Percepción Dispersa Cine y Pensamiento en Walter Benjamin
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Percepción dispersa: cine y pensamiento en Walter Benjamin
“Después vino el cine y con la dinamita de los décimos de segundos hizo saltar este mundo parecido a una cárcel; así , nosotros, estamos en condiciones de emprender tranquilamente aventurosos viajes entre sus dispersas ruinas”
“Con la invención de los fósforos hacia finales de siglo, comienza una serie de
innovaciones técnicas que tienen en común el hecho de sustituir una serie compleja de
operaciones con un gesto veloz […]. Entre los innumerables gestos de accionar, pulsar,
apretar, etc. tuvo consecuencias particularmente graves el “disparo” del fotógrafo. Bastaba
con apretar un botón para fijar un evento por un período ilimitado de tiempo. La máquina
comunicaba instantáneamente, por así decir, un choc póstumo. A experiencias táctiles de
este tipo se sumaban experiencias ópticas, como aquellas que suscita la publicidad en un
diario y también el tráfico de las grandes ciudades. Moverse a través del tránsito implica
para el individuo una serie de choc y de coaliciones. En los cruces peligrosos es recorrido
por contracciones que se suceden rápidamente, como si se tratara de los golpes de una
batería […]. Si los transeúntes de Poe todavía arrojaban (aparentemente) una mirada hacia
cada rincón, los de hoy tienen que hacerlo obligadamente para poder seguir las señales del
tránsito. Así, la técnica sometía la facultad sensorial del hombre a un training de orden
complejo […]”1.
Comenzamos con estas palabras, nuestro breve recorrido a lo largo de las huellas de la
escritura benjaminiana porque ellas dan cuenta de manera explícita, de esa experiencia, a
veces amenazadora, a veces fascinante, que el fluir “hormigueante” de la masa
metropolitana suscitó “en aquellos que por primera vez intentaron fijar tal imagen”.
No fueron pocos, sobre todo al principio del siglo apenas pasado, los intentos de analizar e
indagar las formas de percibir la existencia histórica y social que tenía lugar en el nuevo
paisaje cargado de máquinas de vapor, fábricas automatizadas, ferrocarriles y ruidosas
ciudades; intentos, entonces, de delinear esa nueva forma de experiencia a la cual la
modernidad obligaba inexorablemente.
De todos modos, entre estos intentos, quizá ninguno haya igualado la sutil elegancia y la
sensibilidad que habitan aquella obra total con la que Benjamin soñaba y que jamás logró
llevar a cabo: Das Passagen Werk. Este arduo proyecto intelectual, en el cual se pone en
evidencia la singularidad del texto y del pensamiento benjaminiano, su estar continuamente
1 Walter Benjamin, Über einige motive bei Baudelaire, en Gesammelte Schriften, Bd. I,2, Suhrkamp Verlag, Frankfurt am Main 1974.
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en movimiento y en busca de la formulación extrema, asume el carácter incontrastable de
una reflexión epocal sobre lo Moderno y sobre su relación con lo Arcaico. De hecho, en
los passages, puestos en el centro de la metrópolis, encuentra condensación expresiva la
modernidad – como la primer época que se ha reconocido a sí misma como tal.
El Passagen-Werk, entonces, se constituye alrededor de un núcleo focal: el de pensar, a
través de un análisis de los pasajes como “imagen dialéctica”, el sueño de una época. El
texto intenta ser un panorama del mundo simbólico de la modernidad. Perderse en los
pasajes parisinos, ese “templo original del capitalismo de las mercancías”, sus invitantes
vidrieras, los teatros, sus profanas casas de placer y las galerías, no es solamente practicar la
experiencia anacronizante del flâneur y de sus pasos distraídos, sino bucear en los orígenes
de lo moderno; ir en busca de aquellos ur-fenómenos en los que se fosilizaron las promesas de
una época. Se trata entonces de “desempolvar” viejos fragmentos que, aunque ya
inservibles y olvidados, todavía conservan las huellas del potencial utópico originario del
Moderno.
De todos modos, no es sólo esto lo que hace de la Passagenarbeit uno de los textos más
significativos de la filosofía del ‘900, sino la forma en que esta reflexión sobre lo Moderno
se iba configurando en el pensamiento benjaminiano, es decir, la forma de un “mosaico”,
de un “montaje” de fragmentos. El Passagen-Werk se presenta explícitamente – y desde este
punto de vista el hecho de que nos haya llegado todavía inacabado no es sólo una
casualidad – como un texto que vive y produce a partir de la fruición, de la participación
del lector y, si bien, esta observación puede considerarse cierta con respecto a cualquier
texto, lo es más con respecto a un texto que intencionalmente obliga al lector al ejercicio de
la asociación de fragmentos, de la formulación de hipótesis interpretativas, del instaurar
preguntas y del insertar en sus intersticios sus propios pensamientos. “Método de este
trabajo: montaje literario. No tengo nada para decir. Sólo para mostrar. No sustraeré nada
precioso y no me apropiaré de ninguna expresión ingeniosa. Trapos y desperdicios, en
cambio, pero no para hacer un inventario sino para hacerles justicia de la única manera
posible: usándolos”2. Desde este punto de vista, la importancia fundamental de la
Passagenarbeit reside no sólo en que desde 1927 hasta la prematura muerte de Benjamin en la
frontera franco- española ella se constituye como una especie de laboratorio de su
pensamiento sino sobretodo en que en ella Benjamin plasma, o mejor dicho, da forma a su
inagotable búsqueda de las potencialidades presentes en las diferentes técnicas expresivas.
Y es justamente esta peculiar “práctica conceptual” la que evidencia el hecho de que la
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reflexión benjaminiana no se detiene – como tantas veces ha sostenido gran parte de la
crítica – en una consideración puramente sociológica o política de la obra de arte; antes
bien, el pensamiento del filósofo alemán se revela como una reflexión radical sobre el
estatuto mismo de la imagen “en la época de su reproductibilidad técnica”. Es decir que su
reflexión no puede reducirse a una simple sociología del cine – como “arte que se ha
entregado sin recelo a la reproducción técnica” – tendiente a la descripción de las múltiples
transformaciones que atraviesan la sociedad en la fase del capitalismo avanzado. Tal lectura
fue posible debido a la particular recepción que tuvo la obra de Benjamin en Europa, de la
que se suele recordar solamente ese pequeño clásico que es La obra de arte en la época de su
reproductibilidad técnica y como mucho ese último y dramático escrito – cuyo destino fue
ligeramente diferente al de aquel ensayo escrito sobre la obra de arte - que son sus tesis
Sobre el concepto de historia.
Estos hermosos ensayos, aunque constituyen sin duda escritos independientes, no pueden
ser leídos sin tener presente el proyecto benjaminiano de los passages al que, desde
principios de los años treinta, se aferraron en un único gesto, su vida y su filosofía. Estos
tres ensayos – junto con el ensayo sobre Baudelaire –constituyen una inédita constelación
en la que lo estético se revela como terreno decisivo para la estrategia filosófica de
Benjamin, una forma de afrontar con clara conciencia el hecho de que detrás de la reflexión
sobre el lugar de la obra de arte en la época de la técnica, detrás de la misma puesta en
cuestión del paradigma filosófico que define la obra de arte, se juega una batalla política
fuerte.
La imagen como segunda naturaleza.
“Este trabajo debe desarrollar al máximo el arte de citar sin comillas. Su teoría está
íntimamente ligada a la del montaje”3. Estas palabras del mismo Benjamin revelan
claramente su incansable búsqueda de las potencialidades propias de los diferentes
lenguajes artísticos: la misma morfología de los Passagen-Werk, como así también la
morfología de sus últimas Tesis, muestran un pensamiento que no procede siguiendo una
lógica expositiva tradicional; más bien se configura como un entramado, como una mezcla
o superposición de planos conceptuales diferentes; un continuo encadenarse de fragmentos
aforísticos, cargados de reenvíos y de fuerza evocativa; en fin, un “tejer” a partir de
2 Walter Benjamin, Das Passagen-WerkK, en Gesammelte Schriften, Bd. V, Suhrkamp Verlag, Frankfurt am Main 1982. 3 Ibid.
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imágenes, figuras, alegorías y metáforas que aluden, indican; pero no a modo de un
desocultamiento, sino de explosión repentina y fugaz.
El libro de los passages, por lo tanto, no pertenece a un género literario preciso, más bien
presenta una estructura que procede por condensación y montaje. Benjamin trabaja al
límite de las posibilidades del lenguaje, movilizando todos los sensores mediante el empleo
de las prácticas más insólitas. Maneja el pensamiento y los conceptos según los
procedimientos técnicos que la producción de imagen consiente, es decir, el montaje, la
contracción y la condensación. Hasta se podría decir, quizás, que el filósofo intenta
elaborar un lenguaje que sea él mismo “imaginal”. Así como la cámara y todos los
instrumentos de relevamiento óptico y cinematográfico – micro y telescopio, acelerador y la
cámara lenta – lograban “palpar” dentro de lo visible y detrás de éste hasta darlo vuelta y
desmentirlo históricamente, también la técnica literaria benjaminiana tenía que pegársele
encima a los conceptos, aferrarlos, atravesarlos; tenía que trasformarse ella misma en un
microscopio en condiciones de “destripar”, desmembrar el lenguaje filosófico dominante y
como en un montaje, re-membrar y cambiar la configuración de lo desmembrado.
Las técnicas de las vanguardias y en particular la de las vanguardias cinematográficas que se
estaban desarrollando con fuerza durante aquellos años, parecen haberle ofrecido a
Benjamin un modelo de elaboración conceptual. De hecho, el uso benjaminiano de la
imagen no puede ser considerado como meramente estilístico; las figuras que él crea no se
constituyen como simples ilustraciones de un pensamiento ya preordenado, sino que
funcionan como verdaderas imágenes conceptuales, es decir, formas capaces de crear
conceptos. Formas que, en cuanto suspención sincrónica de una pluralidad de elementos,
tendrían que estar en condiciones de producir esa experiencia del choc, esa pausa estupefacta
y aterrorizada de la percepción a partir del cual se abra, para una determinada época, la
posibilidad de aprender a mirarse a sí misma.
Es aquí donde la reflexión del filósofo alemán da muestras acabadas de no limitarse –
como se decía anteriormente – a una consideración sociológica de las nuevas técnicas de
reproducción. El esfuerzo benjaminiano concentra su atención en la misma obra de arte de
la que reconoce los cambios en virtud del proceso de reproducción; es decir que a través
del análisis de las mutaciones (cambios) técnicas y expresivas del arte y de las nuevas
formas de la percepción suscitadas por estas mutaciones, es posible concebir el ámbito
artístico como el testigo y el hermeneuta más lúcido de su propia historia y de los cambios
que penetran (atraviesan) – junto con él – la forma del mundo que lo produce y lo
consume. El arte, entonces, no es un espejo en el cual se refleja lo real; más bien se
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constituye, en la concepción benjaminiana, – y aquí, más que en ningún otro ámbito el
filósofo alemán se revela como un precursor de las temáticas del debate estético de la
segunda mitad del ‘900 – como un instrumento de interpretación de la realidad, una lente
capaz de encuadrar el mundo del que ella misma forma parte y de iluminarlo desde nuevos
puntos de vista.
Por todo esto, no es una casualidad que una de las figuras centrales de todo el Passagen-
Werk sea justamente la de imagen, entendida como “imagen dialéctica”. De hecho, es en la
íntima conexión, en la “constelación” que forman “imagen dialéctica”, percepción y
temporalidad que se define, en la concepción benjaminiana, toda la cuestión de la obra de
arte en la época de la reproductibilidad técnica.
En el ensayo sobre la obra de arte, Benjamin, después de haber puesto en evidencia que la
reproducción técnica de la imagen no sólo implica la destrucción total del “aura” sino
también una transformación radical de las formas artísticas – piénsese en el hecho, dice
Benjamin, de que en el caso del cine la reproductibilidad técnica del film se funda
inmediatamente en la técnica de la reproducción. Así, cada vez más, la obra de arte
reproducida se vuelve la reproducción de una obra de arte predispuesta a su
reproductibilidad: el original en la época de la reproductibilidad técnica no es más que un
negativo – insiste en que tales medios de reproducción traen consigo un “trastorno” de la
relación que las masas tienen con el arte; una transformación radical de las formas de
percepción; aún más, una dilatación y una “profundización de la percepción en todo el arco
del mundo de la sensibilidad”.
La reproducción técnica de la imagen – y su agente más potente: el cine – vuelve accesible
al ojo en particular y a la sensibilidad humana en general, aspectos hasta entonces
inaccesibles. La revolución que se ha producido en el cine, en cierto sentido ya preparada
por las fracturas determinadas por las vanguardias literarias y teatrales, consiste en que la
imagen cinematográfica no es mera representación de lo real, sino que constituye
justamente una imagen, es decir una construcción artificial, intrínsecamente “ficticia”,
(finzionale). El potenciamento técnico de la capacidad visual no significa, por lo tanto, una
simple “clarificación de lo que se ve de todos modos”; no se elimina solamente una
apariencia, sino que “se ve algo nuevo”. “La naturaleza habla de manera diferente a la
cámara”, lo hace como “naturaleza de segundo grado”, como “resultado de un montaje”. Y
esta segunda naturaleza es el producto del compenetrarse de aparato técnico y realidad en la
obra fílmica; esta naturaleza, en tanto reflexión- mediación, es justamente una naturaleza
“figural”, en el sentido del cruce de ficción y reflexión, de apariencia y naturaleza que se
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produce, en simbólica unidad, en la imagen fílmica; en el sentido entonces, de una
duplicidad de creación casi natural y de artefacto.
Y, en virtud de su ser una naturaleza “figural”, una imagen (figuralmente) ambigua, ésta
aparece a Benjamin como dotada de vida propia, en el sentido de imagen que está indecisa
entre dos mundos, imagen que puede habitar el Zwischenwelt, aquel “entremundo” o
“mundo del medio” que, según Benjamin, es el espacio en que se mueve toda la obra de
Kafka y que Klee ha teorizado como el mundo en que se desplazan sus propias figuras.
Figura entonces, que, en cuanto “segunda naturaleza” producida por el compenetrarse de
aparato técnico y naturaleza, puede ser pensada como imagen que al ser ficta contiene en sí
misma el principio del movimiento y de la transformación, el principio de una autónoma
temporalidad.
Pero pensar la imagen como figura dotada de vida propia, imagen que contiene en sí el
principio del movimiento, significa pensar la imagen en el ámbito temporal- relacional de la
percepción. La época de la reproductibilidad técnica, si por un lado arranca de raíz la idea
de origen de la obra de arte, libera, al mismo tiempo, el espacio ambiguamente autónomo
de la imagen estética a la percepción, a la tierra sin dominio del puro percibir. Es por ello
que Benjamin dice que lo que define las imágenes dialécticas como auténticas imágenes es
“el ahora de su cognoscibilidad”; y por lo tanto, su estar esencialmente relacionadas con
una percepción a partir de la cual la imagen se torna “ocasión” de una resurrección
dialéctica de la idea.
La noción de percepción dispersa – contracara necesaria de un concepto de arte entendido
como reproducción técnica – recorre todo el ensayo sobre la obra de arte y confirma el
intento benjaminiano de una lectura del Moderno capaz de mirar a través de sus
catástrofes. En la comunidad de soñadores que parece constituirse delante del espectáculo
fílmico, en el sueño de la conciencia, reposa, para Benjamin, la posibilidad de un choc capaz
de provocar el despertar; la posibilidad de una contracción repentina del flujo imaginal (de
imágenes) en el cual todavía, puede llegar a “vibrar” una nueva imagen de lo real.
Cine y pensamiento: la chance inesperada
Por todo lo dicho a Benjamin le queda “chica” la etiqueta de sociólogo del cine o de la
Modernidad. Los problemas que trata de afrontar muestran la centralidad y la urgencia de
una reflexión que, a partir de la revolución tecnológica del ‘900 – y sin poder prescindir de
la misma – repiense seriamente no sólo el estatuto del arte, sino sobretodo las nuevas
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posibilidades que tales transformaciones imponen a la construcción de un pensamiento
crítico. Lo que Benjamin pone en evidencia es el reconocimiento de una profunda relación
entre cine y pensamiento, figura y discurso, imagen y logos. De este modo, la reflexión
benjaminiana se vuelve, a mi modo de ver, matriz de un pensamiento que no intenta
“explicar” la imagen, más bien la recibe como su forma, o mejor aún, se deja recibir como
su producto.
La imagen – y en particular la imagen fílmica – se muestra a Benjamin como figura cargada
de una energía peculiar. La imagen es habitada y atravesada por otras imágenes y,
sobretodo, ella empuja incansablemente, más que cualquier otro medium, hacia un afuera,
hacia un más allá. La imagen evoca aquel otro, aquel mundo posible, aquel invisible, que le da
sentido a la visibilidad. Y la misma fuerza de la imagen, su enérgheia, se torna ergon, sólo a
partir del “encenderse” de la percepción, sólo en aquellos momentos en los que se produce,
en una percepción dispersa, un choc, una instantánea pausa del ritmo en que una nueva
forma de visibilidad estalla. Es aquí donde se abre, para el filósofo alemán, una posibilidad
nueva para el pensar crítico.
Muchas cuestiones quedan abiertas por cierto,, el pensamiento benjaminiano tiene la
extraordinaria capacidad de presentarse como pensamiento provisorio, en continua
transformación. Se presenta como problemática la noción misma de percepción dispersa o
distraída, de un percibir que presupone un ser arrancados, extraídos, pero ¿de dónde?
Quizás de la misma inmovilidad ilusoria de la realidad para ser aferrados por el dinamismo
plural de la imagen, por su ritmo; como si se tratase de un salir afuera de sí, para ser
penetrados por esta capacidad de la imagen de venir continuamente a nuestro encuentro;
ese salir fuera de sí, ese ex-tasis que también para Ejzenstejn podía constituir la matriz de un
pensamiento aintencional, que nace del pathos, del “sentir”, no de la omnipotencia del logos,
de la centralidad de la palabra y del discurso.
Cuestiones que abren más que cerrar nuestro recorrido. Sin olvidar, claro, que Benjamin
escribía y pensaba en los años de la primera juventud del arte cinematográfico; como dice
Deleuze, muchas de las expectativas de los pioneros del cine, hoy nos hacen sonreír. De
todos modos, el entusiasmo benjaminiano por las potencialidades de los nuevos medios
expresivos, que a veces expone al filósofo a una exaltación casi indiscriminada de la
sensorialidad tecnológica y de su uso político, nada quita a la lucidez de su reflexión sobre
el estatuto mismo de la imagen en la época de la técnica.
La escritura misma de benjamin – como se vio – intenta trazar el recorrido de su
pensamiento a través de las técnicas de construcción de la imagen fílmica. Benjamin, de
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hecho, parece querer practicar, en el ámbito filosófico, lo que Lyotard varios años después
decía esperar del arte: “que experimente”; toda la obra del filósofo alemán se muestra como
un incansable ejercicio de saturación de géneros, de contaminaciones que provocan una
diseminación plural del sentido. De ahí también, que se presente en enunciados rápidos que
tienden a producir una curvatura imprevista del discurso, como revelaciones repentinas;
quedarse agazapado en la página y después emerger como una iluminación inmediata, un
instantáneo desgarro de luz arrojado sobre un rincón inédito de la reflexión. Su técnica es la
de la cita, la del comentario, la de la descomposición y la del montaje. En ella, como en una
suerte de caleidoscopio, elementos opuestos se deslizan juntos, se intersectan en su passage y
trazan los contornos de algo que puede asemejarse a un destino. Pero también a una chance
inesperada.