EL Otro Dios

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EL

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DEDICADO A:

Ricardo e Irene Exley, mis piadoso padres, cuyas vidas llenas de Cristo y de amor incondicional, me dieron el coraje y la visión para buscar al “Otro Dios”, y

A:

Don y Melba Exley, mi hermano y su esposa, quienes han visto al “Otro Dios” y han llegado a ser “amantes santos” que llevan el mensaje de Dios a tierras lejanas.

Y una vez más una palabra de gratitud a Bárbara Russell, cuyo excelente desempeño en la máquina de escribir transformó lo que era un montón de páginas desordenadamente escritas a mano, en un bello manuscrito. También son dignos de una palabra de gratitud su esposo, Jerry y su hijo Dane, que tan dispuestos se mostraron a compartir con ella este trabajo que requirió tanto tiempo para su realización.

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PRÓLOGO

En la actualidad uno de los dilemas más grandes que enfrenta la gente amante de la lectura y que desea la expansión de su propio modo de pensar, es qué leer. Por causa de la presión del tiempo (que la mayoría de nosotros siente tan vivamente), la inversión en un libro – que involucra tiempo y dinero – llega a ser algo casi traumático. Ocasionalmente tengo la buena fortuna de contar con la opinión autorizada de algún amigo quien me sugiere un cierto volumen, así pues salgo con premura a conseguir un ejemplar, con la seguridad de que no estaré malgastando mis recursos.

Como soy una persona que no tan sólo busca contenido, sino que también espera hallar un estilo cautivante que refuerce el material, considero que es un verdadero privilegio recomendar EL OTRO DIOS a todos los lectores que también buscan estas cualidades.

La comprensión que Richard Exley manifiesta respecto a las parábolas de Jesús, no sólo hace de ellas algo fresco y delicioso para la mente, sino una herramienta para profundizar la comprensión de las “inescrutables riquezas” contenidas en la palabra de Dios .

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Su estilo colorido y franco hace que el desarrollo de la verdad sea una experiencia deliciosa. Conozco bien a Ricardo y estoy profundamente consciente de que él ha llegado al lugar que actualmente ocupa tras haber pasado por procesos de selección, por una parte, y por haber sido forjado penosamente en el yunque, por la otra; por esto, me alegro de que el crecimiento que ha alcanzado lo ha habilitado para producir este libro. Y como es una persona que está en proceso de crecimiento, hemos de esperar sus libros futuros con verdadero interés.

Allen Groff

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INTRODUCCIÓN

Era un jueves alrededor de las once de la noche y Jim Calhoun y yo bebíamos café en la concurrida cafetería de la mansión del Escritor, en Denver. Yo compartía con él mi idea para este libro, pues apreciaba y deseaba contar con sus ideas sobre el asunto. No me defraudó.

- Ricardo – comenzó diciendo -, alguien dijo una vez que el principal propósito de la predicación es derribar ídolos. Los ídolos son por lo general pesados y cuesta tumbarlos, y como ya habrás descubierto, a la gente no le gusta que los predicadores se entrometan con sus vacas sagradas. La tarea que estás por emprender no está exenta de riesgos. Sin embargo me gusta.

- Las ideas más difíciles de desalojar no son los obvios dioses falsos de la codicia, del materialismo, o del poder; sino de los conceptos erróneos que tiene la gente respecto a Dios. ¡Estos serán defendidos con obstinación!

En los meses que han transcurridos desde esa conversación he tenido razón para concordar más y más plenamente con lo que dijo Jim, tanto en lo concerniente a derribar ídolos, como en lo que tiene que ver con nuestras imágenes personales de Dios.

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Spencer Marsh, en su libro, Dios, el hombre y Archie Bunker, comienza el capítulo uno (adecuadamente titulado: “El Dios de Archie”) de esta manera: “En el principio creó Archie a Dios a su imagen, a su propia imagen lo creó”.

“La principal diferencia entre esta paráfrasis y el original del primer capítulo de Génesis es que Dios y el hombre (en este caso, Archie Bunker) han intercambiado posiciones. Suena extraño, como si la arcilla le diera forma al alfarero, o como si la cola moviera al perro, o la corneta hiciera sonar al músico. Pero aun cuando parezca extraño, el Dios de Archie Bunker fue creado por Archie a su propia imagen. Este Dios jamás había existido antes, aun tiene cierto parecido con Archie.”

Archie no es único en este sentido, sino simplemente más visible. Todos nosotros hemos hecho lo mismo, en mayor o menor grado. Creamos un dios con nuestros gustos, con nuestros valores y con nuestras metas. Al proceder de este modo hemos reforzado nuestros prejuicios con autoridad divina.

Este libro es acerca del “Otro Dios”, El Dios verdadero, aquél al que muchos no conocen todavía. Puede que no sea muy popular, pues habrá de desafiar y confrontar a los dioses falsos que hemos creado. Nos llamará al arrepentimiento y a la fe. Nos moverá a que experimentemos cambio, y por consiguiente puede que nos disgustemos con El, por cuanto es difícil renunciar a las ideas antiguas y cómodas.

Tal vez algunos de ustedes piensen que este libro es presuntuoso, y quién sabe si tengan la idea de que estoy señalando a un dios creado a mi imagen.

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Reconozco esa posibilidad, pero confío en que ése no sea el caso. El Dios acerca del cual escribo no es el dios con el cual crecí, no es el que yo hice a mi imagen. Aquel fue derribado, y del mismo modo como Humpty Dumpty (famoso personaje de cuentos), no puede ser restituido. “El Otro Dios” es el Dios del nuevo testamento, el Padre celestial, tal cual Jesús lo conoció. Es un Padre al cual he llegado a conocer íntimamente, quien está conformando en forma permanente mi ser recalcitrante a su imagen.

En la obra teatral “El fabricante de lluvia”, Lizzie, la hija habla con un amigo acerca de su padre, y dice: “Algunas noches me encuentro en la cocina lavando vajilla, y papá juega el póker con los muchachos. Bueno, puedo verlo bien de cerca, y al principio lo que veo es un hombre ordinario, de mediana edad, sin atractivo aparente. Y luego, a medida que pasan los minutos, veo cosas que nunca vi antes – cosas buenas y malas, pequeños hábitos singulares que no había notado que tuviese, modos de hablar en los que no había reparado. De pronto sé quién es, y lo amo de tal modo que siento que podría gritar y darle gracias por haberme tomado el tiempo para verlo tal cual es.

De ese modo es como sucede conmigo. (Había comenzado a escribir “sucedió”, pero es un proceso que aún continúa, de modo que lo correcto es que escriba “sucede”.) Cuando por fin me tranquilizo, dejo a un lado mis prejuicios, veo a Dios como es y le amo tanto que podría llorar.

Desearía poder decirles cómo es, pero no puedo. Soy como el artista, William Morris, a quién se le encargó que pintara a June Burdow. Pasó varias horas ante la tela, y finalmente se la

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mostró – y la tela estaba en blanco, con la excepción de las palabras: “No puedo pintarla, pero la amo.”

Es muy cierto que no estoy que no estoy en condiciones de darle a conocer a Dios. Estos breves capítulos son mis mejores esfuerzos, pero Dios va mucho más allá de ellos, es más real de los que estos capítulos jamás podrán ser. Léalos, no como invitaciones para que se tome el tiempo de verlo tal como él realmente es.

Richard Exley.

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EL PADRE

EXPECTANTE

PARTE 1

También dijo: Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes, viviendo perdidamente. Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle. Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba. Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra a ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidlo; y poned un anillo en su mano,

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y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.

Lucas. 15:11-24

La mayoría de nosotros no vemos la vida tal cual es, sino de acuerdo a lo que nosotros somos.

Nuestras percepciones de la gente y de los eventos se ven coloreadas por nuestros sentimientos. Muchos de los juicios que nos formamos, tal vez todos, se hallan inconscientemente prejuiciados por nuestras experiencia – el dolor de nuestra perplejidad presente, la nostalgia del pasado, las esperanzas y temores que tenemos para el futuro. Y del mismo modo sucede con el concepto que tenemos de Dios. Muy a menudo le vemos, no como es, sino tal cual somos; a menudo él no es otra cosa sino una combinación de nuestras enseñanzas y prejuicios.

Gran parte del ministerio de Jesús estuvo dedicado a liberar a los hombres de estas imágenes erróneas. El medio que usó con mayor frecuencia fue la parábola. Esto es tan cierto que Mateo escribe: “…sin parábolas no les hablaba” (Mateo.13:34). Muchas de estas alegorías terrenas eran bocetos verbales, retratos hablados de Dios, de acuerdo al conocimiento que Cristo tenía de Él.

Tal vez la más popular de todas ellas es la obra maestra llamada “La parábola del hijo pródigo”, un título que se presta ciertamente para confusiones, pues el héroe de esta historia no es el hijo vagabundo sino el padre expectante. Teniendo presente esta verdad, concuerdo con los escoceses, quienes la han titulado “La parábola del padre expectante”.

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DIOS COMO PADRE

La búsqueda de Dios es tan antigua como la humanidad, y continúa en forma incesante aún hasta el día de hoy. Y como producto de esta búsqueda han surgido las ideas que conforman los credos, las filosofías y las religiones de éste mundo.

“…Aristóteles dijo: ‘El motor inmóvil´. Spencer dijo: `La Energía eterna´ (energía con E mayúscula). Huxley dijo: `El absoluto desconocido´. Arnold dijo: `El poder no nuestro que va rumbo a la justicia´. Se dice que los árabes tienen un centenar de nombres para Dios, y nosotros en el mundo occidental casi los igualamos. `El primer principio´ ` ̶ Proceso de integración´ ̶`Organismo cósmico´ ` ̶ Esencia de la vida´ ` ̶ Substancia fundamental´ ` ̶ Principio de concreción´ ` ̶ Arquitecto Divino´ `̶ Suma total de idealismo acumulado´ ` ̶ Energía vital´ ̶`Fuerza de vida´ ` ̶ Inteligencia suprema´ ` ̶ Torrente de tendencias´ ` ̶ Juez´ ` ̶ Rey´ ` ̶ Todopoderoso´ y así continúa, ̶ todo el trayecto hacia arriba o hacia abajo, hasta llegar a expresiones tales como: `El Gran Patrón´, o el `Hombre de arriba´.”

Cuando apareció Jesús él dijo: “Padre”. Por medio de sus bocetos verbales nos introdujo a nuestro “Padre Celestial”. Un Padre que posee lo mejor de nuestros padres terrenales el ̶interés de auto sacrificio, la participación emocional, el amor incondicional todo ello, pero sin las faltas que a ellos los ̶caracterizan. Un padre que posee todas las habilidades de ellos, pero ninguna de sus limitaciones.

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Él nos enseñó a orar, “Padre nuestro que estás en los cielos…”

(Mateo.6:9) y destruyó esa clase escepticismo que impulsó a Mark Twain a mofarse: “¡Providencia especial! La frase me provoca náuseas. Dios no sabe que estamos aquí, y si lo supiera no le importaría”. “Padre nuestro” anula ese amargo ateísmo a Jean Paul Richter decir: “…Somos huérfanos, usted y yo; toda alma en esta vasta fosa del universo se halla terriblemente desolada.” No fue el mero conocimiento intelectual lo que hizo que Jesús lo llamara Padre, sino esa experiencia por la cual su Espíritu a testimonio a nuestro espíritu y nos convence en el sentido más profundo, de que somos verdaderamente hijos de Dios. “Padre nuestro” significa que Dios sabe que estamos aquí y que le importamos, significa que no estamos solos nunca solos. “Padre nuestro” nos libera de los temores y supersticiones inhibitorios que son las consecuencias inevitables de cualquier otro concepto de Dios. “Padre nuestro” nos da un sentir de seguridad. “No temáis manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino” (Lucas.12:32).

Tal vez el más flaco favor que podamos hacerle a Dios sea acercarnos a él como si no pudiésemos confiar en que él se interese sinceramente por nosotros, como si no esperáramos que él pudiera suplir nuestras necesidades sin que mediara una súplica exagerada, o como si no pudiésemos depender del hecho de que él respondería del modo como lo haría un padre. “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará buenas cosas a los que le pidan?” (Mateo.7:11).

No es humildad sino desconfianza lo que hace que nos aproximemos a Dios como mendigos antes que como hijos amados. Dios desea que dependamos, no de nuestra propia

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dignidad, ni de nuestra gran fe, y ni siquiera de nuestra ingenuidad espiritual, sino de su eterna paternidad. Recuerde que: “…no quitará el bien a los que andan en integridad” (Salmo.84:11) y “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre…” (Santiago.1:17).

“Nuestro Padre” lleva nuestra fe más allá del reino de la teología abstracta, hasta que alcance una relación personal. Entramos en una proximidad e intimidad con el padre que dispersa el desvaneciente poder de la duda, una cercanía que engendra una confianza que hace que sean innecesarios un entendimiento intelectual y una explicación completos.

No obstante, a pesar de todo eso, todavía hay quienes se rebelan y declaran su independencia personal y exigen su herencia; los que se van a un país lejano, pero aún entonces la paternidad de Dios es suficiente.

UN PADRE QUE NOS AMA BASTANTE COMO PARA DEJARNOS IR

El caso único y la superioridad de la paternidad de Dios, se ven claramente en su relación con la humanidad, especialmente con aquellos de nosotros que, de manera semejante al hijo pródigo, somos egoístas y empecinados en hacer nuestra voluntad. Jesús contó esta historia, y no hace nada para disimular la arrogancia de este hijo más joven. Nos permite que le oigamos decir: “…Quiero que me entregues la parte de los bienes que me corresponde. No deseo tener que esperar hasta que mueras” (Lucas.15:12 BD)

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Nada se nos dice respecto de la inevitable discusión que seguramente tiene que haber seguido a una exigencia tan insensible. Lo único que se nos dice es que dividió su hacienda entre los dos hijos. Podemos estar seguros de que el padre no procuró hacer uso del temor y de la culpabilidad para manipularle. Jesús nada dijo acerca de ello, ni tampoco la posterior decisión del pródigo de arrepentirse y de regresar al hogar refleja nada de las barreras psicológicas que tales tácticas hubiesen necesariamente creado.

Dios responde a nuestra rebeldía, dejándonos ir: “No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada…” (Lucas.15:13), no por el hecho de que nuestro egoísmo nos haya hecho poco gratos, sino porque es la única esperanza de restaurar la relación. Alan Paton ha escrito un poema que describe la ansiedad de un padre que ve como su hijo crece y abandona el hogar. Si este alejamiento, que es natural, produce un conflicto interno semejante, es de imaginar cómo debe de haber afectado a su padre la partida del pródigo. Si llevamos este paso un poco más lejos, no resulta muy difícil imaginar lo que experimenta Dios cuando presencia nuestros desvaríos.

“Veo que mi hijo ya usa pantalones largos, eso me hace temblar; Lo veo avanzar confiadamente, él no se da plena cuenta de su fragilidad. Ve adelante, ansioso y reverente chiquillo, observa que comienzo a quitar mis manos de ti. Te veré caminar descuidado por los bordes del precipicio, pero si así lo deseas, no oirás palabra que salga de mí; Mi alma entera estará enferma de aprehensión, pero no te desobedeceré. La vida te ve venir, ve que te le acercas con seguridad, ella te guarda no puede sino herirte. Prosigue, ve adelante, yo tengo listos los vendajes y ungüentos...”

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Dios también nos ama lo suficiente como para dejarnos solos hasta que sintamos la necesidad de su amorosa intervención. Indudablemente a los oídos del padre llegaron noticias de la hambruna en el país lejano; tal vez haya recibido hasta rumores concernientes al rico extranjero que fue a la quiebra y que ahora se hallaba apacentando cerdos. Con todo, él aún no lo reúne todo para embarcarse en una misión de rescate. No lo hizo, por cuanto sabía que una intervención a destiempo e indeseada, serviría solamente para crear un mayor alejamiento. Alan Paton lo expresa así:

“Y si vas a cualquier parte y yaces a solas con tus heridas, no he e entrometerme, si es que buscas la ayuda de alguna otra persona, no vendré a obligarte a que me aceptes…”

Esto no quiere decir que a Dios no le importamos, o que él deja que suframos las consecuencias e nuestra rebeldía sin la posibilidad de intervención divina. Más bien significa que él permite la expresión de nuestra voluntad y de nuestros desvaríos, y que está cercano para perdonar y restaurar, cuando nosotros estamos dispuestos a recibirlo.

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