Cuadernillo Pensar la Independencia en el Bicentenario 1816- 2016.
Transcript of Cuadernillo Pensar la Independencia en el Bicentenario 1816- 2016.
OLIMPÍADA DE HISTORIA
DE LA REPÚBLICA ARGENTINA
PENSAR LA INDEPENDENCIA EN EL BICENTENARIO
1816-2016
Subproyecto
Capacitación Docente 2016
Selección de materiales, actividades y compaginación:
Diburzi, Nélida (coord.)
Andelique, Carlos Marcelo
Bianco, Diana
Colomba, Vanesa
Giletta, Carina
Green, Aldo
Larker, José
Martín Aragona, Adriana
Pisarello, Virginia
Roa, Ezequiel
Vecari, Silvina
Auspicia y Financia
Ministerio de Educación y Deportes de la Nación
OLIMPIADA DE HISTORIA DE LA REPUBLICA ARGENTINA
SUBPROYECTO DE CAPACITACION DOCENTE 2016
Presentación
En el año 2016 se cumplen doscientos años de la declaración de la Independencia de
las Provincias Unidas de Sud América de la monarquía española. Si bien este es un
hecho histórico puntual, se enmarca en un largo y complejo proceso revolucionario
que se inició a principios del siglo XIX y se extendió a lo largo de varias décadas,
generando la emergencia de nuevos Estados nacionales entre los que se encuentra
nuestro país.
Este acontecimiento que se conmemora es una ocasión propicia para debatir desde la
Historia. Por esta razón consideramos muy importante revisitar la producción
historiográfica para develar claves de lectura que nos permitan complejizar el análisis
sobre la conflictiva construcción del nuevo orden y las distintas alternativas en disputa.
En este sentido, toda celebración que apele a la Historia como ciencia social debe
comenzar con preguntas que, a doscientos años de la declaración de la independencia
de las Provincias Unidas en Sud América, la interpelen para comprender y explicar las
inclusiones y exclusiones, las dominaciones y hegemonías, las resistencias, los
conflictos y sus formas de resolución, así como los diferentes proyectos de país que se
pusieron en juego, reconociendo tanto los dilemas como las realizaciones. Debe dar
cuenta de cómo se desarrolló el proceso de construcción política de la Argentina en un
contexto revolucionario, es decir, de la relación entre la guerra, la violencia y los
diferentes proyectos socioeconómicos en pugna. El bicentenario de la independencia
nos invita a reflexionar sobre esas cuestiones, a la vez que sobre las formas en que
fueron interpretados por diferentes historiadores e intelectuales. En definitiva, nos
parece una buena oportunidad para pensar sobre lo que enseñamos, la forma en que
lo hacemos y los objetivos que deseamos alcanzar.
Atendiendo a lo planteado, nos proponemos:
- Debatir acerca de los enfoques, abordajes e interpretaciones historiográficas
que se han realizado sobre los procesos vinculados a las independencias en
América.
- Problematizar y criticar las categorías de análisis que utilizamos para construir
explicaciones.
- Revisar las periodizaciones y los criterios para identificar procesos.
- Repensar los espacios sobre los que se extienden nuestros estudios.
- Considerar las transformaciones de las relaciones socioeconómicas y su
interrelación con la política.
- Ponderar la participación política de los sectores subalternos,
- Atender a los diferentes lenguajes, imaginarios y formas de sociabilidad.
- Establecer relaciones entre los actores, la guerra y la construcción de nuevos
órdenes sociopolíticos.
Por último, si aceptamos que nuestra identidad se fue construyendo en el devenir de
un proceso conflictivo, de un juego de disonancias más que de consensos ordenados,
posiblemente estaremos dispuestos a hacer de esta celebración un momento propicio
para polemizar y compartir problemáticas e investigaciones, es decir, para reflexionar
sobre el 9 de julio de 1816 y poner en tensión sus panteones consagrados y sus
historias oficiales.
El cuadernillo que les proponemos se compone de un conjunto de textos precedidos,
cada uno, de una presentación que anticipa sus rasgos generales y de un conjunto de
“cuestiones a tener en cuenta” especialmente indicadas para que guíen la lectura.
Además, se incluye una lista de videos cortos para ampliar e interrelacionar con el
contenido de los textos.
Oportunamente les enviaremos, a través de la página web de la Olimpiada de Historia
de la República Argentina, las propuestas de actividades para la realización del trabajo
que luego evaluaremos para la aprobación de la capacitación.
Grupo los historiadores y el bicentenario, Dos Siglos Después. Los caminos de la
Revolución. Textos para el debate. Prohistoria ediciones, Rosario, 2010.
Presentación del texto
“Dos Siglos Después…” es una obra polifónica, editada en forma gráfica y audiovisual
que reúne breves intervenciones de reconocidos intelectuales del campo
historiográfico argentino. Todos ellos pertenecen al “Grupo de los Historiadores y el
Bicentenario”, constituido por más de un centenar de profesionales dedicados a la
investigación que consideran prioritario intervenir en la esfera pública para discutir
“¿qué se festeja?” en el Bicentenario y reflexionar sobre “ciertos supuestos muy
arraigados de nuestra “historia patria””.
La compilación aborda el proceso revolucionario desatado en 1810 a partir de tres ejes
centrales: “La revolución”, “La república” y “La Nación”. No obstante, de este último se
desprende otro tópico de relevancia, que da lugar a una separata denominada “Los
pueblos originarios”.
Los textos incluidos en el primer eje se preguntan por las condiciones que hicieron
posible la revolución de Mayo, invitándonos a pensar la vida política y la participación
popular en tiempos coloniales y revolucionarios. Abordan las transformaciones
producidas en el comercio hacia fines del siglo XVIII, y su impacto en la realidad de las
elites criollas. De este modo reconstruyen la estructura social de la época y algunos de
los desafíos atravesados por los primeros gobiernos patrios. La plebe o “el bajo
pueblo” cobran aquí una gravitación central, dado que se analizan los trastocamientos
que implicó la guerra revolucionaria, entendida como una “experiencia social de masas
de máxima intensidad” (Fradkin, 2010: 39). Al respecto, sugerimos la lectura de los
documentos de Noemí Goldman, Gabriel Di Meglio, Jorge Gelman y Raúl Fradkin.
Los trabajos que integran el segundo eje se enfocan sobre la cuestión republicana en el
Río de la Plata durante la primera mitad del siglo XIX. Para ello, consideran el
panorama político hispanoamericano que devino tras el estallido del Imperio español y
analizan cuál fue el lugar de la representación política en la construcción de las nuevas
comunidades políticas republicanas. De este modo, deconstruyen qué lugar ocuparon
la república y la democracia en los lenguajes políticos del siglo XIX, más allá de los
supuestos de la historia tradicional. Las intervenciones de Hilda Sábato y Flavia Macías
permiten reponer en su espesor los conceptos de “ciudadanía” y “república” a la vez
anclan espacial y temporalmente las incumbencias de tales vocablos.
La Nación es el tercer eje abordado por el Grupo Los Historiadores y el Bicentenario.
En el libro reconstruyen los derroteros a través de los cuales circuló y resignificó el
concepto de Nación, entendido como una invención moderna. Esto los lleva a revisar
qué era efectivamente la nación en 1810, y qué función cumplió la idea de “patria” en
el imaginario revolucionario. Por esta vía ingresan en el resbaloso terreno de las
identidades y reflexionan acerca de los cambios que trajo la inmigración masiva en la
Argentina. Asimismo, revisan también la díada Nación y federalismo, a partir de la
pregunta “¿cómo se planteó esa relación a comienzos del siglo XIX y cómo se fue
transformando a lo largo de estos dos siglos?”. Esto se refleja de diverso modo en los
textos seleccionados de Fabio Wasserman, María Gabriela Quiñonez y Alejandro
Eujanian, que nos invitan a pensar la construcción de la nación en la mediana y larga
duración.
La pregunta por el rol de los pueblos originarios acicatea también a los autores del
libro. Es imposible pensar la construcción de lo que hoy es “Argentina” sin atender al
exterminio y a las operaciones de blanqueamiento y borramiento de identidades que
desarrolló el Estado argentino. No obstante –y tal como plantea Raquel Gil Montero en
su artículo- también es cierto que “la población indígena no ha desaparecido y hoy se
encuentra, incluso, más fortalecida que hace 20 años” (Gil Montero, 2010: 102).
Cuestiones a tener en cuenta:
- La estructura social rioplatense. Sociedad de castas y sociedad moderna. Elite y
actores subalternos
- La estructura económica. Cambios y transformaciones desde fines del siglo
XVIII.
- El proceso revolucionario y las transformaciones en el orden social. Impacto en
el campo simbólico y en el campo material.
- La política en el Río de la Plata. La politización de la plebe al calor de la
revolución.
- La república como alternativa en Hispanoamérica.
- La soberanía y la representación.
- La democracia y sus significados.
- La Nación como construcción simbólica. La Patria como aglutinador.
- La Nación y el Federalismo en perspectiva histórica.
- Los pueblos originarios. Su lugar dentro del discurso nacional y dentro de la
historiografía tradicional. Luchas presentes.
GOLDMAN, Noemí “Crisis imperial, Revolución y Guerra (1806-1820)”, en
GOLDMAN, Noemí (Dir.) Revolución, República, confederación (1806-1852), Ed.
Sudamericana, Buenos Aires, 1998, Colección Nueva Historia Argentina, Tomo 3, Cap.
I.
http://ens9004.mza.infd.edu.ar/sitio/index.cgi?wid_seccion=27&wid_item=160
Presentación del texto
El texto que se está proponiendo para la lectura es el primer capítulo de una obra que
aborda el estudio de los procesos históricos de la primera mitad del siglo XIX en la
región del Río de la Plata. Atendiendo a ello y a partir de los recientes aportes
historiográficos, la compilación de Noemí Goldman intenta alcanzar una mejor
comprensión de las estructuras socioeconómicas y de las particulares formas de
Estado, sociedad, vida política y cultura existentes durante la temporalidad aludida.
Como se dice en la introducción “el lector encontrará así la formulación de nuevas
preguntas a temas clásicos pero también una renovación de los temas de estudio con
materiales poco explorados hasta el presente.”
En “Crisis imperial, Revolución y Guerra (1806-1820)” se aborda el proceso abierto por
la crisis de la monarquía española, las guerras de independencia en el Río de la Plata, el
quebrantamiento de la unidad del orden colonial y la necesidad de fundar una nueva
legitimidad basada en un nuevo orden social y político.
El trabajo de Noemí Goldman contribuye a reexaminar la relación existente entre el
proceso de Independencia y la formación de la Nación, poniendo en evidencia las
ambigüedades, las definiciones y las indefiniciones existentes en el período de las
luchas por independencia, los actores socio-políticos, los proyectos en pugna y las
múltiples identidades que disputan el espacio público.
Se trata de un texto que nos permite observar que lo que hoy llamamos “Nación
Argentina” es el producto de una historia conflictiva de construcción no sólo de las
formas de organización política sino también de la propia identidad nacional.
Cuestiones a tener en cuenta:
-la militarización de la sociedad en el marco de las guerras de la independencia y la
emergencia de nuevos actores socio-políticos.
-las bases socio-políticas sobre las que se construye el poder y la cuestión de la
“soberanía”.
- Las identidades colectivas y las diferentes expresiones del “sentimiento público”
durante la crisis del antiguo orden y las luchas por la independencia.
-Las tensiones y enfrentamientos que se generaron entre la tendencia centralista de
Buenos Aires y las tendencias al autogobierno de los pueblos, así como al fracaso de
los primeros ensayos de organización constitucional.
FRADKIN, Raúl. “¿Qué tuvo de revolucionaria la revolución de independencia?”, en
Nuevo Topo. Revista de Historia y pensamiento crítico, Nº 5, Buenos Aires,
setiembre-octubre 2008, pp. 15-43.
Presentación del texto
El texto propuesto para la lectura es un artículo que forma parte de un dossier en el
que se aborda el carácter revolucionario de los procesos por los que transitaron las
sociedades iberoamericanas durante las dos primeras décadas del siglo XIX.
Atendiendo a ello y considerando las evidencias suministradas por la historiografía
durante las últimas décadas, Raúl Fradkin revisa y pone en discusión las
interpretaciones que se han formulado sobre el tema.
¿Qué tuvo de revolucionaria la revolución de independencia? es la pregunta que
intenta resolver el autor a lo largo del trabajo. A partir de esta problemática analiza y
evalúa los cambios en las relaciones sociales, las transformaciones en la cultura política
y las diferencias que se evidencian en el proceso de cambios a nivel regional. Ello lo
lleva a revisar las categorías de análisis que la historiografía utiliza para explicar la
revolución y las formas en que se la periodiza.
Cuestiones a tener en cuenta:
-Las diferentes posturas historiográficas sobre la revolución: la de los años 60-70 y la
de los años 90.
-Las visiones contrapuestas de la revolución de los años 60: entre la “historia patria” de
fuerte influencia decimonónica y la historiografía de izquierda.
-Los aportes de Tulio Halperin Dhongui y de José Carlos Chiaramonte durante los años
70.
-Los análisis de Raúl Fradkin sobre el entramado de relaciones sociales agrarias y la
“formación” de la clase terrateniente postrevolucionaria en Buenos Aires.
-Las transformaciones en las relaciones sociales a partir de las posibilidades y
oportunidades que abrió el cambio político para los sectores subalternos.
-La confrontación de los procesos de independencia con categorías de análisis como
“revolución burguesa”, “revolución liberal”, “procesos de descolonización”,
“revoluciones de independencia” o “revoluciones pasivas.”
-Revisión de los criterios habituales de periodización.
-La importancia de la investigación histórica en contextos precisos.
-Análisis de la movilidad espacial, ocupacional y social de los sectores subalternos
fuera de la provincia de Buenos Aires para evaluar los cambios generados por la
revolución (en el Noroeste, el Litoral y Cuyo). Los alcances y límites de la “revolución
agraria” de Artigas.
-El enriquecimiento del análisis historiográfico de la revolución a partir de los estudios
de la intervención de los grupos subalternos en la guerra, la formación de nuevos
liderazgos y los sistemas políticos.
1
RESUMEN
A partir de las evidencias suministradas por la historiografía reciente en este artículo se indaga
el contenido revolucionario del proceso de independencia en el Río de la Plata. Para ello se
repasan y discuten las principales interpretaciones que han sido formuladas y se propone un
enfoque que considerando más ajustadamente la diversidad de contextos centre la
atención en los vínculos que pueden haber existido entre las transformaciones de las
relaciones económicas y sociales y las que emergieron en las relaciones, las prácticas y las
culturas políticas.
¿Qué tuvo de revolucionaria la revolución de
independencia?
Publicado en Nuevo Topo. Revista de historia y pensamiento crítico, N° 5, Buenos
Aires, 2008, pp. 15-43.
Raúl O. Fradkin
Universidad Nacional de Luján Universidad de Buenos Aires
“Demostrar mediante archivos y ecuaciones que nada cambió mucho entre 1780 y 1830 puede
ser correcto o no, pero mientras no comprendamos que la gente se vio a sí misma como habiendo
vivido, y como viviendo una era de revolución (un proceso de transformación que ha había
convulsionado al continente y que iba a seguir haciéndolo) no comprenderemos nada sobre la historia
del mundo a partir de
1789”.1
La historiografía de las independencias latinoamericanas no ha dejado de enfrentarse a un
recurrente interrogante: ¿hubo realmente una revolución? La cuestión no es de sencilla
resolución tanto por sus implicancias políticas y culturales como porque los contemporáneos
estaban convencidos que así era. ¿Hubo o no una revolución? Si la hubo, ¿cuáles fueron sus
alcances? Ríos de tinta han corrido al respecto y lejos estamos de algún consenso. Obligados
a simplificar conviene concentrar la atención en dos momentos historiográficos tras la larga
primacía de un enfoque “patriótico” que había entendido la independencia como una ruptura
que suponía la emergencia de la nación. En los años 60 y 70 cobró predicamento una
visión desencantada que recuperó un tópico recurrente en la reflexión de las izquierdas
latinoamericanas: la independencia, a lo sumo, había sido un mero cambio político que
dejó intactas las estructuras económicas y sociales; por lo tanto, o directamente no hubo
revolución o se trató de una
revolución inconclusa, fallida o incompleta.2
Al comenzar los años 90 se estaba en otro
momento historiográfico y político y bien lo ejemplifica la aceptación que tuvieron los
planteos de François-Xavier Guerra: a partir de 1808 se había abierto una “revolución
hispánica”, una profunda mutación cultural diseminada a ambos lados del Atlántico y que
situaba en la esfera política la sede del contenido revolucionario y donde había que
1 HOBSBAWM, Eric, Los ecos de la Marsellesa, Barcelona, Crítica, 2003, p. 15. 2
BONILLA, Heraclio, et. al., La independencia del Perú, Lima, IEP, 1972.
2
buscar las causalidades primeras.
3 Sin embargo, ese cambio rotundo en la esfera política se
habría producido en una sociedad que seguía siendo “holista”, poblada de actores colectivos
basados en lazos de adscripción frente a reducidos actores “modernos”.4
Este cambio de perspectivas expresaba el desplazamiento ocurrido en la centralidad de la
historia económica y social como territorio por excelencia de la innovación pero también de la
proliferación de enfoques “revisionistas” sobre las revoluciones que tendían a enfatizar su
carácter de empresas políticas y que privilegiaban el papel de las elites desplazando la
atención que la historia social había prestado a los sectores subalternos.5
De esta manera,
puede registrarse que dónde unos no vieron ninguna revolución porque el cambio se
circunscribía a la esfera política, otros postularon que justamente allí era dónde residía. Pero,
de alguna manera, había una convergencia: unos y otros enfatizaron las continuidades de
las estructuras sociales y compartieron la convicción que podía disociarse su análisis de la
esfera política. Cabe, en consecuencia, precisar nuestro interrogante: aún aceptando el
supuesto que la revolución fuera esencialmente “política”, ¿hasta qué punto cambió
también la estructura de las relaciones sociales, económicas y culturales? ¿Cuáles
fueron los vínculos entre las transformaciones de las relaciones económicas y sociales y las
que emergieron en las relaciones, las prácticas y las culturas políticas? Se trata de un
modo de pensar que puede brindar posibilidades para superar los atolladeros de
formulaciones anteriores, una perspectiva que debe afrontar el desafío de cerrar la brecha
existente entre dos modos de hacer historia, uno concentrado en las dinámicas políticas
locales y regionales y que presta privilegiada atención a los grupos subalternos y otro en el
cual prima la atención a la escala central o estatal y que presta una atención mucho
mayor a las elites.6
Las visiones disponibles en la Argentina hasta los años 60 no diferían demasiado de sus
congéneres latinoamericanas aunque respetando su color local. Para entonces en la
llamada “historia oficial” era evidente que las interpretaciones afincadas en la tradición
decimonónica resultaban insuficientes y se escuchaban voces que consideraban la
guerra de independencia como una guerra civil mientras otras intentaban invalidar el carácter
popular de la revolución y destacar el protagonismo excluyente de las minorías elitistas: para
ellas la revolución habría sido un fenómeno estrictamente político protagonizado por
pequeños grupos de la elite urbana contra la administración virreinal. Mientras tanto, las
versiones que confrontaban en la cultura histórica de izquierda iban desde aquellas más
afines a la tradición liberal que postulaban los contenidos nacionales, democráticos y
populares de la revolución como las impugnaciones de esas “fantasías populistas” que
enfatizaban que había sido dirigida exclusivamente contra la “burocracia importada”, no traía
consigo un nuevo régimen de producción ni modificó la estructura de clases y había
tenido un carácter esencialmente político. Así, estos
3
GUERRA, François-Xavier, Modernidad e independencia, Madrid, Mapfre, 1992. Ver
también LEMPÉRIÈRE, Annick, “Revolución, guerra civil, guerra de independencia en el mundo
hispánico, 1808-1825”, en Ayer, N° 55, 2004, pp. 15-36. 4
Esta perspectiva resulta más evidente si se considera el libro que Guerra dedicó al Porfiriato:
México: del Antiguo Régimen a la Revolución, México, FCE, 2 tomos, 1988. 5
KNIGHT, Alan, “Punto de vista. Revisionismo y revolución: México comparado con Inglaterra y
Francia”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani, N° 10,
1994, pp. 91-127. 6
Un sugestivo esfuerzo en Florencia MALLON en Campesino y Nación. La construcción de México
y Perú poscoloniales, México, Historias Ciesas, 2003. Un debate con John Tutino y Tulio Halperín
Donghi en Historia Mexicana, Vol. XLVI, N° 3, pp. 503-580.
3
diagnósticos ya estaban disponibles antes que adquirieran predicamento en la historiografía
americanista.7
Algo más debe tenerse en cuenta: cuando se hablaba de revolución se hacía
referencia ante todo y sobre todo a la Revolución de Mayo, de modo que este acontecimiento
y los conflictos que se desarrollaban en Buenos Aires parecía que podían explicarlo casi todo.
Sin embargo, desde los años 70 se ofrecieron dos versiones que superaban estas limitaciones.
Hacia 1972 Halperín Donghi proponía que la revolución había significado “el fin de ese pacto
colonial (y a más largo plazo la instauración de uno nuevo)” y concluía que en cuarenta años
se había pasado “de la hegemonía mercantil a la terrateniente, de la importación de productos
de lujo a la de artículos de consumo perecedero de masas, de una exportación dominada por el
metal precioso a otra marcada por el predominio aún más exclusiva de los productos
pecuarios. Pero esa transformación no podrá darse sin cambios sociales cuyos primeros
aspectos evidentes serán los negativos; el aporte de la revolución aparecerá como una
mutilación, como un empobrecimiento del orden social de la colonia" En otros términos,
tanto se había tratado de una revolución que ella había significado el pasaje de un tipo a otro
de hegemonía y permitido la constitución de una nueva clase dominante que aparecía como un
producto y no como un protagonista de la revolución. De este modo, los cambios en el
mercado mundial y la capacidad de las clases terratenientes para aprovechar sus
oportunidades habían permitido construir la “hegemonía de los hacendados del Litoral” o lo
que, por entonces, calificaba como “hegemonía oligárquica”.8
Otra explicación fue ofrecida por Chiaramonte al despuntar los años 90 a partir de la
experiencia correntina: su perspectiva concentraba la atención en la emergencia de una forma
de estado transicional entre el orden colonial y el estado nacional y postulaba que era un
producto histórico acorde con los rasgos de las estructuras de producción y de circulación
puesto que “el rasgo más decisivo de la estructura social rioplatense” era “la inexistencia de
una clase social dirigente de amplitud nacional” en condiciones “de ser el sujeto histórico de
ese proceso”. Esta perspectiva suponía una clave interpretativa del proceso de la
independencia que ya no podía ser explicado a partir de la supuesta maduración en la colonia
tardía de una clase social que habría estado esperando la oportunidad histórica para
protagonizarlo. Nada más alejado de su interpretación que enfatizaba que la independencia era
el resultado combinado de la crisis imperial, la presión británica y el descontento de las capas
sociales coloniales.9
Las diferencias se notaban con mayor nitidez en torno a una implicancia
que Chiaramonte extraía de esta configuración: los principales sectores sociales no estaban
en situación de “trascender los particularismos regionales o locales” y entre las razones
que explicaban esta perduración del particularismo (que convertían a la “provincia-región”
en una “unidad sociopolítica”, “el primer fruto estable del derrumbe del imperio” y “el
grado máximo
7 Para las primeras posturas ver MARFANY, Roberto, El pronunciamiento de Mayo, Buenos
Aires, Ediciones Teoría, 1958 y ZORROAQUÍN BECÚ, Ricardo, "Los grupos sociales en la revolución
de Mayo", en Historia, N° 6, 1961, pp 40-63. Para las segundas, PUIGROSS, Rodolfo, De la colonia a
la revolución, Buenos Aires, AIAPE, 1940 y PEÑA, Milcíades, Antes de Mayo. Formas sociales del
transplante español al Nuevo Mundo, Buenos Aires, Fichas, 1966. 8
HALPERÍN DONGHI, Tulio, Revolución y guerra. Formación de una élite dirigente en la
Argentina criolla, Buenos Aires, Siglo XXI, 1972 y "La expansión ganadera de la campaña de Buenos
Aires (1810-1852)", en Los fragmentos del poder, Buenos Aires, Jorge Alvarez, 1969, pp.21-73. Un
análisis más detallado en el prólogo y el apéndice de HALPERÍN DONGHI, Tulio: La
formación de la clase terrateniente, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2007. 9
CHIARAMONTE, José C., Mercaderes del litoral. Economía y sociedad en la provincia de
Corrientes, primera mitad del siglo XIX, Buenos Aires, FCE, 1991.
4
de cohesión social que ofreció la ex colonia”) estaba “el dominio del sector comercial sobre la
vida económica colonial”. Es decir, Chiaramonte postulaba su perduración pese a la crisis de
los sectores mercantiles coloniales y la irrupción de los grupos comerciales extranjeros: así,
mientras Halperín afirmaba el pasaje de una hegemonía mercantil a una terrateniente – y aún
la liberación de los productores del predominio de los comercializadores-, Chiaramonte
resaltaba la perduración del predominio del capital mercantil o, a lo sumo, la formación de
unidades mercantiles a través de la asociación de productores y comerciantes.10
Disponemos, entonces, de dos hipótesis interpretativas fuertes acerca de los contenidos (y
sobre todo de las implicancias) económico-sociales del proceso revolucionario. Aunque no
habido una polémica franca al respecto ambas pueden ser tomadas como punto de partida para
intentar resolver nuestro interrogante. Intentemos hacerlo concentrando la atención en un
aspecto decisivo: ¿qué sucedió en el entramado de relaciones sociales agrarias? La elección de
este punto de observación deviene de una constatación obvia: en definitiva, hacia 1869
todavía la inmensa mayoría de la población seguía siendo rural, quizás un 70%.
Conviene que comencemos con Buenos Aires, el espacio social mejor conocido. A contrapelo
de lo que afirmaba una larga tradición ha quedado en claro que a fines de la colonia no
contaba con una clase terrateniente consolidada y, menos aún, con una clase que estuviera en
condiciones de disputar el poder cuando el orden colonial entró en crisis. Se trata de una
constatación decisiva que desarma toda una tradición que supuso que la revolución expresaba
una confrontación entre una clase dominante de “comerciantes” y otra emergente de
“hacendados”.11
Sin embargo, con la revolución se abrió un proceso de formación de un
sector de muy grandes propietarios de tierras y ganados aunque ese mundo rural mantuvo su
diversidad y acrecentó su complejidad. De este modo, entre los rasgos de este proceso
pueden señalarse que se desplegó de un modo tal que mientras se ampliaba la esfera del
trabajo asalariado y se reducía la incidencia de las formas de trabajo forzado al mismo
tiempo se evidenciaba la capacidad de adaptación de diferentes formas de producción
familiar a las nuevas condiciones. En consecuencia, en esta fase de constitución de las bases
expansivas del capitalismo agrario no devino ni en la masiva proletarización de los
productores rurales ni en su transformación en un campesinado supeditado a la gran
propiedad. Por el contrario, la expansión de las grandes propiedades pudo coexistir y
articularse con la reproducción de las diversas formas de producción familiar, en parte por la
perduración de una situación estructural: la disponibilidad de tierras (a las que una parte
de las familias campesinas accedían mediante contratos de arrendamiento y aparcería,
permisos de usufructo, ocupación de hecho pero también de la propiedad) y la relativa
escasez de población. La paralela expansión del área puesta en producción y de la población
rural creaba condiciones para la formación de nuevas unidades de producción familiar más o
menos autónomas y ello condicionaba las características y las dinámicas del mercado de
trabajo.
10
Al respecto puede consultarse la reseña que Halperín efectuara del libro de Chiaramonte en el N° 6
del
Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, 1992. 11
Sin embargo, pese al notable enriquecimiento del conocimiento estos modos de pensar siguen
vigentes: AZCUY AMEGHINO, Eduardo, La otra historia. Economía, estado y sociedad en el Río
de la Plata colonial, Buenos Aires, Imago Mundi. 2002 y HARARI, Fabián, La Contra. Los
enemigos de la Revolución de Mayo, Buenos Aires, Ediciones ryr, 2006.
5
Al respecto, conviene tener en cuenta que hacia 1815 la población de la campaña bonaerense
rondaba los 42.700 habitantes agrupados en 6.779 unidades empadronadas cuya integración
media era de 6,2 personas. Hacia 1838, cuando la expansión de la ganadería exportadora
estaba en pleno desenvolvimiento y la formación de grandes establecimientos de producción
era por demás evidente, la población empadronada ascendía a 86.685 habitantes que
formaban 13.485 unidades empadronadas y el promedio de integrantes seguía siendo
prácticamente el mismo, 6,3. Ello sugiere que las unidades familiares tenían posibilidades de
reproducción y no ponían de manifiesto las típicas formas de abigarramiento resultantes de
la imposibilidad de acceso a la tierra.12
A su vez, se ha calculado que hacia 1815 la categoría ocupacional con mayor número de
registros era la de labradores (un 24,6% de los individuos con ocupación registrada) mientras
que los esclavos y criados eran el 22% (aunque no llegaban a ser el 10% de la población rural
y conformaban el núcleo básico de la fuerza de trabajo permanente de las unidades más
grandes), y un 21% estaba conformado por jornaleros, peones y conchabados, en su
mayor parte hombres jóvenes y migrantes. Por otra parte había un 12,6% de los individuos
estaban calificados como hacendados, estancieros o criadores de ganado y tan sólo un 2,7%
como comerciantes y pulperos. Cuarenta años después podían advertirse que los esclavos
habían desaparecido del registro oficial y un 56,5% de los individuos con ocupación eran
registrados como peones y jornaleros. Sin duda, el sector del trabajo asalariado se había
acrecentado en forma por demás significativa y por varios motivos: la persistencia de las
migraciones, el aumento de la demanda laboral por la expansión ganadera que además
disminuyó la fuerte estacionalidad que antes tenía y por el crecimiento de los pueblos
rurales que había tornado más denso y complejo el entramado social rural tanto que en
algunos partidos - como San Nicolás- podían aglutinar el 75% de su población. Sin
embargo, los estudios del mercado de trabajo a mediados de siglo demuestran que sólo
una porción reducida de los trabajadores rurales vivían exclusivamente del trabajo
asalariado (y ellos seguían siendo generalmente los jóvenes inmigrantes que aún no habían
podido conformar un hogar campesino- mientras que una porción mucho más ampliaba
entraba y salía del mercado laboral tanto a lo largo del año como de su ciclo de vida. A su
vez, a mediados de siglo los labradores habían reducido su proporción a un 16%.mientras que
los empadronados como estancieros y ganaderos se habían incrementado para conformar el
27,4%. La cuestión aquí que importa destacar es que por supuesto no todos ellos eran
terratenientes sino que en buena medida se trataba de un amplio espectro de productores
familiares dedicados a la cría de ganado vacuno y ovino. Al respecto, conviene recordar que
ya a fines de la década de 1830 un 50% de las unidades familiares de la campaña contaban
con recursos productivos para desarrollar actividades por cuenta propia y que también casi la
mitad de los propietarios de estancias no eran dueños de las tierras que explotaban
pero sí del ganado que criaban.13
12
Obviamente las variaciones regionales eran importantes: así, hacia 1815, mientras en una zona
agrícola de frontera como Lobos las unidades promediaban 4,3 integrantes en una zona ganadera de
antigua colonización como Arrecifes esa promedio era de 7,8. A su vez, si las unidades
encabezadas por hacendados eran en promedio más grandes (8,1 integrantes) y se explicaba por la
mayor presencia de mano de obra dependiente, las que encabezaban estancieros o labradores no eran
muy distintas (6,2 y 6,0 respectivamente) lo que sugiere que en uno y otro caso predominaba el trabajo
doméstico. 13
Los datos provienen de GIHRR, “La sociedad rural bonaerense a principios del siglo XIX. Un análisis
a partir de las categorías ocupacionales”, en FRADKIN, Raúl O. y GARAVAGLIA, Juan C. (eds.),
En busca de un tiempo perdido. La economía de Buenos Aires en el país de la abundancia, 1750-
1865, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2004, pp. 21-63; GARAVAGLIA, Juan Carlos, “Un siglo de
estancias en la campaña de Buenos Aires: 1751 a 1853", en Hispanic American Historical Review,
Vol. 79, N° 4, 1999, pp.703-734; GARAVAGLIA, Juan C. y GELMAN, Jorge, “Capitalismo
agrario en la frontera. Buenos Aires y la región pampeana en el siglo XIX”, en Historia Agraria, Nº
29, 2003, pp. 105-122 y y en GELMAN, Jorge y SANTILLI, Daniel, De Rivadavia a Rosas.
Desigualdad y crecimiento económico, en Tomo 3 de Historia del capitalismo agrario pampeano,
Buenos Aires, Universidad de Belgrano- Siglo XXI Editores, 2006.
6
Aunque era evidente el crecimiento del trabajo asalariado también lo era que la pluriactividad
caracterizaba las estrategias de subsistencia de buena parte de la población campesina.
En tales condiciones, el trabajo asalariado no llegaba a ser todavía la relación social
fundamental dado que la reproducción de la fuerza de trabajo seguía dependiendo de las
múltiples formas de producción mercantil doméstica y de su capacidad para preservar
márgenes de autonomía. Estas condiciones definieron un rasgo decisivo de los antagonismos
sociales: mientras que una porción muy reducida de la población rural vivía dentro de los
dominios de las grandes propiedades el eje de los conflictos parece haberse situado en las
presiones y exigencias que el estado imponía a la población campesina. Ello es importante a
la hora de evaluar los atributos de la clase dominante en formación: las evidencias disponibles
muestran que el grupo más concentrado de grandes propietarios rurales tuvo durante la
primera mitad del siglo XIX un patrón de inversiones diversificado y que no habían
abandonado ni el comercio ni otras formas de acumulación basadas en el crédito, la renta
urbana, el abastecimiento del estado y la especulación financiera y cambiaria.14
Se trataba,
por tanto, de una economía rural profundamente mercantilizada en la cual buena parte de las
unidades familiares combinaban la producción de subsistencia con la producción mercantil y
el trabajo asalariado. En tales condiciones, se habría dado una expansión simultánea de
distintas formas de trabajo asalariado y de diferentes formas de pequeña y mediana
producción familiar que se articulaban con las empresas agrarias o se desarrollaron
autónomamente. Por tanto, ni las hipótesis de Halperín ni las de Chiaramonte quedaron
completamente corroboradas y las nuevas investigaciones ofrecen una imagen más
pluralista, menos polarizada y más dinámica de la sociedad rural en una expansión que lejos
estuvo de ser sólo ganadera y que no tuvo a los terratenientes como exclusivos protagonistas.
Por lo tanto, todo el haz de cuestiones vinculadas a la construcción de su hegemonía (las
relaciones con el estado, con los otros sectores sociales, las resistencias al disciplinamiento y a
la afirmación de los nuevos derechos de propiedad, por ejemplo) adquieren nueva relevancia.
Y es aquí dónde el análisis de las transformaciones producidas en las relaciones políticas
no puede ser escindido del estudio de las relaciones sociales. Porque algunos cambios en
su trama resultan decisivos. El más importante, sin duda, fue la erosión del régimen de
esclavitud y la pérdida de importancia de los esclavos como fuerza de trabajo permanente
de los grandes establecimientos agrarios justamente cuando la demanda de fuerza de
trabajo se hizo más intensa. A ello debe sumarse el fracaso en implementar formas
sustitutivas de trabajo coactivo, desde la utilización de indígenas cautivos a la inmigración
europea y el endeudamiento de cómo mecanismo de control y subordinación. También ha
quedado en claro que los propietarios se vieron forzados a ensayar múltiples formas de
negociación con sus peones asalariados, recurrir a incentivos salariales y negociar con
arrendatarios, aparceros, puesteros y pobladores.15
Ahora bien, ¿cuál era el sustento de
14
Entre otros ver, HORA, Roy: “La elite social argentina en el siglo XIX. Algunas reflexiones a partir de la
familia Senillosa”, en Anuario IEHS, Nº 17, 2002, pp. 291-323, “Del comercio a la tierra y más allá: los
negocios de Juan José y Nicolás de Anchorena (1810-1856)”, en Desarrollo Económico. Revista de Ciencias
Sociales, Vol. 44, Nº 176, 2005, pp. 567-600. 15
GELMAN, Jorge: “Un gigante con pies de barro. Rosas y los pobladores de la campaña”, en Noemí
Goldman y Ricardo Salvatore, Ricardo (comps.), Caudillismos rioplatenses. Nuevas miradas a un viejo
problema, Buenos .Aires, EUDEBA, 1998, pp. 223-240 y “El fracaso de los sistemas coactivos de trabajo rural en
Buenos Aires bajo el rosismo. Algunas explicaciones preliminares”, en Revista de Indias, 1999, pp. 123-141.
7
esta capacidad de negociación de los sectores subalternos rurales? En parte, provenía de las
posibilidades que tenían para transformarse en productores más o menos autónomos y de las
oportunidades que encontraban en un mercado de trabajo en expansión. En parte también
de la limitada capacidad de los propietarios y del estado para disciplinarlos. Por ello, el
control de la movilidad estaba en el centro de las preocupaciones estatales, habilitó
reiterados intentos de acrecentarlo que parecen haberse acentuado aún más en los años ’60
y convirtió el antagonismo entre exigencias estatales y resistencia campesina en un eje
decisivo de los conflictos sociales.16
Pese a ello, la situación hacía extremadamente difícil la
subordinación de una población con posibilidades de acceso a la tierra y de reproducir formas
de producción autónomas.
Es en este contexto que adquiere relevancia el rol de las nuevas relaciones políticas puesto
que esta capacidad de resistencia fue posible no solo por la vigencia de condiciones
estructurales sino también por el aprovechamiento de las oportunidades políticas dado el lugar
que sus intervenciones adquirieron en las disputas intraelitistas. Pues si algún cambio trajo la
revolución fue la multiplicación de esas oportunidades por la masiva movilización política
de esos sectores. Como es sabido la militarización amplió notablemente los ámbitos en
que se desplegaban las relaciones salariales y acentuó la escasez de fuerza de trabajo pero
también ofreció mecanismos de reconocimiento social y espacios de construcción de nuevos
liderazgos y solidaridades. A su vez, la inclusión de los sectores subalternos rurales en el
sistema político no se restringió a la militarización si no que también incluyó su participación
electoral y en otras formas de movilización política. Si la revolución había hecho emerger
nuevas formas de hacer política no cabe duda de la impronta plebeya que ella adquirió en
Buenos Aires. Justamente, una de las prioridades del nuevo orden forjado a partir de 1852
era reducir esa impronta plebeya y en particular el rol político del mundo rural.
Pero, ¿qué pasaba fuera de Buenos Aires? No cabe duda que los efectos iniciales de la
revolución fueron ante todo destructivos del orden vigente debilitando las jerarquías
preexistentes. Con todo, esos efectos fueron muy diversos en intensidad y amplitud de manera
que el proceso revolucionario profundizó tendencias que ya estaban en curso. Porque algo es
muy claro: las décadas posrevolucionarias acentuaron notablemente las diferencias entre las
provincias del litoral y del interior y, en particular, entre Buenos Aires y el resto.17
El indicador más evidente es la distribución de la población. A fines de la década de 1770
la antigua jurisdicción del Tucumán contenía casi el 53% de la población de las futuras
provincias argentinas (una situación que se mantenía al momento de la
16 FRADKIN, Raúl (comp.), El poder y la vara. Estudios sobre la justicia y la construcción del estado en el
Buenos Aires rural, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2007. GARAVAGLIA, Juan C. “De Caseros a la guerra del
Paraguay: el disciplinamiento de la población campesina en el Buenos Aires postrosista (1852-
1865)”, en Illes i Imperis, N° 5, 2001, pp. 53-80 y "Ejército y milicia: los campesinos bonaerenses y el peso de
las exigencias militares, 1810-1860", en Anuario IEHS, N° 18, 2003, pp 153-187. SALVATORE, Ricardo,
"Reclutamiento militar, disciplinamiento y proletarización en la era de Rosas", en Boletín del Instituto de
Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, N° 5, 1992, pp.25-48.
17 GELMAN, Jorge y SANTILLI, Daniel, “Cuando Dios empezó a atender en Buenos Aires. Crecimiento
económico, divergencia regional y desigualdad social: Córdoba y Buenos Aires en la primera mitad del siglo
XIX”, ponencia presentada al Primer Congreso latinoamericano de Historia Económica/ 4ªs
Jornadas Uruguayas de Historia Económica, Montevideo, 5 al 7 de diciembre de 2007.
8
revolución pese a la persistente migración hacia el litoral) pero hacia 1869 esa
proporción se había reducido al 41%. En cambio, mientras las provincias cuyanas se
mantenían en un estable 10%, el litoral pasó del 37% al 49% (y Buenos Aires del 16% al
29%). Había, entonces, tierras de emigración y tierras de inmigración y su identificación
ofrece las claves para armar el mosaico de las relaciones sociales así como su
coexistencia permite entrever como las condicionó las posibilidades de movilidad espacial,
ocupacional y social de parte de la población campesina. Una movilidad que no podría
explicarse si no por las mayores oportunidades de trabajo, de mejores remuneraciones pero
también de acceso a la tierra y que estaba en la base de la erosión de los sistemas coercitivos
de trabajo.
Ya a fines de la colonia los salarios rurales eran en Buenos Aires y el litoral más altos, más
monetizados y estaban menos asociados a prestaciones sin remuneración o formas de
endeudamiento que en el Tucumán colonial: de esta manera, mientras en Buenos Aires
los salarios podían rondar entre 6 y 8 pesos mensuales (y en la Banda Oriental, todavía algo
más), en Tucumán no superaban los 4, salvo que se pagaran en textiles importados y entre
los peones que trabajaban en el transporte de carretas. Tras la revolución, Buenos Aires
apeló a la emisión de papel moneda que pasó a formar parte de la remuneración salarial
mientras que en el resto de las provincias los salarios rurales seguían siendo más bajos y
menos monetizados y siguieron combinando pagos en especie y en moneda, pero esa
moneda solía ser la de plata boliviana, una situación que sólo habría de resolverse desde la
década de 1880.
Todo indica que la fragmentación del espacio económico trajo aparejado una situación mucho
más crítica en las provincias del norte que en el litoral. Así, en Jujuy la estructura
agraria posrevolucionaria se distinguió por la extrema concentración de la propiedad de la
tierra por una reducida elite de origen tardocolonial y aquí, como en Salta también
dominada por la gran propiedad, el sistema de arriendo se caracterizaba por la combinación
de rentas y obligaciones laborales no remuneradas. De este modo, el orden social colonial
pareciera haber sobrevivido tras la revolución.18
¿Qué efectos tuvo la revolución? Pareciera
haber empujado la transformación de los propietarios agrarios en rentistas y dar inicio a
un proceso que combinó la erosión de la esclavitud, la abolición del tributo indígena y
la disgregación de los pueblos de indios contribuyendo a acentuar la configuración de
un heterogéneo campesinado mestizo sin las imposiciones pero también sin las
“protecciones” del orden colonial.
La abolición del tributo no era una decisión de escasa importancia. En lo inmediato, suponía
una amenaza a los ingresos fiscales tras una fase en que las autoridades coloniales lograron
aumentar su recaudación convirtiendo en tributarios a pobladores de los pueblos de indios sin
tierras asignadas y a miembros de las castas: así, en la Puna se había duplicado el número de
tributarios y allí como en la quebrada de Humahuaca y en el valle de Salta la totalidad de los
indios empadronados fueron convertidos en tributarios. Obviamente, el significado de la
disgregación de los pueblos de indios
18 MADRAZO, Guillermo, Hacienda y encomienda en los Andes. La Puna argentina bajo el marquesado
de Tojo. Siglos XVII a XIX, Buenos Aires, Fondo Editorial, 1982. MATA de López, Sara, Tierra y Poder
en Salta. El Noroeste Argentino en vísperas de la Independencia, Sevilla, Diputación de Sevilla,
2000. SANTAMARÍA, Daniel, Memorias del Jujuy colonial y del Marquesado de Tojo. Desarrollo
integrado de una secuencia territorial multiétnica, siglos XVI-XVIII, La Rábida, Universidad
Internacional de Andalucía, 2001. PAZ, Gustavo “Resistencia y rebelión campesina en la puna de
Jujuy, 1850-1875”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. E. Ravignani, Nº 4,
pp. 1991, 43-68 y “Las bases agrarias de la dominación de la élite: tenencia de tierras y sociedad en
Jujuy (Argentina) a mediados del siglo XIX”, en Anuario IEHS, Nº 19, 2004, pp. 419-442. TERUEL,
Ana (comp.), Población y trabajo en el Noroeste argentino. Siglos XVIII y XIX, Jujuy, UNIHR, 1995.
9
dependió de la importancia que tuvieran en cada zona: si en Córdoba o Catamarca estaban casi
disgregados a fines del XVIII y en La Rioja, Tucumán o Salta su consistencia interna era muy
débil, en Jujuy mantenían su vigencia y en Santiago del Estero es probable que hayan tenido
un fortalecimiento tardío cortado abruptamente por el proceso de independencia y que impuso
el remate de sus tierras. El remate no fue el único recurso de expropiación: en la frontera
chaqueña de Salta durante la década de 1820 buena parte de las tierras de las reducciones
fueron directamente traspasadas a comerciantes y hacendados en pago de la deuda pública.19
En estas condiciones la transformación de las relaciones sociales no tuvo un decurso lineal.
Por lo pronto, mientras la suspensión y abolición del tributo fue una parte esencial de
las estrategias que implementaron las autoridades revolucionarias, limeñas y metropolitanas
su “definitiva” derogación - en Jujuy, al menos- tendrá que esperar hasta 1851 y, aún así,
fue sustituido por una “contribución indigenal” sólo dos años más tarde... replicando
procesos análogos del área andina. Así, los indios encomendados de la Puna se vieron
transformados en arrenderos de las mismas tierras sobre las cuales habían perdido sus
derechos comunales y las autoridades procedieron a conmutar el pago de los arriendos
por la prestación del servicio de milicias transparentando el carácter de renta en trabajo
que suponían estas obligaciones “públicas”. Más aún: en la década de 1840 se reiteraban las
disposiciones que prohibían el “servicio personal” y todavía en 1893 el Código Rural de
Jujuy disponía que los peones estaban obligados a saldar los adelantos salariales con sus
servicios laborales. En las tierras bajas orientales, donde las haciendas habían recurrido con
mayor intensidad al trabajo esclavo y a la fuerza de trabajo de las reducciones chaqueñas, tras
la revolución apelaron en forma mucho más intensa a la explotación de los indios
chaqueños, una situación que habría de multiplicarse con la expansión de los ingenios
durante el último cuarto del siglo XIX. En otros términos, si la revolución permitió la erosión
de las formas de extracción de excedente campesino de carácter coactivo lo hizo de manera
muy desigual y con un decurso para nada lineal.
Entonces, ¿cuál era el saldo de aquella fase de la intensa movilización social que
provocó la revolución? Por lo pronto conviene recordar que canalizó conflictos preexistentes
asignándoles un nuevo sentido y dándoles un encuadre político. Por lo tanto, el principal
desafío que afrontaron las elites locales fue lograr la desmovilización campesina que
implicaba para los campesinos que perdieran el fuero militar que los sustraía de la justicia
ordinaria (y por tanto del poder de las elites urbanas) y que había contribuido decididamente
a configurar las bases sociales de los liderazgos competitivos. Es que esa
movilización había puesto en cuestión la relación social fundamental de la estructura agraria
regional, el sistema de arriendos, y al hacerlo había puesto en cuestión las relaciones de poder
rural previas puesto que la principal compensación material de los campesinos movilizados
fue la suspensión del pago de los arriendos. Sólo con la desmovilización era posible
reimplantar esas obligaciones y las normas de conchabo obligatorio. En consecuencia, puede
conjeturarse que si la configuración del bloque social que lideró Güemes había permitido
contener y canalizar las implicancias de esa masiva movilización, su descomposición
terminó por constituir
19 DOUCET, Gastón, “La abolición del tributo indígena en las Provincias del Río de la
Plata: indagaciones en torno a un tema mal conocido”, en Revista de Historia del Derecho, Nº 21,
1993, pp.
133-207. FARBERMAN, Judith y GIL MONTERO, Raquel (comps.), Los pueblos de indios del
Tucumán colonial: pervivencia y desestructuración, Unju/UNQui, Buenos Aires, 2002 y
FARBERMAN, Judith, Santiago del Estero y sus pueblos de indios. De las ordenanzas de Alfaro
(1612) a las guerras de independencia, mimeo, 2007. PALOMEQUE, Silvia, "El mundo indígena.
Siglos XVI-XVIII", en Nueva Historia Argentina, Tomo 2, Buenos Aires, Sudamericana, 2000, pp. 87-
144.
10
una derrota histórica de los campesinos que habilitó la restauración de relaciones
sociales y de poder en condiciones quizás más duras que a fines de la colonia.20
Sin embargo, no parece haber sido esta una situación generalizada. En Tucumán la
movilización bélica no parece haber habilitado la emergencia de liderazgos tan autónomos ni
fue tan disruptiva de las relaciones sociales preexistentes. Aquí, la estructura de las relaciones
sociales era bien distinta y lo seguiría siendo: la densa población rural conformaba un
campesinado mestizo que se desenvolvía en un contexto en el cual la propiedad de la tierra
estaba notoriamente fragmentada, la utilización de esclavos en la producción rural era
muy limitada (no había llegado al 5% de la población rural) y también parece haberlo
sido el trabajo asalariado permanente. Por lo tanto, el arrendamiento y la agregación estaban
bastante generalizadas pero no parecen haber tenido el rigor que adquirían más al norte y
permitieron la reproducción de la economía campesina. Aún así, creció el número de
jornaleros sin tierras pero ellos en buena parte eran migrantes de otras provincias, lo que
sugiere una mayor prosperidad relativa de la provincia. También existía un amplio espectro de
pequeños productores autónomos – especialmente dedicados a la labranza pero también
a la crianza de ganados- que resistieron los intentos de subordinarlos o forzarlos al trabajo
asalariado. Más aún, fue entre ellos que parece haberse formado a mediados de siglo XIX el
segmento de cañeros independientes que distinguió la expansión azucarera tucumana de la
saltojujeña. Por eso mismo, en Tucumán fueron mucho menos eficaces los mecanismos
de peonaje.21
Como vemos, ni las situaciones ni los procesos eran idénticos: Tucumán
era una sociedad menos jerárquica y probablemente con conflictos socio-étnicos menos
intensos y la primacía de las familias principales no parece haber devenido tanto del control
territorial como del monopolio del comercio, el crédito y el poder público. Parte de esos
núcleos elitistas encontraron modos de adaptación al nuevo contexto mientras que la economía
campesina las tuvo para su reproducción.
En el centro del territorio las situaciones tampoco fueron homogéneas. En Santiago del Estero,
pese a la persistencia de formas no mercantiles de apropiación y usufructo de los recursos,
también parece haber habido una tendencia hacia una mayor concentración de la propiedad
pero este proceso debe haber sido muy lento pues en la década de 1820 una porción
considerable de las tierras seguía perteneciendo a las comunidades indígenas o al
20 MATA, Sara: “La guerra de independencia en Salta y la emergencia de nuevas relaciones de poder”,
en Andes, Nº 13, Salta, 2002, pp. 113-144; “Conflicto social, militarización y poder en Salta durante el
Gobierno de Martín Miguel de Güemes”, en Fabián HERRERO (comp.), Revolución. Política e ideas en
el Río de la Plata durante la década de 1810, Buenos Aires, Ediciones Cooperativas, 2004, pp. 125-
148. También “Insurrección e independencia. La provincia de Salta y los Andes del sur” y
PAZ, Gustavo, “Reordenando la campaña: la restauración del orden en Salta y Jujuy, 1822-1825”, en
FRADKIN, Raúl (comp.), ¿Y el pueblo dónde está? Contribuciones para una historia popular
de la revolución de independencia en el Río de la Plata, Buenos Aires, Prometeo Libros, en prensa. 21
CAMPI, Daniel (comp.), Estudios sobre la historia de la industria azucarera argentina, Tucumán,
UNT-UNJu, Vol. 1, 1991 y Vol.2, 1992. BRAVO, María Celia, “El campesinado tucumano:
de labradores a cañeros” y CAMPI, Daniel, “Notas sobre la gestación del mercado de trabajo en
Tucumán (1800-1870”, en GELMAN, Jorge, GARAVAGLIA, Juan Carlos y ZEBERIO,
Blanca (comps.), Expansión capitalista y transformaciones regionales. Relaciones sociales y
empresas agrarias en la Argentina del siglo XIX, Buenos Aires, La Colmena-UNICEN, 1999, pp.
201-246. y pp. 177-200. LÓPEZ de ALBORNOZ, Cristina, Los dueños de la tierra. Economía,
sociedad y poder en Tucumán (1770- 1820), UNT, Tucumán, 2003. PAROLO, María Paula,
“Estructura socio-ocupacional en Tucumán. Una aproximación a partir de censo de 1812”, en
Población y sociedad. Revista Regional de Estudios Sociales, Nº 3, 1995, pp. 35-62 y “Criadores,
labradores, capataces y peones en la campaña tucumana de la primera mitad del siglo XIX”, en
Anuario IEHS, Nº 15, 2000, pp. 353-287. TIO VALLEJO, Gabriela, Antiguo Régimen y Liberalismo.
Tucumán, 1770-1830, UNT, Tucumán, 2001.
11
Estado y su apropiación sólo se aceleró después de 1870. De este modo, persistieron formas
de tenencia de la tierra como la propiedad mancomunada mediante la cual familias
emparentadas mantenían el usufructo de sus tierras e impedían su fragmentación. Sin embargo,
es posible que se haya producido un empeoramiento de las condiciones de vida campesina
dado que su reproducción dependía de una agricultura frágil y de la recolección. En tales
condiciones, persistió la migración estacional a corta y larga distancia que en definitiva
era una de las estrategias de supervivencia. Aquí, por lo tanto, fue limitada la ampliación del
trabajo asalariado que, cuando existía, era remunerado en especies y por montos notoriamente
más bajo que en otras zonas.22
En Córdoba, la situación posrevolucionaria fue bien
complicada y también fue una tierra de emigrantes; aún así, era indudable el predominio de
los pequeños productores entre su población rural. Con todo había cambios y no poco
significativos: por un lado, la disminución del número esclavos y de la población
clasificada como india acentuando la configuración de un campesinado mestizo sin
distinciones institucionales. Todo indica un empeoramiento de sus condiciones de vida y sus
signos más elocuentes fueron la crisis de la producción textil doméstica como la emigración
hacia el sur. Con todo, estos cambios no opacan una continuidad: la perduración del
predominio de una elite urbana que controlaba el comercio, el crédito, las mejores tierras y los
poderes públicos.23
¿Qué estaba sucediendo en Cuyo? Aquí, la transición no estuvo exenta de
dificultades y desigualdades. Algo más sencilla parece haber sido en Mendoza que
aprovechaba las posibilidades del mercado chileno y mucho más dificultosa resultó para San
Juan y San Luis hallar un nuevo lugar en la nueva constelación económica. Aún así, Mendoza
que ostentaba una estructura de producción y tenencia de la tierra muy fragmentada a fines
de la colonia, parece haber vivido una perduración de esta estructura aunque ahora sostenida
en una orientación más acentuada hacia la ganadería. Otros dos cambios son también
evidentes: por un lado, la notable reducción de la población esclava prácticamente “liberada”
en su totalidad para incorporarse al Ejército de los Andes. Por el otro, una franca tendencia
hacia la multiplicación de formas de tenencia precaria que oscilaban entre el arrendamiento
y el inquilinato. De este modo, la producción doméstica seguía siendo un rasgo
dominante de la vida rural mendocina a fines de siglo y aquí también las disposiciones legales
buscaron controlar la movilidad de la fuerza de trabajo y aunque anuladas en la década de
1860 reaparecieron bajo diversas formas.24
22 Quizás la evidencia más sugestiva del estancamiento santiagueño sea indicar que si en 1778
la población “urbana” era el 11%, hacia 1869 sólo era el 6%: FARBERMAN, Judith, “El peso de la
continuidad: tierra, trabajo familiar y migraciones en Santiago del Estero. Un Estado de la cuestión”,
Población y Sociedad, Nº 5, 1998, pp. 165-208. PALOMEQUE, Silvia, “Los esteros de Santiago.
Acceso a los recursos y participación mercantil. Santiago del Estero en la primera mitad del siglo
XIX”, en Data. Revista de Estudios Andinos y Amazónicos, Nº 2, 1992, pp. 9-61. 23
ASSADOURIAN, Carlos S., "El sector exportador de una economía regional del interior
argentino. Córdoba. 1800-1860. (Esquema cuantitativo y formas de producción)", en El sistema de la
economía colonial. El mercado interior. Regiones y espacio económico, Nueva Imagen, México, 1983,
pp. 307-367. ROMANO, Silvia, Economía, Sociedad y Poder en Córdoba. Primera mitad del siglo XIX,
Ferreyra Editor, Córdoba, 2002. TELL, Sonia, Persistencias y transformaciones de una sociedad
rural. Córdoba entre fines de la colonia y principios de la república, Tesis de Doctorado, IEHS-
UNCPBA, Tandil, 2 tomos, 2005. 24
PRIETO, María del Rosario y CHORÉN, Susana, “El trabajo familiar en el contexto rural de
Mendoza a fines del siglo XIX”, en Xama, N° 4-5, 1991, pp. 121-140. BRAGONI, BEATRIZ y
JORBA, Rodolfo, “Acerca de la complejidad de la producción mercantil en Mendoza en el siglo XIX
¿Sólo comerciantes y hacendados?” en GELMAN, Jorge, GARAVAGLIA, Juan Carlos y
ZEBERIO, Blanca (comps.), Expansión capitalista… pp. 145-176. BRAGONI, Beatriz,
“Condiciones y estímulos en la recuperación de una economía regional. Prácticas mercantiles e
instituciones empresarias en Mendoza, 1820-1880 en Alejandra IRIGOIN y Roberto SCHMITH (eds.),
La desintegración de la economía colonial: comercio y moneda en el interior del espacio económico
rioplatense 1800-1860, Biblos, Buenos Aires, 2003.
12
¿Qué sucedió en el litoral no bonaerense? Como indicó Chiaramonte la continuidad fue el
rasgo distintivo de Corrientes y allí residió su relativa prosperidad hasta la década de
1830. Así, la elite correntina parece haber superado mejor las amenazas al orden social que
supuso la expansión del artiguismo y la movilización de los pueblos indígenas durante la
década de 1810 que la posterior afirmación de la hegemonía porteña. Sin embargo la
economía correntina también tuvo que adaptarse y se orientó más hacia la producción
ganadera en las tierras del sur y con ello impulsó la formación de grandes propiedades
aunque persistieron las formas domésticas de producción agraria y artesanal y parece
haberse dado una reducida ampliación del trabajo asalariado, por lo menos, mucho menor que
más al sur. Menos conocida es la situación santafesina posrevolucionaria aunque es claro que
las guerras contribuyeron a la destrucción de sus recursos ganaderos y acentuaron la
alicaída situación de su elite después de haber perdido toda capacidad de controlar Paraná
y los territorios entrerrianos. A ello se sumó otro condicionante: la contracción del
espacio productivo dada la creciente conflictividad en las fronteras chaqueña y
pampeana. 25
Fue en Entre Ríos donde los cambios fueron más acentuados: tras superar la conmoción
política y social de la década revolucionaria los linajes coloniales entrerrianos lograron
reconstruir y acrecentar su poder y conformar una nueva hegemonía territorial asentada en las
regiones orientales. Allí, se formaron grandes estancias mientras que se operaba una
colonización campesina en la frontera con Corrientes. Como en otras zonas, la recuperación
de la producción ganadera afrontó el desafío de la disminución del número de esclavos y la
necesidad de acrecentar el de asalariados. Sin embargo, el mayor de los problemas (pero
también la estructura misma del nuevo orden) seguía siendo la intensa militarización de las
relaciones sociales que terminó de permitir la formación del estado provincial mediante un
sistema de intercambio de servicios milicianos a cambio del reconocimiento de derechos
como recompensa. De este modo, a fines de la década de
1840 la consolidación de la gran propiedad y la formación de los primeros saladeros
conformaban una reducida elite mercantil, ganadera y saladeril que habría de impulsar un
endurecimiento de las relaciones laborales.26
El contraste de las trayectorias de Corrientes y
Entre Ríos, entonces, fue notable pero en ninguna de las provincias litorales pareciera
haberse operado un proceso de reemplazo de los grupos sociales dominantes sino más bien
una renovación adaptativa de los sobrevivientes.
Sin embargo, este espacio había sido el escenario de una intensa movilización militar y
política bajo la influencia del artiguismo. La cuestión es importante porque en su dinámica
llegó a transformarse en la versión más radical de la revolución rioplatense. Pero, ¿había sido
una “revolución democrático-radical frustrada” de perfil agrarista, tal
25
Así lo demuestra la dependencia de Buenos Aires para afrontar su déficit fiscal: CHIARAMONTE, José C., “Finanzas públicas en las provincias del Litoral, 1821-1841”, en Anuario del
IEHS, N° 1, 1986, pp.
159-198 y "Finanzas públicas y política interprovincial: Santa Fe y su dependencia de Buenos Aires en
tiempos de Estanislao López", en Boletín Ravignani, N° 8, 1993, pp 77-116. 26
DJENDEREDJIAN, Julio C. Economía y sociedad en la Arcadia criolla. Formación y desarrollo
de una sociedad de frontera en Entre Ríos, 1750-1820, Tesis de Doctorado, Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad de Buenos Aires, 2003. SCHMIT, Roberto, Ruina y resurrección en
tiempos de guerra. Sociedad, economía y poder en el oriente entrerriano postrrevolucionario,
1810-1852, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2004.
13
como lo había postulado una vigorosa historiografía de izquierda desde los años 60?.27
Algo es claro: el artiguismo parecía corroborar por completo la tesis de la revolución fallida o
inconclusa y su derrota podía ser atribuida a la conjunción de la oligarquía local y
enemigos externos. En esta tesis había un episodio central: el famoso y controvertido
reglamento de tierras de 1815 a partir del cual se formularon las más consistentes
argumentaciones a favor de la “revolución agraria”28
. Pero, ¿hasta qué punto fue así? Lo
cierto es que observada más de cerca la experiencia artiguista revela una notable
heterogeneidad social y étnica y lo conflictivo de su dinámica histórica. En primer término,
porque la investigación más reciente ha mostrado que la estructura social agraria
tardocolonial era mucho más diversa que una simple polarización entre un puñado de grandes
latifundistas y grandes masas sin tierras, polarización en torno a la cual se había construido la
imagen de la revolución agrarista. Una cuestión de no menor importancia es que no lo era
justamente la región sudoriental, la base territorial inicial de la insurgencia artiguista. De este
modo, podían comenzar a identificarse una multiplicidad de actores que lejos estaban de
restringirse sólo a los “gauchos alzados”.29
En segundo lugar, se hicieron más claras las
tensiones internas que contenía el frente artiguista y permiten entender mejor la pérdida de
apoyo entre los sectores propietarios y el notable dinamismo que terminó adquiriendo el
protagonismo plebeyo. Porque de algo no pareciera haber duda: en su dinámica de
movilización y confrontación el artiguismo fue canalizando adhesiones, reclamos y
aspiraciones desde “abajo” que le dieron ese tiente “anárquico” tan distintivo y que tanto
alarmó a las elites rioplatenses y terminó por aislar socialmente al liderazgo de Artigas al
tiempo que le suministraba su principal base social. En estas condiciones, su estrategia puede
ser vista como un intento de canalizar esos reclamos y los liderazgos locales que los
expresaron y permitir la reconstrucción de un orden social y productivo.30
Algo más que no puede ser soslayado: la consigna artiguista de la “soberanía particular de los
pueblos” lejos estaba de ser mera retórica y tenía destinatarios precisos que emergían de la
historia reciente del espacio donde extendió su influencia y que no eran sólo las “provincias”.
Entre 1778 y 1801 al menos unos 23 pueblos se habían formado en el vasto espacio que hoy
conforman las provincias de Corrientes y Entre Ríos, el Uruguay y Río Grande do Sul como
resultado de una política oficial de poblamiento. Esa política contribuyó a construir esta
red de poblados y acentuó la atracción de migrantes. Sin embargo, dicha política se
interrumpió al despuntar el siglo XIX y, en
27 La calificación procede de SALA, Lucía, “Democracia durante las guerras por la independencia en
Hispanoamérica”, en FREGA, Ana e ISLAS, Ariadna (coords.), Nuevas miradas en torno al
Artiguismo, Montevideo, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, 2001, p. 107. 28
SALA de TOURON, Lucía, de la TORRE, Nelson y RODRÍGUEZ, Jorge, Artigas y su revolución
agraria, 1811-1820, México, Siglo XXI, 1978 y BARRÁN, José Pedro y NAHUM, Benjamín,
Bases económicas de la revolución artiguista, Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 1989.
AZCUY AMEGHINO, Eduardo, “Artigas y la revolución rioplatense: indagaciones, argumentos y
polémicas al calor de los fuegos del siglo XXI”, en ANSALDI, Waldo (coord.), Calidoscopio
latinoamericano. Imágenes históricas para un debate vigente, Buenos Aires, Ariel, 2004, pp. 51-90.
Una visión radicalmente diferente en VÁQUEZ FRANCO, Guillermo, Tierra y Derecho en la
Rebelión Oriental (a propósito del Reglamento del Alo XV), Montevideo, Proyección, 1988. 29
GELMAN, Jorge, Campesinos y estancieros. Una región del Río de la Plata a fines de la época
colonial, Buenos Aires, Editorial Los Libros del Riel, 1998. 30
FREGA, Ana, “Caudillos y montoneras en la revolución radical artiguista", en Andes. Antropología
e Historia, Nº 13, 2002, pp. 75-112.; “Guerras de independencia y conflictos sociales en la formación
del Estado Oriental del Uruguay, 1810-1830”, en Dimensión Antropológica, Año 12, Vol. 35, 2004,
pp. 25-58, Pueblos y soberanía en la revolución artiguista, Montevideo, Ed. Banda Oriental,
2007 y “Los ‘infelices’ y el carácter popular de la revolución artiguista”, en FRADKIN, Raúl (comp.)
¿Y el pueblo dónde está?....
14
particular, se diluyó el apoyo oficial para que ese poblamiento pudiera permitir el
acceso a la tierra de los campesinos. Con todo, dejaba como saldo un proceso de colonización
que convirtió estas tierras en el epicentro del crecimiento ganadero tardocolonial, una
dinámica y móvil población campesina que aspiraba a desarrollar su vida en condiciones
autónomas y la configuración de un entramado de pueblos con grupos de poder local con
aspiraciones de autonomía. En esa autonomía residía una clave fundamental: quiénes
habrían de decidir el destino de las tierras y quiénes serían los beneficiarios de esas
decisiones en un contexto en el cual primero los grandes propietarios ausentistas y luego
buena parte de los residentes habían quedado incluidos en la condición de “malos europeos y
peores americanos”.
En estas condiciones la derrota del artiguismo adquiere también y quizás más netamente el
sentido de una derrota histórica de los sectores populares rurales pues el Uruguay iniciará una
fase de reconstitución del orden signada por los intentos de endurecer las relaciones sociales
en lo que ha sido descrito como una “contrarrevolución agraria”. Sin embargo, esos propósitos
debieron desplegarse durante una larga secuela de guerras que socavó las bases de
sustentación material de los grupos dominantes y acrecentó la influencia de los núcleos
extranjeros. En tales condiciones, las facciones elitistas tuvieron serias dificultades para
cumplir con sus objetivos y estuvieron obligadas a seguir negociando de algún modo el
apoyo de los sectores subalternos.31
¿Cuál es, entonces, el saldo de este recorrido? Variado y contradictorio por cierto. Pero aún
así, no parece haber dudas que la revolución trajo consigo transformaciones en las relaciones
sociales agrarias, acentuó procesos que estaban en curso y terminó por profundizar
desigualdades regionales. Imposible, entonces, circunscribirla sólo a cambios en la esfera
política pero también menospreciar la incidencia de las transformaciones políticas.
En este contexto, la experiencia porteña muchas veces tomada como pauta de
evaluación general resulta bastante excepcional en la medida que vivió uno de los procesos de
más exitosa adaptación al nuevo orden. Sin embargo, sus singularidades no emergen sólo de
sus resultados sino también de su desenvolvimiento y en este sentido, los contrastes con la
experiencia oriental resultan notables. En primer término porque no puede obviarse que la
sociedad montevideana ofreció el más firme sostén a los sectores fieles a la regencia que
no pudieron lograr en otras jurisdicciones y que contrasta radicalmente con lo sucedido
en Buenos Aires pese a algunos rasgos comunes entre ambas ciudades portuarias como la alta
proporción de población esclava y liberta como los importantes contingentes de población de
origen europeo. Ambas ciudades, a su vez, vivieron una intensa movilización política desde
1806/7 pero el alineamiento político de las poblaciones fue opuesto en la crisis imperial por lo
que parece evidenciarse que en la intensa movilización de los sectores subalternos
pareciera haber primado el alineamiento con las facciones elitistas que predominaban en
cada una. Hay algo más: parece fuera de duda que la tensión social prerrevolucionaria era
mucho mayor en la campaña oriental que en la porteña y allí eran más conflictivos los
vínculos entre la sociedad rural y la ciudad que ni siquiera era la cabecera política de toda
esa campaña. En estas condiciones, la revolución implicó un quiebre de las jerarquías, las
obediencias
31 La cuestión del apoyo rural debe haber sido cada vez más decisivo pues el peso de la población de
Montevideo en el total tendió a disminuir drásticamente: aunque las cifras son inseguras sugieren que
puede haber pasado del 50% al 20% entre fines del XVIII y la década de 1830. MILLOT, Julio y
BERTINO, Magdalena, Historia económica del Uruguay, Tomo I, Montevideo, Fundación de Cultura
Universitaria, 1991.Cf. también SALA DE TOURON, Lucía y ALONSO ELIY, Rosa, El Uruguay
comercial, pastoril y caudillesco, Montevideo, 2 tomos, Ediciones de la Banda Oriental, 1991.
15
y las lealtades y la posibilidad que emergieran otras que hicieron factible la insurgencia
artiguista y la larga disputa histórica que tardaría décadas en saldarse. Nada de ello parece
haberse dado del otro lado del Río de la Plata. 32
Tampoco la experiencia oriental es análoga a la entrerriana con la que estuvo tan
imbricada: aquí también la disidencia concitó la adhesión inicial de sectores hacendados pero
éstos no parecen haber perdido nunca el control y el ascendiente sobre los sectores
subalternos como en la Banda oriental. De este modo, el artiguismo entrerriano – como el
santafesino- fue mucho menos radical y plebeyo y permitió a sus núcleos dirigentes comenzar
una experiencia completamente inédita: la configuración de una entidad soberana que no
emergía del poder autonomizado de una ciudad y que se asentó en un sistema de relaciones
que contenían una fuerte dosis de negociación local y compensación a los sectores subalternos
estructurado en torno a las milicias.
Llegados a este punto conviene volver al plano historiográfico. Los procesos de
independencia fueron parte de “la era de las revoluciones” aunque esta constatación sea
completamente insuficiente para dar cuenta de su naturaleza histórica. Por lo tanto,
entenderlos sólo como variantes de las “revoluciones burguesas”, “liberales” o “democráticas”
no ayuda a desentrañarla.33
Sin embargo, no puede ser obviado que fueron los mayores
procesos de descolonización hasta la segunda posguerra del siglo XX y como tales
inseparables de aquella era revolucionaria.34
Por ello, no extraña que las perspectivas interpretativas suelan replicar parte de los tópicos de
los análisis históricos de los procesos europeos – y en particular de la Revolución
Francesa - y no pocas de sus controversias. De este modo, si el carácter burgués de la
revolución de 1789 ha sido puesto en cuestión – y sobre todo la posibilidad de
explicarla como el resultado de una aguda lucha de clases entre la burguesía naciente y
la aristocracia dominante- los desarrollos más recientes sobre las sociedades latinoamericanas
tardocoloniales han dejado en claro que los movimientos de independencia difícilmente
hayan sido el resultado de la maduración de fuerzas sociales y políticas internas y resulta
bastante evidente que los grupos dominantes tardocoloniales eran, por cierto, bastante
poco “burgueses” y que su ascenso social tras la independencia no significó el
desplazamiento de ninguna aristocracia preexistente.
Si “revolución burguesa” se presenta como una noción equívoca tampoco la cuestión parece
resolverse apelando a la idea de una “revolución liberal”, una categorización frecuente en la
historiografía española que también se evidenció como problemática.35
Hoy en día, tanto en España como en América más que un liberalismo conviene pensar
32 MAYO, Carlos, “Estructura agraria, revolución de independencia y caudillismo en el Río de la
Plata, 1750-1820 (algunas reflexiones preeliminares)”, en Anuario I.E.H.S., N° 12, 1997, pp. 69-78. 33
Por ejemplo, KOSSOK, Manfred y otros, Las revoluciones burguesas, Barcelona, Crítica,
1983. RODRÍGUEZ O., Jaime, La independencia de la América española, México, El Colegio de
México/Fideicomiso Historia de las Américas/ FCE, 1996. 34
BOUSQUET, Nicole, “La descolonización de la América española: un enfoque de los sistemas
mundiales”, en Secuencia Revista de Historia y Ciencias Sociales, N° 22, 1992, pp. 185-220.
DELGADO RIBAS, Joseph. M., “La desintegración del Imperio español. Un caso de descolonización
frustrada (1797 - 1837)”, en Illes i Imperis. N° 8, 2006, pp. 5-44. Sin embargo, recientemente han
vuelto al ruedo algunos argumentos semejantes a los que ensayara Ricardo Levene hace décadas y que
estaban orientados (en un esfuerzo a la vez historiográfico, político y diplomático) a proclamar que
“las Indias no eran colonias”: véase la discusión a propósito de un artículo de A. LEMPÉRIÈRE
acerca de “la cuestión colonial “, en Nuevo Mundo Mundos Nuevos, N° 4, 2004: disponible sur:
http://nuevomundo.revues.org 35
Un balance en PIQUERAS, José A., “La revolución burguesa española. De la burguesía sin
revolución a la revolución sin burguesía”, en Historia Social, N° 24, 1996, pp. 95-132.
16
en diversos liberalismos que no siempre estuvieron asociados a proyectos
revolucionarios ni exclusivamente a grupos burgueses. Pero, además, porque el término liberal
resulta insuficiente para dar cuenta del variado conjunto de orientaciones ideológicas que
alimentaron los movimientos de independencia dado que las opciones ideológicas disponibles
hacia 1810 eran mucho más diversas36
y porque se desarrollaron muy diferentes versiones de
liberalismo tanto “notabiliar” como “social”, “popular” y hasta “comunitario”.37
En todo
caso, resulta claro que las culturas políticas tenían un trasfondo religioso que habría de
emerger en los recursos discursivos y simbólicos de los bandos en pugna pese a que el
período reformista había de alguna manera erosionado la cohesión ideológica de las elites
coloniales, una ruptura en la cual la expulsión de los jesuitas puede haber generado un vacío
que no llegó a llenarse.
Pensar los procesos de independencia como procesos de descolonización supone
explorar las diversas alternativas que estaban en juego al desatarse la crisis imperial y también
las distintas formas en que podían expresarse sus contenidos anticoloniales. Por lo tanto, no
pueden reducirse sólo a las pretensiones de “independencia nacional” y es preciso dar cuenta
de las diferentes formas de autonomismo intentadas por las dirigencias criollas. Pero,
también, de una serie de movimientos anticoloniales que difícilmente pueden ser inscriptos
dentro de la misma categoría que los movimientos criollos y menos aún como
manifestaciones de una “revolución burguesa” o “liberal”. Esos movimientos anticoloniales
no sólo fueron previos a los procesos de independencia sino también simultáneos y
contradictorios con ellos.
Es que la experiencia histórica latinoamericana de la “era de la revolución” fue mucho más
vasta y durante esa era se desarrollaron otros movimientos de neto contenido anticolonial y
revolucionario aunque no suelan figurar en las comparaciones históricas de las revoluciones.
Me refiero, ante todo, a las insurrecciones que sacudieron a los Andes a comienzos de la
década de 1780 o a la que sepultó el orden colonial y el régimen de esclavitud en Haití
desde 1791: formaron parte de la misma era revolucionaria aunque sea dificultoso asimilarlos
tanto a las revoluciones burguesas y liberales como a los movimientos de independencia
criolla y se expliquen por una historia específica que evite reducirlos a la mera condición de
antecedente precursor de un destino prefigurado.38
Lo cierto es que estos movimientos
formaron parte de la experiencia histórica con que los diversos grupos sociales afrontaron la
crisis imperial e incidieron en sus estrategias aunque para la década de 1810 habían sido
derrotados o agotado sus posibilidades históricas. De esta forma, en las dirigencias criollas
parece haber imperado no tanto el temor a emprender una “revolución” como que ella
pudiera derivar en una “guerra social” como ha podido constatarse desde el Río de la Plata
hasta la Nueva España. Si un fantasma recorría la América española era el de esa “guerra
social” que con la crisis imperial adquiría nuevos y temibles rostros.
Desde esta perspectiva debe considerarse que existieron otras posibilidades. Una ha sido
indagada por Van Young en su monumental reconstrucción de la insurgencia novohispana a
través de la cual puso en discusión el imaginario de un proceso “nacional” y que “otra
rebelión” se puso en marcha por medio de un conjunto de “revoluciones” locales que los
pueblos llevaron adelante en defensa de su autonomía sin
36 CHIARAMONTE, José C., “Fundamentos iusnaturalistas de los movimientos de independencia”, en
Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, Nº 22, 2000, pp. 33-72. 37
GUARDINO, Peter, Campesinos y política en la formación del Estado Nacional en México.
Guerrero, 1800-1857, Chilpancingo, Gobierno del Estado Libre y Soberano de Guerrero, 2001. 38
THOMSON, Sinclair, Cuando sólo reinasen los indios. La política aymara en la era de la
insurgencia, La Paz, Muela del Diablo/Aruwiyiri. Editorial del THOA, 2007, especialmente pp. 6-14.
17
compartir ni los presupuestos de la dirigencia criolla y sin seguir sus liderazgos.39
Pero,
¿cuántas “otras rebeliones” hubo en esos años? Lo cierto es que pueden registrarse toda una
gama de motines, revueltas y movilizaciones imposibles de reducir al
enfrentamiento entre independentistas y realistas y que se desarrollaron con dinámicas y
características específicas.40
Más aún, tampoco sería desacertado interpretar desde esta
perspectiva algunas movilizaciones que ofrecieron por momentos apoyo social a las fuerzas
realistas a través de alianzas que se explican por sus propias lógicas y antagonismos.41
Llegados a este punto podría pensarse si no convendría enriquecer aquella feliz manera que
Hobsbawm halló para caracterizar la “era de la revolución” como una “doble revolución” y
pensar sino se trató de una “triple revolución” puesto que también implicó la
desintegración de los imperios coloniales iberoamericanos. Nunca será suficientemente
remarcado: se trataba de una coyuntura histórica excepcional, casi única en la historia
del mundo occidental y sus periferias coloniales, quizás sólo comparable a la segunda
posguerra del siglo XX. Por tanto, pareciera entonces que revolución de independencia
sigue siendo un término más adecuado, al menos, más que revoluciones “burguesas” o
“liberales”.
Por lo tanto, la discusión acerca del contenido revolucionario de los procesos de
independencia lejos está de ser banal pero abordarla requiere la indagación de zonas y temas
completamente oscuros todavía, así como la elaboración de un enfoque que supere
arcaísmos conceptuales y sea sensible a las evidencias documentales y a la diversidad de
contextos y procesos. Se trata, necesariamente, de una empresa colectiva que no puede obviar
la apropiación y superación de un legado historiográfico.
Ello supone revisar los criterios habituales de periodización. La más convencional –
1808/26- resulta insuficiente y este problema es todavía más importante para una
historiografía como la Argentina en la cual se ha hecho común circunscribir el período
revolucionario a la década de 1810: de este modo, fenómenos inseparables del mismo
proceso (como la fase final de la guerra en el espacio surandino, la llamada “guerra a muerte”
en Chile y la Araucanía y sus coletazos en las pampas o la misma guerra con el Imperio del
Brasil) quedan fuera del análisis de las llamadas “guerras de independencia” que más
convendría denominar como “guerras de la revolución”. Imposible eludirlos pues terminaron
propiciando transformaciones de las estructuras económicas, políticas y fiscales y sin ellos es
incomprensible la búsqueda frenética de alternativas y las transformaciones de los grupos
dominantes locales. Pero, además, porque no parece haber sido esta la perspectiva de los
contemporáneos.
Cuando se repasa la literatura americanista queda en claro que se están usando otras
periodizaciones: una se inclina por inscribir estos procesos dentro de un ciclo de
transformación que habría abarcado de 1750 a 1850; otra ha retomado la idea de “un largo
siglo XIX” que arrancaría hacia 1780 y que no podría darse por terminado sino
39 VAN YOUNG, Eric, La otra rebelión. La lucha por la independencia de México, 1810-1821,
México, FCE, 2006. El lector puede hallar un debate entre el autor y Alan KNIGHT en Historia
Mexicana, N° 214, 2004, pp. 445-573. Una discusión en GLAVE, Luis Miguel, “Las otras rebeliones:
cultura popular e independencias”, en Anuario de Estudios Americanos, Vol. Nº 62, Nº 1, 2005, pp.
275-312. 40
SALA I VILA, Núria, Y se armó el tole tole. Tributo indígena y movimientos sociales en el
Virreinato del Perú 1790-1814., Huamanga, IER- José María Arguedas, 1996. 41
Una perspectiva de este tipo se ha ensayado en la experiencia chilena: en CONTADOR, Ana
María, Los Pincheira. Un caso de bandidaje social. Chile 1817-1832, Santiago de Chile, Bravo y
Allende Editores, 1998, puede hallarse la postulación de una “guerrilla revolucionaria tradicionalista”.
18
hasta 1930.42
Perspectivas de este tipo (y especialmente la segunda) parecen más adecuadas al
tipo histórico de revolución que consideramos. Sobre todo, porque se trata de procesos que
sólo por sus resultados (y no tanto por sus objetivos o sus protagonistas iniciales) pueden ser
catalogados de burgueses.43
Ahora bien, si consideramos a la crisis imperial como el inicio de una “crisis orgánica” que
desintegró los modos de articulación económica, política e ideológica del imperio, las
revoluciones pueden pensarse apelando a la noción de “revolución pasiva” en el sentido que
la usara Gramsci. Como había destacado la “crisis orgánica” era una “crisis hegemónica” y en
ella los distintos grupos sociales podían separarse de sus “partidos tradicionales” frente al
fracaso de una gran empresa política que hubiera demandado la movilización de grandes
masas o por circunstancias por las cuales ellas pasaban bruscamente a una actividad política y
planteaban un conjunto de reivindicaciones “que en su caótico conjunto constituyen una
revolución”. Desde esta perspectiva, la crisis hegemónica supone una "crisis de autoridad" y
del estado en su conjunto y Gramsci, preocupado por indagar sus modos de resolución,
advertía que, al menos en la Italia posterior a 1848, se había producido un proceso de
“transformismo”, la “elaboración de una clase dirigente cada vez más amplia” mediante
la “absorción gradual, pero continua” de los elementos más activos salidos de otros grupos.
Por lo tanto, la “revolución pasiva” era una “revolución sin revolución”, una “revolución-
restauración” que se operaba a través de un conjunto de “modificaciones moleculares” a
través de las cuales cambiaba la composición de las fuerzas sociales. 44
Diversas transformaciones pueden indagarse desde esta perspectiva. Por un lado, los procesos
de transformación – quizás mejor sería decir de autotransformación- de los grupos dominantes
locales en núcleos burgueses. Estos proceses tuvieron diversa amplitud e intensidad pero
también algunos rasgos comunes: ante todo, significaron el desplazamiento de la burocracia
colonial y de las principales familias del centro del escenario local, la emergencia a primer
plano de familias de origen tardocolonial, la formación de núcleos de comerciantes
extranjeros o el ascenso de sujetos y linajes que antes ocupaban un espacio periférico en las
constelaciones de poder. En estos cambios había una novedad no necesariamente disruptiva:
la inclusión de quienes estaban en mejores condiciones de asegurar la primacía política y la
influencia sobre los grupos subalternos movilizados. En otros términos, las nuevas
relaciones políticas se expresaron en una nueva composición del entramado interno y las
bases de sustentación de los grupos locales dominantes.
La resolución de la crisis orgánica implicaba la construcción de una nueva legitimidad y un
nuevo consenso. Y, por lo tanto, la configuración de nuevos modos de articulación entre
grupos dominantes locales y de una ampliación de las bases sociales en que sustentaban su
poder. Porque la nueva situación se definía tanto por la crisis de
42 La noción ha sido retomada por LARSON, Brooke, Indígenas, élites y estado en la formación de
las repúblicas andinas, Lima, PUCP-IEP, 2002 y por MALLON, Florencia, Campesino…, p. 98 quién
sitúa justamente en los sucesos andinos y caribeños el inicio de las crisis hegemónicas. 43
Parafraseando lo dicho por Hobsbawm en referencia a la revolución francesa podría decirse que
“fue una revolución burguesa aunque nadie pretendiera que lo fuera”: HOBSBAWM, Eric, Los
ecos de la Marsellesa, Barcelona, Crítica, 1992, p.26. 44
GRAMSCI, Antonio, Notas sobre Maquiavelo, sobre Política y sobre el Estado Moderno, Buenos
Aires, Lautaro, 1962, especialmente pp. 76-84 y 96-102. Obviamente no es la primera vez que se
sugiere esta posibilidad: la noción de “revolución interrumpida” había sido explorada por Héctor
Agosti y la de “revolución pasiva” por José ARICÓ: ver La cola del diablo. Itinerario de Gramsci en
América Latina, Buenos Aires, Puntosur, 1988 y “El Bolívar de Marx”, en Marx y América
Latina, México, Alianza Editorial Mexicana, 1982, capítulo 8.
19
autoridad como por la movilización de amplios sectores sociales. De esta manera, puede
argumentarse que las soluciones más exitosas fueron aquellas que no sólo lograron imponer su
dominio sino que también que incluyeran de algún modo las aspiraciones de los grupos
movilizados en su programa. En consecuencia, la “revolución pasiva” era una “revolución
desde arriba” cuya profundidad puede haber dependido de la consistencia que adquirieran las
nuevas estructuras estatales.
Pero las evidencias sugieren que estos procesos de “revolución-restauración” no fueron
idénticos ni arrojaron resultados análogos. Por eso, sólo un enfoque que indague las diferentes
imbricaciones entre relaciones económico-sociales y políticas en contextos y precisos atento
a sus dinámicas particulares podrá recuperar la densa trama de situaciones en que se
produjeron las intervenciones de los grupos subalternos y los modos que pudieron ser
controladas y absorbidas. Esas intervenciones estuvieron lejos de limitarse a movimientos
autónomos y centrar la atención en ellos solamente –una tarea apasionante y todavía harto
incompleta- ofrecerá una visión rica pero limitada. Por lo tanto, se impone prestar atención
también a sus adhesiones activas o pasivas a las formaciones políticas dominantes, a sus
intentos de influir en sus programas para imponer reivindicaciones propias y al “nacimiento
de partidos nuevos de los grupos dominantes para mantener el consentimiento y el control
de los grupos subalternos.”45
De este modo, el conjunto fragmentario y episódico de intervenciones subalternas se revela
como parte sustancial de la revolución porque ni la guerra, ni la formación de los nuevos
liderazgos y sistemas políticos hubieran sido factibles sin ellas.
Se trata de una cuestión central para renovar las investigaciones e interpretaciones de las
revoluciones de independencia. Y, no casualmente, ha sido una de las más
problemáticas como puede observarse cuando se repasa el itinerario de su historiografía.46
Sin
embargo, recientemente la cuestión comenzó a concentrar la atención de las vertientes
historiográficas que convirtieron la política indígena y campesina en el centro de sus
preocupaciones.47
Sobre todo, porque la misma historia política ha puesto en evidencia la
centralidad de la movilización de los sectores populares que abrió la independencia.48
Para el Río de la Plata es mucho aún lo que falta saber al respecto y mucho más para que
estas evidencias sean incorporadas en las explicaciones totalizadoras del proceso
45
GRAMSCI, Antonio, “Apuntes sobre la historia de las clases subalternas. Criterios metódicos”, en
Antología, México, Siglo XXI, 1999, pp. 491-493. Hemos realizado un intento en esta dirección en
FRADKIN, Raúl O., La historia de una montonera. Bandolerismo y caudillismo en Buenos Aires,
1826, Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores, 2006. 46
Paradigmáticas son las contribuciones de uno de los autores que más ha indagado el tema y que se ha mostrado más sensible al problema: LYNCH, John, Las revoluciones hispanoamericanas, 1808-
1826, Barcelona, Ariel, 1980; Juan Manuel de Rosas, Buenos Aires, Emecé, 1985; Caudillos en
Hispanoamérica, 1800-1850, Madrid, Mapfre, 1993 y América Latina, entre colonia y nación,
Barcelona, Crítica, 2001. 47
No puede dejar de registrarse que la potente historiografía andina sólo muy recientemente ha
analizado esas intervenciones que en cambio en la mexicana ocupa un lugar privilegiado. Si se
consulta la influyente compilación de Steve STERN, Resistencia, rebelión y conciencia campesina
en los Andes. Siglo XVIII al XX., Lima. IEP, 1990, podrá advertirse con claridad como el desarrollo
pujante de la historiografía andina brindó escasa atención al proceso de independencia. La cuestión ha
sido retomada, en WALKER, Charles, De Túpac Amaru a Gamarra. Cusco y la formación del Perú
Republicano. 1780- 1840, Cusco, Centro Bartolomé de las Casas, 1999. 48
ANINNO, Antonio, “Ciudadanía versus gobernabilidad republicana en México. Los orígenes de un
dilema” en Hilda SÁBATO (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones.
Perspectivashistóricas de América Latina, México, FCE-El Colegio de México, 1999, pp. 62-116.
20
abierto con la crisis de independencia.49
Al respecto resulta bien clara la incidencia que
tuvieron los procesos de militarización tanto en la movilización de vastos sectores sociales
como en la configuración de nuevos actores políticos así como la amplitud que cobraron los
regímenes de participación electoral. Pero ni unos ni otros fueron idénticos ni en sus formas
ni en sus significados sociales. Por lo pronto, la amplitud de la intervención política de
la población rural en las elecciones de Buenos Aires parece haber sido particularmente
significativa. Con las evidencias actualmente disponibles resulta claro que en sus
comienzos esa participación expresaba los diferentes entramados sociales como se pudo
constatar desde un comienzo en las formas que adoptó en Buenos Aires, Tucumán,
Mendoza o Salta. De este modo, aún en un espacio social como el tucumano con estructuras
menos desiguales donde la participación electoral llegó también rápido e incluyó a la campaña
desde un comienzo, esa participación tuvo al parecer alcances mucho más restringidos que en
Buenos Aires.50
En todas las regiones una de las principales transformaciones fue la erosión y
descomposición de la esclavitud antes de su definitiva abolición a mediados del siglo XIX.
Hasta dónde se sabe, en el Río de la Plata no se produjeron sublevaciones masivas de esclavos
aunque no faltaron las conspiraciones y motines. Pero esta ausencia no implicó pasividad: por
el contrario, existía una larga tradición colonial que combinaba estrategias de manumisión
legal y de fuga que se vio notoriamente enriquecida con la experiencia revolucionaria a la
cual los antiguos esclavos parecen haber adherido con entusiasmo y expresando objetivos
muchas veces diferenciados. A su vez, hay algo más: en varias ciudades y regiones, los
antiguos esclavos suministraron una fuerza social y militar significativa a los procesos de
restauración del orden, lo que modificó su lugar social y político.51
Del mismo modo, la
revolución modificó las relaciones con los grupos indígenas y los convirtió en actores
políticos. Si se toma en cuenta la situación
49
Sin embargo, un conjunto de contribuciones recientes sugieren que esta situación ha comenzado a
modificarse: DI MEGLIO, Gabriel, ¡Viva el Bajo Pueblo! La plebe urbana de Buenos Aires y la
política entre la Revolución de Mayo y el Rosismo, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2006.
SALVATORE, Ricardo, Wandering Paysanos. State order and subaltern experience in Buenos Aires
during the Rosas era, Duke University Press, Durham and London, 2003; DE LA FUENTE, Ariel,
Los hijos de Facundo. Caudillos y montoneras en la provincia de La Rioja durante el proceso de
formación del estado nacional argentino (1853-1870), Buenos Aires, Prometeo Libros, 2007. 50
TERNAVASIO, Marcela, “Nuevo régimen representativo y expansión de la frontera política.
Las elecciones en el estado de Buenos Aires: 1820-1840”, en Antonio ANNINO (comp.), Historia de
las elecciones en Iberoamérica, siglo XIX, Buenos Aires, FCE., 1995, pp. 65-106. GARAVAGLIA,
Juan Carlos, "Manifestaciones iniciales de la representación en el Río de la Plata: la Revolución en la
laboriosa búsqueda de la autonomía del individuo (1810-1812)", en Revista de Indias, Vol. LXIV, N°
231, 2004, pp. 349-382 y “Elecciones y luchas políticas en los pueblos de la campaña de Buenos
Aires: San Antonio de Areco (1813-1844)”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana
Dr. Emilio Ravignani, Nº 27, 2005, pp. 49-74. TÍO VALLEJOS, Gabriela, Antiguo Régimen…, ob.cit.
LANTERI, Sol “¿Una frontera bárbara y sin instituciones? Elecciones y clientelismo en la formación
del Estado provincial durante el gobierno de Rosas” y SANTILLI, Daniel: “El unanimismo en la
campaña. Las actividades políticas en la campaña entre Rivadavia y Rosas. Quilmes, 1821-1839”,
ponencias presentadas a la Jornada de la Red de Estudios Rurales Política y sociedad en el mundo
rural, siglo XIX, Buenos Aires, 19 y 19 de octubre de 2007. 51
ANDREWS, G. Reid, Los afroargentinos de Buenos Aires, Buenos Aires, Ed. de la Flor,
1989; BERNAND, Carmen “Entre pueblo y plebe: patriotas, pardos, africanos en Argentina (1790 -
1852)” en NARO, Nancy Priscilla (ed.), Blacks, coloureds and nacional identity in nineteenth
century Latin America. London, Institute of Latin American Studies. University of London,
2003, pp. 60-80. SAGUIER, Eduardo, “La crisis social. La fuga esclava como resistencia rutinaria y
cotidiana” en Revista de Humanidades y Ciencias Sociales, V. 1, Nº 2, 1995, pp. 115-
184.BRAGONI, Beatriz, “Esclavos, libertos y soldados: la cultura política plebeya en Cuyo durante
la revolución” y DI MEGLIO, Gabriel, “Las palabras de Manul. La plebe porteña y la política en los
años revolucionarios”, en FRADKIN, Raúl (comp.), ¿Y el pueblo dónde está?..., ob.cit.
21
de los indios reducidos puede advertirse que su adhesión a la revolución pareciera haber sido
limitada, al menos así parece haber sido en la insurgencia saltojujeña a diferencia de la
altoperuana. Sin embargo, en el espacio litoral el artiguismo movilizó activamente a los
indios y los pueblos guaraníes le suministraron una base social mientras que en las fronteras
chaqueñas las parcialidades se convirtieron en un aliado decisivo pero extremadamente
autónomo del autonomismo santafesino. A su vez, entre los pueblos del área pan
araucana se desarrolló una intrincada combinación de conflictos intertribales y alianzas
con las facciones revolucionarias y realistas primero y con las facciones políticas
posrevolucionarias después. Con todo, de algo no hay dudas: con la revolución se convirtieron
en actores políticos decisivos.52
Tomando en cuenta estos aspectos la experiencia porteña aparece también como
particularmente exitosa dada la importancia que para el rosismo tuvo tanto el apoyo de la
población afroamericana y el entramado de relaciones que forjó con las “tribus
amigas”. Esa experiencia porteña, entonces, no sólo se distingue porque transformó a esa
provincia en el área más rica y más poblada, porque la adaptación de su economía fue más
rápida y eficaz, porque terminó orientando – y beneficiándose- del conjunto del espacio o
porque pudo conformar un estado provincial dotado de mayores recursos fiscales y fuerza
armada. También porque la intensidad y amplitud de la movilización política de los grupos
subalternos (o incluso de aquellos en proceso de subalternización) parece haber sido de tal
intensidad que se transformaron en parte sustancial de la base social del nuevo régimen
político y en herramientas insustituibles para disciplinar a las clases propietarias y a las
facciones elitistas. En tal sentido, las investigaciones recientes profundizan la conclusión
con que Halperín cerraba Revolución y guerra y que no resulta superfluo recordar aquí:
“Tal como entrevió Sarmiento, la Argentina rosista, con sus brutales
simplificaciones políticas, reflejo de la brutal simplificación que independencia,
guerra y apertura al mercado mundial habían impuesto a la sociedad rioplatense,
era la hija legítima de la revolución de 1810.”53
Por lo tanto, un análisis despojado de todo nacionalismo y de todo idealismo permite
comprender el curso de una serie de revoluciones que distaron de ser tanto las que algunos
quisieron ver como las que otros hubieran querido sean. Se trata, en definitiva, de recordar
una de las agudas recomendaciones que hacía E. P. Thompson a propósito de los debates
sobre la historia inglesa:
“Miremos, pues, la historia como historia – hombres situados en contextos reales
que no han escogido, y teniendo que enfrentar fuerzas que no se pueden
desviar, con una inmediatez abrumadora de relaciones y obligaciones y
sólo con una mínima oportunidad de introducir su propia actuación- y no como
un texto para echar bravatas acerca de lo que podía haber sido.”54
52 RATTO, Silvia “¿Revolución en las pampas? Diplomacia y malones entre los indígenas de pampa
y patagonia”, en FRADKIN, Raúl (comp.), ¿Y el pueblo dónde está?..., ob.cit. 53 HALPERÍN DONGHI, Tulio, Revolución y guerra…, ob. Cit., p. 419 54
THOMPSON, Edward P., “Las peculiaridades de lo inglés”, en Las peculiaridades de lo inglés y otros ensayos, Biblioteca Historia Social N° 11, Valencia, Centro Francisco Tomás y Valiente –UNED
Alzira- Valencia, 2002, p. 75
Reportaje a Raúl Fradkin, “Crisis de legitimidad Ruptura del orden colonial y
construcción de alternativas”, en Revista La Educación en nuestras manos, N° 76,
junio de 2006 (SUTEBA) En: http://www.suteba.org.ar/crisis-de-legitimidad-ruptura-
del-orden-colonial-y-construccin-de-alternativas-2282.html
Presentación del texto
El texto que se está proponiendo para la lectura es un reportaje, por lo que las
preguntas del entrevistador se presentan como la guía sobre la que se va
construyendo el discurso del historiador. De esa manera, Raúl Fradkin propone revisar
los tópicos y las interpretaciones que hasta el momento ha construido la historiografía
respecto del período revolucionario y expone algunas de las claves que considera
necesario atender para comprender el proceso. Para ello, presta especial atención a
las implicancias sociales y políticas de la ruptura del orden colonial, los cambios que
posibilita la guerra, la participación popular y los proyectos en pugna durante el
período.
Cuestiones a tener en cuenta:
-La necesidad de revisar la idea de “naciones preexistentes” a la crisis de la monarquía
y la declaración de Independencia.
-La crisis del “imperio español” y su impacto en la región del Río de la Plata.
-Las invasiones inglesas en el Río de la Plata y sus efectos sociopolíticos.
-Los efectos de la guerra de independencia: la construcción de la identidad política y la
adhesión al republicanismo.
-Las formas de la participación popular, su relación con la crisis de legitimidad y la
guerra.
-Belgrano: la construcción de una nueva monarquía y una nueva identidad; Artigas y el
reconocimiento de la autonomía de los pueblos; San Martín y la “solución militar.”
Crisis de legitimidad Ruptura del orden colonial y construcción de alternativas
Revista La Educación en nuestras manos, N° 76, junio de 2006 (SUTEBA) http://www.suteba.org.ar/crisis-de-legitimidad-ruptura-del-orden-colonial-y-construccin-de-alternativas-2282.html
La crisis de la monarquía española generó una situación inédita en América. El
desafío revolucionario fue cómo construir una nueva identidad que sustituyese la
que habían forjado tres siglos de dominación española. La radicalización de los
enfrentamientos llevó a la rápida asunción en la conciencia popular de un
republicanismo basado en la soberanía de la Nación.
Reportaje a Raúl Fradkin, historiador de la Universidad Nacional de Luján, Pcia. de
Buenos Aires.
La Educación en nuestras manos: ¿Cuáles serían las claves para entender el proceso
de emancipación de los países latinoamericanos a partir de 1810?
Raúl Fradkin: Una primera cuestión es revisar una tendencia muy fuerte que tenemos:
pensar que esas naciones estaban preexistentes antes del momento de la crisis. Pero
esas naciones son una construcción que va a llevar muchas décadas todavía en
realizarse. Para poder pensar el problema primero hay que romper el mapa que cada
uno tiene en la cabeza y que es el mapa de los estados nacionales. Ese mapa segmenta
algo que en aquel momento no estaba segmentado. El mapa en que hay que pensar es
un mapa muy distinto y mucho más grande del que estamos habituados a pensar pero
también es un mapa más ambiguo: así, durante el proceso de la independencia – y
todavía durante varias décadas más- no estaba muy claro qué abarca lo que después
iba a ser la Argentina o lo que después iba a ser Bolivia. Es un problema que va a
tardar mucho en resolverse porque es un problema muy complejo: no se limita a la
definición de límites territoriales sino de entramados de relaciones sociales y de
identidades colectivas. No había, por lo tanto, una ‘Argentina’ que se independizaba
sino que esa Argentina será el resultado de un proceso mucho más complicado del cual
la guerra de la independencia es una parte.
Pero, ¿acaso no se declara la independencia argentina el 9 de julio de 1816?
R. F.: La cuestión es algo más compleja de lo que quiere la tradición. Por ejemplo:
aunque busquemos será difícil hallar el acta de la “declaración de independencia
argentina”. ¿Por qué? Porque la Declaración efectuada el 9 de julio de 1816 fue
realizada en nombre de “las Provincias Unidas de Sudamérica”. Y hay otra cuestión,
de no menor importancia con esa Declaración: conviene ver bien quiénes la firmaron y
quiénes no. Uno va a encontrar que en el congreso participaron diputados que
invocaban la representación de provincias que hoy pertenecen a Bolivia y no va a
encontrar diputados de provincias que hoy son argentinas. Es un desafío pensar qué
era esto que se estaba formando, que ni los propios protagonistas tenían del todo claro
ni lo habían acordado entre ellos y menos previamente. Hay un proceso de revolución y
no es del todo claro en sus comienzos qué es lo que va a ser, como no lo es en ninguna
revolución. Emerge de la combinación de una crisis “externa” -y lo digo entre comillas
porque en realidad son sociedades que forman parte del imperio por lo que la crisis del
imperio es crisis interna también- y manifestaciones locales de esa crisis, algunas
excepcionales como la de Buenos Aires donde la experiencia de las invasiones inglesas
abrió una crisis en el poder local que nunca había ocurrido. Ese proceso implicaba la
descomposición de un orden que tenía tres siglos de arraigo y no iba a ser sencillo ni
rápido reemplazarlo por uno nuevo. Antes de 1810 había algunos grupos que aspiraban
a modificar ese orden, a reformarlo; pero, en general, compartían la idea de que eso
debía ser gradual y pausado; la crisis de la monarquía suscitó una situación
completamente inédita. No había experiencias previas de qué se podía hacer frente a
una crisis de esa magnitud. Y menos lo había frente al gran desafío que planteó una
guerra por la independencia que fue mucho más violenta y prolongada de lo que deben
haber pensado los que la iniciaron.
¿Qué características tiene esa guerra?
R. F.: Tenemos arraigada una idea muy fuerte y de algún modo reconfortante: solemos
imaginar la guerra de independencia como la guerra que llevó adelante una nación
contra un ejército extranjero de ocupación. Pero la mayor parte de la guerra no fue la
guerra de un ejército nativo contra un ejército extranjero, salvo en algunos momentos y
lugares muy especiales de América. Cuando se analiza la composición de los jefes y del
conjunto de los ejércitos, lo que uno ve es que la mayor parte de las guerras de la
independencia fueron una verdadera guerra civil. Uno suele dividir la cuestión en dos
bandos: criollos frente a peninsulares, ‘patriotas’ frente a ‘realistas’. Pero el proceso
fue mucho más ambiguo, complejo y dinámico. Así, entre los “realistas”, muchos de los
oficiales, y aún de los más importantes, e incluso de los que encabezaron las
represiones más fuertes, eran criollos. Y, en cuanto a los soldados “realistas”, también
lo eran en su mayor parte. Y no sólo criollos: los grupos populares participaron
activamente en ambos bandos. Además, en otras regiones de América hubo una muy
fuerte adhesión popular por unos años a aquellas autoridades que se mostraban leales
a la corona y que se enfrentaban a los grupos revolucionarios. Es una identidad
política la que se va construyendo en torno a “criollos” y “españoles”, una
construcción complicada, que con la guerra se va a ir acentuando y produciendo.
¿Qué efectos va a tener esa guerra en la conciencia popular?
R. F.: Lo más interesante de la experiencia rioplatense y de Latinoamérica, comparada
con la europea, es el triunfo rapidísimo del republicanismo en la conciencia colectiva
que tiene muy pocos precedentes. El abandono de la legitimidad de la figura del rey y
la adhesión absoluta al republicanismo hizo que todos los intentos de los grupos de
élite de encontrar alguna solución monárquica -que era vista como más estable para la
estructura social y política americana- fracasaron, salvo en Brasil. Fue la misma
experiencia de la lucha, de la radicalización que provocaba el enfrentamiento, lo que
fue construyendo esta adhesión al republicanismo; un republicanismo popular, no
doctrinario, que tiene que ver con una experiencia de confrontación interna que fue
mucho más violenta y más larga de lo que podía imaginarse en 1810.
¿Qué proyectos estaban en pugna?
R. F.: No es tanto una confrontación de proyectos sino que se daba una confrontación
de grupos y de posiciones que iban cambiando y que en definitiva terminaron por dar
un resultado que no era el que ninguno quería. Uno de los puntos más complicados era
cómo construir una nueva identidad que sustituyese aquella forjada por tres siglos de
dominación española. En el orden colonial, la legitimidad del rey no entraba en
discusión y romper con esa legitimidad fue muy complicado porque se venía de una
tradición en la cual la disputa política se hacía en nombre del rey. Este dilema ya se
daba en gran parte de los tumultos y motines que se produjeron en casi todo el imperio
español durante el siglo XVIII y que tenían una misma consigna: “Viva el rey, muera el
mal gobierno”. Esa consigna expresaba una concepción muy popular que separaba la
figura del rey -vista como paternal, sagrada, legítima- de la forma de gobierno
despótica ejercida por los malos funcionarios. El quiebre de esa legitimidad del rey y el
triunfo de la idea de una república basada en la soberanía de la nación es algo muy
difícil de comprender para los sujetos de 1810. Por eso es impresionante la rapidez con
la que se instauró esa nueva legitimidad, mucho más rápida y más duradera de lo que
se dio en la Europa occidental e incluso en Francia que es una suerte de paradigma de
la revolución republicana. En América, salvo en el caso de Brasil, todos los intentos de
sustituir esa monarquía colonial por otra independiente, fracasaron.
¿Cómo se fue dando la participación popular?
R. F.: Algo muy particular de la experiencia latinoamericana es que para sustituir una
legitimidad política basada en la monarquía, la única alternativa disponible a
principios del siglo XIX es no sólo una forma de gobierno republicana sino una forma
de gobierno basada en una legitimidad popular. Lo que distingue este proceso es la
rapidez con la que se instalan mecanismos de participación política, incluso electoral,
de una amplitud superior a la contemporánea en Europa. En general se reconoce un
derecho de sufragio muy amplio, como sucede en el Río de la Plata y también, aunque
en forma muy dispar en el resto de los países latinoamericanos en los cuales ese
derecho de participación electoral se irá restringiendo hacia fines del siglo XIX. Esa
amplitud viene de la necesidad de resolver la crisis de legitimidad que generaba la
independencia, que es el enorme desafío que tienen los grupos dirigentes; y que debían
afrontarlo en un contexto donde la disputa política no se podía resolver si no era a
través de la guerra. Y esa guerra no se podía hacer, y menos ganar, sin conseguir
apoyos populares. Tenían la necesidad de incluir de alguna manera a estos grupos
populares, o a una parte al menos, a la vida política. Esto le dio un tono plebeyo muy
fuerte a la política hispanoamericana y, en particular, a la rioplatense. Después, el
problema que tendrán los sectores dirigentes, y que caracterizará al siglo XIX, es cómo
volver las cosas a un orden, a reestablecer una jerarquía una vez logrado el objetivo
inicial.
Las invasiones inglesas. Crisis en el poder colonial
R. F.: La experiencia del rechazo a las invasiones inglesas es fundamental en el
proceso revolucionario posterior por tres motivos. En primer lugar, haber derrotado
dos veces la invasión de la principal potencia mundial -potencia con la que además hay
una diferencia étnica y religiosa, por lo cual la lucha contra los ingleses adoptó un
discurso casi de guerra santa- fortaleció la identidad colectiva de la ciudad y del Río de
la Plata en su conjunto. Lo segundo es la experiencia política inusitada de la
deposición del virrey. Estar contra el rey era el máximo delito del sistema penal y
deponer a un virrey, cualquiera fueran los motivos era un delito de ‘lesa majestad’. De
haber sido derrotados, a los participantes del cabildo abierto de agosto de 1806, que
depuso a Sobremonte y lo sustituyó por Liniers, les hubiera correspondido la pena de
muerte. La deposición la hacen las propias instituciones locales; empieza ahí un
quiebre entre las instituciones del orden político colonial. El tercer punto es que la
manera de organizar la defensa, sobre todo en la segunda invasión, se transforma en
una militarización enorme de la sociedad porteña. La formación de las milicias muestra
a su vez la división interna de esta sociedad: cada regimiento se organiza por
territorios de la ciudad y por grupos de pertenencia, no hay un grupo de criollos y uno
de peninsulares, los peninsulares están fragmentados y los criollos también, y a su vez
hay otros regimientos de otros grupos étnicos que no son ni criollos ni peninsulares. La
magnitud que cobra esto se puede ver en los aproximadamente 9.000 ciudadanos
armados que en 1807 existen en una ciudad que tiene entre 40 y 50 mil habitantes. Es
decir, que si descontamos a las mujeres y a los niños, estamos hablando prácticamente
del total de la población masculina adulta convertida en miliciana. Esto constituye una
estructura de formación de liderazgos políticos y de conexión entre los grupos políticos,
de donde vienen esos líderes, con grupos de base más populares que no existía antes de
1806. Ese es el canal de formación de los grupos revolucionarios y que le da a Buenos
Aires esa revolución tan particular, tan poco revolución, que es el 25 de mayo. Porque
el 25 de mayo están en discusión muchas cosas pero no quién tiene el poder militar de
la ciudad. En otros contextos latinoamericanos, el establecimiento de la primera junta
desencadena inmediatamente la guerra civil en el propio lugar.
Belgrano. Construcción de una identidad colectiva
R. F.: Belgrano es hijo de uno de los más grandes comerciantes de Buenos Aires y uno
de los principales comerciantes de esclavos. Estudia en España, lo cual es excepcional
aún para la élite porteña. El primer trabajo que recibe es ser el secretario del recién
fundado Consulado de Buenos Aires, lo cual está mostrando una estrecha relación
entre su familia, el virrey y los funcionarios de Indias. Belgrano podría haber sido, por
su origen y su entorno, parte de la élite de la ciudad con una relación muy estrecha con
la corona. Pero en su trayectoria va cambiando. Primero confía, como casi todos los
que provienen de esa escuela, en que el instrumento de reforma y de modernización de
esta sociedad sea la burocracia colonial. Se está en un momento del imperio español
donde la burocracia central está adoptando ideas muy novedosas para la época; entre
otras, que las colonias no brindan lo que la metrópoli necesita y esto es porque hacen
falta reformas en la propia élite dirigente de la sociedad colonial. Ahí se da una tensión
entre los burócratas de carrera y los grupos dominantes locales que está en la base de
la quiebra del orden colonial. El drama cada vez mayor para él, como para tantos
otros, es la debilidad de la metrópoli. La alianza forzosa de España con Francia en la
guerra contra Inglaterra corta, a partir de 1803, prácticamente todas las
comunicaciones con las colonias. En esas condiciones -antes de las invasiones inglesas
y agudizado después por las invasiones- hay una suerte de ‘independencia de facto’; si
bien no estaba declarada políticamente, la autonomía local era extrema. Eso debilita
mucho a esta burocracia reformista. Cuando se produce la crisis del imperio español,
Belgrano va a intentar alguna forma de continuidad política que le permita profundizar
esa política de reforma. Lo más conocido es la esperanza que pone en crear una
regencia americana con la Infanta Carlota con cabecera en Río de Janeiro. Finalmente
va a definirse por un gobierno local autónomo que garantice durante la crisis del
gobierno español un orden y un control de la situación. La experiencia de Belgrano,
transformado primero en impulsor intelectual y en influyente político del proceso de
mayo, y luego en jefe militar, lo va radicalizando en sus posturas y en la percepción de
la necesidad de una política que tenga un consenso social más amplio. Creo que el
punto más alto es el proyecto monárquico de 1816, de proponerle al Congreso de
Tucumán una solución monárquica no rioplatense sino sudamericana, instaurando una
monarquía incaica con capital en Cuzco. La estrategia de Belgrano sería provocar con
esto la adhesión masiva de la población indígena del Perú y del Alto Perú, al proceso
revolucionario, algo que hasta ese momento no podían lograr. Vinculado con esto está
la cuestión de la creación de la bandera en 1812. Esta surge de la necesidad de
construir una simbología que dé entidad a eso que se está forjando, y que no es aún la
de la independencia, por lo menos no oficialmente. Para construir una identidad
colectiva no se puede seguir peleando con la bandera del oponente. Hay una discusión
interminable acerca de los colores de la bandera que no son, como uno ha aprendido,
los del firmamento solamente. Pero creo que lo más significativo de la bandera es el
sol. Ese sol, que es el sello de la asamblea del año 13, es el sol incaico. En esta
construcción de una nueva identidad ya empieza a aparecer hacia el año 1812, 1813, el
discurso político de legitimar el nuevo Estado que se está formando en la tradición
indígena: Estado soberano que había sido sometido y que ahora recuperaba su
soberanía. Hay en esto también una estrategia militar. La clave de la guerra, lo que va
a definir si esta revolución triunfa o fracasa, está en lo que pase en Perú y Alto Perú;
porque ahí, en la explotación de la plata de Potosí principalmente, está la clave del
financiamiento del Estado virreinal y de cualquier nuevo Estado. Por eso lo primero
que hace la Primera Junta es mandar un ejército al Alto Perú, y es también lo primero
que hace el Virrey del Perú. Algunos, en los dos bandos, creen que ganarse el apoyo de
la población indígena alto peruana es lo que va a determinar el curso de la guerra.
Artigas. Soberanía de los pueblos
R. F.: Artigas proviene de la familia de un importante hacendado de Montevideo y hace
una carrera militar en el regimiento de frontera con el imperio portugués, lo que le da
una perspectiva de la realidad social y política muy clara. Artigas se va a sumar al
movimiento que en la Banda Oriental va a adherir a la revolución de Buenos Aires y va
a lograr rápidamente liderarlo. Mientras en Buenos Aires la guerra es un problema
estratégico, en la Banda Oriental, la guerra es algo cotidiano. Desde el comienzo, el
movimiento liderado por Artigas tiene una composición social distinta. Mientras el de
Buenos Aires es primordialmente urbano y encabezado por la élite de la ciudad, el
oriental es básicamente rural con muy fuerte participación, al principio, de los
hacendados que viven en el campo. La dinámica de la guerra en la Banda Oriental,
contra los españoles primero -que están acantonados en Montevideo- y contra los
portugueses después -cuando invaden el territorio- va radicalizando la revolución en la
Banda Oriental y va incorporando a nuevos sectores. Cuando los grupos de las élites
rurales empiezan a apartarse se da una radicalización mucho más intensa. Artigas
desarrolla una estrategia de guerra que se basa en conseguir la adhesión de los grupos
rurales primero, y después de grupos indígenas del norte de Uruguay y de la zona de
Corrientes y Misiones. Para eso, la solución política que encuentra es el
reconocimiento de la autonomía de los pueblos. Artigas hace como una vuelta de tuerca
a los principios políticos de la revolución de Buenos Aires. La legitimidad de la
revolución de Mayo radica en que fenecida la autoridad imperial -por la prisión del
rey- el pueblo asume su soberanía. El problema era entonces cómo el pueblo ejerce esa
soberanía. Buenos Aires, en tanto capital, reivindica para sí ser la cabeza del
virreinato. En la Banda Oriental esto no se da porque Montevideo se mantiene, por lo
menos hasta 1814, fiel a la regencia. Entonces, el cuestionamiento al poder de
Montevideo se transforma, en la Banda Oriental, en la asunción de la soberanía de los
distintos pueblos; primero la Banda Oriental, después Entre Ríos, después Corrientes,
etc. Eso está en la base de lo que Artigas llama la ‘Liga de los Pueblos Libres’. El
resultado de esta dinámica, que es a la vez militar y política, transforma a Artigas en
un liderazgo alternativo al de la revolución porteña. Ahí estalla, encubiertamente a
partir de 1813 y abiertamente en 1814, la guerra civil dentro del bando revolucionario.
Esto explica por qué en el Congreso de Tucumán todas las provincias que hoy son las
del Litoral, no participan; están cuestionando el liderazgo porteño de la revolución. El
drama de Artigas va a ser que a ese doble conflicto inicial con los españoles primero y
con los portugueses después, se le va a sumar este enfrentamiento con el poder de
Buenos Aires. Y en esta tenaza va a ser derrotado. Mientras que para Belgrano la
solución política para construir un nuevo orden es alguna forma liberal, constitucional,
representativa, pero monárquica; para Artigas, por la propia dinámica que tiene su
liderazgo, la única solución posible de América es una república que reconozca esta
soberanía popular. Esta diferencia tiene que ver con sus propias bases sociales de
sustentación.
San Martín. Solución militar a la Revolución
R. F.: San Martín participa de la guerra de la independencia española, que es una
guerra política, de una enorme violencia y de un enorme enfrentamiento social. El ve la
derrota de esa insurrección popular y creo que esa es una experiencia política decisiva
para él. De ahí su insistencia, cuando se incorpora a la revolución rioplatense, de
dotarla de un instrumento militar que canalice esa energía social, pero que sea
disciplinado y tenga una conducción muy precisa. Toda su trayectoria está marcada
por la necesidad de darle una solución militar a la revolución. El problema principal es
que esa solución militar requiere de mucho apoyo político y de mucha disciplina social,
y por lo tanto de un Estado muy fuerte. San Martín va a intentar, y durante un tiempo lo
va a lograr, que el ejército sea la base de sustentación de ese Estado. Lo que arma en
Cuyo es un Estado militar donde el nuevo grupo dirigente ya no es parte de la antigua
élite colonial, sino hombres surgidos de esas élites pero convertidos en clase militar.
Para San Martín, la solución también era monárquica. Esto hay que pensarlo en el
contexto de la época. Los líderes de la revolución son, en general, muy poco entusiastas
con las formas republicanas dada la experiencia de la propia Revolución Francesa que
había terminado a los pocos años en Napoleón. Para estos grupos, había una
conclusión, bastante generalizada, de que la solución monárquica era la única que
garantizaba el pasaje ordenado, pacífico y estable a un nuevo orden político. Y si uno
mira qué pasó en Latinoamérica en el siglo XIX, puede ver que el país que tuvo una
transición menos cruenta y que no se fragmentó en ese pasaje fue Brasil, que fue el
único que tuvo una solución monárquica. El problema es que en algún momento de la
década del ’10, la movilización política y popular para la guerra convirtió ‘monarquía’
en sinónimo de ‘tiranía’ y de ‘español’, y por eso la solución monárquica no será
viable.
DI MEGLIO, Gabriel, “Algunas claves de la Revolución en el Río de la Plata (1810-
1820)”, Revista Estudos Ibero- Americanos, PUCRS, v. 36, n. 2, p.266-287, jul/dez.
2010
Presentación del texto
Este artículo fue escrito por el historiador argentino Gabriel Di Meglio y publicado en la
Revista brasilera Estudos Ibero- Americanos en 2010, año en el cual se conmemoró el
Bicentenario de la Revolución de Mayo en nuestro país. Concebido desde la historia
social, el trabajo aborda los acontecimientos clave de la década de 1810 en el Río de la
Plata, revisa diversas aristas de la revolución de mayo, y finalmente se concentra sobre
los rasgos que adquirió la participación popular en la política de la ciudad Buenos Aires
de la época.
Presenta una mirada sobre la coyuntura revolucionaria 1810-1820 que atiende a las
prácticas, los discursos y las representaciones de sus actores. La reconstrucción de la
sociedad de la época le permite enfocar la dinámica que se establece en estos años
entre una elite porteña en permanente transformación y un “bajo pueblo”
nominalmente empoderado por su participación en la Revolución. Se enfoca sobre los
cambios acaecidos en la sociedad colonial del Río de la Plata al calor de la revolución, y
para ello recupera las voces de los contemporáneos. Fueron ellos quienes sostuvieron
que “estaban atravesando una experiencia única de convulsión, un cambio profundo”,
lo cual le permite a Di Meglio aseverar que “La Revolución transformó la vida de
quienes la protagonizaron, defendieron y padecieron”.
Sobre esta base, en el texto se pregunta cuáles fueron los motivos por los cuales el
“bajo pueblo” participó de la Revolución y para responderlo apela a cuestiones de
orden material y simbólico. En efecto, más allá del uso instrumental de “la plebe” por
parte de los diversos sectores de la elite, el historiador acierta en resaltar que el
clientelismo fue sólo una pieza más de un engranaje complejo. Hubo motines gestados
completamente al interior de las castas y estallaron tensiones entre la oficialidad y la
tropa que pusieron en jaque el orden social existente. Este proceso conllevó la
aparición de nuevas formas de participación que politizaron los espacios de
sociabilidad popular.
La revolución se expresó en las calles, los mercados y las pulperías y tuvo como punta
de lanza la idea de “patria”, que resultó ser una abstracción capaz de igualar en la
diferencia. Di Meglio especifica: “la tríada identitaria colonial era Dios, la Patria y el
Rey, pero la guerra de los años 10 la disolvió al oponer a la Patria con el Rey” (p. 276).
Finalmente, el artículo revela que el bicentenario no puede ser encorsetado en
coyunturas tales como 1810 o 1816, sino que la clave se encuentra en analizar el
decenio revolucionario 1810-1820 a la luz de procesos más amplios que transformaron
el escenario rioplatense entre finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX.
Cuestiones a tener en cuenta:
- La sociedad colonial como una sociedad de castas. Sus fundamentos.
- El proceso revolucionario 1810-1820. Los significados y alcances de la
revolución para los protagonistas. Posibles periodizaciones.
- La postergada Declaración de la Independencia en la Argentina. Los debates y
las vicisitudes del proceso. La Asamblea del Año XIII y el Congreso de Tucumán
en perspectiva comparada.
- La participación popular a través de la politización de los espacios de
sociabilidad de las castas: la calle, el mercado y la pulpería.
- Las transformaciones de Buenos Aires en el contexto regional. Los
enfrentamientos entre facciones.
- Los diversos proyectos de país. Los enfrentamientos entre “el interior” y
Buenos Aires. Artigas y La Liga de los Pueblos Libres.
Algunas claves de la Revolución en el Río de la Plata (1810-1820)
Some keys of the Revolution in the Río de la Plata (1810-1820)
Gabriel Di Meglio*
Resumo: Os bicentenários das independências ibero-americanas provocaram uma revisão geral da historiografia desse período. Nesse artigo, utilizo algumas contribuições mais recentes sobre a questão para analisar, em primeiro lugar, os acontecimentos de 1810, e, a seguir, considerar quais as transformações que fizeram desse momento uma revolução. Finalmente, analiso em um dos aspectos da mudança que pesquisei: o aparecimento e a importância da participação política popular na cidade de Buenos Aires.
Palavras-chave: Revolução, Independência, Participação popular, Buenos Aires, Rio da Prata
Abstract: The bicentenaries of the Iberian-American independences have provoked a general historiographical review of that period. In this article I take some of the most recent approaches on the issue so as to explain, first, what happened in the 1810s, and then to consider which were the changes that made of that moment a revolution. Finally, I focus in one of the aspects (which I have researched) of the transformation: the appearance, the features and the importance of popular political participation in the city of Buenos Aires.
Keywords: Revolution, Independence, Popular participation, Buenos Aires, Río de la Plata
* Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Universidad de
Buenos Aires-Conicet.
Estudos Ibero-Americanos, PUCRS, v. 36, n. 2, p. 266-287, jul./dez. 2010
G. Di Meglio – Algunas claves de la Revolución en el Río de la Plata ... 267
La llegada del período de los bicentenarios de las independencias iberoamericanas ha
dado lugar a varias revisiones de esa etapa fundamental, a la aparición de investigaciones
sobre aspectos desconocidos hasta ahora del proceso y al surgimiento de algunas
discusiones.
En este artículo tomo los avances del campo historiográfico argentino en esa cuestión para
realizar una mirada general sobre la Revolución. En primer término, delinearé el desarrollo
de los acontecimientos principales en la región rioplatense en la década de 1810, pensando
particularmente en lectores no familiarizados con su historia. Luego señalaré cuáles son los
aspectos que hacen de la revolución iniciada en
1810 precisamente una revolución, es decir, una transformación rápida y profunda de la
realidad. Finalmente, revisaré uno de esos aspectos: la participación popular en la política en
la ciudad de Buenos Aires.1
Años agitados
La invasión francesa a la Península Ibérica en 1808, cuyo correlato fue la prisión del rey
Fernando VII y la entronización en su lugar del hermano del emperador Napoleón Bonaparte,
provocó un verdadero cataclismo en el mundo hispano. Fue el corolario de una crisis que la
monarquía venía sufriendo ya por décadas y que se había hecho evidente desde el desastre naval
de Trafalgar tres años antes. En 1808, mientras las ciudades peninsulares formaban juntas
para conservar la soberanía hasta que volviera el monarca al que consideraban legítimo e
iniciaban la resistencia armada, las autoridades coloniales en América lograron mantener el
statu quo, pese a lo cual surgieron varias agitaciones. En el Virreinato del Río de la Plata
hubo distintas reacciones, desde la aparición del Carlotismo – movimiento que proponía una
regencia de la hermana de Fernando VII, instalada en ese momento en el Brasil por ser la
esposa del príncipe regente portugués-, hasta la formación de dos juntas autónomas en el Alto
Perú, que fueron duramente reprimidas. La debacle militar española de 1810, sin embargo,
daría lugar a un desenlace diferente: la llegada de la noticia de la caída de toda la Península
en manos francesas y de la total acefalía política, llevó a Caracas, Santiago de Chile,
Cartagena de Indias, San José de Bogotá y
1 La bibliografía reciente sobre el período es vasta. Aquí se citan, por razones de espacio, sólo algunos textos fundamentales para las cuestiones abordadas. También se utilizan pocas fuentes. Me ocupo de los territorios que integraron el Virreinato del Río de la Plata, con excepción del Alto Perú.
268 Estudos Ibero-Americanos, Porto Alegre, v. 36, n. 2, p. 266-287, jul./dez. 2010
algunas ciudades mexicanas, sin ponerse de acuerdo entre sí, a acudir a la idea de
retroversión de la soberanía a los pueblos para formar juntas de gobierno que reemplazaran el
poder real. Eso fue también lo que ocurrió en la capital del Virreinato del Río de la Plata en
mayo de
1810.2
Ante la difusión de las nuevas en Buenos Aires, una multitud se reunió para exigir la
convocatoria a un cabildo abierto, en el cual se decidió por mayoría la destitución del virrey y
la formación de una junta de gobierno. El virrey saliente intentó ponerse a la cabeza de la
nueva junta, pero el 25 de mayo una movilización ante el Cabildo, apoyada por el Regimiento
de Patricios (un cuerpo miliciano formado por vecinos de la ciudad tras la victoria sobre
una invasión británica en 1806), lo obligó a renunciar e impuso una junta sin participación de
las viejas autoridades. El nuevo gobierno invitó inmediatamente a los pueblos del virreinato a
enviar diputados para integrarse en el cuerpo colegiado, al tiempo que envió una expedición
militar hacia el norte para garantizar que la decisión adoptada en Buenos Aires fuera
obedecida en todos lados.
Los primeros enemigos de la revolución fueron las autoridades coloniales, a quienes
llamaban los “mandones”, y todos los que en el Virreinato no aceptaron a la Junta y se
declararon fieles al Consejo de Regencia instalado en Europa, como ocurrió con las ciudades
de Córdoba (pronto derrotada por la expedición que partió de Buenos Aires), Montevideo,
Asunción del Paraguay y las del Alto Perú. Al poco tiempo, el enemigo de los revolucionarios
se iría redefiniendo: como la mayoría de los nacidos en España estuvieron en contra de la
revolución y los criollos estaban mayoritariamente a favor, el conflicto pasó de ser un
levantamiento contra las autoridades coloniales, una lucha entre americanos y españoles. Es
que con el estallido revolucionario varias de las tensiones que existían en el Virreinato del
Río de la Plata se hicieron explícitas y se politizaron. En primer lugar, el resentimiento de
los americanos hacia los españoles nacidos en Europa, que en la última parte del siglo XVIII
empezaron a ocupar casi todos los cargos
2 Para este proceso hay una profusa bibliografía. Véanse principalmente T. Halperin Donghi, Reforma y disolución
de los imperios ibéricos, Madrid, Alianza, 1985; F. X. Guerra, Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas, México, Fondo de Cultura Económica, 1993; J. M. Portillo Valdés, Crisis atlántica. Autonomía e independencia en la crisis de la monarquía hispana, Madrid, Marcial Pons, 2006. Para el caso de Buenos Aires véase Noemí Goldman, ¡El pueblo quiere saber de qué se trata! Historia oculta de la Revolución de Mayo, Buenos Aires, Sudamericana, 2009.
G. Di Meglio – Algunas claves de la Revolución en el Río de la Plata ... 269
administrativos y a tener privilegios de distinto tipo.3 Más tarde ocurriría algo similar con otras
tensiones sociales.
El primer objetivo de los revolucionarios de 1810 fue el autogobierno, en principio
dentro de la monarquía y hasta que retornara el rey prisionero. El sistema que pensaban era
“emancipar a las colonias de la tiranía de la madre patria”, pero no salir de la monarquía;
pertenecer a la Corona pero no a España.4 Esa posición inicial iría dando paso rápidamente
a un proyecto más ambicioso, de cambio político y social, que estuvo ligado a la figura
descollante de la Junta, el secretario Mariano Moreno. Para él la revolución no era sólo un
cambio de autoridades, sino que implicaba una transformación completa del orden vigente;
era la reinstalación de la libertad, la razón y la justicia universales. Moreno creó el periódico
La Gaceta, órgano de difusión del gobierno, y allí sostuvo que pese al amor que los
americanos tenían por su monarca preso, lo cierto es que éste no era legítimamente rey porque
los americanos no consintieron que él fuera su soberano sino que se impuso por conquista. En
esa crítica del dominio colonial estaba el germen de la idea de independencia.5
Las diferencias entre el sector radical conducido por Moreno y un sector más
moderado – en principio opuesto a llevar adelante más cambios que la ruptura ya realizada-
agrupado en torno del presidente de la Junta, el comandante de los Patricios Cornelio
Saavedra, llevó a la primera división entre los revolucionarios. La incorporación de los
diputados del Interior, favorables a la posiciones saavedristas, obligó a Moreno a renunciar
y a marchar a una misión diplomática (en la que pronto moriría). Sin embargo, algunos de
sus partidarios siguieron en la Junta. Para desplazarlos, los saavedristas organizaron en
abril de 1811 una movilización de miembros del “bajo pueblo” de Buenos
3 Para los resentimientos antiespañoles véanse Gustavo Paz, “La hora del Cabildo: Jujuy y su defensa de los derechos del ‘pueblo’ en 1811”, Fabián Herrero (comp.), Revolución: Política e ideas en el Río de la Plata durante la década de 1810, Buenos Aires: Ediciones Cooperativas, 2004, pp. 149-166; Sergio Serulnikov, “‘Las proezas de la Ciudad y su Ilustre Ayuntamiento’: Simbolismo político y política urbana en Charcas a fines del siglo XVIII”, Latin American Research Review, vol. 43, n. 3, 2009, pp. 137-165; y Mariana Pérez, En busca de mejor fortuna. Los inmigrantes españoles en Buenos Aires entre el Virreinato y la Revolución de Mayo, Buenos Aires, Prometeo, 2010.
4 La cita, de Matías Irigoyen, en Noemí Goldman, “Buenos Aires, 1810: la ‘revolución’, el dilema de la legitimidad y de las representaciones de las soberanía del pueblo”, Historia y política (Madrid), en prensa.
5 Noemí Goldman, Historia y lenguaje. Los discursos de la Revolución de Mayo, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 2000.
270 Estudos Ibero-Americanos, Porto Alegre, v. 36, n. 2, p. 266-287, jul./dez. 2010
Aires, apoyados por las tropas, con la cual inauguraron una práctica para presionar o remover
gobiernos que sería fundamental de ahí en más.
De hecho, los saavedristas perdieron el poder de esa manera cuando llegaron las noticias
de un gran descalabro de la expedición militar enviada al norte. El ejército había ocupado al
principio todo el Alto Perú, pero tropas organizadas por el virrey del Perú terminaron
derrotándolo duramente en junio de 1811. En septiembre la nueva arribó a la capital y la
consiguiente agitación removió a la Junta; el Cabildo de Buenos Aires formó un gobierno
nuevo – integrado por una facción también nueva – para todos los territorios revolucionarios:
el Triunvirato. Éste tuvo que lidiar con una situación bélica cada vez más compleja. El
ejército del Norte debió retroceder hasta Tucumán, donde Manuel Belgrano logró una
importante victoria que detuvo el avance de los leales al Consejo de Regencia. Pero los
revolucionarios no lograban tomar Montevideo
– plaza amurallada – al tiempo que una expedición militar ya había fracasado en obligar a
Asunción a plegarse a la Revolución.6 La contienda había sido desde el principio una
guerra civil entre americanos de uno y otro lado, y españoles residentes en América, peleada
con recursos locales. Su prolongación obligó a buscar la profesionalización de los ejércitos
y a realizar reclutamientos más amplios, con lo cual las consecuencias en la sociedad
empezaron a ser más fuertes.
El Triunvirato fue bastante moderado en sus posiciones políticas y fue presionado por el
grupo morenista, que se organizó en la Sociedad Patriótica, dirigida por el radical Bernardo de
Monteagudo. Ese club terminó fusionándose con la Logia Lautaro, una sociedad secreta creada
por algunos oficiales americanos que habían luchado contra Bonaparte para el ejército español
y que en 1812 se trasladaron al Río de la Plata para ponerse al servicio de la Revolución; sus
dirigentes eran Carlos de Alvear y José de San Martín. En octubre de 1812, la Logia derribó
al
6 Asunción se declaró a favor del Consejo de Regencia y en marzo de 1811 reunió tropas que derrotaron a la pequeña
expedición que llegó desde Buenos Aires mandada por Belgrano. Sin embargo, dos meses más tarde una parte de la elite asunceña desplazó al gobernador español y formó una junta autónoma. Asunción firmó un tratado con Buenos Aires y se dispuso eventualmente a integrar una confederación con esa ciudad, mientras mantenía una autonomía total. La Junta fue reemplazada en 1813 por un consulado de tres miembros; uno de ellos, José Gaspar de Francia, se convertiría al año siguiente en “Dictador Supremo de la República del Paraguay”. Impondría un férreo régimen que logró subordinar a la elite asunceña e impulsó un aislamiento casi total del Paraguay, evitando así la ingerencia porteña y del resto del Litoral, y manteniéndose fuera de las convulsiones bélicas. Francia lograría mantener ese sistema hasta su muerte, en 1840. Véase Nidia Areces y Beatriz González de Bosio, El Paraguay durante los gobiernos de Francia y los López, Asunción, El Lector, 2010.
G. Di Meglio – Algunas claves de la Revolución en el Río de la Plata ... 271
gobierno mediante una movilización de tropas y de miembros del bajo pueblo, y creó el
Segundo Triunvirato.
Las premisas de la Logia eran ganar la guerra contra los enemigos de la Revolución,
declarar la independencia absoluta y mantener el centralismo, es decir que todas las
decisiones se tomaran desde la capital. Decidió concentrar el poder, para lo cual se
reemplazó al Triunvirato por una figura individual, el Director Supremo. El gobierno de la
Logia se basó en el manejo secreto e inconsulto, y procuró limitar la movilización popular. En
1813 convocó a representantes de las provincias a un congreso con el objetivo de sancionar
una constitución. Esta Asamblea del año XIII tomó una serie de medidas importantes:
proclamó la libertad de vientres, por medio de la cual todos los hijos de esclavos iban a nacer
libres a partir de entonces; suspendió el tributo indígena; dejó de jurar fidelidad a Fernando
VII; abolió los títulos de nobleza y la inquisición; prohibió la tortura. Se esperaba que declarara
la independencia, pero el cambió de situación en Europa, donde Bonaparte empezó a ser
derrotado, hizo que los diputados pausaran la marcha a la espera de qué podía ocurrir. Por lo
tanto, no hubo independencia, ni tampoco constitución.
Los Directores Supremos realizaron un gran esfuerzo para equipar a los ejércitos de
pertrechos y tropas, ampliando el reclutamiento con la incorporación de esclavos a las filas y
con levas masivas. De todos modos, no consiguieron logros en el área principal de la
contienda. La ofensiva lanzada sobre el Alto Perú en 1813 obtuvo dos importantes derrotas,
tras las cuales los enemigos contraatacaron y volvieron a tomar Salta. Ante la hostilidad general
y lo difícil de mantener la posición los ocupantes se retiraron, y en 1815 los revolucionarios
volvieron a avanzar sobre tierras altoperuanas, para ser otra vez vencidos decisivamente. El
mayor éxito de la Logia en la guerra fue conquistar Montevideo, el baluarte
contrarrevolucionario en el sur, en junio de 1814, triunfo que evitó la llegada de tropas
españolas al Río de la Plata. Sin embargo, el Directorio pronto tuvo que dejar toda esa
región, la Banda Oriental, en manos de los revolucionarios locales, cuya oposición al
gobierno central se convirtió en una exitosa resistencia armada tras la caída de Montevideo.7
7 Véanse Tulio Halperin Donghi, Revolución y guerra. Formación de una elite dirigente en la Argentina criolla, Buenos Aires, Siglo XXI, 1972, y Pilar González Bernaldo, “Producción de una nueva legitimidad: ejército y sociedades patrióticas en Buenos Aires entre 1810 y 1813”, en AAVV, Imagen y recepción de la Revolución Francesa en la Argentina, Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1990, p. 27-51.
272 Estudos Ibero-Americanos, Porto Alegre, v. 36, n. 2, p. 266-287, jul./dez. 2010
El origen de esa disidencia se anclaba en el origen de la Revolución. Si ésta se había hecho
en nombre del retorno de la soberanía a los pueblos, ¿por qué Buenos Aires tenía
preeminencia sobre los otros? Los porteños decían que era la antigua capital y que tenía más
recursos económicos y culturales para dirigir al ex virreinato, lo cual fue aceptado por buena
parte de las ciudades. Pero también hubo una creciente tendencia a la autonomía, muy
resistida por la capital en la zona de su inmediata influencia: el litoral de los ríos Uruguay y
Paraná. El líder del levantamiento de la Banda Oriental, iniciado en las áreas rurales en
1811, era José Artigas, quien apoyó primero a los gobiernos porteños pero luego se empezó
a oponer al centralismo y planteó reemplazarlo por un sistema confederal en el cual todas las
provincias estarían en igualdad de condiciones. Esa propuesta hizo que los diputados orientales
fueran rechazados por la Asamblea del año XIII, dominada por la Logia Lautaro. Buenos Aires
intentó acaba con el poder de Artigas, pero éste obtuvo un fuerte respaldo en Entre Ríos,
Corrientes, Santa Fe y la zona en la que habían estado las misiones jesuitas hasta el siglo
XVIII. Todo el Litoral y la Banda Oriental formaron la Liga de los Pueblos Libres, confederal
y bajo el protectorado de Artigas, y dejaron de obedecer al gobierno central. Para 1815,
entonces, el territorio revolucionario estaba partido en dos.
Asimismo, ese mismo año el resto del Interior empezó a mostrarse harto del centralismo
del Directorio. Para colmo la economía estaba arruinada tras la separación del Alto Perú – sede
de las minas – y por los efectos de la guerra; las noticias de Europa – regreso de Fernando VII
al trono, formación de la Santa Alianza que condenaba a los gobiernos surgidos de
revoluciones- atemorizaban a la dirigencia; y el resto de los focos revolucionarios
americanos – México, Nueva Granada, Venezuela, Chile- había caído otra vez en poder
realista. La crisis parecía total.
Una reacción general – que implicó otra vez una agitación popular – derribó a la Logia
Lautaro, expulsando al Director Supremo Alvear. Tras un período de confusión, ascendió al
poder un grupo más conservador, encabezado por el también porteño Juan Martín de
Pueyrredón, que volvió a reestablecer los vínculos entre el Interior y Buenos Aires (pero no
con el Litoral artiguista). Este grupo más moderado fue sin embargo el que impulsó la
declaración de independencia. Esto se explica porque parecían tener pocas alternativas: los
territorios recapturados por los realistas habían sido violentamente reprimidos, la
intransigencia de Fernando VII no permitía una vuelta atrás. Un congreso reunido en
G. Di Meglio – Algunas claves de la Revolución en el Río de la Plata ... 273
Tucumán declaró la independencia de un territorio de límites imprecisos que por consiguiente
fue llamado Provincias Unidas en Sudamérica. El nombre “argentina” sólo se usaba en esa
época para llamar a la gente que vivía a orillas del Río de la Plata, como los porteños (porque
argentum significa plata en latín). Los contemporáneos se reconocían a sí mismos como del
lugar en el que habían nacido – cordobeses, salteños, sanjuaninos, porteños, riojanos, etc – y
como americanos. No había todavía una identidad nacional; ella se iba a formar más adelante,
como consecuencia de la independencia y de haber combatido por una causa común durante
los años revolucionarios.8
Los diputados no se pusieron de acuerdo acerca de cuál debía ser la forma de
gobierno del nuevo país, si una república o una monarquía, y dejaron la resolución en
suspenso, manteniendo de hecho un sistema republicano. Lo que no sufrió desafíos en el
congreso fue el centralismo (más tarde los congresales se trasladaron a Buenos Aires, donde
sancionarían en 1819 una constitución centralista que no llegó a aplicarse). A la vez, el
Congreso procuró afianzar el giro conservador. Al día siguiente de declarar la
independencia, proclamó “fin de la revolución, principio del orden”. Sin embargo,
mientras continuara la guerra de independencia, ese orden anhelado por las elites iba a
resultarles imposible de ser construido.
En el Congreso de Tucumán participaron diputados de ciudades que estaban ocupadas
por los realistas y que hoy no forman parte de la Argentina: Tarija, Potosí y Cochabamba. Las
provincias que integraban los Pueblos Libres, enfrentadas con el Directorio, no estuvieron
presentes. Ellas se consideraban desde 1815 independientes de España y de cualquier otro
país, aunque sin una declaración formal.
Las Provincias Unidas en Sudamérica enfrentaban un desafío complejo. La apuesta fue
apoyar a la expedición que el general San Martín organizaba para atacar a los realistas que
ocupaban Chile, eludiendo así otro posible fracaso en el Alto Perú. La conducción de la
guerra en el norte quedó a cargo del gobernador de Salta Martín Miguel de Güemes, quien con
sus milicias se dedicó a combatir las incursiones de los realistas altoperuanos a través de
una guerra de guerrillas. A este panorama bélico se sumó la guerra civil entre el gobierno
central ubicado en Buenos Aires y los Pueblos Libres artiguistas, que se libró
intermitentemente en los años sucesivos.
8 José Carlos Chiaramonte, Ciudades, provincias, Estados: Orígenes de la Nación Argentina
(1800-1846), Buenos Aires, Ariel, 1997.
274 Estudos Ibero-Americanos, Porto Alegre, v. 36, n. 2, p. 266-287, jul./dez. 2010
El éxito acompañó al plan de San Martín, desde el cruce de los Andes en 1817 y la
derrota de los realistas de Chile en 1819 hasta la ocupación de Lima, base del poder español
en América del Sur, en
1821. En el Río de la Plata, el alto costo del conflicto en fue debilitando al gobierno central,
que debió delegar a figuras de cada provincia la capacidad de reclutar hombres y recursos
para la lucha (éste fue el origen de los futuros caudillos). Por su parte, el enfrentamiento
entre la capital y los artiguistas terminó destruyendo a ambos sistemas: el gobierno de
Pueyrredón apoyó implícitamente en 1816 una invasión portuguesa a la Banda Oriental que
terminó derrotando y expulsando a Artigas en enero de 1820; algunos días más tarde, uno de
los principales comandantes artiguistas, el entrerriano Francisco Ramírez, unido con el
gobernador de Santa Fe Estanislao López, venció a las tropas porteñas del Directorio,
obligándolo a disolverse junto con el Congreso. En 1820, entonces, el gobierno central surgido
en 1810, y con él lo que quedaba del sistema revolucionario, desapareció. Sólo quedaron
provincias sin ningún tipo de organización institucional por encima de ellas.9
Los cambios revolucionarios
¿Terminó la revolución en 1820, con el colapso de los sistemas políticos surgidos de
ella? No hay acuerdo sobre esto. Es indudable que muchos fenómenos abiertos por la
revolución tomarían mucho tiempo; la construcción de los estados nacionales en la región,
por caso, no finalizaría hasta el último tercio del siglo. Incluso la guerra no terminó en aquel
año: en el actual norte argentino duró hasta 1824, y en el sur de las Pampas se mantuvo una
guerrilla realista integrada sobre todo por indígenas hasta 1832.10 De todos modos, la década
de 1820 sirve como punto final para poder evaluar los cambios inmediatos, aquellos que la
Revolución causó ante los ojos mismos de sus protagonistas.
El primer aspecto que aparece como novedad, por supuesto, es la formación de cuatro
nuevas configuraciones “nacionales” en lo que
9 Halperin Donghi, Revolución y Guerra, op. cit. Otras miradas generales sobre el proceso en Geneviève Verdo, L’independence argentine entre cités et nation (1808-1821), Paris, Publications de La Sorbonne, 2006, y Gabriela Tío Vallejo, “Rupturas precoces y legalidades provisorias. El fin del poder español en el Río de la Plata”, Ayer. Revista de historia contemporánea, n. 74, 2009, p. 133-172.
10 Para una reflexión sobre la duración de la revolución y una revisión regional de las transformaciones véase Raúl Fradkin, “¿Qué tuvo de revolucionaria la revolución de independencia?”, Nuevo Topo. Revista de historia y pensamiento crítico, n. 5, 2008, p. 15-43.
G. Di Meglio – Algunas claves de la Revolución en el Río de la Plata ... 275
había sido el Virreinato del Río de la Plata: las Provincias Unidas, que en
1826 adoptarían el nombre de República Argentina, Paraguay, Bolivia y Uruguay (aunque la
construcción de los respectivos estados nacionales sería lenta).
Un segundo cambio decisivo es el de los criterios por los cuales unos mandaban y otros
obedecían. Los que en 1810 eran súbditos de un rey se habían convertido para 1820 en
ciudadanos republicanos. Pese a que también la construcción efectiva de esa ciudadanía iba a
llevar tiempo, la instalación de un sistema tan diferente no deja de ser muy significativa. El
gobierno del pueblo comenzó a ejercerse de hecho en 1810, pero su adopción de derecho
sería más compleja. Si bien ya a inicios de 1811 el periódico revolucionario La Gaceta
defendía las ventajas del “gobierno popular” y “en manos de muchos”, la dirigencia no se
arriesgaba a hablar directamente de la instalación de una forma de gobierno republicana.11 La
primera defensa abierta de esa posibilidad la hizo la Banda Oriental, que envió a sus
diputados a la Asamblea del año XIII con instrucciones al respecto; el artiguismo mantuvo
esa posición inalterablemente. En las Provincias Unidas dirigida por Buenos Aires la cuestión
fue más disputada, sobre todo a partir de 1815, con la Restauración europea. Los que se
inclinaban por instaurar una república, apelaban a la tradición clásica y argumentaban que
creaba virtud cívica. Otros preferían buscar un rey en Europa para legitimar la revolución ante
los reyes del Viejo Continentes varios antiguos republicanos adoptaron ideas monárquicas
por esta razón. Fue el caso de Belgrano, quien propuso una línea americanista: hacer rey a un
descendiente de los incas, Juan Bautista Tupac Amaru, pero nadie lo respaldó. Finalmente, la
derrota del Directorio en 1820 terminó con los proyectos monárquicos. La identificación de la
república con el sistema representativo, opuesto a la democracia (que se ejercía por ejemplo
en los cabildos abiertos) fue lo que permitió que quienes antes de ese año se inclinaban
por la creación de una monarquía constitucional adoptaran velozmente la solución
republicana.12 Uno de ellos, Bernardino Rivadavia, sostuvo que el triunfo de la república no
fue producto de una preferencia sino “de la fuerza de las cosas”.13
11 “Orden del día”, 14 de febrero de 1811, Gaceta de Buenos Aires, T. II, Buenos Aires, 1910, p. 109-10. 12 Rubén Salas, Lenguaje, Estado y poder en el Río de la Plata (1816-1827), Instituto de
Investigaciones de Historia del Derecho, Buenos Aires, 1998. 13 Cit. en Ricardo Piccirilli, Rivadavia y su tiempo, T. 3, Buenos Aires, Peuser, 1960, p. 293.
276 Estudos Ibero-Americanos, Porto Alegre, v. 36, n. 2, p. 266-287, jul./dez. 2010
Es menos claro cómo el republicanismo obtuvo su aceptación popular. La Revolución
se hizo en nombre de la soberanía del pueblo, y si bien eso era compatible con una monarquía,
también hacía perfecto sistema con la idea de efectivo gobierno popular. Junto a eso, lo que
parece haber sido decisivo fue la identificación general con la causa de la Patria. La tríada
identitaria colonial era Dios, la Patria y el Rey, pero la guerra de los años 10 la disolvió al
oponer a la Patria con el Rey; como aquella adoptó de hecho la forma republicana de
gobierno, una y otra se fueron transformando en lo mismo quienes lucharon en su nombre. De
ahí parece haber provenido una abstracción: la Patria fue equivalente a la república y el Rey,
el enemigo, a la monarquía como un todo. A la vez, esto coincidía bien con las ambiciones
igualitaristas que eran frecuentes en el Río de la Plata, muy claras en el artiguismo (con su
consigna de que “nadie es más que nadie”).14 El payador oriental Bartolomé Hidalgo, que
también fue popular en Buenos Aires, cantaba que “el Rey es hombre cualquiera”, y que “no
se necesitan reyes / para gobernar los hombres / sino benéficas leyes”.15
Otra transformación profunda iniciada en 1810 fue económica. En el período colonial
todo giraba en torno de la minería altoperuana, en particular de Potosí. El bien más exportado
a través del puerto de Buenos Aires era por lejos la plata, y buena parte de los territorios
rioplatenses se dedicaban a abastecer de distintos productos a esa región. Los descalabros
provocados por la guerra y la pérdida del Alto Perú por parte de los revolucionarios no dejaron
más alternativas que volcar los recursos a la producción pecuaria para la exportación. El
librecambio, promovido por los comerciantes británicos y por sectores criollos como los
hacendados porteños desde antes de 1810 – e instalado por primera vez por el virrey Cisneros
en 1809 para obtener recursos- se volvió una clave económica. El Litoral era el más
favorecido para aprovechar la nueva situación; sin embargo, territorios donde la ganadería se
había desarrollado fuertemente en el siglo XVII, como la Banda Oriental y Entre Ríos,
vieron sus stocks destruidos por la guerra. Buenos Aires, en cambio, con pocos
enfrentamientos librados en su territorio, empezó a volcarse con fuerza a la producción de
cueros y vivió un
14 Véase Gabriel Di Meglio, “República”, en Javier Fernández Sebastián (dir.), Diccionario político y social del mundo iberoamericano, Madrid, Fundación Carolina-SECC-CEPC, 2009, p. 1270-1281.
15 “Cielito a la venida de la expedición española al Río de la Plata” y “Un gaucho de la guardia del Monte contesta al Manifiesto de Fernando VII”, en Bartolomé Hidalgo, Cielitos y diálogos patrióticos, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1967, p. 26 y 31.
G. Di Meglio – Algunas claves de la Revolución en el Río de la Plata ... 277
despegue económico. Esa reorientación económica sería el inicio de una organización
económica que se consolidaría más tarde en el modelo agroexportador argentino de fines del
siglo XIX.16
A la vez, este cambio trajo aparejado otro en la cúspide social. Los antiguos
comerciantes monopólicos ligados con Cádiz fueron algunos de los principales perdedores
de la Revolución. El comercio quedó pronto en manos de los comerciantes británicos, mientras
que los sectores más ricos del Litoral volcaron sus no tan abundantes capitales a la producción
ganadera. Así, la posición dominante que los comerciantes tenían en Buenos Aires hasta 1810
fue reemplazada en los años 20 por la de los estancieros. Ese fue el origen de la poderosa clase
terrateniente, decisiva en Argentina por décadas desde entonces.17
Una novedad crucial de la Revolución fue el surgimiento de una vida política conflictiva
y multiclasista. Por un lado, del seno de la elite surgió lo que hoy se denominaría una “clase
política”; fueron muchos los que empezaron a dedicarse a lo que algunos contemporáneos
llamaban “la carrera de la revolución”, a llenar sus días de actividad política. Y otra novedad
fue que varias mujeres de la elite empezaron a participar en esa política, discutiendo los
asuntos públicos en sus tertulias o al reunirse en pequeños grupos. Algunos hombres se
preocuparon por ese dato, que iba en contra del lugar pasivo que se asignaba a las mujeres en
la sociedad. En marzo de 1813 un anónimo imprimió un texto que decía: “da vergüenza, y
toca ya la raya de lo escandaloso el modo libre en que se expresa un número no muy
despreciable de jóvenes patricias en orden a los negocios políticos”; retiradas “a lo oscuro y
más recóndito de sus retretes”, hablan de múltiples asuntos y entre otras cosas “satirizan las
más sabias disposiciones de nuestro gobierno”.18 El autor pedía que se las castigara. Pero
muchas siguieron interviniendo en política y algunas se volvieron famosas por eso, como
Macacha Güemes, Melchora Sarratea y Mariquita Sánchez de Thompson.
Asimismo la vez, esa vida política empezó muy pronto a involucrar a sectores ajenos a
las elites, y ese fue un cambio trascendental. En distintas partes del ex Virreinato del
Río de la Plata se dio una
16 Un buen resumen de esta temática en Jorge Gelman, “El mundo rural en transición”, en Noemí Goldman (dir.), Nueva Historia Argentina, tomo 3, Buenos Aires, Sudamericana, 1998, p. 71-101.
17 Tulio Halperin Donghi, “Clase terrateniente y poder político en Buenos Aires (1820- 1930)”, Cuadernos de Historia Regional, n. 15, 1995, p. 11-46.
18 “Memoria sobre la necesidad de contener la demasiada y perjudicial licencia de las mujeres en el hablar”, Impresos, biblioteca John Carter Brown, 68-334-181.
278 Estudos Ibero-Americanos, Porto Alegre, v. 36, n. 2, p. 266-287, jul./dez. 2010
participación popular que devino fundamental. En la Banda Oriental, peones, ocupantes de
tierra sin título, esclavos y otros integrantes del universo popular que siguieron a
Artigas buscaron con la lucha a favor de la Revolución mejorar sus condiciones de vida,
asegurar el respeto de derechos consuetudinarios y lograr una sociedad más justa;
presionaron en 1815 para obtener tierras de los “malos europeos y peores americanos”,
enemigos del sistema, hasta que la invasión portuguesa puso fin a la experiencia.19 En Salta y
Jujuy, los campesinos
– llamados “gauchos” en ese momento – que se movilizaron en 1814 contra los realistas y
terminaron liderados por Güemes, consiguieron el fuero militar, que les permitía no ser
juzgados por el Cabildo sino por sus más permisivos oficiales, y dejaron de pagar los
arriendos mientras durara la guerra.20 Le dieron un sentido propio al concepto de patria, en
nombre del cual luchaban, que incluía las nociones de igualdad ante la ley y abolición de las
distinciones étnicas; a la elite le costó muchos años lograr la desmovilización y el
reestablecimiento del orden social.21 Ambos movimientos tuvieron una fuerte base rural y
desafiaron abiertamente el orden social. Fueron los más radicales de la región pero no los
únicos. También otras zonas vivieron conmociones populares, como Mendoza, donde en 1812
hubo una fallida revuelta de esclavos, y el resto del Litoral artiguista, donde hubo otros
desafíos al orden, como ocurrió en Entre Ríos y en la zona de las antiguas misiones jesuitas,
donde hubo una amplia movilización indígena.22 También en la ciudad de Buenos Aires la
participación popular fue decisiva. Aunque el desafío allí al orden social fue menos claro, los
efectos de la acción plebeya fueron de mucho peso, en particular porque al ser una capital, los
movimientos con presencia popular tenían consecuencias que iban más allá del ámbito
urbano; si caía un gobierno, implicaba a todas las Provincias Unidas. A continuación me
ocuparé de ese tema, apelando a mis propias investigaciones.
19 Ana Frega, Pueblos y soberanía en la revolución artiguista. La región de Santo Domingo Soriano desde fines de la colonia hasta la ocupación portuguesa, Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 2007.
20 Sara Mata, Los gauchos de Güemes. Guerras de independencia y conflicto social, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2008.
21 Gustavo Paz, Province and Nation in Northern Argentina. Peasants, Elite, and the State, 1780-1880, tesis doctoral, Emory University, 1999.
22 Beatriz Bragoni, “Esclavos, libertos y soldados. La cultura política plebeya en Cuyo durante la revolución”, en Rául Fradkin (ed.), ¿Y el pueblo dónde está? Contribuciones para una historia popular de la revolución de independencia en el Río de la Plata, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2008, p. 107-150. Para el Litoral véase el artículo de Raúl Fradkin en este mismo dossier.
G. Di Meglio – Algunas claves de la Revolución en el Río de la Plata ... 279 La participación política popular en la ciudad de Buenos Aires
Casi un año después de la instalación de la Primera Junta, lo he mencionado ya, la
dirigencia revolucionaria empezó a tener divisiones internas que llevaron a una ruptura
entre una facción más radical y otra más moderada. ¿Cómo dirimir un enfrentamiento
ahora que ya no se contaba con la autoridad metropolitana para desempatar? Los
saavedristas encontraron un camino para quitar de en medio a los diputados morenistas de la
Junta: apelar a una agitación popular. Pero
¿quién podía protagonizarla? Hallaron la respuesta en quienes ocupaban la porción más baja de
la sociedad.
La pertenencia al mundo popular estaba determinada por el color de piel si se trataba de
negros, pardos o trigueños (aunque también había muchos plebeyos blancos), por la falta de
“respetabilidad” (marcada por la ausencia del título don/doña delante de sus nombres), por la
pobreza, la ocupación laboral (manual o sin calificación), la lejanía del poder político, la
situación de dependencia con respecto a otros, las dificultades para poder formar un hogar y
los espacios de sociabilidad compartidos. La mayor parte de los artesanos de la ciudad, junto
con una suerte de heterogéneo proletariado urbano, y también los esclavos
– que pese a la gran diferencia de no tener libertad estaban incluidos en muchos de los rasgos
recién enunciados – formaban la “plebe” o “bajo pueblo”.
En la noche del 5 de abril de 1811 la facción de Saavedra organizó una concentración en
la Plaza de la Victoria, la principal de la ciudad. Para ello “se saltó a los arrabales en busca
de máquinas para ejecutar el movimiento, o como entonces se decía, se apeló a los hombres
de poncho y chiripá contra los hombres de capa y de casaca”.23 En esa sociedad preindustrial,
la ropa era muy cara y ciertas prendas sólo podían lucirlas quienes tenían dinero. La levita era
un símbolo de diferencia social; los hombres de los sectores medios y bajos usaban la
chaqueta como prenda; los más pobres usaban poncho y chiripá, en ocasiones eran tildados de
“descamisados”. Estos pobladores de los suburbios, apoyados por el grueso de las tropas
presentes en Buenos Aires – que mantuvieron un segundo plano en la acción para evitar
acusaciones de un movimiento realizado por la fuerza –, se presentaron como “el
23 Ignacio Núñez, “Noticias Históricas”, Biblioteca de Mayo, T. I, Buenos Aires, Senado de la Nación, 1960, p. 452.
280 Estudos Ibero-Americanos, Porto Alegre, v. 36, n. 2, p. 266-287, jul./dez. 2010
pueblo”. De este modo, estaban ampliando el alcance de un concepto que hasta entonces era
socialmente limitado.
No es fácil conocer los motivos plebeyos para participar, siempre es muy difícil hallar
documentos para explorar las posturas populares, pero hay dos causas que se pueden inferir.
Primero, la movilización fue conducida por varios alcaldes de barrio, vecinos destacados de
cada distrito a quienes el Cabildo designaba en el cargo para ocuparse de la policía, la higiene
y el orden; su influencia era importante y pudieron volcarla en esta ocasión. Luego, el primer
punto del petitorio entregado al Cabildo da un indicio clave: se exige la expulsión de todos
los españoles de la ciudad. Esa animosidad contra los europeos era más moderada entre la
elite que entre la plebe, que sufría cotidianamente las ventajas peninsulares en la consideración
social, el comercio minorista o el mercado matrimonial. A ella se apeló, aparentemente, para
lograr la masiva presencia popular. Surgió así una práctica: para que la elite pudiera movilizar
a personas ajenas a ella no le alcanzaba con ejercer una autoridad o con disponer de relaciones
clientelares; tenía que encontrar motivos compartidos con aquellos a quienes buscaba
conducir, y así sería en los siguientes movimientos de la década. Cuando en 1814
Saavedra fue juzgado por lo ocurrido en abril de 1811, se quejó diciendo que la combinación de
“plebe en la plaza y tropas sosteniéndola” había vuelto a ser utilizada en posteriores cambios
de gobierno.24
En 1811 apareció otra forma de participación plebeya: la fiesta política. En mayo se
conmemoró el aniversario de la Revolución con festejos masivos. La presencia popular en
celebraciones públicas era común hasta entonces, lo nuevo era que ahora se habían
politizado. Las victorias militares y otros acontecimientos destacados se volvieron motivo de
celebración callejera. Las fiestas mayas – para homenajear a la Revolución – se convirtieron
en fundamentales para la vida pública porteña, abarcando a todos los sectores sociales.
El año 1811 terminó por volverse determinante en la historia popular por el motín en
diciembre de la tropa del Regimiento de Patricios, formada sobre todo por jornaleros, artesanos
y menestrales pobres (ninguno llevaba el don delante de su nombre). Tras la Revolución, el
regimiento había sido convertido en parte del ejército de línea; pasado el fervor inicial,
cuando la guerra empezó a alargarse, el impulso gubernamental hacia la profesionalización
militar fue caldeando los ánimos en las filas.
24 “Instrucción de Saavedra a Juan de la Rosa Alba”, en Biblioteca de Mayo, T. II, vol. 1, Buenos Aires, Senado de la
Nación, 1960, p. 1122.
G. Di Meglio – Algunas claves de la Revolución en el Río de la Plata ... 281
Algunos cabos redactaron un petitorio solicitando que “se nos trate como a fieles ciudadanos
libres y no como a tropa de línea”. Un oficial amenazó con cortar la trenza, distintivo del
regimiento, a quienes no mantuvieran la disciplina, provocando un rechazo generalizado:
“más fácil les sería cargarse de cadenas que dejarse pelar”. La respuesta del oficial fue que si
sentían el hecho como una afrenta “él también estaría afrentado pues se hallaba con el pelo
cortado”, pero la indignada réplica argumentó “que él tenía trajes y levitas para disimularlo”.
Así, en un movimiento que buscaba defender el derecho de los milicianos también se puso
apareció en juego una tensión social entre la oficialidad y la tropa.25 Los amotinados no
aceptaron negociar y el gobierno terminó atacándolos con fuerzas leales, que lograron tomar el
cuartel tras un corto y violento combate. Once dirigentes fueron fusilados y colgados.
De ahí en más hubo varios levantamientos o intentos de motín en el ejército de línea; a
diferencia de las movilizaciones contra los gobiernos eran liderados por miembros de la plebe
y no de la elite. En enero de
1819 fue otra vez el turno de la milicia: los sargentos, cabos y soldados del Tercer Tercio
Cívico, cuerpo integrado por pardos y morenos, realizaron un motín contra las autoridades,
que buscaban acuartelarlas y no respetaban así el derecho miliciano de servir desde cada
domicilio; a esto se sumaron elementos de tensión racial. El soldado Santiago Manul dijo ante
un grupo de changadores que el gobierno “es un ingrato, no atiende a nuestros servicios, nos
quiere hacer esclavos” y que “vamos a morir en defensa de nuestros derechos”, al tiempo que
hubo soldados que tuvieron expresiones “contra los blancos”.26 El motín, finalmente, fue
desbaratado.
Al año siguiente, el mismo Tercer Tercio, junto con el Segundo, que también tenía una
importante composición plebeya porque aglutinaba a los habitantes de los suburbios de
Buenos Aires, cumplieron un papel decisivo en los conflictos que siguieron en la ciudad a
la caída del gobierno central. En octubre de 1820 ambos cuerpos, a los que se sumaron otros
plebeyos, participaron, dirigidos por sus oficiales, en un levantamiento en contra del regreso
al poder de la impopular facción que había ocupado el Directorio entre 1816 y ese año. La
intervención de milicias de la campaña llevó a los oficiales rebeldes a negociar, pero las
tropas de los Tercios decidieron resistir y fueron vencidas con
25 Las citas textuales en Ernesto Fitte, El motín de las trenzas, Buenos Aires, Fernández
Blanco, 1960, p. 92, 86 y 87. 26 Archivo General de la Nación [en adelante AGN], sala X, legajo 30-3-4, Sumarios
Militares, 957.
282 Estudos Ibero-Americanos, Porto Alegre, v. 36, n. 2, p. 266-287, jul./dez. 2010
una gran matanza. Las milicias de la ciudad fueron empequeñecidas y debilitadas desde
entonces.
¿Cuáles fueron las razones de la participación política popular? Una de las claves de la
movilización en la década de 1810 fue la ya mencionada animadversión contra los españoles.
En junio de 1812, un esclavo llamado Ventura denunció que su amo, el poderoso comerciante
vizcaíno Martín de Álzaga, estaba organizando la contrarrevolución. Como consecuencia, el
gobierno apresó a los peninsulares implicados y la presión popular lo forzó a tomar duras
medidas: 33 españoles fueron fusilados a lo largo de un furioso mes, en el cual los porteños
ganaron varias veces las calles ante rumores de invasión desde Montevideo con apoyo local.
Los integrantes del Triunvirato fueron hostigados mientras caminaban o recibieron ataques a
sus residencias al ser acusados de tibios. El asunto concluyó con cientos de españoles
expulsados de la ciudad a zonas de la campaña bonaerense.
Ese odio politizado permitía a los plebeyos dirimir conflictos con los peninsulares
surgidos en otras esferas; buena parte de las tensiones sociales de la época se subsumieron en
ese tomar a los españoles como blanco. A lo largo de los años, varios fueron delatados – con
evidencia o sin ella – por conspirar contra la revolución, y terminaron presos o muertos. La
adhesión a la Patria, es decir al campo revolucionario, fue igualando simbólicamente a todos
los americanos, incluyendo a los africanos, en oposición a los peninsulares, llamados
“sarracenos”.
Es que en el apoyo a la Revolución hubo también una tendencia igualitarista. Ésta fue en
alguna medida el resultado de la politización de una situación previa: una sociedad integrada
según escribió el virrey Santiago de Liniers en 1806 por “gentes que se creen todos
iguales”.27
Según el relato de un integrante de la tropa de los cuerpos voluntarios de la milicia que se
formaron en 1806, “los soldados de cada compañía no querían que sus oficiales llevasen la
charretera sino una pequeña señal”, porque eran símbolos de vanidad; para mostrar su opinión
hubo milicianos que se pusieron charreteras de papel en la bragueta.28 El igualitarismo fue
también una de las claves del discurso del grupo más radical de revolucionarios – de Moreno
a Monteagudo – en los inicios de la Revolución, y también fue una de las claves del
artiguismo, cuya zona de origen estaba ubicada a sólo cincuenta kilómetros de Buenos Aires.
27 Cit. en Paul Groussac, Santiago de Liniers, Buenos Aires, Ediciones Estrada, 1943, p. 120. 28 Diario de un Soldado, Ministerio del Interior, Buenos Aires, 1960, p. 65.
G. Di Meglio – Algunas claves de la Revolución en el Río de la Plata ... 283
Las aspiraciones igualitaristas fueron poco satisfechas, pero de cualquier manera la
Revolución, y también la guerra, dieron lugar a un cambio fundamental a este respecto: la
disolución del sistema de castas, que obligaba a la inferioridad legal a negros, mestizos,
pardos y zambos. Ya en la expedición que partió en 1810 hacia el norte, el comandante Juan
José Castelli –un radical- alabó el comportamiento de las compañías de castas y preguntó al
gobierno “¿No pudieran declararle cuando lo exija la oportunidad el uso del Don a uno de
castas?”.29 El cambio no fue inmediato pero empezó a desenvolviendo a lo largo de esos años.
Las desigualdades por el color de piel no desaparecieron de la sociedad, pero sí lo hicieron
legalmente.
Para la población negra había un objetivo primordial, que compartían los esclavos y los
libertos emparentados con ellos: obtener la libertad. En la Revolución encontraron un camino
posible para lograrla: por un lado a través del ingreso de los hombres a los ejércitos, de donde
suponían que iban a salir libres; por otro, por las esperanzas generadas por la libertad de
vientres en 1813, que hizo a un moreno libre declarar en 1815 que “todo respira el desterrar la
esclavitud”.30 Esto no iba a ocurrir, aunque la esclavitud como institución se debilitaría
muchísimo con la Revolución y su importancia económica se desmoronaría (a pesar de lo cual
no fue abolida hasta la Constitución Nacional de 1853). En los años revolucionarios se creó
una fuerte identificación de los negros con la causa de la Patria. Servirla daba derechos;
cuando en 1820 un oficial insultó a unos soldados negros, uno de ellos le dijo que si bien era
negro era un cabo de la Patria, dando inicio a una gritería en contra del oficial.31
A estas motivaciones de fondo hay que añadirle en cada movilización concreta las razones
particulares, cuando se pueden dilucidar. En los motines descritos y en otras ocasiones lo que
llevó a la acción, y a la determinación para defender posiciones, fue la sensación de un derecho
ultrajado. Los derechos, aunque desiguales, eran un fundamento central de la sociedad colonial
y la indignación que causaba el que no se los respetara era un motor poderoso para obrar.
En otras ocasiones puede parecer que la actuación popular se debió a la obediencia. Es lo
que parece haber ocurrido en abril de 1815, cuando el Cabildo convocó con su campana a la
defensa de la ciudad de un
29 Cit. en Goldman, Historia y lenguaje, op. cit., p. 131. 30 Solicitud de Hilarión Gómez en AGN, X, 8-9-4, Solicitudes Civiles y Militares. 31 AGN, X, 29-10-2, Sumarios Militares, 146.
284 Estudos Ibero-Americanos, Porto Alegre, v. 36, n. 2, p. 266-287, jul./dez. 2010
posible ataque del Director Supremo Alvear, quien avanzaba con su ejército para sofocar el
levantamiento en su contra liderado por aquella institución. Para la población, el Cabildo era
un “padre” que velaba por el bien común, y muchos respondían a sus llamados. Pero también
es verdad que Alvear era odiado porque había incrementado aún más el esfuerzo reclutador
del Estado sobre la plebe, ya muy fuerte desde 1812, y porque había aumentado el precio de
la carne y del pan – las bases de la dieta porteña – debido a impuestos para la guerra. Es
indudable que ese descontento contribuyó a la obediencia prestada al llamado del Cabildo.32
En el ya mencionado levantamiento miliciano de octubre de 1820, los plebeyos que
intervinieron pueden haber concurrido por orden de sus oficiales y también porque el Cabildo
respaldaba a de los rebeldes. Pero esto no alcanza como explicación, puesto que durante el
mismo año existieron otras convocatorias en los cuales las tropas no respondieron a sus
oficiales. No bastaba en esos momentos convulsionados con dar órdenes para que éstas
fueran cumplidas, sino que se necesitaba un acuerdo en los motivos de la movilización. La
obediencia no explica tampoco las causas de la intransigencia durante ese levantamiento de la
tropa miliciana en la Plaza de la Victoria; los soldados, furiosos contra los “directoriales”, no
aceptaron las negociaciones de sus jefes. Lo primordial fue el posicionamiento político.
Otra causa de participación puede haber sido el clientelismo. Es indudable que
existieron personajes que usaron su influencia barrial, conseguida gracias a su importancia
social, a ejercer un cargo público o por ambas cosas (que en general se combinaban), para
movilizar gente. Estos líderes locales se convirtieron desde la década de 1810 en piezas clave
de la política porteña.
Esto es claro en el levantamiento de octubre de 1812, cuando la Logia Lautaro llegó al
poder desplazando al Primer Triunvirato. La Logia había preparado una movilización de la que
tomarían parte fuerzas militares e integrantes de de la Sociedad Patriótica, todos hombres de
la elite. Sin embargo, a su lado hubo una presencia plebeya, ligada a la figura de Juan José
Paso. Su hermano, Francisco, estaba vinculado a dos abastecedores de forraje de algunos
cuarteles militares, Hilario y Antonio Sosa, a quienes su actividad les daba ascendencia en las
quintas cercanas al ámbito urbano. Ambos participaron en la movilización y firmaron el
32 Los aumentos y sus causas en AGN, X, 30-10-1, Órdenes de Policía, 188; Acuerdos del
Extinguido Cabildo, serie IV, Tomo VI, Buenos Aires, 1927, p. 405.
G. Di Meglio – Algunas claves de la Revolución en el Río de la Plata ... 285
petitorio que se presentó al Cabildo. Es altamente probable que fueran ellos los que
condujeron a muchos plebeyos a la plaza; indudablemente eso permitió que Paso, quien había
integrado el Triunvirato contra el cual se estaba manifestando, fuera elegido para ser parte del
nuevo gobierno. Asimismo, es posible que se haya prometido dinero a algunos concurrentes.
Meses más tarde, el pardo Santiago Mercado, alias Chapa, quien se ocupaba de “trajinar en el
comercio y andar comprando y vendiendo”, dijo que se habían empleado veintiséis mil
pesos para sobornar a militares y a otros con el fin de que se hicieran presentes en la plaza
ese día. Al poco tiempo, en enero de 1813, a través de una denuncia contra el mencionado
Mercado, y de gente que oyó a “un dependiente” o a “varios mozos”, el gobierno tomó
conocimiento de una conspiración en su contra dirigida por Francisco Paso y los hermanos
Sosa.33 Esta pequeña facción que agrupaba a prominentes miembros de la elite como los
hermanos Paso, a líderes intermedios (brokers) como los Sosa y a seguidores como Mercado
parece responder bien a un modelo clientelar. De todos modos, no implica que quienes
acudieron no lo hicieran también por motivos políticos; de hecho, se supo que los Sosa habían
usado argumentos para soliviantar los ánimos, diciendo que querían hacer guillotinar a “los
malos paisanos”, lo cual recuerda lo ocurrido en abril de 1811.34
Una característica que afianzó la participación del bajo pueblo en los asuntos públicos
fue la politización de los espacios de sociabilidad popular. Mercados, calles y pulperías
(esquinas en las que se vendían alimentos y otros bienes, además de ser despachos de
bebidas), fueron sitios de difusión de rumores, de lectura de la prensa en voz alta y de
discusiones políticas.35
Al final de la década de 1810, la plebe había sufrido fuertemente la guerra de la
independencia -muchos de los soldados que pelearon tenían esa extracción social; algunos
entraron al Ejército voluntariamente y otros fueron obligados a hacerlo-. Los plebeyos pasaron
largas temporadas en condiciones muy duras, y cuando terminó el conflicto solían seguir
33 AGN, X, 29-9-8, SM, 83a. 34 AGN, X, 29-9-8, SM, 83a. 35 Para todo lo expuesto en este aparado puede verse Gabriel Di Meglio, ¡Viva el bajo pueblo! La plebe urbana de Buenos
Aires y la política entre la Revolución de Mayo y el rosismo, Buenos Aires, Prometeo, 2006. La participación popular en la campaña bonaerense en los años revolucionarios, más limitada pero también importante, ha sido estudiada por Raúl Fradkin, “Cultura política y acción colectiva en Buenos Aires (1806-1829)”, en Fradkin (ed.), ¿Y el pueblo dónde está? Contribuciones para una historia popular de la revolución de independencia en el Río de la Plata, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2008, p. 27-65.
286 Estudos Ibero-Americanos, Porto Alegre, v. 36, n. 2, p. 266-287, jul./dez. 2010
tan pobres como antes. De ahí la aparición de lamentos populares que recogió Bartolomé
Hidalgo: “el que tiene es don Julano / y el que perdió se amoló: / sin que todos los servicios /
que a la Patria le emprestó / lo libren de una roncada / que le largue algún pintor.36 Esa
sensación fue una de las causas de la progresiva inclusión de una dimensión social en el
conflicto político local que se afianzaría desde 1820: la aversión creciente contra los
“aristócratas”, que reemplazaron a los españoles como principal enemigo de muchos
plebeyos.
La participación popular siguió siendo activa y decisiva en la política porteña, tanto en
las movilizaciones contra gobiernos, como en la intervención en las elecciones que se
volvieron centrales en la política porteña desde 1821 y en otras agitaciones.37 Esto se debió
en buena medida a que la elite porteña no logró crear reglas duraderas para zanjar sus disputas
facciosas, lo cual dio un protagonismo extendido a la movilización popular, al tiempo que
esa participación dificultaba a su vez el logro de un orden que satisficiera a la elite. Recién
en los años 1840, cuando promediaba el segundo gobierno del poderoso Juan Manuel de
Rosas en Buenos Aires, el ciclo de movilización popular porteño llegaría a su fin. Rosas,
obsesionado por el orden, entendió que para lograrlo debía controlar – según confió a un
diplomático – a “los hombres de las clases bajas”, siempre dispuestos “contra los ricos y
superiores”, para lo cual procuró “conseguir una influencia grande sobre esa clase para
contenerla, o dirigirla”.38 Lo consiguió a través de la eliminación de la competencia política
efectiva en la ciudad de Buenos Aires, obteniendo así la desmovilización popular.39
La participación popular en la Revolución fue uno de los cambios más fuertes
introducidos por ésta: toda la política de la primera mitad del siglo XIX estuvo condicionada
por aquella. Si se suma a las transformaciones enumeradas en el segundo apartado de este
artículo, se puede apreciar que los años 1810 introdujeron modificaciones decisivas en el Río
de la Plata. Es cierto que al observar otras esferas, como la
36 “Diálogo patriótico interesante”, en Hidalgo, op. cit., p. 48. 37 Para las elecciones véase Marcela Ternavasio, La revolución del voto. Política y elecciones en Buenos Aires, 1810-1852,
Buenos Aires, Siglo XXI, 2002. 38 “Párrafos de la nota en que el agente oriental da cuenta á su gobierno de una conferencia con el nuevo gobernador de
Buenos Aires don Juan M. Rosas” (1829), en José María Ramos Mejía, Rosas y su tiempo, T. I, Editorial Científica y Literaria Argentina, Buenos Aires, 1927.
39 Tulio Halperin Donghi, De la revolución de independencia a la confederación rosista, Buenos Aires, Paidós, 1985; Gabriel Di Meglio, ¡Mueran los salvajes unitarios! La Mazorca y la política en tiempos de Rosas, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2007.
G. Di Meglio – Algunas claves de la Revolución en el Río de la Plata ... 287
judicial o la religiosa, los cambios son menos abruptos, pero ello no alcanza a equilibrar el
peso de la innovación. Hay un dato más que marca el peso de lo ocurrido en esos diez años: la
opinión de los contemporáneos; todos sostuvieron que estaban atravesando una experiencia
única de convulsión, un cambio profundo. La Revolución transformó la vida de quienes la
protagonizaron, defendieron y padecieron. Nada volvería a ser igual.
Solicitado em 15/12/2009. Aprovado em 12/09/2010.
CARRETERO, Mario y Miriam KRIGER, Capítulo 2 “Enseñanza de la historia e
identidad nacional a través de las efemérides escolares” en CARRETERO, Mario y
José A. CASTORINA La construcción del conocimiento histórico. Enseñanza, narración
e identidades, Paidós, Buenos Aires, 2010.
Presentación del texto
El artículo que se propone para su lectura es parte de un libro donde se compilan
diferentes trabajos que prestan especial atención a problemas sobre la enseñanza, el
aprendizaje y las representaciones sociales en relación con el conocimiento histórico y
social y con la construcción de la identidad nacional.
En el marco de preguntarse por el sentido y los desafíos de enseñar historia en la
actualidad, Mario Carretero y Miriam Kriger reconocen una tensión, tanto en
Iberoamérica como en EEUU, entre el ideario ilustrado universalista centrado en la
formación disciplinar y el ideario romántico particularista interesado en la formación
del sentimiento nacional. Un rápido balance los lleva a concluir que los objetivos
románticos han resultado más eficaces que los ilustrados condicionando la formación
del pensamiento histórico de los alumnos.
En función de estas preocupaciones, se proponen analizar cuestiones referidas a la
construcción de la identidad nacional argentina y su relación con la enseñanza de la
historia a partir del análisis de las efemérides patrias. La investigación les permite
constatar cómo estas prácticas ritualizadas vehiculizan y reproducen una educación
patriótica decimonónica que incide en las posibilidades de “pensar históricamente y
actuar políticamente”.
Se analizan testimonios de alumnos de 6 a 16 años y de egresados del nivel secundario
sobre vivencias y experiencias en torno a la celebración de tres efemérides fundantes
de la identidad nacional argentina: el 25 de mayo de 1810, el 9 de julio de 1816 y el 12
de octubre de 1492. La explicación se organiza a partir unos ejes que se consideran
claves: a) la concepción de la nación; b) el reconocimiento de los agentes de la historia;
c) la representación del conflicto.
Es un texto que nos invita a pensar cuál es el papel que cumplen las efemérides en la
escuela, qué supuestos historiográficos y políticos las sustentan, qué características
asumen, qué posibilidades y/o limitaciones pueden generar en el desarrollo del
pensamiento y la comprensión histórica de los alumnos. Nos desafían a reflexionar
sobre estas prácticas tan naturalizadas que configuran los actos escolares.
Cuestiones a tener en cuenta:
- Sentidos y desafíos actuales en la enseñanza de la historia. Características y/o
capacidades implicadas en el pensamiento histórico. Relación entre historia escolar e
identidad nacional desde sus orígenes hasta el presente.
- Las efemérides escolares como prácticas de identidad. Orígenes y características de
las efemérides escolares. Representaciones de los alumnos entrevistados respecto de
la concepción de la nación, de los agentes históricos y del conflicto.
- Principales conclusiones respecto del rol de las efemérides en la formación del
pensamiento histórico y en su relación con la enseñanza de la historia.
Videos propuestos para el curso de capacitación docente
A continuación presentamos una selección de videos para complementar las lecturas y
ampliar la información sobre los temas que nos interesan. Entendemos que se trata de
un recurso didáctico para el estudio de la historia que tiene un gran valor. Los videos
documentales y de ficción configuran otro tipo de lenguaje, de construcción discursiva
de los procesos históricos, cuya especificidad audiovisual permite mostrar la realidad a
través de imágenes y sonidos en un tiempo predeterminado. En función de ello, les
proponemos los materiales que se mencionan a continuación y los links para poder
verlos.
Ciclo “Años Decisivos”, conducido por Gabriel Di Meglio. Esta colección esta
conformada por varios videos que tienen la particularidad de abordar de manera breve
aspectos sociales, políticos, económicos y culturales. Se les sugiere ver los relativos a
los años 1806, 1810, 1816. Los links para verlos son los siguientes:
“Año 1806”
http://www.encuentro.gov.ar/sitios/encuentro/programas/ver?rec_id=105665
“Año 1810”
http://www.encuentro.gov.ar/sitios/encuentro/programas/ver?rec_id=105666
“Año 1816”
http://www.encuentro.gov.ar/sitios/encuentro/programas/ver?rec_id=105667
Ciclo “Ver la Historia”, conducido por Felipe Pigna. Recupera los principales
acontecimientos producidos entre 1806 y 1820. Se les propone ver el video titulado
“1806-1820. El pueblo en armas”. La dirección para verlo es la siguiente:
http://www.encuentro.gov.ar/sitios/encuentro/programas/ver?rec_id=127070
Ciclo “Bajo pueblo”, conducido por Gabriel Di Meglio. En este ciclo se pueden ver 4
videos en los que exponen las particularidades de las clases populares hacia 1810-
1816. Se trata de un aporte muy interesante porque en estos audiovisuales se explica
el rol que asumieron las clases sociales subalternas. Por otra parte se visualiza la forma
en que los historiadores construyen el conocimiento histórico, las fuentes históricas
que utilizan y los últimos avances en la producción historiográfica relativos a los temas
que tratan.
El canto del tambor. Parte I
http://www.encuentro.gov.ar/sitios/encuentro/programas/ver?rec_id=100749
El canto del tambor. Parte II
http://www.encuentro.gov.ar/sitios/encuentro/programas/ver?rec_id=100750
El mundo popular
http://www.encuentro.gov.ar/sitios/encuentro/programas/ver?rec_id=100751
La revolución guaraní
http://www.encuentro.gov.ar/sitios/encuentro/programas/ver?rec_id=100752
Ciclo “Historia de un país. Argentina siglo XX”. Se les propone que vean, en particular,
el capítulo “La formación de un país”. Este video abarca un período más amplio que los
propuestos anteriormente y su abordaje es más general. Lo pueden ver accediendo a:
http://www.encuentro.gob.ar/sitios/encuentro/programas/ver?rec_id=50002
Finalmente, les proponemos ver “Historia Argentina Volumen I – 1776-1813.” Escuela
Superior de Comercio Carlos Pellegrini – UBA, producido por Diana producciones.
Guión: Marta Dino, Carlos Mora, Felipe Pigna. Se puede acceder al video a través del
siguiente link:
https://www.youtube.com/watch?v=d-o5NfVqKNM