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El origen de la vida y la emergencia del alma humana..
Rafael VicuñaPontificia Universidad Católica de Chile
I Introducción
I.1. El supuesto conflicto entre religión y ciencia.
Cuando se piensa en la relación que puede establecerse entre religión y
ciencia, es muy difícil sustraerse al hecho de que la primera es percibida por muchos
como un impedimento al libre progreso del conocimiento científico. Múltiples
escritos nos dan cuenta de este aparente conflicto. Dos obras clásicas al respecto son
sin duda History of the conflict between religion and science1, publicada en 1874 por
John William Draper y A history of the warfare of science with theology in
Christendom2, de Andrew Dickson White, aparecida veintidós años más tarde que la
anterior. En palabras del propio White, su trabajo “describe la sagrada lucha por la
libertad de la ciencia, una lucha que ha perdurado por siglos y que continúa”.
Una postura de confrontación entre religión y ciencia es asumida en nuestros
días por sectores reduccionistas extremos, quienes atribuyen a la ciencia el poder de
dar respuestas certeras a cuanta interrogante pueda surgir de la curiosidad innata del
hombre. Un representante muy característico de esta corriente es el premio Nobel
Francis Crick, quien en su libro The atonishing hypothesis3 nos propone abordar los
temas de la existencia del alma y de la existencia de Dios con el método científico.
“Tú, tus gozos y tus penas, tus memorias y tus ambiciones, tu sentido de identidad
personal y tu libre albedrío, no son más que el comportamiento de un vasto
ensamblaje de neuronas y sus moléculas asociadas”, nos dice Crick. A lo cual se
permite agregar que si hay un Dios, su existencia debiera poder ser demostrada
mediante la aplicación del método científico. Otro destacado representante de esta
1 John William Draper, History of the conflict between religion and science (New York: D. Appleton & Co., 1874)2 Andrew Dickson White, A history of the warfare of science with theology in christendom (2 vols, New York: D. Appleton & Co., 1896)3 Francis Crick, The atonishing hypothesis (Macmillan Publishing Company, New York, 1994)
1
posición reduccionista es Richard Dawkins, autor del best seller The selfisf gene4.
Un manifiesto ateo, Dawkins ha dicho que él no es el tipo de científico que piensa
que religión y ciencia abordan temas separados y que por lo tanto puedan coexistir
fácilmente. Según él, la mayoría de las religiones postula que Dios es el responsable
del diseño y del propósito propios de los seres vivos, lo que no es cierto. “Todo
propósito es finalmente dado por la selección natural y este es el credo que quiero
expandir”, nos dice Dawkins.
Más razonable parece ser la postura de Stephen J. Gould, académico de la
Universidad de Harvard. Gould se ha ganado un sitial de gran prestigio entre los
biólogos evolucionistas por su proposición junto a Niles Eldredge de la teoría del
equilibrio puntuado y por el rol que le asigna a la contingencia en la evolución de las
especies. Gould es a la vez muy conocido fuera de la comunidad científica por sus
numerosas publicaciones de divulgación acerca del proceso evolutivo. En su
permanente defensa de una ciencia libre de interferencias externas, Gould nos
manifiesta en su libro Rock of ages: science and religion in the fullness of life5 que el
supuesto conflicto entre religión y ciencia no tiene lógica alguna, puesto que cada
una tiene su propio magisterio. El de la ciencia es el de la investigación empírica,
mientras que la religión se preocupa de los valores morales y de la trascendencia. Su
teoría del NOMA (Non Overlapping MAgisteria) concede la misma importancia a
ambos magisterios, considerándolos dignos de igual respeto, independientes entre si
y por lo tanto libres de interferencias recíprocas. Resulta interesante que un
científico que se autocalifica de agnóstico como Gould haya tomado la iniciativa de
aclarar ciertos malos entendidos históricos que han provocado un gran daño a la
Iglesia Católica. Es así como ha rebatido algunas de las afirmaciones hechas por
Draper en su obra mencionada anteriormente, quien según Gould habría inventado
que los teólogos de Salamanca se oponían al viaje de Colón por considerar herética
su postura de que la tierra era una esfera.
4 Richard Dawkins, The selfish gene (New York: Oxford University Press, 1976)5 Stephen L. Gould, Rocks of ages. Science ans religion in the fullness of life (Ballantine Publishing Group, 1999.
2
Dentro de este ámbito de supuesto conflicto entre religión y ciencia, no puede
dejar de mencionarse la corriente creacionista que se da con rasgos particularmente
beligerantes en los EEUU de América. En este caso, el malentendido surge de la
errónea creencia que la Sagrada Escritura debe ser interpretada literalmente, como si
se tratara de un texto científico. Esta postura puede conducir a situaciones que
resultan algo paradójicas. Así por ejemplo, el Génesis relata que en el día primero
fue creada la tierra y que ésta tuvo mañana, tarde y noche, mientras que el sol,
responsable de los períodos que hemos definido como día y noche, fue creado el día
cuarto, después de las plantas y los árboles. Aunque bien intencionado, el
creacionismo no tiene otra opción que la de una lucha irreconciliable con la ciencia,
puesto que los datos que ésta nos entrega sobre la edad del universo, el orden de
aparición de las especies, los procesos geológicos, la creación del hombre, etc.,
contradicen abiertamente la letra de lo expresado en los textos sagrados. Lo que el
creacionismo no asume es que la adhesión a la palabra de Dios no se contradice con
el necesario trabajo literario que requiere su adecuada interpretación. Ello supone
tener en cuenta la época en que cada texto fue escrito, los rasgos de personalidad de
su autor, el entorno cultural, las circunstancias históricas, etc.
I.2. El rol de los científicos creyentes.
Frente a las mencionadas posturas de hombres de ciencia contemporáneos,
los científicos creyentes debemos preguntarnos cual es el rol que nos corresponde
asumir en este debate. Por de pronto, parece obvio que se debe resistir a la tentación
de hacer vasos comunicantes entre ciencia y religión, como si se tratara de dominios
del saber equivalentes. Esta tendencia suele llevar a la mala costumbre de llenar las
brechas científicas con explicaciones sobrenaturales, lo cual inevitablemente
conduce a un paulatino arrinconamiento de Dios en la medida que las dudas
científicas se van despejando. Nuestro objetivo debe ser más bien intentar el logro
de una comprensión integral de la realidad, buscando armonizar de un modo
3
coherente la verdad revelada con el conocimiento que obtenemos mediante el uso de
la razón.
Para tal fin, es preciso definir que es lo que podemos esperar de la ciencia,
teniendo claro que ésta tiene sus límites. No caben dudas de que la ciencia ha
demostrado ser una herramienta de extraordinaria efectividad para interrogar a la
naturaleza e ir descubriendo sus secretos. Con su método certero y riguroso, transita
por terrenos inexplorados abriendo horizontes que representan siempre un avance en
el conocimiento de la realidad. Sin embargo, ella tiene sus límites, puesto que si bien
describe rigurosamente los fenómenos naturales y sus leyes, no responde otros
aspectos de la realidad. Cuestiones como ¿Qué es el ser? ¿Qué es la verdad?
¿Porqué existo? ¿Que hay después de la muerte? ¿Existe el alma?, etc., escapan a su
objeto de estudio.
Es a la filosofía a quien corresponde buscar la respuesta a este tipo de
interrogante, con su característico método especulativo y por ende no
necesariamente progresivo como el de la ciencia. En el lenguaje aristotélico-tomista,
podríamos decir que siendo el mismo el objeto material del conjunto de las ciencias
y de la filosofía, es decir, la totalidad de las cosas, las ciencias empíricas tienen
como objeto formal las causas segundas o principios próximos, es decir, cercanas al
detalle de los fenómenos que se revelan a nuestros sentidos. La filosofía, en cambio,
trata sobre las primeras causas o razones más elevadas de todas las cosas. Ciencia y
filosofía representan entonces el esfuerzo de la razón para el conocimiento de la
realidad, estando ambas circunscritas a los ámbitos que les trazan sus respectivos
métodos.
Por último, será la fe la que nos proporcionará el sentido de los fenómenos
naturales que observamos, incluído el de nuestra propia existencia, puesto que
sabemos que "en la plenitud de los tiempos serán recapituladas todas las cosas en
Cristo, las de bajo los cielos y las de sobre la tierra"6. Pero también las materias de fe
son analizables con la razón, tarea propia de la teología, verdadera inteligencia de la
6 Ef. 1,10
4
Revelación que investiga “la Verdad, el Dios vivo y su designio de salvación
revelado por Jesucristo”7.
Tenemos así tres dominios del saber, es decir, ciencia, filosofía y teología,
cada uno con su propios principios, metodologías y procesos de análisis. La
incapacidad para apreciar los alcances de cada uno de estos tres dominios es la
causante última de los aparentes conflictos entre ciencia y la religión. Por lo tanto,
una tarea permanente para los hombres de ciencia creyentes será contribuir a
despejar esta confusión epistemológica.
I.3. Las ciencias naturales colaboran con la teología.
Otra misión ineludible que tenemos los científicos que creemos en Dios, es
precisamente hacer buena ciencia. Esto quiere decir avanzar lo más posible en el
conocimiento de los fenómenos naturales y sus causas, utilizando rigurosamente las
herramientas que proporciona el método científico. Es este buen ejercicio de la
actividad de investigación el que posibilita contribuir al diálogo entre los tres
saberes, y muy en particular, enriquecer con sus hallazgos el trabajo propio de la
teología. Sará la teología la disciplina encargada de encontrar el sentido a los
descubrimientos de la ciencia8. La cosmología contemporánea, con sus hipótesis
sobre los inicios del universo y su destino; los avances de la geología y la química
prebiótica en el estudio de los orígenes de la vida en la tierra; las investigaciones
paleontológicas y genéticas sobre los homínidos; los aportes de la neurobiología en
el campo de la conciencia; la elucidación de los eventos que tienen lugar durante las
primeras fases del desarrollo embrionario; el proyecto del genoma humano, etc.,
constituyen aportes valiosísimos ya sea para una mejor interpretación de las
Escrituras, para comprender la armonía de la creación o para el conocimiento del
hombre en cuanto creatura hecha a imagen y semejanza de Dios. Como ha afirmado
Juan Pablo II, “la vitalidad y significación de la teología para la humanidad se
7 Congr. para la doctrina de la fe, Instr. Donum veritatis, 19908 Catecismo de la Iglesia Católica, párrafo 284.
5
reflejará en forma profunda en su habilidad para incorporar estos conocimientos”9.
Su Santidad también nos ha dicho que “para delimitar bien el campo de su objeto
propio, el exégeta y el teólogo deben mantenerse informados acerca de los
resultados a los que llegan las ciencias de la naturaleza”10. Esta transferencia de
saberes debe hacerse con la convicción de que no debiera generarse ningún conflicto
entre la fe y la razón, puesto que “la verdad no puede contradecir a la verdad”11. Es
decir, lo revelado por el Creador no puede ser distinto a lo que percibimos con
nuestros sentidos. Como nos dice el Concilio Vaticano II, “cuando la investigación
metódica en todos los campos del saber se realiza en forma verdaderamente
científica y conforme a las normas de la moral, nunca se opondrá realmente a la fe,
porque tanto las cosas profanas como las realidades de la fe tienen su origen en el
mismo Dios”12. Adicionalmente, para evitar caer en el callejón sin salida de una
contradicción entre ciencia y Revelación, “es necesaria una hermenéutica rigurosa
para la interpretación correcta de la Palabra inspirada. Conviene delimitar bien el
sentido propio de la escritura, descartando interpretaciones indebidas que le hacen
decir lo que no tiene intención de decir ”13.
De los temas antes mencionados, hay dos que han experimentado un
extraordinario dinamismo en años recientes y cuyos actuales paradigmas, si bien
constituyen motivo de legítima controversia entre los propios científicos, debieran
contribuir a enriquecer la reflexión teológica. Ellos son el origen de la vida en la
tierra y la evolución de los homínidos hasta la aparición del Homo sapiens, eventos
separados por unos 3.800 millones de años. Este último acontecimiento constituye
un evento irrepetible en la historia, por lo que la ciencia lo abordará siempre en base
a hipótesis cuya validez estará dada por la solidez de las evidencias que las
9 Citado en Physics, Philosophy and Theology, ed. R.J Russel, W.R. Stoeger, G.V. Coyne. Ciudad del Vaticano, Publicaciones del Observatorio Vaticano, 1988.10 Mensaje de SS Juan Pablo II a la Academia Pontificia de la Ciencia. Ciudad del Vaticano, 22 de Octubre de 199611 Ibid.12 Conc. Ecum. Vat. II, Const. Gaudium et spes, 3613 Mensaje de SS Juan Pablo II a la Academia Pontificia de la Ciencia. Ciudad del Vaticano, 22 de Octubre de 1996
6
sostienen. En cuanto a la posibilidad de “sintetizar” vida en el laboratorio,
comenzamos a percibirlo como un objetivo alcanzable, al menos en sus formas más
simples, dados los avances en biofísica de membranas y en evolución dirigida14.
Como nos ha recordado hace poco Su Santidad Juan Pablo II, ambos temas
interesan mucho a la Iglesia, puesto que la Revelación contiene enseñanzas relativas
a la naturaleza y los orígenes del hombre15. El Magisterio de la Iglesia ha sido
llamado en varias ocasiones a pronunciarse sobre el origen de la vida y la evolución,
en el ámbito de su propia competencia. Quizás el hito más notable al respecto ha
sido la encíclica Humani generis publicada por Pío XII en 1950, en la que el avance
de las investigaciones le permitió afirmar que la doctrina del evolucionismo podía
considerarse como una hipótesis seria, digna de investigación y de una reflexión
profundas. El que hace unos años Juan Pablo II haya dicho que “Hoy, casi medio
siglo después de la publicación de la encíclica, nuevos conocimientos llevan a
pensar que la teoría de la evolución es más que una hipótesis”16, demuestra en forma
elocuente cuan importantes son para el Magisterio de la Iglesia los logros de la
ciencia.
Paradojalmente, en lo que representa un típico ejemplo de confusión de los
dominios propios de la ciencia y de la religíón, el tema del origen de la vida ha
querido usarse para negar la existencia de Dios. En efecto, en los años 20 del siglo
pasado, el partido comunista soviético llegó a la conclusión de que su proselitismo
ateísta experimentaría un gran impulso si se pudiera demostrar en forma
experimental que el origen de la vida no requiere de una intervención divina. Fue en
este contexto en el que el bioquímico ruso Alexandr Oparin, quien más tarde se
haría lisenkoista, publicó su teoría del origen de la vida a partir de una sopa
primordial17. Contrasta con lo anterior la actitud del evolucionista francés Jean-
Baptiste Lamark, para quien “la vida y la organización son productos de la
14 J.W.Szostak et al, Nature 409, 387-390, 200115 Mensaje de SS Juan Pablo II a la Academia Pontificia de la Ciencia. Ciudad del Vaticano, 22 de Octubre de 199616 Ibid.17 Alexandr Oparin, Proiskhozhdenie Zhizny (Moscú: Izd. Mosk. Rabochiy, 1924)
7
naturaleza y al mismo tiempo resultado de los poderes conferidos a la naturaleza por
el Supremo Hacedor de todas las cosas y de las leyes mediante las cuales ella está
constituída. Esto ya no puede ser cuestionado. La vida y la organización son
fenómenos puramente naturales”18.
II. El origen de la vida en la tierra19.
II.1. Algunas hipótesis sobre el origen de la vida.
Constatamos con asombro la abundancia con que la vida prolifera en nuestro
planeta. Hay evidencia de la existencia de células desde que la tierra tenía unos 600
millones de años, es decir, apenas ésta se enfrió hasta una temperatura compatible
con la vida. Hoy encontramos microorganismos en todo tipo de ambientes agrestes,
como son las profundidades marinas y terrestres, las aguas permanentemente
congeladas, las aguas termales, los salares, etc. Por su parte, la vida macroscópica se
nos presenta en una gran variedad de ambientes naturales, con múltiples colores y
morfologías, aunque con una gran uniformidad bioquímica. Pareciera que la tierra
nació preñada de vida, como ha dicho el premio Nobel Christian de Duve. La
armonía con que funcionan los ecosistemas y los complejos mecanismos de
regulación de los procesos vitales contrastan con la monotonía y simplicidad del
mundo inanimado. ¿Como es que la materia pudo llegar a un grado tan elevado de
autoorganización? ¿Cómo es que se llegó al diseño de un sistema informacional con
capacidad de autocopiarse, que permite perpetuar las instrucciones para esta
autoorganización?
Históricamente, se han propuesto distintas explicaciones al origen de la vida
en la tierra, varias de ellas incompatibles entre si. Una de las teorías que sobrevivió
varios siglos fue la de la generación espontánea, según la cual los seres vivos
18 Citado por M. Ruse en The origen of life: philosophical perspectives. J. Theor. Biol. 187, 473-482, 199719 Buenos libros recientes sobre este tema son: What is life? The next fifty years. Ed. M.P. Murphy y L.A.J. O’Neill (Cambridge University Press, 1995); Fritjof Capra, The web of life (Anchor Books, Doubleday, New York, 1996); Freeman Dyson, Origins of life (Cambridge University Press, 1999); J. Maynard Smith y E. Szathmáry, The origins of life (Oxford University Press, New York, 1999); Paul Davies, The fifth miracle (Simon & Schuster, New York, 1999).
8
estaban contínuamente creándose a partir de materia inanimada. Esta idea fue
asumida por grandes filósofos y científicos, entre los que se contaron Aristóteles,
Newton e incluso Lamarck, quien llegó a afirmar que: “La naturaleza, por medio del
calor, la electricidad y la humedad, produce generaciones espontáneas o directas en
el extremo de cada reino de cuerpos vivientes, donde los más simples de estos
cuerpos son encontrados”20. Los experimentos de Francesco Redi en el siglo XVII,
los de Lázaro Spallanzani en el siglo XVIII y finalmente los de Louis Pasteur en
1860, sepultaron para siempre esta hipótesis.
Por su parte, el físico británico Lord Kelvin (siglo XIX) y luego el químico
sueco Svante Arrhenius (comienzos del siglo XX) fueron de los primeros en sugerir
la teoría de la panspermia. Según ésta, el espacio interestelar está sembrado con
microorganismos de distinto tipo, los que en algún momento invadieron la tierra.
Más recientemente, esta corriente ha recibido un fuerte apoyo de parte de Francis
Crick y Fred Hoyle. El argumento principal a su favor es la rapidez con que apareció
la vida en la tierra, mientras que atenta contra ella la limitada capacidad de las
esporas para resistir a la radiación y las bajas temperaturas del espacio exterior. La
panspermia no está de ningún modo descartada. Hoy día abundan los estudios sobre
astrobiología y al menos un par de grupos sostienen haber identificado bacterias en
meteoritos venidos del espacio exterior. En todo caso, de confirmarse que hay vida
en el espacio exterior y que ésta pudo llegar a la tierra, ello no resuelve el problema
que nos preocupa ya que sólo lo translada de lugar.
Una tercera postura frente al origen de la vida es el ya mencionado
creacionismo. Como está dicho, esta doctrina equivoca su modo de interpretar las
Escrituras y es absolutamente incompatible con la evidencia científica, por lo que
aunque merecedora de respeto, no amerita mayor análisis.
Finalmente, tenemos la teoría más aceptada, aunque no por eso excenta de
interrogantes, que propone que la vida en la tierra surgió de un proceso evolutivo
gradual y contínuo a partir de compuestos químicos aislados. Luego de un período 20 Citado por M. Ruse en The origen of life: philosophical perspectives. J. Theor. Biol. 187, 473-482, 1997
9
inicial de acumulación, éstos comenzaron a establecer entre sí relaciones de
interacción cada vez más sofisticadas hasta alcanzar el patrón de organización
propio de los seres vivos, con capacidad de metabolismo, replicación y mutación.
Esta última teoría llegó a adquirir relevancia solo en el siglo XX, aunque ya el
propio Darwin, quien casi no se refirió al origen de la vida en sus libros, en una carta
privada escrita en 1877 abordó el tema en términos que no han sido frecuentemente
divulgados: “A menudo se dice que todas las condiciones para la producción inicial
de un organismo vivo están actualmente presentes y siempre podrían estarlo. Pero si
(y oh! que gran si) pudiéramos concebir que en un pequeño charco caliente, con toda
clase de sales de amonio y fosfato, luz, calor, electricidad, etc. presentes se formase
una proteína, presta a experimentar cambios complejos, en los tiempos actuales tal
materia sería instantáneamente devorada o absorbida, lo cual no habría sido el caso
antes que se formaran creaturas vivas”21.
II.2. Las primeras moléculas orgánicas.
Si la vida surgió aquí en la tierra, ello debió ocurrir en etapas. Primero tuvo
lugar la síntesis de biomoléculas sencillas. Luego, la combinación de ellas condujo a
la formación de polímeros tales como el RNA y las proteínas, mientras comenzaba a
establecerse un sistema interconectado de reacciones entre las biomoléculas, el que
tarde o temprano fue aislado parcialmente por un límite externo que le dio identidad
y protección.
Hoy día se barajan tres opciones para la síntesis abiótica de biomoléculas
pequeñas. Una de ellas se apoya en los experimentos que Urey y Miller iniciaron en
los años 50 en la Universidad de Chicago. Estos investigadores vieron que al
someter una mezcla de metano, amonio e hidrógeno a una descarga eléctrica, se
formaban muchos de los aminoácidos que se encuentran en las proteínas. Una
posterior refinación de estos experimentos por parte de estos y otros autores condujo
a la síntesis de otros aminoácidos, de diversos azúcares y de las bases nitrogenadas
21 Ibid.
10
que forman parte de los ácidos nucleicos. Investigadores que sostienen que la
atmósfera primitiva no tenía la capacidad reductora que requieren estas reacciones,
prefieren creer que las biomoléculas fueron aportadas por meteoritos que se
estrellaron contra la tierra. Esta teoría, respaldada fuertemente por el español Joan
Oró, se afirma en la ya comprobada presencia de todo tipo de moléculas orgánicas
en dichos cuerpos celestes. Su flaco débil, sin embargo, es la incertidumbre que
existe en cuanto a la capacidad de estas moléculas de resistir a las altas temperaturas
que desarrollan los cuerpos al entrar en la atmósfera y chocar con la tierra. Por
último, el químico germano Gunther Wächtershäuser ha propuesto que las
biomoléculas se originaron en las fumarolas de los fondos marinos, en las que agua
caliente rica en metales de transición y en ácido sulfídrico que brota desde los
fondos se mezcla abruptamente con el agua fría del mar. Este mismo autor ha
demostrado que los sulfuros pueden reducir monóxido de carbono para formar
moléculas orgánicas. Futuras investigaciones irán aportando nuevos antecedentes
que permitirán resolver cual de estas teorías aparece con la mayor opción de ser la
correcta, aunque existe la posibilidad de que las tres vías contribuyeron a la
acumulación de las biomoléculas del planeta.
II.3. La formación de los polímeros: el surgimiento de la autocatálisis y de un
sistema informacional.
La solución acuosa de las primeras biomoléculas terrestres (y espaciales) se
conoce con el nombre de sopa de Oparin o caldo primordial. La ausencia de oxígeno
contribuyó a su estabilidad. Al llegar a una concentración crítica, las biomoléculas
comenzaron a interaccionar paulatinamente entre ellas, mediante reacciones que
fueron aceleradas por las altas temperaturas volcánicas y por la energía
proporcionada por la luz ultravioleta del sol.
La termodinámica nos indica que no es fácil que se formen polímeros a partir
de sus constituyentes en forma espontánea, aunque algunas luces tenemos acerca de
como pudieron ocurrir estas reacciones. Las condensaciones de monómeros
11
pudieron facilitarse por una concentración de ellos debida a congelamientos o
evaporaciones localizadas, o a su encuentro en una especie de espuma formada por
los compuestos orgánicos hidrofóbicos en cuyo interior la abundancia relativa del
agua era menor. Se ha visto también que diversos minerales pueden atraer moléculas
orgánicas a su superficie, contribuyendo a su estabilidad y al establecimiento de
interacciones entre ellas. La formación de enlaces covalentes pudo ser catalizada por
polifosfatos inorgánicos, diversos minerales, arcillas, HCN y tioésteres, existiendo
datos experimentales que apoyan todas estas opciones. Por otra parte, Sidney Fox ha
visto que cuando se calienta una mezcla de aminoácidos hasta una temperatura de
150 ºC, éstos se unen entre sí formando polímeros denominados proteinoides que
alcanzan un largo de hasta 200 residuos.
En este medio de complejidad incipiente, también tienen que haber
comenzado a surgir ciertos catalizadores que fueran capaces de acelerar reacciones
que directa o indirectamente condujeran a una mayor producción de sí mismos. Un
sistema autocatalítico de este tipo ya mostraría ciertas propiedades de los seres
vivos, ya que representaría un tipo de organización molecular que no funcionaría en
base al azar, competiría con otros sistemas por las moléculas disponibles en la sopa
y se destruiría si deja de ser “alimentado” por las moléculas que le sirven de materia
prima.
¿De qué tipo fueron estas macromoléculas que sustentaron estos sistemas de
autocatálisis? ¿Fueron ellas proteínas o ácidos nucleicos? Las proteínas superan
ampliamente a los ácidos nucleicos en versatilidad y eficiencia catalítica, por lo que
parece obvio que las enzimas catalicen la inmensa mayoría de las reacciones que
ocurren en las células. Pero hace unos pocos años se descubrió que el RNA también
puede actuar como catalizador de determinadas reacciones. Más aún, en algunas de
ellas él mismo participa como sustrato. Por ejemplo, el RNA puede romper los
enlaces fosfodiéster que unen los nucleótidos en una cadena y también puede unir o
ligar segmentos de RNA diferentes22. Se ha visto además que durante la síntesis de
22 D.P. Bartel y P.J. Unrau, Treds Biochem Sci. 24, Nº12, M9-M13, 1999.
12
proteínas, es un RNA ribosomal el que cataliza la unión entre los aminoácidos.
Como si esto fuera poco, el RNA tiene una particularidad de la cual carecen las
proteínas y que representaría una enorme ventaja en el establecimiento de sistemas
autocatalíticos: se trata de una molécula informacional, es decir, puede servir como
molde para dirigir la síntesis de otro RNA por complementación. Esta idea ha
tomado tal fuerza, que el premio Nóbel de Química Dr. Walter Gilbert ha avanzado
la hipótesis de “mundo RNA”23, según la cual hubo un período inicial en que las
formas primitivas de vida carecieron de proteínas. Recientemente, la teoría del
mundo RNA ha recibido un fuerte respaldo al comprobarse que este ácido nucleico
es capaz de catalizar la síntesis de los nucleótidos que lo componen, y más aún, de
hacer copias de si mismo24.
Dada la inestabilidad intrínseca del RNA, algunos investigadores han
propuesto ciertas variantes con respecto a la estructura del ácido nucleico primitivo.
Se ha sugerido que en lugar de azúcares de cinco átomos de carbono, los primeros
RNA pudieron estar estructurados en base a azúcares de seis carbonos, cuya
formación estaría además favorecida en las condiciones de la química prebiótica
favorece la formación de éstas últimas. También se ha adelantado la posibilidad de
que en lugar de estar unidas a un azúcar, las bases nitrogenadas lo estuvieran a un
aminoácido, lo que daría un material genético con una estructura mixta entre
proteína y RNA. Este tipo de molécula, que ha recibido el nombre de PNA (por
proteína-DNA), ha sido sintetizado en el laboratorio en las condiciones de la
química prebiótica25. Se ha determinado que puede comandar la síntesis de un
polímero complementario del mismo modo que el RNA y ofrece mayores
perspectivas de eficiencia catalítica que este último.
La aparición de los ácidos nucleicos constituyó un acontecimiento decisivo
para el origen de la vida. Cualitativamente, éste es el evento más determinante de
toda la etapa prebiótica. Moléculas con la propiedad de contener información
23 W. Gilbert, Nature 319, 618, 198624 W.K. Johnston et al, Science 292, 1319-1325, 200125 K.E. Nelson et al, PNAS USA 97, 3868-3871, 2000
13
podrían “memorizar” todo lo avanzado en los millones de años precedentes. En la
medida que estos polímeros tuvieran la capacidad de integrarse en sistemas de
autocopia, podrían transmitir este valioso patrimonio a otras moléculas semejantes,
imprimiéndole un gran dinamismo al proceso conducente a la vida. La propiedad de
autorréplica tiene además otra consecuencia de gran proyección, ya que posibles
errores o mutaciones que se cometan durante la copia constituyen la base para que
empiece a operar un proceso evolutivo basado en la selección natural de aquellos
sistemas autocatalíticos más eficientes.
En todos los organismos actualmente existentes, los ácidos nucleicos y las
proteínas cumplen roles totalmente distintos. Los primeros constituyen el llamado
genotipo, ya que portan el mensaje genético que se transmite a la descendencia por
replicación. Por su parte, sobre las proteínas descansan la estructura y el trabajo
celular, lo que se conoce con el nombre de fenotipo del organismo. Durante la
prevalencia del mundo RNA en que no existían proteínas codificadas por él sino a lo
más proteinoides polimerizados al azar, el genotipo coincidió con el fenotipo.
¿Cómo es que se dio esta transición del fenotipo desde el RNA a las proteínas? La
respuesta a esta interrogante la encontramos en el surgimiento del código genético.
El origen del código no está para nada claro y es fuente de muchas controversias.
Algunos investigadores sostienen que constituyó un accidente del azar que quedó
congelado en el tiempo, mientras que otros favorecen un desarrollo por selección
natural. Experimentos recientes están comenzando a arrojar algunas luces sobre esta
materia, proporcionando al menos un punto de partida para analizar este problema.
Se ha demostrado que en el tubo de ensayo, los RNA tienen afinidad por los
aminoácidos y se unen a ellos por simple atracción química. Más aún, se ha visto
que los aminoácidos se unen a los RNA con cierta selectividad, ya que cada uno lo
hace con mayor frecuencia a aquellos RNA que contienen los tripletes que lo
especifican en el código genético. Esto explicaría porqué los aminoácidos
químicamente parecidos están codificados por tripletes semejantes. Partiendo de la
base que la unión de aminoácidos a un RNA puede aumentar significativamente su
14
eficiencia catalítica, se ha propuesto entonces que durante el mundo RNA, los
aminoácidos eran “reclutados” por pequeñas moléculas de RNA (futuros tRNAs)
para conducirlos al RNA catalítico, al cual los primeros se unían por apareamiento
de sus correspondientes tripletes. Posiblemente, cada aminoácido se unía a más de
un triplete, aunque con afinidades distintas. Al comienzo, estos reclutamientos
deben haber constituído eventos excepcionales, para luego aumentar en su
frecuencia. La unión covalente de aminoácidos vecinos produjo las primeras
proteínas codificadas en un RNA.
Uno de los atractivos de esta teoría es que debido a que tripletes parecidos
codifican por aminoácidos con semejanza química, los errores que se cometan
durante la síntesis de proteínas pueden tener solo un efecto moderado. Visto desde
otra perspectiva que también resulta favorable para esta teoría, las consecuencias
negativas que pueden tener las mutaciones en el RNA son menores, ya que las
propiedades de la proteína resultante no serán tan diferentes a la producida antes de
la mutación.
Si esta hipótesis para explicar el origen del código fuese correcta, no resulta
fácil explicar su evolución posterior. En efecto, ya existiendo las cuatro bases del
RNA, las afinidades de los tripletes con los aminoácidos existentes no van a cambiar
con el tiempo. Una probable respuesta a esta interrogante es la siguiente: en un
comienzo, unos pocos tripletes fueron reconocidos por aquellos aminoácidos más
abundantes en la sopa primitiva. Pero a medida que fueron evolucionando las
sencillas vías metabólicas iniciales para producir nuevos aminoácidos, algunos
tripletes fueron cedidos a estos últimos en base a sus mayores afinidades hacia los
tripletes que anteriormente se unían al aminoácido más abundante. Otro antecedente
que habla de cierto grado de evolución del código es que aquellos aminoácidos que
se encuentran más frecuentemente en las proteínas tienden a estar codificados por un
mayor número de tripletes. Por ejemplo, los aminoácidos serina y leucina, con seis
tripletes cada uno, son mucho más comunes que el triptofano, el que cuenta con un
15
solo triplete. La universalidad del código constituye un argumento adicional en
apoyo de su evolución hacia un estado de óptima eficacia.
II.4. El confinamiento del sistema autónomo.
Es difícil pensar que un sistema interconectado de reacciones pueda ser
estable sin un límite externo que lo encierre y lo proteja físicamente. Una membrana
externa no sólo permite a los componentes de un sistema mantener una relación más
estrecha entre ellos, sino que además los protege contra agentes destructores y
favorece el establecimiento de regulaciones más finas. Oparin propuso
originalmente que la compartamentalización se dio temprano a través de la
coacervación, fenómeno físico-químico que consiste en la agregación de polímeros
en corpúsculos microscópicos. Sidney Fox, por su parte, ha formado microesferas
con proteinoides que mantienen actividad catalítica y que atraen hacia ellas ácidos
nucleicos presentes en la solución. Las microesferas se dividen en presencia de
algunas sales y se hinchan por osmosis. Pero existe también la posibilidad de que
desde el comienzo se formaran membranas parecidas a las que existen hoy, por el
ensamblaje de proteinoides con lípidos o solamente de lípidos. El grupo de P Luigi
Luisi en Suiza ha hecho notables experimentos en el campo de la biofísica de
membranas. En ellos ha mostrado que a pH básico los ácidos grasos se agregan en
miscelas, mientras que a pH neutro forman vesículas con una membrana bicapa.
Estas vesículas pueden crecer gradualmente por incorporación de nuevas moléculas
lipídicas o en forma discreta, por fusiones entre ellas. Este último proceso es
mediado por proteínas y por calcio. Este crecimiento llega hasta un punto de
inestabilidad en el cual las vesículas se dividen, generándose de este modo un
mecanismo de reproducción vesicular que bien pudo ocurrir en las etapas tempranas
de la vida. Tal vez hubo varios intentos de compartimentalización, formando
distintos tipos de agregados que se extinguían algún tiempo después, habiendo
prosperado uno solo de ellos. O bien, ésta pudo haber seguido desde el comienzo
una sola estrategia universal de organización. Sea como fuere, el fin de esta etapa
16
del inicio de la vida en la tierra culmina con la formación de estructuras
individualizadas por un límite externo que encierra algún material genético
autorreplicativo y posiblemente algunas reacciones metabólicas muy primitivas
catalizadas por el propio RNA. Las etapas siguientes estarán destinadas a su
optimización y estabilización. Algunos hitos que vendrán más adelante son el
reemplazo del RNA por las enzimas y el de este mismo ácido nucleico por el DNA,
en el cual la información genética se almacena en forma más estable. También lo
será la aparición de los primeros microorganismos fotosintéticos hace unos 2.800
millones de años, los que comenzaron a usar la energía solar en lugar de la energía
química para fabricar nutrientes con la consiguiente “contaminación” de la
atmósfera con oxígeno.
II.5. La capacidad de autoorganización.
De las tantas cosas que nos asombran sobre el origen de la vida en la tierra,
quizás la principal es la habilidad de las moléculas para autoorganizarse en entidades
que se mantienen autónomamente fuera del equilibrio en virtud de un intercambio de
materia y energía con el medio. Reconocemos el orden cuando se dan ciertos
patrones regulares en el espacio o en el tiempo, como es el caso de la distribución de
los átomos en un cristal o el movimiento de los planetas en sus órbitas. Pero la
organización es más que eso, puesto que en un sistema organizado se da una
cooperación entre sus componentes, en beneficio de una estrategia común. Un
sistema de este tipo es complejo y por lo tanto sus acciones no son necesariamente
fáciles de predeterminar. Los seres vivos son ordenados, pero más aún, son sistemas
organizados.
La emergencia espontánea de organización a partir del caos no es frecuente
en la materia inanimada, aunque puede darse ocasionalmente en algunos sistemas en
la medida que éstos cumplan los siguientes requisitos: ser abiertos, alejados del
equilibrio, estar regulados por retroalimentación y estar descritos por ecuaciones no
lineales. Un sistema abierto es aquel que intercambia materia y/o energía con el
17
medio ambiente. El estar alejado del equilibrio implica que su estado de
organización puede ser mantenido precisamente mediante la continua captación de
energía y/o materia desde el medio. El requisito de regulación por retroalimentación
se satisface cuando el sistema dispone de mecanismos de transmisión de
información entre sus componentes, los que avisan sobre sus variaciones de orden
físico o químico. Por último, el que los sistemas que se autoorganizan estén
descritos por ecuaciones no lineales significa que la organización es fruto de
discontinuidades o inestabilidades que se alcanzan en momentos críticos, de las
cuales no pueden dar cuenta ecuaciones lineales que se caracterizan por predecir el
comportamiento de los sistemas que describen.
Se han hecho avances importantes en los estudios de algunos modelos
clásicos de autoorganización. Uno de ellos es el de las estructuras disipativas de Ilia
Prigogine, premio Nóbel de química en 1977, ejemplificado por las celdas de
Bénard, por los remolinos de agua y por la reacción de Belousov-Zhabatinski. Los
hiperciclos de Manfred Eigen constituyen otro ejemplo de autoorganización. En
éstos, el acoplamiento cíclicamente cerrado de dos sistemas de replicación autónoma
no solo impide la mutua competencia, sino que potencia su desarrollo a través de
una catálisis recíproca. Dignos de mencionar también como ejemplo de
autoorganización son los sistemas dinámicos complejos de Stuart Kauffman, en los
que de acuerdo a modelaciones matemáticas, un conjunto de reacciones químicas
que supera un nivel crítico de diversidad entre sus componentes se puede tornar
autocatalítico.
Así, el estudio de los sistemas de autoorganización, junto a los de la química
prebiótica, han contribuido enormemente a la comprensión del origen de la vida en
la tierra. Seguirán apareciendo nuevos problemas por resolver. En todo caso, la
uniformidad de la bioquímica de los seres vivos, la universalidad del código
genético y la quiralidad de las biomoléculas sugieren fuertemente que todos los
organismos del planeta descienden de un ancestro común.
18
III. La evolución de los homínidos26.
III.1. Los primeros antepasados.
Pasamos ahora al otro de los temas que hemos seleccionado, de entre tantos
otros, para ilustrar el hecho de que la ciencia puede cooperar con los esfuerzos de la
teología para alcanzar la verdad, que es una sola. Se trata de la aparición del hombre
en la tierra. En este caso, los científicos procuran establecer la línea evolutiva que
condujo hasta el hombre con características anatómicas modernas. Al mismo
tiempo, los estudios de las culturas de nuestros ancestros podrían permitirnos
algunas especulaciones acerca del momento en que se produjo el cambio esencial
que convirtió a un homínido con una autoconsciencia muy limitada en un ser
racional. Esta última cualidad, manifestada en la capacidad de elaborar un
pensamiento abstracto, constituiría un reflejo inconfundible de la infusión en él de
un alma espiritual trascendente en la que residen las funciones de inteligencia y
voluntad.
Un buen punto de partida para comenzar a desenhebrar la madeja es la línea
evolutiva de los primates. Esta se inició hace unos 70 millones de años (m.a.) con
integrantes que se distinguen, entre otros atributos, por la gran movilidad de sus
extremidades y por poseer visión estereoscópica y en colores. Entre ellos, la línea de
los hominoides abarca a todos los antropomorfos, es decir, a los homímidos, al
chimpancé, al gorila, al orangután y a los gibones. Los homínidos incluyen al
hombre y a todos sus ancestros bípedos que ya se han extinguido.
Los paleontólogos no están de acuerdo en cuanto a la identidad del primer
ejemplar que se separó de los chimpancés para dar origen a la línea de los
homínidos. Según los franceses Brigitte Senut y Martin Pickford, éste correspondió
a Orrorin tugenensis, especímen que vivió en las colinas de Tugen en Kenia hace
unos 6 m.a. y que fuera bautizado como “hombre del milenio” por haber sido
26 Los datos de esta sección han sido obtenidos principalmente de los siguientes libros: Richard G. Klein, The human career. Human biological and cultural origins. Second edition (The University of Chicago Press, Chicago 1999); Richard Leakey, The origin of humankind (Basic books, New York, 1994); William Howells, Getting here (The Compass Press, Washington DC, 1997); Juan Luis Arsuaga e Ignacio Martínez, La especie elegida (Ediciones Temas de Hoy, Madrid, 1998).
19
anunciado durante el año 2.00027. Según otros, este privilegio le corresponde a
Ardipitecus ramidus kadabba, dado a conocer hace solo algunos meses por el
estudiante Yahannes Haile-Salassie en la revista Nature28. Todavía muy parecido al
chimpancé y con un grado de bipedalismo aún incierto, lo delatan como homínido
algunos rasgos dentales propios de éstos últimos. Ardipitecus ramidus kadabba
habitó en la región de Awash de la actual Etiopía hace unos 5.6 a 5.8 ma. Más tarde
le sigue Ardipitecus ramidus ramidus (4.4 m.a.), encontrado en la misma zona. A
continuación viene la línea de los australopitecos. Con una capacidad craneal algo
mayor que la de los chimpancés, sin duda caminaban en dos pies. Conservaban
todavía varios rasgos de los monos antropomorfos, como por ejemplo un cuello y
cintura poco marcados, una cara proyectada hacia adelante y falanges curvadas en
manos y pies, aunque tanto su pelvis como sus fémures eran del tipo humano. El
registro fósil nos acusa la existencia del Australopitecus anamensis (4.0 m.a.),
encontrado en Kenia; del A. bahrelghazali, (3.5-3.0 m.a.) desenterrado en el Chad;
del A. afarensis (“Lucy”, 3.7-3.0 m.a.) residente en Laetoli (Tanzania) y en el tramo
final del rio Awash; del A. africanus (3.0-2.4 m.a.) encontrado en Sudáfrica y del A.
gahri (2,5 m.a.) encontrado hace dos años por Tim White en el valle del Awash
Medio en Etiopía y propuesto por él mismo como un vínculo entre A. afarensis y el
Homo habilis.
A campo más abierto que el medio arbóreo que constituía su habitat natural,
los australopitecos dieron origen a los parántropos, de cara más plana y con un gran
aparato masticador. De este género conocemos tres especies: Paranthropus robustus
(2.1-1.6 m.a.; Sudáfrica), P. aethiopicus (2.5-2.3 m.a.; lago Turkana) y P. bosei (2.3-
1.3 m.a.; desfiladero de Olduvai en Tanzania, Konso en Etiopía y río Omo en el
mismo país, cerca de la desembocadura del lago Turkana). El análisis anatómico de
los fósiles indica que el género Homo no tuvo su origen en los parántropos sino en
los australopitecos.
27 B. Senut et al. C.R. Acad. Sci. Paris 332, 137-144, 200128 Y. Haile-Salassie. Nature 412, 178-181, 2001
20
Un hallazgo tan reciente como los de Orrorin tugenensis y Ardipitecus
ramidus kadabba amenaza con sacudir el árbol filogenético de los homínidos. Se
trata de un conjunto de restos con una data de 3.2 a 3.5 m.a. descubierto por Meave
Leakey y colaboradores en la ribera oeste del lago Turkana en Kenya. Estos no son
atribuibles a ningun género ni especie de homínido descrito, puesto que si bien
reúnen propiedades de algunos australopitecus y particularmente del Homo
rudolfensis que aparecerá posteriormente, poseen otras que los diferencian
claramente de ellos. Para este nuevo especímen se ha propuesto el nombre de
Kenyanthropus platyops29.
III.2. Aparición del género Homo.
La aparición del género Homo será acusada por propiedades anatómicas
características, así como también por la presencia de utensilios que sólo sus
representantes tienen la habilidad de fabricar. Una datación precisa de ellos indica
que dicha cultura tuvo su inicio hace unos 2.5 m.a., muy próxima a la época en que
vivió el A. gahri. En estos individuos se observa un pronunciado aumento de la
capacidad craneal, desde 450 cc a 660-800 cc., además de una cara más vertical que
la de los australopitecos. Las primeras especies de Homo corresponden a H. habilis
(1.9-1.6 m.a.; lago Turkana y valle del río Omo que desemboca en él, Olduvai y
probablemente Sudáfrica) y al H. rudolfensis (el lago Turkana se llamaba Rodolfo),
recientemente rebautizado Kenyanthropus rudolfensis. Luego haría su aparición el
H. ergaster, (1.8-1.4 ma.; lago Turkana, Konso y Sudáfrica), con una estatura y una
longitud de brazos y piernas muy cercanas a la humana. Su mayor cráneo, nariz
pronunciada y molares más pequeños lo diferencian nítidamente de las especies
anteriores. Por último, tenemos al H. erectus, cuyos restos en Africa aparecen en
Olduvai (1.2 m.a. y 0.7 m.a) y posiblemente en Algeria (Ternifine) y Marruecos (0.7
m.a.).
29 M. Leakey et al. Nature 410, 433-440, 2001
21
Fuera del continente africano, los fósiles más antiguos corresponden a H
erectus, un especímen de cráneo robusto (900 cc), de paredes gruesas y de cara
ancha y plana. Fueron encontrados en Indonesia y parecen tener 1.8 m.a. Esta misma
especie también llegó a China, donde sus fósiles tienen una antiguedad de entre
550.000 y 250.000 años. También hay restos de homínidos con ciertos rasgos de H.
habilis u H. ergaster, junto a utensilios de piedra de cerca de 2 m.a. de antigüedad,
en la caverna Longgupo (provincia china de Szechuan) y en Dmanisi (República de
Georgia). En contraste con estos fósiles antiguos, en los años 30 se desenterraron en
las terrazas del río Solo en Ngandong algunos de H. erectus de escasos 30.000 años.
El continente europeo también exhibe un rico registro fósil de individuos del género
Homo, aunque éstos poseen una fisonomía diferente a la de los asiáticos. El
yacimiento de la Gran Dolina en la Sierra de Atapuerca, cerca de Burgos en España,
indica un poblamiento iniciado al menos hace unos 780.000 años, por el
denominado H antecessor. La capacidad craneana de estos nuevos especímenes es
mayor que la de H. ergaster, mientras que sus caras tienen un sorprendente relieve
moderno. Otros huesos y herramientas con una antigüedad equivalente han sido
hallados en Ceprano, Italia, no existiendo seguridad de que sean de la misma
especie. También hay restos de hasta 550.000 años del llamado H. heidelbergensis,
probablemente sucesor del anterior y predecesor del H. neanderthalensis. Esta
cercana especie, que ya usaba el fuego y enterraba a sus muertos, pobló Europa
desde hace 230.000 años y emigró también a Asia central y Oriente próximo. Su
extinción data de hace unos 30.000 años, fecha esta última que coincide con la
desaparición de H. erectus en Asia.
III.3. El hombre moderno.
El hombre moderno aparece en Europa en el período denominado paleolítico
superior, hace unos 40.000 años. Más alto y menos robusto que H. neanderthalensis,
entre sus rasgos destacan una forma craneal casi esférica con una capacidad de 1.400
cc, frente vertical, mentón pronunciado y dientes más pequeños. No caben dudas de
22
que H. sapiens y H. neanderthalensis coexistieron en Europa por unos 10.000 años.
Puesto que no se han obtenido fósiles con caracteristicas intermedias entre H.
sapiens y H. neanderthalensis, ya pocos dudan que los primeros no evolucionaron a
partir de los segundos. Más bien, la relativamente súbita aparición en Europa del
hombre moderno sugiere fuertemente que éste llegó desde afuera, siendo Africa su
origen más probable. Si así fuera, habría que buscar un camino hacia el norte,
posiblemente a través de un Sahara que en ese tiempo debe haber sido menos árido
que el actual. Se han detectado restos con rasgos casi modernos en Israel (Qafza,
100.000 años y Skhul, 82.000 años), Sudán (100.000), Marruecos (Dar-es-Soltan,
80.000) y Libia (Haua Fteah, 47.000). Estas fechas nos indican que estos homínidos
se encontraron en el oriente próximo con el H. neanderthalensis, en donde ambas
especies cohabitarían por decenas de miles de años. Por otra parte, también hay
fósiles de modernos en Sudáfrica (90.000), lo que indica que los humanos modernos
también bajaron desde el sector oriental del continente.
Las dataciones de los restos del Oriente Medio se acercan bastante a las
obtenidas del estudio de DNA mitocondrial y caen en el mismo rango con otras
deducidas también con pruebas genéticas. El grupo dirigido por el ya fallecido Alan
Wilson comparó el DNA mitocondrial de 189 individuos, concluyendo que se podía
trazar un antepasado común de ellos en el continente africano, el que habría vivido
hace 140.000 a 290.000 años30. Dada la herencia maternal de este DNA, éste fue
bautizado como la “Eva africana”. Estudios de DNA mitocondrial de 53 individuos
de distinta raza y origen por el grupo de Gyllesten apuntan asimismo a un éxodo
desde Africa hace unos 100.000 años31, aunque el DNA mitocondrial de un fósil
australiano de 60.000 años indica que el hombre anatómicamente moderno vivía en
ese continente antes de la fijación completa del linaje de DNA mitocondrial que se
encuentra en la población contemporánea32. Por su parte, el grupo liderado por
Michael Hammer ha realizado estudios del mismo tipo con el cromosoma Y del
30 L. Vigilant et al, Science 253, 1503-1507, 199131 M. Ingman et al, Nature 408, 708-713, 200032 G.J. Adcock et al, PNAS 98, 537-542, 2001.
23
núcleo, el que sólo se transmite a través del padre. En este caso, se llegó a deducir la
existencia de un “Adán”, también africano, con una antigüedad parecida a la de Eva.
Nuevos estudios de marcadores específicos del cromosoma Y en varios miles de
hombres de todos los continentes apuntan en esta misma dirección33. Por último, los
trabajos de Luigi Cavalli-Sforza con 120 marcadores genéticos diferentes han
revelado también un origen africano para el H. sapiens, el que se puede localizar en
un tiempo cercano a los 100.000 años atrás. Años más o menos, es claro que la fecha
de aparición del hombre moderno en la historia evolutiva es extraordinariamente
reciente.
A pesar del paulatino enriquecimiento del registro fósil de homínidos y del
apoyo proporcionado por la genética, el momento de la aparición de nuestra especie
dista mucho de estar claro todavía. Dado que los rasgos del H. sapiens son
fácilmente distinguibles de los de H. ergaster u H. erectus, un requisito previo a la
solución de este problema debiera consistir en el estudio de fósiles que posean
rasgos intermedios. A los humanos que anteceden a los modernos se les llama
arcaicos. Pertenecen a esta última categoría los restos hallados en la cueva de Arago
en los Pirineos (400.000 años), el cráneo de Petralona, Grecia (380.000), los restos
de Boxgrove (Inglaterra) y los de Mauer, Heidelberg (400.000), que por haber sido
descubiertos primero (1908) le dan el nombre a la especie. La relación de
continuidad claramente observable entre H. heidelbergensis y H. neanderthalensis
no resulta tan evidente con el H. sapiens.
No se ha encontrado el equivalente al H. antecessor en Africa o en Asia. Sin
embargo, en Africa aparecen también restos que tanto por sus rasgos como por sus
dataciones aparecen en una zona intermedia entre H. ergaster y H. sapiens. Fósiles
descubiertos en 1921 en la mina de Broken Hill, Zambia34, han dado el nombre a la
especie H. rhodensiensis. (Algunos autores no emplean este nombre e incluyen estos
restos en la especie H. heidelbergensis, que es exclusivamente europea). Con un
volúmen craneal algo inferior a los 1300 cc., son comparables a los fósiles de Bodo 33 P.A. Underhill et al, Ann. Hum. Genet. 65, 43- , 2001; Y.K. Ke et al, Science 292, 1151-1153, 200134 Entonces Rodesia.
24
(Etiopía), Ndutu (Kenia) y Florisbad (Sudáfrica). Se estima que todos tienen una
antigüedad de entre 400.000 a 300.000 años, salvo el de Florishbad que muestra una
data de 259.000 años. Luego hay un punto de quiebre con restos mucho más
recientes, de solo 130.000 años, que exhiben rasgos casi modernos. Ellos están
representados por el cráneo de Ngaloba (Laetoli, Tanzania) encontrado por Mary
Leakey y dos especímenes desenterrados en el valle del río Omo, el que desemboca
en el extremo norte del lago Turkana. Se estima que tanto en Africa como en Europa
los arcaicos derivan del H. ergaster, aunque hay investigadores que sostienen que
éstos pueden haber evolucionado de un H. erectus que vino desde Asia hacia ambos
continentes. Esta tesis no cuenta con muchos seguidores.
II.4. El hombre autoconsciente.
Uno de los aspectos que más llama a la reflexión en la transición de los
arcaicos al H. sapiens es la adquisición de una capacidad para cultivar el arte y de
desarrollar la tecnología. Aunque las características anatómicas del hombre moderno
ya estaban definidas hace al menos unos 100.000 años, todos estos nuevos rasgos
culturales solo se hacen evidentes luego de la invasión a Europa hace 45.000 años.
Las manifestaciones de la llamada cultura auriñaciense que ahí se encuentran son
inconfundibles con las toscas muestras de las culturas anteriores (olduvaiense, del
primer Homo; achelense, del H. ergaster; musteriense, de los neandertales;
chatelperroniense, también de los neandertales, al mezclar la anterior con la
auriñaciense). Aparecen por ejemplo los buriles, piedras biseladas que se usaban
para trabajar el hueso y el marfil. También lo hacen los raspadores distales, hojas
con un extremo retocado que se usaban para preparar pieles. Con ambos
instrumentos se consigue el máximo aprovechamiento de la materia prima,
obteniéndose de cada piedra más longitud de filos que con ninguna técnica
precedente. Esta nueva cultura también se distingue por la utilización del hueso y el
marfil, no solo con fines utilitarios como había sido común hasta entonces, sino que
por primera vez se los usa para la fabricación de adornos personales y de objetos
25
ornamentales, los que mostrarán formas de hombre y animales. La pintura rupestre
surge un poco después, aunque forma parte de la misma cultura. La más antigua
parece ser la encontrada en la caverna Chauvet en Ardèche, cuyos dibujos según la
autentificación del Ministerio de la Cultura francés datan de hace unos 32.000 años.
Descubierta en 1994, la cueva consta de varias galerías de gran dimensión adornadas
con más de 300 dibujos y grabados. No muy lejos de la entrada de este sitio se
observa una amplia muestra de leones, panteras, osos, ciervos, caballos y
rinocerontes en pinturas roja y negra, cuya preservación es casi perfecta. Más al
interior emergen más imágenes que revelan una sofisticación y refinamiento
inusitados. Técnicas que se pensaban de mucho más tardía aparición, tales como el
sombreo y la perspectiva, son ya evidentes en estas figuras primitivas.
Curiosamente, salvo la representación de una quimera medio hombre medio bisonte,
no se ha descubierto ninguna figura humana, aunque estos primeros artistas
quisieron estampar su rúbrica marcando 140 palmas de manos en una de las paredes
de la caverna.
Hay un factor que debe haber impulsado notoriamente esta creatividad
tecnológica y artística, contribuyendo simultáneamente a ampliar los horizontes del
pensamiento humano. Este fue el progreso en las comunicaciones a través del
lenguaje hablado. Ningún animal se acerca siquiera a poseer un tipo de
comunicación tan marcadamente versátil y bien estructurado como es el lenguaje
humano, capaz de transmitir un número virtualmente infinito de señales. El lenguaje
humano se nos presenta a la vez como un modo de expresión voluntario y
controlado, mientras que los animales solo pueden transmitirse información muy
simple y concreta sobre alguna contingencia determinada. Utilizan para ello ciertos
sonidos o gestos del cuerpo que surgen en modo instintivo e involuntario como
respuestas reflejas inmediatas a una sensación. Como decía Konrad Lorenz, los
animales no emiten palabras, sino interjecciones. Algunos de estos sonidos
instintivos han permanecido también en nuestro lenguaje, como son por ejemplo el
llanto y los gritos de pavor o alegría. La creación permanente de nuevos mensajes a
26
través del lenguaje nos revela que el pensamiento está íntimamente ligado a él. No
se trata de que el lenguaje sea solo el medio de expresión del pensamiento, es decir,
un mero código expresivo de una actividad independiente de él. Tampoco se trata de
que el lenguaje configure el pensamiento, lo que sería el otro extremo. El lenguaje
más bien contiene al pensamiento, reflejando la existencia de una relación intrínseca
entre ambos.
¿Cómo podríamos explicar la súbita aparición de la inventiva en el hombre,
acompañada de un lenguaje que no solo transmite sino que constituye el propio
pensamiento? ¿No es este excepcional hito de la historia evolutiva una
manifestación palmaria de los actos de abstracción y reflexión propios del alma
humana? Autores que niegan la existencia de un alma espiritual piensan que
habilidades como las señaladas son atribuibles a simples consideraciones
anatómicas, siendo el tamaño del cerebro considerada la principal de ellas. También
lo sería la estructura única del tracto vocal humano (faringe, laringe, cavidades nasal
y oral), el que aparece especialmente diseñado para pronunciar en forma distintiva
las vocales y una infinidad de sonidos. De acuerdo a Stephen J. Gould, todas estas
diferencias marcarían solo una cuestión de grado entre el hombre y los mamíferos
más cercanos a él en la escala evolutiva. Sigue así el curso ya trazado por Darwin,
quien había dicho que “No puede al naturalista comparar ni clasificar las aptitudes
espirituales, pero sí, como he intentado hacerlo, tratar de evidenciar que, aún cuando
las facultades del hombre difieren inmensamente de la de los animales que le son
inferiores, difieren solo en grado, pero no en naturaleza”35. Otros, como Karl Popper,
aunque critican el materialismo reduccionista, catalogan al intelecto humano como
una cualidad emergente del cerebro, concepto de tal vaguedad que no contribuye a
arrojar luz sobre este problema. Sin duda que las propiedades anatómicas cerebrales
constituyen un requisito necesario para el uso de la razón, así como lo es la
estructura del tracto vocal para la expresión del lenguaje hablado. Sin embargo, ello
no quiere decir necesariamente que sean condición suficiente para ambas acciones.
35 Charles Darwin, El origen del hombre (Editores Mexicanos Unidos, Mexico, 1994)
27
Por lo tanto, nos inclinamos por la idea de que el alma intelectiva fue infundida en
un instante más bien reciente del proceso evolutivo, hace algo más de unos 40.000
años, a una especie de homínido que ya estaba preparada para recibirla,
completándose así el peculiar camino dispuesto por Dios para la creación del
hombre.
La convivencia en la tierra durante varios miles de años de tres especies de
Homo, el H. sapiens, H. neanderthalensis y H. erectus, nos plantea una interrogante
fundamental. ¿Estuvieron estas dos últimas especies dotadas de inteligencia? En
cuanto a característica anatómicas, el H. erectus de Asia llegó a tener un cráneo de
solo 1050 cm3 de capacidad, la que se compara con los 1400 cm3 del nuestro. En
contraste con lo anterior, los neandertales poseían un cráneo levemente más grande
que el del H. sapiens. El registro fósil también nos puede entregar alguna
información sobre la capacidad de expresión verbal, ya sea por la forma de los
huesos del tracto vocal, o por inspección de la superficie interna del cráneo frente a
las áreas cerebrales de Broca y de Werniche. La primera controla la habilidad de
expresión oral, mientras que la segunda es responsable de la comprensión de las
ideas que se quieren expresar. De acuerdo a este tipo de análisis, el H.
neanderthalensis habría hablado un lenguaje muy rudimentario ya que solo podía
pronunciar un par de vocales, aunque no existe aún certeza a este respecto. Por otra
parte, en cuanto a signos externos, no existe ningun vestigio del H. erectus que
revele algún grado de cultura más avanzado que la olduvaiense. Se ha especulado
que los neandertales poseían algún grado de inteligencia, ya que dominaban el fuego
y enterraban a sus muertos, aunque no sabemos si esta última práctica estaba
acompañada de algún rito. Es cierto que los neandertales no dejaron vestigio alguno
de pintura rupestre, pero debemos tener presente que el H. sapiens tampoco la había
cultivado hasta el momento que los neandertales se extinguieron. Quizás el dato más
ilustrativo de que posiblemente los neandertales no fuesen inteligentes es el
proporcionado por el grado de sofisticación de su manufactura. Su cultura
musteriense se caracterizó por una talla inicial de la piedra, para de ésta sacar las
28
lascas que serían retocadas para su acabado final, lo que podría revelar un cierto
grado de abstracción. Por el contrario, en las culturas olduvaiense y achelense
anteriores, la talla de cada útil de piedra era siempre individual. Sin embargo, las
herramientas construídas por los neandertales muestran escasa inventiva y progreso
en el tiempo. Asimismo, la cultura chatelperroniense propia de ellos, que representa
una mezcla de la musteriense con la auriñaciense, surgió después que esta última,
por lo que la primera bien pudo estructurarse en base a una simple copia de lo que
hacía el H. sapiens.
Estudios comparativos entre el DNA mitocondrial de H. neandertalensis de
diversos sitios geográficos y de humanos actuales, además de revelar que ambas
especies divergieron hace 550.000 a 690.000 años, mostraron que éstas no
intercambiaron material genético, lo que podría ser demostrativo de una gran brecha
cultural entre ambas36,37,38.
IV. Conclusión.
Es posible que en los estudios sobre el origen de la vida y el origen del
hombre sigamos por mucho tiempo, quizás por siempre, trabajando en torno a
hipótesis. En esta tarea, debemos mantenernos siempre dentro del ámbito del
método científico, buscando las causas naturales de los fenómenos, por improbables
que ellos nos parezcan, sin perjuicio de iluminar nuestro conocimiento con la
perspectiva de la fe. El creacionismo, por ejemplo, representa una renuncia a aceptar
que Dios pueda permitir que el universo evolucione de acuerdo a leyes naturales,
constituyéndose, por lo tanto, en un impedimento para el legítimo accionar de la
ciencia. ¿Porqué no ver en el origen de la vida o en la evolución de los homínidos
escenarios propicios para armonizar el conocimiento científico con la Revelación?
En lo personal, veo en ambos eventos históricos la huella inconfundible del
Creador. En efecto, el mundo de los seres vivos parece desafiar al sentido común
36 M. Krings et al, Cell 90, 19-30, 198937 M. Krings et al, Nature Genet. 26, 144-146, 200038 I.V. Ovchinnikov et al, Nature 404, 490-493, 2000
29
con su persistencia en mantenerse en desequilibrio termodinámico con el medio
ambiente. Por su parte, la evolución biológica, que no tiene una tendencia
espontánea hacia un aumento de la complejidad como muchos creen, ha conducido a
la formación de un cerebro que es signo visible de la consciencia humana, lo que al
menos desde un punto de vista probabilístico resulta virtualmente inexplicable. Para
el agnóstico, tanto la vida como el hombre aparecen como el producto de una
contingencia sin rumbo. Desde la perspectiva de la fe, por el contrario,
contemplamos ambos eventos como frutos de la voluntad de Dios que se manifiestan
sin violar las leyes que El mismo le imprimió al universo desde el instante mismo de
su creación.
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