La Gran Mascarada - Jean-francois Revel

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Annotation

Hace diez años [decía Revel en el año 2000]caía el régimen soviético, y no bajo las armas deladversario -como le aconteció al nazismo- sinopor el efecto de su propia putrefacción interna.Muchos pensaron naturalmente que esteacontecimiento, el mayor fracaso de un sistemapolítico en la historia de la humanidad, suscitaríaen el seno de la izquierda internacional unareflexión crítica sobre la validez del socialismo.Ocurrió lo contrario. Después de un periodo deaturdimiento, la izquierda -sobre todo la nocomunista- lanzó un impresionante batallón dejustificaciones retrospectivas. (J F Revel)

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JEAN-FRANÇOIS REVEL

La gran mascarada

Traducción de María Cordón Vergara

Taurus Ediciones

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Sinopsis

Hace diez años [decía Revel en elaño 2000] caía el régimen soviético, yno bajo las armas del adversario -comole aconteció al nazismo- sino por elefecto de su propia putrefacción interna.Muchos pensaron naturalmente que esteacontecimiento, el mayor fracaso de unsistema político en la historia de lahumanidad, suscitaría en el seno de laizquierda internacional una reflexióncrítica sobre la validez del socialismo.Ocurrió lo contrario. Después de unperiodo de aturdimiento, la izquierda -sobre todo la no comunista- lanzó unimpresionante batallón dejustificaciones retrospectivas. (J FRevel)

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Título Original: La grande parade. Essai surla survie de l'utopie socialiste.

Traductor: Cordón Vergara, María©2000, Revel, Jean-François©2000, Taurus EdicionesColección: PensamientoISBN: 9788430604111Generado con: QualityEbook v0.70

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Capítulo I

Salida de emergenciaL A última década del siglo ha sido testigo de lapoderosa contraofensiva desplegada por lospolíticos e intelectuales de la vieja izquierda conel fin de borrar e invertir las conclusiones que, en1990, parecían desprenderse de la evidencia delhundimiento del comunismo y, más generalmente,de los fracasos del socialismo. ¿Qué motivos hanincitado a esos políticos y a esos intelectuales acreer que podían sacar de la historia que habíamosvivido unas lecciones en tan manifiestacontradicción con lo que ella enseñaba y con loque había sido? ¿A qué argumentos han recurridopara sustentar su justificación de los extravíos y delos crímenes constitutivos del totalitarismo o, almenos, de las intenciones que los habíanengendrado? ¿Qué necesidades intentan satisfaceresos peregrinos argumentos? ¿En qué medida suspropagadores los han impuesto a las mentes, a qué

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mentes, a través de qué canales de transmisiónintelectual? ¿Es vasta su audiencia? ¿O suinfluencia se limita a una clientela poderosa peronuméricamente limitada y que, en el fondo, seprocura el espejo del maquillaje moral a fin deahorrarse la confesión de los errores y lavergüenza del remordimiento? En resumen, ¿hatenido éxito la gran mascarada del fin de siglo?¿Puede tenerlo? ¿O sólo ha sido el último espasmode una aberración criminal que únicamente lasgeneraciones que no han tomado parte en ella sesentirán libres para rechazar en su totalidad, sindolor ni doblez?

Estas cuestiones están lejos de ser superfluas,pues la humanidad acaba de pasar el siglo tantodel totalitarismo como de la información, y si nosviéramos obligados a constatar que no hacomprendido nada del totalitarismo se demostraríaque la información no sirve para nada; y,especialmente, que los agentes intelectuales que laformulan y difunden son inútiles o dañinos. En unaépoca en la que se ha venerado sin cesar el“sentido de la historia”, haberlo comprendido tan

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poco daría muestras de un redhibitorio fracasocultural o, lo que quizá sería peor, de unainveterada deshonestidad en las relaciones con loverdadero, secuela indeleble de la educacióntotalitaria del pensamiento.

En 1990, al hacer referencia a un artículo deun tal Ivan Frolov, consejero de MijailGorbachov, extraía del texto la siguiente perla:“Lenin sigue siendo un valor imperecedero”. Yañadía: “Frolov debería saber que, en Occidente,esa afirmación sólo puede provocar hoy la risa” 1.En el año 2000 ya no me atrevería a escribir estafrase. Porque hoy fluye con abundancia larehabilitación del marxismo-leninismo. Nutrelibros y artículos en los que se nos aconseja, ¡quédigo!, se nos ordena volver al “auténtico” Marx.Hace diez años, algunas de las elucubraciones deFrolov predicando una “transición hacia un estadocualitativamente nuevo, hacia un socialismorenovado, humano” sonaban como un patéticogalimatías. Hoy son normales en algunas plumasoccidentales, que también podrían rubricar estaotra antigualla inefable de Frolov: “Estamos

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volviendo a ver la unidad dialéctica de losaspectos científico, revolucionario y humanista delmarxismo”.

Cuando vuelvo a leer la prensa occidental decomienzos de los noventa me asombra lafrecuencia con la que aparecen dos ideas en lamayoría de los periódicos incluso de izquierda,que las presentan como verdades adquiridas. Laprimera es que había que poner una cruz de unavez por todas sobre el comunismo y sobre todo loemparentado con él, conclusión lógica de unacatástrofe inexorablemente demostrativa; lasegunda, que, tras el desastre marxista, la soluciónliberal surgía, pues, no como la mejor sino comola única. Era la única viable que existía, osubsistía, tanto en economía como en política,fueran cuales fueren sus imperfecciones. Para serimperfecto, primero hay que ser, condición que nocumplían las economías administradas. Pero afinales de dicha década, el giro es sorprendente.Ambas ideas son de nuevo casi universalmentepisoteadas. Al menos en teoría, porque, como hayque vivir, la práctica contradice a menudo la

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teoría. A pesar de haber dejado de aplicarse, elcomunismo se condena cada vez menos. A pesarde ser condenado casi universalmente, elliberalismo se aplica cada vez más. Así, laantítesis interiorizada entre lo ideal y lo real,carácter fundador del pensamiento totalitario, sereconstruye en otro vocabulario y, sobre todo, porasí decirlo, en el vacío, puesto que el comunismo“real” ha desaparecido.

La resurrección de la convicción liberal era,por lo demás, anterior al hundimiento delcomunismo hacia 1990. Le había precedido diezaños, con la llegada de Margaret Thatcher al poderen Gran Bretaña, y más tarde, de Ronald Reaganen Estados Unidos. A pesar de los falsos lugarescomunes según los cuales el liberalismo, contra elque el genio francés estaría milagrosamenteinmunizado, pertenece a la civilización“anglosajona”, y sólo a ella, por culpa de unamalformación congénita, estas victoriaselectorales no eran tan evidentes. Desde FranklinRoosevelt había dejado de aumentar en América laintrusión del Estado federal en lo económico y

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social (el big government). Había observado sinpiedad el principio de “más impuestos, mas gastopúblico” (“Tax and spend, spend and tax”). Estehecho parecía o quería ignorarse en la Europacontinental, y sobre todo en Francia; como parecíao quería ignorarse que, desde 1945, el laborismobritánico había creado la sociedad másestatalizada, la más burocratizada, la de mayorcarga impositiva, la más sindicalizada y la másreglamentada de la Europa democrática. A pesarde que durante ese periodo los conservadoreshabían ganado varias elecciones, ningún gobiernoconservador anterior al de Margaret Thatcherhabía obtenido del sufragio universal un mandatotan claro y fuerte que le permitiera tocar loscimientos mismos del sistema laborista. Fuenecesaria la regresión económica, elempobrecimiento del pueblo, el desastre de losservicios públicos, la parálisis de lasadministraciones, plagas flagrantes en 1977 y 1978que sumieron al Reino Unido en el caos, para queel cuerpo electoral diera su pleno consentimientono ya a una alternancia sin cambio sino a un

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cambio de las bases establecidas en 1945, esdecir, a una draconiana revolución liberal. Dehecho, los británicos jamás se han retractado dedar su consentimiento al liberalismo, puesto que elPartido laborista sólo pudo llenar las urnas a sufavor vaciando su programa de toda huella desocialismo en 1997. Tony Blair no es tanto elsucesor político de James Callaghan, el últimoprimer ministro laborista antes de la revoluciónliberal, como de Margaret Thatcher, mal les pese alos que tabulan sobre el “triunfo de la izquierda enEuropa” en el fin de siglo. Sí, ¿pero quéizquierda? Posteriormente tendré ocasión deprecisarlo.

Más asombroso fue, sin embargo, el arrebatode liberalismo que tuvo lugar, también en laEuropa continental, entre 1980 y 1985. En Italia,socialistas y comunistas pretendían ser cada vezmenos dirigistas. El Partido Socialista españoljamás lo había sido. En Portugal, donde, desde larevolución de los Claveles en 1974, el dirigentesocialista Mario Soares era la murallainfranqueable contra todas las intentonas

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comunistas de golpe de Estado, los electoresllevan al poder por dos veces, en 1980 y en 1985,a unos liberales que reprivatizan la economía.Pero fue sobre todo el naufragio económico yfinanciero en el que, con la velocidad del rayo,desembocaron en Francia los dos primeros añosdel socialismo mitterrandiano el que impresionó ehizo cambiar a la opinión pública. De la noche a lamañana, en todos los labios florecían los elogioshacia la “empresa” (privada, se entiende). Habíaadolescentes —yo mismo fui testigo de una de esasdivertidas escenas— que llegaban incluso areprochar a su padre, funcionario, no “habercreado jamás una empresa”. De la noche a lamañana, los franceses se volvieron muy críticoscontra las nacionalizaciones, de las que durantemucho tiempo habían sido mayoritariamentepartidarios. Es fácil medir esta conversión a travésde los sondeos de opinión. Un ejemplo entre otrosmuchos es la encuesta publicada por París Matchel 1 de abril de 1983, que mostraba que el 59 porciento de los franceses eran ahora favorables a unaumento de la libertad de empresa, frente a sólo un

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25 por ciento que persistía en desear un controlfortalecido del Estado sobre la actividadeconómica. La izquierda, ya minoritaria en el paísdesde las elecciones municipales de 1983, llegó aser casi marginal en las europeas de 1984.Además, cuando se observan los estudios sobrelas motivaciones de los electores, tal y como losanalizaban en ese momento los institutos desondeos, se puede ver que ese cambio no sóloexpresa un rechazo hacia tal o cual equipogubernamental sino hacia la izquierda como tal,hacia sus principios doctrinales, a cuya cabeza seencuentra la estatalización a ultranza. El PartidoComunista había perdido el 50 por ciento de suelectorado en cinco años. Jamás lo recuperó. En1984 cayó a un 11 por ciento de los votos ydespués seguiría disminuyendo. Además, se niegaa formar parte del gobierno de Laurent Fabius, quesucede, y vuelve la espalda, al de Pierre Mauroyen julio ele 1984. Hasta las elecciones legislativasde 1986, Mitterrand, con un partido socialista quepasó del 38 por ciento de los sufragios en laslegislativas de 1981 a un 21 por ciento en las

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europeas de 1984, ejerce el poder con un gobiernoque sólo representa a una quinta parte de losciudadanos.

Aún más mortificante que el fracaso políticoy económico de la izquierda fue, quizá, su fracasoideológico y cultural. No sólo era su programaeconómico, con su línea directriz de “ruptura conel capitalismo” cuando estaban hundiéndose todoslos regímenes no capitalistas del mundo, el quetomaba un sesgo cómico sino que sus otrosproyectos de redención de la sociedad empezarona parecer a cual más trasnochado y se estrellaroncontra los arrecifes de la irritación popular. Deeste modo, Mitterrand tuvo que retirar en julio de1984 su proyecto de ley sobre la enseñanzaprimaria, prototipo del arcaísmo socialista.

No sería posible entender la magnitud de lasprotestas contra ese proyecto de ley que pretendíasuprimir la enseñanza privada si se atribuyeranúnicamente a motivaciones religiosas, que solo lasexplican en parte. De hecho, la mayoría de losmillones de franceses que se habían manifestadopor doquier desde hacía un año protestaban, fueran

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o no creyentes, fundamentalmente contra una leyideológica cuyo objetivo era unificar la enseñanzaelemental, secundaria y superior bajo la férula delEstado y de los sindicatos de la enseñanzapública, dominados por los marxistas. La gente sedio cuenta muy bien de lo que se pretendíamediante ese proyecto de ley: la creación de unahegemonía, una más, de un derecho de propiedadideológica únicamente de los socialistas y loscomunistas. En este punto, como en muchos otros,asistimos a un rechazo del Estado. El podersocialista cometió entonces, pasando por encimade los deseos profundos de la sociedad que tenía asu cargo, un gran contrasentido cultural, otrosejemplos del cual fueron su ley de prensa, su modode utilizar la televisión estatal, su concepción deléxito gubernamental como dependiente ante todode la propaganda. De ese modo, un poder deizquierda logró poner en contra suya no sólo alpueblo sino a casi todos los intelectuales.

A mediados de la década de los ochenta,mucho antes de la caída del Muro de Berlín ycuando no se sospechaba que fuera a caer tan

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deprisa, contemplamos, pues, un cuadro de valorespolíticos en el que el comunismo estádesacreditado. El socialismo también ha decaído,y no sólo en la práctica sino como idea. Al fracasofrancés se añade la prolongada exclusión delpoder de los laboristas británicos, así como delSPD alemán. Y, para colmo, se perfila la caída deSuecia, que durante cuarenta años ha sido eltemplo sagrado del milagro de lasocialdemocracia-providencia gestionada conrealismo.

Más tarde, en el transcurso de la segundamitad de la década, entre 1985 y 1990, el ataquese dirige contra esa tímida reanimación delliberalismo. El embrión de éxito de los temasliberales y de la contradicción que se manifiestaen la ideología socialista y los regímenescomunistas inspira a los sectarios un renovadoardor en su rechazo a los contestatarios,evidentemente con las armas clásicas y familiaresdel “debate” de izquierda. Así, Octavio Paz, queen un discurso pronunciado en Francfort habíacomparado el régimen sandinista de Nicaragua con

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el régimen castrista y mencionado la elemental yhoy probada verdad de que Moscú financiaba yequipaba a los sandinistas, fue blanco de esetratamiento “tolerante” que, según la izquierda,honra sus “discusiones”. La izquierda marxista delos intelectuales mexicanos, una especie de museode historia natural del pensamiento políticomomificado, se enardeció. Durante una semana,diarios y semanarios acumularon artículos,caricaturas, sondeos y hasta un manifiesto firmadopor veintiocho profesores de “todas las disciplinascientíficas y culturales, pertenecientes a trecepaíses y cinco instituciones”.

Los exorcistas procomunistas eran, en 1987,un producto perfecto de esa entidad colectiva, deesa personalidad cultural elemental bautizada conacierto como “el perfecto idiota latinoamericano”2 ... Se suprimió el nombre de Octavio Paz en elprograma de un concierto en el que se iban acantar melodías compuestas sobre sus poemas, y elactor que debía leer antes dichos poemas se negó ahacerlo. Hubo una condena unánime del discursode Francfort que nadie había leído por la sencilla

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razón de que entonces todavía estaba inédito puesno se habían publicado más que las pocas líneasrecogidas por la prensa alemana. Paz abordaba enél muchos otros temas además del de Nicaragua; yel cuadro general de la evolución de las ideaspolíticas nos parece hoy un cúmulo de evidencias.Pero el heroísmo de la izquierda informada ytolerante, en su ridículo afán por rechazar elfascismo, culminó con una manifestación ante laembajada de Estados Unidos en México en la quela efigie de Paz, ese “traidor a México” (sic), fuequemada en medio de los acompasados gritos deuna multitud estudiantil: “¡Reagan rapaz, tu amigoes Octavio Paz!” 3.

No olvidemos jamás que tanto en Europacomo en América latina la certeza de ser deizquierdas descansa en un criterio muy simple, alalcance de cualquier retrasado mental: ser, entodas las circunstancias, de oficio, pase lo quepase y se trate de lo que se trate, antiamericano. Sepuede ser, e incluso con frecuencia se es,retrasado mental en política siendo muy inteligenteen otros ámbitos. Entre otros ejemplos

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innumerables, el autor Harold Pinter explica 4 laintervención de la OTAN contra Serbia en abril de1999 por el hecho de que, según el, EstadosUnidos no tiene en política internacional más queun único principio: “Lámeme el culo o te liquido”.Tener talento como dramaturgo no impide, en elmismo individuo, una debilidad profunda y unanauseabunda vulgaridad en las diatribas políticas.Uno de los misterios de la política es su capacidadpara provocar la brusca degradación de muchaspersonalidades por lo demás brillantes. ¿Cómoreaccionaría Pinter si un crítico de teatro sepermitiera caer tan bajo en la estulticia injuriosa al“comentar” una de sus obras?

En Francia, el antiamericanismo, tanto dederecha como de izquierda, empezó agudizándosecomo antiamericanismo económico antes dealcanzar cotas de delirio en la década 1990-2000cuando los franceses descubrieron que EstadosUnidos emergía de la guerra fría como únicasuperpotencia. El arranque de la cruzadaantiliberal tuvo lugar con motivo del combate delos socialistas contra el gobierno de Jacques

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Chirac, de la primavera de 1986 a la primavera de1988. A pesar de que las privatizacionesefectuadas por dicho gobierno no afectaron másque a una parte muy modesta de las empresasnacionalizadas y que ninguna de sus reformasredujo de forma sensible la presión fiscal y elgasto público, los socialistas y los comunistas nodejaron de bombardear durante dos años al equipoChirac con insultos, colocándole la etiqueta deultra-liberalismo (a partir de entonces, eseinfamante prefijo fue de rigor) y acusándole deperversidad antisocial. Para ver hasta qué punto,en toda la Europa continental y sobre todo enFrancia, los reformadores liberales son pocoliberales en la práctica y apenas han tocado unpelo a la sociedad administrada, basta constatar loamplia que sigue siendo, diez años después de lasupuesta “oleada liberal” y a pesar de importantesprivatizaciones, la porción de la economía quepermanece en manos de los Estados. El promedioeuropeo de dicha parte estatal pasó del 15,4 porciento de los productos nacionales en 1920 al 27,9por ciento en 1960 y al 45,9 por ciento en 1996.

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En Francia, campeona desde siempre tanto dela presión como de la compresión, llegó al 54,5por ciento del producto nacional en 1997 5. Sinembargo, la campaña antiliberal tuvo un magníficoéxito puesto que Mitterrand logró ser reelegido en1988 a pesar de haber sido, en 1984, el jefe deEstado más impopular de la historia de la yRepública. En apoyo de su propaganda lossocialistas blandieron como ejemplos nefastos laAmérica reaganiana y la Gran Bretañathatcheriana. Fue entonces cuando comenzó aproliferar una literatura inagotable que adquirió elhábito de describir a esos dos países como vastoscementerios, asolados por el liberalismo “salvaje”por los que se arrastran, gimiendo de inanición,hordas de indigentes escrofulosos. Dicha literaturaera fruto de los fantasmas de sus autores y no de laobservación de la realidad. Su resorte secreto noera él fracaso del liberalismo, sino la necesidadque el socialismo tenía de ocultar el suyo. No sepuede negar que esta campaña supo serconvincente ya que durante mucho tiemposuministró un credo de base a los medios de

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comunicación de masas y también a una gran partede la prensa llamada de calidad, sobre todo,aunque no únicamente, de izquierdas. Losdirigentes políticos de la derecha se desmarcaroncomo alma que lleva el diablo de todo parentescodoctrinal con Thatcher o Reagan. La batalla de laizquierda destinada a inyectar en los liberales elmiedo a asumir su liberalismo y, a continuación, eldeseo interiorizado de abjurar de él, se ganó esosaños.

Por el contrario, en esos mismos años, laizquierda europea puso punto en boca a su censuradel anticomunismo e incluso cerró los ojos ante lascríticas de los sistemas totalitarios marxistas.Había trocado sus pasiones y puesto susesperanzas en Mijail Gorbachov, convencida deque por fin estaba construyendo ese comunismoasociado a la libertad, ese mirlo blanco que tan envano había esperado desde hacía setenta años.¿Para qué molestarse por el vocerío caduco de losanticomunistas si la llegada del mesías “socialistacon rostro humano” iba a cerrar de una vez parasiempre el pico a los criptofascistas?

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Tras el golpe frustrado (¿o simulado?) del 19de agosto de 1991 en Moscú, y a pesar del breveretorno al Kremlin de un Gorbachov convertido enun inválido político, la izquierda mundial tuvo lacertera intuición de que esta vez el comunismohabía acabado de verdad. El último botesalvavidas se había hundido. Ln apariencia, nohabía pasado nada. Ese golpe de Estado frustradocontra una política frustrada dejaba intacto eledificio del poder soviético. O más bien lafachada; porque detrás de la fachada sólo habíacascotes. La izquierda lo comprendió sobre lamarcha, antes incluso de la desintegración oficialde la Unión Soviética, el 25 de diciembre de 1991.Por eso a partir de finales de agosto lanzó lacontraofensiva ideológica, esparciendo una lluviade artículos, firmados en su mayoría por autoresde la izquierda no comunista, menos descalificadaque los comunistas propiamente dichos parainiciar la misión de la justificación póstuma delcomunismo. Una misión que no cesaría de adquirirvigor y amplitud durante los años siguientes. Enlugar de ser, por lo menos, defensiva, fue ante todo

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y fundamentalmente ofensiva. El acontecimientoque debía haber marcado la hora delarrepentimiento de los cómplices que habíanapoyado, ayudado o tolerado el comunismo setransformó en una acusación contra los perversosque se atrevían a encontrar en sus crímenes yfracasos una vaga prueba de su nocividad. Elcomunismo ha acabado, se nos dice, pero ¡quécantidad de gente maravillosa movilizó! ¿Qué va aser de nosotros sin ese ideal? En cualquier caso,está claro que el liberalismo es peor. ¿Nosresignaremos a una política lúgubremente“gestionaria” y “pragmática” sin el sublimehorizonte de la esperanza revolucionaria?

Así, con una loable rapidez de reflejos, eldebate se arrancó del terreno de las realidadespara llevarlo al firmamento de las intenciones enel que ningún ideólogo se equivoca jamás. Seabría el camino hacia la salida de emergencia: lajuventud del marxismo-leninismo, elbienaventurado periodo en el que estaba adornadocon todas las perfecciones porque todavía nohabía sido aplicado. Dejando de lado el molesto

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detalle de lo que a partir de entonces pordesgracia había sido, y que de ese modo sustardíos aduladores se ofrecían una segundaadolescencia más bien senil.

Gracias a una suculenta paradoja, la legión decombatientes marxistas redobló su ferocidad justoa partir del año en que la historia acababa deaniquilar el objeto de su culto. Traicionando elpensamiento de Marx, sus discípulos se negaron adoblegarse ante el criterio de la praxis parareplegarse en la inexpugnable fortaleza del ideal.Dado todo el tiempo que habían arrastrado lascadenas del socialismo real, tenían que toleraralgunas objeciones. A las imperfeccionespresentes del régimen vivido oponían la infinitacapacidad de perfección de una revolución todavíainconclusa. Pero una vez que el sistema soviéticodesapareció, el espejismo del comunismoreformable se desvanecía con el objeto a reformary con él la penosa servidumbre de tener quedefender la causa en términos de logros o fracasoscomprobables, liberados de la inoportunarealidad, a la que además negaban toda autoridad

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probatoria, los fieles volvieron a encontrarse consu intransigencia. Se sintieron por fin libres paravolver a sacralizar sin reservas un socialismo quehabía vuelto a su condición primitiva; la utopía. Elsocialismo encarnado daba pie a la crítica. Pero lautopia, por definición, es imposible de objetar. Lafirmeza de sus guardianes pudo volver, pues, a notener límites desde el momento en que su modelono era ya realidad en ninguna parte.

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Capítulo II

De esquivar a responderU NA lastimera oración sirvió de obertura consordina a la confesión agresiva. Bajo la impresióndel naufragio se confesó de boquilla el fracaso yhasta los crímenes del comunismo. Pero sólo sehizo a modo de precaución oratoria y para poderllorar mejor la pérdida del Bien supremo que,como se decía suspirando, sólo el comunismohubiera sido capaz de aportamos y del que, con sucaída, la humanidad se encontraba despojada parasiempre.

Se trataba de una desgastada supercheríamediante la que se ponía en duda lo esencial: notanto que el comunismo hubiera fracasado, algoque hacia 1990 nadie se atrevía a poner en duda,como que su fracaso era de tal naturaleza yamplitud que sentenciaba su fundamento mismo.Eso era, en efecto, lo nuevo. Tras tantas prórrogasinmerecidas había llegado por fin la hora del

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juicio final del comunismo como doctrina.Todo lo demás era arqueología. Hacía mucho

tiempo que estábamos habituados a los desastresdel socialismo real. Nunca ni en ninguna partehabía producido más que eso. Pero lo que ahora seimponía era que además no podía producir másque eso. La evidencia suplementaria y liberadoraconsistía en eso: el comunismo sufría, en suconcepción misma, de un vicio de configuración.Muchos marginales lo habían dicho y visto desdehacía tiempo. La izquierda, incluso la nocomunista, los había metido sistemáticamente en elcoche celular de la “reacción”, pero en 1990 surazonamiento era ya el de todo el mundo.

El comunismo se había visto empujado a noengendrar más que miseria, injusticia y masacres,no por traiciones o infortunios contingentes sinopor la propia lógica de su verdad profunda. Ésaera la revelación de 1990. La historia condenaba,más allá del comunismo real, la idea misma decomunismo.

Ahora bien, el postulado que se afirma através de los lamentos del duelo postsoviético

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expresa ante todo la negación de esta conclusión.Y como no puede basarse en hechos, se reduce a lacreencia supersticiosa de que en algún cielo lejanose halla una sociedad perfecta próspera, justa ydichosa, tan sublime como el mundo suprasensiblede Platón y tan imposible de conocer como la“cosa en sí” de Kant. El comunismo era el únicoinstrumento capaz de hacer que el modelo de esasociedad ideal bajara a la tierra. Como hadesaparecido, también ha desaparecido laposibilidad de esa sociedad de justicia. Pese atodo el mal que ha perpetrado el comunismo, suhundimiento significa, pues, también la derrota delBien.

Se trata de un razonamiento circular que dapor demostrada la tesis que precisamente laexperiencia acaba de refutar; de tina evasión queen el fondo no es más que eso antiguo sofisma concuya murga so había machacado sin cesar losoídos de los pánfilos que se prestaron a servir debasureros de la historia: no negamos, confesabanperiódicamente los socialistas en sus replieguestácticos, ni los malos resultados ni las atrocidades

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del comunismo; pero sí negamos categóricamenteque esos desafortunados sinsabores expresen laesencia del socialismo, que permanece intacta,inmaculada y con la promesa de una próximaencarnación. Según este argumento, el horror delas consecuencias prueba la excelencia delprincipio.

Al considerarse un prototipo perfecto, porirrealizable, el comunismo no puede serreaccionario por muy monstruosos que hayan sidosus fallos en la práctica. Por eso son ellos, los quelo juzgan por sus actos, los que siguen siendoreaccionarios. Pues el criterio para evaluar a losdefensores de un modelo ideal no son sus actossino sus intenciones. En el fondo, el reino delcomunismo no es de este mundo, y su fracaso aquí,en la tierra, es imputable al mundo, no a la ideacomunista. Por ello, lo que en realidad mueve alos que lo recusan alegando lo que ha hecho os unodio secreto hacia lo que se supone debería hacer:realizar la justicia. El anticomunismo sigue siendo,pues, tan condenable como negativo sea el balancedel comunismo. Éste es el segundo aspecto de la

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finta preliminar, preparación de la contraofensivaposterior.

El subterfugio de la salvación por medio delas intenciones es recurrente en numerosos textospublicados a raíz de la descomposición de laUnión Soviética o inmediatamente después. Unejemplo de ello es el siguiente texto de LilyMarcou sobre el fin de la experiencia comunista ala que ella consagró durante años comentarios másoptimistas: “Cuánta gente, fuera de los países del‘socialismo real’, y no sólo los comunistasoccidentales, ha creído en esta experiencia:‘Imbéciles’ se les llamará hoy. Imbéciles hacia losque profeso una gran ternura: han tenido fe, hancombatido, con y por esa fe, y se han engañado;pero su compromiso era al menos portador de unagenerosidad y altruismo que han dejado de existiren este fin de siglo [...] Es cierto que hay queguardar en un cajón todos esos sentimientos ycomportamientos comunes a varias generacionesde la primera mitad del siglo pero también lo esque han demostrado la poderosa carga emotiva yla fuerza de convicción del proyecto comunista” 6

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Está claro: la primera mitad del siglo esmoralmente superior a la última década porqueexistía el comunismo. Su desaparición significa,pues, un retroceso y no un progreso. Los hombresque le han servido, incluso al precio de pasar todauna vida en la mentira o en la “imbecilidad” eranmás “generosos” que los que intentaron utilizar suinteligencia para respetar la verdad y levantar conexactitud el acta de la impostura comunista; loscalumniadores que se ensañaban deshonrando ydespreciando a esos testigos críticos, osimplemente respetuosos de la información, eran“altruistas”. Marcou admite que los pecados delcomunismo son innegables, pero se trata depecados veniales porque tanto los autores comolos cómplices o los que han sido engañados por elmás largo crimen contra la humanidad de nuestrosiglo y el más desperdigado por el planeta eranportadores de una “carga emotiva” y de una“fuerza de convicción”.

Esta absolución fundamentada en laexaltación de un subjetivismo que llega hasta elsolipsismo por parte de una marxista no es más

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que otra cómica contradicción. La rectitud de lapraxis política basada exclusivamente en elcriterio de la íntima convicción y delsentimentalismo personal no deja de ser un curiosoavatar del materialismo histórico. Cuando oigo aalguien elogiar a una personalidad políticadiciendo, sin mayor precisión, “es un hombre, ouna mujer, de convicciones” me siento un pocoinquieto. ¿Cuáles? o ¿cuál? De esto es de lo que setrata, en mi opinión. Por desgracia, Hitler tambiénera un hombre de convicciones, pero ¡cuánto máshubiéramos preferido que no creyera en nada! Entodas las apologías retrospectivas del comunismoencontramos esta apelación a la afectividad comoexcusa de las peores fechorías. En el evangeliosegún Marcou, y en muchos otros, se rompe todovínculo de responsabilidad entre la nobleautopersuasión del militante comunista y losinnobles resultados que provoca o encubre. ¡Y esaceguera voluntaria, esa irresponsabilidad moral sealaban como el summum de la virtud en el ordende la acción política! Y, recíprocamente, todoaquel que abre los ojos con lucidez sobre el

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comunismo tal y como era en realidad, o tal comosu caída muestra que era, se adhería o se adhiere auna convicción egoísta y mezquina. En pocaspalabras, era y sigue siendo “de derechas”,reaccionario, tanto ayer como hoy. Bajo lamáscara de la honestidad imparcial, ese hipócritaesconde una vez más su “visceral” aversión no yaal comunismo tal y como fue (que se admite quehay que “guardarlo en un cajón”) sino a lasociedad justa que el comunismo quería crear. Eséste otro delicioso corolario de la versiónredentora del materialismo histórico: la historiacarece de sentido. O al menos su sentido nodepende del punto objetivo al que ha llegado sinode su punto subjetivo de partida.

A partir de esta laboriosa acumulación deargucias es posible dar un paso más y defenderque los más desgraciados, los que en este periodoen que se apaga “el gran resplandor del Este”merecen más compasión, no son las víctimaspresentes y pasadas del comunismo sino susantiguos adeptos que hoy pasan por la cruel pruebade su muerte. Danièle Sallenave, uno de los

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miembros del coro que ha entonado este Deprofundis, ha dado ese paso con un lacrimoso bríotan conmovedor que los antiguos zeks del gulagdeberían hacer una colecta y regalarle algo paraconsolarla de su duelo.

El título de su artículo, “Fin du communisme:l'hiver des âmes” 7, exige de entrada unaobservación que por tratarse de una perogrulladase impone con la fuerza de la evidencia: si el findel comunismo es el invierno de las almas, ladeducción inmediata es que el apogeo delcomunismo era su verano. Está claro que esasalmas dignas de compasión no son las decenas demillones de “almas muertas” que el comunismodespachó a los cielos, sino las almas mortíferas delas izquierdas occidentales que, instaladas en elconfort de nuestras democracias, observabandesde lo lejos con interés, altruismo y generosidadla faena de los verdugos.

En resumen, la oración fúnebre de Sallenave,reducida a su armazón lógica, se basa en esaandadura intelectual intrínsecamente contradictoriaque va hemos visto en acción. El comunismo,

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confiesa, era una “tiranía odiosa” y un “modeloeconómico nefasto”. Pero al mismo tiempo era elúnico sistema que podía salvarnos del “encierroen el consumismo”, del liberalismo desenfrenado,del reino del dinero, de la dominación y deldesprecio. La autora repite, pues, al pie de la letrael juicio sobre el capitalismo de los viejossocialistas de 1850 y el de los comunistas sobre lademocracia en los años veinte de este siglo. Borrade un lagrimazo un siglo y medio de historia en elque el socialismo tuvo más que de sobra ocasiónde dar muestra de su valía y en el que lassociedades capitalistas y democráticas esprobable que no se hayan desarrolladoexactamente según las previsiones de Marx, Jaurèso Lenin. El remedio comunista ha transformado enruinas las sociedades que lo han probado: hasojuzgado, embrutecido y matado a los hombres,aniquilado la cultura, pero sigue siendo el únicoremedio. Y el liberalismo sigue siendo laenfermedad suprema de la que no podremoscurarnos jamás debido a la caída del comunismo.Como cualquier secretario general de un PC de los

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años cincuenta, lo único que Sallenave encuentradigno de mención en las sociedades capitalistasdemocráticas de Europa y América es la“dominación y el desprecio”.

Dentro del vicio de forma lógica de estesalmo hay otras contradicciones accesorias. Porejemplo, que el objetivo que ha primado para lahumanidad, durante la mayor parte de su historia, eincluso en la actualidad, y en la mayor parte delplaneta, es la eliminación de la penuria. Era el finque los comunistas se jactaban de ser los únicoscapaces de lograr. Aunque su programa haengendrado sobre todo hambre, la abundancia erapara ellos, a lo largo de toda su historia, el idealhacia el que tendía su sistema. ¿Por qué elconsumo, cuando es de origen “liberal”, se truecaen una plaga, en una prisión en la que nospudrimos “encerrados”?

El resto de esta delicia literaria es unainvitación a rumiar la hierba podrida de ladialéctica postcomunista. ¡El comunismo erabueno porque respondía al “sueño” de tanta gentebuena! Pero ni una palabra de los canallas que

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engañaron a esa buena gente, y especialmente delos lacayos intelectuales de esos canallas,propagadores de la mentira planetaria. Ladecencia nos aconseja, según Sallenave, pensar enel dolor de los que se han visto decepcionados por“la esperanza”. En este punto, el vocabulario subein crescendo hasta llegar a la plegaria.Deberíamos haber “consagrado más piedad” a esta“desaparición mágica” (¿por qué mágica?). “Ladesaparición de la Unión Soviética deberíahabernos llevado en primer lugar al recuerdo, alrecogimiento, a la piedad” (bis). Se comprendeque se hablara del “culto” a la personalidad deStalin.

Para calibrar mejor el tamaño de este cinismoimaginémonos a los jefes nazis en 1945, durante elproceso de Nuremberg, dirigiéndose al tribunal enestos términos: “Señorías, está claro que tienenderecho a reprocharnos ciertos actos. De hecho,nosotros somos los primeros en hacerlo. ¿Pero nocreen que sería más oportuno dedicar un piadosopensamiento a la pena de toda esa buena gente quecreyó en el nazismo y hoy ha perdido la esperanza

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en él? Están condenados a ‘vivir sin promesa’,según la expresión de Edgar Morin. Guardemos unminuto de silencio meditando sobre el invierno desus almas”. Danièle Sallenave y sus congéneresintelectuales occidentales, ya sean comunistas osimpatizantes, no tienen las manos manchadas desangre, eso es cierto, pero pueden tener manchadala pluma.

Tanto más cuanto que las lamentaciones deésta y de otros plañideros y plañiderasdesembocan rápidamente en acusaciones. Trasapiadarse de los enlutados, Sallenave abre elluego contra los anticomunistas que muestran unaalegría obscena, contra “aquellos que siempre hantenido claro que el comunismo era malo porquesus ideales eran la igualdad, la justicia y lafraternidad”.

Así, el postulado de base permanece intacto.Aunque el comunismo siempre haya aumentado lainjusticia, estar contra él es estar contra la justicia.El peligro mayor sigue siendo el capitalismo. Enun libro publicado un año después del artículoaquí analizado 8, Sallenave deplora la

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reunificación alemana. “¿Era necesario ir tandeprisa? ¿Quién fuerza a la reunificación de lasdos Alemanias? Los industriales del Oeste ávidosde nuevos mercados, aunque haya que pagarloscon sufrimientos y hundimientos individuales”. Amenudo me ha intrigado la celosa pereza con quecultivan el desconocimiento de la economíaelemental y la indiferencia hacia la observación delos hechos económicos más corrientes tantosintelectuales marxistas, cuyo maestro era, si no meequivoco, un economista que, además, trabajaba.A partir de 1990, todo el mundo conocía y podíaconocer, limitándose a leer el periódico, elgigantesco coste que tuvo que pagar el Oeste porla reunificación, los centenares de miles demillones de marcos vertidos en el Este, queprovocó la instauración en el Oeste de un impuestoespecial “de solidaridad” y, aumentó, entre otros,los impuestos sobre beneficios de las sociedades9. Pero no, son los industriales de la RFA los quecomparecen ante el tribunal de Sallenave, no laStasi. Y además, ¿por qué razón “abrir nuevosmercados” es un crimen? ¿Sallenave sabe que el

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hecho de que esos mercados sean solventes hasignificado el aumento del poder adquisitivo enuna región de Europa en la que el nivel de vida eramuy bajo? ¿Dónde radica el mal? ¿En que elcapitalismo siga siendo básicamente malo, inclusocuando es “solidario”, y el socialismointemporalmente bueno, incluso cuando expolia?Tanto en el terreno del fracaso práctico como en elorden de la responsabilidad moral, el primermovimiento de la izquierda, nada más hundirse elImperio soviético, de 1991 a 1993, fue, pues,eludir cualquier examen histórico serio así comocualquier examen e conciencia. Tras algunosesbozos de revisión crítica, aunque sin visos dearrepentimiento, la puerta entreabierta de lahonestidad intelectual se cerró de golpe.

La izquierda proyectó un simulacro dereflexión, bajo la forma de un coloquiodenominado “internacional” (aunque de fuerte tintefrancés) que tuvo lugar los días 12 y 13 dediciembre de 1991. Lo primero que salta a la vistacuando se examina el programa de ese coloquio estranquilizador: se celebró el día 12 en la

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Asamblea Nacional y el día 13 en la Sorbona, esdecir, a costa del contribuyente y bajo elpatronazgo de la Maison des Ecrivains, sostenidatambién con dinero público. La intelligentsia deIzquierda es la buena conciencia, más lassubvenciones. El progreso exige, pues, quetambién se subvencione el remordimiento deizquierda, aunque en dicho coloquio elremordimiento se puso muy poco de manifiesto.Segundo rasgo sabroso: la espectacular ausenciaen la lista de oradores de intelectuales quehubieran condenado, con pruebas, el comunismo,diez, veinte o treinta años antes de que secondenara a sí mismo hundiéndose bajo el peso desus victimas y de su propia ineptitud. Dicho deotro modo, no se había invitado a ninguno de losautores que, desde hacia algunas décadas, habíansido jueces severos del totalitarismo, o inclusohabían polemizado con frecuencia con la mayoríade los presentes en esas dos jornadas —salvoalgunos extranjeros, muy poco numerosos, y enmala situación para pedir cuentas a unosparticipantes cuyas posiciones pasadas conocían

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muy poco o nada—. Solo un puñado ínfimo defranceses representaba a una izquierda moderadaque sin llegar a “hacer anticomunismo” habíasabido, sin embargo, conservar, en los tiempos dela intimidación ideológica, un mínimo de libertady dignidad, Pero no llegaron a animarse aperturbar el ceremonial de autojustificación delcoloquio. En resumen, incluso después de la caídadel Muro, la izquierda no lograba enfrentarse a símisma y no consideraba que había llegado elmomento de debatir con los intelectuales quehabían expresado a su respecto, en un pasado en elque todo estaba todavía en juego, un desacuerdofundamental. La tercera observación atañe al títulodel coloquio. Era fácil imaginarlo: Izquierda:intenciones e ilusiones o bien Izquierda:ingenuidad o complicidad; o, para ser más claros:La izquierda y el totalitarismo. Pues no. El títulono podía hacer ni la mas mínima alusión acualquier fallo de la inteligencia o de laconciencia en el pasado, ni siquiera en el másreciente. La izquierda no se equivoca jamás o, almenos, sólo se equivoca en relación consigo

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misma, en su propio seno, de un modo que sólo esdigno de ser discutido entre los pares que lacomponen, jamás en unas condiciones que podríanllevarla a dar la razón a sus adversarios, o inclusoa darles la palabra. De este modo, su creatividadintelectual y su vocación redentora siguentriunfalmente su curso. Es lo que había que colgara la entrada de ese coloquio. Y así se hizo. Jamásningún título de ningún coloquio satisfizo con tantadelicadeza la necesidad de autoabsolución. En elprograma se leía: Las metamorfosis delcompromiso. ¡Ah! ¡En qué términos tan galantes seponen esas cosas! En todas las lenguas articuladas,esas piruetas verbales se denominan hipocresía.Es verdad que dos oradores tuvieron el arrojo depreguntarse: ¿Debemos avergonzarnos? No esnecesario decir que esa provocación retórica notenía otro fin que servir a esos dos oradores detrampolín para rebotar a un estrepitoso “no” quehizo que brillara aún más lo absurdo de talcuestión. Y, hay que insistir en ello, el grueso delpelotón en ese coloquio sobre las Metamorfosisdel compromiso estaba formado por la izquierda

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no comunista. ¿Hay que creer que el encubridor sesiente más canalla que el ladrón? Los viejoscomunistas no han eludido tanto la confesión desus errores o compromisos ni ocultado tanto lapérdida de su inocencia como sus compañeros deviaje de las otras familias de la izquierda. Elijocomo muestra este estimable párrafo de PaulNoirot: “Lo último que se puede exigir a todos losque han participado en esa fabulosa empresa, entrelos cuales yo me he encontrado, es la lucidez:finalmente, no hemos construido nada de duradero;ni sistema político, ni sistema económico, nicolectividades humanas, ni ética, ni inclusoestética. Hemos querido dar cuerpo a las más altasaspiraciones humanas y hemos dado a luzmonstruos históricos” 10.

¿Por qué en ese comienzo de la erapostcomunista se alzaron tan pocas voces tanhonestas como ésta? Nadie pedía que se flagelaranen público. Y, además, cualquier nota humillantedesaparece cuando el que está inspeccionando supropio pasado se dedica a desmontar de modoexplicativo los engranajes que le llevaron a

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engañarse, algo de lo que no están libres ni losmejores ni los más inteligentes. Esta lucidezvaliente presta un servicio a la humanidad. Lahallamos en las memorias de viejos comunistascomo Arthur Koestler, Sidney Hook o Pierre Daix,que desmenuzan con clarividencia y probidad lascoyunturas políticas e ideológicas que les llevarona descarriarse, bajo el imperio de unos factores delos que, en las mismas circunstancias y bajo lasmismas influencias, quizá no nos hubiéramoslibrado ninguno de nosotros. ¿Es por ser losmanipulados y no los manipuladores por lo que losperegrinos de la izquierda no comunista carecende la energía necesaria para la misma probidad?

La “sinceridad”, la “sed de justicia”, la“esperanza” en “cambiar el mundo ”, esasmiserables simplezas, sobre todo entre losintelectuales, no son excusa. No se puede utilizarcomo prueba de la presunta orientación de unsistema político hacia la justicia y la libertad lasilusiones de los que han sido engañados y lasmentiras de los que se han beneficiado de él.

Los fenómenos que aquí describo pertenecen

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principalmente al mundo llamado occidental, esdecir, a los países que jamás han estadogobernados por el sistema comunista totalitario,aunque la ideología de dicho sistema les hayamarcado; Los países en los que el comunismo hareinado en los hechos deben enfrentarse a otrasdificultades, mucho más temibles. Son prisionerosno sólo de las ideas pasadas sino también de lasrealidades pasadas. Debo añadir que entre lospaíses que han escapado al comunismo pero en losque la ideología totalitaria sigue siendo fuerte,tanto en el debate de las ideas como por su peso enla práctica política, Francia ocupa uno de losprimeros lugares, por no decir el primero. Es enEuropa una especie de laboratorio puntero en laproducción de trucos destinados a rechazar, por nodecir desviar, las enseñanzas de la experiencia, oa incorporarse a ellas con un retraso y una malagana tales que anulan los beneficios de aceptar laverdad.

Beneficios que, por otra parte, hoy son muymodestos en el plano de la acción, y verdad quehubiera sido más útil admitir cuando todavía

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existía el comunismo. Así habría durado menos.Pues, tomando de nuevo el atajo simbólico delMuro, lo que marca el fracaso del comunismo 110es la caída del Muro de Berlín, en 1989, sino suconstrucción, en 1961. Era la prueba de que el“socialismo real” había alcanzado un punto dedescomposición tal que se veía obligado aencerrar a los que querían salir para impedirleshuir. Desgraciadamente, sólo una minoría deoccidentales comprendió el mensaje palpable deesa deslumbrante confesión de fracaso. Para lamayoría de los habitantes de los paísesdemocráticos, las dos décadas que siguieron a laconstrucción del Muro fueron la edad de oro de lasmodas y de los partidos marxistas, del terrorismoizquierdista —intelectual y criminal— y de lasideologías revolucionarias. Fueron también, paralos partidos liberales, las décadas de la timidez,de los acercamientos vergonzantes a los marxistas,de la detente con la Unión Soviética, de laOstpolitik, del “compromiso histórico” en Italia,del “eurocomunismo”. Es un deshonor paraOccidente que el Muro fuera a fin de cuentas

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derribado por las poblaciones sojuzgadas por elcomunismo en 1989 y no por las democracias en1961, como hubiera sido tan fácil que ocurriera.

Ahora que casi ha desaparecido, los autoresde todos esos panegíricos a favor del comunismo,considerado el único vector posible, por no decirreal (todos los otros son, según ellos, imposiblesincluso cuando son reales) de la prosperidad en lasolidaridad, se guardan muy mucho de tomarlo enconsideración allí donde todavía no hadesaparecido. En Corea del Norte, por ejemplo,donde durante los diez últimos años del siglo se haproducido una hambruna que ha provocado lamuerte de entre 1,5 y 3 de los 22 millones dehabitantes y donde la vida de los supervivienteses, según sus propias palabras, “peor que la de loscerdos en China”. El interlocutor socialista al queusted oponga el caso coreano responderá que elejemplo no es probatorio. Ningún desastrecomunista ni, por otra parte, “socialistamoderado” jamás prueba nada. Nadie refuta jamásla validez del modelo. Pues siempre se puedenalegar circunstancias excepcionales capaces de

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sustraer a esa determinada experiencia cualquierclase de valor demostrativo. Aconsejar a DanièleSallenave que si quiere volver a encontrar el“verano de las almas” se vaya a vivir a PyongYang sólo podría emanar de una sórdida mala fe.Corea del Norte no “mataría la esperanza”. No hayduda de que es un cementerio, pero el ideal de“fraternidad” que la inspiró en sus comienzossigue siendo moralmente superior a los miasmasde la cloaca liberal. La utopía no está sujeta aningún resultado obligado. Su única función espermitir a sus adeptos condenar lo que existe ennombre de lo que no existe.

La negación del pasado soviético es tanpoderosa en Estados Unidos como en Francia, yquizá más invasora por ser un país menosculpabilizado y por ser menos explicable por lahistoria política del país. Estados Unidos jamás hatenido un partido comunista capaz de lograr queuno de sus candidatos fuera elegido representanteo senador. Los ciudadanos deseosos de hacerrealidad el modelo soviético nunca hanrepresentado más que una minoría imperceptible y

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sin sentido de la realidad, compuesta sobre todode intelectuales. Los sindicatos obrerosestadounidenses, aunque votan demócrata, tienenuna larga tradición de anticomunismo y a menudose han mostrado más inflexibles en este punto quelos grandes capitalistas. En 1959, por ejemplo,cuando Jruschev realizó su gira por EstadosUnidos, se negaron a recibirle argumentando, conrazón, la falta de libertad sindical en la URSS.Durante ese mismo viaje, el radiante secretariogeneral soviético iba de ovación en ovación en losmedios patronales 11. El Partido Comunistanorteamericano, aunque era un grupúsculo,desempeñó un papel de una deplorable eficacia enlos años cuarenta. Fue una de las bases delespionaje soviético. Pero en la opinión pública deEstados Unidos nunca ha habido, como en Italia,Francia o España, una corriente de masasfavorable a la aplicación del comunismo. Elpostcomunismo no significó, como en Europa,doblar las campanas por un ideal acariciado pormuchos, que hubo que deslomarse para reparar. Enel imaginario político e ideológico de Estados

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Unidos ese ideal no había ocupado el lugarprominente que ocupó en el nuestro, donde habíaalimentado la visión del mundo y el sentimiento depertenencia de tantas generaciones sucesivas.

Sin embargo, tras 1990, los “liberales”estadounidenses sintieron la necesidad y llevarona cabo la proeza de ahogar todo balance serio dela tragedia soviética y toda retrospección sobrelos errores cometidos en Occidente al respecto.Como es sabido, la palabra “liberal” designa enEstados Unidos una suerte de extrema izquierdadel Partido Demócrata. Sin estar organizadopolíticamente, el “liberalismo” ejerce unainfluencia difusa pero soberana gracias a loslugares clave que ocupa en la prensa, el mundoeditorial y las universidades. Es, evidentemente, locontrario del liberalismo en el sentido clásico que,en Estados Unidos, responde a la denominación declassic liberalism para evitar la confusión.

Los motivos de la hostilidad “liberal” haciatodo tipo de catálogo del pasado soviético e,incluso, hacia todo análisis del postcomunismo ysus problemas, tiene sus raíces en la guerra fría.

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Durante varias décadas, la opinión culta se dividióen Estados Unidos entre “halcones” y “palomas”.Estas últimas dominaban los principales mediosde influencia sobre la opinión pública. Para laspalomas, la agresividad soviética no era de origeninterno, sólo era la respuesta angustiada a laestrategia de contención de los halcones. Ladiplomacia occidental debía, pues, consistir enliberar a los soviéticos y otros gobiernoscomunistas de su miedo e inseguridad,guardándose bien de toda intransigencia haciaellos, multiplicando las concesiones y las ayudas,absteniéndose de replicar a los ataques, aunquesólo fuera verbalmente.

En diciembre de 1979, cuando el EjércitoRojo invadió Afganistán, florecieron en la prensa“liberal” estadounidense —la mejor, la de mayordifusión y la más influyente— editoriales y“análisis” condenando... a los estadounidenses, oal menos a los apasionados por la guerra fría, loscold warriors (“guerreros fríos”). Estos,incorregibles, no dejarían de tomar esteacontecimiento, mal interpretado, como pretexto

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para exigir el endurecimiento de la políticaexterior de la Alianza Atlántica y para recomendarel fin de la détente. Ese era el mayor peligro delmomento y no la invasión de Afganistán. Con o sininvasión, el bando agresivo seguía siendoOccidente, donde era urgente impedir hacer daño alos abogados del “enfrentamiento” que, sin duda,se aprestaban a aprovechar la crisis para difundirla maligna idea de que diez años de concesionesdiplomáticas y estratégicas a la Unión Soviética nohabían sido rentables y que era urgente cambiar demétodo.

Esta idea fantasiosa de una diplomaciasoviética carente de toda agresividad hacia elexterior presuponía, por lógica, un régimensoviético progresista en el interior. Para lamayoría de los sovietólogos estadounidenses hacíatiempo que el poder soviético había dejado de sertotalitario. Al haber logrado construir una industriamoderna y reformar la agricultura hacia una mayorproductividad se orientaba poco a poco hacia unpluralismo político bastante parecido al deOccidente. Esa visión angélica, basada en el

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grosero desconocimiento de una información pesea todo disponible, prueba que en Estados Unidosquizá no había un Partido Comunista políticamenteimportante pero que sí había (y todavía hay)numerosos marxistas. Es esta descripción de laURSS la que prevaleció durante los años sesenta ysetenta en las universidades estadounidenses.Según esta tesis, todo “enfrentamiento” por partede Occidente frenaba o comprometía lademocratización soviética. Así, el sovietólogoStephen Cohen, profesor de universidad yeditorialista del New York Times, atacabaregularmente al cold war establishment, lacamarilla de la guerra fría. Argumentaba que losmedios políticos soviéticos se subdividían envarios criptopartidos, y que una diplomaciademasiado dura por parte de Occidente debilitaríaen el Este a los dirigentes reformadores yconciliadores. Debíamos, pues, mantener la calmay desterrar toda acción precipitada incluso en elcaso de acciones expansionistas, al menos enapariencia, por parte de la URSS.

Esta oposición entre partidarios y

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adversarios de la guerra fría siguió siendo elcriterio de toda clasificación y el hilo conductorde toda reflexión histórica incluso después del finde la susodicha guerra fría por abandono de uno desus dos actores.

Todo intento de evaluar con seriedad elpasado del comunismo, ahora que había dejado deser un desafío político en el presente, incluso todolibro consagrado al postcomunismo, es decir, a lasdificultades por las que pasaban unas sociedadesgravemente mutiladas por décadas de esclavitudtotalitaria, todo balance, toda investigación, porejemplo la exploración de los archivos del Este,se achacaba a una “nostalgia de la guerra fría”disfrazada de curiosidad científica. ¿Por qué sacaresa vieja mercancía? ¿No estaba ya la causa vistapara sentencia? ¡Pasemos la página! El persistenteinterés de los antiguos “halcones” por la historiade los países comunistas y por su futuro proveníaclaramente de su amargura por haber perdido elblanco de su animosidad, por verse, en ciertomodo, privados de su “negocio” cultural. En estaperspectiva, el “invierno de las almas” era el de

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los viejos anticomunistas, más desconsolados aúnque los viejos comunistas.

Así, tanto en Estados Unidos como enEuropa, cuando el comunismo acaba de hundirse yel horror de su pasado sale por fin a la luz del día,son los viejos anticomunistas los acusadosmientras que los viejos procomunistas ratificancon redoblado orgullo la opción que tomaron.

No se equivocaron: a quien la historia harefutado ha sido a sus antagonistas. ¿Por qué?Sobre todo porque esos obsesos habían calificadoel totalitarismo comunista como irreversible. Sudesaparición les ha quitado la razón. Por lo que amí respecta, ya he respondido ampliamente a estaobjeción en El renacimiento democrático 12. Seré,pues, muy breve. En más de una ocasión he dichoque el comunismo era irreversible en el sentido deque era irreformable, pero jamás dije que nopudiera ser derribado. Incluso he dicho locontrario. La práctica ha rebatido, siempre y entodo lugar, el sueño de la izquierda universal —perfeccionar el comunismo, humanizarlo, hacerlomás eficaz desde el punto de vista económico y

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menos represivo desde el punto de vista político,manteniendo, sin embargo, las estructuras maestrasdel socialismo—. Un sistema totalitario no puedemejorarse: sólo puede conservarse o hundirse.Que es otro modo de decir que no es reversiblepero sí derribable. Por eso escribí en La tentacióntotalitaria (1976): “La única manera de mejorar elcomunismo es deshacerse de él”. Es exactamentelo que terminaron por comprender y hacer lospueblos de la ex Unión Soviética y de sus coloniasde Europa Central entre 1989 y 1991. ¿Cómopodría creer en la eternidad del comunismo yo,que, desde Ni Marx ni Jesús, desde 1970, explicoque ha fracasado totalmente en todos los terrenos,que jamás ha sido viable y que su longevidad esuna anomalía debida a la excelencia de su sistemarepresivo, asociado a una paradójicacomplacencia de las democracias? Estas hanacudido en socorro de su economía y aceptado sudiplomacia en muchas ocasiones. Bastará, argüíae n Como terminan las democracias (1983), conque cese esta complacencia para que la fragilidadinherente al comunismo despliegue todos sus

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efectos y le conduzca a una avería generalizada; lamisma avería que las democracias ricas seobstinaban desde 1921 en prevenir con grandesgastos. Que el lector me perdone estas precisionespero, como algunos críticos estadounidenses hanproclamado que al escribir El renacimientodemocrático 13 me había contradicho respecto amis obras anteriores, me he considerado conderecho a esta breve puntualización.

Sea cual fuere la luz que su epílogo hayapodido arrojar sobre la sombría historia delcomunismo, el resultado esencial, tanto en Europacomo en Estados Unidos, desde el punto de vistade la izquierda se ha obtenido: los buenos siguensiendo los buenos y los malos, los malos. Estosson en América los incurables “nostálgicos de laguerra fría”; en Europa, los eternos reaccionariosque sólo podían ser críticos del comunismo porrechazo al progreso social y que persisten. Pero,para todos los intelectuales de izquierda delmundo entero, el objetivo es el mismo: ellos, queante el fenómeno socialista se han engañadointelectualmente y comprometido moralmente, no

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tienen nada que lamentar —o muy poca cosa— ysobre todo nada de que arrepentirse, pues, a fin decuentas, persiguiendo la justicia no han cometidoningún error ni hecho mal.

Es más: rápidamente sintieron que estaban enposición de volver a acusar. Uno de los ingenuosal que despellejaron por no haberse dado cuentacon suficiente rapidez de que el viento habíavuelto a cambiar fue el cardenal Decourtray,arzobispo de Lyon y primado de las Galias. LeFigaro del 5 de enero de 1990 publicó unaentrevista con el cardenal (que posteriormentemurió) a propósito del comunismo en proceso dedescomposición y que, con la caída de la censura,desvelaba todos sus pasados encantos y todas susconsecuencias presentes. Hablando de loscatólicos de izquierda, el cardenal declara: “Hayque reconocer que, preocupados por mantener lacomunión con los más comprometidos, nos hemosdejado arrastrar a una cierta connivencia”. Se tratade unas declaraciones muy moderadas, puesto que,avanzando cierta reserva, Decourtray confirma lapureza de la intención y subraya los límites del

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compromiso, pero era demasiado para los antiguoscompañeros de viaje cristianos del totalitarismo.Al imprudente prelado le empezaron a lloverproyectiles: “¿Vamos a lanzar sospechas sobre losque luchan contra las injusticias?”, pregunta en LaCroix del 10 de febrero la secretaria general deAcción Católica Obrera. Se observará una vez másla petición de principio consistente en dar pordemostrado lo que acaba de ser rebatido por lahistoria, a saber, el valor del comunismo comoinstrumento de lucha contra la injusticia. “Se hadado una bofetada a numerosos hombres y mujerescomprometidos con la lucha por la liberación de lahumanidad, sean o no creyentes”, añade lasecretaria general. Subrayémoslo de nuevo: laautora de esta réplica a Decourtray sigue, en 1990,sin tener ninguna duda de que el comunismorealmente combatía a favor de la liberación de lahumanidad. Una vez más, los sempiternosasideros, por muy gastados que estén, vienen ensocorro de esta tesis: los crímenes y abusos deltotalitarismo no son, se nos machaca, comunismo“verdadero”; y la catástrofe económica no

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cuestiona la verdad del marxismo. Decourtravhabía amenazado indignamente con la “exclusión”al “dinamismo misionero de la Iglesia en el mundoobrero”. Lo que viene a ser lo mismo que postularque la única forma posible de ese “dinamismomisionero” sigue siendo la “connivencia” con elcomunismo, incluso tras su caída. Y tal cantidadde acusaciones de ese tenor cayeron sobre lacabeza del primado de las Galias, que eldesdichado se vio obligado a retractarse. Contrito,escribió a los obispos que había “sido demasiadorápido como para poder ser comprendido” y que“no había verificado el contenido de laentrevista”. Viniendo de un prelado, que debe sermodelo de valor, esta marcha atrás es una buenailustración de hasta qué punto persiste lacapacidad de terror ideológica del comunismo.Los cómplices activos o los testigos silenciosos desus estragos, a los que por un instante rozó lasospecha de su culpabilidad, supieron reaccionarcon prontitud y recobraron todo el vigor de suagresividad.

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Capítulo III

El auténtico culpable del sigloXX: EL LIBERALISMOL A defensa póstuma del comunismo tiene comoaspecto suplementario acusar al liberalismo.Rehabilitar el comunismo como tal era una tareadifícil, por no decir imposible, por lo que se pensóen defender su causa de modo indirecto,demostrando que su contrario, el liberalismo, eratodavía peor. Además de la nobleza de intencionesen que se inspiraba, el comunismo había tenido,pues, el mérito de servir de freno a la dominaciónexclusiva del liberalismo y limitar sus estragos. Yahora que el dique comunista ha sido arrancado, elmal liberal es libre de expandirse por doquier ycon su corolario, la mundialización, sume a lahumanidad en la miseria o, al menos, en lainjusticia.

De este modo, tras la descomposición de laEuropa comunista se afirma en uno o dos años un

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“pensamiento único” según el cual, usando la frasede una socialista miembro del gobierno de LionelJospin, “el siglo XX ha asistido al fracaso delliberalismo”. Algunos ingenuos habían podidosacar de la observación de los hechos la vagaimpresión de que, más bien, a lo que el siglo XXha asistido es al fracaso de las economíasadministradas. Según la impresión de testigos ehistoriadores, las economías que habían fracasadode modo más trágico eran la de la Rusia de Staliny de Bréznev o la de la China del Gran SaltoAdelante. Daba la impresión de que, entre lospaíses en vías de desarrollo, los que estaban enpeor estado eran los que habían aplicado lasrecetas soviéticas o maoístas. A primera vista, unoestaba inclinado a creer que desde 1945 la vidahabía sido más soportable en Holanda que enBulgaria, en Francia o Italia que en Rumania oPolonia; en la Alemania Occidental que en laOriental; en Corea del Sur que en Corea del Nortee incluso en la India que en China.

Pues no, ¡no hay que caer en la trampa deesas estimaciones superficiales! Lo que la

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descomposición del comunismo ha probado es queel liberalismo no es viable. En Francia se calificageneralmente de “pensamiento único” elpensamiento de los partidarios de la monedaeuropea y de la mundialización, es decir, de uncierto liberalismo. Pero a juzgar por la masa delas opiniones expresadas en sentido contrario, ¿noserá más bien el pensamiento único el de losenemigos del liberalismo? En todo caso, rarasveces se había visto publicar tantos libros queexpresaban tantos juicios condenándole comodurante los años que siguieron al fin, porbancarrota, del socialismo real y del dirigismocolectivista. Jamás una experiencia habíadesembocado en tan breve plazo en un fracaso tanabsoluto y tan autónomo, como consecuencia únicade sus vicios internos, sin necesidad de ayuda deningún factor externo, ya sea cataclismo natural,epidemia o derrota militar.

La causa parecía tanto más extendida cuantoque hasta las versiones democráticas delsocialismo o bien habían fracasado, o bien sehabían visto obligadas a emprender una dolorosa

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revisión. Es el caso del laborismo británico desde1980, de la “ruptura con el capitalismo” a lafrancesa desde 1983, de la socialdemocraciasueca entre 1985 y 1990.

Y, sin embargo, veinte años después de lavuelta de China al mercado, diez de la caída delMuro de Berlín, ocho del fin de la URSS, pareceque la lección más importante que nos enseña lahistoria del siglo XX ¡no es la condena delcolectivismo sino la del liberalismo! En losmedios de comunicación, entre los intelectuales,en los medios políticos, el liberalismo seconvierte además en ultra-liberalismo, enliberalismo salvaje, o desenfrenado. Incluso laderecha clásica acepta y utiliza el cliché de que elliberalismo es una “jungla”, expresión utilizadapor Alain Juppé (en declaraciones a RTL el 27 demayo de 1997). Los políticos franceses másliberales no se atreven a decir que son partidariosde Margaret Thatcher y prefieren ponerse bajo labandera de Tony Blair. En 1994, un médicopolitólogo, Jean-Christophe Rufin, publica sinpestañear y sin provocar ninguna carcajada un

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libro titulado La dictadura liberal. En 1997, unjefe gaullista, Philippe Séguin, rebota estedisparate contra los socialistas: “son ellos”,brama, “los que han provocado la ‘dictadura delliberalismo’”. También según Séguin (discurso enBruselas el 6 de enero de 1997), Europa estaríaamenazada por un “capitalismo totalitario”. LaIglesia católica, la mayoría de los obispos,adoptan este vocabulario de reprobación de lalibertad económica. El mercado es el mal inclusoen el ámbito cultural. Philippe Dagen trata en LeMonde (15 de febrero de 1997) poco menos quede nazi a Marc Fumaroli, el más importante de loshistoriadores vivos del siglo XVII literario yartístico por tener la osadía de alzarse contra laidea de una cultura totalmente dirigida por elEstado y financiada por sus subvenciones. Unescritor “chiraquiano”, Denis Tillinac, publicaL'Horreur capitaliste.

Y esas sandeces no sólo circulan en Francia.El ministro de Trabajo alemán del gobierno de laCDU, Norbert Blüm, declara: “La economía demercado sólo es aceptable si aporta un equilibrio

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entre la competencia y la solidaridad” (Time, 7 dejulio de 1997). Lo que significa olvidar que losúnicos Estados que han tenido la voluntad y losmedios de construir un Estado providencia realeficaz con seguridad social, subsidios familiares,indemnizaciones por paro, jubilaciones, enresumen, todo un arsenal de prestacionessustanciales y realmente pagadas son las grandeseconomías capitalistas. Por la misma razón, lassociedades liberales no son jamás “salvajes”.Constituyen, por el contrario, los únicos Estadosde derecho, los únicos en los que la economía seenmarca en severos principios jurídicos yrealmente aplicados. La ignorancia histórica denuestros contemporáneos es, a veces, abismal. Así,el multimillonario George Soros, americano deorigen húngaro, condena el capitalismo en unartículo publicado en The Atlantic a comienzos de1997 porque, según dice, durante su infancia enEuropa vio cómo el liberalismo engendraba elparo y el paro, el totalitarismo. Ahora bien, elparo no se halla en el origen de la instalación delbolchevismo ruso en 1917-1918 ni del fascismo

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italiano en 1922. Desempeña un papel en lallegada de Hitler al poder en 1933, pero no es másque un factor entre otros mucho más importantes.Y, a fin de cuentas, la crisis económica y el parode los años treinta provocaron que otros dospaíses nada despreciables reaccionaran no haciala extrema derecha sino hacia la izquierda:Francia, con el Frente Popular de León Blum, yEstados Unidos con el New Deal de FranklinRoosevelt. Finalmente, las economías de esaépoca sólo eran liberales en parte, pues vivíanparapetadas tras gruesas y altas murallasproteccionistas.

Por su modo de razonar, Soros da muestrasde que intelectualmente sigue siendo europeo apesar de haberse hecho norteamericano. ¿Cuál esel secreto de esa fobia del liberalismo que atenazaa la Unión Europea, con excepción del ReinoUnido e Irlanda? El secreto es que Europa, endiferentes grados según los países —Francia es elmás obtuso—, atribuye a un exceso de liberalismolos males que, en realidad, derivan de su excesode regulación, de superfiscalidad, de

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redistribución, de protección sectorial y deintervención estatal. Es como si un sedentariosobrealimentado atribuyera la pesadez que siente aun abuso de ejercicio físico. En L’Horreuréconomique (París, Fayard, 1996), libro cuyoinmenso éxito demuestra hasta qué punto coincidecon los prejuicios del público, Viviane Forrestersostiene que la mundialización y la liberalizacióndestruyen empleo. Ahora bien, desde 1980, ambashan creado centenares de millones de empleos entodas partes salvo en Europa. Es en Europa donde,en ese periodo, el paro medio es más elevado y lacreación de empleos más pobre. ¿Por qué? Enlugar de plantearse esta cuestión, los europeosprefieren contarse historias inventando que losempleos americanos o británicos son “trabajillos”que ellos no querrían a ningún precio. Pero, enprincipio, es mejor integrarse con un trabajo pocopagado y con la esperanza futura de un salariomejor que ser un “excluido” que se va a pique,como hay millones en Europa. Y, además, elargumento no se sostiene si se estudian las cifras:cuando, como en Estados Unidos desde 1997, el

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paro cae a un 5 por ciento, la oferta de empleossupera la demanda y el asalariado se convierte enel dueño del mercado de trabajo. Como observaAlain Cotta 14, el paro estadounidense ha pasadode un elevado 7 por ciento en 1991 (aunque aunasí estaba cinco puntos por debajo del parosocialista francés) a menos del 4,5 por ciento en1998 y a un 4,1 por ciento a finales de 1999.Índice tanto más notable cuanto que la poblaciónactiva ha aumentado en 10 millones de personasdesde 1991.

En sus políticas llamadas, por antífrasis, “deempleo”, la mayoría de los gobiernos europeos seempeñan en botar un barco demasiado pesado paraflotar. Por eso se arruinan remolcando,desencallando, intentando subir el barco a lasuperficie e indemnizando a los náufragos. La peorde las cegueras es la ceguera voluntaria. No sólose rechaza la constatación de los éxitos delcapitalismo cuando los tiene, sino que se leimputan desgracias que le son ajenas. Hasta unamente tan fina como la de Hubert Védrine, ministrode Asuntos Exteriores en el gabinete Jospin,

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atribuyó, durante una visita a Moscú el 11 deenero de 1999, la crisis rusa del veranoprecedente al “abuso de tics ultraliberales”. Verultraliberalismo en la pesada maquinaria estatal del o s aparatchiks formados bajo Bréznev,reconvertidos en ladrones que conforme llega eldinero prestado por el Fondo MonetarioInternacional lo expiden a sus cuentas suizas,denota una lectura del mundo contemporáneo, de lahistoria y de la economía un tanto inquietante porvenir de un ministro cuyo trabajo consiste enconocer los asuntos internacionales. HubertVédrine tiene la excusa de no ser en absoluto elúnico que cometió ese contrasentido sobre lacrisis rusa de 1998 y, en general, sobre laincapacidad que Rusia tenía, entre otras, desuperar las consecuencias del comunismo 15. Másadelante volveré sobre este tema.

Es cierto que fustigar los defectos delliberalismo, sus fallos e injusticias es muy útil.Pero deja de serlo si se hace con la esperanza dereflotar el socialismo. El socialismo ha naufragadoy no es de sus restos de donde podrán extraerse los

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remedie para las enfermedades sociales,económicas y políticas del liberalismo. Además,los partidos socialistas de finales del siglo XXsólo tienen de socialistas el nombre y una ciertahabilidad para impedir el desarrollo de laeconomía. Han tenido que renunciar a construir elsocialismo en el sentido exacto del término, talcomo fue inventado en el siglo XIX y aplicado enel XX. Ese socialismo, el único auténtico, hamuerto.

Hoy sólo existen diferentes modos de aplicarel capitalismo, con más o menos mercado,propiedad privada, impuestos y redistribución. Ytambién, la corrección de los vicios defuncionamiento del liberalismo sólo podrá venirdel propio liberalismo.

La deliciosa paradoja del antiliberalismo esque la izquierda ha sabido utilizarlo para empujara la derecha a suicidarse renegando de susconvicciones, a pesar de que cuando ella estaba enel poder se alejó poco a poco del socialismo paraadoptar subrepticia e insensiblemente la economíade mercado. Esta evolución fue siempre

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demasiado lenta y retrasada respecto a lo que eranecesario. Dejó prolongarse demasiado tiempo elestatalismo redistribuidor, basado en el impuestoconfiscatorio y en el déficit público. Pero laizquierda, al verse obligada y forzada, no dejó detomar el camino liberal mientras que laaterrorizada derecha seguía repitiendo su condenadel “modelo anglosajón”. “No es posible llamarsegaullista cuando se es partidario de un liberalismodesenfrenado”, proclama Charles Pasqua, políticogaullista que en las elecciones europeas de 1999presentó una lista disidente del partido gaullistaoficial. El cabeza de la lista centrista (UDF),François Bayrou, declara por su parte:“Finalmente, al lado de un partido conservadorliberal [se trata de la lista única formada por elRPR, partido gaullista, y la Démocratie Libérale,partido de Alain Madelin] vamos a ocupar el vastocentro con un partido europeo, reformador,solidario”. Es evidente que aquí solidario seopone a liberal e implica, una vez más, esa falsaidea según la cual las sociedades liberales sonincompatibles con la solidaridad, cuando son

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ellas, y sólo ellas, las que han inventado y puestoen marcha los grandes sistemas de protecciónsocial y el Estado providencia.

Otro de los ángulos de la defensaretrospectiva del comunismo se basa en este errorhistórico. Consiste en conferir un papel positivo alcomunismo, no sólo por sí mismo, tal y como serealizó, sino como motor del progreso social enlas sociedades en las que no se realizó. En unapalabra, si el comunismo de Estado fue un fracaso,el comunismo de oposición habría sido un factorde justicia. Ésta es la tesis sostenida por Jean-Denis Bredin en un artículo titulado “¿Estápermitido?” (se sobreentiende: añorar elcomunismo), publicado en Le Monde el 31 deagosto de 1991, pocos días después del golpe deEstado, falso o verdadero pero en cualquier casofracasado, perpetrado contra Gorbachov,acontecimiento que muchos sintieron, con razón y amenudo con pena, como anunciador de la próximadisolución de la Unión Soviética. “¿Está permitidoavanzar tímidamente”, dice Bredin, “que elcomunismo, tan detestable cuando tenía el poder,

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ha sido útil para algunas democracias, las que noavanzan si no se las zarandea...? El progresosocial, en nuestro viejo país conservador[Francia], le debe mucho”. E incluso, “elsocialismo no hubiera sido quizá aquí más que unradicalismo denominado de otro modo si nohubiera estado vigilándole el comunismo”.

Es fácil reconocer en este razonamiento lateoría según la cual sólo las “luchas”, las huelgas,las ocupaciones de fábricas, es decir, los tumultos,habrían permitido el progreso socialarrebatándoselo a los propietarios de los mediosde producción. Se trata de la reconstrucción de lahistoria por la imaginación marxista. Fueron losliberales del siglo XIX los que, decenas de añosantes de la aparición de los primeros partidoscomunistas e incluso de los primeros teóricossocialistas, plantearon ante el mundo entero laentonces denominada “cuestión social” yrespondieron elaborando numerosas levesfundadoras del derecho social moderno. Fue elliberal François Guizot, ministro del rey Luis-Felipe, el que elaboró en 1841 la primera ley que

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limitaba el trabajo de los niños en las fábricas.Fue Frédéric Bastiat, ese genial economista al quehoy se calificaría de ultraliberal rabioso odesenfrenado, el que en 1849 intervino comodiputado en la Asamblea legislativa para enunciary pedir por primera vez en nuestra historia que sereconociera el principio de derecho de huelga. Fueel liberal Emile Ollivier quien, en 1864,convenció al emperador Napoleón III de queaboliera el delito de coalición (es decir, laprohibición a los obreros de agruparse paradefender sus intereses), abriendo así la vía alfuturo sindicalismo. Fue el liberal PierreWaldeck-Rousseau quien, en 1884, a comienzos dela III República, hizo votar la ley que daba a lossindicatos personalidad civil. ¿Me está permitidosubrayar, al recordarlo, que los socialistas de laépoca, llevados por su lógica revolucionaria (muyanterior a la aparición del más mínimo PartidoComunista) manifestaban una violenta hostilidadhacia la ley Waldeck-Rousseau? Porque, disertabaJules Guesde, “con el pretexto de autorizar laorganización profesional de nuestra clase obrera,

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la nueva ley sólo tiene un fin: impedir suorganización política”. El tiempo desmentiría tanperspicaz pronóstico y mostraría, por el contrario,que una favorecía a la otra. Son los sindicatosobreros los que durante mucho tiempo sirvieron debase, e incluso de fuente financiera, al PartidoLaborista británico, al Partido Demócrataestadounidense, al Partido Socialista alemán, asícomo a los diversos partidos socialistasreformistas de la Europa escandinava. Fue tambiénen esos países, y sin ningún aguijón comunista,donde surgieron y se perpetuaron los sindicatosobreros más poderosos. Por el contrario, en lospaíses en los que los partidos comunistasadquirieron un peso político importante,especialmente en Francia, éstos debilitaron elsindicalismo a fuerza de ideologizarlo. Como essabido, los trabajadores afiliados a sindicatosrepresentan en Francia un porcentaje ínfimo de lapoblación activa. Por otra parte, el sindicalismofrancés, sea cual sea la ideología de sus diversascentrales, pasó rápidamente a no defender más quelos intereses de las categorías, especialmente los

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de los agentes de la función pública y de losservicios públicos, trabajadores ya privilegiadosrespecto de los asalariados del sector comercio.Hace ya muchas décadas que los sindicatosfranceses no cumplen los criterios derepresentatividad definidos por la ley a comienzosde los años cincuenta, especialmente el criteriosegún el cual un sindicato sólo es legítimo sipuede vivir de las cotizaciones de sus afiliados.Desde hace muchísimo tiempo los sindicatosfranceses subsisten gracias a las subvenciones,directas o indirectas, del Estado, es decir, graciasal dinero sustraído a los contribuyentes, la inmensamayoría de los cuales no está sindicada. El papelde aguijón del progreso que habrían desempeñadolos partidos comunistas no parece, pues,demostrable. Se puede incluso decir que enmuchos casos, la presencia en el juego político deun fuerte partido comunista, en lugar de acelerar,ha frenado el progreso social. Por ejemplo, afinales de los años cincuenta y comienzos de lossesenta, el PCF se empeñó en defenderencarnizadamente la estúpida teoría de la

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“pauperización absoluta” de la clase obrera, justocuando un despegue económico sin precedentes enla historia de Francia estaba, por el contrario,permitiendo a la clase obrera acceder a un nivelde comodidad que no había ni osado soñar veinteaños antes, durante el Frente Popular. De hecho, laúnica pauperización absoluta de la clase obreraque el siglo XX nos ha permitido contemplar seprodujo en los países comunistas y sólo en esospaíses.

No creo, pues, que, como dice Bredin, todoslos que se han alegrado de la caída del comunismosean “los que han temido, aquí o allá, que unanoche siniestra los oprimidos tomen el poder,aquellos a los que el comunismo ha hecho temblar,menos por sus armas que por su ideología”. Malque le pese a Jean-Denis Bredin, escritor a quienestimo y considero amigo, muchos de los que sehan alegrado por la caída del comunismo lo hanhecho por solidaridad con la clase obrera, poramor a los oprimidos por fin liberados de uno delos despotismos más crueles e ineptos de toda lahistoria humana. ¿Se me permite también

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subrayarlo?

* * * Una vez abierto así el camino, unos espíritusmenos sutiles se precipitaron en él. Abandonandotoda precaución de lenguaje, se sintieron librespara afirmar sin rodeos que habían sido testigos delo contrario de lo que había sucedido. Se habíahecho creer a los ingenuos que tras 1989 habíamosentrado no en el postliberalismo sino en elpostcomunismo. Había que desengañarlos.L’Aprés-Libéralisme es, de hecho, el título de unlibro de Immanuel Wallerstein 16. La contraportadanos informa, para nuestro estupor, que el autordirige el Centro Fernand-Braudel en laUniversidad de Binghampton y enseña en laEscuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales deParís. ¿Y qué enseña? Que con el hundimiento dela Unión Soviética hemos vivido, sin saberlo, la“implosión del liberalismo”. Tal es, en efecto, eltítulo del capítulo tercero de su libro. “El año1989 es”, dice, “el año del denominado fin de los

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denominados comunismos”. Esa fecha marcaba,según Wallerstein, el fin del liberalismo. En esafrase hay que señalar la presencia implícita de laincombustible e ineluctable evasión: el comunismoque ha fracasado no era el verdadero comunismo ,el cual, por lo mismo, continúa y continuará hastael fin de los tiempos permaneciendo tan imposiblede sustituir como de encontrar, y por ello, inmunea toda crítica.

La crítica que había que hacer, y que seconvertía en la tarea más urgente era, por elcontrario, la del liberalismo, consecuenciaevidente de la caída del socialismo. Y a ella sededicaron sin descanso gran número deintelectuales de la vieja y nueva, moderada y ultraizquierda. Esos intelectuales eran, si no meequivoco, los triunfadores del momento, aquellos alos que los acontecimientos habían dado razón.Los demás eran presuntos liberales que debíancomparecer ante el tribunal de la Historia y,previamente, ser examinados por los jueces deinstrucción impregnados de la ideología difunta.

Así, pocos meses después de la publicación

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de mis memorias, Le Volear dans la maison vide17, recibí la visita de un joven autor de talentocuyo original libro sobre el movimientoreivindicativo de los homosexuales en Franciadesde 1968 acababa de provocar animadosdebates y de tener un merecido éxito 18. Venía apedirme una entrevista sobre mis memorias para lar e v i s ta Politique Internationale, fundada ydirigida por Patrick Wajsman. Acepté de buengrado, por simpatía tanto hacia el interlocutorcomo hacia la revista.

Desde el primer momento me sorprendió que,tratándose de unas memorias esencialmente y pordefinición narrativas, en las que se hablaba deunos personajes que en su mayoría no eranpúblicos y que hablaban de unos acontecimientosbásicamente de orden privado, mi juez deinstrucción sólo me hizo preguntas políticas. Escierto que cuando las circunstancias de la vida querelataba las hacía inevitables me veía forzado areconstruir momentos y a dibujar el retrato deactores políticos. Pero, incluso en esos casos,había tenido mucho cuidado en permanecer fiel al

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registro del libro, huyendo del análisis teórico alque había consagrado tantos libros anteriores.¡Para una vez que había escrito un libro lo másajeno posible a la política en su inspiraciónfundamental se me quería reducir a ella!

Rápidamente comprendí la razón. Lafinalidad del interrogatorio no era en absolutohacerme hablar de mí, lo que, sin embargo,constituía el tema del libro, sino arrancarme unaconfesión sobre el sentido de mi itinerarioideológico. ¿Qué confesión? Enseguida me dicuenta del esquema rector implantado en elpensamiento de mi interlocutor y la intención que,por debajo del magnetófono, orientaba todas suspreguntas. Podían enunciarse así: defender elliberalismo era en última instancia una tácticaaceptable siempre y cuando se utilizara comoinstrumento para subrayar las debilidades delcolectivismo comunista. Pero desde el momento enque, tras la caída del adversario, esta armaestrictamente polémica y circunstancial habíadejado de ser útil, ¿no les había llegado la hora alos liberales de hacerse autocrítica y reconocer la

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inepcia, por no decir nocividad, del liberalismoconsiderado en sí mismo? Volvíamos alsempiterno sofisma: el hundimiento del comunismoprivaba de argumentación a los que lo habíancombatido, y había llegado la hora de que sedieran golpes en el pecho denunciando elliberalismo, único y verdadero peligro largotiempo ocultado por la obsesión anticomunista.

La obsesión, ésa era la tara mental con la queme recompensaba mi inquisidor en la crítica dellibro que hizo más tarde en la revista 19. Mis cercade seiscientas páginas son, dice en el artículo, elrelato de “cincuenta años de intensa reflexióndiplomática en torno a una obsesión: elcomunismo”. Afirmación que, ante todo, constituyeun error material, como se infiere de mis memoriasmismas. Jamás he pertenecido al PartidoComunista. Jamás lo he aprobado ni apoyado. Perocomo muchos intelectuales de mi generacióndurante los diez o quince años siguientes a laguerra del 39-45, me adherí, al menosparcialmente, a la horma marxista deinterpretación de la historia y la lucha de clases en

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las sociedades capitalistas. Afirmación que,además, muestra hasta qué punto el vocabularioestalinista ha impregnado las mejores cabezas dela izquierda no estalinista. Anticomunista“primario”, “obsesivo”, “visceral” soncalificativos que desde siempre han blandido losestalinistas para desacreditar en lo personal a losautores de críticas al comunismo y hacerles pasarpor paranoicos incapaces de reflexión eimparcialidad. ¿No es triste ver con quéservilismo plumas de la izquierda no comunistaunen a los nombres de los heterodoxos unosadjetivos acuñados hace más de medio siglo en losdespachos de la policía intelectual de lostotalitarios? Incluso cuando el epílogo de latragedia comunista confirmó los análisis de losque habían sabido, cuando tantos la aclamaban,juzgarla por lo que era, sigue sin aceptarse quesólo obedecieran a un escrupuloso análisis de loshechos y a la imparcialidad de una reflexiónbasada en la información. Cuando fui elegidomiembro de la Academia Francesa (20 de junio de1997), el diario Libération consagró un suelto a la

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noticia, declarando sobre mi persona: “Seconvierte en los años setenta en un personajereaccionario, amargo, paladín del anticomunismo”.De donde se deduce que, por el contrario, para laizquierda haber sido procomunista es haber sidoprogresista. ¡Y estamos en 1997! A pesar de sureivindicación de independencia respecto algrillete intelectual estalinista, la izquierda no (oex) comunista sigue siendo esclava de susprocedimientos de etiquetaje previos a la salidahacia el matadero. En su fuero interno, todavíaconsidera el anticomunismo como un pecado, elsíntoma de una predisposición al fascismo,agravado por un ligero desorden cerebral.

El anticomunismo en la última década delsiglo sirve todavía de criterio de discriminación.Es un índice de la lentitud con la que progresa lalibertad de espíritu. Una mayoría de intelectualessiguen preguntándose en primer lugar no qué debenpensar sino qué van a pensar de ellos.

El informe de Frédéric Martel concluye conesa exhortación que ya nos es familiar, auténticainversión de las responsabilidades históricas:

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“¿Qué va a ser”, se pregunta caritativamente, “delos antitotalitarios, uno de cuyos más activos ylúcidos representantes fue Revel, ahora que sugran adversario ha desaparecido...? En efecto,Revel sabe, mejor que nadie, que los liberalesdeben ahora volver a tomar posiciones [lacursiva es mía] y mostrarse capaces de inventar, asu vez, un lenguaje post-antitotalitario”. Enresumen, a partir de ahora, a falta de pretexto quejustifique en apariencia el liberalismo, tienen quehilar fino. En lo que a mi entrevista se refiere,indiqué a Frédéric Martel que no deseaba supublicación. No trataba en absoluto sobre LeVoleur dans la maison vide y me parecía fuera delugar. Aunque no carecía de interés y he guardadouna copia. Eventualmente, podría haber servido decomentario a otro de los cinco libros publicadoscon anterioridad, El renacimiento democrático, enel que precisamente intento “inventar un lenguajepost-antitotalitario”.

Alain Touraine, en un lúcido libro aparecidoa comienzos de 1999, ha circunscrito bien elcontrasentido o la alucinación mediante la que se

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fustiga como perteneciente al liberalismo lo que essu contrario. Denunciando en particular lascontradicciones de la izquierda francesa, confiesano “ver en absoluto cómo la defensa de los estatusprotegidos o del Estado como actor económicopuede mejorar la situación de los parados o ayudara la creación de nuevos empleos”. La defensa delos estatus protegidos, y, digámoslo claramente, elfortalecimiento de los privilegiados, se hanconvertido en las principales causas de lo que laizquierda tiene todavía el valor de denominarmovimientos sociales, cuando lo que son esantisociales. Touraine distingue con perspicaciaentre la doblez de sus actores y la ingenuidad desus víctimas. “Aquellos”, deplora, “que ven en elapoyo masivo de la opinión pública hacia lahuelga [de los servicios públicos] de diciembre de1995 el síntoma de la renovación de las luchas declases o incluso de la combatividad sindical,confunden sus deseos con la realidad”. El autorsigue aquí el sabio consejo de Karl Marx(raramente o jamás seguido por los marxistas) deno confundir la realidad con la idea que de ella se

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hacen o quieren dar los actores sociales. Tourainese burla, pues, de los ofuscados que califican deultraliberal el modelo económico francés. “¿No esridículo”, dice, “oír hablar de liberalismo extremoen un país en el que el Estado gestiona la mitad delos recursos del país, bien directamente o a travésde los sistemas de protección social, bieninterviniendo en la vida económica?”.

Desgraciadamente, una lamentable erratatipográfica de la editorial, a pesar de ser una delas mejores, hizo que sobre la portada del librofigurara un título manifiestamente destinado a otrotexto: ¿Cómo salir del liberalismo? 20. Delcontexto se deduce de manera clamorosa que almenos tres cuartas partes de los países del planetay, especialmente Francia, ni siquiera han entradoen el liberalismo. ¿Cómo podrían, pues, salir?Estamos, dice el autor, en el “estatalismo másextremo”, “en particular en 1995, cuando ladefensa del sector público se elevó a la categoríade un deber democrático para resistir a los ataquesde una sociedad civil [y sobre todo de unaeconomía gobernada, según se afirmaba,

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únicamente por la búsqueda del interés particular.¡Qué grotesca imagen!”. Se diría que estamosleyendo a Frédéric Bastiat. Como éste, y en la grantradición liberal francesa, Touraine nos hacepensar que el Estado es la fuente misma de lasinjusticias y privilegios más que el instrumentoque permite combatirlas. Tales pasajes acaban porhacer odioso el inexplicable embrollo del título.

Me indigna que a un sociólogo francés taneminente se le haya jugado esta mala pasada. ¿Lehan engañado? ¿Drogado? Incluso ¿torturado? ¿Hacedido a sus amenazas? ¿Tiene miedo? ¿De qué yde quién? Como siempre he mantenido conTouraine unas relaciones muy cordiales, mepropongo fundar una asociación para la defensa desus derechos individuales y de su libertad deexpresión. Los “resistentes” antiliberales son, enefecto, capaces de lo peor con tal de evitar elpeligro del pensamiento único. ¿No ha llegado unnicaragüense hasta el extremo de “estrangular a sumujer porque tenía simpatías hacia los liberales?”21.

Parece evidente que, contra su voluntad, se ha

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enrolado a Alain Touraine en el complot paradesacreditar el liberalismo con el fin derehabilitar indirectamente el comunismo.Ensombrecer el liberalismo produce de modonatural una indulgencia retrospectiva hacia elcomunismo y una descalificación prospectiva de laderecha, acusada de no haber levantado acta delhundimiento del capitalismo, que, por otra parte,como todo buen marxista sabe, está en completoestado de putrefacción desde mediados del sigloXIX.

Dado que el capitalismo y la economía demercado sólo han provocado, en el siglo XX, lainjusticia social, la penuria económica y eldespotismo político allí donde no reinó elsocialismo real, por lógica no podían provocarmás que estragos en los países antaño comunistasque se dispusieron a desmantelar sus economíasadministradas. En Occidente, y desde los primerosaños de la era postcomunista, un tema favorito delpensamiento único antiliberal fue la denuncia deldaño caótico producido por el capitalismo en lospaíses que habían gozado de las estructuras

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tranquilizadoras y estables del socialismo real.Por doquier resonaron anatemas condenando laprecipitación criminal con la que los “ideólogosde la secta neoliberal” habían suministrado a esasdesgraciadas regiones una dosis masiva, mortal,de economía de mercado.

Esos gritos de dolor y a la vez de alegría conque se recibía una prueba suplementaria,superflua, de la nocividad del mercado tomaban sualiento profético en un doble error de apreciación,lo que no es de extrañar. El primero consistía enignorar voluntariamente que la vuelta al mercado,dentro de los límites permitidos por las estructurasexistentes, no había dado siempre malosresultados. Incluso dejando a un lado el casoexcepcional de los länder del Este alemanes —pues ninguna otra zona ex comunista podía esperarla colosal ayuda suministrada por los länder delOeste a una población de apenas 15 millones dehabitantes—, enseguida fue evidente que Polonia,Hungría y la República Checa no estabanfracasando del todo en su transición liberal ydemocrática. Esa orientación se confirmó hasta

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cuando los viejos dirigentes comunistas ganaronlas elecciones en algunos de los países del antiguobloque soviético. Pero esa divina sorpresa paralos marxistas occidentales no tuvo efecto en eltranscurso de los hechos. La vuelta al poder de loscomunistas no significó, allí donde tuvo lugar, lavuelta al poder del comunismo. Los ex comunistascambiaron de nombre, como, por otra parte,también pasó en Italia; se rebautizaron con el desocialdemócratas o se colgaron otras etiquetas.Pero a esos transexuales políticos no se les pasó niun instante por la mente volver al régimen delpartido único, de la propiedad colectiva y de ladictadura cultural. Dejaron ese programa para susmentores de la ultraizquierda francesa. Losrenegados del estalinismo, superando cada vezmás los límites de la perversidad, prefirieron lalectura de The Economist a la de Le Mondediplomatique. A pesar de provenir de la viejanomenklatura, el nuevo presidente polaco, unelegante oportunista elegido en 1995, proclamó sindilación su intención de perseverar en la economíade mercado y en las privatizaciones. Jamás renegó

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de la “terapia de choque” llevada a cabo conanterioridad por los neoliberales, autores de unareforma económica que, aunque moleste a losnostálgicos occidentales, tuvo un éxito brillante.

El segundo error respecto a los cataclismoseconómicos postcomunistas consistía enatribuírselos al sistema liberal cuando eranproducto de la incapacidad de aplicarlo. Hay quesufrir alucinaciones para ver una economía demercado en la economía nomenklaturo-mafiosa deRusia en la que, precisamente, el mercado estácompletamente falseado debido a la confiscaciónde la oligarquía político-especuladora. Elmercado implica el derecho. ¿Se está en unaeconomía de mercado cuando los miles demillones en créditos para la recuperacióneconómica que otorgan el Fondo MonetarioInternacional, el Banco Mundial, el BancoEuropeo para la Reconstrucción y el Desarrollonada más llegar a Moscú vuelven a salirinstantáneamente hacia Suiza y otros esconditesfinancieros y pasan a engrosar cuentas secretas ypersonales? ¿Es una economía de mercado aquella

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en la que se pone un precio a los inversoresextranjeros y si no lo pagan frecuentemente sonasesinados por esbirros de la nomenklaturamafiosa?

La incapacidad para despegar de la economíarusa y de los otros países de la Unión de EstadosIndependientes tras la disolución de la UniónSoviética no proviene de un exceso de liberalismosino del hecho de que el liberalismo no hacomenzado ni siquiera a aplicarse. En efecto, éstepresupone una serie de reglas jurídicas, deestructuras políticas y de modos de actuareconómicos que los pueblos de esa parte delmundo no han podido reconstruir porque a susgobiernos no les interesaba. No hay que confundirel capitalismo democrático con el comunismo endescomposición. Eso es lo que reconoció BorisYeltsin cuando, al anunciar por televisión sudimisión, el 31 de diciembre de 1999, “pidióperdón” al pueblo ruso, confesó su fracasoeconómico y político desde 1991, y constató que“lo que entonces parecía fácil ha resultado serdoloroso y difícil”.

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Cuando se comprueba que la economía demercado no logra curar al instante lasenfermedades del comunismo habría quepreguntarse si la culpa es de la economía demercado o del comunismo. El comunismo hechomigas no es la economía de mercado, la bancarrotarusa, que llegó al paroxismo en agosto de 1998, noes debida al mercado sino a la ausencia de unauténtico mercado (no el negro). Es debida a quela economía rusa sigue estando dominada por lavieja clase política. Por eso es por lo que la ayudainternacional ha sido inútil. El fantasma del PlanMarshall no puede hacer más que desvanecerseante la realidad de una economía incapaz deasimilar de modo creador la ayuda que se lepresta. Prestar dinero sin límite a un país sinestructuras económicas, políticas o jurídicasviables, como la Rusia del postcomunismoinmediato, es lo mismo que echar gasolina en eldepósito de un coche que carece de motor.Triplicar la dosis de carburante no logrará ponerloen marcha. Las ayudas dilapidadas y desviadassólo han servido para retrasar la hora de la

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verdad, no para evitar que suene.Pronto se dirá lo mismo del “comunismo

comercial” (expresión de Zbigniew Brzezinski) deChina. Desde hace veinte años, los dirigenteschinos han ido lo más lejos posible en su intentode introducir capitalismo en el seno de laeconomía sin que explote el sistema totalitario delpartido único. Pero seguramente no lograrán queaumente el nivel de vida del conjunto de lapoblación, a cuatro quintas partes de la cual noafecta un crecimiento por otro lado bastantesuperficial. Para que aumente serán necesarias unatotal reestructuración política, y más Estado dederecho, apertura al exterior, libertad deinformación y democratización. La crisis quesufrirá China no será del mercado, como con todaseguridad dirán los pensadores únicos, sino la dela incompatibilidad del mercado, a partir de ciertopunto, con el monolitismo y la corrupcióntotalitarios.

Los ataques de éxtasis con que se celebró el“fin del capitalismo” cuando estalló la crisisasiática de 1997 no expresaban una clarividencia

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muy superior a aquella cuyos destellos fulgurantesnos iluminaron a propósito de los ejemplos queacabo de mencionar. Pues ni Indonesia, donde laeconomía estaba gestionada por el monopolio delos negocios de la familia Suharto y su clan deamigos, ni Malasia, desde 1987 bajo la bota de unautócrata megalómano, Mahathir Mohamad,respondían a los criterios de libertad económicaenmarcada por el derecho. No sólo no había enesos países leyes de mercado sino que ni siquierahabía leyes de las que no se considerasendispensados los detentadores del poder. Al hacerresponsables a los “especuladores” de lasdesgracias a él debidas (caída del 45 por ciento dela Bolsa de Kuala Lumpur en enero de 1998 y deun 46 por ciento de la moneda nacional, el ringgit,en seis meses), Mahatir demostró ser un virtuosodel pensamiento único. En otros países asiáticos,Corea, Tailandia y sobre todo Japón, la crisis fueproducto del excesivo endeudamiento de lasprincipales empresas frente a unos bancos que, porunas instrucciones políticas a las que la corrupciónno era ajena, les concedían desde hacía años

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préstamos y les permitían unos descubiertos másallá de todo límite razonable. Para la bancaprivada, el mercado no consiste en concedercréditos sin tener en cuenta los riesgos, sino todolo contrario.El “modelo” del Crédit Lyonnaismitterrandiano no es liberalismo sino estatalismoturbio. La economía japonesa se basaba desdehacía mucho tiempo en una malformaciónorgánica: aparte de algunas multinacionalesextremadamente eficientes, y alimentadas por lasmencionadas demencias bancarias, el resto de lasempresas estaban tan petrificadas como losconglomerados comunistas. Esta contradicción quede cara al exterior daba la falsa imagen de unaeconomía moderna ha sido brillantementeanalizada en 1989 por Karel van Wolferen en TheEnigma of japanese Power 22. La tesis de esteautor, que en su momento fue considerada unadivertida paradoja, se verificó cuando la presiónacentuada de la economía de la comunicación y lamundialización hizo estallar un sistemabásicamente autista y proteccionista, lo que no leimpedía ser de una extravagante imprudencia en

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sus prácticas financieras.Pero a los dos años se demostró que el

entusiasmo de los pensadores únicos a propósitode la crisis asiática y el toque de difuntos delcapitalismo eran prematuros. Aunque en 2000 lasituación asiática no se ha recuperado del todo,parece ir por buen camino, y no tiene nada que vercon la agonía rusa. No sólo el sistema capitalistamundial no se ha hundido sino que, por elcontrario, y quizá deberíamos sentirloprofundamente, la economía de la postcrisis estodavía más abierta que la anterior. Se han sacadolas conclusiones oportunas del accidente. Nuevasreglas legales y una práctica más transparente vana permitir que los mercados funcionen menos atrompicones. Pero no hay que preocuparse: nadade esto impedirá que el pensamiento único sigacon su idea fija antiliberal.

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Capítulo IV

Un debate amañado: socialismocontra liberalismoU N malentendido falsea casi todas lasdiscusiones sobre los méritos respectivos delsocialismo y del liberalismo: los socialistas sefiguran que el liberalismo es una ideología. Y,mediante una sumisión mimética descrita ya enmás de una ocasión en estas páginas, los liberalesse han dejado inculcar esta visión groseramenteerrónea de sí mismos. Los socialistas, educados enla ideología, no pueden concebir otras formas deactividad intelectual. Arrojan por doquier estasistematización abstracta y moralizadora que leshabita y sostiene. Creen que todas las doctrinasque les critican copian la suya, limitándose ainvertirla, y que, como la suya, prometen laperfección absoluta pero por vías diferentes.

Si, por ejemplo, un liberal dice a unsocialista: “En la práctica, el mercado parece un

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medio menos malo para la asignación de losrecursos que el reparto autoritario y planificado”,el socialista responde inmediatamente: “Elmercado no resuelve todos los problemas”.¡Claro! ¿Quién ha dicho esa sandez? Pero como elsocialismo fue concebido con la ilusión deresolver todos los problemas, sus partidariosprestan a sus oponentes la misma pretensión.Ahora bien, felizmente, no todo el mundo esmegalómano. El liberalismo jamás ha ambicionadoconstruir una sociedad perfecta. Se contenta concomparar las diversas sociedades que existen, ohan existido, y sacar las conclusiones pertinentesdel estudio de las que funcionan o han funcionadomenos mal. Sin embargo, numerosos liberales,hipnotizados por el imperialismo moral de lossocialistas, aceptan discutir en el mismo terrenoque ellos. “Creo en la ley del mercado, pero no essuficiente”, declara el economista americanoJeremy Rifkin 23. “El mercado libre no puederesolverlo todo”, subraya el especulador GeorgeSoros 24. Estas pobres perogrulladas emanan de unpensamiento estereotipado, según el cual el

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liberalismo sería una teoría opuesta al socialismopor sus tesis pero idéntica por sus mecanismos.

Pero no es ninguna de las dos cosas. Cuandodigo que el liberalismo jamás ha sido unaideología quiero decir que no es una teoría basadaen conceptos previos a toda experiencia, ni undogma invariable e independiente del curso de lascosas o de los resultados de la acción. No es másque un conjunto de observaciones sobre unoshechos que ya se han producido. Las ideasgenerales que de ello se derivan no constituyen unadoctrina global y definitiva que aspira aconvertirse en el molde de la totalidad de lo real,sino una serie de hipótesis interpretativas relativasa acontecimientos que han tenido efectivamentelugar. Adam Smith, al comenzar a escribir Lariqueza de las naciones, constata que algunospaíses son más ricos que otros. Se esfuerza endistinguir en su economía los rasgos y los métodosque pueden explicar ese enriquecimiento superiorpara intentar extraer indicaciones recomendables.Procede así del mismo modo que Kant quien, en laCrítica de la razón pura, dice a sus colegas

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filósofos: desde hace dos mil años intentamoselaborar teorías de lo real válidas para laeternidad. Regularmente son rechazadas por lageneración siguiente debido a falta dedemostración irrefutable. Ahora bien, desde haceun siglo y medio, nos hallamos ante una disciplinareciente que finalmente ha logrado establecer concerteza algunas leyes de la naturaleza: es la física.En lugar de obstinarnos en nuestro estérildogmatismo metafísico, observemos qué han hecholos físicos e inspirémonos en sus métodos paraintentar igualar su éxito.

Hay, pues, que negarse a concebir elenfrentamiento entre socialismo y liberalismocomo el enfrentamiento entre dos ideologías! ¿Quées una ideología? Es una construcción a priorielaborada antes de y pese a los hechos y losderechos, es lo contrarío de la ciencia y de lafilosofía, de la religión y de la moral. La ideologíano es ni ciencia, por la que ha querido hacersepasar; ni moral, de la que ha creído tener lasllaves y arrogarse el monopolio, ensañándose endestruir su fuente y condición: el libre albedrío

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individual; ni religión, a la que con frecuencia yequivocadamente se ha comparado. El significadode la religión proviene de la fe en unatrascendencia y la ideología pretende hacerperfecto este mundo. La ciencia acepta, inclusodiría que provoca, las decisiones de laexperiencia, y la ideología siempre las harechazado. La moral se basa en el respeto al serhumano, y la ideología no ha reinado más que paradestrozarle. Esta funesta invención del lado negrode nuestra inteligencia, que tan cara ha costado ala humanidad, engendra, además, en sus adeptosese curioso defecto que consiste en atribuir al otrola misma forma de organización mental. Laideología no concibe que se le pongan objecionesmás que en nombre de otra ideología.

Toda ideología es un extravío. No puedehaber ideología justa. Toda ideología esintrínsecamente falsa por sus causas, motivacionesy fines, que consisten en realizar una adaptaciónficticia del sujeto a sí mismo; a ese “sí mismo”, almenos, que ha decidido no aceptar la realidad nicomo fuente de información ni como juez del

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correcto fundamento de la acción.Carece, pues, de sentido decir que cuando

una ideología está muerta hay que sustituirlaurgentemente por otra. Sustituir una aberración porotra aberración es ceder de nuevo al espejismo.Poco importa qué espejismo sustituya al anteriorporque lo que cuenta no es el contenido de unailusión sino la ilusión misma.

El liberalismo no es el revés del socialismo,no es un totalitarismo ideológico regido por leyesintelectuales idénticas a las que él critica. Esteerror hace que el diálogo entre socialistas yliberales sea absurdo. Así, a lo largo de toda laentrevista con Frédéric Martel (relatada en elcapítulo precedente), mi simpático interlocutorestaba obsesionado por la idea de que, como viejo“visceral”, sólo he combatido el comunismo parapromocionar el liberalismo. Como la caída delcomunismo ha vuelto caduca mi panoplia guerrera,ahora tengo que hacer, como dice más adelante alhacer la reseña de mis memorias, mi autocríticacomo sectario del fanatismo liberal, ahora inútil.Pero, además de que el liberalismo jamás ha sido

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un fanatismo lanzado contra nadie, yo no heluchado jamás contra el comunismo en nombre delliberalismo. Ante todo, he luchado contra elcomunismo en nombre de la dignidad humana y delderecho a la vida. El que el fracaso permanente yridículo de las economías administradas dieraalgunos argumentos a los economistas liberales —aunque todavía hoy muchos socialistas lo nieguenempecinadamente— era incontestable pero no eralo esencial. Cuando uno se encuentra ante unaprisión a la que se suma un manicomio y unaasociación de asesinos no se pregunta si hay quedestruirla en nombre del liberalismo, lasocialdemocracia, de la “tercera vía”, del“socialismo de mercado” o del anarcocapitalismo.Tales argucias son incluso indecentes, y el debatesobre liberalismo o social-estatalismo sólo puederenacer legítimamente en una sociedad que havuelto a la libertad. He combatido el socialismomovido por la misma “obsesión” que antaño mehizo combatir el nazismo: la “idea fija”,“visceral”, del respeto al ser humano. No parasaber si tiene razón Margaret Thatcher o Jacques

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Delors, Alain Madelin o Lionel Jospin, Reagan oPalme. Esta segunda cuestión supone elrestablecimiento previo de una civilización de lalibertad.

Los socialistas contemporáneos, totalitarioslight, al menos en sus estructuras mentales yverbales, yerran cuando imaginan que los liberalesproyectan, como ellos, la creación de una sociedadperfecta y definitiva, la mejor posible, pero designo contrario a la suya. En esto yace elcontrasentido del debate postcomunista. Nomerece la pena aplaudir a Edgar Morin cuandorecomienda el “pensamiento complejo” frente al“pensamiento simplista” si después se refuerza elsimplismo más desmesurado.

Articulemos, en un paralelismo pedagógico,la siguiente afirmación: “La libertad cultural esmás propicia a la creación literaria, plástica ymusical que el dirigismo estatal”. Este enunciadoempírico, basado en una amplia experienciapasada y presente, no implica el compromiso deque todas las producciones nacidas en condicionesde libertad (o en el seno de los regímenes

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totalitarios, en condiciones de disidencia) hayansido, sean o vayan a ser siempre obras de arte.¡Pues eso es lo que entiende el socialista!Inmediatamente citará miles de libros, de cuadros,de obras de teatro y de películas mediocres opésimas nacidos en un contexto de libertad.Exclamará: “¡Como verá, el liberalismo nofunciona!”. En otras palabras, atribuye alliberalismo su propio totalitarismo.Considerándose propietario de un sistema queresuelve todos los problemas, incluido el de labelleza, cree que basta suprimir el mercado parasuprimir la fealdad. El totalitarismo cultural no haproducido, por su parte, más que fealdad. Esto nole molesta. ¿Acaso el estatalismo no ha rototambién los desechos del arte capitalista? Quehaya habido que cargarse el arte mismo, al metersea dirigirlo, ¿no era acaso el precio que había quepagar por ese saneamiento?

Evidentemente, y espero que me concedan elbeneficio de pensar que no lo ignoro, siempre hahabido artistas a los que el mercado no lespermitía vivir y que han sido pensionados por

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príncipes, subvencionados por repúblicas oayudados por mecenas privados. Pero también hasido inmenso el número de aquellos a los que suéxito les bastaba para alimentarse, cuando no paraenriquecerse. Sin embargo, tampoco perdamos devista el hecho de que ni el mercado ni lasubvención garantizan el talento, ni su ausencia. Elmercado puede hacer que les llueva una fortuna aCarolus Durand o a Pablo Picasso. La subvenciónestatal puede dar la necesaria seguridad a unauténtico genio tanto como dinero fácil a un falsocreador cuyos méritos principales son la amistadcon un ministro, el compadreo político y la caradura en las relaciones públicas. Decretar que elmercado es en sí reaccionario y la subvenciónprogresista no sólo es una muestra de pensamientosimplista sino interesado, el de los virtuosos delparasitismo del dinero público.

Cuando Juan Pablo II visitó Polonia en juniode 1999 oí a un periodista de France-Info“informar” a sus oyentes diciendo en sustancia: elPapa sabe que la vuelta de los polacos alcapitalismo les ha proporcionado cierta

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prosperidad, aunque en detrimento de la justiciasocial. Lo que da por sobreentendido que elcomunismo les había proporcionado justiciasocial. Numerosos estudios han demostrado cuántahipocresía se escondía tras ese mito. Es cierto queel capitalismo no proporciona igualdad, pero elcomunismo, menos, y además sobre una base depobreza general. Pero, una vez más, se juzga alcomunismo por lo que se suponía que iba aproporcionar y al capitalismo por lo queefectivamente proporciona. Y ni siquiera por eso.Porque si así fuera se constataría (también hayinnumerables análisis sobre ello) que en 1989,último año del comunismo, un parado con subsidiodo Occidente cobraba entre diez y doce veces más,en poder adquisitivo real, que un obrero del Estecon un supuesto “empleo”. Dicho de otro modo,son las sociedades del capitalismo democráticolas que han establecido los sistemas de protecciónsocial con más capacidad de corregir lasdesigualdades y los accidentes de la vidaeconómica. Pero se está negando esta realidadcuando se persiste en comparar la perfección de lo

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que no existe —la utopía comunista— con lasimperfecciones de lo que existe —el capitalismodemocrático.

* * * Este combate de boxeo entre socialismo yliberalismo está tanto más amañado cuanto que enél domina la confusión entre liberalismo político yeconómico, economía de mercado y capitalismo,laissez-faire y “selva” sin ley. Es desolador, porejemplo, que un premio Nobel de economía,Maurice Allais, cometa la falta de ortografía deponer “laisser-faire” en infinitivo y tronar contralas “perversiones laisser-fairistas” 25. Todo elmundo sabe o debería saber que el célebre laissezfaire, laissez passer de Turgot y los fisiócratas essinónimo de libertad de empresa y de libertad decomercio. Está en imperativo y con unaconnotación de actividad que no tiene ningunarelación con el abandono apático de los infinitivossustantivados, unidos por un guión, el laisser-faire, degradado después a laisser-aller. Fue,

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según se dice, un comerciante, François Legendre(o Le Gendre) el primero que dijo a Colbert, quele preguntaba de qué modo podía ayudar alcomercio el gobierno del rey: “Dejadnos hacer”26. En efecto, puede muy bien existir uncapitalismo sin mercado. Incluso el sueño demuchos capitalistas consiste en lo privado sinmercado, lo privado protegido de la competenciapor un poder político cómplice y retribuido. Esefue el sistema practicado durante décadas enAmérica Latina, un capitalismo al queerróneamente se calificó como “salvaje” cuandoestaba admirablemente organizado para servir alos intereses de una oligarquía. Es la razón por lacual cuando el “subcomandante Marcos” hincha elpecho denominándose “jefe de la lucha mundialcontra el neoliberalismo”, al que califica de“crimen contra la humanidad”, en realidad estásirviendo al capitalismo privado sin mercado, alcapitalismo asociado al monopolio político delPartido Revolucionario Institucional que, durantecuarenta años y en nombre del socialismo haalimentado la pobreza del pueblo mexicano en

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beneficio de una oligarquía.El capitalismo antiliberal fue también durante

mucho tiempo la especialidad de Japón y, comonadie ignora, de Francia. En Francia, los enemigosdel liberalismo se dan la mano en un popurrí en elque se mezclan comunistas, trotskistas, extremistasde derecha del Frente Nacional, una parte desocialistas y otra de antiguos gaullistas, muchosneokeynesianos, proteccionistas y subvencionistasculturales, privilegiados del sector público, unidostodos por los más heteróclitos motivos en unapayasada ideológica disparatada y, sobre todo,interesada.

Durante más de medio siglo, el capitalismofrancés ha sido, y sigue siendo hoy en gran parte,un capitalismo cerrado, un doble mimético delpoder político. Todas las operaciones de fusiónentre sociedades privadas, o así denominadas,todos los contratos que atañen a las empresaspúblicas y privadas sólo se decidían tras consultay aprobación por el gobierno y, en muchos casos,del presidente de la República en persona. Estatradición del capitalismo cerrado ha sido común a

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la derecha y a la izquierda. Las dos lo justificabanpor la necesidad de defender la independencianacional y la solidaridad social. Derecha eizquierda promulgaron leyes sociales y aumentaronla carga fiscal. Uno de los últimos aumentosmasivos de impuestos se debió al gobierno Juppé.Como dice Nicolas Baverez 27, dio en 1995 anuestra economía un golpe tan duro como el primerchoc del petróleo, en 1973.

Por ello no puedo por menos de volver aindignarme cuando veo el siguiente pasajeintercalado en el ensayo de Alain Touraine citadomás arriba: “El fin de la ilusión liberal”, le hacendecir, “debilitó y desorientó a la derecha, que fueviolentamente rechazada por el sufragiouniversal”. En primer lugar, la derecha francesafue rechazada en las elecciones legislativas de1997 mucho menos violentamente de lo que lohabía sido la izquierda en las de 1993. Ensegundo, como la izquierda, la derecha no hasucumbido en absoluto en Francia a la “ilusiónliberal”, si es que existe tal ilusión. Y si existe es,

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por el contrario, la Unión Europea la que cede aella sin vuelta de hoja. Pues es Europa la únicaque nos lleva hacia el liberalismo y la que haobligado a Francia a salir de la vieja cuneta“social-estatalista”, según expresión de GuySorman 28. Más bien lo que hoy se rechaza, en losactos si no en todas las mentes, es la ilusiónestatalista común a casi todos los partidospolíticos de Francia.

Esto lo analiza muy bien Jacques Lesourne 29.Ex director del diario Le Monde y presidente de laasociación Futuribles, fundada por Bertrand deJouvenel (el ilustre autor de Vers l'économiedirigée), Lesourne es un economista y sociólogo alque difícilmente se puede calificar de ultraliberalsediento de sangre.

Con algo de provocación y, en mi opinión, desimplificación, sostiene que desde la Liberaciónhasta los años 1975-1980, Francia ha sido en elámbito económico lo que él denomina una UniónSoviética con éxito. Este éxito se fraguó, dice,bajo la forma de un compromiso entre marxistas ysocialcristianos en torno al Estado. Se caracterizó

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por un sector público muy vasto, por el control deprecios, de salarios, de intercambio y circulaciónde capitales, por el control de los tipos de interésy la regulación del mercado de trabajo. Estemodelo coincidió con los en ocasionesdenominados “Treinta Gloriosos” años. Y a pesarde los gigantescos errores cometidos, se hamantenido gracias a la eficacia de laAdministración francesa y a haber dejado unapreciable margen e iniciativa a las empresasprivadas. Hoy, dice Lesourne, este modelo está endesuso, quebrado, caduco. ¿Por qué? Por suincapacidad de adaptación a las dos grandesnovedades del futuro: la mundialización y lasociedad de la información. El acontecimientohistórico al que hoy estamos asistiendo es laagonía del sovietismo a la francesa.

Cuando el secretario nacional del PartidoComunista Francés, Robert Hue, expresa el deseo30 de que el gobierno de la llamada “izquierdaplural”, en la que figuran ministros comunistas, sedesprenda de la “empresa liberal”, se anticipaaudazmente. Si hay empresa, es todavía estatal.

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Pero Hue expresa también temores fundados,desde su punto de vista, porque la erosión delsovietismo a la francesa, a pesar de los sólidosbastiones de privilegios en los que halla refugio,ha emprendido un camino sin retomo.

La economía de mercado, basada en lalibertad de empresa y el capitalismo democrático,un capitalismo privado, disociado del poderpolítico pero asociado al Estado de derecho, es laúnica economía que puede considerarseliberalismo. Es la que está estableciéndose en elmundo, con frecuencia a espaldas de los hombresque a diario la consolidan y la amplían. No se tratade que sea la mejor o la peor. Es que no hay otra—a no ser en la imaginación—. Es lo que, en1989, quería decir Francis Fukuyama en su Fin dela Historia. Describía el “punto final de laevolución ideológica de la humanidad y launiversalización de la democratización liberaloccidental como forma final de gobiernohumano”. Debido a que expresaba una verdadtan evidente como escandalosa, su libro tuvo unéxito mundial instantáneo y, a continuación, pasó

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a ser objeto de oprobio en el momento en que losfieles de la ideología difunta se recobraron. Puesaunque ya no sea posible la opción de un mundototalitario en funcionamiento, ello no obsta paraque los que odian la libertad la combatan eintenten eliminarla. Incluso a pesar de que elmundo totalitario ha sido engullido, de que suspartidarios sólo abracen el vacío, siguenqueriendo destruir la libertad como si sucontrario siguiera siendo una perspectiva plausibley un programa realizable.

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Capítulo V

De la ilusión a laresponsabilidadE L ensayo de François Furet El pasado de unailusión, de 1995, y, por tanto, posterior al fin delcomunismo, obtuvo el plebiscito del gran público.Y lo que es más notable, fue comentadofavorablemente por casi toda la izquierdaintelectual y periodística. Que libros muy críticoshacia el comunismo tuvieran éxito de público noera raro tras la guerra y antes de ella, pero aunquelas “masas” de lectores les dieran su aprobación,las elites de izquierda los ejecutaban sin siquieradiscutirlos. Que Le Monde des livres le diera elcalificativo, raramente otorgado por esteperiódico, de “obra maestra” a una obra quedesautorizaba en lo esencial la línea políticaseguida por Le Monde desde hace medio sigloinclinaba al optimismo y a pensar que por fin sehabía aprendido la lección del extravío comunista

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en este fin de siglo. Sólo el último reducto delpensamiento fósil, atrincherado en escasosórganos, entre ellos en la fortaleza medieval de LeMonde diplomatique, se administró un calmantedecretando carente de toda seriedad el trabajo deFuret, autor notoriamente incompetente comohistoriador, según esos grandes inquisidores.Aparte, pues, de algunas sabrosas excepciones,debidas más a la simpleza que a la malicia, losaplausos surgieron en gran parte de las filas deunos lectores a los que el libro aconsejabaindirectamente que revisaran con energía susconvicciones de antaño y volvieran a evaluar suscompromisos de no hace tanto.

En su momento me pareció que esaaceptación inédita provenía del hecho de que trasla desintegración de la Unión y el Imperiosoviéticos en 1991, la batalla ideológica habíaperdido todo objetivo político. Subestimaba, escierto, la capacidad de la ideología parasobrevivir a toda perspectiva verosímil deaplicación a la realidad. A pesar de la longevidadde las ideologías, dotadas de la capacidad de

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dilatarse en el vacío, ese ponerse en situación (enel sentido sartriano) de El pasado de una ilusióndifería profundamente del contexto histórico en elque se habían editado los libros de la mismainspiración anteriores a la caída del comunismo.Estos se habían publicado en una época en la quetodavía había dos bandos enfrentadosy en la quelos argumentos en ellos desarrollados podían tenerconsecuencias concretas por influir en lasopciones militantes o electorales de la opiniónpública de los países libres.

A diferencia de sus predecesores, Furet,como subraya explícitamente el título de su libro,trataba del pasado y no del presente. En pocaspalabras, no se trataba ya de política sino dehistoria. De ahí, quizá, la levedad inicial de lasresistencias. Con su acostumbrada lucidez, Furetconfiaba sin rodeos a L'Événement du jeudi 31:“Podría haber escrito sin duda este libro haceveinte años. Pero habría rozado lo impublicable.Habría provocado una espantosa polémica. En esa[reciente] época, en Francia era inconcebible ser ala vez de izquierda y anticomunista, la

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intimidación ideológica era implacable” 32.Además de la protección que le

proporcionaba el carácter retrospectivo, por nodecir indoloro, de su análisis, François Furetgozaba del escudo de haber logrado seguir siendo“un hombre de izquierda” probablemente para loscomunistas (de los que formó parte en su juventud)y, en todo caso, para los socialistas. Como essabido, uno de los síntomas de la degeneración deldebate de ideas en Francia es que la “posición”desde la que se habla es más importante que lo quese dice. François había logrado la hazaña deseguir “clasificado entre la izquierda”, en esaizquierda a la que él criticaba tanto como yo, eincluso más porque, entre otras cosas, la habíadespojado de su mito fundador: la RevoluciónFrancesa. En la entrevista con L'Événement dujeudi, que precedió en poco a las eleccionespresidenciales de 1995, tiene por otra parte elcuidado de precisar: “Votaré a Jospin sinproblemas”. Con una paradójica falta de lógica dela que con seguridad no se engañaba, añade alpunto: “Cuando hablo con los dirigentes de la

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izquierda sufro por su falta de inteligenciahistórica”. ¡Un motivo innegable para votarles,evidentemente!

A los dos años largos de El pasado de unailusión, en octubre de 1997, se publicó El libronegro del comunismo, suma de ochocientaspáginas sobre los crímenes del comunismo, detodos los comunismos que existen o han existidoen el planeta, realizada por un equipo dehistoriadores bajo la dirección de StéphaneCourtois 33. La obra obtuvo un éxito de ventas aúnmayor que el obtenido por Furet; pero, a diferenciade este último, el Libro negro provocó el furorinmediato y duradero de las elites de la izquierdapensante y periodística. Se desplegaron todos losardides, estratagemas, trapacerías y fraudes delviejo arsenal estalinista, para desacreditar el librosin discutirlo, incluso antes de que se pusiera a laventa. La izquierda no comunista dirigió esacampaña de denigración con una astucia en elsubterfugio, un ardor en la calumnia y unaexuberancia en la vulgaridad que a menudosuperaba la de los propios comunistas. Hubo

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autoridades universitarias en posición de arruinarla carrera de algunos autores, como Nicolas Werthy Jean-Louis Margolin, que les presionaron paraque se desmarcaran del libro que habíancontribuido a escribir.

¿Por qué esa diferencia de reacción frente alos dos libros? La sustancia de ambos era lamisma aunque se abordaba desde dos ángulosdistintos. François Furet debía prologar El libronegro pero se lo impidió su muerte repentina enjulio de 1997. ¿A qué se debía que una de lascaras de un mismo balance se contemplara sinentusiasmo pero con calma y la otra se rechazarasin examen y entre convulsiones furibundas? Creoque una explicación plausible es que el ser humanopuede reconocer a veces que ha sucumbido a laseducción de una “ilusión” pero jamás que ha sidocómplice de un crimen. Furet trataba el comunismocomo un error intelectual. De hecho, El pasado deuna ilusión llevaba como subtítulo: “Ensayo sobrela idea comunista en el siglo veinte”. Y Courtois ysu equipo hacen el cómputo macabro de los cercade 80 millones de muertos —aparte de los muertos

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violentos debidos a las dos guerras y otrascatástrofes “normales”, si es que así se puedenconsiderar— directamente imputables a la lógicamisma del sistema comunista. Y, repitámoslo, sibien es posible la confesión de un error, seconfiesa mucho menos voluntariamente habercometido un crimen, o haber sido cómplice ohaber cerrado los ojos cuando era imposibleignorar que se estaba cometiendo. Es cierto que,como los comunistas occidentales jamás llegaronal poder, no pudieron rivalizar en el mal con susmodelos extranjeros; que tampoco son los autoresde los crímenes perpetrados en la Unión Soviética,en China, en Cuba, en Vietnam, en Camboya, enEtiopía y en otros paraísos sobre la tierra. Perohoy hay innumerables pruebas que demuestran que,en su mayoría, estaban informados o habíanpodido estarlo si no hubieran cultivado unaceguera voluntaria. ¿Acaso uno de los maestros dela posguerra, Jean-Paul Sartre, no inculcó a laizquierda intelectual su teoría de laresponsabilidad? ¿No le enseñó que no eranecesario ser el autor personal de un crimen para

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tener que responder por él? ¿Que bastaba conhaber dejado que se perpetrara sin intentarimpedirlo ni denunciarlo? ¿Y que si se habíaignorado era porque se había elegido permitir quese cometiera? El compromiso sartriano no es unasimple posibilidad: es un hecho, es un dato. No esagradable encontrarse ante ese dato cuando se hasido militante, partidario, simpatizante osimplemente indulgente frente a la criminalidadcomunista militante. De ahí el contraste entre elresentimiento lleno de odio provocado por Ellibro negro y las lánguidas y tristementesoñadoras confesiones murmuradas de boquillapor El pasado de una ilusión.

No quiero agotar con esto la riqueza históricae intelectual de ese gran libro al que rendíhomenaje con motivo de su publicación 34. Melimitaré a recordar las dos principalesexplicaciones que da Furet de la “ilusión” pasaday con las que se quedaron los lectores que sesintieron afectados por dicha ilusión o por suherencia actual. La primera se refiere al papelpreponderante, organizador y clasificador,

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desempeñado por la “pasión revolucionaria”,desde 1789, primero en Francia, después en otrospaíses europeos —Italia, Alemania, España yRusia en primera fila— y finalmente en el mundoentero. La idea de que no se puede mejorar unasociedad mediante una reforma gradual; laconvicción de que, para progresar, hay quedestruir íntegramente todas las sociedadesexistentes y sustituirlas por otras, construidas apartir de cero; estas concepciones redentoras de lapolítica permiten entrever por qué el orgullo deponerse al servicio de tan “brillante porvenir”pudo matar tanto el espíritu crítico como el sentidomoral de miles de personas, ya se tratara de lostaimados como de los engañados. No puedo pormenos que estar de acuerdo con este análisis dadoque yo mismo lo desarrollé en El renacimientodemocrático en 1992 35.

La segunda explicación de Furet, y sin dudala central, o, en todo caso, la más pertinente parael siglo XX, el siglo del comunismo hechorealidad, consiste en mostrar cómo, a partir de losaños treinta, el deber sagrado de la lucha

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antifascista provoca una Santa Alianza de todas lasfuerzas de izquierda, alianza que se tornó enbeneficio para los comunistas por la eficacia conla que la manipularon. Furet desmenuza 36 laestrategia del Comintern que a partir de 1934 “seespecializa en utilizar la acusación de fascistacontra todos sus adversarios, ya sean de derecha ode izquierda”. Hasta ese momento, los comunistascalificaban de “fascistas” no sólo a losmussolinianos y hitlerianos sino también a losliberales y socialistas de los países democráticos.A partir de entonces, admitían que se pudiera sersinceramente antifascista sin ser comunista, pero acondición de no ser tampoco anticomunista.Obligan a la izquierda, a todos los demócratas, atomar la siguiente decisión: sólo pueden criticar aHitler si renuncian a criticar a Stalin 37. Loscomunistas ponen en cierto modo las esposas atoda la izquierda, a todos los demócratas,haciéndoles suscribirse a este principio, queresistirá incluso el pacto entre Hitler y Stalin en1939: ser anticomunista significa necesariamenteser fascista o, al menos, reaccionario. Fue en esa

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época cuando cristalizó un persistente interdictoque se expresaría, veinte años más tarde, por elfamoso y lastimoso “todo anticomunista es unperro” de Jean-Paul Sartre. Incluso en el año2000, y a pesar de que el comunismo real se hahundido en la infamia y el ridículo, se sigueconsiderando “reaccionarios” a los que locombatieron cuando era poderoso. ¡A loscincuenta y cinco años de la desaparición delnazismo y a los diez de la del comunismo, siguefuncionando la máquina de descerebrar fabricadapor el Comintern 38 en los años treinta!

Así pues, nada más publicarse el Libro negrodel comunismo proliferaron las acusaciones defascismo contra sus autores. La revista L'Histoire39 (que nos tenía acostumbrados a actuar con másética) subraya la extraña coincidencia entre laaparición del libro y la celebración de una reunióndel Frente Nacional dedicada al proceso delcomunismo. Ese mismo reproche se hace,evidentemente, en L'Humanité 40, pero esteperiódico tiene la excusa de estar para eso. Incluso

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diré que, desde siempre, es un indicador muy útilpara distinguir lo verdadero de lo falso, puestoque nadie ignora que desde el momento en quepublica algo, basta tomar su contrario para obtenerla mayor aproximación posible a la verdad. Esenormemente cómodo. Pero, desgraciadamente, aL'Humanité la siguieron Témoignage Chrétien 41

y Le Monde 42. En este último, Patrick Jarreau nosfulmina con el anatema fatídico: la “referencia alcrimen contra la humanidad y al juicio deNuremberg recuerda las declaraciones hechas enmás de una ocasión por Jean-Marie Le Pen,presidente del Frente Nacional”. Lo extraño deeste eructo ritual es su pobreza. ¿Cómo es posibleque en ochenta años la izquierda no hayaencontrado nada mejor que acusar de fascistas atodos los seres pensantes que se permiten ponerleante los ojos su auténtico currículum vitae, esdecir, no estar de acuerdo con sus juicios, no sólopolíticos sino literarios, filosóficos, económicos oartísticos? Para el director de Le Monde, Jean-Marie Colombani, el Libro negro sirve de “excusapara los que quieren demostrar que un crimen y

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otro son equivalentes, las últimas barreras que nosprotegen de la legitimación de la extrema derechaestán caducas”. ¡Curiosa concepción utilitaria dela investigación científica! ¿Acaso el trabajo delos historiadores sobre los crímenes de loscolonizadores franceses tenían como funciónexculpar a los colonizadores españoles o ingleses?Para Madeleine Rebérioux 43, presidenta de honorde la Liga de los Derechos Humanos, el objetivode Stéphane Courtois es “en cierto modo” (¿cuál?,precisemos, por favor) exculpar a Papón, elprefecto del gobierno de Vichy cuyo juicio teníalugar esos días en Burdeos. No merece la penacontarnos en sesión continua que no hay queconfundir el comunismo con el estalinismo, que esuna deformación del primero, porque los másburdos golpes bajos estalinistas siguen siendo deuso común de la intelligentsia parisina, alta ybaja, y de sus sosias políticos 44.

El historiador Pierre Vidal-Naquet ve en losautores del satánico Libro negro la voluntad de“sustituir los crímenes del nazismo por los delcomunismo, y no sólo los del estalinismo, como

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repelente universal” 45. ¿Está permitido hacer laobservación de que, hasta el presente, son másbien los crímenes del nazismo los que han sidosistemáticamente “instrumentalizados” paraocultar, minimizar, es decir, justificar los delcomunismo? ¿Está también permitido asombrarseante la idea de que la pintura de la serie comunistade los crímenes totalitarios pueda servir paraatenuar la gravedad de la otra serie? Ladescripción exacta de los crímenes del comunismono absuelve los crímenes del nazismo niviceversa. ¿Merecen llamarse investigadorescientíficos esos sectarios que razonan así, es decir,que posponen el conocimiento de la verdad a lasconsecuencias que dicho conocimiento puede tenerpara su querida causa si ilumina demasiado laopinión de la gente? Sin embargo, la sociólogaAnnette Wieviorka iza esa misma bandera, encierto modo estandarte de un lyssenkismohistórico-sociológico. En efecto, según ella, elLibro negro tiende a “sustituir en la memoria delos pueblos la criminalidad nazi por lacriminalidad comunista” 46. ¡Qué fabuloso engaño!

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¿Desde cuándo el estudio de un fenómeno históricosustituiría “en la memoria de los pueblos” a otrofenómeno histórico? Uno sonríe con indulgenciacuando ve lo grosero de la trama con la que tejenlos politicastros mediocres. ¡Pero cuando lo hacenlos investigadores científicos! La clave del enigmaes que quieren para ellos lo mismo que reprochan,sin razón, a los otros de hacer en sentido contrario:utilizar el nazismo para impedir que salga a la luzdel día la verdadera historia del comunismo.

El 4 de diciembre de 1997 participé en elprograma de Jean-Marie Cavada “La Marche dusiècle”, dedicado a El libro negro . Más adelanteme extenderé sobre él pero me gustaría recordardesde ya el gesto, tan significativo, de Robert Hue,secretario nacional del Partido Comunista Francés,quien al final de la emisión exhibió de repente unejemplar del periódico lepenista National Hebdoe increpó a Stéphane Courtois, también presente,acusándole (como empieza a ser habitual) de hacerel juego a la extrema derecha que “pide un nuevojuicio de los comunistas y de los judíos”. Que sesiga tolerando esa manera de proceder, que no

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deshonre definitivamente a los que la utilizan, yque el primer responsable de un partido presenteen el Parlamento y partícipe en el gobierno, queademás pasa por ser un comunista “moderado”, uncerebro marxista de “nuevo tipo”, puedaemplearlos sin problema en una cadena detelevisión denominada pública muestra lo lejosque está la izquierda francesa de poner sus relojesen hora respecto a la historia contemporánea. Estaizquierda prefiere juzgar a la historia, por haberseequivocado al despachar el comunismo, más que así misma, porque ella estaba y sigue estando en elbuen camino. En el coloquio de intelectuales delEste y del Oeste, mencionado anteriormente, seoyó a una dama exclamar: “¿Hemos cometidoerrores? ¡En absoluto! Es la historia la que hacambiado de dirección”.

Pero me apresuro a salvar al conjunto de laprensa y de los intelectuales de izquierda, unaparte importante de los cuales, y la que tiene másautoridad, ha sabido mostrarse, por suerte paraFrancia, a la altura de la cuestión planteada por Ellibro negro o, más exactamente, de la respuesta

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dada por dicho libro a la cuestión de lacriminalidad comunista. A diferencia de PierreBourdieu, que se ha apoltronado en una inepciaque sólo se puede encontrar en “la izquierda de laizquierda” (¡guardemos por mucho tiempo estetesoro, “punto de referencia” indispensable!)escribiendo en Le Monde 47 que nuestra sociedad“ultraliberal” (aplausos, por favor) estabaimpregnada “de una tendencia rampante odeclarada hacia el fascismo”, otros han salvado elhonor de su familia política. Jean Daniel y JacquesJulliard en Le Nouvel Observateur, JacquesAmalric y Laurent Joffrin en Libération, seencuentran, junto a André Glucksmann, entre losque cumplieron con firmeza con el deber dehonestidad intelectual y moral que impone, enprimer lugar, levantar acta de los hechos y sacarconclusiones sin contorsionismos pasados demoda. Un deber que Jean-François Bouthors haafianzado en este bello pasaje de un artículopublicado en La Croix 48: “Hay que leer, una poruna, todas las páginas de este libro y no lanzarse ala polémica sin haber respetado a las víctimas de

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las que se ocupa. Se leerá página tras página, deprincipio a fin. Diciéndose, quizá, que una páginaes un paso, modesto, entre los de los deportados yque siempre estaremos demasiado lejos de larealidad como para hacernos una idea del drama,del sufrimiento... Después de haberlo leído, hastael final, hablaremos, discutiremos. Asícumpliremos con el deber de memoria yrespetaremos el honor de las víctimas. Pues antesque hablar de ideología, de intenciones políticas,de lo que se trata es de las víctimas”.

Así, como no es raro, entre los intelectuales,los periodistas se han mostrado en este tema másescrupulosos hacia la verdad histórica que algunoshistoriadores oficiales orondamente instalados enlas organizaciones universitarias de altos estudiosy bajas obras. Ya he relatado cómo dos de losparticipantes en el Libro negro , Nicolas Werth.autor del capítulo sobre la Unión Soviética, yJean-Louis Margolin, autor del capítulo sobreChina, sufrieron las presiones de sus superioresuniversitarios, que prácticamente les chantajearoncon el futuro de su carrera conminándoles a que se

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retractaran, cosa que hicieron, especialmente el 13de noviembre de 1997 en la emisión de BérnardPivot “Bouillon de culture”.

Este abuso de poder es una buena ilustraciónde los estragos causados por el centralismouniversitario francés y de sus efectosesterilizadores en la vida intelectual nacional. Enlos países en los que la enseñanza superior y lainvestigación se diseminan por decenas deuniversidades independientes entre sí y de unpoder central englobador, una investigación puedeir sin problemas a contracorriente del humorideológico de tal o cual universidad sin que ello leimpida continuar sus trabajos o ganarse la vida. Sies valioso, otra universidad lo acogerá, sin caer enunos prejuicios capaces de chocar con losresultados de su investigación. No es eso lo queocurre en Francia, donde cada ámbito de lainvestigación de alto nivel está bajo el control deun potentado situado en la cúspide, dueño absolutode los nombramientos y los créditos, y frente alcual es indispensable la servidumbre intelectual ypersonal de todo aquel que quiera sobrevivir.

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Añado que, al obligarle a “retractarse”, el jefe deNicolas Werth demostró el bajo nivel de suconciencia científica, porque es posible retractarsede una opinión, no de un hecho. Obligar aretractarse a un historiador que dice: “Napoleónperdió la batalla de Waterloo” es una prueba debufonería totalitaria, no de controversia histórica.

Estas mezquinas peloteras no debenocultarnos el fondo del problema. Si el Libronegro provocó la “horrible polémica” queFrançois Furet se alegraba de haber evitado con Elpasado de una ilusión es porque, por el simplehecho de agrupar el conjunto de los crímenes delcomunismo dejando hablar solamente a larealidad, articula una acusación mucho másdemoledora para el comunismo (y para los que loaclamaron o aceptaron) que el libro publicadosólo un año antes.

La “pasión revolucionaria” que evoca Furetpuede, como todas las pasiones, ser ciega. Es unadebilidad en la que, en el caso del comunismo, hayque lamentar haber caído: no es un crimen. Lasolidaridad antifascista puede haber sido una

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trampa en la que se ha caído, pero es una trampahonrosa. Los ingenuos que cayeron en ellacometieron sin duda un error de juicio, no una faltacontra la moral. No era agradable recordar graciasa Furet que uno había estado engañado, pero noera ser criminal.

Con el Libro negro pasamos de laamonestación paternal a la sala de lo criminal.Legiones de criminales comunistas desfilaban alcompleto por primera vez, inventariadas yreunidas en una síntesis exhaustiva. Cada uno delos informes reunidos en esa masa contieneinformaciones que, en parte, se conocían desdehacía tiempo. Pero como llegaban a Occidente enpequeños paquetes separados y unas veces atañíana un país comunista y otras a otro, erarelativamente fácil criticarlas, hacer como que nose veían, enterrarlas a toda velocidad. La historiade la autodesinformación de Occidente se ha idoescribiendo a lo largo de la historia delcomunismo 49. La novedad del Libro negro , larazón de su violento efecto de choque, es que nospresenta la suma total. Además, por ser fruto del

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trabajo de investigadores eminentes, añade nuevasinformaciones a las ya sabidas. Controla, verifica,corrobora y completa. De ello surge unaconclusión: el comunismo fue otra cosa, y muchopeor, que una “ilusión”: fue un crimen. Haber sidocomunista significaba haber sido coautor ocómplice de un colosal crimen contra lahumanidad.

Y además, la “connivencia”, como decía elpobre cardenal Decourtray, que amplias capas dela izquierda no comunista mantuvieron con elcomunismo podía explicarse durante los añostreinta por imperativo de la lucha antifascista.Pero (y es una objeción que he hecho a Furet, tantoen mi reseña de su libro como en varios debatesposteriores, públicos o privados) esa justificacióndeja de ser pertinente tras la guerra y más aúndespués, en los años setenta. Y fue precisamenteen esos años en que no sólo no había ningúnpeligro serio de fascismo en Europa sino que, porel contrario, acababan de desvanecerse elfranquismo y el salazarismo, cuando lossocialistas se dedicaron a remarxizarse, a

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acercarse al PCF, a la Unión Soviética y a arrojaral infierno de la reacción eterna a los pocosobstinados que analizaban sin condescendencia elcomunismo. Furet fuerza un poco la mano cuandosugiere que los socialistas siempre han respetadoel comunismo en virtud del precepto: “¡Ningúnenemigo a la izquierda!”. Recordemos, sinnecesidad de remontarnos al congreso de Tours, alos años veinte, al imperecedero “¡Fuego a LéonBlum, fuego a la socialdemocracia!” delperecedero Aragon, que la II Internacional y, enFrancia, la SFIO volvieron, en la Resistencia ydespués de 1945, a su tradición antitotalitaria. Elsocialista Jules Moch, ministro del Interior de1947 a 1950, no dio la impresión de que leparalizara el miedo a ser consideradoanticomunista cuando reprimió sin miramiento lashuelgas insurreccionales del invierno de 1947-1948, ni cuando desveló sin rodeos, en la tribunade la Asamblea Nacional, los secretos de la Bancasoviética en Francia y su papel en la financiaciónpor Moscú del Partido Comunista Francés. Fue unpresidente del consejo de ministros socialista,

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Paul Ramadier, el que en mayo de 1947 expulsódel gobierno a los ministros comunistas. Y es laépoca en la que el lema favorito de la SFIO era:“Los comunistas no están a la izquierda, están alEste”. El tabú de los años treinta que prohibía a laizquierda el anticomunismo y el antisovietismohabía sido, pues, pulverizado. Acabó dedesaparecer del todo cuando las revueltaspopulares de Berlín Este en 1953, de Polonia yHungría, en 1956, revueltas reprimidas por elocupante soviético con la ferocidad conocida.Durante los años cuarenta y cincuenta, la relaciónentre las dos izquierdas había dado un vuelco.Lejos de doblar el espinazo y de seguir tragandocon el chantaje comunista: “Si sois anticomunistas,sois fascistas”, los demócratas de izquierdapasaron a ser fiscales y les llegó el turno de acusara los comunistas exigiéndoles una explicación dela incalificable conducta de la Unión Soviética enEuropa central. El “informe secreto” de NikitaJruschev en 1956 terminó de desacreditar a loscomunistas como paladines de las libertades. Y laconstrucción del Muro de Berlín, en 1961,

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fortaleció ese descrédito.No puede por menos de asombrar ver cómo,

durante los años sesenta y, todavía más, en lossetenta, se vuelve a instaurar el tabú que proscribeel anticomunismo a la izquierda —¡e incluso a laderecha!—. En Francia se adopta el “Programacomún” social-comunista que, lejos de debersesólo a causas electorales ligadas a los imperativosdel escrutinio mayoritario, traducía una renovaciónde las convicciones marxistas-leninistas profundasen la nueva generación socialista. Willy Brandt enAlemania, Olof Palme en Suecia, Kalevi Sorsa enFinlandia, empujan a la socialdemocracia hacia elsentido prosoviético. Y, bajo ese impulso, laInternacional Socialista se dedicó, por primera vezen su historia, a hacer la corte a Moscú. De entrelos dirigentes socialdemócratas europeos, sóloMario Soares en Portugal y Felipe González enEspaña se resistieron a esta evolución. En unaépoca en que ya era imposible ignorar no sólo elcarácter irremediablemente despótico de todos losregímenes comunistas sino también su fracasoeconómico y cultural crónico, los progresistas

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occidentales se dedicaron a copiar como nunca sudoctrina. Así, en 1977, el PS francés dio a luz unaPequeña bibliografía socialista destinada a laformación teórica de sus afiliados. El folleto estáenriquecido con un prefacio de Lionel Jospin,entonces secretario nacional y futuro primersecretario del PS, para luego ser ministro deEducación Nacional, candidato a la presidencia dela República y primer ministro. La lista de los“clásicos del socialismo” cuya lectura serecomienda a los militantes está, de hecho,compuesta prácticamente por clásicos... delcomunismo. Excepto Jaurès y Blum, cuyas obrashubiera sido difícil censurar, la Bibliografía nomenciona, según una lógica típicamente leninista,ninguno de los autores fundamentales de latradición marxista reformista, Karl Kautsky, OttoBauer o Édouard Bernstein. Siguiendo la tendenciadel sectarismo bolchevique, esas bestias negras deLenin desaparecen. Y sobreviven, además de Marxy Engels, sobra decirlo, el propio Lenin, RosaLuxemburgo, Antonio Gramsci, Mao Zedong(cuyos crímenes, en 1977 ya estaban ampliamente

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documentados y su inanidad filosófica sacada a laluz del día por Simón Leys) y, finalmente, FidelCastro, otro virtuoso de los pelotones deejecución, a quien ni los soviéticos habían tenidoel valor de elevar a la categoría de pensador. Unollega a lamentar que el PS no haya empujado a susmilitantes a impregnarse de las obras de esostitanes intelectuales llamados Kim Il Sung y EnverHoxha.

Unir la excomunión de los anticomunistas conla necesidad de contrarrestar el fascismo meparece, pues, una muestra de lo que el propio Furetrepudiaba en Pensar la revolución francesa comohuera “explicación por las circunstancias”, a vecesimaginarias.

Pero quiero precisar que todos los elementosdestinados a cerrar el pico a los detractores delLibro negro se encuentran ya en El pasado de unailusión. Furet no hubiera aceptado prologar elhercúleo trabajo emprendido por StéphaneCourtois y su equipo, y que sólo su prematuramuerte le impidió hacer, si no hubiera estadoconvencido de la verdad de sus resultados. Hay

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que decir por último que, para el público, laimagen simplificada del ensayo de Furetdescansaba en dos ideas: “ilusión” y “frenteantifascista”. Toda obra de reflexión que logra unadifusión masiva se ve reducida a un pequeñonúmero de tesis tanto más sumarias cuanto másamplio es el círculo de su audiencia.

El misterio de las reacciones frente al Libronegro reside en que el alegato fariseo a favor delcomunismo y la taimada rabia contra elanticomunismo han sobrevivido no sólo al peligrofascista ¡sino incluso a la esperanza comunista!Furet subraya con mucha claridad estacontradicción en el epílogo a El pasado de unailusión: “En Occidente, es más universal lacondena al anticomunismo en vísperas de laimplosión del régimen fundado por Lenin que enlos buenos tiempos del antifascismo victorioso”.

Ninguna de las justificaciones que desde1917 se han hecho a favor del comunismo real haresistido a la experiencia; ninguno de los objetivosque pretendía alcanzar ha sido alcanzado: ni lalibertad, ni la prosperidad, ni la igualdad, ni la

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paz. A pesar de que su desaparición se debe másal peso de sus vicios que a los golpes de susadversarios, posiblemente no ha estado nunca tanferozmente protegido por tantos censores tandesprovistos de escrúpulos como después de sunaufragio.

¡Cuánta abnegación se necesita para luchar afavor de un sistema político e ideológico quecarece de futuro, y hasta de presente, y cuyopasado es tan grotesco, estéril y sangriento! Llevarhasta tan lejos el sacrificio voluntario de la propiainteligencia conduce a la estima, pero sigue siendoun enigma: sin duda, el enigma del hombre mismo.

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Capítulo VI

Pánico entre los negacionistasL OS negacionistas pronazis son sólo un puñado.Los negacionistas procomunistas, legión. EnFrancia hay una ley (la Ley Gayssot, nombre deldiputado comunista que la redactó y que, como sepuede comprender, sólo ha mirado los crímenescontra la humanidad con el ojo derecho) que prevésanciones contra las mentiras de los primeros. Lossegundos pueden negar con toda impunidad lacriminalidad de su campo preferido. Hablo nosólo del campo político, en singular, sino tambiénde los campos de concentración en plural: el gulagsoviético de ayer y el laogai chino, hoy en plenaactividad, con sus miles de ejecuciones sumariasanuales, que, por otra parte, no son más que losprincipales modelos de un tipo de establecimientoconsustancial a todo régimen comunista.

Es comprensible que, acostumbrados a esetrato desigual, los negacionistas procomunistas se

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quedaran estupefactos con motivo de lapublicación del Libro negro , que establecesólidamente dos verdades: el comunismo siemprefue, siempre es, intrínsecamente criminógeno; y,por ello, no se distingue del nazismo.

Un diluvio de imprecaciones cayó, pues,sobre los blasfemos. El director de Le Monde losacusó de “amalgama”, mientras que Lily Marcouno era consciente de estar cometiendo una alhablar, también sin mucha imaginación, de “regaloal Frente Nacional cuando se está celebrando eljuicio a Papón”. Una de las astucias permanentesde la izquierda prototalitaria consiste en negarse atomar en consideración los hechos con el pretextode que, aunque estén probados, no es el momentoadecuado para hablar de ellos porque beneficia alfascismo. Para el comunista Gilles Perrault, ellibro constituía una “impostura intelectual” y parael trotskista Jean-Jacques Marie una “estafa”. Unoalucina con la pobreza de unas acusaciones que serepiten de modo invariable desde los años veinte,treinta, cuarenta, cincuenta, contra Panaït Istrati,Boris Souvarine, Víctor Serge, André Gide, Arthur

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Koestler, David Rousset, Victor Kravtchenko,Robert Conquest... Son las mismas injurias con lasque se acogió Archipiélago Gulag —¡casi veinteaños después del informe Jruschev!—. Si alguienquiere estudiar un sistema mental que funcionetotalmente independiente de los hechos y elimineinstantáneamente toda información que contradigasu visión del mundo debe estudiar el de losenemigos de la historia científica del comunismo.Constituyen unos ejemplos insustituibles.

Como sucede en ocasiones, los comunistasinscritos o sus periodistas juramentados semuestran más ágiles a la hora de esquivar que sustorpes aliados. A veces admiten que “no se puedennegar los crímenes de los que se informa en elLibro negro”, como hizo Régine Deforges en sucrónica de L'Humanité 50. ¿De qué se trata, pues?De sostener que esos crímenes no sonrepresentativos del comunismo. Es la táctica queaplicará, imperturbable, el secretario nacional delPCF, Robert Hue, a lo largo del mencionadoprograma “La Marche du siècle”, en el queparticipé en compañía de Stéphane Courtois,

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Andrei Gratchev, antiguo portavoz de Gorbachov yautor de L’Histoire vraie de la fin de l’URSS 51,de Jean Ferrat, estrella comunista de la canción yde Jacques Rossi. Este último, antiguo miembrofrancés de la Internacional Comunista casinonagenario, estuvo detenido en Moscú antes de laguerra por motivos imaginarios como tantos otrosbuenos y fieles servidores comunistas, y luego fueenviado al gulag, en el que vivió unas instructivasjornadas durante diecinueve años. Acababa depublicar —motivo por el que Jean-Marie Cavadale invitó al programa— un Manuel du Goulag,“dictionnaire historique” 52. En él demuestra,gracias a su experiencia de viejo cliente de esetipo de veraneo, que el gulag era mucho más queun campo de concentración represivo y liquidador.“El gulag”, escribe, “servía de laboratorio alrégimen soviético con el fin de crear unasociedad ideal: posición de firmes y pensamientoúnico” (la cursiva es mía).

Duras palabras para los comunistas presentesen el programa. Por ello, a lo largo de la velada,Robert Hue aplicó su plan de batalla en dos partes.

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“En primer lugar”, dijo, “reconocemos laexistencia de los horrores relatados en el Libronegro. En segundo, esos horrores no tienen nadaque ver con el comunismo. Son su perversión. Nose derivan de él, lo traicionan”.

Hay que admirar la ingenuidad con que estossocialistas “científicos” defienden la existencia defenómenos históricos sin causa, y cómo son presade la desagradable costumbre de repetirse con laregularidad de la rotación de un astro. Larepresión de un campo de concentración o de unacárcel, los juicios amañados, las depuracionesasesinas, las hambrunas provocadas, acompañan atodos los regímenes comunistas, sin excepción, alo largo de su camino. ¿Puede ser fortuita esaasociación constante? ¿Residirá, por el contrario,la esencia verdadera del comunismo en lo quejamás ha sido, en lo que jamás ha producido? ¿Enqué consiste ese sistema, que, como nos dicen, esel mejor concebido nunca por el hombre pero queestá dotado de la propiedad sobrenatural de hacerrealidad, únicamente y por doquier, lo contrario desí mismo, su propia perversión?

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El 7 de noviembre, los comunistas presentesen el programa “Bouillon de culture” habíansostenido ya que la historia del comunismo, tal ycomo había sido, no tenía ninguna relación con elcomunismo. ¿Por qué se obstinan ustedes entoncesen negar los crímenes de esos regímenestotalitarios si, según dicen, no son comunistas? Siles tienen tanto apego es que al menos lo eran unpoco... En caso contrario, tendríamos por una parteuna serie de causas portadoras de la más sublimeperfección y, por otra, una serie de efectos que secuentan entre los más execrables de la historiahumana. Yeso no es materialismo histórico, esmagia negra. A pesar de lo inverosímil de sudelirio razonador, los comunistas presentes en“Bouillon de culture” lograron su propósito: cortarconstantemente la palabra a los historiadores y quelos telespectadores no lograran enterarse delcontenido del Libro negro . Misión cumplida. ¡Ypara colmo, un comunista encontró el modo deacusar a Stéphane Courtois de... antisemita!

En “La Marche du siècle”, Robert Hue nossirvió la misma cantinela: el comunismo era un

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hermoso cerezo que, por el más incomprensibleazar, no daba más que setas venenosas. Paraadornar este razonamiento tan poderosamenteracional, Jean Ferrat jugó al sentimentalismollorón. Se enterneció con la generosidad, lafraternidad, la esperanza, etcétera..., comunistas.Robert Hue había venido a andarse por las ramas yJean Ferrat a lloriquear. Era dúo bien ensayado. Elbroche final consistió en la repetición de lajugarreta de “Bouillon de culture”. Fue elmomento, ya narrado, en el que el secretarionacional se sacó de la manga y blandió ante lacámara un ejemplar del periódico lepenistaNational Hebdo, mientras nos acusaba, a StéphaneCourtois, a Jacques Rossi y a mí de hacer el juegoal fascismo. Dentro de la despreciableconspiración de nuestra “banda de los tres”, habíaque condenar como especialmente hipócrita laingeniosa treta de Jacques Rossi. ¿No habíallevado su vicio reaccionario hasta lograr que loencerraran durante diecinueve años en el gulag conel único fin de que en un futuro sirviera para lapropaganda anticomunista de un futuro Frente

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Nacional que entonces ni siquiera existía? Por otraparte, ¿quién no es fascista para los comunistas enalgún momento su vida? ¿Es necesario recordarque, hasta la consigna de unidad de acción que diolugar al nacimiento del Frente Popular de 1936, elPCF y la Internacional Comunista denominabannormalmente a los socialistas los “social-fascistas”?

* * * Otra de las lecciones que se desprenden de lalectura del Libro negro fue aún mucho másindigesta para la izquierda: ponía en pie deigualdad al comunismo y al nazismo. Comoprecisamente dice Jacques Rossi en su Manuel duGoulag: “Es inútil tratar de saber cuál de lostotalitarismos de nuestro siglo fue más bárbaropuesto que ambos impusieron el pensamientoúnico y dejaron montañas de cadáveres”. Esteparentesco entre el comunismo y el nazismo es untema recurrente en la izquierda aunque se entierreperiódica y sabiamente. Romain Rolland,

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partidario relativamente lúcido de la revoluciónbolchevique, dijo en 1927 antes de que ésta cayeraen la decadencia estaliniana: “No he variado en loque al bolchevismo se refiere. El bolchevismo,portador de altas ideas [o, dado que elpensamiento nunca ha sido su fuerte, representantede una gran causa] la ha y las ha arruinado debidoa su sectarismo estrecho, su inepta intransigencia ysu culto a la violencia. Ha engendrado el fascismo,que es un bolchevismo a la inversa” 53. FrançoisFuret, que cita este texto en El pasado de unailusión, da otros ejemplos que demuestran cómo,hasta en los momentos en que dominaba el tabúcasi inviolable de la solidaridad antifascista conlos comunistas, algunos demócratas tuvieron elvalor de seguir recordando el parentesco entre losdos totalitarismos. En junio de 1935, cuando Stalinenvió al comunista de oposición Victor Serge aSiberia, un gran profesor antifascista italiano,Gaetano Salvemini, exiliado por Mussolini, subióal estrado y, ante una sala controlada casi en sutotalidad por el Comintern y su delegado, WillyMünzenberg, tuvo el valor de declarar: “No me

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sentiría con derecho a protestar contra la Gestapoy contra el OVRA fascista si me esforzara enolvidar la existencia de una policía políticasoviética. En Alemania hay campos deconcentración, en Italia islas que sonpenitenciarías y en la Rusia soviética estáSiberia... Es en Rusia donde Victor Serge estápreso”. El mismo Victor Serge escribiría en 1944:“El totalitarismo estalinista es el relevo terribledel totalitarismo nazi”. Y Léon Blum escribe enenero de 1940 en Le Populaire, órgano del PartidoSocialista: “Parece como si Stalin tuviera desdehace tiempo, ante los ojos y con el conocimientode Hitler, una preferencia, una clara tendenciahacia la alianza germano-soviética. Esa tendencia,añadida al odio y desprecio hacia las democraciasoccidentales, fue señalada en incontablesocasiones por nuestros camaradas mencheviques opor comunistas desengañados como BorisSouvarine”. Se observará de paso cómo elapestado Boris Souvarine vuelve a ser(provisionalmente) citable. En 1935 le habíacostado un enorme trabajo encontrar un editor para

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publicar su libro Stalin, monumento de lahistoriografía sobre el bolchevismo, que, tras laguerra y su recaída en el infierno delanticomunismo visceral, fue imposible deencontrar hasta su reedición en... 1977. Sin duda elartículo de Blum fue inspirado en parte por elterrible golpe sufrido por la izquierda el veranoprecedente con el pacto germano-soviético. Perosólo en parte porque la línea socialistaantitotalitaria se remonta hasta el congreso deTours de 1920. Otros muchos documentos podríanapoyar la siguiente afirmación: el paralelismoentre los dos totalitarismos no data del Libronegro de 1977 y se estableció con frecuencia, apesar del terror intelectual que reinaba cuando losdos regímenes coexistían.

Si después fue objeto de un veto cada vezmás estricto se debió a dos razones. La primera,que la Unión Soviética participó en la guerracontra Hitler. La segunda está relacionada con elcarácter único e incomparable de la Shoah.

Al primer argumento se puede replicar, y dehecho así se ha hecho con frecuencia, que Stalin se

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encontró en el bando de los aliados a su pesar, yque lo que más le hubiera gustado hubiera sidodisfrutar en paz los regalos territoriales que le hizoHitler en 1939 como pago de su neutralidad. FueAlemania quien atacó Rusia en junio de 1941 y noa la inversa. La falta de preparación con la que laofensiva sorprendió a unos dirigentes soviéticosmuertos de miedo es de sobra conocida. Además,el argumento según el cual el comunismo esdemocrático porque contribuyó a la luchaantifascista es de tan poco recibo como el queconsiderara que el nazismo fue democráticoporque participó en la lucha contra el estalinismo.No se ha absuelto a los colaboracionistasfranceses que lucharon al lado de los nazis o queles apoyaron ideológicamente, con el pretexto deque llevaban a cabo una “cruzadaantibolchevique”, aunque se considerara, comoellos, que el comunismo es inaceptable. Pero, si seotorga el título de demócratas a los comunistas quelucharon contra el fascismo habrá que darlesretrospectivamente la razón. Una tiranía puede muybien luchar contra otra, Saddam Hussein guerreó

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contra el imán Jomeini sin que ninguno de los dosse convierta por ello en demócrata. Y losauténticos demócratas que, por las circunstanciasque sean, se encuentren asociados a un campototalitario deben guardarse muy bien de olvidarque los móviles de su aliado provisional no tienennada en común con los suyos.

Por el contrario, el argumento que pone derelieve el carácter excepcional del exterminio delos judíos de Europa debe ser admitido y seimpone a todo observador de buena fe. Pero deello no se deriva que haya que considerar la Shoahel único crimen contra la humanidad, o el únicogenocidio jamás perpetrado. En 1945, el fiscalgeneral francés en Nuremberg, François deMentón, decía, subrayando la motivaciónideológica de los crímenes nazis: “No nosenfrentamos a una criminalidad accidental,ocasional, nos hallamos ante una criminalidadsistemática derivada directa y necesariamente deuna doctrina”. Esta definición de crimen contra lahumanidad, enunciada a propósito de los crímenesnazis es válida palabra por palabra para los de los

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comunistas. Es más, el Código Penal francés de1992 corrobora plenamente dicha adecuacióncuando introduce en el concepto de crimen contrala humanidad la deportación, la reducción aesclavitud, la práctica masiva y sistemática deejecuciones sumarias, de secuestros de personasseguidos de su desaparición, de tortura, de actosinhumanos inspirados por causas políticas,filosóficas, raciales o religiosas y organizadoscomo ejecución de un plan concertado contra ungrupo de población civil”. Pues bien, toda lahistoria del comunismo está jalonada de masacresy deportaciones sistemáticas de grupos sociales oétnicos por lo que son y no por lo que hacen. Porejemplo, el 27 de diciembre de 1929, Stalinanunció “una política de liquidación de los kulakscomo clase” 54.

Siempre según el Código Penal francés, es uncrimen contra la humanidad “todo crimen cometidoen nombre de un Estado que practica una políticade hegemonía ideológica” y “como ejecución deun plan concertado tendente a la destrucción total oparcial de un grupo nacional, étnico, racial o

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religioso, o de un grupo determinado a partir decualquier otro criterio arbitrario”. Uno creeríaestar leyendo un breve memento de la historia delos principales regímenes comunistas. ¿Hay quevolver a repetirlo tras la publicación del Libronegro? En la URSS, el método que seguía la GPU,antecedente del KGB, era el de las cuotas: cadaregión debía detener, deportar o fusilar a unporcentaje determinado de personas pertenecientesa determinadas capas sociales, ideológicas oétnicas. No era el individuo ni su eventualculpabilidad personal (por otra parte, ¿respecto aqué?) lo que contaba sino el grupo al quepertenecía. Y, sin embargo, periódicamente serechaza la comparación nazismo-comunismo desuerte que, cuando un nuevo autor vuelve ahacerla, la izquierda repite las mismas fastidiosasargucias para volverla a enterrar.

De este modo, cuando, en noviembre ydiciembre de 1996, France 3 emitió una serie detres capítulos sólidamente documentados sobre lasrelaciones y la colaboración entre Hitler y Stalin,Hitler-Stalin, relaciones peligrosas, realizada por

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Jean-François Delassus y Thibauld d’Oiron, en laque quedaba palmariamente demostrado que esacomplicidad política y esa admiración recíprocaeran muy anteriores al pacto germano-soviético de1939, la respuesta fue el silencio. Pero un añodespués dicho silencio se rompió debido al éxitode l Libro negro del comunismo , al que, en unprimer momento, una parte de la izquierda intentó,sin embargo, desautorizar. Algunos de los autoresde este libro llegaron incluso a retractarse y decire n L'Humanité lo contrario de lo que habíandemostrado en su texto. Por su parte, MadeleineRebérioux, presidenta de honor de la Liga de losDerechos Humanos, en la ya citada entrevistapublicada en Le Journal du Dimanche declara queno se puede asimilar el comunismo al nazismoporque el comunismo, aunque masacró a un buencentenar de millones de seres humanos, no lo hizopor un principio de discriminación racial, lo quees falso en algunos casos. Además, asesinar a ungrupo humano, sea el que sea, en función de lo quees y no en función de la eventual culpabilidadindividual de cualquiera de los que lo componen,

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es un crimen totalitario y su esencia es la misma yase trate de nazis o de comunistas.

Por lo que a la Liga de Derechos Humanos serefiere, durante el Gran Terror, en 1936 conmotivo de los primeros procesos de Moscú, creóuna comisión de investigación a petición de supresidente, Victor Basch, de la que él mismoformaba parte así como un abogado de la Liga,Raymond Rosenmark. Este, tras un viaje a Moscú,llegó a la conclusión de que los acusados eranculpables. Para encubrir los juicios amañados seapoyó en un sublime argumento de Emile Kahn,secretario general de la Liga: “Si el capitánDreyfus hubiera confesado, no habría habido casoDreyfus”. Invocar a Dreyfus para justificar lacondena a muerte de inocentes es un monumento alcinismo y la hipocresía. Algunos ingenuosmostraron su asombro. La Liga los redujoinmediatamente al silencio. Les Cahiers de laLigue censuraron las cartas de protesta de algunosde sus miembros y, en particular, rechazaron lapublicación de un artículo de Magdeleine Paz,criticando el informe Rosenmark. Tras el segundo

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juicio, en enero de 1937, la Liga rehusó unaproposición de interceder ante la embajada de laURSS. Más tarde, la supuesta comisión deinvestigación se desvaneció en la nada, de donde,a decir verdad, nunca debió salir pues únicamentesirvió de portavoz del fiscal Vychinski. Elrecuerdo de esa complicidad con crímenes contrala humanidad debería haber inspirado a Rebériouxun poco más le “arrepentimiento” por cuenta desus predecesores y un poco menos de altanería porla suya propia. No está claro por qué elnegacionismo y la puesta en duda de los crímenescontra la humanidad son delitos penales cuando setrata de crímenes nazis y no lo son cuando se tratade crímenes comunistas.

O, más bien, sí lo está. En La tentacióntotalitaria me esforcé en plantear este problema yen esbozar una respuesta. La clave de estasestúpidas discordias se halla en un fenómenofácilmente observable. En toda sociedad, incluidaslas sociedades democráticas, hay una proporciónimportante de hombres y mujeres que odian lalibertad —y, por tanto, la verdad—. La aspiración

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a vivir en un sistema tiránico, ya sea para serpartícipe del ejercicio de dicha tiranía, ya sea, loque es más curioso, para sufrirla, es algo sin locual no se explica el surgimiento y la duración delos regímenes totalitarios en el seno de los paísesmás civilizados, como Alemania, Italia, China o laRusia de comienzos del siglo XX, que no era enabsoluto la nación de salvajes pintada por lapropaganda comunista.

La genialidad del comunismo ha residido enautorizar la destrucción de la libertad en nombrede la libertad. Permitía aniquilarla a sus enemigoso justificar a los que la aniquilaban en nombre deuna argumentación progresista. Y a partir delmomento en que historiadores o filósofos políticosrechazan esa argumentación, limitándose aregistrar los comportamientos de los dirigentes yel número total de víctimas, y constatan laidentidad cronológica, estructural y criminal entreel nazismo y el comunismo, el subterfugio de losadversarios “progresistas” de la libertad y laverdad desaparece de un plumazo.

Por eso es por lo que combaten tan

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encarnizadamente esa asimilación, repitiendo sincesar penosos sofismas de una lastimosaindigencia intelectual. Sempiternos sofismas queconsisten en negar la naturaleza intrínsecamentecriminógena del comunismo o en exigir a gritos laapertura de un “libro negro del capitalismo”. Esinnegable que los Estados capitalistas hancometido crímenes. Todos los Estados loscometen. Pero, dejando a un lado el hecho de quelos crímenes de las democracias capitalistas notienen el carácter masivo y constante de loscrímenes nazis o comunistas y son,cuantitativamente, mucho menores, la diferenciafundamental es otra. Es cualitativa: lasdemocracias capitalistas no tienen necesidad decometer crímenes para existir, mientras que losregímenes totalitarios, sean cuales sean, no puedensubsistir sin cometerlos. No se trata de saber si elcapitalismo, el cristianismo, el islamismo, lasmonarquías o las repúblicas han cometidocrímenes o no. La respuesta es sí. Se trata de sabersi la comisión de esos crímenes era unacompañamiento permanente de su actividad. La

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respuesta es no. Por el contrario, la criminalidadva asociada constantemente al comunismo. Fue lacondición intrínseca de su existencia y de susupervivencia. Y la objeción de que las matanzasfueron menores en Hungría o en Checoslovaquiaque en la URSS o en China no es más que unapenosa excusa. Aparte de que las condenas amuerte judiciales, los juicios amañados tan caros anuestra Liga de los Derechos Humanos tambiénflorecieron allí (como en Cuba), se trataba decolonias periféricas ocupadas por el Ejército Rojoy en las que se desencadenaba una represiónsangrienta cada vez que surgía un desorden. Segúnsus defensores, el comunismo habría engendradocrímenes, por doquier y siempre, sin sercriminógeno. Curiosa aplicación del principio decausalidad.

Otra estratagema de defensa, cuando no haymás remedio que aceptar la existencia de crímenescomunistas contra la humanidad, consiste en negarque el régimen que los cometió fueraauténticamente comunista. La guinda en esteterreno se debe a Jean Lacouture, quien, en su

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libro Survive Le peuple cambodgien (1978), trasdeplorar, lo que no deja de tener su mérito, elelogio que había hecho con anterioridad de losjemeres rojos, niega llanamente que Pol Pot y suscómplices se guiaran por una ideología comunista.Según Lacouture, el régimen de Pol Pot era un“fascismo tropical” y un “social-nacionalismo dearrozal”. Así, cuando es innegable que un ideólogomarxista de la más pura tradición leninista secomporta como un verdugo nazi, la explicación essimple: es, precisamente, porque era nazi y nocomunista.

La batalla para privar de sus sórdidossubterfugios a los enemigos de la libertad siguesiendo hoy, pues, necesaria. Lo es, en primerlugar, porque el comunismo, con su andamiaje deestafas ideológicas, sigue matando. En el Tíbet,por ejemplo, se calcula en al menos 1,2 millonesel número de tibetanos que han perdido la vidadebido a la ocupación de su país por parte deChina, tras la invasión. Y no es sólo laaniquilación o la esclavitud físicas del pueblotibetano lo que el comunismo ha perpetrado, sino

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también su aniquilación cultural, con ladestrucción de casi todos sus monasterios ybibliotecas, la prohibición, lograda en gran parte,de hablar y enseñar la lengua tibetana. El Tíbetcuenta actualmente con ocho millones de colonoschinos transportados a la fuerza frente a seismillones de tibetanos. La segunda razón paracontinuar luchando sin descanso contra laocultación de la naturaleza intrínsecamentetotalitaria y criminógena del comunismo es que, apesar de haber retrocedido notablemente desde elhundimiento de la Unión Soviética, el comunismosigue siendo una esperanza para los enemigos dela libertad, siempre ávidos de instaurar laopresión en nombre de la defensa de losoprimidos. Dos profesores, uno de Filosofía en laUniversidad de París VIII y otro de CienciasPolíticas en el Instituto de Ciencias Políticas deLyon, firmaban en Le Monde del 15 de octubre de1997 un interminable artículo en el que se leía: “Adiferencia de lo que parecía peas François Furet,la historia pasada de la liberación social no esportadora de catástrofes totalitarias ineluctables.

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De la lucha de los oprimidos afloran imágenes deuna emancipación que puede llegar a ser efectivaen nuevos contextos” (la cursiva es mía).Declaración ejemplar, pues contiene una mentira y,a la vez, una amenaza. La mentira elude el hechode que el comunismo no tiene nada que ver con “lahistoria pasada de la liberación social”, de la que,en la práctica, ha sido su peor enemigo. Laamenaza es esa inquietante promesa de intentar querenazca “la emancipación” a través del gulag enunos misteriosos “nuevos contextos”. Siempre lomismo: todo aquel que subraya la identidad delfascismo y del socialismo es de derecha y todoaquel que es de derecha es, en el fondo, deextrema derecha y, por tanto, fascista.

Nada ha cambiado desde 1975, época en laque Bernard Chapuis escribía en Le Monde:“Alexander Solzhenitsin lamenta que Occidentehaya apoyado a la URSS frente a la Alemanianazi... Antes que él, occidentales como PierreLaval pensaron lo mismo y gente como Doriot yDéat recibieron a los nazis como liberadores”. Elautor de Archipiélago Gulag no era mejor tratado

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por la izquierda española. Cuando en marzo de1976, seis meses después de la muerte de Franco ycon las reformas democráticas del rey Juan Carlosen marcha, concedió una entrevista a la televisiónen la que declaró que había muchas más libertadesen la España de 1976 que en la URSS, un escritorde la izquierda no comunista, Juan Benet, lerespondió: “Creo firmemente que mientras existagente como Alexander Solzhenitsin deberán existirlos campos de concentración. Incluso deberíanestar mejor vigilados para que personas comoAlexander Solzhenitsin no puedan salir”(Cuadernos para el diálogo, 27 de marzo de1976). Juan Benet siguió siendo un intelectual“respetado”. En suma, una cierta izquierda, másnumerosa de lo que se piensa, tiene necesidad decreer que el que no es socialista es nazi. Por esoes por lo que lucha tan ferozmente para impedir laconstatación de una evidencia: la esencialidentidad concreta de los dos totalitarismos. Lapolémica sobre la eventual equivalencia delnazismo y del comunismo seguirá siendoininteligible y no tendrá solución mientras se

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pierdan de vista sus respectivas relaciones con loque les une —sus comportamientos— y lo que lessepara —sus ideologías.

En efecto, hay que distinguir dos clases deregímenes totalitarios. Aquellos cuya ideología eslo que yo denominaría directa y salta a la vista —Mussolini y Hitler dijeron siempre que eranhostiles a la democracia, a la libertad de expresióny de cultura, al pluralismo político y sindical—.Hitler, además, expuso ampliamente, antes dellegar al poder, su ideología racista y,especialmente, antisemita. Por ello, los partidariosy adversarios de esos tipos de totalitarismo sesitúan desde el primer momento a un lado y a otrode una línea divisoria netamente trazada. No hahabido “decepcionados” por el hitlerismo porqueHitler hizo lo que había prometido. Su caída sedebió a causas externas. El comunismo esdiferente de esos totalitarismos directos, puesutiliza la disimulación ideológica, que definirérecurriendo al vocabulario hegeliano, comomediatizada por la utopía. Ese desvío a través dela utopía permite a una ideología y al sistema de

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poder que de ella se deriva anunciar sin cesaréxitos cuando ejecutan exactamente lo contrariode su programa. El comunismo promete laabundancia y engendra la miseria, promete lalibertad e impone la servidumbre, promete laigualdad y desemboca en la menos igualitaria delas sociedades, con la nomenklatura, claseprivilegiada hasta un nivel desconocido incluso enlas sociedades feudales. Promete el respeto a lavida humana y procede a ejecuciones en masa; elacceso de todos a la cultura y engendra unembrutecimiento generalizado; el “hombre nuevo”y fosiliza al hombre. Pero durante mucho tiempo,muchos creyentes aceptaron esa contradicciónporque la utopía se sitúa siempre en el futuro . Latrampa intelectual de una ideología mediatizadapor la utopía es, pues, mucho más difícil dedesmontar que la de la ideología directa porque,en el pensamiento utópico, los hechos que seproducen realmente no prueban jamás, a los ojosde los creyentes, que la ideología sea falsa.Francia ya conocía, incluso la había inventado, esaconfiguración ideológico-política, en 1793 y 1794,

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con Robespierre y la dictadura jacobina. Esa sutilestratagema utópico-totalitaria ha sidodesenmascarada en las obras de los escritoresrusos disidentes con una precisión tanto más cruelcuanto que fue hecha por aquellos a los que queríaalienar para siempre. Caídos en el abismo de loscampos de concentración, esos intelectuales“orientales” se convirtieron en maestros nuestros,los intelectuales occidentales. Maestros con muchafrecuencia ignorados, deformados, calumniadosdebido a que los intelectuales occidentales quejamás han vivido en el comunismo real seaferraban obstinadamente a su fachada utópica.

Al nazismo se le ve venir desde lejos. Elcomunismo esconde su naturaleza tras su utopía.Permite saciar el apetito de dominación o deservidumbre so capa de generosidad y amor a lalibertad; la desigualdad so capa de igualitarismo,las mentiras, so capa de sinceridad. Eltotalitarismo más eficaz, y por ello el únicopresentable, el más duradero, no fue el que realizóel Mal en nombre del Mal, sino el que realizó elMal en nombre del Bien. Es lo que le hace menos

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excusable, pues su duplicidad le permitió abusarde millones de buenas personas que creyeron ensus promesas. No se puede estar en contra deéstos. Pero tampoco se puede perdonar a los que,como jefes políticos o pensadores, les engañaron asabiendas y hoy se siguen esforzando en hacerlo.Ellos sabían lo que pasaba, y apelar a la buenaintención como circunstancia atenuante no es másque prolongar el juego del resorte utópico.Todavía oigo al gran director de orquesta deorigen rumano, Sergiu Celibidache, que habíaconocido muy de cerca el orden totalitario, subirla calle Saint-Jacques de París, en donde vivía,vociferando: “¡Las intenciones!, ¡las intenciones!,¡los ideales!, ¡los ideales!”. No se juzga un sistemapolítico por la trapacería de los que se hanbeneficiado de él ni por la de la credulidad de losque han sido engañados. Esa capacidad infinita deautojustificación del totalitarismo utópico, poroposición al totalitarismo directo, explica por quétantos de sus servidores siguen hoy considerandoque no deben sentir ni vergüenza ni pesar.Elevándose sobre una utopía a sus ojos

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inmaculada, se absuelven de unos crímenes de losque han sido angélicos cómplices en nombre deunos ideales que han pisoteado sin vergüenza.

Por eso, la mínima mención a la realidadhistórica del comunismo que anula su coberturautópica les provoca de inmediato trancesconvulsivos. Esa epilepsia es la que sufrió elprimer ministro socialista de Francia, LionelJospin, en otoño de 1997, cuando un diputado dela oposición se permitió preguntarle en laAsamblea Nacional qué conclusiones iba a sacarel Partido Socialista Francés del Libro negro, queentonces acababa de publicarse y del que todo elmundo hablaba. Fuera de sí y fuera de tono,comenzó por acusar a la oposición liberal... ¡dehaber estado, en el siglo pasado, a favor de laesclavitud y en contra de Dreyfus! Pasemos porencima la falta de actualidad, cuanto menosmediocre, de esa diatriba. Pero su autor ignorabavisiblemente las ambiguas relaciones del PartidoSocialista con el caso Dreyfus. Y respecto a laesclavitud, Víctor Schoelcher, que provocó suabolición definitiva en las colonias francesas en

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1848, era un gran burgués liberal y no unsocialista. Inglaterra se adelantó a la “patria de losderechos humanos” a la hora de poner en marchaesta medida de justicia. Castelreagh, primerministro, comenzó por prohibir la trata deesclavos, en el congreso de Viena de 1815.Después, Londres emancipó a los esclavos de suscolonias en 1833, quince años antes de queFrancia lo hiciera con los suyos. Es instructivo vercon qué buena conciencia la izquierda lograimaginar que ninguna de las buenas acciones quehan mejorado la suerte de la humanidad ha manadode otra fuente que no sea el Partido Socialista o elComunista. Lo que el jefe de la izquierda “plural”,que no coherente, francesa se guarda muy bien dedecir es que la esclavitud fue restablecida en elsiglo XX en la Unión Soviética, en la Chinacomunista, en Cuba, en Corea del Norte y enVietnam. Pero sobre todo, Jospin esbozó unahistoria imaginada de cabo a rabo de loscomunistas, a los que pintó como inmarcesiblesdefensores de las libertades, adversarios sin tachadel nazismo y constantes aliados de los socialistas.

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Este patinazo muestra qué extravagancias puedellegar a proferir un hombre inteligente y moderadocuando es presa de la pasión ideológica. ¿Cómo sepuede repetir con tanta frecuencia el “deber dememoria” y perder tan fácilmente la propia? 55

¿Cómo, tras todo lo que se había visto y sabido, unprimer ministro socialista podía unirse de estemodo a la versión comunista de la historia, alcuento que el PC y la Internacional Comunistahabían fabricado tras la guerra? François Furet loha dicho: “Los socialistas tienen una especie desuperyó bolchevique, por eso recibieron la caídadel Muro de Berlín con aire consternado” 56.

Pero este furor, este “superyo comunista”¿proviene sólo del hecho de que la criminalidadcomunista traicionara la utopía? ¿No provendrámás bien de la terrible sospecha de que esacriminalidad tiene raíces filosóficas másprofundas y más ambiguas de lo que se piensa o sedice? ¿Y más próximas de las raíces filosóficasdel nazismo de lo que se temía? 57

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Anexo al capítulo VI

Entrevista en Le Figaro del 14de noviembre de 1997L E FIGARO.—¿Qué piensa de lasdeclaraciones de Lionel Jospin?

JEAN-FRANÇOIS REVEL.—En primerlugar, me gustaría señalar que las declaracionesdel primer ministro contienen dos erroreshistóricos. En su intervención, Lionel Jospin serefiere al Frente Popular, a la Resistencia y alCartel de las izquierdas para dar a entender que elPartido Comunista Francés estuvo en todos loscombates de la izquierda francesa. Pero en 1924 elPCF se puso en contra del Cartel de las izquierdasque en ese momento había constituido un gobiernoradical socialista. Es, pues, falso pretender que elPCF siempre ha estado del lado de los socialistas.Me asombra constatar que el ex primer secretariodel PS ignore hasta ese punto la historia de laizquierda.

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El primer ministro comete un segundo error aldeclarar: “Cuando la Alemania nazi era nuestroadversario, la Unión Soviética era nuestro aliado”.Todo el mundo sabe que la URSS no fue siemprenuestro aliado y que empezó siendo el aliado de laAlemania nazi. Stalin no hubiera sido nunca elprimero en desencadenar las hostilidades contraAlemania. Fue porque Hitler atacó a la URSS porlo que ésta entró en guerra. Sobre este puntotambién encuentro muy curioso que un primerministro socialista se atreva a disimular el pactogermano-soviético, exactamente igual que lohicieron los comunistas en 1945. Lionel Jospinrealiza un auténtico maquillaje de la historia, loque me lleva a pensar que la conversión a laverdad histórica del Partido Socialista es, en elfondo, todavía más lenta que la del PartidoComunista.

—¿En esta época de “arrepentimiento”había que esperar del primer ministro que seinclinara ante las víctimas del comunismo?

—Me asombra constatar cómo al silenciar lasfechorías cometidas en nombre del comunismo,

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Lionel Jospin anima al PCF a perseverar en lanegación de los errores del pasado. En lugar dedar fe de que allí donde ha estado en el poder elcomunismo ha engendrado fenómenos bárbaros ycriminales, el primer ministro ha decidido ocultarel carácter hereditario de la ideología comunista.Desde este punto de vista, nuestro PartidoSocialista se sitúa muy por detrás del PartidoComunista Italiano que hizo su autocrítica desde1968 y los sucesos de Praga, y la llevó aún muchomás lejos desde 1989.

—¿Considera usted, como Lionel Jospin,que hay que distinguir entre marxismo,leninismo, estalinismo y comunismo?

—Hace más de veinte años que se refutó ladistinción entre leninismo y estalinismo. Duranteaños hemos oído a presuntos historiadores afirmarque el estalinismo era una traición del leninismo.Hoy está establecido que el propio Lenin enuncióy puso en práctica los principios del terror y deltotalitarismo. Un libro como L'Aveuglement, deChristian Jelen, demuestra que el PartidoSocialista Francés conocía desde 1918 el carácter

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totalitario de la revolución bolchevique. Fueprecisamente porque ciertos socialistas de laépoca reconocieron el carácter totalitario delleninismo por lo que la SFIO se dividió en dos enel congreso de Tours de 1920. Al establecer entreel estalinismo y el leninismo una distinción que yano está en curso, el primer ministro da muestrastambién de no estar al día en sus lecturas.

—Lionel Jospin se ha negado a “poner unsigno de igualdad entre el nazismo y elcomunismo”. ¿Hay una jerarquía entre lostotalitarismos?

—Yo esperaba que, por fin, la izquierdafrancesa habría comprendido que no existenverdugos “buenos” y “malos”. ¿Es menos graveser asesinado por Pol Pot que ser asesinado porHitler? No tiene sentido establecer una distinciónentre las víctimas de los totalitarismos negro orojo. Las intenciones del totalitarismo nazi nuncahan sido un misterio: pretendía eliminar lademocracia, reinar por la fuerza y desarrollar todoun sistema de persecuciones raciales. Se nos diceque los comunistas tenían un ideal. Casi me inclino

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a considerarlo peor porque significa que se haengañado deliberadamente a millones de hombres.Y con ello se añade al crimen la mentira másabyecta.

—Según el primer ministro, el PartidoComunista Francés “jamás ha levantado la manocontra las libertades” ...

—Porque jamás ha tenido ocasión de hacerlo.La particularidad del Partido Comunista Francéses que durante mucho tiempo ha sido, junto con elPartido Comunista Portugués, el más estalinista detodos los PC occidentales. El PC portugués haterminado por desaparecer. Pero no el PCF, quecontinúa desempeñando un papel político graciasal Partido Socialista. Por eso era de esperar queLionel Jospin presionara a los comunistas para quereconozcan realmente sus errores. El problema dela historia pasada del comunismo no es ya hoy unproblema político, es un problema moral. Es eneste ámbito en el que las declaraciones de LionelJospin me han decepcionado.

Entrevista realizada por JEAN-RENÉ VAN

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DER PLAETSEN

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Capítulo VII

Los orígenes intelectuales ymorales del socialismoE L recurrente pugilato en torno a la cuestión:“¿Es posible comparar el nazismo con elcomunismo?” degeneró en una riña indecente —nosólo en Francia sino también en otros países,especialmente, como se puede comprender, enAlemania e Italia— tras la publicación en 1997del Libro negro del comunismo . La izquierda nocomunista, a menudo más dispuesta a quemarbrujas que los comunistas mismos, se lanzódesatada contra los profanadores. Puso en lamisma hoguera a Stéphane Courtois, culpable delsacrilegio de haber ligado “los dostotalitarismos”, y a Alain Besangon, quien, en undiscurso pronunciado en el Institut de France en1997, tuvo también el valor de saltarse laprohibición y situar al mismo nivel nazismo ycomunismo 58. Muchos integristas se siguen

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poniendo de rodillas ante la momia.Sin embargo, durante toda esta disputa, la

defensa de la izquierda no trató prácticamenteacerca de la materialidad de los crímenes delcomunismo, ahora difícilmente negables. Sobretodo invocó la pureza de los móviles que llevarona perpetrarlos. ¡Vieja cantinela! Desde el primerinstante de la revolución bolchevique hemostenido que estar ingurgitando hasta la náusea estainsulsa poción. Se trata de la evasiva decostumbre: las abominaciones del socialismo realse presentan como desviaciones, traiciones,perversiones del “verdadero” comunismo, que nopuede por menos que emerger aún más fuerte de laoleada de calumnias con la que se le aplasta.

Esta versión de la salvación a través de lasintenciones queda minada tras una exploraciónimparcial y, sobre todo, total, de la literaturasocialista. Es en los orígenes más auténticos delpensamiento socialista, en sus más antiguosdoctrinarios, donde se encuentran lasjustificaciones del genocidio, de la depuraciónétnica y del Estado totalitario, que se blanden

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como armas legítimas indispensables para el éxitode la revolución y la preservación de susresultados. Cuando Stalin o Mao llevaron a cabosus genocidios no violaron los auténticosprincipios del socialismo: aplicaron, por elcontrario, esos principios con un escrúpuloejemplar y con una total fidelidad tanto a la letracomo al espíritu de la doctrina.

Es lo que demuestra con precisión GeorgeWatson 59. La hagiografía moderna ha rechazadotoda una parte esencial de la teoría socialista. Suspadres fundadores, empezando por el propio KarlMarx, dejaron enseguida de ser estudiados demanera exhaustiva por los mismos creyentes quelos reivindicaban sin cesar. Sus obras parecendisfrutar en nuestros días del raro privilegio de sercomprendidas por todo el mundo sin que nadie lashaya leído en su totalidad, ni siquiera susadversarios, a los que el miedo a las represaliasdespoja normalmente de toda curiosidad.Generalmente, la historia es una recomposición yuna selección, y, por tanto, una censura. Y lahistoria de las ideas no escapa a esa ley.

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El estudio no expurgado de los textos nosrevela, por ejemplo, escribe Watson, que “elgenocidio es una teoría propia del socialismo”.Engels pedía en 1849 el exterminio de loshúngaros que se habían levantado contra Austria.Da a la revista dirigida por su amigo Karl Marx, laNeue Rheinische Zeitung, un sonado artículo, cuyalectura recomendaba Stalin en 1924 en susFundamentos del leninismo. Engels aconseja en élque, además de a los húngaros, se hicieradesaparecer a los serbios y otros pueblos eslavos,a los vascos, bretones y escoceses. En Revolucióny contrarrevolución en Alemania, publicado en1852 en la misma revista, el mismo Marx sepregunta cómo desembarazarse de “esos pueblosmoribundos, los bohemios, caríntios, dálmatas,etcétera”. La raza cuenta mucho para Marx yEngels. Este escribe en 1894 a una de las personascon las que mantenía correspondencia, W.Borgius: “Para nosotros, las condicioneseconómicas determinan todos los fenómenoshistóricos, pero la raza es en sí un datoeconómico...”. En este principio se basaba Engels,

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siempre en la Neue Rheinische Zeitung (15 defebrero de 1849), para negar a los eslavos todacapacidad de acceder a la civilización. “Aparte delos polacos”, escribe, “los rusos y, quizá, loseslavos de Turquía, ninguna nación eslava tieneporvenir pues a los demás eslavos les faltan lasbases históricas, geográficas, políticas eindustriales necesarias para la independencia” ypara la capacidad de existir. Naciones que no hantenido nunca su propia historia, que apenas hanalcanzado el nivel más bajo de la civilización...,no tienen capacidad de vida y no pueden alcanzarjamás la mínima independencia. Es cierto queEngels atribuye parte de la “inferioridad” eslava acircunstancias históricas, pero considera que elfactor racial imposibilita la mejora de esascircunstancias. ¡Imaginémonos la indignación queprovocaría un “pensador” al que se le ocurrieraformular el mismo diagnóstico sobre los africanos!Según los fundadores del socialismo, lasuperioridad racial de los blancos es una verdad“científica”. En las notas preparatorias del Anti-Dühring evangelio de la filosofía marxista de la

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ciencia, Engels escribe: “Si, por ejemplo, losaxiomas matemáticos son en nuestros paísesperfectamente evidentes para un niño de ochoaños, sin ninguna necesidad de recurrir a laexperimentación, es como consecuencia de la‘herencia acumulada’. Por el contrario, sería muydifícil enseñárselos a un bosquimano o a un negrode Australia”.

Ya en el siglo XX, algunos intelectualessocialistas, grandes admiradores de la UniónSoviética, como H. G. Wellsy Bernard Shaw,reivindican para el socialismo el derecho aliquidar física y masivamente a las clases socialesque obstaculizan o retrasan la revolución. En1933, en el periódico The Listener, BernardShaw, clan muestras de gran capacidad deanticipación, llega a urgir a los químicos para que“descubran un gas humanitario que cause muerteinstantánea e indolora, en suma, un gas refinado —evidentemente mortal— pero humano, desprovistode crueldad”, destinado a acelerar la depuraciónde los enemigos del socialismo. Recordemos quedurante su juicio en Jerusalén en 1962, el verdugo

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nazi Adolf Eichmann invocó como defensa elcarácter “humanitario” del zyclon B con el que segaseó a los judíos durante la Shoah. El nazismo yel comunismo tienen como objetivo común lametamorfosis, la redención “total” de la sociedad,es decir, de la humanidad. Por ello, se sienten conderecho a aniquilar a todos los grupos raciales osociales que se considera que obstaculizan, aunquesea involuntaria e inconscientemente—“objetivamente” en la jerga marxista—, lasagrada empresa de la salvación colectiva.

Si el nazismo y el comunismo han cometidogenocidios comparables por su amplitud, por nodecir por sus pretextos ideológicos, no es enabsoluto debido a una determinada convergenciacontra natura o coincidencia fortuita debidas acomportamientos aberrantes sino, por el contrario,por principios idénticos, profundamentearraigados en sus respectivas convicciones y en sufuncionamiento. El socialismo no es más o menos“de izquierda” que el nazismo. Y si ello se ignoracon demasiada frecuencia es porque, como diceRémy de Gourmont, “cuando un error entra en el

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dominio público, no sale jamás. Las opiniones setransmiten hereditariamente; y termina por formarparte de la historia”.

Si es cierto que toda una tradición socialista,que data del siglo XIX, preconizó los métodos quemás tarde harían suyos tanto Hitler como Lenin,Stalin y Mao, también lo es su recíproco: Hitlersiempre se consideró un socialista. Como confiesaa Otto Wagener, sus desacuerdos con loscomunistas “son menos ideológicos que tácticos”60. El problema de los políticos de Weimar,declara también a Wagener, “es que no han leído aMarx”. Prefiere los comunistas a los insulsosreformistas de la socialdemocracia. Y, como sesabe, aquéllos se lo devolvieron con crecesvotándole en 1933. Lo que le enfrenta a losbolcheviques, dice, es sobre todo la cuestiónracial. Se engañaba: la Unión Soviética siempre hasido antisemita. Digamos que, a pesar del panfletoque Marx publicó con ese título contra los judíos,“la cuestión judía” no era para los soviéticos,como lo era para Hitler, una prioridad. Pero portodo lo demás, la “cruzada antibolchevique” de

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Hitler fue en gran parte una fachada que ocultabauna connivencia con Stalin muy anterior, comoahora se sabe, al pacto germano-soviético de1939.

Porque no hay que olvidar que, como elfascismo italiano, el nacional-socialismo alemánse veía y se concebía como una revolución y unarevolución antiburguesa. “Nazi” es la abreviaturade Partido Nacional Socialista de losTrabajadores Alemanes”. En su État omnipotent61, Ludwig von Mises, uno de los grandeseconomistas vieneses a los que el nazismo obligóa emigrar, compara divertido las diez medidas deemergencia preconizadas por Marx en elManifiesto comunista (1847) con el programaeconómico de Hitler. “Ocho de los diez puntos”,señala irónicamente Von Mises, “fueronejecutados por los nazis con un radicalismo quehubiera encantado a Marx”.

En 1944, Friedrich Hayek consagra tambiénen su Camino de servidumbre 62 un capítulo a las“raíces socialistas del nazismo”. Señala que losnazis “no se oponían a los elementos socialistas

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del marxismo sino a sus elementos liberales, alinternacionalismo y a la democracia”. Con certeraintuición, los nazis habían comprendido que no haysocialismo completo sin totalitarismo político.

François Furet se “asombraba” en una cartadirigida el 16 de agosto de 1996 a un historiadorespecializado en Alemania, Louis Dupeux, de que“su contribución no sea más conocida: la razón es,evidentemente, que usted toca un tabú”. ¿Qué tabú?En este caso se pueden violar al menos dos: elprimero atreviéndose a afirmar, o, más bien aconstatar, la naturaleza intrínsecamentecriminógena del comunismo; el segundo, sacando ala luz las similitudes entre comunismo y nazismo.Y fue este supremo sacrilegio el que Dupeuxcometió en 1974 en su tesis doctoral: Le National-Bolchevisme allemand sous la République deWeimar 63, que completó en 1998 con un artículode elocuente título: “Lectura del totalitarismo rusovía el nacional-bolchevismo alemán (1919-1933)”64.

Los nacional-bolchevistas, cuyo representantemás ilustre era Ernst Jünger, contribuyeron a

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alimentar la ideología hitleriana propiamentedicha apoyándose en el modelo leninista. “Todoobservador” dice uno de los intelectuales de esacorriente, Friedrich Lenz, “se da cuenta de que conLenin surgió un jefe de Estado que, si bien niegateóricamente la idea de Estado, en la práctica lalleva a cabo con una frialdad y decisión inauditas.Ligó el marxismo ruso al destino de su Estado”.Otro “pensador” nacional-bolchevista, ErnstNiekisch, aprobaba, como todos sus amigos de esegrupo, la colectivización a marchas forzadasemprendida por los bolcheviques rusos, porquehabía comprendido que la colectivización es elmedio más rápido de construir el “Estado total”que esos filósofos alemanes juzgabanindispensable para la recuperación de su país.Niekisch añade: “El bolchevismo ruso es hastaahora la revuelta más radical contra las ideas de1789. Rusia no es individualista. No es liberal.Sitúa la política por encima de la economía. No esparlamentaria, no es democrática ni ‘civilizadora’.El bolchevismo es el rechazo del humanismo y delos valores ‘civilizadores’. Las formas externas, a

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menudo teñidas de occidentalismo, de ese cambio,no pueden engañarnos en cuanto a su contenido‘bárbaro y asiático’”.

Como en el comunismo, el “Estado total” sepropone apoyarse en la liquidación delcapitalismo privado. En el punto IX del Programanacional-socialista de 1920, Hitler anuncia “laabolición de las rentas adquiridas sin trabajo y sinesfuerzo”. Uno creería estar oyendo a Mitterrandcuando condenaba a “los que se enriquecenmientras duermen”. Otro teórico de esa escuela,Hans von Henting, uniendo el nacional-socialismoal bolchevismo comunista, insistía en lo queenfrentaba sin solución a los socialdemócratas conlos nacional-socialistas y los comunistas: “Lo quenecesita Alemania”, dice, “es una forma salvaje ybrutal de rearme espiritual y material... No elsocialismo de negocios de pequeños burgueses,sino un socialismo profundo, que arrastre,acorazado, que ponga una energía salvaje alservicio de la nación y del pueblo”. El profesorPaul Eltzbacher, otra de las brillantes mentes deesa pléyade, precisa: “El bolchevismo es el

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Estado fuerte... Comprende perfectamente que elEstado constriñe. Se ha liberado por completo deese excesivo respeto a la libertad individual y a lamolicie sentimental que sufre lasocialdemocracia”.

No haré más citas. Demuestran que explicarla adhesión al comunismo por la necesidad decombatir el nazismo fue sólo una impostura. No sepuede entender la discusión sobre el parentescoentre el nazismo y el comunismo si se pierde devista que no sólo se parecen por sus consecuenciascriminales sino también por sus orígenesideológicos. Son primos hermanos intelectuales.

Todos los regímenes totalitarios tienen encomún ser ideocracias: dictaduras de la idea. Elcomunismo reposa en el marxismo-leninismo y el“pensamiento de Mao”. El nacional-socialismo enel criterio de raza. La distinción más arribaestablecida entre el totalitarismo directo, queanuncia de antemano claramente lo que pretenderealizar, como el nazismo, y el totalitarismomediatizado por la utopía, que anuncia locontrario de lo que va a hacer, como el

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comunismo, se convierte en secundaria pues elresultado, para los que los sufren, es el mismo enlos dos casos. El rasgo fundamental, en los dossistemas, es que los dirigentes, convencidos deestar en posesión de la verdad absoluta y dedirigir el transcurso de la historia para toda lahumanidad, se sienten con derecho a destruir a losdisidentes, reales o potenciales, a las razas,clases, categorías profesionales o culturales, queconsideran que entorpecen, o pueden llegar un díaa entorpecer, la ejecución del designio supremo.Por eso es muy curiosa la pretensión de los“socialistas” de hacer una distinción entre lostotalitarismos, atribuyéndoles méritos diferentes enfunción de las diferencias de sus respectivassuperestructuras ideológicas, en lugar de constatarla identidad de sus comportamientos efectivos.Deberían leer mejor a Marx, que decía que no sejuzga a una sociedad por la ideología que le sirvede pretexto, como tampoco se juzga a una personapor la opinión que tiene de sí misma.

Como buen conocedor, Adolf Hitler fue delos primeros en darse cuenta de las afinidades

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entre el comunismo y el nacional-socialismoporque no ignoraba que hay que juzgar una políticapor sus actos y sus métodos y no por losperendengues oratorios o los pompones filosóficosque la envuelven. Hermann Rauschning en suHitler me dijo relata cómo Hitler le declaró:

“No soy únicamente el vencedor delmarxismo... soy su realizador”.

“No voy a ocultar que he aprendido muchodel marxismo... Lo que me ha interesado einstruido de los marxistas son sus métodos.Siempre he tomado en serio lo que habíanimaginado tímidamente esas mentes de tenderos ymecanógrafas. Todo el nacional-socialismo estácontenido en él. Fíjese bien: las sociedadesobreras de gimnasia, las células de empresa, losdesfiles masivos, los folletos de propagandaredactados especialmente para ser comprendidospor las masas. Todos estos métodos nuevos delucha política fueron prácticamente inventados porlos marxistas. No he necesitado más queapropiármelos y desarrollarlos para procurarme elinstrumento que necesitábamos...”

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La ideocracia desborda ampliamente lacensura ejercida por las dictaduras ordinarias.Estas ejercen una censura principalmente políticao sobre lo que puede tener incidencia política.Algo que, por otra parte, pueden llegar a hacer lasdemocracias, como se vio en Francia durante laguerra de Argelia, tanto bajo la IV Repúblicacomo bajo la V República. Pero la ideocraciaquiere mucho más. Quiere suprimir —y necesitahacerlo para sobrevivir— todo pensamiento quese oponga o sea ajeno al pensamiento oficial, nosólo en política o en economía, sino en todos losámbitos: la filosofía, las artes, la literatura eincluso la ciencia. Para un totalitario, la filosofíasólo puede ser, evidentemente, el marxismo-leninismo, el “pensamiento de Mao” o la doctrinad e Mein Kampf. El arte nazi sustituye al arte“degenerado” y, paralelamente, el “realismosocialista” de los comunistas pretende cargarse alarte “burgués”. La apuesta más arriesgada de laideocracia, que llega a caer en el ridículo, es laque hace sobre la ciencia, a la que niega todaautonomía. Recordemos el caso Lyssenko en la

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Unión Soviética. De 1935 a 1964, ese charlatánacabó con la biología en su país, mandó a paseo atoda la ciencia moderna, de Mendel a Morgan,acusándola de “desviación fascista de la genética”o incluso de desviación “trotskista-bujarinista dela genética”. Según él, la biología contemporáneacometía el pecado de contradecir al materialismodialéctico, de ser incompatible con la dialécticade la naturaleza según Engels, quien, como hemosvisto, seguía afirmando en el Anti-Dühring, veinteaños después de la publicación de El origen delas especies de Darwin, su creencia en la herenciade los caracteres adquiridos. Apoyado, o más bienfabricado por los dirigentes soviéticos, Lyssenkollegó a ser presidente de la Academia de Cienciasde la URSS. Excluyó a los biólogos auténticoscuando no los deportó o fusiló. Todos losmanuales escolares, todas las enciclopedias, todoslos cursos universitarios fueron expurgados afavor del lyssenkismo. Lo que, además, tuvoconsecuencias catastróficas para la agriculturasoviética, ya bastante mal tras la colectivizaciónestalinista de la tierra, pues la burocracia impuso

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en todos los koljoses la “agrobiología”lyssenkista, que prohibía los abonos, y utilizaba el“trigo fourchu ahorquillado” de los... faraones, quehizo que la producción descendiera a la mitad. Seprohibieron las hibridaciones, porque, comoperoraba Lyssenko, era notorio que una especie setransformaba espontáneamente en otra y no habíanecesidad de cruzarlas. Sus locas elucubracionesdieron el tiro de gracia a una producción yaesterilizada por lo absurdo del socialismo agrario.Hicieron irreversibles esa hambre crónica, o“escasez controlada” (como decía Michel Heller)que acompañó a la Unión Soviética hasta su caída.

Sin embargo, la conclusión más importanteque se debe sacar del lyssenkismo es que laideocracia se suicida si no subordina a la políticatoda la vida del espíritu, incluida la ciencia.Aragon, que no perdía ocasión de faltarse alrespeto, se puso a favor de Lyssenko en LesLettres françaises y gritó: “¡Me niego a politizarlos cromosomas!” Que, sin embargo, era lo quehacía. La distinción vital, “ontológica”, para losideócratas comunistas, hasta en la ciencia, era una

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distinción de clase; la famosa antítesis entre“ciencia burguesa” y “ciencia proletaria”.

El criterio extracientífico de la verdadcientífica en los nazis deriva del mismo esquemamental, con la única diferencia de que para ellosese criterio es la raza en lugar de la clase. Pero losdos planteamientos son intelectualmente idénticosen la medida en que niegan la especificidad delconocimiento como tal a favor de la supremacía dela ideología.

A propósito de este tema, HermannRauschning recoge en su libro Hitler me dijo,publicado en 1939 65, las siguientesconsideraciones del canciller alemán: “No existela Verdad, ni en el terreno de la moral ni en el dela ciencia”.

“La idea de una ciencia separada de toda ideapreconcebida sólo ha podido nacer en la época delliberalismo: es absurda.”

“La ciencia es un fenómeno social...”“El eslogan de la ‘objetividad científica’ es

sólo un argumento inventado por los queridosprofesores...”

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Una vez más, se puede ver la diferencia, másfenomenológica que ontológica, entre totalitarismoutópico y totalitarismo directo. Mientras que loscomunistas, en su deseo de someter elconocimiento al poder, lo hacen en nombre de unapretendida ciencia auténtica de la que sólo ellosposeen la clave, el dictador nacionalsocialista nose anda con remilgos y decreta que la Verdad noexiste y que, por tanto, es el poder quien la define,o, al menos quien la subordina. Hitler prosigue:

“Lo que se denomina crisis del Saber no esmás que el hecho que esos señores comienzan adarse cuenta de que su ‘objetividad’ y su‘independencia’ les han llevado a un callejón sinsalida. La cuestión elemental que hay queplantearse antes de emprender cualquier actividadcientífica es: ¿quién quiere saber alguna cosa,quién quiere orientarse en el mundo que le rodea?La respuesta es entonces evidente: no puede haberciencia más que en relación a un tipo humanopreciso, a una época determinada”.

“Existe claramente una ciencia nórdica y unaciencia nacionalsocialista, y deben oponerse a la

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ciencia judeo-liberal que, además, ha dejado decumplir su función y está destruyéndose a símisma.” Hay que señalar de pasada que esaexplicación de la presunta “verdad” científica porsus orígenes sociales o geográficos, ese negarse areconocer en ella una “objetividad” propia,corresponden exactamente a la tesis de variosfilósofos llamados “posmodernos” del fin delsiglo XX. Así, Bruno Latour escribe a propósitode Einstein: “La teoría de la relatividad es socialde cabo a rabo”. Es más: la verificaciónexperimental de las leyes depende del sexo dequien experimenta, según defiende Luce Irigarayen su libro Le sujet de la sciencie est-il sexué?

El Estado totalitario se considera el únicoproductor cultural y, por ello, tiene un enemigopersonal al que sus portavoces no cesan dedenunciar: el individuo. En su célebre conferencia“De la liberté des Anciens comparée à celle desModernes”, Benjamín Constant creía podercelebrar, en 1819, la entrada del animal políticoen la era de la independencia privada y definir laciudadanía moderna como garantía de libertad

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individual. Ahora bien, en ese momento, lahumanidad entraba en un ciclo de crecimientoininterrumpido del Estado, incluso en lasdemocracias. Y los regímenes totalitarios, cuyosprecursores intelectuales más recientes seescalonan a lo largo del siglo XIX, tendrán porobsesión principal el aniquilamiento completo delindividuo.

Desde 1840, Pierre-Joseph Proudhon, farodel socialismo “libertario”, proclama que“fomentar el individualismo es preparar ladisolución de la comunidad” 66. En ¿Qué es lapropiedad? Proudhon subraya, con acierto, lainterdependencia de la propiedad privada, delliberalismo y del individualismo peroproponiéndose aplastarlos a todos. Curiosolibertario... Por su parte, Benito Mussolini que,como es sabido, se formó en el socialismo durantetoda la primera parte de su vida política, e inclusoen el ala izquierda del Partido Socialista Italiano,estableció con lucidez la misma conexión entre elliberalismo y el individualismo. En El Fascismo,1929, se expresa sin ambages sobre este punto:

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“El principio según el cual la sociedad sólo existepara el bienestar y la libertad de los individuosque la componen no parece estar conforme a losplanes de la naturaleza. Así como el siglo XIX hasido el siglo del individuo [liberalismo significaindividualismo], es posible pensar que el sigloactual es el siglo colectivo”.

Nadie ignora que Karl Marx, como haría enel siglo siguiente su discípulo Lenin, preconizabala supresión del Estado como medio deemancipación del individuo. Nadie ignoratampoco, y este rasgo nos es ahora familiar, que lopropio del totalitarismo utópico, a diferencia deltotalitarismo directo, es hacer lo contrario de loque dice su programa, en nombre de ese programa,y especialmente instaurar la tiranía en nombre dela libertad. Lo mismo que se ha descrito a lasociedad liberal como “el derecho sin Estado”(Cohen-Tanugi, 1985), la sociedad socialista sepuede describir como el Estado sin derechoelevado a su punto máximo. También Marx eslógico consigo mismo cuando, en La cuestiónjudía, en 1843, lanza contra los derechos humanos:

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“Ninguno de los supuestos derechos humanos vamás allá del hombre egoísta, del hombre comomiembro de la sociedad burguesa, es decir, unindividuo separado de la comunidad, únicamentepreocupado por su interés personal y que obedecea su capricho privado”.

Volveremos a hallar, sin que ello nossorprenda, la misma coherencia filosófica enAdolf Hitler hacia el que la ingratitud de lospensadores socialistas actuales no deja de serchocante. Hitler confía a Otto Wagener en el librode entrevistas citado más arriba: “Ahora que haacabado la era del individualismo, nuestra tarea esencontrar el camino que lleva del individualismoal socialismo sin revolución”. Marx y Lenin,añade el canciller, no se equivocaron en elobjetivo que había que alcanzar pero eligieron uncamino equivocado. Un eminente nacional-socialista, ministro de Abastecimientos y próximoal Führer, Richard Walther Darré, amplía estameditación insistiendo en que la “teoría políticajudía” siempre ha estado “orientada hacia elinterés individual mientras que el socialismo de

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Adolf Hitler está al servicio del conjunto de lasociedad” 67.

Esta delirante asociación entre identidadjudía, individualismo y capitalismo motiva losexabruptos antisemitas de Karl Marx, en su ensayoSobre la cuestión judía (1843). Ensayo demasiadopoco leído pero que, sin embargo, Hitler habíaestudiado con atención. Llegó casi a plagiarliteralmente los pasajes en los que Marx vomitacontra los judíos furibundas invectivas como ésta:“¿Cuál es el fondo profano del judaísmo? Lanecesidad práctica, la codicia (Eigen-nutz). ¿Cuáles el culto profano del judío? El mercadeo. ¿Cuáles su dios? El dinero”. Y Marx enlaza instigando aver en el comunismo “la organización de lasociedad que haría desaparecer las condicionesdel mercadeo y haría imposible al judío”. Parecedifícil hacer un llamamiento al asesinato másirresistible.

Para cualquier totalitarismo, el individuo, seao no judío, debe ser aniquilado. El “hombrenuevo” soviético debe ser idéntico a los demáshombres soviéticos. Es una pieza de la gran

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maquinaria socialista. El “hombre-pieza” tanquerido por Stalin merece un brindis que el“padrecito de los pueblos” no duda en hacerle.“Bebo”, exclama, “por esa gente sencilla,corriente, modesta, por esos engranajes quemantienen en funcionamiento nuestra gran máquinadel Estado” 68. La cosificación y la uniformizacióndel individuo, su reducción al papel deinstrumento en manos del partido hacen las vecespara él de libertad, de pensamiento y de moral.“En nuestra sociedad, es moral todo lo que sirve alos intereses del comunismo”, enuncia LeónidasBréznev. Esta aniquilación del individuo es la delser humano mismo, al que nadie ha visto jamásexistir bajo otra forma que la individual. Lasemejanza entre comunismo y nazismo también enese punto ha sorprendido a todos los viajeros, almenos a aquellos que no estaban descerebradospor la propaganda o entrenados por su partidopara la mentira profesional. En 1936, André Gideregresó desengañado de una visita a la UniónSoviética a la que antes admiraba a distancia.Confesó su desilusión en un libro que sentó como

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una patada a la izquierda francesa: “Dudo que enningún otro país, incluso en la Alemania deHitler, el espíritu sea hoy menos libre, másdoblegado, más temeroso, aterrorizado [que en laURSS]” 69. Gide es enormemente injusto conHitler, que esa época llevaba apenas tres años enel poder y no había tenido tiempo de aplicaradecuadamente su modelo, a diferencia de loscomunistas, que habían tenido casi veinte añospara aplicar el suyo y hacer añicos al hombrenormal, metamorfoseado por ellos en Homosovieticus.

De ahí la idea de Estado, común a Lenin y aHitler. En La revolución proletaria y el renegadoKautski, Lenin escribe: “En manos de la clasedominante, el Estado es una máquina destinada aaplastar la resistencia de sus adversarios de clase.En esto, la dictadura del proletariado no sediferencia, en lo que a su fondo se refiere, decualquier otra clase de dictadura”. Y, másadelante, añade: “La dictadura es un poder que seapoya directamente en la violencia y que no estásujeto a ninguna ley. La dictadura revolucionaria

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del proletariado es un poder conquistado ymantenido por la violencia, que el proletariadoejerce sobre la burguesía, un poder que no estásujeto a ninguna ley”. Si nos remitimos al segundovolumen de Mein Kampf veremos que, en elcapítulo consagrado al Estado, Hitler se expresaen términos casi idénticos. La “dictadura delpueblo alemán” sustituye a la del proletariado.Pero, si se tienen en cuenta múltiples diatribasanticapitalistas del Führer, los dos conceptos noestán muy alejados entre sí. Todo sistema políticototalitario pone en marcha invariablemente unmecanismo represivo destinado a eliminar no sólola disidencia política sino toda diferencia entre loscomportamientos individuales. La sociedadtotalitaria se sabe incompatible con la variedad.

La hostilidad hacia el individuo, debido a quepor naturaleza está ligado al liberalismo y alcapitalismo, se perpetuará en los socialistasmucho después de la caída del comunismosoviético y de la edulcoración del comunismochino. Como sabemos, ante los ojos, aquejados deestrabismo, de la izquierda, la caída del

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comunismo sólo confirma el hundimiento delliberalismo. Así, para el marxista argentinoMiguel Benasayag, autor de un ensayo deelocuente título, Le Mythe de l’individu 70, dichomito está asociado a otro, el “mito delcapitalismo”. Quizá inspirado, por error, en elpensamiento de René Girard, nuestro autor articulaque “en toda sociedad sagrada” (¿la sociedadliberal?) “su principio no está explicado... Elcapitalismo no escapa a esta regla. Y su principioindivisible y fundador estará constituido por esepersonaje bastante paradójico que es elindividuo”.

Este filósofo argentino es bastante pesimista:el individuo es perfectamente divisible. La pruebade ello es que los nazis y los comunistas han rotodecenas de millones en infinitos pedazos.

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Capítulo VIII

La memoria truncadaL A celosa negativa a toda equivalencia, inclusoa toda comparación, entre nazismo y comunismo, apesar del parentesco de sus estructuras estatales yde sus comportamientos represivos, proviene delhecho de que la condena cotidiana del nazismosirve de muro protector contra todo examen atentodel comunismo.

Recordar cada día las atrocidades nazis —ejercicio que, ahora, se ha convertido en sagradobajo el nombre de “deber de memoria”— mantieneun ruido de fondo permanente que no dejadisponible ninguna atención para el recuerdo delas atrocidades comunistas. Según la fórmula deAlain Besançon, la “hipermnesia del nazismo”desvía la atención de la “amnesia del comunismo”.Es comprensible, pues, que todo análisis, todotrabajo de los historiadores minoritarios queponga el acento en su esencial similitud levante

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huracanes anunciadores de rabias vengadoras. Seobjetará, con razón, que ninguna rememoración dela criminalidad nazi puede ser excesiva. Pero lainsistencia en esa rememoración se convierte ensospechosa cuando sirve para aplazarindefinidamente otra: la de los crímenescomunistas. ¿Qué eficacia moral, educativa y, porello, preventiva puede tener la indispensablereprobación de los crímenes nazis si se transformaen una pantalla destinada a ocultar otros crímenes?

Muy revelador del éxito logrado por estaañagaza es el sentido adquirido por la expresión“deber de memoria” que designa casi en exclusivael deber de recordar sin cesar los crímenes nazis,y sólo ellos. A veces se añaden a la lista otrasfechorías comparables a condición de que nopertenezcan al campo de acción de las casas-madre comunistas y no estén relacionados con laconcepción socialista del mundo.

Esta censura latente, que enrarece la menciónde los crímenes de la izquierda, ha recibido elrefrendo de la derecha. Lo otorgó con ladisciplinada prontitud con la que, según su

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costumbre, interioriza las consignas culturales desus adversarios. Así, el 16 de julio de 1999, elpresidente de la República Francesa, JacquesChirac, inauguró un “Centro de la memoria” enOradour-sur-Glane, pueblo en el que, el 10 dejunio de 1944, las SS de la división Das Reichquemaron vivos en la iglesia a 642 habitantes,entre los que se encontraban 246 mujeres y 207niños. El jefe de Estado hace una noble y piadosaevocación del suceso. En su discurso el presidentecondenó, además del holocausto (en sentidoliteral) de Oradour, “todas” las masacres ygenocidios de la historia, “y, en primer lugar,evidentemente”, dijo, “la de la Shoah”. Despuésevocó también la de San Bartolomé, “los pueblosde Vendée bajo el Terror” (una muestra de valor,dado el tabú de origen jacobino que, durantemucho tiempo, negó la “memoria” a esememorable genocidio). Después enumeróGuernica, Sabra y Chatila (una piedra en el jardínde Israel), los asesinatos en masa entre las tribusde Ruanda en 1994; los miles de bosniosasesinados por todos los bandos en nombre de la

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“limpieza étnica” entre 1992 y 1995, y, finalmente,las recientes carnicerías de Kosovo. En todos esosexterminios, como en Oradour, “los verdugos nohicieron distinción entre hombres, mujeres yniños”, subrayó Chirac con fuerza e indignación.

Habría que señalarle, o mejor dicho, nadie leseñaló que en este fresco de “todos” los crímenes,de “todos” los tiempos y de “todos” los lugares nofigura ninguna masacre comunista. Katyn jamásexistió. Bajo la batuta del jefe de Estado gaullista,Lenin, Stalin, Mao, Pol Pot, Mengistu, Kim Il Sungsalieron de puntillas del teatro de la memoria delos genocidios y de la historia de las represionesexterminadoras del siglo XX. ¡Hagamos tabla rasadel pasado de izquierdas! Es más: los despotismoscomunistas, siempre activos e imaginativos,incluso hoy, en el arte de poblar los cementeriosprogresistas y los campos de reeducación por eltrabajo han caído en el silencio: China, dondecada día se practican impunemente miles detorturas que no pertenecen al pasado, torturascomo las que le han supuesto una justa inculpacióna Pinochet, que ya no está en el poder; Vietnam,

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Corea del Norte y, evidentemente, Fidel Castro,cuyo angélico candor es tal que se ha convertidoen la Virgen de Lourdes de todos los peregrinosdemocráticos o eclesiásticos.

La palabra “memoria” que, según eldiccionario, significa “facultad de acordarse”, seemplea desde hace unos años como sinónimo de“recuerdo”. Y desde que se ha vestido con elropaje de “memoria de”, el “recuerdo de” sólo sepuede emplear como recuerdo, ¡perdón!“memoria” de los crímenes nazis y, en particular,del Holocausto de los judíos. “Memoria” y“crímenes nazis” son ahora términosintercambiables. Y en consecuencia, el “deber dememoria”, ligado al nazismo mediante unarelación de exclusividad, es un deber de olvidopara todo lo demás.

Al día siguiente de las declaracionespresidenciales de Oradour, el diario regionalOuest-France titulaba: “Una memoria contra labarbarie”. ¿Sólo una memoria, la memoria de unúnico individuo se sigue acordando de esabarbarie? Sería demasiado triste. No hay duda de

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la traducción: el recuerdo sin cesar reavivado dela barbarie nazi debe enseñar a las jóvenesgeneraciones el deber de eliminar toda barbarie enel futuro. Por el contrario, los regímenescomunistas, que jamás han manifestado el menorsigno de barbarie, lo que es notorio, no formanparte de ningún “deber de memoria”. Los que en laactualidad subsisten, torturan y persiguen, no sonobjeto de ningún “deber de vigilancia”. Nuestraresistencia al nazismo es tanto más feroz cuantomás se adentra éste en el pasado. Así, elMinisterio de Antiguos Combatientes, cada vezcon menos trabajo en la medida en que cada vezhay menos antiguos combatientes, piensa enreconvertirse en un “Ministerio de la Memoria” eincluso en poner en marcha un “turismo de lamemoria” 71. Me apuesto lo que quieran a que losorganizadores de esos viajes éticos nodespacharán billetes con destino a la Lubiankasoviética, al gulag hoy abandonado o a loslaboratorios de trabajos prácticos, en plenaactividad, del laogai chino. El hecho de que nodeje de aumentar nuestra vigilancia respecto a los

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crímenes del Tercer Reich es en sí un frutosaludable de la conciencia histórica. Pero que sehayan multiplicado por diez desde que, tras lacaída del comunismo, la verdad sobre lacriminalidad de éste es más conocida, o al menosmás difícil de ocultar, es una coincidencia quedeja perplejo por lo menos respecto a una de lascomponentes de nuestras motivaciones antinazis.

El mismo día en que el presidente Chirac seexpresaba en Oradour, nuestro primer ministro,Lionel Jospin, que no quería quedarse atrás en lacarrera ética hemipléjica, hacía “turismo dememoria” en Auschwitz en compañía de su mujer,de origen polaco. ¿Quién puede no agradecérselo?Jamás se recordará lo bastante la “unicidad de laShoah”, en expresión de Alain Besançon 72. Sinembargo, hay que lamentar que nuestros dos“turistas de la memoria” no se hayan puesto el“deber” de aprovechar que estaban en Poloniapara acercarse a Katyn. El deber de memoria o esuniversal o no es más que fariseísmo partidista.Servirse de las víctimas del nazismo para enterrarel recuerdo de las del comunismo es insultar su

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memoria.Perdónenme que resuma los hechos de lo que

allí ocurrió en atención a las jóvenes generacionespara las que la apelación geográfica Katyn no dicenada —como he podido constatar en más de unaocasión— porque sus profesores, sus periódicos ysus medios de comunicación toman las medidasnecesarias para que así sea. En septiembre de1939, tras la derrota de Polonia, invadidasimultáneamente por los nazis en el Oeste y porsus aliados comunistas por el Este, Hitler otorgó asus amigos soviéticos como compensación de supreciosa ayuda una zona de ocupación dedoscientos mil kilómetros cuadrados, entre otrosterritorios. Tras la derrota polaca, los soviéticos,por orden directa de Stalin, masacraron variosmiles de oficiales polacos prisioneros de guerra:más de cuatro mil en Katyn (cerca de Smolensko)donde posteriormente se descubrió la fosa comúnmás conocida, pero también cerca de veintiún milen otros lugares. A esas víctimas hay que añadircerca de quince mil soldados rasos prisioneros,probablemente ahogados en el mar Blanco.

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Perpetradas en unos días y según un planpreestablecido, esas matanzas en masa de polacosvencidos, a los que se exterminó únicamente porser polacos, constituyen indiscutibles crímenescontra la humanidad, y no sólo crímenes de guerra,puesto que en Polonia la guerra había terminado.Según la convención de Ginebra, la ejecución deprisioneros de un ejército regular, que hancombatido de uniforme, es un crimen contra lahumanidad, sobre todo cuando el conflicto haterminado. La orden de Moscú era suprimir todaslas elites polacas: estudiantes, jueces, propietariosde la tierra, funcionarios, ingenieros, profesores,abogados y, evidentemente, oficiales del ejército.

Cuando se descubrieron las fosas comunessoviéticas, el Kremlin imputó esos crímenes a losnazis. Naturalmente, la izquierda occidental seapresuró a obedecer a la voz de su amo. No digoque toda la izquierda no comunista fuera servil,pero, en cualquier caso, la parte que tenía dudaspermaneció bastante más discreta y tristementeperpleja que categóricamente acusadora. Durantecuarenta y cinco años, afirmar en voz alta que se

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creía en la culpabilidad soviética —por la simplerazón de que los crímenes habían sido cometidosen la zona de ocupación soviética y no alemana—era suficiente para ser incluido entre los“viscerales” obsesivos del anticomunismo“primario”. Y, mira por dónde, en 1990, gracias aGorbachovy su glasnost, el Kremlin reconocía, através de un comunicado difundido por la agenciaTass, sin rodeos atenuantes, que “Katyn fue ungrave crimen de la época estalinista”. En 1992,cuando se comenzó a hacer el inventario de losarchivos de Moscú, se divulgó un informe secretode 1959 realizado por el entonces jefe del KGB,Chelepin, en el que dejaba constancia de “21.857polacos de elite, fusilados en 1939 por orden deStalin”.

Una vez que la confesión de los propiossoviéticos zanjaba la cuestión hubiera sido deesperar que los negacionistas occidentales deizquierda, que durante cuatro décadas habíanacusado de fascistas, o les había faltado poco parahacerlo, a los partidarios de la culpabilidadsoviética, se retractaran públicamente. Era no

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conocerlos. También se puede lamentar que, en1999, el primer ministro francés no tuviera enPolonia un gesto “turístico” que demostrara quepor fin la izquierda francesa había dejado decojear de la “memoria”, la moral y la historia.

Esa persistente discriminación proviene de lano menos tenaz aberración que consiste enconsiderar el fascismo como la antítesis delcomunismo, razón por la cual, las víctimas delsegundo, aunque se cifren en decenas de millones,serían cualitativamente menos “víctimas” que lasdel primero. Dan ganas de interpelar a los queniegan esas víctimas: “¿De qué lado os calláis?”.El enemigo del comunismo no es el fascismo. Es lademocracia. La democracia es su adversariocomún. La auténtica frontera entre los regímenesdel siglo XX separa las democracias de lostotalitarismos por muy diversos que sean losaparentes antagonismos de las baratijasideológicas con que se adornan los asesinos de lalibertad.

No habrá “memoria” justa y, por tanto,directamente memoria, porque la memoria

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voluntariamente truncada es por ello mismoinexistente, mientras la izquierda y la derechaunidas traten a los criminales vencedores de mododiferente a los criminales vencidos.

* * * Es evidente que una de las causas de que se corraun velo sobre los crímenes comunistas es lacobardía, puesto que es más fácil atacar atotalitarios muertos que a totalitarios vivos. Bastaver con qué cuidado se trata a los regímenescomunistas supervivientes, aunque sean débiles,para comprender la colosal servidumbremanifestada hacia la poderosa Unión Soviéticaentre su victoria militar de 1945 y su desapariciónen 1991. Esa servidumbre, obligada en Occidentetanto para sus militantes como para sussimpatizantes, sorprende por su inesperadaamplitud entre los adversarios de su ideología. Enun tiempo se podía excusar alegando motivos derealpolitik. Pero sobrevive tras el fin delcomunismo soviético y europeo porque siguen sin

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atreverse a disgustar a su propia izquierda, quesigue siendo renuente a reconocer el fracaso total ylos crímenes probados del socialismo real. Poruna parte, el Tercer Reich ha sido aniquiladopolíticamente hace más de medio siglo, mientrasque el comunismo sigue existiendo, aunque en unaextensión más reducida; por otra, la ideología naziha dejado desde hace cincuenta años derepresentar una fuerza cultural, salvo por algunosmarginados sin influencia y cuya importancia,además, se tiene buen cuidado de aumentar paramantener el mito de un “peligro fascista”eternamente renaciente. La ideología marxista-leninista, desacreditada por la praxis, o asídebería estarlo, continúa, por el contrario,impregnando nuestros esquemas interpretativos ynuestros comportamientos culturales. Los métodosestaliniano-leninistas siguen estando a la orden deldía. La calumnia, la mentira, la desinformación, ladeformación, la amalgama, la injuriaexcomulgadora, el arrojar al bando fascista, deVichy, léase antisemita, a todo aquel que no estáde acuerdo, la afrenta tan inmerecida como

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insidiosa, siguen admitiéndose entre nuestrascostumbres políticas, e incluso entre las artísticasy literarias. El anatema más venial consiste enllamar nazi a cualquiera que desapruebe vuestrasecta, no importa en qué terreno ésta se sitúe,aunque el debate sea extraño a la política. Es unhecho revelador el que la ley francesa que sólocastiga, desde 1990, que se ponga en duda laexistencia de los crímenes nazis, y que autoriza,por su silencio, que se ponga en duda la de loscrímenes comunistas... se deba a un comunista.Estoy de acuerdo en que se me exhorte a queabomine cada día más a los antiguos admiradoresde Himmler, a condición de que no sean antiguosadmiradores de Beria los que me administren esahomilía conminatoria.

Que la izquierda se abstenga de acusarme de“fascista” por establecer este paralelismo entre elmiembro de las SS y el chequista. La analogía noes mía: es de Stalin. Fue él quien llamaba a Beria“nuestro Himmler” y fue en esos términos en losque le presentó al presidente estadounidense,Franklin Roosevelt, que se quedó desconcertado

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ante tanto cinismo 73.

* * * El entierro periódico de los recuerdos sobre elcomunismo por parte de sus antiguos cómplices vaacompañado de una complacencia hacia losregímenes comunistas supervivientes idéntica a laque antaño disfrutaba la Unión Soviética. No sólopor parte de la izquierda, lo que no tiene nada deextraño, sino también por parte de la derecha. Esuna vieja tradición: después de todo, fue unpolítico al que hoy calificaríamos de centrista, elradical-socialista Édouard Herriot, quien, trashaberse paseado, o haber sido paseado, porUcrania en los años treinta, declaró no haber vistomás que gente próspera, feliz y bien alimentada.Durante los años 1933 y 1934, cuando eseestúpido pomposo confiaba sus beatas impresionesde viaje a la prensa francesa, quince millones decampesinos ucranianos, expulsados de sus tierras,fueron deportados a Siberia; un millón fueejecutado sobre la marcha; seis millones murieron

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tras una hambruna científicamente provocada. Apesar de estos molestos antecedentes, la mismaceguera afecta, treinta años más tarde, a losespecialistas del viaje a China, que no se enterande la escabechina de la seudorrevolucióndenominada cultural. En realidad se trató de unadepuración sádica y sangrienta desatada por Mao.Los Guardias Rojos lincharon y asesinaron amillones de sus compatriotas. Demencia bestialque más tarde el propio Chu En-lai definiría comola mayor catástrofe de toda la historia de China.

El “Gran Salto Adelante” (1959-1961) habíasido ya, según su más reciente historiador, Jean-Louis Margolin, “la mayor hambruna de lahistoria” 74, hambruna deliberadamente provocadapor Mao Zedong en virtud de esa mezcla única deidiotez económica, incompetencia agronómica(¡había trasplantado a China las teorías deLyssenko!) y desprecio al pueblo que caracterizaal comunismo. “Hambruna de esencia política”,añade Margolin. Logró que la mortalidadaumentara de quince por mil en tiempo normal asesenta y ocho por mil. En 1994 se filtraron a

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Occidente unos documentos de origen chino, parauso interno del partido, que demostraban que habíaque revisar al alza en varias decenas de millonesel número total de muertos debidos al Gran SaltoAdelante y a la Revolución cultural 75. Cuando lospapagayos occidentales andaban repitiendo “puedeque Mao haya suprimido las libertades, pero almenos gracias a él los chinos comen hastahartarse”, las bajas debidas al aumento de lamortalidad a causa de la escasez, entre 1959 y1961, se acercan a ¡cuarenta millones de personas!Desde 1988, las autoridades chinas reconocieronveinte millones. Pues bien, no sólo durante añoslos visitantes de la prensa occidental silenciaronpor lo general este asesinato colectivo sino que¡todavía en 1997 el trabajo de Margolin provocóla indignación de la izquierda europea!

Durante las dos últimas décadas del siglo, loshombres de Estado y los hombres de negociosoccidentales rivalizaron en amabilidad cuandovisitaban a los dirigentes comunistas chinos ovietnamitas. Sin embargo, el triste estado de losderechos o, mejor dicho, de los no derechos

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humanos en la China de este fin de siglo está biendocumentado, lo mismo que la firme resolucióndel partido único de mantener su hegemonía en elámbito político, aunque no económico. Diez añosdespués de haber ratificado un tratadointernacional que prohíbe la tortura, continúapracticándola en todas las prisiones,especialmente en el Tíbet. En 1998 y 1999, elencarcelamiento de disidentes y la represiónideológica multiplican su intensidad, frustrando laesperanza de algunos observadores quepronosticaban que la relativa liberalizacióneconómica provocaría una progresivaliberalización política y cultural. En diciembre de1998, una serie de nuevas reglas (no me atrevo allamarlas leyes) constriñeron aún más, si ello eraposible, toda libertad de expresión en la prensa,los libros, el cine, la televisión, los vídeos, lautilización de Internet y de los programas de losordenadores. Toda infracción de esa censurareforzada será considerada como una “tentativa desubversión contra el Estado” y castigada con¡prisión perpetua! 76 Ya he mencionado el sistema

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de campos de concentración chino, el laogai, quecuenta con varios miles de campos diseminadospor todo el país. Se puede encontrar un censocompleto en el Laogai Handbook, publicado enCalifornia y actualizado periódicamente por laLaogai Research Foundation 77. La pena de muerte,aplicada sumariamente incluso para delitos oinsubordinaciones menores, alcanza en China lacifra de varios miles de ejecuciones capitales cadaaño. La cuestión de si el comunismo no esintrínsecamente criminógeno, tanto en el casochino como en el ruso, sólo puede provocar unarespuesta negativa o ambigua por efecto de unaobnubilación ideológica sin relación con loshechos. El misterio no es la criminalidadcomunista sino que en el año 2000 sea todavíaobjeto de discusión.

La dirección del PC chino no tiene ningunaintención de suavizar su poder totalitario sobre elpaís. Todo lo contrario. En diciembre de 1998Jiang Zemin, jefe del partido y del Estado a la vez,excluyó “para siempre”, como subrayó con fuerza,la democracia a la occidental y anunció que

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“durante los próximos cien años, la líneafundamental del Partido Comunista” no cambiaría.Es lo que se considera un “hombre de firmesconvicciones”, cualidad que los políticosoccidentales aprecian más que ninguna otra. Veinteaños antes, Den Xiao-ping había gritado:“¡Liberad el pensamiento!”. En 1998 Jiang ordenó:“Hay que sofocar desde el embrión las actividadessubversivas y separatistas”. Este último adjetivoes una alusión evidente al Tíbet 78.

Como es sabido, para nuestros demócratasoccidentales tanto de derecha como de izquierda,las ejecuciones sumarias, las detencionesarbitrarias, las masacres, la tortura, los campos,las deportaciones de población, las anexiones ypersecuciones de pueblos sin defensa, los juiciosamañados, constituyen actos humanitarios cuandolos que los cometen son comunistas. Sólo seconvierten en crímenes cuando se deben a Hitler oPinochet, quien, por otra parte, no deja de ser unmodesto artesano en comparación con la eficaciaindustrial de Stalin o Mao. No es nuevo. Pero elbenevolente perdón que hemos otorgado a China

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es tanto más imprudente cuanto que esta potenciasigue siendo una amenaza estratégica. Su arsenalatómico se fortalece constantemente gracias, sobretodo, al espionaje y al pillaje que le han permitidorobar en los laboratorios nuclearesestadounidenses informaciones con las que haconfeccionado el modelo más perfeccionado debomba atómica 79. Además, la agresividad dePekín contra Taiwan pone en permanente peligrola paz en Extremo Oriente.

Las democracias capitalistas tragan toda esaquina con pretextos económicos. China es enpotencia el primer mercado del mundo y nadietiene derecho a relegarlo, dicen. Quizá. Pero es uncliente que, como la difunta URSS y como laactual Rusia, nos compra productos sobre todo conel dinero que le prestamos y del que no devuelvenada, o casi nada. China no devuelve las deudas(en enero de 1999 su bancarrota ascendía todavíaa cuatro mil millones de dólares) o las “escalona”,jerga púdica con la que se expresa que ladevolución se ha postergado ad calendas graecas.Sólo Estados Unidos desembolsa cada año al

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régimen chino sesenta mil millones de dólares enpréstamos de alto riesgo o irrecuperables.

Además, el Occidente crédulo cae en latrampa de las estadísticas chinas, enormementefalsificadas y que exageran la amplitud deldespegue de China y, por tanto, de su capacidad decompra. El economista y demógrafo Jean-ClaudeChesnais, director de investigación del InstitutoNacional de Estudios Demográficos, hadesmenuzado las razones por las que lasestadísticas chinas que embellecen la situación delpaís son poco fiables 80. A diferencia de India,China carece de tradición estadística moderna. Suinstituto de estadística central no se creó hasta1952 y se cerró doce años después debido a laRevolución cultural. Las autoridades querían conello evitar la posibilidad de medir los dañoseconómicos y demográficos provocados por dicharevolución, así como los estragos del Gran SaltoAdelante que la había precedido. El instituto, quese volvió a abrir en 1978 debido al giro liberal,carece hoy de especialistas competentes y nocumple los requisitos internacionales. Sus

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publicaciones son indigentes, siempredependientes de las sacudidas políticas y de lasconsignas dictadas por la propaganda. Acumulanevaluaciones incoherentes y contradictorias tantoen lo que respecta a la esperanza de vida o lamortalidad como en lo que afecta al desarrollo. Yaunque el auge económico chino desde comienzosde los años ochenta es innegable, su importanciaestá sobreestimada por unas estadísticasinventadas cuyo fin esencial es divulgar la fábulade que China habría alcanzado un nivel de vidapor habitante superior al de India. La realidad eslo contrario. Desgraciadamente, la falta declarividencia o la complacencia política de losexpertos internacionales les lleva con frecuencia adar por buenas las mentiras chinas y, por tanto, ainducir a error a los agentes económicosoccidentales. El Atlas de la banca mundial de1998 atribuye a China un índice de crecimiento dela renta por habitante del 11 por ciento anual entre1990 y 1996. Pero, replica Chesnais, “unamagnitud de tal orden no tiene equivalentes, por loque hay que pensar que se trata de una estimación

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grosera y poco verosímil, proporcionada por lasautoridades chinas”.

No aprendemos. Hoy servimos a China elcóctel que las democracias elaboraron durantesesenta años para agasajar a la URSS: un tercio deindulgencia frente a las violaciones de losderechos humanos, un tercio de indolencia ante lasamenazas estratégicas, un tercio de complacenciaeconómica para regar las tierras estériles delcolectivismo con créditos de una largueza que rozala candidez.

El rechazo de la historia, la amputación de lamemoria, inspiran la misma “sorpresa”, la mismacólera en la izquierda cada vez que se sientecontrariada porque aparece otra obra que instaurala lista de los crímenes del comunismo contra elhombre y su inepcia económica. A esta voluntariaignorancia y huida frente a todo lo que puedetrastornarla se suma, tanto a derecha como aizquierda, la incapacidad de aprovechar laslecciones del pasado para mejorar la política delpresente. Como dicen Vladimir Bukovsky y eldisidente chino Wei Jingsheng 81, “la historia ha

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dado abundantes pruebas de que las estrategias dela détente eran falsas. Y, sin embargo se vuelve aafirmar, como hace veinticinco años, esta vezrespecto a China, que el comercio con Occidente yunas cuantas sonrisas más bastarán paratransformar una sociedad totalitaria en unademocracia”.

Como los regímenes comunistas sólo han sidofuertes gracias a nuestra debilidad, la de lasdemocracias, no les preocupa lo más mínimoexplotarla. China pretende imponer su censura nosólo en su tierra, algo acorde con una dictadura,sino también en el extranjero, en las produccionese informaciones que atañen a China, especialmentelas películas, y sobre todo aquellas que tratan dela historia reciente del Tíbet o del budismotibetano. Y, con bastante frecuencia, la oligarquíachina consigue que se obedezcan sus caprichos. En1996, Rupert Murdoch, el magnate internacionalde prensa y medios de comunicación, obedeciendolas órdenes chinas, suprimió en el “WorldService” de la BBC el enlace de “Star TV” enAsia, por él controlado. ¿Por qué? Porque la BBC

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tuvo la osadía de emitir tres programas que Pekínconsideró “antichinos”. Léase: que decían laverdad. Uno trataba de los orfelinatos-cementeriosde la China contemporánea; el segundo, de lasfábricas cuya mano de obra está compuesta porprisioneros-esclavos; el tercero hablaba de losrecuerdos del que fuera médico de Mao, el doctorLi Zhisui, retirado en Estados Unidos 82. El doctorLi pintaba a Mao como un tirano despiadado,paranoico y obseso sexual, con una vida privadadisoluta. Resultaba que el “Gran Timonel” poseíauna deslumbrante pobreza intelectual, como, porotra parte, no era difícil comprobar desde hacíatiempo mediante la simple lectura de sus textos 83.En 1998, Murdoch llevó todavía más lejos suservidumbre sinófila prohibiendo a una de suseditoriales, Harper-Collins, publicar un libro deChristopher Patten, que había sido el últimogobernador británico de Hong Kong, porconsiderarlo demasiado crítico hacia China. Gestotan cobarde como estúpido porque el libro,inmediatamente publicado por otro editor, sebenefició de la publicidad que le suministró la

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abusiva ruptura del contrato 84. Patten demuestraespecialmente en él la falta de correlaciónracional entre los intercambios económicos, quedeberían ser realistas, con China, y las carantoñasfrenéticas de Occidente. De hecho, dice, esOccidente y no China quien está en posición desuperioridad desde el punto de vista económico.Pero la obsesión por el “mercado” chino hace queprevalezca la obsequiosidad, como si un mercadotan poco solvente mereciera todas esasconsideraciones. Todos los años, desde larepresión de la plaza de Tiananmen en 1989, algúnpaís democrático presenta ante la comisión ad hocde la ONU una tímida resolución de condena de laviolación de los derechos humanos en China:regularmente, de 1989 a 1999, han sidorechazadas.

* * * En las sociedades comunistas de primer orden, esdecir, las que han servido de prototipo para copiasmás pequeñas y de metrópoli a filiales satélites, se

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da una convergencia de componentes cuyosresultados acumulados tienden todos a laaniquilación de las poblaciones. El primercomponente lo forman las purgas periódicas, lasejecuciones masivas, lo que se podría denominarla destrucción directa. El segundo es unadestrucción indirecta o diferida, mediante ladeportación de poblaciones, privaciones y malostratos científicamente infligidos, internamiento encampos de reeducación o de trabajo, métodostodos que provocan un aumento de la mortalidad.El tercer componente es la curiosa inteligencia quedespliegan todos los regímenes comunistas paralanzarse con implacable determinación a unastransformaciones económicas, especialmenteagrícolas, de una estupidez tan imaginativa queimpide considerarla totalmente involuntaria.Consiguen que la producción de las tierras másfértiles descienda de un 80 por ciento a un 50 porciento, hasta provocar hambrunas que cuestan lavida a millones de seres humanos. El cuartocomponente es la saña con que se destruye todacultura y se impide toda creación que se aparte de

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los dogmas marxistas-leninistas. En el caso delTíbet, los chinos, que son mil doscientos o miltrescientos millones, no se conforman con aplastara un pequeño pueblo de seis millones deindividuos, con ocuparlo, con sojuzgarlo y conrobarle sus escasos recursos, sobre todoforestales. Están además patológicamenteobsesionados por la idea fija de aniquilar sucivilización y su cultura 85. Algunas sociedadescomunistas sobresalen en una de las cuatroespecialidades totalitarias, otras brillan unasveces por una y otras por otra, y las mejores en lascuatro a la vez y constantemente. Pero ninguna deellas abandona jamás totalmente alguna. Parececlaro, pues, que el fundamento constitutivo,estructural y funcional de todo poder comunista, encualquier latitud y contexto histórico, reside en lareunión de esos cuatro elementos de base.

¿Se puede llamar “genocidio” al conjunto deconsecuencias de ese sistema? Vista la amplitudcuantitativa de la destrucción de vidas humanaslograda, la cuestión parece bastante obvia. Tantomás cuanto que, como acabo de recordar, en esos

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regímenes, al aplastamiento físico del hombre seañade su aniquilación cultural, absolutamenteobligatoria en cualquier dictadura totalitaria.Adoptar o no el término de genocidio dependeríaentonces de una consideración puramentecualitativa, cuya conclusión, eminentementeconceptual, no cambiaría el destino de lasvíctimas. ¿Van a resucitar las que nosotrosdecidamos que no han perecido por genocidio?¿Van a convertirse, por un milagro, en guarderíasinfantiles las fosas comunes en las que millones deellos se han podrido?

Algunos de los rasgos del totalitarismocomunista, como los exterminios programados,están también presentes en el totalitarismo nazi.Pero no el fracaso económico deliberadamenteperseguido. Al confiscar la producción de lospaíses vencidos para alimentar a su propioejército, los nazis provocaron el hambre de laspoblaciones conquistadas. Jamás provocaron elhambre de su propia población, mataron a suspropios campesinos o devastaron su propiaagricultura en tiempo de paz imponiéndoles

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decisiones estrambóticas. En la Alemania nazi, lapenuria provenía de la guerra, no de la voluntad desus dirigentes.

Según un informe de la asociación budistaGood Friends, tres millones de coreanos habríanmuerto entre 1994 y 1999 víctimas de unahambruna cuya única explicación es el propiocomunismo, aunque sus dirigentes se la hayanatribuido a las inundaciones de 1994. Unsubterfugio tan viejo como el comunismo consisteen imputar sus propios efectos desastrosos a lasinclemencias naturales. Mengistu lo utilizó muybien en Etiopía durante diez años. La escasezcoreana no impidió a Pyongyang obtener el dineronecesario para desarrollar una industria nuclear deguerra, alegando que en realidad se trataba de unaindustria nuclear de paz, indispensable para laproducción de energía. De acuerdo con lacostumbre democrática de resignarse ante talesamenazas, en lugar de aprovecharse de la posiciónde debilidad de Corea del Norte, Estados Unidosse ofreció de inmediato a proporcionarle, ademásde ayuda alimentaria, reactores nucleares civiles y

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petróleo gratuito, todo a cambio de queabandonara la industria militar. No menos acordecon las costumbres comunistas, Corea del Norte seembolsó los regalos —que, como ya es clásico, sedestinaron al confort de los dirigentes y no a lasnecesidades del pueblo— y trabajaron con másahínco en su bomba atómica, en secreto, en lugaressubterráneos. Rechazaron cualquier inspección ano ser que se les pagara por llevarla a cabo. Susdirigentes, cada vez más exaltados a medida quesu población estaba más hambrienta, llegaronincluso a amenazar con destruir Estados Unidos yborrar del mapa “de una vez por todas” a América86. En esa tierra prometida del comunismodinástico, el “líder bien amado” Kim Jong Il, lomismo que su difunto padre, Kim Il Sung, secomporta como fiel discípulo de Stalin y de Mao.Pero lo penoso es que las democracias noreconocen el pasado cuando se disfraza depresente.

Vemos, pues, que el beneficio de noinventario de que gozan los comunismos pasados,y el pasado de los comunistas presentes, sirve de

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soporte a la indulgencia con que tratamos a losregímenes de su obediencia que todavía están enpie. Los dos maquillajes se complementan. De ahílas resistencias a un conocimiento demasiadopreciso de la historia y de la actualidad. Dichoconocimiento, si fuera imparcial y dada lafilosofía hoy preponderante de los “derechoshumanos”, nos llevaría a armonizar nuestroscriterios políticos con nuestros principios morales.Nos obligaría a la universalidad en la condena decrímenes idénticos, algo que queremos evitar porencima de todo.

Si la izquierda es presa del mismo “estupor”cada vez que un nuevo libro le vuelve a enseñarque Lenin fue tan criminal como Stalin, e inclusomás, es porque se había apresurado a olvidar ellibro anterior.

Los pensadores autorizados se quedaronestupefactos con el Lénine de Hélène Carrèred’Encausse en 1998 87. ¿En tan pocos meses habíaescapado de sus mentes el recuerdo de la sacudidaque les había infligido el año precedente El libronegro? Tampoco les quedaba ningún rastro del

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pasmo que les había causado en 1982 la tesis deDominique Colas, Le Léninisme 88. Como no leshabía dejado ningún estigma psíquico la violentaconmoción que les produjo en 1975 El terror bajoLenin de Jacques Baynac 89, obra en la que secalcula el número de víctimas debidas a labenevolencia leninista, de 1918 a 1920, en unosdos millones y medio de muertos. Por lo demás,los intelectuales progresistas sufrieron el choqueoriginal en el momento mismo en que esoscrímenes se estaban cometiendo pues la Liga delos Derechos Humanos ya tenía plenoconocimiento de ellos en 1918, en París, comodemuestra Christian Jelen en La cegueravoluntaria 90, aunque fue un golpe del que serepusieron rápidamente. Esos amigos del génerohumano y de Lenin no han dejado, pues, de ir desorpresa en sorpresa, sin que por ello se agotarasu capacidad de quedarse fulminados por el pasmocada vez que se les recordaba unosacontecimientos conocidos desde hacía tiempo.Cuando se trata de comunismo, su memoria se

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convierte en un colador. Rechazar la historia contan infatigable tenacidad sirve a un doblepropósito: negar o atenuar la responsabilidad, almenos intelectual, de sus partidarios y cómplicesde antaño; lograr que prevalezca la imagen delnazismo como único totalitarismo intrínsecamentecriminógeno. Además, los dos aspectos de lareceta son recíprocos. Puede leerse en los dossentidos. Por esa razón se perpetúan en los mediosde comunicación y en las instituciones culturalesdel mundo democrático las versiones falaces de lahistoria que el comunismo forjó sobre sí mismo enel momento de máxima dominación.

De este modo, en 1990, la Unesco organizóuna celebración de la “memoria” de Ho Chi Minhcon motivo del centenario del nacimiento deldictador. Todos los temas de dichaconmemoración reproducen sin ningún tipo deexamen las falacias de la vieja propagandacomunista provietnamita de los años sesenta y elmito de Ho Chi Minh fabricado en su tiempo abase de ocultación e invenciones de los “órganos”.Las siglas Unesco significan “Organización de las

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Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia yla Cultura”. Si la Unesco sirviera a la cienciahabría convocado a auténticos historiadores queno hubieran podido por menos que dejar por lossuelos la leyenda forjada para transfigurar a HoChi Minh. Si sirviera a la educación, no se habríapuesto al servicio de un lavado de cerebrototalitario. Si sirviera a la cultura, en lugar de a lacensura, no habría cerrado a cal y canto esecoloquio para impedir cualquier falsa nota“anticomunista visceral”. Antes de que secelebrara el acontecimiento, y poco convencidoante esa “memoria” con salsa Unesco, OlivierTodd, uno de los mayores especialistas mundialesen Vietnam, donde estuvo varios años comoenviado especial e incluso fue hecho prisioneropor el Vietcong, dedicó un estudio al “mito Ho ChiMinh” en el que deplora “la extraordinariaingenuidad adulona de numerosos publicistas ydiplomáticos, prueba de las manipulacionespolíticas en el seno de la Unesco. Estaorganización internacional, que emana de la ONU,se dispone a celebrar a Ho Chi Minh como un

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‘gran hombre de Estado’, un ‘hombre de cultura’,un ‘ilustre liberador’ de su pueblo. Se ha invitadoa la comunidad internacional a subvencionar laelevación a categoría de héroe y de mito del ‘Tío’comunista, y ello va a tener lugar al año del pasodel comunismo mundial al basurero de la Historia”91.

Esta broma de la ONU era tanto másdivertida cuanto que había pasado tiempo más quesuficiente para que afloraran los rasgosfundamentales del régimen surgido delpensamiento de Ho Chi Minh, primero en Vietnamdel Norte y después, tras la caída de Saigón en1975, en todo el país. Unos rasgos que no sedistinguían en absoluto de los del estalinismo másopresor. Ese parecido no había pasadodesapercibido ni siquiera para un admirador deHo Chi Minh como el escritor y periodista JeanLacouture. Cuando la revista L'Histoire 92 lepreguntó: “¿También fue la ignorancia la que lellevó a equivocarse respecto a Vietnam delNorte?”, respondió: “No, sobre este tema estabainformado. Lo que les falta a mis artículos de

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entonces es la mención constante del carácterestalinista del régimen”. No está muy claro quéotro “carácter” podía haber tenido dado que sufundador, que surgió a la luz del día en 1945 bajoel nombre de Ho Chi Minh, era agenteinternacional del Comintern desde hacía tresdécadas bajo la identidad de Nguyen Ai Quoc. Laapertura de los archivos soviéticos nos hapermitido conocer mejor su carrera oculta y suauténtica misión en Indochina 93. Indiferente a esosdocumentos que renuevan nuestros conocimientoshistóricos, la Unesco, siempre con su originalmanera de servir a la “ciencia”, parece ignorarademás que, desde 1975, el régimen comunistavietnamita había hecho realidad al pie de la letratodas las predicciones que desde el comienzo hizoSolzhenitsin en una memorable emisión delprograma de televisión “Apostrophes”. Su lucidezle valió entonces el sarcasmo de la izquierda.¿Tenía la Unesco, en 1990 cuando ya se sabía todala verdad, el derecho moral de celebrar una misatan ciegamente laudatoria en memoria de Ho ChiMinh? Durante quince años, el régimen inspirado

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en sus enseñanzas había ido pasando una a una lascuentas del lúgubre rosario de las hazañas del“ogro filantrópico”, como decía Octavio Paz:terror policial, ejecuciones sumarias,condicionamiento ideológico, campos deconcentración en los que el índice de mortalidadera mayor o menor en función de su emplazamientogeográfico y del grado de severidad de la“reeducación”, torturas, penuria, huida de lapoblación, esta vez por mar (lo mismo que entreChina y Hong Kong durante la Revolucióncultural), martirio de los boat people, gran númerode los cuales murieron ahogados o asesinados porpiratas. Siendo prudente en el cálculo, se puedenestimar en más de un millón los muertos, víctimasdirectas o indirectas del régimen, desde abril de1975. Mientras se realizaba este remake de unguión “culto”, los ministros y otros políticosoccidentales —a cuya cabeza se hallaban losfranceses— se inclinaban a Hanoi con un airefalsamente ingenuo, para entregar el dinero de loscontribuyentes capitalistas a los nomenklaturistaslocales, quienes —otra característica de todos los

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comunismos— se revolcaban sin vergüenza en lacorrupción más indecente. Nuestros ministrosllevaban su cinismo hasta el extremo de acusar de“reaccionarios” a los franceses de origenvietnamita que tenían el valor de escandalizarseante su ruinosa servidumbre a ese trono deldespotismo asiático.

A pensamiento único, comportamiento único.Juzguen si no. Jacques Toubon declaró cuandocondecoró, como ministro de Cultura yComunicación de un gobierno de derecha, a laescritora Duong Thu Hyong: “Desde su más tiernainfancia usted sufrió al invasor japonés y elcolonialismo francés. Pero fue el imperialismoamericano el que le llevó, a la edad de veinteaños, a ponerse al servicio de la lucha por laindependencia y la reunificación de su país [lascursivas son mías]... Es natural que nuestros dospaíses, que actúan juntos en la escenainternacional, que son socios importantes delmundo francófono —Hanoi tiene el propósito,además, de ser anfitrión en 1997 de una cumbre dejefes de Estado y de gobierno que comparten el

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francés— desarrollen una relación privilegiada enel ámbito de la literatura. Os impongo, pues, conagrado las insignias de caballero de las Artes y lasLetras”. Una advertencia para los jóvenes: aunqueen este memorable discurso sobre la evolución delsureste asiático desde 1945, Jacques Toubon hagasuyas las fábulas comunistas (las de la época deBréznev, no de Gorbachov), jamás ha pertenecidoa la Internacional. Actuó, pues, más porconformismo que por convicción. Sin embargo, suanuencia no le evitó sufrir el vilipendio de Hanoiya que Duong Thu Hyong, menos dócil que lasautoridades francesas que la condecoraban y, pesea haber sido miembro del Partido ComunistaVietnamita, tuvo el valor de decir en su discursode agradecimiento: “Ho Chi Minh es el ídolo delpueblo vietnamita pero no es mi ídolo”. Laoligarquía del PCV llegó prácticamente a acusar anuestro ministro de Cultura de ser cómplice de unaoperación de desestabilización del Estadovietnamita. Justa compensación a los mil millonesde ayuda francesa...

Si nada de lo que se había sabido sobre el

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comunismo en veinte años había hecho mella en elintelecto de la Unesco o de los dirigentes políticosoccidentales, ¿por qué iban a estar mejorinformados o ser más honestos los medios decomunicación? Su papel “crítico”, tal y como elloslo conciben, consiste normalmente en reproducirtal cual las “críticas” que se considerabananticonformistas en la época de sus padres..., o desus veinte años. Es lo que llaman tener sentido dela historia. Así, el 20 de febrero de 1995, lacadena franco-alemana Arte emitió, a las 20.40horas, un “Gran documental” de más de una horatitulado Vietnam después del infierno. Se tratabade un film de propaganda grosera, ni siquierahábil, que muy bien podrían haber confeccionadolos servicios de comunicación más esclerosadosde los burócratas de Hanoi. Se puede criticar lapolítica francesa en Indochina hasta los acuerdosde Ginebra de 1954. Se puede criticar la políticade Estados Unidos en Vietnam tras su intervención,debida a la violación de dichos acuerdos porVietnam del Norte. En su momento, ni en Franciani en Estados Unidos se dejó de hacer ninguna de

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las dos críticas. Pero lo que se plantea en 1995,año del “documento” de Arte, la cuestión con lavista puesta en el presente, es ésta: ¿los regímenesque se instauraron en Vietnam, en Camboya y enLaos tras la derrota occidental fueron realmenteregímenes de liberación? ¿No fueron más bienregímenes de esclavitud y, especialmente en elcaso camboyano, regímenes de genocidio? ¿Sepuede sacar el significado histórico y político delperíodo 1945-1975 si se hace abstracción de loque de él ha resultado, es decir, del balance delperíodo 1975-1995? Respuesta: sí, porque ésa fuela proeza de la cadena Arte. Su “ángulo dememoria” equivale a juzgar el régimen nazihaciendo abstracción de la Noche de los CristalesRotos, de Oradour y de Auschwitz; ¿qué valorhistórico y ético puede tener la incesanteevocación del genocidio nazi si sirve para acallara los que evocan los genocidios comunistas? Y elrecíproco no existe: ninguno de los historiadoresde los genocidios comunistas intenta ocultar losgenocidios hitlerianos, a no ser los providencialesLe Pen y Faurisson, que no son representativos de

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casi nadie y a quienes condenan casi todos. Apesar de todas las negaciones, siempre volvemos,pues, a esa introducción solapada del postulado:los crímenes “de izquierda” no son crímenes; sólolo son los crímenes nazis y los de Pinochet.

Es lo que ha suscrito oficialmente la justiciafrancesa con motivo del “caso” Boudarel. GeorgesBoudarel, militante comunista durante la guerra deIndochina, ejerció, de 1952 a 1954 las funcionesde “reeducador” de sus propios compatriotas,prisioneros franceses, en un campo del Vietminh94. Como los acuerdos de Ginebra provocaron unajuste de personal en esa profesión, Boudarel seencontró en el paro y se puso al día en laenseñanza para terminar como profesor deHistoria en la Universidad París VIII donde, comotuvieron el rostro de decir algunos de sus colegasen su defensa, “era muy estimado comoespecialista... en cuestiones vietnamitas”. Un día,durante un coloquio público, fue reconocido porunos ex prisioneros supervivientes del campo 113en el que había ejercido su talento (70 por cientode muertos) quienes, el 3 de abril de 1991,

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interpusieron una querella contra él por crímenescontra la humanidad. Inmediatamente, la izquierdase moviliza: artículos y peticiones por doquier afavor de Boudarel. La justicia francesa —independiente del poder del Estado pero no delpoder ideológico— no fue sorda a esa campaña,dictada por tan elevado sentido de los derechoshumanos. El 1 de abril de 1993, el TribunalSupremo rechazó el recurso de los antiguosprisioneros del campo 113. Declaró que se habíacometido un error al considerar que los hechos delos que se acusaba a Georges Boudarel constituíancrímenes contra la humanidad (y, por tanto, que nohabían prescrito y a los que no afectaba la ley deamnistía de 1966) pues, dice el tribunal, “loscrímenes contra la humanidad son crímenescometidos durante la II Guerra Mundial por partede los países europeos del Eje”. No sólo se tratade una falsificación de la historia sino de unllamamiento al asesinato. ¿Para qué preocuparse sino son punibles los crímenes contra la humanidadcometidos tras la II Guerra Mundial y por otrosEstados criminales que no sean las potencias del

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Eje? ¿Todos los demás asesinos tienen deantemano asegurada la impunidad? ¿Por qué sepersigue entonces a Pinochet o a Milosevic?

Como ministro de Educación Nacionalcuando tuvo lugar este excepcional número demonos amaestrados, un Lionel Jospin ya mutantesalvo el honor de la izquierda. Cuando le pidieronque apoyara a ese torturador buenazo, para muchosel único mártir, respondió: “Pienso que la opcióndel anticolonialismo era justa. Comprometerse conel bando de los que, al fin y al cabo, eranenemigos de nuestro país, a pesar de lo que, en elfondo, se piense sobre la necesaria evolución delimperio colonial, es una decisión que ahora no voya juzgar, pero que no hay obligación de tomaraunque se sea anticolonialista”. Ahora veamos laconclusión —por desgracia muy aislada— delfuturo primer ministro, unas palabras que hicieronque en mí renaciera la esperanza de que quizápodía un día resucitar en Francia una izquierda ala que yo podría de nuevo pertenecer: “Pero sobretodo”, prosiguió Jospin, “nada puede justificar, enmi opinión, que un intelectual, un profesor, se

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convierta en el capo de un campo de prisioneros,de un campo de concentración en el que moríanhombres que pertenecían a su propio país. Sientoque ese hombre no se merece ningún comité deapoyo”. El simple empleo de la palabra caporompe el tabú que prohíbe la comparación.

¿Habían leído esta profesión de fe losmagistrados del Tribunal Supremo cuandoredactaron sus considerandos? Para medir laamplitud de la falsificación o, en el mejor de loscasos, de la incompetencia histórica y jurídica dela que dichos considerandos dan muestra, bastareleer el texto fundador del tribunal de Nurembergen el que se definían “los crímenes contra lahumanidad que son el asesinato, el exterminio, lareducción a esclavitud, la deportación y todo actoinhumano cometido contra toda población civilantes o durante la guerra; o bien las persecucionespor motivos políticos, raciales o religiosos”. Loscrímenes cometidos contra los prisioneros deguerra son susceptibles de la misma definición.

Michel Moracchini, asistente de Casamayor,un miembro francés del tribunal de Nuremberg,

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añade comentando este texto: “El profesorDonnedieu de Vabres, miembro francés de estajurisdicción, siempre subrayó en sus comentariosel carácter universal, independiente de lascircunstancias de tiempo y lugar, del concepto decrímenes contra la humanidad. Todos los que hanescrito o trabajado sobre este tema, incluida laComisión de Derecho Internacional de la ONU,han estado de acuerdo con él y se han inspirado ensus ideas” 95.

Limitar la definición a las potencias del Eje ysólo al periodo de la guerra es, pues, contrario atoda la evolución del derecho que tuvo lugardespués de Nuremberg y que recientemente hadesembocado en la instauración de un TribunalPenal Internacional 96. Es, además, tan absurdocomo lo sería limitar, en derecho común, elasesinato con premeditación a los actos cometidosdurante el período, pongamos, del 1 de enero de1930 al 31 de diciembre de 1935, y, además, conla condición de que el asesinato haya tenido lugaren los departamentos cuyos números vayan del 1 al30. Semejante tontería por parte de unos juristas

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tan eminentes sólo la explica el postulado,imperativo, subyacente y omnipresente, de que loscrímenes comunistas no deben en ningún casoclasificarse en la categoría de crímenes contra lahumanidad, ni siquiera en la de crímenes realmenteexistentes.

Una verificación experimental de hasta quépunto este postulado es todopoderoso se produjocon motivo de la demanda de extradición dePinochet por un juez español. Usándolo comoprecedente, los vietnamitas de la diáspora tuvieronla idea, durante el tercer trimestre de 1998, depresentar una querella contra cierto número dedirigentes de Hanoi. La respuesta fue que no sepodía admitir a trámite porque los casos quehabían presentado entraban dentro de laprescripción que afecta a los actos que seremontan a más de diez años, incluso losasesinatos, torturas y secuestros de que habíansido víctimas los padres de los querellantes. Losactos del mismo tipo que se le imputan a Pinochettambién se remontan a hace más de diez años. Laconclusión es que los crímenes contra la

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humanidad no prescriben cuando los comete undictador clasificado como “fascista” y, de repente,prescriben cuando los autores son comunistas. Ladoctrina de la “excepción comunista” es muyclara, pero viola tanto las leyes internacionales envigor como el nuevo Código Penal francés 97.

* * * La ambivalente actitud de los dirigentes y losmedios de comunicación democráticos frente a lostotalitarismos alcanza la cima del cinismo ycomicidad políticos en sus relaciones con FidelCastro. En efecto, en nuestras democracias no seignora prácticamente nada de las violaciones delos derechos humanos debidas al caudillo de LaHabana. La prensa, incluso de izquierda (exceptola propiamente comunista y Le Mondediplomatique) no oculta ya el carácter ferozmenterepresivo de su régimen policial. Y, sin embargo,Castro es invitado, recibido y agasajado pordoquier. Los primeros ministros, los obispos yhasta el Santo Padre hacen cola para tener el honor

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de ser recibidos por el barbudo sanguinario. Elbufón exterminador les toma el pelo con promesasvanas, de esas que les entusiasman a los idiotasútiles. Los ilusos se despiden dando encantadosuna rueda de prensa en la que se felicitan por lasbuenas intenciones del dictador. Y apenas su aviónha despegado cuando una vuelta de tornillosuplementaria de la policía cubana pone enridículo su patética credulidad. Es lo que podríallamarse la paradoja cubana. La izquierda protegea Castro sin que ello signifique que alimentaninguna ilusión hacia él. Este es incluso el título deun excelente artículo de Le Monde: “Cuba: la find'une illusion” 98 Se me podrá decir que esperar a1999 para perder la ilusión sobre Cuba no essíntoma de una excepcional precocidad. Peroestamos tan poco habituados a que se viole el tabúque protege las dictaduras marxistas, pasadas opresentes, que uno no puede por menos dealegrarse al verlo de vez en cuando superado. Elautor del artículo, Alain Abellard, nos enseña enél cómo la represión aumenta en la isla. Unaevolución, añadiría yo, que va exactamente en la

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dirección opuesta a la que nos anuncian desdehace cuarenta años los amigos de Cuba. “Ya nisiquiera se tolera una oposición moderada”,precisa Abellard. Un nuevo texto legal castiga conveinte años de prisión “la colaboración directa o através de terceros con los medios de comunicaciónextranjeros”.

¡Y con razón! Algunos medios se hanliberado de la consigna de silencio que prohibía lamínima mención a las torturas y ejecuciones,normales en Cuba. El 8 de enero de 1999, lacadena Arte emitió 99 un documental sobre eljuicio amañado que tuvo lugar en 1989 por el queCastro condenó a muerte a cuatro de sus generalescon el pretexto de que traficaban con droga —tráfico del que el dictador era jefe y principalbeneficiario—. Razón por la cual ForbesMagazine, en su lista anual de las principalesfortunas del mundo, evalúa la de Castro en unosdos mil millones de dólares. En realidad, loscuatro generales fueron inmolados por haber osadocriticar la masacre de la juventud cubanaprovocada por las intervenciones en Etiopía y

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Angola, por orden soviética. El estalinoide delCaribe organizó en La Habana un juicio, copia delas comedias sangrientas que antaño se llevaban acabo en Moscú, Budapest o Praga, unareconstrucción tropical de La confesión. Enefecto, tras prometer al general Arnaldo Ochoa ysus compañeros que les perdonaría si“confesaban”, lo que hicieron con ingenuaconfianza, les mandó fusilar. Y como buenaficionado, asistió en persona a la ejecución de losseudo-“traidores” a través de un vídeo.

A diferencia de las ejecuciones de la URSS,Checoslovaquia, Bulgaria o Hungría, que lesvalieron a sus instigadores los aplausos de la Ligade los Derechos Humanos, y la perspicazconformidad de un ramillete de escritores eintelectuales célebres de Occidente, la reposiciónde la macabra obra bajo la dirección de Castro notuvo el éxito, y ni siquiera la discreta connivencia,que esperaba. Incluso el semanario de televisiónmás a la izquierda de Francia, Télérama 100,publicó, antes de la emisión de Arte, una entrevistacon la hija del general Antonio de la Guardia,

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fusilado junto con Arnaldo Ochoa el 13 de julio de1989. Basándose en el precedente Pinochet, delque toda la prensa hablaba a finales de 1998,Ileana de la Guardia anunció su intención dequerellarse contra Castro por el asesinato de supadre y por el encarcelamiento arbitrario de suhermano, condenado a veinte años... por no haberdenunciado a su padre. La obligación de denunciara los miembros de la propia familia es también unrasgo, otro más, común al sistema nazi y a lossistemas comunistas.

Al invocar las diligencias contra Pinochet, lahija de uno de los cuatro generales asesinados damuestras de no haber entendido todavía elfuncionamiento moral y mental de la izquierdainternacional —y de la derecha, que, petrificadapor el canguelo, se limita generalmente a seguirlos pasos de la izquierda—. Como Boudarel, y porlas mismas razones, Castro no puede serprocesado. Fue el azar, es decir, la accidentalcoincidencia entre la orden de detención contraPinochet, entonces en una clínica de Londres, y lacumbre anual iberoamericana que en ese momento

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se celebraba en Oporto la que instaló elimpresionante telón de acero jurídico que separala criminalidad de izquierda y la de derecha. FidelCastro se pavoneaba en dicha cumbre ante lastiernas miradas de los otros ministros y jefes deEstado hispánicos y lusitanos. ¡Qué tristeza ver aun hombre tan respetable como el rey de España,un campeón de la democracia, dar la mano a unode los peores enemigos de la libertad! Tanrepugnante como los abrazos que le prodigó, enotras circunstancias, en París, el presidente de laAsamblea Nacional francesa. No hay que decirque al juez español que había dictado la ordencontra Pinochet ni siquiera se le pasó por lacabeza hacer lo mismo contra Castro y aprovecharla presencia en Europa del dictador cubano paraacelerar la operación. Esa púdica discrecióntransformaba instantáneamente en impostura laacción contra Pinochet. Una vez más, se ponía demanifiesto que la eventual culpabilidad de losresponsables políticos no se aprecia con la varade los crímenes contra la humanidad,efectivamente cometidos, sino con la del color

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político de la ideología en nombre de la cual sehan cometido.

A diferencia de la tarjeta postal turística quese tragan los tontos, Cuba no abriga una dictaduracampechana edulcorada por el clima tropical, sinouna réplica de los métodos estalinistas cuya durezajamás se ha relajado. Desde 1959 han sidofusilados en la isla de quince a diecisiete milprisioneros políticos. Sólo durante 1974perecieron en el mar siete mil cubanos queintentaban huir de la isla, esos balseros que “votancon sus remos” y cuyas frágiles embarcacionesCastro bombardea desde helicópteros. A título demacabra comparación, se calcula en un total de3.197 las ejecuciones debidas a la DINA (policíapolítica chilena) durante toda la dictadura dePinochet. Nadie pone en duda que la cantidad noes un criterio moral. Que un único asesinato bastapara constituir el crimen contra la humanidad de unrégimen o de un dictador. Pero el mayor o menornúmero de esos crímenes permite medir el pesoreal del terror que ejerce una dictadura y deberíallamar más la atención de aquellos cuya profesión

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es informar. Recordar que Castro mandó fusilar a17.000 personas en un país de 10 millones dehabitantes y Pinochet a 3.197 en uno de 15millones permite comparar un terror con otro, sinexcusar por ello a ninguno de los dos. En Cuba haytodo tipo de prisiones, más o menos atroces, en lasque se emplea la tortura como medio cotidiano demantener el orden. Hay todo un abanico de camposa la vez de concentración, reeducación y trabajo“de régimen severo”, copias fieles del modelosoviético de la gran época. Hay, como en laAlemania de Hitler, campos especialmentereservados a los homosexuales, otros a losenfermos de sida, como quería Le Pen paraFrancia en 1987, con gran indignación de laizquierda. No me alargaré más en esta lúgubrecontabilidad cuyo detalle se puede encontrar en Ellibro negro del comunismo 101. Insistiré, encambio, sobre la originalidad de las reaccionesextranjeras ante el fenómeno cubano. En el caso delos otros comunismos, la táctica defensiva de laizquierda consistía en negar la evidencia y ocultarlos testimonios. En el caso de Cuba, si dejamos de

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lado a algunos marginales, la izquierda ni siquierase molesta en hacerlo. Admite los hechos. Menosafortunada o menos peligrosa que China, Cuba nose escapó en 1998 de una condena de la Comisiónde Derechos Humanos de la ONU: 21 votos contra20 y 12 abstenciones. Hay un dato que no esindiferente: la resolución fue presentada porPolonia y la República Checa. Y, sin embargo, laizquierda francesa persiste en su actitud protectorahacia el estalinismo cubano. Se preocupa desalvaguardar la inmunidad de que disfruta Castro.Me siento incluso tentado a decir: ¡al menos antesmentía! Ahora reconoce que el régimen castrista seapoya totalmente en las mayores violaciones delos derechos humanos y, sin embargo, no le retirasu solidaridad. Es casi peor. No toda la gente deizquierda suscribe las palabras de DanielleMitterrand: “Cuba representa el súmmum de lo queel socialismo puede hacer”, frase que constituye lacondena más abrumadora del socialismo jamásenunciada. Pero todos —también la derecha—confirman cada vez más su adscripción a esteprincipio (ya respetado en el caso de los antiguos

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jefes de los jemeres rojos y de Erich Honecker):aunque se sepa todo acerca de sus crímenes, elverdugo totalitario “de izquierdas” debepermanecer exento de las penas e incluso de lacensura que, por “deber de memoria”, se debeinfligir a los verdugos totalitarios “de derecha”.

* * * La excepción cubana lleva a los amigos delcaudillo a reivindicar la acusación en lugar derechazarla. “Sabemos que Castro es un asesino,pero es de los nuestros. No se atreva a tocar a micolega”. Pero esta aceptación de la realidad nollega a abarcar el ámbito de la economía, en el quela izquierda —también en esto seguidareligiosamente por la derecha— niega con rabia laconstatación del desastre cubano. Para lossocialistas, la miseria no puede, no debe, tenerotra causa que el capitalismo y el mercado. Así,nos machacan los oídos hablándonos de la pobrezade Marruecos, país donde, aunque hay pobreza,nunca han faltado los bienes de primera necesidad,

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mientras que se pasa de puntillas por la penuria,crónica desde hace tres décadas, de Argelia, paíspotencialmente mucho más rico e improductivogracias al socialismo. Para disimular o exorcizarla pesadilla permanente de las economíasadministradas, los socialistas les han lavado lacara al describirlas o forjado explicacionesfantasiosas.

La guinda de ese lavado de cara fueron lasvisiones místicas de la economía de Alemania delEste que corrían por las redacciones antes de lacaída del Muro. En Le Monde del 18 y 19 de mayode 1976, Manuel Lucbert publicó en dos capítulosun artículo titulado “La RDA, quinta potencia deEuropa”. En él se puede leer que ese país“representa la forma más lograda de un socialismociertamente autoritario pero desarrollado”, en elque “el guante de terciopelo” del consumo haceque se acepte el “guante de hierro” político.

Todos los que viajaron a la RDA durante losquince últimos años de su existencia sabían a quéatenerse con sólo ver el estado de deterioro delpaís: edificios que se caían a pedazos hasta el

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punto de que había que tender cuerdas a lo largode las aceras para impedir que los peatonespasaran por debajo, por miedo a que les cayera uncascote en la cabeza; infraestructuras deplorables;industria inadaptada, que trabajaba con máquinasde los años veinte y que escupía por sus viejaschimeneas una contaminación negruzca y venenosa.Inmediatamente después de la reunificaciónalemana, la izquierda atribuyó ese cataclismosocialista a... ¡la entrada en la economía demercado! No olvidemos que entre 1990 y 1998 setransfirieron a los länder del Este 1,3 billones demarcos, es decir, cada año, el equivalente a untercio del presupuesto anual de Francia. A esedinero público hay que añadir las inversionesprivadas. En 1999, a pesar de ese flujo decapitales, los länder del Este, que, por otra parte,han mejorado considerablemente, no habíanalcanzado el nivel de vida de la ex Alemania delOeste. Así de difícil es curarse del socialismo.

Y a sus aduladores también les cuesta.Michel Tournier, copiando, por otra parte, un librode Lothar de Maizière, último primer ministro de

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la ex RDA, afirma plácidamente que la Alemaniadel Este era una “zona de prosperidad” y queKonrad Adenauer, que “lanzó la República federalen brazos de la americanización, será consideradocomo uno de los jefes políticos más nefastos deeste siglo” 102. Esa “prosperidad” notoria incitabaa Lucbert a finalizar en 1976 su artículo de LeMonde en estos términos: “Frente a una Alemaniadel Oeste marcada por el paro y la violencia, elcontramodelo del Este ha fortalecido sucredibilidad”. En 1976, el paro en la RFA erainferior al 5 por ciento de la población activa —yen lo que a la violencia se refiere, Lucbert estabapensando sin duda en la banda Baader, llamadaFracción del Ejército Rojo, tan apreciada por JeanGenet, Jean-Paul Sartre y por toda unaintelligentsia parisina—. Hoy sabemos por losarchivos de la Stasi que esa organización terroristaera una creación de los servicios secretos de laRDA y que recibía a menudo órdenes directas delpropio Erich Honecker.

En el caso cubano, el lavado de cara estádesaconsejado. Demasiados turistas visitan la isla

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y son testigos de la penuria reinante. La mascaradaconsiste aquí en atribuir la penuria cubana a unacausa imaginaria. En los otros países delsocialismo real esa causa generalmente era deorden meteorológico. Se volvió a exponer cuando,en 1997, diez mil niños murieron de hambre enCorea del Norte: Pyongyang invocó unadesconcertante mezcla de lluvias torrenciales y desequía. En Cuba es imposible acusar al clima. Elsanto y seña salvador hay que conectarlo, pues,con la acción humana. Pero no se preocupen: no setrata de la acción socialista. ¡Ningún fracasosocialista puede ser imputable al socialismo! Elorigen siempre es externo a la economíaadministrada. A falta de la meteorología, laizquierda ha encontrado otra explicación delmarasmo cubano. Se dice con una sola palabra,una palabra sagrada: bloqueo. Incluso en untestimonio muy crítico respecto a Cuba deFrançois Maspero publicado en Le Monde (6 dejulio de 1999), “Le bel hier et les ombresd’aujourd’hui”, se puede leer como presentación:“Hace treinta y cinco años, François Maspero

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creyó ver en Cuba otra manera de vivir. Elbloqueo sigue presente, Castro también” (lacursiva es mía).

No pretendo hacer aquí la historia de Cuba yde los otros países comunistas. Es demasiadobanal y demasiado conocida. Hago un bosquejodel cuadro de los mecanismos psicológicos quellevan a tantos y tan buenos razonadores aabsolver el hambre, la tortura y el crimen con laúnica condición de que la causa sea comunista.Esta investigación me condena a la triste tarea detener que volver una y otra vez sobre monótonasverdades, por lo que pido al lector que meperdone ese descorazonador aburrimientorepetitivo. No soy el autor de esas realidades, sólosoy el escriba.

La trampa elaborada con el fin de disculpar aCastro consiste en jugar con la confusión entre“bloqueo” y “embargo”. Se trata de hacer creerque a Cuba, que en 1959 ocupaba el tercer lugar ennivel de vida de toda América Latina, justo detrásde Uruguay y Chile, con el mayor índice dealfabetización y médicos por mil habitantes, no la

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arruinó el socialismo sino el “bloqueoamericano”.

Abramos el Petit Larousse: “Bloqueo: cercode una ciudad, de un puerto, de todo un país paraimpedir su comunicación con el exterior y suavituallamiento. Bloqueo económico: conjunto demedidas tomadas contra un país para privarle detoda relación comercial” (la cursiva es mía). Esuna realidad flagrante que Cuba jamás ha sidoobjeto del menor “bloqueo”. Es objeto de unembargo que afecta exclusivamente a lasrelaciones comerciales con Estados Unidos. Unembargo, precisa el Larousse, es “la suspensiónde las exportaciones de uno o varios productoshacia un Estado como sanción o medio depresión”. Estados Unidos decidió no vender nicomprar ningún producto a Cuba. Jamás cercaronla isla para cortarla de cualquier posible relacióncon el exterior. Un Estado, lo mismo que unparticular, es libre de elegir sus clientes y susproveedores. ¿Por qué ese contrasentido del“bloqueo” aparece regularmente incluso en losperiódicos más serios?

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No sólo Cuba fue mantenida con generosidadhasta 1991 por la Unión Soviética, que lecompraba su azúcar a un precio más alto que elmundial y le entregaba petróleo a un precioinferior al mundial, sino que la isla siempre hasido libre de comerciar con América Latina,Canadá y Europa, especialmente España. Estospaíses proveedores han manifestado normalmenteuna “comprensión” respecto a los plazos de lospagos, cuando no al pago mismo o a su ausencia,que linda con la ayuda económica. Los inversoresextranjeros son numerosos en Cuba. Fidel Castro,en la inauguración de la XVI Feria Internacionalde La Habana, en 1998, se felicitaba por lapresencia de más de 1.400 firmas extranjeras,síntoma, decía, del fracaso del “bloqueoamericano” 103. Además, Cuba recibe del exterioruna ayuda propiamente dicha —varios miles demillones de dólares anuales— bajo la forma dedonaciones de la ONU y de diversasorganizaciones no gubernamentales, a las que seañade el dinero (unos mil millones de dólaresanuales) que envían los exiliados a sus familiares

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que se han quedado en la isla, contribuyendo así aque el nivel de vida no caiga aún más bajo de loque está. Todo ello hace de Cuba, con unapoblación apenas superior a diez millones dehabitantes, uno de los países que más ayudareciben del mundo. Si, a pesar de ello, sueconomía está inmersa desde hace cuarenta añosen un marasmo incurable es debido a la falta deviabilidad del sistema y no a ningún “bloqueo”, alque se ha demonizado tanto más cuanto que noexiste.

Pero se puede apostar a que, el día delnaufragio definitivo, cuando, en el postcastrismo,también Cuba se vea forzada a regresar a laeconomía de mercado, la lentitud de su curación ysus persistentes enfermedades socialistas seatribuirán a los... excesos del liberalismo.

Con motivo de su viaje a Varsovia, el 16 dejulio de 1999, Lionel Jospin exhortó a los polacosa “desconfiar de la ideología”. Naturalmente setrataba de la “ideología” liberal. Una vez más, unsocialista da muestras de no haber entendido queel liberalismo no es una ideología. Aparte de lo

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chusco que es ver a un marxista o ex marxistaponer en guardia contra los ideólogos a lasantiguas víctimas del comunismo, sus consejos noson oportunos en Polonia, ya que, como saben losobservadores, de todos los países sovietizados esel país en el que, desde la vuelta a la libertad, elmercado ha dado mejores resultados. El“pragmatismo” al que Jospin exhortaba a adherirsesólo podía significar, dado el contexto, la vuelta a“más Estado”. El pecado supremo sigue siendo,pues, el beneficio. El periodista de la emisora deradio en la que yo escuchaba esta informaciónabundaba, además, en el sentido de nuestro primerministro. Estigmatizaba el “utilitarismo” y el“materialismo” actuales de los polacos. Lo quesignifica que los potentados que habíanerradicado, en los viejos y buenos tiempos, esaeconomía de mercado, los Gomulka o los Gierek,eran modelos de desinterés, místicos queirradiaban la más alta espiritualidad.

Nadie duda que la nueva economía polaca haatravesado y atravesará crisis. Los socialistas nodejarán con ese motivo de proferir gritos

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denunciando en ese fenómeno el fracaso delliberalismo “salvaje”, como lo hicieron cuando lacrisis asiática, hoy reabsorbida. La economíaliberal, evidentemente, no marcha siempre. ¿Peroqué es mejor? ¿Adoptar unna economía que nomarcha siempre, como la economía liberal, o unaeconomía que no marcha nunca como la economíasocialista?

La memoria socialista no sólo está truncadaen el ámbito de la criminalidad totalitaria.También lo está en el ámbito económico. Así, elmovimiento de la ultraizquierda francesa,bautizado “Droits devant”, ve en su libertad deinversión y de circulación internacional de loscapitales, inherente a la mundialización, unejemplo de “la barbarie liberal y de un mundobasado en la tiranía del mercado” 104. Hay quededucir, pues, que para el autor de esta frase, laseconomías colectivistas han sido civilizacionesrefinadas y que, en ellas, la sustitución delmercado por la distribución autoritaria de losrecursos ha engendrado regímenes políticos delibertad. Una vez más, la amnesia llega hasta el

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límite de constituir una provocación. Los enemigosde la economía liberal quieren olvidar que sumodelo ha sido experimentado. Que inclusotodavía se aplica en algunos países fósiles.¿Ignoran su resultado? Cuesta creerlo. ¿Saben quela miseria de numerosos países subdesarrolladosproviene también de que los dirigentes no hanpuesto en marcha el capitalismo de mercado sino,con frecuencia, el modelo dirigista y colectivista apesar de que no fueran todos oficialmentecomunistas?

La “tiranía” del mercado es como máximouna metáfora mientras que la tiranía deltotalitarismo, en las sociedades que han suprimidoel mercado, es una realidad bien concreta yabundantemente documentada. Va incluso más alládel simple despotismo político. Pues, curiosaomisión —¡una más!—, raramente se mencionaque las sociedades comunistas son las únicas que,en el periodo contemporáneo, han restablecido laesclavitud de sus propios ciudadanos allí dondehabía desaparecido desde hacía ya mucho tiempo.Los nazis restablecieron la esclavitud en tiempos

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de guerra, en campos de trabajo donde erandeportados los esclavos procedentes de paísesvencidos. Los comunistas lo han hecho mejor: entodos lados han reducido a la esclavitud a unaparte sustancial de su propia población, y ello entiempos de paz, al servicio de una economía“normal”, si se me permite decirlo de este modo.Este aspecto con frecuencia ignorado tiende ademostrar que la economía socialista real, ya depor sí improductiva, lo sería más si no recurriera ala mano de obra servil. Yuri Orlov ha puesto enevidencia el papel de ese “socialismo esclavistade la época estalinista en el que los prisioneros-esclavos suministraban alrededor de una cuartaparte de la mano de obra industrial” 105. Lanecesidad de acudir, aunque sea para ir tirando, auna notable proporción de mano de obraprisionera y no pagada es un rasgo que hallamosen casi todas las economías comunistas, y en todocaso, en las más representativas. Jacques Rossi,con la gran experiencia que le proporciona haberpasado diecinueve años en el paraíso soviético,corrobora esta tesis al hacernos ver en vivo cómo

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no sólo el gulag sino también el laogai y loscampos cubanos, vietnamitas o norcoreanos, lejosde ser perversiones de la sociedad comunista, sonparte indispensable de ella e incluso su modelo.“El gulag”, escribe, “no era una aberración o unadesviación, era la esencia misma del sistema” 106.“El marxismo”, añade, “por su calidad de utopía,sólo puede hacerse realidad mediante la violenciay el terror” 107. Muchos autores habían escrito lasconsecuencias de la utopía antes de que tomara elpoder y confirmara sus previsiones. Citemos entreotros L’Histoire du communisme de Alfred Sudre(publicada en París en 1849); Le Communismejugé par l'Histoire de Adolphe Franck (París,1871) o Où mène le socialisme? de EugeneRichter, publicado en Alemania en 1891 y del quese publicó una traducción francesa prologada porPaul Leroy-Beaulieu en 1895 108. Karl Jaspers, ensu ensayo sobre Max Weber, cuenta laconversación siguiente entre Weber y JosephSchumpeter:

“Los dos hombres se encontraron en un café

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de Viena en presencia de Ludo Moritz Hartmann yde Felix Somary. Schumpeter subrayó la gransatisfacción que le producía la revoluciónsocialista de Rusia. A partir de ahora, elsocialismo no se limitaría a un programa escrito,debería probar su viabilidad.

“A lo que Weber respondió, mostrando unagran agitación, que el comunismo en el estado dedesarrollo en que se encontraba en Rusiaconstituía virtualmente un crimen, que seguir esadirección llevaría a una miseria humana sinequivalente y a una terrible catástrofe.

“‘Eso es lo que ocurrirá’, respondióSchumpeter, ‘pero qué perfecto experimento delaboratorio’. ‘Un laboratorio en el que se apilaránmontañas de cadáveres’, respondió Weberfebrilmente. ‘Lo mismo se podría decir decualquier sala de disección’, respondióSchumpeter”.

Este intercambio de opiniones se produjo enlos comienzos del régimen bolchevique, dado queWeber murió en 1920. Así pues, uno de los másgrandes sociólogos y uno de los más grandes

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economistas de nuestro siglo estaban de acuerdoen no alimentar de antemano ninguna ilusión sobreel comunismo y en darse cuenta de su disposicióncriminógena. Pero les separaba una cosa:Schumpeter conservaba todavía una ilusión queWeber no tenía, la ilusión de que los fracasos y loscrímenes del comunismo servirían de lección parala humanidad. Exasperado, el pobre Weber nopudo contenerse. Jaspers continúa:

“Toda tentativa para desviarles hacia otrostemas de discusión fracasó. Weber hablaba cadavez más fuerte y con violencia. Schumpeterpermanecía silencioso y cada vez más sarcástico.Los otros dos participantes esperaban, escuchandocon curiosidad, hasta que Weber se levantóbruscamente gritando ‘no puedo seguirescuchando’ y se fue, seguido de Hartmann, que lellevaba el sombrero. Schumpeter, que no semovió, observó sonriendo: ‘¿Cómo puede unhombre gritar tan fuerte en un café?’” 109.

Como economista, Schumpeter pensaba quefracaso significaría refutación. Como sociólogo,Weber sabía que ninguna utopía se siente jamás

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refutada por su fracaso. Si Max Weber vivierahoy, sin duda tendría el placer de contemplar lajustificación de su pesimismo en la “vuelta aMarx” que algunas mentes agudas vieron venirapenas ocho años después de la caída del Muro deBerlín. Así, la portada de Télérama del 15 demarzo de 1997 es un gran retrato de Marx con suinmensa barba blanca y un grueso título: “¿VuelveMarx?”. Esa “vuelta” se explica por “los estragosdel capitalismo”. El diagnóstico no es de extrañarviniendo de una revista cuya ideología deizquierda no es secreta ni discreta. ¿Pero cómoreaccionar cuando un político como FrancescoCossiga, ex primer ministro y ex presidente de laRepública Italiana, miembro eminente de la difuntaDemocracia Cristiana, elogia, en enero de 1997, elManifiesto comunista de Karl Marx en un debatetelevisado con Silvio Berlusconi (RAI, 18 deenero)?

Es cierto que, como jefe de gobierno y comojefe de Estado, Cossiga nos había dejado elrecuerdo de un equilibrio mental relativamenteintermitente. Multiplicaba iniciativas verbales

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inquietantes. Pero oír a un demócrata-cristiano,heredero de la doctrina de Alcide de Gasperi,Robert Schumann y Konrad Adenauer, proclamar,ocho años después del hundimiento de la URSS,que en el Manifiesto comunista de 1848 seencuentran las verdaderas soluciones del paro yotras plagas “causadas por el capitalismo”, tantossíntomas de una tan profunda insensibilidad paracon el pasado, procedentes de todos los horizontespolíticos, llevan a preguntarse si no se deberíasuprimir la enseñanza de la historia. ¿No es, endefinitiva y como temían Tolstoi y Valéry, la másinútil de todas las ciencias? En todo caso, y en loque a la historia del comunismo se refiere, lainutilidad parece ya demostrada.

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Anexo 1 al capítulo VIII

El pequeño escritor rojo 110

M AO ZEDOng, que en 1930 escribió unpanfleto titulado Contra el culto al libro, ha dadoorigen, ahora, al culto más obnubilante a un libroque se ha apoderado de una civilización tras elCorán.

El libro rojo , recitado, comentado, exhibidopor millones de chinos, utilizado como breviarioindefinidamente leído, ha sido, además, este año,un best-seller en Francia. Las razones políticas deeste éxito están claras. En Francia son muchos loslectores (por no decir los electores) que piensanque Estados Unidos es el único país que sebeneficia de la coexistencia pacífica y que eltránsito mundial al socialismo no se hará enninguna parte sin revolución violenta.

Sin embargo, ¿cuál es el valor intelectual,cuál es el contenido filosófico de este libroconsiderado como la “versión china” del

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marxismo-leninismo?De hecho, para saber si Mao tiene un

pensamiento original es mejor remitirse a textosíntegros que limitarse al Pequeño Libro rojo . Éstees un catecismo, capital como documentohistórico, pero compuesto por citas vagamenteagrupadas por temas, aunque sin ordencronológico ni lógico. No invita al lector a lareflexión.

Su tenor es el de un marxismo-leninismoenormemente conciso, esmaltado con una serie deconsejos morales de carácter prudhommesco como“Se progresa cuando se es modesto”, “Lo difícil esactuar bien toda la vida”, o de perogrulladas como“Un ejército sin cultura es un ejército ignorante” o“Un examen unilateral consiste en no saber ver lascuestiones bajo todos sus aspectos”.

El examen multilateral de los textoscompletos muestra, por su parte, que Mao no es unteórico o al menos no es un inventor. Los escasosescritos teóricos, “A propósito de la táctica”, “Apropósito de la contradicción”, se limitan avulgarizar y a simplificar Materialismo y

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empirocritismo de Lenin. Son, además, comotodos sus textos, escritos de circunstancias, decombate, destinados a vehicular una presiónpolítica determinada sobre tal tendencia concretaen el seno o fuera del PC chino. De hecho, una vezque la adopta para siempre, Mao no reflexionajamás sobre la ideología leninista-estalinista comotal. Cuando parece que hace ideología, en realidadlo que está haciendo es táctica.

Pero como todos los comunistas, reviste defraseología abstracta el menor detalle. ¿Hay quelograr, en 1929, que el Ejército Rojo, que en esemomento se encuentra en reposo, no acuda a lasciudades a divertirse sino que se quede en elcampo donde es más útil? Mao redacta unaresolución: “Eliminación de las ideas erróneas enel partido”. Entre las ideas erróneas se encuentra,junto al “subjetivismo” y las “supervivencias delgolpismo”, el “individualismo”, cuyo componenteprincipal es el “gusto por el placer” que semanifiesta fundamentalmente en el fenómeno deque “nuestras tropas se dirigen a las grandesciudades”.

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Incluso la teoría de las Cien Flores, pormuy... florida que sea su formulación, no es unaauténtica teoría. Estaba destinada, en 1957, acalmar a los que exigían más discusión y libertaden el partido e invocaban los sucesos de Hungríapara condenar el autoritarismo. Mao aprueba larepresión del levantamiento de Budapest. Haceconcesiones retóricas a los descontentos para,inmediatamente después, reprenderles aplicandoinvariablemente el mismo razonamiento ortodoxo.

En el discurso en el que habla de las CienFlores, titulado “De la justa solución de lascontradicciones en el seno del pueblo” (1957), lomismo que en textos más antiguos como “De ladictadura democrática popular” (1949) o “Contrael estilo estereotipado en el Partido” (1942), elrazonamiento es siempre el siguiente: en el senodel partido, la discusión es libre; pero en lapráctica, las objeciones contra el partidoprovienen de dos fuentes: los adversarios de laRevolución, que no deben tener derecho aexpresarse, y los partidarios sinceros de laRevolución, que jamás están realmente en

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desacuerdo con el partido. Así que, los métodosautoritarios son el “centralismo democrático”,totalmente legítimo, y, en el pueblo, “la libertad escorrelativa a la disciplina”.

Encontramos el mismo esquema en filosofía.¿Se puede criticar el marxismo? Claro, porque “elmarxismo no teme la crítica”, “si pudiera serrebatido por la crítica, no serviría para nada”.Puesto que es invulnerable, toda discusión es vana.¿Para qué, pues, molestarse?

En arte y en literatura también las Cien Florespueden desarrollarse intelectualmente, pero comoes importante no dejar que las “hierbas venenosas”se mezclen con “las flores olorosas”, Maodesemboca enseguida en un dirigismo culturalidéntico al de Jdanov. La idea de un “ejércitocultural” es muy vieja en Mao. Pero en estotampoco es innovador: la cultura es siemprereflejo de la realidad política y social. Una vezllevada a cabo la revolución económica, hay quealinear a ella a la cultura. Este punto de vista esconforme al leninismo militante sin la más mínimavariante personal.

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Entendámonos: no pretendo hacer ningúnjuicio político sobre China, y hasta quizá, quiénsabe, puede que sea “chino”. Pero el estudio delos textos obliga a decir que, filosóficamente, nohay “versión china” del marxismo, no haymaoísmo 111.

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Anexo 2 al capítulo VIII

Las disposiciones del nuevoCódigo PenalA RT. 211-1: Constituye un genocidio el hecho,como ejecución de un plan concertado tendente ala destrucción total o parcial de un grupo nacional,étnico, racial o religioso, o de un grupodeterminado a partir de cualquier otro criterioarbitrario, de cometer o hacer cometer, contra losmiembros de ese grupo, uno de los actossiguientes:

—Atentado voluntario contra la vida.—Atentado grave contra la integridad física o

psíquica.—Sumisión a condiciones de existencia de tal

naturaleza que provoquen la destrucción parcial ototal del grupo.

—Medidas cuyo fin sea poner trabas a losnacimientos.

—Traspaso de niños.

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El genocidio es castigado con la reclusióncriminal a perpetuidad. Los dos primerosapartados del artículo 132-23 relativos al periodode seguridad son aplicables al crimen previsto porel presente artículo.

Art. 212-1: La deportación, la reducción aesclavitud o la práctica masiva y sistemática deejecuciones sumarias, de secuestro de personas,seguido de su desaparición, de tortura o actosinhumanos, inspirados en motivos políticos,filosóficos, raciales o religiosos y organizadoscomo ejecución de un plan concertado contra ungrupo de población civil son castigados conreclusión criminal perpetua. Los dos primerosapartados del artículo 132-23 relativos al periodode seguridad son aplicables al crimen previsto porel presente artículo.

Art. 212-2: Cuando se cometen en tiempo deguerra como ejecución de un plan concertadocontra los que combaten el sistema ideológico ennombre del cual se perpetran crímenes contra lahumanidad, los actos señalados en el artículo 212-1 se castigan con reclusión criminal perpetua.

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Art. 212-3: La participación en un grupoformado, o en un acuerdo establecido, para lapreparación, caracterizada por uno ovarios hechosmateriales, de uno de los crímenes definidos porlos artículos 211-1, 212-1 y 212-2 es castigadacon reclusión criminal perpetua. Los dos primerosapartados del artículo 132-23 relativos al periodode seguridad son aplicables al crimen previsto porel presente artículo.

El art. 213-1 prevé otras penas, como laprohibición de derechos cívicos, etcétera.

Art. 213-2: Prohibición de estar en territoriofrancés a los extranjeros afectados.

Art. 213-3: Las personas morales pueden serdeclaradas responsables penalmente de crímenescontra la humanidad, en las condiciones previstaspor el art. 121-2.

1) Penas mencionadas en el art 131-139.2) Confiscación de bienes.Art. 213-4: El autor o el cómplice de un

crimen contemplado por el presente título nopuede ser exonerado de su responsabilidad por elsolo hecho de haber realizado un acto prescrito o

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autorizado por disposiciones legislativas oreglamentarias, o un acto mandado por laautoridad legítima. Sin embargo, la jurisdiccióntiene en cuenta esta circunstancia cuandodetermina la pena y fija la cuantía.

Art. 213-5: La. acción pública relativa a loscrímenes previstos por el presente título, así comolas penas pronunciadas, no pueden prescribir.

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Capítulo IX

La cláusula de “totalitarismomás favorecido”E N este año 2000 se puede considerar que laoperación “gran mascarada” ha tenido éxito. Apesar del número, la seriedad y la resonancia delos libros que dibujan el cuadro del cataclismocomunista, se ha procurado una parte losuficientemente amplia de las elites universitarias,mediáticas y políticas, como para contrapesar oatenuar los estragos de la verdad. Algunos diquesse han resquebrajado, el limes ideológico no se hamantenido en todos lados, pero lo esencial, esdecir, el principio de desigualdad de trato entre eltotalitarismo llamado de izquierda y eltotalitarismo llamado de derecha ha permanecido112. La década 1980-1990 ha sido la delhundimiento reconocido de los comunismos y ladel fracaso relativo y admitido de los socialismosdemocráticos. La década 1990-2000 será la de los

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esfuerzos, desplegados con amplio éxito, paracegar las enseñanzas de esas experienciashistóricas. Las alabanzas se dirigen no “a los quehan tenido el valor de decir no” al comunismocuando imperaba sobre tantos pueblos yembrutecía a tantos espíritus, sino a los queentonces se abalanzaron, ebrios de aprobación,bajo su bandera.

Haberlo seguido, es decir, haberlo servido enel momento de sus peores crímenes, ya nodesacredita a nadie. Haberlo combatido, osimplemente criticado, nos confina, todavía hoy,entre los cómplices latentes o patentes delfascismo, nostálgicos de Vichy cuando noculpables retroactivos del Holocausto. Haberseextraviado en la juventud, como Cioran, y caerefectivamente en el fascismo azota con el látigo dela infamia la obra ulterior del gran escritor, aunquetoda ella sea una monumental y sublime abjuraciónde ese pecado inicial. Pero haber apoyadoactivamente toda la vida y hasta en la vejez, comoAragon, a un régimen asesino que seguía causandoestragos todos los días, haber no sólo aprobado

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sino deseado en numerosas ocasiones losasesinatos habituales, no le resta un ápice a sugloria postuma. Incluso se puede decir que, desdeel momento en que se sitúa del lado bueno, suignominia le añade gloria, porque el verdaderoriesgo sería que algunos usaran como pretexto sucarrera de inquisidor estalinista para emitiralgunas notas falsas en el inmerecido homenajeque se le debe y, no hace falta decirlo, se le rindecomo escritor.

Reaccionando al embeleso del año 1998(centenario del nacimiento de Aragon), DavidBosc, escribe en Ombre portée 113: “Ahora quesabemos que el crimen realza con su púrpura eldudoso resplandor del talento”. Convendríaprecisar: el crimen comunista. Es el único provistode ese poder purificador. Aparte de este detalle,estoy convencido, como Bosc, de que el valorestético de la obra postsurrealista de Aragon(aleluyas y novelas “de estilo”, como hay muebles“de estilo” en el faubourg Saint-Antoine 114 deParís) habría sido juzgado en 1998 con másserenidad si los cerebros de sus aduladores, sobre

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todo de la derecha, no hubieran estadoobsesionados por el miedo a no ponerlesuficientemente alto como escritor por haber caídodemasiado bajo como hombre. ¡Había, en suma,que compensarle, que reparar una injusticia!

Por contraste, Mario Vargas Llosa sólodisfruta de una gloria literaria forzosamenteimpura por haberse alejado del marxismo. Unejemplo. En 1995 fue invitado a un programa deradio, Pentimento, donde mantuvo con lapresentadora, una tal Paula Jacques, el siguientediálogo, transcrito palabra por palabra:

PAULA JACQUES: ¿Cómo es que un jovenprendado de la revolución puede muchos añosdespués presentarse como candidato a lapresidencia de la República frente a la izquierda,y llegar a ser, o en todo caso llevar la etiqueta, dederechas?

MARIO VARGAS LLOSA: Porque laizquierda, cuando yo entré en la universidad,representaba justamente la resistencia contra ladictadura militar, era la generosidad, lapreocupación por la suerte de los pobres, era una

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actitud moral contra la injusticia. Veinte añosdespués, la izquierda representaba en el Perú elestalinismo, la solidaridad con los regímenes quehan creado formas de injusticia terroríficas, elrégimen del gulag, millones de personassacrificadas a la brutalidad arbitraria. Laizquierda europea era ya una izquierda que sedistanciaba del socialismo autoritario, pero enAmérica del Sur esto estaba sólo en suscomienzos, llegaba con retraso con respecto aEuropa, pero había un cambio muy profundo queyo he seguido personalmente.

P. J.: ¿No diría, en lo que a usted respecta,que con los años uno se hace más razonable, quese tienen más ganas de conservar lo que se posee?

M. V. L.: No, la lucha que yo he llevado en elPerú era una lucha peligrosa. En 1987 teníamosSendero Luminoso, que ha provocado más detreinta mil muertos sólo en Perú. En mi libro Elpez en el agua 115 digo que durante la campañaelectoral cincuenta de mis colaboradores fueronasesinados por los terroristas. No era necesariosólo volverse razonable para defender la

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democracia y el liberalismo y las reformasdemocráticas, no, también se necesitaba muchovalor, ¿sabe usted?”.

Escéptica, la interlocutora se muestra pocosensible a estos argumentos: parece que, segúnella, el terrorismo y el estalinismo, por muycondenables que sean, no son suficientes paraempujar a alguien a “traicionar” a la izquierda. SiVargas Llosa lo ha hecho no puede ser únicamentepor honestidad intelectual, análisis lógico o rigormoral; ¿no será más bien porque como autor leídoen el mundo entero ha ganado dinero, se haaburguesado y desea conservar sus ventajas de“propietario”? Siendo moderado en las palabras,diré que la duda está permitida 116.

Por el contrario, ninguna duda puede empañarlo más mínimo la memoria de un viejo compañerode la Internacional Comunista, el australianoWilfred Burchett. Probablemente, este nombre nodice nada, con razón, al noventa por ciento de loslectores de hoy. Burchett fue el periodista queinventó la mentira de la guerra bacteriológicanorteamericana durante la guerra de Corea,

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desinformación calculada y orquestada por laprensa comunista del mundo entero, a la cabeza dela cual estaba la francesa. Pierre Daix cuenta ensus memorias, J'ai cru au matin 117, cómo sefabricó. En esa época era redactor jefe del diariocomunista Ce Soir, un Humanité vespertino,desaparecido hace ya tiempo. “Publicaba muydestacados los cables de Burchett... Falsasnoticias, incitación al odio, eran un muestrario dela deshonra de un periodista.” En 1949, Burchettpasaba temporadas en Bulgaria, era el año en queKostov fue ahorcado y el año en que, en Hungría,Rajk fue ejecutado. En sus artículos destinados ala prensa occidental justifica, como no podía sermenos, la muerte de esos dos “traidores”; lepagaban para ello. Más tarde, durante los añossesenta, se pasea por el mundo entero, unas vecescon pasaporte cubano, otras con pasaportenorvietnamita. Con esto basta, aunque hay muchosotros detalles que demuestran con abundancia queWilfred Burchett fue hasta la médula lo que, porotra parte, tenía derecho a elegir ser: un agente. EnLa tentación totalitaria 118 ya hice una alusión a

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este infatigable VRC 119 del estalinismo, lo que meatrajo la reprimenda de la prensa de izquierda,especialmente de Le Monde diplomatique, dondeClaude Bourdet me acusó de inspirarme en lasdifamaciones anti-Burchett “de la extrema derechaaustraliana”. Confieso mi completa ignorancia,entonces y ahora, de la sarta de injurias que pudovomitar dicha extrema derecha australiana.Suponiendo que no se trate de una invención deClaude Bourdet, que califique de extrema derechaa la derecha liberal como mandan las buenascostumbres de la izquierda sectaria, no tengoninguna necesidad de ella para interrogarme sobreuna turbadora curiosidad: ¿cómo podía Burchett,eminente y notorio colaborador de los serviciossecretos soviéticos, ser durante los años setentauno de los habituales colaboradores expertos enpolítica internacional del semanario del partidosocialista francés, L'Unité? ¿Incompetencia oconnivencia?

Sin embargo, se puede explicar la protecciónde que, en los setenta, gozaba ese lamentableplumilla, ese lacayo a fin de cuentas secundario,

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incluso en las democracias que intentaba destruir.La sagrada unión de la izquierda incluía una seriede servidumbres y el anticomunismo estaba muyprohibido. Veinte años después ha dejado deestarlo, en teoría aunque no en la práctica. Lo quequeda autorizado, por no decir recomendado, afavor del comunismo es la mentira defensiva queuna vez más logra imponerse. Así, la cadena detelevisión por cable francesa Planète emitió unsupuesto documental que no es más que unditirambo en honor del oscuro (para lostelespectadores) Burchett. Veamos los líricostérminos en los que el suplemento de televisión delNouvel Observateur (25 de agosto de 1995)anunciaba dicho programa. En primer lugar eltítulo: “Este australiano va a ser desterrado porhaber dicho la verdad”. ¿Qué destierro? No semenciona ninguno porque Burchett ya no tenía lanacionalidad australiana y unas veces era cubano,otras búlgaro y otras norvietnamita. Además,afirmar que Burchett “dice la verdad” es afirmarque hubo guerra bacteriológica norteamericana enCorea, que Rajk y Slanski eran “traidores”, como

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pretendía Stalin, y que, por tanto, merecían lamuerte. Ningún partido comunista, ni en la exUnión Soviética ni fuera de ella, sostiene ya esastesis. Es necesario mirar Planète y leer el NouvelObservateur para poder ver cómo se felicita aBurchett por haberlas sostenido. Es natural que esainflexible fidelidad al servicio de la “verdad” lehaya proporcionado al “honesto” Burchett.. elPremio Stalin en 1951. El padrecito de los pueblossabía recompensar a sus siervos.

“Desgraciadamente”, se puede leer en elartículo del Nouvel Observateur, “no es raro queno se agradezca la integridad. Es lo que pasa conWilfred Burchett, testigo privilegiado de cuarentaaños de historia contemporánea”. ¿Por qué“privilegiado”? Porque: “Invariablemente,Burchett se encuentra en los lugares candentes delplaneta. Pero, en un momento en el que seenfrentan capitalismo y comunismo, imperialismoy nacionalismo, no siempre es bueno decir laverdad y será desterrado de su país. Este film,realizado a partir de archivos inéditos, retrata lavida del gran periodista australiano. Se trata de un

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auténtico documental político que representa, antetodo, la perfecta antítesis de lo políticamentecorrecto” 120.

Es comprensible que, en 1975, la propagandasoviética, ayudada por sus esbirros occidentales,se dedicara a hacer pasar a Burchett por unperiodista independiente y escrupuloso, a pesar dela insignificancia de este penoso figurante, puesentonces todavía había un desafío políticoconcreto. El mundo estaba dividido en dos camposy los amigos del campo soviético trabajaban paraque el suyo ganara. Pero en 1995, tras ladesaparición del campo soviético, el problemaBurchett, si es que en algún momento existió, es unproblema puramente histórico. ¿Cómo se puedepresentar, en un programa de televisión y en unsemanario representativo del socialismodemocrático y cuyo alto nivel intelectual nadiepone en duda, a un falsificador profesional comoun “gran periodista” por la única razón no sólo deque fuera comunista sino que además estuviera alservicio de los “órganos de la Internacional”? Meatrevo a afirmar que ninguna escuela de

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periodismo, aparte de la fundada por GabrielGarcía Márquez en Bogotá, presenta a eseparticular colega como modelo para susestudiantes. Pero dice mucho sobre larehabilitación triunfal de los totalitarismos deorigen marxista.

Intentemos, a titulo experimental, realizar yemitir un programa rebosante de admiración por unperiodista colaboracionista de los tiempos de lagran potencia nazi, aupándolo a un pedestal comoencarnación del ideal deontológico de laprofesión. Es fácil imaginar el follón que esanauseabunda iniciativa provocaría. Sin embargo,uno es la honra del oficio si esa sangre con cuyoderramamiento se disfruta la ha vertido Stalin,Mao o Castro.

El comunismo conserva su superioridadmoral. Se nota por síntomas a veces anecdóticos,casi pueriles. Cuando en enero de 1999 se reeditóel primer álbum de Hergé, agotado desde hacíasetenta años, Tintín en el país de los soviets, enmuchos artículos se describió como una caricaturaexagerada y excesiva, cuando, por el contrario, es

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una descripción asombrosamente exacta, en loesencial, y que denota una “poderosa intuición”por parte del joven autor en aquella lejana época,como señala Emmanuel Le Roy Ladurie en surespuesta a un cuestionario de Le Figaro 121. PeroLe Figaro mismo no parece estar de acuerdo conel historiador puesto que juzga que la visión deHergé “con el paso del tiempo adolece,ciertamente, de maniqueísmo”. Sí, han leído bien:con el paso del tiempo. Lo que significa: losconocimientos adquiridos desde 1929 y,especialmente, desde 1989, sobre el comunismotal y como fue realmente deben llevarnos aapreciarlo de manera más positiva que en suscomienzos, cuando la ilusión podía ser una excusadado el esmero con que se alimentaba laignorancia. En suma, si no me equivoco, cuantamás información hay sobre el comunismo, menosdesfavorable es la luz a la que lo debemos ver.

En un comentario sobre dicha reedición, laemisora de radío France-Info (10 de enero de1999) nos asegura que Tintín en el país de lossoviets tiene “una carga ideológica con un

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perfume hoy anticuado” (las cursivas son mías).Conclusión: no era la adulación al comunismo laque era ideológica, lo era ser refractario. Y, sobretodo, los acontecimientos que han tenido lugar,desde el Gran Terror de los años treinta a lainvasión de Afganistán, pasando por el complot delas camisas blancas y las represiones de Budapesto Praga, el Gran Salto Adelante, la Revolucióncultural y los jemeres rojos, nos invitan claramentea abandonar, respecto al comunismo, unaseveridad que, evidentemente, la historia objetivaarrincona.

Muchos comentaristas no dejaron de insinuarque Hergé tenía poca autoridad en la materiaporque se había “portado mal” bajo la ocupación.Yo planteo la siguiente cuestión: ¿consideraremosque una condena del nazismo emite un “perfumeanticuado” si proviene de la boca de un exestalinista? No, porque la cuestión de fondo no esel transcurso político del juez. Se trata de saber siel nazismo fue o no fue monstruoso. El estalinistaque lo dice tiene toda la razón, por muy estalinisiaque sea. ¿Por qué hay un veto en sentido contrario?

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Porque, como he dicho, el comunismo conserva susuperioridad moral. O, dicho con más precisión,porque nos esforzamos en mantener, al precio demil mentiras y disimulos, el engaño de dichasuperioridad.

Ante esta historia escrita al revés hay queperdonar que los periodistas se deslicen en elsentido de la pendiente. Porque lasdesinformaciones con las que se engañanprovienen con frecuencia de historiadoresdeshonestos. Muchos de ellos perseveran en sudefensa de la fortaleza de la mentira comunista.Así, el autor del reciente libro sobre Le Goulag122, publicado en la colección “Que sais-je?”, selas arregla para salvar a Lenin, cuya herenciahabría “traicionado” Stalin. Vieja historia milveces refutada, espejismo falsamente salvador quela investigación de los últimos años ha disipadosin equívoco. A pesar de ello, para nuestrobromista, Stalin sería en realidad el heredero...¡del zarismo y no del leninismo!

Como está claramente demostrado, loscampos soviéticos datan de la época de Lenin, y

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los prisioneros políticos de la época de los zares,por muy represivo que fuera el régimen imperial,no eran más que una ínfima parte de lo que iban aser las gigantescas masas concentradas en loscampos comunistas. En su intento de hacer creerque Stalin era el único responsable del gulag,nuestro hombre vomita su bilis sobre Solzhenitsin,sobre Jacques Rossi (al que debemos el ya citadoManual del gulag) y sobre Nicolas Werth (autorde la parte dedicada a Rusia de El libro negro ),recusando el testimonio de los dos primeros ynegando la capacidad de historiador del tercero.

La venerable colección “Que sais-je?” es unode los estandartes de la editorial PressesUniversitaires de France (PUF). En principio, esosbreves compendios están concebidos como unapuesta al día, escrupulosa y según los últimosconocimientos. Con frecuencia sirven como únicafuente de información, sobre una infinidad detemas, a un vasto público, y especialmente a losestudiantes. ¡Eso es lo que va a leer sobre el gulagese público y esos estudiantes durante los diezpróximos años!

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Es para preguntarse si la pesada carlinga delas PUF lleva un piloto. Es decir, un director decolección competente que observa las reglasdeontológicas de su profesión. Porque “Que sais-je?” no es una colección de panfletos, de colorconocido. Se presenta como una serie de síntesisimparciales, no de libelos tendenciosos. En estecaso se da, pues, un abuso de confianza intelectualy de engaño comercial.

Pero lo más instructivo, en esta muestra denegacionismo, es la fecha de su publicación: 1999.Veinticinco años antes, la izquierda lanzó al asaltoa todos sus batallones para intentar deshonrar aSolzhenitsin, deformando la más mínima de susfrases para endosarle simpatías hacia el nazismo ohacia Pinochet, con el propósito de desacreditar,manchando al autor, el fatal inventario de suArchipiélago Gulag. En 1975, la AsociaciónFrancia-URSS incluso publicó en su órgano deprensa, France-URSS Magazine, un “informe”sobre los campos de concentración soviéticossegún el cual su confort era tal que el ClubMéditerranée merecería pasar a la categoría de

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colonia penitenciaria 123. Unos años antes, el sinigual Wilfred Burchett, luchando con su coraje desiempre contra lo “políticamente correcto”,comparaba los campos de prisioneros de Coreadel Norte (uno de sus países predilectos, y del quejamás fue “desterrado”) con las “estaciones devacaciones suizas”. Cosas del momento...

Esas calumnias y esos embustes oscilan entrelo cómico y lo innoble. Sin ser por elloexcusables, en Francia se podían explicar por lasaberrantes exigencias de la sagrada unión de laizquierda y el miedo que tenían los socialistas dedisgustar a los comunistas. Incluso en los países enlos que los partidos comunistas no existían o eranmuy débiles —Gran Bretaña, Escandinavia,Alemania Occidental, Estados Unidos—, laizquierda democrática adoptaba en la Guerra Fríauna actitud ambigua que le llevaba a prohibir todacrítica demasiado acerba del sistema soviético.Esta servidumbre de la inteligencia y estaanulación de la ética se basaban en un errorpolítico, pero un error relacionado con los datosexistentes, aunque se analizaran de modo estúpido.

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Hoy, esos datos han desaparecido. La defensa aultranza del comunismo no puede, pues, derivarsede ningún proyecto en el orden de la acción.Proviene de la necesidad psicológica derehabilitarlo y, sobre todo, de impedir que seacomparado al nazismo. Pues, volvamos a haceruna transposición: ¿qué editorial habría tenido elvalor de publicar y qué acogida habría tenido unopúsculo con fachada universitaria que bordarasobre los campos hitlerianos la fábula edificanteque, el arriba mencionado, nos muestra sobre loscampos comunistas? El revisionismo procomunistada muestra de ser de buena calidad. La operación“gran mascarada”, emprendida a partir de 1991,logró su fin. Éste consistía en reconstruir medianteel verbo y la intimidación, y a pesar del flagrante,definitivo y concluyente hundimiento económicodel comunismo y de la salida a la luz del día de sudisposición congénitamente criminal, el doble mitode su superioridad práctica sobre el capitalismoliberal y de su moralidad intacta, que trasciende atodas las fechorías debidamente probadas que hapodido cometer.

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La sensibilidad internacional ha aceptado,pues, dejar que paulatinamente se ensanche elabismo que separa nuestros juicios según serefieran a los crímenes de un despotismo llamadode derecha o a los crímenes de un despotismollamado de izquierda. Vuelvo a emplear unprecavido “llamado” porque distinguir entre lostotalitarismos “de derecha” y “de izquierda” es ensí un sinsentido. Distinguir entre izquierda yderecha presupone democracia, con pluralismo departidos, libremente constituidos, y de opinioneslibremente expresadas. Esta distinción es nula ycarente de valor en el caso de los totalitarismos,basados todos ellos, por definición, en el principiointangible del partido único y el pensamientoúnico. En el momento en que un régimen de partidoy pensamiento únicos entreabre la puerta alpluralismo salta en pedazos, como hemos visto conGorbachov. Castro y los chinos tienen razón endesconfiar. Para las sociedades encerradas en esecorsé de hierro, el resultado es siempre el mismo.Derecha e izquierda no son para esas sociedadescautivas más que barnices retóricos,

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fantasmagorías de ideólogos, crueles naderías. Pordesgracia, y debido a una serie de maniobras tanpertinaces como hipócritas, esa nada se haimpuesto hasta el punto de alterar el juiciohistórico de nuestras democracias. El doble raseromoral se ha transformado en regla deconveniencia, que es lo mismo que decir que ya nohay criterio moral.

Así, una ola de indignación recorrió Europacuando un fiscal español pidió, el 6 de agosto de1999, la anulación por “vicio de forma” de laorden de detención dictada el año precedentecontra Augusto Pinochet, desde entonces arrestadoen Londres y bajo la amenaza de ser extraditado aEspaña. La prensa de la península, de derecha aizquierda, se encolerizó contra el fiscal al que eldiario de izquierda El País trató, como suplementogratuito, de “fascistoide”. ¡Vaya por Dios! Habíaque imaginárselo. ¡Qué alegría da ver laimaginación y variedad a la hora de elegirepítetos! Se trataba de una indignación legítima,que comparto, pero que compartiría con másánimo si no se me viniera de inmediato a la mente

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la gran figura de Mengistu Hailé Mariam, el“negus rojo”, dictador comunista de Etiopía de1974 a 1991 y verdugo infinitamente más eficazque Pinochet.

La Etiopía del partido único cumple todas lasreglas del más puro clasicismo comunista. Que lostartufos juramentados no se salgan por la tangentehabitual gimiendo que no se trataba de “auténtico”comunismo. La “revolución” etíope engendró enÁfrica la copia certificada del prototipo leninista-estalinista de la URSS que, además, le puso suestampilla, le otorgó créditos y, para protegerla, leenvió su ejército, bajo la especie de tropascubanas, y agentes de la policía política deAlemania del Este, la incomparable Stasi La juntade jefes etíopes, el Derg, se proclamó sin tardanzaheredera de la “gran revolución de Octubre” y loprobó fusilando, desde su llegada al poder, a todaslas elites que no estaban en sus filas o noobedecían a sus órdenes, aunque, como en todaslas “revoluciones” la servidumbre total nogarantizaba estar a salvo. Le siguió la procesiónde reformas ya conocidas: colectivización de la

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tierra —en un país en que el 87 por ciento de lapoblación es campesina—, nacionalización de laindustria, de la banca y de los seguros.

Como estaba previsto —o era previsible— ycomo en la URSS, China, Cuba, Corea del Norte,etcétera, a ello le siguieron los efectos inevitables:subproducción agrícola, hambre, agravadas porlos desplazamientos forzados de la población, otrode los clásicos de la casa. El fracaso precozobliga a inventar culpables, saboteadores,traidores, porque no es posible imaginar que elsocialismo sea en sí mismo malo y que susdirigentes no sean infalibles. Y, como decostumbre, el poder totalitario encuentra a loscanallas responsables del desastre entre loshambrientos y no entre los acaparadores, entre lasvíctimas y no entre los jefes. Deprimentemonotonía de un guión universal del que losabogados del socialismo se empeñan en presentarcada nuevo ejemplar como una “excepción”, ¡ytodavía hoy lo hacen muchos historiadores! Diezmil asesinatos políticos sólo en la capital durante1978; masacre de los judíos etíopes, los falasas,

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en 1979. Pero no se trata de antisemitismo porqueel Derg es de izquierda.

¡Y los niños primero! En 1977, el secretariogeneral sueco de Save the Children Fund relata enun informe cómo ha sido testigo de la exposiciónde víctimas infantiles torturadas en las aceras deAddis Abeba. “Un millar de niños han sidomasacrados en Addis Abeba y sus cuerpos,yacientes en las calles, son presa de hienaserrantes. Cuando se sale de Addis Abeba se venamontonados en el arcén de la carretera cuerposde niños asesinados, en su mayoría de once a treceaños.” 124 Tras tal descripción, pido a Jean Danielque no tome a mal que le confiese que no meconvence cuando escribe: “Un joven que va haciael comunismo al menos le impulsa un deseo decomunión. Un fascista sólo está fascinado por ladominación. Lo que constituye una diferenciaesencial” 125. ¿Quién puede seguir tomando enserio este estribillo: el asesinato masivosantificado por las intenciones? ¿Existe un verdugomás repugnante que el que pretende matar a lasvíctimas por “comunión” con ellas? Si las

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atrocidades de los regímenes comunistas, pasadosy presentes, no repercuten sobre la purezainmarcesible del ideal, ¿por qué la izquierda,incluso la no comunista, pone tanto ardor en negar,minimizar, excusar, olvidar o silenciar estasatrocidades? Lo hace porque siente que laomnipresente criminalidad del comunismo y sucapacidad de destruir la economía y la culturacuestionan el corazón mismo del socialismo. ¿Porqué los socialistas se iban a poner tan furiososcada vez que se les recuerda los hechos, sí, comopretenden, no consideran que les afectan? Y que anadie le asombre este otro refrán trasnochado: elcomunismo etíope significaba al menos unprogreso respecto a la Etiopía imperial del antiguorégimen. Es tan falso como en el caso de Rusia oCuba. La Etiopía de los negus no era el paraíso. Lapenuria alimentaria era frecuente y la pobrezaterrible. Pero las hambrunas no eran provocadasdeliberadamente, ni las poblaciones deportadasintencionadamente, ni los asesinatos en masaprogramados sistemáticamente. A los que hay queañadir, como regalo sorpresa, ese aporte original,

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esa coquetería del comunismo etíope que eran lasmatanzas de niños. No, mientras la izquierda dé unbarrido a su cabeza, atestada de pingajosintelectuales, y se empeñe en tergiversar ante loabominable podrá gobernar tanteando aquí o allí,pero no podrá pretender que proporciona unaclave para comprender nuestro tiempo y prepararun futuro plausible. “Lo mismo que en la exURSS”, dice Yves Santamaría, “no hemosterminado de descubrir en Etiopía las fosascomunes en las que yacen gran número de losdesaparecidos censados por los informes deAmnistía Internacional. Como en China, se invitó alas familias a pagar al Estado por la ejecución desentencias según el principio paying for thebullet”. Traducción: los padres debían “pagar” alEstado la bala que había servido para ejecutar a suhijo. O el hijo la que había matado a su padre, o lahermana la de su hermano. Como podemoscomprobar: socialismo es solidaridad. Y esacomplicidad con el genocidio voluntario ypremeditado no data de los años veinte, de lageneración de la que se puede admitir que todavía

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tenía derecho a la “ilusión” furetiana: es muyreciente, ha causado estragos en nuestros días, antenuestros ojos, en nuestra prensa. Los“desaparecidos” son el oprobio de un régimencuando se trata de los dictadores argentinos de losaños setenta. Pero en el caso de los desaparecidosdel comunismo también desaparecen de lamemoria.

Fuera se conocieron muy pronto todos loshorrores del comunismo etíope. En 1986, AndréGlucksmann y Thierrv Wolton les dedicaron unlibro trágicamente demostrativo, Silence on tue126, que no estremeció en absoluto a losadmiradores del negus rojo, al que M’Bow,director general de la Unesco, organizaciónsiempre en la avanzadilla del progresismo, llamóun día “gran estadista”. La indiferencia hacia loscrímenes del comunismo etíope confirma la reglade la apatía moral de la que se beneficiaron losdemás comunismos. Que se explica por lo queGlucksmann y Wolton llaman con razón“inmunidad revolucionaria”.

En el caso de Mengistu, y a diferencia de lo

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que ha pasado con Pinochet, nadie ha cuestionadojamás esa inmunidad, ni siquiera después de que elasesino en serie abisinio tuviera que retirarse a lafuerza. En 1991, abandonado por su moribundoprotector soviético, Mengistu huyó y aterrizó enZimbabue, donde el presidente “progresista” (ypor ello inamovible) Robert Mugabe, héroe detantos coloquios humanitarios y antiapartheid, ledio de inmediato y sin titubeos asilo político.Nunca ha llegado a mis oídos la existencia de unmovimiento de la izquierda internacional parahacer comparecer a Mengistu ante un tribunalinternacional. Desde hace ocho años no dejo demirar mi buzón, pero ninguna asociaciónantigenocidio me ha pedido que firmara la másmínima petición en ese sentido. En 1994, lajusticia etíope se propuso lograr que ante ellacomparecieran algunos de los grandesbenefactores de la patria de la época totalitaria,1974-1991. Pidió a Zimbabue la extradición delprimero de ellos. Mugabe, cada vez más“progresista”, la rechazó. Y, sin embargo,extraditar a Mengistu a su país implicaba muchos

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menos rompecabezas jurídicos que extraditar a unchileno de un país extranjero, Gran Bretaña, a otropaís extranjero, España. Ninguna oleada deindignación sacudió a Europa ni la impulsó a quecompareciera el coronel Mengistu Hailé Mariam.¿No hubiera sido un escándalo llevar ante untribunal a ese pacífico filántropo retirado al que,en 1988, la Federación Mundial de Sindicatos, deobediencia comunista, entre ellos la CGT francesa,le otorgó una medalla de oro como recompensapor “su contribución a la lucha por la paz yseguridad de los pueblos”? Vale por la medalla en1988. No tenía más valor que los que laentregaban y el que la recibía. Pero hoy, cuando hacorrido tanta sangre bajo los puentes delsocialismo, ¿cuánto vale, qué estima merece lamoral de esa Santa Conciencia universal tanescrupulosamente sospechosa? 127

Tras haber cumplido nuestro “deber deolvido” hacía los “jemeres rojos” etíopes,¿podemos sin redundancia volver a celebrar lamisa en honor de los jemeres rojos? Se ha dichotodo acerca de sus crímenes, cuya aritmética es del

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tenor de la de los períodos geológicos o de la delos años-luz. ¿Pero se ha comprendido todo? ¿Seha hecho todo para castigar a los culpables? Unono se cansa de admirar la enérgica inercia quemuestra la distraída (salvo para el caso Pinochet)comunidad internacional en sus inaudiblesdemandas de extradición de los jefes de losjemeres rojos. Somos todo oídos, pero no oímossonar los cañones. Es cierto que algunos denuestros pensadores socialistas ponen en duda quePol Pot y sus amigos hayan sido comunistas, y,como hemos visto, prefieren atribuirles un“nacional-socialismo de arrozal” (JeanLacouture). Reconocemos aquí a una vieja amiga:la jugarreta consistente en descubrir que unrégimen comunista no era comunista cuando sedesvelan sus crímenes y, a condición,evidentemente, de que ya no esté en el poder. Peroadmitamos que son nazis. ¿No constituye una razónde más para exigir que sean juzgados? ¿Perocómo, tenéis en vuestras manos un artículoimposible de encontrar hoy día, nazis aún vivos, yno os inmutáis? Esto prueba que no estáis del todo

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convencidos de lo que decís y que, en vuestrofuero interno, sabéis perfectamente que vuestrospresuntos nazis son auténticos comunistas.

Las víctimas del genocidio camboyano secifran hoy en 1.700.000 o 1.900.000 de unapoblación, al principio, de 7.900.000, es decir,más del 20 por ciento de los habitantes, según unode los más recientes especialistas de este tema,Ben Kiernan 128. Sin embargo, constata este autor,veinte años después de que los vietnamitasexpulsaran a los jemeres rojos del poder, “el juegode las potencias preservó a Pol Pot y a los suyosde cualquier tipo de castigo por sus crímenes”. El“juego de las potencias” al que se refiere Kiernanes el canguelo que, desde hace veinte años, lesentra a las democracias occidentales ante la ideade disgustar a China. Ésta siempre ha apoyado aPol Pot y los suyos, incluso después de que losjemeres rojos se echaran al monte. Así, Jean-Claude Pomonti escribía en Le Monde 129: “No seestá en disposición de juzgar los crímenes”, yexplicaba: “Un juicio, entablado por un tribunalinternacional, incluso en ausencia de Pol Pot,

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salpicaría no sólo a su entorno inmediato todavíavivo —Khieu Samphan, Nun Chea, Ta Mok—,sino también a los países que han ayudado a losjemeres rojos, especialmente durante los añosochenta. Cada uno intentaría explotar en su propioprovecho las eventuales revelaciones oacusaciones realizadas en el transcurso del juicio.Muchos gobiernos de la región probablemente nolo desean”. Entre ellos, Hanoi, puescontrariamente a la leyenda fabricada por lasolidaridad internacional procomunista, losgobiernos a las órdenes de Hanoi que, en 1979,sustituyeron en Phnom Penh a los jemeres rojos noson menos dignos de comparecer eventualmenteante un tribunal internacional 130. Cuando endiciembre de 1998, dos antiguos lugartenientes delañorado Pol Pot, Khieu Samphan y Nuon Chea,reaparecieron en la capital, el jefe de gobierno dePhnom Penh, el primer ministro Hun Sen, seapresuró a declarar que había que “darles labienvenida con ramos de flores y no con esposas”.Khieu Samphan, por su parte, dio unaenternecedora conferencia de prensa en la que

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aseguró que se sentía “desolado al pensar en lossufrimientos que había causado al pueblocamboyano”; pero animó a sus compatriotas (o alos que quedaban) a “olvidar el pasado yprepararse para el futuro” 131. Seis meses mástarde, cambiazo de Hun Sen, que, de repente,aseguró que jamás había garantizado la inmunidada los dos arrepentidos y la tomó contra la ONU, aquien acusó de retrasar el juicio a los jemeresrojos 132. Calumnia manifiesta porque para retrasarun juicio primero hay que haber decidido hacerlo.¿Quién puede suponer que la ONU es tan vil comopara haber tomado la iniciativa de animar a que seacuse a los autores de un genocidio de izquierda?La pasividad de la “comunidad internacional”, omejor dicho, su buena conducta, ajustóvirtuosamente el paso a la sabia prudencia de lasNaciones Unidas. Desde hace cuatro lustros buscoen vano en la prensa la lista vengadora de lasfirmas de nuestros grandes padres pidiendo unamplio y esclarecedor juicio a los autores delgenocidio camboyano.

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* * * La diferencia de tratamiento entre los dostotalitarismos del siglo se puede ver también enuna multitud de pequeños detalles. Así, lasoperaciones mani pulite en Italia y “justicia en elasunto del dinero sucio de los partidos” en Franciahan tenido cuidado, ¡oh milagro! de evitar a lospartidos comunistas o, al menos, se han ocupadode ellos con tanta suavidad como lentitud. A pesarde ello, sus estafas han sido manifiestas, ya se tratede “cooperativas rojas” en Italia o “gabinetes deestudio” ficticios, simples máquinas de blanqueodel dinero robado, del PCF en Francia. A ellas hayque añadir las empresas pantalla, oficialmentededicadas al comercio con la URSS, modoindirecto que tenía ésta de retribuir a los partidoscomunistas occidentales. Por no hablar de lassumas de divisas no declaradas, tanto en especie,tanto en Suiza (en el caso del PCI), enviadas porMoscú hasta 1990, que constituyen como poco undelito de fraude fiscal y quizá, además, otro deenfeudación recompensada a una potencia

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extranjera. Cada vez que han aparecido nuevosdocumentos confirmando la amplitud de estetráfico ilegal, documentos con frecuenciacorroborados, tras la caída de la URSS, porindiscreciones de personalidades soviéticas o deAlemania del Este, uno se asombraba de lasoñolienta ecuanimidad de los medios decomunicación y de la concienzuda inmovilidad dela magistratura. Desde los años setenta estabandescritas y establecidas esas prácticas de estafa delas empresas 133, pero no fue hasta octubre de1996 cuando a un secretario nacional del PCF, eneste caso Roben Hue, se le investigó por“encubrimiento de tráfico de influencias”. Lainstrucción desapareció en las profundidades de unbenevolente olvido hasta el 18 de agosto de 1999,fecha en la que se difundió que el ministerio fiscalde París había decidido solicitar que se volviera allevar a Hue y al tesorero del PC ante el tribunalde apelación 134. Falsa alerta. La misma tarde sehizo público un desmentido del ministerio fiscal:“Hay unas solicitudes en proceso de redacción.Desmentimos las informaciones que hablan de

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ellas. Es demasiado pronto para afirmar en quésentido se van a hacer. No se tomará una decisiónsobre tales solicitudes hasta la primera semana deseptiembre”. Finalmente, se tomó a finales deoctubre.

En ocasiones, la diferencia de trato del queson objeto los herederos, próximos o lejanos, deuno u otro totalitarismo provoca comportamientostan ridículos que rozan lo grotesco. En 1994, lacoalición Forza Italia, Liga del Norte y AlianzaNacional ganó las elecciones en Italia. SilvioBerlusconi se convierte en presidente del Consejoy elige como ministro de Agricultura a uno de losdirigentes de la Alianza Nacional, partido que,como es sabido, surgió de la renovación del viejoMSI neofascista pero que sufrió una metamorfosispor la que se desmarcó del pasado y abjuró de sumussolinismo. Varios viejos fascistas miembrosdel difunto MSI se fueron dando un portazo. Apesar de esa transformación democrática, variosdirigentes europeos reunidos en Bruselas senegaron a dar la mano al nuevo ministro deAgricultura italiano. Sin embargo, los dirigentes

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actuales de la Alianza Nacional no tienen laintención ni los medios para reinstaurar ladictadura fascista; por el contrario, han roto con laherencia mussoliniana y provocado la salida delos nostálgicos del fascismo histórico; se handesmarcado herméticamente tanto del FrenteNacional francés como de los Republikanersalemanes o de Haider en Austria. ¿Por qué, si elPartido Comunista Italiano es un partido con el quese puede tratar y digno del poder porque se harebautizado como Partido Democrático de laIzquierda abjurando del comunismo, no puedepasar lo mismo con la Alianza Nacional quetambién ha cambiado de etiqueta y abjurado delfascismo? Mientras dure esta disimetría en eltratamiento reservado a los convertidos de laizquierda y a los convertidos de la derecha, hablarde justicia o de moral y de progreso democráticono será más que una impostura. La bandera de losderechos humanos ondeará en el vacío. Hoy, comonunca con anterioridad, no es la política la que seha moralizado sino la moral la que se hapolitizado.

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Otra manifestación de la negativa a levantaracta de la similitud de los dos totalitarismos resideen la falta de curiosidad de los historiadores deizquierda por los archivos del Este, abiertos desdehace una década. Su letargo aumenta en proporcióndirecta con el interés de las fuentes accesibles.Vladimir Bukovsky ha contado con inspiración elsingular embotamiento intelectual de nuestrasavestruces subvencionadas, de ambos lados delAtlántico, en su Jugement à Moscou 135. Furiososal ver que los únicos cazadores que vuelven con elmorral vacío son ellos (que no van jamás de caza),“niegan” hasta la existencia de esosdescubrimientos. En una tribuna libre (¡una más!)d e Le Monde 136 un tal Alain Blum devuelve laacusación decretando que El libro negro delcomunismo es “la negación de la historia”.¿Olvida este inquisidor que François Furet, quetenía una vaga idea de lo que es la historia, debíasalir fiador de esta “negación” en un prefacio quesu muerte repentina no le dio tiempo a escribir?Bien es cierto que, según Le Monde diplomatique,el propio François Furet ignoraba lo que era la

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historia.Desde el momento en que asoma la más

mínima verdad que amenaza con profanar losiconos comunistas, los pitbulls de la ortodoxiadespedazan a los portadores de la mala noticia.Asombra que unos universitarios, con frecuenciade alto nivel cuando trabajan sin pasión, no seanmás hábiles en la polémica cuando sus pasionesentran en juego. Se les ve caer en prácticasenvilecedoras, indignas de ellos: falsas citas,textos amputados o conscientemente dados lavuelta, injurias peores que las que los comunistaslanzaron contra Kravchenko, el disidente quecometió hace medio siglo el sacrilegio de escribirYo he elegido la libertad . En L’Histoire interditede Thierry Wolton se puede encontrar unaantología de estas hazañas de la inteligencia dealto nivel 137. A él me remito.

“Dios me guarde de despreciar la sinceridad.Pero la conciencia más abierta no podría acogertodo”, escribe Maurice Barrès en Amori et dolorisacrum. Esta frase latina que significa“consagrado al amor y al dolor” figura en la

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fachada de Santa María della Passione en Milán.Tiene como pareja otra frase latina,desgraciadamente más actual, inscrita en unmonumento de Pisa: “Somno et quieti sacrum”:“Consagrado al sueño y a la quietud”. Es estaúltima la que quizá debería servir de lema a lamayoría de los historiadores denominados “deltiempo presente”.

Este tiempo es aquel en el que se salmodia“¡memoria!, ¡memoria!”. Oh, Sésamo sin tesoro,cueva que cuando se abre sólo guarda bisutería,¿hay un solo recuerdo exacto que podamosmantener intacto a salvo del abismo del olvido?

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Anexo al capítulo IX

Camboya: la ocupaciónR ESEÑA del libro Mur de bambou, ou leCambodge après Pol Pot, de Esmeralda Luciolli,prefacio de François Ponchaud, Médicos sinFronteras, Régine Deforges, 315 páginas.Publicado en Le Point el 28 de noviembre de1988.

El club con más socios del mundo es el de losenemigos de los genocidios pasados. Sólo tiene elmismo número de miembros —con frecuencia sonlos mismos— el club de los amigos de losgenocidios en curso. Cuando el Vietnamprosoviético invadió la Camboya prochina, en1979, para echar a los jemeres rojos, el Occidentemediático dejó de preocuparse por la suerte de losdesgraciados camboyanos. El país estaba ahoraocupado, se pensaba, era una lástima, pero almenos el ocupante había puesto fin a las masacresdel terrible periodo 1975-1979.

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Sin duda, Vietnam y el gobierno decolaboradores jemeres a su servicio no hanmatado directamente dos millones de camboyanos,es decir, un cuarto de la población, como hizo PolPot, pero sus métodos indirectos de exterminio yvasallaje no por ser menos evidentes y másinsidiosos son menos terribles. La censurasoviético-vietnamita ha logrado ocultar suCamboya tras un muro de silencio. Así como ahorase multiplican las películas y los libros sobre elgran genocidio de los años 1975-1979, lostestimonios de primera mano sobre la Camboyavietnamizada siguen siendo escasos 138. De allí elinterés de las revelaciones de Esmeralda Luciolli.Esta francesa de treinta y cuatro años, nacida enEstados Unidos de padres italianos, ha sido uno delos raros médicos occidentales admitidos enCamboya, como miembro de una misión deMédicos sin Fronteras. Permaneció allí 15 meses,de 1984 a 1986, observando desde el interior lavida en el país: se trata de un examen directo yoriginal, de una narración viva, alimentada decosas vistas y vividas. A la ya excepcional ventaja

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de haber residido allí, la autora añade un plus quemultiplica su alcance: sabe jemer. Desde siemprele había interesado esa lengua que aprendió en laEscuela de Lenguas Orientales de París.

Por su ideología, el nuevo régimen sedistingue tan poco del precedente que la mayoríade los cuadros actuales del partido son antiguosjemeres rojos. De hecho, la radio oficial nocondena jamás a los jemeres rojos en general, sóloecha pestes contra Pol Pot. Como todo régimencomunista, el poder actual quiere edificar un“hombre nuevo” a base de “cursos políticos” queabsorben tal cantidad de las horas de trabajo queconstituyen una de las causas de que la producciónsea insuficiente. La represión contra losrecalcitrantes, los tibios, los sospechosos, producecada año cientos de miles de detenidos, de“desaparecidos” (como en Argentina, pero se hahablado menos), de torturados. La ayudaalimentaria, el material de construcción, losmedicamentos suministrados gratuitamente por lasorganizaciones o gobiernos occidentales, sondesviados por la nomenklatura, primero para ella,

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después para revenderlos para su beneficio en elmercado negro, donde la población tiene quecomprarlos a precio de oro, y, finalmente, paraexportarlos a Vietnam o la URSS. La brillantetécnica de Occidente, consistente en “atiborrar alos verdugos para alimentar a las víctimas”, segúnla expresión de William Shawcross 139, funcionaallí al máximo.

Pero hay cosas peores. En 1984 se tomó unadecisión trágica en Hanoi (y no en Phnom Penh, loque pone en evidencia la clásica categoría desatélite del gobierno jemer): construir a lo largode la frontera que separa Camboya de Tailandiauna nueva muralla china, de ochocientoskilómetros. En realidad era una simpleempalizada, un frágil “muro de bambú” (de aquí eltítulo del libro), sin ningún valor estratégico.Estaba más bien destinado a impedir que loscamboyanos huyeran a Tailandia. Dos o tres vecesal año, de cien a ciento veinte mil hombres,denominados “voluntarios”, tienen que ir allí arealizar durante meses trabajos forzados. Sondiezmados, en primer lugar por las minas, en

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segundo, por el paludismo y, finalmente, por ladesnutrición. Pues ni la quinina ni los alimentosque las autoridades obtienen de Occidente llegan aesos desgraciados forzados, que caen víctimas delo que allí se llama la “roturación” 140.

Sería mostrar un gusto perverso por lasobviedades inquirir sobre la reacción de lasorganizaciones humanitarias cuando les lleganinformaciones sobre los nuevos horrorescamboyanos. El capítulo que Esmeralda Luciollidedica a la pusilánime complicidad de lasagencias de las Naciones Unidas, incluso de laCruz Roja y de varias organizaciones nogubernamentales, merece figurar en lugardestacado en los anales de la cobardía humana.Hay que leer los detalles de esas espantadas paracomprender la desesperación del pueblo jemercuando constata que los que se supone que vienena ayudarle se unen a los que les exterminan. ¡Yluego sigamos perorando sobre los derechoshumanos! Nuestros jefes de Estado deben ocuparsede ellos. Hacen algo mejor: vuelven a inundar connuestro dinero al régimen de Hanoi para salvarle a

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nuestra costa de su propio fracaso.

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Capítulo X

El comunismo en el siglo XX:¿Una historia sin significado?U NA absolución irrevocable otorgaron, pues, ala criminalidad comunista, no sólo los partidoscomunistas, o lo que de ellos subsiste, sinotambién, y con generosidad, la izquierda nocomunista; absolución que se ha confirmado cadavez que su dossier engrosaba. “Nos equivocamosal plantear esta cuestión” (la comparación entrecomunismo y nazismo), dice un gaullista, y políticode talento, Pierre Mazeaud, miembro del ConsejoConstitucional. El pretexto que se invoca paraestablecer esa “equivocación” no varía y estristemente el mismo para Pierre Mazeaud quepara Robert Hue: “El comunismo sufrió unadesviación”. Ese eminente constitucionalista haríaun gran servicio a la ciencia política si nosexplicara por qué prodigio una doctrinaintrínsecamente buena se ha encarnado, siempre y

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en todas partes, invariablemente en su propiadesviación. Y esta piadosa excusa se vuelveagresiva acusación en los socialistas. Comentandola publicación del Libro negro del comunismo , enel otoño de 1997, el primer secretario del PartidoSocialista, François Hollande, se interroga consutileza: “¿Se intenta preparar mañana unasalianzas con la extrema derecha, que selegitimarían así de antemano?”. Uno hubieraesperado, comprendido, que el primer secretariodijera: esos horrores no tienen nada en común connuestra concepción del socialismo. Pero no. Elineluctable estribillo resurge: hay que seguircombatiendo el anticomunismo y, por tanto, lahistoria exacta del pasado, pues el inventario delos crímenes comunistas, realizado en nombre deuna supuesta investigación científica, oculta enrealidad, según Hollande, el proyecto de servir ala extrema derecha, de reanimar el fascismo, que,como es evidente, hoy nos amenaza más que nunca,y de reflotar, en Francia, la apología de loscrímenes de Vichy. Es difícil caer más bajointelectualmente. Y, lo que es peor, ochenta años

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de sufrimiento humano y de investigacioneshistóricas no han servido para nada. El comunismoes el progreso. Sus historiadores verídicos sonenemigos del progreso. ¿Es consciente Hollandede que al ordenarles falsificar la historia cuandoperjudica a la leyenda socialista, se comportacomo heredero del modelo cultural soviético?

Toda una izquierda vigilante descubre en losliberales, en los demócratas que se limitan adesear la expresión de la verdad, un fascismoimplícito presto a hacerse explícito. Y pedir quese apliquen las leyes cae bajo las mismassospechas. Bajo el gobierno de Juppé, en 1996,cuando unos emigrantes en situación ilegalocuparon la iglesia de Saint-Bernard en París,exigiendo que se les dieran papeles regulares, laultraizquierda, seguida por los verdes y por buenaparte de los rojos o “humanitarios”, acusó a lospoderes públicos de emplear métodos nazis yreproducir la gran redada del Vél’ d’Hiv’ cuandolos coches de la policía evacuaron a esosemigrantes clandestinos. Dado que los queescribieron y dijeron esas locuras no son todos

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idiotas, es imposible no pensar en la mala fe. Enprimer lugar, las víctimas de las redadas de la IIGuerra Mundial no fueron expulsadas de Alemaniahacia su país de origen o de residencia (¡qué máshubieran querido!) sino lo contrario. En segundo, alos expulsados de Saint-Bernard no se lesdeportaba a campos de concentración o de muerte.Y, por último, en ese momento, que se sepa,Francia no estaba ocupada por un ejércitoextranjero. Su presidente, su Parlamento, sugobierno, emanaban del sufragio universal,libremente expresado por los ciudadanos. Lasinstrucciones dadas a la policía derivaban de leyesvotadas según una Constitución ratificada por elpueblo. Comparar, por tanto, las leyes Pasqua-Debré sobre la inmigración con las “leyes deVichy”, es decir, situar en el mismo plano unademocracia y una dictadura (además, bajo la férulaenemiga) demuestra la existencia de una gravedebilidad en el análisis político o de una peligrosafalta de honestidad por parte de los que utilizandicho argumento. Peligrosa por estar teñida denegacionismo antidemocrático. ¿Ir a instalarse en

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un país extranjero, sobre todo en un país queprocura a sus residentes una costosa coberturasocial, puede depender únicamente de la decisiónunilateral del emigrante, sin que las autoridadesdel país de acogida tengan nada que decir? Lospartidarios de esta solución explosiva —sobrecuyas consecuencias para la viabilidad de laintegración invito a reflexionar—, que hafracasado ampliamente desde 1980, no tienen másque intentar, si son demócratas, que el Parlamentoapruebe una ley en ese sentido, y, si lo logran,responsabilizarse después de hacer frente a lasconsecuencias. Pero no tienen ningún derecho deacusar de fascismo, de racismo o de serpartidarios del régimen de Vichy a los ciudadanosque temen las caóticas y nefastas repercusiones deuna regularización automática de todos los quellegan ilegalmente al país o, dicho de otro modo,de la supresión total de los controles.

Y, además, no invirtamos lasresponsabilidades. Cuando un inmigranteclandestino que ha entrado en Francia de modofraudulento, y después ha mandado venir, siempre

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de modo fraudulento, a su o sus mujeres, ha tenidohijos, nacidos en suelo francés y, por consiguiente,abocados a ser franceses, cuando sus padres no loson, ¿quién es responsable de tal lío jurídico? LaRepública Francesa no; los que han trampeado consus leyes. El hecho de que haya que examinar estasituación absurda con toda la humanidad posiblehacia los individuos no impide que laresponsabilidad no sea, en principio, de Francia.Nacer en Francia da derecho a ser francés, nonaturaliza retrospectivamente a los padres.Además, ¿cómo puede el Estado imponer a losciudadanos de un país el respeto a sus leyes siautoriza a los inmigrantes a violarlas? Nunca hahabido civilizaciones sin migraciones. Pero losmovimientos migratorios anárquicos crean esaguerra callejera y esas zonas sin ley que minan unpaís.

La defensa incondicional de los sin papeleses uno de los numerosos subterfugios tendentes aarrojar al demócrata medio al bando de Vichyacusándole por cualquier motivo de repetir elgenocidio antisemita, cuando ese ciudadano se

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limita a pedir que se aplique una ley votada.También es una manera indirecta de enterrar elexamen del comunismo y, en general, del pasadode la izquierda, alegando la urgencia prioritaria dela “lucha antifascista”.

Desde esta perspectiva, la frontera entre losregímenes políticos es muy neta: por un lado estála democracia liberal, con el fascismo o elnazismo; por otro, la izquierda, de la que elcomunismo siempre forma parte. Sus fechorías nohan bastado para expulsarle de la comunidaddemocrática en opinión de una izquierda que, sinembargo, frunce el ceño a la hora de admitir a laderecha liberal, tachada, con cualquier motivo yvenga o no a cuento, de partidaria de Vichy. Dadoque, según parece, para la izquierda el dossier delcomunismo no ha probado su incompatibilidad conla democracia hay que dejar de reprocharle supasado (y su presente: Castro y tutti quanti)debido a su importante papel en las luchas futuras.Reconocemos en ello una vieja estafa: elmarxismo sólo puede ser juzgado por suspromesas, no por cómo las cumple.

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Pierre Vidal-Naquet repara en ello en suprólogo a la traducción francesa de La soluciónfinal en la historia del historiador norteamericano(de origen luxemburgués) Arno Mayer, publicadaen 1990. El historiador francés dice en dichoprólogo: “El judeocidio, como lo denomina ArnoMayer, atrae por su naturaleza a los perversos. Senegó mientras se estaba produciendo, se negódespués, ya fuera una negación interesada o unanegación ideológica. Pero negado por los unos, fuesacralizado por los otros hasta el punto deconvertirlo en objeto de ritos, de celebraciones yde toda una orquestación religiosa”.

Yo creo, como un deber moral y unaobligación educativa, que el judeocidio debe ser sino “sacralizado” y “orquestado” al menosescrupulosa y constantemente rememorado. Perome repugna que pueda servir de escudo destinadoa impedir el recuerdo de otros genocidios.Denunciar en cualquier balance de la criminalidadcomunista una tentativa insidiosa de justificaciónde los crímenes del nazismo no sólo es, en lainmensa mayoría de los casos, una calumnia tan

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manifiesta como abyecta, sino un insulto a lamemoria de las víctimas del Holocausto. Víctimasque merecen mejor suerte póstuma que serenroladas al servicio de un negacionismo másextendido, aunque tan “interesado”, “ideológico” y“perverso” como el que pone en duda la Shoah.

Con el fin de probar que en el siglo XX nohan existido más crímenes contra la humanidad quelos del nazismo se pinta aún más negra de lo queen realidad fue la conducta de los franceses bajola ocupación.

Cada vez que un acontecimiento como eljuicio a Papón nos vuelve a sumir en el recuerdode la ocupación se nos dice que, gracias a esaevocación, los franceses se ven obligados “porvez primera” a mirar cara a cara el periodo delrégimen de Vichy. Según esta repetitiva leyenda,desde la liberación habríamos vivido en el mitoeuforizante de que todos los franceses habían sidoresistentes. Habríamos pasado por alto castigar alos colaboracionistas. Pero, aunque es cierto quealgunos franceses han logrado escapar del castigo,no lo es menos que la depuración fue una inmensa

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cuestión nacional. Entre 1944 y 1951 hubo decenasde miles de juicios, cerca de 7.000 condenas amuerte, si bien es verdad que la mayoría porcontumacia y que muchos de los juzgados habíanhuido. Hay que añadir unas 5.000 ejecucionessumarias antes y durante la liberación, cerca de14.000 condenas a trabajos forzados, unas 25.000de prisión, de reclusión, sin contar 50.000condenas a indignidad nacional, que provocaron laexpulsión de muchas personas de su actividadprofesional. ¿Se puede considerar a esto pasarpágina? No. El juicio a Papón fue importanteporque planteó, o replanteó, la cuestión de hastaqué punto, bajo un régimen tiránico, la obedienciaa las órdenes constituye o no una excusa para unfuncionario, o un militar, pero no lo fue por susrevelaciones. (Las cifras son las manejadas pordos de los especialistas más fiables del periodo:Henri Amouroux y el historiador norteamericanoHerbert Lottman.)

Es falso afirmar que una mayoría de losfranceses estuvo a favor del régimen de Vichy.Deducir, con el pretexto de que sólo una minoría

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participó en la resistencia activa, cosa que escierta, que todos los que no participaron en ellaeran obligatoriamente colaboracionistas activosimplica un asombroso desconocimiento de la vidareal. Desde 1941, gran cantidad de franceses eranhostiles a Vichy y a los alemanes a pesar de noparticipar en la resistencia activa. Y tampocoolvidemos que la población francesa bajo laocupación demostró ser una de las menosantisemitas de Europa como, entre otros, han hechover Marek Halter en la película Los justos yEmmanuel Todd en el libro El destino de losinmigrantes. De los quince países, dejando apartea Alemania y Austria, de los que tenemos cifrasprecisas del genocidio, Francia figura entre lostres, junto a Italia y Bulgaria, con menos víctimasen relación con su población judía ¿Habría sidoello posible si los ciudadanos, en su conjunto, nohubieran ayudado, escondido, a menudoproporcionado documentación falsa o certificadosfalsos de bautismo, a los judíos francesesresidentes?

Otra imputación calumniosa destinada a

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apoyar la acusación: “Todos habéis sido pronazis,luego dejadnos en paz con el comunismo”, haconsistido, por ejemplo, en inventar que losMuseos de Francia habrían retrasado lapublicación de la lista de obras de arte robadaspor el ocupante a los judíos durante la guerra yrecuperadas en Alemania tras 1945. A pesar de sermera depositaría de dichas obras, la dirección delos Museos de Francia habría intentadoapropiárselas mediante el silencio. Así, nuestraAdministración, nuestros conservadores mássabios, se habrían convertido, en cierta medida, enherederos de Hitler. ¿Cómo se puede tener laaudacia de mencionar otras injusticias o presuntasinjusticias cuando se ha caído tan bajo en ladegradación? En 1997 se añadió una campañadifundida por periódicos de todas las tendenciaspolíticas y por la cadena de televisión Arte sobreun informe mal interpretado del Tribunal deCuentas respecto a las secuelas de esas exaccioneso ventas. Doy la palabra a Philippe Meyer queresume y refuta con exactitud el sinsentidocometido, voluntaria o involuntariamente, en este

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asunto 141: “En efecto, ha sido una investigación derutina del Tribunal la que ha relanzado la cuestiónde las 2.000 [de un total de 61.000] obras de arteque todavía no se han devuelto a sus propietariosno identificados. Al término de esasinvestigaciones ha sido el propio Tribunal el queha desagraviado a los museos de la acusación dehaberse hecho los remolones a la hora de buscar aesos propietarios [búsqueda confiada en 1949 a unservicio del Ministerio de Asuntos Exteriores] y elque ha levantado acta de los recientes esfuerzos delos conservadores para dar a conocer esas obras.La exposición parcial de esos cuadros y objetos dearte [y su difusión exhaustiva por Internet] hamostrado que su interés artístico era casi siempremenor, que un gran número de ellos no habían sidorobados sino comprados [por marchantes, por loque es comprensible que no tuvieran prisa enmostrar su relación con el ocupante] y que muchosde ellos no provenían de coleccionespertenecientes a judíos expoliados: de treinta yocho cuadros mostrados en el Beaubourg sólo unoestá en este caso. Finalmente, se ha probado que

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los museos jamás se han presentado comopropietarios de lo que simplemente se les haconfiado y que siempre han señalado su origen”.

Sí, pero ¿no conviene probar que, bajo sumáscara angélica, las democracias liberalesocultan en el fondo un demonio totalitario y unincurable antisemitismo? ¿No se ha elegido elmomento en que esta verdad ha estallado paraentablar un proceso superado contra la izquierdaen general y el comunismo en particular, debido aunas desviaciones lamentables sin duda pero quehan perdido actualidad? ¿No habría, más bien, quevolver a tomar conciencia en un momento depeligro, de esa realidad de salvación pública queconsiste en que sólo la izquierda, con ayuda delcomunismo renovado, sigue siendo la campeona deuna auténtica democracia?

Enigma de nuestra época: la izquierda delpostcomunismo pone más empeño en blanquear elpasado comunista que el que ponían los propiosdirigentes soviéticos. En los recuerdos de SergioBeria, Beria, mon pére 142, se ve claramente quedichos dirigentes tenían, incluso antes de las

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confesiones del informe Jruschev, la “sensación departicipar en un régimen criminal y de cometeractos infames” (prólogo de Françoise Thom).Cada uno de ellos tenía en su poder dossieressobre los crímenes de los demás para poderleshacer cantar si alguna vez él era acusado y, elprimero de ellos, evidentemente, Laurenti Beriapor ser el director desde 1938 del NKVD, mástarde KGB, ¿Va a acusarle François Hollande dehaber “intentado preparar con ello alianzas con laextrema derecha”? Puede estar tranquilo: esasalianzas se sellaron sólidamente muy pronto.Mucho antes del pacto Hitler-Stalin, la URSShabía comenzado a entregar a la Gestapo acomunistas alemanes, agentes del Comintern, quese encontraban en su territorio. Esto también eshistoria, pero en absoluto conforme con la historiacensurada que nos amenaza con imponer el señorHollande.

* * * Una vez así limpiado el comunismo de su

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criminalidad, o al menos enjalbegado y cubiertode una capa superficial de inocencia, es posibleentablar la segunda fase de la operación “granmascarada”: la rehabilitación democrática delcomunismo que, como exige toda argumentaciónmarxista que se precie de serlo, pasa por larehabilitación económica.

El comunismo conserva su superioridadeconómica porque combate el capitalismo, elmercado, el neoliberalismo y su consecuencia: lamundialización, o dicho de otro modo, la librecirculación planetaria de mercancías, de capitales,de técnicas y de ideas. La izquierda ha renunciado,ciertamente, a sostener que las economíassocialistas tendrían más éxito que las economíascapitalistas, tesis en un tiempo corriente y que, enlos años cincuenta, defendían hasta eminenteseconomistas “burgueses”. Ya no aborda este tema.Se limita a constatar que las cosas no marchanbien en el mundo actual. Hay pobreza,desigualdades, crisis, falta de honestidad, paísesque no despegan o que incluso se hunden en elsubdesarrollo. ¿A quién imputar esos fracasos?

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Sólo puede ser al capitalismo puesto que es elúnico dueño desde que el socialismo real se haretirado. Este razonamiento nos es familiar: loscomunistas prometían una sociedad perfecta queno han consumido; decretan, pues, que elcapitalismo es el mal absoluto por no haberpermitido que ese fantasma ideológico tomaracuerpo: Y sacan la conclusión de que los liberalesson en realidad los auténticos totalitarios,dispuestos a utilizar los bárbaros métodos de un“estalinismo de derechas” (Jean-François Kahn)para imponer un supuesto “pensamiento único”,que no es en absoluto único dado que, a diferenciade las sociedades comunistas, las sociedadesliberales admiten la contradicción e implican, porsu misma naturaleza, la multiplicidad deopiniones. Pero, para la izquierda y laultraizquierda, un régimen es totalitario cuando noson las únicas que pueden expresarse.

Atribuir la pobreza sólo al liberalismodescansa además en la ingenua hipótesis de quetodo el mundo es liberal. Ergo, la pobrezaproviene del liberalismo. Pero la mayoría de los

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países pobres han sido, y gran número de ellossiguen siendo, dirigistas. Con gran frecuencia sehan arruinado por copiar el modelo soviético:estatalismo, colectivización de la tierra, industriasdeficitarias, corrupción unos dirigentes a los quela concentración del poder económico en manosdel poder político permite el robo institucional.Las causas de la miseria son frecuentementepolíticas, especialmente en África, donde, además,las incesantes guerras civiles o interestatales, losgenocidios intertribales, las masacres producidaspor el fanatismo han acabado por hacer vana todaayuda internacional, más elevada que en ningúnotro lado pero desviada casi en su totalidad porlos gobiernos. Si es cierto que, desde, más omenos 1990, el fracaso del dirigismoproteccionista y el auge de la mundializaciónestimulan poco a poco a todas las economías aabrirse y a privatizarse, esta reciente y tímidaevolución hacia el mercado no está en absolutoadelantada y el liberalismo “totalitario” está lejosde reinar soberanamente.

A pesar de ello, la denuncia del “liberalismo

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totalitario” se extiende más allá de las filas de laizquierda arcaica, debido a que en Europa, y sobretodo en Francia, la ilusión dirigista impregnatambién a la derecha y, a pesar de todas susabjuraciones, a la socialdemocracia. Ya he citadola profesión de fe antiliberal del gaullista PhilippeSéguin emitida en Bruselas, en enero de 1997. Elmismo mes, el consejo general de la InternacionalSocialista daba el toque de carga contra “elfundamentalismo neoliberal que ambiciona lahegemonía del mundo como un totalitarismomoderno” 143. Una mujer tan respetable comoGeneviève Anthonioz-de Gaulle, que preside laasociación Aide à toute détresse-Quart monde,declara, por ejemplo 144: “La sociedad estáamenazada por el totalitarismo del dinero”. Y,como antigua deportada a los campos nazis,precisa: “He conocido dos totalitarismos en mivida”. No piensen ustedes que el segundo de esostotalitarismos es el comunismo. No. Es el dinero,presentado como equivalente del nazismo, eincluso peor, pues la señora Anthonioz-de Gaulleconcluye diciendo: “El totalitarismo del dinero no

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es el menos peligroso”. En su opinión, la pruebade ello es el elevado número de excluidos,evidentemente sin preguntarse si el hecho de queen Francia ese número se haya multiplicado portres o cuatro en quince años es debido a un excesode liberalismo o, más bien, a todo lo contrario.Esta cuestión se deja sistemáticamente de ladopues su mero planteamiento significaría hacer unelogio indirecto del demonio norteamericano.

La parte de la izquierda que ha permanecidofiel al marxismo recibe, pues, refuerzos de todoslos lados. Ya no sostiene que el comunismoeconómico era bueno per se, en absoluto, ni quepermanezca como un ideal pendiente deconcreción. La calidad del comunismo está, encierto modo, relacionada con el execrablecapitalismo, su viejo adversario contra el quelucha y luchará hasta la eternidad. Y así haconquistado la definitiva ventaja de no tenernecesidad de existir para ser verdad.

De ello se deriva una consecuencia, elsegundo punto de esta demostración situada en sutotalidad en el mundo de la imaginación: no sólo el

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comunismo tiene razón en el ámbito económicosino que hoy representa además la única fuerzaauténticamente democrática. También en este casoel comunismo es la democracia, no en sí, sino porcontraste, por su oposición a la esenciabásicamente antidemocrática del liberalismo, delcapitalismo y del mercado. El 30 de abril de 1996,el PCF y los Verdes publicaron una declaracióncomún en la que afirmaban “la necesidad de darjaque a las lógicas económicas y financieras encuyo nombre se sacrifica sin piedad a lasgeneraciones futuras...”. Está en juego lasupervivencia de la humanidad (¡ni más nimenos!). Esta perorata conduce a un llamamiento aque “la democracia levante el vuelo” 145, lo quesugiere que ésta todavía no ha nacido o, en todocaso, está amenazada de muerte por el liberalismo.Como ha escrito un excelente historiador delcomunismo, Marc Lazar, “se supone que elcomunismo debe instaurar un modelo superior dedemocracia, debido especialmente a que estaríadisociada del mercado” 146. Esta “suposición” nosólo la profesan el PCF, la ultraizquierda y los

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Verdes (que revelan así ser un movimiento menosecológico que ideológico) en Francia, sinoRifondazione Comunista (la facción de loscomunistas que no siguieron al PDS, el PartidoDemocrático de la Izquierda, denominaciónvirginal del PCI “desmarxizado”) en Italia, por loscomunistas de los länder del Este en Alemania ypor la mayoría de los partidos comunistas muertoso moribundos (escandinavos, belga, portugués...)en Europa. Todos señalan con un dedo másacusador que nunca a la “dictadura delcapitalismo” y al “totalitarismo del mercado” 147.

La mayoría de esos partidos son minúsculos ysu electorado va desapareciendo sin cesar. Pero suideología circula mucho más allá de Europa. Ellenguaje que reina y propaga el terror por loscampus universitarios de Estados Unidos hace queel ameno secretario general del PCF, Robert Hue,parezca, en comparación, casi tolerante. Hay quevisitar a la ultraizquierda —lo que haremos en unpróximo capítulo— para encontrar en Francia, enPierre Bourdieu y sus acólitos, el equivalentefrancés a ese sectarismo exterminador. El ejemplo

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de los campus, de algunos periódicos y algunascadenas de televisión estadounidenses tiene, sinembargo, el interés de recordarnos que lamentalidad totalitaria marxista puede difundirse ytener un gran peso en el debate público incluso enlos países en los que el comunismo no ha logradoformar un partido con algún peso en el planoelectoral o sindical. El comunismo puede ser unactor ideológico incluso allí donde jamás hapodido ser un actor político.

Sin embargo, frente a los crímenes delcomunismo, el caso de conciencia norteamericanodifiere fundamentalmente del europeo. Jamás hahabido en Estados Unidos, en lo que a loscrímenes estalinistas o maoístas se refiere, lacomplicidad activa y la aprobación masiva que hahabido en Europa. El error norteamericano, allídonde hoy florece, es, pues, teórico y, en ciertomodo, abstracto, a no ser por una minoría, sobretodo intelectual, de “liberales” (en el sentidoestadounidense). Sin embargo, a este lado delAtlántico es posible, como concluye Marc Lazaren su artículo, “preguntarse si las opiniones

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públicas europeas son capaces de reflexionarsobre sus tragedias pasadas”. Sobre la tragedianazi, sí; y, por desgracia, en gran medida porquecorre una cortina de gas lacrimógeno que impidemirar de frente la tragedia comunista.

Evidentemente, los negacionistas de lahistoria del comunismo no ignoran en el fondo desí esas realidades que niegan o presentan comoaccidentes no representativos. Como escribeSartre, buen conocedor de la materia, “hay una fede la mala fe”. Entre la mentira pura y la creenciaciega se instala una bruma de conciencia híbridaque participa un poco de las dos sin reducirse auna u otra. Cuando los comunistas o sus amigosafirman que ignoraban que los juicios de Pragaestaban amañados, mienten. Pero, al mismo tiemporeconocen que estaban amañados, algo que durantemucho tiempo se habían negado a hacer. Inclusohoy llegan a admitir la existencia del gulag, trashaber intentado desacreditar a AlexanderSolzhenitsin cuando en 1973 se publicóArchipiélago Gulag. Ya nadie ensalza lafloreciente salud de las poblaciones que

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admiraban los complacientes viajeros cuando lashambrunas genocidas, científicamente provocadas,de Ucrania o del Gran Salto Adelante chino. Perohay una línea que no se debe franquear: laconsecuencia que se saca de esos hechos no puedellevar a una condena redhibitoria del comunismoen tanto que comunismo y, sobre todo, no puedeservir para alardear de la superioridad delcapitalismo democrático, como civilización ycomo sistema económico. El director de un granperiódico vespertino replicó al editor Jean-ClaudeLattès, que le anunció, a mediados de los añossetenta, su intención de volver a editar Sans patrieni frontières de Jean Valtin, autobiografía de uncomunista alemán que perdió toda la ilusión trasvivir en la URSS: “Va usted a servir a la causa delos poseedores”. Cualquier cosa antes que elelogio de la propiedad privada, que llevarápidamente de la derecha a la extrema derecha.En el programa de televisión “La Marche dusiècle”, el secretario general del PCF, Robert Hue,tras reivindicar que el comunismo no tenía ningunarelación con las “monstruosidades,

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desgraciadamente demasiado reales, narradas enel Libro negro y en El Manual del gulag (todoslos que le habían precedido habían negado suexistencia), sacó bruscamente de su bolsillo elperiódico del Frente Nacional y nos lo agitó antelos ojos a Stéphane Courtois, a Jacques Rossi y amí. Admitamos, decía con ese gesto, que dicen laverdad, pero no por ello dejan de servir alfascismo. Ya he mencionado este logro teatral;pero vuelvo a mencionarlo porque ilustra esamezcla de reconocimiento vago de los hechos y denegativa a sacar consecuencias que constituyen lamala fe. Todo anticomunismo (y el historiador másneutro cae en esta categoría por el simple hecho decontar lo sucedido) sirve “objetivamente” a laextrema derecha, o, lo que es apenas mejor, a laderecha.

El socialismo real reivindica también para elpresente esa no representatividad de sus infamias.Y su deseo se cumple tanto a derecha como aizquierda. Mientras que las dictaduras clasificadascomo fascistas (coroneles griegos de 1968 a 1974,Augusto Pinochet, generales argentinos antes de

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1982, etcétera) son justamente considerados comoréprobos, los asesinatos judiciales en La Habana,los campos de concentración vietnamitas o chinos,la hambruna provocada en Corea del Norte, pormencionar sólo algunas proezas recientes oactuales, no impiden tratar con los dictadores quelas han perpetrado. Reciben tantas invitacionescomo visitas aduladoras. Incluso la Compañíaautónoma de los transportes parisinos (RATP) hahecho a Castro regalos regios pagados a costa delos contribuyentes franceses. El 26 de diciembrede 1995 se leía al respecto en L'Humanité elsiguiente recuadro: “Un bonito regalo de Navidadpara Cuba. Veinticinco autobuses nuevos saldránmañana del puerto del Havre a bordo de uncarguero rumbo a La Habana. Esta solidaridad conel país de las Antillas, víctima del bloqueo (sic)impuesto por Estados Unidos, se debe al esfuerzocomún de la RATP —que ofrece sus vehículos— yde la asociación Cuba Cooperación que animaRoger Grevoul, primer vicepresidente del Consejogeneral de Val-de-Marne. Junto con los autobusesse envían las piezas de recambio así como las

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herramientas necesarias para garantizar sumantenimiento. El Estado cubano se encarga deltransporte, desde el puerto del Havre al de LaHabana, y Cuba Cooperación de los gastosportuarios”.

La asociación francesa de ánimo a losasesinos de izquierda no disminuye, pues, enabsoluto su celo, a pesar de los devastadoresprogresos del conocimiento histórico. Se habrátomado nota, de pasada, del chiste habitual del“bloqueo”. Pero la mejor prueba de que no existees... que los autobuses llegaron a su destino. Sintener conciencia de ello, L'Humanité suministra enel mismo artículo la mentira y su refutación.

La indulgencia hacia los comunistas aúnactivos se extiende incluso a un tema tan tabúcomo el antisemitismo. En 1998, GennadiZiuganov, el jefe del Partido Comunista Ruso, queencabezaba el grupo parlamentario más numerosoen la Duma, publica una carta abierta en la queacusa al sionismo de “conspiración paraapoderarse del poder en Rusia” y al “capitalsionista” de provocar la catástrofe económica

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rusa, agravada hasta cotas abisales por el crashdel 17 de agosto de 1998. Ziuganov compara elsionismo con el nazismo: ambos, dice, pretenden“dominar el mundo”. La única diferencia es queHitler declaraba abiertamente esa ambición y lossionistas actúan bajo cuerda. Es, palabra porpalabra, el mensaje del célebre falso antisemita, elProtocolo de los sabios de Sión, redactado por unruso que más tarde se uniría al leninismo.Evidentemente, Ziuganov usa un truco gastado,heredado de las eras estalinista y brezneviana: juraque ataca al sionismo y no a los judíos, algo que,sin embargo, hace abiertamente su camarada departido y compañero en la Duma, Albert Makasov,como antisemita que no se molesta en ponerse eltaparrabos antisionista 148.

Imaginémonos ahora que Gianfranco Fini, eldirigente de la Alianza Nacional italiana, surgidade la “desfascización” del ex MSI, hubiera hecholas mismas declaraciones. Los periódicos deizquierda siguen llamando a la Alianza Nacional el“partido neofascista” a pesar de haberse fundado,tras romper con los últimos fieles al culto

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mussoliniano, bajo los auspicios de unneoliberalismo de centro derecha. ¡Qué oleadas deindignación, y qué avalancha de procesosjudiciales habrían caído sobre Fini si hubierahecho unas declaraciones análogas!

Se puede, pues, sacar la conclusión de que laizquierda acepta reconocer, al menosparcialmente, la verdadera historia del comunismopero amputándole su sentido. Cada hecho seenfoca como un hecho aislado, no como parte deun conjunto, en cuyo caso podría deslindarse susignificado a condición de tener una visión global.Por eso es por lo que la defensa del comunismohuye de toda globalización, de toda integración delos fracasos y crímenes en las series de las queson elementos y de las que sólo una aprehensiónsinóptica permitiría reconstruir su lógica profunda.De ahí el odio contra el Libro negro que, porefecto acumulativo de su montaña deinformaciones, impide trocear la historia delcomunismo en una yuxtaposición de fenómenosaislados unos de otros sin vínculos con su fuentecomún.

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Los diferentes modos en que la izquierdaoccidental acogió la obra de Solzhenitsin habíanya ilustrado el funcionamiento de este principio:sí, siempre que se trate de hechos “lamentables”susceptibles de ser presentados como “fallos” delsistema; no, si llevan a la conclusión de que elsocialismo es intrínsecamente destructor delhombre. En 1962 es Pierre Daix, entonces redactorjefe del semanario literario del PCF, Les Lettresfrançaises, el que consagra su energía y talento avalorar Un día en la vida de Iván Denissovitchcomo documento histórico y como obra literaria.Es cierto que Nikita Jruschev había autorizado supublicación en la URSS porque la narración deSolzhenitsin respaldaba su informe “secreto”sobre los crímenes de Stalin. E incluso elembajador de la URSS en París presionó, pororden de su jefe, al PCF para que se esforzara enq u e Iván Denissovitch se publicara lo másrápidamente posible. La izquierda no comunista sesintió, pues, autorizada a echar flores al autor. Eltono cambió cuando, bajo Bréznev, a partir de1964, Solzhenitsin volvió a ser objeto de ataques y

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censuras en la URSS, aunque no perdió en Franciael apoyo de Pierre Daix, quien, por eso, fue a suvez perdiendo progresivamente el apoyo del PCFdel que se fue tras el cierre de Les Lettresfrançaises en 1972. Solzhenitsin terminóconvirtiéndose en un apestado para la izquierdatras la publicación de Archipiélago Gulag en1973. Las desgracias de Iván Denissovitch podíancatalogarse en la categoría de “errores” delrégimen, el Archipiélago mostraba que el régimenmismo era un error. Solzhenitsin pasó a ser, pues,un enemigo. De Iván Denissovitch al ArchipiélagoGulag se daba el paso de una falta calificablecomo anomalía a un sistema político cuyo universode campos de concentración se mostraba como unade sus condiciones. Y es esa conclusión general laque la izquierda no podía soportar y continúarechazando incluso tras la caída del comunismo.

Lo primero que hay que hacer es, pues,desmembrar las síntesis. Una vez tomada estaprecaución, los arrepentimientos, o al menos lospesares, pueden ser menos raros que en el pasado.Le Monde así lo constata 149: “El Partido

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(Comunista Francés se asemeja a esos pudibundosde Moliere que abrazan la virtud cuando ya nopueden ofenderla. Desde la llegada de Robert Huea la dirección del partido son innumerables losactos de contrición, las proclamaciones públicasde pesar, cuando no de remordimiento, hacia todosaquellos que fueron ignominiosamente expulsadosde las filas comunistas por la única razón de noobedecer a la ‘línea’ determinada por el modeloestalinista de toma de decisiones impuesta porMoscú en los años veinte”.

Al partido le sigue costando, sin embargo,reconocer su total falta de autonomía respecto deMoscú a lo largo de toda su historia. Estadependencia absoluta, ferozmente negada por loscomunistas y voluntariamente “relativizada” por laizquierda no comunista, y por la derecha, se pudoconfirmar gracias a la apertura de los archivossoviéticos 150. Su contenido desmonta la defensadel PCF que, según pretende, jamás habría estadoinformado ni habría sido cómplice de lasatrocidades de Lenin, Stalin y sus sucesores. Denuevo nos encontramos ante el juego del escondite

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de las confesiones a medias: el PCF reconocedespués la existencia de los crímenes pero no elapoyo que daba a los criminales cuando se poníaal servicio de su mendaz propaganda en los paísesoccidentales a pesar de que no ignoraba la verdad.

También en economía se reconoce el fracasocon la boca pequeña, pero de un modo ambiguo yembrollado. Si hay fracaso, no expresa en ningúncaso la incapacidad básica del comunismo eneconomía. “Algunos partidos, el español, el griegoo el portugués”, dice Marc Lazar, “llegan a sugerirque se debe en gran parte a la asimilación de losvalores del capitalismo por parte de Gorbachov ynumerosos dirigentes de los países del Este: dichode otro modo, la caída de los regímenescomunistas no es debida al hecho de sercomunistas sino a que han renunciado a serlocediendo a los cantos de sirena del capitalismo, alque se hace responsable de su fin” 151.

Había que haberlo pensado, el fracaso delcomunismo demuestra el del capitalismo. A losescépticos que se les ocurra protestar ante esteingenioso argumento debe impedírseles a toda

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costa que puedan explotar los sinsabores de laseconomías colectivizadas con la perversaintención de defender la superioridad o, al menos,la menor nocividad del liberalismo. Además, notienen voz en el entierro porque la izquierda quierereservarse también el mérito de haber sido laprimera en criticar el comunismo. Según elprincipio de que sólo es válido criticar a laizquierda “desde el interior” (¿por qué? ¿estambién válido para la derecha, la Mafia, laGestapo? ¡extraño privilegio!), finge olvidar aaquellos que la criticaron desde el exterior, y ellase dedicó implacablemente a difamar, cuandocriticar no carecía de riesgo. Habría que darlesretrospectivamente razón y aceptarretrospectivamente el error. Pero hoy prefieresilenciarlos.

Sin embargo, debo recordar que a esosobservadores exteriores en ocasiones se lessolicitaba, en secreto, que influyeran en la opinióndando un empujoncito a tal o cual corriente. Nadamás ilustrativo del absurdo humano que el aire deimportancia y el tono penetrante de esos

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comunistas que, de la fe revolucionaria y elcombate contra el capitalismo, habían pasado a lossobreentendidos sibilinos de condena a lossectarios de su partido. Como Althusser, enocasiones me pedían el apoyo de una discretapropaganda periodística a favor de su resistenciaheróica sin poner jamás en duda que yo no me ibaa apasionar por esta lucha encerrada en sí misma ydestinada no a salvar a la humanidad de laopresión burguesa gracias al comunismo sino alcomunismo gracias a la humanidad de la prensaburguesa.

Sea lo que sea de esas escaramuzas intestinasy ridículas, que continúan remodelando lasdivisiones y reagrupamientos, y sea lo que seatambién de un pasado, que la izquierda llega aadmitir que no ha sido siempre digno de laleyenda, el comunismo debe perpetuarse porquesigue siendo una fuente de protesta contra lasinjusticias sociales, la invasión ultraliberal,antidemocrática. Con sus nuevos aliados de laultraizquierda —¡entre los que ahora se incluyenlos trotskistas!— sigue siendo el motor central de

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la “resistencia” al liberalismo. Ya hemosconstatado que las ideas anticapitalistas planeansobre superficies mucho más amplias que las delos marxistas declarados y, por tanto, éstos creenque serán las ideas directrices del futuro.

* * * Lo creen, pero ¿pueden creerlo? ¿Estánconvencidos de su creencia? Ven claramente queel mundo evoluciona en dirección opuesta a la queellos preconizan. Constatan a diario que suempeño ideológico, aunque les aporte clientela ypúblico, no puede cambiar el sentido general enque se toman las decisiones y se orientan los actos.El mundo entero está pidiendo en la prácticalibertad de empresa y de comercio, mercado,privatizaciones. Las únicas fuentes de resistencia aesta corriente son los privilegios alimentados porel dinero público, los “derechos adquiridos”, delos que Mendès France decía que eran casisiempre canonjías 152.

Incluso Europa, tan dirigista por tradición,

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acaba de descubrir una verdad dictada por laexperiencia y sobre la que desde hace medio siglolos analistas que habían previsto las consecuenciasnefastas de las nacionalizaciones se esforzaban envano en llamar la atención. Esta verdad es queservicio público y gestión pública no sonsinónimos. La disyuntiva no es, al menos en todoslos casos, servicios públicos calcados del modeloadministrativo o empresas privadas sometidasúnicamente a la ley del mercado. Puede haber,siempre ha habido, empresas privadas quesoportan obligaciones de servicio público yconcilian la eficacia económica con misiones deinterés general. Y, a pesar de todos los ataques denervios antiliberales, en este sentido de laliberalización es en el que, vistas las catástrofespasadas, han evolucionado los servicios públicosen Europa durante la última década del siglo. Juntoa los servicios públicos de gestión pública, hemosvisto ampliarse los servicios públicos de gestiónprivada, o si se quiere, la liberalización de losservicios públicos comerciales, en el sector detransportes, especialmente aéreos, en las

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telecomunicaciones, en correos, en la energía. Estafuerte tendencia prevalece también en los demáscontinentes. Ante este fenómeno, la izquierda nopuede hacer mucho más que llevar un combatetardío. El progreso del neobolchevismo,marchando sobre las ruinas del neoliberalismo,sólo existe en la imaginación de la ultraizquierda.La economía socialista, siga la primera o latercera vía, puede hacer, y de hecho hace, muchodaño. Todavía les cuesta, y les costará por muchotiempo, muy cara a los contribuyentes. Pero siguesiendo implacablemente eliminada por doquierdebido a sus deficiencias.

Sin embargo, es cierto que la negativa aaceptar las lecciones de la historia va acompañadade ceguera hacia las realidades del presente. Lasmentes cambian menos deprisa que los hechos.Uno de los juegos de manos del arte de eludir larealidad consiste, como hemos visto en variasocasiones y seguiremos viendo, en achacar alliberalismo los estragos debidos a la economíaadministrada. Y no es un juego exclusivo de laizquierda, porque ésta ha sembrado su ideología

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mucho más allá de sus propias filas. Así, LeFigaro 153 titula un reportaje sobre Mongolia: “Lospetardos mojados del liberalismo”. Este país, conuna economía muy primitiva de por sí, basada casiexclusivamente en la ganadería, ha sufrido,además, casi sesenta y ocho años de comunismosoviético con sus habituales efectosesterilizadores. El periodista constata que diezaños después del fin del comunismo, Mongoliavegeta en la pobreza. Atribuye la totalidad de esatriste situación a la llegada del liberalismo. Pero¿cómo podrían ser suficientes diez años de“democracia” y de “liberalización”, por otra partemuy teóricas, para provocar en Mongolia unmilagro capitalista moderno? ¿Cómo ese país, enel que no se dan ninguna de las condicionesculturales previas ni de las estructuras económicasnecesarias para el desarrollo capitalista, con unaeconomía primitiva desde hace milenios y al queel comunismo ha dado el tiro de gracia, puede sercapaz de improvisar en una década un complejoconjunto de métodos y saberes que Occidente hatardado siete siglos en construir, partiendo de un

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nivel mucho más elevado?No es el sentido, ni el contrasentido, de la

historia el que parece imponerse en tantas mentesenloquecidas, como marco de interpretación ychaleco salvavidas intelectual.

Un escalofrío de alegría había recorrido lasmasas pensantes del antiliberalismo durante lacrisis asiática de 1997, en la que creyeron ver elprimer espasmo de la agonía del capitalismo y elanuncio de su próximo fin, que Marx y Engels en elManifiesto Comunista de 1848 habían ya predichopara enero de 1849 o como muy tarde parafebrero. Desgraciadamente, a partir de enero de1999 el dichoso capitalismo se levantaba una vezmás de su lecho de muerte. ¡Hasta Europa emergíade su sopor económico, a pesar de Maastricht y dela moneda única, a pesar, desde hacía unos años,de la viciosa tendencia de algunos partidossocialistas europeos hacia el neoliberalismo!

Incluso en el terreno ideológico, por ajenoque sea al de los hechos, la posición de losantiliberales es menos sólida que lo que podía dara entender su griterío. Al sacar las conclusiones de

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una serie de sondeos practicados en Franciadurante la primera mitad del año 1999 por elCentro de Estudios y de Conocimiento sobre laOpinión Pública (Cepop), su director, JérômeJaffré, observa que la mundialización,frecuentemente condenada como el “gran Satán” enel debate ideológico y en los medios decomunicación, es, sin embargo, considerada unacosa positiva por el 53 por ciento de los francesesfrente a un 35 por ciento que opinan lo contrario.Y, ¡oh rabia, oh desesperación!, por el 57 porciento de los electores de izquierda y el 54 porciento de los electores de la derecha moderada 154.

A nadie que conozca la torpeza obtusa delestatalismo de derecha en Francia desde 1945 lepuede extrañar. Aún peor: entre 1995 y 1998, en elelectorado de izquierda, la idea a favor de lanacionalización pasó de un 57 a un 44 por ciento; ya favor de la privatización, a pesar de seguirsiendo minoritaria, sube de un 32 a un 39 porciento.

Si el Partido Comunista, respaldado por laultraizquierda, a la que se ha acercado, y por todos

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los adversarios del mercado, se encarama, comohemos visto, al pedestal del futuro, bien pocoscomparten ese optimismo que él tiene sobre símismo. En L'tat de l’opinion 1997 155, síntesis desondeos realizados escalonadamente a lo largo de1996, se puede leer: “En todos los gruposestudiados, la palabra ‘comunismo’ es una palabraque causa miedo, porque sistemáticamente serelaciona con las experiencias de los paísesdenominados ‘socialistas’: se habla entonces demasacres, de pérdida de libertad, de tiranía, demiseria social, de casta de privilegiados, etcétera.Dicho de otro modo, se opera una inversión totalde la imagen... La ausencia de una aclaraciónsuficiente de la relación de este partido con elestalinismo contribuye así a que el costeideológico del voto comunista represente unpesado freno para la movilización electoral”.

Uno de los invitados a comentar estossondeos, el futuro ministro de Educación Nacional,Claude Allègre, llama además nuestra atenciónsobre una divergencia que cuestiona una de lasrazones para esperar de la izquierda

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revolucionaria: “El marxismo evoca algo positivopara el 7 por ciento de las personas preguntadas,negativo para el 76 por ciento; el comunismo algopositivo para el 20 y negativo para el 66 porciento”. ¡El marxismo todavía más desacreditadoque el comunismo! Así que el alegato a favor deuna “vuelta a Marx”, la tentativa de atribuir loscrímenes y desastres comunistas a una pretendidatraición del marxismo auténtico, no convence enabsoluto al jurado popular, que, a diferencia de losintelectuales, inflige a Marx una pena aún másgrave que a Stalin.

Pero a nuestros revolucionariospostcomunistas no les descorazonan las cifras.Como sus convicciones jamás han emanado delexamen de la historia, ni sus conclusiones delestudio de las sociedades, se persuaden con lamayor facilidad de que son los únicos capaces derestablecer, qué digo, de instaurar la democracia yla justicia 156.

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Capítulo XI

El comunismo, ¿estadiosupremo de la democracia?H EMOS visto la fragilidad, por no decirdeshonestidad, de ese disculparse por la noblezade las intenciones o por el ascendiente de lasilusiones. Podemos resignarnos a aceptar estaexcusa para los primeros años del régimencomunista, cuando las informaciones sobre suauténtica naturaleza todavía no habían llegado atodos los admiradores extranjeros de la URSS,aunque este periodo de inocencia fue muy breve, almenos para el proletariado, pues los profesionalesde la política y los intelectuales estuvieron alcorriente de todo desde el comienzo. En todo caso,enseguida, desde mediados de los años veintecomo muy tarde, ya no era posible ningún error debuena fe, ni siquiera para el hombre de la calle.Los occidentales que persistieron en el comunismoo que se unieron a él eligieron, con conocimiento

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de causa, la mentira en detrimento de la verdad yla tiranía frente a la democracia.

Sin embargo, algunos intérpretes van más alláde la argucia por la pureza de las intenciones y delinverosímil cuento fantástico de un comunismoque, de Lenin a Kim Jong Il, habría infaliblemente“traicionado” sus propios ideales democráticos.Para ellos, y sin necesidad de haber sidomilitantes o simpatizantes a título personal, elcomunismo pertenece a la familia democrática, nosólo como utopía, lo que no cuesta nada, sino en surealidad. En una carta de 1992, un amigo muyquerido, historiador de gran renombre, meplanteaba la siguiente objeción a propósito de milibro El renacimiento democrático: “Sabes mejorque yo que el comunismo, al menos en su formaantifascista, que es la que, al menos en Occidente,le ha nutrido y justificado poderosamente, eshistóricamente una versión de la democracia, suforma radicalizada. Es lo que le diferencia delnazismo, a pesar de que sus efectos hayan sido enrealidad peores y de que, retrospectivamente, seimponga el acercamiento. Si no, no se entendería

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en absoluto por qué tanta gente habría creído en él.Creo que la verdadera clave del éxito delcomunismo en Europa es el antifascismo”.

Las objeciones a esta objeción sonnumerosas. En primer lugar, las dictaduras tambiénse combaten entre ellas sin dejar por ello de serdictaduras. Que Saddam Hussein fuera, en 1980, ala guerra contra la República Islámica de losayatolás no basta para hacer de Irak unademocracia, como tampoco Irán se convierte enuna por el hecho de ser atacada por el dictadoriraquí. Los estalinistas antifascistas no eran másdemócratas que los fascistas antiestalinianos. Ensegundo lugar, el frente unido de la izquierdaantifascista no se forma realmente hasta 1934, trasla llegada al poder de Hitler. En esa época lamentira a propósito de la URSS ya ha reinadodurante dieciséis años y todas las tentativas deinformar sobre la realidad del comunismo han sidoneutralizadas según unos métodos demasiadoconocidos. Además, el antifascismo soviético fuecomo poco equívoco y oscilante. Stalin, tras haberayudado a Hitler a ganar las elecciones de 1933 al

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dar la orden al PC alemán de aplastarprioritariamente a los socialdemócratas —losauténticos “fascistas” a sus ojos— no dejó, comoahora se sabe, de anudar bajo cuerda lazos decolaboración con el Führer que culminaron en elpacto soviético-nazi de 1939 157. Igualmente, elardor que los comunistas pusieron durante laGuerra Civil española en liquidar sobre todo a lossocialistas y anarquistas del bando republicano fueun factor importante de la victoria de Franco.Curiosa manera de combatir el fascismo. Paraterminar, la Unión Soviética se vio arrastrada a laII Guerra Mundial a su pesar. No fue ella quienatacó al Tercer Reich, sino que, ante su inmensoestupor, fue a la inversa. No confundamos loshechos históricos, ahora ya bien establecidos orestablecidos, con la estupidez de la izquierda nocomunista que se ha dejado domesticar por los PCtragándose el eslogan intimidador de que todacrítica al comunismo sería síntoma de complicidadprofascista. El breve periodo de 1934-1939durante el que Moscú decidió la política del frenteunido contra el fascismo no puede servir de clave

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para toda la historia del comunismo ni deexplicación para el servilismo del conjunto de laizquierda —¡y, con frecuencia, de la derecha!—.¿Qué peligro fascista explica o excusa el culto aMao de los años sesenta y setenta, o el cordónsanitario de mentiras que rodeaba esos mismosaños la realidad de los países comunistas, unarealidad, sin embargo, perfectamente conocida ofácilmente conocible, o el tratamiento de favordado a los partidos comunistas occidentales enpolítica interior?

* * * Una tradición de la izquierda consiste en meter enla misma categoría política al fascismo y alnazismo. El “frente antifascista” de la preguerraenglobaba la lucha contra Hitler tanto o más que lalucha contra Mussolini o Franco. Así se cogió elhábito de emplear la palabra “fascismo” comosinónimo de nazismo y para designar a todos losregímenes totalitarios o autoritarios de derecha 158.Esta amalgama impuesta por la izquierda tenía la

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función de alinear por un lado a Alemania, Italia yla España franquista, y por otro a las democraciasy a la Unión Soviética, metamorfoseada endemocracia por medio de ese toque con la varitamágica de la ideología. De esa época data laformación del reflejo condicionado que hace quese inhiba toda denuncia del totalitarismocomunista. Condenarlo, o simplemente describirlo,significaba, y todavía significa, verse arrojado conlos “fascistas”, es decir, verse acusado desimpatías pro-nazis.

Felizmente, la historia y el análisis político,por no decir el vocabulario corriente, han hechodesde entonces algunos progresos. Trabajosrecientes han mostrado que existe un parentescomucho más estrecho entre el nazismo y elcomunismo que entre el nazismo y el fascismohistórico —y no metafórico—, es decir, el régimenque existió en Italia de 1922 a 1945. Aunque eltérmino “totalitario” se forjara en el contextoitaliano, la dictadura de Mussolini, aunque,ciertamente, muy lejos de ser una democracia, nofue, sin embargo, un régimen propiamente

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totalitario, en el sentido cabal en que lo fueron laURSS o la China de Mao y sus diversos retoños.

“El régimen de Mussolini”, ha escritoRaymond Aron, “no fue jamás totalitario: lasuniversidades, los intelectuales no fueron metidosen cintura, aunque se limitó su libertad deexpresión” 159. En efecto, en el ámbito cultural elestado totalitario nazi o comunista no se limita aejercer una censura puramente política sobre lasobras del intelecto. Pretende modelar, dicta suinspiración, su estilo, sus ideas, a las letras, a lasartes, a la filosofía e incluso a la ciencia. Se havisto en Alemania, en Rusia, en China. No se havisto en el mismo grado en Italia. Los escritoresfascistas —Malaparte, Pirandello, Ungaretti—escribían sus obras como ellos las entendían, sintener que seguir directivas de una pretendidaestética de Estado. El primero, por otra parte,había sido comunista antes de pasarse al fascismoy el tercero lo sería tras la caída de Mussolini,trayectoria por lo demás seguida por otros muchosintelectuales italianos tras 1945. El Duce intentópromover un estilo denominado “Novecento” (por

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analogía con Quatrocento, Cinquecento, etcétera)en arquitectura. Pero, por suerte, no le debemosmás que unos pocos edificios pompiers y noimpidió que en el país se desarrollara librementeuna arquitectura moderna muy elegante. Lospintores futuristas, fascistas ardientes, tambiénsiguieron pintando a su gusto, sin recibirconsignas.

Pero lo que distingue sobre todo al Estadofascista de los Estados totalitarios consumados esque jamás practicó masacres masivas. Adiferencia del nazismo y del comunismo, no hasentido como una necesidad derivada de sunaturaleza la obligación de exterminar a su propiopueblo. El fascismo italiano cometió crímenespolíticos cuyas víctimas fueron algunosadversarios del régimen. No “liquidó” a millonesde inofensivos ciudadanos que no representabanningún peligro. Encarceló a adversariosdeclarados o les puso bajo arresto domiciliario enislas o montañas apartadas. Jamás construyó unsistema de campos de concentración ni aparcó encampos de trabajo, es decir, de esclavitud, a

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rebaños enteros de su población 160.Como Raymond Aron, Pierre Milza 161 pone

de manifiesto que en 1929 un grupo deintelectuales antifascistas, a cuya cabeza seencontraba el glorioso disidente Benedetto Croce,pudo publicar en la prensa la respuesta a un“Manifiesto de los intelectuales fascistas”.Mostraban su indignación por el “compromiso” desus colegas y les censuraban en unos términos queno hubiera desaprobado el Julien Benda de LaTrahison des clercs . La publicación de talcontramanifiesto hubiera sido imposible, como esfácil comprender, en la Unión Soviética y en laAlemania nazi. Tampoco la censura fascista fuejamás muy estricta en el cine.

Y del mismo modo que Renzo de Felice 162,Milza observa que Mussolini, más como discípulode Georges Sorel que de Karl Marx, concibió elfascismo como un movimiento revolucionario,opuesto al capitalismo financiero, alparlamentarismo y al socialismo reformista tantocomo al liberalismo. La creación de un organismo

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destinado a nacionalizar las empresas, el Institutopara la Reconstrucción Industrial (IRI) fue unacatástrofe económica que no hubiera sonrojado aningún país socialista y cuyas consecuenciastodavía hoy no se han borrado del todo.

De hecho, hasta 1936 el Estado fascista noevoluciona hacia un totalitarismo agravado. Eincluso la política de discriminación antisemita,adoptada a partir de 1938, es evidente que se debemás al deseo de agradar al nuevo aliado, Hitler,que a los prejuicios de Mussolini. El Duce habíamantenido antes buenas relaciones con suscompatriotas judíos e incluso había apoyado, en elexterior, el sionismo. Pero ese negroendurecimiento jamás se acercó a las cimastotalitarias de crimen contra la humanidad que enese momento alcanzaban el hitlerismo y elestalinismo.

Sin ignorar, pues, la acentuación totalitariadel fascismo a partir de 1936, De Felice insiste enla imposibilidad, incluso en los años queprecedieron a la guerra, de asimilar el fascismo alnazismo. Indro Montanelli formula el mismo

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diagnóstico en su gran Storia d'Italia 163.Dictadura, sí; totalitarismo en sentido pleno, no.Varias instituciones, la Iglesia, una multitud deempresas, sobre todo del ramo textil,especialmente rico y variado en Italia, empresasartesanales y comerciales, las explotacionesagrícolas, conservaron una independencia relativapero real. El esquema constitucional de lamonarquía parlamentaria permaneció en pie, bienes cierto que en teoría pero dispuesto areactivarse: es el rey Víctor Manuel quien, en1943, notifica a Mussolini su despido y le cesacomo jefe de gobierno. ¿Quién, cuando se dibujabael hundimiento militar de Alemania, hubierapodido ocupar una posición constitucional tal quele permitiera, con la ley en la mano, hacer lomismo con Hitler?

En cuanto a las leyes antijudías de 1938,varios historiadores italianos han puestorecientemente en duda que sólo fueran imputablesa un oportunismo ligado a la alianza con Hitler.Han buscado fuentes arraigadas en el pasadoitaliano. Sin duda las hay, pero Pierre Milza, al

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estudiar los textos, no deja de constatar que en lamedida, por otro lado muy débil, en que seesbozaron teorías antijudías en Italia, a finales delsiglo XIX o principios del XX, se inspiraronprincipalmente... en la literatura antisemitafrancesa, muy exuberante en esa época. En lapráctica, el pueblo italiano es uno de los menosantisemitas del mundo, y las leyes raciales deMussolini no provocaron ninguna destrucciónmasiva. En efecto, a pesar de esas leyes, Italia fueel país de Europa con menor porcentaje depoblación judía asesinada 164. También en lo que ahomicidios se refiere, un abismo separa elfascismo mussoliniano de la alta productividad delnazismo y el comunismo. Estos dos regímenespertenecen a la misma galaxia criminal. Elfascismo pertenece a otra, que, evidentemente, noes la galaxia democrática, pero que tampoco es lagalaxia totalitaria. Y si todavía no se hanestablecido las auténticas fronteras entre todosestos regímenes es debido a que desde 1945 hahabido desnazificación, pero no ha habido ningunadescomunización desde 1989.

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En resumen, en el ámbito de la acción, que,estaremos de acuerdo, no es accesorio en política,el fascismo mussoliniano no ha practicado ni losexterminios masivos, ni los desplazamientosforzosos de población, ni su internamiento encampos de concentración, ni las purgassangrientas, que constituyen los rasgos comunes alos otros dos sistemas y permite definirlos comobasados ambos en el terror permanente. A pesar delos esfuerzos de disimulo y escamoteodesplegados por los contorsionistas del distingoprocomnista, la gran amenaza inédita que hapesado sobre la humanidad en el siglo XX havenido del comunismo y del nazismo, sucesiva osimultáneamente. Sólo estos dos regímenes, y porrazones idénticas, merecen ser calificados de“totalitarios”. El término “fascista” sólo es, pues,apropiado para designar a la dictaduramussoliniana y sus réplicas, por ejemplolatinoamericanas.

Por el contrario, en el ámbito de la teoría,abundan las analogías y reciprocidades entre lostres regímenes. Los tres se consideran

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revolucionarios, los tres son hostiles al espíritu“burgués” y a la democracia parlamentaria. Sonanticapitalistas. Poco antes de su caída, ypresintiéndola inevitable, Adolf Hitler se lamentóde no haber imitado a Stalin y no habernacionalizado, como él, toda la economía.Contrariamente a la tesis-trola de los marxistas,tesis que, como de costumbre, jamás se confrontócon los hechos, el “gran capital” no financió lallegada al poder de Mussolini ni de Hitler 165. La“revolución” nazi, por el contrario, aunquetambién rompió con el parlamentarismo burgués,miró más al pasado, preconizando la vuelta a lapura germanidad, tal como se suponía que existíaantes de la corrupción de la raza “aria” por lamezcla con las razas “inferiores”. Por el contrario,la formación intelectual de Mussolini, como la delos bolcheviques, debe más a la herencia de laRevolución Francesa y, especialmente, aunqueparezca asombroso, a Gracchus Babeuf. Asemejanza de este último y de los comunistas, elDuce cree en la posibilidad de construir, pormedio de la educación, un “hombre nuevo”. Y los

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comunistas, como los fascistas, buscan, o creenque buscan, el progreso.

Según ellos, los hombres del siglo XIXcometieron el error de querer alcanzar eseprogreso por medio de la democracia, que no llevamás que a las divisiones y a la corrupción. Paraevitarlo, hay que recurrir a un Estado concentradoen el poder de una única persona. “Cuando elpoder está en manos de un solo hombre”, escribeLuigi Pirandello en El difunto Matías Pascal,“ese hombre sabe que es el único y que debesatisfacer a muchos; pero cuando son muchos losque gobiernan sólo buscan satisfacerse a símismos y es cuando se desemboca en la más idiotay odiosa tiranía: la tiranía bajo la máscara de lalibertad” 166. Sin embargo, el poder de un solohombre sólo se justifica por el apoyo de todo elpueblo, según la idea de Mussolini, gran expertoen movilización de masas. Es en cierto modo laversión fascista de la dictadura del proletariado.Los fascistas eran además conscientes de tenerciertos puntos comunes con los bolcheviques.Giuseppe Ungaretti escribe, el 16 de julio de

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1919, en Il Popolo d’Italia, diario que Mussolinidirigía desde que había dejado la dirección deL’Avanti: “En la organización federativa de lossoviets, muy próxima en definitiva a nuestrofederalismo por su idea de autoridad y de Estado,hay un programa que merecería sobrevivir”.

En su profascista Historia del movimientofascista, publicada en 1939, un eminentehistoriador, Gioacchino Volpe, explica elsurgimiento del fascismo por la necesidad deremediar la decadencia y atomización del Estadoliberal, dividido y corroído por los interesesparticulares sumados a las divisiones entre lospartidos políticos. El libro de Paolo SimoncelliCantimori, Gentile e la nórmale di Pisa 167

muestra claramente cómo en torno al filósofofascista más célebre de la preguerra, GiovanniGentile, gravitaba, en ese foco de cultura italianaque es la Escuela Normal de Pisa, un grupo deintelectuales, discípulos de Gentile, que, tras lacaída de Mussolini, y siempre al servicio de suideal antiliberal, pasaron en su mayoría delfascismo al comunismo y de Giovanni Gentile a

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Antonio Gramsci. Ello explica el llamamiento dePalmiro Togliatti, secretario general del PCI, a losjóvenes fascistas, en 1944, invitándoles a entrar enel Partido Comunista “para hacer realidad susideales”. Dejo para los historiadores responder ala cuestión de por qué, como régimen político ysistema de poder, el fascismo italiano noevolucionó hacia las carnicerías masivas de losauténticos regímenes totalitarios, instaurando unadictadura cada vez más dura con el paso de losaños. Pero en el terreno de las ideas hay un núcleocentral común al fascismo, al nazismo y alcomunismo: el odio al liberalismo.

* * * Atribuir una esencia democrática al comunismopor el antifascismo descansa, pues, en una base,tanto cronológica como política, debilísima. ¿Noera el comunismo totalitario y exterminador antesde la aparición del fascismo y no siguió siéndolodespués de su desaparición? ¿No es esa condiciónla que es constante, a todo lo largo de su historia y

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en una gran diversidad de países? ¿No es estaconstante del comunismo la que el historiador y elpolitólogo deben tomar en consideración paradefinirlo y calificarlo?

Sin embargo, hasta el propio François Furetoscila entre la ecuación que iguala el nazismo conel comunismo y la que une el comunismo, a pesarde todo, a la tradición democrática. En El pasadode una ilusión suscribe la tesis que subyace en lamagnífica obra de Vassili Grossman, Vida ydestino 168, es decir, la “connivencia secreta queune el nazismo y el comunismo, incluso durante laguerra”. En lo que al sensible tema de la unicidadde la Shoah se refiere, Furet, comentando yaprobando a Grossman, llega a escribir: “Lo quetiene de particular la matanza de los judíos nodestruye lo que en los dos regímenes conservan decomparable tanto las filosofías del poder como lanegación de la libertad”. Pero en otros pasajes,como le asombra a Claude Lefort y expone en supenetrante ensayo La Complication 169, Furet creepoder descubrir un parentesco entre el comunismoy la democracia. Al estilo clásico, argumenta que,

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según Marx y Lenin, la revolución “prepara laconsecución de una promesa democrática a travésde la emancipación de los trabajadoresexplotados” (las cursivas son mías). ¡Esasombroso que una mente tan aguda recaiga en laconfusión entre la promesa y los actos! Como sitoda la armazón del comunismo no estuvieraorganizada precisamente en torno a la utopía, esdecir, del derecho reivindicado a hacer pasar laintención por acción. Y puesto que se trata de “laemancipación de los trabajadores explotados”,hablemos un poco de ese logro “democrático” delcomunismo.

El arte de “pensar socialista” consiste enpercibir en la realidad lo contrario de lo que sedesprende de los hechos más masivos y másevidentes. De este modo, se nos machaca que, apesar de todos sus defectos, el comunismo halogrado, al menos, que progresen los derechos dela clase obrera. Lo que equivale a descartar,repito, el siguiente hecho monumentalmenteevidente y masivo. A saber: primer punto, que losprincipales derechos de los trabajadores, de

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asociación, de coalición, de huelga, desindicación..., se introdujeron entre 1850 y 1914en y por las sociedades liberales. A saber:segundo punto, que esos mismos derechos fuerontodos suprimidos en y por los países socialistas.Sin excepción. La huelga ha sido prohibida entodos. En lo que a los sindicatos respecta, se hanconvertido en el sindicato único, no el instrumentode los trabajadores que se unen para defender susintereses, sino del Estado, que se otorga unmonopolio para alistar, vigilar y controlar a laclase obrera. Las detenciones y ejecuciones dehuelguistas coinciden, como las ejecuciones enmasa y los campos de concentración, con elcomienzo mismo de la Revolución bolchevique.Cuando la huelga de las manufacturas de armas enTula, en junio de 1920, los huelguistas, entre losque se encontraban numerosos obreros, a los quese obligaba a trabajar hasta en domingo, fueroninternados en campos. Si querían ser liberados yreadmitidos, los trabajadores debían firmar lasiguiente declaración: “Yo, abajo firmante, perroapestoso y criminal, me arrepiento ante el Tribunal

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revolucionario y el Ejército Rojo, confieso mispecados y prometo trabajar concienzudamente” 170.Dudo que el más infame de los capitalistas hayallevado jamás su desprecio por el hombre hastahacer firmar a los obreros huelguistas un texto detal calaña. Además, hubiera cargado con el pesode la ley, esa ley “burguesa” que se esfuerza enproteger la dignidad humana. Sin salirse de laestricta constatación histórica, se puede definir elsocialismo como el régimen que ha aniquiladotodos los derechos de los trabajadores.

A esto se replica con frecuencia que lospartidos comunistas, al menos en los paísescapitalistas, han sido fuerzas reivindicativas que através de las “luchas” han obligado a los Estadosburgueses a ampliar los derechos de lostrabajadores. También es falso. Digámoslo denuevo: los más fundamentales de esos derechos,relativos al sindicalismo y la huelga, seinstauraron en las naciones industriales antes de laguerra de 1914 y del nacimiento de los partidoscomunistas. Respecto a la protección social —sanidad, familia, jubilaciones, subsidios de paro,

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vacaciones pagadas...— se establecióprácticamente a la vez, bien en la entreguerra, biendespués de 1945, en los países en los que noexistían partidos comunistas o éstos eraninsignificantes (Suecia, Gran Bretaña, Holanda,Alemania) y en los que eran fuertes (Francia,Italia). Se debió tanto a gobiernos conservadorescomo a gobiernos socialdemócratas. Fue undemócrata reformista, Franklin Roosevelt quiencreó en Estados Unidos el sistema de jubilación yel Welfare, prodigiosamente ampliado, treintaaños más tarde, por Kennedy y Johnson. Fue unliberal, lord Beveridge, quien elaboró en GranBretaña, durante la II Guerra Mundial, todo elfuturo sistema británico de protección social quelos laboristas aceptaron a regañadientes porquetemían que adormeciera los ardoresrevolucionarios del proletariado 171. En Francia,la politización de la central sindical CGT,convertida en 1947 en un mero apéndice del PCF,hizo que se hundiera tanto el índice de sindicaciónde los trabajadores como la eficacia delsindicalismo.

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Entendámonos, sabiendo como sé cuáles eranla inteligencia y la sabiduría de François Furet, nocreo plausible que se fundiera en el tropel deprimos y bribones, ni que se rebajara a predicar lapermutabilidad de la intención y la acción, esetrilis de la teoría que se hace pasar por la práctica.Sin embargo —ya sea por herencia del pasado desus ilusiones o por un tirón de un último y tenuehilo que le ataba a la izquierda— se enganchaintermitentemente a esa balsa de la Medusa 172: elcomunismo democrático.

¿Cómo no admitir, cuando se ha sido uno delos doctores de la “historia cuantitativa”, que lospensadores y maestros del comunismo han hechorealidad la cantidad de lo que querían lograr?Teniendo el poder absoluto, ¿habrían sidomasoquistas hasta el extremo de castigarse duranteun siglo con realizaciones opuestas a lasconvicciones que les atribuyen sus lacayos? ¿Porqué sumirse así en crueles sufrimientos?

Las paradójicas variaciones de Furet sobre lapertenencia original del comunismo —totalitarismo o democracia— se deben sin duda en

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parte a su decisión de no tratar del comunismo másque, fundamentalmente, como una “idea” que fue,como él dice, “una ilusión”. ¿Pero puede razonarsesobre el marxismo-leninismo, que ha configuradola suerte y transformado durante largo tiempo y porentero la vida concreta de miles de millones deseres humanos, como si se tratase delcartesianismo, del utilitarismo o delexistencialismo, es decir, de una teoría filosóficamás, objeto de una adhesión puramente intelectuale individual que no hace daño a nadie, seguida deuna eventual desilusión que no afecta más que alintelecto del discípulo desengañado? Ya hemencionado hasta qué punto considero limitativoese concepto de ilusión, como si el comunismo nohubiera sido más que una creencia abstracta, comosi se pudiera examinar el hitlerismo sólo bajo elángulo de la verdad o falsedad científica de latesis sobre la desigualdad de las razas humanas,cuando uno y otro han sido ante todo sistemas depoder, y de un poder sin precedente histórico, porno decir sin precursores ideológicos. ClaudeLefort va más allá de lo que yo he ido hasta ahora

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(he leído su libro mientras redactaba el mío) en lacrítica de esta limitación del fenómeno comunistaa la esfera de los espejismos engañosos.

Poderosas mentes han apoyado la teoríasegún la cual el comunismo se vincularía, si no porsus hechos al menos por sus raíces, a la corrientedemocrática a pesar de haber dado resultados tanmalos o peores que los del nazismo y aún másdestructores de vidas humanas, al menoscuantitativamente. Es lo que explicaría, segúnSimón Leys 173, que “nuestra memoria históricatrate de modo diferente al comunismo y alnazismo”. Y menciona esta “evidenciasorprendente”: “Entre los amigos de Commentaire[que son también los míos] se han contado delmodo más natural algunos comunistas arrepentídos—de lo que me alegro— pero pongo en duda quejamás se hayan incluido muchos ex nazis”. Por suparte, Pierre Nora afirma en el programa detelevisión “Caractères”, dedicado en esa ocasión174 a una discusión con Francis Fukuyama, que elcomunismo fue una lucha por la democracia, ante

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el estupor del autor de El fin de la Historia.No se puede atribuir a Leys ni a Nora la

ingenuidad de confundir las intenciones con losactos, y todavía menos la falta de honestidad deintentar que caigan los demás. Una razón de estacontroversia o de este contrasentido sobre lainspiración fundamental del comunismo pareceresidir en que, en las sociedades liberales, lospartidos comunistas se sitúan por definición en laoposición de izquierda, con programas que seconsideran de perfeccionamiento de la democraciay de ampliación de la justicia social. La opcióndel comunismo puede, pues, obedecer a móvilesrespetables en el plano teórico. Pero se basa en elpostulado de que, para fortalecer la democracia,hay que aniquilar el capitalismo. Los adeptos almaterialismo histórico, cuyo culto se basaparadójicamente en una soberbia indiferenciahacia la historia, se permiten no tomar enconsideración un hecho tan simple como que lasúnicas sociedades democráticas que han existidoson sociedades capitalistas o, al menos, queincluyen la propiedad privada, la libertad de

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comercio y la libertad cultural. Así, para ellos, elargumento decisivo es la afirmación gratuita deque el comunismo, en las sociedades liberales, sesitúa “a la izquierda” porque quiere abolir elcapitalismo y, por tanto, lucha en pro de una mayordemocracia. Es éste otro postulado desmentido porlos hechos aunque permite afirmar que la izquierdaquiere más democracia que los liberales. Pero,como es el prejuicio oficial, admitamos que abogaen favor de la sinceridad de la opción democráticade muchos neófitos del comunismo de oposición.

Desgraciadamente, a menos de perderse hastael infinito en la confusión entre lo existente y lo noexistente, lo que imposibilita todo conocimientohistórico y reduce a un simulacro el oficio mismode historiador, hay que resolver la cuestión de lavocación democrática o antidemocrática delcomunismo no en función de lo que dice elcomunismo de oposición sino de lo que hace elcomunismo de gobierno. Y una vez más, laevidencia masiva e indiscutible es que todopartido comunista que ha tomado el poder, o loque sea, ha comenzado por aniquilar todas las

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libertades. Tampoco hay ninguna excepción en estecaso. La dimensión presuntamente democrática delcomunismo pertenece, pues, a la historia de lassensibilidades, en ciertos países capitalistas, no ala historia de los regímenes comunistas reales. Dehecho, la noción furetiana de “ilusión” —especialmente la ilusión de completar lademocracia— sólo se aplica a los comunistas deoposición, los que funcionaban bajo la proteccióndel Estado de derecho burgués. No concierne a loscomunismos de gobierno que, desgraciadamente,no tenían nada de ilusorio para los pueblosesclavizados por ellos.

¿Quiere esto decir que haya que abstenerse deponer en duda la autenticidad de la inspiracióndemocrática de los comunistas de oposición?Sería factible si el flujo de informaciones quedesde el principio no ha dejado de caer sobreellos no hiciera dudar de la probidad de superseverancia en el error. Hay que guardarse,ciertamente, de meter en el mismo sacó a losbribones y a los que han sido engañados por ellos,a los cómplices conscientes de los crímenes y al

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rebaño de los ciegos voluntarios. Estos no hanhecho más que dejarse llevar hasta el fondo por lailimitada capacidad que todo ser humano tiene deocultarse una verdad que le incomoda. Aquéllos seconsideraban, por el contrario, los arquitectosconscientes de un sistema cuya naturaleza,intrínsecamente tiránica y criminógena, conocíanmuy de cerca. Maurice Thorez, y aún más elmentor que le había nombrado el Comintern, EugenFried 175, acostumbrados a ir y volver de París aMoscú durante los años treinta, es decir, durante elperíodo de la hambruna provocada y de lasgrandes purgas, no ignoraban evidentemente nadadel antidemocratismo radical, congénito eirremediable, del régimen al que servían en laURSS y por cuya instauración en Franciatrabajaban. Del mismo modo, Togliatti, que en lamisma época vivía en la Unión Soviética bajo elnombre de Ercoli (y cuyo falso testimonio en eljuicio a Bujarin, que había sido su amigo,contribuyó a llevar a éste al paredón), tenía unavisión muy clara del régimen que se esforzaba eninstalar en Italia tras la caída de Mussolini. Y se

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hubiera muerto de risa si alguien le hubieraalabado la inspiración “democrática” de esavisión, copia fiel, según sus deseos, del prototipoestalinista.

Entremos, aunque sea un instante, en elsistema de pensamiento de los dirigentes de laInternacional Comunista. Según ellos, o, al menos,según la argumentación que utilizaban enOccidente, el totalitarismo soviético representabael estadio supremo de la auténtica democracia. Erael triunfo del proletariado encarnado por Stalin yel fin del proceso histórico, pilotado por el PCUS.Pero si los historiadores refrendan así loseslóganes de los jefes comunistas deben refrendardel mismo modo los de los jefes nazis y fascistas.Hitler y Mussolini también se jactaban depersonificar las aspiraciones de la inmensamayoría de sus pueblos respectivos.

Al concentrar todos los poderes en susmanos, tenían la convicción de instaurar una formade democracia muy superior a la de los regímenesparlamentarios, corroídos por la inestabilidad delas mayorías, las rivalidades de los partidos, los

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acuerdos turbios y los cambios de alianzas.Además, su convicción era mucho menosinfundada que las pretensiones de losbolcheviques, pues, a diferencia de los comunistassoviéticos, tanto los fascistas como los nazisllegaron al poder a través del sufragio universal.Si escribir la historia es tomar al pie de la letralos discursos que usan los déspotas parajustificarse ante sus propios ojos y para imponersu absolutismo a sus víctimas, entonces elcomunismo sí ha sido una lucha a favor de lademocracia.

Ni siquiera la multitud de militantes,electores y simpatizantes, sin estar en los secretosdel Comintern, podía permanecer indefinidamenteapartada de toda información. No podía evitardibujarse con el tiempo una imagen bastante exactade la lógica totalitaria de los regímenescomunistas, aunque sólo fuera porque veía esamisma lógica actuando en el funcionamientointerno de los partidos occidentales. Losdemócratas sinceros, al comprender su error, seiban. Los que se quedaban —desde el más

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frustrado proletario hasta el más refinadointelectual— lo hacían porque, en el fondo deellos mismos, su proyecto real de sociedad no eraprecisamente la democracia sino más bien elEstado totalitario. ¿No era en ese Estado en el quese encarnaba a fin de cuentas el comunismo entodos los países en los que se imponía?

Incluso en el caso de los peor informados eradifícil no darse cuenta a la larga. De Stalin a Mao,a Kim Il Sung, a Ho Chi Minh, a Pol Pot, aCeaucescu, a Castro y a Mengistu, se transmite unamisma matriz, acompañada de la ayuda material ymilitar, con el fin de realizar el mismo modelo desociedad por los mismos medios: someter,embrutecer, hacer pasar hambre, exterminar.¿Cómo es posible sostener que todos los dirigentesdel comunismo han querido hacer lo contrario delo que todos los partidos comunistas en el poderhan hecho siempre, en todas partes y del mismomodo, llevándolo hasta su completa realización,con la misma implacable resolución? ¿Cómo sepuede creer que los partidarios occidentales delcomunismo han podido ignorar durante cerca de un

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siglo que ése era el modelo del único y auténticocomunismo? ¿Y cómo podríamos dejar de sacar laconclusión de que era ese modelo el que tambiénquerían realizar en sus países, fueran cuales fueransus discursos “democráticos”? Es imposibleencontrar un ejemplo más ilustrativo de lo queMarx llama una superestructura ideológica que lafábula de la esencia “democrática” delcomunismo.

Se diría que los comunistas han ilustradohasta el absurdo a propósito esta contradicciónentre su teoría y su práctica. En efecto, comoseñala Claude Lefort, la Constitución estalinianade 1936, que otorga sobre el papel todo tipo degarantías democráticas al pueblo soviético¡coincide con el comienzo de las grandes purgas!Como esta Constitución estaba destinada apermanecer para siempre como letra muerta, puesen caso de aplicarla el régimen se destruiría a símismo, no se puede ver más que como una bromacruel y una forma inédita de sadismo: el sadismojurídico. Leer a un preso, al que se está torturando,los artículos de la Declaración Universal de los

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Derechos Humanos que prohíbe la tortura damuestra de un excepcional genio totalitario. Peroel testigo que considera esta lectura una prueba dela pertenencia democrática del torturador damuestra de la capacidad ilimitada de la mentehumana para moverse cómodamente en laelasticidad del quid pro quo.

El comportamiento de los comunistas en lassociedades democráticas, aunque frenado por laley burguesa, no era menos totalitario. El “juicio”entablado a Maurice Merleau-Ponty, en la sala deactos de la Mutualité de París, cuyo “tribunal” loformaba la espectacular flor y nata de los filósofosdel partido, concluyó, como no podía ser menos,con un “veredicto” de condena a su libro LesAventures de la dialectique en el que habíacriticado el marxismo. El entorno capitalistaimpedía ir más lejos sin tener problemas: hastaliquidar físicamente al autor.

Charles Tillon ha descrito muy bien, en unlibro clásico en el que narraba su propia condena,ese mecanismo de los “procesos de Moscú enParís”, de los ensayos previos, en suma. Siempre

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e n La Complication, Claude Lefort evoca unrecuerdo de la violencia estalinista totalmente“democrático”. Lo fecha en las primeras horas dela IV República. Durante una reunión electoral enla que él participaba apoyando a un candidatotrotskista, una banda de matones del PCFestalinista irrumpió de repente. Lefort describe laescena: “Apenas había terminado mi breveintervención ante una sala, ante nuestra agradablesorpresa, llena, empezaron a volar sillas sobre elestrado y comenzó la pelea. El incidente no eraimprevisible. Pero, sin embargo, me vi mezcladoen una escena que, a posteriori me dejóestupefacto. Viendo cómo una mujer era maltratadapor unos furiosos, me lancé en su ayuda. Laagarraban chillándole a la cara: ‘¡Hitlero-trotskista!’. Ella se desgañitaba repitiendo: ‘Yoestaba en Ravensbrück’. ‘¡Cerda mentirosa!’,continuaban chillando. En el momento en que yollegué ella blandía un carné: ‘¡Ésta es la prueba,ésta es la prueba!’, gritaba, ‘es mi carné dedeportada’. Le arrancaron el carné, lo rompieron yle tiraron los pedazos a la cara antes de que yo

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lograra arrancarla del grupo histérico” 176.Aunque no soy historiador, creo recordar que

el fascismo y el nazismo desaparecieron en 1946.Por tanto, esa noche, los chekistas del PC noatacaban por medio de la violencia física más quea pacíficos ciudadanos que, en una democracia, selimitaban a utilizar la libertad de palabragarantizada por su Constitución para exponer suprograma en una campaña electoral. Si en esaépoca sobrevivían en nuestro país métodosfascistas y nazis, éstos emanaban del PC y sólo deél.

Estoy de acuerdo con Claude Lefort cuandoestima que no se puede “sacar la conclusión, comoFuret, de que las ilusiones comunistas proceden dela raíz de las ideas democráticas” 177. Estainterpretación se basa en el desconocimiento delhecho de que numerosos seres humanos tienen loque yo he denominado el deseo de totalitarismo ola tentación totalitaria. El hombre totalitario, elhombre “nuevo” de los regímenes comunistas, semodela mediante una organización de aniquilaciónde toda autonomía de la sociedad civil,

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organización de la que sólo es una pieza,generalmente contra su voluntad, pero a vecesvoluntariamente, al menos al principio.

Esta organización totalitaria se define porcriterios simples y masivos, descritos con claridadpor Yuri Orlov: monopolización global de lainiciativa económica, de la iniciativa política y dela iniciativa cultural por el partido único en elpoder. Esta monopolización va acompañada demodo natural por la creación de un aparato derepresión policial e ideológica total y un mitoético único.

Estos criterios se encuentran en todos losregímenes comunistas. Se reproducen con tantaexactitud y puntualidad que no hay razón paraobstinarse en preguntarse si corresponden o no alos deseos de sus creadores. Es una cuestión vana,a no ser que la ciencia histórica consista en ver loque no es y no ver lo que es. Según el criterio deOrlov, conviene añadir que la represión comunistano ha golpeado únicamente a los adversarios delrégimen sino a millones de seres inofensivos queno sólo no pensaban atacarle sino ni siquiera

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criticarle. Desde 1918 son incontables lasinstrucciones, de jefes de chekas y del propioLenin, ordenando no buscar pruebas de la“culpabilidad” de tal o cual grupo étnico o socialsino de liquidarle en su calidad de grupo. Se diríaque para subsistir, el comunismo necesita unaci er ta cantidad periódica de ejecuciones. Laexterminación masiva de inocentes, no por lo quehacen sino por lo que son, culmina en una suerte deodio físico parecido al de los nazis hacia losjudíos. “El odio de clase”, escribe Máximo Gorki,“debe ser cultivado por la repulsión orgánicarespecto al enemigo, en tanto que ser inferior, undegenerado en el plano físico y también en elmoral” (las cursivas son mías).

Sin deseo de totalitarismo no sería posiblecomprender que a la generación de 1968 —a laque se ha supuesto un idealismo libertario peroque en la práctica, durante los diez añossiguientes, ha cultivado el odio hacia lademocracia liberal y una indulgencia hacia losregímenes o programas marxistas— se le hayametido en la cabeza, en Alemania, que el modelo

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supremo ¡era la RDA! “Esos jóvenes”, escribeErnst Nolte, “estuvieron manifiestamente guiadospor el convencimiento de que la RDA, Estadosocialista, encarnaba, pese a ciertas‘deformaciones’, las mejores potencialidades deAlemania y que, en un futuro lejano, sería la basesobre la que se edificaría una Alemania socialistaunida en el seno de una Europa socialista” 178.

El historiador alemán observa que a partir deese momento es cuando en Alemania la atención seorientó casi exclusivamente hacia los crímenes delnazismo y cuando empezó a estar prohibidoutilizar la palabra totalitarismo a propósito de laEuropa del Este. Tengo el recuerdo claro de unacena en Berlín Occidental, en otoño de 1975, conWilly Brandt y Marion, condesa Dönhoff,fundadora de Die Zeit, el excelente semanario deuna izquierda intelectual favorable a la ampliaciónde la détente con la URSS. A la pregunta de lacondesa de si estaba preparando algún libro, lecontesté que me disponía a publicar uno, tituladoLa tentación totalitaria. Ella dio un respingo y merespondió vivamente: “¿Cómo puede usted

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emplear una palabra tan superada comototalitarismo?”; pese a que Brandt, que en esemomento, tras su caída provocada por el espionajegermano oriental, ya no tenía ningunas ilusionesque perder, sonreía con divertida serenidad.

Ese curioso culto a la RDA, elaboradodurante los años setenta y ochenta, ilustra elasombroso absurdo de ciertas manifestacionesque, a raíz de la caída del Muro en 1989, tuvieronlugar en Alemania Occidental para protestar contrala “anexión imperialista” de la RDA por parte delpresidio capitalista que era la RFA.

También en Francia, el pensamiento de 1968,que, en su origen tuvo algunas inflexionesanticomunistas, o, más bien, anti-PCF, sedesembarazó rápidamente de ellas y engendró,durante toda la década siguiente, una virulentarestauración del sectarismo marxista arcaico. Eldegradante culto a Mao, la Unión de la Izquierda,con un programa “común” de inspiraciónfundamentalmente comunista, el militantismopromarxista de la enseñanza pública, el apoyo alos terroristas de la banda Baader y de las

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Brigadas Rojas, surgidas también del movimientoSesenta y ocho, las calumnias contra Solzhenitsin,por mencionar únicamente algunos síntomas,marcaron una nueva helada prototalitaria. Habíatoda una izquierda que consideraba que loscomunismos soviético y francés no eransuficientemente totalitarios, que eran“revisionistas”, comparados con el comunismochino. No había en ese momento ninguna necesidadde construir un frente antifascista, ya que losúltimos regímenes europeos de coloración fascistadaban paso a las democracias en Grecia, enPortugal, en España. No fue, pues, por reacción aun peligro, sino por apego a la idea totalitaria encuanto tal por lo que durante esos años seextendió en las democracias de Occidente unaintolerancia irrespirable.

Uno se pregunta a veces si lo que más lesgusta en el fondo a una cantidad bastante grande deintelectuales no es la esclavitud. De ahí supropensión y destreza en reconstituir, en el senomismo de las civilizaciones libres, una suerte detotalitarismo informal. En ausencia de toda

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dictadura política externa, reproducen en ellaboratorio, in vitro, en las relaciones de unos conotros, los efectos de una dictadura fantasma, porellos soñada, con sus condenas, sus exclusiones,sus excomuniones, sus difamaciones, queconvergen hacia el viejo juicio por brujería por“fascismo”, contra todo individuo renuente a lasveneraciones y execraciones impuestas.Evidentemente, en cada crematorio de la libertadde espíritu, la tiranía es mutua. Cada uno —releamos a este respecto a Hegel— se convierte,sucesiva e incluso simultáneamente, en dueño yesclavo. Pero lo asombroso es que esos campos dereeducación invisibles se hayan incrustado en elseno mismo de las sociedades libres por obra delos intelectuales y para su propio uso, mientras lamayoría del resto de miembros de esas sociedadesse niegan a dejarse encarcelar.

Como, en mi opinión, ningún historiador haelucidado de modo convincente el misterio delparadójico procomunismo de los años setenta yochenta, estamos mal equipados para comprenderlas causas de la resistencia a reconocer el

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comunismo tal y como fue durante la década de losochenta. Se puede esbozar la hipótesis de que eserechazo a conocer y reconocer está dictado sobretodo por el miedo a tener que inclinarse ante laevidencia del parentesco consustancial delcomunismo y del nazismo. No es agradable verseobligado a confesar que durante casi un siglo se haapoyado un tipo de régimen político que en elfondo era idéntico al que se combatía porque seconsideraba la encarnación suprema del mal. Eldolor producido por esta confesión es temido nosólo por toda la izquierda, más allá del círculo delos PC propiamente dichos, sino también por laderecha, en el tropel de los complacientes o de losnecios. Ha sido un político demócrata-cristiano,centrista, moderado, presidente del Senado, dosveces presidente de la República como interino,Alain Poher, quien prologó la edición francesa delas obras del “genio de los Cárpatos”, elconducator Ceaucescu, bestia totalitaria si las hahabido. Y numerosas universidades occidentalesotorgaron el grado de doctor honoris causa a lamujer de dicho conducator, Elena, que se hacía

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pasar por una científica de alto nivel cuando eranotoriamente iletrada. ¿Por qué tanto servilismo?Es cierto que los regímenes del Este prodigabanpequeños obsequios a nuestros intelectualesprogresistas (viajes, coloquios, banquetes,estancias en balnearios...). Pero esos “beneficios”secundarios de la servidumbre ideológica no sonla explicación última.

La comunidad político-intelectual tambiénreacciona como si la estuvieran desollando vivacuando se esboza una aproximación, incluso lamás fácil de comprobar por los hechos, entrenazismo y comunismo. Una susceptibilidad prontaa ofenderse no sólo a propósito del parentescocriminal de los dos regímenes sino también cuandose evoca su parentesco cultural. Durante el veranode 1999, el Museo de Weimar organizó dosexposiciones paralelas, una compuesta por loscuadros de la colección personal de Adolf Hitler,la otra por una selección de obras representativasdel “arte” comunista de Alemania Oriental.Saltaba a la vista de manera evidente que, comoera sabido por toda persona familiarizada con el

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“realismo socialista”, el rasgo común del arte naziy del arte comunista es el pompierismo más vulgary más ridículo. El socialismo es tan reaccionarioen materia literaria y artística como el nazismoporque, dado que todo régimen totalitario quierereservarse el control absoluto de la creación, sóloproduce, por definición, un arte oficial “bienpensante” tan insípido como enfático.

La yuxtaposición de las dos series demamarrachos ponía en evidencia su básicaidentidad de motivación político-cultural en laestupidez y de estilo kitsch en la fealdad, por loque desencadenó la indignación de los excomunistas. Exasperación mucho mayor porque elconservador del Museo de Weimar habíacolocado, junto a los cuadros que exaltaban lafelicidad permanente en la que se suponía sebañaba el pueblo gracias al comunismo, lasfotografías tomadas por los occidentales quemostraban la vida en la Alemania del Este entiempos del comunismo a su auténtica luz: una vidacotidiana menesterosa y lúgubre. Un ex ministro deCultura de la ROA, un tal Klaus Hopcke, declaró

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sin rodeos: “Achim Press [el conservador delmuseo] es un idiota incompetente” 179. Típico delpensamiento socialista: los “idiotas” no son losautores e instigadores de los mamarrachos, sinolos que las exponen... años más tarde. Como Pressera oriundo de la parte occidental de Alemania, sele acusó además de reflejar el desprecio“colonialista” del Oeste hacia los länder excomunistas. Como es habitual en las discusionescon la izquierda, es imposible basarse únicamenteen los hechos, ni saber, en este caso, si las obraspresentadas ponen de relieve o no una identidad deintención y estilo entre las producciones culturalesde los dos totalitarismos. Para los marxistas, elescándalo es hacer una exposición que permiteconstatar esa identidad. No que esa convergenciaexista, sino que se muestre que existe. El kitschtotalitario es universal. Y no se puede hacerrecordar sin molestar que durante cuarenta años seha promovido la fabricación, bajo el nombre dearte, de montones de necedades. Comprobemos,tanto a propósito de este ejemplo como de otros,que los ex comunistas, lejos de intentar

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comprender el cómo y el porqué de sus errores, nopiensan más que en disimularlos y prohibir que sehable de ellos. Midamos hasta qué punto, inclusoen este ámbito, e incluso posteriormente, elespíritu democrático que implica la libertad parajuzgar, o al menos para documentarse, es ajeno alpostcomunismo.

¿Es ajeno también al propio Karl Marx?Algunos de los críticos más severos delcomunismo se niegan, sin embargo, a remontarhasta el pensamiento de Marx la realidadtotalitaria de todos los regímenes comunistas quehan existido o existen. Pero la haya queridoexplícitamente Marx o no, la haya previsto o no, lamuerte de la libertad se ha revelado como unaconsecuencia inseparable de su sistema económicoallí donde ha sido aplicado. Si Marx no fueconsciente de la lógica antidemocrática de suprograma, es un descuido que no dice mucho de unhombre cuyo pensamiento tiende en su totalidad aaprehender los lazos históricos deinterdependencia entre las estructuras económicas,políticas, sociales y culturales. Además, parece

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que la sensibilidad democrática de Karl Marx noestaba demasiado desarrollada, como atestiguanalgunos textos ya citados. Añadiré uno del que sededuce que el futuro método leninista deeliminación tiene sus raíces en Marx: “El bien esel mal en cierto sentido. Es el que debe sereliminado. Es el que se opone a un progreso de lasrelaciones interhumanas. El ‘mal’ es el bien puestoque produce el movimiento que hace historia alcontinuar la lucha” 180. Este pasaje significa que laadhesión a los derechos humanos es un mal sifrena la “revolución”. Para continuar la lucharevolucionaria está permitido cometer lo que en elvocabulario corriente se denomina erróneamente“mal”. León Trotski recogió y desarrollóbrillantemente este argumento en su libro Su moraly la nuestra.

Es en esencia el argumento que, mediante ungiro de la moral, sirvió de justificación tanto parael Terror de Robespierre como para las purgas deStalin. La verdad y la justicia pueden y debensacrificarse a las necesidades del combaterevolucionario, como vio el propio Marx. Después

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de que en 1864 la Asociación Internacional deTrabajadores adoptara la moción por él redactada,Marx confesó a Engels: “Me he visto obligado aaceptar en el preámbulo de los estatutos dos frasesen las que se habla de duty y de right, así como detruth, morality y justice. Las he puesto de modotal que no causen demasiado daño” 181.

Con frecuencia se ha cuestionado, incluso elpropio Souvarine lo ha hecho, que Marx fuera elpadre de la idea de dictadura del proletariado. Laspocas líneas en las que aborda brevemente estetema, dice Souvarine, no pueden considerarse unateoría elaborada ni una recomendación explícita.Sin embargo, es eso lo que desarrolla claramentela segunda parte del Manifiesto Comunista,“Proletarios y comunistas”. Aunque, por otraparte, el único interés de esta cuestión esacadémico dado que la dictadura del proletariadojamás ha sido aplicada. Lo que siempre haprevalecido en los regímenes comunistas es ladictadura de una oligarquía. Que esa oligarquíaproclamara serlo por mandato de “todo el pueblo”no fue más que un truco común a todos los

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déspotas. La definición más acorde con la prácticadel comunismo es mucho más, en palabras deNicolas Werth, “un Estado contra su pueblo”.

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Capítulo XII

El miedo al liberalismoE L viernes 1 de octubre de 1999, la cadena detelevisión Arte emitió por la noche un largotelefilm policiaco cuyo héroe es un detectiveprivado español llamado Pepe Carvallo que viveen Barcelona. La historia comienza con unasesinato cometido en esa ciudad y continúa enParís, adonde nuestro detective acude en busca delorigen de toda una serie de asesinatosrelacionados con el primero. Sin entrar en losinsípidos detalles de una narración de unamonótona nulidad, resumiré sus enseñanzasesenciales mencionando únicamente: 1.° el héroees un antiguo izquierdista o comunista, que siguesiendo “de izquierdas”, algo que él repite a lolargo de todo el serial: 2.° los culpables de losasesinatos pertenecen a una empresa que vendeclandestinamente armas a Irak, tráfico que disgustamucho a nuestro detective izquierdista o

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comunista: 3.° dicha organización es neonazi y unamujer, que resulta ser la autora de los asesinatos,grita, antes de morir a su vez bajo las balas de unex cómplice desenmascarado por el detective:“¿Por qué haces esto cuando íbamos a ganar porfin nuestra lucha por un liberalismo mundial?”. Enpocas palabras, un magnífico ejemplo de“realismo socialista”.

Una cadena de televisión que se considera“cultural” sacude así al público, a una hora demáxima audiencia, un serial que, aparte de suinefable mediocridad, es un sermón de purapropaganda política, basado, por si fuera poco, endos grandes errores de bulto. En efecto: 1.°durante la Guerra del Golfo de 1990-1991, y losaños siguientes, la gente de izquierda, en compañíade la extrema derecha, apoyó a Saddam Husseinpor odio a Estados Unidos, tomando partido por elcarnicero de Bagdad frente a la democracianorteamericana y a las Naciones Unidas; 2.° losauténticos nazis eran antiliberales, al menos tantocomo los marxistas, como se puede ver en todalectura, incluso superficial, de los textos de Hitler.

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Pero para los guionistas de este tostón 182, lo másimportante era embutir en la cabeza de lostelespectadores la imaginaria ecuación de igualdadentre neoliberalismo y nazismo.

La emisión de tal eslogan por una cadenafinanciada con dinero público franco-alemán,envolviéndolo en un folletín sin ninguna excusaestética posible, dice más sobre las obsesiones dela izquierda postcomunista, sobre su modo deactuar y su propaganda, con vistas a salvar supasado, que muchas discusiones ideológicas dealto vuelo entre intelectuales o controversias deinterpretación entre historiadores.

Algunas reacciones irracionales, borreguilesy cotidianas son más reveladoras de lasmentalidades que las discusiones de loseconomistas. Así, en la mañana del 5 de octubrede 1999, treinta pasajeros murieron y varioscentenares resultaron heridos tras la colisión dedos trenes en la estación de Paddington, en lasafueras de Londres. Inmediatamente empezaron azumbar en Francia, en todas las ondas, durantetodo el día, los mismos comentarios: desde la

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privatización de los ferrocarriles británicos, losnuevos propietarios o concesionarios, movidosúnicamente por la búsqueda del beneficio, haneconomizado en los gastos dedicados a laseguridad, especialmente en lo que respecta ainfraestructuras y señalización. Deduccióninmediata: las víctimas del accidente han sidoasesinadas por el liberalismo.

Si ello es cierto, también lo es que las cientoveintidós personas que murieron en el accidente deHarrow en 1952 fueron asesinadas por elsocialismo, puesto que British Railways estabaentonces nacionalizada. En Francia, el 27 de juniode 1988, un tren chocó en plena estación de Lyoncontra otro que estaba parado: hubo cincuenta yseis muertos y treinta y dos heridos, víctimasevidentes, en consecuencia, de la nacionalizaciónde los ferrocarriles franceses en 1937 y, por tanto,asesinados por el Frente Popular. El 16 de juniode 1972, la cúpula del túnel de Vierzy, en laAisne, se desmoronó sobre dos trenes: ciento ochomuertos. No parece que, en este caso, elmantenimiento de las estructuras fuera tampoco de

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una maravillosa perfección, por muy estatalizadaque estuviera la compañía encargada de realizarlo.

Tras unas horas de investigación enPaddington se comprobó que el conductor de unode los trenes no había hecho caso de dossemáforos en ámbar que le ordenaban quedisminuyera la velocidad y se había saltado unorojo que le ordenaba pararse. Parece que lo queexplicaba el drama era un error humano y no elafán de lucro. ¡Ni hablar!, respondieroninmediatamente los antiliberales, el tren culpableno estaba equipado con un sistema de frenoautomático que se activa cuando un conductor sesalta por descuido un disco rojo. De acuerdo, peroen el accidente de la estación de Lyon estesistema, si existía, no debió servir de mucho parapaliar el error del conductor francés. Ni tampocoel 2 de abril de 1990, en la estación de Austerlitzde París, cuando un tren arrancó un tope, atravesóel andén y se empotró en la cantina. Si de lo que setrata es de infraestructuras, la vetustez de los pasosa nivel franceses, mal señalizados y provistos defrágiles barreras que se bajan en el último minuto,

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causa al año entre cincuenta y cien muertos,normalmente más cerca de ochenta que decincuenta. La infalibilidad del “servicio público ala francesa”, en este caso, no salta a la vista.Evidentemente, estos hechos y comparaciones nose les pasaron por la mente a los antiliberales.

Añadamos que, incluso cuando pertenecían alEstado, los ferrocarriles británicos han sidofamosos en toda Europa por su mediocrefuncionamiento. Y, finalmente, que suprivatización no terminó de realizarse hasta 1997.¿Cómo pudo producirse de un modo tan rápido ysúbito, en menos de dos años, ese deterioro deinfraestructuras y de material rodante? Enrealidad, British Railways legó a las compañíasprivadas una red y una maquinaria profundamentedegradadas que desde hacía ya varias décadasponía en peligro la seguridad de los viajeros.Acusar al liberalismo de esta tragedia es másproducto de una idea fija que del razonamiento.

Entiéndanme bien. Lo he dicho más de unavez en estas páginas: no hay que considerar elliberalismo como el reverso del socialismo, es

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decir, como una receta prodigiosa que garantizaríasoluciones perfectas aunque por medios opuestos alos de los socialistas. Una empresa privada es muycapaz de hacer correr peligros a sus clientes porperseguir el beneficio. Es el Estado quien debeimpedirlo, y esta vigilancia forma parte de suauténtica función, aunque generalmente no ladesempeñe. Pero la negligencia, la desidia, laincompetencia o la corrupción no hacen correr elmás mínimo peligro a los usuarios de lostransportes nacionalizados. Hay que llevar laobsesión antiliberal hasta la ceguera total parapretender o sobreentender que sólo habría habidoaccidentes en los transportes privados... Lostreinta muertos provocados por la colisión de dostrenes de la Compañía nacional noruega, el 4 deenero de 2000, ¿fueron víctimas del liberalismo?

Y lo mismo pasa con los automóviles. LosRenault, en la época en que su único accionista erael Estado, no eran ni más ni menos seguros que losPeugeot, los Citroën, los Fiat o los Mercedes,fabricados por empresas privadas. Incluso quizá loeran menos, ya que el Renault Dauphine, por

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ejemplo, fue famoso por la facilidad con quevolcaba. Dado que la Renault nacionalizada teníapermanentemente una cuenta de explotacióndeficitaria y que los automóviles que salían de sustalleres no eran fuente de ningún beneficio, nohubieran debido, siguiendo la lógica antiliberal,provocar jamás ningún accidente debido a fallosde la mecánica o del aerodinamismo.

Acabo de dar dos ejemplos que ilustran laomnipresencia de un poso casi inconsciente decultura antiliberal, que brota a la más mínimaocasión y que es tanto más asombroso cuanto quepersiste a pesar de ir en contra de toda laexperiencia histórica del siglo XX e incluso de lapráctica actual de casi todos los países. Lapráctica diverge de la teoría y de la sensibilidad.El instinto tiene más en cuenta que la inteligencialas enseñanzas del pasado. El antiliberal es unmago que se proclama capaz de andar sobre lasaguas pero que se cuida mucho de exigir un barcoantes de salir a la mar. ¿Cómo explicar estemisterio?

Una primera causa es esa inercia del

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pensamiento que he denominado el “remanenteideológico” 183. Una ideología puede sobrevivirmucho tiempo a las realidades políticas y socialesa las que acompañaba. A finales de los añostreinta, ciento cincuenta años después de laRevolución, todavía se podía encontrar en Franciauna bulliciosa corriente realista, con numerosospartidarios de una monarquía absoluta, ni siquieraconstitucional. Aunque no tomaban partedirectamente en la vida política, en el Parlamentoo en el gobierno, esta corriente ejercía una notableinfluencia en la sociedad francesa tanto por suprensa como por el talento de los autores quepropagaban sus ideas hostiles a la República. Apesar de la falta de realismo de su programa derestauración monárquica, esa escuela depensamiento no desempeñaba en el debate públicoy en la vida cultural un papel en absoluto marginal.Lo mismo pasará durante mucho tiempo con elsocialismo, incluso después de la cuchillahistórica de 1989 y a pesar de que el mundoevolucione en un, sentido opuesto al suyo. Cuando,en 1960, Daniel Bell publicó El fin de las

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ideologías 184 se rieron de él. Durante los veinteaños siguientes no hubo coloquio en el que unparticipante no le preguntara irónicamente dóndeestaba el fin de las ideologías, siendo así que éstasno habían actuado quizá nunca con tanto rigorcomo entre 1960 y 1980. Era cierto, pero ¿paraqué? El culto a Mao y al Che Guevara en Europa yAmérica era pura fantasmagoría. Jamás fue másfalsa la célebre frase de Marx: “El hombre sólo seplantea problemas que puede resolver”. Si lahistoria del siglo XX es ilustrativa de una verdad,ésta es que el hombre se pasa la vida planteándoseproblemas que no puede resolver —porque setrata de que son falsos problemas que por suesencia no implican solución— y no resolviendogran cantidad de problemas cuya solución está alalcance de su mano. Una ideología tiene dosmaneras de terminar: en los hechos y en lasmentes. Puede muy bien haber terminado en losprimeros y seguir reinando en las segundas, notener ningún efecto en la acción —a no ser defreno— y ocupar un lugar inmenso en el discurso.Obedece entonces a la consigna suprema de las

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ideologías: no confeséis jamás que os habéisequivocado, y menos aún si vuestros errores hanprovocado la muerte de seres humanos.

Cuando las ideologías rebatidas ydeshonradas por el comportamiento de sus adeptossiguen emitiendo destellos, lo hacen sobre todo enlos juegos de espejos de la “comunicación”. Hemencionado en varias ocasiones ejemplos sacadosde la televisión, medio que domina en nuestraépoca el arte de “comunicar”, que también incluyeel arte de engañar a la opinión pública.

Se necesitará tiempo para que estasimposturas desaparezcan. Durarán mientrasaquellos que en el pasado aprobaron el horrorsigan ocupando puestos destacados en nuestra vidacultural y en nuestra “comunicación”. Su negaciónde la verdad es fácilmente comprensible. Obedecea elementales motivos de autoprotección y dehuida ante el deber de asumir el pasado, el famoso“deber de memoria”, reservado hasta el momentoal pasado nazi. De ahí el contraataque defensivocontra el liberalismo, una forma de distraccióndestinada a eludir la verdad sobre el comunismo y,

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en un sentido más amplio, sobre el socialismo.“Los que pretenden hacer feliz a la humanidad nohacen jamás feliz al hombre”, dice Claude Imbert.“Los que sueñan con un sistema ideal de igualdadcomienzan como despedazadores y terminan comonomenklaturistas.” 185 Podría añadirse: yreaparecen procurándose una floreciente terceracarrera como autores y presentadores deprogramas históricos en la televisión.

Machacar continuamente con imprecacionescontra los “estragos del liberalismo” es unamanera solapada de insinuar: “Miren ustedes, elcomunismo no era tan malo si dejamos apartealgunas ‘desviaciones’ contra natura”. Pero,además de justificar un pasado injustificable, elantiliberalismo tiene otras funciones másconcretas: conjurar dos miedos presentes en cadauno de nosotros, el miedo a la competencia y elmiedo a las responsabilidades. Estos miedos noson meras aprensiones. Son miedos, por decirlo dealgún modo, conquistadores. Tienen, en efecto, unlado positivo: la protección contra los rivales,unida a un cúmulo de ayudas oficiales, que

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garantizan unas “ventajas adquiridas”independientes de toda rentabilidad. Y noconstituye la menor de esas ventajas, bien o maladquiridas, pertenecer a una economía que seconsidera más de redistribución que de protección,y cuya presión sobre el individuo y sus aptitudeses, por consiguiente, reducida. De ahí el confort dela falta de responsabilidad que proporcionapertenecer a la gran máquina estatal o paraestatal.

* * * El 20 de abril de 1890, Émile Zola decía a unperiodista del New York Herald Tribune (hoyInternational Herald Tribune) que había ido averle a su nuevo apartamento de la calle Bruxellesde París: “Estoy trabajando sobre una novela, Eldinero, que tratará de cuestiones relativas alcapital, el trabajo, etcétera, enarboladas en estosmomentos por las clases descontentas en Europa.Mi postura será que la especulación es una cosabuena, sin la que las grandes industrias del mundose extinguirían como se extinguiría la población

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sin la pasión sexual. Los gruñidos y protestas quehoy emanan de los centros socialistas son elpreludio de una erupción que modificará en mayoro menor grado las condiciones sociales existentes.Pero ¿acaso nuestra gran Revolución ha hecho elmundo mejor? ¿Son realmente los hombres másiguales en algo de lo que lo eran hace cien años?¿Puede usted garantizar a un hombre que su mujerno le engañará jamás? ¿Puede hacer a todos loshombres igual de felices o de listos? ¡No! ¡Puesdejen de hablar de igualdad! Libertad, sí;fraternidad, sí; pero igualdad, ¡jamás!” 186.

Hombre de izquierdas, y lo demostrópagándolo muy caro, ídolo venerado por lossocialistas franceses del siglo XX, Zola era, sinembargo, lo suficientemente inteligente como paracomprender que ninguna sociedad es igualitaria.Pero sus desigualdades pueden provenir de lasdiferencias de los logros de los hombres o de lasdisparidades de los beneficios otorgados por elEstado, o dicho de un modo más sencillo, del muroque separa a los que poseen uno o variosprivilegios del Estado y los que no poseen

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ninguno. Empleo aquí privilegio en su sentido másexacto: “Ventaja concedida a uno o varios y de laque se disfruta con exclusión de los demás, contrael derecho común” (Littré). Es necesarioprecisarlo porque en el lenguaje política aunqueno gramaticalmente correcto, “privilegio” se haconvertido en sinónimo de “rico”, del mismomodo que los pobres han pasado a llamarse“desfavorecidos”. Ahora bien, se puede ser ricosin haber obtenido nunca el menor privilegio, otener sólo una renta modesta en cuya composiciónentran, sin embargo, ventajas exorbitantes respectoal derecho común. El nomenklaturista se puedehacer rico porque sus relaciones políticas leproporcionan la presidencia de un gran monopoliodel Estado, o puede ir tirando en unaadministración, o una mutua, debido a un modestoempleo ficticio que no por ello deja de ser unprivilegio. Y Bill Gates se ha convertido en elhombre más rico del mundo gracias a su geniocomo inventor, sin jamás haber necesitado delmenor privilegio en el sentido exacto y literal dela palabra.

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Las desigualdades liberales de lassociedades de producción sufren una agitaciónpermanente que las hace susceptibles demodificarse en cualquier momento. En lassociedades de redistribución estatal, lasdesigualdades son, por el contrario, fijas yestructurales: a pesar de todos los esfuerzos y lascualidades mostradas por un miembro activo delsector privado francés, jamás gozará de lasventa j as adquiridas (es decir, otorgadas eintocables) de, por ejemplo, un empleado de laÉlectricité de France. Ni de las de un trabajadorde la Société Nationale des Chemins de Ferfrancesa (SNCF), a la que con razón se hacalificado de “campeona del mundo en horas, díasy kilómetros perdidos por paros en el trabajo” 187

(traducción al lenguaje socialista: “serviciopúblico a la francesa”). En este tipo de sociedad,que tan bien encarna Francia, es el Estado el quecrea esos favores generadores de desigualdad,empezando por los que se dan a sí mismos losparlamentarios. Al cabo de sólo veinte años deactividad, los representantes de la nación perciben

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una jubilación equivalente a la totalidad delsueldo, el 70 por ciento del cual paga, porsupuesto, el contribuyente y no el sacrosanto“reparto” socialista, que no sería suficiente y cuyamera evocación, en este caso como en el decualquier agente público, constituye una estafa tanintelectual como material. Francia tiene nadamenos que quinientas treinta y dos jubilacionesespeciales, lo que equivale al mismo número desituaciones privilegiadas. ¡Bonita rehabilitacióndel Antiguo Régimen, en los hechos, ya que no enlas palabras! Y esos privilegios no afectan sólo alos servicios públicos. El excedente deproducción de frutas y verduras de mala calidad,de rábanos que no pican y de lechugas como papelde estraza, de tomates sin gusto y de melocotonestan duros que podrían servir para jugar a lapetanca pero no para comer, es en Franciaresultado directo de la acumulación desubvenciones nacionales y europeas que lo hacenventajoso; y de que los agricultores saben porexperiencia que destrucciones, incendios,bloqueos de carreteras y vías férreas y asaltos a

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edificios públicos no les acarrearán los rigores dela ley sino dádivas financieras suplementarias. Elhecho de que diversas categorías de ciudadanosparticulares se vean así dispensadas de respetarnuestras leyes y autorizadas a violarlasimpunemente es lo que se denomina, en el sentidomás puramente etimológico del término,“privilegios”. Hace ya mucho tiempo que losagricultores disfrutan estos privilegios, a la vezpecuniarios y jurídicos. Ya en 1963 De Gaulle sequejaba amargamente de la pasividad, por no decirla cobardía, de sus ministros ante la violenciacampesina. Siempre en el contexto del excedentede producción de la cría de bovino, el generalllegó a quejarse un día a Alain Peyrefitte: “Losgendarmes son unos becerros, los prefectos sonunos becerros, los ministros son unos becerros, alEstado le sirven unos becerros” 188. Y esos hábitosllegaron incluso a empeorar en 1999. El colmo delingenio de los agricultores fue designar ese añocomo chivo expiatorio del excedente deproducción —en realidad consecuencia del“modelo social agrícola europeo”— a Estados

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Unidos. Saquearon algunos restaurantesMcDonald’s, clara muestra de inteligencia, dadoque dichos restaurantes compran in situ la casitotalidad de sus productos de base y dan empleo amiles de franceses. Los agricultores, que desdehace cuarenta años nos cultivan frutas insípidas ypollos con hormonas que saben a pescado,destruyeron dichos restaurantes, con el aplauso dela estupidez nacional, en nombre de la lucha contrala “comida basura” y la defensa del “terruño”. Sumóvil real era el rechazo de la competencia. ¿Porqué los McDonald's tienen tantos clientes? Es unapregunta que jamás se hace un francés. ¿No tendránalgo que ver los precios? Silencio. Al fin y alcabo, lo que se sirve en esos restaurantes esfundamentalmente filetes de carne picada, patatasfritas y ensalada, que no me parece un menú tanalejado del habitual francés y tan representativodel imperialismo estadounidense. Además, losagricultores franceses queman cada veranocamiones de frutas y verduras que no vienen deEstados Unidos sino de España, país miembro dela Unión Europea. La demagogia

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antinorteamericana sirve, pues, para enmascararuna reivindicación proteccionista más general.Esta reivindicación se sustenta en el combatecontra la mundialización. Está dirigida a perpetuarun modelo de agricultura erigido sobre lasubvención por parte de los contribuyentes, a laque hay que sumar las ayudas a la exportación ylas garantías frente a las importaciones. Elgobierno francés cede servilmente ante losagricultores y perpetúa este absurdo económico.Sumándose al odio hacia Estados Unidos, lucha einvoca todos los pretextos posibles para rechazarlos productos importados, incluso los europeos ylatinoamericanos, como ocurrió en la Cumbre deRío de junio de 1999. En el ámbito de la vidaintelectual, la práctica totalidad de los premiosNobel científicos fueron obtenidos, en el otoño de1999, por norteamericanos o (lo que debíainquietarnos aún más) por investigadores de origeneuropeo que trabajan en Estados Unidos. ¿Quéteníamos nosotros a cambio? El héroe nacional delpensamiento francés era, en ese momento, un talJosé Bové, destructor de restaurantes McDonald’s

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y matasiete de la mundialización 189.En el ámbito de la cultura francesa, el

“modelo Bové” es, desde hace varios años y bajoel nombre de “excepción cultural”, el ideal, laardiente exigencia del gobierno francés y denuestros artistas del mundo del cine y delaudiovisual. Aunque en economía pura lasupresión de la competencia es un mal cálculo quelleva a la degradación de la calidad y al aumentode los precios, se puede comprender que, aprimera vista y a corto plazo, pueda parecerbeneficiosa. Pero reclamar la protección delEstado frente a las obras producidas fuerasignifica, por parte de los creadores artísticos yliterarios, la confesión vergonzosa de su propiafalta de talento. “¡Ocúltennos la humillación de lascomparaciones!” (en expresión de Baudelaire),ordenan esos “creadores” a sus gobernantes. Paraellos, como para los agricultores, el enemigo es,en primer lugar, Estados Unidos y, después, laOrganización Mundial del Comercio (OMC), enresumen, el mundo entero. Su deseo más querido(en todos los sentidos de la palabra) es que el

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público tenga el menor conocimiento posible delas obras de sus competidores, que se vea privadode poder elegir entre las diversas produccionesculturales y que, además, el Estado subvencionelos espectáculos de esos “creadores” si, a pesarde todo, sus compatriotas se obstinan en hacerlesascos. En otras palabras, para paliar la falta deespectadores, el Estado debe robar a los noespectadores y entregar a los autores el fruto de surapiña. He aquí una desigualdad que, como todaslas desigualdades estructurales, se disfraza deresistencia a la “dictadura del mercado” y a la“mundialización ultraliberal”. Lo más divertido esque esta cruzada a favor de la uniformidad y elaislamiento de la cultura francesa se hace ennombre del “reconocimiento de la diversidadcultural en el mundo”, según palabras del ministrofrancés de Asuntos Exteriores 190. ¿Habrá quelamentar que nuestros antepasados europeos nocortaran de raíz la insoportable dominación de lapintura italiana en los siglos XV y XVI, o la de lainvasora literatura francesa en el siglo XVIII, conel alegato de preservar la “diversidad” de la

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cultura en Europa, es decir, el provincianismo?En una sociedad en la que las desigualdades

no son resultado de la competitividad o delmercado sino de decisiones del Estado o deagresiones corporativistas ratificadas por elEstado, el gran arte económico consiste en lograrque el poder público desvalije a mi vecino en mibeneficio y, a ser posible, sin que aquél sepaadónde va a parar la suma que se le quita. De ahíesas sociedades, de las que Francia es una muestraeminente, en las que cerca de la mitad de lapoblación vive total o parcialmente del dineropúblico, por vía directa o por persona interpuesta,y la otra mitad paga ella sola los impuestos máspesados. Es cierto que una parte amplia de esosingresos de origen estatal es la justa retribución deun trabajo, pero una parte no menos importantesirve para remunerar privilegios y para financiarel clientelismo. En suma, la clase política cambiadinero por votos.

Decenas de libros y millares de artículos sehan ocupado del despilfarro del dinero público enFrancia. Pero el Estado se niega a intentar acabar

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con él, por lo que no deja de aumentar su déficit y,por tanto, de aumentar su presión fiscal. Entre losbeneficiarios de estos despilfarros, en ocasionespróximos a los desvíos indecentes, figuraninnumerables asociaciones a las que una leyelástica permite hacer prácticamente lo que les dala gana sin que nadie las controle y cuyofuncionamiento ha desmontado muy bien Pierre-Patrick Kaltenbach en su ya clásico trabajoAsociaciones lucrativas sin objetivo 191. “Cuandono se tiene suficiente fe para convencer nisuficiente valor para mandar”, dice en la revistaLe Débat, “lo único que queda es corromper”. Yañade: “Junto a los déficit y la deuda que hanpermitido financiar el statu quo y los logrossociales, las asociaciones han sido el expedientemás importante del periodo”. El aumento de losdéficit, del endeudamiento y de la fiscalidad tieneque ser bien visto por aquellos cuyos privilegiosfinancian en un país en el que la base imponibledel impuesto sobre la renta es tan estrecha que,como ya he dicho, sólo la mitad de los hogarespagan dicho impuesto y, de éstos, el 20 por ciento

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paga el 80 por ciento del total. Se objetará que sonlos más ricos. No: los verdaderamente ricos hacetiempo que han transferido su fortuna al extranjero.Los que pagan el impuesto directo hiperprogresivoson los trabajadores con salarios más elevados, esdecir, los que forman las clases medias superioresa las que casi siempre han accedido graciasúnicamente a su talento. Para ellos, la evasiónfiscal es imposible y la expatriación cada vez mástentadora 192.

También se argumentará que ese continuoaumento de las deducciones obligatorias, de losdéficit y del endeudamiento se justifica por unapolítica social de ayuda a los más desfavorecidos,a los parados, a los “excluidos”. Sería un buenargumento si, por una parte, desde 1980 la políticaeconómica de los diversos gobiernos franceses yde muchos otros gobiernos europeos no hubierahecho todo lo posible para aumentar el número deesos parados y esos excluidos; y si, por otra parte,el dinero proveniente de las deducciones sirvierapara ayudarlos con eficacia y honestidad. Y no esése el caso. Le Point ha publicado, por ejemplo,

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una minuciosa encuesta sobre “Los aprovechadosdel extrarradio” 193. En ella se demuestra que losmiles de millones vertidos en los “barrios” y“zonas francas” (las empresas que se instalan enesos extrarradios caóticos reciben abundantessubvenciones) son en su mayoría desviados porasociaciones fantasmas, por no decir mafiosas, poroficinas de urbanismo pobladas de corrientes deaire, que se atiborran de honorarios a cambio deproyectos destinados a permanecer en los cajones.También aquí el Estado hace todo menos lo quetiene que hacer, que sería controlar y sancionardespués de haber deducido y redistribuido. Peroen ese caso perdería su clientela.

Una política auténticamente social noconsistiría en retener y derrochar cada vez másdinero para indemnizar a un número cada vezmayor de parados, sino hacer de tal suerte quehaya menos parados. Un informe del ConsejoEconómico y Social 194 subraya que, de 22millones de trabajadores efectivos o potencialesen 1973, la población activa se elevó a 26millones en 1994, es decir, hubo un aumento de 4

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millones de trabajadores activos o disponibles,dos tercios de los cuales se han convertido enparados que cobran indemnización o enbeneficiarios de empleos artificiales que reciben“ayuda” del erario público. El número detrabajadores reales con un salario económicamentejustificado en el sector comercial ha disminuido ennovecientas mil personas en veintiún años. En lacumbre de Colonia, en junio de 1999, volvió aponerse al fuego el viejo guisote del “Pactoeuropeo para el empleo”. Pero ese pacto no es, nopodía ser, más que un entramado de naderías y, ala vez, una confesión de fracaso e impotencia. Sise tiene un pacto para el empleo es que se tieneparo. Pero los países “rosas” se consideran moraly socialmente superiores a los países liberalesporque ellos tienen un pacto para el empleo. Escomo si un inválido, con una pierna escayolada, seconsiderara superior a un corredor con las dospiernas sanas porque él tiene un programa demarcha para el futuro. Cuando, como en Europa en1999, se tiene un 10 por ciento de paro comomedia y hay diez millones de trabajadores

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sumergidos se prefiere, y es humano, perorar sobreplanes para el futuro a enumerar los éxitospresentes. Y, para pasar el tiempo, siempre sepuede ironizar sobre los “trabajillos” (léase plenoempleo) norteamericanos. A pesar de una evidentereducción, a finales de 1999, el paro en Franciaequivalía todavía a dos veces y media el paronorteamericano.

La visión administrativa del trabajo setraduce en Europa, con Francia a la cabeza, en lacostumbre de contabilizar el empleo en cadaempresa considerada aisladamente como si fueraun departamento ministerial y no en el conjunto delpaís. De ahí la reivindicación de prohibir los“planes sociales” expresada por los comunistas yla ultraizquierda en la manifestación del 16 deoctubre de 1999 en París, y la idea socialista desubordinar la autorización de esos planes socialesde reducción de personal a la adopción por laempresa de las treinta y cinco horas semanales detrabajo.

Élie Halévy recordaba en su necrológica deGeorges Sorel, publicada en la Revue de

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métaphysique et de morale de octubre-diciembrede 1922, que Charles Maurras (al que elincoherente Sorel dio en un tiempo su beneplácito)fue “el teórico de la paz social protegida por elEstado” 195. En este debate, la izquierda da otramuestra de cómo defiende inconscientemente lastesis de la derecha. Quiere garantizar un empleopermanente a cada trabajador en cada empresa,condenando así al inmovilismo a toda la economíay alimentando un paro global elevado. Se niega aver que en el país de al lado, tomado en suconjunto, hay a la vez flexibilidad y pleno empleo.Preconiza sin saberlo la política proteccionista yprotectora seguida por Franco hasta que, en 1959,la quiebra de la economía española le obligó arecurrir a la ayuda del Fondo MonetarioInternacional y a la cooperación de loseconomistas liberales del Opus Dei. En Franciatodavía es un sacrilegio decir que la flexibilidadhace aumentar el empleo en la población activatomada en su totalidad. En Italia, por el contrario,el antiguo comunista y reciente presidente delConsejo de ministros, Massimo d’Alema, consagró

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en septiembre de 1999 todo un discurso al “fin delmito del empleo de por vida” y a la ventaja de“flexibilizar”, sin provocar por ello la cólera delos italianos.

El proteccionismo comercial y la protecciónde los estatus especiales y del derecho a derrocharel dinero público van unidos en Francia. Por esoes por lo que las huelgas del invierno de 1995-1996, destinadas a preservar las ventajas de losestatus particulares de la función pública y de losservicios públicos, provocaron la ovación de laultraizquierda y la aprobación de una amplia franjade los asalariados del sector comercial, a pesar deestar excluidos de esas ventajas. La opiniónpública de izquierdas condena toda gananciaeconómica que se obtiene en el marco del mercadoy, por tanto, expuesta al riesgo y la competitividad,y la admite, e incluso la admira, si es estatutaria yno es resultado del esfuerzo, de la imaginación,del talento del que se beneficia de ella. La“mundialización ultraliberal” también la llena derecelo. Digo la opinión pública de izquierda perodebería decir la opinión pública francesa en

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general.El debate del 23 de junio de 1999 en la

Asamblea Nacional 196 sobre la OrganizaciónMundial del Comercio, previo a la Conferencia deSeattle fijada para el mes de noviembre, pone enevidencia cómo el antiliberalismo y elantiamericanismo de los diputados de derecha eranen esa discusión tan acentuados, o más, que los delministro y los diputados comunistas o ecologistas.

Junto al miedo a la competencia, el miedo ala responsabilidad es el otro motivo que lleva aaferrarse a una sociedad estatalizada. Esos dostemores han ejercido una poderosa influencia enlos que se niegan a reconocer el fracaso de lassociedades comunistas, de las que habíandesaparecido tanto la competencia como laresponsabilidad.

Todo lo que es colectivo es por naturalezairresponsable y como tal considerado, incluso enlas sociedades que sólo están colectivizadas enparte. Para la mentalidad estatalista, una compañíanacional no tiene que dar cuentas de sus errores.Sus empleados tampoco. En 1986, el gobierno

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francés esbozó un proyecto de tabla salarial paralos transportes públicos basada en parte en elmérito. Era un gobierno de derecha, pero la ideahabía germinado en el gobierno precedente, queera socialista. La inmediata insurrección de los21.000 maquinistas de la SNCF y de los 3.249conductores de la RATP (transpones de París)provocó sin demora la heroica retirada del Estadoque se mostró tanto más comprensivo cuanto que éltambién disfrutaba del privilegio de lairresponsabilidad. Es la grandiosa tradiciónfrancesa del Estado “fuerte”, sobre todo encarreras pedestres, y “cuya celeridad es sucelebridad”, como decía el padre Ubu de sucaballo presto a salir a escape.

Las ventajas ligadas a las opciones sobreacciones (stock options) que se conceden a losdirectivos de empresa capitalistas o la magnitudde sus indemnizaciones de despido hacen rugir deindignación tanto a las multitudes como a las elitesde izquierdas. Por criticables que sean comoreveladoras de un capitalismo “nomenklaturista” ala francesa, no les llegan a los tobillos a los ciento

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cincuenta mil millones de francos evaporados enlas cuevas del Crédit Lyonnais “nacional",pérdidas debidas a la mezcla de incompetencia ydeshonestidad de la nomenklatura estatal. En elsector privado, los regalos están regulados porunos accionistas a los que nadie ha obligado ainvertir en tal o cual empresa. Pero el agujero delas pérdidas “nacionales” lo taparon loscontribuyentes a los que el principal culpable, elEstado, arrebata, casi a sus espaldas, el montantenecesario.

Cuando los funcionarios de Finanzas,alarmados por las depredaciones que estabansangrando al Crédit Lyonnais, banconacionalizado, dirigieron una nota sobre el asuntoal que entonces era su ministro, Pierre Bérégovoy,éste les respondió con un seco: “Dejad hacer al Sr.Haberer” (presidente del banco desvalijado porlos amigos del presidente de la República y delPS), escrito al margen.

En este caso, el “dejad hacer” es una cosaexcelente para la izquierrda; pero cuando se aplicaa un empresario que levanta y dirige una empresa

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creadora de riqueza es una execrable explotacióndel proletariado.

Lo más gracioso es que cuando el Estadoquiere corregir —léase: ocultar— sus erroreseconómicos, los agrava. Puede compararse conuna ambulancia que, al acudir al lugar de unaccidente de carretera, se empotrara en los cochesaccidentados y matara a los supervivientes. Paradisimular en la medida de lo posible el agujero delLyonnais, provocado por su tontería y su ruindad,el Estado creó en 1995 un comité bautizadoConsorcio de Realización (CDR) encargado de“realizar” lo mejor posible los créditos dudososdel banco. Proeza: ¡el CDR aumentó las pérdidasal menos en cien mil millones! 197. Fue la derecha,entonces en el poder, la que, intentando con suhabitual abnegación borrar las pérdidas y lasestafas de la izquierda, inventó esa burlesca“bomba de finanzas”. El coste de ese milagroestatal costó una media de tres mil francos porfrancés, pero en realidad mucho más a la pequeñaparte que paga, esencialmente, el impuesto sobrela renta. Pero por lo menos tenían la satisfacción

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de decirse que, en este caso, habían escapado alpeligro neoliberal.

Y el caso no había terminado. En 1999, elLyonnais, ya privatizado, tuvo que gastar cuatromillones de dólares para evitar ser perseguido porla justicia norteamericana por haber ayudado connuestro dinero al estafador italiano GiancarloParretti cuando compró la Metro Goldwyn Mayer,para llevarla en un plazo mínimo a la situación dequiebra fraudulenta. El Lyonnais había prestado aParretti dos mil millones de dólares, que el bancoy, por tanto, nosotros, perdió para siempre. Susdirigentes dijeron que habían sido víctimas de unabuso de confianza. “Cuando se estudian de cercaciertas transacciones”, declaró al respecto elministro adjunto de Justicia norteamericanoencargado del caso, “esa explicación no sesostiene en pie” 198. En el plano político, no cabela menor duda de que el banco no fue víctima sinocómplice: ¿no tenía Giancarlo Parretti un despachoen París, en la calle Solférino, en el edificio de lasede del Partido Socialista Francés ante el que sesuponía representaba al PS italiano?

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Esta acción magistral es un ejemplo delmétodo estatal, no una excepción. Desde hacevarias décadas, diversas evaluaciones prudentes yconvergentes cifran en 400.000 millones defrancos anuales (valor de 1999) el dinero públicodilapidado por el Estado y las colectividadesterritoriales. Y tan espectaculares como esasdilapidaciones, que también son malversaciones,parecen los esfuerzos de nuestros dirigentes paramantenerlas en su nivel. Ni las radiografíasdespiadadas del Tribunal de Cuentas y de las delas Cámaras Regionales de Cuentas, ni los libros,artículos, números especiales de semanarios,estudios de economistas que, con el tiempo, hantenido que llegar hasta los despachos de nuestrospresidentes, ministros o cargos electos regionalesles han impulsado a esbozar aunque sea un gestopara frenar lo más mínimo esa hemorragiaclientelista, que no tiene nada que ver con lasolidaridad ni con la “Europa social”. El mortalaumento de la fiscalidad en Francia no sirvefundamentalmente ni para crear empleo ni paraayudar a los que no lo tienen, ni para la

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productividad, ni para la solidaridad. Sirve sobretodo para tapar los agujeros producidos por eldespilfarro y la incompetencia de un Estado que seniega a reformar su gestión, como se niegan lascolectividades locales, también caracterizadas porla locura en el gasto y el desprecio a loscontribuyentes. El retorno del crecimiento ayudaráa Francia a soportar unos años su enfermedad pero¿la curará? En cualquier caso, no será gracias alConsejo de Impuestos, donde la ideología sustituyeal conocimiento, y cuyos miembros, que hablanmás como políticos que como técnicos, parecenhaber aprendido economía con Alain Krivine oArlette Laguiller 199. La opinión pública podríapreguntarse si la anormalmente elevadaproporción de “excluidos” en la sociedad francesano se debe más a esa hemorragia debilitante que al“horror ultraliberal”. Desgraciadamente, laopinión pública es demasiado ingenua y estádemasiado bien domesticada como paraplanteárselo, pues se le inculca en sesión continuaque el mal viene siempre del liberalismo.

Admito que el caso de Francia tiene algo de

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teratológico, pero por eso es interesante ysignificativo. Para muchos de nosotros, el Estadojamás es responsable de las consecuencias de sugestión. Sólo son faltas, robos, infracciones,injusticias o tragedias los actos realizados en elsector privado.

El sueño de la sociedad de irresponsabilidad,en la que tanto el poder de los gobernantes comolos ingresos de los gobernados no están enrelación directa con la capacidad y el rendimientode unos y otros, sigue anclado en el corazón decada uno de nosotros. Es lo que explica lanostalgia del comunismo o la esperanza en unabsurdo e imposible equivalente postcomunista delcomunismo. De ahí la paradoja que se da enalgunos ex “países del Este": a veces les es másdifícil apartarse mentalmente del magmapostcomunista que lo que les fue evadirsefísicamente de la prisión comunista.

Yuri Orlov 200 ha dado la descripción másconcisa, y a la vez más esclarecedora, de lo que,trasponiendo una expresión psicoanalítica, sepodría denominar los beneficios secundarios del

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comunismo. En el socialismo totalitario, “elciudadano”, dice Orlov, “se encuentra liberado deuna gran parte de responsabilidad sobre elresultado de su trabajo”. Pero, “para que vuestraparte de irresponsabilidad en el ámbitoprofesional os sea perdonada es de rigor la lealtadideológica”. Para comenzar, esa lealtad ideológicaconfiere el derecho al empleo. Todo individuo queacepta anularse frente al partido tiene garantizadoa cambio un empleo. Sin duda se trata de unempleo mediocremente pagado (por ejemplo, enCuba equivalía a una media de diez dólares almes, unas mil quinientas pesetas, en 1999); razónpor la cual se exige a cambio tan poco trabajo. Eseempleo casi sin trabajo y casi sin salario estágarantizado de por vida. De ahí, el chiste oído milveces por los que viajaban a la URSS: “Elloshacen como que nos pagan y nosotros como quetrabajamos”. Orlov, un investigador científico, citacasos de otros colaboradores científicos que noaparecían durante meses por el laboratorio o queentregaban resultados falsificados sin por ellosufrir la más mínima sanción. En efecto, los

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ascensos no son tanto producto de la competenciaprofesional como de la fidelidad ideológica. “Laasignación de trabajadores a funciones que no secorresponden con su cualificación pero que danderecho a una remuneración superior, laexageración de los trabajos ejecutados paraaumentar las primas" son gratificaciones corrientespero que sólo se otorgan a ciudadanos leales. Esteservilismo político sin restricciones implica parael que se pliega el sacrificio de su libertad y de sudignidad. Pero la existencia que le proporciona nocarece de confort físico. Es comprensible que unapoblación educada durante varias generaciones enesa mediocridad cómoda y dócil soporte malzambullirse brutalmente en las aguas turbulentas dela sociedad de competencia y responsabilidad.

Cuando se escucha a algunos ciudadanos delas sociedades ex comunistas de la Europa central,uno se da cuenta de que no ponían en duda que lademocratización y la liberalización de sus paísmantendría el derecho a un trabajo ineficaz de porvida otorgándoles además un nivel de vida propiode California o de Suiza. No se les pasaba por la

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cabeza que a partir del momento en que se puedeelegir, por el mismo precio, entre un coche demala calidad Trabant, fabricado en Alemania delEste, y un coche mejor fabricado en el Oeste, losclientes, empezando por los propios alemanes delEste, compraran el segundo. Así, en poco tiempo,las fábricas Trabant deberán cerrar, lo queefectivamente pasó.

El descontento de los alemanes de los länderdel Este y de Berlín se tradujo en 1999 en unaumento electoral del partido ex comunista,rebautizado Partido Socialista de Alemania (SDP),en detrimento del SPD de Gerhard Schröder. Porel contrario, en los länder y ciudades del Oeste,aunque el SPD también perdió votos, lo hizo enbeneficio de la derecha demócrata-cristiana, elCDU. La hostilidad hacia el socialismo rosapálido de Schröder y verde manzana de losecologistas ha provocado en el Oeste una demandade más liberalismo y, en el Este, una aspiración amás Estado.

Sin embargo, ninguna otra población de lasque han salido del comunismo ha recibido, ni ha

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soñado recibir, los créditos que han recibido loshabitantes de la ex RDA. La decisión que tomóHelmut Kohl en 1990, en el momento de lareunificación (por razones políticas y psicológicasy contra la opinión del Bundesbank), de adoptar eltipo de cambio de un marco del Este por un marcodel Oeste fue un regalo suntuoso. ¡Imagínense quecada francés pudiera cambiar todos sus ahorros enfrancos por la misma cantidad en dólares o enfrancos suizos! A continuación, de 1989 a 1999.Alemania Occidental consagró a la recuperacióneconómica de los länder del Éste cinco billonesde francos, es decir, unos 765.000 millones deeuros. Lo que no está nada mal para una poblaciónde 15 millones de habitantes. Sin embargo, losossis siguen acusando a sus benefactores deAlemania Occidental, los wessis, de tacañería. Lasinversiones no impiden los resquemores. Porquepara que las inversiones den fruto presuponen laaceptación y la práctica de una sociedad decompetitividad y de responsabilidad. Es el preciode todo nivel de vida elevado.

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* * * Cuando Lionel Jospin, primer ministro de ladenominada izquierda plural, pronuncia su sensatafrase: “No es por la ley, por los textos, por lo quese va a regular la economía”, en un discursotelevisado el 13 de septiembre de 1999, enseguidalos comunistas, los Verdes, buena parte de lossocialistas y, evidentemente, la ultraizquierda sealzan contra esta verdad, que les escandaliza. Lesparece que constituye la confesión de un paso alliberalismo. Durante las semanas que siguen, elprimer ministro da, pues, marcha atrás y lossocialistas más cercanos a él se afanan en corregirsus declaraciones imprudentes, o impúdicas, y enatenuar su desastroso efecto. “¡No, no somosliberales!”, exclama el ministro de Finanzas,Dominique Strauss-Kahn, en Le NouvelObservateur 201. “Los socialistas francesesquieren ser modernos, pero no liberales”, recogeLes Échos, resumiendo en un título diversasproclamas de los cruzados de la economía

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burocrática 202. “El PS afirma que el gobierno noha dado un giro liberal”, titulaba ya conanterioridad el mismo diario, afirmación que sólorefleja la realidad a medias 203. Sobre la prensa ysobre las ondas llueven profesiones de fe de estetenor como si se tratara de consagrar de nuevo contoda urgencia una iglesia profanada.

La explicación que se da con más frecuenciaa este rechazo del liberalismo en Francia, en elque está incluida la derecha o casi toda la derecha,invoca lo que al parecer sería una vieja tradiciónestatalista anclada en nuestras mentes ancestrales.Se repite que Francia es desde siempre un paísdirigista, que ésa es su vocación milenaria, sunaturaleza profunda, su identidad cultural.Cualidad que la distingue y protege de lamarabunta (desbarajuste) liberal y de la barbarie“anglosajona”. De Colbert a De Gaulle, deRobespierre a Mitterrand, del jacobinismo albonapartismo, de los planes al socialismo, aderecha y a izquierda, adoramos al Estado yexigimos la economía administrada.

El problema es que esta versión de la historia

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es una fábula de reciente creación. Forjada en lasegunda mitad del siglo XX, sirve paraproporcionar cartas de naturaleza retrospectivas ala bulimia y megalomanía de los poderes públicosdesde 1945. ¿Es Francia enemiga del mercado porser colbertiana? Escuchemos a Colbert: “Si unaempresa sostenida por el Estado no da beneficios,debe ser abandonada a los cinco años”. ¿Haabandonado nuestro Estado contemporáneo laSNCF, Air France, el Crédit Lyonnais y otrospozos sin fondo de la riqueza nacional?” No. Puesque deje en paz a Colbert.

Colbert no es el único traicionado por losglosadores tendenciosos. Por eso es por lo que hayque celebrar como una obra de salud intelectual yde rectificación histórica Aux sources du modèlelibéral français, obra colectiva publicada bajo ladirección de Alain Madelin que reúne lascontribuciones de treinta y un autores, todos elloseminentes economistas, historiadores y filósofos204.

De este conjunto rico y minucioso se puedensacar fundamentalmente tres lecciones. La primera

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es que, en el siglo XVIII, se pueden encontrargrandes precursores del liberalismo tanto enFrancia, y en ocasiones antes, como en Escocia oAmérica. Es cierto que la primera fuente delliberalismo moderno sigue siendo el Tratado delgobierno civil de John Locke (1690). Pero es lareflexión económica francesa, en primer lugar através de Turgot, la que influyó en el autor de laRiqueza de las naciones (1776), el escocés AdamSmith, y no a la inversa. Fueron los fisiócratasquienes, en un célebre artículo de la Enciclopedia,abogaron los primeros a favor de la libertad decomercio.

La segunda lección, y que no se disgusten losadeptos a la versión “bolchevique” de laRevolución Francesa consistente en privilegiar,sobre diez años, los trece meses de la dictadurajacobina, es que la historia no expurgada nosenseña que la revolución fue, en sus principiosfilosóficos y en sus reformas del derecho,fundamentalmente liberal. Fue hostil a lapropiedad colectiva, intransigente acerca de losderechos de propiedad individuales. Edificó una

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obra legislativa que barrió todas las trabascorporativas y reglamentarias del AntiguoRégimen, para establecer sin equívocos y sinrestricciones la libertad de empresa, la libertad detrabajo, la libre circulación de mercancías y lalibertad bancaria. El dirigismo de Montaigne —bloqueo de los precios, confiscación de lascosechas, laxismo monetario— sólo fue unparéntesis que desembocó en escasez y bancarrota.

Finalmente, la tercera enseñanza original:como ya he recordado 205, fueron los liberales delsiglo XIX los primeros en plantear lo que entoncesse denominaba “cuestión social” y respondieronmediante varias leyes fundadoras del derechosocial moderno. Es en los países liberales dondeel sindicalismo es más fuerte.

Sobre este tema, volvamos a leer enCommentaire (primavera y verano de 1998, n.º 81y 82) dos artículos de Armand Laferrère, titulados,respectivamente, “Derecho al trabajo, justicia declase” y “El argumento de la justicia social”.

Para Armand Laferrère, la opción francesa“igualdad antes que libertad” es una hipocresía. En

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Francia hay menos libertad pero no hay menosdesigualdades que en Estados Unidos o en GranBretaña. Nuestras desigualdades son diferentes alas suyas. Derivan de las ventajas concedidas porel Estado o las colectividades locales. Losfranceses sólo condenan las desigualdades deingresos y patrimonios personales. Admiten eincluso respetan las desigualdades resultantes delos privilegios concedidos a y por la clasepolítico-administrativo-asociativo-sindical:coches y viviendas, transportes, correo y teléfonogratuitos, regímenes de jubilación particulares,concedidos a menudo a gente verdaderamente útilpero también a una multitud de parásitosdomesticados, a los que el poder riega con susfavores a costa de los contribuyentes llamados“privilegiados”, es decir, los que precisamente notienen ningún privilegio y ganan su dinero graciasa su trabajo.

La resistencia francesa al liberalismoproviene por una parte, como vio muy bienTocqueville en El antiguo Régimen y larevolución, de que los franceses sitúan la igualdad

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por encima de la libertad y, por otra, y esto no lovio tan bien, de que aceptan las desigualdadescuando son debidas al Estado y no a lacompetencia entre talentos. Ello se puede verificarincluso, y quizá sobre todo, en el ámbito de lacultura, en el que nuestros artistas e intelectualesluchan incansablemente para obtenerfinanciaciones oficiales y defender la “preferencianacional” tan cara a Le Pen, tapándose, esta gentecon frecuencia de izquierda, con el taparrabos dela “excepción cultural”.

Si un autor dramático y un director montan,por ejemplo, con capital privado una obra queobtiene éxito de público, y si ganan, pongamos,unos cuantos millones en un año, corren un granriesgo de verse despreciados por haber hechoconcesiones a una práctica básicamente comercialdel teatro. Si por el contrario, otro autor dramáticoy otro director montan, esta vez gracias a unasubvención oficial de la misma cantidad demillones, una obra tan buena o tan mala que serepresenta dos veces ante un público de invitadospara luego caerse del cartel, entonces son

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considerados grandes hombres que se sacrificanpor una concepción “exigente” (¡y cuánto!) de suarte. Los primeros han dado de comer a unosactores, técnicos, decoradores, camareros,cajeros, contables, operarios, durante doce meses,han pagado un alquiler e impuestos, pero sólo sontenderos. Los segundos han desvalijado a loscontribuyentes aprovechándose de los favores deun ministro: son alabados por la crítica e invitadosa la fiesta en los jardines del Elíseo el 14 de julio.

Lo que los franceses detestan no son lasdesigualdades, sino las desigualdades que nootorga el Estado. Nada lo ha ilustrado mejor que lapopularidad de las huelgas de los serviciospúblicos durante el invierno de 1995-1996. Esashuelgas tenían como fin impedir que se revisaranlas exorbitantes ventajas del derecho común —losprivilegios en sentido propio— que en Franciaposeen los asalariados del sector público encomparación con los del sector privado. Puesbien, los huelguistas recibieron el aplauso inclusode trabajadores del sector privado, víctimas ypagadores de este sistema igualitario, y los

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sociólogos de la ultraizquierda, en teoríacampeones de la igualdad y en la práctica tambiénprivilegiados, invulnerables, subvencionados depor vida a cambio de muy poco trabajo por lasociedad que hacen como que quieren destruir.

Este dato profundo de la cultura francesa —las desigualdades dictadas por el poder y lascorporaciones públicas son buenas, las queresultan de las diferencias de eficacia entre losindividuos son malas— explica el fracasopermanente del liberalismo en Francia, pero vistoal revés de la doctrina de los clásicos francesesdel liberalismo y no sólo de los “anglosajones”.

En el capítulo de sus Recuerdos en el querelata los trabajos de la Comisión constitucional,en 1848, Tocqueville observa que un conservadorcomo Vivien es tan estatalista-centralizador comoMarrast, quien “pertenecía a la raza común de losrevolucionarios franceses que siempre hanentendido por libertad del pueblo el despotismoejercido en nombre del pueblo”. Una vez señaladoque ese súbito acuerdo en la idolatría del Estadoentre un hombre de derechas y un hombre de

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extrema izquierda no le había sorprendido,Tocqueville añade: “... Había notado desde hacíatiempo que el único medio de poner al unísono aun conservador y a un radical era atacar, no en suaplicación sino en su principio, el poder delgobierno central. Era seguro que ello lograría queambos se abrazasen. Por eso, cuando alguienpretende que en Francia no hay nada que esté alabrigo de las revoluciones, digo que no es cierto,que el centralismo lo está. En Francia no hayprácticamente más que una cosa que no se puedahacer: un gobierno libre, y una sola institución queno se pueda destruir: la centralización. ¿Cómopodría ésta perecer? Los enemigos de losgobiernos la aman y los gobiernos la adoran. Escierto que, de vez en cuando, éstos se dan cuentade que les expone a desastres súbitos eirremediables, pero no les molesta. El placer queles procura mezclarse en todo y tener a todos en elpuño les hace soportables los peligros”.

Las enseñanzas de esta página de Tocquevillesiguen siendo válidas hoy día. La mayoría de losfranceses aman más al Estado que a la libertad.

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Tocqueville insiste con frecuencia en ese gusto delos franceses por la centralización estatal y, enciertos aspectos, da la razón a los que consideranque se remonta atrás en la lejanía. Pero lo quetambién se remonta atrás en la lejanía es elpensamiento liberal francés, aunque lo hayamospuesto mucho menos en práctica que lo que losingleses o norteamericanos han aplicado el suyo.Queda por decir que, en Francia, el dirigismoeconómico propiamente dicho ha ocupado el lugarpreponderante que ocupa en la actualidad a partirde la II Guerra Mundial. Desde su llegada al poderen 1981, la izquierda unida de los socialistasaliados con los comunistas ha potenciado aún máseste modelo, a la vez que provocaba su naufragio206.

Pero, como no nos cansamos de constatar, elsocialismo no es jamás el origen de sus propiosfracasos. Las “políticas de empleo” que culminanen récords de paro no perturban a ningún espíritu“voluntarista” como tampoco lo hace el que bajeel paro debido a que la liberalización progresa.Según los periódicos y autores de izquierda, el

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liberalismo es responsable de los fracasossocialistas, las democracias son responsables delcaos que ha dejado tras sí el comunismo, lasNaciones Unidas son responsables del racismoque empuja a las etnias africanas a masacrarseentre sí, y el Banco Mundial, con la ayuda delFondo Monetario Internacional, es responsable deque los dictadores de los países pobres desvíen laayuda internacional, así como la OrganizaciónMundial del Comercio es responsable del rechazode los países subdesarrollados, y en particularChina, a aceptar las cláusulas sociales de trabajoque desearía hacerles adoptar.

* * * Las imprecaciones de ritual contra el liberalismoson tanto más sorprendentes cuanto que, desde laextinción del socialismo, todos los gobiernos delmundo marchan hoy a pasos agigantados en esadirección. Los gobiernos más acerbamente encontra hacen, en la práctica, lo contrario de lo quepredican en teoría. Algunos lo hacen de mala gana,

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como los gobiernos franceses de izquierda —condenados a arrastrar la cadena de sus aliadoscomunistas y otros grupúsculos tan “plurales”como poco dotados— o lo hacen con retraso, y,por tanto, sacan menos ventajas que los gobiernosque han sido más rápidos en coger y seguir elsentido de la evolución mundial. Pero no hay nadaque pueda oponer una resistencia real y duradera aesta evolución. Las declaraciones parareconocerlo brotan en todos los países. "Esimposible una vuelta atrás en Brasil”, proclamaGustavo Franco, ex gobernador del Banco Centralde ese país, que fue uno de los más dirigistas yproteccionistas. La liberalización, desarrollaFranco, ha procurado a Brasil la estabilización, laapertura económica, fructuosas privatizaciones, elregreso de la inversión extranjera 207. En losmismos términos y por las mismas razones sepuede describir la estabilización de Argentinadurante los diez años de presidencia de Menem, de1989 a 1999. Al término de dicha presidenciaapareció una recesión, pero en nada comparable alcaos con que se encontró Menem a su llegada. Su

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sucesor, Fernando de la Rúa, elegido en octubrede 1999, pretende seguir la vía... de Tony Blair.Es interesante resaltar que los medios decomunicación han subrayado sobre todo la relativarecesión sobrevenida durante el último año deMenem. Traducción: ¡A esto es a lo que lleva elliberalismo! Es olvidar voluntariamente queArgentina debe a Menem la estabilizacióneconómica y la consolidación democrática. En1989, la inflación era de mi 5.000 por cientoanual. En los escaparates de las tiendas de BuenosAires se anunciaba cada hora tos cambios de cursodel dólar y los precios de las mercancías. En 1999la inflación era de un 2 por ciento. En diez años, elproducto interior bruto aumentó en un 40 porciento. Finalmente, Argentina, deshonrada por losaños de dictadura, ha vuelto a ser un paísrespetado por la comunidad internacional. Escierto que persisten el paro y la pobreza, pero handisminuido.

Cuando se escribe que Menem ha“sacrificado la dimensión social del peronismo”

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habría que acordarse de que, durante los nueveaños de su dictadura (1946-1955) Juan Peróntransformó un país que, en 1939, tenía la mismarenta per cápita que Gran Bretaña en un paíssubdesarrollado. Alabar esta hazaña que golpeósobre todo a los pobres revela un extraño conceptode lo que es una política social.

Argelia, uno de los países africanos que, sinser un satélite de la URSS, había copiado másservilmente las recetas económicas soviéticas,también dice: “¡Adiós al socialismo!” 208. Laliberalización económica se acelera desde 1998 yse introduce en las costumbres. “En todos losmedios”, se puede leer en Jeune Afrique,“incluidos los más modestos, y sobre todo entrelos más jóvenes, la apertura al exterior es más queun deseo: es una pasión”. A partir de los ochenta,dos partidos laboristas del hemisferio sur, uno enAustralia y otro en Nueva Zelanda, habían yalevantado acta del fracaso del “Old Labour” einventado el “blairismo” diez años antes de queTony Blair lo hiciera en Gran Bretaña. EnAustralia, el gobierno laborista de Robert Hawke

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redujo los impuestos, moderó los salarios ydesregularizó la economía tanto como lo hizo, enese momento, el “conservador” Ronald Reagan enAmérica. Tal es la condición de una real políticade empleo y de ayuda a los más pobres, sostiene elprimer ministro, “New Labour” anticipado: “Hayque ser tonto o estar cegado por los prejuicios”,comenta, “para no entender que hay que tener unsector privado vigoroso y en expansión si unoquiere ocuparse con eficacia de mejorar la suertedel mayor número de gente posible” 209. Delmismo modo, la liberalización de Nueva Zelandafue obra de un laborista, David Lange, primerministro de 1984 a 1989. Privatizó la mayoría delas empresas estatales, incluidas las líneas aéreas,las minas, el petróleo, la explotación forestal, laelectricidad. “Los socialdemócratas”, llegó adecir Lange, “deben aceptar las desigualdadeseconómicas porque son el motor de la economía ensu conjunto” 210. ¿Fue para castigar tantainsolencia por lo que François Mitterrand ordenóen 1985 hundir con una bomba el RainbowWarrior, un barco de Greenpeace, en el puerto

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neozelandés de Auckland? Ese atentado de Estadoque causó dos muertos, un fotógrafo portugués y elhonor de Francia, no frenó en cualquier caso laascensión económica neozelandesa, brillante en unmomento en que Francia se hundía con unaindomable energía “progresista” en el paro, laexclusión, la recesión, el hundimiento monetario211.

El error de la izquierda es desconocer que laliberalización no obliga al abandono de losprogramas sociales. Obliga, es cierto, agestionarlos mejor. Para los socialistas franceses,el criterio de una buena política social es laimportancia del gasto, no la inteligencia con el quese hace. El resultado es secundario. Así, enFrancia, hay mil cien “barrios” fuera de la ley, unrécord sin equivalente en otros países de la UniónEuropea. Pero nos consideramos más “sociales”que ellos porque “desbloqueamos” una cantidadenorme de dinero para los barrios periféricos.¿Para qué sirve este dinero? ¿Cómo se utiliza? ¿Aquién beneficia? ¿Hay despilfarro? ¿Desvíos?¿Por qué este abismo entre la amplitud de los

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créditos y la delgadez de los resultados? Planteartales cuestiones sería insertarse en una “lógicaliberal”, una sórdida mentalidad de rendimiento.Lo principal es que los “ricos” paguen, incluso silos pobres no reciben nada.

Holanda, Suecia (que estaba al borde de laquiebra en 1994), han logrado liberalizar suseconomías un poco al modo de Nueva Zelanda, sinrenunciar por ello a sus presupuestos sociales perogestionándolos mejor. Y, sobre todo, liberalizandomucho la producción. Suecia se lanzó a lacompetitividad y a la empresa. También privatizólas industrias, las telecomunicaciones, la energía,los bancos y los transportes. Su reencontradocrecimiento proviene de compañías que, en sumayoría, no existían en 1990, pertenecientes, sobretodo, al ámbito de la nueva tecnología. Holanda hareconquistado el pleno empleo, hasta el punto deque le falta mano de obra y tiene que hacerla llegarde Gran Bretaña, Irlanda y Polonia. Esasrecuperaciones no se deben sólo a lasprivatizaciones, también provienen de unareducción del déficit del presupuesto del Estado,

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de un control más atento y severo de los gastossociales, para eliminar los falsos parados u otrosabusos y para hacer luchar contra la asistenciacomo modo de vida 212.

Tanto en Europa como fuera de ella cae eltelón, no sólo sobre el socialismo clásico sinotambién sobre la “tercera vía”, tomando el títulodel artículo de Seymour Martin Lipset 213. Por otraparte, ¡qué cementerio de terceras vías —tambiéndenominadas “economías mixtas”— ha sido elsiglo XX! Los socialistas franceses que, en 1981,querían la “ruptura con el capitalismo” se hanconvertido en social-demócratas. Los que eransocialdemócratas son liberales, aunque se hayanbautizado con el nombre de “social-liberales”.Hay que vivir. Los antiguos comunistas italianos,con su nuevo partido “democrático de laizquierda", se convierten, en la última década delsiglo, en más liberales que la izquierda y laderecha francesas. Ha resultado que la “Europarosa”, tan celebrada cuando Prodi, Blair ySchröder llegaron al poder en sus respectivospaíses, enseguida demostró ser contradictoria,

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incoherente y mítica. Añadidas a lasliberalizaciones suecas, holandesas y danesas, lasde las ideas de Blair y Schröder muestran que lossocialistas eran, quizá, mayoritarios en Europa,pero estaban desunidos.

Su desacuerdo se hizo patente cuando enjunio de 1999 Blair y Schröder hicieron públicoun manifiesto titulado La vía a seguir para lossocialdemócratas europeos. Preconizaban ladisciplina financiera, el control del gasto público,la disminución de esos impuestos abrumadorespara las empresas y los particulares, laflexibilidad de empleo, la ruptura con la sociedadde asistencia y la vuelta a la sociedad de trabajo,la reducción de la burocracia pública, laredefinición del papel de un Estado realmenteactivo. En resumen, Blair y Schröderrecomendaban justamente lo contrario de lo que enese momento hacía el gobierno francés.

Este, como es comprensible, vivió elmanifiesto como una agresiva crítica contra él.“Blair-Jospin, el choque de dos izquierdas”, titulóel Nouvel Observateur 214, que publicó también

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los pensamientos del ministro de AsuntosEuropeos, Pierre Moscovici, “cercano” a LionelJospin, en una entrevista titulada “¡No a TonyBlair!”. El primer ministro británico jamás habíaestado en olor de santidad entre la izquierdafrancesa, siempre despreciativa con lo quedenomina la “izquierda norteamericana”, de la queen su opinión formarían parte un Mario Soares, unMichel Rocard. ¿Acaso no había impulsado Blairel espíritu de doble colaboración —lacolaboración de clase y la colaboración conEstados Unidos— hasta llegar a proponer alconjunto de los partidos socialistas europeosunirse con el Partido Demócrata estadounidensepara crear una confederación mundial de centroizquierda que sustituiría a la InternacionalSocialista? En otros términos, quería quevolviéramos a subirnos a los árboles con elpretexto de modernizar la izquierda. Cuando TonyBlair fue invitado a pronunciar un discurso en laAsamblea Nacional francesa, se pudo oír a variosdiputados socialistas exclamar “¡lamentable!” conuna voz lo suficientemente alta como para que se

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oyera hasta en las tribunas del público. ¿Es elblairismo algo más que “un thatcherismo conrostro humano”?, se preguntaba en un excelenteartículo publicado en Les Temps modernesPhilippe Marlière, en el que, entre otras, refiere lasiguiente anécdota edificante: “Con motivo de lacumbre franco-británica de Londres, en noviembrede 1997, Tony Blair se entrevistó con JacquesChirac. El primer ministro británico elogia alpresidente francés los méritos de una economía‘desregularizada’ y ‘flexible’. Chirac escucha,perplejo, y a guisa de respuesta dibuja el retratode una economía en la que aparece un Estado másintervencionista. Ante la insistencia de su invitado,Jacques Chirac concede, divertido, que noesperaba tener que defender un modelosocialdemócrata moderado ante un primer ministrolaborista” 215. ¿Qué sería en Francia de laizquierda sin la derecha?

Alterados por el manifiesto Blair-Schröder,los socialistas franceses se sintieron vengados ytranquilizados cuando, en el verano y otoño de1999, el canciller alemán comenzó a deslizarse

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por la pendiente de una sucesión de catástrofeselectorales, en las que el SPD perdió inclusoalgunas de sus más inmemoriales plazas fuertes. Laprensa francesa de izquierda y los medios decomunicación vieron en ello la prueba del rechazode la opinión pública alemana a las concesionesdel “nuevo SPD” al neoliberalismo. Era olvidar elpequeño detalle de que, dejando a un lado el casomuy particular analizado más arriba de losprogresos del partido ex comunista en los länderdel Este, a Schröder le habían ganado en todaspartes no por la izquierda, es decir, por los fíelesdel viejo marxista Oskar Lafontaine (ministro deFinanzas que dimitió en marzo de 1999) o por losVerdes (que retrocedieron aún más que el SPD)sino por la derecha, por los liberales de la CDUdemócrata cristiana. Esos votos no expresaban,pues, ningún deseo de retorno al paleosocialismo.Sólo ponían aún más en evidencia lascontradicciones de la Europa rosa, y en particularde la Francia rosa, llevadas por la corriente delrío liberal e intentando agarrarse a las ramascortadas de las ideologías caducas.

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Desde hacía años, los partidos del sur deEuropa, a excepción del Pasok griego, habían dadoese “giro liberal”, más que los del oeste o los deleste. Desde los comienzos de la transicióndemocrática española, el PSOE de FelipeGonzález tachó de su programa lasnacionalizaciones, como lo hicieron los socialistasportugueses cuando volvieron al poder tras losdiez años liberales de Cavaco Silva, de 1985 a1995. Pero fue en Italia donde los teóricos de laEuropa rosa cometieron los contrasentidos másdivertidos. Trasladémonos a las eleccionesgenerales del 21 de abril de 1996.

No son, como se ha dicho en Francia conénfasis, un giro histórico, la primera victoria de laizquierda tras la guerra. La mayoría surgida de lasurnas es de centro izquierda, y sus dirigentes sesitúan más al centro que a la izquierda. Y lahistoria política italiana está jalonada degobiernos de centro izquierda desde los añossesenta, es decir, desde que el Partido Socialistacomenzó a practicar alianzas con la DemocraciaCristiana. En 1965, y no es más que un ejemplo,

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Pietro Nenni, jefe histórico del PSI, fuevicepresidente del consejo de ministros en ungobierno de Aldo Moro, el dirigente demócrata-cristiano asesinado en 1978 por las BrigadasRojas. De 1983 a 1986 fue un socialista, BettinoCraxi, quien dirigió el gobierno que ostenta elrécord de duración en la historia de la IRepública.

¿Hay que considerar un giro histórico laparticipación de los comunistas en un gobiernodirigido por el centrista Romano Prodi? No,porque ya no son comunistas. En 1991, repitamoslo que los franceses parecen no querer constatar,el Partido Comunista Italiano abrazó la economíade mercado, tomando el nombre de PartidoDemocrático de la Izquierda, PDS, que seconvirtió en miembro de la Internacional...Socialista. Hace ya cinco años que los ministrosdel PDS, cuando entraron en el gobierno Prodi,giraron al centro izquierda.

Por otra parte, ese centro izquierda, unsegundo error que hay que corregir, no logró en1996 una victoria aplastante. No hubo una oleada

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(maremoto) de izquierda. Todo lo contrario, lacoalición llamada el Olivo consiguió en el paísmenos votos que el total de los partidos dederecha, exactamente 428.894 menos. Si el Olivoconsiguió legítimamente más escaños en las doscámaras que sus adversarios es porque las trescuartas partes de los parlamentarios se eligen porescrutinio mayoritario uninominal a una vuelta. Yla izquierda supo permanecer unida y no presentarmás que un candidato en cada circunscripción. Porel contrario, la derecha, dividida, presentó casi entodas partes varios candidatos rivales algo que,con tal tipo de escrutinio, no se perdona.

Finalmente, el programa de Romano Prodi nose distinguía del programa de reducción de déficity defensa de la moneda que, desde el tratado deMaastricht, prevalece en el conjunto de Europa.Tomaba como modelo expresamente la políticaseguida por el canciller Kohl en Alemania, con elobjetivo de hacer que la lira entrara en el SistemaMonetario Europeo y satisfacer los criterios deMaastricht con vistas a la moneda única. Prodiprosiguió, igualmente, las privatizaciones,

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comenzando de inmediato por la de lastelecomunicaciones.

Los dos únicos partidos italianos opuestos aesta política liberal europea eran, a la derecha, laAlianza Nacional (ex fascista) y, a la izquierda,Refundazione Comunista, la minoría del PCI quese había negado a la socialdemocratización de1991 y permanecía fiel al marxismo.

A finales de 1998, el gobierno Prodi fuesustituido por un gobierno D’Alema. El hecho deque el presidente del PDS fuera presidente delConsejo hizo trepidar de alegría a lospaleosocialistas europeos. ¡Imagínense! ¡Uncomunista al frente de un gobierno italiano! No sepuede por menos que pensar que la ceguera ante lahistoria proviene ineluctablemente de lasconvicciones marxistas. En su prefacio a un librode Dominique Lecourt sobre Lyssenko 216, LouisAlthusser escribía; “Marx ha dotado a los partidoscomunistas, por primera vez en todos los tiempos,de los medios científicos para comprender laHistoria”. ¡Pobre Louis! Cómo lamento que ya noestés entre nosotros para reírte conmigo a

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carcajadas si te releyera esta frase que sin dudaescribiste para complacer a los ayatolás que terodeaban.

No era en absoluto hacer uso de losincomparables “medios científicos paracomprender la Historia”, legados a la izquierdapor el marxismo, encontrar el mínimo punto comúnentre el PCI de 1948 y el PDS de 1998. El PDS hacedido a lo privado, por citar un ejemplo“emblemático’, la tercera parte de Entel, elequivalente a nuestra EDF. Massimo d’Alemaañade a su adopción del mercado, a su aceptaciónde la OTAN (de la que Italia fue el miembroeuropeo más “operativo" y el más afecto cuando laintervención en Kosovo), unas declaraciones afavor de la flexibilidad de empleo que en Franciani siquiera haría la derecha. “La era del empleo depor vida ha terminado”, repite D’Alema en undiscurso en la Feria de Levante, en Bari 217,retomando su leitmotiv. “Más flexibilidad creamás trabajo”, había va proclamado en la Bolsa deMilán 218. Y la experiencia Italiana le da razón. Si,en efecto, el paro medio en Italia es sensiblemente

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el mismo que en Francia, alrededor de un 11 porciento en 1999, su reparto geográfico es muydesigual. Las provincias de la mitad norte, Friuli,Venecia, Lombardía, Oiamonte, Emilia-Romagnay, en menor grado, Umbría y las Marcas, tienen unparo “a la americana” que va del 3 al 5 o al 6 porciento. No es extraño que la alcaldía de Bolonia,que desde la guerra parecía un bastión comunistainexpugnable, pasara a la derecha en 1999.Después de todo, y dado que el liberalismo teníaéxito, ¿por qué no elegir a un auténtico liberalantes que a un comunista arrepentido? Lo quecatapulta hacia arriba la media del paro en Italiaes el estado en que se encuentra el empleo en lasprovincias del sur del Lacio. Ello nos lleva a la yavieja “excepción” del Mezzogiorno, cuya “cultura”social y mentalidad pesan más en el empleo quelos factores económicos.

Cuando el gobierno socialista francés seerige en donador de lecciones frente a los otrospaíses de la Unión Europea reprochándoles noadoptar su mirífico “pacto para el empleo” roza elridículo, pues la mayoría de esos países ya han

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borrado una parte apreciable del paro. En laclasificación de los Quince, en lo que al empleo serefiere, Francia, a pesar de una mejora en 1998 y1999, forma parte de los tres últimos en compañíade Finlandia y de España. Como el nuestro, elparo español parece felizmente haber entrado enuna pendiente descendente, pero lo menos que sepuede decir es que aferrándonos al socialestatalismo, no hemos sido en ese ámbito pioneros.

Además, la disminución del paro de la quehace alarde el gobierno de Lionel Jospin pareceexistir sobre todo en unas estadísticas muydudosas. Le Point 219 llega incluso a emplear lasevera expresión de “cifras amañadas” en un largoartículo, sólidamente argumentado (tapizado,sustancioso), de Marc Nexon. Este periodista llegaa la siguiente conclusión: “Tras las buenas cifrasanunciadas cada mes por el gobierno se escondeuna cocina en la que se cuece la mentira. La únicacategoría retenida es aquella en la que,efectivamente, la disminución es efectiva. Pero hayotras en las que pasa lo contrario. Las supresionesà tout va, los parados de larga duración que ya no

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tienen derechos, y los miles de empleos parajóvenes creados adornan todavía unas cifras queno tienen más que una lejana relación con unarealidad poco alegre”, pero sin esa “cocina” laperformance oficial no fuerza en absoluto a laadmiración, puesto que el paro medio de lospaíses del G7 a finales de 1999 es del 6,2 porciento y el de Francia del 10,8 por ciento, casi eldoble de la media de las economías comparables.No es nada extraño, pues, que la “soluciónfrancesa” no tenga discípulos.

La adhesión de la izquierda italiana alliberalismo o, más exactamente, su nuevapercepción del liberalismo, no como el contrariosino como la condición de una política deizquierda, rompe, pues, con las ensoñacionescaducas de la izquierda francesa, que van conmuchas etapas de retraso con respecto a laevolución del resto de Europa. Por lo mismo, lacrítica al comunismo es más radical en los excomunistas italianos que en los socialistas“plurales” franceses.

Citaré al respecto uno de los más recientes

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ejemplos de ese desfase: el artículo de WalterVeltroni, secretario del PDS, publicado en LaStampa el 16 de octubre de 1999.

Veltroni recuerda en primer lugar que, en eldocumento que ha redactado con vistas al próximocongreso de su partido, define el siglo XX como“el siglo de la sangre, el siglo en el que loshombres han podido imaginar y llevar a la prácticael genocidio de los judíos, el siglo de Auschwitz,de las víctimas de la persecución nazi, y tambiénel siglo de la tragedia del comunismo, de IanPa l ach 220, del gulag, de los horrores delestalinismo”. A los que habían reprochado al PDSla timidez de su autocrítica, Veltroni responde:“Hemos puesto al estalinismo al nivel del nazismo,el gulag al mismo nivel que Auschwitz, definido elcomunismo como tragedia del siglo”. ¿Se puededecir más claro? La asimilación de los dostotalitarismos, que todavía en Francia constituyeun sacrilegio, incluso entre la derecha, se veoficializada en Italia por la pluma de un grandirigente del PDS que dice a continuación:“Justicia y libertad son dos valores inseparables...

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Comunismo y libertad han demostrado serincompatibles, ésa ha sido la gran tragediaeuropea de después de Auschwitz”. A losobjetores que piden al PDS que “rompa todo lazocon la política pasada del PCI", el secretarioresponde: “Hemos hecho más. Hemos disuelto elPCI. Y lo hemos hecho hace diez años”. Elpresidente en persona, Massimo d’Alema, ya habíadeclarado en febrero de 1998, en el discurso declausura del congreso de su partido: “Elcomunismo se ha transformado en una fuerza deopresión, un totalitarismo culpable de crímenesgigantescos".

Esta honestidad contrasta con la cabezoneríamarrullera de un Robert Hue que clama que seniega a renunciar a que su partido se llame“comunista”. Investigado por una presuntafinanciación fraudulenta del PCF, denuncia un“complot político”: “Hay en este país una lucha declases intensa”, declara este visionario, “estamosen una situación en la que hay un PC y fuerzasliberales que empujan muy fuerte” 221. Entre losdos secretarios nacionales, el italiano y el francés,

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hay, como poco, un siglo de diferencia.Pero no teman, el artículo de Veltroni no

gustó a todo el mundo. Provocó gritos de alegría yvociferaciones polémicas. Pero éstas fueron de unnivel muy diferente al de los contraataquesfranceses. La publicación del Libro negro enitaliano había provocado ya, hacía dos años, unvivo debate en el que, al lado de las groserastrampas habituales y de las machaconasbanalidades, prevalecía un sentimiento deresponsabilidad histórica que en Francia es ahorararo. Así, en La Repubblica, diario de centroizquierda comparable a Le Monde, Sandro Violaescribía: “Que este libro nos sirva para no olvidarque en nuestra juventud hemos coqueteado con unaIdea infame, admirado a hombres repugnantes ygirado la cabeza para no ver que la Idea estabaproduciendo un número infinito de crímenes” 222.

Lo que Walter Veltroni, además, tuvo lalealtad de admitir en su ya famoso artículo de LaStampa es que a lo largo del siglo ha existido unanticomunismo democrático. Así refutaba lamentira trasnochada que se empeñaban en sacar

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adelante en Francia los comunistas y sus amigos, asaber, que todo anticomunista era necesariamentede extrema derecha, es decir, fascista, y, por tanto,un “perro", como decía Jean-Paul Sartre.

Que esa puntualización provenga de los dosmáximos responsables de un partido que es a lavez heredero y sepulturero del PCI contribuye ademostrar que la Europa rosa está lejos de serhomogénea.

Además, cada vez es menos rosa, empujadacomo está hacia el mercado por la liberalizacióninherente a la lógica de la Unión Europea y por lamundialización en la que esa Unión Europea debeparticipar si quiere llegar a ser el contrapeso de lapotencia económica norteamericana que aspira aser. El socialismo se perpetúa entre nosotros bienbajo la forma de medidas llamadas“voluntaristas”, que casi siempre tienen el efectocontrario al resultado buscado, bien bajo la formade subvenciones clientelistas disfrazadas depolíticas de solidaridad. Tanto las unas como lasotras serán en un futuro cada vez menoscompatibles con el mercado. En la reunión de los

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dirigentes de la izquierda democrática europea, alos que se habían sumado el presidente de EstadosUnidos y el de Brasil, para debatir, en Florencia,el 21 de noviembre de 1999, el “progresismo en elsiglo XXI”, Lionel Jospin hizo una distinción entre“economía de mercado” y “sociedad de mercado”,aceptando la primera y rechazando la segunda.Aceptar la economía de mercado significa yarepudiar el socialismo, palabra que no quieredecir nada si pierde su significado primero desupresión de la propiedad privada de los mediosde producción y de intercambio. Rechazar la“sociedad de mercado” no compromete a mucho,pues una realidad que jamás ha existido no puededejar de existir. En toda sociedad, desde el origende los tiempos, hay actividades, valores,instituciones que por su naturaleza escapan almercado. Lo importante es dejar al mercado lo quele corresponde, pero no todo le corresponde. Elsocialismo entiende someter al Estado lo quepertenece al mercado y a la regulación lo quepertenece a la libertad individual. El liberalismono entiende en absoluto someter al mercado lo que

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no le corresponde. Pretender prolongar la vidavacilante del socialismo con la ayuda de un Estado“regulador” del mercado no es más que unconsuelo verbal. ¿Por qué el Estado francés no ha“regulado” el Crédit Lyonnais o Elf-Aquitainecuando era su propietario en lugar de dejar que sepudrieran a base de pérdidas y de corrupción, paraa continuación desvalijar a los contribuyentes,obligados a pagar la factura? ¿Por qué no “regula”,para empezar, el Estado mismo y lascolectividades territoriales, la Mutua Nacional delos Estudiantes de Francia, la Caja de Pensionescomplementarias de los cuadros, en resumen, losgrandes parásitos nacionales, entre los quetambién se encuentran el comité de empresa deEDF o nuestras diez mil asociacionessubvencionadas “lucrativas sin objetivo”? 223. Yen lo que al “socialismo de mercado” se refiere,es una contradicción en sus términos y un maljuego de palabras. La fórmula recuerda ladefinición que de su política económica daba en1970 el general Velasco Alvarado, dictadorsocialista del Perú: “El gobierno revolucionario

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de las Fuerzas Armadas no es ni capitalista nicomunista, sino todo lo contrario”.

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Capítulo XIII

Ultraizquierda yantiamericanismo“L OS violentos hacen temblar a Ginebra”, titulael diario suizo Info-Dimanche el 17 de mayo de1998. En efecto, cinco mil contestatarios habíaninvadido la ciudad el sábado 16, aunque no paraprotestar contra la presencia, ese día de FidelCastro en Ginebra, porque los comunistas quemandan fusilar son en general bienvenidos en lasdemocracias, sino contra la mundialización, laliberalización de los intercambios comerciales yla reunión en Ginebra de la OMC (OrganizaciónMundial del Comercio) prevista para el lunessiguiente. Escaparates rotos, coches incendiados,tiendas saqueadas: la ideología ultraizquierdistaresurge, en ese mayo de 1998, al asalto delcapitalismo en una de sus plazas fuertes porexcelencia.

Desde 1994, el ejército denominado

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“zapatista” (de Emiliano Zapata, héroe campesinode la Revolución mexicana de 1911) pareceresucitar en la meridional región mexicana deChiapas las formas más primitivas de la revueltade masas rurales. Qué contraste con el resto delpaís que se moderniza, liberaliza, e incluso sedemocratiza más que nunca. Por otra parte, enoctubre de 1997, la izquierda ha celebrado confervor en todo el mundo, al menos en el mundouniversitario, el treinta aniversario de la muerte deErnesto Guevara, el “Che”, desgraciado ejemplodel fracaso político de las estrategias de guerrilla.¿Pero no es acaso el fracaso un modelo para laultraizquierda?

En Alemania, los Verdes reclaman, durante suCongreso de marzo de 1998, la supresión de todala industria de electricidad nuclear, la disoluciónde la OTAN y el aumento del precio de la gasolinade 1,70 marcos a 5 marcos el litro. Tres mesesmás tarde renunciarán a esta última exigencia aldarse cuenta de que es un método infalible deponer en fuga a los electores. En Italia, la suertedel gobierno de Prodi dependió desde su

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nacimiento —apenas elegida en 1996 su nueva ycompuesta mayoría— del pequeño grupo de lostreinta y cuatro diputados de RifondazioneComunista, los marxistas leninistas arcaicos que,tras el hundimiento de la Unión Soviética, sehabían negado a seguir en su modernización algrueso del Partido Comunista Italiano que seconvirtió en el Partido Democrático de laIzquierda (PDS). El pequeño grupo de los“refundadores” 224 obstaculizó durante meses laampliación de la OTAN, deseada por el muyeuropeo presidente del gobierno Prodi, a favor dePolonia, Hungría y la República Checa. Lanegativa de una parte de los diputados“refundadores” a votar el presupuesto del Estadoterminaría por provocar la caída, en otoño de1998, del gobierno Prodi.

En Francia, la llamada “izquierda roja” o“izquierda de la izquierda” ofrece el paradójicocaso de un elitismo que se podría calificar depopulista. En efecto, los principales inspiradoresde esa corriente pertenecen a la alta intelligentsiae incluso a la alta nobleza universitaria: Collège

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de France, École des Hautes Études en SciencesSociales, Centre National de la RechercheScientifique. Privilegiados, invulnerables, estánsubvencionados de por vida, a cambio de muypoco trabajo, por la sociedad que quieren destruir.Pero, lejos de ser confidenciales, sus libros tienengran éxito de ventas. Sobre la televisión yContrafuegos de Pierre Bourdieu, el jefe de estaescuela, o los Nouveaux Chiens de garde de SergeHalimi (en referencia a Chiens de garde, elpanfleto contra los filósofos “burgueses”,publicado por Paul Nizan en 1932), figurarondurante meses en los palmarés de éxitos de venta.Los publican en su propia editorial: Liber-Raisonsd'agir. La influencia de esos autores en la opiniónpública va más allá de la lectura: su apoyo a lashuelgas del invierno de 1995-1996, a lasreivindicaciones de los inmigrantes clandestinos,los sin papeles, a las de los parados de largaduración, antes y después de la Navidad de 1997,suministraron a esas manifestaciones unainterpretación doctrinal y una resonancia mediáticaembarazosas para los gobiernos de derecha y de

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izquierda, incluso, y sobre todo, para el gobiernode Lionel Jospin. El semanario L'Evénement dujeudi (25 de junio de 1998) en una investigaciónsobre la “red Bourdieu” da 1 éste el título de “másinfluyente de los intelectuales franceses”.

El pensamiento “ultrarrojo” se traduce, pues,en consecuencias políticas hasta el punto derenovar la sangre electoral de los trotskistas y delos izquierdistas, que, de pronto se vuelveneruptivos, se introducen en los sindicatos yconstituyen una amenaza para el PartidoComunista, que se ve desbordado por la izquierda.Tras las elecciones regionales de la primavera de1998 lo que más se comentó fue el resultado de laextrema derecha, que, sin embargo, estabaestancada en torno al 15 por ciento logrado diezaños antes, y se subrayó menos la novedad delsensible aumento de la extrema izquierda, quetriplicó sus resultados de las elecciones regionalesprecedentes, las de 1993, mientras el PartidoComunista parece irremediablemente petrificadoen menos del 10 por ciento del total de votosemitidos. ¿Va a caer más bajo? Su secretario

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nacional, Robert Hue, asustado, se lanza a lademagogia. Compite con la ultraizquierdaexigiendo a gritos, con un vocabulario de otrasépocas, que se “aumente los impuestos a lospatrones” y extasiándose retrospectivamente anteel marxismo, “un soplo de aire fresco”, comodeclara a Libération (15 de mayo de 1998). Senecesita tener verdaderamente mucho calor parasentir, en 1998, el marxismo como un soplo de airefresco.

Se podría objetar que, en 1998, doce o trecegobiernos de la Unión Europea y un buen númerode gobiernos de otros continentes se consideran deizquierda y que, por tanto, la ultraizquierda va denuevo “a favor de la Historia”. Sería una visiónsuperficial. Como ya hemos visto, la mayoría delas izquierdas de gobierno no tienen nada que vercon lo que, hace dos o tres décadas, se entendíapor izquierda. Portugal u Holanda estángobernados por socialistas, pero el foso que lossepara de los socialistas franceses —que tambiénestán evolucionando hacia el “pragmatismo”— esmás profundo que los matices que les distinguen

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del gobierno español de José María Aznar,clasificado a la derecha. Por no volver amencionar los gobiernos italiano y británico,unidos a la izquierda por un hilo muy fino y,básicamente, verbal. El hundimiento delsovietismo, el acento liberal de varios de losviejos partidos socialdemócratas, como el SPD deGerhard Schröder en Alemania, el PartidoSocialista Sueco o el partido peronista de un viejopaís dirigista como Argentina o, incluso, el PartidoRevolucionario Institucional de México, laconversión de China a un capitalismo cada vezmenos controlado, todo indica que lasclasificaciones y el vocabulario políticos del sigloXX han estallado en pedazos. El partido llamado“revolucionario” dominicano es también, enrealidad, un pacífico partido socialdemócrata tanprudentemente reformista como sus congénereseuropeos o suramericanos. En política, como en lodemás, y más que en lo demás, no basta con leerlas etiquetas para saber el sabor del contenido delos frascos. La verdadera fractura se encuentra,pues, entre la izquierda liberalizada y la

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ultraizquierda radicalizada.La ultraizquierda es más visible en la medida

en que está más aislada. Ha dejado de ser unacorriente sumergida en la izquierda de gobiernoporque ésta profesa las ideas reformistas de laderecha de hace veinte años. La ultraizquierda sebeneficia de ese efecto óptico que agranda losislotes cuando el mar se retira durante la bajamar.Ha reunido a los nostálgicos de un pensamientoarcaico, los que han perdido toda esperanza deinfluir desde dentro en la práctica de los partidosde la ex izquierda clásica. El simplismo de susideas es aún más asombroso por emanar de unosintelectuales que disponen de todos los medios deinformación sobre la historia y las sociedades delsiglo XX: hay que hacer que los ricos paguen todoimpidiéndoles que ganen dinero: los periodistasson sin excepción lacayos del gran capital y delpoder político; el fracaso del comunismointernacional no ha sido una prueba de que fueraun mal sistema.

La ultraizquierda está, efectivamente,limitada al mundo intelectual. En Francia, a la

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sacudida de las elecciones regionales siguió elrepliegue de las elecciones europeas de 1999.Elecciones que, por otra parte, muestran tambiénun hundimiento suplementario del PartidoComunista, que cae un punto por debajo del yadeprimente resultado (8,6 por ciento) logrado enlas presidenciales de 1995. Así, aun conservandouna innegable aptitud para organizarmanifestaciones, sobre todo cuando apoyancombates de retaguardia corporativistas, laextrema izquierda, incluidos los comunistas, hadejado de ser un movimiento popular 225. A faltade ser electoral, su poder disuasivo, o lo quequeda de él, proviene casi exclusivamente de unafortaleza agazapada en el medio intelectual y delos periódicos que la defienden.

Por tanto, cuando finaliza este siglo en el quetanto han empujado a la humanidad a descarriarse,una cantidad no despreciable de intelectualeshabrán fallado, una vez más, en su misión. En lugarde ayudar al público a comprender lo que pasa, seaferran a sus calamitosos prejuicios con elpretexto de ayudar a los más débiles. Pero lo que

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hacen es contribuir a que se multipliquen al darleslos peores consejos, especialmente el de rechazarel mundo moderno en bloque. Un libro de PierreBourdieu, Contrafuegos, lleva como subtítulo“Reflexiones para servir a la resistencia (sic)contra la invasión (re-sic) neoliberal”. El escritormexicano Carlos Fuentes se precipita a Chiapaspara invitar a los desgraciados campesinos aprecipitarse en una violencia sin salida y sobretodo para adquirir con ello una gloria personal deintelectual “revolucionario”. En la época arcaicano se hacía mejor. Con frecuencia se ha podidoobservar que cuando una ideología está a punto dedesaparecer es cuando es más virulenta. Laultraizquierda no es una excepción. Su crecientemarginalidad en las urnas, en contraste con el éxitocomercial de algunos libros de sus pensadores,demuestra que su audiencia no está en las “masas”sino en las elites en el sentido más amplio deltérmino: las capas culturales que desde lo más altoa lo más bajo de la escala de la intelligentsia,llevan o siguen con pasión los debatesideológicos. Es evidente que los autores y órganos

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de la ultraizquierda suministran a una fracciónimportante, por no decir mayoritaria, de esascapas culturales lo que quieren oír.

¿Cuál es este mensaje? Por más atención quese ponga en la lectura de los textos que lovehiculan es imposible encontrar una renovaciónde la reflexión. Sólo se encuentra la vulgatamarxista más antigua, incluso en una versión aúnmás indigente que la del pasado. Se expresa enpocas palabras: hay que destruir el capitalismo; laprensa y los medios de comunicación estánvendidos al “pensamiento único” neoliberal; unaconspiración, heredera del viejo “complotanticomunista” amordaza a la ultraizquierda o lepone la trampa de supuestos debates en los que leretira con cualquier pretexto la palabra.

Ésa era una de las cantinelas de GeorgesMarchais, que pasaba decenas de horas anuales enla televisión quejándose de que jamás se leinvitaba. Pero iba. Pierre Bourdieu lo hace mejor:¡rechaza las invitaciones con el pretexto de que nose le invita! O, más exactamente, porque, según él,no le dejarían expresarse. Léase: porque, como en

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todo debate, correría el riesgo de que le plantearanalgunas objeciones. Comparada con la negativacategórica de Bourdieu, el diálogo monologadodel llorado Georges Marchais, en cuya compañíatuve el placer de encontrarme con frecuencia enlos platós, se convierte, retrospectivamente, en unmodelo de tolerancia, de finura y de amplitud demiras.

Hablando de experiencia, DanielSchneidermann desmenuzó bien en su ensayotitulado Du journalisme après Bourdieu 226 elfuncionamiento de esta idea fija circular que creaella misma las pruebas de lo que denuncia y queviene a ser: rechazo las discusiones porque losque me las proponen quieren discutir conmigo enlugar de limitarse a escucharme. Lo que demuestraque se me censura.

Recurrir a la self-fulfilling prophecyconstituye, además, la estrategia favorita de losestrategas de la ultraizquierda. Cuando elcapitalismo no hace suficientes estragos quierenrematar la demostración de su iniquidadreemplazándolo. Es lo que ocurrió en el ámbito de

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la educación con unas consecuencias mucho mástrágicas que vernos privados de la alegría deescuchar más a menudo a Bourdieu en latelevisión.

Los ideólogos de ultraizquierda habíanconstatado a comienzos de los años setenta que lateoría de Bourdieu sobre la escuela, expuesta en sulibro La reproducción , era falsa, y que la escueladenominada de Jules Ferry siempre había sido, yseguía siendo, un modo de ascenso social para losniños procedentes de medios modestos. Hicierontodo lo necesario para que dejara de serlo.Bastaba con reorganizar la enseñanza pública detal modo que a esos niños, que a todos los niños,les fuera imposible hacer buenos estudios, por muyestudiosos que fueran. El mejor medio de lograrloera destruir la enseñanza. Desde hace treinta años,los militantes de la corriente de I pensamientobourdivina se han adueñado en el Ministerio deEducación Nacional de todas las palancas demando del “pedagogismo” —que es una ideología,y no se debe confundir con la “pedagogía”, que esun arte— y lograron su objetivo: hicieron la

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escuela conforme a la teoría de Bourdieu. Laaplicación de los métodos inspirados porBourdieu ha hecho que las tesis de Bourdieu seanciertas. Ha transformado en realidades los males,hasta entonces imaginarios, denunciados porBourdieu. Es cierto que ahora, como ya no seenseña nada en la escuela, no puede servir de“ascensor social”. Fabrica toneladas de “fracasoescolar”, analfabetos inempleables e inempleados.Además, los ideólogos bourdivinos se permiten ellujo de denunciar esos desastrosos resultadoscomo daños del neoliberalismo cuando sonproducto de su propio pedagogismo totalitario.

Es asombroso ver hasta qué punto el campoconceptual de Bourdieu se asemeja al de losintelectuales comunistas de los años setenta. Así,en 1980, cuatro intelectuales comunistas publicanen Ediciones Sociales (la editorial del PCF) untexto sobre la cultura 227. Tras felicitarse porque“la acción cultural de las alcaldías dirigidas porcomunistas haya contribuido enormemente alaumento de la necesidad de cultura”, los autoresacusan al poder de haber “hecho de la cultura una

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mercancía”. ¡Qué original! Uno creería estaroyendo a un ministro socialista de 1999denunciando a la OMC. Lo que tiende a probar queel comunismo tardío de 1980 ha influido sobre elsocialismo francés del fin de siglo mucho más queel liberalismo. “La acción del poder en este sectortiene como objetivo desocializar al máximo lavida cultural, fomentar el repliegue sobre sí mismoy el individualismo”. Nos encontramos aquí con lafobia anti individualista de todos los totalitarios,de todos los reaccionarios, para los que laautonomía individual debe ser erradicada enbeneficio del alistamiento colectivo. ¿Qué hacerpara yugular “la contraofensiva ideológicaentablada en Francia por las fuerzas del grancapital”? Eliminar “esas mercancías fabricadaspo r industrias culturales: radios, cadenas hi-fi,televisiones, magnetófonos, magnetoscopios, fotos,casetes, discos, libros de bolsillo...”. En resumen,para salvar la cultura hay que suprimir la música,el cine, la fotografía, la literatura, lasinformaciones, el teatro televisado, las emisionesdedicadas al arte. Asombra la similitud entre esas

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excomuniones reaccionarias y las imprecacionesque veinte años después dedican Bourdieu y susdiscípulos contra la televisión, el mundo editorial,el periodismo, la cultura. Tienen la altura de mirasde la filosofía de un secretario de célula de 1950.

¿De dónde procede la idea de que latelevisión, y en general, los medios de difusiónaudiovisuales, son asesinos de la cultura? Eincluso de la libertad: ¿no establece Régis Debraye n Le Pouvoir intellectuel en France (1979) laequivalencia entre la represión policial en el estede Europa y la “gigantesca panoplia simbólica delos países capitalistas”, es decir, el omnipresenteenjambre de antenas de televisión? Dos poderestotalitarios: en el Este, Yuri Andropov y sushospitales psiquiátricos especiales; en Occidente,Bernard Pivot y sus “Apostrophes” 228.

En 1996, en un irónico y delicioso ensayo,Les Belles Âmes de la culture (Seuil), PierreBoncenne examina y sopesa las pruebas de laacusación. El autor, colaborador, precisamente, deBernard Pivot, primero en “Apostrophes” y luegoen “Bouillon de culture”, ha sido también redactor

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jefe de la revista Lire, y director fundador de larevista Écrivain, lo que parece indicar que unmismo individuo puede servir a la literatura tantoen la pequeña pantalla como en la prensa escrita.Pero tal cohabitación va contra las leyes de lacharia “revolucionaria”, si creemos a esas “almasbellas” cuyos pudibundos pavores nos pinta conhumor el acusado.

El problema es que con frecuencia losargumentos de esas almas bellas se basan en unatotal ignorancia de los hechos. Por ejemplo: PierreBourdieu declara: “Nunca como ahora elmoralismo y el conformismo se han impuesto através de la televisión con tanta violencia yconstancia, y es significativo que los premiosliterarios cada vez coronan a más periodistas,confirmados así en su papel de maestros delpobre”. Lo que es significativo es que un profesordel Collège de France, director de estudios de laÉcole des Hautes Études en Sciences Sociales,cometa un error que un redactor jefe no toleraría nia un becario. Si así es como los sociólogosverifican sus informaciones, la sociología no

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merece que le dediquemos ni una hora. SiBourdieu hubiera dedicado cinco minutos aconsultar la lista de los premiados desde 1970(excluyendo el premio Interallié, oficialmenteinstituido para darse preferentemente a unperiodista) se hubiera dado cuenta de que su tesisno se mantiene en pie, como Boncenne tiene elplacer de demostrar en diez líneas. Además, desdecomienzos del siglo XIX se da el fenómeno de quelos escritores escriban en periódicos, deChateaubriand a Zola y de Maupassant aMontherlant, hasta Nourissier o Rinaldi, Buzzati yVargas Llosa.

Fierre Bourdieu no es un sociólogo científico,es un ideólogo fanático. Los “hechos” sobre losque se basan sus deducciones adolecen confrecuencia de una cascada de errores elementalesque hubiera evitado mediante un modesto trabajode información. Él o, para ser más exactos, los“equipos” que él “dirige” y cuyo punto fuerte noparece ser ni el esfuerzo ni los escrúpulos a lahora de recaudar los hechos y, también en estecaso, no se puede por menos que lamentar el

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derroche de dinero público dedicado a financiarlas “investigaciones” de supuestos“investigadores” que no se preocupan de verificarni el más banal de los datos en los máselementales libros de consulta.

Se podía esperar un poco más de sutileza a lahora de rehabilitar el marxismo y acusar alcapitalismo. Sobre todo desde el momento en que,tras setenta y cinco años de existencia, elcomunismo se ha revelado como el destructor máspoderoso, entre otras cosas, de la cultura. Duranteel mismo lapso de tiempo, las culturas“capitalistas” de Europa y de las dos Américas noparecen haber sido, por el contrario, totalmenteestériles. La proeza de Bourdieu y de susdiscípulos consiste en reafirmar en abstracto unprincipio a priori. Actúan como si la historiajamás hubiera existido. Esta escotomizaciónradical del pasado les ahorra el trabajo dededicarse a los laboriosos alegatos de losabogados más tímidos del comunismo que tomanen consideración la realidad para luego invocarcircunstancias atenuantes.

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En nombre de su “ciencia” sobrehumana,Bourdieu y los bourdivinos pasan despectivamentede los conocimientos humanos. Proceden medianteafirmaciones, jamás con argumentos. OlivierMongin y Joël Roman, director y redactor jeferespectivamente de la revista Esprit 229, que no sepuede calificar precisamente de derechas,denuncian en Bourdieu “una práctica deliberada dela mentira y de la falsificación” que “rompe lasreglas mínimas de la deontología intelectual...además con curiosos excesos que demuestran másuna mentalidad de policía que escrúpulo desociólogo. Bourdieu, añaden, “encarna la figuramás anticuada del compromiso”; reclama “un puroargumento de autoridad”, parte del siguientepostulado: “Yo soy la ciencia, porque yo lo digo,porque soy profesor del Collège de France, dondereina el espíritu científico”. Este razonamientocircular, en el que el supuesto pensador obtiene laprueba de la verdad de lo que dice del simplehecho de que es él quien lo dice, lo vemosnaturalmente agravado en sus discípulos. Así,Serge Halimi colabora en Le Monde

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diplomatique. En su libelo Les Nouveaux Chiensde garde decreta que El pasado de una ilusión deFrançois Furet es “mala historia”. ¿Cómodemuestra esta condena? Únicamente por el hechode que el libro de Furet fue “definitivamenterefutado” en un artículo de Le Mondediplomatique 230, “órgano que, por otra parte,emplea a Halimi”, como subraya DanielSchneidermann8 231. Esta coincidencia ridiculizala diatriba con la que Halimi fulmina a los“editorialistas de mercado”. Evidentemente, no escuestión de que un autor deba prohibirse citar enun libro un artículo publicado por un periódico enel que colabora, pero debe hacerlo para retomarlos argumentos, no para dispensarse de darlos y desostener con pruebas una mera afirmación. Si Furetfue “definitivamente refutado” por Le Mondediplomatique, que uno no está obligado a sabersede memoria, no estaría de más saber en quéconsiste dicha refutación. Si hay una plaga peorque el “editorialista de mercado”, en el caso deque tal cosa exista, es la del editorialista de diktat—y, por tanto, de dictadura—. Y parece que una

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dictadura sería el único sistema en el que unaescuela intelectual como la de Bourdieu podríarespirar a gusto pues sería el único en otorgarle loque desea con todas las fibras de su “pensamientoúnico”: el monopolio de la palabra, la reducciónal silencio de todo aquel que le lleva la contraria.

La intolerancia de un grupúsculo deintelectuales, cuando sirve de modelo, terminaimpregnando lo que podría denominarse el bajoclero de la intelligentsia. Así, en 1997, unadocumentalista del liceo Edmond Rostand deSaint-Ouen-l’Aumône expurgó la biblioteca dedicho liceo apoyada, lo que es más alarmante, porun colectivo de profesores. Retiró las obras de losautores que ella consideraba de “extremaderecha”, fascistas, entre las que se encontrabanlas de dos eminentes escritores e historiadores,Marc Fumaroli y Jean Tulard, y lo que es aúnpeor: el tribunal de Pontoise desestimó la demandapor atentado a la reputación que los dos autorespresentaron ante él. Alegó que “no puedeconsiderarse que la señora Chaïkhaoui hayacometido una falta al hacer una lista de títulos que

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consideraba peligrosos” 232. ¿Por qué Rhétoriqueet dramaturgia cornéliennes de Fumaroli o elNapoléon de Tulard son peligrosos, desde quépunto de vista y para quién? ¿En virtud de quélegitimidad, de qué mandato y de qué competenciaestá cualificada Chaïkhaoui para pronunciarsesobre el “peligro” de una obra cultural y paracensurarla? ¿Hemos vuelto a instaurar laInquisición? Es un acto injustificable ydeshonroso. ¿No se han dado cuenta los jueces dea qué tipo de sociedad abrían el camino alabsolverlo? Pero la justicia no se atrevería aquitarle la razón a un “colectivo de enseñantes” y,por tanto, a una censura de izquierdas, aunquefuera contraria a todas las leyes de la República.Por el contrario, cuando en 1995 el alcalde delFrente Nacional de Orange emprendió también elrestablecimiento del “equilibrio ideológico” en labiblioteca municipal que, según él, conteníamuchas obras de izquierdas, la casi totalidad de laprensa se consideró autorizada a comparar esesectarismo con los autos de fe de libros de laépoca de Hitler. Pero cuando los autos de fe

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vienen de la izquierda, incluso cuando además sebasan en una incultura crasa y una ignoranciaflagrante de los autores censurados, la EducaciónNacional y la Autoridad judicial les dan subendición.

Vivimos en un país en el que un simpleempleado puede expurgar una bibliotecalimitándose a imputar, contra toda verosimilitud, alos depurados simpatías fascistas o racistas y, ¿porqué no?, la responsabilidad del Holocausto.Nuestras elites desaprueban la censura y ladelación calumniosa cuando provienen del FrenteNacional y raramente cuando emanan de otrafuente ideológica. El ideólogo, por su parte, no vetotalitarismo más que en sus adversarios, jamás enél, porque está convencido de estar en posesión dela Verdad absoluta y de tener el monopolio delBien. En estos años han proliferado intelectualespolicías y calumniadores más entre la izquierdaque entre la extrema derecha. Ahora bien, cuandoalcanzan el grado de sectarismo hostigador, laderecha y la izquierda dejan de distinguirse parafusionarse en el seno de una misma realidad: el

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totalitarismo intelectual. Los principios a los queuna y otra se adscriben dejan de tener interés.Desaparecen ante una identidad decomportamientos que las hace indiferenciables.

He descrito más atrás a la ultraizquierdacomo un “populismo elitista”. En una colaboraciónen Le Monde, Claude Lanzmann y Roben Redeker233 ponen en duda que la idea de populismoconvenga a la nueva extrema izquierda. Escriben:“Nada permite suponer que Bourdieu seapopulista. Produce, bajo una apariencia científica,la vulgata que constituye la esencia de lasconversaciones de la pequeña burguesía deEstado. Vulgata sobre la enseñanza, el periodismo,la televisión, la economía y, ahora, sobre larelación entre hombre/mujer. Bourdieu fabrica elpensamiento prêt-à-penser de esa pequeñaburguesía. Es ella [y no la plebe, en cuyo caso síse le podría calificar de populista] la que lee loslibros de la colección ‘Liber’. Es ella la queconsidera que todo el mundo la engaña, salvoBourdieu”. Estoy de acuerdo con esta descripcióna la que añado el pequeño matiz de que se puede

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ser populista por los métodos empleados y elitistapor el público a quien uno se dirige. El populismoson las ideas sumarias, las afirmaciones gratuitas,los hechos falsos o groseramente caricaturizados,la acusación a todo aquel que no esté de acuerdo,el arte de dar como pasto a un público borreguil eldelirio de que se es víctima de una conspiraciónde los “dueños del mundo”, los judíos en el casode Hitler, los capitalistas en el de los marxistas, olos periodistas, la televisión o los agentes de la“mundialización”, según los casos, las épocas ylas capillas 234. El populista jamás tieneinterlocutores. Sólo tiene partidarios fanáticos oenemigos conspiradores. Estos sólo merecen serinsultados, despreciados, censurados,caricaturizados, por no poder, desgraciadamente,ser “liquidados”, modo de terminar toda discusiónque, en una democracia, tendría algunosinconvenientes de tipo judicial. Si hay “nuevosperros guardianes” son los que velan por laseguridad de la ultraizquierda en general y deBourdieu en particular. Han desarrollado undispositivo de una eficacia feroz para desacreditar

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y enterrar, por ejemplo, el libro de JeannineVerdès-Leroux Le Savant et la politique, essai surle terrorisme sociologique de Pierre Bourdieu235. Un puñado de injurias fue suficiente paraacabar con esa obra. La operación que fracasó cone l Libro negro , un adoquín lo suficientementegordo como para traspasar el muro de ladesinformación, tuvo éxito contra el libro sobreBourdieu, tema cuya escualidez exige, es cierto, unservicio de orden menos considerable. Otro libroinoportuno, en un ámbito muy diferente, el deBertrand de la Grange y Maite Rico,Subcomandante Marcos: la genial impostura,también se sepultó clandestinamente. ¡Prohibidodesmitificar Chiapas! 236 En resumen, hay unconjunto de modos de pensar, de hablar, de actuar,que son de registro populista aunque el públicoque sucumbe a su obsesiva y repetitiva vacuidadno sea la “plebe”. Jean Guéhenno indicaba en1940, tras haber leído un discurso de Hitler: “Elpensamiento es confuso pero brutal,asombrosamente adaptado al público. Podría muybien ser un discurso de Thaelmann o de Thorez.

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Cualquier idea clara se pierde en ese amasijo depalabras. El comunismo y el nacionalsocialismo seunen a través de lo que de más bajo hay en cadauno de ellos” 237.

Para que este embrujo por lo bajo semanifieste no es necesario en absoluto reunir a lasmasas de Nuremberg o de la Plaza Roja. Puedehacer maravillas en cenáculos restringidos,siempre que provoque ese efecto de fusión demasas tan bien descrito por Gustave Le Bon,efecto que puede actuar sobre una elite sin que elauditorio subyugado tenga que estarnecesariamente reunido como cuerpo físico en unmismo lugar. Creo, sin embargo, que Lanzmann yRedeker no son muy generosos cuando limitan laselites ultraizquierdistas a la “pequeña burguesía deEstado”. Van más allá. El texto más atrásmencionado, las “Questions aux maîtres dumonde” de Pierre Bourdieu, fue publicadosimultáneamente por Le Monde, L’Humanité yLiberation, ¡casi nada!

Ese populismo, que se reduce a afirmarreiteradamente y sin cesar aquello que su “elite”

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acorralada desea escuchar tiende, no loolvidemos, hacia un fin eterno y primordial:restablecer la creencia de que el marxismo siguesiendo justo y que el comunismo no era malo, o, entodo caso, era menos malo que el capitalismo. Deahí el celo que pone, por ejemplo, Le Mondediplomatique 238 en la difusión en francés de laobra del marxista inglés Eric Hobsbawm The Ageof Extremes (1914-1941), negacionista impávidosi los hay, que llega incluso a negarse a admitirhoy que los soviéticos fueron los autores de lamasacre de Katyn a pesar de que el mismo MijailGorbachov lo reconoció en 1990 y que una seriede documentos procedentes de los archivos deMoscú lo confirmaron después. Varios editoresque rehusaron publicar en francés el absurdofárrago de Hobsbawm fueron inmediatamenteacusados de obedecer a una consigna capitalista.Ahora bien, si los editores franceses querechazaron | el libro de Hobsbawm, fieles a unalógica de honestidad intelectual, hubieran, por elcontrario, seguido la lógica del beneficio, sehubieran precipitado a publicarlo. Porque ese

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galimatías de pura propaganda lo único que podíaaportar era dinero, cosa que hizo 239. Una vez más,comprobamos cómo en Francia hay un públicobastante amplio y bastante decidido con ganas deque le consuelen, lo más a menudo posible, de lacaída del comunismo, de que le repitan a diarioque el socialismo real no ha fracasado y que elcapitalismo sigue siendo el único demonio que hayque exorcizar. Tal es el fin de la cruzada destinadaa expulsar de los santos lugares al neoliberalismo.Constituye, como se puede constatar conregularidad tras la caída de la Unión Soviética, unfilón editorial y periodístico enormementerentable.

* * * Esta visión de la historia, tan pobre enconocimientos y tan encerrada en un estrechodelirio persecutorio, no ejercería ningunainfluencia sin el vacío y la esclerosis que sufre elpensamiento político. Me refiero al pensamientopolítico de los políticos y de aquellos

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comentaristas cuyo oficio se limita a ellos. Inclusocuando éstos no se casan con nadie a la hora deplantear cuestiones a los políticos o de emitirjuicios sobre ellos, tanto unos como otros giransiempre en torno a la misma problemática, a lasmismas ideas cuya inquebrantable rutina se notaque no ha venido a romper ninguna renovación desus lecturas. Sin embargo, durante el último cuartode siglo, en numerosos países la reflexión sobre lahistoria, la economía, la política, las sociedades,se ha visto ilustrada por una honorable riqueza deautores originales y de obras profundas, algunas delas cuales tienen, además, el añadido del méritoliterario. Pero estas obras, que transforman oamplían el conocimiento y la interpretación de lassociedades, no influyen para nada en los políticoso en los profesionales de la comunicación política.¿Los leen?, o, al menos ¿mandan que se losresuman? Aunque así fuera, se apresuran aolvidarlos a juzgar por la repetición indigente delos dos o tres eslóganes que les hace las veces deteoría y que siempre están relacionados con unasituación local, con cálculos a corto plazo. Y

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cuando digo dos o tres estoy siendo generoso.Desde el fin del imperio soviético, subyace en elfondo un único eslogan, el antiamericanismo.Tomemos Francia, país al que me gusta referirmepor ser el laboratorio paradigmático de laresistencia a las enseñanzas de la catástrofecomunista. Si quitamos el anticomunismo, tanto enla derecha como en la izquierda, desaparece elpensamiento político francés. Bueno, no seamoscicateros, queda un 3 o 4 por ciento, al menos enlos medios que ocupan el proscenio de lo efímero.

La mundialización, por ejemplo, raramente seanaliza en tanto en cual, y lo mismo ocurre con lasfunciones de la Organización Mundial delComercio. Tanto la una como la otra dan miedo.¿Por qué? Porque se han convertido en sinónimosde la hiperpotencia norteamericana 240. Cuandoalguien objeta que la mundialización de losintercambios no beneficia unilateralmente aEstados Unidos, que compra más que vende alextranjero, por lo que su balanza de comercioexterior sufre un déficit crónico; o si comenta quela OMC no es básicamente nefasta para los

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europeos o los asiáticos, razón por la cual tantospaíses que aún no son miembros (entre ellosChina, por ejemplo, cuyo ingreso finalmente sedecidió en noviembre de 1999) hacen todo loposible por ser admitidos, se habla para sordos.Porque el que así habla se está situando en elámbito de las consideraciones racionales cuandoel auditorio acampa en el de las ideas fijasobsesivas. Lo único que se gana cuando se lespone ante los ojos elementos reales de reflexión esverse acusado de ser un lacayo de losestadounidenses. Sin embargo, la OMC ha dado larazón a la Unión Europea en más de la mitad desus contenciosos con Estados Unidos y confrecuencia ha condenado a éstos por disfrazarsubvenciones. Lejos de ser el puerto dearrebatacapas y de la manga ancha, la OMC fuecreada con el fin de hacer que en los intercambiosmundiales prevaleciera la competencia leal.

El odio a Estados Unidos se alimenta en dosfuentes distintas pero con frecuencia convergentes:Estados Unidos es la única superpotencia desde elfin de la guerra fría; Estados Unidos es el

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principal campo de acción y centro de expansióndel demonio liberal. Estos dos motivos deabominación se unen debido a que, precisamentepor su calidad de “hiperpotencia”, Estados Unidosexpande la peste liberal sobre el conjunto delplaneta. De ahí ese cataclismo vituperado bajo elnombre de mundialización.

Si se toma al pie de la letra esta acusación,de ella se deriva que el remedio a los males quedenuncia consistiría en que cada país establezca orestablezca una economía estatalizada y que,además, se cierre a cal y canto a los intercambiosinternacionales, incluidos, y sobre todo, los delámbito cultural. Nos encontramos, pues, con unaversión postmarxista de esa autarquía económica ycultural deseada por Adolf Hitler.

En política internacional, Estados Unidos esmás detestado y reprobado, incluso por suspropios aliados, desde el fin de la Guerra Fría quelo que lo era durante ésta por los partidariosconfesos o no confesos del comunismo. Y provocala crítica más malevolente hasta cuando tomainiciativas que, evidentemente, están a favor del

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interés de sus aliados, tanto como del suyo propio,y que sólo ella puede tomar. Así, durante elinvierno de 1997-1998 el anuncio por Bill Clintonde una eventual intervención militar en Irak paraobligar a Saddam Hussein a respetar suscompromisos de 1991 provocó que el sentimientode hostilidad hacia Estados Unidos aumentaravarios grados. Sólo el gobierno de Gran Bretañase puso a su favor.

El problema, sin embargo, estaba claro.Desde hacía varios años Saddam se negaba asuprimir sus stocks de armas de destrucciónmasiva, impedía que los inspectores de NacionesUnidas los controlaran, violando así una de lasprincipales condiciones de paz por él aceptadastras su derrota de 1991. Sabiendo de lo que escapaz ese personaje, era imposible negar laamenaza para la seguridad internacional querepresentaba la acumulación en sus manos dearmas químicas y biológicas. Pero también en estecaso, una gran parte de la opinión públicainternacional consideraba que el principalescándalo que había que denunciar era el embargo

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infligido a Irak. Como si el auténtico culpable delas privaciones sufridas por el pueblo iraquí nofuera el propio Sadam, que había arruinado a supaís lanzándose a una guerra contra Irán en 1981,después contra Kuwait en 1990, y, finalmenteponiendo trabas a la ejecución de las resolucionesde la ONU sobre su armamento. El apoyo que, porodio a Estados Unidos, darían de este modo losque censuran el embargo a un dictador sanguinarioviene tanto de la extrema derecha como de laextrema izquierda (Frente Nacional y PartidoComunista en Francia) o de los socialistas deizquierda (el semanario The New Statesman enGran Bretaña o Jean-Pierre Chevènement, poraquel entonces ministro del Interior, en Francia) yde Rusia, así como de una parte de la UniónEuropea. Se trata, pues, de un común denominadorantinorteamericano más que de una opciónideológica o una estrategia coherente.

Muchos países, entre ellos Francia, nonegaban la amenaza que representaban las armasiraquíes, pero declaraban que preferían la“solución diplomática” a la intervención militar.

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Ahora bien, era precisamente Sadam, que habíaexpulsado tantas veces a los representantes de laONU, quien rechazaba la solución diplomáticadesde hacía siete años. Rusia, por su parte, clamóque el uso de la fuerza contra Sadam ponía enpeligro sus “intereses vitales”. No se ve por qué.La realidad es que Rusia no pierde ocasión demanifestar el rencor que le produce no ser ya lasegunda superpotencia mundial, como era, o creíaser, en los tiempos de la Unión Soviética. Pero ala Unión Soviética la mataron sus propios vicioscuyas consecuencias sufre ahora Rusia.

En el pasado ha habido imperios y potenciasa escala internacional, anteriores a los EstadosUnidos de este fin de siglo. Pero nunca ha habidoninguno que alcanzara una preponderanciaplanetaria. Es lo que subraya Zbigniew Brzezinski,antiguo consejero de seguridad del presidenteJimmy Carter, en su libro Le Grand Echiquier 241.Para merecer el título de superpotencia mundial,un país debe ocupar la primera fila en cuatroámbitos: el económico, el tecnológico, el militar yel cultural. Estados Unidos es, actualmente, el

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único país —y el primero en la historia— quecumple a la vez estas cuatro condiciones. Eneconomía, y sobre todo a partir de la crisisasiática y las dificultades alemanas, se hadestacado, tras la muerte del comunismo, al reunircrecimiento, pleno empleo, equilibriopresupuestario (por primera vez en treinta años) yausencia de inflación. En tecnología,especialmente tras el fulgurante desarrollo que haimpreso a los instrumentos de comunicación depunta, disfruta de un monopolio casi total. Desdeel punto de vista militar, es la única potenciacapaz de intervenir en cualquier momento en noimporta qué lugar del globo.

Su superioridad cultural es, sin embargo, másdiscutible y varía según los ámbitos. Es cierto quees aplastante en ciencia y tecnología, así como enla enseñanza universitaria. Por otra parte, tododepende de saber si se entiende “cultura” ensentido restringido o en sentido amplio. En elprimer sentido, es decir, en el de las altasmanifestaciones creadoras, en los ámbitos de laliteratura, la pintura, la música o la arquitectura, la

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civilización estadounidense es evidentementebrillante, pero no es la única ni siempre la mejor.Su resplandor no podría compararse, a nivel deprestigio, con el de la Grecia clásica, Roma,China, la Italia del Renacimiento. Incluso podríadecirse que la cultura artística y literariaestadounidense tiene una tendencia provinciana enla medida en que, dado el predominio del inglés,cada vez hay menos estadounidenses, inclusocultos, que lean en lenguas extranjeras. Cuando losuniversitarios o los críticos norteamericanos seabren a una escuela de pensamiento extranjera lohacen con frecuencia impulsados más por la modaque por un criterio original.

Por el contrario, Brzezinski tiene razón en loque se refiere a la cultura en su sentido másamplio. La prensa y los medios de comunicaciónde Estados Unidos llegan a todo el mundo. Elmodo de vida estadounidense —vestimenta,música popular, alimentación, distracciones—seduce por doquier a la juventud. Pero también sedebe a que el país hace lo necesario para que asísea. ¡Cuántas veces no habré yo recibido en el

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extranjero las quejas de estudian tes, deaficionados cultivados por no recibir los libros,revistas o diarios franceses que habían pedido!Cuando se es un zoquete, es demasiado fácil echarlas culpas al imperialismo cultural de los demás.El cine y las series de televisión estadounidensestienen en todos los continentes millones deespectadores. El inglés se impone de facto comola lengua preponderante en Internet y es, desdehace mucho tiempo, la principal lenguainternacional de comunicación científica. Buenaparte de las elites políticas, tecnológicas ycientíficas de las naciones más diversas estántituladas en universidades americanas.

Más decisiva ha sido sin lugar a dudas,aunque moleste a los socialistas pasados ypresentes, la victoria global del modelo liberal, acausa del hundimiento del comunismo. Igualmente,la democracia federalista según el modelo deEstados Unidos tiende a ser imitada fuera,empezando por la Unión Europea. Sirve deprincipio organizador para muchos sistemas dealianzas, entre los que se encuentran la OTAN o la

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ONU. No se trata aquí de negar los defectos delsistema estadounidense, sus hipocresías y susdesviaciones. Aunque tampoco Asia, África oAmérica Latina le pueden dar muchas lecciones dedemocracia. Y en lo que a Europa se refiere, ellaes la inventora de las grandes ideologíascriminales del siglo. Es incluso por ello por lo queEstados Unidos ha tenido que intervenir dos vecesen nuestro continente, a raíz de las dos guerrasmundiales. Y es esta debilidad europea la que haprovocado su actual situación de superpotencia.

Pues la preponderancia de Estados Unidosproviene, sin duda, de sus cualidades, perotambién de los fallos cometidos por los demás,especialmente por Europa. Recientemente, Franciale ha reprochado a Estados Unidos quererarrebatarle su influencia en África. Ahora bien,Francia tiene una abrumadora responsabilidad enla génesis del genocidio ruandés de 1994 y en ladescomposición del Zaire que le siguió. Sedesacreditó ella sola y ese descrédito provocó unvacío que enseguida se fue llenando por lapresencia creciente de Estados Unidos. La propia

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Unión Europea avanza a pasos demasiado lentoshacia la realización de un centro único de decisióndiplomática y militar. Es un coro en el que cadamiembro se considera solista. ¿Cómo podría, sinunidad, servir de contrapeso a la eficacia de lapolítica exterior estadounidense si, para esbozar lamás mínima acción, debe lograr previamente launanimidad de sus quince miembros? ¿Y quépasará cuando sean veinte, y más dispares entre síde lo que lo son los actuales miembros de laUnión.?

La superpotencia estadounidense esresultado, por una parte, de la voluntad ycreatividad de sus ciudadanos. Por otra, es debidaa una acumulación de fallos del resto del mundo:fracaso del comunismo, suicidio de Áfricadebilitada por las guerras, las dictaduras y lacorrupción, divisiones europeas, retrasosdemocráticos de América Latina y, sobre todo, deAsia.

Con motivo de la intervención de la OTANen Kosovo, el odio antinorteamericano subió unescalón más. En la guerra del Golfo se podía

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argumentar que, tras la aparente cruzada a favor dela paz, se escondía la defensa de interesespetroleros. Se subestimaba así el hecho de que loseuropeos son mucho más dependientes delpetróleo de Oriente Medio que Estados Unidos.Pero en Kosovo, ni siquiera con la peor fe delmundo se puede ver qué interés egoísta de EstadosUnidos dictaba esa intervención en una región singrandes recursos ni gran capacidad importadora ycuya inestabilidad política, caos étnico, crímenescontra la población, ponían en grave peligro elequilibrio de Europa, pero en absoluto el deEstados Unidos.

Durante el proceso de movilización de laOTAN fueron los estadounidenses los quesintieron que los europeos les estaban embarcandoen esta operación, especialmente Francia, tras elfracaso de la conferencia de Rambouillet. París,alma de dicha conferencia que tuvo lugar enfebrero de 1999, había desplegado todos susesfuerzos y comprometido todo su prestigio paraconvencer a Serbia de que aceptara uncompromiso sobre Kosovo. Si como consecuencia

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de su negativa, los serbios no hubieran sufridoninguna sanción, hubiera sido Europa, y en primerlugar Francia, quien hubiera dado el espectáculode una penosa impotencia, por otra parte real. Laparticipación norteamericana en Kosovo tuvo lafunción de paliarla y enmascararla. De losnovecientos aviones implicados, seiscientos eranestadounidenses, así como la casi totalidad de lossatélites de observación 242. Porque el dinero queEstados Unidos consagra al equipamiento y a lainvestigación militares es el doble del que dedicanlos quince países de la Unión Europea; y endefensa espacial, diez veces más. Si la voluntad deactuar en Kosovo fue europea, la mayoría de losmedios fueron y no podían ser más queestadounidenses. Por si fuera poco, la barbarie quese trataba de erradicar era resultado de variossiglos de absurdos de una factura típicamenteeuropea, la menor de las cuales no era la última:haber tolerado que, tras la descomposición deltitismo, se mantuviera en Belgrado un dictadorcomunista reconvertido en nacionalista integral.

Pero había, como de costumbre, que imputar

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a los estadounidenses las faltas europeas, por loque numerosas cohortes de intelectuales ypolíticos europeos cubrieron con el velo de laignorancia voluntaria esta constelación deantecedentes históricos casi milenarios y defactores contemporáneos visibles y notorios. Elconocimiento fue sustituido por una construcciónimaginaria según la cual los exterminiosinterétnicos en Kosovo eran una invención deEstados Unidos destinada a servirle de pretextopara, al intervenir, adueñarse de la OTAN ysojuzgar definitivamente a la Unión Europea.Pascal Bruckner ha hecho un edificante inventariode esta serie de majaderías 243.

En opinión de los griegos y los rusos, porejemplo, Estados Unidos apoyaba a losmusulmanes de Kosovo porque quería destruir lareligión cristiana ortodoxa. Para los proárabes, loque quería, por el contrario, era dar la impresiónde ser amiga de los musulmanes para engañarlosmejor. En resumen: estamos en plena obsesión delcomplot. No es posible entender el pugilato de losintelectuales franceses, tras la publicación de un

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artículo de Régis Debray 244 en el que negaba ominimizaba las persecuciones racistas deMilosevic, ni el artículo mismo, si uno se obstinaen creer que Régis Debray pretendía únicamentedefender a los serbios de unas acusaciones que élconsideraba infundadas. ¿Qué subyace tras estenegacionismo de las atrocidades serbias? Alafirmar que el comportamiento de los serbios enKosovo no justificaba el desencadenamiento delos ataques aéreos, Debray quiere llevarnos apensar que la única causa de esta guerra es laambición de Estados Unidos, que ha queridoasentar su “hiperpotencia” y su dominación sobreEuropa. Es ésta una idea fija expresadafrecuentemente mientras duraron las operaciones,desde la extrema derecha a la extrema izquierda,pasando por los comunistas y numerososgaullistas.

La convergencia de los puntos de vista entreextrema derecha y extrema izquierda roza aquí laidentidad. Jean-Marie Le Pen es indistinguible deRégis Debray y de otros cuando escribe en elórgano del Frente Nacional, National Hebdo 245

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“El espectáculo de Europa [¡y de Francia!]marchando al paso de Clinton en esta guerra decobardes y de bárbaros moralistas esdescorazonador innoble, insoportable. He estado afavor de los croatas y contra Milosevic. Hoy estoya favor de la Serbia nacionalista contra la dictadunimpuesta por los norteamericanos”.

Para Didier Motchane, del Movimiento de losCiudadanos (izquierda socialista), el objetivosecreto de los estadounidenses en atizar lahostilidad entre Rusia y la Unión Europea. ParaBruno Mégret, de la extrema derecha (MovimientoNacional), era crear un precedente que un díapodían utilizar los magrebíes, pronto mayoritariosen el sur de Francia, para exigir un referéndumsobre la independencia de la Provenza o su unióncon Argelia. Para Jean François Kahn, director delsemanario de izquierda Marianne, el mismocálculo perverso tendía a empujar en la mismadirección a los alsacianos, si se les ocurría volvera ser alemanes. En caso de negativa del gobiernofrancés, el Tío Sam se sentiría con derecho abombardear París, como había bombardeado

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Belgrado en 1999. Por su parte, Jean Baudrillardconfía a Liberation 246 su visión delacontecimiento: el deseo real de Estados Unidoses, en su opinión ¡ayudar a Milosevic adesembarazarse de los kosovares! Vaya usted asaber por qué... Además, afirma Baudrillard,también ha sido Estados Unidos quien haprovocado la crisis financiera de 1997 en Japón ylos otros países de Asia. Ni esos países ni Japóntienen, pues la menor responsabilidad sobre susdesgracias financieras. Como tampoco la tienenlos europeos en la génesis de la intrincada madejade odios balcánicos. A la conciencia moral deesos filósofos no asomó la hipótesis de ladeshonra que hubiera supuesto para la UniónEuropea permitir que prosiguiera, en el corazón desu continente, la carnicería de Kosovo. Es ciertoque, según ellos, el proyecto global de Washingtones “cortar el paso a la democracia mundial enlenta emergencia” 247. ¿Así que la limpieza étnicaen Kosovo era una “democracia en lentaemergencia”? Con ese pasaporte en la mano, nohay necesidad de romperse la cabeza estudiando

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las relaciones internacionales o inclusoinformándose. Como subraya sensatamente Jean-Louis Margolin 248, “la lectura del mundo es, pues,sencilla: Washington siempre es culpable,obligatoriamente culpable; sus adversarios sonsiempre víctimas, obligatoriamente víctimas”. Yyo añadiría: ¡sus aliados también! Siempreculpable: ésa es la palabra. Si Estados Unidos esrenuente a implicarse en una operaciónhumanitaria, se le estigmatiza por su poca prisa ensocorrer a los hambrientos y perseguidos. Si seimplica, se les acusa de conspirar contra el restodel planeta.

Este simplismo en lo que ni siquiera mereceel nombre de análisis aumenta aún más ladebilidad de las potencias medias y pequeñas enrelación a la superpotencia americana. A suinferioridad económica y estratégica, esos paísesañaden, en efecto, la pobreza de ideas a la hora deexplicar la realidad. Una desigualdad material sepuede compensar mediante una sutilidadintelectual, un juicio exacto, una valoraciónimparcial. Son condiciones indispensables para

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mejorar la acción y, explotando al máximo losrecursos del contexto, compensar en la medida delo posible la diferencia de medios concretos. Perocuando se forja una explicación cuya pobrezatraduce a la vez un delirio compensatorio y unahuida ante lo real, fuentes de una ineptitud en laacción, lo único que se hace es aumentar aún másesa diferencia. Al hundirse cada vez más en susextravíos, causa indirecta del surgimiento de lasuperpotencia estadounidense, los europeoscontinúan alimentándola y contribuyen afortalecerla. Además, si las explicaciones basadasúnicamente en el antiamericanismo son exactas, siEstados Unidos es el único instigador tanto de lacrisis financiera asiática como de las masacres deKosovo y del descenso de las ventas de coliflor enFrancia, el mundo está poblado por lelos abúlicos.¿Qué puede tener de sorprendente el hecho de que,frente a unos socios tan penosos, que jamás sonautores ni responsables de sus propios actos,Estados Unidos sea “hiperpotente”?

Somos sobre todo nosotros, los europeos, losque proyectamos sobre Estados Unidos las causas

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de nuestros propios errores. El “unilateralismo”estadounidense que denuncia el ministro deAsuntos Exteriores del gobierno Jospin, HubertVédrine, no es a menudo más que el envés denuestra indecisión o de nuestras malas decisiones.En lo que a Francia se refiere, creer que puedecombatir ese “unilateralismo” por patalear paraimponer la venta de nuestros plátanos antilleses aun precio superior al del mercado o por protegerinsultantemente a Saddam Hussein produce risa.Igualmente, la obsequiosidad con la que Franciarecibió al presidente chino en octubre de 1999sería producto, se dijo, de un “gran objetivo"consistente en promover al gigante chino paracontrapesar al gigante norteamericano. Así,Francia llegó, en agosto de 1999, a denunciarcomo “desestabilizador para China” el proyectoestadounidense de instalar cohetes antimisiles enEstados Unidos y en determinados países delExtremo Oriente. Se puede reconocer en ello unviejo penco de la propaganda prosoviética deantaño, según la cual la defensa occidentalconstituía una amenaza para la paz porque

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provocaba la angustia del Kremlin. Sin embargo,está comprobado, según los expertos, que desdehace varios años, China está aumentandoconsiderablemente su arsenal nuclear. Si Franciapretende, por ejemplo, permitir que Pekínconquiste Taiwan por la fuerza, que lo digaclaramente. Además, el “cálculo chino” de Parísse basa en una ilusión económica, porque la Chinacomunista sigue siendo hasta el momento un enanoeconómico aunque sea un gigante demográfico. SuPIB no representa más que el 3,5 por ciento delPIB mundial; su renta per cápita la sitúa cerca delpuesto 80 del mundo; su mercado sólo absorbe el1,8 por ciento de las exportaciones de EstadosUnidos y el 1,1 por ciento de las de Francia oAlemania 249. La mayoría de los contratosmillonarios de los que se enorgullece París conmotivo de cada viaje oficial, Pekín los agradececon los préstamos bonificados y siempre“reescalonados” que nosotros le permitimos. Elsueño de la “carta china” que Francia podría jugarpara hacer frente a la superpotenciaestadounidense será, pues, durante mucho tiempo,

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producto de un infantilismo diplomático.La gran cuestión que se nos plantea a los

europeos en estos comienzos del siglo XXI es lade saber si vamos a poder recuperar la autonomíapolítica que perdimos el 1 de agosto de 1914,primer día de la I Guerra Mundial.

Es cierto que, hasta esa fecha, Europa habíatenido una historia agitada y con frecuenciabárbara y sangrienta. Pero ella sola resolvía suscrisis y encontraba periódicamente un equilibriomás o menos duradero mediante negociacionesestrictamente internas, entre potencias puramenteeuropeas. Eso fue lo que ocurrió, en el periodomoderno, en el Congreso de Viena de 1815.También fue lo que ocurrió durante la segundamitad del siglo XIX, y después de los conflictosque acompañaron a la unidad italiana y la unidadalemana.

Pero en 1919, por primera vez desde la caídadel imperio romano, las negociacionespaneuropeas, destinadas a organizar de arribaabajo las estructuras políticas del ViejoContinente, tuvieron como director de orquesta e

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inspirador al presidente de una potenciaextraeuropea: Woodrow Wilson. Ello era debido aque el bando vencedor había ganado gracias aEstados Unidos, que, con su intervención, habíadado un vuelco al curso de la historia europea eimpuesto, tras la paz, sus soluciones. El Tratadode Versalles fue, ante todo, un fracaso. Noreconstruyó un nuevo equilibrio. De hecho, la I yla II Guerra Mundial son una y larga guerra, en dospartes separadas por un armisticio tenso yprecario. Se trató de una inmensa y suicida guerracivil que en dos ocasiones degeneró en guerramundial. La impotencia de los europeos pararesolver sus propios problemas de relacionesdiplomáticas era patente. Además, mientras de1815 a 1914 Europa había progresado lenta perocontinuamente hacia una mayor democracia, elperiodo de entreguerras se saldó con unagigantesca regresión de la libertad y con laemergencia de grandes y pequeños totalitarismos—innovación europea de nuestro siglo— enMoscú, Roma, Berlín, Madrid, Vichy. Aunque lacivilización europea se escapó de milagro de la

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autodestrucción, no dio la impresión durante todoel siglo de estar capacitada para gobernarse, almenos como conjunto continental.

Salvada de nuevo militarmente por EstadosUnidos, fue, además reconstruida económicamentepor este país a partir de 1945. La necesidad dedefender lo que subsistía de la Europa libre, estavez frente al imperialismo soviético tras la derrotadel nazismo, confirió igualmente a Estados Unidosel papel de arquitecto y financiero de laOrganización del Tratado del Atlántico Norte,papel que la debilidad de los países europeosoccidentales les impedía asumir. Europa seencuentra hoy, tras el hundimiento soviético,enfrentada por primera vez desde hace ochentaaños a su propia autonomía y, a su pesar,plenamente responsable de su suerte. La época dela protección de Estados Unidos, acompañada delantiamericanismo, era muy cómoda, tanto desde elpunto de vista político como psicológico. Pero hapasado.

Y ahora que Europa está por fin sola consigomisma se muestra abúlica. Estaba acostumbrada

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desde hacía medio siglo a medir su independenciapor su capacidad de resistir bien a la hegemoníaestadounidense, bien al imperialismo soviético,apoyándose, en caso de necesidad, en el segundofrente a la primera. Era una independencia desubdesarrollado. La comedia ha terminado. Europaes hoy, simple y llanamente, independiente yenteramente responsable de sí misma. Pero no estáentrenada para esta libertad recobrada.

La incapacidad o dificultad que tienen loseuropeos para comprender y controlar a tiempo losgiros decisivos de su propia historia se prolonga alo largo de todo el siglo XX. La hemos vistobrillar con todo su inepto esplendor cuando lospueblos de la Europa del Este plantearon demanera insistente la reunificación de las dosAlemanias. Los dirigentes de la Europa occidental(con excepción de Helmut Kohl) no sólo no habíanvisto venir nada sino que ni siquiera habían vistolo que ya había venido.

No es, pues, extraño que el 9 de noviembrede 1999, con motivo de la ceremonia deconmemoración, en el Bundestag de Berlín, del

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décimo aniversario de la caída del Muro, los tresúnicos héroes del día fueran Helmut Kohl, MijailGorbachov y George Bush. No se invitó a ningúnotro jefe de Estado o de gobierno, pasado opresente, de los países de la Unión Europea. ¡LaUnión Europea en calidad de ausente de lacelebración de la vuelta de su propio continente ala democracia! Y con razón. La participación delos dirigentes de esos países al proceso dereunificación fue de lo más restringida, cuando nofrancamente negativa. Esta hostilidad fueespecialmente sonora en el caso de MargaretThatcher y de François Mitterrand y se manifestóbajo la forma de una pasividad indiferente en elcaso de Giulio Andreotti, entonces presidente delConsejo de ministros italiano. Así, una vez más,las principales potencias europeas no comprendíanel alcance ni controlaban el desarrollo de unacontecimiento fundador de su propia historia.Pretender mantener un enclave comunista alemánen una Europa en la que había desaparecido elcomunismo era una muestra de ceguera rayana conla chochez.

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Los dos pilotos de la reunificación fueron,naturalmente, el presidente soviético y el cancillergermano occidental. Pero necesitaban una garantíainternacional y un apoyo exterior para el caso deque una parte de los responsables soviéticos,especialmente los generales, decidieranenfrentarse a Gorbachov e intervenir militarmentepara prolongar por la fuerza la existencia de laRDA. Esa garantía internacional y ese apoyoexterior los aportaron Estados Unidos. Supresidente, George Bush, dio a entenderinequívocamente a los posibles beligerantes deMoscú que una nueva “Primavera de Praga” seenfrentaría esta vez a una respuestaestadounidense. Los europeos occidentales, que nise enteraron de la importancia y del significado delos acontecimientos que estaban arrancando elcomunismo a Europa central, ni han desempeñadoningún papel positivo, no tienen derecho alamentarse del “hiperpoder” estadounidense, puesproviene del hecho de que Estados Unidos hatenido que llenar el vacío político e intelectual deEuropa en unas circunstancias en las que, una vez

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más, estaban en juego sus intereses vitales.Pertenecer a Europa, ser aliado de Francia,

de Gran Bretaña, de Italia, no le sirvió de nada aHelmut Kohl en 1989 y 1990, cuando tuvo quellevar a cabo la operación más arriesgada, la demás graves consecuencias, de la historia recientede su país. Por el contrario, ser aliado de EstadosUnidos le permitió llevar a buen puerto lareunificación, en la paz y rematando ladescomunización de Europa central. Además,George Bush supo abstenerse de todo triunfalismosusceptible de irritar a los soviéticos que seoponían a la política de Gorbachov. El presidenteestadounidense se negó, en particular, a seguir elconsejo de sus asesores que le animaban a ir aBerlín al día siguiente de la caída del Muro. Tuvola decencia de respetar la resonancia puramentealemana del reencuentro de las dos poblaciones.No fue un espectáculo, pero había sido uncombate. Y Europa había estado ausente. Por esoni Jacques Chirac, ni Tony Blair, ni Massimod’Alema asistieron a la conmemoración del 9 denoviembre de 1999 en el Bundestag, en el Berlín

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reunificado.El antiamericanismo onírico proviene de dos

fuentes distintas que se unen en sus resultados. Laprimera es el nacionalismo herido de las antiguasgrandes potencias europeas. La segunda, lahostilidad hacia la sociedad liberal por parte delos antiguos partidarios del comunismo, incluidoslos que, aunque no aprobaban los sanguinariostotalitarismos soviético, chino u otros, habíanapostado a que el comunismo podía un díademocratizarse y humanizarse.

El nacionalismo herido no data del fin de laguerra fría, sino del día siguiente de la II GuerraMundial. Su más brillante y categórico portavozfue el general De Gaulle. “Europa occidental se haconvertido, sin enterarse, en un protectorado delos americanos”, confesó en 1963 a AlainPeyrefitte 250. Para el primer presidente de la VRepública hay una equivalencia entre la relaciónde Washington con Europa occidental y la deMoscú con Europa central y oriental. “Cada vez setoman más las decisiones en Estados Unidos.”Desgraciadamente, los europeos occidentales,

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menos Francia, “se precipitan a Washington pararecibir órdenes”. “Los alemanes se convierten enlos boys de los americanos.” Por otra parte, yadurante la guerra, “Churchill daba una cobadesvergonzada a Roosevelt”. “Los americanos nose preocupaban más de liberar Francia que losrusos de liberar Polonia.”

De Gaulle desarrolló públicamente esta tesisen su rueda de prensa del 16 de mayo de 1967:desde 1945, Estados Unidos ha tratado a Franciadel mismo modo que la URSS trató a Polonia yHungría. Nada le hizo cambiar de idea. En 1964,el presidente Johnson dirige a los departamentosde Estado y de Defensa un memorándum por el queles dice que no aprobará ningún plan de defensaque no haya sido discutido previamente conFrancia. De Gaulle declara entonces a Peyrefitte:“Johnson quiere marear la perdiz”. Si no hubieraordenado consultar a Francia, Johnson hubieradado pruebas con ello de su “hegemonismo”, perosi, por el contrario, proclama la libertad francesade elegir y la voluntad norteamericana de noadoptar ningún plan sin el beneplácito de París,

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entonces es que quiere “marear la perdiz”. Elconocido dispositivo mental está en marcha:Estados Unidos siempre se equivoca.

En el nacionalista, el pensamiento gira, pues,en el laberinto pasional del orgullo herido. Inclusoen la ciencia y la tecnología, el retraso de su paísno se debe, según él, a haber errado el camino ode una falta de aptitud —a causa, por ejemplo, derigidez estatal— para ver y tomar la dirección delfuturo. Si otro país coge antes que él las ocasionesde progresar, no puede ser más que por malavoluntad o por apetito de dominación. Lainteligencia no tiene nada que ver, ni el sistemaeconómico. Así, en 1997,Jacques Toubon, ministrofrancés de Justicia, declara al semanarionorteamericano US News and World Report que“el uso dominante de la lengua inglesa en Internetes una nueva forma de colonialismo”. Está claroque la ceguera tecnológica de una Francia crispadaante su Minitel nacional no ha desempeñadoningún papel en esta triste situación. En 1997teníamos diez veces menos ordenadoresenganchados a Internet que Estados Unidos, dos

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veces menos que Alemania y estábamos inclusopor detrás de México y Polonia. Pero la culpasiempre es del otro, que ha tenido la inteligenciade ver más claro y antes que nosotros y cuyaagilidad liberal ha permitido la iniciativa decreadores privados. En Francia, ¿no constituye unlastre la burocratización de una investigaciónamojamada en el CNRS, la distribución del dineropúblico a investigadores estériles pero amigos delpoder? En un texto de 1999 titulado Pourl’exemption culturelle, Jean Cluzel, presidente delComité francés para lo audiovisual, persiste en esavía proteccionista y timorata. Escribe: “Lasoberanía francesa se ve fuertemente amenazadapor la estrepitosa irrupción de las nuevastecnologías de la comunicación al servicio de lacultura dominante estadounidense” ¿Irrupciónestrepitosa? ¿Por qué razones? ¿Ha caído delcielo? ¿Cuál es el remedio? ¿Estudiar las causasde esa irrupción? ¡Ni hablar! Hay que instaurarcuotas, subvencionar nuestras películas y lasseries de televisión, reivindicar la universalfrancofonía mientras permitimos que la lengua

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francesa se degrade en nuestras escuelas y en lasondas.

Toda interpretación delirante por la que el yoherido imputa sus propios fracasos a otro esintrínsecamente contradictoria. Y ésta no escapa ala regla. En efecto, los franceses odian a EstadosUnidos, pero si a alguien se le ocurre protestar porlos americanismos inútiles que invaden el lenguajede los medios de comunicación de masas se leintenta acusar de viejo carroza, de purista estrechoy de guindilla ridículamente aferrado al pasado.Logramos la hazaña de conjugar el imperialismofrancofónico con el harakiri lingüístico. Queremosimponer al mundo una lengua que nosotroshablamos cada vez peor, y que, por tanto,despreciamos deliberadamente.

Esta contradicción reina con la misma fuerzaen el corazón del antiamericanismo de laizquierda. Pero el suyo no es tanto nacionalistacomo ideológico. En los casos agudos es ambos ala vez. Cuando Noël Mamère, diputado verde, yOlivier Warin, periodista de la cadena Arte,titulan un libro escrito en común Non, merci,

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Oncle Sam 251, sólo puede significar una cosa a laluz de la historia y no de la ilusión: los dos autoreshubieran preferido una Europa hitleriana oestaliniana antes que verla influida por EstadosUnidos. Sin embargo, Estados Unidos es detestadopor la izquierda sobre todo por ser la cueva delliberalismo. Ahora bien, en cuanto se rasca unpoco, se ve que para los socialistas el liberalismosigue siendo equivalente a fascismo. Unaequivalencia que la ultraizquierda haceabiertamente. Y no hace falta presionar mucho a uninterlocutor de la izquierda “moderada” para quetambién lo haga traicionando lo que piensa en sufuero interno. ¿Cuántas veces hemos encontrado,en las páginas precedentes y en boca de oradoresque por lo demás no mostraban ningún signo delocura, la expresión “liberalismo totalitario” yotros equivalentes? La consecuencia natural de eseveredicto debería ser, pues, preconizar larestauración de la sociedad comunista, la vuelta alas raíces del socialismo, la abolición de lalibertad de empresa y de la libertad de mercado. Yen ello radica la contradicción. Pues, dado el

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balance del comunismo e incluso del social-estatalismo a la francesa de los años ochenta, hoydemasiado conocidos, la izquierda da marcha atrásante esa conclusión aunque una parte sustancial desus más ardientes predicadores la acaricien. Perocomo tal programa no puede dar pie a una políticasusceptible de ser llevada a cabo por un gobiernoresponsable, sea cual sea éste, han sido losintelectuales de izquierda quienes, fieles a sumisión histórica, no han perdido la magníficaocasión de ser sus paladines.

Así, Günter Grass, en una novela publicadaen 1995, Ein weites Feld (Es cuento largo), cantaretrospectivamente los encantos de la RepúblicaDemocrática de Alemania, reservando toda suseveridad para Alemania del Oeste. Para él, lareunificación de Alemania no fue más que la“colonización” (término que no es la primera vezque nos encontramos en este contexto) del Este porel Oeste y, por tanto, por el “capitalismoimperialista”. Hubiera debido hacerse a lainversa, dice, servirse de la RDA como del solgracias al cual el socialismo hubiera irradiado

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sobre el conjunto de Alemania. Y para rematar labelleza de la demostración, el héroe de la novelade Grass es un personaje al que tanto ustedes comoyo consideraríamos ingenuamente como infecto ynauseabundo pues ha dedicado su vida a espiar asus conciudadanos y a chivarse, primero a laGestapo y luego a la Stasi. Pero Grass leconsidera absolutamente respetable por haberservido siempre a un Estado antiliberal y haberseinspirado en las viejas virtudes del espírituprusiano. Tales son las convicciones históricas ylos criterios de moralidad del Premio Nobel deliteratura de 1999 252. Tienen su lógica desde laperspectiva de una “resistencia” a la influenciaestadounidense, puesto que las dos únicasproducciones políticas originales de Europa en elsiglo XX, las únicas que no deben nada alpensamiento “anglosajón”, son el nazismo y elcomunismo. ¡Permanezcamos, pues, fieles a lastradiciones del terruño!

El antiamericanismo ideológico de laizquierda no se basa en absoluto en una percepciónde las realidades de la sociedad estadounidense.

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Estados Unidos se merece numerosas críticas,pero deben derivarse de un estudio serio de loshechos que la componen y de su funcionamiento.La condena de los fracasos no significa nada sin elreconocimiento de los éxitos. El rechazofóbicamente global a Estados Unidos comoencarnación del Gran Satán liberal nos informamucho sobre la subjetividad psíquica de suspropagadores, muy poco acerca de la civilizaciónde que es objeto, y que los fiscales enloquecidosse cuidan muy mucho de ignorar. Se trata de unamanifestación del negacionismo de los éxitos delliberalismo, pareja y condición del negacionismode los fracasos y crímenes del comunismo.

Felizmente, los políticos, que están másobligados a observar el principio de realidad, nopueden permitirse el lujo de seguir eternamente alos intelectuales en sus locuras. Durante un viajeoficial a Estados Unidos, en julio de 1998, aLionel Jospin se le desinfló una de las numerosaspatrañas que proliferan en Francia sobre el empleoen Estados Unidos, esos clichés que sirven deconsuelo a la esterilidad subvencionada 253. Dando

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muestras de honestidad, el primer ministro francésadmitió por fin que “contrariamente a lo quehemos afirmado, y quizá creído, el empleo que secrea en Estados Unidos no es sólo, y ni siquieramayoritariamente, empleo no cualificado nichapuzas”. ¿Por qué Estados Unidos, con sus 258millones de habitantes, ha creado de 1974 a 199440 millones de nuevos puestos de trabajo, mientrasque la Europa de los doce, con sus 270 millonesde habitantes y a pesar de los miles de millonesgastados en subvenciones y “fondos estructurales”con los que anega su economía sólo creó en elmismo lapso de tiempo 3 millones de puestos detrabajo? Ésta es la cuestión que Lionel Jospin nopudo dejar de plantearse. Incluso llegó aaventurar: “No queremos una sociedad debeneficencia sino una sociedad de trabajo”. ¿Va aacusársele de haber dado un giro hacia elfascismo? ¿De contribuir a la expansión del horroreconómico y de la dictadura liberal?

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Capítulo XIV

El odio al progresoL A operación que, en este fin de siglo, yprobablemente durante varios años del que viene,absorbe más energía a la izquierda internacionaltiene como objetivo impedir que se examine, eincluso que se plantee, su participación activa o suadhesión pasiva, según los casos, al totalitarismocomunista. Mientras finge repudiar el socialismototalitario, algo que sólo hace a disgusto y con laboca pequeña, la izquierda se niega a examinar afondo la validez del socialismo en cuanto tal, detodo socialismo, por miedo a verse abocada adescubrir, o más bien a reconocer explícitamente,que su esencia misma es totalitaria. Los partidossocialistas, en los regímenes de libertad, sondemocráticos en la misma medida en que sonmenos socialistas.

Los medios desplegados para interceptar ysilenciar toda tentativa de evaluar los errores

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pasados de la izquierda, con vistas a ponertérmino a las prolongaciones subrepticias ehipócritas de esos errores bajo un nuevo disfraz,son numerosos y variados. En este libro no hemencionado más que los principales.

Uno de esos medios es copar prácticamentetoda la escena pública con una evocación yreprobación casi permanentes del fascismo y elnazismo. Como ya hemos visto, la asimilación porla izquierda del fascismo italiano al nazismo tienecomo función principal esconder el parentescoesencial de este último con el comunismo. Peroincluso aunque esta asimilación estuvierajustificada, la reprobación afecta a dos formas detotalitarismo vencidas, eliminadas, juzgadas ycondenadas desde hace más de medio siglo. Elruido ensordecedor y cotidiano de la orquestacióndel “deber de memoria” respecto a ese pasado yalejano parece destinado en parte a respaldar elderecho a la amnesia y a la autoamnistía de lospartidarios del primer totalitarismo, que hacausado estragos antes, durante más tiempo, muchodespués y sigue haciéndolo todavía en vastas

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extensiones geográficas y por doquier en muchosespíritus. Dichos partidarios callan así las vocesde quienes querrían evocarlo y explican esavergonzosa insistencia en hablar del comunismopor una hipócrita complicidad retrospectiva con elnazismo.

Si la izquierda democrática hubierareflexionado sobre su pasado sincera y realmente yroto todo vínculo con la tradición comunista,¿habría Danielle Mitterrand declarado en Praga,con motivo de la conmemoración del décimoaniversario de la Revolución de Terciopelo, quela desaparición del totalitarismo comunista habíadado paso a una plaga aún mayor: el “totalitarismoliberal” impuesto al mundo entero? Es otra de lasmaneras favoritas de la izquierda de huir de supasado: admite la existencia del fenómenototalitario, pero... en las sociedades democráticas.Ha hecho una crítica mucho menor de lo que sedice de sus prejuicios ideológicos. En casocontrario, ¿habría, subvencionado —es decir,hecho pagar a los contribuyentes— el ministeriosocialista de Cultura en 1999 la publicación en

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Francia de The Age of Extremes, el libro del viejoe incurable estalinista británico Eric Hobsbawm?Está muy bien que ese manifiesto totalitario sepublique en francés: en un país libre, la edicióndebe ser libre. Pero que un gobierno socialistaaporte su contribución financiera, es decir, lacontribución involuntaria de unos ciudadanos a losque no se ha consultado, a esa obra de propagandade otra época disfrazada de trabajo científico,muestra lo poco que la izquierda se ha cuestionadosu ideología, como no sea para atribuir suscaracterísticas a su adversario liberal. Elinigualable Ignacio Ramonet, director de LeMonde diplomatique, refleja una opinión comúnen la izquierda cuando escribe: “El pensamientoúnico [sobreentiéndase: liberal] es un nuevototalitarismo... la única ideología autorizada por lapolicía de la opinión, invisible y omnipresente”.Lo que Ramonet está describiendo con exactitud esese régimen policial que le es tan querido: elrégimen comunista 254.

Y, ¿qué mejor prueba de la “dictadura”liberal que... el fracaso de la conferencia de

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Seattle?El comunismo es para la izquierda como un

miembro fantasma, como un brazo o una pierna queha sido amputado pero cuyo dueño sigue sintiendocomo si todavía lo tuviera. Y, si bien hemos vistodesaparecer el comunismo como ideología global,modelador de todos los aspectos de la vidahumana en los países en los que estaba implantadoy destinado a regir un día la totalidad del planeta,ello no quiere decir que haya dejado de controlarpaneles enteros de nuestras sociedades y denuestras culturas. Es lo que Roland Hureauxdenomina en Les Hauteurs béantes de l'Europe 255

“la ideología en piezas separadas”. La ideologíano es necesariamente un bloque, observa,“fenómenos de naturaleza ideológica puedenactuar en tal o cual sector de la vida política,administrativa o social sin que, por tanto, se tratede una sociedad totalitaria”.

Una buena muestra de esas ideologías enpiezas separadas la suministra la corriente deemociones negativas suscitada por lamundialización de los intercambios.

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La guerrilla urbana que se desencadenó ennoviembre-diciembre de 1999 en Seattle contra laOrganización Mundial del Comercio, todavía másfrenética que la de Ginebra en 1998, es una pruebade la supervivencia de la locura totalitaria. No meatrevo, ante tal degradación, a decir “ideología”totalitaria pues la ideología guarda al menos lasapariencias de racionalidad. Los que en Seattledaban el espectáculo eran unos primitivos de lapseudorrevolución. Berreaban protestas yreivindicaciones que, por un lado, estaban fuera delugar, sin relación con el objeto de la reuniónministerial de la OMC y, por otra, eranheteróclitas e incompatibles entre sí.

Fuera de lugar, porque la OMC, lejos depredicar la libertad sin freno ni control delcomercio internacional, fue creada paraorganizarlo, regularizarlo, someterlo a un códigoque respeta el funcionamiento del mercadoenmarcándolo en reglas del derecho. Losmanifestantes se enfrentaban, pues, a un adversarioimaginario: la mundialización “salvaje”. Éstademostró serlo mucho menos que ellos y, a decir

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verdad, serlo tan poco que fue el proteccionismo,cebado de subvenciones, al que se aferraronalgunos de los grandes participantes en lanegociación, el que, por el contrario, provocó elfracaso de la conferencia. Otro reprocheizquierdista, el que se hace a los países ricos dequerer imponer el libre intercambio,especialmente la libre circulación de capitales, alos países menos desarrollados para explotar lamano de obra local, sus bajos salarios y suinsuficiente protección social, se desveló comootro de los frutos del pensamiento comunista quesobreviven bajo la forma de paranoia. En efecto,fueron los países en vías de desarrollo los que senegaron en Seattle a comprometerse a adoptarmedidas sociales, el salario mínimo garantizado ola prohibición del trabajo infantil. Argumentaronque, imponiéndoles estas medidas, los ricosquerían reducir su competitividad, fruto de losbajos costes de producción, prometedora de undespegue económico y, por tanto, de un ulterioraumento del nivel de vida. En contra de lascríticas izquierdistas, en este caso eran los países

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menos desarrollados los que exigían el liberalismo“salvaje” y los países capitalistas avanzados losque, gravados por el alto coste del trabajo, pedíanuna armonización social porque temen lacompetencia de los países menos desarrollados.Es a los menos ricos a los que más beneficia lalibertad de comercio porque son los que tienen losproductos más competitivos en algunos sectoresimportantes. Y son los más ricos, con sus altosprecios de coste, los que, en esos sectores, temenmás la mundialización. Dadas las divisiones que, apropósito de la mundialización, enfrentan tanto alos países ricos entre sí como a los países ricos ylos países menos avanzados, se constata que laidea fija según la cual en todo el mundo reinaría un“pensamiento único” liberal sólo existe en laimaginación de los que están obsesionados por él.

Igualmente, a pesar de los eslóganesecologistas, muy ruidosos también entre losviolentos manifestantes de Seattle, no son lasmultinacionales surgidas de las grandes potenciasindustriales las que ponen peor cara ante laprotección del medio ambiente, son los países

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menos desarrollados. Hacen valer que para que suindustrialización tome impulso es necesario, almenos en una primera fase y como pasó antaño enlos países ricos, dejar en segundo plano laspreocupaciones relativas al medio ambiente.Argumento que también formulan los pescadoresde gambas de India o Indonesia, a los que losecologistas de Seattle pretendían que se prohibieraemplear ciertas redes con las que también secapturan tortugas, una especie amenazada. ¡Quéespectáculo tan cómico el de esos bramadoresbien alimentados de las grandes universidadesestadounidenses luchando por que se prive delmodo de ganarse el pan a los trabajadores del marque penan en las antípodas! ¿Por qué nuestrosecologistas no la toman contra la pesca europea, lasalvajada protegida con la que se exterminan lasreservas de nuestros mares por persistir en elempleo de redes con mallas estrechas que matan alos alevines? Es cierto que enfrentarse con losmarineros de Lorient o de La Corogne no estáexento de riesgos. Y portar pancartas vengadorascontra la libertad de comercio en una ciudad como

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Seattle, en la que cuatro quintas partes de susasalariados trabajan, debido a Microsoft o Boeing,para la exportación, no está exento de ridículo.

Otro detalle divertido: esos energúmenos quemanifiestan a través de la violencia su hostilidadhacia la libertad de comercio militan, con elmismo ardor, a favor del levantamiento delembargo que sufre el comercio entre EstadosUnidos y Cuba. ¿Por qué el libre intercambio,encarnación diabólica del capitalismo mundial, seconvierte de repente en un bien cuando se trata deque funcione a favor de Cuba o del Irak de SaddamHussein? ¡Curioso! Si la libertad de comerciointernacional es para ellos una plaga, ¿no seríaconveniente actuar a la inversa, es decir, extenderel embargo a todos los países?

No es posible entender esa serie decontradicciones de que hacen alardecolectivamente unas personas que, tomadas de unaen una tienen sin duda una inteligencia normal, sino se tiene en cuenta el hechizo del fantasmaañorado del comunismo que ha condicionado yseguirá condicionando todavía por mucho tiempo

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algunos sentimientos y comportamientos políticos.Según esos residuos comunistas, el capitalismosigue siendo el mal absoluto y el único medio decombatirlo es la revolución; incluso si elsocialismo ha muerto y si la “revolución” ya sóloconsiste en romper los cristales de losescaparates, pillando, eventualmente, algo de loque hay detrás.

Ese cómodo simplismo exime de todoesfuerzo intelectual. Es la ideología la que piensaen vuestro lugar. Suprimidla y os veréis obligadosa estudiar la complejidad de la economía libre yde la democracia, los dos enemigos declarados dela “revolución”. El problema es que esas migajasideológicas y los mimos revolucionarios queinspiran sirven de pantalla para la defensa de unosintereses corporativistas muy concretos. Tras esabarahúnda de bramidos incoherentes se ocultabanen Seattle los viejos grupos de presiónproteccionistas de los sindicatos agrícolas eindustriales de los países ricos que sí que sabíanmuy bien lo que querían: el mantenimiento de sussubvenciones, de sus privilegios, de las ayudas a

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la exportación bajo el pretexto, en aparienciageneroso, de luchar contra “el mercado generadorde desigualdades”.

La alegría de la autoproclamada revuelta“ciudadana” 256, de las ONG, de la ultraizquierdaanticapitalista, de los ecologistas, de todos losrebaños hostiles al libre intercambio, que seatribuyeron la gloria del fiasco de Seattle, eseruidoso triunfo, es un auténtico festival deincoherencias. Repitámoslo, lo que provocó elfracaso de Seattle no fue en absoluto el supuesto“ultraliberalismo” de la Unión Europea y deEstados Unidos sino, por el contrario, su excesivoproteccionismo, especialmente en el ámbito de laagricultura, proteccionismo generador deresentimiento en los países emergentes, endesarrollo o en los denominados “del grupo deCairns”, que son, o querrían ser, grandesexportadores de productos agrícolas. El vencedoren Seattle fue el proteccionismo de los ricos,aunque moleste a los obsesos que estigmatizan suliberalismo. Los países en vías de desarrollo semarcaron un punto al rechazar las cláusulas

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sociales y ecológicas que la OMC queríaobligarles a aceptar. Al apoyarles, la izquierdaaplaudió, en consecuencia, el trabajo de los niños,los salarios de miseria, la contaminación, laesclavitud en los campos de trabajo chinos,vietnamitas o cubanos. Pocas veces la naturalezaintrínsecamente contradictoria de la ideología seha manifestado con tan beatífica fatuidad.

Además de su ignorancia deliberada de loshechos y de su culto a las incoherencias, tambiénpodemos captar aquí en vivo otra propiedad delpensamiento ideológico: su capacidad deengendrar a través de consignas progresistas locontrario de sus fines pregonados. Pretende y creeque trabaja en la construcción de un mundoigualitario y lo que fabrica es desigualdad. Otra deesas diferencias de sentido entre las intenciones ylos resultados es la que lleva a cabo la políticafrancesa de educación desde hace treinta años.También es un buen ejemplo de cómo unaideología totalitaria se apropia de un sector de lavida nacional en el seno de una sociedad por lodemás libre.

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El 20 de septiembre de 1997 publiqué en LePoint un modesto artículo de opinión titulado “Lenaufrage de l’École” 257. Modesto porque, loconfieso, no desarrollaba nada original, puesdesde hacía años prorrumpían por doquier laslamentaciones sobre el descenso constante denivel de los alumnos, sobre el progreso delanalfabetismo, de la violencia y de lo que porpudor se denomina el “fracaso escolar”, que da laimpresión de ser una especie de catástrofe naturalque no depende en absoluto de los métodosseguidos o impuestos por los responsables denuestra enseñanza pública. A la mañana siguienterecibí una carta con el membrete del Ministerio deEducación Nacional, firmada por Claude Thélot,“director de evaluación y de prospectiva”.Tratándome irónicamente de “Señor Académico” yde “Querido Maestro”, ese importante personajese dignaba notificarme que mi artículo era de unarara indigencia intelectual y “lastimoso”. Elmagnánimo director se ponía a mi disposición paradarme las elementales informaciones sobre laescuela de las que visiblemente carecía.

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Y hete aquí que, la semana siguiente, laprensa publicó un informe de dicha Dirección deevaluación y de prospectiva en el que se ponía demanifiesto, entre otras barbaridades, que el 35 porciento de los alumnos que comienzan la educaciónsecundaria no comprenden realmente lo que leen yque el 9 por ciento ni siquiera saben deletrear 258.

Inmediatamente me plantee si este abrumadortestimonio, ampliamente difundido, habría caídopor casualidad ante los ojos de Claude Thélot.¿Sería lo que los ingleses llaman un self confessedidiot, un idiota que confiesa serlo, puesto que laDirección de la evaluación a cuya cabeza él seencontraba corroboraba mi artículo? ¿O, más bien,un perezoso que ni siquiera se tomaba la molestiade leer los estudios realizados en sudepartamento? Descarté estas dos hipótesis paradecidirme por la explicación de que la arroganteceguera de Thélot se debía a que la todopoderosaideología se había apoderado de su cerebro y detodo su pensamiento. Lo mismo que antaño unapparatchik era incapaz de imaginar que laimproductividad de la agricultura soviética

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pudiera provenir del propio sistema decolectivización, los burócratas del Ministerio deEducación Nacional no pueden concebir que elhundimiento de la enseñanza pueda deberse altratamiento ideológico con que la castigan desdehace treinta años. Para un ideólogo, obtenerdurante décadas el resultado contrario de lo quepretendía no prueba jamás que sus principios seanfalsos o su método erróneo. Es ésta una pruebaviviente del frecuente fenómeno de la existencia deun “segmento totalitario” en el seno de unasociedad por lo demás democrática 259. Así,numerosos troncos ideológicos de filiacióncomunista siguen flotando aquí y allá por elmundo, a pesar de que el comunismo como entidadpolítica y como proyecto global desaparece.

¿Cómo y por qué han podido aparecer, cómoy por qué pueden perpetuarse, en cierto modo atítulo póstumo, esas tres características de lasideologías totalitarias —y, especialmente, de laideología comunista— mencionadas más de unavez en estas páginas: la ignorancia voluntaria delos hechos, la capacidad de vivir inmerso en la

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contradicción respecto a sus propios principios; lanegativa a analizar las causas de los fracasos? Nose puede entrever la respuesta a estas cuestiones sise excluye la paradoja: el odio socialista alprogreso 260.

En el capítulo XIII hemos visto cómo losteóricos del Partido Comunista y los de laultraizquierda marxista condenan todos los mediosmodernos de comunicación por considerarlos“mercancías” fabricadas por “industriasculturales”. Esos supuestos progresos no tendrían,según ellos, otro fin que el beneficio capitalista yla sumisión de las masas. El mundo editorial, latelevisión, la radio, el periodismo, Internet, ¿y porqué no la imprenta?, no habrían sido jamásinstrumentos de difusión del saber y medios deliberación de las mentes. Sólo habrían servidopara el engaño y la leva.

No hay que olvidar que esta excomunión de lamodernidad, del progreso científico y tecnológicoy de la ampliación de la libre elección culturaltiene sus raíces en los orígenes de la izquierdacontemporánea y, de manera espectacular, en la

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obra de uno de sus principales padres fundadores:Jean-Jacques Rousseau. Nadie lo ha observado niexpresado mejor que Bertrand de Jouvenel en suEssai sur la politique de Rousseau 261, siexceptuamos a Benjamin Constant en De la libertédes anciens comparée à celle des modernes. Eltexto, que hizo célebre a Rousseauinstantáneamente, es, como todo el mundo sabeaunque pocos sacan las conclusiones pertinentes,un manifiesto virulento contra el progresocientífico y técnico, factor, según él, de regresiónen la medida en que nos aleja del estado natural.Es un texto que va en contra de toda la filosofía dela Ilustración, según la cual el avance delconocimiento racional, de la ciencia y de suaplicación práctica favorece la mejora de lascondiciones de vida de los humanos. La hostilidadque los filósofos del siglo XVIII, especialmenteVoltaire, demostraron rápidamente haciaRousseau, no proviene únicamente deanimosidades personales, como se repite sindemasiado análisis: está basada en una profundadivergencia doctrinal. Yendo en contra de la

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corriente mayoritaria en su tiempo, Rousseauconsidera la civilización como nociva ydegradante para el hombre. Alaba sin cesar laspequeñas colectividades rurales, predica la vueltaal modo de vida ancestral, el de los campesinosdesperdigados por la campiña en aldeas de dos otres familias. La ciudad es objeto de su anatema.Tras el terremoto de Lisboa, clama en voz alta quedicho seísmo no hubiera causado tantas víctimas...si Lisboa no hubiera tenido tantos habitantes, esdecir, si Lisboa no hubiera sido edificada. Elenemigo es la ciudad desde cualquier punto devista. No sólo corrompe sino que, además, exponea los humanos a catástrofes que no sufrirían sisiguieran viviendo en cavernas o chozas. Así pues,la humanidad se portaría mucho mejor, cultural yfísicamente, si jamás hubiera construido ni Atenas,ni Roma, ni Alejandría, ni Ispahán, ni Fez, niLondres, ni Sevilla, ni París, ni Viena, niFlorencia, ni Venecia, ni Nueva York, ni SanPetersburgo.

Una vez más, las visiones añorantes delpasado y el proteccionismo campestre de

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determinada izquierda, aquella de la que hasurgido el totalitarismo, coinciden con los temasde la extrema derecha tradicional, adepta a la“vuelta a las fuentes”. Nos encontramos con estaconvergencia hasta en los debates más candentesdel último año del siglo XX: algunas acusacionescontra el “ultraliberalismo” y la “mundializaciónimperial” vertidas por las plumas comunistas oultraizquierdistas eran tan idénticas a las vertidaspor las plumas “soberanistas” de derecha quehubiera sido posible intercambiar las firmas sintraicionar en lo más mínimo el pensamiento de losautores 262.

Dada su lógica hostil a la civilización,considerada como corruptora, Rousseau es elinventor del totalitarismo cultural. La Carta ad'Alembert sobre los espectáculos prefigura eljdanovismo “realista socialista” de los tiempos deStalin y las “obras revolucionarias” de la Óperade Pekín de la época en la que la dirigía la mujerde Mao Ze-dong. Para Rousseau, lo mismo quepara las autoridades eclesiásticas más severas delos siglos XVII y XVIII, el teatro es una fuente de

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degradación de las costumbres. Incita al vicioporque desata las pasiones y empuja a laindisciplina porque estimula la controversia. Lasúnicas representaciones de su gusto son las obrasde los círculos recreativos, de esos sainetesedificantes que a veces se improvisan en loscantones suizos durante las noches de vendimia. SiJean Jacques se hubiera aplicado a sí mismo laestética de Rousseau se hubiera prohibido escribirl as Confesiones y habría privado a la literaturafrancesa de una obra maestra.

En lo que a las instituciones políticasrespecta , El Contrato social garantiza lademocracia como la garantizaba la Constitución deStalin de 1937 para la Unión Soviética. Partiendodel principio de que la autoridad de su Estadoemana de la “voluntad general” de “todo elpueblo”, nuestros dos juristas estipulan que no sepuede tolerar ninguna manifestación de libertadindividual posterior al acta constitucionalfundadora. En El Contrato social se expresaanticipadamente la teoría del “centralismodemocrático” o de la “dictadura del proletariado”

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(evidentemente, con otro vocabulario). Por lodemás, hay un síntoma que no engaña: Rousseauexalta siempre a Esparta en detrimento de Atenas.En el siglo XVIII hasta Maurice Barres era casi uncódigo, un signo de unión de los adversarios delpluralismo y de la libertad. Benjamin Constantsubraya esta tendencia hacia el permanente campode reeducación espartana, tan querido tanto por eltemible abad de Mably, uno de los más inflexiblesprecursores del pensamiento totalitario, como porel bienintencionado Jean-Jacques: “Esparta, queunía las formas republicanas al sojuzgamiento delos individuos, provocaba en el espíritu de estefilósofo un entusiasmo aún más vivo. Ese amplioconvento le parecía el ideal de una perfectarepública. Tenía un profundo desprecio porAtenas, y hubiera dicho de buen grado de estanación, la primera de Grecia, lo que un académico,y gran señor, decía de la Academia Francesa:‘¡Qué terrible despotismo! Todo el mundo hace loque quiere’”.

Como subraya con ironía Bertrand deJouvenel, se ha alabado a Rousseau durante dos

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siglos como precursor de unas ideas totalmenteopuestas a las que realmente fueron las suyas.Prefería “el campo a la ciudad, la agricultura alcomercio, la sencillez al lujo, la estabilidad de lascostumbres a las novedades, la igualdad de losciudadanos en una economía simple a sudesigualdad en una economía compleja y..., porencima de todo, el tradicionalismo al progreso”. Yen ese sentido no fue, contrariamente a la leyenda,un fundador intelectual de la democracia liberal,sino, aunque parezca imposible, de la izquierdatotalitaria.

A semejanza de Jean-Jacques Rousseau,Friedrich Engels pinta la industrialización y laurbanización en su célebre Situación de las clasestrabajadoras en Inglaterra, publicado en 1845,ante todo como factores de destrucción de losvalores morales tradicionales, especialmente delos familiares. En las nuevas ciudades industriales,dice, las mujeres se ven empujadas a trabajar fueradel hogar. No pueden, pues, cumplir el papel quela naturaleza les ha asignado: “Cuidar de los hijos,limpiar la casa y preparar las comidas”. Y lo que

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es aún peor: si el marido está en el paro es a él aquien le toca esta tarea. ¡Horror! “Sólo en laciudad de Manchester, centenares de hombres seven así condenados a hacer las labores del hogar.Es fácil, pues, comprender la justa indignación deunos obreros transformados en eunucos. Se haninvertido las relaciones familiares” 263. El maridose ve privado de su virilidad; sin embargo, laesposa, dejada de la mano de Dios en la granciudad, está expuesta a todo tipo de tentaciones. Allector no se le escapará que, en este sermón delreverendo Engels, no se halla precisamente elanuncio de la liberación de la mujer.

Las sociedades creadas por el “socialismoreal” fueron, de hecho, las más arcaicas a las quela humanidad se ha enfrentado desde hacemilenios. Por otra parte, esta “vuelta a Esparta”caracteriza a todas las utopías. Las sociedadessocialistas son oligárquicas. La minoría dirigenteasigna a cada individuo su puesto en el sistemaproductivo y su lugar de residencia porque estáprohibido viajar libremente, incluso dentro delpaís, sin una autorización que se materializa en el

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“pasaporte interior”. La doctrina oficial debepenetrar en cada mente y constituir su únicoalimento intelectual. El propio arte sólo existe confines edificantes y debe limitarse a exaltar con lamás hilarante necedad una sociedad que nada en lafelicidad socialista y a reflejar el éxtasis delreconocimiento admirativo del pueblo hacia elgran tirano supremo. Evidentemente, la poblacióntiene cortado todo contacto con el extranjero, ya setrate de información o de cultura, aislamiento ésteque hace realidad el sueño de proteccionismocultural acariciado por ciertos intelectuales yartistas franceses desde que se sienten amenazadospor el “peligro” de la mundialización cultural. Laacusan de riesgo de uniformización de la cultura.¡Como si la uniformización cultural no fuera, demodo palpable, la característica de las sociedadescerradas, en el sentido en que Karl Popper y HenriBergson emplearon este adjetivo! ¡Y como si ladiversidad no hubiera sido, a lo largo de lahistoria, el fruto natural de la multiplicación de losintercambios culturales! Es en las sociedades delsocialismo real en las que hay campos de

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reeducación dedicados a meter en el buen caminodel “pensamiento único” a todos los ciudadanosque tienen el valor de cultivar cualquierdiferencia. Reeducación que, además, tiene laventaja de suministrar una mano de obra a un costeinsignificante. Todavía en el año 2000, más de untercio de la mano de obra china está formada poresclavos. No hay, pues, que extrañarse de que losproductos por ellos fabricados casi gratuitamentelleguen a los mercados internacionales a precios“insuperables”. Y que no se diga que se trata de unmal del liberalismo: el liberalismo presupone lademocracia, con las leyes sociales que de ella sederivan.

Parece increíble que todavía hoy haya unnúmero considerable de personas en las que habitala nostalgia de este tipo de sociedad, sea en sutotalidad, sea “por piezas”. Pero así es. La largatradición, escalonada a lo largo de dos milenios ymedio, de las obras de los utópicos,asombrosamente parecidos, hasta en sus másmínimos detalles, en sus prescripciones con vistasa crear la Ciudad ideal, atestigua una verdad: la

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tentación totalitaria, bajo la máscara del demoniodel Bien, es una constante del espíritu humano.Siempre ha estado y siempre estará en conflictocon la aspiración a la libertad.

notes

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Notas a pie de página 1 Le Point, 2 de julio de 1990, “Catastroika

intellectuelle”.2 Manual del perfecto idiota

latinoamericano, obra colectiva. Barcelona. Plazay Janes. 1996.

3 Debo precisar, para ser exacto, que elpretexto para la agresión a Octavio Paz fueron dosdiscursos. El primero, pronunciado en Francfort enoctubre de 1984 con motivo de la recepción delPremio de la Paz por el presidente de la RFA, esun discurso muy general sobre la paz y la guerra,el papel de los Estados y el enfrentamiento Este-Oeste. Las líneas que desencadenaron la cólera delos ideólogos son las siguientes: “Está claro queEstados Unidos apoya a grupos armados que seoponen al régimen de Managua; como también escierto que la Unión Soviética y Cuba envíanconsejeros militares y armas a los sandinistas;finalmente, es evidente que las raíces del conflictoestán profundamente hundidas en el pasado de

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Centroamérica”. No se puede negar que se trata deverdades palmarias de lo más moderadas yequilibradas. Pero el odio contra Paz venía de máslejos: de su rechazo, desde bacía mucho tiempo, aser un “compañero de viaje” del comunismo. Elsegundo discurso por el que se le incriminó lopronunció en Valencia el 15 de junio de 1987durante la conmemoración del 50 aniversario delCongreso de Intelectuales Antifascistas celebradoen esa misma ciudad en 1937, durante la guerra deEspaña. Paz tuvo la torpeza de recordar el papeldesempeñado por Stalin y los estalinistas en laderrota del bando republicano, papelabundantemente documentado hoy en las obras detodos los historiadores serios.

4 Liberation, 9 de abril de 1999.5 The Economist, 20 de septiembre de 1997.6 Comunicación presentada en el coloquio

internacional sobre “Los desafíos democráticos,de América Latina a los países del Este”,Universidad de Lausana, 26-27 de abril de 1991.

7 Les temps modernes, marzo de 1992.

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8 Passage de l'Est, París, Gallimard, 1993.9 Todavía en 1999 el Oeste transfiere a los

länder del Este 70.000 millones de dólares poraño, es decir, cerca de 11 billones y medio depesetas.

10 Panoramiques, 2.º trimestre de 1992. N.º4, Arléa Corlet.

11 Si se me permite evocar mi modestaexperiencia personal, en Estados Unidos latraducción de mi libro La tentación totalitaria,Barcelona, Plaza & Janés, 1976, recibió cuando sepublicó el firme apoyo de los dirigentessindicales, que me invitaron a hablar en numerosasocasiones ante asambleas de sus afiliados. Sinembargo, el recibimiento fue mucho más reservadoen los medios universitarios, impregnadosentonces del espíritu de la détente hacia la UniónSoviética y de una admiración aún muy viva haciala China comunista.

12 Barcelona, Plaza y Janés, 1992. Véase enespecial el capítulo sexto y el anexo I,reproducción de un artículo publicado en 1988.

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13 Han sido necesarios dos artículos en elNew York Times para anunciarlo. “Very well, hecontradicis himself”, de Alan Tonelson (21 denoviembre de 1993) y “Contradicted by Events, aPundit Plows Ahead”, por Michiko Kakutani (17de diciembre de 1993).

14 Alain Cotta, Wall Street ou le miracleaméricain, París, Fayard, 1999.

15 Es especialmente de esa incapacidad, o deesa extrema dificultad, de lo que trata mi libro Elrenacimiento democrático (1992), en el quepongo en guardia contra el excesivo optimismoque, hacia 1990, auguraba a los países que sehabían desembarazado del comunismo un rápidoascenso hacia la prosperidad capitalista y hacia lademocracia política.

16 Immanuel Wallerstein, L'Après-Libéralisme, Éditions de l'Aube, 1999.

17 París, Plon, 1977.18 Frédéric Martel, Le Rose et le Noir, París,

Seuil, 1996.19 Politique Internationale, verano de 1997,

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n.º 76.20 Alain Touraine, ¿Cómo salir del

liberalismo?, Barcelona, Paidós Ibérica, 1999.21 “Sandinista estranguló a su esposa por

simpatizar con los liberales”. Diario de lasAméricas, 22 de febrero de 1998.

22 McMillan, 1989.23 Le Monde, 20 de abril de 1999.24 Jeune Afrique, 1 de junio de 1999, tomado

de la New York Review of Books.25 Le Figaro, 27 de mayo de 1999.26 Citado por Pierre Lemieux, Du liberalisme

à l'anarcho-capitalisme, París, PUF, 1983.27 Nicolas Baverez, Les Trente Pitieuses ,

Paris, Flammarion, 1997.28 Guy Sorman, La solución lilberal, Madrid,

Espasa-Calpe, 1985.29 Jacques Lesourne, Le Modèle français,

Paris, Odile Jacob, 1998.30 Le Figaro, 31 de mayo de 1999.31 N.º 536 del 9 de febrero de 1995.

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32 Confirmo la exactitud del diagnóstico deFuret por haber publicado, precisamente hacíaveinte años, La tentación totalitaria, op. cit. En1976 sufrí los inconvenientes que él describe y delos que, en 1977, informé detalladamente y conpruebas, en La Nouvelle Censure (Paris, Laffont).Debo decir que estuve todo el año 1976 muyagradecido a François porque, en la intimidad dela amistad, me animó constantemente y me felicitó,a carcajadas, por haberme elevado al rango decobaya de un irreemplazable “experimentosociocultural”.

33 VV. AA., El libro negro del comunismo ,Madrid, Espasa-Calpe, 1998.

34 Le Point, 14 de enero de 1995. Artículorecogido en mi recopilación Fin du siècle desombres, París, Fayard, 1999.

35 Véase el capítulo cuarto de dicho libro y elséptimo.

36 Véase el capítulo octavo.37 Sobre este periodo véase el esclarecedor

libro de Christian Jelen, citado por Furet, Hitler

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ou Staline, París, Flammarion, 1988. Un síntomade la tenacidad de la mentira ideológica es que, enplena glasnost soviética, en Francia el libro fuerademolido en el más puro estilo estalinista por lacrítica de izquierdas, incluso por la no comunista.

38 En su Histoire de l'InternationaleCommuniste (París, Fayard, 1997), Pierre Brouéexplica que habría que decir la Comintern puesInternacional es femenino, y escribirlo con c nocon k. Adopto la c pero no el femenino. El uso deComintern como masculino está tan arraigado ydesde hace tanto tiempo que prefiero mantenerlo.Boris Souvarine insistía ya para que se escribieracon c.

39 Noviembre de 1997.40 7 de noviembre de 1997.41 28 de noviembre de 1997.42 9 de noviembre de 1997.43 Le Journal du Dimanche, 2 de noviembre

de 1997, y L'Humanité, 7 de noviembre de 1997.44 Un notable y minucioso panorama de esos

golpes bajos se puede ver en Pierre Rigoulot e

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Ilios Yannakakis, Un pavé dans l'Histoire. Ledébat français sur le “Libre noir ducommunisme”, París, Robert Laffont, 1998.

45 Critique communiste, febrero de 1998.46 Le Monde, 27 de noviembre de 1997.47 8 de abril de 1998.48 13 de noviembre de 1997.49 Entre las obras más recientes dedicadas a

este suicidio político-intelectual, citaré a ChristianJelen, La ceguera voluntaria, Barcelona, Planeta,1985, y Pierre Rigoulout, Les Papières lourdes ,París, Editions Universitaires, 1991, aunque haymuchas más desde hace mucho tiempo y en todaslas lenguas.

50 18 de noviembre de 1997.51 Éditions du Rocher, traducido del ruso por

Galia Ackerman y Pierre Lorrain, 1992.52 Le Cherche-Midi éditeur, 1997.53 Romain Rolland, Voyage à Moscou , París,

Albin Michel, 1992.54 Citado en Annie Kriegel y Stéphane

Courtois, Eugen Fried, París, Seuil, 1997, p. 87.

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55 Véase, como anexo del presente capítulo,la entrevista que concedí, en caliente, a Le Figuro,sobre esta descontrolada salida del primerministro.

56 Entrevista en L'Événement du jeudi citadamás atrás.

57 En lo que respecta (entre otros temas) a lahistoria contrastada de las relaciones entresocialistas y comunistas franceses, remitiré, paramás detalles, al inteligente e iluminado estudio deMichel Winock “La culture politique dessocialistes”, en el libro colectivo Les Culturespolitiques en France, bajo la dirección de SergeBerstein, París, Seuil, 1999.

58 Discurso publicado en la revistaCommentaire (París, invierno 1997-1998) y enCommentary (Nueva York, enero 1998). Véase elensayo de Alain Besançon Le Malheur du siècle,París, Fayard, 1998, en el que retoma y desarrollasu idea.

59 George Watson, La Littérature oubliée dusocialisme, París, Nil Éditions, 1999. Traducido

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del inglés por Hugues de Giorgis. Ediciónoriginal : The Lost Literature of Socialism,Cambridge, The Lutterworth Press, 1998. GeorgeWatson es profesor en el St. John’s College deCambridge. Varios pasajes de este capítulo hansido sacados del prefacio que redacté para latraducción francesa del libro de Watson.

60 Otto Wagener, Hitler aus näschter nähe:Aufzeichnungen eines Vertrauten 1929-1939,Francfort, 1978.

61 De 1944 (1947 para la edición francesa).Libro editado en Estados Unidos durante la guerray cuyo título original es The OmnipotentGovernment, The Rise of the Total State and theTotal War . En mi libro El conocimiento inútil,Madrid, Espasa-Calpe, 1993, ya mencioné estaobservación de Von Mises.

62 Friedrich A. von Hayek, Camino deservidumbre, Madrid, Alianza, 1995.

63 París, Honoré Champion Ed.64 Revue d’Allemagne, julio-septiembre de

1998.

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65 Hermann Rauschning, Hitler me dijo,Madrid, Atlas, 1946.

66 Citado por Alain Laurent en Histoire del’individualisme; París, PUF, 1993. Véasetambién, del mismo autor, L'Indvidu et ses enemis,París, Hachette-Pluriel, 1987.

67 Citado por George Watson, La Littératureoubliée du socialisme, París, Nil Éditions, 1999.Edición inglesa de 1998.

68 Citado por Michel Heller en La Machineet les rouages, ou la formation de l’hommesoviétique, Calmann-Levy, 1985. Traducido delruso por Anne Coldefy-Faucard.

69 André Gide, Regreso de la U.R.S.S.,Barcelona, Muchnik Editores. 1982. Las cursivasson mías.

70 París, La Découverte, 1998.71 Le Monde, 18-19 de julio de 1999.72 Le Malheur du siècle. Sur le nazisme, le

communisme et l’unicité de la Shoah, París,Fayard, 1998.

73 La anécdota está recogida por el hijo de

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Beria en el libro sobre los recuerdos de su padre.Sergio Beria, Beria, mon père. Prefacio,traducción y notas de Françoise Thom. París,Plon/Critérion, 1999.

74 El libro negro del comunismo , op. cit.Véase, sobre todo, J. Becker, Hungry Ghosts,Londres, John Murray, 1996.

75 “Revelations on Mao’s famine: the greatleap into death”, International Herald Tribune, 18de julio de 1994.

76 Noticia Reuter desde Pekín del 23 dediciembre de 1998. Ver también el InternationalHerald Tribune del 25 de diciembre de 1998.

77 PO Box 361375, Milpitas, CA 95036,Estados Unidos.

78 Informe completo de este discurso en LeFigaro e International Herald Tribune de losdías 19 y 20 de diciembre de 1998.

79 Revelaciones del Washington Post , 1 deenero de 1999.

80 “Les comptes fantastiques de la Chine”,Anuales des Mines, marzo de 1999.

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81 “Les crimes impunis de la Chine”Libération, 24-25 de abril de 1999.

82 The Private Life of Chairman Mao,Random House, 1994.

83 Véase al final del capítulo el anexo I en elque se reproduce un artículo mío dedicado a estecurioso error, publicado en 1968 en L’Express.

84 Christopher Patten, China, Power and TheFuture of Asia, Times Books, 1998.

85 Esta idea fija causó estragos desde elcomienzo de la ocupación, en 1950-1951. Estragosque continúan o, más bien, se rematan hoy. Véase aeste respecto el reciente reportaje de JohnPomfret, “Tibetans Struggle for Identity”,International Herald Tribune, 22 de julio de1999.

86 International Herald Tribune, 4 de enerode 1999. Véase también Life and Human Rights inNorth-Karea, verano de 1999, n.º 12. Esta revistatrimestral se publica en japonés, coreano e inglés,y está financiada por contribuciones voluntarias deciudadanos japoneses y coreanos.

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87 París, Fayard.88 París, PUF.89 El terror bajo Lenin, Barcelona, Tusquets,

1978.90 Barcelona, Planeta, 1985.91 Olivier Todd, “Le mythe Hô Chi Minh”, en

Hô Chi Minh, l’homme et son héritage, Librocolectivo. Duöng Moï, La Voie Nouvelle, París,1990. Reproducido en Commentaire, n.º 50,verano de 1990.

92 Noviembre de 1989. Citado por OlivierTodd, ibid.

93 Sophia Quinn-Judge, Hô Chi Minh: NewPerspectives from the Comintern Files. Citado enEl libro negro del comunismo, op. cit.

94 Véase el relato de uno de ellos, ClaudeBaylé, Prisonnier au camp 113, le camp deBoudarel, Perrin, 1991.

95 Commentaire, n.º 64, invierno de 1993-1994. Agradezco a M. Moracchini las preciosasindicaciones que en su calidad de jurista me hadado en relación con estos problemas.

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96 Creado por el tratado firmado en Roma por120 Estados el 28 de julio de 1998. En laactualidad ya están en activo tribunalesinternacionales que juzgan a los culpables decrímenes contra la humanidad en la ex Yugoslaviay en Ruanda.

97 Véase, en el anexo 2 de este capítulo, losartículos de este código sobre los crímenes contrala humanidad. Son una prolongación exacta de ladoctrina de Nuremberg; la auténtica, no laimaginada por los magistrados franceses delTribunal Supremo para las necesidades deBoudarel.

98 2 de marzo de 1999.99 Es cierto que a las 22.15 y con diez años

de retraso.100 30 de diciembre de 1998.101 Quinta parte, capítulo consagrado a

América Latina, cuyo autor es Pascal Fontaine.102 Le Figaro, 5-6 de noviembre de 1995.103 Granma international, 8 de noviembre de

1998.

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104 Citado por Jean Guisnel en Les PiresAmis du monde, les relations franco-américainesà la fin du XX e siècle, Stock, París, 1999, p. 326.

105 Yuri Orlov, Un socialisme non totalitaireest-il possible?, 1975. Traducción francesa en LesCahiers du Samizdat, nº 37, Bruselas, julio-agostode 1976. Reproduje este texto en el anexo III de milibro La Nouvelle Censure, Paris, Robert Laffont,1977.

106 Jaques Rossi, Manuel du goulag, LeCherche-Midi, 1997.

107 Entrevista en International Herald Tribunede 30 de enero de 1995.

108 Las tres obras, que no se encuentran a laventa desde hace mucho tiempo, merecerían serreeditadas. Agradezco a Jacob Sher haberme dadoa conocer los libros de Franck y de Richter, asícomo los notables estudios, por desgracia inéditos,que él les ha dedicado.

109 Karl Jaspers, Three Essays: Leonardo,Descartes, Max Weber , Nueva York, Harcourt,Brace and World, 1964, p. 222. El autor remite a

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Felix Somary, Erinnerungen, pp. 171-172.Traducción al francés en Commentaire, n.º 55,otoño de 1991.

110 Editorial publicado por mí en L’Expressde 28 de agosto de 1968.

111 El libro rojo: citas del presidente MaoTse-Tung, Barcelona, Planeta-Agostini, 1996.Écrits choisis en tres volúmenes, por Mao Zedong,París, Maspero.

112 Nota para las jóvenes generaciones a lasque el Ministerio impide aprender las lenguasclásicas. Limes: bajo el Imperio romano, línea defortificación más o menos continua que bordeabaalgunas fronteras (Larousse).

113 David Bosc, Ombre portée. Notes surLouis Aragon et ceux qui l'ont élu, ÉditionsSulliver, 1999.

114 Calle comercial de un barrio popular contiendas de mal gusto pretencioso (N. de la T.).

115 Mario Vargas Llosa, El pez en el agua,Barcelona, Seix Barral, 1993.

116 Agradezco a Xavier Zeegers que me diera

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a conocer esta grabación.117 París, Robert Laffont, 1976, pp. 289-290.118 Op. cit.119 Viajante-representan-corredor.120 Firmado por Catheríne Marconnet. Se

puede encontrar una biografía completa deBourchett en mi libro La Nouvelle Censure, op.cit, 1977, pp. 151-165.

121 6 de enero de 1999. También responden alcuestionario Alain Besançon, Pierre Daix, queabundan en el mismo sentido, y Alain Krivine,secretario general de la Liga ComunistaRevolucionaria (trotskista), que deplora queL'Humanité se hubiera entregado a “un mea culpaafligente".

122 Jean-Jacques Marie, Le Goulag, París,PUF, 1999. Véase la reseña de este libropublicada por Pierre Rigoulot en el n.º 12 (veranode 1999) de los Cahiers d'Histoire sociale.

123 Reproduje este sabroso documento en LaNouvelle Censure, op. cit., pp. 215-219.

124 Citado por Yves Santamaría en el capítulo

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del Libro negro dedicado a los afrocomunismos:Etiopía, Angola, Mozambique.

125 Le Nouvel Observateur, 5 de noviembrede 1997.

126 Grasset.127 En 1984, durante un debate en una

emisora, tuve la ingenuidad de dejar entrever mitímida indignación por la noticia de que, paracelebrar el décimo aniversario de su revolución,el Partido Comunista Etíope había importado, abase de divisas fuertes y para su único uso,millares de cajas de whisky, de champán y de foiegras, en un momento en el que el pueblo estabasiendo diezmado por una de esas hambrunas de lasque el comunismo tiene la patente. Al díasiguiente, L’Humanité me llamó, por un sentido dela más elemental decencia y ante mi indignación,reaccionario no cualificado. Este episodio delbanquete de los Jefes rodeados de una multitud degente famélica y de cadáveres aún calientesrecuerda un pasaje de Rebelión en la granja deGeorge Owell, en que los jefes comunistas, “que

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son más iguales que los demás", se atiborranmientras el pueblo se muere de hambre. Lo que esnotable en el comunismo es que, sea cual sea lalatitud por la que se extiende y la raíz cultural enla que se injerte, cada régimen desarrollainvariablemente, punto por punto, las mismasetapas del mismo guión a partir de una mismamatriz. Es la única verificación experimenta] quese puede observar del materialismo histórico, laque practica sobre sí mismo a falta de algo mejor.

128 Ben Kiernan, Race, Power and Genocidein Cambodia under the Khmers rouges 1975-1979, Yale University, 1996. En el planoideológico, Kiernan intenta también exonerar alcomunismo de este genocidio.

129 24 de junio de 1997.130 Véase en el anexo del presente capítulo la

reseña que hice en 1988 al libro de un testigo deeste periodo.

131 International Herald Tribune, 29 y 30 dediciembre de 1998.

132 Le Monde, 19 de julio de 1999. Jean-

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Claude Pomonti en Phnom Penh.133 Véase especialmente Jean Montaldo, Les

Finances du PCF, París, Albin Michel, 1977.134 Le Parisien-Aujourd’hui: “Robert Hue,

amenazado con ir al tribunal de apelación”, 18 deagosto de 1999. Este artículo se publicómaliciosamente en las páginas de sucesos y no enlas de política.

135 Vladimir Bukovsky, Jugement à Moscou,un dissident dans les archives du Kremlin ,traducido del ruso por Louis Martínez, París,Robert Laffont, 1995. Véase la reseña que hice deeste libro en Fin du siècle des ombres, op. cit., p.535.

136 18 de noviembre de 1997.137 Jean-Claude Lattès, 1998.138 Entre los más estremecedores citaré el

recién publicado Les pierres crieront, ou uneenfance cambodgienne, de Molyda Szymusiak,París, La Découverte, prefacio de Jean-MarieDomenach.

139 Le Poids de la pitié, Balland, 1985.

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140 Nos volvemos a encontrar con uno de losrasgos característicos de los regímenescomunistas: el restablecimiento de la esclavitud(Nota de 2000).

141 Le Point, n.º 1283. Utilizo la palabra“exacción” en su sentido de “extorsión” y no en elde “torturas, masacres” que se ha extendidodebido a la mala compresión del término.

142 Op. Cit.143 Le Monde, 25 de enero de 1997.144 Entrevista concedida a la agencia France-

Presse el 13 de abril de 1997. Ideas expresadasnuevamente días más tarde en la AsambleaNacional donde la señora Anthonioz-de Gaullehablaba en calidad de miembro del ConsejoEconómico y Social.

145 Las cursivas son mías. Texto citado porStéphane Courtois, “PCF: l’impossible re-dressement", Les Cahiers d'Histoire Sociale, n.º8, primavera-verano de 1997.

146 “L’idéologie communiste n’est pasmorte”, en la revista Esprit, marzo-abrll de 1997.

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147 Ibid.148 Véase International Herald Tribune de

26 de diciembre de 1998 y 23 de septiembre de1999. El autor del Protocolo es un tal MathieuGolovinski. Véase el artículo de Víctor Loupan enLe Figaro Magazine de 7 de agosto de 1999.Golovinski fue nombrado en 1917 comisario delpueblo por Lenin, quien le mantuvo a su lado hastasu muerte.

149 Editorial del 21 de noviembre de 1998:“Los armarios del PCF”.

150 Véase especialmente Annie Kriegel yStéphane Courtois, Eugen Fried, le Grand secretdu PCF, París, Seuil, 1998. Nacido en Eslovaquia,Fried f ue, por mandato de Stalin, el jefe secretodel PCF durante los años treinta y cuarenta.Philippe Robrieux ya había retratado a estepersonaje y su papel en su biografía de MauriceThorez, en 1974. Los archivos acaban de hacerincontestable el dossier.

151 Artículo citado.152 Juego de palabras intraducibie entre

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droits acquis, derechos adquiridos, y passe-droits, favores, canonjías (N. de la T.).

153 22 de julio de 1999.154 Le Monde, 15-16 de agosto de 1999.155 Olivier Duhamel, Jérôme Jaffré, Sofres,

L’État de l’opinion, París, Seuil, 1997.156 En el estudio ya mencionado, “La culture

politique des socialístes”, op. cit., Michel Winockescribe en 1999: “El carácter esquizoide de lacultura socialista [Revolución/República;marxismo/reformismo] era vivido por losmilitantes sinceros con tanto más incomodo cuantoque las instancias del PS no tenían en mente, comoquiso una vez en Alemania Édouard Bernstein,poner la teoría de acuerdo con la práctica... Elcongreso extraordinario del Grande Arche endiciembre de 1991 dio un paso más hacia elrevisionismo, pero como a hurtadillas, sin eco,casi vergonzantemente”.

157 Incluso después de la guerra, Stalin tomó asu servicio técnicos nazis especializados en lascámaras de gas. Véase Pierre de Villemarest: “Les

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spécialistes nazis du génocide ont aussi travaillépour Staline", Le Quotidien de París, 13 de juliode 1993.

158 También yo he empleado por descuidoeste uso erróneo en mi artículo de Commentaire(n.º 91, primavera de 1998) titulado “L’essentielleidentité du fascisme rouge et du fascisme noir”. Niel nazismo ni el comunismo son fascismo en elsentido exacto definido por la historia. Van muchomás adelantados en la vía del mal.

159 Commentaire, otoño de 1979.160 Sin embargo, algunos comentaristas,

evidentemente con la mente muy alterada por losprogresos de la información sobre el comunismo,han comparado a los jemeres rojos camboyanoscon el fascismo italiano. Véase a este respecto latribuna libre de Alain Blum, director deinvestigación en el Ined, en Le Monde de 18 denoviembre de 1997.

161 Pierre Milza, Mussolini, París, Fayard,1999.

162 Renzo de Felice, recientemente

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desaparecido, es autor de un Mussolini en cuatrotomos y de diversas obras cuya publicación seescalona de 1965 a 1997 que han renovado lahistoria y la interpretación del fascismo.

163 Editado por Rizzoli. Véase especialmentelos volúmenes L'Italia in camicia nera, L'Avventodel fascismo e II fascismo si consolida (este tomoen colaboración con Mario Cervi). (Trad. encastellano de Plaza & Janés).

164 Véase L. S. Dawidowicz, The Waragainst the Jews 1933-1945, Harmondsworth,Penguin Books, 1987. p. 480. Citado porEmmanuel Todd, El destino de los inmigrantes:asimilación y segregación en las democraciasoccidentales, Barcelona, Tusquets, 1996. Véasetambién Renzo de Felice, Storia degli ebreiitaliani sotto il fascismo, Turín, Einaudi, 1961,reed. 1972.

165 Véase especialmente: Renzo de Felice,Intervista sul fascismo, a cura di MichaelLedeen, Roma, Laterza, 1976, p. 49. Lahistoriografía contemporánea seria ha demostrado

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el carácter supersticioso de ciertos mitos. Véase“Le grand capital et la montée de Hitler aupouvoir", por H. A. Turner Jr., en DavidSchoenbaum, La Révolution brune, traducciónfrancesa publicada por Roben Laffont. Turnerescribe: “La gran mayoría de los industrialesalemanes no había deseado una victoria nazi [enlas elecciones] ni contribuido materialmente agarantizarla”. Por el contrario, “Hitler recibió unaayuda considerable de los pequeños y medianosempresarios” (p. 352). Ahora se sabe que el libroatribuido a Thyssen y que tuvo tanta resonanciaJ’ai payé Hitler, es falso y se fabricó después dela muerte de Thyssen. Refugiado en Francia, elindustrial fue entregado a los nazis en 1940. En loque respecta al fascismo, véase, entre otros, PieroMelograni, Gli Industriali e Mussolini (1972). Secomprobará cómo la patronal italiana defendió lascomisiones obreras elegidas frente a las“corporaciones” fascistas que el poder queríaimponer en las fábricas y cómo, bajo Mussolini, seinstitucionalizó la creciente intervención del poderpúblico en la economía mediante la creación del

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Instituto para la Reconstrucción Industrial (IRI).166 Citado por Michel Ostenc, Intellectuels

italiens et fascisme (1915-1929), París, Payot,1983.

167 Franco Aneli, 1994.168 Vida y destino, Barcelona, Seix-Barral,

1985.169 Claude Lefort, La Complication, retour

sur le communisme, París, Favard, 1999.170 Citado por Nicolas Werth en El Libro

negro del comunismo, op. cit., primera parte: “UnEstado contra su pueblo”, capítulo 4.

171 En 1911, y a propuesta de Beveridge, ungobierno de Churchill adoptó las primerasmedidas de indemnización por paro.

172 Alusión al célebre cuadro de ThéodoreGéricault (1791-1824) La balsa de la Medusa, enel que pintó a los náufragos del barco Medusa,dramático suceso que conmocionó a Francia aprincipios del siglo XIX (N. de la T.).

173 Commentaire n.º 81, primavera de 1998.174 14 de febrero de 1992.

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175 Véase Annie Kriegel y Stéphane Courtois,op. cit.

176 Claude Lefort, op. cit., p. 129.177 Ibid., p. 136.178 François Furet, Ernst Nolte, Fascismo y

comunismo, Madrid, Alianza, 1999.179 International Herald Tribune, 19 de

agosto de 1999.180 Karl Marx, Miseria de la filosofía. Obras

completas, Barcelona, Planeta-Agostini, 1996.181 Ibid., tomo I. Estos dos textos están

señalados en Yannakakis y Rigoulot, op. cit.182 Basado en una novela policiaca de

Manuel Vázquez Montalbán, que, según parece, esmejor que la degradación televisiva.

183 Véanse El conocimienlo inútil y Elrenacimiento democrático, op. cit.

184 Daniel Bell, El fin de las ideologías,Madrid, Tecnos, 1964.

185 Editorial leído en Europe 1 el 17 deseptiembre de 1991. Recogido en Commentaire,

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n.º 56.186 Citado por el Internacional Herald

Tribune de 21 de abril de 1990, en la sección“100 years ago”.

187 Pirrre-jean Martineau en la revistaHistoria, número especial sobre las huelgas de1995-1996.

188 Alain Peyrefitte, C'était de Gaulle, tomoII, Éditions de Fallois-Fayard, 1997.

189 Los valientes caballeros de esta cruzadapierden de vista, si es que alguna vez lo hansabido, que Estados Unidos importa más queexporta (de ahí el déficit crónico de su balanza decomercio exterior), mientras la Unión Europeaexporta más que importa. Véanse las cifras en LesÉchos de 12 de octubre de 1999. Francia es, enparticular, el primer exportador mundial deproductos agrícolas, justo por delante de EstadosUnidos. Atacar la libertad de comerciointernacional es, pues, un error suicida por nuestraparte.

190 Citado por Les Échos el 12 de octubre de

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1999.191 Este título es un juego de palabras. En

francés “sin ánimo de lucro” se dice “sin objetivode lucro” (N. de la T.).

192 Sobre los despilfarros turbios véansetambién Louis Bériot, Abus de bien public, París,Plon, 1998, y Le Débat, n.º 71.

193 Le Point, 4 de junio de 1999.194 Michèle de Mourgue, Projet d’avis du

Conseil économique et social sur la conjoncture,19 de junio de 1997.

195 Commentaire (n.º 58, verano de 1992)reproduce este texto de Élie Halévy.

196 Primera sesión. Informe analítico,“Declaración del gobierno sobre la OrganizaciónMundial del Comercio”.

197 Véanse los detalles en Capital, n.° 94,julio de 1999.

198 International Herald Tribune, 14 deoctubre de 1999.

199 Dirigentes trotskistas franceses (N. de laT.).

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200 Op. Cit.201 7 de octubre de 1999. Dada la sangría

fiscal que nos ha impuesto, uno lo hubiera puestoen duda...

202 6 de octubre de 1999.203 21 de septiembre de 1999.204 Aux sources du modèle libéral français,

obra colectiva bajo la dirección de Alain Madelin,Perrin, 1997.

205 Véase más atrás, capítulo III.206 Véase al respecto Jacques Lesourne, Le

Modèle français, grandeur et décadence, París,Odille Jacob, 1998. Véase también RichardKuisel , Le capitalisme de l'État en France,modernisation et dirigisme au XX e siècle, París,Gallimard, 1984.

207 Le Figaro Économie, 12 de octubre de1999.

208 Es el título de un artículo de Paul-Mariede la Gorce en Jeune Afrique, 31 de agosto de1999.

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209 Citado por Seymour Martin Lipset, “TheDeath of the Third Way”, The National Interest,verano de 1990.

210 Ibid.211 El 26 de febrero de 1985, el dólar llegó a

tener el curso récord de 10,61 francos. En 1981estaba alrededor de 5,50 francos. Pero,naturalmente, si el franco había caído a la mitadera por culpa de... los norteamericanos.

212 Sobre estos dos países, véaseInternational Herald Tribune de 9 y de 18 deoctubre de 1999, respectivamente.

213 Op. cit.214 24 de junio de 1999.215 Les Temps modernes , octubre-noviembre

de 1998.216 París, Maspero, 1976.217 Corrierre della Sera, 12 de septiembre de

1999.218 Corrierre della Sera, 27 de enero de

1999.

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219 N.º 1418, 19 de noviembre de 1999.Véase también “Le chômage en France: le trucagedes chiffres”, en Société civile, publicación delIfrap (Instituto Francés para la Investigación sobrelas Administraciones Públicas), noviembre de1999.

220 Estudiante checo que se inmoló con fuegoen la plaza Wenceslas para protestar contra larepresión de la Primavera de Praga por el EjércitoRojo en 1968.

221 Emisión en Radio Montecarlo-Le Figaro,24 de octubre de 1999.

222 Se puede encontrar un balance detalladode este debate en Philippe Bailiet, “La réceptionitalienne du Livre noir du communisme” , LesCahiers d’Histoire Sociale, n.º 12, París, AlbinMichel, verano de 1999.

223 Pierre P. Kaltenbach, Associationslucratives sans but, Denoël, 1995.

224 No confundir con los refundadores o“reconstructores” franceses que, por el contrario,quieren un comunismo modernizado y más

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democrático.225 El éxito del movimiento ecologista (9,8

por ciento) guiado por Daniel Cohn-Bendit,partidario de la Unión Europea y, por tanto,tachado en ocasiones de liberalismo, no podríaclasificarse como extrema izquierda. Algunos,como Emmanuel Todd, llegan incluso a clasificara Daniel Cohn-Bendit completamente en laderecha.

226 París, Fayard, 1999.227 Jean-Paul Jouary, Guy Pélachaud, Arnaud

Spire, Bernard Vasseur, Giscard et les idées,essai sur la guerre idéologique.

228 “Apostrophes” (hoy “Bouillon deCulture”), prestigioso y clásico programa culturalde la televisión francesa presentado por BernardPivot (N. de la T.).

229 Juliode 1998.230 Diciembre de 1996.231 Op. cit.232 Véase al respecto mi artículo “L’index au

XX e siècle”, en mi recopilación Fin du siècle des

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ombres, op. cit., p. 585.233 18 de septiembre de 1998. R. Redeker

pertenece a la redacción de Les Temps modernes ,cuyo director, como es sabido, es ClaudeLanzmann.

234 “Cuestiones sobre los verdaderos dueñosdel mundo” es el título de un discurso pronunciadopor Pierre Bourdieu el 11 de octubre de 1999 enParís, ante el Consejo Internacional de laTelevisión y de la Radio.

235 Grasset, 1998.236 Madrid, El País-Aguilar, 1998. Dado que

los dos autores son, respectivamente, un periodistade Le Monde y una periodista de El País noparecen sospechosos de simpatías “fascistas”.Pero cometieron un grave error: conocían tan bienMéxico y habían observado la realidad de Chiapasdurante el suficiente tiempo como para no dejarseengañar como la tropa de intelectuales y damas dela caridad que se conmocionaron el tiempo quedura soltar una lágrima... o una ingeniosa teoría.Véase el análisis de este libro realizado por Mario

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Vargas Llosa, “La otra cara del Paraíso”, en ElPaís de 15 de marzo de 1998, reproducido por LePoint, n.º 1344 de 20 de junio de 1998.

237 Jean Guéhenno, Journal des annéesnoires (1940-1944), París, Gallimard, 1947. ErnstTahelmann fue el candidato comunista en laselecciones presidenciales alemanas de 1932.Obtuvo el tercer puesto tras Hindenburg (que fueelegido presidente) y Hitler.

238 Véase el resumen del “caso Hobsbawm”en Le Monde de 28 de octubre de 1999.

239 L'Age des extrêmes fue publicado porEditions Complexe a finales de octubre de 1999. Apartir del 12 de noviembre figuraba en la lista de“Libros en cabeza" de Le Point.

240 Véase el sondeo publicado por Les Échosel 2 de noviembre de 1999.

241 Trad. francesa, París, Bayard, 1997.242 Pierre Beylau, “Défense: L’impuissance

européenne”, Le Point, 14 de mavo de 1999.243 Pascal Bruckner, “Pourquoi cette rage

antiaméricaine?”, “Point de vue” publicado en Le

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Monde de 7 de abril de 1999. Y “L’Amériquediabolisée”, entrevista en PolitiqueInternationale, n.º 84, verano de 1999.

244 Le Monde, 1 de abril de 1999.Reproducido en El País, 8 de abril y 14 de mayode 1999 (N. de la T.).

245 22 de abril de 1999.246 29 de abril de 1999.247 Denis Duelos, Le Monde, 22 de abril de

1999.248 Le Monde, 29 de mayo de 1999.249 Véase al respecto el artículo de Gerald

Segal, director del Instituto Internacional deEstudios Estratégicos de Londres, en el ForeignAffairs de septiembre-octubre de 1999. Lasestadísticas económicas proporcionadas por loschinos no son en absoluto fiables. Véase tambiénel artículo de Jean-Claude Chesnais sobre lasestadísticas falsificadas de China en la revista LesAnuales des Mines, de marzo de 1999.

250 Alain Peyrefitte, C’était de Gaulle, op.cit., tomo II, de donde también proceden las citas

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siguientes.251 Ramsay, 1999.252 Véase la reseña, más detallada, de esta

novela hecha por Rose-Marie Mercillon, “Lanostalgie de Günter Grass”, Commentaire, n.º 72,invierno 1995-1996.

253 Son numerosos y resisten victoriosamentea los libros mejor documentados cuya inanidadestá demostrada con pruebas. Citaré tres de losmás recientes: Christian Gérondeau, Candide aupays des libéraux, París, Albin Michel, 1998.Alain Cotta, Wall Street ou le miracle américain ,París, Fayard, 1999. Philippe Manière, Marx à lacorbeille, París, Stock, 1999.

254 Véase el artículo de Jean-ClaudeCasanova, “Les habits neufs du progressisme”, LeFigaro, 24 de noviembre de 1999.

255 Ediciones F.-X. de Guibert, 1999.256 Desde hace varios años se emplea este

término adjetivado en el mismo sentido deladjetivo “cívico” ya existente y que no necesitabade un doblete incorrecto. “Cívico” propio del buen

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ciudadano (Grand Robert, 1985); “referente a losciudadanos, perteneciente a un buen ciudadano”(Littré); “referente al ciudadano como miembro dela ciudad” (Academia Francesa).

257 Incluido en mi recopilación de artículosFin du siècle des ombres, op. cit., p. 589.

258 Véase en Le Point del 27 de septiembrede 1997 el artículo en el que Luc Ferry, presidentedel Consejo nacional de programas, expone,analiza y comenta ampliamente dicho informe.Véase también en el mismo número el artículo deopinión de Claude Imbert sobre el mismo tema.

259 Véase Liliane Lurçat, El fracaso y eldesinterés escolar en la escuela primaria,Barcelona, Gedisa, 1979. Con motivo del Salón dela Educación, organizado por el Ministerio porprimera vez en noviembre de 1999 (es más fácilorganizar un Salón de la Educación que laeducación), Ségolène Royal, ministra encargada dela educación primaria, “declara la guerra alanalfabetismo” (Journal du Dimanche, 28 denoviembre de 1999). Si ella le declara la guerra es

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porque existe, aunque moleste al señor Thélot. Ylo que es peor: gracias a un estudio de lainspección General de Educación Nacional, hechopúblico a finales de noviembre de 1999, nosenteramos de que una proporción creciente de losalumnos admitidos en la educación secundaria nosólo no saben leer sino que ¡ni siquiera soncapaces de hablar!

260 Jacques Julliard está preparando un libropara Gallimard sobre las relaciones ambiguas dela izquierda con la idea y la realidad del progresoen el transcurso de los dos últimos siglos. En estaspáginas me limito a hacer sólo algunasobservaciones.

261 1947. Reproducido como Introducción ala edición del Contrato social en la colecciónPluriel, 1978.

262 Éste es el caso de dos artículospublicados el mismo día, 8 de diciembre de 1999:uno en Le Monde, de Charles Pasqua, presidentedel Rassemblement pour la France (derechagaullista) y titulado “La mondialisation n’est pas

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ineluctable”; el otro, de Alain Krivine y PierreRousset, ambos miembros de la Liga ComunistaRevolucionaria, titulado “Encore un effort,camarades!", publicado en Libération. Los dosartículos se pueden intercambiar con todacomodidad.

263 Capítulo séptimo.