Delgado, Manuel_Espacio Público Como Ideología

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Espacio Público Como Ideología

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  • MANUEL DELGADO

    LICENCIADO EN HISTORIA DEL ARTE Y DOCTOR EN ANTROPOLOGA POR LA UNIVER

    SITT DE BARCELONA. ES DESDE 1984 PROFESOR TITULAR DE ANTROPOLOGA RELI

    GIOSA EN EL DEPARTAMENT D'ANTROPOLOGIA SOCIAL DE LA UNIVERSITT DE BAR

    CELONA Y COORDINADOR DEL PROGRAMA DE DOCTORADO ANTROPOLOGA DEL

    ESPACIO Y DEL TERRITORIO, AS COMO DE SU GRUPO DE INVESTIGACIN SOBRE

    ESPACIOS PBLICOS. DIRECTOR DE LAS COLECCIONES BIBLIOTECA DEL CIUDADA

    NO" (EN LA EDITORIAL BELLATERRA) Y "BREUS CLSSICS DE LANTROPOLOGIA (EN

    LA EDITORIAL ICARIA). ES MIEMBRO DEL CONSEJO DE DIRECCIN DE LA REVISTA

    QUADERNS DE L'ICA, FORMA PARTE DE LA JUNTA DIRECTIVA DEL INSTITUT CATAL DANTROPOLOGIA Y ES PONENTE EN LA COMISIN DE ESTUDIO SOBRE LA INMIGRA

    CIN EN EL PARLAMENT DE CATALUNYA. HA TRABAJADO ESPECIALMENTE SOBRE LA

    CONSTRUCCIN DE LAS IDENTIDADES COLECTIVAS EN CONTEXTOS URBANOS. TE

    MA EN TORNO AL CUAL HA PUBLICADO ARTCULOS EN REVISTAS NACIONALES Y

    EXTRANJERAS. ADEMS, ES EDITOR DE LAS COMPILACIONES ANTROPOLOGA SOCIAL (1994). CIUTAT I IMMIGRACI (1997), INMIGRACIN Y CULTURA (2003) Y CARRER, FESTA I REVOLTA (2004). AS COMO AUTOR DE LOS LIBROS: DE L A MUERTE D E U N DIOS (BARCELONA. 1986). LA IRA SAGRADA (1991), LA S PALA BR AS D E OTRO HOM BRE (1992). DIVERSITAT I INTEGRACI (1998). CIUDAD LQUIDA. CIUDAD INTERRUMPIDA (1999). EL A N IM A L PBLICO (PREMIO ANAGRAMA DE ENSAYO, 1999), LUCES ICONOCLASTAS (BARCELONA. 2001 ). DISOLUCIONES URBANAS (2002). ELOGI DEL

    V IA N A N T (2005). SOCIEDADES MOVEDIZAS (2007) Y LA CIUDAD MENTIROSA (2007).

    Manuel Delgado

    espacio pblico como ideologa

    CATARATA

  • DISEO DE CUBIERTA: ESTUDIO PREZ-ENCISO FOTOGRAFA DE CUBIERTA: VICENTE PLAZA

    MANUEL DELGADO. 2011

    LOS LIBROS DE LA CATARATA. 2011 FUENCARRAL. 70 28004 MADRID TEL. 91 532 05 04 FAX 91 532 43 34 WWW.CATARATA.ORG

    EL ESPACIO PBLICO COMO IDEOLOGA

    ISBN: 978-84-8319-595-6 DEPSITO LEGAL: M-18.269-2011

    ESTE MATERIAL HA SIDO EDITADO PARA SER DISTRIBUIDO. LA INTENCIN DE LOS EDITORES ES QUE SEA UTILIZADO LO MS AMPLIAMENTE POSIBLE. QUE SEAN ADQUIRIDOS ORIGINALES PARA PERMITIR LA EDICIN DE OTROS NUEVOS V QUE. DE REPRODUCIR PARTES. SE HAGA CONSTAR EL TTULO y LA AUTORA.

    NDICE

    PRESENTACIN 9

    CAPTULO 1. ESPACIO PBLICO, DISCURSO Y LUGAR 15

    El espacio pblico como discurso 15 El espacio pblico como lugar 27 El pblico contra la chusma 33

    CAPTULO 2. LAS TRAMPAS DE LA NEGOCIACIN 41

    Relaciones situadas en contextos urbanos 41

    Anonimato y mstica ciudadana 47 Ciudadanismo y movimientos

    sociales 52 El orden social en el plano de la interaccin

    pblica 57 Nadie es indescifrable 60

  • CAPTULO 3. MORFOLOGA URBANA Y CONFLICTO SOCIAL 73

    Una especie de espuma que golpea la ciudad 73 Gueto y prisin 87

    CAPTULO 4. CIUDADANO. MITODANO 95

    BIBLIOGRAFA 107

    PRESENTACIN

    De qu se habla hoy cuando se dice espacio pblico? Para urbanistas, arquitectos y diseadores, espacio pblico quiere decir hoy vaco entre construcciones que hay que llenar de forma adecuada a los objetivos de promotores y autoridades, que suelen ser los mismos, por cierto. En este caso se trata de una comarca sobre la que intervenir y que intervenir, un mbito que organizar para que quede garantizada la buena fluidez entre puntos, los usos adecuados, los significados deseables, un espacio aseado que deber servir para que las construcciones-negocio o los edificios oficiales frente a los que se extiende vean garantizada la seguridad y la previsibilidad. No en vano la nocin de espacio pblico se puso de moda entre los planificadores, sobre todo a partir de las grandes iniciativas de reconversin urbana , como una forma de hacerlas apetecibles para la especulacin, el turismo y las demandas institucionales en materia de legitimidad. En ese caso hablar de espacio, en un contexto determinado por la ordenacin capitalista del territorio y la produccin

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    inmobiliaria, siempre acaba resultando un eufemismo: en realidad se quiere decir siempre suelo.

    En paralelo a esa idea de espacio pblico como complemento sosegado de las operaciones urbansticas, vemos prodigarse otro discurso tambin centrado en ese mismo concepto, pero de ms amplio espectro y con una voluntad de incidir sobre las actitudes y las ideas mucho ms ambicioso todava. En este caso, el espacio pblico pasa a concebirse como la realizacin de un valor ideolgico, lugar en el que se materializan diversas categoras abstractas como democracia, ciudadana, convivencia, civismo, consenso y otros valores polticos hoy centrales, un proscenio en el que se deseara ver deslizarse a una ordenada masa de seres libres e iguales que emplea ese espacio para ir y venir de trabajar o de consumir y que, en sus ratos libres, pasean despreocupados por un paraso de cortesa. Por descontado que en ese territorio corresponde expulsar o negar el acceso a cualquier ser humano que no sea capaz de mostrar los modales de esa clase media a cuyo usufructo est destinado.

    Lo que bien podra reconocerse como el idealismo del espacio pblico aparece hoy al servicio de la reapropiacin capitalista de la ciudad, una dinmica de la que los elementos fundamentales y recurrentes son la conversin de grandes sectores del espacio urbano en parques temticos, la gentrificacin de centros histricos de los que la historia ha sido definitivamente expulsada, la reconversin de barrios industriales enteros, la dispersin de una miseria creciente que no se consigue ocultar, el control sobre un espacio pblico cada vez menos pblico, etc. Ese proceso se da en paralelo al de una dimisin de los agentes pblicos de su hipottica misin de garantizar derechos democrticos

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    EL ESPACIO PBLICO COMO IDEOLOGIA

    fundamentales el del disfrute de la calle en libertad, el de la vivienda digna y para todos, etc. y la desarticulacin de los restos de lo que un da se presumi el Estado del bienes- lar. En una aparente paradoja, tal dejacin por parte de las instituciones polticas de lo que se supone que son sus responsabilidades principales en materia de bien comn est siendo del todo compatible con un notable autoritarismo en otros mbitos. As, las mismas instancias polticas que se muestran sumisas o inexistentes ante el liberalismo urbanstico y sus desmanes pueden aparecer obsesionadas en asegurar el control sobre unas calles y plazas ahora obligadas a convertirse en "espacios pblicos de calidad concebidas como mera guarnicin de acompaamiento para grandes operaciones inmobiliarias.

    Ahora bien, ese sueo de un espacio pblico todo l hecho de dilogo y concordia, por el que pulula un ejrcito de voluntarios vidos por colaborar, se derrumba en cuanto aparecen los signos externos de una sociedad cuya materia prima es la desigualdad y el fracaso. En lugar de la a mable arcadia de civilidad y civismo en que deba haberse convertido toda ciudad segn lo planeado, lo que se mantiene a flote, a la vista de todos, continan siendo las pruebas de que el abuso, la exclusin y la violencia siguen siendo ingredientes consubstanciales a la existencia de una ciudad capitalista. Por doquier se da con pruebas de la l'rustracin de las expectativas de hacer de las ciudades el escenario de un triunfo final de una utopa civil que se resquebraja bajo el peso de todos los desastres sociales que cobija y provoca.

    Este libro contiene una serie de consideraciones a propsito de estas cuestiones. En primer lugar, un ensayo en que se procura una gnesis y el anlisis de la funcin

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    dogmtica del concepto actualmente en vigor de espacio pblico. Se le ha dado el ttulo de El espacio pblico como ideologa y resume una crtica a lo que son hoy las retricas legitimadoras que acompaan la planificacin urbana y los discursos institucionales destinados al discipli- namiento moral de los habitantes de las metrpolis. El primer captulo, "Espacio pblico, discurso y lugar , se present como conferencia en el Tercer Encuentro Internacional sobre Pensamiento Urbano, celebrado en Buenos Aires en septiembre de 3007. El segundo captulo es una discusin sobre la imposibilidad de realizacin de esos principios de desafiliacin y anonimato que se presume que hacen posible la convivencia pacfica en esos espacios llamados pblicos. Resulta de un encargo que me formularon en su da Santiago Lpez Petit y Marina Gar- cs para su foro de discusin Espai en blanc y fue presentado como una conferencia en el Arkitekturmunseet de Estocolmo en octubre de ?oo8. "Morfologa urbana y cambio social , el captulo 3 , es el aporte a una compilacin que preparaban Roberto Bergalli e Iaki Rivera y que apareci en la Editorial Anthropos en 25006 con el ttulo Emergencias urbanas. El captulo final es "Ciudadano, mitodano , mi contribucin a una discusin con Armando Silva a la que fui invitado por Nuria Enguita, en el contexto de una exposicin sobre imaginarios urbanos latinoamericanos que se celebr en la Fundaci Tapies en la primavera de 3007. Como quiz se habr reconocido, el ttulo del libro es una referencia respetuosa al de una obra de Jr- gen Habermas: Ciencia/tcnica como "ideologa (Habermas, 199? [1968]).

    Todo el argumentarlo que sigue se encuentra en la base terica de partida de un trabajo de investigacin

    EL ESPACIO PBLICO COMO IDEOLOGIA

    actualmente en marcha, amparado por el Plan Nacional de I+D+i del Ministerio de Educacin y Ciencia, titulado i',studio comparativo sobre apropiaciones sociales y competencias de uso en ciudades africanas, cuya referencia es CSO2009-13470, uno de cuyos objetivos es poner de manifiesto hasta qu punto resulta extraa y artificial la .'tplicacin del concepto de espacio pblico alo que son hoy las calles de ciudades como las consideradas en el mencionado proyecto: Praia, Nouakchott y Addis Abeba.

    Este libro est dedicado a mis compaeros y compaeras de equipo investigador, como presente de gratitud |ior dejarme compartir sus esfuerzos y su talento: son los profesores Alberto Lpez Bargados, Grard Horta, Roger Sansi, Adela Garca y Fernando Gonzlez Placer, de mi Departament d Antropologa Social i Historia dAm rica Africa; Nadja Monnety Jos Snchez Garca, del Departament dAntropologia Social de la Universitt Autnoma de Barcelona; Rosa Mari y Jos Garca Molina, del Centro de Kstudios Universitarios de la Universidad de Castilla-La Mancha en Talavera de la Reina, y Manuel Joo Ramos y Antonio Medeiros, del Ncleo dEstudos Antropolgicos del Instituto Superior de Ciencias do Trabalho e da Empresa (ISCTE-NEANT), en Lisboa. Tambin forman parte del ese grupo de investigadores doctorandos a los que agradezco que me hayan brindado el privilegio y el placer de dirigirlos: Miguel Alhambra, Caterina Borelli, Mart Marf, Vernica Pallini, Dani Malet, Marco Stanchieri y Mua Makhlouf.

    Este libro ha sido concebido y redactado con el recuerdo siempre presente de mi maestro Isaac Joseph, con quien sigo manteniendo una impagable deuda de respeto y aoranza.

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  • CAPTULO 1

    ESPACIO PBLICO, DISCURSO Y LUGAR

    KL ESPACIO PBLICO COMO DISCURSO

    Cada da se contempla crecer el papel de la nocin de espacio pblico en la administracin de las ciudades. Aumenta su consideracin en tanto que elemento inmanente de toda morfologa urbana y como destino de todo tipo de intervenciones urbanizado ras, en el doble sentido de objeto de urbanismo y de urbanidad. Ese concepto de espacio pblico se ha generalizado en las ltimas dcadas como ingrediente fundamental, tanto de los discursos polticos relativos al concepto de ciudadana y a la realizacin de los principios igualitaristas atribuidos a los sistemas nominalmente democrticos como de un urbanismo y una arquitectura que, sin desconexin posible con esos presupuestos polticos, trabajan de una forma no menos ideologizada aunque nunca se explicite tal dim ensin- la cualificacin y la posterior codificacin de los vacos urbanos que preceden o acompaan todo entorno construido, sobre todo si ste aparece como resultado de actuaciones

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    de reforma o revitalizacin de centros urbanos o de zonas industriales consideradas obsoletas y en proceso de reconversin.

    Sera importante preguntarse a partir de cundo ese concepto de espacio pblico se ha implementado de forma central en las retricas poltico-urbansticas y en sus correspondientes agendas. Lo cierto es que si se toman algunas de las obras clsicas del pensamiento urbano procuradas en las dcadas de los sesenta, setenta e incluso ochenta, el valor espacio pblico apenas aparece o, si lo hace, es ampliando simplemente el de calle y con un sentido al que tambin le habran convenido otros conceptos como "espacio social , "espacio comn , "espacio compartido, "espacio colectivo , etc. As, tomemos, por ejemplo, el fundamental Muerte y vida de las grandes ciudades, de Jane Jacobs, y se ver que la nocin espacio pblico aparece en una sola oportunidad (Jacobs, 2,010 [1961]: 4 3 ) y como sinnimo de calle o incluso de acera. En una obra fundamental para el estudio de las prcticas peatonales, Paspas, de Jean-FramjoisAugoyard (2010 [1979]), tampoco se da con la acepcin espacio pblico, a pesar de que se podra pensar que se es su tema. En los ndices analticos de La buena forma de la ciudad, de Kevin Lynch (1985), o d eAspectos humanos de la forma urbana, de Amos Rapoport (1978), aparece "espacio pblico . Uno de los tericos actuales del espacio pblico, Jordi Borja, no empleaba ese concepto en su Estado y ciudad, que rene textos propios de la dcada de los setenta y ochenta (Borja, 1981). Ni Henri Lefebvre (por ejemplo, en 1988 y 1987) ni Raymond Ledrut (1978) hablan para nada de espacio pblico. En el tambin bsico City, de William H. Whyte, espacio pblico aparece en cuatro pginas (Whyte, 1988:

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    EL ESPACIO PBLICO COMO IDEOLOGA

    151, i 6 3 , 211 y 251), nada comparado con las decenas en que se utilizan las voces calle o plaza. En otros textos des- lacables de la teora de la ciudad antes de los aos noventa, cuando se utiliza espacio pblico es siempre para designar de forma genrica, y sin ningn nfasis especial, .1 los espacios abiertos y accesibles de una ciudad, un trmino de conjunto para el que algunos hemos preferido usarla categora espacio urbano (Whyte, 2001 [1980]; Joseph, 1988; Delgado, 1999 y 2007), y no como espacio "de la ciudad , sino como espacio-tiempo diferenciado para un tipo especial de reunin humana, la urbana, en que se registra un intercambio generalizado y constante de informacin y se ve vertebrada por la movilidad.

    Desde otra perspectiva, espacio pblico tambin podra ser definido como espacio de y para las relaciones en pblico, es decir, para aquellas que se producen entre individuos que coinciden fsicamente y de paso en lugares de trnsito y que han de llevar a cabo una serie de acomodos y ajustes mutuos para adaptarse a la asociacin efmera que establecen. El libro de referencia en este campo es el de Erving Goffman: Behaviorin Public Places: Notes on the Social Organization of Gatherings, aqu retitulado como Relaciones en pblico. Microestudios de orden pblico (Goffman, 1979 [1968]). A esa lnea cabe adscribir los trabajos de Lyn H. y John Lofland, para los que la definicin de espacio pblico no puede ser ms clara: "Por espacio pblico me refiero a aquellas reas de una ciudad a las que, en general, todas las personas tienen acceso legal. Me refiero a las calles de la ciudad, sus parques, sus lugares de acomodo pblicos. Me refiero tambin a los edificios pblicos o a las 'zonas pblicas de edificios privados. El espacio pblico debe ser distinguido del espacio

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    privado, en el que este acceso puede ser objeto de restriccin legal (Lofland, 1985: 19; vase tambin Lofland y Lofland, 1984,).

    En paralelo, tenemos otra lnea de definiciones acerca del espacio pblico propia de la filosofa poltica y que remite a un determinado proceso de constitucin y organizacin del vnculo social. En este caso, espacio pblico se asocia a esfera pblica o reunin de personas particulares que fiscalizan el ejercicio del poder y se pronuncian sobre asuntos concernientes a la vida en comn. Aqu, el concepto de espacio pblico, en cuanto categora poltica, recibe dos interpretaciones, que remiten a su vez a sendas races filosficas. Por un lado la que, de la mano de la oposicin entre polis y oikos, implicaba una reconstruccin contempornea del pensamiento poltico de Aristteles, debida sobre todo a Hannah Arendt (1998 [1958]). Por otro, una reflexin sobre el proceso que lleva, a partir del siglo XVIII, a un creciente recorte racionalizado de la dominacin poltica y que implica la institucionalizacin de la censura moral de la actividad gobernante sobre la base de una estructura sociopoltica fundada en las libertades formales opblicasy en la igualdad ante la ley. Si al prim er referente podramos presentarlo como el modelo griego de espacio pblico, al segundo lo reconoceramos como el modelo burgus, cuya gnesis ha sido establecida sobre todo por Koselleck (1978) y Habermas (1981 [1963]), y cuyas implicaciones sociolgicas han sido atendidas, entre otros, por Richard Sennett (3009 [1974).

    Ninguna de las mencionadas acepciones de espacio pblico es, por s misma, la que encontramos vigente en la actualidad. La utilizacin generalizada de este concepto por parte de diseadores, arquitectos, urbanistas y gestores

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    desde hace no mucho ms de dos o a lo sumo tres dcadas responde a una sobreposicin de interpretaciones que liasta entonces haban existido independientemente: la del espacio pblico como conjunto de lugares de libre acceso y la del espacio pblico como mbito en el que se desarrolla una determinada forma de vnculo social y de relacin con el poder. Es decir, es lo topogrfico cargadoo investido de moralidad a lo que se alude no slo cuando se habla de espacio pblico en los discursos institucionales y tcnicos sobre la ciudad, sino tambin en todo tipo de campaas pedaggicas para las "buenas prcticas ciudadanas y en la totalidad de normativas municipales que procuran regular las conductas de los usuarios de la calle.

    Lo que se est intentando poner de manifiesto es que la dea de espacio pblico haba permanecido en el campo de las discusiones tericas en filosofa poltica y, con la relativa excepcin de la identificacin del modelo griego con el agora, no haba sido asociado a una comarca o extensin fsica concreta, a no ser como ampliacin del concepto de calle o escenario en el que, a diferencia del ntimo o del privado, las personas quedaban a merced de las miradas e iniciativas ajenas. Es tardamente cuando se incorpora como ingrediente retrico bsico a la presentacin de los planes urbansticos y a las proclamaciones gubernamentales de temtica ciudadana. Guando lo ha hecho ha sido trascendiendo de largo la distincin bsica entre pblico y privado, que se limitara a identificar el espacio pblico como espacio de visibilidad generalizada, en la que los copresentes forman una sociedad, por as decirlo, ptica, en la medida en que cada una de sus acciones est sometida a la consideracin de los dems, territorio por tanto de exposicin, en el doble sentido de exhibicin y de riesgo. El concepto

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    vigente de espacio pblico quiere decir algo ms que espacio en que todos y todo es perceptible y percibido.

    Es decir, el concepto de espacio pblico no se limita a expresar hoy una mera voluntad descriptiva, sino que vehicu- la una fuerte connotacin poltica. Como concepto poltico, espacio pblico se supone que quiere decir esfera de coexistencia pacfica y armoniosa de lo heterogneo de la sociedad, evidencia de que lo que nos permite hacer sociedad es que nos ponemos de acuerdo en un conjunto de postulados programticos en el seno de los cuales las diferencias se ven superadas, sin quedar olvidadas ni negadas del todo, sino definidas aparte, en ese otro escenario al que llamamos privado. Ese espacio pblico se identifica, por tanto y tericamente, como mbito de y para el libre acuerdo entre seres autnomos y emancipados que viven, en tanto se encuadran en l, una experiencia masiva de desafiliacin.

    La esfera pblica es, entonces, en el lenguaje poltico, un constructo en el que cada ser humano se ve reconocido como tal en la relacin y como la relacin con otros, con los que se vincula a partir de pactos reflexivos permanentemente reactualizados. Esto es, un "espacio de encuentro entre personas libres e iguales que razonan y argumentan en un proceso discursivo abierto dirigido al mutuo entendimiento y a su autocomprensin normativa (Sahui, ?ooo: 2,0). Ese espacio es la base institucional misma sobre la que se asienta la posibilidad de una racionalizacin democrtica de la poltica. Ese fuerte sentido eidtico, que remite a fuertes significaciones y compromisos morales que deben verse cumplidos, es el que hace que la nocin de espacio pblico se haya constituido en uno de los ingredientes conceptuales bsicos de la ideologa ciudadanista, ese ltimo refugio doctrinal al que han venido a resguardarse los restos del

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    EL ESPACIO PBLICO COMO IDEOLOGA

    r/,q uierdismo de clase media, pero tambin de buena parte ile lo que ha sobrevivido del movimiento obrero (vase el planfleto "El impasse ciudadanista , www.universidadno- 1 nada.net/IMG/ doc/criticadelciudadanismo.doc).

    El ciudadanismo se plantea, como se sabe, como una r s p e c i e de democraticismo radical que trabaja en la perspectiva de realizar empricamente el proyecto cultural de la modernidad en su dimensin poltica, que entendera la democracia no como forma de gobierno, sino ms bien como modo de vida y como asociacin tica. Es en ese terreno donde se desarrolla el moralismo abstracto kantiano o la eticidad del Estado constitucional moderno postulada por Hegel. Segn lo que Habermas presenta como "paradigma republicano diferenciado del "liberal, el proceso democrtico es la fuente de legitimidad de un sistema determinado y determinante de normas. La poltica, segn ese punto de vista, no slo media, sino que conforma o constituye la sociedad, entendida como la asociacin libre e igualitaria de sujetos conscientes de su dependencia unos respecto de otros y que establecen entre s vnculos de mutuo reconocimiento. Es as que el espacio pblico vendra a ser ese dominio en el que ese principio de solidaridad comunicativa se escenifica, mbito en el que es posible y necesario un acuerdo interaccional y una conformacin discursiva copro- ducida.

    El ciudadanismo es, hoy, la ideologa de eleccin de la socialdemocracia que, como escriba Mara Toledano (3007), lleva tiempo preocupada por la necesidad de armonizar espacio pblico y capitalismo, con el objetivo de alcanzar la paz social y "la estabilidad que permita preservar el modelo de explotacin sin que los efectos negativos

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    repercutan en su agenda de gobierno . Pero el ciudadanismo es tambin el dogma de referencia de un conjunto de movimientos de reforma tica del capitalismo, que aspiran a aliviar sus consecuencias mediante una agudizacin de los valores democrticos abstractos y un aumento en las competencias estatales que la hagan posible, entendiendo de algn modo que la exclusin y el abuso no son factores estructurales, sino meros accidenteso contingencias de un sistema de dominacin al que se cree posible mejorar ticamente. Como se sabe, esa ideologa, que no impugna el capitalismo, sino sus "excesos y su carencia de escrpulos, llama a movilizaciones masivas destinadas a denunciar determinadas actuaciones pblicas o privadas consideradas injustas, pero sobre todo inmorales, y lo hace proponiendo estructuras de accin y organizacin lbiles, basadas en sentimientos colectivos mucho ms que en ideas, con un nfasis especial en la dimensin performativa y con frecuencia meramente "artstica o incluso festiva de la accin pblica. Prescindiendo de cualquier referencia a la clase social como criterio clasificatorio, remite en todo momento a una difusa ecmene de individuos a los que unen no sus intereses, sino sus juicios morales de condena o aprobacin (referentes para conocer los postulados ciudadanistas y el papel que en ellos juega el concepto de espacio pblico en Borja, 1998; Innerarity, 2007 y Subirats et al, 3006, con textos de Salvador Cards, Joan Subirats, Josep Mara Terricabras, Marina Subirats, Manuel Castells, entre otros).

    En tanto que instrumento ideolgico, la nocin de espacio pblico, como espacio democrtico por antonomasia, cuyo protagonista es ese ser abstracto al que damos

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    EL ESPACIO PBLICO COMO IDEOLOGIA

    cu llamar ciudadano, se correspondera bastante bien con algunos conceptos que Marx propuso en su da. Uno de los ms adecuados, tomado de la Crtica a la filosofa del Estallo de Hegel (Marx, ?oo? [1844,]), sera el de mediacin, que expresa una de las estrategias o estructuras mediante las cuales se produce una conciliacin entre sociedad civil y I'lutado, como si una cosa y la otra fueran en cierto modo lo mismo y como si se hubiese generado un territorio en el

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    ocultndose bajo el aspecto de valores supuestamente universales. La gran ventaja que posea y contina poseyendo la ilusin mediadora del Estado y las nociones abstractas con que argumenta su mediacin es que poda presentar y representar la vida en sociedad como una cuestin terica, por as decirlo, al margen de un mundo real que poda hacerse como si no existiese, como si todo dependiera de la correcta aplicacin de principios elementales de orden superior, capaces por s mismos a la manera de una nueva teologa de subordinar la experiencia real hecha en tantos casos de dolor, de rabia y de sufrimiento de seres humanos reales que mantienen entre s relaciones sociales reales.

    La nocin de espacio pblico, en tanto que concrecin fsica en que se dramatiza la ilusin ciudadanista, funcionara como un mecanismo a travs del cual la clase dominante consigue que no aparezcan como evidentes las contradicciones que la sostienen, al tiempo que obtiene tambin la aprobacin de la clase dominada al valerse de un instrumento el sistema poltico capaz de convencer a los dominados de su neutralidad. Consiste igualmente en generar el espejismo de que se ha producido por fin la deseada unidad entre sociedad y Estado, en la medida en que los supuestos representantes de la primera han logrado un consenso superador de las diferencias de clase. Sera a travs de los mecanismos de mediacin en este caso, la ideologa ciudadanista y su supuesta concrecin fsica en el espacio pblico que las clases dominantes consiguen que los gobiernos a su servicio obtengan el consentimiento activo de los gobernados, incluso la colaboracin de los sectores sociales maltratados, trabados por formas de dominacin mucho ms sutiles que las

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    EL ESPACIO PBLICO COMO IDEOLOGA

    basadas en la simple coaccin. Se sabe que lo que garantiza l a perduracin y el desarrollo de la dominacin de clase nunca es la violencia, "sino el consentimiento que presta n los dominados a su dominacin, consentimiento que hasta cierto punto les hace cooperar en la reproduccin de dicha dominacin [...] El consentimiento es la parte del poder que los dominados agregan al poder que los dominadores ejercen directamente sobre ellos (Godelier, 1989: 3 i).

    Se pone de nuevo de manifiesto que la dominacin de una clase sobre otra no se puede producir slo mediante la violencia y la represin, sino que requiere el trabajo de lo que Althusser present como "aparatos ideolgicos del listado , a travs de los cuales los dominados son educados lase adoctrinados para acabar asumiendo como "natural e inevitable el sistema de dominacin que padecen, al tiempo que integran, creyndolas propias, sus premisas tericas. De tal manera la dominacin no slo domina, sino que tambin dirige y orienta moralmente tanto el pensamiento como la accin sociales. Esos instrumentos ideolgicos incorporan cada vez ms la virtud de la versatilidad adaptativa, sobre todo porque tienden a renunciar a constituirse en un sistema formal completo y acabado; se plantean a la manera de un conjunto de orientaciones ms bien difusas, cuya naturaleza abstracta, inconcreta, dctil..., fcil, en una palabra, las hacen acomodables a cualquier circunstancia, en relacin con la cual y gracias a su extremada vaguedad consiguen tener efectos portentosamente clarificadores. Y no es slo que esas nuevas formas ms lbiles de ideologa dominante primen el consenso y la complicidad de los dominados, sino que pueden incluso ejercitar formas de

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    astucia que neutralizan a sus enemigos asimilando sus argumentos y sus iniciativas, desproveyndolas de su capacidad cuestionadora, domesticndolas, como si de tal asimilacin dependiera su habilidad para la adaptacin a los constantes cambios histricos o ambientales o para propiciarlos.

    Tendramos hoy que, en efecto, las ideas de ciudadana y por extensin de espacio pblico seran ejemplos de ideas dominantes en el doble sentido de ideas de quienes dominan y de ideas que estn concebidas para dominar, en cuanto pretendidos ejes que justifican y legitiman la gestin de lo que vendra a ser un consenso coercitivo o una coaccin hasta un cierto lmite consensuada con los propios coaccionados. Estamos ante un ingrediente fundamental de lo que en nuestros das es aquello que Foucault llamaba la "modalidad pastoral del poder , refirindose a lo que en el pensamiento poltico griego tan inspirador del modelo "gora en que afirma inspirarse el discurso del espacio pblico era un poder que se ejerca sobre un rebao de individuos diferenciados y diferenciables "dispersos , dir Foucault a cargo de un jefe que deba y hay que subrayar que lo que hace es cumplir con su deber "calmar las hostilidades en el seno de la ciudad y hacer prevalecer la unidad sobre el conflicto (Foucault, 1991: 10 1-10 3). Se trata, pues, de disuadir y de persuadir cualquier disidencia, cualquier capacidad de contestacin o resistencia y tambin por extensin cualquier apropiacin considerada inapropiada de la calle o de la plaza, por la va de la violencia si es preciso, pero previamente y sobre todo por una descalificacin o una deshabilitacin que, en nuestro caso, ya no se lleva a cabo bajo la denominacin de origen subversivo,

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    EL ESPACIO PBLICO COMO IDEOLOGA

    h 110 de la mano de la mucho ms sutil de incvico, o sea, contraventor de los principios abstractos de la "buena convivencia ciudadana .

    Todo ello afecta de lleno a la relacin entre el urbanismo y los urbanizados. Dada la evidencia de que la modelacin cultural y morfolgica del espacio urbano es cosa de lites profesionales procedentes en su gran mayora de los estratos sociales hegemnicos, es previsible que lo que kc da en llamar urbanidad sistema de buenas prcticas cvicas venga a ser la dimensin conductual adecuada al urbanismo, entendido a su vez como lo que est siendo en realidad hoy: mera requisa de la ciudad, sometimiento de sta, por medio tanto del planeamiento como de su gestin poltica, a los intereses en materia territorial de las minoras dominantes.

    EL ESPACIO PBLICO COMO LUGAR

    lis ese espacio pblico-categora poltica lo que debe verse realizado en ese otro espacio pblico ahora fsico que es o se espera que sean los exteriores de la vida social: la calle, el parque, la plaza... Por eso, ese espacio pblico materializado no se conforma con ser una mera sofisticacin conceptual de los escenarios en los que desconocidos totales o relativos se encuentran y gestionan una coexistencia singular no forzosamente exenta de conflictos. Su papel es mucho ms trascendente, puesto que se le asigna la tarea estratgica de ser el lugar en que los sistemas nominalmente democrticos ven o deberan ver confirmada la verdad de su naturaleza igualitaria, el lugar en que se ejercen los derechos de expresin y reunin como

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    formas de control sobre los poderes y el lugar desde el que esos poderes pueden ser cuestionados en los asuntos que conciernen a todos.

    A ese espacio pblico como categora poltica que organiza la vida social y la configura polticamente le urge verse ratificado como lugar, sitio, comarca, zona..., en que sus contenidos abstractos abandonen la superestructura en la que estaban instalados y bajen literalmente a la tierra, se hagan, por as decirlo, "carne entre nosotros . Procura con ello dejar de ser un espacio concebido y se quiere reconocer como espacio dispuesto, visibilizado, aunque sea a costa de evitar o suprimir cualquier emergencia que pueda poner en cuestin que ha logrado ser efectivamente lo que se esperaba que fuera. Es eso lo que hace que una calle o una plaza sean algo ms que simple - mente una calle o una plaza. Son o deben ser el proscenio en que esa ideologa ciudadanista se pretende ver a s misma hecha realidad, el lugar en el que el Estado logra desmentir momentneamente la naturaleza asimtrica de las relaciones sociales que administra y a las que sirve y escenifica el sueo imposible de un consenso equitativo en el que puede llevar a cabo su funcin integradora y de mediacin.

    En realidad, ese espacio pblico es un mbito de lo que Lukcs hubiera denominado cosificacin, puesto que se le confiere la responsabilidad de convertirse como sea en lo que se presupone que es y que en realidad slo es un debera ser. El espacio pblico es una de aquellas nociones que exige ver cumplida la realidad que evoca y que en cierto modo tambin invoca, una ficcin nominal concebida para inducir a pensar y a actuar de cierta manera y que urge verse instituida como realidad objetiva. Un

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    EL ESPACIO PBLICO COMO IDEOLOGA

    i icrlo aspecto de la ideologa dominante en este caso el desvanecimiento de las desigualdades y su disolucin cu valores universales de orden superior adquiere, de pronto y por emplear la imagen que el propio Lukcs propona, una "objetividad fantasmal (Lukcs, 1985 [1933]: II). Se consigue, por esa va y en ese marco, que el orden eco umico en torno al cual gira la sociedad quede soslayado o elidido. Ese lugar al que llamamos espacio pblico es mi extensin material de lo que en realidad es ideologa, fn el sentido marxista clsico, es decir, enmascaramiento11 etichizacin de las relaciones sociales reales, y presen- la esa misma voluntad que toda ideologa comparte de exis- Iir como objeto: "Su creencia es material, en tanto esas ideas son actos materiales inscritos en prcticas materiales, reguladas por rituales materiales, definidos a su vez por el aparato ideolgico material del que proceden las ideas (Althusser, 1974: 62;).

    El objetivo es, pues, llevar a cabo una autntica tran- Kubstanciacin, en el sentido casi litrgico-teolgico de la palabra, a la manera de como se emplea el trmino para a I udir a la sagrada hipstasis eucarstica. Una serie de operaciones rituales y unos cuantos ensalmos y una entidad puramente metafsica se convierten, de pronto, en cosa sensible, que est ah, que se puede tocar con las manos y ver con los ojos, que, en este caso, puede ser recorrida y atravesada. Un espacio terico se ha convertido por arte de magia en espacio sensible. Lo que antes era una calle es ahora escenario potencialmente inagotable para la comunicacin y el intercambio, mbito accesible a todos en que se producen constantes negociaciones entre copresentes que juegan con los diferentes grados de la aproximacin y el distanciamiento, pero siempre sobre la base de la

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    libertad formal y la igualdad de derechos, todo ello en una esfera de la que todos pueden apropiarse, pero que no pueden reclamar como propiedad; marco fsico de lo poltico como campo de encuentro transpersonal y regin sometida a leyes que deberan ser garanta para la equidad. En otras palabras: lugar para la mediacin entre sociedad y Estado lo que equivale a decir entre sociabilidad y ciudadana, organizado para que en l puedan cobrar vida los principios democrticos que hacen posible el libre flujo de iniciativas, juicios e ideas.

    En ese marco, el conflicto antagonista no puede percibirse sino como una estridencia o, peor, como una patologa. Es ms, es contra la pugna entre intereses que se han desvelado irreconciliables que esa nocin de espacio pblico, tal y como est siendo empleada, se levanta. En el fondo siempre est presente la voluntad de encontrar un antdoto moral que permita a las clases y a los sectores que mantienen entre s o con los poderes disensos crnicos renunciar a sus contenciosos y abandonar su lucha, al menos por medios realmente capaces de modificar el orden socioeconmico que sufren. Ese esfuerzo por someter las insolencias sociales es el que hemos visto repetirse a cada momento, justo en nombre de principios conciliadores abstractos, como los del civismo y la urbanidad, aquellos mismos que, por ejemplo, en el contexto novecentista europeo, en el primer cuarto del siglo XX, pretendan sentar las bases de una ciudad ideal, embellecida, culta, armoniosa, ordenada, en las que un "amor cvico les sirviese para redimirse y superar las grandes convulsiones sociales que llevaban dcadas agitndolas, empaando y entorpeciendo los sueos democrticos de la burguesa. sta nunca haba dejado de guiarse por el

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    EL ESPACIO PBLICO COMO IDEOLOGIA

    modelo que le prestaba Atenas o las ciudades renacentis- I iK, de las que el espacio pblico moderno quisiera ser reconstruccin, taly como HannahArendt estableciera en mu vindicacin del gora griega. Son tales principios de conciliacin y encuentro sntesis del pensamiento poli- I ico de Aristteles y Kantlos que exigen verse confirmados en la realidad perceptible y vivible, ah afuera, donde la ciudadana como categora debera verse convertida en real y donde lo urbano transmutarse en urbanidad. Una urbanidad identificada con la cortesa, o arte de vivir en la corte, puesto que la conducta adecuada en contextos de encuentro entre distintos y desiguales debe verse regulada por normas de comportamiento que conciban la vida en lugares compartidos como un colosal baile palaciego, en el que los presentes rigen sus relaciones por su dominio de las formalidades de etiqueta, un "saber estar que los

    guala.En la calle, devenida ahora espacio pblico, la figura

    hasta aquel momento entelquica del ciudadano, en que se resumen los principios de igualdad y universalidad democrticas, se materializa, en este caso, bajo el aspecto de usuario. Es l quien practica en concreto los derechos que hacen o deberan hacer posible el equilibrio entre un orden social desigual e injusto y un orden poltico tericamente equitativo (cf. Ghauvire y Godbout, 1995). El usuario se constituye as en depositario y ejecutor de derechos que se arraigan en la concepcin misma de civi-I dad democrtica, en la medida en que es l quien recibe los beneficios de un mnimo de simetra ante los avatares de la vida y la garanta de acceso a las prestaciones sociales y culturales que necesita. Ese individuo es viandante, automovilista, pasajero..., personaje que reclama el

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    anonimato y la reserva como derechos y al que no le corresponde otra identidad que la de masa corprea con rostro humano, individuo soberano al que se le supone y reconoce competencia para actuar y comunicarse racionalmente y que est sujeto a leyes iguales para todos.

    Con ello, cada transente es como abducido imaginariamente a una especie de no-lugar o nirvana en el que las diferencias de estatus o de clase han quedado atrs. Ese espacio lmbico, al que se le hace jugar un papel estructurante del orden poltico en vigor, paradjicamente viene a suponer algo parecido a una anulacin o nihilizacin de la estructura, en la que lo que se presume que cuenta no es quin o qu es cada cual, sino qu hace y qu le sucede. Tal aparente contradiccin no lo es tal si se entiende que ese limbo escenifica una por lo dems puramente ilusoria situacin de a-estructuracin, una especie de communitas por emplear el trmino que Vctor Turner propondra (Turner, 2004) en la que una sociedad severamente jerarquizada y estratificada vive la experiencia de una imaginaria fraternidad universal en la que el presupuesto igualitario de los sistemas democrticos del que todos han odo hablar, pero nadie ha visto en realidad recibe la oportunidad de existir como realidad palpable. En eso consiste el efecto ptico democrtico por excelencia: el de un mbito en el que las desigualdades se proclaman mgicamente abolidas.

    Ni que decir tiene que la experiencia real de lo que ocurre ah afuera, en eso que se da en llamar "espacio pblico , procura innumerables evidencias de que no es as. Los lugares de encuentro no siempre ven soslayado el lugar que cada concurrente ocupa en un organigrama social que distribuye e institucionaliza desigualdades de

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    EL ESPACIO PBLICO COMO IDEOLOGA

    chine, de edad, de gnero, de etnia, de "raza . A determinadas personas en teora beneficiaras del estatuto de (ilnia ciudadana se les despoja o se les regatea en pblicoI11 igualdad, como consecuencia de todo tipo de estigmas y negal ivizaciones. Otros los no-nacionales y por tanto un ciudadanos, millones de inmigrantes son sometidos ti un acoso permanente y al escrutamiento constante tanto ilc su identidad como de su identificacin. Lo que se tena 111*r un orden social pblico basado en la adecuacin enl re comportamientos operativos pertinentes, un ordenl ni nsaccional e interaccional basado en la comunicacin generalizada, se ve una y otra vez desenmascarado como una arena de y para el mareaje de ciertos individuos o colectivos, cuya identidad real o atribuida los coloca en un rulado de excepcin del que el espacio pblico no les libera en absoluto. Antes al contrario, agudiza en no pocos casos su vulnerabilidad. Es ante esa verdad que el discurso ciudadanistay del espacio pblico invita a cerrar los ojos.

    i :i, PBLICO CONTRA LA CHUSMA

    Nada nuevo, en cualquier caso. Nos encontramos ante la revitalizacin de problemticas que estn en la base misma de la historia de las ciencias sociales, cooperantes necesarias en la formalizacin terica de la reconciliacin entre dominadores y dominados y la consideracin pato- logizante de todo lo que no sea produccin de consenso social. Por supuesto que es el caso de toda la sociologa francesa que, en soporte de los valores republicanos, nace a finales del XIX alrededor de la figura de Durkheim, terico fundamental de la solidaridad social como tercera va

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    entre socialismo marxista y liberalismo (lvarez-Ura y Varela, 3004: 207-338), aunque no todos sus desarrollos se produjeran en ese sentido y la corriente conociera variables de mayor radicalidad poltica. Es el caso tambin del pragmatismo norteamericano. Gomo en Europa de la mano de Le Bon o Tarde, tambin en Estados Unidos en este caso con Dewey encontramos esa voluntad de poner en circulacin el concepto depblico para codificar en clave de concierto pacfico una agitacin social cuyo protagonismo estaba correspondiendo a las masas urbanas, con frecuencia presentadas como las "turbas o el "populacho . De ah la Escuela de Chicago y su vocacin en buena medida cristiano-reformista de redencin moral de la anomia urbana. Cabe pensar en cmo Robert Ezra Park reconoca slo dos modelos de orden social. El "cultural , basado en un orden moral, guiado por principios, valores y significaciones compartidas, y aquel otro orden que el propio Parktan cercano, como es sabido, al dar- winismo social defina como "bitico o "ecolgico para aludir a dinmicas competitivas en pos de recursos escasos, ajustes recprocos de naturaleza polmica, adaptacin traumtica a contextos sociales poco o mal estructurados, fenmenos de expansin e insercin en el territorio (Park, 1999 [1936]). La reforma deba consistir en transitar de ese orden sociobitico carente de corazn, que generaba conflicto y se alimentaba de l, a ese otro orden social moral superior, fundamentado en el acomodo recproco y la asimilacin.

    Recurdese que como establece en su propuesta de geneologa Reinhart Koselleck (1978) "lo pblico naci en buena medida como dominio destinado a que se diluyeran en l las grandes luchas de religin que caracterizaron

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    EL ESPACIO PBLICO COMO IDEOLOGA

    H KigloXVU, es decir, como mbito para la reconciliacin y el consenso entre sectores sociales con identidades e intereses contrapuestos. Entre otras definiciones, a la de h/hicopblico se le puede asignar el espacio de un personaje colectivo al que solemos reconocer como el pblico.I )e nuevo es pertinente remitirnos a la manera como Jr- ^en Uabermas (1981 [1963]) ha indagado en la historia de en;i nocin, pblico, en este caso para designar a un tipo de agrupacin social constituida por individuos supuestamente libres e iguales que evalan aquello que se exponeII ku juicio lo que se hace pblico a partir de criterios racionales de valor, bondad y calidad.

    Es aqu donde resultara importante reconocer la deuda contrada con Gabriel Tarde (1986 [1904]), para i|ien el pblico asume un tipo de accin conjunta que renuncia al espacio material y se conforma a partir de un vinculo meramente espiritual entre individuos dispersos, un conjunto humano del que el factor cohesionador non las opiniones que comparten unos componentes cuya coincidencia corporal es prescindible. Tal tipo de conglomerado social slo se puede entender en contraposicin 1 la de la multitud, ese otro personaje colectivo que, se k, se concreta en el espacio como fusin de cuerpos que actan el unsono. Es a las multitudes a las que se haba visto protagonizando a lo largo del siglo XIX todo tipo de revoluciones y algaradas y al que la primera psicologa de masas Izoulet, Sighelle, Rossi, Espinas, Le Bon, ms adelante el propio Fred estaba atribuyendo una condicin infantil, criminal, bestial, primitiva, histrica es decir, femenina, incluso diablica, por su tendencia a convertirse en populacho. Ese tipo de agregado humano sobre cuya preeminencia en el mundo contemporneo alertara

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    Ortega y Gasset en La rebelin de las masas (3009 [1931]). Es como contrapeso a esa tendencia psictica atribuida a las multitudes que vemos extenderse otro tipo de destinatario deseado para la gestin y el control polticos: la opinin pblica, es decir, la opinin del pblico como conjunto disciplinado y responsable de individualidades, la categora bsica para la gestin estatal de las muchedumbres.

    En esa misma senda, a John Dewey (3004 [1927]) le corresponde una de las principales formalizaciones de esa categora de pblico, destinada a aludir a una asociacin caracterstica, frente a otras formas de comunidad humana, de las sociedades democrticas. Uno de sus rasgos principales sera el de la reflexividad, en el sentido de que sus componentes seran conscientes en todo momento de su papel activo y responsable a la hora de tener en cuenta las consecuencias de la accin propia y de la ajena, al tiempo que toda conviccin, cualquier afirmacin, poda ser puesta a prueba mediante el debate y la deliberacin. Pero conviene remarcar que esa filosofa estaba en buena medida concebida precisamente para sentar las bases doctrinales de una autntica democratizacin de las muchedumbres urbanas, a las que el proceso de constitucin de la civilizacin industrial haba estado otorgando desde haca dcadas un papel central, tantas veces inquietante para el gran proyecto burgus de una pacificacin generalizada de las relaciones sociales.

    Ese contraste dialctico y de fronteras reversibles entre pblico y multitud o masa se ha venido manteniendo bajo una forma u otra. Pensemos en la concrecin de la referida idea abstracta de pblico que supone su acepcin como grupo de personas que participan de unas mismas aficioneso con preferencia concurren a determinado lugar, esto es, como actualizacin del concepto clsico de auditorio. Se

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    EL ESPACIO PBLICO COMO IDEOLOGA

    alude en este caso a un tipo de asociacin de espectadores es decir, de individuos que asisten a un espectculo pbli

    co , de los que se espera que se conduzcan como seres responsables y con capacidad de discernimiento para evaluar ;i(|uello que se somete a su consideracin. Se da por desconvido que los convocados y constituidos en pblico no renuncian a la especificidad de sus respectivos criterios, puesto11 ue ninguno de ellos perder en ningn momento de vista lo11 ue hace de cada cual un sujeto nico e irrepetible. Lo que se opondra a esa imagen deseada de un pblico espectador racional y racionalizante sera un tipo de aglomeracin de espectadores que hubieran renunciado a mantener entre s la distancia moral y fsica que les distinguira unos de otros y aceptaran quedar subsumidos en una masa acrtica, confusa y desordenada, en la que cada cual habra cado en aquel mismo estado de irresponsabilidad, estupefacciny embru- lecimiento que se haba venido atribuyendo a la multitud e nervada, aquella misma entidad frente a la que la nocin de piiblico haba sido dispuesta. El conjunto de espectadores degenera entonces en canalla desbocada, vctimas de una sbita enajenacin que les ha cegado y los inhabilita para el inicio racional, predisponindolos para que la respuesta a los estmulos recibidos desemboque en cualquier momento

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    confraternidad interclasista. Se hizo, y se contina haciendo, impregnando cada vez ms las convicciones y las prcticas de aquellos a los que se tiene la expectativa de convertir en creyentes, puesto que, a fin de cuentas, es un credo lo que se trata de hacer asumir. Para ello se despliega un dispositivo pedaggico que concibe al conjunto de la poblacin, y no slo a los ms jvenes, como escolares perpetuos de esos valores abstractos de ciudadana y civilidad. Esto se traduce en todo tipo de iniciativas legislativas para incluir en los programas escolares asignaturas de "civismo o "educacin para la ciudadana , en la edicin de manuales para las buenas prcticas ciudadanas, en constantes campaas institucionales de promocin de la convivencia, etc. Se trata de divulgar lo que Sartre hubiera llamado el esqueleto abstracto de universalidad del que las clases dominantes obtienen sus fuentes principales de legitimidad y que se concreta en esa vocacin fuertemente pedaggica que exhibe en todo momento la ideologa ciudadanista, de la que el espacio pblico sera aula y laboratorio.

    Ese es el sentido de las iniciativas institucionales en pro de que todos acepten ese territorio neutral del que las especificidades de poder y dominacin se han replegado. Hacen el elogio de valores grandilocuentes y a la vez irrebatibles paz, tolerancia, sostenibilidad, convivencia entre culturas de cuya asuncin hemos visto que depende que ese espacio pblico mstico de la democracia formal se realice en algn sitio, en algn momento. A su vez, esa didctica y sus correspondientes ritualizaciones en forma de actos y fiestas destinados a sacralizar la calle, exorcizarla de toda presencia conflictual y convertirla en "espacio pblico sirve de soporte al tiempo tico y esttico que justifica y legitima lo que enseguida sern

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    EL ESPACIO PBLICO COMO IDEOLOGA

    legislaciones y normativas presentadas como "de civismo . Aprobadas y ya vigentes en numerosas ciudades, son un ejemplo de hasta qu punto se conduce ese esfuerzo por nrile todo conseguir que ese espacio pblico sea "lo que debiera ser . Ese tipo de legislaciones encuentran un ejemplo bien ilustrativo en la de Barcelona, presentada en el otoo de 2005, bajo el ttulo "Ordenanza de medidas para l o 1 nentar y garantizar la convivencia ciudadanas en el espa- i'io pblico de Barcelona . Su objetivo: "Preservar el espacio pb lico como un lugar de convivencia y civismo .

    Por mucho que se presenten en nombre de la "convivencia , en realidad se trata de actuaciones que se enmarcan en el contexto global de "tolerancia cero Giuliani, Sarkozy, cuya traduccin consiste en el establecimiento de un estado de excepcin o incluso de un toque de queda para los sectores considerados ms inconvenientes de la sociedad. Se trata de la generacin de un autntico entorno intimidatorio, ejercicio de represin preventiva contra sectores pauperizados de la poblacin: mendigos, prostitutas, inmigrantes. A su vez, estas reglamentaciones estn sirviendo en la prctica para acosar a formas de disidencia poltica o cultural que se atreven a desmentir o desacatar el normal fluir de una vida pblica declarada por decreto a mable y desproblematizada.

    El civismo y la ciudadaneidad asignan a la vigilancia y la actuacin policiales la labor de lograr lo que sus invocaciones rituales campaas publicitarias, educacin en valores, fiestas "cvicas no consiguen: disciplinar ese exterior urbano en el que no slo no ha sido posible man- lener a raya las expresiones de desafecto e ingobernabi- I i dad, sino donde ni siquiera se ha logrado disimular el escndalo de una creciente dualizacin social. La pobreza,

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    la marginacin, el descontento, no pocas veces la rabia continan formando parte de lo pblico, pero entendido ahora como lo que est ah, a la vista de todos, negndose a obedecer las consignas que lo condenaban a la clandestinidad. El idealismo del espacio pblico que lo es del inters universal capitalista no renuncia a verse desmentido por una realidad de contradicciones y fracasos que se resiste a recular ante el vade retro que esgrimen ante ella los valores morales de una clase media bienpen- sante y virtuosa, que ve una y otra vez frustrado su sueo dorado de un amansamiento general del vnculo social.

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    CAPITULO 2

    I AS TRAMPAS DE LA NEGOCIACIN

    It ELACIONES SITUADAS EN CONTEXTOS URBANOS

    El espacio pblico urbano en cualquiera de sus acepciones vendra a ser una comarca en la que cada cual est con extraos que, de pronto y casi siempre provisionalmente, han devenido sus semejantes. Se habla entonces de un supuesto escenario comunicacional en que los usuarios pueden reconocer automticamente y pactar las pautas que los organizan, que distribuyen y articulan sus disposiciones entre s y en relacin con los elementos del entorno. Lo que se distingue ah se supone que no es 1111 conjunto homogneo de componentes humanos, sino ms bien una conformacin basada en la dispersin, un conglomerado de operaciones en que se autogestionan acontecimientos, agentes y contextos. El soporte de ese paisaje son las personas que concurren, que se presume (pie no funcionan como miembros de comunidades iden- (1 l icables e identificadoras, sino como ejecutores de una praxis operacional fundada en el saber conducirse de

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    manera adecuada. Ese supuesto en el que se fundamenta la relacin social en pblico es el que hace del anonimato una autntica institucin social, de la que dependen formas de interrelacin de base no identitaria. Es porque se da por sentado que los interactuantes han aceptado definirse aparte, que se pueden ejecutar de manera correcta unas formalidades que hacen abstraccin de cualquier cosa que no sea la competencia para comportarse adecuadamente, es decir, para asumir las normas y los procedimientos que hacen a cada cual acreedor de su reconocimiento como concertante en cuadros sociales casi siempre nicos.

    Cabe insistir en que sa es la clave del papel central que se espera que asuma, en ese tipo singular de vida social entre extraos, la capacidad que stos tienen y el derecho que les asiste de ejercer el anonimato como estrategia de ocultacin de todo aquello que no resulte procedente en el plano de la interaccin en tiempo presente. Permanecer en el anonimato quiere decir reclamar no ser evaluado por nada que no sea la habilidad para reconocer cul es el lenguaje de cada situacin y adaptarse a l. Se supone que cada momento social concreto im plica una tarea inmediata de socializacin de los copartcipes, que aprenden rpidamente cul es la conducta adecuada, cmo manejar las impresiones ajenas y cules son las expectativas suscitadas en el encuentro. De ah que resulte indispensable reclamar para tal actividad aquel principio de reserva al que Georg Simmel (1986 [1903]) dedic su conocido ensayo sobre la vida urbana y que consista en la necesidad que los habitantes de las ciudades tenan de distanciarse ante la proliferacin extraordinaria de acontecimientos con los que deban toparse en su vida

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    col id ana y de mantener con sus protagonistas algo parecido al distanciamiento, a la indiferencia e incluso a la 11ml.ua aversin. Ese principio de conducta es el que ms adelante Erving Goffman (1979 [1963]: 35-41) designar como desatencin corts o principio de no interferencia,110 intervencin, ni siquiera prospectiva en los dominios (|iie se entiende que pertenecen a la privacidad de los desconocidos o conocidos relativos con los que se inter- acla constantemente. Esa desatencin corts tambin indiferencia de urbanidad permite en teora superar la desconfianza, la inseguridad o el malestar provocados por la identidad real o imaginada del usuario en el espacio

    pblico.En teora, ese orden social fundamentado en el

    ext raamiento mutuo, esto es, la capacidad y la posibilidad de permanecer ajenos unos a otros en un marco le rapo-espacial restringido y comn, no slo no obliga a que el otro se presente, puesto que toda relacin en contextos de pblica concurrencia se establece, como ha sealado Isaac Joseph al reconocer las fuentes de nuestra idea contempornea de espacio pblico (Joseph, 1999), a partir nicamente de lo que se hace y de lo que se debe hacer, es decir, a partir de las codificaciones que afectan a las maneras de hacer y a los ritos de interaccin. Ese principio de reserva es el que exige reclamar y obtener el derecho a resistirse a una inteligibilidad absoluta, reducir toda afirmacin de sociabilidad a un rgimen de comunicacin fundamentado en una vinculacin indeterminada, cuyos componentes renuncian, aunque slo sea provisionalmente, a lo que consideran su verdad personal, a partir de la difuminacin de su identidad social y de cualquier otro cdigo preexistente, el privilegiamiento

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    de la mscara, el ocultamiento y el sacrificio de toda informacin sobre uno mismo que pudiera ser considerada improcedente.

    Llegamos, desde esa preocupacin nodal por los vnculos provisionales entre extraos que proliferan en la vida de las ciudades modernas, a las diferentes teoras situacionales, todas ellas atentas a las relaciones humanas basadas en la inmediatez y en cierta indeterminacin identitaria de sus protagonistas. Sus puntos de partida seran la sociologa de Simmel en general o un texto clsico publicado por el fundador de la Escuela de Chicago, William H. Thomas (2:002; [19^3]), sin olvidar la precoz intuicin de Gabriel Tarde acerca de la importancia sociolgica de la conversacin (Tarde, 1986 [1904]). Desde tal arranque se han venido desarrollando un conjunto de estrategias metodolgicas y tericas cuya premisa compartida sostendra que la interaccin, en tanto que determinacin recproca de acciones o de actores, no slo puede ser considerada como un fenmeno en s mismo, y por tanto observada, registrada y analizada, sino que merece que se le atribuya centralidad en la consideracin de la conducta social humana. Estas perspectivas entienden la situacin como orden social elemental que puede y debe ser reconocido como ejemplo de organizacin social dotada de cualidades formales especficas, a la que es viable viviseccionar, aislar a afectos analticos, tratarla como un orden de hechos como otro cualquiera, un sistema en s, es decir, como una entidad positiva que justifica un trabajo cientfico.

    Ahora bien, no todas las corrientes situacionales perciben de manera coincidente la naturaleza de la situacin como objeto de conocimiento. Son construccionistas, es decir,

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    EL ESPACIO PBLICO COMO IDEOLOGA

    coinciden en que la realidad es una produccin social, |icro algunas, como el interaccionismo simblico y la d no metodologa, han trabajado tomando como dato cen- I ral la manera como quienes conforman unidades sociales111 >a rentemente espontneas y ms bien azarosas las concillen, interpretan y definen, hacindolo siempre a partir de una actitud que se supone creativa, reflexiva y activa, en condiciones de superar o arrinconar, ni que sea momentneamente, los condicionantes externos a la situacin que les afectan. La interaccin se entiende como articulacin de subjetividades con iniciativas, potencialidades y objetivos propios, que acuerdan generar realidades especficas a partir de elementos cognitivos y discursivos que se trenzan para la oportunidad y que pueden prescindir total o parcialmente de estructuras socialespreexistentes.

    Lo que cuenta para estas tendencias es la significacin que los interactuantes dan a su accin recproca, el I rabajo mental que les permite crear y sostener las carac- lersticas de escenarios socialmente organizados. Esto supone que las condiciones consideradas racionales de la conducta prctica no son fijadas o reconocidas como consecuencia de una regla o mtodo obtenido independenle mente de la situacin en que tales propiedades son usadas, sino realizaciones contingentes de prcticas comunes organizadas socialmente. Cada situacin social ha de entenderse, por tanto y desde esa perspectiva, como autoor- ganizada, autogestionada en cuanto al carcter inteligible de sus propias apariencias. Toda situacin se organiza endgenamente y lo hace a partir de parmetros irrepetibles que hacen posible definir sus contenidos como realmente reales, tal y como propona William I. Thomas en

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    su famoso principio: "Si los individuos definen una situacin como real, esa situacin es real en sus consecuencias . Planteado de otro modo, no existe un orden social que tenga existencia por s mismo, independientemente de ser conocido y articulado por los individuos en el plano tanto mental como prctico. El orden social, en efecto, no es un reglamento declarado, sino un orden realizado, cumplido por interactuantes que se conducen en cada coyuntura como socilogos o antroplogos nafs que levantan su teora es decir, evalan ndices, y orientan su prcticaesto es, consensan procedimientos, obteniendo como resultado las autoevidencias, lo "dado por sentado , las premisas mudables para cada oportunidad particular que permiten vencer la indeterminacin y producir sociedad. Todo ello calculando sus acciones en funcin de las condiciones de cada una de las secuencias en que se hallaban comprometidos y de los objetivos prcticos a cubrir.

    Eso no quiere decir que la situacin no padezca determinaciones procedentes de las estructuras sociales, polticas, econmicas, culturales, jurdicas o de cualquier otro tipo preexistentes. Aunque se coincida en entenderla como una actuacin humana basada en la autodeterminacin recproca, cada autor o tendencia situacional aporta visiones propias acerca de cul es el peso de los organigramas econmicos o poltico-institucionales, por ejemplo, y slo en sus expresiones ms banalizadas se le otorga al individuo una independencia absoluta a la hora de negociar la realidad que vive. En lo que todas estas corrientes coinciden es en atribuir a los protagonistas de la interaccin potencialidad poco menos que ilimitada para generar cooperativamente y gestionar luego una

    EL ESPACIO PBLICO COMO IDEOLOGA

    ilc terminada realidad, por momentnea y provisional que rula sea, y hacerlo como seres autnomos y competentes a Iji hora de pactar formas diferenciadas de ser el mundo y ilc estar en l. Es decir, se subraya la tendencia que la inleraccin experimenta a escapar de las regulaciones so- ciiles y de las condiciones estructurales y de los interac- Iliantes a comportarse como seres que han podido acceder a un grado cero de identidad, desde el que se hacen presentes en cada circunstancia como recin nacidos a rila. El "ponerse en situacin consiste precisamente en hacer como si cada cual se hubiera zafado de cualquier imposicin estructural, como si fuera reconocido en tanto i|iie ser que pertenece al lenguaje y se mueve slo en su hciio, es decir, como alguien que obtiene su reconocimiento como concertante a partir de su competencia cornil nicacional.

    ANONIMATO Y M STICA CIUDADANA

    I ,;i cuestin no es balad ni se limita al campo de la teora Hncial. Ese personaje abstracto que se despliega en el universo de 1a. interaccin ms o menos pura que imaginan las teoras hermenuticas de la situacin, que ejerce una i a pacidad de modelar a voluntad la divisin entre pblico y privado es decir, entre lo que se decide someter a la mirada y el juicio ajeno y lo que no, o, lo que es lo m ismo, que puede graduar sus dinteles de anonimato, es el mismo que en teora centra en torno de l la llamada democracia participativa. En ese orden de cosas, el protagonista de la interaccin como concrecin de la hipottica sociedad annima urbana, entendida como entidad

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    hecha toda ella de lenguaje, es en el fondo idntico al que se proyecta en esa otra ecmene igualitaria que funda la posibilidad misma de un sistema poltico basado en el individuo autnomo, responsable y racional, calificado para manejar adecuadamente recursos y oportunidades presupuestas como iguales para todos.

    Ese agente libre y consciente de su capacidad de propiciar todo tipo de cambios es idntico a esa especie de rey de la creacin del sistema poltico liberal que se identifica con la figura no menos abstracta del ciudadano. La racionalidad poltica se basa entonces en la actividad concertante y deliberativa de seres para los que cualquier identificacin que no sea la genrica de ciudadanos resulta improcedente. Nos encontramos con el ncleo duro de lo que vimos que sera para autores como Haber- mas el concepto republicano de poltica, para el que sta sera el artefacto mediador que permite y regula la autodeterminacin de agregaciones solidarias y autnomas, formadas por individuos emancipados conscientes de su recproca dependencia, que, al margen del Estado y del mercado, alcanzan el entendimiento convivencial mediante el intercambio horizontal y permanentemente renovado de argumentos. Como se sabe, sa est siendo la doctrina de eleccin de la socialdemocracia, pero tambin de lo que en el captulo anterior presentamos como ciudadanismo, la ideologa que han hecho suya los restos de la izquierda sindical y poltica que un da se pretendi revolucionaria.

    Iluminada por las perspectivas situacionales, ese de- mocraticismo radical trasciende la filosofa poltica para ir a beber de una sociologa de las relaciones urbanas, teorizadas como fundndose en una coordinacin dialogada y

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    dialogante de estrategias de cooperacin, de afinidad o de c(ni l licto, que se articulan en el transcurso mismo de su devenir. Ahora la deliberacin se lleva a cabo en el campo de l;i acciny se traduce no slo en circulacin y consentid de opiniones, sino en una determinada idea de orden publico, pero no en el sentido de orden jurdico del Es- lndo ni de orden de las relaciones en pblico, es decir, leeprocamente expuestas y observadas. Orden pblico se entiende ahora en tanto que orden del pblico, esa categ o r a social conformada por individuos privados, conscientes y responsables que ejercitan de forma racional mi capacidad y su derecho a interpretar, pronunciarse y neluar en pos de objetivos comunes, que pueden ser conestentes y duraderos o provisionales, pero que slo pueden concebirse en relacin a acciones prcticas en si- I nacin.

    A su vez, orden pblico puede identificarse tambin con el propio de una arena real, empricamente fundada, asociada a la nocin de espacio pblico, pero no slo como espacio de mutua visibilidad y mutua accesibilidad, en el i pie los individuos se someten a las miradas y las iniciativas ajenas, sino como algo mucho ms trascendente y a lo pie ya se ha hecho referencia: el proscenio para las prc- lieas cvicas concretas, escenario en que la pluralidad se somete a normas de actuacin pertinentes, racionales y pistificables, cuya generacin y mantenimiento no dependen de normas jurdicas, sino de una autoorganizacin sensible de operaciones y operadores concretos en que se realiza una coexistencia fundada en competencias no discursivas, sino en disposiciones y dispositivos prcticos, emanados de un cierto sentido comn, con frecuencia provisto ad hoc. La teora poltica del espacio pblico esto

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    es, el espacio pblico no como lugar, sino como discurso- trabaja a partir de su consideracin como mbito en que cobra dimensin ecolgica una organizacin social basada precisamente en la indeterminacin y en la ignorancia de la identidad ajena, puesto que lo que cuenta en ese escenario no son las pertenencias, sino las pertinencias.

    En ambos casos, el individuo alcanza aqu no slo su mximo nivel de institucionalizacin poltica, sino tambin su nivel superior de eficacia simblica. Sale del campo de la entelequia, deja de ser un personaje terico y se cosifica, aunque sea bajo la figura de un ser sin rostro ni identidad concreta, puesto que le basta con ser una masa corprea con rostro humano para ser reconocido como con derechos y obligaciones. El ciudadano, en efecto, es por definicin una entidad viviente a la que le corresponde la cualidad bsica de la inidentidad, puesto que se encarna en la figura del desconocido urbano, al que le corresponde una consideracin en tanto que libre e igual al margen de cul sea su idiosincrasia. Es a ese personaje incgnito el mtico "hombre de la calle del imaginario poltico liberal al que le corresponde la misin de coproducir con otros desconocidos con quienes convive comarcas de autocomprensin normativa permanentemente renovadas, compromisos entre actores emancipados que se encuadran en esa experiencia masiva de desafiliacin que es la esfera pblica democrtica. La sociedad democrtica sera as, de hecho, una amplificacin universal de la idea matriz de sociedad annima mercantil, cuyos individuos participan en funcin no de su identidad, sino en tanto comparten en un sentido ahora empresarial intereses, acciones y valores.

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    La vida social se convierte entonces en vida civil, es decir, en vida de y entre conciudadanos que generan y controlan cooperativamente esa cierta verdad prctica que les permite estar juntos de manera ordenada. El ciu- dadanismo como ideologa poltica se convierte en civismo0 civilidad como conjunto de prcticas apropiadas en aras del bien colectivo. La convivencia cvica es, de este modo, concebida como un grandioso mecanismo de interaccin generalizada, "una conversacin de todos con todos , por decirlo como hubiera propuesto John Shotter (2001), una polifona gigantesca en la que las distintas voces argu- mentany deliberan con el objetivo de conformar un cosmos compartible, bastante en la lnea de lo que Habermas define con abundantes referencias a los tericos del mteraccionismo y la etnometodologa (Habermas, 1992 11981]: I/ 122 -19 6 )como "accin comunicativa o "si-1 nacin discursiva ideal , pero que no se conforman con hablar, sino que acuerdan obedecer un conglomerado de "buenas prcticas , un "saber estar y "saber hacer

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    hubieran decido firmar una tregua en sus conflictos en aras a pactar dilatados parntesis hechos de acuerdo y negociacin.

    CIUDADANISMO Y MOVIMIENTOS SOCIALES

    Nos hallamos, a partir de lo planteado hasta aqu, con "una dinmica de produccin de actores individuales y colectivos, cuya identidad no est nunca establecida plenamente de entrada, sino que se modula en el transcurso de sus intervenciones y de sus interacciones (Cefa'i, 2oo2: 54,). Es interesante constatar que ese principio de produccin de cultura pblica del que se nutre la definicin de la civilidad como prctica intersubjetivamente acordada en situacin es el que encontramos en la base misma de la forma que est adoptando en la actualidad lo que, a partir de Zizek, se da en llamar postpoltica, una de cuyas expresiones la encontraramos en algunos de los llamados nuevos movimientos sociales (cf. Mario Domnguez, 2007). Estos no dejan de revitalizar el viejo humanismo subjetivista, pero aportan como relativa novedad su predileccin por un particularismo o circunstan- cialismo militante, ejercido por individuos o colectivos que se renen y actan al servicio de causas hiperconcre- tas, en momentos puntuales y en escenarios especficos, renunciando a toda organicidad o estructuracin duraderas, a toda adscripcin doctrinal clara y a cualquier cosa que se parezca a un proyecto de transformacin o emancipacin social que vaya ms all de un vitalismo ms bien borroso. Estos movimientos llevan hasta las ltimas consecuencias la lgica de las sociedades annimas que el

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    pragmatismo haba supuesto constituyendo el eje no tsiilo de la vida urbana, sino del ciudadanismo como acuer- ilo de heterogeneidades inconmensurables que, no obs- 1,1 ule, asumen articulaciones cooperativas momentneas para la consecucin de objetivos compartidos. Se pasa iki de la situacionalidad como caracterstica del urbanismo como forma de vida por volver a la imagen propuesta por Louis Wirth (1988 [1938]) al planteamien-lo situacionista, no como ideologa ni como adscripcin organizativa, sino como criterio de y para la accin social colectiva.

    Esas formas crecientemente dominantes de movilizacin prefieren modalidades no convencionales y espontneas de activismo, que expresan una forma enrgica de lo que hemos visto que era el concepto feno- menolgico de intersubjetividad con el que los construccionismos hermenuticos elaboraron su teora social.I ndividuos conscientes y motivados, sin races estructurales, desvinculados de las instituciones, que renunciano reniegan de cualquier cosa que se parezca a un en- euadramiento organizativo o doctrinal, que proceden y regresan luego a una especie de nada sin estructura se prestan como elementos primarios de uniones voltiles, pero potentes, basadas en una mezcla efervescente de emocin, impaciencia y conviccin, sin banderas, sin himnos, sin lderes, sin centro, movilizaciones alterna- livas sin alternativas que se fundan en principios abstractos de ndole esencialmente moral y para las que la eonceptualizacin de lo colectivo es complicada, cuando no imposible.

    Una de las figuras predilectas para ese individualismo comunitarista o de ese comunitarismo individualista,

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    basado en la sintona sobrevenida entre sujetos, es la de la red, lo que no es casual, pensando en la sociabilidad que propicia Internet, paradigma de relacin reticular, paraso donde se ha podido hacer palpable por fin la utopa de una sociedad de individuos desanclados y sin cuerpo, en un universo de instantaneidades. Tambin la de la muta o manada, opuesta por definicin al rebao y que se constituye en metfora perfecta del pequeo grupo hiperactivo que se rene para actuar. Se puede recurrir igualmente a figuras mticas como las de la tribu o el nomadismo, formas de evocar e invocar algo as como un primitivismo igualitario, basado en una solidaridad emptica basada en el dilogo y el acuerdo sincrnico entre personas individuales con un alto nivel de exigencia tica consigo mismas y con el mundo. Entre otros efectos, este tipo de concepciones de la accin poltica al margen de la poltica se traduce en la institucionalizacin de la asamblea como instrumento por antonomasia de y para los acuerdos entre in d ividuos que no aceptan ser representados por nada ni por nadie. Esta forma radical de parlamentarismo se conforma como rgano inorgnico, cuyos componentes se pasan el tiempo negociando y discutiendo entre s, pero que tienen graves dificultades a la hora de n egociar o discutir con cualquier instancia exterior, p orque en realidad, como seala Cari Offe (1992: 179), no tienen nada que ofrecer que no sea su autenticidad comunitaria y que es ms intralocutora que interlo- cutora.

    El activismo de este tipo de movimientos se expresa de modo anlogo: generacin de pequeas o grandes burbujas de lucidez e im paciencia colectivas, que

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    movimientos y movilizaciones tienen contrada con la sociologa situacional interpretacionista, cuya gnesis hemos situado en una cierta manera de leer a Tarde, Simmel, los pragmticos y a algunos de los tericos de la Escuela de Chicago. Los nuevos movimientos han sido descritos como "redes flexibles y mviles de actores individuales o colectivos [que] se ligan por preocupaciones convergentes y actividades conjuntas, en universos de respuestas recprocas y regularizadas, a travs de procesos de interaccin ms o menos estabilizados en un juego de acomodamientos, de concesiones y de compromisos de todo gnero por los que se configuran territorios, colectivos, organizaciones e instituciones. Las arenas sociales abren transversalmente esos mundos sociales unos a otros. Los ponen en contacto, los fe cundan y los impulsan, contribuyendo a los procesos de transformacin, de desintegracin y de recomposicin, de segmentacin y de interseccin, de denegacin y de legitimacin que las animan (Cefa'i, 3 0 0 ? : 57). Pero sas son las caractersticas que se postulan para la idea hoy hegemnica de espacio pblico, entendido como acaecer, como generacin de grupalidades en proceso permanente de estructuracin, basadas en una conexin flotante, hecha de cdigos abiertos, intensidades emocionales, flujos y haces de interactividad recproca entre individuos; la vida social como actividad situada, es decir, como concatenacin y encadenamiento de coaliciones momentneas entre individuos que definen lo que ocurre a medida que ocurre y enfrentan emergencias problemticas administrndolas desde una racionalidad cooperativa elaborada desde dentro de cada circunstancia particular.

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    i:i, ORDEN SOCIAL EN EL PLANO DE LA INTERACCIN PBLICA

    Ahora bien, esa presuncin relativa a la autonoma de los acontecimientos que se producen en el transcurso del flujo de los encuentros, es decir, a la consideracin enl

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    cmo los intervinientes en cada interaccin estn contribuyendo de forma activa a su mantenimiento, avinindose en todo momento a colaborar y luchando por mantener a raya cualquier factor que lo amenace.

    La perspectiva interaccionista como ocurre con la etnometodolgica, las teoras de la conversacin y otras variables de construccionismo cognitivista trabaja a partir de un supuesto troncal que otorga a los intervinientes en cada encuentro la capacidad de determinar o intentar determinar en el curso mismo de la accin lo que en ella va a suceder. Esa perspectiva no niega que ciertos determinantes estructurales por ejemplo los derivados de una estraficacin clasista, tnica o de gnero o cualquier otra forma de jerarquizacin social tengan un papel importante en la coproduccin de consenso y en las transacciones comunicacionales, pero stas no son una mera reverberacin de esas relaciones asimtricas, sino "otra cosa , y otra cosa para la que la libertad de decisin y accin de los individuos es decisiva. Ese supuesto que los interaccionistas asumen permite distinguir, como propone Anselm Strauss (1978: 97-103), entre contexto estructural y contexto de negociacin. El contexto estructural pesa sobre el de la negociacin, pero ste remite a condiciones y propiedades que son especficas de la propia interaccin y que intervienen decisivamente en su desarrollo. Es tal distincin la que Goffman no reconocera como pertinente, puesto que la autonoma de la interaccin respecto de la estructura social en que se produce es una pura ficcin, en tanto presume una improbable capacidad de los seres humanos para superar o incluso vencer las constricciones ambientales que les determinan, desde las que han ingresado en la interaccin y que la han

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    definido, y que pueden ocultar o disimular, pero que en11 i ngn momento les abandonan. En efecto, para Goffman, en cada negociacin los individuos trasladan y encarnan los discursos y los esquemas de actuacin propios del luga r del organigrama social desde el que y al servicio del cual gestionan a cada momento su presentacin ante los dems.

    Es en esa obra fundamental para las ciencias sociales de la desviacin que es Estigma donde Goffman (1998 [1961]) ms enfatiza el peso que sobre cada situacin vivida ejercen estructuras sociales inigualitarias. El derecho y la posibilidad que tienen los interactuantes, al menos en teora, de no definirse y permanecer en el anonimato se ven desmentidos en cuanto una serie de tabulaciones clasifi- catorias, que hasta aquel momento podran haberse l imitado a distinguir entre la pertinencia o no de las actitudes inmediatas o inminentes, reconoce en alguno de los presentes una identidad social despreciada o reputada como por una causa u otra problemtica. El identificado como perteneciente a un segmento social considerado por debajo del propio o peligroso, adherido a una opcin cul- lural inaceptable o discapacitado fsica o mentalmente, pierde de manera automtica los beneficios del derecho al anonimato y deja de resultar un desconocido que no provoca ningn inters para pasar a ser detectado como alguien cuya presencia que hasta entonces poda haber pasado desapercibida acaba suscitando malestar, in quietud o ansiedad. Un relacin anodina puede convertirse entonces, y a la mnima, en una nueva oportunidad para la humillacin del inferiorizado, para un rebajamiento que puede adoptar diferentes formas, que van de la agresin o la ofensa a una actitud compasiva, tolerante

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    e incluso "solidaria , no menos certificadoras de cun ficticia era la tendencia ecualizadora de la comunicacin entre desconocidos en los llamados contextos pblicos urbanos.

    NADIE ES IN D ESCIFRABLE

    A muchsimas personas de nuestro entorno no les es dado conocer la suerte del pintor de la vida moderna al que Charles Baudelaire consagr uno de sus ms conocidos textos, ese merodeador urbano, observador abandonado a la pura diletancia ambulatoria, elflnneur. El es ese "prncipe que disfruta en todos sitios de su incgnito (Baudelaire, 1995 [x8 6 3 ] : 87]. Un nmero importante de individuos pueden modular sus niveles de discrecin y en ciertos casos pueden incluso desactivar su capacidad para el camuflaje asumiendo fachadas que indican de forma inequvoca una determinada adscripcin ideolgica, esttica, sexual, religiosa, profesional, etc. Desde una pequea insignia en la solapa hasta un uniforme completo, existen diferentes maneras a travs de las cuales las personas pueden informar a los dems acerca de un determinado aspecto de su identidad que desean o necesitan que quede realzado. Pero para otros no hay opcin factible. Hagan lo que hagan no podrn escamotear rasgos externos --fenotpicos, fisiolgicos, aspectuales en general, aunque sean circunstanciales que hacen de ellos seres marcados, la relacin con los cuales es problemtica puesto que han de arrastrar todo el peso de la ideologa que los reduce permanentemente a la unidad y les fuerza a permanecer a toda costa encapsulados en ella. Siempre

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    1 > con frecuencia quienes ostentan rasgos que los convier- len, a los ojos de una mayora social o el poder, en inacep- lablemente raros, forasteros, diferentes, invlidos, inferiores, desviados, disidentes..., y que no han podido o no han querido disfrazar quines son en realidad es decir, en qu lugar de una estructura social asimtrica estn s ituadosquedan colocados en un estado de excepcin que los inhabilita total o parcialmente para una buena parte de intercambios comunicacionales.

    Otros, quienes tienen el privilegio de dominar los modales y el aspecto de clase media, tienen ms posibilidades de ejercer esa indefinicin mnima de partida que permite escoger cul de un repertorio limitado de roles disponibles se va a desarrollar en presencia de los otros.I )e los "normales como los designa el propio Goffman se espera que escojan el rol dramtico ms adecuado para resultar procedentes, es decir, aceptables en relacin con lo que un determinado escenario social espera de ellos y que ellos debern confirmar. En eso consiste precisamente lo que ya se ha reconocido como mundanidad, que se basa en una deseada abstraccin de la identidad, ese grado cero de sociabilidad que se espera que sea el ejercicio de un anonimato del que se sale slo para actuar como .ser de relaciones. Se trata, en ese caso, de practicar una cierta promiscuidad entre mundos sociales contiguos o i nterseccionados, travestirse para cada ocasin, mudar de piel en funcin de los requerimientos de cada encuentro. Si nuestro aspecto no delata de forma inmediata y flagrante ningn motivo de desacreditacin, si podemos negociar cada encuentro sin que una determinada identidad real o atribuida aparezca como un motivo de alerta o simple incomodidad en nuestros interlocutores,

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    entonces se entiende que seremos dignos de sentarnos a la mesa imaginaria en que de igual a igual se juega a la sociedad.

    Es esa labor de mundanidad a la que, como ha quedado subrayado, no todo el mundo tiene pleno acceso la que requiere el ocultamiento o al menos el desdibuja- miento de toda identidad que no sea la estrictamente adecuada para la situacin. En eso consiste ser ese desconocido que vimos que se supona conformando la materia primera de la experiencia urbana moderna y que, a su vez, se situaba tambin en el subsuelo fundador de la nocin poltica de ciudadano, que no es sino eso: un cuerpo abstracto cuya mera presencia es en teora merecedora de derechos y deberes en relacin con los cuales la identidad social real es o debera ser un dato irrelevante y, por tanto, soslayable. Ese desconocido es aquel que puede reclamar que se le considere en funcin no de quin es, sino de lo que hace, de lo que le pasa o hace que pase y sobre todo delo que parece o pretende parecer, puesto que en el fondo es eso: un aparecido, en el sentido literal de alguien que hace acto de presencia en un proscenio del que l sera el rey y seor: el espacio pblico, en el sentido poltico del trmino, es decir, en el de lugar fsico en que emergen, como por arte de magia, los principios esenciales de la igualdad democrtica. Pero ese sistema al que se atribuyen virtudes igualadoras est pensado por y para una imaginaria pequea burguesa universal, que es la que puede reclamar ejercer el derecho al anonimato, es decir, el derecho a no identificarse, a no dar explicaciones, a mostrarse slo lo justo para ser reconocida como apta para "presentarse en sociedad , en encuentros con gente que tambin ha conseguido estar "a la altura de las

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    circunstancias , es decir, resultar predecible, no serfuen- le de incomodidad o alarma, brindar garantas de conducta adecuada.

    Eso es fundamental, puesto que, como Richard Sen- nell. nos ha enseado, la urbanidad moderna se funda en cambios conductuales por lo que hace a los encuentros no programados entre extraos que, en un cierto momento de la historia de la construccin del mundo moderno, dla ron de confiar los unos en los otros y optaron por no (I i rigirse la palabra y no prestarse mutua atencin, dejando a su aspecto la labor fundamental de ofrecer una informacin suficiente para establecer relaciones fiables. Cuando la ciudad cay en el silencio, el ojo se convirti en el principal rgano a travs del cual las personas adquiran la mayora de sus informaciones directas acerca de los desconocidos. A qu tipo de informacin accede un ojo mirando su alrededor? En tales condiciones, el ojo puede estar tentado a organizar su informacin acerca d(i los desconocidos de manera represiva... Examinando uria escena compleja y no familiar, el ojo procura ordenar rpidamente lo que ve usando imgenes que corresponden a categoras simples y generales, extradas de estereo- (i pos sociales (Sennett, 1995: i 3 ?; en general, cf. Sen- nett, 1991). En efecto, los desconocidos que traban entre ellos una relacin aparentemente azarosa se han etique- lado mutuamente, se han ubicado en una cuadrcula de ese orden clasificatorio a partir de cualidades sensibles i nmediatamente percibidas que la eventual charla ir confirmando, matizando o descartando, recomendando afianzar el vnculo o desactivarlo. Incluso ese personaje annimo por antonomasia que es el transente urbano, el viandante con el que se mantiene una relacin de mutua

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    indiferencia, clasifica y es clasificado a partir de las cuali dades objetivas que, por discretas que se pretendan, no puede dejar de ostentar o de reconocer en los dems, aun que sea de reojo.

    Es por ello que resulta tan imperdonable la impostu ra de cualqtiier tipo, puesto que sta implica defraudar esa fe que debe merecer, en el cdigo de conducta de la clase media, la manera como cada cual se pone en escena a s mismo y su capacidad para manejar su propia imagen ante los dems. Porque al fin y al cabo se trata de un juego, pero un juego de y entre apariencias; apariencias a cargo de aparecidos que no slo como antes se ha hecho notar aparecen, sino que sobre todo parecen o quieren parecer. De ah que reclamen ese punto muerto de la mundanidad que hemos establecido que es el anonimato y que lo hagan para poder administrar su pr