El habitante y su esperanza pablo neruda

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«He escrito este relato —diceNeruda en el prólogo— a peticiónde mi editor. No me interesa relatarcosa alguna. Yo tengo siemprepredilecciones por las grandesideas, y aunque la literatura se meofrece con grandes vacilaciones ydudas, prefiero no hacer nada aescribir bailables o diversiones».Siempre asustadizo para la prosa,Neruda entrega los originales deeste libro a petición de su editor, unpoco temeroso de los resultadostangibles, como lo estuvo GómezCarrillo con aquel volumen de París,

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que el editor, al solicitárselo,bautizó con el nombre bastantecomercial de El modernismo. Estavez no hubo bautizo de título, perosí de subtítulo. Debajo de Elhabitante y su esperanza se pusoesta palabra: Novela. Claro que nolo era. Se trataba de una serie de close-ups estupendamentevestidos. Puede cada relatosepararse y hacer unidad. Serelatan las conmocionespsicológicas del interior chileno, eseinterior siempre a la orilla del mar,que forma el coro ante la tragediade la acción. Lo que se puedeaprehender, como suceso lógico

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deliberadamente enmarañado, es lapasión. Se cuenta el amor, se va ala cárcel por robar ganado, se huyeen la noche, se derramanencendidos monólogos y se sientela inminencia de una fatalidadpantanosa y fosforescente, endonde el mar «roído por el color deltiempo y la asistencia de lasoledad» aprisiona la voluntad delos hombres. Sucede el crimen, yparece que no es posible escapar. Elpersonaje confiesa: «Voy a decircon sinceridad mi caso; lo heexplicado con claridad porque yomismo no lo comprendo. Todosucede dentro de uno con

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movimientos y colores confusos, sindistinguirse. Mi única idea ha sidovengarme». Aquí está la clave. Laconfusión nace de la identificaciónque se establece con el clima deuna vegetación apasionada.La venganza —huir, escapar deaquella red en el mundo— es lasolución. El hombre es el habitante,el actor y asistente de la propiacatástrofe, y la esperanza es elnuevo día, la extirpación de unainmovilidad, el sacudimiento de unapostración negativa. No hay quepedirle más al libro. Lo ha dichotodo en pocas, intensas páginas. La

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intimidad descriptiva del maralcanza en este relato una sabiduríaque no proviene más que delcontacto y la formación en susimperios. La mujer se abraza con lafuria de la lucha contra los límites.Todo parece lleno de una vastaarticulación escamosa. «Ay de mí,ay del hombre que puede quedarsesolo con sus fantasmas», solloza elactor ante el mar implacable. Perose sacude y logra vencer a losmonstruos. Se pregunta dóndeestuvo, que fue lo qué pasó,mientras el alba «saca llorando losojos del agua» Este es el habitantey esta su esperanza.

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Pablo Neruda

El habitante ysu esperanza

Novela

ePub r1.0Titivillus 12.01.16

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Pablo Neruda, 1926

Editor digital: TitivillusePub base r1.2

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PRÓLOGO

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He escrito este relato a petición demi editor. No me interesa relatar cosaalguna. Para mí es labor dura, paratodo el que tenga conciencia de lo quees mejor, toda labor siempre es difícil.Yo tengo siempre predilecciones por lasgrandes ideas, y aunque la literatura seme ofrece con grandes vacilaciones ydudas, prefiero no hacer nada aescribir bailables o diversiones.

Yo tengo un concepto dramático dela vida, y romántico; no me

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corresponde lo que no llegaprofundamente a mi sensibilidad.

Para mí fue muy difícil aliar estaconstante de mi espíritu con unaexpresión más o menos propia. En misegundo libro VEINTE POEMAS DEAMOR Y UNA CANCIÓNDESESPERADA, ya tuve algo detrabajo triunfante. Esta alegría debastarse a sí mismo no la puedenconocer los equilibrados imbéciles queforman una parte de nuestra vidaliteraria.

Como ciudadano, soy hombretranquilo, enemigo de leyes, gobiernose instituciones establecidas. Tengorepulsión por el burgués, y me gusta la

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vida de la gente intranquila einsatisfecha, sean éstos artistas ocriminales.

PABLO NERUDA.

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EL HABITANTEY SU

ESPERANZA

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HORA bien, mi casa es la últimade Cantalao, y está frente al mar

estrepitoso, encajonada contra loscerros.

El verano es dulce, aletargado, peroel invierno surge de repente del marcomo una red de siniestros pescados,que se pegan al cielo, amontonándose,saltando, goteando, lamentándose. Elviento produce sus estériles ruidos,desiguales, según corran silbando en losalambrados o den vueltas su oscuraboleadora encima de los caseríos o

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vengan del mar océano arrollando suinfinito cordel.

He estado muchas veces solo en mivivienda mientras el temporal azota lacosta. Estoy tranquilo porque no tengotemor de la muerte, ni pasiones, pero megusta ver la mañana que casi siempresurge limpia y reluciendo. No es raroque me siente entonces en un troncomirando hasta lejos el agua inmensa,oliendo la atmósfera libre, mirando cadacarreta que cruza hacia el pueblo concomerciantes, indios y trabajadores yviajeros. Una especie de fuerza deesperanza se pone en mi manera de viviraquel día, una manera superior a laindolencia, exactamente superior a mi

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indolencia.No es raro que esas veces vaya a

casa de Irene. Atravieso ese recintobaldío que me separa del pueblo, cosade una legua, sigo por las callesdeshabitadas y me detengo frente alportón de su casa, donde la esperoaparecer.

Si está lavando me gusta ver susmanos que se azulan con el agua fría, siestá entre la huerta, me gusta ver sucabeza entre las pesadas flores delgirasol, si no está, me gusta ver vacío elpatio y la huerta y la espero sin desearque llegue.

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II

rene es gruesa, rubia, habladora, poreso me he formado el propósito de

venirme al pueblo. Lava, canta, es ágil,rápida, garabatea los papeles con monosinverosímiles; en realidad la vida seríadivertida.

No me saluda desde lejos alacercarse, pero yo me pongo entre ella yyo para recoger su primer beso antes deque resbale de su rostro. Espérate ledigo, abrazándola, no te has acordado demí en estos largos días, ¿para qué podíavenir? Ella no me oye siquiera, me

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arrastra de prisa a contarle mishistorias. Me siento alegre al lado suyo,invadiéndome su salud de piedra dearroyo.

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III

os cuatro caballos son negros conla luz nocturna y descansan

echados a la orilla del agua como lospaíses en el mapa. Rivas y yo nosjuntamos en el Roble Huacho y echamosa andar a pie sin hablar.

Ladran los perros a millares lejos,en todas partes y un vaho blanco emanade las calladas lomerías.

—¿Serán las tres?—Deben ser.He dado el salto, y con amortiguados

movimientos suelto las trancas.

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El piño se levanta y sale conlentitud. Las coigüillas resuenanprofundamente con su intermitenciaredoblada, metálica, fatal.

Robar caballos es fácil, y contentosRivas y yo apuramos las bestias. Rivassabe su oficio y llegará con el robo aLimaiquén, y nadie como él sabráocultarlo y venderlo.

Nos despedimos y a galope violentoalcanzo mi camino, desciendo loscerros, y al lado del mar apurosalpicándome, pegándome fuertementeel viento de la noche del mar.

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IV

stoy enfermo y siento el runrúntirante de la fiebre dándome

vueltas sobre la paja del camastro. Elcalabozo tiene una ventanuca muyarriba, muy triste, con sus seis delgadosfierros, con su parte de alto cielo. Dos otres presos son: Diego Cóper, tambiéncuatrero, hombre altanero, de aireorgulloso, y Rojas Carrasco, tipo gordo,sucio, antipático, que no sé qué líostiene con la policía rural.

Pero sobre todo, el largo día, cuandoel verano de esta comarca marina zumba

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hasta mis oídos como una chicharra, conlejos, lejos, el rumor de ladesembocadura, donde recuerdo elmuelle internando su solitaria madera, elvaivén del agua profunda, o más distantelas carretas atascadas de viejos trigos,la era, los avellanos.

Sólo me apena pensar que hayaaprendido las cosas inútilmente; meapena recordar las alegrías de midestreza, el ejercicio de mi vidaconducida como un instrumento en buscade una esperanza, la desierta latitudvanamente explorada con buenos ojos yentusiasmo.

A media tarde se escurre por debajode la puerta una gallina. Ha puesto

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después entre la paja del camastro unhuevo que dura ahí, asustando supequeña inmovilidad.

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V

i querido Tomás:Estoy preso en la policía de

Cantalao, por unos asuntos de animales.He pasado un mes ocioso, con grantedio. Es un cuartel campesino, degrandes paredes coloradas, en dondevienen a caer indios infelices yvagabundos de los campos. Yo leescribo para saber de Irene, la mujer deFlorencio, a quien deseo que lleve unrecado que no necesito decirle. La veo ytengo la sensación de que está sola o deque la maltrataran.

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¿Qué quiere decir esto? Trate deencontrarla. Ella vive frente al chalet delas Vásquez.

Lo abraza su amigo.

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ntonces cuando ya cae la tarde y elrumor del mar alimenta su dura

distancia, contento de mi libertad y demi vida, atravieso las desiertas callessiguiendo un camino que conozcomucho.

En su cuarto estoy comiéndome unamanzana cuando aparece frente a mí, y elolor de los jazmines que aprieta con elpecho y las manos, se sumerge ennuestro abrazo. Miro, miro sus ojosdebajo de mi boca, llenos de lágrimas,pesados. Me aparto hacia el balcón

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comiendo mi manzana, callado, mientrasque ella se tiende un poco en la camaechando hacia arriba el rostrohumedecido. Por la ventana el anochecercruza como un fraile, vestido de negro,que se parara frente a nosotroslúgubremente. El anochecer es igual entodas partes, frente al corazón delhombre que se acongoja, vacila su trapoy se arrolla a las piernas como velavencida, temerosa. Ay, del que no sabequé camino tomar, del mar o de la selva,ay, del que regresa y encuentra divididosu terreno, en esa hora débil, en quenadie puede retratarse, porque lascondenas del tiempo son iguales einfinitas, caídas sobre la vacilación o

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las angustias.Entonces nos acercamos conjurando

el maleficio, cerrando los ojos comopara oscurecernos por completo, peroalcanzo a divisar por el ojo derecho sustrenzas amarillas, largas entre lasalmohadas. Yo la beso conreconciliación, con temor de que semuera; los besos se aprietan comoculebras, se tocan con levedad muydiáfana, son besos profundos y blandos,o se alcanzan los dientes que suenancomo metales, o se sumergen las dosgrandes bocas temblando comodesgraciados.

Te contaré día a día mi infancia, tecontaré cantando mis solitarios días de

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liceo, oh, no importa, hemos estadoausentes pero te hablaré de lo que hehecho y de lo que he deseado hacer y decómo viví sin tranquilidad en el hotel deMauricio.

Ella está sentada a mis pies en elbalcón, nos levantamos, la dejo, ando,silbando me paseo a grandes trancos porsu pieza y encendemos la lámpara,comemos sin hablarnos mucho, ellafrente a mí, tocándonos los pies.

Más tarde, la beso y nos miramoscon silencio, ávidos, resueltos, pero ladejo sentada en la cama. Y vuelvo apasear por el cuarto, abajo y arriba,arriba y abajo, y la vuelvo a besar, perola dejo. La muerdo en el brazo blanco,

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pero me aparto.Pero la noche es larga.

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VII

l doce de marzo, estando yodurmiendo, golpea en mi puerta

Florencio Rivas. Yo conozco, yoconozco algo de lo que quiereshablarme, Florencio, pero espérate,somos viejos amigos. Se sienta junto ala lámpara, frente a mí y mientras mevisto lo miro a veces notando sutranquila preocupación. Florencio Rivases hombre tranquilo y duro y su carácteres leal y de improviso.

Mi compadre de mesas de juego yasuntos de animales perdidos, es blanco

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de piel, azul de ojos, y en el azul deellos gotas de indiferencia. Tiene lanariz ladeada y su mano derecha contrala frente y en la pared su silueta negra,sentada. Me deja hacer, con mi lentitud yal salir me pide mi poncho de lanagruesa.

—Es para un viaje largo, niño.Pero él, que está tranquilo esta

noche, mató a su mujer, Irene. Yo lotengo escrito en los zapatos que me voyponiendo, en mi chaqueta blanca decampero, lo leo escrito en la pared, enel techo. Él no me ha dicho nada, él meayuda a ensillar mi caballo, él seadelanta al trote, él no me dice nada. Yluego galopamos, galopamos

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fuertemente a través de la costasolitaria, y el ruido de los cascos hacetas tas, tas tas, así hace entre las malezasaproximadas a la orilla y se golpeacontra las piedras playeras.

Mi corazón está lleno de preguntas yde valor, compañero Florencio. Irene esmás mía que tuya y hablaremos; perogalopamos, galopamos, sin hablarnos,juntos y mirando hacia adelante, porquela noche es oscura y llena de frío.

Pero esta puerta la conozco, esclaro, y la empujo y sé quién me esperadetrás de ella, sé quién me espera, ventú también, Florencio.

Pero ya está lejos y las pisadas de sucaballo corren profundamente en la

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soledad nocturna; él ya va arrancandopor los caminos de Cantalao hastaperderse de nombre, hasta alejarse sinregreso.

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a encontré muerta, sobre la cama,desnuda, fría, como una gran lisa

del mar, arrojada allí entre la espumanocturna. La fui a mirar de cerca, susojos estaban abiertos y azules como dosramas de flor sobre su rostro. Las manosestaban ahuecadas como queriendoaprisionar humo, su cuerpo estabaextendido todavía con firmeza en estemundo y era de un metal pálido quequería temblar.

Ay, ay las horas del dolor que yanunca encontrará consuelo, en ese

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instante el sufrimiento se pegaresueltamente al material del alma, y elcambio apenas se advierte. Cruzan losratones por el cuarto vecino, la boca delrío choca con el mar sus aguas llorando;es negra, es oscura la noche, estálloviendo.

Está lloviendo y en la ventana dondefalta un vidrio, pasa corriendo eltemporal, a cada rato, y es triste para micorazón la mala noche que tira a romperlas cortinas, el mal viento que silba susmovimientos de tumultos, la habitacióndonde está mi mujer muerta, lahabitación es cuadrada, larga, losrelámpagos entran a veces, que noalcanzan a encender los velones

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grandes, blancos, que mañana estarán.Yo quiero oír su voz, de inflexión haciaatrás tropezando, su voz segura parallegar a mí como una desgracia quelleva alguien sonriéndose.

Yo quiero oír su voz que llama deimproviso, originándose en su vientre,en su sangre, su voz que nunca quedóparada fijamente en lugar ninguno de latierra, para salir a buscarla. Yo necesitoagudamente recordar su voz que tal vezno conocí completa, que debí escucharno sólo frente a mi amor, en mis oídos,sino que detrás de las paredes,ocultándome para que mi presencia no lahubiera cambiado. ¿Qué pérdida esésta? ¿Cómo lo comprendo?

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Estoy sentado cerca de ella, yamuerta, y su presencia, como un sonidoya muy grande, me hace poner atenciónsorda, exasperada, hasta una grandistancia. Todo es misterioso, y la velotoda la triste oscura noche de lluviacayendo, sólo al amanecer estoy otra veztransido encima del caballo que galopael camino.

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IX

on gran pasión las hojas arrastranquejando, los pájaros se dejan

caer desde las altas pajareras y ruedanruidosos hasta el pálido ocaso, dondedestiñen levemente, y existe por toda latierra un grave olor de espadaspolvorientas, un perfume sin descansoque hecho una masa por completo seestá flotando echado entre los largosdirectos árboles como un animal gris,pelado, de alas lentas. Oh, animal delotoño, hecho de deshechas mariposascon olor a polvo de la tierra notándose

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aún callado en la noche que sube de losagujeros tapándolo todo con su mantosin cesar.

Porque la tarde es un capullo frío dedonde como negras flores emergensombras, pasan carruajes triturando elamarillo de las hojas, amarillo lívido decaídas muertas arrastradas quebradizaslencerías, parejas inclinadas en símismas que pasan tambaleando comocampanas, dirigiéndose hacia esadirección en que un naipe de metal enmonedas descuella sobre la pared.Otoño asustado, vaivén de cosas sinruido que olfateándose se advierten, deesa manera irreductible por la cual elciego conoce el terciopelo y la bestia se

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somete a la noche.Hasta clavado implacablemente en

la atmósfera que rodea lasconstelaciones, circula como un anillolargo aventando soledades, trizas deilusiones, aquellas no ya definitivamenteperdidas, porque son las que el vientopuede cimbrar, dejar caer a latigazos,flotando entremedio de las montonerasde hojas rotas, sumiéndose en loprofundo de los patios deshabitados, delas alcobas demasiado grandes, llegandoa todo inundarlo y a establecerse comono se puede decir qué composiciónmisteriosa en los espejos, en las ateridasarañas de luz, en los flecos de loscansados sillones, ay, porque todo eso

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quiere recobrarse hacia su verdadera,ignorada vida secreta y tira a regresarsin sentirse demasiado muerto.

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ra indudable que José Silvaterminaría en aquello, dándose de

balazos con cualquiera en una de esaslúgubres estaciones que se acercan aCantalao, y cuando todos los cálculosestán hechos, cálculos que vanamontonándose en la misma igualdadnegativa, deshacer ese tumulto con unarápida acción es el verdadero camino.Yo escogí la huida, y a través de puebloslluviosos incendiados, solitarios,caseríos madereros en queindefectiblemente uno se espera con los

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inmensos castillos de leña, con el rostrode los ferroviarios desconocidos ypreocupados, con los hoteleros y lashoteleras, y en el fondo del cuarto dondela vieja litografía hamburguesa, lacolcha azul, la ventana con vista a lalluvia, el espejo de luna nublada dedonde salen corriendo los días jueves,el lavatorio, el cántaro, la bacinilla, ladesesperación de salir de ninguna partey llegar allí mismo. Pero su retrato meacompañaba, por supuesto, su retrato enque Irene tiene esa actitud magnífica, detranquila perseguidora, con la manodejada allí por el fotógrafo, y los ojosazules creados allí por Dios.

Y en realidad al encontrarla en aquel

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pequeño hotel «Welcome», al lado de laprefectura, sólo su impermeable cerradola alejaba de su retrato.

¿Cómo librarme de aquella mujer?Le dije cariñosamente buenos díasnegándome su aliento, había creídohundir su miseria, su abandono en aquelcaserío abandonado, no era más que unmontón de recuerdos dolorosos. ¿Hasvenido a afirmarme tu última luz? En eltiempo mojado esperé su palabra, quellegaba otra vez.

—Florencio estuvo muy enfermo, y amenudo te recordaba llamándote, perono supe dónde buscarte; desde quevendiste la tienda nadie te puededescubrir. ¡Dios mío, qué cosas pasan!

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¡Nada de eso! A nadie he querido hablarde ello; se quedó con sus lágrimas.

—Yo tampoco podía olvidarte. Noera necesario sin embargo encontrarnosa cada paso, y qué cosa más difícil quereponer esa solicitud de los viejos díasperdidos. Miraba pasar los trenes quedejan a los pueblos y nunca te esperé, yahí está la prueba, tu retrato de niña muyniña que a todas partes me siguióguardado con su orilla negra de luto ycompletamente inolvidable.

Elvira venía cada mañana, no lamiraba; tu presencia volvía hasta hoy.

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ndrés me despertaba de la mismamanera todos los días riéndose a

grandes risas. Su carcajada sobresalepor encima de él porque es tan pequeñoque casi no lo encuentro.

De veras, es horrible esta vida, laLucha, el sol entraba cada mañana, laLucha aún todavía tan niña, y arrastrarsehasta el muelle desde donde se pierdentodos los sentidos. Pero habrá algúnrincón de piedras duras y enormes yteñidas de vetas verdes desde donde unhombre con vocación de soledad puede

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esperar todas las tardes a una mismamujer.

—Ah, ya sé, te quedarás todos losdías jugando a la brisa, con Andrés, oAguilera con los brazos en alto. Ayer tevi pasar y eras tú, no me lo niegues,desde dos leguas lo habría asegurado. Ala Lucía ya casada no le sientan esosamoríos. Sí, es ella, ya lo sé.

Sí, era en verdad Lucía, nadie másatrayente que ella en aquella casa dehuéspedes polvorienta, en que su graciaconsistía en arrodillarse al pie de micama, cada vez que estuve enfermo, enconsultar las mesas adivinas, en llenarlas paredes de mi cuarto con sus dibujosde la academia, de la cual ella parecía

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algo nostálgica, con su cabeza teñidavivamente, sus ojos de pájaro alocado,nunca pudo entender nada. Sí, perodesde tan lejos la diviso destacando suvestido rojo en el sobaco palidecido delcerro, ella esperándome, y ¡ay, cuánto teamo, Lucía!, amo tu cuerpo estrecho ysin egoísmo completamente pronto a mised, como lo abandonado de tu corazóny la punta de tus zapatos arrugadoslevemente por la pobreza, y caminandojuntos por el sendero por donde haycaracoles, que es allí donde el marocéano azota su olor de ostras de otoñoy los pájaros enciman con lentitud deparacaídas su comida de algasdurmiendo, es placentero al corazón de

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los enamorados ir sin acordarse deSebastián ni de su invitación, ir,andando con las caderas pegadas;delicioso marcar profundamente el pesode la huella sobre la humedad de lacosta, anillo de humedad de culebrainfinita, que sobrecorre al lado de laorilla del mar moviéndose; Lucía, la delos ojos grandes como tortugas y quenunca están saliendo de su sorpresa,motivada por todas las pequeñas cosasdel mundo, donde tienen su parte elalhelí, el cinematógrafo, la floraaplastada de las cretonas, su collar decuentas de vidrio, y la aventura de mivida que ella semeja desdeñar. Ay, porDios, apretémonos juntos, que la

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Estrella de esperanza comienza a sonarsu metal húmedo de todo el cielo, sí, yno te ocupes mucho de lo que estádemasiado lejos. Sólo deseo lo que tusombra topó por un instante al crecer otemblar; es demasiado para lo quenecesito tu nuca blanca y pequeña dondepuedo tenderme a escribir condelicadeza, ¿no eres tú la que me estáesperando en el rincón que conozco deesta edad solitaria?

Lo recuerdo, eres tú la que hiciste unbosquejo ya olvidado, eran dos sombrasmetidas en una ventana, que ella erablanca y débil como la que yo conocí, yél con el sombrero agachado y elsobretodo hasta el cuello y su silueta

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negra de guardador tuyo; bosquejo quetú rompiste al otro día, porque alarrodillarte al pie de mi cama notasteuna presencia ajena y mi ausencia conella.

Poco importa, vamos, cántame labarcarola de todo lo infinito que yodeseo, mi pequeña; estamos los dos, ysomos los habitantes del límite que sólonosotros podríamos pisar; cántame labarcarola de las tumultuosas soledadesdel mar, lo profundo, lo oscuro, lotumultuoso de la noche del mar, quierosaber por tu boca de color de coralinfantil el crecimiento de las mareas,cuéntame cómo se arrollan, se estiran, seencogen llevando adentro pescados

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vivos y floraciones de luto; mi pequeñaLucía, cántame, encántame con el crecerde la larva de las tinieblas, allí dondecomienzan a despuntar el agujero de lasventanas, el alto brillo de lasembarcaciones del tiempo, todo lo queaman los hombres y las mujeres unidosmuy ardientemente, y lo que yo solo,pobre habitante perdido en la sala deuna esperanza que nunca se supo limitar,puede desear para acallar suspensamientos tristes.

Sin embargo, no es tarde y estoycontento. Lucía, cómo te amo. Te llevodel brazo como a mi pequeña quimera, ycuando quieres saltar una charca de lasalobre agua del mar, yo te levanto un

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poco con alegría, tanto como pueden misfuerzas.

Estás radiante. El sol se parte apedazos en tu pequeña frente, que correa lo largo de tu cuerpo como un vestido.Entonces, hemos llegado ya a la gruta denuestros descansos, y ardientementebesándonos, nos miramos con ojostranquilos que se agrandan con laproximidad, siendo después el mássuave de mis besos el que te hace caerdulcemente hacia atrás.

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echa la cruz de verde madera,muchos días fueron cruzando

encima de mí sin que yo advirtiera,corriendo entre los malezales secretos yhúmedos vecinos del cementerio,tumbado al borde de la quebrada deRarinco, hasta que el primer temporalhízome rodar a la ventana de mivivienda. De fuera el mar profundamentesalpica contra los pies del cerrocallado, amarillento, inmóvil.

Está extendido de plantas duras,intermitentes, o largos herbarios roídos

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por el color del tiempo y la asistenciade la soledad, cayendo sobre su grupacomo secas gualdrapas.

La orilla del mar es blanca yparalela desde el cuarto, moviéndose supatinaje triste y lamentándose, detrás suconjunto se hace azul, lejano lejanísimo,y los pájaros que hasta ese límite vuelangraznando tal vez no encuentran piedradonde parar el aletazo.

Y luego existen esos días que searrastran desgraciadamente, que pasandando vueltas sin traerse algo, sinllevarse nada; sin llevarse ni traersenada, el tiempo que corre a nuestro lado,ciclista sin apuro y vestido de gris, quetumba su bicicleta sobre el Domingo, el

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Jueves, el Domingo de los pueblos yentonces, cuando el aire más pareceinmóvil, y nuestro anhelo se haceinvisible como una gota de la lluviapegándose a un vidrio, y sobre el techode mi habitación demasiado apartada,persiste, insiste, cayendo el aguacero,viéndose en las partes oscuras de laatmósfera, especialmente si en laventana del frente falta un vidrio, sutejido cruzándose, siguiéndose, hasta elsuelo.

Muchos días llevo paseando delargo a largo el piso de mi cuarto, ymucho ha de ser el tiempo cuando aún lacongoja no se cae de mis hombros;mucho ha de ser el tiempo.

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XIII

on muchos los que entran en elalmacén, y yo estuve allí desde

temprano. He arreglado las cajas sobrelas estanterías, alineando los pesadosrollos de género, muerdo las galletas ylos dulces.

Después de una larga temporada deinactividad es difícil recobrar el sentidode la acción, que exige sostenidamenteel equilibrio de aquellos imposiblesdetalles. Me decidí a salir de mihabitación que tanto he querido parahacerme cargo de la tienda de mi

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hermano, me agradó para aquel largoinstante detenido cualquier ocupaciónsedentaria.

Yo soy perezoso y soñador, y niegocasi siempre a los parroquianos laspequeñas mercaderías que solicitan decontinuo. Pronto va tomando todo estoun aire de bancarrota y de término. Perome encuentro bien. Irene, hela otra vezvolviendo a pasar frente a mi puerta,aunque bien lo sabe, su vestido rosado ysu sombrero verde ya no despiertan miatención.

Sí, es bien seguro, ella quiereenvanecerse sola, topando débilmentemi reconcentrada pasión como desdelejos, y no sabiendo, pero yo apenas si

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la miré. Y cuando su boca frente a mí, ytodavía ¡ay!, completamente inolvidableme preguntó el precio de la seda y delpañuelo que yo llevaba al cuello, yo,estoy seguro, le dije aquellos precios sinpizca de impaciencia.

A veces, cuando el aburrimiento esdemasiado grande, este destierro meparece muy amargo. Pero ¿qué es lo quehay detrás del límite de este pueblo?¿Qué placeres marcan los itinerarios queno conozco? ¿Qué sorpresa deimprevista ráfaga marcan losacontecimientos sucedidos en ladistancia?

Para mí las horas son iguales, y setiran a estrellones sobre el mismo

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atardecer. En la tienda el gato me esperacada mañana, cambia un poco su actitudsegún sean los ayunos que le impone minegligencia. Pero su amo también ayuna.Porque hasta me olvido de comer, en lasomnolencia de transcursos idénticos, enla inmovilidad exacta de cosas que merodean.

Bueno, esto debe tener algún fin. Otal vez, éste es el fin.

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V

XIV

«Pero, por desgracia,habíase metido entonces enun mal negocio».

LOTI. —Mi hermanoIves.

oy a decir con sinceridad mi caso;lo he explicado con claridad

porque yo mismo no lo comprendo.Todo sucede dentro de uno conmovimientos y colores confusos, sindistinguirse. Mi única idea ha sidovengarme.

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Han sido largos días en que estaidea comienza a despertar, a apartarsede las otras, viniendo, reviniendo comocosa natural e inapartable. Y allí, en elcírculo elegido del blanco se clava derepente calladamente la determinación.

Mi hombre contra nada huye o estálejos. Conozco todos los paraderos deFlorencio, los nombres, las profesiones,las ciudades y los campos en que cruzóel paso de mi antiguo camarada. Elataque lo he meditado detalle pordetalle, volviéndome loco de noche,revolcando esa acción desesperada quedebe libertar mi espíritu. Como untremendo obstáculo en un caminonecesario ese acto se ha puesto en mi

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existencia, y este tiempo dedesorientación y de fatiga sólo hace nomás que aislarlo.

Frente a frente a un individuo odiadodesde las raíces del ser, hablar con vozcallada el padecimiento, y descifrar conlentitud la condena, no enumerar losdolores, las angustias del tiempoforzado, para que ellos no crezcan ydebiliten la voluntad de obrar, estaratentos y seguros al momento en que labala rompa el pecho del otro, y de losdos aventureros que fuimos, quedarsemuerto uno por allí mismo, sobre lastablas de una casa vacía, en el campo,en la ciudad, en los puertos, tenderlomuerto allí mismo por una inmediata

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voluntad humana.Y que ese gran cumplimiento vaya a

ser el mío, que esa gran seguridad tengaque ser mi alimentación de pesarestragados con continuidad que sólo yoconozco y sea yo también una vezllegado el término, el dueño de mi partede libertades.

Entonces de la noche que palpitaencima de mi lecho se caedeshaciéndose una campanada: soniguales en toda la tierra las vigilias. Esextraño, ayer cuando subía la escala aoscuras, crujió muchas veces, y recibíde repente la sensación del olor del mar.Tendré cuidado. La distancia del mar esopresora, invade, subí los escalones

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pensando en ella, y la manera de medirlaponiendo mi cuerpo en su orillaalargándolo hasta palidecer.

Ay de mí, ay del hombre que puedequedarse solo con sus fantasmas.

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O

XV

s debo contar mi aventura, avosotros los que por completo

conocéis el secreto de las noches y osalimentáis de ese misterio, a vosotroslos desinteresados vigilantes que tenéislos ojos abiertos en la puerta de lostúneles, allí donde una luz roja parpadeael peligro, y gusanos de luz verde cruzansu vientre, a vosotros los que conocéisel destino de la vigilia y que en el mar,en el desierto, en el destierro, veis nacery crecer las grandes mariposas de alasde trapo que brotan del sueño

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incompatible, a vosotros los pescadores,poetas, panaderos, guardianes de faro, ya los que demasiado celosos por guardaruna inquietud, conocen el riesgo dehaber estado una sola vez siquiera frentea lo indescifrable.

También de noche he entradotitubeando en la casa del buscado, con elfrío del arma en la mano, y con elcorazón lleno de amargas olas. Es denoche, crujen los escalones, cruje lacasa entera bajo las pisadas delhomicida que son muy leves y muyligeras sin embargo, y en la oscuridadnegra que se desprende de todas lascosas, mi corazón latía fuertemente.También he entrado en la habitación del

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encontrado, allí las tinieblas ya habíanbajado hasta sus ojos, su sueño eraseguro porque él también conoce loinexistente, mi antiguo compañero;roncaba a tropezones, y sus ojos loscerraba fuertemente, con fuerza dehombre sabio, como para guardar susueño para siempre. Entonces, ¿qué haceentonces ese pálido fantasma al cualalgo de acero le brilla en la manolevantada?

Estaba durmiendo, soñaba que en elgran desierto confundido de arenas y denombres, nacía una escalera pegándosedel suelo al cielo, y él al subir sentía sualma confundida. ¿Quién eres tú, ladronaque acurrucada entre los peldaños coses

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silenciosamente y con una sola mano?Todo es del mismo color, un gris de fríanoche de otoño, todo tiene el color deviejos metales gastados, y también deltiempo. He aquí que de repente la viejaladrona se para ante Florencio. Es unaequivocación, ¿cómo podía ser tangrande? Su voz sale con ruido de olas desu única mano, pero no se podíaentender su lenguaje. Me engañaba, todoera color de naranja, todo era como unasola fruta, cuya luz misteriosa no podíamadurar, y ante ese silencio no se podíacomprender nada. ¿Qué buscábamosallí? Sin duda no veníamos por ningúninstrumento olvidado, y repito que estecolor es muy extraño, como si allí se

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amontonasen millones de cáscarascárdenas.

Las bestias retrocedían sueltas hastaencontrar su salida. El temor me hacíaarrancar a mí también parándome alborde de la corriente de aquellaavenida. Hay detrás de todo estotambién una mujer durmiendo, él larecuerda sin concisión. De toda esazozobra emergen destellos que quisieranprecisar su forma. Bueno, está tendidade lado, y los peces se amontonanqueriendo sorprender su mirada, peroella es demasiado dulce y pálida parapoder mirar. No mira, sus ojos estánfatigados; sus manos también estánfatigadas, solamente querían crecer.

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¿Quién podría decir hasta dónde iban allegar? He sentido su frío sobre mifrente, su frío de riel mojado por elrocío de la noche, o también de violetasmojadas. El prado de las violetas esinmenso, subsiste a pesar de la lluvia,todo el año los árboles de las violetasestán creciendo y se hunden bajo mispies como coles. Esa es la verdad. Peroes imposible encontrar nada en esaregión, las violetas rotas se componencon rapidez, crecen detrás de nosotros ya nuestro alrededor sólo existe estepesado muro, espeso, blando, verde,azul. Entonces tomé el hacha de micompañero, pero algo extraño observéque pasaba, era mi hacha leñera la que

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mis árboles habían robado, y vi su luzde acero temblando fríamente sobre micabeza. Tendré cuidado. Será necesariotraerla amarrada a mis tobillos, y ellagritará, os lo aseguro, aullarálúgubremente como un perro.

Yo he estado solo a solo, durmiendoel hombre que debo matar, os loaseguro, pero entre mi mano levantadacon el arma brillando, se ha interpuestosu sueño como una pared. Lo juro,muchas veces bajé el arma contra esematerial impenetrable, su densidadsujetaba mi mano, y yo mismo, en lasolitaria vivienda, en que yo tampocoestaba, yo también me puse a soñar.

Ahora estoy acodado frente a la

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ventana, y una gran tristeza empaña losvidrios. ¿Qué es esto? ¿Dónde estuve?He aquí que de esta casa silenciosabrota también el olor del mar, comosaliendo de una gran valva oceánica, ydonde estoy inmóvil.

Es hora, porque la soledad comienzaa poblarse de monstruos; la noche titilaen una punta de colores caídos,desiertos, y el alba saca llorando losojos del agua.

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PABLO NERUDA, nacido y muerto enChile (Parral, 1904 - Santiago, 1973),ha sido sin duda una de las voces másaltas de la poesía mundial de nuestrotiempo. Desde el combate directo odesde la persecución y el exiliovalerosamente arrostrados, latrayectoria del poeta, que en 1971

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obtuvo el premio Nobel, configura, a lavez que la evolución de un intelectualmilitante, una de las principalesaventuras expresivas de la lírica enlengua castellana, sustentada en unpoderío verbal inigualable, que de laindiscriminada inmersión en el mundode las fuerzas telúricas originarias seexpandió a la fusión con el ámbito natalamericano y supo cantar el instanteamoroso que contiene el cosmos, eltiempo oscuro de la opresión y el tiempoencendido de la lucha. Una mirada queabarca a la vez la vastedad de los seresy el abismo interior del lenguaje: poetatotal, Neruda pertenece ya a la tradiciónmás viva de nuestra mayor poesía.