Jean Laplace SJ - El Camino Espiritual a La Luz de Los Ejercicios Ignacianos (1)
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C o l e c c i n
P A S T O R A L
36
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JEAN LAPLACE S. J .
EL CAMINO ESPIRITUAL
A LA LUZ DE LOS
EJERCICIOS IGNACIANOS
4 7 3 3 7
9
F EB Q88
Editorial S L TERR E
Santander
-
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Ttulo del original francs:
Approche spirituelle du mystre
de
Dieu dans le Christ travers
la prire et l exprience des
xercices
1984 by Centre de Spiritualit Ignatienne
Sainte-Foy,
Qubec
Canada)
Traduccin de
Felipe
Pardo, S. J.
1988 by Editorial San Terrae
Guevara,
20
3 9 0 0 1
Santander
Con las debidas licencias
Impreso
en Espaa. Printed in
pain
ISBN: 84-293-0793-1
Depsito
Legal: SA. 19 - 1988
Impreso por:
Artes
Grficas Resma
Prol.
M. de la Hermida, s/n. 39011 Santander 1988
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I N D I C E
Pgs.
PRESENTACIN, por Jean-Guy Saint-Arnaud, S.J. ... 7
I.
PONENCIAS 11
1.
La
gracia
del acompaante
13
2.
El camino espiritual
21
1. Camino bblico 21
2. Camino ignaciano 24
3.
Interaccin de los itinerarios bblico e ignaciano 37
Conclusin 40
3.
La pedagoga espiritual
43
1. Pedagoga de la oracin 46
2. Pedagoga de la libertad 63
3 .
Pedagoga de la durabilidad 73
Conclusin 81
II.
MESA REDONDA 83
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Presentacin
Los das 15 y 16 de octubre de 1983 se celebraba
en la sala
Ges
de Montral el VII Congreso anual de
lo s Cahiers
de
Spiritualit Ignatienne (Cuadernos de
Espiritualidad Ignaciana). Un tema realmente fecundo
y
una persona de excepcionales recursos atrajeron a ms
de trescientos cincuenta asistentes, llegados de
todos
lo s
puntos
de la Provincia y de
todo
el Canad.
Desde el I Congreso, celebrado en 1977, nunca ha
bamos visto una concurrencia tan numerosa. Induda
blemente, el renombre y la competencia del
P. ]ean La-
place
tuvieron mucho que ver con el xito de este Con
greso. El P. Laplace, efectivamente, es muy conocido
en el
mundo
de los Ejercicios
Espirituales,
en el que
l leva
trabajando desde hace treinta aos.
Natural de Rouen (Normanda), el P. Laplace in
gres en 1927 en la Compaa de Jess, donde curs
lo s
habituales y largos aos de estudio junto a los PP.
Jean Danilou y Jacques Guillet. Los comienzos de su
vida apostlica tuvieron lugar en una casa de formacin
de la Compaa de Jess, como prefecto de estudios y
profesor de griego. Hay que ver en estas sus primeras
actividades una de esas misteriosas preparaciones capa
ces
de explicar la singular competencia pedaggica del
P. Laplace? Su contacto con los Padres Griegos le llev
a
colaborar en la coleccin Sources chrtiennes, en la
que public en 1943 la edicin crtica de los escritos de
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PRESENT CIN
san Gregorio de Nisa. Por fin, en 1952 deja el terreno
de la enseanza y se dedica al ministerio de los
Ejerci
cios
Espirituales y a la promocin de la espiritualidad
ignaciana.
Cuando se present en el Ges para pronunciar las
conferencias que se recogen en estas pginas, el P. La-
place acababa de concluir en
Trois-Rivires
su tanda
nmero sesenta de Ejercicios de treinta d as . Pero son
incontables sus restantes tandas de Ejercicios de todo
tipo, sus retiros, sus conferencias...
Este
trabajo apos
tlico le
l leva
a las cuatro partes del mundo y le pone
en contacto con todo tipo de grupos de la icos,religiosos
y
religiosas. Y en medio de todas estas actividades, to
dava encuentra el P. Laplace tiempo para escribir. Sus
numerosas publicaciones vienen a completar de manera
admirable su labor de conferenciante y de acompaan
te espiritual, proporcionndole una permanencia y un
radio de accin incalculables.
Aparte de sus numerosos artculos, sealemos los t
tulos de sus principales libros:
Culture at
Apostolat ,
1 9 6 0 ; La f emme et la vie consacre,
1963 (trad. cast.:
La
mujer
y la
vida consagrada, 1 9 6 6
2
) ;
La
direction
de
conscience
et la vie
spirituelle, 1965;
Le
prtre
la
recherche de lui-mme,
1969 (trad. cast.:
El
sacerdote,
1 9 7 0 ) ;
Une exprience de la vie dans l Esprit,
1972
(trad. cast.:
Diez
das
de
Ejercicios.
Una
experiencia
de
la
vida
en el
Espri tu, 1 9 8 7 ) ; Discernem ent pour
un
temps de crise,
1978;
La
prire,
dsir et
rencontre,
1974
(trad. cast..-
La
oracin:
bsqueda y
encuentro,
197 8
2
) . Actualmente, el P. Laplace ha publicado sus
Ejercicios con san J u a n , con el ttulo de
De la
lumi
re l amo ur.
En su concepcin
inic ial ,
el Congreso de 1983 pre
tenda centrarse en el tema de la oracin y los
Ejercicios
Espirituales.
Se trataba de un tema eminentemente fe-
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PRESENT CIN
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cundo y que haba que preparar debidamente. Con este
fin se contact con numerossimos ejercitadores a los
que se invit a reflexionar acerca de
todo
cuanto con
cierne a la oracin en su labor de acompaantes de
Ejer
cicios.
Los frutos de todas estas reflexiones se pusieron
en comn y fueron examinados durante la sesin de
anlisis
de Loretteville, en junio de 1983 (cf. el n. 29
de Cahiers
de Spiritualit Ignatienne).
Por supuesto que
muchos de los asistentes traan al Congreso preguntas
concretas acerca de la oracin, sus modos, sus ritmos,
su evolucin, su contenido, su relacin con la vida...
Hemos de agradecer al P. Laplace el habernos dado, a
travs de sus ponencias y de sus reflexiones en los ple
nos, no slo respuestas precisas a cada una de las pre
guntas, sino tambin, y sobre todo, lo que l mismo de
nomina un sentido espiritual, los elementos de una
sabidura
que nos permite realizar por nosotros mismos
lo s
necesarios discernimientos en relacin con la expe
riencia de oracin de las personas encomendadas a nues
tro acompaamiento. A este fin, el P. Laplace
opt
por introducir ampliamente el tema inicial y situarlo en
su obligado contexto del misterio cristiano, de la Escri
tura y de la Iglesia. De ah la formulacin actual del
tema del Congreso: Aproximacin espiritual al miste
rio de Dios en Cristo a travs de la oracin y la expe
riencia de los Ejercicios. De sabios es saber captar,
dentro
de la multiplicidad y complejidad de los elemen
tos de una realidad, las lneas de fuerza que los agru
pan y hacen de ellos un conjunto coherente. La flexi
bilidad y el rigor con que el P. Laplace combina y ar
moniza los diferentes elementos de la vida espiritual re
velan, sin ningn gnero de dudas, una asombrosa sabi
dura espiritual por su parte. Para convencerse de e l lo ,
basta con leer sus ponencias.
Tras la ponencia introductoria, vienen dos enjun-
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PRESENT CIN
diosas
disertaciones, seguidas de las reacciones de los
asistentes en las sesiones plenarias. En su primera y
breve ponencia, el P. Laplace introduce el tema pre
sentando, en sus coordenadas esenciales, en qu con
siste la
grac ia
del acompaante: hacer que emerjan
lo s sentidos espirituales y tratar de poner al Cria
dor con la criatura. La segunda ponencia se refiere al
camino espiritual, el de la Biblia y el de los
Ejercicios,
as
como a las relaciones y la interaccin entre ambos.
Esta segunda ponencia sirve de teln de
fondo
a la ter
cera, que trata de la pedagoga espiritual y aborda ms
especficamente los problemas concretos de oracin,
libertad y durabilidad.
L as dos sesiones plenarias que siguieron a las dos
ltimas
ponencias se presentan como una especie de
repeticiones, en el sentido ignaciano del trmino:
permiten a los oyentes profundizar y entender mejor la
abundante materia propuesta por el ponente. La canti
dad y calidad de las preguntas dirigidas al P. Laplace
permitirn adivinar al lector de estas pginas el gran ni
vel de inters y de participacin a que elponente supo
llevar a su auditorio.
A l leer los textos, seguramente sorprender la sen
sacin de flexibilidad, a la vez que de rigor, que de
ellos
se desprende. Esta impresin corresponde y remi
te,
indudablemente, a la sabidura y vivacidad que ema
nan de la propia personalidad del P. Laplace y que re
velan su singular juventud de espritu. Nos vienen ga
nas de decir de l lo que se deca de Monsieur Pouget:
Este
hombre no envejece, sino que rejuvenece.
JEAN-GUY SAINT-ARNAUD, S.J .
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PONENCIAS
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1
L a
gracia del acompaante
Puede
usted conseguir que en nuestro Congreso
de 1983 nos beneficiemos de algn
modo
de sus treinta
aos de experiencia?. Esta pregunta del P. Giles Cus-
son era una invitacin a dar pblicamente cuenta de
conciencia acerca de mi ministerio.
Tanto
ms cuanto
que la pregunta precisaba: nuestros oyentes estn
vi
dos de or hablar de oracin y de experiencia de Dios.
A s pues, les ofrezco el resultado de algunas reflexiones
que he hecho en
torno
al siguiente
punto:
cmo expe
rimento yo, a travs de la oracin y la experiencia de
los Ejercicios, la aproximacin al misterio de Dios en
Jesucristo.
Presentar estas reflexiones siguiendo una divisin
m uy sencilla. La materia o el objeto de esa experiencia
de oracin el camino espiritual segn los Ejercicios
ser nuestro primer tema. Y el segundo versar sobre
la manera
en que los
Ejercicios
disponen a esta expe
riencia o, dicho de otro modo, la pedagoga espiritual
de este acercamiento a Dios.
Una constante referencia a la
Biblia
subyacer a to
da nuestra reflexin. Y es que yo no veo cmo podra
dar los Ejercicios sin referirme constantemente a ella.
Creo que fue hacia 1958 cuando un sacerdote ejerci
tante me dijo: Debera usted releer toda la
Biblia
con
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ojos de animador de Ejercicios de treinta d a s . As lo
hice por entonces, y redact un centenar de pginas pa
ra mi uso personal, en respuesta a una necesidad pro
fundamente sentida. Y an sigo viviendo de aquellas
pginas.
Pero se me ha impuesto una reflexin previa que
voy a presentaros en esta mi primera charla: entre tan
ta diversidad de ministerios
eclesiales ,
y concretamente
dentro del ministerio de la Palabra, cmo definir el
que yo ejerzo por medio de los
Ejercicios:
la gracia del
acompaante?
A la luz de dos textos que voy a mencionar (uno de
la 2.
a
Anotacin de los Ejercicios y otro, referido a la
uncin, del captulo 2. de la Primera Carta de Ju a n ) ,yo
definira la
grac ia
del acompaante diciendo que se
trata de una gracia que ha recibido del Espritu Santo
para hacer pasar de la cabeza al corazn la Palabra es
cuchada con fe y producir en quien la recibe frutos de
vida
y de accin.
Esto es lo^que pretende hacer ver la 2.
a
Anotacin
de los Ejercicios. Hay una enseanza que dar: la ma
teria
de la meditacin o contemplacin; pero quien la
transmite debe contentarse con dar una breve o sumaria
declaracin.Todo lo que se le pide es que se mantenga
objetivamente fiel a la Palabra. Y es que su finalidad
ha de ser que esa Palabra recibida con fe se convierta
en un manantial que brote a travs de la reflexin per
sonal o la iluminacin de la gracia. El fin no es el mu
cho saber, sino el sentir y gustar de las cosas inter
namente,
pues esto es lo que harta y satisface al ni
m a y la l leva a cumplir gozosamente la voluntad de
Dios.
Y tenemos elotro texto, el de
1 ]n 2, 20.27:
E s
tis ungidos por el Santo, y todos vosotros lo
sabis .
Y ms adelante: La uncin que de El habis recibido
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L A G R A C I A DEL ACOMPAANTE
15'
permanece en vosotros, y no necesitis que nadie os
ensee... Su uncin os ensea acerca de todas las co
sa s . Esta uncin no es una enseanza distinta de la de
Cristo, sino que es esa misma Palabra interiorizada
mediante la accin del Espritu. El cristiano que se ali
menta de la Palabra no tiene necesidad de ninguna otra
enseanza exterior. El Espritu, cuya obra se asemeja
a la uncin con un aceite que produjera una mancha
indeleble
en un vestido, impregna el corazn del cre
yente de tal manera que ste, por grandes que sean el
escndalo o las divisiones de las que pueda ser testigo,
conserva la paz y vive sin ningn temor en este mundo,
cumpliendo la voluntad de Dios, de la que no se aparta
un pice.
De lo que aqu se trata, pues, es de ese sentido es
piritual comunicado en el bautismo y que pone al cre
yente en sintona con la Palabra de Dios. A ese sentido
recurre el verdadero acompaante de los Ejercicios
pata
asegurarse de que las palabras que pronuncia son-
comprendidas. Es conocido el comentario de san Agus
tn: Repito la Palabra. La explico.Todos vosotros en
tendis las palabras que utilizo. No obstante, si el
maestro interior no os da el sentido de lo que os con
el odo, cuntos de vosotros vais a salir de aqu sin
haber comprendido nada.. . Tndocti'. Repetirn pa
labras o ideas, pero no habrn penetrado en la realidad
evocada por las mismas. No habrn desarrollado ese
sentido interior que les permitira comprenderlas y vi
vir de el las. Y, sin embargo, es preciso asimilarlas con
la
gracia del Espritu, la cual construye ese sensus fi-
delium
del que habla la tradicin teolgica y del que
bebe el magisterio de la Iglesia para declarar su fe.
Con ese s e n t i r y con esa uncin relaciono yo
la
gracia del acompaante cuando ste poneal ejercitan
te frente al objeto de su fe. Es
poco
frecuente aludir a
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este sentido en el ejercicio del ministerio. Ms bien se
recela
de l, por temor a dar pbulo a la ilusin, tan
fcil
en este terreno.
Este
peligro real no debe, sin em
bargo, enmascarar el peligro opuesto, igualmente real,
de la desecacin del corazn ante la verdad revelada.
En un informe destinado a defender los Ejercicios, que
eran atacados por algunos telogos, Nadal tuvo en cuen
ta este peligro, sin duda, cuando dijo que los Ejercicios,
en aquellos tiempos en que la Escolstica se haba he
cho
nocional,
haban devuelto a la Iglesia los
sen
tidos espirituales. La gracia del acompaante consiste,
pues, en ayudar a que en el corazn de cada cual se
desarrollen estos sentidos espirituales que permiten sen
t ir y gustar la realidad divina en lo
profundo
del cora
zn. Lo que fundamenta el valor de este sentido y pre
serva de posibles excesos es precisamente la conformi
dad con el objeto de la fe, conservada por las Escrituras
y por la Iglesia.
Este
despertar de los sentidos espirituales est muy
prximo al designio ms
profundo
de Ignacio al dar los
Ejercicios: dejar inmediatamente obrar al Creador con
la criatura (14.
a
Anotacin). Es indudable que hay que
transmitir una enseanza. En los
ejercicios leves
(n. 18), como el propio Ignacio los denomina, que pue
den darse a quienes no sean capaces de ms, esta ense
anza ha de ser la que predomine. Nunca quiso Ignacio
que sus hijos desatendieran la enseanza de la doctrina
y del catecismo, sino que hizo de
ella
una de las ms
importantes preocupaciones de la Compaa de Jess.
Pero, tratndose de ejercitantes que desean entregarse
en cuerpo y alma a la divina voluntad, en los tales
Ejercicios Espirituales ms conveniente y mucho me
jor es... que el mismo Criador y Seor se comunique
a la su nima devota abrazndola en su amor y alaban
za,
y disponindola por la va que mejor podr servirle
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L A G R A C I A
DEL COMP NTE
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adelante
(n. 15). Aqu est el ideal secreto de Ignacio,
que l experiment en s mismo y que deseara comu
nicar
a quienes dan
Ejercicios:
dejar al Criador entrar
(en el a l m a ) ,
sal ir ,
hacer mocin en el la , trayndola toda
en amor de la su divina Majestad (n. 330). Esta ma
nera de concebir la accin de Dios en el corazn del
hombre puede plantear mltiples problemas, de orden
teolgico
en tiempos pasados y de orden psicolgico en
nuestros
d as .
Pero ello no obsta para que el horizonte
ltimo de los Ejercicios siga constituyndolo este modo
ignaciano
de concebir la accin: Dios es libre para ac
tuar a sus anchas en un corazn que se dispone a su
accin.
Y no hay duda de que lo mejor de cuanto se
realiza
en la Iglesia, empezando por la obra del propio
Ignacio,procede de esas manifestaciones sbitas de Dios
s in
ningn previo sentimiento o conocimiento
(n.
330).
En
todo
caso, esta forma de concebir los senti
dos espirituales y la accin de Dios determina, ya desde
su inicio, la manera de dar y de recibir los Ejercicios.
Supone, de una parte y de otra, una comn fe en la gra
cia del Espritu Santo, que acta en el corazn del hom
bre para hacerle vivir de la vida y la luz de Cristo.
Desde el comienzo, acompaante y acompaado com
parten esta preocupacin: disponerse de tal modo que
esa gracia personal del Espritu pueda ejercerse en am
bos sin ningn tipo de obstculos. Habr que hacer
dis
cernimiento, pero ste deber ser espiritual, es decir,
tendr que aplicarse a la bsqueda de ese conocimiento
perfecto con el que como dice Pablo a los Filipenses
( 1 , 9 - 1 1 ) poder aquilatar lo mejor y estar l l enos de
los frutos de justicia que vienen por Jesucristo, para
gloria
y alabanza de Dios.
Esta comn fe en el Espritu que habita en ellos es
la
fuente de la confianza mutua que se establece entre
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EL
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ejercitante
y acompaante. Ambos colaboran en una
obra que les rebasa. Adems, como escribe Ignacio,
p a r a
que as el que da los Ejercicios
Espirituales
como
el
que los recibe, ms se ayuden y se aprovechen, se
ha de presuponer que
todo
buen cristiano ha de ser
m s pronto a salvar la proposicin del prjimo que a
condenarla (n. 22). Mutuo esfuerzo de comprensin y
de fe para captar lo que de mejor hay en el
otro
y le
permite dar entrada en l al Espritu. El encuentro en
tre ambas partes (ejercitante y acompaante) de los
Ejercicios no debe llevarles a la discusin ni al recelo
mutuo, sino a escuchar al verdadero soc io de ambos:
el
Espritu Santo.
Esta
gracia de comunicacin en el Espritu no pue
de desarrollarse si no se da por parte de ambos, en es
pecial
por parte del acompaante, un gran esfuerzo de
indiferencia ,
incluso por lo que se refiere al xito
de la empresa. Su
propsito
y su gozo consisten en lo
grar que quien se ha confiado a l se abra a la libertad
de l
ser y, una vez logrado, retirarse y dejar, como el
amigoal esposo, al Criador con la criatura (15.
a
Ano
tacin).
El acompaante revela a Cristo en la medida
en que Cristo est en l, y
pone
al ejercitante en el ca
mino en el que pueda encontrarlo y sentirlo segn su
propia gracia. Las orientaciones particulares ya no son
competencia del acompaante, desde el
momento
en
que ha reconocido en
ellas
el sello del Espritu.
El provecho personal que el acompaante obtiene
de esa indiferencia a la que nos hemos referido consiste
en que, en su accin, se hace contemplativo y coopera
dor de la accin de la Trinidad en el corazn de los
hombres: una especie de contemplacin para alcanzar
el
amor de Dios. Se
halla
presente a la accin de las
tres Personas que realizan la salvacin del hombre. El
Padre se manifiesta al
hombre
mediante el don de su
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Hijo, que es para nosotros, como decan los antiguos,
la imagen manifestada de Dios. Pero el hombre slo
puede descubrir esta imagen en el Espritu, que nos la
revela interiormente y que como decan tambin los
antiguos
es imagen manifestante. Abrir paso al Es
pritu que conduce todas las cosas a su realizacin: he
ah la gracia peculiar del acompaante. Una gracia que
supone saber retirarse y grandes dosis de indiferencia,
porque as es la gracia propia del Espritu (silen
ciosa, invisible y penetrante), que no pretende dar
se a conocer a s mismo, sino que tiene su gozo
en hacer conocer a las otras dos Personas, de las
que l es vnculo de unin y consumacin perfecta. No
se trata ya del ministerio de la Palabra, que es propio
del Hijo y de la Iglesia que es su prolongacin, sino
que se trata del ministerio del Espritu, que busca per
sonalizar
esa Palabra de manera que, desde el corazn
del hombre, se extienda hasta los confines del mundo.
Vamos a hablar de la aproximacin al misterio de
Dios mediante los Ejercicios; pero convendra conside
rar cmo se realiza esa aproximacin en quien los da:
slo en la fidelidad a su propia y peculiar gracia se hace
apto para ayudar aotros en el doble aspecto del
i t ine
rario
y de la p e d a gog a . Respetando la diversidad de
ministerios en la Iglesia, y sin c o p i a r ni envidiar a na
die, el que da los Ejercicios acepta ser l mismo con el
don que Dios le ha hecho.
Por eso, y para concluir con un ejemplo, si bien es
cierto que tiene que transmitir la Palabra la ensean
za es siempre necesaria, debe hacerlo de tal
modo
sea cual sea la modalidad de los Ejercicios (persona
lizados o en grupo, en la vida ordinaria o en retiro)
que quien la recibe se sienta llevado por dicha ense
anza al silencio y a la oracin. Personalmente, creo
haber logrado mi objetivo cuando oigo que un ejerc-
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E L C A M I N O E S P I R I T U A L
tante me dice: Con sus palabras me ha puesto usted
en estado de oracin. No es bueno que la enseanza
impartida a lo largo de los
Ejercicios
produzca acalora
miento de nimo o ganas de discutir. Si quisiramos
prolongar dicha enseanza a base de discusiones o pues
tas en comn, estaramos en
otro
registro: el de la inte
ligencia,
no el del corazn.
-
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El
camino
espiritual
Todas las personas espirituales delmundo hablan
del camino. Las personas espirituales, es decir, quie
nes de una u otra manera buscan el sentido de la vida
aproximndose a ese mundo que ellos barruntan ms
all
de ste. Platnicos, orientales y cristianos,
todos
ha
blan de itinerario, de estadios, de recorrido,* de as
censin... Cuando san Ignacio habla de
Semanas ,
durante las que se desarrollan los Ejercicios, no escapa
a esta norma. Tampoco cuando multiplica los consejos
de concentracin, de alejamiento de las cosas, de des
prendimiento o indiferencia, con el fin de tener el cora
zn libre para buscar lo que se desea.Nosotros mismos
lo experimentamos: nuestro progreso espiritual requie
re tiempo y exige una ascesis. En esto coincidimos con
todas las personas espirituales del mundo. En espi
ritualidad, la nocin de camino es una nocin uni
versal.
1 .
C a m i n o b b li c o
Sin embargo, hay una diferencia esencial entre el ca
mino cristiano y los dems caminos: stos consisten en
v
Vas purgativa iluminativa y unitiva.
-
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E L C A M I N O E S P I R I T U A L
una ascensin hacia un Dios o un
m s al l
que no
miran o no descienden al hombre. Es ste quien, con
sus
propias fuerzas naturales, y con su esfuerzo inte
lectual
y moral a la vez, asciende hacia lo inaccesible.
Para ello slo cuenta consigo mismo o con la ayuda de
sus
compaeros. No viene Dios a l; es l quien tiende
hacia Dios. Camino de direccin nica.
El camino bblico es un camino hacia un Dios que
llama al hombre y sale a su encuentro. A la ascensin
corresponde el descenso. Y, aun cuando parezca que el
hombre
va en busca de un
mundo
que desconoce, pero
por el que se siente atrado, pronto reconoce que esa
atraccin es causada en l por un Dios que le ha creado
para comunicrsele. Este hecho cambia todo el sentido
del esfuerzo espiritual: no se trata ya de subir y tomar;
en esta ascensin se trata de recibir. La aventura espi
ritual
del hombre se convierte en una historia y un en
cuentro. No vamos ahora a describir esta aventura, sino
a
decir de
ella
justamente lo preciso para entender cmo
se inserta en ella la que Ignacio nos
propone
y de la
que hablaremos ms detenidamente. Digamos, en pocas
palabras, que esa aventura incluye tres aspectos: la ini
ciativa de Dios, el encuentro con Dios en Jerusaln y la
respuesta del
hombre
en la fe.
a) Iniciativa
de
D i o s
, ,
En primer lugar, nos hallamos ante un Dios que
se
revela y que llama. Iniciativa de la creacin. Iniciati
va
de la reactivacin de esa creacin cuando el hombre
ha puesto en peligro todo el plan. Llamamientos que se
suceden en los momentos importantes de esa historia,
a
travs de tantas alianzas hechas, deshechas y renova
das,
hasta l legar a la alianza definitiva que todas las
dems iban preparando y a las que sta hace prctica-
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mente intiles. La alianza por la que Dios se une al
hombre
en
Jess,
el Verbo encarnado.
b) Encuentro con D i o s en Jesucristo
En el Verbo encarnado y slo en l tiene su
consumacin este acercamiento de Dios al hombre. A
Dios nadie le ha visto
j a m s
(Jn 1, 18).
Todos
los es
pirituales
coinciden en esto: Dios es el inmutable, el
que est ms all de todo. Y as es; pero el Hijo
nico,
que est en el seno del Padre, nos lo ha desve
l a d o . Y a raz de ese desvelamiento, slo en Jesucris
to descubre el
hombre
a Dios y se une a l. La humani
dad del Verbo encarnado se ha convertido en el lugar
del encuentro perfecto. Algunos esp i r i tua les cristia
nos han pretendido minusvalorar este
momento
como
si se tratara de un grado inferior
dentro
de la ascensin
mstica. La propia Teresa de Jess lleg a verse tentada
en este sentido, pero en seguida cay en la cuenta de
que,
tanto
para el principiante como para el ms consu
mado mstico, no hay ms que un camino: la gloriosa
humanidad del Seor, que vino y se entreg para que
tuviramos la vida, esa
v ida
que es la luz de loshom
bres.
c) Respuesta del hombre por la fe
A esta invitacin de Dios en
Jess,
su Hijo ama
do, responde el
hombre
por medio de la fe: tercer as
pecto de este camino bblico. El amor no se impone;
el amor se
propone
y espera la respuesta. El hombre,
convertido en compaero de Dios por la alianza en Je
sucristo,
entabla con su Creador un dilogo que se ex
tiende desde Abraham hasta el final de los tiempos. La
vida
espiritual resulta ser un crecimiento incesante en
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la fe y una respuesta de amor a Aquel que nos invita
a
seguirle.
Dilogo, asedio amoroso, bsqueda, encuentro fu
gaz que da pie a nuevas bsquedas con acrecentado de
seo... he ah lo que es la vida espiritual para el d is-
cpulo de la B ib l i a . El arquetipo de todoello es el Can-
tar
de los Cantares,
smbolo para Israel y para la Igle
sia de ese mutuo acoso de amor entre Dios y su pueblo,
entre Jesucristo y cada uno de nosotros, entre el Crea
dor y su creatura. La perfeccin de esta fe, que abre al
hombre a la unin que Dios le propone, la tenemos en
Mara, cuya fe en la Palabra y en lo imposible fue tal
que en su seno se encarn el Verbo y se consumaron los
esponsales entre Dios y la humanidad. En ella se con
densa la perfeccin, tanto de Israel como de la Iglesia.
Para el cristiano, este proceso de acercamiento espi
ritual, lejos de ser una ascensin mstica hacia unos ho
rizontes que sustraen al hombre de su condicin terre
na y le hacen difuminarse en la inmensidad de un
todo
que le absorbe, es un itinerario objetivo, con unas di
mensiones perfectamente definidas y actuales, como las
del propio Verbo encarnado; pero es en ese itinerario
donde descubrimos la anchura y la longitud, la altura
y la profundidad en el amor de Cristo, que excede
a todo conocimiento Ef 3, 18-19). En esta andadura,
que el hombre emprende con Jesucristo, lo que hace di
cho hombre no es construirse a s mismo, autorreali-
z a r s e , sino entregarse incesantemente, en la fe, a un
Otroque le llama para hacerle ser l mismo en el amor.
2 amino ignaciano
Es en esta perspectiva bblica en la que hay que
resituar el itinerario que Ignacio propone en los Ejer-
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ciclos. Si no hubiese Escritura que nos ensease estas
cosas de la fe, l se determinara a morir por el las so
lamente por lo que ha visto {Autobiografa, n. 29).
L a fuerza de la ilustracin que recibi a orillas del Car-
doner acerca de una serie de verdades humanas y divi
nas fue tal que la totalidad del misterio de Dios en
Jess, tal como la Iglesia nos lo ensea y nos lo hace
vivir, lleg a ser para l una realidad ntima de la que
no poda dudar.
Slo
que esta experiencia tan profunda que le hizo
revivir las grandes intuiciones de la Biblia la vivi Ig
nacio de una manera personalsima. Y es esta impron
ta lo que hay que descubrir. Cules son, en relacin
al itinerario bblico, los rasgos peculiares que constitu
yen la originalidad del itinerario ignaciano?
a)
La
reverenc ia ante
D i o s
nuestro
criador y Seor
Un da recib una carta de un sacerdote que me fe
licitaba
por haber hablado de la trayectoria teocntrica
de los Ejercicios. El sacerdote no firmaba la carta, lo
cual
me dispens de responderle. Pero he de confesar
que no me gustan nada estos distingos: teocntrica?,
cristocntrica? Ante lo que nos
pone
san Ignacio, y
con infinito respeto, es ante el misterio grande y nico
de Dios, del que l mismo haba tenido experiencia.
Por supuesto que ah est el Principio y funda
mento, sobre el que se ha discutido mucho acerca de
si es un documento filosfico, o es teologa natural, o
se trata de un texto cristiano. De hecho, nos hallamos
ante elpunto de partida de todo ese proceso de acerca
miento a Dios que son los Ejercicios. Es un prlogo
que, al igual que el del evangelio de Juan, contiene en
germen
todo
cuanto va a venir a continuacin. Lo im-
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2 6
EL
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portante es hallarse desde el principio en la actitud que
ha de hacer posible
todo
el resto: esa suma reverencia
ante nuestro Criador y Seor, el cual est infinitamente
m s all
de
todo
cuanto podamos pensar sobre l y
que, sin embargo, nos ha creado, en su designio de
amor, para salvarnos. Lo dems vendr a continua
cin. Pero lo importante es empezar debidamente. Al
final, el corazn que haya aceptado centrar sus deseos
en esa voluntad nica comprender lo que ha empren
dido al principio: la libertad de hallar a Dios en todas
las
cosas. La Contemplacin para alcanzar amor res
ponder al Principio y fundamento.
Mientras tanto, hay que caminar en presencia del
Dios que nos llama. Minuciosamente, casi con precisin
matemtica, Ignacio establece al detalle esa trayectoria,
con el fin de conservar en el corazn esa reverencia
que nos pone en nuestro verdadero lugar delante de
Dios. Es una especie de liturgia o ceremonial de la ora
cin. Tan importantes son para Ignacio estos detalles
que, si el que da los ejercicios constata que al que se
ejercita no le vienen algunas mociones espirituales en
su alma... mucho le debe interrogar acerca de los ejer
cicios; asimismo de las adiciones, si con diligencia las
hace, pidiendo particularmente [cuenta] de cada una
de stas (n. 6) . Concretamente, al comienzo de cada
ejercicio
debe el ejercitante hacer la oracin preparato
ria,
pidiendo que en l todas su intenciones, acciones
y
operaciones sean puramente ordenadas en servicio y
alabanza
de su divina Majestad (n. 46). Es sta una
prctica que jams debe abandonar, sobre todo en el
momento cumbre de la e l ecc in , y ni siquiera al final
del t r a y e c t o , cuando se supone que se ha hecho ca
paz de reconocer y de entodoamar y servir a su di
vina
Majestad (n. 233).
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En realidad, de lo que se trata es de sentir siempre
presente el misterio inefable, ante el cual hasta el esp
ritu ms amante de la precisin no puede hacer otra
cosa que perderse en el respeto y la adoracin. El cora
zn trata de adoptar la actitud exacta que la creatura
debe adoptar ante su Creador: la de la mayor reve
rencia
(n. 3), la humildad amorosa (Diario Espir i
tual,
xx. 178), considerando cmo Dios nuestro Seor
me mira, etctera, hacer una reverencia o humillacin
(n. 75). Ya sea que contemple la creacin, el misterio
de la Trinidad o los misterios de la vida de
J e s s ,
el
hombre no puede por menos de sentirse un pobreci-
to (n. 114) que se asombra del hecho de que se le
admita a tan esplendorosas realidades.
S i en este sentimiento va implcito un
temor,
tal
temor no tiene nada que ver con el miedo a lo desco
nocido. Se trata de un temor f i l ia l , el cual es cosa
pa y santsima, (...) todo acepto y agradable a Dios
nuestro Seor, por estar en uno con el amor divino
(n. 370). Se trata de un temor, por lo tanto, que permi
te vislumbrar el final: el amor perfecto (que) expulsa
el temor (1 Jn 4, 18) y el se rv i r a Dios nuestro Se
or por puro amor, que es lo que sobre
todo
se ha
de estimar (n. 370).
Lo que, por encima de todo,hay en esa reverencia
amorosa es la bsqueda de la voluntad de Dios, que
es para lo que se hacen los Ejercicios (n. 1), pues es
gracias a ello como el hombre accede al misterio de
Dios, a imitacin de Jess, el cual no tuvo ms preocu
pacin en esta tierra que la de hacer la voluntad del
Padre. En la trayectoria de los Ejercicios, todo est su
peditado a este fin: proporcionar al o jo de nuestra
intencin tal limpidez que pueda percibir el fin de to
das las cosas, sin confundir el fin con los medios
(n. 169).
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Todo ello es sumamente preciso, como ese mucho
examinar
los pensamientos (n. 319) y esas notas que
aconseja Ignacio tomar despus de la oracin para que
la inteligencia no divague y pueda ms tarde volver so
bre aquellos puntos en los que experiment mayor
sentimiento espiritual (nn. 62 y 64). Quien se irrite
ante este tipo de minuciosidad no debe olvidar que Ig
nacio,
en el momento mismo en que anota las gracias
de Dios, est dispuesto a quemar los propios papeles
en los que escribe. Con la vigorosa fe de su corazn,
busca a Dios utilizando los medios a su alcance. Pero
esa misma fe le mueve a abandonar todos esos medios
ante Aquel que est por encima de todo y que se deja
ya
sentir en su corazn. Es a El a quien busca siempre,
y para ello se deja arrastrar al abismo de Dios, ternura
y misericordia infinitas, de donde regresa baado en
lgrimas
de amor, de luz y de paz.
L a adoracin en la ms alta intimidad. S e r preci
so evocar las encendidas conversaciones de Ignacio con
la Trinidad? Ignacio es consciente de hallarse ante el
Dios de Abraham y el Dios de nuestro Seor Jesucristo.
Ante el Dios-por-encima-de-todas-las-cosas en quien re
side
la iniciativa de todo llamamiento a la vida. Esta
actitud subyace a toda la trayectoria de Ignacio, el cual
jams la abandonar, porque se sabe vinculado al amor
con que es amado. Sus prcticas no son sino las de un
nio que se deja educar Dios le trat, segn l, de
la
misma manera que trata un maestro de escuela a un
nio, ensendole (Autobiografa, n. 27) y que en
lo s momentos de ms intenso desaliento no se recata
de proclamar a gritos su miseria, aunque para e l lo , a
imitacin de la mujer cananea,
sea
menester ir en pos
de un perrillo (Autobiografa, n. 23). Las prcticas de
Ignacio brotan de la experiencia de un hombre a quien
Dios se le ha revelado en todo su esplendor sin inter-
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mediario
alguno. Su actitud es la de un respeto infini
to por el amor.
b La unidad del recorrido
A l sacerdote que me felicitaba por haber hablado
del teocentrismo de Ignacio habra podido responderle
que Ignacio es igualmente antropocntrico. Para l, lo
primero es el hombre, ese hombre que es criado por
Dios como el fin de la creacin. Pero, de hecho, tal
desglose es artificial. Lo importante es comprender que
a ese misterio de Dios, ante el que elhombrese abisma
en la adoracin, estamos llamados a acceder a travs de
la humanidad y el misterio del Verbo encarnado, en
quien nicamente se produce el encuentro.
Lo que ms me llama la atencin de este acerca
miento de Dios en Cristo es la unidad de su recorrido.
No se trata de la unidad de una sntesis hbilmente
ela-
borada por una mente poderosa, sino de la unidad del
misterio de Dios vivido en Jesucristo. Del mismo modo
q ue , en Dios, ninguna de las Personas distintas puede
ser
separada de las otras dos, y slo podemos recono
cerla en la unin que mantiene con
e l las ,
lo mismo ocu
rre con la unidad entre los misterios contemplados y la
presencia viva y activa del Espritu, que
realiza
la uni
dad de la persona de Cristo y le conduce de un acon
tecimiento a
otro,
hasta el pleno cumplimiento de la vo
luntad del Padre. Es a la luz de la fe como puedo vivir
en Jess la unidad del misterio de Dios que se hace
presente al hombre en Jesucristo.
Indudablemente, cuando yo hago los Ejercicios, la
naturaleza de mi mente me obliga a no considerar a la
vez
ms que un solo misterio y a no anticipar, por cu
riosidad,
nada de los misterios que ms tarde habrn
de ser sometidos a mi contemplacin. Cada
Semana
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tiene su objetivo concreto. En cada ejercicio hay que
pedir una determinada gracia, y conviene persistir en
dicha peticin mientras no se haya obtenido lo que se
busca n. 4). Sucede en los Ejercicios lo mismo que en
la liturgia: que hay unas estaciones o tiempos que
es preciso respetar. No se puede
vivir
al mismo tiempo
la Cuaresma y el tiempo pascual.
Lo cual no impide que en esta andadura todo est
ntimamente trabado. Es como el despliegue progresivo
de un mismo y nico misterio. Segn el tiempo de que
disponga o el provecho que haya sacado, puedo a l a r g a r
o abreviar n. 162). Lo importante es ser introducido
al misterio, pa r a despus mejor y ms cumplidamente
contemplar ibid.). Misterio uno y siempre presente,
en el que yo jams he acabado de penetrar. No puedo
detenerme en un punto concreto sin que resuenen en
l
todos
los dems a los que va unido por la fe. Tan es
as que, a la postre, tras haber recorrido todo el miste
rio de la obra de Dios para con el
hombre
en
Jess,
me veo incapacitado para privilegiar cualquier estadio o
para detenerme en alguna devocin particular, vindo
me constantemente arrastrado por la dinmica que me
conduce de la Encarnacin a la Resurreccin, pasando
por la Cruz.
Veamos algunos ejemplos de esta unidad.
El primero sera la manera en que los Ejercicios ha
cen meditar en el pecado: ponindonos,
tanto
estructu
ra l
como dinmicamente, ante la inmensa historia de la
salvacin, en la que Cristo, reconocido como el
Sa lva-
dor, nos alcanza en las profundidades mismas del mal
para conducirnos al Padre. No se intenta que hagamos
un
anl i s i s
detallado de nuestros pecados, una especie
de introspeccin que nos deje abatidos y debilitados. Si
hay que ponderar la gravedad del pecado, es con inde-
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pendencia de toda perspectiva moral: dado que [aun
q ue ] no fuese vedado (n. 57). En realidad, y a la luz
de Jesucristo, el pecado es negarse a amar, es soledad,
es esclerosis. Encerrado en s mismo, el hombre
pierde el sentido de la vida, que slo puede recobrar en
la cruz de Jess, la cual no es slo instrumento de sal
vacin, sino tambin iniciacin al misterio de amor de
Dios, que me ha amado al extremo de ir a buscarme
a
las puertas mismas del infierno. Porque la propia
M e
ditacin del Infierno, donde se considera el trmino
absoluto de la dinmica de la libertad que dice
n o
al amor, es en s misma una iniciacin al amor univer
sal.
Al concluir dicha meditacin, Ignacio nos hace
considerar a Cristo nuestro Seor en el centro mismo
de la historia humana, llamando a la salvacin a todos
cuantos le han precedido en estemundoy atodoscuan
tos habrn de venir despus de l. En el fondo, toda
esta meditacin desde el pecado hasta la visin del
infierno carecera de
todo
inters si no se encuadrara
en la perspectiva del amor creador que nos regenera
en Jesucristo. Aislada del resto de los
Ejercicios,
esta
meditacin tendra el peligro de no conducir ms que a
la desesperacin, al desequilibrio mental y a la rebelin.
A Teresa de Jess no se le revel el lugar que le estaba
reservado en el infierno sino despus de haber recibido
las
grandes gracias del desposorio mstico y la transver
beracin; y en esa revelacin descubri la santa una
insistente llamada al amor y al servicio de los hom
bres.
El segundo ejemplo de la mencionada unidad podra
ser la manera en que Ignacio nos invita a contemplar
los
misterios de la vida de Cristo. Lo que pretende es
que logremos dar a dichos misterios toda su dimensin
humana y divina. Por supuesto que Ignacio centra la
atencin en el acontecimiento concreto de la Anuncia-
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cin, la Natividad o lo que sea; pero introduce ese
acontecimiento en el misterio de la Trinidad y extiende
su alcance al universo entero. Son las tres Personas di
vinas las que determinan en su eternidad la Encarna
cin del Verbo y
miran
todas las gentes en tanta ce
guedad (nn. 102 y 106). Y cuando nos hallamos con
templando el nacimiento del Seor, se nos invita a in
sertar este acontecimiento en esa dinmica general que
conduce a Cristo del nacimiento a la muerte y que rea
l iza la unidad de su vida: M i r a r y considerar lo que
hacen, as como es el caminar y trabajar, para que el
Seor sea nacido en suma pobreza y, a cabo de tantos
trabajos... para morir en cruz (n. 116).
Habra que rehacer
todo
el camino recorrido desde
la
Anunciacin hasta la Ascensin para advertir cmo,
en el misterio de Cristo, todo est ntimamente unido
y constituye un nico
sacrificio:
el que el propio Cristo
ofrece en la Ultima Cena para reconciliar al mundo. A
travs de este encadenamiento de hechos llegamos a co
nocer la
gloria
y la alegra de la Resurreccin, con las
que Ignacio nos hace sentir l o s verdaderos y santsi
mos efectos de la divinidad (n. 223) que al fin se
manifiesta
en el cuerpo del Seor. De este modo nos
acercamos a la profundidad del misterio de Dios en Je
ss. Y cuando, a punto ya de concluir los Ejercicios,
se
nos invita a contemplar cmo Cristo desaparece de
delante de nuestros ojos en la Ascensin, todava Igna
cio nos anima a seguir penetrando en El. No hay que
detenerse jams. Desaparecido Cristo, hemos de descu
brirlo en la Iglesia, que ser donde, en adelante, poda
mos encontrarlo en la tierra.
El crculo se ha completado, y de nuevo me en
cuentro con el Principio y fundamento. Gracias a
Cristo, aquel germen ha revelado lo que llevaba den
tro. Al concluir el recorrido de los
Ejercicios,
no me
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queda sino ampliar mis perspectivas a la medida de las
que presentamos al comienzo: la del hombre creado
para alabar y servir a su Creador. Merced al Espritu
que nos deja Cristo al subir al Padre, podemos descu
brir a Dios en todo el universo. El Principio y funda
mento se dilata en Amor. El trmino es Dios-todo-en-
todos. La Trinidad, en cuyo secreto me ha introducido
Jess, le es comunicada al universo entero. El Creador
se
ha unido a su creatura. En adelante y tal como
nos invita a contemplar el cuarto
punto
de la Contem
placin para alcanzar amor, todos los bienes y do
nes descienden de arriba (n. 237), y arriba han de re
gresar. La Trinidad asp i ra el universo.
c) La
libertad
en la
gracia
A este acercamiento de Dios al hombre en
Jess,
tal
como Ignacio lo ha vivido en su propia experiencia y
nos los hace
vivir
a nosotros en los
Ejercicios,
corres
ponde, como a una invitacin, la respuesta del hombre.
Se trata de la respuesta de la fe. Cmo la vive Ignacio
y
cmo nos la hace vivir a nosotros?
Ignacio la vive desde el profundsimo sentido de la
libertad humana que su contacto con Dios le ha hecho
adquirir. Casi al final de las Reg l a s para sentir con la
Ig l e s i a ,
hace Ignacio la siguiente observacin: No
debemos hablar tan largo, instando tanto en la gracia,
que se engendre veneno para quitar la libertad (n. 369).
L a
libertad es el ms hermoso don que hace Dios al
hombre para que ste pueda responderle. Un don que
debe infundirnos tanto menos temor cuanto que se ejer
cita en la gracia, y cuyo ejercicio y desarrollo conllevan
la
impronta del Espritu: la fuerza y la suavidad a un
tiempo.
Hacernos indiferentes (n. 23),
q u
debo hacer
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por Cristo (n. 5 3 ) . . . : son expresiones tpicas de la
preocupacin espiritual de Ignacio. Elhombretiene algo
que hacer; algo le ha sido confiado a su libertad. Aun
estando herido por el pecado, no le conviene abandonar
se y ceder a una afliccin que le reduzca a la inactividad.
Est lo bastante seguro de Dios, que le ha creado y re
generado en Jesucristo, como para emprender con l una
vida nueva.
Es, sobre todo, cuando ha reconocido a Cristo como
el
nico camino hacia el Padre cuando su decidida li
bertad le permite a Ignacio pedir ser presto y diligen
t e
(n. 91).Esta respuesta es tanto ms firme cuanto
que no deja al
hombre
abandonado a s mismo, sino
que adquiere la forma de un dilogo en el que, sa
biendo lo que quiere, no se fa ms que de la gracia
para hacer realidad el deseo que se insina en l: pedir
lo que quiero... (n. 48, e t c . ) . Esta peticin constituye
el
ejemplo tpico de ese equilibrio que vive Ignacio
entre gracia y libertad, y en
ella
se refleja el rigor y la
nitidez de su temperamento. La oblacin del Reino, el
coloquio de las Banderas y el de los Binarios coinciden
en un mismo ideal: seguir e imitar a Cristo pobre y
humillado, luchar contra las tendencias de una natu
raleza que querra encerrarse en s misma, y superar las
repugnancias experimentadas en la bsqueda de este
ideal. La rigurosa segunda Semana es la ms difcil de
d a r
de las cuatro que
componen
los
Ejercicios,
por
que hace al hombre escudriar los ms recnditos re
pliegues de su libertad para descubrir en ellos las ms
secretas
y complejas intenciones. Esta segunda Semana
invita al ejercitante, sin ambages, a afectarse a la vera
doctrina de Cristo nuestro Seor (n. 164) mediante
la consideracin de las tres maneras de humildad
(nn. 165-168). Las reg las de discernimiento, vividas
en este tiempo de
e l ecc in ,
constituyen una ayuda
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que le es ofrecida a la libertad que desee ser absoluta
mente pura a la hora de cumplir la voluntad de Dios.
Todo
va encaminado a que el ejercitante se acerque lo
ms
posible a esa pureza de intencin que permite a la
libertad ejercitarse sin ningn tipo de sombras.
El hombre se quedara sin aliento en la prosecucin
de ese ideal si no se viera incesantemente reconfortado
y
sostenido por la contemplacin de los misterios de
Cristo, cuya constante presencia le invita a unirse a l,
La
conjuncin de fuerza y de suavidad constituye la
prueba de que el Espritu acta en aquella libertad que
se
abre a l. La respuesta que Ignacio da a Cristo no es
consecuencia de un voluntarismo engredo, sino que es
su manera de confiar en ese Dios que le ha dado libertad
para responder o no a su invitacin. Hay en esa confian
za
un perpetuo contrapunto sin el que resultara inso
portable el proceso emprendido: es en la gracia donde
la
libertad se desarrolla. Es preciso, pues, que el ejer
citante vuelva de continuo sobre aquello que Dios ha
puesto en su voluntad (n. 155), a fin de no ir ms
all de sus propias fuerzas y al objeto de tender a dicho
ideal sin que se siga ofensa de su divina majestad ni
escndalo por parte del prjimo. Si la repugnancia ha de
ser superada y puede aspirarse a lo ms perfecto, habr
de ser en la paz, seal definitiva de la presencia y la vo
luntad de Dios.
Se
correra el peligro de
t i r a r
demasiado de la cuer
da
en semejante eleccin si a continuacin no se su
miera
el ejercitante en la consideracin de los grandes
misterios de la Muerte y la Resurreccin. Las Semanas
tercera y cuarta son una confirmacin que le es pro
porcionada a la libertad por la gracia de Cristo. El
hombre dbil y limitado que somos cada uno de noso
tros, aun en sus decisiones aparentemente ms firmes,
encuentra su fuerza y su certeza en el gran misterio del
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amor. Es en el misterio de Jess, que me hace sentir
los
verdaderos y santsimos efectos de su Resurrec
cin (n. 223) y que desempea para conmigo el oficio
de consolador (n. 224),donde mi libertad puede ejer
cerse hasta las ltimas consecuencias. En adelante, y
gracias a la Resurreccin de Jess, estoy lo bastante
seguro de Dios como para confiar en la libertad que l
me da. Llegado el momento, podr abandonarme a su
poder, como sitododependiera de l y nada de m.
Este acercamiento a Dios por parte del hombre es
a
la vez extenuante y apaciguador. Es el misterio de
Dios vivido en el instante por una libertad que se
abre a la gracia, esforzndose tan slo por crear las
mejores condiciones para dicha apertura. Tal acerca
miento supone una continua superacin del y o ; pero
una superacin tal que me permite conocer la presencia
activa
de Jess en m. Es un acercamiento que toma al
hombre tal como es, pero con la suficiente confianza en
Dios como para no exigir ms de lo que cada cual pue
de dar. Un acercamiento que estrecha, pero sin ence
rrar, y que conserva su total independencia respecto de
los
medios que propone. La penitencia es buena; pero
Ignacio, que la aconseja para buscar y hallar alguna
gracia o don que la persona quiere y desea (n. 87), no
ve
en
ella
ms que un recurso que permite a Dios
da r
a
sentir a cada uno lo que le conviene (n. 89), porque
siente un soberano respeto por una libertad capaz de
aceptar sus propias limitaciones y no ceder a la tenta
cin de una perfeccin abstracta. No hay ms que una
meta: la del Tomad, Seor, y recibid...,donde la li
bertad purificada se da a Dios, con todo cuanto tiene,
para que se manifieste en
ella
el amor.
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INTER CCIN DE LOS I T I N E R A R I O S
3 7
3 nteraccin de los itinerarios bblico e ignaciano
El acercamiento al misterio de Dios mediante los
Ejercicios es, en el fondo, el mismo que puede vivirse
a
travs de la Biblia: sentido de Dios, sentido de Je
sucristo y sentido del hombre. Sin embargo, el misterio
de Dios tiene su propio
sel lo:
se verifica bajo el signo
del amoroso rigor tpico de Ignacio. Puede todo el
mundo
soportar dicho rigor tal
cua l?
De antemano, Ig
nacio
responde que no, y aconseja que a algunos les
sean
nicamente propuestos algunos de estos ejercicios
l eves (n. 18). Ahora bien, si ese rigor no se entiende
debidamente, no corre el peligro de conducir a un
cierto e l it i s m o ? No parecer que los
Ejercicios
es
tn exclusivamente hechos para personas privilegiadas
en el plano de la naturaleza o de la grac ia? Y de ah la
subsiguiente pregunta: cmo
proponer
el itinerario ig
naciano de tal suerte que, sin ser infiel al mismo ni ob
viarlo
en absoluto, pueda cada cual sentirse a gusto
en l?
A este respecto, recuerdo la invitacin que me ha
ca
el sacerdote al que me refera al principio: releer
toda la Escritura con los ojos de un ejercitador de los
Ejercicios de treinta d as . Esta ha sido mi constante
preocupacin y me ha supuesto grandes ventajas.
Ante
todo,
la facilidad para
poner
en prctica los
mltiples
consejos de Ignacio acerca de la oracin. En
la Biblia encuentro los textos que me permiten orques
tar de un
modo
humano, vivo y adaptado a cada cual
lo
que a primera vista puede no parecer ms que un
esquema abstracto.
Sigo
paso a paso los
Ejercicios
y no
dejo nunca de
proponer
su transposicin escriturstica.
Este
procedimiento se aplica, sobre
todo,
a las gran
des
meditaciones tpicas de los
Ejercicios.
Qu ejerci
tador no se ha hecho infinidad de preguntas acerca de
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3 8 E L C A M I N O E S P I R I T U A L
la
manera de presentar el Principio y fundamento, el
R e i n o , lasBanderas o las maneras de humildad?
Sobre estos temas, cada cual puede formarse, mediante
el estudio y la exgesis, una opinin personal. Ahora
bien, hay trabajos y estudios exegticos de inestimable
valor, pero que no siempre resultan accesibles en la
prctica.
Sin embargo, hay textos bblicos como, por
ejemplo, los Cantos del Siervo, de Isaas, el Prlogo
del evangelio de Juan, o las Bienaventuranzas cumbre
de toda la Escritura y de la enseanza de Cristo que
son extraordinariamente tiles para dar carne y vida a
tal o cual texto de los Ejercicios que a primera vista
puede parecer a algunos excesivamente fro o abstracto.
Y por encima de todo,naturalmente, tenemos la oracin
de los Salmos , reflejo de la lucha del hombre contra los
embates del mal, el sufrimiento y el pecado, y que re
sultan inestimables para mantener al ejercitante en la
actitud fundamental de la fe, que le mueve a desear ser
pobre con Jess pobre, y humillado con Jess humi
llado.
Pero hay an otro aspecto en el que el empleo de
la Escritura me parece sumamente til para darle toda
su dimensin a la enseanza de Ignacio; me refiero al
discernimiento. Antes de pasar a las aplicaciones perso
nales, he de decir que la Biblia, desde la tentacin del
Gnesis hasta la primera carta de Juan, es para m el
gran libro del discernimiento objetivo y universal. En
su propio desarrollo, la
Biblia
me ensea a discernir las
verdaderas y las falsas salvaciones, y es el contexto en
el que puedo insertar la grandiosa meditacin de las dos
Banderas y el esfuerzo que he de realizar para descubrir
en m las maquinaciones satnicas y la tentacin que
se presenta bajo apariencia de bien.
Y ahora, con mucho gusto, dir unas palabras sobre
la manera en que yo trato de realizar esa unin entre
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INTER CCIN DE LOS
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39
la Escritura y los Ejercicios. Voy a sealar nicamente
dos puntos.
Cada da le entrego al ejercitante una hoja en la que
puede encontrar los textos que han de servirle de mate
ria de oracin y de lectura, de acuerdo con las medita
ciones que le corresponde hacer. De ese modo aprende
a hacer de la Biblia un libro espiritual.
Adems,
doy mucha importancia a la homila de la
Eucarista, que preferentemente se celebra a ltima hora
de la tarde. Y para ello no escojo unas lecturas adapta
das a la materia contemplada durante el da, sino que
utilizo las que correspondan segn el Leccionario,por
que me permiten ampliar las perspectivas abiertas en
ese da, gustar la dulzura, la variedad y la unidad de
la Palabra, y hacer que el objeto de la meditacin re
suene en el misterio total de Cristo, vivido en la Eu
carista.
Con estos yotros muchos procedimientos que no es
posible detallar aqu, espero que cada cual encuentre el
alimento que necesita. Y tengo constatado que con este
modo de proceder se familiarizan perfectamente o se
preparan para ms adelante incluso aquellos para quie
nes los Ejercicios resultan, a primera vista, un manjar
demasiado fuerte.
En suma, a m no me sorprende or a ejercitantes de
todo tipo decirme que los Ejercicios hechos de este mo
do les han hecho sentir el gusto por la Escritura.
Y a la inversa y sta es la contrapartida de lo que
acabamos de decir, los Ejercicios, con tal de que los
mantengamos en todo su vigor, constituyen un perfecto
hilo
conductor que evita perderse en la inmensa selva
de la Escritura y atenerse a lo esencial. Tienen la par
ticularidad de que hacen revivir de manera compendia
da el misterio total, en la perspectiva concreta de la
eleccin que hacemos de Cristo y de su Reino. Con
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Ignacio no hay manera de perderse en sentimentalis
mos, en consideraciones piadosas o en divertimentos*
espirituales. Cada palabra tiene su sentido, y cada con
templacin conduce a alguna parte. Los
Ejercicios,
en
contra de lo que piensan quienes no los conocen, no
son exactamente un mes de oracin o de espiritualidad.
Como me deca un ejercitante sacerdote, son algo que
estara ms ac de toda espiritualidad, como si nos hi
ciesen
recuperar los fundamentos esenciales de toda
vida
cristiana. Y aada aquel sacerdote (y debo decir
que, cuando me lo deca, estbamos atravesando un
difcil
perodo en la vida de la
Igles ia) :
Yo he adqui
rido en los Ejercicios una cierta actitud de benignidad
con respecto a determinadas medidas de la Iglesia que
me resultaban intragables. No podra expresarse me
jor: la austeridad del lenguaje y del ideal de Ignacio es
sumamente til para prevenir las falsas ilusiones, pero
no para detener el mpetu del amor.
onclusin
Gracias a la experiencia de los Ejercicios y a la pre
cisin
de sus consejos, el camino para mi acercamiento
a Dios queda claro y expedito. Sin embargo, hay algo
que se nos escapa; y es que con Ignacio ocurre lo mismo
que con todos los santos: que son inclasificables. Des
pus de haberle seguido, todava queda algo que nos
resulta imposible de captar.
Tal vez sea ah donde mejor advertimos el paso de
Dios a un hombre. Lo mejor que un hombre concreto
puede aportarnos a travs de lo que vive y comparte
con nosotros es lo que nos arrastra ms all de las pa
labras que emplea, de los modos de proceder que insi
na y de las imgenes de que se sirve. Es en su mismo
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C O N C L U S I O N
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ser y en su modo de expresar su propio acercamiento a
Dios donde verdaderamente sirve de cauce para ste,
que est ms all de todo y no permite ser manipulado.
As es como su experiencia personal adquiere valor uni
versal,
en la medida en que sin dejar de ser lo que
es :
una experienciavivida por una determinada persona
y
no por otra no hace de s misma ni de sus frmulas
un absoluto, sino que invita a una incesante superacin,
ensendonos a acceder a Dios y a recibir al hombre,
sin
rechazarlo, de Dios. Los Ejercicios constituyen un
autntico acercamiento a Dios cuando, tras haber se
guido su trayectoria, nos encontramos con Dios, y ni
camente con Dios por encima de todo.
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La
pedagoga
espiritual
En toda experiencia espiritual, cualquiera que sea,
siempre hace falta un maestro. Jams se accede en so
litario a los caminos que conducen a Dios, y es absolu
tamente preciso dejarse ayudar. Los
Ejercicios
no son
una excepcin a esta norma. Sin embargo, es menester
ponerse de acuerdo acerca de la naturaleza de esta pe
dagoga cristiana, y en concreto la pedagoga de los
Ejercicios.
No se trata de una pedagoga puramente na
tural, como las que se utilizan para tratar de formar
a una persona. En la pedagoga de los Ejercicios hay
siempre un encuentro, un dilogo: nunca estamos so
los,
sino que siempre se nosproponea Alguien, Alguien
que es invisible y que est ms
all
de
todo.
Y en este
encuentro tenemos el peligro de llamar Dios a lo que
no lo es. Cada cual se crea su pequeo Dios, por no
decir
su pequeo
J e s s ;
vivimos inmersos en una at
msfera ms o menos intelectual y ms o menos senti
mental, y siempre tenemos a Dios en los labios; pero
es realmente de Dios de quien vivimos? Cunta ne
cesidad tenemos de que haya ante nosotros alguien que,
de vez en cuando, destruya nuestras certezas y nos haga
dudar de lo que somos, no para hacernos vivir en la
duda, sino, por el contrario, para hacernos superar esa
especie
de equilibrio, siempre un tanto artificial, en el
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que nos hemos instalado... Ir siempre ms al l, tras
cendiendo cuanto hayamos podido realizar, para mejor
ofrecernos a Aquel que viene: ste es el objeto de la ver
dadera pedagoga cristiana, y no el de formar un hombre
perfecto, dueo de s mismo y del universo, que tenga
siempre y en cualquier circunstancia respuesta para to
do, que ha hecho su propio discernimiento y est or
gulloso
de l, que ya est perfectamente formado y no
tiene que recibir lecciones de nadie... Eso es justamente
lo contrario del objetivo que nosotros nos proponemos.
Porque lo que nosotros nos proponemos en la verdadera
pedagoga
cristiana (y con mayor razn en los Ejercicios)
consiste en perderlo todo, en carecer de todo tipo de
defensas, de suerte que podamos acceder a la verdadera
libertad. A la verdadera libertad, que no es la de ha
cer lo que a uno le d la gana, sino la de reaccionar
en todo con paz, confianza y fe
En todo ese orden pedaggico al que nos hemos re
ferido anteriormente, siempre hay una dualidad que es
preciso tener en consideracin: la de un hombre que
desea
darse por entero y que, al mismo tiempo, est
llamado
a desarrollarse en libertad; que quiere ser al
guien, pero alguien para entregarse al Otro, que est
ante nosotros y tiene sobre nosotros un maravilloso
designio
que slo podremos realizar en la medida en
que seamos lo bastante flexibles para entregarnos a su
accin.
Esta es la paradoja de la verdadera formacin: que
no se trata de imponer un camino a seguir, sino de po
ner sobre un camino. El ejercitante que tenemos ante
nosotros va a encontrar progresivamente su libertad y
va a ser l mismo, pero lo va a ser para entregarse en
teramente a Otro que le supera por completo. No se
trata, pues, de una libertad para hacer cualquier cosa,
ni siquiera para hacer realidad sus ideas ms piadosas,
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4 5
sino que se trata de una libertad que va hacindose cada
vez ms dcil al Espritu Santo. He ah la paradoja de
la
pedagoga a la que vamos a referirnos.
Rasgos esenciales
S iquisiramos individualizar los rasgos esenciales de
esta pedagoga, podramos reducirlos a tres. Con frecuen
cia, al cabo de varios aos de haberles dado Ejercicios,
he tenido ocasin de preguntar a algunos sacerdotes:
Qu
recuerdo conserva usted de sus
Ejercicios
de
mes? Qu es lo que le queda de los Ejercicios, que
seguramente habr renovado usted a lo largo de estos
aos? Y creo que las respuestas pueden clasificarse
en tres
a c p i t e s :
en primer lugar, una educacin en
la oracin, y muy especialmente en la oracin a base de
la Escritura; he ah, pues, el primer efecto de esta pe
dagoga: formacin en la oracin:
La verdad es que
desde entonces s lo que es orar. El segundo efecto
es algo ms profundo: Ahora soy libre S igo siendo
el de antes. Y tengo las mismas dificultades de antes...,
pero soy
l i b r e . Formacin
en la libertad: he ah el se
gundo aspecto, que es tal vez ms profundo que el pri
mero, como enseguida veremos. Y, por ltimo, el tercer
aspecto de esta pedagoga es la continuidad, la durabi
lidad
y la aceptacin del tiempo. He ah tres aspectos
de la pedagoga en la que nos introducen los Ejercicios
y
que ahora vamos a considerar: oracin, libertad y du
rabilidad.
A medida que vaya desarrollando todos estos aspec
tos, voy a seguir las inspiraciones que me vengan so
bre la marcha para ofrecer los
oportunos
ejemplos.Por
que cuanto aqu digamos slo valdr, efectivamente, en
la medida en que sea an ms personalizado que lo
anterior; el lector deber caer en la cuenta de que todo
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esto no se basa en especulaciones ni en teoras, sino en
los
hechos, en la existencia. Una pedagoga hay que ve
rificarla,
y lo que voy a decir a continuacin lo he ex
perimentado.
1. Pedagoga de la oracin
En qu sentido son los Ejercicios una escuela de
oracin?
Se habla de ellos como de un mtodo y, como
es
fcil
suponer, a m no me gusta demasiado la palabra
mtodo, como tampoco me gusta la palabra es
c u e l a .Y es que, cuando se emplean estas palabras ( m
todo o
e s c u e l a ) ,
tiene uno la impresin de que
se
trata de algo definitivo: Al fin he asistido a una
escuela de oracin, he seguido un mtodo, y ahora es
toy seguro de lograrlo Tal vez pueda decirse esto en
el
terreno de la industria; pero no se construye un ser
humano del mismo modo que se construye una casa de
piedra. Un ser humano es un ser vivo, y slo consigue
ser l mismo cuando ha logrado responder a otro ser
con el que se encuentra en la vida. No est formado por
el
hecho de ser capaz de ocupar en la sociedad un puesto
que le permita ganarse la vida; si no fuera ms que eso,
no pasara de ser un
robot,
por muy inteligente que sea
y
por muy grande que pueda ser el xito alcanzado.
Slo
habr llevado a buen puerto su vida el da en que
tenga
ante s a alguien a quien pueda amar con
todo
su
ser. Recuerdo a una madre de cuatro hijos que se senta
un poco decepcionada porque su marido, un hombre de
val a, no haba alcanzado la situacin a la que ella
pensaba que poda aspirar. Me contaba su decepcin
durante unos Ejercicios: Es indudable que mi marido
no ha alcanzado el xito humano al que poda aspirar,
pero en lo que no hemos fracasado es en nuestro amor
y
en nuestros
hi jos .
-
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47'
Una vida no resulta
fallida
cuando se ha descubier
to el amor, aun cuando el xito, humanamente hablan
do, no haya sido nada del otro mundo. Lo importante
no es formar un ser a la perfeccin. Cuntos errores se
han cometido en la vida religiosa por haber pretendi
do formar seres perfectos, autnticas
reg las
vivien
tes... Justamente esas reglas son las que no son vi
vas, porque estn perfectamente acabadas Esos seres
habrn de ser
fieles
a lo establecido hasta el fin de sus
das ;
pero hay que ver cmo puede ocultarse en esa
fidelidad
el
profundo
egosmo de un ser que jams ha
salido
de s mismo... Ha sido formado en unas prcti
cas, pero no ha sido formado en la verdadera oracin,
que consiste en la desposesin de s mismo para encon
trar a otro. As pues, en lugar de hablar de mtodo,
hablemos de evolucin.
a)
Evo luc in de la
oracin
en su
objeto
De lo que se trata, por tanto, es de formar en una
evolucin,
porque la oracin evoluciona incesantemen
t e. Evoluciona, ante todo, en su objeto (que es el pri
mer aspecto que vamos a desarrollar). Y evoluciona
tambin en el sujeto que se somete a dicho objeto. Por
lo dems, en la educacin siempre se encuentra este do
ble aspecto. Cuando se trata de orar, yo me pongo
delante de Dios... y espero. No tengo nada en contra,
porque Dios es perfectamente libre. Pero cunto ms
humilde y autntico es someterse primeramente a un
dato, el dato de la fe, del misterio de Jess... Poner
objetivamente a alguien frente a este dato de la Palabra
de Dios es precisamente lo que hacen los
Ejercicios
al
proponernos gradualmente las grandes verdades cristia
nas, para que se hagan vivas en nosotros.
Qu significa la divisin de los
Ejercicios
en Se-
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manas sino ese deseo de hacer desfilar ante el ejerci
tante los diferentes aspectos del misterio de Jess, a fin
de que profundice en ellos y reciba sus particulares gra
c ias? La Primera Semana, por ejemplo, nos
pone
ante
el misterio de Jess-Salvador, hacindonos descender a
las
profundidades ms recnditas de nuestro ser.
Este
es el primer estadio de la evolucin: un descenso. Pero
un descenso en el que, justamente para
l legar
a esas
profundidades, tengo que pedir la gracia pertinente. Y
una vez ms aparece la dualidad: me encuentro ante un
misterio un
tanto
spero (meditar acerca de los pecados,
acerca
de lo que en m constituye un obstculo y me
mantiene en mi egosmo) y, sin embargo, en ese des
censo pido la paz y la consolacin. El primer momento
de esa
salida
de m mismo que es la evolucin espiritual
consiste en que, encontrndome conmigo mismo, des
cubra en el
y o
pecador que soy a mi liberador. Des
ciendo al infierno para encontrar en l a Jesucristo: he
ah
la gracia de la primera Semana.
Es muy frecuente que quien comienza la meditacin
sobre el pecado encuentre en
ella
ocasin para replegar
se
sobre s mismo, con lo cual, a poco masoquista que
sea, se desespera y no avanza lo ms mnimo. Quin
no recuerda aquellas meditaciones que solan
proponer
en la primera Semana ciertos predicadores? Por desgra
cia,
a pesar de su buena intencin, lo que hacan era de
teriorar a sus oyentes causando a veces verdaderos
estragos, sobre
todo
si se trataba de personas todava
un poco infantiles que lo nico que pedan era que las
destrozaran. En realidad, de lo que se trataba era jus
tamente de descender con ellos al infierno para encon
trar en l al Seor. Lo cual requiere tiempo. Unos irn
m s
deprisa que otros; pero lo de menos es el tiempo
que transcurra. Lo importante es pasar en ello el tiempo
suficiente
para saber que lo esencial es eso, y no el
a n a -
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lisis psicolgico de sus respectivos estados interiores.
Bien
sabe Dios que la psicologa es algo francamente
bueno y til; pero, en nuestro caso, puede ser perjudi
cial si desemboca exclusivamente en una introversin,
en un detallado
anlisis
de los propios pecados, sin re
conocer cmo Jess nos libra de
el los.
Pero cmo hacer la confesin? Precisamente se
trata de empezar la primera Semana evitando todo tipo
de preocupaciones relativas a la confesin: Qu es
lo que tengo que d e c i r . . . ? . Es como el ejercitante que
se dice a s mismo: V o y a ir a ver al director..., pero
qu voy a d e c i r l e ? .Y se pasa el da preocupado acer
ca de lo que habr de decirle... y adis oracin No
pienses
en tu confesin; ya se te dar el
modo
de ha
cerla
si de verdad se trata de una obra espiritual, si es
el Espritu quien trabaja tu interior. Puede ocurrir per
fectamente que no llegues ms que a una simple formu
lacin
de ti mismo sumamente escueta, sencilla y sin
detalles,
pero que ser tan verdadera o ms que
todos
esos anlisis que se hacen a veces con ayuda de cuestio
narios ad hoc. Por lo dems, es ste el camino en el
que nos introduce Ignacio cuando nos sita frente a la
realidad
objetiva del pecado tal como nos lo revela la
Escritura; es decir, cuando nos sita no frente a lo que
nos hace culpables, sino frente a lo que nos hace peca
dores, que es algo muy distinto. En efecto: lo que me
hace
pecador es precisamente lo que constituye mi espe
ranza,
porque en ello descubro a Jesucristo, que, desde
el momento mismo en que me reconozco pecador, est
ah para salvarme. M i ra los pecados que te son perdo
nados.
Supongo que
todo
el
mundo
conoce el maravi
llosopensamiento de Pascal en
El
misterio
de
Jess:
Si
conocieras tus pecados, te descorazonaras. Me descora
zonar, pues, Seor, porque creo en su
malicia
por vues
tra palabra. Eres t quien me revela mi pecado; por eso
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tengo en ti toda mi esperanza. Aprender a pasar, del
conocimiento de m mismo, al conocimiento de Jess,
que me restituye en lo que realmente soy, unido a l en
el pecado y liberado por l para pasar a un estadio su
perior: eso es en realidad la primera Semana.
Superada esta etapa, puedo entonces acceder a la
segunda Semana, la ms difcil de dar, en mi opinin.
A l
salir
de la primera Semana experimentamos una es
pecie de al ivio, de descanso. Hay algunos predicadores
que,
despus de la primera Semana,
proponen
meditar
la
acogida y el banquete que dispensa el padre al hijo
prdigo. Y bien est, si les parece que deben hacerlo.
Pero, a mi modo de ver, ello supone creer con excesiva
precipitacin
que todo est solucionado. Se ha hecho
una buena confesin, se ha conocido uno un poco ms
a s mismo y se han tomado algunas decisiones. Pero
es preciso pasar a
otro
estadio. Tenemos que descubrir
a
la persona de Jess, no ya en cuanto Salvador, sino
en cuanto luz de nuestra vida, como la luz de un faro
que rastrea el ocano para descubrir a los navios perdi
dos en medio del temporal. Ser menester aceptar que la
luz
del Seor proyecta su resplandor sobre toda nuestra
existencia y que, poco a poco, llegamos a conocerlo en
lo esencial, del mismo modo que hemos tenido que co
nocer lo esencial del pecado, que no era la falta de la
que nos acusamos, sino tal vez ese yo profundo que no
conseguimos identificar para entregrselo al Seor. Aho
ra
hemos de descender a ese yo
profundo
que desea
hacerse
a s mismo.
Lo que tenemos que aprender en la segunda Sema
na es a desprendernos de nosotros mismos. El obstcu
lo
que nos impide responder a la llamada del Seor es,
evidentemente, el pecado; pero el pecado que se rein
troduce en nuestro deseo de perfeccin, de suerte que
corremos el peligro de sucumbir a la tentacin que se
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presenta bajo apariencia de bien. Lo primero que hay
que meditar son los misterios de la infancia de
Jess,
a
fin de aprender lo que es el Verbo encarnado, el cual no
hizo como si fuera hombre, sino que lo fue de ver
dad; y tambin para aprender la paciencia. Y luego, de
pronto,
como un relmpago en medio de un cielo sereno,
surge la Meditacin de las Banderas.
Singular
meditacin esta de las Banderas, que nos
sumerge de nuevo en el misterio de Cristo, pero ilumi
nndolo inexorablemente. Si pretendemos seguir a Je
ss, hemos de estar con l en la pobreza y en la humil
dad. Una vez ms, aprendemos que, para hacer realidad
semejante cosa, no hemos de fiarnos de nuestras pro
pias fuerzas, sino que, por el contrario, debemos pedir
humildemente
se r
recibidos (n. 98). Cuntos ejerci
tantes olvidan esto Como me deca un sacerdote: La
primera vez que hice los Ejercicios no me qued ms
que con el
id
quod
vol,
'lo que quiero'; la segunda vez
me qued con todo: petere
id
quod vol, 'demandar lo
que quiero'. Por supuesto que debemos querer algo,
aspirar
efectivamente, con todo nuestro ser, a esa po
breza y humildad con Jesucristo. Pero,
ojo
: no se
remos nosotros quienes lo consigamos a fuerza de
puos.
U n
coloquio (pidiendo)... para que yo sea recibi
do , dice san Ignacio (n. 147). Se trata de una frmula
realmente admirable, sobre todo si se pone en relacin
con determinadas visiones que tuvo san Ignacio, concre
tamente en La Storta