Hojas de Tamarisco

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    www.editorialtamarisco.com.ar

    2006, Editorial Tamarisco.

    2006, Sonia Budassi, Flix Bruzzone, Violeta Gorodischer, Hernn Vanoli.

    Diseo de la coleccin: estudio Carla y Hctor

    Diseo de tapas y diagramacin: Carla Gnoatto

    Hojas de Tamarisco

    Primera edicin, Buenos Aires, 2006

    72p.; 14 x 20 cm.

    ISBN 987-22905-0-4

    Queda hecho el depsito que marca la ley 11.723

    Impreso en Argentina, Buenos Aires, 2006Printed in Argentina.

    HERNN VANOLI

    FLIX BRUZZONE

    SONIA BUDASSI

    VIOLETA GORODISCHER

    Hojas de Tamarisco / Hernn Vanoli...[et.al.]. - 1a ed. -Buenos Aires: Tamarisco, 2006.

    72 p.; 20 x 14 cm.ISBN 987-22905-0-4

    1. Narrativa Argentina.CDD A863

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    HERNN VANOLI

    Llegar a otro mircoles

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    En la playa, hombres con chombas y medias blancas juntan

    los desechos del da anterior en enormes bolsas de nylon rojo.Andrade prepara caf en la cocina del departamento. Encerrado

    en el bao, mientras se hace buches de forma tan ruidosa como

    siempre, Yacuzzo fantasea con una huida romntica: irse al interior

    del pas con alguien como Linger o como Ordez o con cualquier

    otro que al menos tenga la mitad de los tatuajes que Ordez tiene

    en los pectorales. El televisor, sin volumen, destila tonalidades ver-

    dosas sobre el mantel a cuadros de la mesa del living. MientrasAndrade busca azcar en el fondo de la alacena, Yacuzzo se mira

    en el espejo de bordes oxidados: algunos kilos ms que el ltimo

    ao, puede ser, crece el desierto de lunares y traslcidas venitas

    moradas donde alguna vez hubo unos abdominales bien tornea-

    dos, nuevas arrugas en la frente y sobre los labios, pero al menos

    no puede quejarse de los dientes nuevos. And a saber de dnde

    los sacaron, piensa, y tambin se pregunta qu pasar con sus per-

    tenencias una vez que muera, no todas sus cosas sino slo aque-

    llas que, al igual que sus dientes, estn recubiertas de oro.

    Hacerlas fundir, mandarlas a un paraso fiscal, regalrselas a

    alguien que valga la pena antes de que sea demasiado tarde, pri-

    mero conocer a alguien que valga la pena, anotarse en una de esas

    agencias o buscar en internet sin que Andrade se entere de nada,un ruso de cara redonda y ojos azules que no sepa hablar ingls y

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    FELIX BRUZZONE

    Otras fotos de mam

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    Ayer, sbado, conoc a Roberto, un ex novio de mam que mili-

    t en el PC y que logr escapar del pas justo antes de que ella des-apareciera. Yo haba hecho el contacto por un to mo que fue com-

    paero de l en la secundaria, as que en la semana lo llam y l me

    invit a su casa, donde me recibi emocionado.

    La casa, bastante cmoda, pareca muy grande, pero no s si

    en verdad lo era o si la impresin se deba a la gran cantidad de luz

    que entraba por un techo de vidrio. Nos sentamos en el living y al

    principio Roberto habl de mam y me mostr dos fotos: en unaestn los dos abrazados en la orilla de un canal; en la otra, ella fuma

    en un balcn y mira, quizs, hacia abajo. Cuando le pregunt si tena

    copias dijo que poda hacerlas y prometi que iba a buscar ms

    fotos. Despus me invit a almorzar y acept. La mujer de Roberto,

    Cecilia, dijo que haba preparado una salsa de tomates y nueces, y

    antes de que la probramos ya hablaba de su exquisito sabor.

    Durante el almuerzo Roberto habl de su exilio. Supongo que

    le gusta contar esas historias. Cecilia no dijo casi nada y yo slo

    intervine para asentir o para que Roberto siguiera con su relato:

    habl de Roma, de una novia italiana y del hijo que tuvieron juntos,

    que ahora vive en Turn y cada vez que viaja le enva postales desde

    lugares inslitos. De mam, en cambio, dijo bastante poco. No tena

    claro cundo haban estado juntos por ltima vez ni por qu habandejado de verse.

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    Deban ser las nueve y la lluvia se haca ms fuerte. Enfrente,

    a mitad de cuadra, las luces encendidas del supermercado de los

    chinos me hicieron suponer que el lugar segua abierto. Cruc y

    avanc hacia las luces. A esas horas la caja la atiende el dueo,

    un chino bastante gordo que mientras yo elega los dos vinos que

    ahora s quera tomar, me mir con desconfianza. Despus, cuan-

    do estaba por pagar, me dijo algo incomprensible, quiz el precio,

    y yo vi que afuera la tormenta arreciaba, as que se me ocurri que

    tomar algo de vino iba a facilitar el regreso. Le ped al chino si

    tena algo para abrir una de las botellas y l meti la mano en un

    cajn lleno de papeles, tapitas y corchos. Por un momento cre que

    no me haba entendido, pero entonces sac un trapo, lo coloc

    sobre el fondo de la botella y, luego de sacar el papel de aluminio,

    empez a golpearla contra una columna. El corcho no tard en

    asomar, y cuando ms de la mitad estuvo afuera l termin de

    sacarlo con los dedos. Sonre. l sonri y le ofrec que tomara y ltom. Despus tom un poco ms y volvi a sonrer. Dijo otras

    palabras incomprensibles y al fin me pas la botella. Tom un

    poco, l me mir como en busca de aprobacin. Asent, tom

    varios tragos seguidos y l aplaudi. Despus seal hacia la

    calle, supongo que para decir que me quedase hasta que pasara

    la tormenta. Entonces fue hasta el fondo del supermercado y vol-

    vi con una silla. Me sent, l baj las persianas y tambin se

    sent y pronto tomamos el resto de la botella. Despus tomamos

    la otra y cuando la terminamos l, siempre sonriente, trajo cuatro

    o cinco ms. Supongo que en algn momento me qued dormido,

    que vomit, que me sent bien y que me sent mal, muy mal, que

    llor; y creo que cuando me fui -empezaba a amanecer y del tem-

    poral quedaba slo una lluvia suave- el chino, sentado en el suelo,apoyado contra una de las gndolas, an sonrea.

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    SONIA BUDASSI

    Ac to de fe

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    En mi casa estaremos la ucraniana, el psicpata, el pintor y

    yo, apenas una sudaca a los ojos de camareros, empleados de

    subte, colectiveros y dems personas dedicadas a ocupar puestos

    tpicamente para mejicanos, salvadoreos, argentinos, brasileros,

    latinos o sudacas en general; europea para americanos que no

    saben que Amrica es algo ms que su pas pero tienen dinero y

    cierta educacin (UCLA, Harvard, Columbia, NYU, Emerson

    College, BU;bachelor, major, master, postgraduate, undergraduate,

    impecables jardines alrededor) y conciencia cvica, todo lo quecomen es bajas caloras, son lindos, dueos o clientes en bares

    donde para tomar cerveza piden identificacin, en sex shops

    donde piden identificacin slo para ver, en galeras de arte donde

    no piden nada, en la universidad y en los autos ltimo modelo

    (impecable carrocera e interior) y en la fiesta del cuatro de julio,

    como mnimo una banderita con estrellas en cada mano, invaria-

    ble la pregunta:Are you european?Enseguida se dan cuenta de

    que no por el acento, por la ropa o porque s; de todas formas, casi

    siempre digo la verdad (pero en la cama aprend a deciryeah).

    Para hoy nuevo proyecto y nuevo integrante (el moglico tam-

    bin es un psicpata, mitad retrasado, mitad asesino, repulsivo en

    su totalidad) elegido segn las reglas que nos nuclean, cuando me

    ve en la calle se acerca demasiado pero no saluda, paranoias basa-das en hechos verdicos, en minuciosos estudios sobre su compor-

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    alguien (una etiqueta con mi nombre en todos los tiles de mi car-

    tuchera), no se puede confiar en nadie, y pienso que el pintor es un

    drogadicto, que se merece lo que le haya pasado por ser un margi-nal, y yo debera pensar en el xito del prximo proyecto, en ganar

    una beca para estudiar en otro pas, en ser la Enfermera del Ao,

    blanca cofia, blanco mi amor a las palomas de la paz, Camile, mi

    esperanza, me pertenece; medias blancas sin agujeros para usar

    con zapatillas, rojas medias de red para hacer el amor. Ahora qu.

    Ni siquiera s si es posible hacer un llamado, ni si puedo, en ingls,

    explicarle todo al oficial de uniforme que habla con el doctor, fumar

    un cigarrillo en esta ciudad en la que, en todos, en casi todos lados

    est prohibido fumar pero fumar es tan caro y a veces mentir tan

    difcil, an ms en ingls y estoy exhausta, oficial, no s que podra

    decirle, nunca antes haba pensado en disfrazarme de polica y sin

    embargo ahora me parece una buena idea, (no soy una mueca, no

    soy una puta; lloro, estoy demasiado expuesta, tengo cierta sensi-bilidad) de seguro a usted le encantara. Se supone que debera

    pensar slo en m, y cuando lo digo (monlogo en teatro indepen-

    diente de vanguardia, butacas vacas, ni siquiera mam como en

    los actos del 25 de mayo, soy aristocrtica, dama antigua, bucles

    rubios, pollera larga yjabot; emocin verdadera al cantar el Himno

    Nacional, ningn tipo de violencia y gentiles aplausos) una vez

    ms, la imagen es (platea, primera fila, butaca central) la de unifor-mes que rodean a una chica, extraos rostros (no de Disneylandia)

    que me acechan, que me miran, una vez ms, con desaprobacin.

    Estoy acostumbrada: no se puede conformar a todo el mundo.

    50 Acto de fe

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    VIOLETA GORODISCHER

    Trboles

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    I.

    Silvia levanta las persianas del cuarto y tararea una cancin de su

    infancia. Sonre al ver la claridad del cielo pero despus, cuando

    descubre vaca la cama de Luisito, se pregunta angustiada por

    qu a su hijo le gustar tanto jugar solo. Ya en la cocina, mientras

    enciende la hornalla y pone agua para el mate, escucha una voz

    suave y aguda que reproduce una y otra vez la misma frase. A

    pesar del esfuerzo, no logra entender qu dice porque la vocecita

    se hace lejana para minutos ms tarde reaparecer y decir lo

    mismo. Silvia apaga el gas y se acerca a la pequea ventana que,sobre la mesada, permite ver el baldo situado detrs de la casa.

    En puntas de pie, ve a Luisito correr solo de un lado al otro y, entre

    risas y pequeos chillidos, lo oye repetir: Pero yo tengo un trbol,

    estoy protegido.

    -Luis, hijo, entr que vamos a tomar el desayuno- grita, y lo grita

    justo segundos despus de que el nene se quedara inmvil y en

    silencio frente a la ventana. Preocupada, aunque no en exceso por lafrecuencia con que Luisito tiene ese tipo de actitudes, Silvia deja el

    repasador con el que secaba los vasos y sale por la puerta que da al

    baldo. Se acerca a su hijo y, luego de tomarlo de la mano, dice:

    -Qu pasa? Por qu no le contests a mam?

    - ...

    -Vamos, entr conmigo a comer algo, lo que pasa es que ests

    dbil.

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    III.

    En silencio, Luisito mira cmo Silvia termina de secar el lquido

    marrn esparcido en la mesa y el piso. Despus baja la vista y

    comienza a balancear su pierna izquierda de atrs hacia adelante

    una y otra vez; acelera el ritmo de a poco. Arrodillada en el suelo,

    ella mira fijo la pierna que el nene comienza a balancear cada vez

    ms lento hasta al fin detenerse por completo.

    - Pods salir - dice, todava arrodillada.

    Luisito se incorpora y Silvia ve cmo los pequeos pies cami-

    nan ansiosos hasta la puerta de la cocina para al fin cruzarla y per-derse en direccin al baldo. Cuando suspira, el aire tibio mueve el

    mechn de pelo que cae sobre su frente.

    II.

    Sentada a la mesa de la cocina, Silvia mira a Luisito que a su vez

    mira la taza de caf con leche que est frente a l. Un rayo de luz

    que llega desde la ventana hace que el nene entrecierre los ojos y

    mueva la cabeza con fastidio. Silvia lo nota pero lo nico que hace

    es morder su tostada y romper el silencio con el crujir del pan. Por

    qu nunca habla, por qu nunca come cuando estoy yo se pregun-

    ta, y vuelve a dar otro mordisco sin dejar de mirar a su hijo.

    - Tom la leche- dice de pronto, en un firme tono de voz.

    - Quema- dice l.- Sopl.

    - ...

    - No, Luis, as no, manchaste todo, levantate, a ver, correte...

    Correte te digo!

    - ...

    - Perdoname, no quise gritarte, esper que limpio bien, ah

    est. No estoy enojada, en serio...No llors, que a tu pap no legusta, mir si viene y te ve llorar...

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    V.

    Miguel observa las pequeas burbujas en el mate que, aunque

    cebado hace diez minutos, an permanece intacto. Silvia cierra la

    ventana. Se levant viento dice. Miguel asiente y ella, con un

    gesto, le indica por segunda vez que tome el mate. l simula no

    haberla visto. Prend la luz, que se est nublando dice y ella se

    acerca al interruptor, pero pronto vuelven a estar enfrentados y,

    con la luz encendida, Miguel comprende que ignorar a su mujer va

    ser difcil. Con lentitud, casi con resignacin, empuja el mate hacia

    Silvia pero al ver cmo los labios de ella comienzan a moverseentiende que es tarde, que a pesar de sus intiles esfuerzos por evi-

    tarlo su mujer va a decir esas palabras que sabe a l tanto le moles-

    tan. Irritado, tira el mate al suelo para luego incorporarse. Silvia

    mira la yerba desparramada que parece haber formado un crculo

    en torno a Miguel, de pie y con la respiracin agitada. Despus

    levanta la vista y al verlo acercarse de a poco, sin sacarle los ojos

    de encima, emite un suave suspiro. Permanece tranquila, los bra-zos cruzados, la respiracin calma. Pronto ambos quedan a pocos

    centmetros de distancia y l le dice algo al odo en el mismo ins-

    tante en que el viento abre la ventana de la cocina. Se me perdie-

    ron, aydenme, por favor, por favor, aydenme grita Luisito y su

    desesperacin se refleja en el rostro de los padres, que corren al

    baldo lo ms rpido que pueden.

    - La puta madre, casi nos mats del susto- grita Miguel mien-

    IV.

    Miguel silba para hacerle saber a su mujer que ya est de regreso.

    Ella se asoma desde la habitacin y le pide que espere unos minu-

    tos mientras termina de arreglarse. Con un paquete de cigarrillos

    en la mano, Miguel busca la caja de fsforos que Silvia siempre

    olvida en la frutera de la mesada. Siempre lo mismo con los fsfo-

    ros grita y al escuchar la respuesta de su mujer hace una mueca

    de dej de decir pavadas. Despus, mientras aspira con fuerza,

    escucha el canto de Luisito: Estamos salvados, tenemos trboles.

    Miguel exhala el humo y se dirige hacia el cuarto en el queSilvia se peina frente al espejo.

    - De qu hablan los nenes ?- pregunta apoyado en el marco

    de la puerta.

    - Qu nenes?- responde ella, sin dejar de peinarse.

    - Luis, y los otros.

    - No...Luisito juega solo...no s qu dice, qu se yo...viste que

    a l le gusta hablar solo, ser algo que vio en algn lado...la verdadque no s...

    - ...

    - Qu? Qu penss ?

    - ...

    - Dale, and, hace el mate que ya voy.

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    VI.

    Silvia apaga la luz del cuarto y cierra la puerta. Camino a su habi-

    tacin se cruza con Miguel, que sale del bao. Se durmi dice. l

    permanece en silencio. Luego retoma su camino y, de espaldas a

    su mujer, levanta la voz para preguntarle qu van a cenar. Yo no

    tengo hambre, pero si quers, en la heladera hay pollo. Miguel

    murmura algo que Silvia no llega a escuchar y hace una mueca de

    qu asco. Vuelve a entrar al bao y da un portazo para quedarse

    ah por tiempo indefinido. Silvia decide peinar su largo pelo negro

    antes de acostarse pero despus, cuando ya en la habitacin ve suimagen en el espejo, cambia de idea y se dirige a la cocina en

    busca de la tijera.

    tras se acerca a su hijo.

    - No lo agarres as de fuerte, soltalo- dice Silvia al ver cmo su

    esposo intenta levantar al nene del suelo.- ...

    - No me escuchs? Soltalo!

    - Arreglate sola, entonces, porque si a ste no lo trats as no

    cambia ms.

    - Claro que me arreglo sola, siempre me las arreglo sola.

    - ...

    - Andate, quin te necesita.

    - ...

    Mientras ve alejarse a su esposo, Silvia se abrocha los

    botones del saco. Despus mira a su hijo. Se detiene en las peque-

    as manos cerradas y se pregunta qu intentarn retener, qu

    oscura proteccin, ausente en su instinto materno, es la que da a

    da reclama su hijo. Se toma la frente con la mano derecha, quebaja por su mejilla para al fin detenerse a la altura del cuello. Y

    siempre con la mirada perdida se dice, para luego inclinarse hacia

    l y ofrecerle la mano.

    - Dale, parate.

    - ...

    - Ay, Dios mo, hijo...

    - ...- Ests mojado...a ver, date vuelta...

    - ...

    - Ay, Luis! And a cambiarte, corr, corr lo ms rpido que

    puedas y que no te vea pap.

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    VIII.

    Silvia levanta las persianas del cuarto de Luisito, que todava

    duerme. Su pelo, ahora corto casi al ras de la cabeza, resalta el

    azul de los ojos y la lnea perfecta de los pmulos. El nene gira en

    su cama para darle la espalda y su voz aguda emite una frase de

    la que Silvia slo rescata la palabra Miguel. Ella, con los ojos

    hmedos, se sienta al borde de la cama y se inclina hacia su hijo

    para despertarlo.

    - Vamos, Luisito, a levantarse- dice mientras le acaricia el pelo.

    - ...- Luis, dale.

    - Ya me despert- dice l de pronto, los ojos fijos en la ventana

    del cuarto.

    - S, hijo, ya s lo que ests pensando. Pero primero tens que

    desayunar, despus buscs todos los trboles que quieras.

    VII.

    En el cuarto de paredes azules, Luisito respira con dificultad.

    Pequeas gotas de sudor bajan por su frente y lentas, apenas per-

    ceptibles, se detienen a la altura del cuello. Gira en su cama para

    escuchar una vez ms los golpes secos, el sollozo ahogado, la voz

    de su madre que balbucea palabras incomprensibles. Entonces

    cierra los ojos y busca, fuera de la casa, el sonido del viento.

    Retiene el olor de las sbanas y luego encoge las piernas para, al

    fin, quedarse dormido.

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    X.

    En la mecedora del patio, Silvia cierra los ojos. Despus los abre

    para mirar las hojas del limonero; se pregunta cundo dar frutos.

    Luisito juega en el baldo y es probable que no vuelva a la casa

    hasta el medioda. Ella piensa en la tranquilidad de estar sola y en

    silencio, pero de pronto se incorpora y pone la mano sobre su

    pecho. Presiona con fuerza y entiende que es intil. Entonces lleva

    la cabeza hacia atrs y comienza a gritar. Sus ojos cansados mues-

    tran una splica que slo Luisito, al ir a la cocina por un vaso de

    agua, llega a ver. Derrotada, Silvia suelta frases incoherentes yluego slabas, letras, apenas sonidos. Manos ajenas intentan suje-

    tarla, pero ella, ahora, slo piensa en gritar y gritar hasta perder las

    fuerzas y marearse y caer al suelo del patio para ver, desde una

    posicin horizontal, las hojas del limonero que se mueven tranqui-

    las, en el silencio de la maana.

    IX.

    Sentado en la penumbra de la cocina, Miguel mastica con ruido

    las tostadas que Silvia dej en la pequea canasta de mimbre.

    Luego tose y toma el paquete de cigarrillos. Cada vez empezs

    ms temprano dice Silvia y l se incorpora. Luisito, ya vestido,

    entra a la cocina para desayunar. Cierra los puos y baja la vista

    para esperar que el caf con leche sea servido cuando en la coci-

    na slo queden l y su madre. Miguel exhala el humo del cigarri-

    llo y le dirige a Silvia la que ser la nica mirada del da. Pero

    antes de que la expresin de su mujer pueda transmitir emocinalguna, l ya gir para, de espaldas a ella, protestar por los

    mechones de pelo que esta maana encontr en el lavatorio del

    bao. Agrega que no sabe a qu hora volver, que no sabe siquie-

    ra si volver y, aunque Silvia no pueda verlo, hace una mueca de

    en todo caso, no tiene importancia.

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    XII.

    Ya en la habitacin, Luisito cierra el bolso que hace slo segundos

    Silvia dej a los pies de la cama matrimonial. Luego toma la mano

    de su madre, que lo mira pensativa. Silvia levanta el bolso que, por

    el apuro, es ms liviano de lo que hubiera deseado.

    - Dale, vamos dice, mientras camina hacia la puerta del

    cuarto.

    Luisito la sigue en silencio. Apurada, ella apenas nota la

    transpiracin de esa mano aferrada a la suya con una intensidad

    capaz de lastimarla.- Ya vas a ver, hijo, vamos a ir a la estacin y nos vamos a

    tomar el micro de las tres. Y cuando lleguemos a Paran la abuela

    va a darnos las tortas fritas que tanto te gustan- dice - Vos te acor-

    ds de la abuela?

    - S.

    - Y de las tortas fritas?

    - S.- Bueno. Ahora soltame. Yo arreglo unas cosas ac y nos

    vamos sabs? Es un ratito noms, cosa de nada...Esperame ah,

    en la puerta.

    - Puedo atrs?

    - Bueno, and al baldo. Yo termino con esto y te voy a buscar.

    XI.

    Luisito se arrodilla junto a Silvia, que siente en su rostro un tibio

    aire agitado. El nene inspira profundo y decide hablar, pero los ner-

    vios, sumados al torpe manejo de la respiracin, apagan las frases

    antes de que lleguen a ser comprensibles. Silvia abre los ojos y le

    hace seas para que se acerque.

    - Ac, hablame ac que no te escucho...

    - Que te levantes...yo te ayudo...

    - No puedo. Estoy cansada.

    - S, pods.- Qu?

    - Que pods.

    - Dejame descansar, por favor.

    - Descans en otro lado, mami.

    - Qu?

    - En otro lado.

    - ...- Dale...antes de que...venga...

    - ...

    - Pap- dice Luis, y mira con inquietud la puerta de la casa

    como si as pudiera evitar esa llegada que de un momento a otro,

    segn l piensa, se producir.

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    68 Trboles

    XIII.

    Silvia cierra con llave la puerta de la casa mientras Luisito, de pie

    junto a ella, mira la mochila cargada de cosas que no quiso aban-

    donar. Listo dice ella y al guardar las llaves en el bolso, queda

    de espaldas a su hijo que, concentrado, hace esfuerzos para col-

    garse la mochila. Los dos caminan en silencio; el viento levanta la

    pollera de Silvia pero el nico que parece notarlo es Luisito.

    Apuran el paso y l baja la vista para, casi en un susurro, decir la

    misma frase de todos los das. Silvia est por hablar pero no lo

    hace: a lo lejos, Miguel se acerca a ella para confirmarle que no es

    su imaginacin sino que, como si l siempre lo hubiese planeado,

    regresa ahora con el paso firme y con la firme decisin de no

    dejarla partir. Ella se pasa la mano por la frente, busca alguna

    forma de proteccin. Luisito, en silencio, le entrega un puado de

    piedras tomadas del baldo.

    Silvia sonre aliviada.

    - Gracias hijo, gracias por los trboles- dice.

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    Indice

    Llegar a otro mircoles

    HERNN VANOLI

    Otras fotos de mam

    FELIX BRUZZONE

    Acto de fe

    SONIA BUDASSI

    Trboles

    VIOLETA GORODISCHER

    Pg. 05

    Pg. 17

    Pg. 29

    Pg. 53