerusalén (Judea)Máquinas de guerra

- Joseph., A J., X IV 465-470 - Joseph., B J., I, 343-349

36 a.C.Agripa en la batalla

naval de Milas (Magna Grecia)

Torretas, cuervo -App., B Ciu, V, 106

36 a.C.Pompeyo y Octavio se enfrentan en la batalla

naval de Nauloco

Máquinas, harpagon, torres

- App., B Ciu , V, 118-121

36 a.C. Partia (Asia) Ariete- Plut., Vit. Ant., XXXVIII-XLII

- Veil. Pat., II, 82, 2

Page 223: Sáez Abab, Rubén - Artillería y Poliorcética en El Mundo Grecorromano

Gladius, Anejos 8, 2005 APÉNDICES DOCUM ENTALES 231

2. Mundo romano (Continuación)

P e r io d o Lugar df, empleo M áquina utilizada F u e n t e d o c u m e n t a l

35-33 a.C.Augusto en Metulo,

capital de los yápodes Máquinas - App., III., I, 19

31 a.C.Actium en el golfo

de Ambracia (Grecia)Catapulta,

torre de asedio- Plut., Vit. Ant.,

LXIV-LXVI

15 d.C.Germánico se enfrenta

a los catos cerca de Mattio (Germania)

Máquinas - Tac., Ann., I, 56

16 d.C.Germánico ataca el

territorio de los angrivarios (Germania)

Máquinas - Tac., Ann., II, 20, 2

19 d.C.Enfrentamiento civil entre Sencio y Pisón

en Celenderis (Cilicia)Máquinas - Tac., Ann., II, 81

26 d.C.Los romanos atacan

Tracia (Grecia)Máquinas - Tac., Ann., IV, 49

37-41 d.C.No precisan las fuentes

Ballesta - Suet., Calig., XLVI

49 d.C.Las tropas romanas

asedian Uspe en Partía (Asia)

Torre de asedio - Tac., Ann., XII, 16, 2

51 d.C.

Nerón realiza obras en el lago Fucino y hace

una naumaquia (Península Itálica)

Catapulta y ballesta - Tac., Ann., XII. 56, 2

58 d.C.Corbulón ataca la ciudad de Volando

en Partía (Asia)Máquinas - Tac., Ann., XIII, 39, 3

62 d.C.Corbulón defiende

un puente en el Eufrates (Asia)

Catapulta, torre y ballesta

- Tac., Ann., XV, 9

64 d.C. Roma Máquinas de guerra- Suet., Ner., XXXVIII

- Oros., VII, 7, 5

66 d.C.Cestio Galo

huye del cerco de Jerusalén (Judea)

Máquinas de guerra, helepolis, oxybeles

- Joseph, BJ., II, 553

Page 224: Sáez Abab, Rubén - Artillería y Poliorcética en El Mundo Grecorromano

232 ARTI LI .ERÍA Y POLIORCÉTICA EN EL M UNDO GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

2. Mundo romano (Continuación)

Periodo Lugar de empleo Máquina utilizada Fuente documental

66-67 d.C.Vespasiano sitia Jotapata (Judea)

Techados de mimbre, máquinas de guerra, catapulta, ballista,

oxybeles, techumbre de piel, ariete, belepolis

-Joseph., BJ., III, 163-283

67 d .CVespasiano ataca Gamala (Judea)

Máquinas, catapulta, ballista, ariete

-Joseph., BJ., IV, 17

69 d.C.Cecina, general viteliano

ataca Piacenza (Península Itálica)

Ingenios de guerra, mantelete, zarzo,

cobertizo- Tac., Hist., 11, 21, 3

69 d.C.Cécina defiende

el río Po (Península Itálica)

Ingenios y máquinas de guerra

- Tac., Hist,, II, 34

69 d.C.

Las tropas de Vitelio atacan a las flavias en la

Segunda Batalla de Bedriacum

(Península Itálica)

Ballista -Tac., Hist., III, 23

69 d.C.Las tropas vitelianas defienden Cremona (Península Italica)

Ballista - Tac., Hist., III, 29

69 d .C

Las tropas flavias atacan los cuarteles vitelianos

de Roma (Península Itálica)

Tortuga, artillería - Tac., Hist., III, 84

70 d.C.El campamento de Vétera

se defiende del ataque de Civil (zona del Rhin)

Artillería, ballesta - Tac., Hist., IV, 23, 3

70 d.C.

Civil ataca el campamento de Gellep (Gelduba) en la orilla

izquierda del Rhin

Torre de asedio, ingenios bélicos

-Tac., H ist., IV, 30

70 d.C.Tito asedia

Jerusalén (Judea)

Máquinas de guerra, oxybeles, ballista,

catapulta, techumbre de mimbre, helepolis, ariete

-Joseph., BJ., V, 47-491; VI, 13-223

- Tac., Hist., V, 13, 4

70-74 d .C

La fortaleza de Herodio se defiende

de las tropas romanas (Judea)

Máquinas de guerra - Joseph., BJ., VII, 177

Page 225: Sáez Abab, Rubén - Artillería y Poliorcética en El Mundo Grecorromano

2 . Mundo romano (Continuación)

Gladius, Anejos 8, 2005 APÉNDICES DOCUMENTALES 233

Período L ugar de empleo MAQUINA utilizada Fuente documental

72 d.C.Las tropas romanas

asedian Masada (Judea)

Torre de asedio, oxybeles, ballista, ariete

-Joseph., BJ., VII, 307-317

199 d.C.Severo ataca Hatra (Arabia Escenita)

Máquinas de asalto - Ael., III, 9, 4

238 d.C.Maximino

ataca Aq uileya Ingenios bélicos - Ael., VIII, 4

238 d.C.Maximino ataca a Gordiano en

Cartago (África)

Artillería, ingenios de guerra

- Ael., VII, 8, 10

270 d.C.Los godos asedian

Tésalo nica (Grecia)Máquinas de guerra - Zos., I, 43

278 d .CProbo ataca a Lidio

en CremnaMáquina - Zos., I, 70

324 d.C.Constantino ataca a Licinio en Bizancio

(Asia Menor)

Torre de madera, ariete, ingenios

de guerra- Zos., I, 70

350 d .CConstancio prepara máquinas en la zona

del Tigris (Asia)Máquinas de guerra - Julian., 16, 22

350 d .CConstancio fortifica las ciudades de Siria

(Asía)Máquinas de guerra - Julian., 21, d

350 d.C.Sapor II ataca Nísibe

y los romanos se defienden (Asia)

Máquinas de guerra, catapultas

- Julian., Elogio del Emperador Constancio, 22

- Julián., Discursos, Sobre la Realeza, 11, d: 12, d

351 d .CLos habitantes de Mursa se defienden del ataque de Magencio (Panonía)

Máquinas - Zos., II, 49, 3

356 d.C.juliano restaura la

fortaleza de Trajano (territorio alamán)

Maquinaria - Amm. Marc., 17, 1, 12

360 d.C.Sapor II ataca Amida

y la ciudad se defiende (Mesopotamia)

Máquinas de guerra, ballesta, escorpión,

torre de asedio-Amm. Marc., 18-19

Page 226: Sáez Abab, Rubén - Artillería y Poliorcética en El Mundo Grecorromano

234 ARTILLERIA Y POLIORCÉTICA EN EL M UN DO GRECORROM ANO Gladius, Anejos 8, 2005

2 . Mundo romano (Continuación)

Periodo Lugar de empleo Máquina utilizada Fuente documentai.

361 d .C

Sapor II asedia Singara y la ciudad

se defiende (Mesopotamia)

Máquinas de guerra, máquinas de asalto,

ariete- Amm. Marc., 20

361 d .CLa ciudad de Bezabde

se defiende del ataque de Sapor II (Mesopotamia)

Ballesta, escorpión, ariete

- Amm. Marc., 20

361 d.C.Sapor II ataca Virta

(Mesopotamia)Máquinas de asedio - Amm. Marc., 20, 7, 18

361 d .CEl Augusto Constancio

ataca Bezabde (Mesopotamia)

Máquinas, ariete, mantelete, ballesta

- Amm. Marc., 20

361 d.C.Las tropas de Juliano

atacan Aquileya (Península Italiana)

Máquinas de guerra, mantelete, ariete,

torre de asedio- Amm. Marc., 21

362 d.C.Juliano defiende la orilla del Eufrates

(Mesopotamia)Artillería - Amm. Marc., 23, 3, 6

362 d.C. Juliano ataca Anathan (Mesopotamia)

Máquinas- Amm. Marc., 24, 1, 8

-Zos., III, 14 ,3

362 d.C.Juliano ataca

Pirisabora (Mesopotamia)

Helepolis, maquinaria, ariete, catapulta,

ballesta- Amm. Marc., 24

362 d.C.Juliano ataca

Maiozamalcha (Mesopotamia)

Artillería, máquinas de asalto, vineae,

manteletes, escorpión, ballesta, ariete

- Amm. Marc., 24

362 d.C.Fortaleza cerca de

Ctesifonte (Mesopotamia)

Mantelete - Amm. Marc., 24, 5, 7

372 d.C.Teodosio ataca

Gaionatis (Mauritania)

Ariete - Amm. Marc., 29, 5 ,2 5

378 d .CAdrianópolis se

defiende de los godos (Grecia)

Máquinas, escorpión - Amm. Marc., 31

Page 227: Sáez Abab, Rubén - Artillería y Poliorcética en El Mundo Grecorromano

2. Mundo romano (Continuación)

Gladius, Anejos 8, 2005 APÉNDICES DOCUMENTALES 235

Pe r io d o L u g a r d e e m p l e o M á q u in a u t il iz a d a F u e n t e d o c u m e n t a l

362 d.C.juliano ataca

Bersabora (Asia)

Máquinas lanzapiedras

j lanzafl echas- Zos., III, 1.8

362-363 d.C.juliano ataca

Besuqui (Asia)Máquinas, ariete - Zos., III, 21-22

Tabla 10. Fuente: Elaboración propia

Page 228: Sáez Abab, Rubén - Artillería y Poliorcética en El Mundo Grecorromano

236 ARTILLERÍA Y POLIORCÉTICA EN EL M UN DO GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

3. Hispania

Periodo Lugar de empleo M áquina utilizada Fuente documental

219 a.C. SaguntoMantelete, ariete, torre de asedio,

catapulta, ballesta- Polib., XXI, 7-11

211 a .C Cartago NovaCatapulta, ballesta,

escorpión - Liv., XXVI, 43-49

195 a.C. Segéstica Mantelete -Liv., XXXIV, 17, 12

184 a.C. Corbión Mantelete - Liv., XXXIX, 42

180 a.C. Alca Maquinaría bélica - Liv., XL, 49

179 a.C. Cértima Máquinas de asedio - Liv., XL, 47, 3

143 a.C. Centróbriga Máquinas - Val. Max., V, I, 5

152 a.C. NertóbrigaMáquinas de asalto,

plataformas- App., Hisp., I, 48

137 a.C.

Emilio Lépido se defiende desde un fortín

cerca de Palantia, en territorio vacceo

Máquinas de guerra - App., Hisp., I, 81

134 a.C. NumanciaCatapulta, ballesta

γ pedrero- App., Hisp., 92

83 a.C. Osea Máquinas - Plut., Vit. Sert., VI

45 a .C AteguaVinea, ballista, torre de asedio - B H isp .,7, 13, 19

Tabla 11. Fuente: Elaboración propia

Page 229: Sáez Abab, Rubén - Artillería y Poliorcética en El Mundo Grecorromano

Gladius, Anejos 8, 2005 APÉNDICES DOCUMENTALES 237

A p é n d ic e IV : H a l l a z g o s a r q u e o l ó g ic o s

Año del Hallazgo

T ipo de

MÁQUINALugar del

HALLAZGO

D atación del

HALLAZGOBibliografía

1855-1857 Quiroballista L70Í1 (Francia)Posteriormente al Siglo I d.C.

Baatz y Feugére (1981)

1887Catapulta

tipo scorpioCremona (Italia) Siglo I d.C. Baatz (1980)

1907 Ballista Mahdia (Túnez) Siglo I a.C. Baatz (1985)

1912Catapulta

tipo scorpioAmpurias

(Gerona, España)Siglo II a.C.

Bosch Gimpera (1913)

1925 y 1942Catapulta

tipo scorpioAzaila

(Teruel, España)Siglo I a.C.

García Diez (2002)

1945 QuiroballistaVolubilis

(Marruecos)Siglo IV d.C.

Boubé-Piccot(1987-1988)

1960 QuiroballistaSala

(Marruecos)Siglo IV d.C.

Boubé-Piccot(1987-1988)

1968 QuiroballistaGornea

(Rumania)Siglo IV d .C Baatz (1978)

1969 QuiroballistaOrsova

(Rumania)Siglo IV d.C. Baatz (1978)

1972 Ballista Hatra (Iraq) Siglo III d.C. Baatz (1978 b)

1984-1985Catapulta

tipo scorpioCaminreal

(Teruel, España)Siglo I a.C.

Vicente et alii (1997)

1987 QuiroballistaPytius

(Georgia)Siglo III d.C. Baatz (1988)

Tabla 12. Fuente: Elaboración propia

Page 230: Sáez Abab, Rubén - Artillería y Poliorcética en El Mundo Grecorromano

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Page 231: Sáez Abab, Rubén - Artillería y Poliorcética en El Mundo Grecorromano

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258 ARTII ,T.JERÍA Y POLIORCETICA EN EL M U ND O GRECORROMANO Gkdms, Anejos 8, 2005

Page 249: Sáez Abab, Rubén - Artillería y Poliorcética en El Mundo Grecorromano

ÍNDICE DE FIGURAS

Page 250: Sáez Abab, Rubén - Artillería y Poliorcética en El Mundo Grecorromano

Fig. 1 (Pág. 23)Mapa de los hallazgos arqueológicos de catapultas (Elaboración propia)

Fig. 2 (Pág. 25)Representación de una carroballista en la Columna Trajana

Fig. 3 (Pág. 27)Representación de una quiroballista en la Columna Trajana

Fig. 4 (Pág. 28)Relieve de la tumba de Vedennius Moderatus. Museo Vaticano (Roma)

Fig. 5 (Pág. 29)Gema de Cupido. Colección Tomasso Codes

Fig. 6 (Pág. 30)Relieve de la balaustrada del Altar de Zeus en Pérgamo. Museo de Pérgamo (Berlín)

Fig. 7 (Pág. 38)Planimetría del gastraphetes (Marsden, 1969)

Fig. 8 (Pág. 39)Reconstrucción del gastraphetes (Russo, 2004)

Fig. 9 (Pág. 40)Planimetría del gastraphetes de Zopiro de Tarento (Marsden, 1969)

Fig. 10 (Pág. 41 )Planimetría del gastraphetes de Caronte de Magnesia (Marsden, 1969)

Fig. 11 (Pág. 42)Reconstrucción del gastraphetes de Caronte de Magnesia (Russo, 2004)

Fig. 12 (Pág. 43)Planimetría del gastraphetes de Isidoro de Abidos (Marsden, 1971)

Fig. 13 (Pág. 44)Lithobolos de la época de Alejandro Magno (Connolly, 1998)

Fig. 14 (Pág. 46)Despiece de un resorte de ballista completo (Soedel y Folley, 1979)

Fig. 15 (Pág. 47)Despiece de un marco euthytono (Connolly, 1998)

Fig. 16 (Pág. 47)Despiece de un marco palintono (Connolly, 1998)

Fig. 17 (Pág. 50)Planimetría del aerotonon según Filon (Schramm, 1918a)

Page 251: Sáez Abab, Rubén - Artillería y Poliorcética en El Mundo Grecorromano

Fig. 18 (Pág. 51)Reconstrucción del aerotonon (Schramm, 1918a)

Fig. 19 (Pág. 52)Planimetría de la catapulta de repetición de Dionisio de Alejandría según Filon (Schramm, 1918a)

Fig. 20 (Pág. 53)Reconstrucción de la catapulta de repetición de Dionisio de Alejandría (Schramm, 1918a)

Fig. 21 (Pág. 53)Reconstrucción del capitulum de una catapulta tipo scorpio, tal y como lo describe Vitrubio (Russo, 2004)

Fig. 22 (Pág. 54)Ballista descrita por Vitrubio (Russo, 2004)

Fig. 23 (Pág. 56)Reconstrucción de una carroballista (Russo, 2004)

Fig. 24 (Pág. 57)Proyectil hallado en Dura Europos (Campbell, 2003a)

Fig. 25 (Pág. 58)Frontal de la catapulta tipo scorpio de Cremona (Italia) (Baatz, 1980)

Fig. 26 (Pág. 59)Restos arqueológicos de los modiolus de Cremona (Italia) (Baatz, 1980)

Fig. 27 (Pág. 60)Reconstrucción de la catapulta tipo scorpio de Cremona (Italia) (Russo, 2004)

Fig. 28 (Pág. 61)Restos arqueológicos de las catapultas del Epiro (Grecia) (Baatz, 1982)

Fig. 29 (Pág. 62)Restos arqueológicos de la catapulta tipo scorpio de Sunion (Grecia) (Williams, 1992)

Fig. 30 (Pág. 64)Restos arqueológicos de la ballista de Mahdia (Túnez) (Baatz, 1985)

Fig. 31 (Pág. 65)Restos arqueológicos de la ballista de Hatra (Iraq) en el momento de ser hallados (Baatz, 1978b)

Fig. 32 (Pág. 65)Modiolus de la ballista de Hatra (Iraq) (Baatz, 1978b)

Fig. 33 (Pág. 67)Reconstrucción de la ballista de Hatra (Iraq) (Russo, 2004)

Fig. 34 (Pág. 68)Planimetría de una quiroballista con los brazos batiendo por el interior (Triarte, 2003)

262 ARTILLERÍA Y POLIORCÉTICA EN EL VI UNDO GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

Page 252: Sáez Abab, Rubén - Artillería y Poliorcética en El Mundo Grecorromano

Gladius, Anejos 8, 2005 ÍNDICE DE FIGURAS 263

Fig. 35 (Pág. 69)Restos arqueológicos de la quiroballista de Orsova (Rumania) (Russo, 2004)

Fig. 36 (Pág. 71)Restos arqueológicos de la quiroballista de Sala (Marruecos) (Boubé-Piccot, 1988)

Fig. 37 (Pág. 73)Restos arqueológicos de la quiroballista de Lyon (Francia) (Baatz y Feugére, 1981)

Fig. 38 (Pág. 75)Onager con tope a media altura (Connolíy, 1998)

Fig. 39 (Pág. 76)Onager según Campbell (Campbell, 2003a)

Fig. 40 (Pág. 77)Onager con ruedas (Russo, 2004)

Fig. 41 (Pág. 78)Ballista quatrirotis (Russo, 2004)

Fig. 42 (Pág. 78)Ballista quatrirotis (Iriarte, 2003)

Fig. 43 (Pág. 79)Ballista fiilm inalis (Russo, 2004)

Fig. 44 (Pág. 79)Ballista fulm inalis (Iriarte, 2003)

Fig. 45 (Pág. 81)Relieve asirio que muestra el ataque a una ciudad con una torre de asedio. Palacio de Teglat- falasar III en Nimrud (745-727 a.C.). British Museum (Londres)

Fig. 46 (Pág. 82)Helepolis macedónica de Posidonio según Schramm (Campbell, 2003b)

Fig. 47 (Pág. 82)Helepolis macedónica de Posidonio según Marsden (Campbell, 2003b)

Fig. 48 (Pág. 83)Posible reconstrucción de la torre de asedio de Demetrio Poliorcetes (Connolly, 1998)

Fig. 49 (Pág. 84)Posible reconscrucción de la torre de asedio de Demetrio Poliorcetes (Campbell, 2003b)

Fig. 50 (Pág. 89)Posible modelo de ariete empleado en el asedio de Troya (Connolly, 1998)

Fig. 51 (Pág. 90)Ariete de mano representado en la Columna Trajana

Fig. 52 (Pág. 90)Ariesprensilis. Maqueta del Museo de la Civilización Italiana (Roma) (Liberati, 1998)

Page 253: Sáez Abab, Rubén - Artillería y Poliorcética en El Mundo Grecorromano

264 ARTILLERÍA Y POLIORCÉTICA EN EL M U ND O GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2005

Fig. 53 (Pág. 91)Detalle de la cabeza de un aries prensilis. Maqueta del Museo de la Civilización Italiana (Roma) (Liberati, 1998)

Fig. 54 (Pág. 92)Cabeza de ariete hallada en Olimpia (Grecia) (Ducrey, 1986)

Fig. 55 (Pág. 94)Testudo arietata. Maqueta del Museo de la Civilización Italiana (Roma) (Liberad, 1997)

Fig. 56 (Pág. 95)Planimetría de una tortuga según Campbell (Campbell, 2003b)

Fig. 57 (Pág. 96)Tortuga según Campbell (Campbell, 2003b)

Fig. 58 (Pág. 97)Tortuga de Agetor de Bizancio según Connolly (Connolly, 1998)

Fig. 59 (Pág. 98)Tortuga de Agetor de Bizancio según Campbell (Campbell, 2003b)

Fig. 60 (Pág. 99)Planimetría del taladro (Campbell, 2003b).

Fig. 61 (Pág. 99)Taladro (Connolly, 1998)

Fig. 62 (Pág. 102)Vinea o pórtico (Connolly, 1998)

Fig. 63 (Pág. 103)Reconstrucción de un pluteo. Colección de Arqueología Experimental Rubén Sáez

Fig. 64 (Pág. 109)Reconstrucción del muro de circunvalación a la ciudad de Platea en el asedio del 429 a.C., se­gún Connolly (Connolly, 1998).

Fig. 65 (Pág. 135)Castillo Euríalo de Siracusa

Fig. 66 (Pág. 142)Inscripción de High Rochester, que recuerda la reparación de un ballistarium (Campbell, 2003a)

Fig. 67 (Pág. 148)Restos arqueológicos de la catapulta tipo scorpio de Ampurias (Gerona) (Russo, 2004)

Fig. 68 (Pág. 150)Reconstrucción del capitulum de la catapulta tipo scorpio de Ampurias (Gerona) (Russo, 2004)

Fig. 69 (Pág. 151)Restos arqueológicos de la catapulta tipo scorpio de Azaila (Teruel). Museo Arqueológico Na­cional (García Diez, 2002)

Page 254: Sáez Abab, Rubén - Artillería y Poliorcética en El Mundo Grecorromano

Fig. 70 (Pág. 153)Restos arqueológicos de la catapulta tipo scorpio de Caminreal (Teruel) en el momento de ser hallada. Museo de Teruel (Vicente, 1997)

Fig. 71 (Pág. 153)Catapulta tipo scorpio de Caminreal (Teruel) una vez restaurada. Museo de Teruel (Vicente et alii, 1997)

Fig. 72 (Pág. 154)Modiolus de la catapulta tipo scorpio de Caminreal (Teruel). Museo de Teruel (Vicente et alii, 1997)

Fig. 73 (Pág. 155)Reconstrucción del capitulum de la catapulta tipo scorpio dc Caminreal (Teruel) (Russo, 2004)

Fig. 74 (Pág. 157)Proyectil del Cerro de la Espina del Gallego (Peralta Labrador, 1997)

Fig. 75 (Pág. 185)Onager reconstruido por Verchère de Reffye, general de Napoleón III

Fig. 76 (Pág. 186)Reconstrucción de una torre de asedio según el Caballero de Folard

Fig. 77 (Pág- 187)Diversos modelos de catapultas reconstruidas por Schramm. Museo del Fuerte Saalburg (Bad Homburg, Alemania) (Schramm, 1918a)

Fig. 78 (Pág. 188)Reconstrucción de un gastraphetes por parte de Schramm (Schramm, 1918a)

Fig. 79 (Pág. 189)Reconstrucción de una quiroballista por parte de Marsden (Marsden, 1969)

Fig. 80 (Pág. 190)Reconstrucción de la quiroballista de W ilkins (Wilkins, 1995)

Fig. 81 (Pág. 191)Reconstrucción de una quiroballista por parte de Altor Iriarte (Iriarte, 2000)

Fig. 82 (Pág. 194)Reconstrucción de una catapulta tipo scorpio a cargo de la Ermine Street Guard (Zienkiewicz, 1994)

Fig. 83 (Pág. 195)Vista lateral de la catapulta tipo scorpio reconstruida por la Ermine Street Guard (Zienkiewicz, 1994)

Fig. 84 (Pág. 195)Reconstrucción de una catapulta tipo scorpio de Rubén Sáez

Fig. 85 (Pág. 197)Reconstrucción de un onager por parte de Schramm (Schramm, 1918a)

Gladius, Anejos 8, 2005 INDICE DE FIGURAS 265

Page 255: Sáez Abab, Rubén - Artillería y Poliorcética en El Mundo Grecorromano

266 ARTILLERÍA Y POLIORCÉTICA EN EL M UNDO GRECORROMANO Gladius, Anejos 8, 2006

Fig. 86 (Pág. 198)Reconstrucción de un onager a cargo de la Ermine Street Guard (Zienkiewicz, 1994)

Fig. 87 (Pág. 199)Reconstrucción de la ballista de la Ermine Street Guard (Zienkiewicz, 1994)

Fig. 88 (Pág. 200)Reconstrucción de la ballista de la Ermine Street Guard

Fig. 89 (Pág. 201)Ballista de un talento reconstruida por la BBC bajo la dirección de Alan Wilkins (Campbell, 2003a)

Fig. 90 (Pág. 202)Reconstrucción de un ariete en G array (Numancia, Soria)

Fig. 91 (Pág. 203)Detalle de la cabeza del ariete de Garray (Numancia, Soria)

Fig. 92 (Pág. 203)Reconstrucción de una torre de asedio en la Ciudadella de Calafell (Tarragona)

Fig. 93 (Pág. 204)Reconstrucción de un mantelete a cargo de Rubén Sáez

Fig. 94 (Pág. 205)Reconstrucción de un pluteo a cargo de Rubén Sáez

Fig. 95 (Pág. 210)Cráneo del Castillo de Maiden (Marsden, 1969)

Fig. 96 (Pág. 211)Impacto de proyectil en ía muralla de Pompeya (Russo, 2004)

Armauirumque
Armauirumque
Page 256: Sáez Abab, Rubén - Artillería y Poliorcética en El Mundo Grecorromano

Este octavo volumen de los Anejos de Gladius, Artillería y poliorcética en el mundo grecorromano,

de Rubén Sáez Abad, se acabó de imprimir en Madrid,

en ios talleres de eLeCe, Industria Gráfica.