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Confesión frecuente reconciliación JosÉ MANUEL CORDOBÉS A la espiritualidad no pueden dejar de interesarle los pro- blemas reales que tienen los cristianos. Más aún, para ella más importante no es la problemática abstracta, sino la concreta, la que directamente afecta a su vida. Sabe la teología espiritual que las experiencias concretas, según toda su trama interior y exte- rior, son una voz del Espíritu, que es preciso discernir. Abando- nar las preguntas que de una forma o de otra formula la expe- riencia religiosa es cerrarse al Espíritu y a los hombres, es aban- donar a éstos a una soledad poblada de miedos y temores en la que no está -el Espíritu, y es cerrar la puerta a la esperanza de la que viven. y si esto es verdad, en la espiritualidad actual del culto, el tema de la reconciliación sacramental frecuente es uno de los que realmente preocupan. Sin juzgar en abstracto su grado de importancia, en la praxis no puede minimizarse, como veremos. En estas páginas pretendemos ver cuál es el estado actual de la cuestión, sobre todo desde la espiritualidad, y cuáles los posibles caminos que ayuden a vivir una auténtica penitencia cristiana. l. SITUACIÓN ACTUAL Antes de entrar en tema, y para entendernos, conviene hacer tres advertencias: a. Reconciliación sacramental frecuente 1, hace referencia a 1 La terminologla penitencial, como se sabe, es muy variada. El sacramento en su conjunto ha sido nombrado casi siempre mediante el aspecto sacramental que

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Confesión frecuente reconciliación

JosÉ MANUEL CORDOBÉS

A la espiritualidad no pueden dejar de interesarle los pro­blemas reales que tienen los cristianos. Más aún, para ella ~o más importante no es la problemática abstracta, sino la concreta, la que directamente afecta a su vida. Sabe la teología espiritual que las experiencias concretas, según toda su trama interior y exte­rior, son una voz del Espíritu, que es preciso discernir. Abando­nar las preguntas que de una forma o de otra formula la expe­riencia religiosa es cerrarse al Espíritu y a los hombres, es aban­donar a éstos a una soledad poblada de miedos y temores en la que no está -el Espíritu, y es cerrar la puerta a la esperanza de la que viven.

y si esto es verdad, en la espiritualidad actual del culto, el tema de la reconciliación sacramental frecuente es uno de los que realmente preocupan. Sin juzgar en abstracto su grado de importancia, en la praxis no puede minimizarse, como veremos. En estas páginas pretendemos ver cuál es el estado actual de la cuestión, sobre todo desde la espiritualidad, y cuáles los posibles caminos que ayuden a vivir una auténtica penitencia cristiana.

l. SITUACIÓN ACTUAL

Antes de entrar en tema, y para entendernos, conviene hacer tres advertencias:

a. Reconciliación sacramental frecuente 1, hace referencia a

1 La terminologla penitencial, como se sabe, es muy variada. El sacramento en su conjunto ha sido nombrado casi siempre mediante el aspecto sacramental que

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la que tiene como objeto pecados veniales, imperfecciones, o pe­cados ya absueltos. Este tipo de reconciliación sacramental deben realizarla los religiosos, según la legislación vigente, cada quince días. A los laicos no se les preceptúa una frecuencia concreta. Estamos hablando, como puede verse, de 10 que desde hace años se ha llamado "confesión frecuente por devoción" 2.

b. El tema de la reconciliación sacramental frecuente no puede ser considerado dignamente sin tener como trasfondo el tema de la penitencia sacramental, aunque no sea frecuente. Cualquier solución que prescinda de este trasfondo estará llamada al fracaso.

c. La reconciliación sacramental frecuente puede ser estu­diada directamente desde campos diversos: dogma, moral, litur­gia, pastoral, espiritualidad 3. Difícilmente uno de estos campos podrá prescindir de los otros. Pero es normal que cada uno de ellos acentúe ciertos aspectos particulares.

1. Contestación y descenso. Es absolutamente inútil, más aún: es pernicioso y deshonesto, disimular la existencia de reali­dades que son evidentes.

Frente al sacramento de la reconciliación se ha dado en los últimos cincuenta años, y sobre todo en los últimos veinticinco, una seria contestación y un claro descenso 4. Es evidente que en

prevalecía en un momento determinado. Durante mucho tiempo se ha hablado de «confesión», significando no sólo el aspecto de manifestación de los pecados, sino todo el rito sacramental. Hoy prevalecen las denominaciones penitencia y reconci­liación. Nosotros preferimos esta última. En nuestro trabajo el lector sabrá captar, según el contexto, a qué nos referimos en cada caso.

, La expresión es evidentemente inadecuada y no tiene apoyo en la tradición. Sin embargo, no se ha encontrado otra que la supla con garantías de éxito.

s No es frecuente el tema de la penitencia sacramental en las revistas de espi­ritualidad -limitémonos a éstas como test concreto-, como no lo es, por otra parte, el tema litúrgico. Sí habría que decir, no obstante, que el famoso estudio de K. RAHNER, Vom Sinn der haüfigen Andachtsbeicht se pUblicó en una revista de espiritualidad, concretamente en ZAM 9 (1934), 323-336. En los últimos años quizá la única revista de espiritualidad que se ha ocupado extensamente del tema ha sido La Vie spirituelle, sobre todo en los años 1967-1968. Las demás revistas han dedicado algún artículo suelto. Pueden verse, como más importantes: E. DE

AÑEZCAR, Proceso a la confesión frecuente, en Revista de Espiritualidad 27 (1968), 192-207; F. WETER, Busse, Salcrament, chTistlicltes Leben, en Geist und Leben 46 (1973), 333-347. Acaba de aparecer este otro artículo, que no podemos incorporar: H. BACHT, Uberlegungen zur Erneuerung der Beichte. Lehre der Geschichte und ihre Konsequenzen für heute, en Geist und Leben 52 (1979) 17-31-

4 Para la historia de esta contestación y polémica subsiguiente, véase E. RUFFINI,

La prassi della (Confessione frequente di devozione», en La Scuola caUolica, 104 (1976), 307-338 (la polémica comienza en 1934). En este articulo puede encontrarse la moderna bibliografía pertinente.

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este movimiento teórico y práctico está involucrada la reconcilia­ción sacramental frecuente 5.

Este descenso se nota en todas las categorías de cristianos, si exceptuamos las monjas de clausura y asimilados. El descenso se nota más aún en la juventud y en los estamentos antes más afectos a la frecuencia: sacerdotes, religiosos y religiosas. Desde luego, la frecuencia cada quince días es papel mojado G.

En otro orden de cosas, las encuestas revelan que la crisis de fr·ecuenda se agudiza precisamente en personas que, huma­namente hablando (¡y de qué otra manera podríamos hablar!), son buenos cristianos y preocupados por motivar auténticamente su fe. Incluso comentarios poco románticos, capaces de denunciar como mecanismos de disculpa ciertas críticas a la reconciliación sacramental, reconocen: "es preciso notar, porque esto es lo que realmente inquieta y 10 que debe constituir problema, que el re­chazo de la confesión provie'ne también de los cristianos mejores y más generosos" 7,

2. Preocupadón. Esta situación, sabida de todos y disimu­lada de la mayor parte, engendra indudable preocupación. Es una preocupación generalizada, aunque por motivos diversos. Unos se preocupan porque ven en ello una prueba de decaden­cia religiosa, otros porque piensan que no somos capaces de su­perar algo ya pasado, y otros porque no se aclaran en su propia vida. La preocupación afecta quizá sobre todo a quienes tienen -o creen tener- responsabilidades en la materia (legisladores, superiores, etc.) y a quienes continúan acentuando unas catego­rías sacramentales eficacistas, claramente superadas.

Por nuestra parte, queremos asegurar que la preocupación

5 Basten estos dos autorizados testimonios: «en los últimos decenios se ha oído de vez en vez esa opinión que la confesión frecuente debe ser rechazada como desarrollo defectuoso de la vida espiritual>l (K. RAHNER, Sobre el sentido de la confesión frecuente por devoción, en Escritos de Teologia, 3. Madrid, Taurus, 19683 ,

P. 206). «En algunos circulos se pone en duda la legitimidad o por lo menos la conveniencia de la confesión frecuente)) (F. SEBASTIAN, Dimensión penitencial de la existencia cristiana, en Para renovar la penitencia y la confesión, Madrid, PPC, 1969, p. 23).

6 Tengo la pequeña experiencia de una encuesta realizada a religiosas jóvenes hace muy pocos años. No llegaba a un 10 % las que aceptaban teórica o práctica­mente esta disposición.

7 La Vie spirituelle, 119 (1968), 378-379, presentando los resultados de una en­cuesta al respecto. Creo de interés añadir esta constatación más reciente: «la re­pugnancia ante este sacramento se manifiesta con más frecuencia y más claramente allí donde el cristianismo se toma más en serio)) (Ch. DUQuoc, Reconciliación real y reconciliación sacramental, en Concilium, n. 61 (1971, 1) 25).

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no es intrascendente. Desde el momento en que los Papas la han sentido 'en su ministerio pastoral 8, un cristiano debe unirse a semejante preocupación. Habría que pedir, sin embargo, que junto a la preocupación tuviese lugar destacado el estudio serio de 10 que está sucediendo y se buscasen salidas airosas al tema.

3. Malestar. Quizá interese más aún que la preocupación que hemos de compartir con quienes aparecen como responsabi­lizados externamente en el tema, la preocupación que también hemos de compartir con quienes internamente padecen el males­tar que les acarrea esta situación. Porque el malestar se da. En muchos sectores de la vida cristiana, y de la vida religiosa en particular, la frecuencia de la reconciliación sacramental ha des­cendido casi espontáneamente, como algo instintivo, pero no sufi­cientemente motivado. Quizá tengan toda la razón al haber pro­cedido así -no es esto ahora 10 que interesa-, pero ciertamen­te han obrado sin una justificación adecuada. Se nota esto cuando para justificar la actitud que se mantiene, o que se soporta no sin creciente disgusto, se acude a tópicos y razones comunes. Se siénte la casi necesidad física de manifestar que se está obrando bien. Pero se nota desde el exterior que algo no procede: las per­sonas, muchas personas no logran superar un fuerte complejo de culpabilidad. El juicio emitido por Robinson ai constatar el fuerte descenso producido en la vida de oración vale también para el tema de la reconciliación sacramental frecuente: "dentro de la Iglesia, este fenómeno va unido a un fuerte sentimiento de culpabilidad, por 10 general inconfesa do" 9. Y no podemos olvi­dar que la honestidad y lealtad piden una actitud más motivada y menos acomplejada, cualquiera que sea la resolución que se adopte.

4. Motivaciones. Contestación, preocupación y malestar se producen en las personas cuando a la hora de meditar en la acti­tud correcta que deberán tomar se entrecruzan razones y senti­mientos diversos, ninguno de los cuales ha sido capaz de preva­lecer hasta anular los contrarios. Y esto 'es 10 que sucede a mu-

• Son conocidas las actitudes tomadas por Pío XII en Mystict corporis y Mediator Dei en la materia. Más recientemente se ha preocupado también Pablo VI en la Exhortación apostólica sobre la alegria y en la carta dirigida, a través del Secretario de Estado, a la XXVII Semana litúrgica nacional de Italia (Ecclesta, 35, 1975, 12).

9 Exploración en el interior de Dios, Barcelona, 1969, p. 176.

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ehos en el tema vital de la frecuencia de su reconciliación sa­cramental.

A. Motivaciones que defie'nden. Por una parte están aque­llas razones que han sido repetidas largamente y constituyen el fondo ideológico y espiritual de la formación recibida. Han sido razones que insisten en la frecuencia de la celebración sacramen­tal. Estas motivaciones, al menos en lo esencial, pueden reducirse a las siguientes:

- Fue'rza de la tradición. A pesar de que la tradición peni­tencial presente unas variaciones casi inimaginables 10, es cierto que en los últimos siglos se ha insistido, sobre todo desde la espío ritualidad que parece defensora a ultranza de la frecuencia, en la conveniencia de una celebración sacramental muy frecuente de la penitencia. Ya en las meditaciones clásicas de los siglos XVI y XVII -alimento general de los buenos cristianos y religiosos hasta no hace muchas décadas-, algunas de ellas estaban desti­nadas a poner "estima de la frecuencia de estos dos sacramentos [confesión y eucaristía]" 11. Sin tiempo aquí para seguir una tradi­ción de siglos, puede ser interesante, como manifestación de toda la tradición, recordar estas palabras de Columba Marmión, no muy antiguo, pero tampoco de nuestros días, hombre influyente y estimado, sobre todo entre el clero: "estoy convencido de que los sacerdotes que habitualmente difieren su confesión durante varias semanas, o quizá durante varios meses, carecen de la debi­da prudencia sobrenatural ( ... ). El sacerdote que se confiese muy de vez en cuando, pierde inestimables gracias de santificación y se expone al gravísimo peligro de caer en la tibieza" 12.

La tradición ha esgrimido dos bloques de razones justificati­vas: por una parte es un acto sacramental que perdona el pecado (o las reliquias del pecado) y aumenta la gracia; por otra, la as­cesis cristiana encuentra en ella unos valores fundamentales, re­sumidos en recto conocimiento de sí mismo, humildad, victoria

10 Un resumen extenso y actualizado, con buena bibliografía, puede verse en el excelente libro de J. RAMOS·REJlDOR, El sacramento de la penitencia. Reflexión teológica a la luz de la Biblia, la historia y la pastoral, Salamanca, Sígueme, 1975.

11 L. DE LA PUENTE, Meditaciones espirituales, Primera parte, Meditación XXX, advertencia previa. Entre los espirituales antiguos he querido escoger al P. de la Puente por el influjo que ha tenido hasta no hace muchas décadas en la formación y oración concreta de religiosos, religiosas y personas «piadosas».

12 C. MARMION, Jesucristo, ideal del sacerdote, Bilbao, Desclée de Brouwer, 1953, p. 136.

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sobre la negligencia y tibieza, purificación de la conciencia, forta­lecimiento de la voluntad, dirección de conciencia 13. Es evidente que estas razones han hecho pensar a muchos y les han inclina­do, aunque nada más sea por humildad, a mantener una tradi­ción que ya es de siglos.

- Magisterio de la Iglesia. En línea con la tradición. los últimos Papas han insistido en la conveniencia de la recon~i1ia­ción sacramental frecuente. Cuando comienzan a surgir contes­taciones a la frecuencia de la reconciliación sacramental, los Papas han reafirmado los bienes que encierra este acto y man­dan que se "elogien los frutos abundantes que aporta a la vida cristiana" 14. Incluso los religiosos, un campo en el que este ma­lestar es evidente y el descenso palpable, constatan cómo les en­cuadran en una frecuencia quincenal 15. Y todos los fieles pueden constatar que a ellos se dirigen estas palabras: "el uso frecuente y cuidadoso de este sacramento es también muy útil en relación con los pecados veniales" 16. Un cristiano no puede recibir estos testimonios con indiferencia. Y cuando chocan con ideas y senti­mientos distintos que habían brotado en su interior y que estaban en el ambiente hacen nacer el conflicto de conciencia.

- Redescubrimiento ecuménico. Se añade a las anteriores una razón de distinto género, quizá más llamativo y sorprendente. Parece innegable que desde hace años se está dando en el mundo cristiano no católico una actitud más favorable y positiva frente a la reconciliación sacramental, o, al menos, frente a ciertos as­pectos del sacramento que motivan el descenso entre los católi­cos 17. Es significativo que D. Bonhoeffer, un hombre poco sospe-

13 Mystici corporis (Cf. Ecclesia, 3 (1943), 330. Son los bienes recordados recien· temente por la Sagrada Congregación de Religiosos e Institutos seculares para la confesión quincenal en 1970, n. 2, citando en nota expresamente la Mystici corporis. Pablo VI añade en su Exhortación sobre la alegría: «paz y gOZO)), que son otros efectos también tradicionalmente recordados (ya lo hace el P. LA PUENTE, Medita· ciones espirituales, Primera parte, Meditación XXX, IlI, 2-3).

14 Mystici corporis, en Ecclesia, 3 (1943), 330. 15 Decreto de la Sagrada Congregación de Religiosos e Institutos seculares sobre

la Confesión de los religiosos, del 8 de diciembre de 1970 [Cf. Ecclesia, 31 (1971), 617].

16 Ritual de la Penitencia. «Praenotanda)) de la edición típica del Ritual romano de la penitencia, 7, b.

17 Cf. M. THURIAN, La confesión, Neuchatel, 1966. IDEM, La confesión en las igle· sias evangélicas, en Concilium, n. 24 (1967), 28-35. H. HOFLIGER, Die Erneuel'ung der evangelischen Einzelbeichte. Pastoraltheologische Dolcumentation zur evange· ¡¡schen Betchtbewegung seit Beginn des 20 Jahl'hundert, Freiburg Schweiz, Univer·

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choso para el diálogo moderno, haya escrito ya hace años estas palabras: "en mi opinión la mayor tarea de nuesto tiempo consiste en volver a convertir otra vez a la confesión privada en una fuen­te viva de fuerza para la asamblea" 18. Por otra parte, M. Thu­rían, ya desde hace años interesado en el tema de la reconcilia­ción sacramental 19, ha escrito no hace mucho: "en las comuni­dades de Taizé, en Francia, o Grandchamp, en Suiza, la práctica de la confesión y la absolución se ha hecho corriente en ocasión de los retiros" w. También en un tiempo en que el ecumenismo se ha convertido en voz del Espíritu estos testimonios no pueden ser despreciados, incluso aun cuando hubiera que perfilar bas­tante la teología sacramental que subyace a 'estos testimonios y otros.

B. Motivaciones que atacan. Por otra parte, sin embargo, quien se haya puesto este problema con sinceridad y espíritu de búsqueda, o quien haya tenido que estudiarlo, ha encontrado razones que no cree honesto ignorar o acallar, que repiensa con frecuencia y que se entreCTIlzan con las anteriores. Las más im­portantes, que no las únicas, podrían ser éstas:

- Fundamento débil y discutido. Cuando la frecuencia de la celebración sacramental comenzó a convertirse en objeto de discusión se cayó en la cuenta de que sus fundamentos no eran suficientemente claros y contundentes. Junto a un silencio total de la Escritura y una inexistencia absoluta -su existencia no es ni siquiera pensable- durante los cinco primeros siglos (i Y cinco siglos es un largo período de tiempo! Como desde el siglo quince a nuestros días), se vio que no pocos teólogos negaban la conve­niencia de este tipo de reconciliación, o al menos aseguraban que no se imponía, prácticamente desde todos los campos: dogmático, litúrgico y pastoral (si bien es verdad que desde los mismos cam-

sitlitsverlag, 1971. J .. J, VON ALLMEN, El perdón de los pecados como «sacramento)) en las iglesias de la reforma, en Concilium, n, 61 (1971, 1), 120·126 (con bibliogra­ría interesante).

18 D. BONHOEFFER, Sociología de la Iglesía. Sanctorum communio, Salamanca, Sígueme, 1969, p. 189, nota 117. Véase también cuanto dice este mismo autor en Vida en comunidad, Buenos Aires, Editorial La Aurora, 1966 (original de 1939), pp. 111-122 (aunque no pocas cosas son discutibles).

19 Of. La Confession, Paris, 1953, 20 M. THURIAN, La confesión en las iglesias evangélicas, en Concillum, n, 24

(1967), 34,

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pos otros teólogos mantenían la conveniencia y su fundamento o al menos su no repugnancia) 21. El P. Rahner, defensor, con argumentos distintos a los tradicionales de la confesión frecuente por devoción, escribía: "la apología de la confesión frecuente ha llamado continuamente la atención sobre las características de tal confesión, que parecían apropiadas para darle sentido. Son sobre todo la dirección espiritual, el perdón de los pecados y el aumen­to de gracia. De hecho, estas cosas son dadas con la confesión frecuente por devoción. Sin embargo, es dudoso que esas razones expliquen suficientemente la función autónoma y propia de tal confesión en la vida espiritual" 22. Otros autores serían más duros que el P. Rahner en su argumentación y más radicales en sus con­clusiones.

- Una tradición a superar. Hemos enumerado ya los va­lores que la tradición espiritual descubre en la reconciliación sa­cramental frecuente, valores que los Papas han hecho suyos. Hoy se insiste en que esos valores, que efectivamente podrían darse en una celebración cuidadosa, se viven mejor en formas actuales extrasacramentales. Estos beneficios están garantizados, y con cre­ces, en nuevos aspectos de la vida cristiana. La puesta en común, la revisión de vida, corrección fraterna, discernimiento comunita­rio, etc., en práctica en los actuales movimientos y en la vida comunitaria son preferibles en orden a conseguir los beneficios enumerados, a la confesión frecuente. Por poner un ejemplo: es posible que ciertos confesores hayan endurecido la conciencia de quienes con ellos se confesaban, en lugar de haberles ayu­dado a purificarla. Sin embargo, es más difícil que ese endureci­miento se pueda dar cuando los que intervienen en una puesta en común o en un discernimiento comunitario pueden contrastar más ampliamente sus opiniones. Si ciertos métodos del pasado -métodos de fe en una persona- eran antes aceptables, hoy pueden ser denunciados como inapropiados y ciertamente como menos apropiados que otros. No se trata de negar la necesidad de que las personas lleguen a tener una conciencia delicada ni de querer suprimir unas virtudes fundamentales. Se trata de ver cuáles son los caminos pedagógicos y vitales más convenientes y adecuados.

21 Cf. E. RUFFINI, l. c. en nota 4, pp. 310-316. 22 K. RAHNER, Sobre el sentido de la confesión frecuente por devoción, en Escri­

tos de Teologia, 3, Madrid, Taurus, 1968', p. 208.

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Debilidades vencidas. La reconciliación frecuente, en su versión tradicional de reconciliación privada, no parece ser capaz de superar un fuerte juridicismo del que siempre se resintió. Tampoco parece casi posible superar un individualismo muy fuer­te, que no va de acuerdo con el carácter eclesial del sacramento. y por último, difícilmente puede escaparse de la rutina que en­gendra. Saber que abstractamente esto es superable, no quiere decir nada. Hay que superarlo en la práctica. Aquí la superación pasa por el descenso, y quizá por la supresión.

5. ¿Superación del malestar? Probablemente, no. Ya diji­mos que el malestar surge precisamente cuando se encuentran razones contrapuestas que 110 son capaces de acabar con otras. A muchas personas les atormentará el temor de estar también ellas entre quienes abandonan este sacramento, porque "se ha hecho más difícil la fe en Dios, el sentido del pecado y de la con­versión, el significado de la mediación de la iglesia en el encuen­tro del hombre con Dios" 23. Incluso muchas personas no serán capaces, al menos de momento, de rechazar la tentación de pen­sar si realmente su actitud no responde a "falta de virtud". Han meditado con frecuencia que la confesión cuesta mucho, que en ella se descubren "las cosas secretas que le han de humillar y causar grande vergüenza y confusión" 24, y aunque honestamente crea que el descenso en su caso no se funda en estas razones, piensa, no obstante, si no hay dentro de ellas mecanismos de defensa que 10 único que intentan es justificar su modo de pro­ceder. Saben que siempre fue necesario apoyar con razones la confesión frecuente dada su dificultad y repugnancia instintiva; y piensan si 10 que está sucediendo ahora no es negar precisamen­te esas razones, porque 10 que se busca es renunciar a la recon­ciliación sacramental 25• Por eso, el malestar continúa en muchas personas.

23 A estas motivaciones achaca en buena parte J. RAMOS-REJlDOR la decadencia de la penitencia sacramental cf. El sacramento de la penitencia, o, c., p. 45).

24 L. DE LA PUENTE, Meditaciones espirituales, Primera parte, Meditación XXX, 1, 1. 25 El mismo P. LA PuENTE escribía: «se ha de considerar cuán excelente obra

sea el acto de la confesión para aficionarse más a ejercitarla y frecuentarlM (lb., Meditación XXX, II, 1. El subrayado en nuestro).

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n. CAMINOS DE RECONCILIACIÓN

¿Qué hacer frente a esta situación? Desde luego, intentar su­perarla con éxito. Cosa nada fácil, por otra parte. Dos circuns­tancias parecen dificultar más de lo previsible este espinoso ca­mino: la relativa pobreza de la teología penitencial, denunciada ya hace años 26, y la dureza con que el magisterio de la Iglesia parece pronunciarse siempre que se tocan estos temas de teología penitencial 27. No es que el teólogo esté aquí con las manos ata­das, pero indudablemente las tiene menos sueltas que en otros campos, y lo normal es que prefiera jugar en ellos,

l. Consideraciones elementales para una solución. Si que­remos llegar a ciertas soluciones con alguna probabilidad de éxito es preciso que nos detengamos en algo que además de elemental bien pudiera ser lo fundamental. Estas consideraciones pueden reducirse a cuatro:

a. Reconciliación. No olvidemos que éste es nuestro obje­tivo supremo. Ninguna modalidad puede obscurecerlo o impedir­lo, sino ayudarlo. Reconciliación expresa una realidad negativa presente y, principalmente, un deseo futuro. La negación presen­te no es más que ausencia de un futuro mejor. Si hay algo que re­conciliar es porque está des-conciliado, roto, separado; es que todavía estamos lejos de ese futuro cualitativo a que nos llama insistentemente la Palabra de Dios. La reconciliación persigue este futuro como adhesión y acogida sincera de la misericordia de Dios, siempre deseoso de darle al hombre el cambio que le transforme.

26 El P. A.-M. ROGUET escribía en 1958: <muestra teología y nuestra pastoral de la penitencia son con frecuencia mezquinas y cojas» (El sacerdocio de Cristo, la remisión de los pecados y la confesión frecuente, en La penitencia en la liturgia, Salamanca, Sígueme, 1966, p. 144. Es evidente que desde entonces se han multipli­cado también los estudios sobre la penitencia. Bastaría para ello citar algunos de los boletines más importantes [referiré solamente tres: J.-P. JOSSUA (y otros), Bulletin de théologie: crise et redécouverte du sacrament de pénitence, en Revue de sciences philosophiques et theologiques, 62 (1968)" 119-142; F. FuNKE, BiblJogra­fla sobre la confesión en los últimos diez años, en Concilium, n. 61 (1971, 1), 127-136; 1. RoDRíGUEZ, Guión bibliográfico sobre el pecado y la penitencia (1950-1970), en El sacramento de la Penitencia. XXX Semana española de Teología, Madrid, CSIC, 1972, 7-47]. Sin embargo, creo que puede aplicarse a la Penitencia lo que se ha dicho de los sacramentos en general: es la parte de la teología menos renovada.

27 A pesar de los estudios realizados sobre el Concilio de Trento, varios cánones continúan haciendo no poca dificultad al estudio en profundidad de este sacramento.

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La reconciliación es así una gracia constante, una llamada que es donación permanente y gratuita, y una tarea que es no menos constante y trabajosa. Olvidar esto es salirse de la reali­dad divina y de la humana. Como tarea de aproximación a ese futuro que nos llama, incita y exige el acercamiento, la reconci-­liación consiste en hacer la paz entre lo que aún está lejos y los que estamos aquí. El juicio que fundamenta y dirige la reconci­liación es la cruz de Jesús, o Jesús crucificado. Como juicio im­placable de los criterios del mundo, Jesús crucificado llama a ponerse a la sombra de la cruz.

y éste es un proceso de todos los días y de todas las horas. A veces se considera la penitencia o reconciliación como proceso de recuperación de los fallos operados en la opción bautismal 2". Si evidentemente la penitencia o reconciliación ha de ponerse en línea bautismal (no hay otra metodología lógica y lícita), quizá fuera preferible, al menos como enunciación, decir que se trata de un proceso de acercamiento a la plenitud de la fe bautismal. De todas formas, lo realmente importante es este acercamiento vital, existencial: que nuestra vida vaya siendo configurada por el ideal que el bautismo no realizó, pero al que sí llamó desde el poder misericordioso de Dios y la debilidad del hombre. Cada paso hacia adelante es un paso de reconciliación, de acercamiento, de acortamiento de una distancia que nos juzga y nos condena, a la vez que nos invita y nos llama.

Es para preguntarse si no hemos infravalorado el sentido re­conciliador de la existencia, estrechando excesivamente la reali­zación de la reconciliación y prácticamente creyendo que ésta tie­ne lugar en la celebración sacramental sin más. A veces da la im­presión de que preferimos la figuración o simbolización de la reconciliación -simbolismo con frecuencia vacío y consiguien­temente nulo- a la reconciliación real. Ciertas ideas sobre la eficacia del sacramento, insistencias en el opus operatum 29, y

2B Así, M. VIDAL, Hacia una «nueva» teología y pastoral de la reconciliación, en Biblia y Fe, 5 (1979), 74. Es evidente que esta referencia al bautismo es elemen­tal; no hay otra referencia inicial posible, si queremos centrar la penitencia.

29 No estaría de más que algunos repasasen lo que significa el opus operatum. Ultimamente ha resumido así L. BOFF lo que ya es común: «la expresión 'ex opere operato' quiere decir: la presencia infalible de la gracia en el mundo no depende de las disposiciones subjetivas sea del que administra, sea del que recibe el sacra­mento. Ella está presente en el rito sagrado y patentiza el hecho de fe de que en Jesucristo, Dios pronunció un sí definitivo a los hombres. Ese si de Dios no es puesto en contingencia por la indignidad humana: es definitivamente victorioso» (Los sacramentos de la vida, Santander, Sal Terrae, 1977, p. 108).

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quizá algunas de las que insisten excesivamente en el simbolismo sacramental pueden nevar a esta conclusión. Puede ser éste un error de base, que nunca acabamos de vencer, y que bien pudiera anular cualquier otro intento serio de buscar una salida a la recon­ciliación.

b. Reconciliados para reconciliar. Donde falte la concien­cia de una necesidad de reconciliación falta la posibilidad de re­conciliación en la línea apuntada arriba. Quien piense que ya nada hay que reconciliar, puesto que estamos reconciliados, aspi­rará a celebrar la reconciliación como victoria ya lograda, pero nada más. Y esto pudiera mediatizar un concepto de reconcilia­ción, y por lo tanto destruirla.

En cristiano es verdad que estamos reconciliados: "en Cristo está Dios reconciliando al mundo consigo" (2 Ca 5, 19). Y en éríSfiano es también verdad que aún nos queda mucho por re­conciliar: "en nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Diosl" (2 Ca 5, 20). Siempre estaremos entre el ya y el todavía no. El catolicismo ha insistido en el ya (aunque su práctica parez­ca denunciar 10 contrario); el protestantismo en el todavía no. El catolicismo insiste en ,el iustus; el protestantismo en el peccCitor. La teología de la esperanza tiende a aoentuar el todavía no; inclu­so cree que hay que superar ese aparente equilibrio que hemos querido lograr entre -el ya y el todavía no, insistiendo en que fun­damentalmente somos futuro, porque en realidad en ese desequi­librio es donde se encuentra la verdad. Lo cierto es que el mismo concilio Vaticano n, sin atreverse a llamar pecadora a la Iglesia, la considera "necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación" 30.

Nadie puede, pues, renunciar legítimamente a la necesidad de reconciliación. Incluso diríamos que nadie debería renunciar a encarnar la reconciliación en gozo y tristeza serena. Con justicia nos lamentamos de ese infierno del miedo y temblor en que con frecuencia ha sido convertido el confesionario. Con justicia se quejan algunos de esa apariencia de "boite" en que desearían convertirlo otros. La reconciliación, precisamente porque es un proceso y está siempre en camino, es celebración siempre ampu­tada, imperfecta, casi desgraciada e inevitablemente superficial.

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Mientras vivimos en proceso celebramos lo que tenemos -lo que nos dan- y lamentamos y esperamos con cierta nostalgia lo que nos prometen y nos falta. Es como el encuentro festivo en que nunca falta la ausencia de una persona querida con quien habríamos deseado encontrarnos.

c. El mundo a reconciliar. La tarea de reconciliación re­cae sobre lo único que necesita reconciliación: el mundo en todos sus aspectos. La reconciliación no dice relación ni única ni prefe­rente a la dimensión interna del hombre. La reconciliación no es una tarea pietista. De momento no <~s preciso investigar y descu­brir lo que está suficientemente descubierto para quien no se niegue a la evidencia: sin acusar a nuestros antepasados de abso­luta ignorancia acerca del carácter social del pecado y de su en­carnación en las estructuras del mundo, sí hay que reconocer que pecado y penitencia eran considerados casi exclusivamente como algo que se agota en la intimidad personal. No aduzcamos tam­poco aquí los cuatro casos de personas que rompieron el molde en todas las épocas; es verdad que existieron, y son ellas precisa­mente las que demostrarían que lo ordinario no era eso. En la penitencia lo que contaba, ya desde el examen de conciencia, era el Creador, el penitente y el confesor en cuanto representante de Dios 31.

Evidentemente esta postura no era correcta. El pecado es una respuesta negativa e insuficiente -en realidad, no respuesta- a una persona que está presente en la historia cambiante de los hombres, una persona a quien nada es indiferente y en quien no existe el olvido, una persona tan empeñada en la vida de los hombres y en la perfección de todo lo que les rodea y en lo que andan metidos que se siente herido en su amor con una pas­mosa facilidad.

y si todo esto es verdad, entonces también lo es que debemos acentuar el carácter reconciliador de muchos actos que nada tienen que ver con los que llamamos reconciliadores. Ser ministros de la reconciliación puede tener evangélicamente, un sentido am­plio y un campo de proporciones casi desmesuradas.

d. Comunidad evangélica, único mundo. El Evangelio en cuanto Buena noticia de yen Cristo, y en cuanto exigencia de se­guimiento es el único lugar en que el cristiano puede moverse con

31 L. DE LA PuENTE, Meditaciones espirituales, primera parte, Med. XXXI, 1.

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la necesaria libertad. El hombre y el mundo a reconciliar son el hombre y el mundo según el Evangelio. Esta referencia al Evan­gelio -ciertamente en su p1uriformidad- parece necesaria, tan­to teológica como psicológicamente, para una celebración sea del ya como del todavía no reconciliador. Esta exigencia se constata fácilmente en la celebración comunitaria, mientras se esconde en la celebración privada. Sería difícil concebir la participación en la alegría de uno de los miembros desde lo que otro piensa que es objeto de lamento, y viceversa. Sólo una existencia desde la fe puede hacer posible -repito que dentro de la pluriformidad~~, un mínimo de comunitariedad en la que sea posible la recon­ciliación.

2. Caminos de reconciliación. No olvidemos que andamos con el problema de la frc'cuencia de la reconciliación sacramen­tal. Por nuestra parte no 10 olvidamos. Posibles caminos para solucionar el malestar existente podrían hipotéticamente ser:

a. Enriquecer el presente. La tendencia normal en mu­chos estamentos consiste en admitir la realidad tal como existe (frecuencia de la reconciliación sacramental privada) perfeccio­nándola en su vida interna para que la celebración sea cuidadosa y eficaz. Este tipo de solución no podrá renunciar a una poten­ciación y purificación de los actos del penitente para que no de­generen en rutina o patología 32. Tampoco podrá renunciar a asi­milar aquellas verdades encerradas en el sacramento de la peni­tencia y que han sido olvidadas con frecuencia en otros tiempos33.

Es presumible que éste continúe siendo el camino a seguir en ciertos ambientes, que no es preciso nombrar. Y es presumible

32 En este sentido, y desde la psicología actual, resulta muy interesante el estu· dio de A. VÁZQUEZ FERNÁNDEZ, Psicologla de la confesión, en Estudios, 27 (1971), 379·410.

3' Todavía continúan siendo interesantes las páginas de K. RAHNER, Verdades olvidadas sobre el sacramento de la Penitencia, en Escritos de Teologla, 3, Madrid, Taurus, 1967', pp. 147·188. En este sentido podemos decir que el sacramento de la reconciliación tiene suerte, pues desde hace tiempo se insiste expresamente en que no puede existir sacramento de la penitencia sin virtud de la penitencia. Hasta la teología sistemática va por aquí: «el tratado de la p[enitencia] tiene en su forma ordinaria una ventaja esencial sobre los tratados relativos a los demás sacramentos: casi siempre se ocupa también del lado subjetivo del sacramento, de la virtud de la p[enitencia]» (K. RAHNER, Penitencia, en Sacramentum Mundi, 5, c. 425). Para este enriquecimiento sacramental hay que tener en cuenta las opor· tunas palabras del actual ritual de la Penitencia: «la celebración de este sacra· mento es siempre una acción en la que la Iglesia proclama su fe, da gracias a Dios por la libertad con que Cristo nos liberó y ofrece su vida como sacrificio espiritual en alabanza de la gloria de Dios y sale al encuentro de Cristo que se acerca» (7, b).

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también que parezca que éste es el camino que defiende siempre la espiritualidad. Pero esto no es tan verdad como pudiera pa­recer.

Esta posibilidad de vivir la reconciliación recuerda ciertas verdades importantes, que no podrán faltar en cualquier tipo de celebración o vivencia penitencial que se intente. Es más, si estas verdades faltasen no se habría conseguido nada con cualquier po" sible reforma. Pero lo normal es que con sólo este enriquecimien­to interior no se supere el justo malestar que domina hoy en la reconciliación sacramental frecuente. Hay que suponer, con sufi­ciente base, que muchos de los que actualmente sienten este mal­estar llevan mucho tiempo viviendo en profundidad todos esos valores, y sin embargo no han logrado superar el malestar que confiesan. Piensan que se ha estrechado demasiado el camino de la reconciliación y se ha potenciado excesivamente una forma con detrimento de otras.

b. Celebraciones comunitarias. Ya el concilio vaticano II había indicado claramente que "siempre que los ritos, cada cual según su naturaleza propia admitan una celebración comunitaria, con asistencia y participación activa de los fieles, incúlquese que hay que preferirla, en cuanto sea posible, a una celebración invidual y casi privada" 34. El actual Ritual de la Penitencia va en la misma lógica. El Episcopado español ha citado el testimonio conciliar para indicar claramente que en la penitencia tiene lugar su aplicación 35. Por lo tanto no habrá disculpa alguna para quien se resista a preferir la forma comunitaria a la plivada.

Es cierto que no se quieren exclusividades. Las Orientaciones doctrinales y pastorale'S del episcopado español indican que "la educación del sentido penitencial y la introducción correcta de las formas de reconciliación de los penitentes, piden una cierta complementariedad de los diversos tipos de celebración" 36. Pero si algo se intuye es la progresiva remoción de la forma privada. Parece como que ésta debiera permanecer mientras una educación al sentido comunitario no haya progresado y mientras no se

34 se 27 35 Dicen expresamente las Orientaciones doctrinales y pastorales del episcopado

español: «el criterio conciliar de preferir a la celebración individual y casi privada, la celebración comunitaria siempre que un rito lo admita (Sacrosanctum Conclllum 27), se aplica al sacramento de la penitencia dando preferencia, en principio, a la celebración de la reconciliación de varios penitentes con confesión y absolución individuah> (n. 70).

36 lb., n. 82.

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hayan introducido ya las formas comunitarias. En este sentido no parecen exageradas propuestas de moralistas como ésta: "la celebración individual debería ir estableciéndose, sin brusquedad, como una excepción. Esta modalidad "individualista" debería llegar a desaparecer, aunque por el momento haya que respetar a las personas que la practican" 37,

En cuanto a los ritmos de celebración no es indiferente cuan­to establecen las mismas Orientaciones: "por lo que se refiere a la frecuencia de las celebraciones, es conveniente que se ofrezca un ritmo apropiado para las celebraciones comunitarias (dr. 32), y que se den oportunidades suficientes para las celebraciones indi­viduales, a las cuales es prácticamente imposible señalar un ritmo en general. En definitiva, la fIecLlencia de la celebración de la penitencia depende del sentido penitencial del cristiano, y éste se nutre de la vida de fe, en el interior de una Iglesia que escucha con atención el Evangelio" 38. Estas matizaciones de la Conferen­cia episcopal dan mucho juego. Hay que suponer que cada uno se atendrá a unas palabras y quedarán en letra muerta. Pero en sí, son un indudable avance.

Habría que preguntar sinceramente si quienes más perplejos parecen estar ante el descenso de la reconciliación frecuente no son quienes apenas tienen idea de lo que es una celebración comunitaria después de varios años en práctica como preferen­cia de la Iglesia.

Pienso, sin embargo, que tampoco esto va a solucionar el pro­blema del malestar existente. Al menos, si la frecuencia no queda muy reducida -cuatro o cinco veces al año- y que la misma teología ansía reducir todavía esa especie de plenipotencia recon­ciliadora que se concede en teoría y en la práctica a la actual reconciliación sacramental.

c. Caminos extrasacramentales. Los caminos extra sacra­mentales 39, 'en parte son nuevos y en parte muy conocidos, aun­que quizá de ellos no se hayan intentado sacar las consecuencias que encierran. AquÍ querríamos, ante todo, insinuar si no debe­mos superar la estrechez y predominio de 10 hoy llamado estric-

37 M. VIDAL, Hacia un <!nueva» Teología y Pastoral de la reconciliación, en Biblia y Fe, 5 (1979), 80.

38 Orientaciones doctrinales y pastorales del espiscopado español, n. 82. 39 Llamamos extrasacramentales a los que no entran en el actual rito sacramental

según las determinaciones y precisiones de la autoridad eclesiástica.

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tamente sacramental en beneficio de una vida penitencial y de unas celebraciones 110 consideradas actualmente como sacramen­tales, pero que no se acaba de ver en qué tienen que envidiar a las sacramentales. Y precisamente esto será 10 que ponga unos problemas realmente difíciles no sólo de solucionar, sino incluso de formular. Vayamos por partes con estos caminos extrasacra­mentales, complementarios, pero no por ello menos caminos:

- Reconciliación existencial. Hay que insistir fuertemente en que la vida reconciliadora es la mejor reconciliación. Toda acción de progreso en el bien, dentro de las coordenadas antes enumeradas, debe tener en el hombre. siempre pecador, un pues­to no inferior él cmllql1ier otro. Y este tipo de reconciliación es auténtico, no queda mediatizado; en sí no necesita de ningún otro Su valor no le viene de cualquier referencia anterior o pos­terior a 10 que podría ser una reconciliación sacramental.

No queremos decir que lo que interesa es la vida, porque la expresión no sería correcta, o al menos podría ser equívoca. Pero sí hay que acentuar ciertos aspectos existenciales que, no como táctica, sino como "una cuestión de amor fraternal real y sincero" 40, pudieran centrar la reconciliación en unos términos claramente de reconciliación con Dios y con los hombres.

Creo que vienen perfectamente a cuento estas fuertes pala­bras de Schillebeeckx, elementales por otra parte, y en contexto sacramental: "los hombres, digámoslo sin rodeos, están hartos de nuestros sermones. Ellos buscan una fuerza para la vida, y un sentido que le comunique esta fuerza. No se puede hacer que se estimen los valores y una fuerza superiores, sino haciéndoles pre-· sentes por la acción. Los cristianos deben mostrar a los hombres que el cristianismo es una fuerza que transforma la vida. El re­proche del profeta Amós nos alcanza a nosotros con harta fre­cuencia : 'No qui,ero mirar a vuestras ofrendas pacíficas y vues­tros terneros cebados. Lejos de mí el ruido de vuestros cantos, no quiero oír el sonido de vuestras arpas ( ... nuestros órganos). Haced que el derecho corra como el agua, y la justicia como un torrente que no se agota jamás' " 41. Junto a estas palabras cita­das de Amós podrían siempre citarse las de IsaÍas (18 1, 15 ss) y en general las de los profetas. Y estas palabras, si no sirven en

40 E. SCHILLEBEEC"X, Cristo, sacramento del encuentro con Dios, San Sebastián, Dinar, 19663, p. 239,

41 lb.

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nuestro contexto para criticar nuestra reconciliación sacramen­tal, sí sirven -yen este sentido las citamos- para dignificar e insistir en una reconciliación existencial muy esperada siempre por Dios y por los hombres.

- Los múltiples caminos de la tradición. La tradición cris­tiana ha conocido y recomendado múltiples caminos penitencia­les, que es preciso actualizar y reencarnar constantemente. Los tres caminos clásicos. -y bíblicos-: ayuno, oración, limosna se convirtieron en nueve (nuevos o simple desglosamiento de los an­teriores) en los catecismos clásicos (v. gr. Astete), y toda época debe tener imaginación suficiente para recorrer su propio cami­no penitenciil1.

En estos caminos los hay que podrían considerarse íntimos y personales y otros que tienen lugar más al exterior. Entre los ca­minos más personales o privados debe estar siempre el sordo cumplimiento del deber y el encuentro sincero con la persona ofendida. Si queremos ejercitar la humildad -y es sólo un ejem­plo- aquÍ tenemos un lugar más costoso, y más evangélico, que el acercamiento a una tercera persona desconocida. Entre los caminos que aparecen más al exterior aparecerá la caridad y la justicia, la honradez y la paz, la fortaleza y la sinceridad, la parti­cipación y la comunión más cercana. En un mundo tan movido como el nuestro sobrarán ocasiones permanentes y esporádicas para hacer de ese ayuno, oración y limosna una morada vital.

- Celebraciones reconciliadoras. Nos referimos ahora a las que no reciben el nombre de sacramentales. La reconciliación existencial -o la existencia como reconciliación-, y los medios clásicos de reconciliación (todo ello auténtica reconciliación) no elimina unos actos fuertes y específicos cuyo centro sea la procla­mación, desde la fe y en la comunidad, de la misericorclia de Dios y la confesión del propio pecado. Podría ser un error grave y sutil prescindir de estos actos, incluso del que más suele moles­tar y que parece continuar siendo obsesivo con demasiada fre­cuencia: la manifestación de nuestros pecados a los demás. Bonhoeffer ha escrito con razón: "al efectuar la confesión de los pecados, frente a frente con el hermano cristiano, se entrega el último reducto de la auto justificación" 42. Hay demasiada sober­bia por nuestra parte al huir de la humilde confesión de nuestros

42 D. BONHOEFFER, La vida en comunidad, pp. 113-114.

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pecados, hay mucho escándalo farisaico y una elemental caren­cia de eclesialidad en la comunidad "piadosa" que se muestra incapaz de escuchar y acoger al pecador en cuanto tal, y hay en todos una ignorancia profunda de que la Iglesia es comunidad de pecadores con pecados no abstractos, sino muy concretos. Celebrar nuestra fe es celebrar también esta dimensión de la misma, tan real como cualquier otra. Y es preciso que superando inhibiciones perfectamente superables reconozcamos que si no somos capaces de confesar nuestros pecados, es que somos muy orgullosos 43 y que vivimos, sin quererlo reconocer, una grave sole­dad interior 44. No existe otra razón profunda para las celebra­ciones penitenciales en reuniones específicas que nuestra ec1esiac

lidad. Pero esta razón no puede ser negada so pena de apartarse de la propia comunidad eclesial.

A la hora de pensar en celebraciones penitenciales no estará demás recordar este criterio: "en el aggiornamento de la peni­tencia eclesiástica no debemos preguntamos solamente si un de­terminado modo de proceder implica una verdadera remisión de los pecados, sino que debemos buscar el modo que mejor pro­mueva el progreso de los fieles en la participación del misterio de Cristo. En efecto, según la bella definición de la Constitución apostólica Paenitemini, la penitencia es 'un acto religioso, perso­nal, que tiene como término el amor y abandono en el Señor'. Entre las varias posibles formas del aggiornamento hay, pues, que preferir las que no solamente borran de algún modo la culpa, sino que sirven para aumentar la fe viva en la lucha cotidiana de todos los cristianos contra el pecado" 45.

Las celebraciones comunitarias penitenciales no sacramenta­les parecen haber quedado reducidas a paraliturgias penitenciales. Son útiles y convenientes, y también de ellas se debería haber hecho más caso. Es una ocasión casi perdida, de la que se nos puede pedir cuentas. Pero no hay razón para limitarse a ellas, ni tampoco para que no puedan ser preferidas otras formas si se pl'esentan como más adecuadas. Si algo demuestra la historia de la penitencia es el pluralismo de sus formas y cambios que

" Escribió LUTERO: «si eres demasiado orgulloso para confesar los pecados, dedu· cimas que no eres cristiano y conviene que tampoco participes del sacramento de la cena».

44 Escribe D. BONHOEFFER: «el que se queda solo con el mal que hay en él, se queda completamente solo» (La vida en comunidad, p. 111).

45 Z. ALSZEGHY, L'aggiornamento del sacramento della Penitenza, en La Civilta caftolica, 119 (1968, JI), 148.

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se notan en su celebración, cambios sin duda alguna más revo­lucionarías de los que nosotros pudiéramos introducir en nuestros días. Tendríamos que tener como cierto que el escándalo en los cambios penitenciales hace ya siglos que fue superado, y que nosotros no introduciremos cambios tan llamativos como los que introdujeron nuestros antepasados. Ni las expresiones peniten­ciales del Evangelio (Jn 20, 22-23; Mt 18, 19), ni la expresión más general de Santiago (Sant 5, 16), ni la praxis apostólica im­ponen formas concretas. A 10 sumo, reconozcámoslo, testimonian formas que no están en boga entre nosotros (Mt 18, 15-17), por­que no nos atrevemos a vivirlas.

Si queremos descender a formas concretas no podríamos olvi·~ dar las que tienen lugar en la celebración eucarística 46 -sobre todo en celebraciones de grupos-, en la liturgia de las horas -fácil de realizar-, y en reuniones de equipos, reuniones tanto particulares como más generales. Las revisiones de vida pueden ser momento adecuado, y en no pocos casos ya lo son. Estas cele­braciones introducen la penitencia en ambientes normales, en contextos no artificializados.

3. Dificultades y aclaraciones. Cuanto precede no supone una novedad especial. A lo sumo podría suponerlo conceder la categoría de celebraciones penitenciales a las revisiones de vida. Por eso también cuanto precede es perfectamente admisible. Pero me temo que 10 sea sólo en el caso de que junto a lo que precede se ponga también la frecuencia de un acto sacramental concreto. y es precisamente lo que aquí nos permitimos insinuar como dudoso y no esclarecido: que además de cuanto precede sea opor­tuno tener otras celebraciones de las hoy consideradas como estrictamente sacramentales, y menos si son frecuentes (tres o cuatro celebraciones sacramentales parroquiales o congregacio­nales son perfectamente comprensibles y hasta muy convenientes, aunque no sean necesarias). Nos parece que tales celebraciones sacramentales, en los casos en que haya tenido lugar cuanto aquí proponemos, no tienen sentido.

" Por ser un tema que desborda nuestras intenciones no tratamos aquí de las relaciones entre eucaristía y penitencia (tema al que también se hace referencia cuando se habla de la confesión frecuente por devoción). Tampoco abordamos el tema de la l'itualización penitencial dentro de la celebración eucarística en práctica por lo menos hasta el siglo XV, aunque ésta hubiera podido ser una buena ocasión para ello (cf. el interesante estudio de A. NOCENT, L'acte penitentiel du nouvel «ardo Missae»; sacrement ou sacramentel?, en Nouvelle revue théologique, 91 (1969). 956-976.

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El P. K. Rahner, después de haber socavado el fundamento que muchos habían creído consistente, ha tratado de levantar otro, que él honestamente cree resistente (todo será que a otros no lo parezca, y que se queden sin uno ni otro). Su argumenta­ción, asumida normalmente, puede reducirs·e a cuanto sigue:

"también la confesión de devoción, como cualquier otra actividad sacramental, encuentra su verdadera justificación en la economía salvífica que siempre ha visto a Dios darse a la humanidad en forma visible mediante epifanías históricas. Esta economía, que ha encontrado su máxima actuación en Cristo, se prolonga en la 'Iglesia y en los sacramentos; en el sacramento de la penitencia qne ha sido instituido para el perdón de los pecados, el Dios que perdona por amor se manifiesta y se encuentra con el pecador, y es perfectamente justificable que también quien sólo tiene peca­dos veniales busque al Dios que perdona precisamente allí donde le viene al encuentro precisamente bajo este aspecto. En sustancia, el que recurre a la confesión de devoción testimonia que el perdón de los pecados y la progresiva superación de la inclinación al mal es siempre y sobre todo un don gratuito de Dios y no una simple conquista humana; en el sacramento es Dios mismo quien ofrece su perdón y ningún otro medio puede garantizarlo con mayor cer­teza" 47.

A esta argumentación podrían hacerse no pocas observacio­nes. Bastarán de momento unas preguntas y una constatación. Las preguntas son éstas: ¿Puede haber algún acercamiento de Dios al hombre que no sea reconciliador? ¿Tiene realmente im­portancia tratar de precisar si hay unos conductos expresamente creados para venir al encuentro del pecador en cuanto tal? ¿Cuá­les son realmente las presencias visibles de la gracia entre los hombres? Reducirlas a la presencia simbólica sacramental e in­cluso acentuar estas presencias frente a otras aparentemente más humanas es acrecentar resabios y dudas muy razonables en quie­nes llevan el peso del día y del calor como si ellos no sirviesen para nada. Da la impresión de que la Iglesia continúa aumentan­do dicotomías y artificialidades, de que tiene puntos de refer·en­cia "espirituales" como genes por los que trasmite una vida, y no tiene escrúpulo en considerar fuera de su grey, o muy aleja­dos del oentro del redil, a quienes menos suerte han tenido en la

47 Tomo el resumen, por su claridad, de E. RUFFINI, l. e., P. 311. RAHNER, Y tam­bién RUFFINI, añaden otras dos razones eclesiales, que a veces pueden presentarse como más importantes, pero que en realidad no lo son tanto: carácter eclesial del pecado y de la reparación.

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vida, a pesar de que por otra parte sean considerados como pre­dilectos de Dios.

La constatación puede ser ésta: en ninguna celebración peni­tencial extrasacramental se considera venir el perdón de la acción humana; en todas ellas se confiesa la gratuidad del don de Dios. y que esta gratuidad sea significada mejor por el sacramento es algo que no deja de ser una opinión respetable, pero puede no pasar de ahí.

Más importante que cuanto precede es preguntar con since­ridad, y con deseo de esclarecimiento, si no laten en todo este tema tres cuestiones, que podían ser:

a. Qué es un sacramento. Podría ser poco adecuado decir sin más que no sabemos 10 que es exactamente un sacramento. Pero quizá no 10 sea tanto si acudimos a quienes pueden hablar con más conocimiento de causa: uno de los problemas más can­dentes es el "problema de si es posible hallar un concepto de sacramento que sea válido y legítimo. Efectivamente, tal concep­to se ha hecho problemático de una forma completamente nueva. La investigación histórica demuestra, con claridad mayor cuanto más atrás se remonta, que éste ha sido siempre un concepto abier­to, jamás definido de forma unívoca y exclusiva, ni fijado por el uso del lenguaje cristiano común" 48.

Mientras no tengamos un concepto claro de sacramento los hombres continuarán preguntándose: "¿para qué sirven los sa­cramentos, a fin de cuentas, si podemos unirnos a Cristo sin ellos?" 49. No basta con responder a este razonamiento diciendo que "esto es inexacto" 50. Es cierto que los auténticos teólogos no se limitan a contestar así, sino que trabajan seriamente por motivar la exactitud y justicia del aserto 51. Pero si todo esto es algo que les honra, cabe preguntar al mismo tiempo si sus inves­tigaciones convencen a quienes interrogan. Una pregunta que se repite, es una pregunta no contestada. Veíamos antes la respues­ta del P. Rahner, perfectamente aplicable al sacramento en ge­neral:

" R. SCHULTE, Los sacramentos de la Iglesia como desmembración del sacramento radical, en Mysterium salutis, IV¡2, Madrid, Cristiandad, 1975, p. 59.

"E. SCHILLEBEECKX, Cristo, sacramento ... , p. 227 (el autor no hace más que re· coger la objeción: «se plantea con frecuencia esta cuestión»).

50 lb. 51 No hay sombra de acusación, sino todo lo contrario. El mismo SCHILLEBEECI{X

dedica el último capítulo del libro citado a estudiar esta cuestión.

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Lo nuestro ahora es preguntar, no responder. No obstante, insinuaríamos que si es verdad, y creo que puede serlo, que decir que hay siete sacramentos es decir que hay uno, Cristo, en quien todo puede ser sacramental 52; y si también es verdad -y parece que sí puede serlo- que "sacramental es toda realidad sobrena~ tural salvadora que se realiza históricamente dentro de nuestra vida" 53, entonces puede ser que lo que hemos considerado no sacramental, es realmente sacramental. Y si no lo es, no acaba­mos de ver la peculiaridad y sentido de lo estrictamente sacra­mental.

b. La presencia del sacerdote. Hay celebraciones peniten­ciales que la Iglesia considera utilísimas, aunque no esté el sacerdote.

Pienso que en las celebraciones penitenciales no debe ser obsesiva la presencia del sacerdote. Ni tampoco su ausencia. Hay quienes parecen traumatizados por la presencia del sacerdote y su figura les parece poco menos que la del diablo. Y hay quienes no pueden soportar su ausencia.

El sacerdote tiene, ciertamente, una presencia de representa­tividad eclesial. No es una persona particular. Es un fiel eclesial­mente cualificado. Por eso, cuando su presencia sea posible, debe estar presente, y debe presidir la asamblea, que ése es su carisma. Pero la presencia de Cristo a su Iglesia no se ha prometido exclu­sivamente donde esté el sacerdote. Y la presencia de Cristo es siempre reconciliadora, máxime cuando se le invita a ello, o se acoge la invitación a tal efecto. Las circunstancias actuales han llevado a la Iglesia a comprender cada vez mejor que 10 que convoca es la Palabra de Dios cuando ésta encuentra quien desee escucharla con sencillez. Muchos grupos cristianos ¿no podrían celebrar su mutua reconciliación, y su reconciliación con la Igle­sia, sin necesidad de que el sacerdote esté presente? ¿No es en la comunidad, y a veces en el hermano particular, en cuanto bauti­zado, donde tiene lugar la eclesialidad de la reunión? Si Cristo es capaz de asegurar: "donde están dos o tres reunidos en mi nom­bre, allí estoy en medio de ellos" (Mt 18, 20), ¿habría de ser la Iglesia más evangélica que el propio evangelio?

52 Cf. J. DOURNES, Para descifrar el septenario sacramental, en Concilium (1968, 1), 75-94.

53 H. SCHILLEBEECKX, Los sacramentos como órganos del encuentro con Dios, en Panorama de la teolog!a actual, Madrid, Guadarrama, 1961, p. 470,

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c. Absolución sacramental. Es normal que muchos digan que donde no hay ya pecado la absolución no puede significar perdón del pecado. Y en quien se acerca a la penitencia contrito de sus pecados veniales, etc., no hay ya pecado; ni esos pecados se han perdonado en vistas al sacramento de la penitencia que posteriormente se pensaba celebrar. Por eso, al menos en estos casos, tendremos que continuar preguntándonos cuál es el sentido de la absolución sacramental y qué aporta.

Parece que para nuestro caso la respuesta deberá ser ésta: "de acuerdo con el plan de Dios, según el cual la humanidad y la bondad del Salvador se han hecho visibles al hombre. Dios quie­re salvarnos y restaurar su alianza con nosotros por medio de signos visibles" 54. Es una pena que en lugares de esta importan­cia los documentos de la Iglesia no aporten unas referencias bíbli­cas que pudieran tranquilizar a los cristianos. Sobre todo cuando esta aportación es una de las tendencias más positivas de toda la labor docente de la Iglesia en la actualidad. Queda, ciertamente, la referencia eSEncial a la encarnación del Salvador como prue­ba no necesitada de otra.

Sólo que, como hemos indicado anteriormente, estos signos visibles son muchos. Y a través de ellos Dios se comunica a los hombres. Cada encuentro con lo que es verdadera encarnación de Dios deberá ser, al margen de toda literatura, una absolución sa­cramental, la que Dios le tiene reservada a cada uno a lo largo de su vida.

CONCLUSIÓN

1. ¿Qué va a suceder con el rito en que actualmente se en­carna la reconciliación sacramental frecuente? No juguemos tam­poco aquí a profetas. La dificultad más grave que parece tener hoy la reconciliación sacramental frecuente puede residir en que no acaba de verse su fundamento y sentido específico. A nesar de los trabajos que han procurado ponerlo de manifiesto, hasta el momento no parece que lo hayan logrado. Y no se ve fácil que al menos un futuro próximo pueda alumbrar razones autén­ticamente nuevas. Lo previsible es que a nivel teórico continúen repitiéndose argumentos a favor y en contra. Y que a nivel prác­tico los que mandan continúen insistiendo en la necesidad -evi-

" Praenotanda ... , n. 6, d, hablando expresamente de la absolución.

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CONFESIÓN FRECUENTE Y RECONCILIACIÓN EXISTENCIAL 141

dentemente relativa- de tal praxis. y los que obedecen se divi­dan: unos obedecerán y otros, con no menos humildad y since­ridad, se tomarán una libertad que creen perfectamente lícita y cristiana. Pero, desde luego, no se prevé un aumento de esta práctica.

2. Sin embargo, tal situación no debe considerarse trágica. Ni siquiera negativa. Lo importante es la llamada que Dios nos hace a todos, a través de su Palabra escrita, de sus hechos y de los acontecimientos diarios, tanto ordinarios como extraordinarios. Nos llama a una constante reconciliación. Perder la sensibilidad para esta escucha o mantener ante ella indiferencia, pereza u ol­vido, esto sí es realmente grave. Y es aquÍ doncle hemos de librar nuestra batalla reconciliadora. Si es preciso concentrar esfuerzos en 10 esencial, aquí tenemos el núcleo esencial de la reconciliél.­ción.

Por eso, yo diría que la reconciliación no sólo debe ser fre­cuente, sino constante y diaria. Incluso diría que además de esta actitud reconciliadora constante deben ser frecuentes los actos en los que esta llamada y este compromiso reconciliadores se haga más fuerte y patente. Si a la mayoría de estos actos continúan sin considerarles sacramentales, ya no es cosa nuestra; quizá tampo­co de la penitencia.