Las circunstancias políticas que determinaron... (Eduardo Arriagada Aljaro)

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LAS CIRCUNSTANCIAS POLÍTICAS QUE DETERMINARON EL COMPORTAMIENTO DE LOS MILITARES EN LAS GUERRAS CIVILES 1 QUE OCURRIERON EN CHILE DURANTE EL S.XIX POR EDUARDO ARRIAGADA ALJARO Consideraciones Generales Cuando se hace un recorrido por la historia decimonónica de Chile, se puede apreciar una larga coyuntura que parte en 1823 y que termina en 1891, la cual se puede resumir como una pugna de los idearios liberal y conservador, siempre dentro de los esquemas republicano y constitucional. Por inclinación natural, los liberales solían apoyar las atribuciones del Poder Legislativo, mientras que los conservadores tendían más bien a defender las prerrogativas del Ejecutivo. Esa larga coyuntura se inserta dentro de la etapa liberal de la historia chilena, la cual comenzó en los primeros años del siglo XIX y finalizó en las décadas de 1920 y de 1930 2 . El gran actor 1 Los autores que han historiado el siglo XIX chileno, especialmente el aspecto de las conmociones internas, hablan tanto de “guerras civiles”, como de “revoluciones”. Para los efectos de este trabajo se han escogido para cada uno de los cuatro casos las denominaciones más comunes, pero hay que señalar que para cada uno de ellos, hay autores que las tr atan como “revoluciones”, mientras otros las llaman “guerras civiles”. Acudiendo a la semántica de estas expresiones, se habla de “revoluciones” cuando en los Estados se producen cambios políticos y sociales en forma rápida y violenta, mientras que se habla de “guerras civiles” cuando dentro de los Estados se enfrentan en forma armada bandos de personas que adhieren a ideas, o a intereses distintos. Para el caso de la conmoción de 1829 1830, se aprecia que tuvo caracteres tanto de guerra civil (hubo dos ejércitos chilenos que se enfrentaron) como de revolución (debido a que el orden liberal dio paso al orden conservador). Para la conmoción de 1851, se advierte sólo una guerra civil (enfrentamiento entre fuerzas insurrectas y fuerzas gobiernistas), pero no hubo revolución (continuo el orden conservador); lo anterior es también válido para la conmoción de 1859 (donde se enfrentaron bandos contarios, pero no cambió el orden político y social del país). Por último, para la conmoción de 1891, se advierten aspectos tanto de guerra civil (se enfrentaron los bandos del Congreso Nacional y del Presidente de la República) como de revolución (del período conocido como “República Liberal”, en el cual hubo un equilibrio en cuanto a las atribuciones del Poder Ejecutivo y del Poder Legislativo, se pasó a otro conocido como “República Parlamentaria”, en el cual el segundo de los anteriores pasó a estar por sobre el primero). 2 En términos históricos, se habla de monarquía, liberalismo, democracia y socialismo como etapas por las cuales han transitado buena parte de los países de Europa y América. Cada una de esas etapas se caracteriza por un determinado orden político y social. Por ejemplo, Gran Bretaña dejó de ser una monarquía absoluta en el siglo XVII, y pasó a ser una monarquía constitucional, con lo cual comenzó su etapa liberal, la cual fue muy larga y terminó hacia fines del siglo XIX y comienzos del XX, cuando se

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LAS CIRCUNSTANCIAS POLÍTICAS QUE

DETERMINARON EL COMPORTAMIENTO DE LOS

MILITARES EN LAS GUERRAS CIVILES1 QUE

OCURRIERON EN CHILE DURANTE EL S.XIX

POR EDUARDO ARRIAGADA ALJARO

Consideraciones Generales Cuando se hace un recorrido por la historia decimonónica de Chile, se puede apreciar una larga coyuntura que parte en 1823 y que termina en 1891, la cual se puede resumir como una pugna de los idearios liberal y conservador, siempre dentro de los esquemas republicano y constitucional. Por inclinación natural, los liberales solían apoyar las atribuciones del Poder Legislativo, mientras que los conservadores tendían más bien a defender las prerrogativas del Ejecutivo. Esa larga coyuntura se inserta dentro de la etapa liberal de la historia chilena, la cual comenzó en los primeros años del siglo XIX y finalizó en las décadas de 1920 y de 19302. El gran actor 1 Los autores que han historiado el siglo XIX chileno, especialmente el aspecto de las conmociones

internas, hablan tanto de “guerras civiles”, como de “revoluciones”. Para los efectos de este trabajo se han escogido para cada uno de los cuatro casos las denominaciones más comunes, pero hay que señalar que para cada uno de ellos, hay autores que las tratan como “revoluciones”, mientras otros las llaman “guerras civiles”. Acudiendo a la semántica de estas expresiones, se habla de “revoluciones” cuando en los Estados se producen cambios políticos y sociales en forma rápida y violenta, mientras que se habla de “guerras civiles” cuando dentro de los Estados se enfrentan en forma armada bandos de personas que adhieren a ideas, o a intereses distintos. Para el caso de la conmoción de 1829 – 1830, se aprecia que tuvo caracteres tanto de guerra civil (hubo dos ejércitos chilenos que se enfrentaron) como de revolución (debido a que el orden liberal dio paso al orden conservador). Para la conmoción de 1851, se advierte sólo una guerra civil (enfrentamiento entre fuerzas insurrectas y fuerzas gobiernistas), pero no hubo revolución (continuo el orden conservador); lo anterior es también válido para la conmoción de 1859 (donde se enfrentaron bandos contarios, pero no cambió el orden político y social del país). Por último, para la conmoción de 1891, se advierten aspectos tanto de guerra civil (se enfrentaron los bandos del Congreso Nacional y del Presidente de la República) como de revolución (del período conocido como “República Liberal”, en el cual hubo un equilibrio en cuanto a las atribuciones del Poder Ejecutivo y del Poder Legislativo, se pasó a otro conocido como “República Parlamentaria”, en el cual el segundo de los anteriores pasó a estar por sobre el primero). 2 En términos históricos, se habla de monarquía, liberalismo, democracia y socialismo como etapas por

las cuales han transitado buena parte de los países de Europa y América. Cada una de esas etapas se caracteriza por un determinado orden político y social. Por ejemplo, Gran Bretaña dejó de ser una monarquía absoluta en el siglo XVII, y pasó a ser una monarquía constitucional, con lo cual comenzó su etapa liberal, la cual fue muy larga y terminó hacia fines del siglo XIX y comienzos del XX, cuando se

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político, social y económico de esta larga etapa liberal fue la elite chilena, la cual en un principio estaba conformada por la aristocracia terrateniente que se había formado durante los siglos coloniales; en el siglo XIX se fue formando una burguesía a través de las actividades minera, comercial, bancaria e industrial, la que se fue fusionando con la mencionada aristocracia, dando así forma al grupo social que gobernó chile hasta 1920. Chile fue uno de los primeros países que se organizó políticamente dentro del ámbito latinoamericano, lo cual se debió, principalmente, a las características propias que tuvieron las guerras de independencia en nuestro país. Estas últimas no derivaron en guerras sociales y raciales (como sí ocurrió en otras antiguas colonias hispanoamericanas) 3, lo cual derivó en que la aristocracia terrateniente colonial se conservó intacta luego de aquellas. Una vez que el país se vio independiente, en forma natural era esa aristocracia el estrato social más apto para dirigir los destinos del nuevo Estado. Este nuevo grupo dirigente abrazó el liberalismo como la ideología que debía sustentar la organización política, social y económica del país. En un principio toleró los primeros gobiernos liberales que sucedieron al régimen de Bernardo O’Higgins 4, pero cuando la situación interna fue tornándose muy inestable, esos aristócratas comenzaron a añorar un mayor orden dentro de la nueva nación, lo cual hizo que comenzaran a desplazar su apoyo hacia el ideario conservador. Es en este momento cuando se genera la Guerra Civil de 1829 – 1830.

transformó en una democracia, hasta el día de hoy. En el caso de Francia, la monarquía terminó a fines del siglo XVIII con la revolución conocida por todos, con lo cual comenzó la etapa liberal es este país, la que fue más corta que la de Gran Bretaña, debido a que el Estado francés también llegó a ser una democracia entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, y hasta el día de hoy. En el caso chileno, la etapa monárquica duró desde su descubrimiento y hasta comienzos del siglo XIX, cuando nuestro país entre en su fase histórica liberal, la cual durará hasta las décadas de 1920 y de 1920, cuando Chile comienza su etapa democrática. 3 Un caso particularmente dramático de desaparición de una aristocracia, tuvo lugar en Venezuela, en el

año de 1814 y en el contexto de la revolución independentista que tenía lugar en esta colonia hispanoamericana. La aristocracia venezolana se concentraba en la ciudad de Caracas y a sus miembros se les conocía con el apelativo de “mantuanos”. Este grupo social basaba su fortuna en el cultivo del cacao y su principal mercado era Europa, ya que desde hacía tiempo en los reinos de este continente se había difundido el consumo de chocolate. En el citado año de 1814, la ciudad de Caracas fue arrasada y buena parte de sus habitantes perecieron en manos de una fuerza de hombres compuesta principalmente por mestizos y castas, encabezados por un líder realista. 4 Se puede afirmar que el ideario de Bernardo O’Higgins era claramente liberal. Esto se advierte por su

incondicional apoyo a establecer en Chile y en Hispanoamérica regímenes republicanos, lo cual contrastaba con las ideas de otros próceres de las revoluciones hispanoamericanas (como José de San Martín y Simón Bolívar), quienes estimaban que, debido al atraso en la vida política y cívica de las nuevas naciones, era mejor que estas fueran gobernadas por regímenes monárquicos. Por otro lado, también hay que recordar que el gobierno de O’Higgins intentó legislar sobre ciertos aspectos que interesaban mucho a la aristocracia chilena, tales como la abolición de los mayorazgos, y de los títulos y los blasones nobiliarios, con el fin de establecer una sociedad más igualitaria, en la cual prevalecieran los méritos personales por sobre las condiciones de nacimiento y de familia. También fue un impulsor del capitalismo en Chile, favoreciendo el comercio de Chile con todas las naciones del mundo y procurando atraer las inversiones extranjeras.

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La actitud de la aristocracia de Santiago para con Bernardo O’Higgins fue bastante peculiar, pero revela su conciencia de clase y en cierta medida explica su comportamiento a lo largo del siglo XIX: “Mientras continuó la guerra [de la independencia chilena], la clase alta aceptó y aplaudió el régimen autoritario de O’Higgins. Después de 1820, sin embargo, se volvió más inquieta. El conjunto de medidas antiaristocráticas de O’Higgins resultaron sin duda irritantes. La naturaleza personal del régimen impidió una mayor participación de la clase alta en el gobierno. La elite de Santiago nunca llegó a considerar que este terrateniente de la Frontera fuera realmente uno de los suyos. Algunas de las medidas de O’Higgins con respecto a la Iglesia (el permiso otorgado para un cementerio extranjero protestante, la prohibición de dar sepultura en las iglesias, la interferencia con la disciplina eclesiástica) provocaron una predecible intranquilidad.” 5 A partir de 1830 se afianza en Chile el orden conservador, el cual era visto como la única alternativa que podía dar estabilidad y progreso al país. En efecto así fue. Sin embargo, cuando estaba transcurriendo el segundo gobierno de Manuel Bulnes (el segundo gobierno decenal del período conservador), nuevamente sectores de la aristocracia comenzaron a añorar las libertades del período 1823 – 1829 (con el orden no había problema, ya que el país estaba en paz y progresando tanto en lo material, como en lo moral). En vista que se veía venir el tercer gobierno conservador encabezado por Manuel Montt (el más autoritario de los presidentes de este período), comenzaron los levantamientos y las conspiraciones destinados a establecer en Chile un régimen liberal a ultranza. Esta inquietud fue el origen de las revoluciones de 1851 y 1859, que se dieron tanto al comienzo como al final de la administración de Manuel Montt. No obstante lo anterior, hay que señalar que durante la mayor parte de este período presidencial, el país se mantuvo en estado de sitio, debido a la inquietud interna que no dejaba de asomarse. Con la elección de José Joaquín Pérez, el régimen político chileno comenzó a liberalizarse, con lo cual se da paso al período denominado “República Liberal”, en el cual el país deja atrás el molde conservador y adopta un liberalismo mucho más avanzado. Si en el régimen conservador el Presidente de la República concentraba mayores atribuciones que el Congreso Nacional, ahora, se alcanza un relativo equilibrio entre los poderes Ejecutivo y Legislativo. Sin embargo, la elite chilena va deseando aun más libertades, lo cual de a poco va tensando sus relaciones con los presidentes de turno. De hecho, a medida que van transcurriendo los presidentes del período propiamente liberal, las relaciones entre el Poder Legislativo (donde domina la elite chilena) y el Ejecutivo, se hacen cada vez más tirantes. El desenlace de esta dinámica se traducirá en la Guerra Civil de 1891. Después de este cruento conflicto, la elite gobernará a sus anchas durante tres décadas (desde 1891 y hasta 1920), que conforman el período conocido como República Parlamentaria, en la cual el Congreso Nacional tendrá mayor preeminencia que el Presidente de la República.

5 Simon Collier y William Sater, Historia de Chile. 1808 – 1994. Cambridge University Press, 1998, página

52.

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A continuación se revisará caso a caso cada una de las cuatro guerras civiles que tuvieron lugar en Chile durante el siglo XIX.

La Guerra Civil de 1829 - 1830 La independencia de Chile quedó afianzada con la victoria patriota en la batalla de Maipo, la cual consolidó el régimen de gobierno de Bernardo O’Higgins. Sin embargo, la penosa situación económica del país, sumado a la insurrección de las autoridades militares de Concepción (que era la provincia más devastada por más de una década de guerras), cuya cabeza era el intendente Ramón Freire, provocaron un serio riesgo de guerra civil. Antes esta situación, O’Higgins decidió abdicar al mando supremo de la nación y emigró al Perú junto con su núcleo familiar. Apenas ocurrido esto último, comienza una coyuntura histórica mal llamada “Anarquía”, ya que en la realidad se trató de un período de ensayos constitucionales y de aprendizaje político. La principal figura, tanto política como militar, de este período fue Ramón Freire, una persona tolerante y liberal. Sin embargo, el ambiente político y social que lo rodeaba fue volviéndose cada vez más turbulento, produciéndose divisiones dentro de la sociedad chilena: “El sucesor de O’Higgins como director supremo fue, inevitablemente, el victorioso Freire. «Su semblante», escribió un clérigo inglés que lo conoció al poco tiempo, «demuestra gran bondad y benevolencia». Es cierto, Freire era un soldado tolerante, de espíritu liberal y deseoso de agradar a los pendencieros políticos que lo rodeaban, cuyas disputas se veían aumentadas por el auge de una floreciente tradición que incentivaba el periodismo polémico: entre 1823 y 1830 se imprimieron más de cien periódicos (muchos de ellos, muy efímeros). El nuevo clima permitió el libre juego del sectarismo en la pequeña clase política. Por el momento, los autodenominados «liberales» estaban en el centro; sus opositores conservadores tendían a permanecer (con ciertas excepciones) en los extremos.” 6 Una vez que Ramón Freire fue investido como Director Supremo, comenzó a perfilarse una pugna entre liberales y conservadores, la cual no se solucionó hasta 1830, cuando tuvo lugar la batalla de Lircay, la cual puso término a dicha contienda, con la victoria final de los conservadores. Se puede decir que desde 1808 y hasta 1832, Chile vivió un largo período de conflicto político y militar, debido al proceso de separación de la Monarquía española y al siguiente de conformación de una identidad política propia. En este largo período, el estamento militar alcanzó un protagonismo inusual, debido a la larga coyuntura de guerra; por lo mismo, los militares se alzaron como un polo de poder que hacía frente al grupo tradicional de dominación política, que era la aristocracia terrateniente que se había formado durante los siglos coloniales y que había realizado en buena parte la conducción política del país durante esas décadas.

6 Ibid., páginas 53 y 54.

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“Una vez lograda la independencia, se abrió en Chile una etapa de su evolución histórica cuyo contenido esencial fue la organización del orden republicano, o lo que es igual, años de afirmación de la legitimidad política que reemplazó a la monárquica. En esos años de adolescencia, la institución militar detentó un protagonismo excepcional. La mayoría de las veces se movió inquieto debido al incumplimiento de obligaciones elementales del Estado hacia su órgano castrense, pero al fin, apoyando a una u otra fuerza política civil, cerró este período en la batalla de Lircay”. 7 Con el paso de los años, fueron configurándose los grupos políticos que se enfrentarían finalmente en la batalla de Lircay. Es indudable que en esos años de aprendizaje político hubo libertad en el país, pero los actores públicos aprovecharon ese ambiente para radicalizar sus posiciones, contribuyendo en ello a volver más violenta la actividad política: “De hecho, la amargura partidista mostró signos de estar perdiendo el control – tal como iba a ocurrir en diversas ocasiones futuras en la historia de la República - . La retórica antiaristocrática y anticlerical de algunos pipiolos ofendió a los conservadores de espíritu tradicional («pelucones», como los llamaban los liberales). Los seguidores del exiliado O’Higgins soñaban con el restablecimiento de un régimen autoritario y sin duda estaban molestos por la solemne repatriación de los restos de los hermanos Carrera (junio de 1828). La oposición más feroz, sin embargo, provenía de un tercer grupo, los llamados «estanqueros», políticos asociados con el desafortunado contrato del Estanco y dirigidos por Diego Portales. Su estridente y simple demanda era un gobierno más fuerte y el fin del desorden. Los pelucones, los o’higginistas y los estanqueros, por igual, estaban deseosos por arrancar la delicada flor del liberalismo.” 8 También se puede visualizar que en estos agitados años, junto con los militares también surgió un grupo de civiles que constituyeron el grupo pensante que alimentaba el ideario de la emancipación chilena. Generalmente estas personas no pertenecían a la elite de la época, pero su aporte intelectual fue muy importante para sostener la causa de la emancipación y del establecimiento de un orden republicano y constitucional. “El proceso que culminó en Lircay tuvo su origen en la revolución independentista. Víctima de ese proceso, la vieja aristocracia colonial, fue desplazada por dos grupos diferentes, los ideólogos de la revolución y los líderes militares generados por la guerra. En efecto, si bien en sus inicios el movimiento emancipador fue conducido por criollos ubicados en la cumbre de la pirámide social, al punto que como advierte Edwards Vives, «la historia de ese primer movimiento revolucionario puede hacerse sin echar siquiera una ojeada más lejos del barrio patricio de Santiago», a poco andar fueron individuos de un rango social algo inferior _ generalmente vinculados a la administración civil del Estado o a la actividad agrícola en las provincias _ y no pocas veces extranjeros, quienes empezaron a gravitar sobre las decisiones públicas. La guerra encumbró a jefes militares improvisados, pero ardientemente comprometidos con la causa patriota. Salvo unos pocos _ José Miguel Carrera y José de San 7 Patricia Arancibia Clavel (editora), El Ejército de los chilenos. 1540 – 1920. Santiago de Chile, Editorial

Biblioteca Americana, Primera edición, 2007, página 103. 8 Collier y Sater, Op. Cit., página 55.

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Martín, por ejemplo _ no debían nada al Ejército Real; pero muchos de ellos habían servido en la milicia colonial.” 9 A lo largo del agitado periodo comprendido entre los años 1823 y 1830, el mundo militar chileno se fue decantando tanto hacia los bandos liberal y conservador. En el caso del primero, a él adhirieron prestigiosos militares como Ramón Freire y Francisco Antonio Pinto (que en este período llegaron a ser jefes de gobierno), mientras que en el caso del segundo, se le agregaron jefes militares como Joaquín Prieto y Manuel Bulnes, que tenían fuertes lazos con la zona de Concepción y de la Frontera araucana. ¿Por qué los militares se dividieron? Porque los primeros eran sinceros creyentes en la ideología liberal, la cual estaba llamada a plasmar la nueva institucionalidad política y social del país. Sin embargo, otra cosa era confrontar las ideas con la realidad nacional. La aristocracia chilena también adhirió al ideario liberal, pero buena parte de ella comenzó a desear una estabilidad política y económica que no podían proporcionársela los sucesivos gobiernos liberales de este período; finalmente la mayor parte de esa aristocracia deseó ardientemente un regreso al orden en el país, lo cual la hacía coincidir con el ideario conservador. Esto último implicó que se implementara una fuerza militar que sustentara este último ideario, la cual debía ser comandada por destacados jefes militares. Una vez realizadas las elecciones para el Congreso de 1829, dispuestas por la Constitución liberal de 1828, aquellas fueron ganadas por los pipiolos. Una vez reunida esa corporación, se eligió sin mayor dificultad como Presidente de la República a Francisco Antonio Pinto. El problema vino cuando hubo que elegir al Vicepresidente, ya que tanto Francisco Ruiz Tagle como Joaquín Prieto (que no eran afectos al gobierno liberal de turno) habían obtenido las primeras mayorías. Sin embargo, los pipiolos designaron como Vicepresidente a un miembro de sus filas, Joaquín Vicuña. Esta maniobra desencadenó el movimiento opositor: “Semejante atropello iba a colmar la paciencia de los opositores y a precipitarlos en la liquidación del régimen. Pelucones y estanqueros unidos, se aprestaron a actuar sin demora, y con ellos, los escasos pero resueltos o’higginistas. La revolución dio su primer paso en el sur, al desconocer las Asambleas Provinciales de Concepción y Maule las elecciones recién practicadas, y al emprender el General Prieto la marcha con sus fuerzas rumbo a la capital.” 10 Se observa que tan pronto como los grupos políticos decidieron actuar, recurrieron a sus jefes militares afectos, los que movilizaron sus respectivas tropas. En realidad, se puede decir que tanto liberales como conservadores adherían en el fondo al liberalismo del siglo XIX; lo que ocurrió es que esta última doctrina tenía varias manifestaciones tanto en Europa como en América; los liberales chilenos apoyaban el liberalismo más radicalizado, mientras que los conservadores adherían a una versión más autoritaria. Pero tanto

9 Arancibia Clavel, Op. Cit., páginas 103 y 104.

10 Estado Mayor General del Ejército, Historia del Ejército de Chile. Tomo III. El Ejército y la Organización

de la República (1817 – 1840). Santiago, 1985, página 123.

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unos como otros tenían en mente un orden político y social tanto republicano como constitucional; sí diferían en cuanto al grado de libertades permitido dentro de ese orden.

La Revolución de 1851 Se puede decir que en esta conmoción interna, lo que levantó a una parte del Ejército contra el gobierno de Manuel Montt, más que un afán de liberalizar a un régimen de gobierno que era muy autoritario, fue el excesivo centralismo de Santiago, en desmedro de las restantes provincias del país, especialmente de La Serena y Concepción, que correspondían a los dos polos de poder más importantes de Chile, después de Santiago. “A medida que la presidencia de Bulnes se acercaba a su fin e iba quedando en claro que el siguiente mandatario sería el conservador Manuel Montt, el ambiente comenzó a enturbiarse. En noviembre de 150 se produjo un motín en San Felipe, instigado por la Sociedad de la Igualdad, que el gobierno controló sin mayor dificultad. Pero al iniciarse el año siguiente, con la intención de frenar a Montt, una asamblea de vecinos de Concepción proclamó como candidato al general José María de la Cruz. Si bien sus convicciones eran conservadoras y se trataba de un militar sinceramente adicto al gobierno, compartía una opinión muy extendida en la zona según la cual retomar la tradición de presidentes militares oriundos de Concepción era la única manera de terminar con el monopolio político que poseía la capital. Al saberse la noticia en Santiago, los liberales de esta ciudad hicieron suya esa candidatura porque les venía bien a los planes revolucionarios que estaban preparando desde hacía cierto tiempo.” 11 Lo anterior se evidencia en que desde Santiago tuvieron que partir tropas tanto hacia el norte, como hacia el sur, con el fin de controlar las insurrecciones que se habían producido en La Serena y en Concepción; lo anterior se tradujo en dos campañas: la del norte y la del sur, en las cuales pudieron finalmente imponerse las fuerzas leales al gobierno. 12

11

Arancibia Clavel, Op. Cit., página 159. 12

Es de destacar que luego de la batalla de Loncomilla, los jefes militares rivales, Manuel Bulnes y José María de la Cruz, firmaron el tratado de Purapel, el cual salvaba a los militares revolucionarios perdedores de represalias por parte del gobierno. En efecto, la administración de Manuel Montt respetó esas cláusulas y procuro llevar a cabo una política conciliadora para pacificar el país. Esto contrastó mucho con la situación ocurrida en 1830 luego de la batalla de Lircay, cuando el ministro Diego Portales dio de baja a varios jefes militares que habían servido en el ejército comandado por Ramón Freire y que apoyaba la causa liberal; lo delicado de este asunto, es que muchos de esos militares combatieron en las campañas de la independencia de Chile, defendiendo la causa patriota; incluso Portales fue aún más lejos, ya que también dio de baja a militares que, siendo afectos al bando liberal, se abstuvieron de tomar parte en los hechos de armas de la Guerra Civil de 1829 – 1830. Adelantándonos en este trabajo y trasladándonos hacia fines del siglo XIX, se observa otra situación delicada luego de finalizada la Guerra Civil de 1891. También en esta ocasión fueron borrados del escalafón militar aquellos uniformados que sirvieron en el Ejército balmacedista; pero muchos de ellos también combatieron en la Guerra del Pacífico (1879 – 1884), contribuyendo a la victoria de Chile en ese conflicto. Si embargo, en los años siguientes el gobierno de Jorge Montt fue promulgando sucesivas leyes de amnistía, las que permitieron la reincorporación de buena parte de los militares que fueron leales al gobierno de José Manuel Balmaceda.

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“A pesar de su fracaso en Santiago y, luego, del inobjetable triunfo obtenido en los comicios por Manuel Montt, grupos liberales de Coquimbo y Concepción, inspirados por un afán de reivindicación regionalista más que ideológico, impugnaron su elección y se prepararon para la guerra civil. En el norte, La Serena – donde había ganado ampliamente Cruz – dio el primer paso, sublevándose el batallón Yungay y el de la Guardia Cívica el 7 de septiembre de 1851. Al frente de los revolucionarios asumió la Intendencia José Miguel Carrera Fontecilla, hijo del prócer. En Concepción el movimiento fue más lento por la renuencia del general Cruz a encabezar el alzamiento. El 14 de ese mes aceptó esa responsabilidad, no sin antes recibir la adhesión de todas las unidades de línea y de los cuerpos cívicos de la zona, incluso la del intendente, general Benjamín Viel.” 13 El argumento anterior no invalida la causa liberal, pero aminora la importancia de este último factor, para dar mayor primacía a la todavía latente pugna entre Santiago y las provincias. De hecho, si se escudriña con mayor detalle, se puede apreciar que en el año 1851 hubo tres movimientos revolucionarios, uno en Coquimbo, otro en Santiago (en el mes de abril) y un tercero en el sur; entre los tres se reparten las causas tanto ideológicas como regionalistas: “Tampoco puede reconocerse un espíritu común que identificara los tres importantes movimientos de 1851. En el de Santiago en abril, primó un criterio de ideología política; al del sur, en septiembre, lo inspiró el sentimiento eminentemente regionalista de una provincia con fisonomía propia y que venía perdiendo su gravitación nacional a causa del centralismo en Santiago. En Coquimbo puede detectarse una motivación mixta; un sentimiento de orgullo provinciano se encendía con una llama libertaria traída desde la capital a un pueblo donde, conforme a su tradición liberal, había triunfado la candidatura de De la Cruz.” 14

La Revolución de 1859 En esta nueva conmoción interna, el Ejército permaneció leal al gobierno de Manuel Montt y no se dividió (tal como había ocurrido en la Revolución de 1851). Los revolucionarios eran todos civiles y no pudieron encontrar algún jefe militar que mandara el movimiento. De hecho, algunos hicieron tentativas con el general José María de la Cruz (el mismo que había mandado las tropas revolucionarias en 1851), pero este se negó a participar y permaneció tranquilamente en su hacienda, ubicada en la provincia de Concepción. “El presidente Manuel Montt fue la encarnación del gobernante portaliano y desempeñó su cargo durante un decenio «como heredero y representante de un principio que era el del orden, y nada más». Ese talante no podía menos que irritar a los sectores liberales que deseaban una profunda reforma de la Constitución, e incluso a los conservadores más tradicionales, generalmente partidarios de gobiernos suaves, de juntas y congresos, muy cercanos a la Iglesia – regida entonces por el arzobispo Rafael Valentín Valdivieso - , los llamados ultramontanos. La aversión común al autoritarismo les fue uniendo y, aunque no llegaron a tener un programa

13

Arancibia Clavel, Op. Cit., página 160. 14

Estado Mayor del Ejército, Historia del Ejército de Chile. Tomo IV. Santiago, 1985, página 80.

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político común, sí estuvieron de acuerdo en derribar al gobierno por la fuerza. No encontraron a un militar dispuesto a encabezar el movimiento y, al fin, el cinco de enero de 1859, el hombre más rico de Copiapó, Pedro León Gallo, depuso al intendente de esa provincia y junto con ocupar su lugar organizó a su costa una fuerza militar que pronto contó con mil hombres.” 15 Llama bastante la atención en esta ocasión la actitud inamovible de los militares chilenos para participar en este movimiento revolucionario, lo cual hizo infructuosos los esfuerzos de los conspiradores: “En la imposibilidad de controlar el Gobierno por el resultado de las urnas, la oposición se dispuso a preparar su levantamiento. Buscó infructuosamente un militar de prestigio que lo encabezara; De la Cruz, requerido por Arteaga, se negó terminantemente y aquellos oficiales en servicio activo, como el Coronel Manuel García, ultramontano acérrimo, depusieron toda convicción personal ante el concepto del deber militar. Los jefes secundarios también fueron insobornables. La actividad del comité revolucionario secreto hubo de centrarse en la preparación de las provincias, para lograr un estallido simultáneo en varias ciudades y en una activa campaña de prensa.” 16 El movimiento revolucionario de 1859 fue civil, lo cual se advierte por el plan de acción de los insurrectos, que pretendía levantar cuerpos militares de las provincias, a los cuales se sumarían guerrillas compuestas por elementos civiles. Sin embargo, el proyecto no dio resultado y terminaron enfrentándose fuerzas muy desiguales: “Esto determinó la delineación del plan con que se llevó a cabo el estallido rebelde y caracterizó su desarrollo posterior. Como hemos visto, se procuró el levantamiento simultáneo en varios centros, con el objeto de apoderarse de los recursos militares, en la ilusoria y desmentida esperanza de que algún cuerpo militar organizado se les plegase o, al menos, se mantuviese al margen. Conjuntamente, entrarían en acción montoneras respaldadas por dueños de fundo y de hecho fue ésta la faz que adquirió la revolución: el Ejército unido batiéndose contra grupos improvisados, que sólo alcanzaron un carácter verdaderamente bélico en el norte con Pedro León Gallo.” 17 Como el Ejército permaneció al lado del gobierno, los revolucionarios debieron armar fuerzas propias que no pudieron hacer mucho de su parte. Desde Santiago y hacia el sur hubo varios movimientos, pero todos resultaron ser efímeros: “Esta vez no se produjo una defección en el sur como en 1851; el Ejército siguió siendo leal a Montt. Por ende, el «comité revolucionario» de la Fusión [Liberal – Conservadora] tuvo que improvisar fuerzas propias. Éstas no tuvieron mucho éxito en ninguna parte. En Santiago, un débil motín se agotó de inmediato. En Valparaíso, un intento más serio fue reprimido rápidamente. San Felipe, también en armas, fue saqueado cruelmente por tropas del gobierno:

15

Arancibia Clavel, Op. Cit., páginas 160 y 161. 16

Estado Mayor General del Ejército, Op. Cit., página 127. 17

Ibid., página 153.

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el joven abogado Abdón Cifuentes perdió su primera levita en la refriega. En Talca, los rebeldes soportaron días de bombardeos antes de capitular. En el campo, las bandas guerrilleras organizadas por algunos hacendados de la Fusión (las «montoneras») tuvieron algunos logros, pero a comienzos de mayo habían sido dispersadas en su totalidad. Más al sur, los insurgentes capturaron brevemente Tomé y Talcahuano y organizaron un infructuoso ataque a Concepción, mientras otra fuerza rebelde de la Frontera marchaba rumbo a Chillán: su derrota en la batalla de Maipón (12 de abril de 1859) marcó el final de la guerra en el sur.” 18 ¿Por qué los militares chilenos no se dividieron durante esta conmoción interna? Sin duda que influyó en ello el proceso de profesionalización castrense que se fue dando en el siglo XIX; sin embargo, también habría que contar con las lecciones aprendidas una vez terminadas las dos conmociones anteriores (la Guerra Civil de 1829 – 1830 y la Revolución de 1851) y además el hecho de que era necesario reconocer que durante el gobierno de Manuel Montt se produjo un notable crecimiento económico en el país, el cual avanzaba hacia el progreso (tal como este último era entendido en el siglo XIX, tanto en Europa, como en América). “La revolución de 1859 se diferenció de la ocurrida en 1851 en que el Ejército no se dividió. Se trató de un movimiento revolucionario civil, destinado a cambiar la estructura política del país, que fue dominado por el gobierno porque pudo recurrir confiadamente a su instrumento de fuerza. En los años transcurridos entre ambas revoluciones, la institución militar había avanzado en su profesionalización y ya no respondía a la sugestión de caudillo alguno.” 19 Se destaca el hecho del proceder del gobierno de Manuel Montt cuando enfrentó la Revolución de 1851, en el que integró conciliación y severidad, obteniéndose como resultado la adhesión del Ejército frente a los sucesos del año 1859: “Importancia determinante en la consolidación de la disciplina tuvieron los acertados y conciliadores términos de los acuerdos de Purapel, consecuentes con la política posterior de Montt. Fue ésta de olvido para los sucesos anteriores, pero de severidad para con quienes intentasen reproducirlos. Nos lo ratifica el hecho de que en 1859 vemos luchando leal y denodadamente junto al Gobierno a destacados oficiales de De la Cruz, que se habían batido en Loncomilla, como el Coronel Manuel Zañartu y el Teniente Coronel Cornelio Saavedra.” 20

La Guerra Civil de 1891 En el caso particular de la última gran conmoción interna de Chile durante el siglo XIX, los factores que determinaron la división del mundo castrense a favor de uno y otro bando fueron más complejos, por lo cual es adecuado ir caso a caso.

18

Collier y Sater, Op. Cit., páginas 109 y 110. 19

Arancibia Clavel, Op. Cit., página 161. 20

Estado Mayor General del Ejército, Op. Cit., página 153.

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Una de las razones que movieron a Emilio Körner (el primer instructor alemán que llegó a nuestro país para iniciar las reformas que conducirían a la profesionalización definitiva de la carrera de los militares chilenos, abriendo el paso al período conocido como el de “la influencia prusiana”) a abrazar la causa del Congreso en la Guerra Civil de 1891, fue la oposición que aquel encontró entre ciertos oficiales para llevar a cabo el proceso de reformas en el Ejército, algunos de los cuales eran cercanos al Presidente José Manuel Balmaceda, “Ahora bien, como suele suceder al transformar cualquier institución – y con mayor razón en este caso, dado que el Ejército acababa de vencer en el más grande conflicto bélico que había conocido el país – el proceso de modernización encontró resistencias y, por reacción, generó inoportunas exageraciones. Körner y el grupo de oficiales chilenos partidarios de la prusianización estaba lejos de detentar un grado de influencia absoluto al comenzar su tarea. De hecho, pronto se manifestó una sorda lucha con algunos oficiales cercanos a presidente José Manuel Balmaceda, que sucedió a Santa María en 188, y que formados en Francia ocupaban cargos claves en el Alto Mando.” 21 “Enfrentado al desafío de preparación inmediata para la guerra, parecía que el proceso iniciado por Körner, pausado y de largo alcance para asegurar su solidez, había entrado en un callejón sin salida. Ello puede ayudar a explicar por qué él se decidió a apoyar las fuerzas del Congreso en vísperas de la Guerra Civil.” 22 También se vislumbran otras causas en relación a esta decisión de Körner, que tienen que ver con sus relaciones familiares, debido a que estaba casado con una de las hijas del Cónsul de Alemania en Chile; la otra hija de este último estaba también casada con uno de los parlamentarios más opositores a Balmaceda. Entre esa persona y Körner había un fuerte vínculo de amistad: “Hay también otras razones que pueden haber gravitado en una decisión que resultó determinante para el posterior desarrollo de las reformas de cuño alemán. Unas son de tipo familiar. Según el representante de Alemania en Chile, barón Von Gudtschmid, «la causa principal de su actitud debe buscarse en sus relaciones familiares. Está casado desde hace dos años con la hija de nuestro cónsul aquí, el señor Junge, el que personalmente está alejado de toda participación política, pero cuya otra hija está casada con uno de los más estrepitosos miembros de la oposición, un doctor Puelma que era diputado. Entre este último que se encuentra hace meses oculto en casa de su suegro Junge, y su cuñado Körner, existe una gran amistad e intimidad».” 23 Por otro lado, en las últimas décadas (anteriores al año de 1891) tanto el Ejército como la Armada se atuvieron al principio de no deliberancia establecido en la Constitución de 1833, pero en el año 1890 se enfrentaron al dilema de si debían o no obedecer a un mandatario que había caído en la inconstitucionalidad:

21

Arancibia Clavel, Op. Cit., página 213. 22

Ibid., página 214. 23

Ibid.

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“El Ejército y la Armada, que en cuanto tales habían ajustado su actividad al mandato constitucional de no deliberancia durante las últimas décadas, manteniéndose al margen de las disputas políticas, afrontaban al acercarse el término del año 1890 una disyuntiva que no era la «obediencia sin deliberación», en la que todos estaban de acuerdo, sino algo bastante más complejo: cuál era su deber si el Presidente de la República iniciaba la gestión de gobierno del año siguiente sin que hubieran sido aprobada la ley de presupuesto y la que fijaba las fuerzas de mar y tierra; ¿debían obedecer a un Jefe del Estado «inconstitucional»?” 24 Lo anterior no es un asunto menor, ya que hay que ponerse en la difícil situación en la que se hallaron los militares y los marinos chilenos. Se puede decir que tanto el Presidente Balmaceda como el Congreso Nacional terminaron poniéndose fuera de la Constitución, a raíz de las medidas que fueron tomando durante el año de 1891. La consecuencia natural de esto último era el quiebre interno en las filas castrenses, debido a que las actuaciones de los poderes Ejecutivo y Legislativo permitían una gran variedad de interpretaciones, todas las cuales podían tener la misma validez; y esas interpretaciones desembocaron en la conducta que cada militar y cada marino adoptaron durante la guerra civil. Dentro de las filas propiamente militares, la posición mayoritaria fue la de adherir al Presidente de la República, lo cual estaba muy conforme con la doctrina que imperaba dentro del Ejército de Chile, por lo que el hecho de tomar esa posición fue algo muy natural para sus integrantes: “Para combatir la sublevación, el Presidente Balmaceda contó con el Ejército de Chile que, como Institución, estuvo desde el primer momento junto al Presidente constitucional. Por su natural y doctrinaria distancia hacia la cosa política, las Fuerzas Armadas no tomaron una posición política frente a las dos tesis en pugna y no se involucraron durante la larga lucha entre el Ejecutivo y el Legislativo, previas al inicio del conflicto. Por su parte, el Ejército, consecuente con su doctrina institucional, respetó a la Constitución y, reconociendo al Presidente de la República como el Generalísimo de las Fuerzas Armadas, en honor a su tradición de lealtad y obediencia al Jefe del Estado, no dudó en ponerse junto a Balmaceda.” 25 Por su parte, la clase política chilena, viendo en el horizonte un conflicto, procuró tomar iniciativas para atraerse a los uniformados y hacerlos entrar en el debate político (siendo que anteriormente esa misma clase había mantenido a los militares fuera de la actividad política). Esto se manifestó en el nombramiento de jefes militares en cargos ministeriales, invitaciones a oficiales para participar en actividades partidistas, organización de eventos de homenajes a jefes militares con clara intención política, utilización política de los problemas que afectaban al mundo castrense y levantamiento de candidaturas militares para cargos políticos. “En efecto, se nombró a representantes del Ejército en cargos ministeriales, como fue el caso de los generales José Manuel Velásquez y José Francisco Gana, práctica entonces inusual. También 24

Ibid., página 215. 25

Estado Mayor del Ejército, Historia del Ejército de Chile. Tomo VII. Reorganización del Ejército y la

Influencia Alemana (1885 – 1914). Santiago, 1982, páginas 96 y 97.

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se invitó a oficiales de elevada graduación a reuniones partidistas y se organizaron homenajes a jefes de prestigio con indisimulado interés político, como el que las fuerzas de la oposición ofrecieron al general Manuel Baquedano. La prensa recogió ataques de periodistas y hombres públicos a alguns figuras militares representativas, como el general Velásquez y el coronel Estanislao del Canto. Prácticamente nadie se privó de utilizar políticamente los problemas profesionales; así en folletos del gobierno se acusaba a la oposición de haberse negado a aprobar la ley que mejoraba el sueldo del personal uniformado. Se llegó al extremo de levantar una candidatura militar para frenar a Balmaceda, poniendo la mirada en el general Manuel Baquedano. Fue haciéndose cada vez más común la participación de representantes de las instituciones armadas en los viajes presidenciales.” 26 Por último, cabe decir que los mismos militares tomaron también la iniciativa y comenzaron a intervenir en la política contingente. Lo anterior se evidenció en las palabras que pronunció José Velásquez con ocasión de su designación como Ministro de Estado, con las que ensalzó a la administración del Presidente Balmaceda; por otra parte, el coronel Estanislao del canto, en un banquete de conmemoración de la batalla de Tacna al cual asistieron varios oficiales, pronunció un discurso que fue interpretado como un apoyo de parte de dicho oficial hacia el Congreso 27; por último, el mayor Jorge Boonen Rivera, quien era un estrecho colaborador de Emilio Körner, pidió al Presidente su retiro del Ejército, ya que no deseaba servir a una eventual dictadura.

26

Arancibia Clavel, Op. Cit., páginas 215 y 216. 27

Estado Mayor del Ejército, Op. Cit., páginas 91 y 92. A continuación se reproduce el fragmento donde aparece esta anécdota, la cual es bastante gráfica: “El primer síntoma de la inquietud que existía en las filas del Ejército por lo que ocurría, se manifestó el día 26 de mayo de 1890, fecha en que se celebró el aniversario de la Batalla de Tacna. El Presidente de la República ofreció un banquete en el Palacio de Gobierno, al que asistieron algunos jefes militares. Paralelamente, los oficiales de la Guarnición de Santiago organizaron otro acto en el Restaurant Melossi de la Quinta Normal de Agricultura, al que se podía asistir mediante una pequeña suscripción personal. El banquete, presidido por el Coronel Ricardo Castro, como el más antiguo de los asistentes, comenzó en un clima de amistad y camaradería. Así se desarrolló hasta que hizo uso de la palabra el Coronel Estanislao del Canto quien, en parte de su alocución manifestó que «si el honor del soldado está ceñido al puño de la espada, no dudéis señores que la lealtad del Ejército para con el Gobierno será inmutable; pero entended que es con el Gobierno que hemos aprendido a conocer desde la escuela y que, como todos sabéis, se compone de tres poderes: el Legislativo, el Judicial y el Ejecutivo». Esto era una evidente alusión a la situación política del momento, aunque el Coronel Del Canto expresó en sus Memorias que «este desorden fue comunicado a los que estaban en el banquete que se daba en La Moneda en términos alarmantes, asegurando que yo, en un brindis, había invitado a los oficiales presentes a una rebelión contra la autoridad constituida». Después del breve discurso del Coronel Del Canto, vinieron varios brindis y luego se levantó el Sargento Mayor Caupolicán Villota quien pidió brindar por el General José Velásquez, Ministro de Guerra y Marina, el que fue silbado por el Sargento Mayor José Ignacio López. Se produjo un conato de agresión en el que intervino también el Sargento Mayor Roberto Silva Renard, llegando a concertarse un duelo entre estos últimos para el día siguiente. Este no pudo efectuarse, pues, informado el Gobierno y el Comandante General de Armas, General Orozimbo Barbosa, se tomaron las medidas necesarias, ordenando la instrucción de un sumario para aclarar los hechos y se dispuso la detención de los Sargentos Mayores López, Silva Renard y Villota y la del coronel Estanislao del Canto. Como resultado del sumario, Del Canto fue condenado a 60 días de arresto domiciliario; posteriormente se le designó Ayudante General y Secretario de la Comandancia General de Armas de Tacna. Se encontraba sirviendo esa comisión cuando fue informado, el 7 de enero de 1891, de una orden del Ministro de Guerra, General José Francisco Gana Castro, en la cual se instruía apresarlo. Del Canto se ocultó y luego se trasladó al Perú, hasta Pacocha, desde donde posteriormente se embarcó con rumbo a Pisagua, para sumarse a las fuerzas congresistas.”

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Una vez desatada la guerra civil, la Armada se pronunció en su mayoría a favor del Congreso, mientras el Ejército apoyó al Presidente de la República. Se dice que estos comportamientos tan disímiles se debieron a las diferencias en la composición interna de ambas fuerzas armadas: la Marina tenía una tradición británica muy relacionada por el liberalismo del siglo XIX, mientras que el Ejército poseía un espíritu más español y monárquico: “La aguda crisis política que derivó en lucha armada hundía sus raíces, como se ha señalado, en causas orgánicas muy profundas; pero en la superficie, se reducía a la contraposición de posiciones antagónicas sobre la legitimidad de ejercicio, no de origen, del primer mandatario. En esa disyuntiva, «la Marina, de formación europea y británica, empapada con el espíritu del constitucionalismo burgués del siglo XIX, y en íntimo contacto con los círculos oligárquicos monttvaristas o radicales, acompañó al Congreso; el Ejército, más criollo y tradicionalista, más fiel al espíritu de obediencia pasiva al jefe visible del Estado, más español y más monárquico, en una palabra, acompañó, no a Balmaceda, sino al Presidente de la República».” 28 Con respecto a la conformación del Ejército congresista en el norte del país, algunos oficiales del Ejército de Línea y de la Guardia nacional formaron parte de aquel, mientras que la mayor parte de la tropa provino de las provincias norteñas; de hecho, varios soldados fueron ex combatientes de la Guerra del Pacífico: “El Ejército congresista se formó sobre la base de civiles y de algunos oficiales de Línea o de la Guardia Nacional, quienes «motu proprio» resolvieron incorporarse a él. La tropa, propiamente tal, se formó principalmente con el enganche y reclutamiento en las provincias del Norte, de aquellos soldados de la Guerra del Pacífico que habían sido desmovilizados en 1884 después de finalizada la contienda.” 29

Consideraciones finales

Examinando la dinámica que se dio en el siglo XIX chileno respecto a las guerras internas, se puede apreciar que, en general, para que en el Chile decimonónico tuviera lugar una guerra civil, era necesario que primero surgiera, o resurgiera, una división dentro de la elite del país (generalmente entre liberales y conservadores, también entre partidarios del Poder Legislativo y adherentes al Poder Ejecutivo, pero también entre Santiago y las provincias del país), lo cual conducía a que los bandos en pugna recurrieran a los militares, buscando la adhesión de jefes castrenses que condujeran las tropas que sostenían militarmente a cada bando. Es cierto también que, generalmente, había militares que por pensamiento propio adherían a uno u otro ideario, pero solían entrar en acción cuando eran llamados desde la dirigencia política del país. Se observa que la elite chilena oscilaba entre los polos que podrían llamarse libertad y orden. Para el caso de la Guerra Civil de 1829 – 1830, los aristócratas consideraron la inestabilidad que

28

Arancibia Clavel, Op. Cit., página 220. 29

Estado Mayor General del Ejército, Op. Cit., página 128.

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había dentro del país, por lo cual la mayoría de ellos abrazó el ideario del bando que prometía instaurar el orden dentro del país; esto último condujo a la división interna. En el caso de las revoluciones de 1851 y de 1859, y de la Guerra Civil de 1891, amplios sectores de la elite consideraron que el gobierno de turno estaba administrando en país en forma muy autoritaria, por lo cual reclamaron mayor libertad; esto último también condujo a la división interna 30. Lo anterior lleva a concluir que, pese a todos los conflictos internos que hubo en Chile durante el siglo XIX, aquí no surgió esa figura que es característica de la América Latina decimonónica: el caudillo. Este personaje solía ser un militar no profesional (generalmente un hacendado), el cual armaba un ejército privado (empezando con los trabajadores de la propia hacienda) y sostenía pugna con otros caudillos, de manera que alguno llegara a tomar el poder en el respectivo país; generalmente sus gobiernos eran de facto y no obedecían a algún orden constitucional. En cambio, apenas Chile se independizó, se hicieron notables esfuerzos para tener una constitución que diera al país un orden político y administrativo; estas guerras civiles chilenas del siglo XIX se dieron siempre en momentos en que el país estaba bajo una constitución. El único jefe militar que podría acercarse a la figura del caudillo fue Pedro León Gallo (el líder revolucionario de la Revolución de 1859), pero esta persona no era militar, sino que era un empresario minero, mientras que para entonces la totalidad del Ejército permaneció leal al gobierno de Manuel Montt. Los demás jefes militares que participaron en los conflictos internos chilenos del siglo XIX habían servido en el Ejército. Por otro lado, ellos mostraron bastante desapego al poder político y lucharon en forma sincera por el bando político que cada uno de ellos consideró que era el legítimo en el contexto de una determinada revolución.

30

Es interesante destacar que algunos presidentes del período conocido como República Liberal, siendo que en su pasado fueron fervientes partidarios del ideario liberal, una vez que llegaron a la presidencia, defendieron bastante las atribuciones presidenciales (Federico Errázuriz Zañartu, Domingo Santa María y José Manuel Balmaceda), mientras que otro sí procuraron mantener armonía con el Congreso Nacional (José Joaquín Pérez y Aníbal Pinto). A la inversa, durante el régimen autoritario, uno de los gobiernos decenales (el de Manuel Bulnes), se mostró bastante conciliador con los partidos y la aristocracia chilena, mientras que los otros dos (José Joaquín Prieto y Manuel Montt) gobernaron en forma muy autoritaria (en el caso de Joaquín Prieto, se puede decir más bien que el ejecutor de la política autoritaria era el ministro Diego Portales, más que el presidente Prieto).