Labriegos 4

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Labriegos o breviario de un tiempo cercano (IV) Felipe Martínez Álvarez Tiempos, afanes y otros yantares La vida de los labriegos, al igual que la de tantos otros grupos humanos que a lo largo del espacio y del tiempo han sido, en su afán de tirar para adelante, ha tenido que habérselas con rudos, duros, fatigosos trabajos y peores condiciones sociales. Lo que resulta paradójico no es tanto el rudo y fatigoso trabajo sino la rápida recuperación de la brega diaria independientemente de la época estacional. Unas horas de descanso nocturno en la primavera, estío y otoño a las que habrá que sumar una breve siesta -de abril a septiembre- bien a la sombra del negrillo, a la vera del medero o en el escaño del portal, siempre que sea a cubierto de moscas y tábanos ,porque en su mundo sólo caben cosas de moscas y tábanos, alivian del cansancio y son más que suficientes para retomar el ritmo. Pasarse en los tiempos de descanso y mostrar indolencia en la diaria labor, es objeto de rechazo mental y peor predicamento, porque ser un haragán, ocioso y manguelo, es madre de toda desgana, miseria y tristeza. Es cierto que la dieta alimentaria en los tiempos del duro trabajo es más abundante y variada, pues las labores de mayor desgaste físico y de dura brega exigen mayor resistencia, por lo habrá que preservar en la cambera o en el arca las últimas morcillas y la insuperable androlla, todavía en suculenta sazón, y las restantes viandas porcinas reservadas para tan importantes ocasiones. En los crudos días de ventisca, de pertinaz lluvia o terribles heladas del invierno, la primera y obligada visita del labriego es comprobar el buen estado del ganado y atender a sus necesidades. Luego, ya formando parte de la necesidad y del rito, es la visita a la bodega, tomando buena nota de la temperatura, estado de los recipientes, tomar el escalero de bodega y, de esta forma, poder comprobar el buen estado del precioso líquido, levantándolo a diario y atestándolo, si es menester, porque cada cuba huele al vino que tiene. Esta tarea no sólo es necesaria sino de un especial prestigio y honor, en el que también entran en juego el trabajo y unos ingresos siempre tan necesarios. Es impropio de un buen labrador o que se precie de tal, no cejar hasta conseguir tener un vino que por aroma, paladar y hermoso color, sea el mejor de la vecindad y hasta, si es posible, su fama se extienda por todo el contorno. La biografía del vino exige todo un ritual y puesta a punto. El degustarlo, percibir su color, aromas y probar, al menos, una media escudilla del mismo, porque nadie se embriaga con el vino de casa, acompañada de una tostada en el umbral de la bodega, es de obligado cumplimiento diario y, mejor aún, ocupar parte de ese tiempo en palique con el convecino para que, entre otras cosas, se percate de las bondades de nuestro vino y, no sin cierta envidia, se vea obligado a difundirlo. Este ritual suele terminar antes del trasiego o bien esperar a comienzos de abril o mayo para, si no surge la deseada venta, barrar las cubas y esperar ocasión más propicia, puesto que todo requiere su tiempo. Para los cubetos y pipas con vino, ordinariamente, de garrote para el diario consumo , además del consiguiente barrado, es menester una doncillera o llave de madera, que permite extraer el vino sin que por ello corra peligro de picarse, ponerse acedo. Hay quienes prefieren, en la temprana hora, una elemental libación a base de una copichuela de orujo acompañada de un trozo de pan tostado en la chapa de la cocina. El ritual suele finalizar en la buhardilla, inigualable atalaya que suele facilitar buena y puntual información aún sobre asuntos de escasa consideración. En el entorno interior de la buhardilla suele haber almendras, nueces, castañas, manzanas, algunos higos y uvas escogidas y guardadas con esmero en los días del otoño y que no suelen resistir más allá de los primeros días de marzo. Pero, a eso de las diez,

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Labriegos o breviario de un tiempo cercano (IV) Felipe Martínez Álvarez

Tiempos, afanes y otros yantares

La vida de los labriegos, al igual que la de tantos otros grupos humanos que a lo

largo del espacio y del tiempo han sido, en su afán de tirar para adelante, ha tenido que habérselas con rudos, duros, fatigosos trabajos y peores condiciones sociales. Lo que resulta paradójico no es tanto el rudo y fatigoso trabajo sino la rápida recuperación de la brega diaria independientemente de la época estacional. Unas horas de descanso nocturno en la primavera, estío y otoño a las que habrá que sumar una breve siesta -de abril a septiembre- bien a la sombra del negrillo, a la vera del medero o en el escaño del portal, siempre que sea a cubierto de moscas y tábanos ,porque en su mundo sólo caben cosas de moscas y tábanos, alivian del cansancio y son más que suficientes para retomar el ritmo. Pasarse en los tiempos de descanso y mostrar indolencia en la diaria labor, es objeto de rechazo mental y peor predicamento, porque ser un haragán, ocioso y manguelo, es madre de toda desgana, miseria y tristeza.

Es cierto que la dieta alimentaria en los tiempos del duro trabajo es más abundante y variada, pues las labores de mayor desgaste físico y de dura brega exigen mayor resistencia, por lo habrá que preservar en la cambera o en el arca las últimas morcillas y la insuperable androlla, todavía en suculenta sazón, y las restantes viandas porcinas reservadas para tan importantes ocasiones.

En los crudos días de ventisca, de pertinaz lluvia o terribles heladas del invierno, la primera y obligada visita del labriego es comprobar el buen estado del ganado y atender a sus necesidades. Luego, ya formando parte de la necesidad y del rito, es la visita a la bodega, tomando buena nota de la temperatura, estado de los recipientes, tomar el escalero de bodega y, de esta forma, poder comprobar el buen estado del precioso líquido, levantándolo a diario y atestándolo, si es menester, porque cada cuba huele al vino que tiene. Esta tarea no sólo es necesaria sino de un especial prestigio y honor, en el que también entran en juego el trabajo y unos ingresos siempre tan necesarios. Es impropio de un buen labrador o que se precie de tal, no cejar hasta conseguir tener un vino que por aroma, paladar y hermoso color, sea el mejor de la vecindad y hasta, si es posible, su fama se extienda por todo el contorno.

La biografía del vino exige todo un ritual y puesta a punto. El degustarlo, percibir su color, aromas y probar, al menos, una media escudilla del mismo, porque nadie se embriaga con el vino de casa, acompañada de una tostada en el umbral de la bodega, es de obligado cumplimiento diario y, mejor aún, ocupar parte de ese tiempo en palique con el convecino para que, entre otras cosas, se percate de las bondades de nuestro vino y, no sin cierta envidia, se vea obligado a difundirlo. Este ritual suele terminar antes del trasiego o bien esperar a comienzos de abril o mayo para, si no surge la deseada venta, barrar las cubas y esperar ocasión más propicia, puesto que todo requiere su tiempo. Para los cubetos y pipas con vino, ordinariamente, de garrote para el diario consumo , además del consiguiente barrado, es menester una doncillera o llave de madera, que permite extraer el vino sin que por ello corra peligro de picarse, ponerse acedo.

Hay quienes prefieren, en la temprana hora, una elemental libación a base de una copichuela de orujo acompañada de un trozo de pan tostado en la chapa de la cocina. El ritual suele finalizar en la buhardilla, inigualable atalaya que suele facilitar buena y puntual información aún sobre asuntos de escasa consideración.

En el entorno interior de la buhardilla suele haber almendras, nueces, castañas, manzanas, algunos higos y uvas escogidas y guardadas con esmero en los días del otoño y que no suelen resistir más allá de los primeros días de marzo. Pero, a eso de las diez,

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será necesaria una nueva colación bien de sopas de ajo, de pastor, o la ración correspondiente del caldo de berzas, casi siempre del añadido. Porque tanto el caldo de berzas como las sopas de ajo, a juicio de los entendidos, habrán de ser diario alimento, y no sólo cuando el grajo vuela bajo, porque quitan hambre, alivian la vejiga y la asadura, no dan sed, ayudan a bien dormir y hasta dan buena coloración a la cara.

Pero en llegado el tiempo en que, según afirma el Romance del Prisionero: ”Que por mayo era, por Mayo, cuando hace la calor, cuando los trigos encañan y están los campos en flor, cuando canta la calandria y responde el ruiseñor”, el tempranero y sobrio desayuno de un trozo de pan o, en el mejor de los casos, un plato del caldo de berzas añadido, a eso de las 5 ó 6 de la mañana, da para escasamente ir tirando en la tarea del día hasta las 8 ó 9 de la mañana. Los frutos, ya en ciernes, apremian y no dan tregua, hay que atacar en distintos frentes y casi al mismo tiempo. Viñas, prados, garbanzos, patatas, siega, eras, huerta... son celosos en sus demandas e intransigentes con las demoras.

La ardiente canícula y el cansancio doblegan el cuerpo que no el ánimo, pero el refrigerio del almuerzo en el breve receso, a las ocho o nueve de la mañana, con un buen trozo de tortilla, una longaniza o la ración del tocino entreverado de barbada o sin entreverar, finaliza con las apetitosas sopas de pan con guisantes, tan propicios del momento ”porque en habiendo piseos, -guisantes, la más antigua y sabrosa de las leguminosas- ¡laus Deo¡”(loado sea Dios), a la vez que asistidos por los siempre necesarios y estimulantes chisguetes o gotines de la bota o de la calabaza vitolera, a buen recaudo en la sombra, -y no el agua cruda que puede hasta resultar dañina para la salud como confirman los tifus y otras enfermedades de la asadura-, son más que suficientes hasta las doce o la una solares, pues de la panza también nace la fortaleza y no sólo la danza.

Las tórtolas y el pájaro carpintero, ya refugiados en la umbría del castañal, advierten que es llegada la hora de ponerse a cubierto de la inmisericorde solana. Allí no es tan necesaria la agotadora atención al temible gavilán, por lo que, también las tórtolas, pueden disponer de los preciosos tiempos para los enamoradizos arrullos, cuidados del plumaje y simular los convenientes desdenes. El pájaro carpintero entona su cantar como si escabildado anduviese o herido de mal de amores, lo que no impide una agotadora y frenética actividad barrenadora sobre el indolente castaño. El mirlo deambula con sosiego, siempre en la plácida sombra de los cebones, zarzamoras, gabanzas y escambrones. Y el escribidor, desde el balcón de su neal, levanta cumplida acta, como corresponde a tal oficio, de cuanto acontece a su alrededor, haciendo constar las sosainas cantinelas de sus convecinas la codorniz y la bubela.

Toda suerte de insectos y orugas, haciendo caso omiso del inclemente sol y canícula, trabajan en lo suyo y a destajo, no hay una segunda oportunidad para la obligada muda, ni tampoco es prudente esperar a la melancolía del atardecer.

Es llegado el tiempo y hora para el labriego que, con sosegado paso, ha de ponerse a cubierto del ya ardiente sol y no caer en la fácil galbana, pues cuerpo descansado dinero vale.

Llegar al hogar no significa tener que disfrutar del merecido descanso, sombra y pitanza y de inmediato echar la siesta. Todavía restan cosas por hacer: llevar el ganado a abrevar, repartir por el pesebre las adecuadas raciones de comida, variable según las estaciones. Para el labriego los ganados son tan vitales como la madre naturaleza lo es para todos, como lo es la tierra sedienta o el dulce labrantío, sin ellos, sin su docilidad, lealtad y confianza, todo habría de quedar reducido a la condición de árboles sin sombra.

La hora de la comida reúne a toda la familia, es tiempo de sincronizar los alimentos con las necesarias conversaciones de todo acontecer y hacer previsiones. Se suele comenzar la comida, dos platos, por la ración acompañada de fréjoles, pimientos, tomates, cebolla o puerros, terminándose, como es obligado, con un plato del

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confortante y refrigerante caldo de berzas -del que repetir no es infrecuente- o, en su defecto, buena ración de caldo de pedruelos o de garbanzos. Compañeros carísimos y universales de todo plato son siempre un buen trozo de pan y la jarra con el vino rosado, ”pues , qué coño, para eso lo trabajamos”.

Es frecuente que, de mayo a septiembre, carniceros de Molinaseca se acerquen por los pueblos ofertando una fresca y tentadora carne de cerdo, eso sí, a lomos de un dócil macho y todo cubierto con un lienzo siempre limpio. De igual modo, algún carnicero de Valdecañada, sólo que la oferta es a base de carne de cabrito, cordero u oveja, si bien hay quien a afirma que aquello es carne de castrón o de alguna oveja que se ha desgraciado.

Por contra, el consumo de pescado fresco, tenido en poca estima, es de obligado consumo en los días de la Cuaresma y otros que la Bula señala. Chicharros, berdeles, anguiletas y sardinas frescas, una vez por semana es más que suficiente, además, la faltriquera no está preparada ni resiste tamaños embites. El pulpo seco o de media cura es excelente vianda pero, por ser de tal condición, exige solemnes y señaladas ocasiones como la increíble sopa dorada.

Un descanso de una hora de siesta, hora sexta (sobre las tres de la tarde), habrá sido más que suficiente, como era inveterada costumbre entre los antiguos romanos. Luego, habrá que hacer los vilortos o crabuñar la guadaña, volver a uñir la pareja de vacas para así continuar en la tarea. El atardecer en el campo exige, en muchas ocasiones, cierto descanso y con él la merienda-cena. En la siega de la hierba, del pan o en la era, sentados en el suelo o sobre los manojos de trigo -dispuestos en círculo- el buen apetito invita a disfrutar de la truchuela cocida, acompañada de huevos cocidos, todo ello bien surtido de pimentón, aceite y los suculentos pimientos encarnados; en su defecto el bonito o chicharros en escabeche, con los siempre imprescindibles puerros, tomates o cebollas.

Comunicación y sentir suelen ser convergentes.

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El ir o venir de las tareas, en el mismo trabajo, ha de haber un tiempo, si es menester, y siempre es menester, para poder departir, echar una parrafada, con el convecino, y de esta guisa neutralizar las tensiones del trabajo, el cansancio, a la vez que se fortalecen vecindad y amistad. No hay inconveniente, nunca lo hay, para ayudar a terminar la tarea del convecino, lo contrario sería abandono y deslealtad

imperdonables , impropias siempre.

Arar y andar, pensar y cantar son su sino.

En los tiempos de cava, siega y vendimia, los ánimos de las cuadrillas de jornaleros tratan de sobreponerse a la natural fatiga y cansancio con ciertas argucias y registros burlones hacia los jornaleros de las vecinas fincas: ”Esquiroles malditos,

desgraciados(...)”, y la inevitable respuesta de: ”Capitalistas, explotadores (...)”. Cuando parte de la cuadrilla queda retrasada, ha de avanzar sirviéndose, a veces, de las pequeñas trampas o zorras hasta dar alcance al grupo delantero al grito coral de: ¡monta cola!. Al término de la jornada quienes terminan en cabeza reciben, a mayores, un cuerno de vino.

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No es posible ocultar la tos y la juventud.

Algunos, desde años anteriores y con su cachicán al frente, forman parte de la

cuadrilla de la poda, cava y escava. Los hay que, antes de entrar en la faena de la cava, han tenido que caminar horas en galochas y, hasta una legua, confiando que con pan y vino andan camino mejor que mozo garrido. La escuálida merienda del capazo, alguna de cuyas piezas es la venerada longaniza -la misma- a lo largo de la semana para buen consuelo de la vista que no del estómago, invita a apuntarse a la condición de mantenidos, porque para el buen amo quien trae azada, es acreedor a la zamarra (con el trabajo se adquiere no sólo la comida sino el vestido), ofreciéndosele buena y abundante pitanza, como es propio del buen amo y mejor jornalero, esto es, una buena caldereta de tocino del año o carne con patatas riojanas o blancas, o el insuperable arroz con las tajadas del abundante pollo en el fraternal rancho... y porque no es de buen amo ofrecer el vino de garrotín ni acedo y menos tocino añejo. Tabaco luego y hasta buen café con una miaja de orujo. Por si no fuera suficiente, el amo, que es buen pagador, por lo que es señor de lo ajeno, al igual que un banco, abonará los jornales en la mañana del domingo.

De vez en cuando procede tomar fuerzas y refrescar el gaznate, siempre con vino, pues el agua cruda, como es sabido, pudre la madera y si se introduce por las partes internas del organismo ocasiona irreparables daños. Por eso, el ritual, como si de un salmo se tratara, exige entonar a coro: ”Cuando el cardo hace sombra, es hora de

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merendar, dame la bota botero que me quiero emborrachar”. También: ”Calabaza vitolera, prenda de mi corazón, cuando te veo te adoro y cuando no, non”.

Algún amo, fácilmente contagiable del calor y ambiente alegre y festivo, ”se pasa, sin pretenderlo, en tomarse del vino”, “si bien no es lo usual embriagarse con el vino de casa”. Pero lo malo del vino no es su energía y alimento sino el no sudarlo a su debido tiempo, por lo que entonces circula alocadamente de los pies a la cabeza haciendo ver cosas dobles y hasta tortuosas. El criado, que sabe de las debilidades de su amo en dormir el vino, se las ve y desea al término de la jornada para lograr encaramarlo en el macho y aposentarlo en uno de los senos del serón, habiendo de poner piedras en el otro seno para compensar o el mismísimo criado en su defecto, y así todos los días cabalgan juntos amo y criado en el sufrido macho hasta llegar a la Villa.

También es cierto, aunque no suele ser habitual, que siempre hay algún espécimen de patrono roñoso y explotador que pone la misma comida: una sardina asada y un pimiento, un cuarterón de vino y un zoquete de pan, por aquello de que “no es de buen gusto tanto pan como queso”. La bota del vino, vino garrotín y bautizado de socorro, situada en el tajo pero siempre al final del vallao y al sol, pues de esta guisa, asegura, se bebe menos, no se corre el peligro de dar con la azada en la cepa, en la cabeza o en un

pie y, además, no es prudente que des tu pan en tortas ni tu vino en botas, igual que las

cosas frías y el pan caliente nunca hicieron un buen vientre. En los días y labores de vendimia vuelven las cuadrillas de mozas y algunos mozos

de allende la sierra. Son tiempos en los que el majuelo ya no sufre el arado ni la podadera, y no es posible escuchar el siempre bienvenido cuco mensajero, ni la tonada del podador ni los golpes secos del hacha que elimina los estériles muñones, porque, en llegada la vendimia, el día, el trabajo y la alegría son propiedad de la cuadrilla coral.

Una vez la uva madura ya no es posible esperar mejor maduración, por lo que ha llegado el momento de aliviar a las vides de su generoso y hermoso fruto de los soles del estío. Es fácil encontrar amo entre los amos del pasado año, entre los ricos cosecheros con bodega en la Villa u otros que, aunque menos, también requieren de su oferta porque abreviar se impone y alargar la vendimia más allá del Cristo o, en todo caso, después de San Miguel, es más que incierto el prever y proveer.

Por lo demás, no existe inconveniente alguno en tener que elegir entre dormir en la paja o la hierba blanda del pajar, y basta con una simple manta, sus cuerpos y almas ignoran otra suerte de lindezas. Eso sí, el trabajo incluye ser mantenidos, siendo de general preferencia los cachelos con abundante tocino, bien colorados con el pimentón de Aldea Nueva, comida que no excluye una buena caldereta de patatas con conejo o arroz con pollo, todo ello en la camaradería del rancho.

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No es cierto que “gente joven y leña verde todo es humo”.

Las mujeres, siempre en pareja ,llevan el corte de la uva de una calle o vallado, retirando los mozos los cestos que, en días lluviosos, pesan más de vacío que llenos. Los majuelos de los terrenos más abruptos, donde no sin riesgo pueden acceder las vacas con el carro y la cesta, ni donde tampoco es prudente aproximar la camioneta de los bodegueros, exigen tener que llevar el cesto, bien equilibrado con rodilla en la cabeza, de la escogida uva palomino hasta la camioneta del asentador gallego o hasta su vaciado en el lagar. En cualquier caso, la distancia no es lo que importa, porque las añejas costumbres han consolidado el rito de los festivos momentos en los que proceden las paradas o posas, con jotas y cantares, a los sones del pandero y pandereta que hacen posible el donaire y las ganas de vivir y, de esta suerte, llevadas por el viento, las escuchen y se suelten los tímidos enamoradizos. El cansancio no impide, al fin de la jornada, dar las ansiadas mazaculas al vinador que pisa el mosto o a cualquier gañán con apariencia de mozo.

El término de la vendimia se festeja con la puesta del ramo y comida extraordinaria. Antes del pago de las soldadas convenidas, ya está prevista la adecuada distribución de los duros, pesetas y reales, si bien la cuadrilla habrá de comenzar degustando el porrón con gaseosa y jerez-quina y luego, ya en el comercio de D. Pepe Romero, la compra de un peine, el espejo de mano, una pastilla de jabón de olor para la cara y hasta un frasco de colonia, porque siempre ha de haber un orden de prioridades. Fue un día en la vida y un tiempo inolvidable de esa vida. Día de besos y triste despedida hasta el siguiente año.

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Porque los soles del estío y el trabajo del hombre lograron hermosos frutos.

Del Cantar y...

Todos los seres vivos disponen “de puertas y ventanas ”por las que, con facilidad,

poder acceder al medio externo/interno y así obtener la adecuada información conforme a sus necesidades e intereses, porque vivir entraña siempre una información y un estar alerta.

Los humanos, humán o nacido de la tierra, no han de ser una excepción en la madre naturaleza que, obviamente, impone sus leyes. Parece ser que en el hondón de la vida hay unos registros en los que la entrada/salida tiene lugar mediante el antiguo y peculiar lenguaje de los cantares con los que la vida resulta siempre más vividera.

A buen seguro que las buenas formas musicales y las de la danza son las más fundantes de las categorías y no sólo de las estéticas, pues con ellas se accede o se expresa lo inefable del vivir que no puede ser ajeno a la incertidumbre y riesgo, miedos y congojas, que siempre tocan, y tan de cerca, al hombre, por lo que intentar cultivarlos con gracia y donaire es obligada tarea.

Pico de la Mirandola, humanista del siglo XV, refiere que el Creador, al inicio de los tiempos, fue distribuyendo las distintas aptitudes entre los seres vivos. Fue el hombre el último en llegar, ya no quedaba nada por repartir, por lo que el Creador no tuvo otra opción que: ”Hijo mío, no tengo nada que ofrecerte, así que elígete a ti mismo como mejor gustes”. En esta diaria singladura que conforma la existencia y desfondado navegar a contracorriente del ser humano, no pueden faltar, desde siempre, los registros musicales y las danzas por los que lo más bruto y rudo se torne grácil, noble y digno.

Cuéntase que el Barón de la Castaña se despistó en una oscura noche yendo a caer en un profundo pozo. Antes de tirar de las orejas hacia arriba para salir del trance, creyendo que había caído en el averno, lo primero a su alcance fue encomendarse al Salvador entonando el “Dies irae, dies illa” y el ”Miserere mei, Domine”, después, porque había leído que el Santo de Hipona había escrito que “cantar era dos veces rezar”. No en vano los cultos religiosos de mayor solemnidad conllevan la grandeza de la reclusión en la intimidad como el canto Gregoriano de Solesmes o la incomparable música del Barroco capaz de hacer saltar los zurcidos del alma.

Canta siempre, si no quieres desfallecer por los caminos de la vida, canta al aire libre, en las cavernas, canta para saborear el bien poseído, canta para templar el ánimo,

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para pensar bien de ti mismo y valorar las cosas buenas que puedes hacer y haces. Desconfía de quien no canta, no sonríe, no juega, y que juzga estas cosas como banales y de inútil esfuerzo.

“(...) En todas partes he visto gentes que cantan, danzan, juegan y laboran los cuatro palmos de tierra. Son buenas gentes que viven, laboran, pasan y sueñan, y un

día, como tantos, descansan bajo la tierra”. ”Si el Gallo no canta, es que algo tiene en la garganta”. ”Quien canta sus males

espanta”. ¿ Si no te agradas a ti, a quién vas a poder agradar? Malo es no tener motivos para vivir, cantar, amar, sufrir y morir.

El tiempo, el amor, la canción y la danza no sólo son expresión de la vida sino grandes escultores de la misma, así lo han hecho durante siglos, por lo que no parece cierto que todo muera y sea nada en los caminos romeros de la misma. Siempre es menester hacer un lugar y un tiempo en el camino de nuestros supervalorados quehaceres, porque las personas necesitamos liberarnos del caos y del sinsentido.

“Canta quo melius gaudeas” -Canta para mejor alegrarte- permite, posiblemente, poder canalizar las terribles sentencias del Eclesiastés o Poema de Gilgamesh, del II milenio a .C: ”Y alabé más a los muertos que a los vivos y tuve por más feliz al que todavía no es

nacido ni ha visto los males que se hacen bajo el sol”. //.“La vida que tú buscas, Gilgamesh, no la encontrarás”.

La fácil y rápida recuperación de los fatigosos trabajos labriegos, así como su pronta disposición a cantar y bailar, son comportamientos cuyo hondón puede, sin duda, resultar paradójico. Parece que algunas conductas y saberes de la vida oscurecen a otras, sin embargo, ahí están realidades que, aún siendo tan cotidianas como las mimosas, las increíbles lilas, los lirios y las madreselvas silvestres, la estrella matutina y los rocíos del alba, los silbos de los milpréndigos, o las increíbles y sabias sentencias: ”la felicidad es no necesitarla”, ”es triste no saber morir”, ”nunca es tarde para vivir bien”, etc., se escurren a la otra suerte de los necesarios controles, y todas esas cosas, amén de cantar y danzar, sitúan a las personas por encima de los propios intereses, lo cual no es poca cosa.

Era una arraigada costumbre de la época, y de buena vecindad, invitar a los forasteros de paso, a la mocedad de los pueblos, bien en las fiestas del pueblo, bien en otras situaciones -si la ocasión así lo requería- a degustar el buen vino de su bodega y aprovechar para estechar los siempre necesarios lazos y compartir las viejas canciones de todos sabidas.

Un venerable anciano comentó el poder disuasivo que tuvo lugar en la obligada, a la par que sincera, invitación a la bodega de unos mozos del pueblo de al lado que, dirigidos por un mozo amigo, estaban prestos -eran los años de una España aciaga- a prender fuego a la iglesia del pueblo. Aceptaron de buen grado la invitación del amigo y convecino, drenaron el gaznate con abundantes escudillas del mejor vino sin poder precisar si el vino de aquellas escudillas era el de dos orejas, vino doncel o de lágrima. El insuperable clarete y las viejas canciones de todos consabidas, lograron el más amplio olvido en que se disolvieron aquellos momentos de furia y obsesión.

En otra ocasión, refirió el anciano que estando los mozos ensayando hermosas canciones de amores a cubierto del corredor de Antelo, a la sazón dueño de una cerda de cría que, a criterio del capador, estaba aquejada de un extraño mal, pidióles educada y encarecidamente se abstuviesen durante un tiempo de cantar, porque la cerda estaba muy mala y si se moría, quedaban huérfanos seis hermosos ranchitos. Ante panorama tan desolador, los mozos optaron por suspender el cántico. Cual no sería su sorpresa que, al poco, salió Antelo de la pocilga comunicándoles que podían continuar con los cánticos, la cerda había muerto. Los mozos entendieron que Antelo había equivocado la petición pues, a buen seguro que, si hubieran continuado en los cánticos, probablemente la cerda no hubiese muerto, a no ser que padeciese del inconsolable mal de amores.

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Desde entonces los mozos satirizaban a Antelo con la monserga de: ”Antelo, Antelo, dos pesetas, medio duro, que para ver el cielo, no sirven las cerillas ni requieres del

chisquero”. A lo que Antelo, enfurecido, replicaba siempre: ”Cabrones, que dos pesetas no son medio duro, así que a lamberme el culo...”.

Una carta fechada en Segovia, 6 de Mayo de 1932, de un modesto labriego que hace el servicio militar en la misma, pone de manifiesto: ”No creas que se me olvidan nuestras juergas y los amigos (...), extraño mucho el cántico (...), siento no estar en esa

para hacernos una juerga chipén de las que acostumbramos (...). Para Agosto espero

permiso para ir a respirar el ambiente del pueblo”. Hay cosas -entienden- que no son de comprar y que tampoco hay dineros para poder adquirirlas .

Los cantares populares y labriegos pierden su valor cuando se consideran al margen de sus contextos. Son formas de asumir las realidades, alegrar la vida, comunicar sentimientos y solidaridades entre personas y pueblos. Las tonadas de la arada, siembra, poda, era, son un disfrutar de lo que se hace, pensar bien de uno mismo y, cómo no, apertura al sujeto de la misma y a la propia tonada. Todo ello parece presuponer una especial y peculiar participación mística o mágica en tamañas realidades.

Las canciones de trabajo dan ritmo y animan las tareas porque compartir alegrías es multiplicarlas, a la vez que evitan la fatiga de actividades repetitivas tanto en los trabajos individuales como grupales. Bien es cierto que, difícilmente, el labriego tendría tal proceder si plantas, animales y el mismo paisaje no fuesen todos ellos participativos de un ancestral linaje. Los animales domésticos, los de la dura brega y los otros, son sensibles y receptivos al habla, a los cantos y los silbos (alguno ha logrado hacerlo en dos tonos para regocijo propio y ajeno), pues al andar el labriego suele pensar y cantar. A no ser que esté enfermo del alma, no resulta posible un labriego silente, en cuyo caso todo se tiñe de igual color y hasta las orejas de los animales tienen otros movimientos y distinto el caminar.

...los Cantares

Cierto es que no todo cantar nace de las mismas entretelas del alma, porque así

como no resulta posible ocultar la tos, tampoco lo es imponer en toda conducta la mesura,”lo bueno y lo bello”, a lo más primario y emotivo porque la naturaleza también impone su ley que, por otra parte, es de tan difícil colonización. Si ciertas ancestrales vehemencias no tienen un fácil drenaje por la puerta de la casa, terminarán entrando por las ventanas. Parece ser de razón que lo verdaderamente humano se entiende y acepta mejor, si se está predispuesto a admitir un alto componente de animalidad y fragilidad en uno mismo y en los demás.

La versificación popular con sus ripios, desaires, expresiones jocosas, pícaras, ridículas y otras de cierto rebozo canalla son muestra de un modo de ser directo, sin inhibiciones y, según la medicina de los humores, tan necesarias como una cierta sangría para así volver al equilibrio, siempre inestable.

“Que vengo de moler, morena/, de los molinos de arriba /dormí con la molinera,

olé, olé / no me cobró la maquila”. “Si te lo han tentao /si te lo han tentao (...)”.

“Tengo a mi suegra enfadada /llevada de los demonios/no tiene un pelo como mi

abuelo / y quiere que yo le haga el moño”.

“Carrascal, carrascal, que bonita serenata /carrascal, carrascal que me estás

dando la lata/. Una vieja seca, seca /seca seca se casó (...)”.

“El tío pellejo tiene ya dispuesto en el testamento que le han de enterrar/ al pie de

una cuba con un gajo de uva en el paladar/. Que a mi me gusta el (...).”

“/.El vino que tiene Asunción no es blanco ni tinto ni tiene color (...)”.

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“La Parrala dicen que era de Moguer / otros aseguran que era de la Parla /pero

nadie supo de fijo saber/de dónde sería Trini la Parrala/(...)”.

Otra suerte de cantares remiten y ponen de manifiesto alguna de las identidades del lugar o lugares o expresiones desenfadadas de cierto divertimento y fruto de la improvisación para salir del trance:

“Gracias a Dios que llegamos a la luz de este farol /para sacar una espina que

tengo en el corazón”. “Ponferrada buena villa/ Cacabelos buen lugar /Villafranca de mi vida /yo no te

puedo olvidar “. “El día en que yo nací /que planeta reinaría /por donde quiera que voy /que mala

estrella me guía”. “Ya se van los quintos madre /ya se va mi corazón /ya se va quien me tiraba /

chinitas a mi balcón“. “De la uva sale el vino /de la aceituna el aceite /y de mi corazón sale /el amor para

quererte “. “Cuando quise no quisiste / ahora que quieres no quiero / llévate la vida triste / que

yo alegre me la llevo”. “Mucha tierra he recorrido / desde Urbia a Argel / y no he visto cosas tan bellas /

como desde el Pajariel “.

“Para no romper los zapatos / las mocitas de Molina calzan las alpargatas, cuando

se van a la Villa /, pero al llegar al fielato y ponerse de rodillas para calzar los zapatos

/enseñan las pantorrillas”.

“Que soy morena, ya lo sé yo /que soy berciana de condición / porque en Otero

toco el pandero / y en San Lorenzo lo bailo yo“.

“Para cantar San Lorenzo /para buen vino Los Barrios / y para mozas bonitas /

viva Toral de Merayo”.

“Si vas a Los Barrios /las medidas cortas /y los cuartales largos”.

“En Molina /te venden la cena / y cenan con ella”.

“Anda diciendo tu madre /que yo para ti soy poco /iremos a la alameda /y

cortaremos un chopo”.

“Eché leña en tu corral /por ver si me querías /ahora que no me quieres /dame la

leña que es mía”.

“En el fuego en que me abrasas /te quisiera ver arder /para que sepas ingrata /lo

que cuesta un buen querer”.

“Tengo que morir cantando /porque llorando nací /las penitas de este mundo /ya se

fueron para mí “.

“Dios quiera que cuando vayas / a dar agua a tu caballo /la laguna se te seque / y

el agua se vuelva barro”.

“A tu puerta hemos llegado/ cuatrocientos en cuadrilla / si quieres que nos

sentemos /baja cuatrocientas sillas“.

“Sube mi amor a la sierra /sube que te llamo ya /a beber agua de nieve /que

también la bebo yo“.

“El día de San Pedro / te puse el ramo /el día de San Juan no pude /que estuve

malo”.

“Aunque vivas al rincón / no vivas arrinconada / que de los rincones salen / las

flores más encarnadas“.

“Unos ojos vi / en una cara morena /si no han de ser para mi /que se los coma la

tierra”.

“Por esta calle me voy / por la otra doy la vuelta /el galán que a mi me quiera / ha

de venir a la puerta”.

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“Por la carretera arriba / por la carretera abajo / lo primero que se encuentra / son

los palos del telegrafo“.

“Una mañana de mayo/ cogí mi caballo y me fui a pasear /tuve que pasar la villa de

Villagarcía / que es puerto de mar /.Yo te diré/ ,te diré niña hermosa/ una cosa que yo

sólo sé: café“.

“El día que te quise /fue por el pelo / y ahora que estás pelona / ya no te quiero”.

Sin duda los cantares más cualificados son los de ronda en la noche -que es cuando mejor se ven las estrellas- en su versión de amor y que, de una u otra forma, están presentes en cualesquiera otras tareas y actividades. El amor remite a los sentimientos más sublimes propiciando un considerable aldabonazo tanto en quien/es lo interpretan como en quien/es los escuchan, suponen un plus de responsabilidad en uno/s y en otro/s, permitiendo de esta suerte el poderlo distinguir de la simple seducción. Donde hay amor, hay más dignidad, porque las personas existen, fundamentalmente, para amar y ser amadas.

Los sonidos cálidos y apasionados del cantar son el continente que envuelve las palabras dulces y entrañables -por la caricia o la entraña- de la metáfora que, a su vez , recogen los otros tiempos que no nos ha sido posible vivir. El centro del cantar amoroso no es otro que la mujer, por lo que si ésta desaparece de una parte crucial del lenguaje o del cantar, desaparecería, también, de la vida, pues el amor, o su ilusión, son el gran motivo que creemos dinamiza la historia y eleva el sexo a la categoría de sentimiento, por lo que al recordarlas (lo que tiene que ver con el corazón) enlazamos con aquello que, viniendo de lejos, también anima el vivir.

“Para que Dios me daría /tanto amor para quererte / si ahora para olvidarte / paso

las penas de muerte”.

“A la verbena me voy/ a San Antonio le pido /vengo a rezarle ,vengo a rogarle

/para que tú no me olvides”. “Amor mío no me lleves al campo tan de mañana /que hace frío ,truena y llueve /y

está lejos la cabaña”.

“Y al amanecer verás los rayos del sol salir/ y las estrellas brillar y en mi pecho

relucir.../.Lo que más siento es, vida de mi amor ,consuelo de mi alma/ ,ya no quiero

sufrir más ,muero de amor”.

“Pregúntale a las estrellas /si por la noche me ven llorar / pregúntale si yo busco

/para quererte la soledad”.

“(...) que flores tiene un almendro /aunque tengas más amores/ que flores tiene un

almendro /ninguno te ha de querer / como yo te estoy queriendo”.

“(...) noche serena te vengo a rondar / por ver si mis penas / se pueden aliviar”.

“La otra mañana te vi/ arrancando unos pedruelos /la otra mañana te vi /desde

entonces morenica /me muero de amor por ti”.

“Cuando salí de mi tierra por vez primera / me enamoré de los ojos de una

pueblerina/ pueblerina de mi vida ,pueblerina de mi amor/no ves que tus ojos negros

me han robado el corazón”.

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“Fui al Cristo y enamoréime /mal haya enamorar/.Desde que te vi aquel día/

morena mía/no te puedo olvidar/mal haya enamorar”.

“Madre cuando voy por leña/ se me olvidan los ramales/ no se me olvida una nena/

que habita en los abranales”.

“Me llamaste labradora/ creyendo que era bajeza /pero me pusiste un ramo /de los

pies a la cabeza”.

“No vayas no ,no vayas /donde el mar se agita /que si dulce es la brisa/más dulce es

el amor”.

“Si ves las golondrinas / cruzando el ancho mar /ellas son las que te indican /que

yo desde el Bierzo /siempre te he de amar”.

“Ya vienen las golondrinas / cruzando el ancho mar/ellas son las que te

indican/pues yo aunque lejos/siempre te he de amar/. Si por suerte o por desgracia/me

llegas a olvidar/cuando regrese ,bien mío/a tus pies un ángel/de amor morirá”.

“De la uva sale el vino/de la aceituna el aceite/ de mi alma sale/el amor para

quererte”.

“Calle del Pozo de Villa/calle de la diversión/calle de los mis amores/cuando los

tenía yo”.

En cierta ocasión, creo que por el otoño, escuché de un artesano la unción, pulcritud e insuperable belleza con que interpretaba su canción:

“... Que un viejo amor / ni se olvida ni se deja / que un viejo amor /de nuestra alma

si se aleja /pero nunca dice adiós”. Buena parte de los cantares de ronda, ya desde los años de 1925, muestran una

configuración a dúo. A su vez, por motivos emigratorios y otros, hay una clara influencia de los tangos porteños del doloroso sentir, preciosas habaneras y cantares de la Rioja y aledaños, los Boleros de A. Machín y las canciones divulgadas por el cine como: ”Yo te diré lo que es mi canción, te llama sin cesar“ de Los últimos de Filipinas y otras.

Causantes de tantos y tamaños desaguisados fueron, entre otros: Pedro, Ángel y Ríos -santos laicos y anarquistas- que, provenientes de La Rioja, ejercen en el Bierzo el modesto e importante oficio de artesanos alpargateros. Miguel Sira, Plácido el Barbero, Alfonso Levís y..., no fueron extraños convidados. Unos y otros deleitaron, dejando boquiabiertos, en más de una ocasión, a niños, jóvenes, mozas, casadas, mayores y hasta curas de los lugares bercianos. Y porque si bien es cierto que a nadie le es posible regresar para volver a recorrer los caminos de la vida, sí que lo es que sus nombres vivan entre nosotros.