Etnografía Del Miedo

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Intentando una etnografía del miedo De manera que la descripción etnográfica presenta tres rasgos característicos: es interpretativa, lo que interpreta es el flujo del discurso social y la interpretación consiste en tratar de rescatar “lo dicho” en ese discurso de sus ocasiones perecederas y fijarlo en términos susceptibles de consulta. …/… Además, la descripción etnográfica tiene una cuarta característica, por lo menos tal como yo la practico: es microscópica. (Clifford Geertz, 2000:32) A don Arman, con cariño, como siempre. Gabriela Bernal Carrera 12/12/14 Hace unas cuantas semanas conversábamos con mi amigo AM, sobre el miedo que aprisiona a grupos y personas en el país. El, que durante años estuvo en la primera línea de muchos combates, se asombra de la incapacidad de reaccionar frente a los numerosos eventos políticos del país; colectivos e individuos parecieran incapaces de tener una reacción visiblemente contundente, a pesar de la rabia silenciosa. Para quienes como él, resistieron en las calles y carreteras, las políticas neoliberales y gobiernos como el de León Febres Cordero (entre los 80 y los 90), es difícil aceptar el silencio, las calles vacías, la ausencia de protestas. ¿Qué pasó?, nos preguntábamos, ¿por qué? Después de intentar varias explicaciones, me dijo: “habría que probar una etnografía del miedo”. Me gustó el título y aunque difícilmente lograré una etnografía del miedo acabada, me gustaría abrir la puerta a mis propias microscópicas interpretaciones sobre cómo comenzó el miedo, con que está conectado y por qué nos ha inmovilizado. La primera idea que me viene, es que el miedo está profundamente enraizado en nuestra sociedad. No puedo dejar de pensar que desde que somos niños, vivimos con el terror como celoso guardián de nuestra buena conducta. Primero, miedo a que se enojen nuestros padres. Las consecuencias podrían ser fatales. El Observatorio de los Derechos de la Niñez y la Adolescencia, analizando el trato en los hogares, presenta cifras explícitas. A nivel país, el porcentaje de niños, niñas y adolescentes que sufrían maltrato extremo en 2010, fue 44%. En el año 2000, en plena crisis económica, el mismo ítem fue de 35%. Paradójicamente, el maltrato culturalmente aceptado, en el año 2000 era del 51%, y en 2010, del 31%. (ODNA, 2012:262). ¿Por qué el maltrato extremo se ha incrementado en estos años? ¿Por qué el discurso sobre el maltrato es menos aceptado hoy por la sociedad, pero su práctica se incrementa? Estas preguntas necesitan un análisis mucho más minucioso y no son el objetivo de estas notas. Sin embargo, me gustaría resaltar, que el miedo empieza puertas adentro: en casa. El miedo está naturalizado como estrategia de buena crianza. Para el común de los y las ecuatorianas, el miedo es garantía de buena conducta. Pero el miedo no sólo se enseña en la casa, el sistema educativo hace gala de la enseñanza del miedo. Una de las formas de castigo utilizadas, es bajar las notas, Según las estadísticas del ODNA, en 2010 este ítem era del 36%, frente al 30% del año 2000. Cabe tener presente, que el discurso

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El miedo en el Ecuador contemporáneo

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Intentando una etnografía del miedo

De manera que la descripción etnográfica presenta tres rasgos característicos: es interpretativa, lo que interpreta es el flujo del discurso social y la interpretación consiste en tratar de rescatar “lo dicho” en ese

discurso de sus ocasiones perecederas y fijarlo en términos susceptibles de consulta. …/… Además, la descripción etnográfica tiene una cuarta característica, por lo menos tal como yo la practico: es

microscópica. (Clifford Geertz, 2000:32)

A don Arman, con cariño, como siempre.

Gabriela Bernal Carrera 12/12/14

Hace unas cuantas semanas conversábamos con mi amigo AM, sobre el miedo que aprisiona a grupos y personas en el país. El, que durante años estuvo en la primera línea de muchos combates, se asombra de la incapacidad de reaccionar frente a los numerosos eventos políticos del país; colectivos e individuos parecieran incapaces de tener una reacción visiblemente contundente, a pesar de la rabia silenciosa. Para quienes como él, resistieron en las calles y carreteras, las políticas neoliberales y gobiernos como el de León Febres Cordero (entre los 80 y los 90), es difícil aceptar el silencio, las calles vacías, la ausencia de protestas. ¿Qué pasó?, nos preguntábamos, ¿por qué? Después de intentar varias explicaciones, me dijo: “habría que probar una etnografía del miedo”. Me gustó el título y aunque difícilmente lograré una etnografía del miedo acabada, me gustaría abrir la puerta a mis propias microscópicas interpretaciones sobre cómo comenzó el miedo, con que está conectado y por qué nos ha inmovilizado.

La primera idea que me viene, es que el miedo está profundamente enraizado en nuestra sociedad. No puedo dejar de pensar que desde que somos niños, vivimos con el terror como celoso guardián de nuestra buena conducta. Primero, miedo a que se enojen nuestros padres. Las consecuencias podrían ser fatales. El Observatorio de los Derechos de la Niñez y la Adolescencia, analizando el trato en los hogares, presenta cifras explícitas. A nivel país, el porcentaje de niños, niñas y adolescentes que sufrían maltrato extremo en 2010, fue 44%. En el año 2000, en plena crisis económica, el mismo ítem fue de 35%. Paradójicamente, el maltrato culturalmente aceptado, en el año 2000 era del 51%, y en 2010, del 31%. (ODNA, 2012:262). ¿Por qué el maltrato extremo se ha incrementado en estos años? ¿Por qué el discurso sobre el maltrato es menos aceptado hoy por la sociedad, pero su práctica se incrementa? Estas preguntas necesitan un análisis mucho más minucioso y no son el objetivo de estas notas. Sin embargo, me gustaría resaltar, que el miedo empieza puertas adentro: en casa. El miedo está naturalizado como estrategia de buena crianza. Para el común de los y las ecuatorianas, el miedo es garantía de buena conducta.

Pero el miedo no sólo se enseña en la casa, el sistema educativo hace gala de la enseñanza del miedo. Una de las formas de castigo utilizadas, es bajar las notas, Según las estadísticas del ODNA, en 2010 este ítem era del 36%, frente al 30% del año 2000. Cabe tener presente, que el discurso

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meritocrático como mecanismo de acceso a la educación se ha ido fortaleciendo a medida que se incrementa porcentualmente la sanción a las malas conductas a través de las notas. Un castigo para toda la vida: a menores notas al finalizar la secundaria, menores posibilidades de ingresar a la universidad.

En el sistema educativo formal, también tiene lugar otro aprendizaje del miedo: el miedo a mí, a mi cuerpo, al otro, al cuerpo del otro. Las clases de “educación sexual” que se llevan adelante en escuelas y colegios implican para empezar las evidencias fotográficas del peligro: fotos repugnantes de enfermedades venéreas; videos que muestran abortos haciendo gala del dolor. Apología del horror. Cuerpos expropiados por y para la enfermedad y la pater-maternidad/castigo. Mientras tanto, el Sistema Nacional de Indicadores (www.sni.gob.ec), indica que en el año 2010 el porcentaje de embarazo adolescente era del 18.10%1. De todos los aprendizajes del miedo, este es, en mi interpretación, el más efectivo y eficiente; aquel donde convergen todos.

Desde niñxs aprendemos el miedo a quienes deberían protegernos y a aquellos que dicen querernos; y no es un miedo sin fundamento. Eso de que “porque te quiero te golpeo”, no sólo lo viven las mujeres maltratadas, sino los niños y niñas violentadas cada día en su casa, en la calle, en el transporte, en la escuela. De esta forma, se va asumiendo lentamente que el miedo y el golpe son factores indisolubles de una relación que el discurso supone de cuidado y protección, y aún más, amorosa. Se presume que la familia, basada en factores tan cuestionables como “el instinto materno”, siempre protegerá y cuidará. El Estado, la religión y hasta ciertas corrientes psicológicas siempre nos están planteando a la familia como base de la sociedad, y aunque esa familia esté bastante lejos del paraíso y sea antesala del infierno, se supone que debemos perdonar. El perdón sería la condición sine qua non, para la estabilidad y el buen desarrollo de la personalidad. El miedo a la inestabilidad obliga al perdón a violadores, maltratadorxs. Miedo a no estar bien, a no calzar en la imagen de triunfador que vende el sistema.

La familia como mecanismo de vinculación entre lo “público” y lo “privado” reproduce los conflictos externos y los arraiga en lxs individuos. Escuchar los argumentos que escuchan lxs jóvenes para no enamorarse de quienes sus familias no consideran sus iguales, podría ser una muy buena forma de retratar esta situación. Pero este tipo de estructuras familiares e institucionales en el país, tienen una raíz profundamente colonial. La familia y la hacienda son dos de las instituciones que, entran en esta categoría. Sintomáticamente, las dos ni se nombran, ni se muestran, lo mismo que los cuerpos de lxs chicxs.

El campo semántico de la hacienda ha variado con los años entre lxs ecuatorianxs. Pensando en el miedo, creo que vale la pena recordar a la hacienda e intentar mirar sus variaciones semánticas contemporáneas entre algunos grupos de personas en el país. Por ejemplo, entre lxs jóvenes de universidades privadas, la hacienda es fundamentalmente una gran extensión de tierra que

1 Sistema Nacional de Indicadores http://indestadistica.sni.gob.ec/QvAJAXZfc/opendoc.htm?document=SNI.qvw&host=QVS@kukuri&anonymous=truehttp://indestadistica.sni.gob.ec/QvAJAXZfc/opendoc.htm?document=SNI.qvw&host=QVS@kukuri&anonymous=true&bookmark=Document/BM38 12 de diciembre de 2014

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connota poder, prestigio y aristocracia; distinción, separación del vulgo. En ese sentido, muchos presumen de sus haciendas, que bien pueden ser 300 metros cuadrados. Es el encanto de poseer, de tener. Entre lxs jóvenes de la universidad pública, la hacienda pareciera un significante sin significado. Una gran extensión de tierra, ajena y lejana en el tiempo. Cuando mucho, lo que aparece, es el patrón, malvado. Pero nada más. El silencio es, probablemente, lo más significativo.

Más allá de las ciencias sociales y de quienes las hacen, la hacienda como fenómeno histórico en el país, parece estar condenada al silencio; algo que deberá callarse para no romper con el discurso homogenizador del estado-nación.2 Pero el silencio no responde en realidad a la vergüenza de la violencia. El silencio se ensambla con el proyecto nacional, porque hay más que violencia detrás del régimen de la hacienda, está esa compleja “economía moral” que implica relaciones paternalistas entre peones y hacendados.

En “Todas las sangres”, José María Arguedas retrata literariamente, un hecho que merece ser reconocido como parte de la enseñanza del miedo. Los dos estilos de ser patrón: el patrón bueno y el patrón malo. Aquí en el Ecuador, a la entrada de la hacienda de Zuleta, el busto del “patrón Galito”, retrata al primero. El busto de León Febres Cordero, puesto “a la brava” en Guayaquil, retrata al segundo. Dos estilos de “ser patrón” que permean el conjunto de relaciones sociales del Ecuador. En el ejercicio de la autoridad, siempre nos encontraremos con patrones. Que sean buenos o malos depende de la suerte que nos acompañe. El buen patrón, mostrando siempre los límites, nos ayudará como el padre ayuda al hijo: desde arriba, como una concesión desde el ejercicio de su amor y su bondad. Un paseo por los mercados muestra los términos gentiles con los que se puede hablar desde arriba: “ven hijito”, “gracias hijito”. El patrón/padre, la patrona/madre pueden ser tan amables como padres/madres contentas con la buena conducta de lxs hijxs, como violentos y brutales pueden ser los padres que golpean con cables, o queman a lxs hijxs cuando no hacen lo que ellos consideran que está bien.

“El paternalismo servía de anclaje ideológico de la dominación. Suponía la expresión máxima de las obligaciones redistributivas (también protectoras) que revestía el rol de patrón” (Bretón, 2012:61). Volviendo al miedo de hoy, el paternalismo de políticas públicas como el bono “de la pobreza” o “de desarrollo humano”, se anclan en el inconsciente colectivo del rol del patrón. Por fin un buen patrón, uno que efectivamente redistribuye los grandes ingresos; un buen patrón que protege al país del imperialismo. No se cuestiona a dónde fueron los excedentes de dinero, eso sería de ciudadanos; el imaginario del peón mira únicamente el ejercicio redistributivo, el monólogo paternal de la sabatina.

Las relaciones en la hacienda nunca fueron exclusiva y constantemente violentas. La “economía moral” que allí imperaba, implica lo que, al decir de ciertas mujeres ecuatorianas, se debe aplicar en las relaciones con los hombres: “pan y látigo”. Si vas bien, pan; si te sales de las reglas, látigo. Y es justamente el precario equilibrio entre violencia y cariño, la que permite que el miedo cumpla

2 Nunca tan bien estructurado, nunca tan fortalecido como en el período 2007-2014

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con su función de mantener la dominación, porque los límites se mueven constantemente en relación a los intereses de quien tiene realmente el poder: el patrón, o quién ejerza su función.

Durante los últimos siete años, hemos sido testigos de una reactualización de la economía moral de la hacienda. Bonos, carreteras, hospitales, el patrón cantando en las fiestas de la hacienda. El patrón enojándose cuando las cosas se salen de su libreto. Y la sociedad, las organizaciones, las personas, calculando el difícil equilibrio entre unos límites que nunca serán claros, porque no están escritos, sino que se establecen según los cánones del patrón, de sus intereses; el peón solo entra en ese juego, en función de los intereses del patrón.

La lógica de aceptar el don y el castigo, el premio y la condena, a la que al parecer la sociedad ecuatoriana se ha acostumbrado recientemente, formaba parte de una herramienta de regulación moral que no hacía sino perpetuar el orden colonial basado en el miedo. Nada nuevo en los últimos años. Más bien, una densa y rápida, ”reconstitución continua de estructuras de coloniales de dominación elaboradas partir de la conquista”. (Rivera Cusicanqui, 2010:11).

Ahora que el dinero parece que comenzará a escasear, patrones y peones deberían recordar que “la coerción de todo tipo era parte de la vida cotidiana en las haciendas, aunque la violencia de unos y el consentimiento de otros constituían relaciones o estrategias complementarias. Lyons sugiere que la coerción predominaba en coyunturas de crisis, quedando en un segundo plano en las etapas en las que el consentimiento operaba y garantizaba el mantenimiento del orden social”. (Bretón, 2012:60)

Guillermo Rochabrún (2011:101-102), al analizar la mesa redonda sobre “Todas las sangres” que se llevó a cabo el 23 de junio de 1965, plantea que el conflicto de los dos tipos de patrones que plantea la novela, están vinculados no sólo a las relaciones interétnicas, sino al desarrollo y problemas que el capitalismo tiene para implementarse en los andes peruanos. Hoy, en El Ecuador, el miedo opera desde muchos niveles: desde el miedo a perder los privilegios que el consumismo capitalista de los últimos años ha traído al Ecuador; desde la angustia no saber cuándo el buen patrón se enojará y con qué consecuencias.

BIBLIOGRAFIA - Bretón, Víctor (2012) Toacazo. En los andes equinocciales tras la reforma agraria. Quito.

Flacso / Abya Yala - Geertz, Clifford (2000) La interpretación de las culturas. Barcelona. Gedisa. - Observatorio de los Derechos de la Niñez y Adolescencia. (2012) Estado de los derechos

de la niñez y adolescencia en Ecuador 1990-2011. Quito. Fundación Observatorio Social del Ecuador, Plan Internacional, Save the Children, UNICEF.

- Rivera Cusicanqui, Silvia (2010) Violencias (re) encubiertas en Bolivia. La Paz. La Mirada Salvaje.

- Rochabrún, Guillermo (Ed.) (2011) “¿He vivido en vano?” La mesa redonda sobre Todas las sangres. Lima. Instituto de Estudios Peruanos. Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú.

- - Sistema Nacional de Indicadores www.sni.gob.ec