La atrevida sin Hueso

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DIARIO LIBERAL, LITERARIO Y COMERCIAL EL EDITORIAL No es cosa nueva que gente con talento se reúna, simbólicamente, en un círculo literario compartiendo con lectores sus preocupaciones y, por qué no, gustos propios. El pequeño pero sustancioso resultado de los talentosos escritores aquí reunidos —cuyas pocas desavenencias esperamos se disculparán—, fue movido por preocupaciones más allá de la afición personal. El Hado, sin que uno se dé cuenta, entrecruza intereses y anuda acciones entre personas de lo más variopinto. Así, pues, sucedió con esta nación en ascenso; bueno, mejor dicho, con sus habitantes. Cómo no tomar voz, o cómo no dar voz a una nación que hace apenas unos lustros dejaba el seno maternal para em- barcarse en la aventura de la independen- cia. Qué crimen mayor que callar lo que el espíritu piensa, lo que el cerebro siente. Pensar simplemente este hecho es ya zar- par, tomar la pluma, levar el ancla, bajar las velas y formular la palabra primera. Ahora bien, ¿es difícil la empresa?, preguntemos al pío Eneas. Aun para un héroe que vio en sus pupilas transcurrir la ruina y destrucción del invasor, que tuvo en sus brazos á su padre moribundo y que dejó, no sin sufrimiento alguno, á la que fuera por siempre suya, Dido. Durante la travesía de nuevas tierras hubo pérdidas y ganancias. Al final se logró lo que el Des- tino había predispuesto: la fundación de la segunda Troya (aunque algunos historia- dores confirman que es una séptima u oc- tava) y la consagración de ésta por varios miles de años. Pues las páginas, que el preclaro lector tiene ante sus ojos, van escritas con una doble intención: primero, retratar, por pequeños cuadros, pues el Todo es inasible, la epopeya que vive México en su búsqueda de encuentro con la Histo- ria —sabemos que algún día se dará ese encuentro y habrá mucho que decir. Y en segundo término la recuperación y res- tauración de los trabajos literarios en esta nueva nación. Como toda tripulación real, se está no sólo al acecho de los peligros que exponen los mares y calamidades, sino también a la misma variedad de tempera- mentos y personalidades de cada uno de los navegantes. El reto, mientras se llega a costas seguras, es conciliar diferencias entre capitán y marinero; entre maestre y piloto. Es tan vital la opinión y decisión de uno como del otro. Así es éste periódico literario, perió- dico porque aparecerá de vez en vez hasta que las circunstancias lo permitan, pues las intenciones de fomento y de difusión de nuestra mermada cultura están siem- pre presentes; y literario, por el hecho de que lo único que podemos ofrecer son letras, palabras, que quizá con suerte for- marán sentencias con sentido. Una nave con quilla frágil y bajel sobrio, pero con una tripulación decidida. Sabemos —quienes aquí escribi- mos— que los mares son muy grandes y quizá no lleguemos con vida a nuestra Roma; sabemos, también, que no impor- ta lo anterior, sino que es de mayor re- levancia y trascendencia el inicio de una empresa titánica: simbólicamente vale más el hecho de sembrar que cosechar — recuérdese rápidamente al cura Hidalgo. También, y no pecaré de alarde, hay que reconocer que en ésta barcaza hay mari- neros de los más distintos ámbitos: unos con el corazón como espada, los otros con la mente como instrumento; unos pen- sando en revoluciones de grandes masas, otros más con renovaciones espirituales; unos laicos y otros ultramontanos. Todos éstos, eso sí, con un ímpetu insaciable de retratar el mundo en el que viven. Entre un mundo de cosas y cosillas que habrá entre éstas páginas, me tomo la libertad de advertir al lector crítico de que hay unas mejor escritas que otras, y que —de nuevo atrevido yo— sugiero preste atención. Un agudísimo diálogo de cangrejos; asunto que ofenderá á más de uno. Una novedosa forma de folletín que á manera de incunables medievales mez- cla ¡Imágenes con Palabras! Pero eso no es todo, querido lector: somos tan liberales que nos permitimos publicar las cartas de un general conserva- dor que quiere dar su punto de vista. Para ser plurales y hacer debate y permitir á la gente formar sus propias opiniones. Ahora, miserere nobis, amigo lector por esta necesaria presentación. Creo imprescindible el hecho de hablar de no- sotros y ganarnos su confianza si antes le hemos invitado á navegar. Nos —á usted y á mí— deseo un excelente viaje que será relatado á lo largo de varios números, y esperando que el corazón generoso logre ver su meta algún día. EDITORA Doña Enriqueta Zacarías de Sigüenza DUEÑA DE LA IMPRENTA Doña Ana Azores vda. de Alcaráz COLABORADORES Librado Gómez de Alcántara Míster Fogg Salvador de la Patria Lascivo Nisir Barón Mariano DIBUJANTE Fígaro Tomo 1 LA LLEGADA DE LA LITOGRAFÍA A MÉXICO Ciudad de México á día 19 de octubre del año 1826. El día 3 de septiembre del año en curso, nuestros ilustres colegas del perió- dico nacional El Iris (que, como se sabe, es de dominio popular en las últimas sema- nas, pero que no se elucida á cabalidad sin el debido conocimiento de la maravillosa historia de Linati, contenida en éstas in- dagaciones), vieron canceladas las instala- ciones de su taller editorial, afincadas en- tre las calles de Moneda y Correo, á causa de la razón, motivos y desavenencias que á continuación se referirán. Corría el año de 1825 cuando los signori Linati y Franchini fueron pros- critos de sus natales tierras, debido á una conflagración ideológica con la oposición conservadora que en aquel país se prac- tica. Exiliados y errabundos tuvieron que hurgar en los bajos fondos de la industria emergente, la cual tiene cabida en la no- vedosa Bruselas y en la ilustrada Londres. No obstante, la miseria del artista es harto acechante e inclusive en aquellos parajes donde se creería que la modernidad es un bien sacratísimo, signori Linati y Franchi ni no terminaron de consumar sus altas pretensiones para con el bien común y la revolución artística en ciernes de Euro- pa. Por lo tanto, iniciaron sus contactos con nuestra nación mexicana, donde á la postre confirmarían el éxito de su talento con la introducción de la litografía —ese fantástico invento—, porque fué sólo en nuestras tierras y gracias á nuestro libe- ral empeño, que éstos heraldos de la mo- dernidad más clara pudieron trasmutar el mármol bruto de su ingenio en la precio- sa y bella estampa escultórica que ha he- redado el México de hoy en día. Era el mes del año ya referido cuan- do los signori arribaron al puerto de Ve- racruz, donde la mediocre burocracia de nuestros agentes aduanales, retuvo y re- visó por espacio de unos días el tecnoló- gico equipo que consigo cargaban. Una vez superado el embarazoso evento, la pareja italiana tuvo contacto con los in- teriores del altiplano. Dos semanas des- pués nuestra capital los recibía abierta de brazos, bendecidos ellos por los prelados más encumbrados del honorable presi- dente Guadalupe Victoria. La primera empresa que Linati y su colega Franchini desarrollaron en la metrópoli mexicana fué la apertura del primer taller tipográfi- co de éste lado del Atlántico. Una iniciati- va arriesgada por lo demás, sin embargo, cautiva de la más vanguardista belleza. La litografía, querido lector, que debe saber usted se trata del arte de imprimir en planchas las piedras grabadas. Los fru- tos intelectuales y estéticos de éste taller arraigado en el mismo corazón de nues- tra patria surtieron pronto efecto: fué sólo cuestión de vigor crítico y emanci- pación intelectual para que los miembros del partido liberal y de la logia yorkina, ayudaran a fundar el ya legendario pe- riódico El Iris. Pero las conciencias más avanzadas de la historia de la humanidad suelen resultar incómodas para los órde- nes preestablecidos, inclusive allí donde la república se hace nombrar cívicamente liberal. Lamentablemente para el salu- dable desenvolvimiento del periódico, á los pocos meses de asentarse en la ciu- dad de México el señor Franchini murió trágicamente aplastado por una prensa litográfica. Linati, pues, apadrinó bajo su revisión y custodia todos los números de la susodicha publicación, mostrando siempre un aliento de lucha inalcanzable contra todos aquellos que renegaron del poder que tiene el periodismo cuando se cultiva en libertad. Allí se publicaron los más variados artículos de costumbres, de literatura y de moda para el bello sexo. Se ha dicho (y no es nuestra intención des- mentir tal habladuría) que El Iris escondía entre renglones los iracundos decretos rumbo al cambio social y la revolución ciudadana, aunque, claro, son sólo las habladurías de un pueblo ineducado que debe guarecerse en las paternales alas de su gobierno. Llegado el mes de septiembre, Li- nati y sus emancipados colaboradores no pudieron sostener más un contrapunto inviable: ¿cómo un periódico eminen- temente liberal pudo ser descalificado y hasta perseguido por un gobierno de su misma afinidad política? La respuesta es compleja y faltarían números para expli- carla a profundidad. Tocante al objeto de ésta noticia, el periódico La atrevida sin hueso se compla- ce en anunciar á sus lectores que ahora en adelante la producción litográfica del taller de Linati (hasta ayer abandona- do) será constituyente de éstas páginas y que la litografía servirá a los asuntos de una sociedad que debe contemplarse á sí misma más seguido, para no caer en el error de que el arte no es un medio de comunicación social ni política, sino un mero objeto de anticuario. La litografía, pues, ha logrado un avance con el que la humanidad ha soñado por siglos: la cap- tura instantánea de la vida de toda una comunidad y éste instante anhelado, con las debidas ideas de un mundo moderno, aspira a la eternidad. EN DEFENSA DE LA REPÚ- BLICA CIVIL, Y MÁS ALLÁ Librado Gómez de Alcántara No hará ni dos tardes en que me encontré solo en la mesita del “Café de las cuatro naciones”, el de la calle del Coliseo Viejo, abajo del Portal, cuando escuché la aciaga conversación que referiré. Era ésa hora de la tarde en que los niños husmean to- davía por las calles, girando sus perinolas al compás de inocentes risas, sin suponer siquiera el cerril abatimiento que tiene la nación por máscara en el rostro. Decía, pues, que la mucha temperatura y el re- cibimiento abrumador que me esperaba en el Partido tras las tortuosas decisio- nes presidenciales, me llevaron á tomar una pausa. Miré una vez más la calle y dije para mis adentros: “qué bonito es México. Lástima que seamos tán pocos los que conseguimos ver la causa de su hermosura”. Me senté á la mesa, en un rincón apartado del bullicio, y estaba en éstas cavilaciones cuando escuché una voz enfrente de mí que me sonaba familiar. El sujeto que la emitía me daba la espalda, y lo secundaban otros dos comensales, obtusos sus rostros por una sombra que cubría gran parte de la habitación. No hubiera prestado oídos á la plática que entablaban (se ha de saber que no soy hombre que guste de entrometerse en el mundo privado de las personas), pero el tema dialogado, así como esa voz recono- cida, á medio camino entre la familiari- dad y una suerte de nauseabundo desdén, me hicieron atender á la charla. —Pues qué, no estuvo tan mal la solu- ción que dió Lupito, ¿no? Digo, yo en el fondo prefiero al otro Victoria, al que luchó en la Independencia, al que abolió la esclavitud en el mismito Dolores, pero en tiempos de necesidad, ¿qué le vamos a hacer?…– espetó el de la izquierda al de la voz familiar, no sin un temor reveren- cioso en sus palabras. El barón Mariano Se publicó esta semana la séptima entrega de la nouvelle Nictímene vengadora en éste su periódico predilecto, el más ingenioso y acertado de la nación: La atrevida sin hueso. En Nictímene, el maestro Fogg llega al punto más alto para mi entender, qué agudeza en sus palabras, qué delicadeza en su contar, qué elevada su composición. La historia, como ustedes lectores lo sabrán, se ha desarrollado a lo largo de siete entregas y, por si fuera poco, el gran número de elogios que merece ya, nos dá la satisfacción de saber que otra entrega llegará. Satisfacción y, á la vez, disgusto; esperanza por saber qué pasará, ansia destructora en las noches sin entrega. En el mundo está siempre la miel adyancente a la hiel, la risa al lado del llanto. Míster Fogg censura el pensamiento de los “hombres sensatos” del siglo pasado, con sus costumbres pobres y arraigadas que habían detenido por tanto tiempo el vuelo libre de las ideas y reducían todo a pautas inamovibles. En Nictímene se supera al hombre que no siente y se entregan los lectores, junto con los personajes, a las pasiones y sensaciones. Nictímene nunca se resignó a ser una huérfana honorable a los ojos de la sociedad, sino que decidió salir de esa rutina siguiendo su propio llamado, abrazando á su sombra y á sus secretos. Nictímene encuentra al caballero culpable de todas sus desgracias, un caballero que aun Entregas de Nictímene Vengadora Novela de Míster Fogg enmascarado no puede escapar del reconocimiento por parte de la protagonista, arlequín reconocido por la indudable carga pasional con Nictímene, quien también se disfraza para llegar al caballero y terminar por fin con el fuego invencible de tan desatada pasión. Pero ¿qué sorpresa nos da Míster Fogg en esta entrega?, ¿cuál es el fin de esta pasión que pensábamos venganza? Llega al fin la séptima entrega con el inesperado y explosivo beso de Nictímene con el arlequín, qué manera de desesperar al lector, qué manera de llevarnos á la inquietante espera de la siguiente entrega, anunciada como “Los amantes homicidas”. La novela nos lleva hoy a admitir que no sólo las bellas damas se conmueven y estarán al borde de sus sillas, también el caballero tendrá que sentir el fuego de Nictímene y que- marse en él. Para ser más digna de elogios, la composición está acompañada de exquisitas ilustra- ciones, de la hermosa Nictímene sólo con su sombra y su lágrima, de las noches en el cam- panario, del intrigante arlequín y por supuesto, la imagen final que nos ofrece el perfecto acompañamiento para el explosivo beso de los “amantes homicidas”. Las ilustraciones de Fígaro se nos muestran tan elevadas y con la misma maestría que el gran Míster Fogg nos entrega en su novela. México, octubre 19 de 1826. Núm. 1

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Periódico decimonónico. Diario liberal, literario y comercial

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D i a r i o l i b e r a l , l i t e r a r i o y c o m e r c i a l

el eDitorialNo es cosa nueva que gente con

talento se reúna, simbólicamente, en un círculo literario compartiendo con lectores sus preocupaciones y, por qué no, gustos propios. El pequeño pero sustancioso resultado de los talentosos escritores aquí reunidos —cuyas pocas desavenencias esperamos se disculparán—, fue movido por preocupaciones más allá de la afición personal. El Hado, sin que uno se dé cuenta, entrecruza intereses y anuda acciones entre personas de lo más variopinto. Así, pues, sucedió con esta nación en ascenso; bueno, mejor dicho, con sus habitantes.

Cómo no tomar voz, o cómo no dar voz a una nación que hace apenas unos lustros dejaba el seno maternal para em-barcarse en la aventura de la independen-cia. Qué crimen mayor que callar lo que el espíritu piensa, lo que el cerebro siente. Pensar simplemente este hecho es ya zar-par, tomar la pluma, levar el ancla, bajar las velas y formular la palabra primera.

Ahora bien, ¿es difícil la empresa?, preguntemos al pío Eneas. Aun para un héroe que vio en sus pupilas transcurrir la ruina y destrucción del invasor, que tuvo en sus brazos á su padre moribundo y que dejó, no sin sufrimiento alguno, á la que fuera por siempre suya, Dido. Durante la travesía de nuevas tierras hubo pérdidas y ganancias. Al final se logró lo que el Des-tino había predispuesto: la fundación de la segunda Troya (aunque algunos historia-dores confirman que es una séptima u oc-tava) y la consagración de ésta por varios miles de años.

Pues las páginas, que el preclaro lector tiene ante sus ojos, van escritas con una doble intención: primero, retratar, por pequeños cuadros, pues el Todo es inasible, la epopeya que vive México en su búsqueda de encuentro con la Histo-ria —sabemos que algún día se dará ese encuentro y habrá mucho que decir. Y en segundo término la recuperación y res-

tauración de los trabajos literarios en esta nueva nación.

Como toda tripulación real, se está no sólo al acecho de los peligros que exponen los mares y calamidades, sino también a la misma variedad de tempera-mentos y personalidades de cada uno de los navegantes. El reto, mientras se llega a costas seguras, es conciliar diferencias entre capitán y marinero; entre maestre y piloto. Es tan vital la opinión y decisión de uno como del otro.

Así es éste periódico literario, perió-dico porque aparecerá de vez en vez hasta que las circunstancias lo permitan, pues las intenciones de fomento y de difusión de nuestra mermada cultura están siem-pre presentes; y literario, por el hecho de que lo único que podemos ofrecer son letras, palabras, que quizá con suerte for-marán sentencias con sentido. Una nave con quilla frágil y bajel sobrio, pero con una tripulación decidida.

Sabemos —quienes aquí escribi-mos— que los mares son muy grandes y quizá no lleguemos con vida a nuestra Roma; sabemos, también, que no impor-ta lo anterior, sino que es de mayor re-levancia y trascendencia el inicio de una empresa titánica: simbólicamente vale más el hecho de sembrar que cosechar —recuérdese rápidamente al cura Hidalgo. También, y no pecaré de alarde, hay que reconocer que en ésta barcaza hay mari-neros de los más distintos ámbitos: unos con el corazón como espada, los otros con la mente como instrumento; unos pen-sando en revoluciones de grandes masas, otros más con renovaciones espirituales; unos laicos y otros ultramontanos. Todos éstos, eso sí, con un ímpetu insaciable de retratar el mundo en el que viven.

Entre un mundo de cosas y cosillas que habrá entre éstas páginas, me tomo la libertad de advertir al lector crítico de que hay unas mejor escritas que otras, y que —de nuevo atrevido yo— sugiero preste atención. Un agudísimo diálogo de cangrejos; asunto que ofenderá á más de uno. Una novedosa forma de folletín que

á manera de incunables medievales mez-cla ¡Imágenes con Palabras!

Pero eso no es todo, querido lector: somos tan liberales que nos permitimos publicar las cartas de un general conserva-dor que quiere dar su punto de vista. Para ser plurales y hacer debate y permitir á la gente formar sus propias opiniones.

Ahora, miserere nobis, amigo lector por esta necesaria presentación. Creo imprescindible el hecho de hablar de no-sotros y ganarnos su confianza si antes le hemos invitado á navegar. Nos —á usted y á mí— deseo un excelente viaje que será relatado á lo largo de varios números, y esperando que el corazón generoso logre ver su meta algún día.

eDitoraDoña Enriqueta Zacarías de Sigüenza

Dueña De la imprentaDoña Ana Azores vda. de Alcaráz

colaboraDoresLibrado Gómez de AlcántaraMíster FoggSalvador de la PatriaLascivo NisirBarón Mariano

DibujanteFígaro

Tomo 1

eDitoraDoña Enriqueta Zacarías de Sigüenza

La LLegada de La Litografía a México

Ciudad de México á día 19 de octubre del año 1826.

El día 3 de septiembre del año en curso, nuestros ilustres colegas del perió-dico nacional El Iris (que, como se sabe, es de dominio popular en las últimas sema-nas, pero que no se elucida á cabalidad sin el debido conocimiento de la maravillosa historia de Linati, contenida en éstas in-dagaciones), vieron canceladas las instala-ciones de su taller editorial, afincadas en-tre las calles de Moneda y Correo, á causa de la razón, motivos y desavenencias que á continuación se referirán.

Corría el año de 1825 cuando los signori Linati y Franchini fueron pros-critos de sus natales tierras, debido á una conflagración ideológica con la oposición conservadora que en aquel país se prac-tica. Exiliados y errabundos tuvieron que hurgar en los bajos fondos de la industria emergente, la cual tiene cabida en la no-vedosa Bruselas y en la ilustrada Londres. No obstante, la miseria del artista es harto acechante e inclusive en aquellos parajes

donde se creería que la modernidad es un bien sacratísimo, signori Linati y Franchi ni no terminaron de consumar sus altas pretensiones para con el bien común y la revolución artística en ciernes de Euro-pa. Por lo tanto, iniciaron sus contactos con nuestra nación mexicana, donde á la postre confirmarían el éxito de su talento con la introducción de la litografía —ese fantástico invento—, porque fué sólo en nuestras tierras y gracias á nuestro libe-ral empeño, que éstos heraldos de la mo-dernidad más clara pudieron trasmutar el mármol bruto de su ingenio en la precio-sa y bella estampa escultórica que ha he-redado el México de hoy en día.

Era el mes del año ya referido cuan-do los signori arribaron al puerto de Ve-racruz, donde la mediocre burocracia de nuestros agentes aduanales, retuvo y re-visó por espacio de unos días el tecnoló-gico equipo que consigo cargaban. Una vez superado el embarazoso evento, la pareja italiana tuvo contacto con los in-teriores del altiplano. Dos semanas des-pués nuestra capital los recibía abierta de brazos, bendecidos ellos por los prelados más encumbrados del honorable presi-dente Guadalupe Victoria. La primera empresa que Linati y su colega Franchini desarrollaron en la metrópoli mexicana fué la apertura del primer taller tipográfi-co de éste lado del Atlántico. Una iniciati-va arriesgada por lo demás, sin embargo, cautiva de la más vanguardista belleza. La litografía, querido lector, que debe saber usted se trata del arte de imprimir en planchas las piedras grabadas. Los fru-tos intelectuales y estéticos de éste taller arraigado en el mismo corazón de nues-tra patria surtieron pronto efecto: fué sólo cuestión de vigor crítico y emanci-pación intelectual para que los miembros del partido liberal y de la logia yorkina, ayudaran a fundar el ya legendario pe-riódico El Iris. Pero las conciencias más avanzadas de la historia de la humanidad suelen resultar incómodas para los órde-nes preestablecidos, inclusive allí donde la república se hace nombrar cívicamente

liberal. Lamentablemente para el salu-dable desenvolvimiento del periódico, á los pocos meses de asentarse en la ciu-dad de México el señor Franchini murió trágicamente aplastado por una prensa litográfica. Linati, pues, apadrinó bajo su revisión y custodia todos los números de la susodicha publicación, mostrando siempre un aliento de lucha inalcanzable contra todos aquellos que renegaron del poder que tiene el periodismo cuando se cultiva en libertad. Allí se publicaron los más variados artículos de costumbres, de literatura y de moda para el bello sexo. Se ha dicho (y no es nuestra intención des-mentir tal habladuría) que El Iris escondía entre renglones los iracundos decretos rumbo al cambio social y la revolución ciudadana, aunque, claro, son sólo las habladurías de un pueblo ineducado que debe guarecerse en las paternales alas de su gobierno.

Llegado el mes de septiembre, Li-nati y sus emancipados colaboradores no pudieron sostener más un contrapunto inviable: ¿cómo un periódico eminen-temente liberal pudo ser descalificado y hasta perseguido por un gobierno de su misma afinidad política? La respuesta es compleja y faltarían números para expli-carla a profundidad.

Tocante al objeto de ésta noticia, el periódico La atrevida sin hueso se compla-ce en anunciar á sus lectores que ahora en adelante la producción litográfica del taller de Linati (hasta ayer abandona-do) será constituyente de éstas páginas y que la litografía servirá a los asuntos de una sociedad que debe contemplarse á sí misma más seguido, para no caer en el error de que el arte no es un medio de comunicación social ni política, sino un mero objeto de anticuario. La litografía, pues, ha logrado un avance con el que la humanidad ha soñado por siglos: la cap-tura instantánea de la vida de toda una comunidad y éste instante anhelado, con las debidas ideas de un mundo moderno, aspira a la eternidad.

en defensa de La repú-bLica civiL, y Más aLLáLibrado Gómez de Alcántara

No hará ni dos tardes en que me encontré solo en la mesita del “Café de las cuatro naciones”, el de la calle del Coliseo Viejo, abajo del Portal, cuando escuché la aciaga conversación que referiré. Era ésa hora de la tarde en que los niños husmean to-davía por las calles, girando sus perinolas al compás de inocentes risas, sin suponer siquiera el cerril abatimiento que tiene la nación por máscara en el rostro. Decía, pues, que la mucha temperatura y el re-cibimiento abrumador que me esperaba en el Partido tras las tortuosas decisio-nes presidenciales, me llevaron á tomar una pausa. Miré una vez más la calle y dije para mis adentros: “qué bonito es México. Lástima que seamos tán pocos los que conseguimos ver la causa de su hermosura”. Me senté á la mesa, en un rincón apartado del bullicio, y estaba en éstas cavilaciones cuando escuché una voz enfrente de mí que me sonaba familiar. El sujeto que la emitía me daba la espalda, y lo secundaban otros dos comensales, obtusos sus rostros por una sombra que cubría gran parte de la habitación. No hubiera prestado oídos á la plática que entablaban (se ha de saber que no soy hombre que guste de entrometerse en el mundo privado de las personas), pero el tema dialogado, así como esa voz recono-cida, á medio camino entre la familiari-dad y una suerte de nauseabundo desdén, me hicieron atender á la charla.—Pues qué, no estuvo tan mal la solu-ción que dió Lupito, ¿no? Digo, yo en el fondo prefiero al otro Victoria, al que luchó en la Independencia, al que abolió la esclavitud en el mismito Dolores, pero en tiempos de necesidad, ¿qué le vamos a hacer?…– espetó el de la izquierda al de la voz familiar, no sin un temor reveren-cioso en sus palabras.

La oscura pareja

Éramos dos desconocidoso dos huérfanos malignosen la ausencia pícaraque deshiela el laberinto.Dos máscaras de fieltro;dos copas mal tomadas,como sarcófagos entrometidosen la rica soledad del cielo.Porque, ¿sabes?, no podíamos vernos,tu figura entre espejos se perdía,la ciudad amurallaba sus ocasosy yo los luceros no merecía.Hasta que la noche de los bríosató la transparencia de tus labioscon el encarnado ojo de mis perdidizos párpados.Era la fiesta oscura del enigmacuando el viento librejuntó la sombra amigaá una esperanza más grande.Dios no lo quiso, nadie lo quiso,sólo el estertor profundode un nocturno poseído,Lucifer, Averno, sangre y fuegogustaron esta unión sombría.

Por Míster Fogg.

de guías y ModeLosGeneral Bassano

Un llamado á los ciudadanos de este país: Habida cuenta de la ineficacia de los políticos nacidos en éste país, me he dedicado a escribir ésta carta en la que busco demostrar por qué ésta nación necesita perentoriamente de la venida de un gobernador europeo, antes de que el caos provocado por los intentuchos de gobierno terminen con el país.

Primeramente, considero oportuno aclarar que fué gracias á las debilidades de carácter de Agustín de Iturbide —nacido en tierra nacional, Valladolid—, que el Imperio no pudo llegar a buen término, sin embargo, esto no significa que ésa no sea la manera correcta de gobernar un país.

En cuanto al sistema presidencial, debe decirse lo que es, una mera y mal hecha copia del modelo de los Estados Unidos. Reflexionemos un momento sobre éste tema que nos concierne: ¿por qué copiar un sistema político que excluye á la Iglesia del lado político, que no tiene experiencia y, por lo tanto, se condena al fracaso? ¡Gobernar sin religión, qué ocurrencia, qué herejía! En cambio, los imperios europeos tienen siglos de experiencia, de historia, de conocimiento de teoría política, de ciencia, y todo ésto de la mano de la Iglesia, guía necesaria

para cualquier persona. ¿Qué modelo parece más conveniente para el pueblo mejicano, para todas las almas que lo habitan, sin educación, sin desarrollo, pero con anhelos?

Pero no descartemos totalmente la historia ni la capacidad de las personas de éste país. Sabemos, gracias á los testimonios y estudiosos de los hechos históricos, que Méjico, en sus orígenes, fué gobernado por emperadores. El Imperio azteca llegó á ser muy grande y rico, sin embargo, inferior á la ciencia, filosofía y religión europea, de ahí que no prosperase.

Los mexicanos precisan de una figura que les pueda hacer mejorar. Por un lado, un líder, un guía político, que en verdad sepa sobre cómo gobernar, cómo manejar una nación y hacerla crecer, y cuya familia pertenezca á la realeza, sea reconocida en el mundo y tenga miembros en diferentes naciones, proporcionando así más poder de relación á éste país, además de brindarle los más nobles sentimientos. Por el otro lado, el pueblo requiere de un guía espiritual. Ambos podrán proporcionar servicios básicos pero fundamentales, como lo es, por ejemplo, la educación. No se puede dar por hecho que ésta ya existe y que se trata de un pueblo educado, ésto es, no tener una educación tradicional y costumbrista es construir sin cimientos.

Dejo á consideración de ustedes, queridos y cultivados lectores, las preguntas y cuestiones aquí formuladas, con la esperanza de que den fruto en vuestras conciencias y corazones y de que en un futuro próximo gocemos de los beneficios brindados por un gobierno regido por la sabiduría y experiencia de la sangre europea.

El barón MarianoSe publicó esta semana la séptima entrega de la nouvelle Nictímene vengadora en éste su

periódico predilecto, el más ingenioso y acertado de la nación: La atrevida sin hueso.En Nictímene, el maestro Fogg llega al punto más alto para mi entender, qué agudeza en

sus palabras, qué delicadeza en su contar, qué elevada su composición.La historia, como ustedes lectores lo sabrán, se ha desarrollado a lo largo de siete entregas

y, por si fuera poco, el gran número de elogios que merece ya, nos dá la satisfacción de saber que otra entrega llegará. Satisfacción y, á la vez, disgusto; esperanza por saber qué pasará, ansia destructora en las noches sin entrega. En el mundo está siempre la miel adyancente a la hiel, la risa al lado del llanto.

Míster Fogg censura el pensamiento de los “hombres sensatos” del siglo pasado, con sus costumbres pobres y arraigadas que habían detenido por tanto tiempo el vuelo libre de las ideas y reducían todo a pautas inamovibles.

En Nictímene se supera al hombre que no siente y se entregan los lectores, junto con los personajes, a las pasiones y sensaciones.

Nictímene nunca se resignó a ser una huérfana honorable a los ojos de la sociedad, sino que decidió salir de esa rutina siguiendo su propio llamado, abrazando á su sombra y á sus secretos.

Nictímene encuentra al caballero culpable de todas sus desgracias, un caballero que aun

Entregas de

Nictímene Vengadora Novela de Míster Fogg

enmascarado no puede escapar del reconocimiento por parte de la protagonista, arlequín reconocido por la indudable carga pasional con Nictímene, quien también se disfraza para llegar al caballero y terminar por fin con el fuego invencible de tan desatada pasión.

Pero ¿qué sorpresa nos da Míster Fogg en esta entrega?, ¿cuál es el fin de esta pasión que pensábamos venganza? Llega al fin la séptima entrega con el inesperado y explosivo beso de Nictímene con el arlequín, qué manera de desesperar al lector, qué manera de llevarnos á la inquietante espera de la siguiente entrega, anunciada como “Los amantes homicidas”.

La novela nos lleva hoy a admitir que no sólo las bellas damas se conmueven y estarán al borde de sus sillas, también el caballero tendrá que sentir el fuego de Nictímene y que-marse en él.

Para ser más digna de elogios, la composición está acompañada de exquisitas ilustra-ciones, de la hermosa Nictímene sólo con su sombra y su lágrima, de las noches en el cam-panario, del intrigante arlequín y por supuesto, la imagen final que nos ofrece el perfecto acompañamiento para el explosivo beso de los “amantes homicidas”. Las ilustraciones de Fígaro se nos muestran tan elevadas y con la misma maestría que el gran Míster Fogg nos entrega en su novela.

epitapHiuMSpadone cum sis euiratior fluxo,et concubino mollior Celaenaeo,

quem sectus ululat matris entheae Gallus,theatra loqueris et gradus et edicta

trabeasque et Idus fibulasque censusque, et pumicata pauperes manu monstras.

Sedere in equitum liceat an tibi scamnisuidebo, Didyme: non licet maritorum.

A saber: al illmo. sr. lic. d. Diego Alcaráz, presidente de las casas de moneda de Durango y Guadalajara, miembro del Honorable Tribunal de Minería y de la Cía. Minera Aurífera, marido ejemplar et ilustris pater familias, patrón honrado y justo, quien habiendo nacido el día 30 de septiembre de 1771, descansó por fin en paz el día 22 de septiembre de 1826, y yace bajo ésta losa, dejando su cuerpo á la tierra y esperando la resurrección universal de la carne. D. Ana Azores vda. de Alcaráz

muere el artista

El honorable signor Gaspar Franchini, natural de las tierras de Miguel Ángel, habiendo arribado á las costas veracruzanas en el año de 1825, ha fe-necido el día 07 de septiembre de este nuestro año en curso, ¿la causa? funesto suceso: la caída de una prensa litográfica, instrumento con que realizaba su difícil arte, en su ilustrísima cabeza.

Dios lo tenga en su Santa Gloria.Signor Claudio Linati de Prevost, ausente de

nuestro territorio en estos trágicos momentos, y el Lic. D. Sebastián Camacho, ministro de Relaciones Interiores y Exteriores de México.

LA EDITORIAL DE ESTE PERIODI-CO LAMENTA LOS FALLECIMIENTOS DE DOS ILUSTRES PERSONAJES. LAS GENERACIONES FUTURAS APREN-DERAN DE ELLOS LO QUE HA SIDO EL PAIS DURANTE ESTOS AÑOS DIFI-CILES Y FUNESTOS CON QUE HA CO-MENZADO EL SIGLO.

Habitantes todos de México: vuestros nobles corazones aún no se reponen de la pérdida del es-critor José Joaquín Fernández de Lizardi, ejemplo de virtudes profesionales y civiles, acontecida el día 21 de junio, cuando les comunicamos una infausta noticia: el día tres de septiembre de éste año murió Fray Servando Teresa de Mier, nacido el día 18 de octubre del año 1763 en el antiguo Reino de Nuevo León, ilustre fraile dominico y doctor en teología.

La patria pierde á dos grandes pensadores y hombres de letras cuyas obras ayudan á enfrentar el difícil momento que vivimos, años heroicos y glo-riosos con que ha comenzado el siglo.

México entero llora la pérdida de sus hijos.

aVisos

Para todas las agraciadas damitas: á la tienda de Doña Natalia de Anda Freixas, “Rubores”, ubicada en la calle del Molino, número 36, junto á la Alame-da Central, han llegado varios paquetes de artículos para el acicalamiento femenino. Se ha dado, á saber, entre ellos: pomada fresca de lavanda para el rostro, listones, jabones y, muy importante, ingredientes para teñir los cabellos. Para promocionar su tien-da, Doña Natalia nos comparte su secreto: la receta para tintura, que servirá á todas las damas que ob-servan colores grises en sus cumbres. Se requiere de 10 gramos de ácido gálico, 1 onza de ácido acético y 1 onza de tintura de sesqui-cloruro de hierro. En primer lugar, debe ud. disolver el ácido gálico en la tintura de sesqui-cloruro de hierro y luego agregar el ácido acético. Antes de aplicar ésta preparación el cabello debe estar muy bien lavado con agua y ja-bón, y cepillado con delicadeza. Ésta tintura permi-tirá obtener un color negro o un color castaño claro. Si se desea el negro debe aplicarse cuando el cabello está húmedo, y si se desea castaño, cuando ya esté totalmente seco. Aplique el fluido impregnando con él los dientes de un peine fino, y peine su cabellera suavemente con él.

En el portal de los Augustinos, cajón número 2, de cristalería y loza de la Estrella, han llegado poci-llos chiquitos, finos, de colores, que tanto en tamaño como en hechura y dibujo son apreciables y su pre-cio equitativo.

Están de venta una mula y un caballo de paso, propios para calesa: el C. Jorge Alcázar dará razón.

aVisoTodas las personas que gustaren suscribirse a La

atrevida sin hueso, se abonarán por diez y ocho reales para cada trimestre, pagando por separado los nú-meros extraordinarios que se expenderán á un real y carestía del papel, y á este mismo precio se darán á los que compren los números sueltos.

impresos

Por fin, salió cual pequeño bambino, de la im-prenta capitalina el primer tomo de Diálogo entre un cohetero y un tamborilero.

México, octubre 19 de 1826. Núm. 1

anecDotas

Filipo, rey de Macedonia, escribió á los lacede-monios una carta larguísima con términos imperio-sos dándoles muchas órdenes. Ellos respondieron con brevedad enérgica: NO. Y escribieron ésta síla-ba con letras abultadísimas para que llenara el espa-cio regular de una carta.

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abusos

Á un juez de manzana llamado Valle, que vive en la calle de las Ratas, se le puso en la cabeza el mártes en la noche, que unos chicos que jugaban á la puerta de su casa la estaban apedreando. Baja furioso, llama á los gurdas y hacen prender á aquellos pilluelos, de los que el mayor tendria diez años; pero habia entre ellos un niño de seis, á quien nuestro juez estaba empeñado en que se lo llevasen preso á la Diputacion. Algunas personas respetables le hicieron observar que á un niño de esa edad no se le mamdaba á la cárcel, sino que se le emtregaba á su padre para que lo reprendiera; pero nuestro hombre no queria entender razonoes é insistia en la prision del chiquillo, desoyendo no solo las razonnes de aquellos, sino tambien los ruegos y las lágrimas de la madre de éste.

Por fin, tantas razones le hicieron valer aquellos señores, que al fin Valle desistió de su empeño y el niño no fué á la cárcel.

¿Qué clase de jueces son estos á quienes el sentido comun no indica que á un niño de edad de seis años no se le manda á la cárcel como á un criminal?

prensa perioDica

Mister Fogg, recien llegado á México, ofrece enseñar el inglés en el más corto tiempo posible, y á precios que convendrán á todos.

Mister Fogg, además de tener un sistema de primer orden que le pertenece á él particularmente, ha tenido una larga esperiencia en la enseñanza, y se lisonjea de que habrá pocos que podrán agradar más á sus discípulos que él.

Los interesados pueden ocurrir á la casa del Conde de Lemons, en la calle de Capuchinas número 1, y primera de Monterilla. Han de pagar DOS PESOS.

Dueña De la imprentaDoña Ana Azores vda. de Alcaráz

colaboraDoresLibrado Gómez de AlcántaraMíster Fogg

colaboraDoresSalvador de la Patria

colaboraDoresLascivo Nisir

colaboraDoresBarón MarianoDibujanteFígaro

Page 2: La atrevida sin Hueso

¿soMos eL sexo débiL?

Doña Enriqueta Zacarías de Sigüenza

Héme sentada observando á través del gran ventanal de mi habitación. Ante mis ojos se despliega la gran plaza de la Alameda que en ocasiones anteriores he recorrido. Niños y jóvenes corriendo por doquier; ancianos, que aun con su fatigado andar, recorren entusiastas los bellos jardines; mujeres cuyos pompo-sos vestidos entorpecen y obstaculizan su caminar; hombres en lustrosos trajes que alardean de pretensión europea, a lo lejos se oye el cabalgar de los raudos carruajes. Ruido que ensordece las voces suplicantes de los indios y pordioseros, de aquéllos muchachos harapientos y con callosos pies, hermanos del des-aventurado Periquillo que sólo buscan algunos centavos para alimentar sus ra-quíticos cuerpos.

Mientras observo tan pintoresca es-cena encuentro que México es realmen-te un país de paradojas. Por momentos es civilizado, por otros es barbárico, y entre mis cavilaciones me pregunto: ¿Cuál ha sido la educación que éstas gentes han recibido? ¿Hubo, tal vez, una madre que haya infundado en ellos alguna moral o algún ideal de libertad? Si esto es cierto, ll —disculpen mi atre-vimiento— somos nosotras, mujeres, el motor que guía a esta nuestra ilustrísima nación. Con el debido decoro que les debo a mis lectores, he de decir que para juzgar con justicia el carácter de un pue-blo se debe conocer a sus mujeres. No obstante, nuestra labor educativa que-da opacada por la arrogancia del docto intelecto del “sexo fuerte”, hombres ilustrísimos que se jactan de sacar de las sombras de la ignorancia á su pueblo, olvidando que el origen de su exacerba-da sapiencia, sus exquisitas maneras y su desbordado amor por la libertad —que es el bien más grande del que pueden gozar los pueblos— proviene de la ins-

trucción recibida en la infancia; pues ¿no son acaso las inspiraciones maternales las primeras que forjan el espíritu de cual-quier hombre? Por eso, me es de suma pena escuchar que aquellos doctos hom-bres de letras le achaquen la inmoralidad y los vicios de nuestra nación a las ma-dres, mujeres cuya vida está dedicada á proveer de amor á sus hijos, á dirigir sus primeras inclinaciones y lo que es más importante: á enseñarles las primeras ideas del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto. ¿No es entonces á las muje-res á quienes debemos nombrar como el sexo fuerte? Son éstas quienes siembran el germen de las virtudes en los peque-ños infantes que un día, a fuerza de estu-dios y constancia, podrán ser recordados como los hombres que trajeron la liber-tad a su pueblo, la luz de la razón a su pa-tria. Entonces, si a través de mi ventana veo a un México dispar: unos enajenados en su opulencia, otros moribundos por la escases de pan y tortilla, no es acaso por-que aquellos niños que un día recibieron los virtuosos dones maternales, con el tiempo han crecido y, contrario á lo que se piensa, más que fortalecerse, se debili-tan dejándose corromper por viles senti-mientos que los han alejado de ejercer su máximo deber como ciudadanos de bien: cultivar nobles sentimientos patrióticos, proclamar en acciones la igualdad entre sujetos y, por supuesto, disipar las tinie-blas en que yace una mayoría inmensa de mexicanos.

Es así, mis queridos lectores, que el “sexo fuerte” es el que, a mi parecer, más flaquezas presenta; no quisiera caer en la osadía de generalizar a todos los hombres, sé bien que esta nación ha sido capaz de romper las cadenas de la opre-sión y la ignominia, gracias á ilustrísimos varones cuyo pendón de lucha es la edu-cación, verdadero y ultimísimo camino para alcanzar la libertad, práctica que todo pueblo que aspira a la democracia debe ejercer. Sin embargo, es preciso re-conocer el fundamentalísimo lugar que nosotras mujeres ocupamos en nuestras familias, y por tanto, en el desarrollo y el progreso de nuestra nación. Es en el seno de una madre en donde el niño comienza a forjarse como ciudadano de bien, es en el lecho conyugal donde los esposos son colmados de amor y consuelo en sus días de mayor desamparo. Por esto, es mo-mento de comenzar a reconocer nuestra fortaleza femenina, nuestra labor como formadoras de los cimientos morales y virtuosos de los pueblos. Es imperativo que nuestra pasividad en el hogar, ali-mentada por la ociosidad y la opresión de aquellos terribles padres y esposos del

siglo pasado, mude á maneras más dili-gentes para así, con el pecho inflamado de fervor y orgullo, poder decir que las mujeres de México marchamos á la par de las más adelantadas de los países más civilizados. Dejemos guardados en los cajones el rosario, los novenarios, el Año cristiano, dejémonos de misas y devocio-nes, instrumentos que alimentan el oscu-rantismo y el fanatismo que tan horribles males han causado á la humanidad, pues nos desvían de las luces de la razón. Es verdad sabida que no hay nada más con-trario a los adelantos morales de cual-quier país que la ignorancia del pueblo, y si somos las mujeres pilar primordial de la educación, es categórico que nuestros quehaceres estén orientados a instruir-nos a la usanza de los países ilustrados. ¿Qué beneficio obtendremos de apren-der de memoria el catecismo del padre Ripalda, de bordar hasta desgastarnos las yemas de los dedos —si no es que antes el seso—, de repasar las vidas de santos que sólo fomentan una devoción hipó-crita y anticuada? Miremos más lejos, más alto, dejemos que nuestros pensa-mientos se regodeen libremente en las páginas de la exquisita pluma de Du-mas, abrámonos paso al mundo con las aventuras suburbanas del osado Paul de Kock, o bien cultivemos nuestros espíri-tus con las ilustres y sapientísimas letras de don Francisco Zarco o de su padre intelectual, el castellano don Mariano José de Larra, en cuyos opúsculos ve-mos correr libremente sus atrevidas sin hueso. Es esta prosa crítica y mordaz la que sucumbe en mi ser y me despierta a inundar los corazones de las que injus-tamente nombran como sexo débil, de aires de autonomía.

Es perentorio que nos emancipemos de la opresión doméstica y aspiremos a ser parte de la orquesta mundial. Sinta-mos bullir en nuestras venas el clamor de libertad que mujeres como Doña Josefa Ortíz de Dominguez o Doña Leona Vi-cario nos legaron en nuestra sangre. El progreso de este México no debe caer sólo en manos de varones, pues si somos capaces de educar a quienes represen-tarán un papel en el mundo, también podemos despertar en nosotras ideas de patriotismo, justicia y democracia. Por eso, es preciso decirles que mientras des-pliego esta arenga —no dudo que para algunos un tanto insolente siendo yo una dama encumbrada— me veo en el vital menester de abandonar mi pluma, pues allá afuera, del otro lado del cristal de mi ventanal, me espera un México que aún lucha por marchar en la senda de la civi-lización y de la democracia.

–¿Cómo va á estar mal?– respondió, con categoría de mando, el hombre de la voz familiar, al que llamaré K, para no re-velar su verdadero nombre y librarme de persecuciones patibularias. –El hombre hizo justo lo que necesitábamos– continuó K–: indirectamente, ya verá, ésto es más apoyo á los que á corto plazo nos conse-guirán lo que pedimos. Y déjese de sande-ces, es bueno tener ideales, pero tampoco caer en la hipocresía: este país lo que nece-sita es ser financiado desde sus fondos más profundos, necesita ser puesto en venta á los verdaderos inversores de la libertad.

Un silencio de humo se hizo entre los tres. Supe al instante el motivo de la disquisición que tenían: la semana pasada nuestro presidente, Guadalupe Victoria, lanzó un bando donde se expulsaba de la República Mexicana á los residentes espa-ñoles en ella, como resultado de la justa represión sobre el espurio monje Joaquín Arenas, que tuvo en sus mientes organi-zar una “reconquista” española, subven-cionada por los aristócratas peninsulares que hay en el país, á los cuales aún no se les agotan sus fondos de mansiones ajar-dinadas. Es evidente que la “excomunión nacional” con el país de allende el Atlán-tico no durará más que unos meses, aca-so unas semanas, pues la medida tomada por el jefe de nuestro Partido no es sino una reacción enrabietada al golpe atesta-do por la conspiración de Arenas, que no una estrategia política. Pero el problema de fondo no es ése, oh no, señores lecto-res, no nos dejemos engañar: el problema de fondo es que ahora que la poca aristo-cracia española con poder adquisitivo que quedaba en territorios mexicanos se ha dado á la fuga rumbo á España, ¿de dónde sacará el Estado los requeridos préstamos para cumplir con el protocolo de cons-trucción económica y social?, ¿de los usu-reros a la caza de desgracias privadas para convertirlas en tragedias públicas?, ¿de los Estados Unidos, para inmiscuirnos en un proceso de modernización salvaje que no nos atañe? Quiera el Cielo que no sea así. Sea como sea, al parecer el señor K esta-ba muy interesado en que la intervención económica norteamericana expiara, como un grotesco avemaría, nuestras culpas, y que, como párvulos dependientes, ensan-chásemos aún más la deuda exterior del mismo Estado.

—Pues yo opino que hizo mal nuestro presidentucho, oh sí, mucho mal.— inter-vino el tercer comensal a la mesa, el mayor de todos ellos: —¿En qué reducida mente puede caber la idea de expulsar del país a aquellos que originalmente nos dieron una imperial existencia?— estalló en su cascada voz.

K. se removió en el taburete. Era cu-rioso contemplar cómo un liberal traidor (que para rehuir de los novísimos autos de fe, que aún se usan en la Ciudad de Mé-xico, llamo K) se incomodaba frente a las ideas transparentes de un monárquico de-clarado (el viejo de la voz cascada). K le respondió con el regusto de la orden mili-tar entre los labios.

—Vamos a ver, don Federico, ya le he dicho que no quiero escuchar más sande-ces. No soporto que usted pueble sus ima-ginerías con un mundo donde México he-reda, al puro uso del deus ex machina y, bajo una lógica totalmente absurda, el atrasado glamour del Imperio español del XVI.

—¡No era atrasado, señor mío! ¡Allí se hacía sentar cabeza al que se necesita-ba hacer sentar cabeza! Y al que no, se le empleaba para engrosar las filas del tesoro imperial, un tesoro dedicado á transfor-mar la historia…

– ¡Venga ya!– interpeló el más joven, el personajillo de la izquierda que al pa-recer concordaba en algunos puntos con las cicateras ideas de K, pero que no sa-bía cómo maquillar su negación contra la imagen del comerciante urbano en cier-nes, al cual le resulta indiferente hacer negocios con ésos, con aquéllos y, si es necesario y, por qué no, de vender al pro-pio México á nuestros vecinos del norte en perenne expansión. —Vamos a ver, don Fernando— continuó, —no puede usted ponerse así: está entre liberales, por Dios. Nosotros mismos redactamos algunas partes del Plan de Casa Mata, y el señor don K, aquí presente, de su puño y letra, hizo acto de presencia entre las rúbricas de la Constitución Mexicana, hace tres años. Así que no nos venga con cuentos de vie-jas sobre Carlos Primeros de Austria que van á renacer en el fango de Tenochtitlán, ni con ésa monserga de la Fama, que lo hace parecer un poseso fanático de ésos con que los grabados de los libros parisi-nos ilustran la barbarie del medioevo. Ni la vencida España ni el candoroso México nos librarán a mediano plazo. La solución reside en lo que ya señaló el señor K: fi-nanciar nuestra modernidad en progreso, nuestro Estado tambaleante, con las in-versiones de los norteamericanos indus-triales— el hombrecillo acabó su discurso adulatorio.

—Sí— continuó K: —que no se hable más. Mañana mismo propondré en la reu-nión de la logia la publicación de la entre-vista con la Confederación Banquera del Estado de Washington, que aparecerá en El financiero. Se ha hablado mucho en las juntas de la logia acerca de la necesidad de hacer otra Constitución, acaso una centra-lista, acaso una que pacte con las oligar-

quías de aquí y de más allá (por supuesto, para sacrificarnos por el bienestar común). Se ha dicho, también, que un emperador con formación ilustrada no nos vendría tan mal, al menos por un tiempo, para saborear ésa posibilidad histórica con al-guien menos delirante que Iturbide…

No soporté escuchar más la plática de aquellos traidores al Partido, á los primi-genios intereses de emancipación y, en suma, traidores á la República civil, cuyo papel no es otro que el de fungir como defensa dialéctica y pragmática entre los intereses de autoridad del Estado (o, en su defecto, de la Iglesia), y los intereses de abuso y usufructo de la Industria. Salté al momento en mi taburete, pagué el café, y me volví sin más á la pensión, donde es-cribí los siguientes estatutos, en los que se explica agradablemente el por qué de una República civil, y donde se le pone en las narices á éstos mentecatos codiciosos cuá-les son los hieráticos valores de la comuni-dad humana que debe ser el México libre.

1. Defendamos la República con herra-mientas republicanas, y no con otras. ¡Al Diablo con la represión disimulada que ostenta el Presidente, sus prelados y los nuncios varios!, ¡al Diablo con las ma-quilas explotadoras del norte, con las ha-ciendas henequeneras del sur!, ¡al Diablo con los impuestos recaudados por los re-chonchos jueces de un Tribunal que tiene miedo de impartir Justicia!, ¡al Diablo con las onerosas parcelas que una parroquia local no comparte con sus feligreses!, ¡sí, al Diablo con todo ello!, ¡al Diablo con la corrupción del Estado!, ¡al Diablo con la explotación de la Industria! Ésto, seño-res, es una República de ciudadanos, de hombres libres. Nuestra libertad no está en manos de una dictadura embozada, ni mucho menos en la transacción nocturna de dos comerciantes que se embriagan con la herida del pueblo. La República es la religión de lo comunitario, amigos lec-tores, y su Dios, el universo de lo civil. No podemos emprender el proyecto de una nación que se dice ser republicana si no es favoreciendo á quienes la habitan: los ciu-dadanos de a pie, como yo, como ustedes, que leen fervorosamente en la plaza pú-blica, para cotillear más tarde todas éstas repicadas noticias.

2. Un país de hombres emancipados nece-sita retornar al origen del hombre: la organi-zación civil. No soy oráculo, no, ni debe-ría atreverme con las anteriores palabras, pero expondré al auditorio mexicano la necesidad de poseer organizaciones civi-les. Oh, miren, trabajadores del subsuelo, miren, oh, miren, lavanderas de sol á sol, miren, oh, miren, operarios de la máquina inextinguible: en el origen el hombre fue

arrojado á su libertad, condenado a ella. Y ésta condena consistía básicamente en urdir acuerdos entre todos, en tramar el bienestar de todos los hermanos (á quie-nes no los hermanaba otra cosa sino su humanidad balbuciente, su constructiva fragilidad). Así, la primera tarea del hom-bre, antes inclusive de descubrir el fuego o de invocar los veneros de la poesía, fué la defensa de lo social. Vivir en comunidad, juntos pero dispersos, cercanos pero des-conocidos, no era suficiente para ahuyen-tar el miedo que rondaba los temporales y los crudísimos inviernos. Se requerían reglas. Y no crean, oh, no crean, queridos lectores, que éstas reglas eran del género de “robarás y te será cortada una mano”. No. En ésta Edad del Oro las reglas que se utilizaban eran leyes eróticas, basadas en el amor al prójimo: quien no opusiese el bien común por encima de todas las cosas, sería expulsado de la sociedad primitiva.

3. México necesita una sociedad organi-zada en torno á la civilidad, y no en torno á los intereses individuales, de la Industria o del Estado o de la Iglesia. ¿Saben ustedes, cono-ce alguien acaso, el gozo que significa la unión del todo con las partes, y de las par-tes con el todo? Los héroes que nos die-ron patria lo sabían, pero parece que ésta generación de inmunes ante la diferencia y de apáticos cajistas no reconocen el fer-vor que había detrás del genio de Hidalgo. No era sólo ira, no, no. Era el Espíritu del Pueblo. El Todo. La unión ritual de todas las voces con una razón ulterior para vivir: la lucha por reivindicar lo social por enci-ma de lo individual. Y lo hemos perdido. Pero no es tarde, no aún. México olfatea la agonía en la ribera que conduce rumbo á la cañada del falso progreso, y sigue tal aroma de muerte, sin comprender que lo que le espera al final no es sino un acan-tilado de vergüenzas internacionales y de infiernos segregacionistas, de máquinas usurpadoras y de cerebros enajenados, á manos de la explotación de los más fuer-tes. Debemos reaccionar, lectores, gente de México. Debemos comprender que la belleza de nuestro país radica en su amor por la República civil y por la defensa de la figura del ciudadano. Pugnemos, pues, en favor de la democracia, hoy por hoy fallida, más allá de los ganadores que la representen. Resistamos, pues, al pie del cañón de la educación y de los más pu-rificantes valores familiares. Elijamos el verbo antes que las balas. Hay muchas tareas para enmendar los hilos sociales que el autoritarismo y la avaricia han cortado. Yo, por mi parte, partiré en una expedición mañana mismo á alfabetizar a la gente de ciertas rancherías del oes-te… son éste tipo de cosas, señores, y no

otras, las conformadoras de identidad nacional.

Huelga decir que no regresé al “Café de las cuatro naciones”. Pero la próxima vez que me tope al señor K en los con-fortables pasillos del palacete donde nos reunimos (que bien que lo conozco), le recordaré que México no está allí dentro, en los estrados recubiertos de bronce y de tapices bucólicos, sino acá afuera, donde un rapaz hambriento vende el periódico que usted sostiene entre sus manos.

coLoquio de cangrejosSalvador de la Patria

Dos cangrejos, bien vestidos y perfuma-dos, en el mercado. Esperan, inquietos, sin saber muy bien qué hacer, mientras miran con desprecio a su alrededor.

Cangrejo 1: ¡Qué cosas tan horribles me haces pasar!Cangrejo 2: No tenemos otra alternativa.1: ¡Pero venir al mercado!2: Es el lugar en el que se junta la chusma y al que viene á pasear ese periodista de pacotilla.1: Y qué, ¿va á ser más sencillo aquí ofre-cerle… nuestro obsequio?2: Va a sentir que nos acercamos á él… es muy amigo del ése… de Guadalupe Victoria.1: Huele á pescado. Tengo hambre, mi esposa preparó esos deliciosos chiles poblanos en nogada.2: ¿Los de nuestro emperador?1: Esos mismos.2: ¡Allí viene!1: ¿El emperador?2: No, el periodista.1: (Con exagerado entusiasmo, falso) ¡Don Emetenio, qué alegría verlo!2: ¡Muy buen día tenga usted!Periodista: ¡Don Cosme, don Nabos! ¿Ustedes en el mercado?1: ¿Le parece extraño?2: Pues de vez en cuando nos viene bien un baño de pueblo.1: Al final de cuentas vivimos en un im-perio de los más modernos… (Recibiendo un discreto codazo de Don Nabos) Digo, en una república. En fin…Periodista: Bien, con el permiso de ustedes.1: Espere un poco, Don Emetenio.Periodista: Debo comprar unas cosas y no quiero que se les haga tarde para llegar a su misa.1: ¡Es cierto, la misa! ¡Y nosotros aquí, entre estas gentes!2: (Acomodando otro codazo en las costillas de Don Cosme): Tenemos otras priorida-des, un trato muy ventajoso que ofrecer-le, si nos lo permite.Periodista: Dígame usted.2: Necesitamos de su pluma e inteligencia.1: ¡Qué escándalo! (Entre dientes, ponien-do expresión de enfermo estomacal) ¡Este lugar está lleno de indios!2: …Para hablar a favor de la necesidad de un nuevo imperio.Periodista: ¿Qué me dice?1: Mis botas recién traídas de Europa ya se llenaron de lodo…

2: Los excesos y la torpeza de Iturbide no son razón suficiente para descartar un sistema de gobierno que a todas luces es más conveniente para una nación que to-davía está en pañales.1 (Cada vez más incómodo, a su compañe-ro): Venga ya, ofrécele el dinero, se nos hace tarde para la misa y, además, tengo hambre…2: Espera, espera, vamos por pasos. Mire, don Emetenio, nosotros sabemos que usted tiene necesidades como todos, por ello venimos a ofrecerle, con todo respeto, este presente. (Le entrega un sa-quito con monedas, buscando complicidad en su mirada) Confiamos en que usted sabrá corresponder con un texto, no le pedi-mos más, que hable a favor de un segun-do imperio.1: Claro, no imperado por un criollo como Iturbide, sino por un príncipe real europeo: eso es lo que se necesita.Periodista: Señores, este país está en situación de desastre porque personas como ustedes insisten en mirarlo como una nación de ineptos. No comprenden que existe la dignidad, la responsabili-dad, el sueño de un país independiente que se consolida y puede desarrollarse. Mi pluma no sirve ni servirá más que a mi inteligencia y mi integridad. (Les avienta la bolsa) Con todo respeto, vayan ustedes y chinguen a su madre. (Sale).2: ¡Majadero!1: ¡Mestizo!Hombre del mercado: ¡Esos catrines, ahí les va el agua!Arroja una cubeta con desperdicios donde los cangrejos permanecían indignados, salpicán-dolos de pies a cabeza.C1: ¡Ah! ¡Mis botas francesas! ¡Mis chi-les en nogada!

deManda contra don justino WincHester tierra aLegre por La expLosión en La Mina “La bonita”

Ilustrísimo general señor presiden-te Guadalupe Victoria, con el debido respeto que merece, me dirijo á usted en representación de mis compañeros y hermanos mineros, cuya voz silenciada y oprimida recae en mí para comunicarle lo siguiente.

Muchos han sido los abusos que en La Bonita, mina de oro perteneciente a la San Francisco del Oro Mining Co. He de advertir que si sus paredes habla-

ran dirían las más terribles historias de crueldad e injusticia que sobre nosotros comete el déspota de nuestro patrón, Justino Winchester Tierra Alegre. Es ésta la ocasión para exigir, denunciar y, llegada la necesidad á la que nadie que-rría recurrir, ostentar el derecho que en otras repúblicas las clases proletarias han ya usado ante el indiscriminado abuso de sus superiores.

Nuestros reclamos son los siguientes: Que nuestros cuerpos lacerados por

el látigo y el cuero tiranos sean dignifi-cados como el bautismo declara en las sagradas escrituras: que el cuerpo es sólo de Dios y no le pertenece a nadie más.

Que las largas jornadas en las que pertenecemos á las profundidades, sin luz ni bocado alguno, no sean más de ellas, sino de nuestras desamparadas fa-milias que nos esperan por madrugadas sin tener noticia nuestra.

Que los míseros centavos que se pa-gan por este trabajo desahuciador en-grosen sus pesos y alcancen como míni-mo para el kilo de frijoles y tortillas.

Que los burdos ropajes que nos ofrecen sirvan para protegernos de los acantilados, las angostas grutas. Que los ganchos y poleas no sean carne de poli-lla. Que los accidentes mortales no sean más ocasionados por las oxidadas lámpa-ras de gas y demás utensilios en pésimas condiciones.

Utilizo ésta ocasión también para po-ner en mi boca los reclamos y denuncias sobre el terrible incidente que tuvo lu-gar el 27 de octubre, cuando los nuevos contratistas de la empresa, arriba men-cionada, quisieron reemplazar á nues-tros gambusinos buscadores de vetas minerales y nativos del pueblo Real del Monte, hasta tal punto que lo lograron e impusieron á unos inexpertos extran-jeros cargados de tecnología que resul-tada inhábil para los pedregosos túneles de La Bonita. Así que pasadas dieciocho horas de excavación en un lugar donde nuestros gambusinos dijeron que no había de tocarse, los instrumentos nue-vos que tán mal reemplazaron nuestra oriunda mano de obra, desenterraron un piélago de metano letal. Al contacto inmediato con la llama de los faroles, el gas liberado generó una inmensa explo-sión que en cuestión de segundos calcinó los rostros y acabó con los cuerpos de los pobres diablos que estaban alrededor del pozo abierto. Los testigos que observa-ron la catástrofe desde las mirillas de una construcción cercana, aseguraron que la llamarada fué tal que incluso oscureció las rocas mismas. Dos horas después, despejado el humo asfixiante, pudimos

entrar y revisar el mefítico espectáculo que se abría á nuestros pies: un mauso-leo de ceniza humana, cuerpos despata-rrados por doquier que en la mañana se despedían de sus hijos, todavía prenda-dos del candoroso beso de sus esposas. Ahora se hallaban inmolados como las bestias de un Averno mexicano, el mayor centro de delirio y de tortura que otrora, bajo nuestro cuidado, nuestro pueblo y nuestra familia, era La Bonita. Nuestra denuncia no puede ser más evidente.

Éstas son las razones que nos movie-ron á emprender nuestro camino hacia la grandiosísima capital de México, cen-tro de justicia y libertad, dónde sabemos que se resguarda el señor Justino Win-chester, causante de todas nuestra des-gracias.

Esperando que usted, señor pre-sidente Guadalupe Victoria, escuche nuestras demandas e imparta la justi-cia de la que se hace fama, quedamos aguardando una óptima respuesta. De lo contrario, llegaremos á las últimas consecuencias que en éstos casos se usa, tales como la huelga ó la creación de un sindicato moderno, que para nada son convenientes para el progreso económi-co de ésta nación.

Atte. Celerino Rodríguez. Líder de la mancomunada liga

de trabajadores del Edo. de Hidalgo.

aViso De contrataciÓnEl día 29 del mes octubre un grupo de mine-

ros, trabajadores ingratos, abandonó sus ocupacio-nes en la mina La Bonita, perteneciente á la San Francisco del Oro Mining Co., en Real del Monte, Hgo., sin dar aviso al capataz, ni á ninguna auto-ridad.

Los brotes insurgentes que desde hace tiempo azotan al país han llegado á este Mineral, privando de su honrado trabajo á los peones de La Bonita quienes, gozando de apreciabilísimas ventajas —como jornadas dignas de esta nuestra ilustre Repú-blica, condescendencia con sus mujeres y familias, justicia, equipo adecuado, entrega de los sagrados alimentos y opulencia de salario—, desaparecieron súbitamente.

Por lo anterior, el señor don Justino Winches-ter Tierra Alegre solicita, en nombre de las ilustres compañías que representa, a todos los habitantes de Méjico que estén en búsqueda de un trabajo decoroso, se comuniquen a las señas siguientes: Barrio de San José de Acosta, número 6, Mineral del Real del Monte, Hidalgo.

D. Justino Winchester Tierra Alegre, secreta-rio de la San Francisco del Oro Mining Company y miembro de la Cía. Minera Aurífera.

poesía

Traducción glosada de un epigrama de SénecaPor Don Lascivo Nisir

Porque de mil fuertes columnasse sostiene tu dorado capitely tus domos de alabastro.Porque con bermejos bordesse alumbra la claraboyaque impide la salida del alma.Porque la jardinera de Venusme empalaga y enervacon aromas turgencias y texturas.Solo por eso y por mi devocióna lo sublime y a lo angelicalpermanezco como siervo tuyo.

El dios caídoHabéis matado á los diosesque otrora floridos la Arcadiasometían,los matásteis con vuestropropio rosario de abadía,con vuestra plegaria inocente y malcriada.Pero mientras tanto,en el espesor de la luna,otros dioses su hueso,su sangre, su hielremovían: eran loshombres libres, lossombrerudos, empolvadoscaballerangos de allende el Bajío,que en el jolgorio trémulosu ballesta encasquetaban.Y la sangre nuestra, proscrita,de las gárgolas catedralicias,de los huesos ufanos,del zócalo solar ál mediodía,todos contemplaron la frugal,estulta caída:se descabalgó impíoun arcángel de sucia risa,entronizando el limoy vaciando el cielo de vacío:cayó muerto el pobrecillo,y no hubo nadieque no blasfemaselos espurios tan fríos,el desafío nunca dicho.Porque verdaderamente no lo conocían.Un dios bajo sus botasse removía, agónico,petulante,pero México, de nopaly espiga, ahí, yolo sé,seguía.

Por Librado Gómez de Alcántara

Capítulo VII: El corazón detrás de la máscara

Amable síntesis de los capítulos anteriores para el lector despistado: Nictímene quedó huérfana a los diez años de edad, cuando un misterioso caballero, vestido en galas de carnaval, acuchilló a sus pa-dres. Desde entonces, la desazón la llevó a ocultar su identidad y a mezclarse con la más baja ralea, hasta tocar los abominables fondos de nuestra so-ciedad. Dueña del secreto y de la noche descubre

Nictímene Vengadora (continúa)Una novela original de Míster Fogg

que estos signos, que para el común de la gente son aciagos, para ella son el perfecto medio en el cual desenvolver lo único que le da sentido a su vida: la venganza. Nictímene busca desesperada e insist-entemente matar al caballero que le dio orfandad, y hará lo que sea para ser libre de sí misma de una vez por todas, aunque sea en el reino de las tinieblas.La ciudad duerme y yo estoy despierta. Cómo me encanta encerrarme en lo alto de este campanario. El velador piensa que la iglesia está habitada por fantasmas. Sonrío detrás de la máscara al pensar que la gente me tiene miedo. Eso me fascina. Y no es que quiera hacerles daño, no. Simplemente ya no quiero saber nada más de ellos. Mi acto más heroico será indescifrable: sólo observarán el cadáver regado, la obra de Arte perfecta. La noche sigue su curso. Entonces oigo pasos en la avenida. Desde aquí lo domino todo con la vista: un corro de pisaverdes borrachines que peregrinan rumbo

a alguna orgía nocturna, no obstante, aun nefasta la escena… me estremece. Uno de ellos está in-vestido en el traje de un arlequín de carnaval. El recuerdo de mi infancia se arquea y vibra. Debo seguirlo.Voy detrás de ellos con cautela, semejante a las gárgolas que pueblan el torreón continuo: gatuna, acaso arácnida, me fundo con las sombras. Soy la sombra misma. Nada mejor para darme cobijo que las sombras: en su enigma, la Naturaleza y yo so-mos una. No sé si yo sea un monstruo despreciable; entiendo que me basto con el amor de mí misma. Alcanzo a oír el bullicio, los parloteos. En la ego-latría de sus vanidades, esos intrusos no saben que nunca debieron domesticar una meseta aún regida por el sagrado salvajismo. Veo que se internan en un gran portal: la casona de algún aristócrata veni-do á menos. Para entrar necesitaría hacerme pasar por uno de ellos, disfrazarme… mas, ¿qué importa

padres es demasiado hermoso”. Mi corazón se exalta en una calígine galopante, cada vuelta que damos juntos sobre la pista es como la invención e inversión de un Paraíso entre los labios. Debe ser una confusión: no puede ser él. Pero no. Todo encaja: su madura edad, el traje que mis pupilas recuerdan, y ésa sonrisa. Ésa sonrisa de pícaro de-salmado, de Adonis prostituido que ahora me acel-era el pulso. El sabe que yo sé que sabemos. Yo, Nictímene, derrotada entre sus brazos de caoba hirviente. Si tan sólo pudiera olvidar la muerte, que ronda nuestros párpados… ¿Hay vuelta atrás para mí? El acerca su rostro. Percibo un olor a sangre que mecánicamente omito. Nos besamos. Con furia criminal, nos besamos…

Apreciado lector, si a Usted le gusta Nictímene vengadora, no deje de comprar el siguiente número, para saber cómo con-tinúa esta inquietante historia en el capítulo VIII: Los amantes homicidas.

añadir otra máscara más á mi rostro ausente?Regreso una hora después frente al ornado portón. Me he hecho con un traje de gentleman que ar-rebaté a los traficantes de los carromatos. Maquillé los rasgos de mi feminidad inservible. Se trata de una mascarada, así que no retiro el antifaz que siempre está en mi rostro. Debo pasar por duque, o alguna frívola bobería por el estilo, pues los guar-dias del palacete me permiten entrar. En el vestíb-ulo (colmado de oros y de fragancias) me miro en un espejo: sí, soy un caballero enmascarado, una suerte de político trasnochador o hedónico dandy. Nadie debe advertir mi verdadera identidad, si es que me queda alguna. Me introduzco a la fiesta. Se toca un vals agónico en la galería; tan decadente como una zarabanda. La gente, toda embozada, cambia de pareja al son misterioso. Yo no puedo sino entrar en esa voluptuosidad erótica, aferrando del talle a las suspirantes damas más aviesas.

El baile atraviesa mi cuerpo. Los arpegios se re-fractan en mi sudor y son mi sombra misma. Ya no sé con cuántas damas de mirada inicua he bailado. El gentío se espía a través de las máscaras porque sólo así pueden vivir una vida ofrendada al vacío. La música me posee. Repentinamente, mis ojos se cruzan con aquellos ojos. Los ojos del caballero dis-frazado de arlequín. El frío me recorre la espalda. Temo ser descubierta. Todo el brío de Nictímene cae al suelo con su sola mirada de imán volcánico. Intento escabullirme entre los danzantes pero no puedo: una fuerza mayor me paraliza. El causante es él. Él sabe quién soy yo, no sé cómo, pero lo sabe. Y avanza hacia mí, se abre camino entre el derroche de carne que hay a mis pies. Siento una tibieza irresistible en la cadera. Es él, que baila ya conmigo.El caballero es un Fausto, o algo peor. Por mi mente cruza una impune idea: “el asesino de mis

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Page 3: La atrevida sin Hueso

¿soMos eL sexo débiL?

Doña Enriqueta Zacarías de Sigüenza

Héme sentada observando á través del gran ventanal de mi habitación. Ante mis ojos se despliega la gran plaza de la Alameda que en ocasiones anteriores he recorrido. Niños y jóvenes corriendo por doquier; ancianos, que aun con su fatigado andar, recorren entusiastas los bellos jardines; mujeres cuyos pompo-sos vestidos entorpecen y obstaculizan su caminar; hombres en lustrosos trajes que alardean de pretensión europea, a lo lejos se oye el cabalgar de los raudos carruajes. Ruido que ensordece las voces suplicantes de los indios y pordioseros, de aquéllos muchachos harapientos y con callosos pies, hermanos del des-aventurado Periquillo que sólo buscan algunos centavos para alimentar sus ra-quíticos cuerpos.

Mientras observo tan pintoresca es-cena encuentro que México es realmen-te un país de paradojas. Por momentos es civilizado, por otros es barbárico, y entre mis cavilaciones me pregunto: ¿Cuál ha sido la educación que éstas gentes han recibido? ¿Hubo, tal vez, una madre que haya infundado en ellos alguna moral o algún ideal de libertad? Si esto es cierto, ll —disculpen mi atre-vimiento— somos nosotras, mujeres, el motor que guía a esta nuestra ilustrísima nación. Con el debido decoro que les debo a mis lectores, he de decir que para juzgar con justicia el carácter de un pue-blo se debe conocer a sus mujeres. No obstante, nuestra labor educativa que-da opacada por la arrogancia del docto intelecto del “sexo fuerte”, hombres ilustrísimos que se jactan de sacar de las sombras de la ignorancia á su pueblo, olvidando que el origen de su exacerba-da sapiencia, sus exquisitas maneras y su desbordado amor por la libertad —que es el bien más grande del que pueden gozar los pueblos— proviene de la ins-

trucción recibida en la infancia; pues ¿no son acaso las inspiraciones maternales las primeras que forjan el espíritu de cual-quier hombre? Por eso, me es de suma pena escuchar que aquellos doctos hom-bres de letras le achaquen la inmoralidad y los vicios de nuestra nación a las ma-dres, mujeres cuya vida está dedicada á proveer de amor á sus hijos, á dirigir sus primeras inclinaciones y lo que es más importante: á enseñarles las primeras ideas del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto. ¿No es entonces á las muje-res á quienes debemos nombrar como el sexo fuerte? Son éstas quienes siembran el germen de las virtudes en los peque-ños infantes que un día, a fuerza de estu-dios y constancia, podrán ser recordados como los hombres que trajeron la liber-tad a su pueblo, la luz de la razón a su pa-tria. Entonces, si a través de mi ventana veo a un México dispar: unos enajenados en su opulencia, otros moribundos por la escases de pan y tortilla, no es acaso por-que aquellos niños que un día recibieron los virtuosos dones maternales, con el tiempo han crecido y, contrario á lo que se piensa, más que fortalecerse, se debili-tan dejándose corromper por viles senti-mientos que los han alejado de ejercer su máximo deber como ciudadanos de bien: cultivar nobles sentimientos patrióticos, proclamar en acciones la igualdad entre sujetos y, por supuesto, disipar las tinie-blas en que yace una mayoría inmensa de mexicanos.

Es así, mis queridos lectores, que el “sexo fuerte” es el que, a mi parecer, más flaquezas presenta; no quisiera caer en la osadía de generalizar a todos los hombres, sé bien que esta nación ha sido capaz de romper las cadenas de la opre-sión y la ignominia, gracias á ilustrísimos varones cuyo pendón de lucha es la edu-cación, verdadero y ultimísimo camino para alcanzar la libertad, práctica que todo pueblo que aspira a la democracia debe ejercer. Sin embargo, es preciso re-conocer el fundamentalísimo lugar que nosotras mujeres ocupamos en nuestras familias, y por tanto, en el desarrollo y el progreso de nuestra nación. Es en el seno de una madre en donde el niño comienza a forjarse como ciudadano de bien, es en el lecho conyugal donde los esposos son colmados de amor y consuelo en sus días de mayor desamparo. Por esto, es mo-mento de comenzar a reconocer nuestra fortaleza femenina, nuestra labor como formadoras de los cimientos morales y virtuosos de los pueblos. Es imperativo que nuestra pasividad en el hogar, ali-mentada por la ociosidad y la opresión de aquellos terribles padres y esposos del

siglo pasado, mude á maneras más dili-gentes para así, con el pecho inflamado de fervor y orgullo, poder decir que las mujeres de México marchamos á la par de las más adelantadas de los países más civilizados. Dejemos guardados en los cajones el rosario, los novenarios, el Año cristiano, dejémonos de misas y devocio-nes, instrumentos que alimentan el oscu-rantismo y el fanatismo que tan horribles males han causado á la humanidad, pues nos desvían de las luces de la razón. Es verdad sabida que no hay nada más con-trario a los adelantos morales de cual-quier país que la ignorancia del pueblo, y si somos las mujeres pilar primordial de la educación, es categórico que nuestros quehaceres estén orientados a instruir-nos a la usanza de los países ilustrados. ¿Qué beneficio obtendremos de apren-der de memoria el catecismo del padre Ripalda, de bordar hasta desgastarnos las yemas de los dedos —si no es que antes el seso—, de repasar las vidas de santos que sólo fomentan una devoción hipó-crita y anticuada? Miremos más lejos, más alto, dejemos que nuestros pensa-mientos se regodeen libremente en las páginas de la exquisita pluma de Du-mas, abrámonos paso al mundo con las aventuras suburbanas del osado Paul de Kock, o bien cultivemos nuestros espíri-tus con las ilustres y sapientísimas letras de don Francisco Zarco o de su padre intelectual, el castellano don Mariano José de Larra, en cuyos opúsculos ve-mos correr libremente sus atrevidas sin hueso. Es esta prosa crítica y mordaz la que sucumbe en mi ser y me despierta a inundar los corazones de las que injus-tamente nombran como sexo débil, de aires de autonomía.

Es perentorio que nos emancipemos de la opresión doméstica y aspiremos a ser parte de la orquesta mundial. Sinta-mos bullir en nuestras venas el clamor de libertad que mujeres como Doña Josefa Ortíz de Dominguez o Doña Leona Vi-cario nos legaron en nuestra sangre. El progreso de este México no debe caer sólo en manos de varones, pues si somos capaces de educar a quienes represen-tarán un papel en el mundo, también podemos despertar en nosotras ideas de patriotismo, justicia y democracia. Por eso, es preciso decirles que mientras des-pliego esta arenga —no dudo que para algunos un tanto insolente siendo yo una dama encumbrada— me veo en el vital menester de abandonar mi pluma, pues allá afuera, del otro lado del cristal de mi ventanal, me espera un México que aún lucha por marchar en la senda de la civi-lización y de la democracia.

–¿Cómo va á estar mal?– respondió, con categoría de mando, el hombre de la voz familiar, al que llamaré K, para no re-velar su verdadero nombre y librarme de persecuciones patibularias. –El hombre hizo justo lo que necesitábamos– continuó K–: indirectamente, ya verá, ésto es más apoyo á los que á corto plazo nos conse-guirán lo que pedimos. Y déjese de sande-ces, es bueno tener ideales, pero tampoco caer en la hipocresía: este país lo que nece-sita es ser financiado desde sus fondos más profundos, necesita ser puesto en venta á los verdaderos inversores de la libertad.

Un silencio de humo se hizo entre los tres. Supe al instante el motivo de la disquisición que tenían: la semana pasada nuestro presidente, Guadalupe Victoria, lanzó un bando donde se expulsaba de la República Mexicana á los residentes espa-ñoles en ella, como resultado de la justa represión sobre el espurio monje Joaquín Arenas, que tuvo en sus mientes organi-zar una “reconquista” española, subven-cionada por los aristócratas peninsulares que hay en el país, á los cuales aún no se les agotan sus fondos de mansiones ajar-dinadas. Es evidente que la “excomunión nacional” con el país de allende el Atlán-tico no durará más que unos meses, aca-so unas semanas, pues la medida tomada por el jefe de nuestro Partido no es sino una reacción enrabietada al golpe atesta-do por la conspiración de Arenas, que no una estrategia política. Pero el problema de fondo no es ése, oh no, señores lecto-res, no nos dejemos engañar: el problema de fondo es que ahora que la poca aristo-cracia española con poder adquisitivo que quedaba en territorios mexicanos se ha dado á la fuga rumbo á España, ¿de dónde sacará el Estado los requeridos préstamos para cumplir con el protocolo de cons-trucción económica y social?, ¿de los usu-reros a la caza de desgracias privadas para convertirlas en tragedias públicas?, ¿de los Estados Unidos, para inmiscuirnos en un proceso de modernización salvaje que no nos atañe? Quiera el Cielo que no sea así. Sea como sea, al parecer el señor K esta-ba muy interesado en que la intervención económica norteamericana expiara, como un grotesco avemaría, nuestras culpas, y que, como párvulos dependientes, ensan-chásemos aún más la deuda exterior del mismo Estado.

—Pues yo opino que hizo mal nuestro presidentucho, oh sí, mucho mal.— inter-vino el tercer comensal a la mesa, el mayor de todos ellos: —¿En qué reducida mente puede caber la idea de expulsar del país a aquellos que originalmente nos dieron una imperial existencia?— estalló en su cascada voz.

K. se removió en el taburete. Era cu-rioso contemplar cómo un liberal traidor (que para rehuir de los novísimos autos de fe, que aún se usan en la Ciudad de Mé-xico, llamo K) se incomodaba frente a las ideas transparentes de un monárquico de-clarado (el viejo de la voz cascada). K le respondió con el regusto de la orden mili-tar entre los labios.

—Vamos a ver, don Federico, ya le he dicho que no quiero escuchar más sande-ces. No soporto que usted pueble sus ima-ginerías con un mundo donde México he-reda, al puro uso del deus ex machina y, bajo una lógica totalmente absurda, el atrasado glamour del Imperio español del XVI.

—¡No era atrasado, señor mío! ¡Allí se hacía sentar cabeza al que se necesita-ba hacer sentar cabeza! Y al que no, se le empleaba para engrosar las filas del tesoro imperial, un tesoro dedicado á transfor-mar la historia…

– ¡Venga ya!– interpeló el más joven, el personajillo de la izquierda que al pa-recer concordaba en algunos puntos con las cicateras ideas de K, pero que no sa-bía cómo maquillar su negación contra la imagen del comerciante urbano en cier-nes, al cual le resulta indiferente hacer negocios con ésos, con aquéllos y, si es necesario y, por qué no, de vender al pro-pio México á nuestros vecinos del norte en perenne expansión. —Vamos a ver, don Fernando— continuó, —no puede usted ponerse así: está entre liberales, por Dios. Nosotros mismos redactamos algunas partes del Plan de Casa Mata, y el señor don K, aquí presente, de su puño y letra, hizo acto de presencia entre las rúbricas de la Constitución Mexicana, hace tres años. Así que no nos venga con cuentos de vie-jas sobre Carlos Primeros de Austria que van á renacer en el fango de Tenochtitlán, ni con ésa monserga de la Fama, que lo hace parecer un poseso fanático de ésos con que los grabados de los libros parisi-nos ilustran la barbarie del medioevo. Ni la vencida España ni el candoroso México nos librarán a mediano plazo. La solución reside en lo que ya señaló el señor K: fi-nanciar nuestra modernidad en progreso, nuestro Estado tambaleante, con las in-versiones de los norteamericanos indus-triales— el hombrecillo acabó su discurso adulatorio.

—Sí— continuó K: —que no se hable más. Mañana mismo propondré en la reu-nión de la logia la publicación de la entre-vista con la Confederación Banquera del Estado de Washington, que aparecerá en El financiero. Se ha hablado mucho en las juntas de la logia acerca de la necesidad de hacer otra Constitución, acaso una centra-lista, acaso una que pacte con las oligar-

quías de aquí y de más allá (por supuesto, para sacrificarnos por el bienestar común). Se ha dicho, también, que un emperador con formación ilustrada no nos vendría tan mal, al menos por un tiempo, para saborear ésa posibilidad histórica con al-guien menos delirante que Iturbide…

No soporté escuchar más la plática de aquellos traidores al Partido, á los primi-genios intereses de emancipación y, en suma, traidores á la República civil, cuyo papel no es otro que el de fungir como defensa dialéctica y pragmática entre los intereses de autoridad del Estado (o, en su defecto, de la Iglesia), y los intereses de abuso y usufructo de la Industria. Salté al momento en mi taburete, pagué el café, y me volví sin más á la pensión, donde es-cribí los siguientes estatutos, en los que se explica agradablemente el por qué de una República civil, y donde se le pone en las narices á éstos mentecatos codiciosos cuá-les son los hieráticos valores de la comuni-dad humana que debe ser el México libre.

1. Defendamos la República con herra-mientas republicanas, y no con otras. ¡Al Diablo con la represión disimulada que ostenta el Presidente, sus prelados y los nuncios varios!, ¡al Diablo con las ma-quilas explotadoras del norte, con las ha-ciendas henequeneras del sur!, ¡al Diablo con los impuestos recaudados por los re-chonchos jueces de un Tribunal que tiene miedo de impartir Justicia!, ¡al Diablo con las onerosas parcelas que una parroquia local no comparte con sus feligreses!, ¡sí, al Diablo con todo ello!, ¡al Diablo con la corrupción del Estado!, ¡al Diablo con la explotación de la Industria! Ésto, seño-res, es una República de ciudadanos, de hombres libres. Nuestra libertad no está en manos de una dictadura embozada, ni mucho menos en la transacción nocturna de dos comerciantes que se embriagan con la herida del pueblo. La República es la religión de lo comunitario, amigos lec-tores, y su Dios, el universo de lo civil. No podemos emprender el proyecto de una nación que se dice ser republicana si no es favoreciendo á quienes la habitan: los ciu-dadanos de a pie, como yo, como ustedes, que leen fervorosamente en la plaza pú-blica, para cotillear más tarde todas éstas repicadas noticias.

2. Un país de hombres emancipados nece-sita retornar al origen del hombre: la organi-zación civil. No soy oráculo, no, ni debe-ría atreverme con las anteriores palabras, pero expondré al auditorio mexicano la necesidad de poseer organizaciones civi-les. Oh, miren, trabajadores del subsuelo, miren, oh, miren, lavanderas de sol á sol, miren, oh, miren, operarios de la máquina inextinguible: en el origen el hombre fue

arrojado á su libertad, condenado a ella. Y ésta condena consistía básicamente en urdir acuerdos entre todos, en tramar el bienestar de todos los hermanos (á quie-nes no los hermanaba otra cosa sino su humanidad balbuciente, su constructiva fragilidad). Así, la primera tarea del hom-bre, antes inclusive de descubrir el fuego o de invocar los veneros de la poesía, fué la defensa de lo social. Vivir en comunidad, juntos pero dispersos, cercanos pero des-conocidos, no era suficiente para ahuyen-tar el miedo que rondaba los temporales y los crudísimos inviernos. Se requerían reglas. Y no crean, oh, no crean, queridos lectores, que éstas reglas eran del género de “robarás y te será cortada una mano”. No. En ésta Edad del Oro las reglas que se utilizaban eran leyes eróticas, basadas en el amor al prójimo: quien no opusiese el bien común por encima de todas las cosas, sería expulsado de la sociedad primitiva.

3. México necesita una sociedad organi-zada en torno á la civilidad, y no en torno á los intereses individuales, de la Industria o del Estado o de la Iglesia. ¿Saben ustedes, cono-ce alguien acaso, el gozo que significa la unión del todo con las partes, y de las par-tes con el todo? Los héroes que nos die-ron patria lo sabían, pero parece que ésta generación de inmunes ante la diferencia y de apáticos cajistas no reconocen el fer-vor que había detrás del genio de Hidalgo. No era sólo ira, no, no. Era el Espíritu del Pueblo. El Todo. La unión ritual de todas las voces con una razón ulterior para vivir: la lucha por reivindicar lo social por enci-ma de lo individual. Y lo hemos perdido. Pero no es tarde, no aún. México olfatea la agonía en la ribera que conduce rumbo á la cañada del falso progreso, y sigue tal aroma de muerte, sin comprender que lo que le espera al final no es sino un acan-tilado de vergüenzas internacionales y de infiernos segregacionistas, de máquinas usurpadoras y de cerebros enajenados, á manos de la explotación de los más fuer-tes. Debemos reaccionar, lectores, gente de México. Debemos comprender que la belleza de nuestro país radica en su amor por la República civil y por la defensa de la figura del ciudadano. Pugnemos, pues, en favor de la democracia, hoy por hoy fallida, más allá de los ganadores que la representen. Resistamos, pues, al pie del cañón de la educación y de los más pu-rificantes valores familiares. Elijamos el verbo antes que las balas. Hay muchas tareas para enmendar los hilos sociales que el autoritarismo y la avaricia han cortado. Yo, por mi parte, partiré en una expedición mañana mismo á alfabetizar a la gente de ciertas rancherías del oes-te… son éste tipo de cosas, señores, y no

otras, las conformadoras de identidad nacional.

Huelga decir que no regresé al “Café de las cuatro naciones”. Pero la próxima vez que me tope al señor K en los con-fortables pasillos del palacete donde nos reunimos (que bien que lo conozco), le recordaré que México no está allí dentro, en los estrados recubiertos de bronce y de tapices bucólicos, sino acá afuera, donde un rapaz hambriento vende el periódico que usted sostiene entre sus manos.

coLoquio de cangrejosSalvador de la Patria

Dos cangrejos, bien vestidos y perfuma-dos, en el mercado. Esperan, inquietos, sin saber muy bien qué hacer, mientras miran con desprecio a su alrededor.

Cangrejo 1: ¡Qué cosas tan horribles me haces pasar!Cangrejo 2: No tenemos otra alternativa.1: ¡Pero venir al mercado!2: Es el lugar en el que se junta la chusma y al que viene á pasear ese periodista de pacotilla.1: Y qué, ¿va á ser más sencillo aquí ofre-cerle… nuestro obsequio?2: Va a sentir que nos acercamos á él… es muy amigo del ése… de Guadalupe Victoria.1: Huele á pescado. Tengo hambre, mi esposa preparó esos deliciosos chiles poblanos en nogada.2: ¿Los de nuestro emperador?1: Esos mismos.2: ¡Allí viene!1: ¿El emperador?2: No, el periodista.1: (Con exagerado entusiasmo, falso) ¡Don Emetenio, qué alegría verlo!2: ¡Muy buen día tenga usted!Periodista: ¡Don Cosme, don Nabos! ¿Ustedes en el mercado?1: ¿Le parece extraño?2: Pues de vez en cuando nos viene bien un baño de pueblo.1: Al final de cuentas vivimos en un im-perio de los más modernos… (Recibiendo un discreto codazo de Don Nabos) Digo, en una república. En fin…Periodista: Bien, con el permiso de ustedes.1: Espere un poco, Don Emetenio.Periodista: Debo comprar unas cosas y no quiero que se les haga tarde para llegar a su misa.1: ¡Es cierto, la misa! ¡Y nosotros aquí, entre estas gentes!2: (Acomodando otro codazo en las costillas de Don Cosme): Tenemos otras priorida-des, un trato muy ventajoso que ofrecer-le, si nos lo permite.Periodista: Dígame usted.2: Necesitamos de su pluma e inteligencia.1: ¡Qué escándalo! (Entre dientes, ponien-do expresión de enfermo estomacal) ¡Este lugar está lleno de indios!2: …Para hablar a favor de la necesidad de un nuevo imperio.Periodista: ¿Qué me dice?1: Mis botas recién traídas de Europa ya se llenaron de lodo…

2: Los excesos y la torpeza de Iturbide no son razón suficiente para descartar un sistema de gobierno que a todas luces es más conveniente para una nación que to-davía está en pañales.1 (Cada vez más incómodo, a su compañe-ro): Venga ya, ofrécele el dinero, se nos hace tarde para la misa y, además, tengo hambre…2: Espera, espera, vamos por pasos. Mire, don Emetenio, nosotros sabemos que usted tiene necesidades como todos, por ello venimos a ofrecerle, con todo respeto, este presente. (Le entrega un sa-quito con monedas, buscando complicidad en su mirada) Confiamos en que usted sabrá corresponder con un texto, no le pedi-mos más, que hable a favor de un segun-do imperio.1: Claro, no imperado por un criollo como Iturbide, sino por un príncipe real europeo: eso es lo que se necesita.Periodista: Señores, este país está en situación de desastre porque personas como ustedes insisten en mirarlo como una nación de ineptos. No comprenden que existe la dignidad, la responsabili-dad, el sueño de un país independiente que se consolida y puede desarrollarse. Mi pluma no sirve ni servirá más que a mi inteligencia y mi integridad. (Les avienta la bolsa) Con todo respeto, vayan ustedes y chinguen a su madre. (Sale).2: ¡Majadero!1: ¡Mestizo!Hombre del mercado: ¡Esos catrines, ahí les va el agua!Arroja una cubeta con desperdicios donde los cangrejos permanecían indignados, salpicán-dolos de pies a cabeza.C1: ¡Ah! ¡Mis botas francesas! ¡Mis chi-les en nogada!

deManda contra don justino WincHester tierra aLegre por La expLosión en La Mina “La bonita”

Ilustrísimo general señor presiden-te Guadalupe Victoria, con el debido respeto que merece, me dirijo á usted en representación de mis compañeros y hermanos mineros, cuya voz silenciada y oprimida recae en mí para comunicarle lo siguiente.

Muchos han sido los abusos que en La Bonita, mina de oro perteneciente a la San Francisco del Oro Mining Co. He de advertir que si sus paredes habla-

ran dirían las más terribles historias de crueldad e injusticia que sobre nosotros comete el déspota de nuestro patrón, Justino Winchester Tierra Alegre. Es ésta la ocasión para exigir, denunciar y, llegada la necesidad á la que nadie que-rría recurrir, ostentar el derecho que en otras repúblicas las clases proletarias han ya usado ante el indiscriminado abuso de sus superiores.

Nuestros reclamos son los siguientes: Que nuestros cuerpos lacerados por

el látigo y el cuero tiranos sean dignifi-cados como el bautismo declara en las sagradas escrituras: que el cuerpo es sólo de Dios y no le pertenece a nadie más.

Que las largas jornadas en las que pertenecemos á las profundidades, sin luz ni bocado alguno, no sean más de ellas, sino de nuestras desamparadas fa-milias que nos esperan por madrugadas sin tener noticia nuestra.

Que los míseros centavos que se pa-gan por este trabajo desahuciador en-grosen sus pesos y alcancen como míni-mo para el kilo de frijoles y tortillas.

Que los burdos ropajes que nos ofrecen sirvan para protegernos de los acantilados, las angostas grutas. Que los ganchos y poleas no sean carne de poli-lla. Que los accidentes mortales no sean más ocasionados por las oxidadas lámpa-ras de gas y demás utensilios en pésimas condiciones.

Utilizo ésta ocasión también para po-ner en mi boca los reclamos y denuncias sobre el terrible incidente que tuvo lu-gar el 27 de octubre, cuando los nuevos contratistas de la empresa, arriba men-cionada, quisieron reemplazar á nues-tros gambusinos buscadores de vetas minerales y nativos del pueblo Real del Monte, hasta tal punto que lo lograron e impusieron á unos inexpertos extran-jeros cargados de tecnología que resul-tada inhábil para los pedregosos túneles de La Bonita. Así que pasadas dieciocho horas de excavación en un lugar donde nuestros gambusinos dijeron que no había de tocarse, los instrumentos nue-vos que tán mal reemplazaron nuestra oriunda mano de obra, desenterraron un piélago de metano letal. Al contacto inmediato con la llama de los faroles, el gas liberado generó una inmensa explo-sión que en cuestión de segundos calcinó los rostros y acabó con los cuerpos de los pobres diablos que estaban alrededor del pozo abierto. Los testigos que observa-ron la catástrofe desde las mirillas de una construcción cercana, aseguraron que la llamarada fué tal que incluso oscureció las rocas mismas. Dos horas después, despejado el humo asfixiante, pudimos

entrar y revisar el mefítico espectáculo que se abría á nuestros pies: un mauso-leo de ceniza humana, cuerpos despata-rrados por doquier que en la mañana se despedían de sus hijos, todavía prenda-dos del candoroso beso de sus esposas. Ahora se hallaban inmolados como las bestias de un Averno mexicano, el mayor centro de delirio y de tortura que otrora, bajo nuestro cuidado, nuestro pueblo y nuestra familia, era La Bonita. Nuestra denuncia no puede ser más evidente.

Éstas son las razones que nos movie-ron á emprender nuestro camino hacia la grandiosísima capital de México, cen-tro de justicia y libertad, dónde sabemos que se resguarda el señor Justino Win-chester, causante de todas nuestra des-gracias.

Esperando que usted, señor pre-sidente Guadalupe Victoria, escuche nuestras demandas e imparta la justi-cia de la que se hace fama, quedamos aguardando una óptima respuesta. De lo contrario, llegaremos á las últimas consecuencias que en éstos casos se usa, tales como la huelga ó la creación de un sindicato moderno, que para nada son convenientes para el progreso económi-co de ésta nación.

Atte. Celerino Rodríguez. Líder de la mancomunada liga

de trabajadores del Edo. de Hidalgo.

aViso De contrataciÓnEl día 29 del mes octubre un grupo de mine-

ros, trabajadores ingratos, abandonó sus ocupacio-nes en la mina La Bonita, perteneciente á la San Francisco del Oro Mining Co., en Real del Monte, Hgo., sin dar aviso al capataz, ni á ninguna auto-ridad.

Los brotes insurgentes que desde hace tiempo azotan al país han llegado á este Mineral, privando de su honrado trabajo á los peones de La Bonita quienes, gozando de apreciabilísimas ventajas —como jornadas dignas de esta nuestra ilustre Repú-blica, condescendencia con sus mujeres y familias, justicia, equipo adecuado, entrega de los sagrados alimentos y opulencia de salario—, desaparecieron súbitamente.

Por lo anterior, el señor don Justino Winches-ter Tierra Alegre solicita, en nombre de las ilustres compañías que representa, a todos los habitantes de Méjico que estén en búsqueda de un trabajo decoroso, se comuniquen a las señas siguientes: Barrio de San José de Acosta, número 6, Mineral del Real del Monte, Hidalgo.

D. Justino Winchester Tierra Alegre, secreta-rio de la San Francisco del Oro Mining Company y miembro de la Cía. Minera Aurífera.

poesía

Traducción glosada de un epigrama de SénecaPor Don Lascivo Nisir

Porque de mil fuertes columnasse sostiene tu dorado capitely tus domos de alabastro.Porque con bermejos bordesse alumbra la claraboyaque impide la salida del alma.Porque la jardinera de Venusme empalaga y enervacon aromas turgencias y texturas.Solo por eso y por mi devocióna lo sublime y a lo angelicalpermanezco como siervo tuyo.

El dios caídoHabéis matado á los diosesque otrora floridos la Arcadiasometían,los matásteis con vuestropropio rosario de abadía,con vuestra plegaria inocente y malcriada.Pero mientras tanto,en el espesor de la luna,otros dioses su hueso,su sangre, su hielremovían: eran loshombres libres, lossombrerudos, empolvadoscaballerangos de allende el Bajío,que en el jolgorio trémulosu ballesta encasquetaban.Y la sangre nuestra, proscrita,de las gárgolas catedralicias,de los huesos ufanos,del zócalo solar ál mediodía,todos contemplaron la frugal,estulta caída:se descabalgó impíoun arcángel de sucia risa,entronizando el limoy vaciando el cielo de vacío:cayó muerto el pobrecillo,y no hubo nadieque no blasfemaselos espurios tan fríos,el desafío nunca dicho.Porque verdaderamente no lo conocían.Un dios bajo sus botasse removía, agónico,petulante,pero México, de nopaly espiga, ahí, yolo sé,seguía.

Por Librado Gómez de Alcántara

Capítulo VII: El corazón detrás de la máscara

Amable síntesis de los capítulos anteriores para el lector despistado: Nictímene quedó huérfana a los diez años de edad, cuando un misterioso caballero, vestido en galas de carnaval, acuchilló a sus pa-dres. Desde entonces, la desazón la llevó a ocultar su identidad y a mezclarse con la más baja ralea, hasta tocar los abominables fondos de nuestra so-ciedad. Dueña del secreto y de la noche descubre

Nictímene Vengadora (continúa)Una novela original de Míster Fogg

que estos signos, que para el común de la gente son aciagos, para ella son el perfecto medio en el cual desenvolver lo único que le da sentido a su vida: la venganza. Nictímene busca desesperada e insist-entemente matar al caballero que le dio orfandad, y hará lo que sea para ser libre de sí misma de una vez por todas, aunque sea en el reino de las tinieblas.La ciudad duerme y yo estoy despierta. Cómo me encanta encerrarme en lo alto de este campanario. El velador piensa que la iglesia está habitada por fantasmas. Sonrío detrás de la máscara al pensar que la gente me tiene miedo. Eso me fascina. Y no es que quiera hacerles daño, no. Simplemente ya no quiero saber nada más de ellos. Mi acto más heroico será indescifrable: sólo observarán el cadáver regado, la obra de Arte perfecta. La noche sigue su curso. Entonces oigo pasos en la avenida. Desde aquí lo domino todo con la vista: un corro de pisaverdes borrachines que peregrinan rumbo

a alguna orgía nocturna, no obstante, aun nefasta la escena… me estremece. Uno de ellos está in-vestido en el traje de un arlequín de carnaval. El recuerdo de mi infancia se arquea y vibra. Debo seguirlo.Voy detrás de ellos con cautela, semejante a las gárgolas que pueblan el torreón continuo: gatuna, acaso arácnida, me fundo con las sombras. Soy la sombra misma. Nada mejor para darme cobijo que las sombras: en su enigma, la Naturaleza y yo so-mos una. No sé si yo sea un monstruo despreciable; entiendo que me basto con el amor de mí misma. Alcanzo a oír el bullicio, los parloteos. En la ego-latría de sus vanidades, esos intrusos no saben que nunca debieron domesticar una meseta aún regida por el sagrado salvajismo. Veo que se internan en un gran portal: la casona de algún aristócrata veni-do á menos. Para entrar necesitaría hacerme pasar por uno de ellos, disfrazarme… mas, ¿qué importa

padres es demasiado hermoso”. Mi corazón se exalta en una calígine galopante, cada vuelta que damos juntos sobre la pista es como la invención e inversión de un Paraíso entre los labios. Debe ser una confusión: no puede ser él. Pero no. Todo encaja: su madura edad, el traje que mis pupilas recuerdan, y ésa sonrisa. Ésa sonrisa de pícaro de-salmado, de Adonis prostituido que ahora me acel-era el pulso. El sabe que yo sé que sabemos. Yo, Nictímene, derrotada entre sus brazos de caoba hirviente. Si tan sólo pudiera olvidar la muerte, que ronda nuestros párpados… ¿Hay vuelta atrás para mí? El acerca su rostro. Percibo un olor a sangre que mecánicamente omito. Nos besamos. Con furia criminal, nos besamos…

Apreciado lector, si a Usted le gusta Nictímene vengadora, no deje de comprar el siguiente número, para saber cómo con-tinúa esta inquietante historia en el capítulo VIII: Los amantes homicidas.

añadir otra máscara más á mi rostro ausente?Regreso una hora después frente al ornado portón. Me he hecho con un traje de gentleman que ar-rebaté a los traficantes de los carromatos. Maquillé los rasgos de mi feminidad inservible. Se trata de una mascarada, así que no retiro el antifaz que siempre está en mi rostro. Debo pasar por duque, o alguna frívola bobería por el estilo, pues los guar-dias del palacete me permiten entrar. En el vestíb-ulo (colmado de oros y de fragancias) me miro en un espejo: sí, soy un caballero enmascarado, una suerte de político trasnochador o hedónico dandy. Nadie debe advertir mi verdadera identidad, si es que me queda alguna. Me introduzco a la fiesta. Se toca un vals agónico en la galería; tan decadente como una zarabanda. La gente, toda embozada, cambia de pareja al son misterioso. Yo no puedo sino entrar en esa voluptuosidad erótica, aferrando del talle a las suspirantes damas más aviesas.

El baile atraviesa mi cuerpo. Los arpegios se re-fractan en mi sudor y son mi sombra misma. Ya no sé con cuántas damas de mirada inicua he bailado. El gentío se espía a través de las máscaras porque sólo así pueden vivir una vida ofrendada al vacío. La música me posee. Repentinamente, mis ojos se cruzan con aquellos ojos. Los ojos del caballero dis-frazado de arlequín. El frío me recorre la espalda. Temo ser descubierta. Todo el brío de Nictímene cae al suelo con su sola mirada de imán volcánico. Intento escabullirme entre los danzantes pero no puedo: una fuerza mayor me paraliza. El causante es él. Él sabe quién soy yo, no sé cómo, pero lo sabe. Y avanza hacia mí, se abre camino entre el derroche de carne que hay a mis pies. Siento una tibieza irresistible en la cadera. Es él, que baila ya conmigo.El caballero es un Fausto, o algo peor. Por mi mente cruza una impune idea: “el asesino de mis

32 La Atrevida sin HuesoLa Atrevida sin Hueso

Page 4: La atrevida sin Hueso

D i a r i o l i b e r a l , l i t e r a r i o y c o m e r c i a l

el eDitorialNo es cosa nueva que gente con

talento se reúna, simbólicamente, en un círculo literario compartiendo con lectores sus preocupaciones y, por qué no, gustos propios. El pequeño pero sustancioso resultado de los talentosos escritores aquí reunidos —cuyas pocas desavenencias esperamos se disculparán—, fue movido por preocupaciones más allá de la afición personal. El Hado, sin que uno se dé cuenta, entrecruza intereses y anuda acciones entre personas de lo más variopinto. Así, pues, sucedió con esta nación en ascenso; bueno, mejor dicho, con sus habitantes.

Cómo no tomar voz, o cómo no dar voz a una nación que hace apenas unos lustros dejaba el seno maternal para em-barcarse en la aventura de la independen-cia. Qué crimen mayor que callar lo que el espíritu piensa, lo que el cerebro siente. Pensar simplemente este hecho es ya zar-par, tomar la pluma, levar el ancla, bajar las velas y formular la palabra primera.

Ahora bien, ¿es difícil la empresa?, preguntemos al pío Eneas. Aun para un héroe que vio en sus pupilas transcurrir la ruina y destrucción del invasor, que tuvo en sus brazos á su padre moribundo y que dejó, no sin sufrimiento alguno, á la que fuera por siempre suya, Dido. Durante la travesía de nuevas tierras hubo pérdidas y ganancias. Al final se logró lo que el Des-tino había predispuesto: la fundación de la segunda Troya (aunque algunos historia-dores confirman que es una séptima u oc-tava) y la consagración de ésta por varios miles de años.

Pues las páginas, que el preclaro lector tiene ante sus ojos, van escritas con una doble intención: primero, retratar, por pequeños cuadros, pues el Todo es inasible, la epopeya que vive México en su búsqueda de encuentro con la Histo-ria —sabemos que algún día se dará ese encuentro y habrá mucho que decir. Y en segundo término la recuperación y res-

tauración de los trabajos literarios en esta nueva nación.

Como toda tripulación real, se está no sólo al acecho de los peligros que exponen los mares y calamidades, sino también a la misma variedad de tempera-mentos y personalidades de cada uno de los navegantes. El reto, mientras se llega a costas seguras, es conciliar diferencias entre capitán y marinero; entre maestre y piloto. Es tan vital la opinión y decisión de uno como del otro.

Así es éste periódico literario, perió-dico porque aparecerá de vez en vez hasta que las circunstancias lo permitan, pues las intenciones de fomento y de difusión de nuestra mermada cultura están siem-pre presentes; y literario, por el hecho de que lo único que podemos ofrecer son letras, palabras, que quizá con suerte for-marán sentencias con sentido. Una nave con quilla frágil y bajel sobrio, pero con una tripulación decidida.

Sabemos —quienes aquí escribi-mos— que los mares son muy grandes y quizá no lleguemos con vida a nuestra Roma; sabemos, también, que no impor-ta lo anterior, sino que es de mayor re-levancia y trascendencia el inicio de una empresa titánica: simbólicamente vale más el hecho de sembrar que cosechar —recuérdese rápidamente al cura Hidalgo. También, y no pecaré de alarde, hay que reconocer que en ésta barcaza hay mari-neros de los más distintos ámbitos: unos con el corazón como espada, los otros con la mente como instrumento; unos pen-sando en revoluciones de grandes masas, otros más con renovaciones espirituales; unos laicos y otros ultramontanos. Todos éstos, eso sí, con un ímpetu insaciable de retratar el mundo en el que viven.

Entre un mundo de cosas y cosillas que habrá entre éstas páginas, me tomo la libertad de advertir al lector crítico de que hay unas mejor escritas que otras, y que —de nuevo atrevido yo— sugiero preste atención. Un agudísimo diálogo de cangrejos; asunto que ofenderá á más de uno. Una novedosa forma de folletín que

á manera de incunables medievales mez-cla ¡Imágenes con Palabras!

Pero eso no es todo, querido lector: somos tan liberales que nos permitimos publicar las cartas de un general conserva-dor que quiere dar su punto de vista. Para ser plurales y hacer debate y permitir á la gente formar sus propias opiniones.

Ahora, miserere nobis, amigo lector por esta necesaria presentación. Creo imprescindible el hecho de hablar de no-sotros y ganarnos su confianza si antes le hemos invitado á navegar. Nos —á usted y á mí— deseo un excelente viaje que será relatado á lo largo de varios números, y esperando que el corazón generoso logre ver su meta algún día.

eDitoraDoña Enriqueta Zacarías de Sigüenza

Dueña De la imprentaDoña Ana Azores vda. de Alcaráz

colaboraDoresLibrado Gómez de AlcántaraMíster FoggSalvador de la PatriaLascivo NisirBarón Mariano

DibujanteFígaro

Tomo 1

eDitoraDoña Enriqueta Zacarías de Sigüenza

La LLegada de La Litografía a México

Ciudad de México á día 19 de octubre del año 1826.

El día 3 de septiembre del año en curso, nuestros ilustres colegas del perió-dico nacional El Iris (que, como se sabe, es de dominio popular en las últimas sema-nas, pero que no se elucida á cabalidad sin el debido conocimiento de la maravillosa historia de Linati, contenida en éstas in-dagaciones), vieron canceladas las instala-ciones de su taller editorial, afincadas en-tre las calles de Moneda y Correo, á causa de la razón, motivos y desavenencias que á continuación se referirán.

Corría el año de 1825 cuando los signori Linati y Franchini fueron pros-critos de sus natales tierras, debido á una conflagración ideológica con la oposición conservadora que en aquel país se prac-tica. Exiliados y errabundos tuvieron que hurgar en los bajos fondos de la industria emergente, la cual tiene cabida en la no-vedosa Bruselas y en la ilustrada Londres. No obstante, la miseria del artista es harto acechante e inclusive en aquellos parajes

donde se creería que la modernidad es un bien sacratísimo, signori Linati y Franchi ni no terminaron de consumar sus altas pretensiones para con el bien común y la revolución artística en ciernes de Euro-pa. Por lo tanto, iniciaron sus contactos con nuestra nación mexicana, donde á la postre confirmarían el éxito de su talento con la introducción de la litografía —ese fantástico invento—, porque fué sólo en nuestras tierras y gracias á nuestro libe-ral empeño, que éstos heraldos de la mo-dernidad más clara pudieron trasmutar el mármol bruto de su ingenio en la precio-sa y bella estampa escultórica que ha he-redado el México de hoy en día.

Era el mes del año ya referido cuan-do los signori arribaron al puerto de Ve-racruz, donde la mediocre burocracia de nuestros agentes aduanales, retuvo y re-visó por espacio de unos días el tecnoló-gico equipo que consigo cargaban. Una vez superado el embarazoso evento, la pareja italiana tuvo contacto con los in-teriores del altiplano. Dos semanas des-pués nuestra capital los recibía abierta de brazos, bendecidos ellos por los prelados más encumbrados del honorable presi-dente Guadalupe Victoria. La primera empresa que Linati y su colega Franchini desarrollaron en la metrópoli mexicana fué la apertura del primer taller tipográfi-co de éste lado del Atlántico. Una iniciati-va arriesgada por lo demás, sin embargo, cautiva de la más vanguardista belleza. La litografía, querido lector, que debe saber usted se trata del arte de imprimir en planchas las piedras grabadas. Los fru-tos intelectuales y estéticos de éste taller arraigado en el mismo corazón de nues-tra patria surtieron pronto efecto: fué sólo cuestión de vigor crítico y emanci-pación intelectual para que los miembros del partido liberal y de la logia yorkina, ayudaran a fundar el ya legendario pe-riódico El Iris. Pero las conciencias más avanzadas de la historia de la humanidad suelen resultar incómodas para los órde-nes preestablecidos, inclusive allí donde la república se hace nombrar cívicamente

liberal. Lamentablemente para el salu-dable desenvolvimiento del periódico, á los pocos meses de asentarse en la ciu-dad de México el señor Franchini murió trágicamente aplastado por una prensa litográfica. Linati, pues, apadrinó bajo su revisión y custodia todos los números de la susodicha publicación, mostrando siempre un aliento de lucha inalcanzable contra todos aquellos que renegaron del poder que tiene el periodismo cuando se cultiva en libertad. Allí se publicaron los más variados artículos de costumbres, de literatura y de moda para el bello sexo. Se ha dicho (y no es nuestra intención des-mentir tal habladuría) que El Iris escondía entre renglones los iracundos decretos rumbo al cambio social y la revolución ciudadana, aunque, claro, son sólo las habladurías de un pueblo ineducado que debe guarecerse en las paternales alas de su gobierno.

Llegado el mes de septiembre, Li-nati y sus emancipados colaboradores no pudieron sostener más un contrapunto inviable: ¿cómo un periódico eminen-temente liberal pudo ser descalificado y hasta perseguido por un gobierno de su misma afinidad política? La respuesta es compleja y faltarían números para expli-carla a profundidad.

Tocante al objeto de ésta noticia, el periódico La atrevida sin hueso se compla-ce en anunciar á sus lectores que ahora en adelante la producción litográfica del taller de Linati (hasta ayer abandona-do) será constituyente de éstas páginas y que la litografía servirá a los asuntos de una sociedad que debe contemplarse á sí misma más seguido, para no caer en el error de que el arte no es un medio de comunicación social ni política, sino un mero objeto de anticuario. La litografía, pues, ha logrado un avance con el que la humanidad ha soñado por siglos: la cap-tura instantánea de la vida de toda una comunidad y éste instante anhelado, con las debidas ideas de un mundo moderno, aspira a la eternidad.

en defensa de La repú-bLica civiL, y Más aLLáLibrado Gómez de Alcántara

No hará ni dos tardes en que me encontré solo en la mesita del “Café de las cuatro naciones”, el de la calle del Coliseo Viejo, abajo del Portal, cuando escuché la aciaga conversación que referiré. Era ésa hora de la tarde en que los niños husmean to-davía por las calles, girando sus perinolas al compás de inocentes risas, sin suponer siquiera el cerril abatimiento que tiene la nación por máscara en el rostro. Decía, pues, que la mucha temperatura y el re-cibimiento abrumador que me esperaba en el Partido tras las tortuosas decisio-nes presidenciales, me llevaron á tomar una pausa. Miré una vez más la calle y dije para mis adentros: “qué bonito es México. Lástima que seamos tán pocos los que conseguimos ver la causa de su hermosura”. Me senté á la mesa, en un rincón apartado del bullicio, y estaba en éstas cavilaciones cuando escuché una voz enfrente de mí que me sonaba familiar. El sujeto que la emitía me daba la espalda, y lo secundaban otros dos comensales, obtusos sus rostros por una sombra que cubría gran parte de la habitación. No hubiera prestado oídos á la plática que entablaban (se ha de saber que no soy hombre que guste de entrometerse en el mundo privado de las personas), pero el tema dialogado, así como esa voz recono-cida, á medio camino entre la familiari-dad y una suerte de nauseabundo desdén, me hicieron atender á la charla.—Pues qué, no estuvo tan mal la solu-ción que dió Lupito, ¿no? Digo, yo en el fondo prefiero al otro Victoria, al que luchó en la Independencia, al que abolió la esclavitud en el mismito Dolores, pero en tiempos de necesidad, ¿qué le vamos a hacer?…– espetó el de la izquierda al de la voz familiar, no sin un temor reveren-cioso en sus palabras.

La oscura pareja

Éramos dos desconocidoso dos huérfanos malignosen la ausencia pícaraque deshiela el laberinto.Dos máscaras de fieltro;dos copas mal tomadas,como sarcófagos entrometidosen la rica soledad del cielo.Porque, ¿sabes?, no podíamos vernos,tu figura entre espejos se perdía,la ciudad amurallaba sus ocasosy yo los luceros no merecía.Hasta que la noche de los bríosató la transparencia de tus labioscon el encarnado ojo de mis perdidizos párpados.Era la fiesta oscura del enigmacuando el viento librejuntó la sombra amigaá una esperanza más grande.Dios no lo quiso, nadie lo quiso,sólo el estertor profundode un nocturno poseído,Lucifer, Averno, sangre y fuegogustaron esta unión sombría.

Por Míster Fogg.

de guías y ModeLosGeneral Bassano

Un llamado á los ciudadanos de este país: Habida cuenta de la ineficacia de los políticos nacidos en éste país, me he dedicado a escribir ésta carta en la que busco demostrar por qué ésta nación necesita perentoriamente de la venida de un gobernador europeo, antes de que el caos provocado por los intentuchos de gobierno terminen con el país.

Primeramente, considero oportuno aclarar que fué gracias á las debilidades de carácter de Agustín de Iturbide —nacido en tierra nacional, Valladolid—, que el Imperio no pudo llegar a buen término, sin embargo, esto no significa que ésa no sea la manera correcta de gobernar un país.

En cuanto al sistema presidencial, debe decirse lo que es, una mera y mal hecha copia del modelo de los Estados Unidos. Reflexionemos un momento sobre éste tema que nos concierne: ¿por qué copiar un sistema político que excluye á la Iglesia del lado político, que no tiene experiencia y, por lo tanto, se condena al fracaso? ¡Gobernar sin religión, qué ocurrencia, qué herejía! En cambio, los imperios europeos tienen siglos de experiencia, de historia, de conocimiento de teoría política, de ciencia, y todo ésto de la mano de la Iglesia, guía necesaria

para cualquier persona. ¿Qué modelo parece más conveniente para el pueblo mejicano, para todas las almas que lo habitan, sin educación, sin desarrollo, pero con anhelos?

Pero no descartemos totalmente la historia ni la capacidad de las personas de éste país. Sabemos, gracias á los testimonios y estudiosos de los hechos históricos, que Méjico, en sus orígenes, fué gobernado por emperadores. El Imperio azteca llegó á ser muy grande y rico, sin embargo, inferior á la ciencia, filosofía y religión europea, de ahí que no prosperase.

Los mexicanos precisan de una figura que les pueda hacer mejorar. Por un lado, un líder, un guía político, que en verdad sepa sobre cómo gobernar, cómo manejar una nación y hacerla crecer, y cuya familia pertenezca á la realeza, sea reconocida en el mundo y tenga miembros en diferentes naciones, proporcionando así más poder de relación á éste país, además de brindarle los más nobles sentimientos. Por el otro lado, el pueblo requiere de un guía espiritual. Ambos podrán proporcionar servicios básicos pero fundamentales, como lo es, por ejemplo, la educación. No se puede dar por hecho que ésta ya existe y que se trata de un pueblo educado, ésto es, no tener una educación tradicional y costumbrista es construir sin cimientos.

Dejo á consideración de ustedes, queridos y cultivados lectores, las preguntas y cuestiones aquí formuladas, con la esperanza de que den fruto en vuestras conciencias y corazones y de que en un futuro próximo gocemos de los beneficios brindados por un gobierno regido por la sabiduría y experiencia de la sangre europea.

El barón MarianoSe publicó esta semana la séptima entrega de la nouvelle Nictímene vengadora en éste su

periódico predilecto, el más ingenioso y acertado de la nación: La atrevida sin hueso.En Nictímene, el maestro Fogg llega al punto más alto para mi entender, qué agudeza en

sus palabras, qué delicadeza en su contar, qué elevada su composición.La historia, como ustedes lectores lo sabrán, se ha desarrollado a lo largo de siete entregas

y, por si fuera poco, el gran número de elogios que merece ya, nos dá la satisfacción de saber que otra entrega llegará. Satisfacción y, á la vez, disgusto; esperanza por saber qué pasará, ansia destructora en las noches sin entrega. En el mundo está siempre la miel adyancente a la hiel, la risa al lado del llanto.

Míster Fogg censura el pensamiento de los “hombres sensatos” del siglo pasado, con sus costumbres pobres y arraigadas que habían detenido por tanto tiempo el vuelo libre de las ideas y reducían todo a pautas inamovibles.

En Nictímene se supera al hombre que no siente y se entregan los lectores, junto con los personajes, a las pasiones y sensaciones.

Nictímene nunca se resignó a ser una huérfana honorable a los ojos de la sociedad, sino que decidió salir de esa rutina siguiendo su propio llamado, abrazando á su sombra y á sus secretos.

Nictímene encuentra al caballero culpable de todas sus desgracias, un caballero que aun

Entregas de

Nictímene Vengadora Novela de Míster Fogg

enmascarado no puede escapar del reconocimiento por parte de la protagonista, arlequín reconocido por la indudable carga pasional con Nictímene, quien también se disfraza para llegar al caballero y terminar por fin con el fuego invencible de tan desatada pasión.

Pero ¿qué sorpresa nos da Míster Fogg en esta entrega?, ¿cuál es el fin de esta pasión que pensábamos venganza? Llega al fin la séptima entrega con el inesperado y explosivo beso de Nictímene con el arlequín, qué manera de desesperar al lector, qué manera de llevarnos á la inquietante espera de la siguiente entrega, anunciada como “Los amantes homicidas”.

La novela nos lleva hoy a admitir que no sólo las bellas damas se conmueven y estarán al borde de sus sillas, también el caballero tendrá que sentir el fuego de Nictímene y que-marse en él.

Para ser más digna de elogios, la composición está acompañada de exquisitas ilustra-ciones, de la hermosa Nictímene sólo con su sombra y su lágrima, de las noches en el cam-panario, del intrigante arlequín y por supuesto, la imagen final que nos ofrece el perfecto acompañamiento para el explosivo beso de los “amantes homicidas”. Las ilustraciones de Fígaro se nos muestran tan elevadas y con la misma maestría que el gran Míster Fogg nos entrega en su novela.

epitapHiuMSpadone cum sis euiratior fluxo,et concubino mollior Celaenaeo,

quem sectus ululat matris entheae Gallus,theatra loqueris et gradus et edicta

trabeasque et Idus fibulasque censusque, et pumicata pauperes manu monstras.

Sedere in equitum liceat an tibi scamnisuidebo, Didyme: non licet maritorum.

A saber: al illmo. sr. lic. d. Diego Alcaráz, presidente de las casas de moneda de Durango y Guadalajara, miembro del Honorable Tribunal de Minería y de la Cía. Minera Aurífera, marido ejemplar et ilustris pater familias, patrón honrado y justo, quien habiendo nacido el día 30 de septiembre de 1771, descansó por fin en paz el día 22 de septiembre de 1826, y yace bajo ésta losa, dejando su cuerpo á la tierra y esperando la resurrección universal de la carne. D. Ana Azores vda. de Alcaráz

muere el artista

El honorable signor Gaspar Franchini, natural de las tierras de Miguel Ángel, habiendo arribado á las costas veracruzanas en el año de 1825, ha fe-necido el día 07 de septiembre de este nuestro año en curso, ¿la causa? funesto suceso: la caída de una prensa litográfica, instrumento con que realizaba su difícil arte, en su ilustrísima cabeza.

Dios lo tenga en su Santa Gloria.Signor Claudio Linati de Prevost, ausente de

nuestro territorio en estos trágicos momentos, y el Lic. D. Sebastián Camacho, ministro de Relaciones Interiores y Exteriores de México.

LA EDITORIAL DE ESTE PERIODI-CO LAMENTA LOS FALLECIMIENTOS DE DOS ILUSTRES PERSONAJES. LAS GENERACIONES FUTURAS APREN-DERAN DE ELLOS LO QUE HA SIDO EL PAIS DURANTE ESTOS AÑOS DIFI-CILES Y FUNESTOS CON QUE HA CO-MENZADO EL SIGLO.

Habitantes todos de México: vuestros nobles corazones aún no se reponen de la pérdida del es-critor José Joaquín Fernández de Lizardi, ejemplo de virtudes profesionales y civiles, acontecida el día 21 de junio, cuando les comunicamos una infausta noticia: el día tres de septiembre de éste año murió Fray Servando Teresa de Mier, nacido el día 18 de octubre del año 1763 en el antiguo Reino de Nuevo León, ilustre fraile dominico y doctor en teología.

La patria pierde á dos grandes pensadores y hombres de letras cuyas obras ayudan á enfrentar el difícil momento que vivimos, años heroicos y glo-riosos con que ha comenzado el siglo.

México entero llora la pérdida de sus hijos.

aVisos

Para todas las agraciadas damitas: á la tienda de Doña Natalia de Anda Freixas, “Rubores”, ubicada en la calle del Molino, número 36, junto á la Alame-da Central, han llegado varios paquetes de artículos para el acicalamiento femenino. Se ha dado, á saber, entre ellos: pomada fresca de lavanda para el rostro, listones, jabones y, muy importante, ingredientes para teñir los cabellos. Para promocionar su tien-da, Doña Natalia nos comparte su secreto: la receta para tintura, que servirá á todas las damas que ob-servan colores grises en sus cumbres. Se requiere de 10 gramos de ácido gálico, 1 onza de ácido acético y 1 onza de tintura de sesqui-cloruro de hierro. En primer lugar, debe ud. disolver el ácido gálico en la tintura de sesqui-cloruro de hierro y luego agregar el ácido acético. Antes de aplicar ésta preparación el cabello debe estar muy bien lavado con agua y ja-bón, y cepillado con delicadeza. Ésta tintura permi-tirá obtener un color negro o un color castaño claro. Si se desea el negro debe aplicarse cuando el cabello está húmedo, y si se desea castaño, cuando ya esté totalmente seco. Aplique el fluido impregnando con él los dientes de un peine fino, y peine su cabellera suavemente con él.

En el portal de los Augustinos, cajón número 2, de cristalería y loza de la Estrella, han llegado poci-llos chiquitos, finos, de colores, que tanto en tamaño como en hechura y dibujo son apreciables y su pre-cio equitativo.

Están de venta una mula y un caballo de paso, propios para calesa: el C. Jorge Alcázar dará razón.

aVisoTodas las personas que gustaren suscribirse a La

atrevida sin hueso, se abonarán por diez y ocho reales para cada trimestre, pagando por separado los nú-meros extraordinarios que se expenderán á un real y carestía del papel, y á este mismo precio se darán á los que compren los números sueltos.

impresos

Por fin, salió cual pequeño bambino, de la im-prenta capitalina el primer tomo de Diálogo entre un cohetero y un tamborilero.

México, octubre 19 de 1826. Núm. 1

anecDotas

Filipo, rey de Macedonia, escribió á los lacede-monios una carta larguísima con términos imperio-sos dándoles muchas órdenes. Ellos respondieron con brevedad enérgica: NO. Y escribieron ésta síla-ba con letras abultadísimas para que llenara el espa-cio regular de una carta.

4

abusos

Á un juez de manzana llamado Valle, que vive en la calle de las Ratas, se le puso en la cabeza el mártes en la noche, que unos chicos que jugaban á la puerta de su casa la estaban apedreando. Baja furioso, llama á los gurdas y hacen prender á aquellos pilluelos, de los que el mayor tendria diez años; pero habia entre ellos un niño de seis, á quien nuestro juez estaba empeñado en que se lo llevasen preso á la Diputacion. Algunas personas respetables le hicieron observar que á un niño de esa edad no se le mamdaba á la cárcel, sino que se le emtregaba á su padre para que lo reprendiera; pero nuestro hombre no queria entender razonoes é insistia en la prision del chiquillo, desoyendo no solo las razonnes de aquellos, sino tambien los ruegos y las lágrimas de la madre de éste.

Por fin, tantas razones le hicieron valer aquellos señores, que al fin Valle desistió de su empeño y el niño no fué á la cárcel.

¿Qué clase de jueces son estos á quienes el sentido comun no indica que á un niño de edad de seis años no se le manda á la cárcel como á un criminal?

prensa perioDica

Mister Fogg, recien llegado á México, ofrece enseñar el inglés en el más corto tiempo posible, y á precios que convendrán á todos.

Mister Fogg, además de tener un sistema de primer orden que le pertenece á él particularmente, ha tenido una larga esperiencia en la enseñanza, y se lisonjea de que habrá pocos que podrán agradar más á sus discípulos que él.

Los interesados pueden ocurrir á la casa del Conde de Lemons, en la calle de Capuchinas número 1, y primera de Monterilla. Han de pagar DOS PESOS.

Dueña De la imprentaDoña Ana Azores vda. de Alcaráz

colaboraDoresLibrado Gómez de AlcántaraMíster Fogg

colaboraDoresSalvador de la Patria

colaboraDoresLascivo Nisir

colaboraDoresBarón MarianoDibujanteFígaro