Bourdieu, Pierre - El oficio de cientifico

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Pierre Bourdieu El oficio de científico Ciencia de la ciencia y reflexividad Curso del College de France 2000-2001 Traducción de Joaquín Jordé EDITORIAL ANAGRAMA BARCEJ.oNA

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Pierre Bourdieu EDITORIALANAGRAMA Cienciadelaciencia y reflexividad Cursodel College deFrance2000-2001 TraduccióndeJoaquín Jordé BARCEJ.oNA

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Pierre Bourdieu

El oficiode científico

Ciencia de la ciencia y reflexividad

Curso del College de France 2000-2001

Traducción de Joaquín Jordé

EDITORIAL ANAGRAMABARCEJ.oNA

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Títulode la"dición origina!:Science de la science er réAcxivité© Éditions Raisons d' agir

París, 2001

Publicado con laayudadel Min¡'t~rio francbtk Cultura-Ca¡tro Nacional del Libro

DúeflOde lacaleccion.Julio VivasIlustración: Anni Albers, 1926

cultura Libre© EDITORIAL ANAGRAMA, S. A., 2003

Pedro de la Creu, 5808034 Barcelona

ISBN: 84-.339-6198-5Deposito Legal: B. 41667-2003

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Liberduplex. S. L., ComtilUció, ] 9, 08014 Barcelona

PREFACIO

¿Por qué tomar la ciencia como objeto de este últimocurso del College de France? ¿Y por qué decidir publicarlo,pese a todas sus limitaciones e imperfecciones? La preguntano es rerórica y,en cualquier caso, se me antoja demasiado se­ria para darle una respuesta retórica. Creo, en efecto, que eluniverso de la ciencia está amenazado actualmente por un te­mible retroceso. La autonomía que laciencia había conquis­tado poco a poco frente a los poderes religiosos, políticos oincluso económicos, y, parcialmente por lo menos, a las bu­rocracias estatales que garantizaban las condiciones mínimasde su independencia, se ha debilirado considerablemente.Los mecanismos sociales que iban apareciendo a medida quedicha autonomía se afirmaba, como la lógica de lacompetiti­vidad entre los iguales, corren el riesgo de ser utilizados enprovecho de objetivos impuestos desde fuera; la sumisión alos intereses económicos y a las seducciones mediáticas ame­naza con unirse a las críticas externas y a los vituperios inter­nos, cuya última manifestación son algunos delirios «posmo­demos», para deteriorar la confianza en la ciencia, y, muyespecialmenre, en la ciencia social. En suma, la ciencia está enpeligro, y, en consecuencia, sevuelve peligrosa.

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Todo lleva a pensar que las presiones de la economíason cada vez más abrumadoras, en especial en aquellosámbitos donde los resultados de la investigación son alta­mente rentables, como la medicina, la biotecnología (so­bre todo en materia agrícola) y, de modo más general, lagenética, por no hablar de la investigación militar. Así escomo tantos investigadores o equipos de investigacióncaen bajo el control de grandes firmas industriales dedica­das a asegurarse, a través de las patentes, el monopolio deproductos de alto rendimiento comercial; y que la fronte­ra, desde hace mucho tiempo imprecisa, entre la investiga­ción fundamental, realizada en los laboratorios universi­tarios, y la investigación aplicada tiende poco a poco adesaparecer: los científicos desinteresados, que no conocenmás programa que el que se desprende de la lógica de suinvestigación y que saben dar a las demandas «comercia­les» el mínimo estricto de concesiones indispensable paraasegurarse los créditos necesarios para su trabajo, corren elpeligro de encontrarse poco a poco marginados, por 10menos en algunos ámbitos, a causa de la insuficiencia delas ayudas públicas, y pese al reconocimiento interno deque disfrutan, en favor de amplios equipos casi industria­les, que trabajan para satisfacer unas demandas subordina­das a los imperativos del lucro. y la vinculación de la in­dustria con la investigación se ha hecho actualmente tanestrecha, que no pasa día sin que se conozcan nuevos casosde conflictos entre los investigadores y los intereses comer­ciales (por ejemplo: una compañía estadounidense queproduce una vacuna que aumenta las defensas contra el vi­rus responsable del sida intentó, a fines del año 2000, im­pedir la publicación de un artículo científico que mostra­ba que esa vacuna no era eficaz). Es de temer, por tanto,que la lógica de la competitividad, que, como se pudo ver

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en otros tiempos, en el terreno de la física, es capaz deconducir a los investigadores más puros a olvidar las uti­lizaciones económicas, políticas o sociales que puedenresultar de los productos de sus trabajos, se combine y seconjugue con la sumisión, obtenida de manera más omenos forzada, o consecuencia del agradecimiento a losintereses de las empresas para hacer derivar poco a pocosectores enteros de la investigación en el sentido de la he­teronomía.

Respecto a las ciencias sociales, cabría imaginar que, alno ser susceptibles de ofrecer unos productos directamen­te útiles, es decir, comercializables de forma inmediata, es­tán menos expuestas a esas tentaciones. En realidad, losespecialistas en tales ciencias, y concretamente los sociólo­gos, son objeto de una grandísima solicitud, tanto positi­va, y, a menudo, muy lucrativa, material y simbólicamen­te, para aquellos que toman la opción de servir a la visión.4<?miºM1.!~ aunque sólo sea por omisión (y, en tal caso,basta con la insuficiencia científica), como negativa, y ma­lévola, a veces destructiva, para aquellos que, limitándose,simplemente, a ejercer su oficio, contribuyen a desvelaruna parte de la verdad del mundo social.

Ésta es la razón de que me haya parecido especialmen­te necesario someter a la ciencia a un análisis histórico ysociológico que no tiende, en absoluto, a relativizar el co­nocimiento científico refiriéndolo y reduciéndolo a suscondiciones históricas, y, por tanto, a unas circunstanciassituadas espacial y temporalmente, sino que pretende,muy al contrario, permitir a los practicantes de la cienciaentender mejor los mecanismos sociales que orientan lapráctica científica y convertirse de ese modo en «dueños yseñores» no sólo de la «naturaleza», de acuerdo con la viejatradición cartesiana, sino también, lo cual no es, sin duda,

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menos difícil, del mundo social en el que se produce el co­nacimiento de la naturaleza.

He querido que la versión escrita de este curso coinci­da lo más posible con su exposición oral: por dicho moti­vo, pese a suprimir de la transcripción las repeticiones y lasrecapitulaciones vinculadas a las necesidades de la ense­ñanza (por ejemplo, la división en lecciones), así como al­gunos pasajes que, justificados, sin duda, por la oralidad,se me han antojado, con la lectura, superfluos o fuera delugar, he intentado transmitir uno de los efectos más visi­bIes de la improvisación, es decir, las divagaciones, más omenos alejadas del tema principal del discurso, que he se­ñalado, al transcribirlas, con letra pequeña. Las referenciasa artículos o libros, efectuadas oralmente o por escrito, es­tán señaladas en el texto mediante el año de publicación yel número de la página colocados entre paréntesis, a fin defacilitar su consulta recurriendo a la bibliografía que apare­ce al final del volumen.

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INTRODUCCiÓN

Quiero dedicar este curso a la memoria de [ules Vui­Ilemin. Poco conocido por el público en general, represen­taba una gran idea de la filosofía, una idea de la filosofía talVe:L algo desmesurada para nuestra época, desmesurada encualquier caso para conseguir el público que, sin duda, me­recía. Si hablo de él actualmente, es porque ha sido paramí un grandísimo modelo que me ha permitido seguir cre­yendo en una filosofía rigurosa en un momento en el quetenía todo tipo de motivos (Ura dudar, comenzando porlos que me ofrecía la enseñanza de la filosofía tal como erapracticada. Se situaba en la tradición francesa de filosofíade la ciencia que habían encarnado Bachelard, Koyré yCanguilhem, y que algunos prolongan actualmente en estainstitución en la que nos encontramos. Esa tradición de re­flexión con ambición científica sobre la ciencia es la basede mi proyecto de trabajo para este curso.

La cuestión que me gustaría plantear es bastante para­dójica: ¿puede contribuir la ciencia social a resolver unproblema que ella misma provoca, al que la tradición logi­cista no ha cesado de enfrentarse, y que ha conocido una

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renovada actualidad con motivo del caso Sokal, es decir, elque plantea la génesis histórica de supuestas verdadestranshistóricas? ¿Cómo es posible que una actividad histó­rica, inscrita en la historia, como la actividad científica,produzca unas verdades transhistóricas, independientes dela historia, desprendidas de cualquier vínculo, tanto con elespacio como con el tiempo, y, por tanto, válidas eterna yuniversalmente? Es un problema que los filósofos hanplanteado de una manera más o menos explícita, en espe­cial, en el siglo XIX, en buena parte por la presión de lasnacientes ciencias sociales.

En respuesta a la pregunta de saber quién es el «sujeto»de esta «creación de verdades y de valores erernos» cabe in­vocar a Dios o a cualquiera de sus sucedáneos, de los quelos filósofos han inventado una larga serie: es la solucióncartesiana de los semina scientiae, esas semillas o esos gér­menes de ciencia que estarían depositados en forma deprincipios innatos en el espíritu humano; o la soluciónkantiana, la ciencia trascendental, el universo de las condi­ciones necesarias del conocimiento que son consustancia­les al pensamiento, en el cual, en cierto modo, el sujetotrascendental es el lugar de las verdades apriorique repre­sentan el principio de construcción de cualquier verdad.Puede ser, para Habermas, el lenguaje, la comunicación,etcétera. O, para el primer positivismo lógico, el lenguajelógico como construcción a priorique debe ser impuesta ala realidad para que la ciencia empírica sea posible. Cabríainvocar también la solución wittgensteiniana, según la cualel principio generador del pensamiento científico es unagramática, con la doble opción de que sea histórica (al es­tar sometidos los juegos lingüísticos a constreñimienrosque son invenciones históricas) o de que posea la formaque revisten las leyes universales del pensamiento.

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Si descartamos las soluciones teológicas o criptoteoló­gicas -estoy pensando en el Nietzsche del Crepúsculo de losídolos que decía: «Temo que nunca nos liberemos de Diosen tanto que sigamos creyendo en la gramarica»-, ¿la ver­dad puede sobrevivir a una historización radical? En otraspalabras, ¿la necesidad de las verdades lógicas es compati­ble con el reconocimiento de su historicidad? ¿Es posible,por tanto, resolver el problema sin recurrir a algún deus exmdchinai ¿El historicismo radical, que es una forma radi­cal de la muerte de Dios y de todos sus avatares conduceacaso a destruir la misma idea de verdad, y de ese modo sedestruye a sí mismo? °bien, por el contrario, ¿es posibledefender un historicismo racionalista o un racionalismohistoricista?

0, para volver a una expresión más escolar de ese pro­blema: la sociología y la historia, que relativizan todos losconocimientos al relacionarlos con sus condiciones histó­ricas, ¿no estarán condenadas a relativizarse a sí mismas,condenándose así a un relativismo nihilista? ¿Es posibleescapar a la alternativa dellogicismo y del relativismo quesólo es, sin duda, una variante de la antigua controversiaentre el dogmatismo y el escepticismo? El logicismo, queva asociado a los nombres de Frege y de Russell, es unprograma de fundación lógica de las matemáticas queplantea que existen unas reglas generales a priori para laevaluación científica y un código de leyes inmutables paradistinguir la buena ciencia de la mala. Me parece una ma­nifestación ejemplar de la tendencia típicamente escolásticaa describir no sólo la ciencia en trance de construirse, sinotambién la ciencia ya consrituida, a partir de la cual sedesprenden las leyes que le han permitido constituirse. Lavisión escolástica, lógica o epistemológica, de la cienciapropone, como afirma Carnap, una «reconstrucción racio-

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nal» de las prácticas científicas o, en opinión de Reichen­bach, «un sucedáneo lógico de los procesos reales», delcual se postula que corresponde a tales procesos. «La des­cripción», decía Reichenbach, «no es una copia del pensa­miento real, sino la construcción de un equivalente.» Encontra de la idealización de la práctica científica operadapor esta epistemologia normativa, Bachelard observabaque la epistemología había reflexionado en exceso sobrelas verdades de la ciencia establecida y no suficientementesobre los errores de la ciencia en trance de construcción,sobre el proceso científico en sí mismo.

Los sociólogos han abierto, en diferentes grados, lacaja de Pandora, el laboratorio, y esta exploración delmundo científico tal cual es ha implicado la aparición deun conjunto de hechos que cuestionan fuertemente laepistemologia científica de tipo logicista que he evocado yreducen la vida científica a una vida social con sus reglas,sus presiones, sus estrategias, sus artimañas, sus efectos dedominación, sus engaños, sus robos de ideas, etcétera. Lavisión realista y, a menudo, desencantada que se han for­mulado de las realidades del mundo científico los ha lleva­do a proponer unas teorias relativistas, por no decir nihi­listas, que marchan a contracorriente de la representaciónoficial de la ciencia. Ahora bien, esta conclusión no tienenada de fatal y es posible, en mi opinión, asociar una vi­sión realista del mundo con una teoria realista del conoci­miento. Y ello a condición de operar una doble rupturacon los dos términos del binomio epistemológico formadopor el dogmatismo logicista y el relativismo que pareceinscrito en la critica histórica. Como ya observaba Pascal,sabemos que la idea o el ideal dogmático de un conoci­miento absoluto es 10 que conduce al escepticismo: los ar­gumentos relativistas sólo adquieren toda su fuerza en

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contra de una epistemología dogmática e individualista, esdecir, un conocimiento producido por un saber individualque se enfrenta en solitario a la naturaleza con sus instru­mentos (en oposición al conocimiento dialógico y argu­mentativo de un campo científico).

Todo eso nos lleva a una última cuestión: si es indis­cutible que el mundo cientffico es un mundo social, ¿cabepreguntarse si es un microcosmos, un campo, semejante(con algunas diferencias que habrá que especificar) a todoslos demás, y, en especial, a los restantes microcosmos so­ciales, el campo literario, el campo artístico, el campo jurí­dico? Cierto número de investigadores, que asimilan elmundo científico al mundo artístico, tienden a reducir laactividad de laboratorio a una acrividad semiológica: setrabaja sobre unas inscripciones, se hace circular unos tex­tos... ¿Es un campo como los demás? y, en caso contrario,¿cuáles son los mecanismos que crean su especificidad y,simultáneamente, su irreductibilidad a la historia de 10que allí se engendra?

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I. EL ESTADO DE LA DISCUSIÓN

No es posible hablar de un objeto semejante sin expo­nerse a un permanente efecto especular: cada una de laspalabras que quepa emitir respecto a la práctica científicapodrá volverse contra aquel que la formula. Esta reverbe­ración, esta reflexividad, no es reducible a la reflexión so­bre sí mismo de un yo pienso (cogito) pensando un objeto(cogitatum) que no sería otro que uno mismo. Es la ima­gen devuelta a un sujeto cognoscente por otros sujetoseognoscentes equipados con instrumentos de análisis quepueden sedes ofrecidos eventualmente por ese sujeto cog­noscente. Lejos de temer semejante efecto especular (o bu­roerán), riendo conscientemente, al tomar como objeto deanálisis la ciencia, a exponerme yo mismo, al igual que to­

dos los que escriben sobre el mundo social, a una reflexivi­dad generalizada. Uno de mis objetivos consiste en ofrecerunos instrumentos de conocimiento que puedan volversecontra el sujeto del conocimiento, no para destruir o desa­credirar el conocimiento (científico), sino, por el contra­rio, para controlarlo y reforzarlo. La sociología, que plan­tea a las restantes ciencias la cuestión de sus fundamentossociales, no puede quedar exenta de este cuesrionamiento.

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Al dirigir sobre el mundo social una mirada irónica quedesvela, desenmascara e ilumina lo oculto, no puede dejarde mirarse a sí misma, pero no con la intención de des­truirse, sino, por el contrario, de servirse y de utilizar lasociología de la sociología para convertirla en una sociolo­gía mejor.

No les oculto que estoy un poco asustado por habermemetido en el análisis sociológico de la ciencia, objeto espe­cialmente difícil por más de un motivo. En primer lugar,la sociología de la ciencia es un terreno que ha conocidoun extraordinario desarrollo, por 10 menos cuantitativo, enel transcurso de los últimos años. De ahí una primera difi­cultad, documental, bien expresada por un especialista:«Aunque la ciencia social de la ciencia siga siendo un ám­bito relativamente restringido, no puedo pretender abarcarla totalidad de su bibliografía. Al igual que en otros cam­pos, la producción escrita es tal, que resulta imposible leeruna parte sustancial. Por fortuna, existen suficientes simili­tudes (duplication), por lo menos a un nivel programático,para que un lector sea capaz de asegurarse una aprehensiónsuficiente de la bibliografía y de sus divisiones sin tenerque leerla por entero» (Lynch, 1993: 83). La dificultad esaún mayor para quien no esté total y exclusivamente dedi­cado a la sociología de la ciencia. [Paréntesis: una de las gran­

des opciones estratégicas en materia de inversión científico, o, mós

exactamente, de emplazamiento de los recursos temporales, finitos,

de que dispone codo investigador, es la de lo intensivo o de lo ex­

tensivo, aunque sea posible, tal como creo, emprender investigacio­

nes a un tiempo extensivas e intensivos, gracias, especialmente, a la

intensificación del rendimiento productivo que proporciono el recur­

so o modelos como el de campo, que permite realizar adquisiciones

generales en coda uno de los estudios concretos, descubrir sus ca­

racterísticos específicos y escapar al efecto de gueto a que se expo-

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nen los investigadores encerrados en unas especialidades estrictos,

como los especialistas en historio del arte que, ya lo mostré el posa­

do año, ignoran a menudo las aportaciones de la historia de lo edu­

cación o incluso de lo historia literaria.]

Pero esto no es todo. Se trata de entender una prácti­ca muy compleja (problemas, fórmulas, instrumentos, et­cétera) que sólo puede ser realmente dominada al cabo deun largo aprendizaje. Sé muy bien que determinados «et­nólogos del laboratorio» pueden convertir la desventaja enprivilegio, así como la carencia en realización, y reconver­tir en «reto» la situación de extranjería en que viven dán­dose aires de etnógrafos. Dicho esto, no es cierro que laciencia de la ciencia sea necesariamente mejor cuando espracticada por científicos «retirados», por así decirlo, porcientíficos que han abandonado la ciencia para dedicarse ala ciencia ele la ciencia, los cuales pueden tener cuentasque ajustar con la ciencia que los ha excluido o no los havalorado como creían merecer: si gozan de la competenciaespecífica, no tienen necesariamente la disposición queexigiría la realización científica de dicha competencia. Enrealidad, la solución del problema (¿cómo reunir la com­petencia técnica, científica, muy avanzada, del investi­gador de élite que carece de tiempo para analizarse, y lacompetencia analítica, también muy avanzada, asociada alas disposiciones necesarias para ponerla al servicio de unanálisis sociológico de la práctica científica?) no puede en­contrarse, de no producirse un milagro, en y por un solohombre, y reside, sin duda, en la construcción de colecti­vos científicos, lo que supondría que se dieran las condi­ciones para que los investigadores y los analistas tuvieraninterés en trabajar conjuntamente y en tomarse el tiempopara hacerlo: nos hallamos, como se ve, en el terreno de lautopía, porque, como ocurre tantas veces en las ciencias

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sociales, los obstáculos para el progreso de la ciencia son,fundamentalmente, sociales.

Otro obstáculo es el hecho de que, al igual que los epis­temólogos (aunque en menor grado), los analistas más suti­les dependen de los documentos (trabajan con los archivos,los textos) y los discursos que los científicos desarrollan enla práctica científica, yesos científicos dependen a su vez,en gran parte, de la filosofía de la ciencia de su tiempo o deuna época anterior (ya que al estar, como cualquier agenteactivo, parcialmente desposeídos del control de su práctica,pueden reproducir, sin saberlo, los discursos epistemológi­cos o filosóficos, a veces inadecuados o superados, de losque deben pertrecharse para comunicar su experiencia yacreditar de ese modo su autoridad).

Finalmente, la última, y no la menor, de las dificulta­des es que la ciencia y, sobre todo, la legitimidad de laciencia y el uso legítimo de ésta son, en cada momento,objetivos por los que se lucha en el mundo social y en elpropio seno del mundo de la ciencia. Se deduce de ahíque eso que llamamos epistemología está constantementeamenazado de no ser más que una forma de discurso justi­ficativo de la ciencia o de una posición en el campo cientí­fico, o, incluso, una variante falsamente neutralizada deldiscurso dominante de la ciencia sobre sí misma.

Pero tengo que explicitar por qué comenzaré la socio­logía de la sociología de la ciencia que quiero esbozar me­diante una historia social de la sociología de la ciencia, ycómo concibo dicha historia. Recordar esa historia signifi­ca para mí una manera de ofrecer una idea del estado delas cuestiones que se plantean a propósito de la ciencia enel universo de la investigación sobre la ciencia (el dominiode esa problemática es lo que confiere el auténtico derecho

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de admisión en un universo científico). Me gustaría, me­diante esa historia, facilitarles la aprehensión del espaciode las posiciones y de las tomas de posición en cuyo inte­rior se sitúa mi propia toma de posición (y darles de esemodo un sustituto aproximado del sentido de los proble­mas propios del investigador comprometido en el juegopara que, de la relación que se establece entre las diferen­tes tomas de posición -doctrinas, sistemas, escuelas o mo­vimientos, métodos, etcétera- inscritas en el campo, surjala problemática como espacio de las posibilidades y princi­pio de las opciones estratégicas y de las inversiones cientí­ficas). Me parece que el espacio de la sociología de la cien­cia está actualmente suficientemente bien señalizado porlas tres posiciones que voy a examinar.

Al evocar una historia semejante podemos tomar elpartido de acentuar las diferencias y los conflictos (la lógi­ca de las instituciones académicas contribuye a la perpe­tuación de las falsas alternativas) o, por el contrario, deprivilegiar los puntos comunes, de integrar en una inten­ción práctica de acumulación. [lo reflexívidcd llevo o tomar

uno posición integradora que consiste en poner especialmente en­

tre pcréntests aquello que las teorías confrontadas pueden deber o

lo búsqueda ficticia de lo diferencia: lo mejor que se puede sacar

de uno historia de los conflictos -que es preciso tener en cuento- tal

vez seo uno visión que desvanece gran parte de ellos, o lo manera

de filósofos que, como Wittgenstein, han dedicado bueno porte de

su vida a destruir aquellos falsos problemas que, no obstante su fal­

sedad, están sodalmente constituidos como auténticos, en especial,

por la tradición filosófica, lo cual los hace muy díñclles de rebatir.

y ello pese o saber, en tanto que sociólogo, que no bosta con mos­

trar o incluso con demostrar que un problema es un falso problema

poro acabar con él.] Así pues, asumiré el riesgo de ofrecer delas diferentes teorías en liza una visión que no será, cierta-

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mente, muy «académica», es decir, conforme a los cánonesde una descripción escolar y, por voluntad de adecuarmeal «principio de caridad» o, mejor dicho, de generosidad,aunque también de privilegiar, para cada una de ellas, loque se me antoja «interesante» (a partir de mi punto devista, o sea, de mi visión personal de la ciencia), insistiréen las contribuciones teóricas o empíricas que ha aportado-con la segunda intención, evidentemente, de integrarlasen mi propia construcción-o Por ranto, de manera muyconsciente, planteo mis diferentes charlas como unas in­terpretaciones libres, o unas reinterpretaciones orientadasque tienen, por lo menos, la virtud de presentar la proble­mática ral como la veo, el espacio de posibilidades respec­to al cual vaya determinarme.

.. El campo de las disciplinas y de los agentes que tomanla ciencia como objeto, filosofía de las ciencias, epistemolo­gía, historia de las ciencias, sociología de las ciencias, cam­po con fronteras mal definidas, está recorrido por unascontroversias y unos conflicros que, cosa rara, ilustran demanera ejemplar los mejores análisis de las controversiaspropuestas por los sociólogos de la ciencia (lo que arestiguala escasa reflexividad de ese universo, del que cabría esperarque utilizara sus adquisiciones para controlarse). Sin duda,porque se supone que trata problemas finales y se sitúa en elcampo de lo meta, de lo reflexivo, o sea, en la culminacióno en el fundamento, yeso provoca que esté dominado porla filosofía, de la que extrae o imita las ambiciones de gran­deza (a través, especialmente, de la rerórica del discursograndilocuente); los sociólogos y, en menor grado, los his­toriadores comprometidos con ese campo siguen refirién­dose a la filosofía (David Bloor milita en las filas de Witt­genstein, aunque cita en segundo lugar a Durkheim, otros

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se proclaman filósofos, y el público buscado sigue siendo,visiblemente, el de los filósofos); se reactualizan viejos pro­blemas filosóficos, como el del idealismo y del realismo(uno de los grandes debares en torno a David Bloor y BarryBarnes consiste en saber si son realistas o idealistas), o el deldogmatismo y elescepticismo.

Orra característica de este campo es que en él se ma­nejan y exigen escasos datos empíricos, y éstos quedan re­ducidos las más de las veces a unos textos, repletos casisiempre de interminables discusiones «teóricas». Otra ca­racrerística de esta región indefinida en la que rodas lossociólogos son filósofos y todos los filósofos sociólogos, enla que se codean y se confunden los filósofos (franceses)que se ocupan de las ciencias sociales y los adeptos inde­rerminados de las nuevas ciencias, culturalstudies o mino­rity studies, que buscan y rebuscan en la filosofía (francesa)y las ciencias sociales, es también un debilísimo grado deexigencia en materia de rigor de los argumentos utilizados(pienso en las polémicas en torno a Bloor tal como lasdescribe Gingras, 2000, y, en especial, en el recurso hartosistemático a unas desleales estrategias de «desinforma­ción» o de difamación -como el hecho de acusar de mar­xismo, arma fatal, pero claramente política, a alguien que,como Barnes, se proclama seguidor de Durkheirn y deMauss, o rantos orros-, así como el hecho de cambiar deposición según el contexto, el interlocutor o la situación).

En los últimos años el subcampo de la nueva sociologíade la ciencia (el universo acotado por el libro de PickeringScience as Practice and Culture, 1992) está constituido poruna serie de rupturas ostentosas. Es frecuente la práctica dela cririca de la «vieja» sociología de la ciencia. Así, por citarun ejemplo, Michael Lynch (1993) titula uno de sus capf­rulos «The Demise of rhe "Old'' Sociology of Knowledge».

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[Convendría reflexionar acerca de una cierta utilización de lo oposi­

ción viejo/nuevo que es, sin dudo, uno de los obstáculos paro el pro­

greso de la ciencia, en especial la ciencia social: lo sociología se re­

siente considerablemente del hecho de que la búsqueda de la

diferenciación a cualquier precio, que domina en muchas zonas del

campo literario, estimula a forzar de manera artificial las diferencias

e impide o retrasa la acumulación inicial en un paradigma común

-siempre se porte de cero- y la institución de modelos sólidos y esta­

bles. Lovemos, sobre todo, en la utilización que se hace del concepto

kuhniana de paradigma: cualquier sociólogo puede considerarse

portador de un «nuevo paradigma», de una última «nueva» teoría del

mundo social.] Alejado de las restantes especialidades por unaserie de rupturas que tienden a encerrarlo en sus propios de­bates, desgarrado por innumerables conflictos, controver­sias y rivalidades, este subcampo está dominado por la lógi­ca del adelantamiento-superación en un afán de superaciónen pos de la profundidad (das cuestiones más profundas,más fundamentales, quedan sin responder», según Wool­gar, 1988a). Woolgar, retlexivista relativista, evoca incansa­blemente el «Problema» insuperable, que ni la reflexividadpermite dominar (Pickering, 1992: 307-308).

Pero ¿es legítimo hablar de campo a propósito de eseuniverso? Es cierto que un determinado número de cosasque he descrito pueden ser entendidas como unos efectosde campo. Por ejemplo, el hecho de que la irrupción de lanueva sociología de la ciencia haya tenido el efecto, comose percibe en cualquier campo, de modificar las reglas dela distribución de los beneficios en el conjunto del univer­so: cuando resulta que 10 auténticamente importante e in­teresante no es estudiar a los científicos (las relaciones es­tadísticas entre las características de los científicos y eléxito concedido a sus producciones), tal como hacen losseguidores de Merton, sino la ciencia o, más exactamente,

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la elaboración de la ciencia y la vida del laboratorio, todosaquellos que tenían un capital vinculado a la antigua ma­nera de hacer la ciencia viven una bancarrota simbólica ysu trabajo es remitido a un pasado superado y arcaico.

Se entiende que no sea fácil establecer una historia dela sociología de la ciencia, no sólo por el volumen de laproducción escrita, sino también porque se trata de uncampo en el que la historia de la disciplina es el objetivo depolémicas enfrentadas (además de otras cosas). Cada unode sus protagonistas desarrolla una visión de dicha historiaadecuada a los intereses vinculados a la posición que ocupaen ella, ya que los diferentes relatos históricos están orien­tados en función de la posición de su autor y no puedenaspirar, por tanto, a la condición de verdad indiscutible.Vemos, de pasada, un efecto de la reflexividad: lo que aca­bo de decir pone en guardia a mis oyentes contra lo quevoy a decir y me pone en guardia, a mí, que lo digo, contrael peligro de privilegiar una orientación o contra la renta­ción misma de sentirme objetivo bajo el pretexto, porejemplo, de que critico de igual manera a todo el mundo.

La historia que pienso contar aquí no está inspiradapor la preocupación de favorecer al que la cuenta intro­duciendo progresivamente la solución final, capaz de acu­mular de manera meramente aditiva las experiencias (si­guiendo esa especie de hegelianismo espontáneo que sepractica en gran medida en la lógica de los cursos...). Tien­de solamente a catalogar las experiencias, tanto respecto alos problemas como a las soluciones, que habrá que inte­grar. Para cada uno de los «momentos. de la sociología dela ciencia que distingo, y que en parte se superponen, in­tentaré establecer, por una parte, el «estilo cognitivo» de lacorriente considerada y, por otra, la relación que mantienecon las condiciones históricas, con el aire del tiempo.

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l. UNA VISION ENSIMISMADA

La tradición estructural-tuncionalista de la sociologíade la ciencia es importante en sí misma por sus aportacionesal conocimiento del campo científico, pero también porqueen relación con ella se ha construido la «nueva sociología delconocimiento», socialmente dominante en la actualidad.Aunque hace muchas concesiones a la visión oficial de laciencia, esa sociología rompe, pese a todo, con la visión ofi­cial de los epistemólogos estadounidenses: permanece aten­ta al aspecto contingente de la práctica científica (que lospropios científicos pueden expresar en determinadas condi­ciones). Los discípulos de Merton proponen una descrip­ción coherente de la ciencia que se caracteriza, en su opi­nión, por el universalismo, el comunismo o lo comunitario(los derechos de propiedad están limitados en ella por la es­timación o elprestigio vinculados al hecho de dar el nombrea algunos fenómenos, algunas teorías, algunas pruebas, al­gunas unidades de medida: principio de Heisenberg, teore­ma de Godel, voltio, curie, roenrgen, síndrome de T ourerte,etcétera), el desinterés, el escepticismo organizado. [Esto des­

cripción es parecido o lo descripción weberiana del tipo ideal de la

burocracia: universalismo, competencia especializada, impersonali­

dad y propiedad colectivo de lo función, institucionalización de nor­

mas meritocróticas para regular lo competición (Merton, 1957).]

Inseparable de una teoría general (a diferencia de lanueva sociología de la ciencia), la sociología de la cienciamertoniana sustituye la sociología del conocimiento a lamanera de Mannheim por una sociología de los investiga­dores y de las instituciones científicas concebida según unaperspectiva estructural-funcionalista que también se aplicaa otros ámbitos del mundo social. Para dar una idea másConcreta del «estilo» de esa investigación, me gustaría co-

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mentar brevemente un artículo típico de la producciónmertoniana, artículo espléndido, y siempre válido, que hayque integrar en el capital de experiencias de la subdiscipli­na (Cole y Cole, 1967). Ya en el título (<<Scientific Oucpurand Recognition: A Study in the Operation of the RewardSystem in Science»), la palabra recognition, concepto mer­toniano, es una declaración expresa de la pertenencia a unaescuela; en la primera nota los autores agradecen a Menenla revisión de su trabajo, que ha sido financiado por unainstitución controlada por Merton. Una serie de signos so­ciales que permiten ver que nos encontramos ante una es­cuela unida por un estilo cognitivo socialmente instituido,vinculado a una institución. El problema planteado es unproblema canónico que se inscribe en una tradición: la pri­mera nota recuerda los estudios sobre los factores socialesdel éxito científico. Después de establecer la existencia deuna correlación entre la cantidad de publicaciones y los ín­dices de reconocimiento, los aurores se preguntan si la me­jor medida de la excelencia científica es la cantidad o la ca­lidad de las producciones. Así pues, estudian la relaciónentre los outputs cuantitativos y cualitativos de ciento vein­te físicos (comentando en detalle todos los momentos delprocedimiento metodológico, muestras, etcétera): existeuna correlación, pero algunos físicos publican muchos ar­tículos de escasa importancia (significance) y otro un pe­queño número de artículos muy importantes. El artículoenumera las «formas de reconocimiento» (firms o[ recogni­tion): «recompensas honoríficas y participación en socieda­des honorfficas» (honorific awards and memberships in ho­norific societies), condecoraciones, premios Nobel, etcétera;posiciones «en departamentos de primera fila» (at top ran­ked departments): citas en cuanto indicadores de la utiliza­ción de la investigación por los demás y de «la atención

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que la investigación recibe de la comunidad" (se acepta laciencia tal como se presenta). Se verifican estadísticamentesus intercorrelaciones (observando de pasada que los pre­mios Nobel son muy citados).

Esta investigación acoge los índices de reconocimien­to, así como la cita, en su valor facial, y todo se desarrollacomo si las investigaciones estadísticas tendieran a com­probar que la distribución de los rewards estuviera perfec­tamente justificada. Esta visión típicamente estructural­funcionalisra está inscrita en el concepto de «retoard .rys­tem» tal como lo define Menen: «La institución científi­ca se ha dotado de un sistema de recompensas concebido afin de dar reconocimiento y estima a aquellos investigado­res que mejor han desempeñado sus papeles, aquellos quehan realizado unas contribuciones auténticamente origina­les al acervo común de conocimientos» {Merton, 1957). Elmundo científico propone un sistema de recompensas quecumple unas funciones y unas funciones útiles, por no de­cir necesarias {Merton hablará de «reforzamiento medianterecompensas precoces» de los científicos que se hagan me­recedores de ello), para el funcionamiento del conjunto.[Descubrimos de pasada que, contrariamente a lo que pretenden al­

gunos críticos -ya insistiré sobre ello-, el hecho de sustituir recogni­

lion por capital simbólico no es un mero cambio de léxico más o me­

nos gratuito o inspirado por una mera búsqueda de originalidad,

sino que sugiere una visión diferente del mundo científico: el esfruc­

tural-funcionalismo concibe el mundo científico como una «comuni­

dad» que se ha dotado (has developped) de instituciones justas y le­gitimas de regulación y en la que no existen luchas; o, por lo menos,

no existen luchas respecto a los objetivos de los luchas.]

El estrucrural-funcionalismo revela de esa manera suverdad de finalismo de los colectivos: la «comunidad cien­tífica) es uno de esos colectivos que realizan sus fines a tra-

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vés de unos mecanismos sin sujeto orientados hacia unosfines favorables a los sujetos o, por lo menos, a los mejoresde ellos. «Resulta que el sistema de recompensas en físicaactúa de manera que da preferentemente los tres tipos dereconocimiento a la investigación importante» (Merton,1973: 387). Si los grandes productores publican las inves­tigaciones más importantes, es porque el «sistema de re­compensa actúa de manera estimulante para que los inves­tigadores creadores sean productivos y para que losinvestigadores menos creadores se encaminen hacia otrasvías» (Merton, 1973: 388). El reward system orienta a losmás productivos hacia los caminos más productivos, y lasabiduría del sistema, que recompensa a los que merecenserlo, remite a los demás a un montón anodino como lascarreras administrativas. [Efecto secundario sobre cuyas conse­

cuencias tendríamos que preguntarnos, especialmente en materia

de productividad científico y de equidad en la evaluación, y verifi­

car si son realmente «funcionales» y paro quién ... Convendría inte­

resarse, por ejemplo, en las consecuencias de la concesión de posi­

ciones de autoridad, tanlo en la dirección de los laboratorios como

en la administración científico, a unos investigadores de segunda

fila que, desprovistos de la visión científica y de las disposiciones

«carismáticas» necesarias para movilizar los energías, contribuyen

a menudo a reforzar las fuerzas de inercia del mundo cíenñftco.]

Cuanto más reconocidos son los investigadores (primeropor el sistema escolar, y después por el mundo científico),más productivos son y siguen siéndolo. Las personas másconsagradas son las que comenzaron su carrera siéndolo,es decir, los «ear/y starters» que, debido a su consagraciónuniversitaria, tienen un principio de carrera rápido -mar­cado, por ejemplo, por el nombramiento como profesorauxiliar en un departamento prestigioso (y los late bloo­mers son escasos). [Podemos ver ahí la aplicación de una ley ge-

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Page 14: Bourdieu, Pierre - El oficio de cientifico

nero! del funcionamiento de los campos científicos. Los sistemas de

selección (01 igual que los escuelas de élite] favorecen las grandes

carreros científicas, y lo hacen de dos maneras: por un lodo, al da­

signar a los que sobresalen como sobresalientes, para los demás

así como paro ellos mismos, y convocóndoloa de ese modo a so­

bresolir mediante acciones sobresalientes especialmente ante los

ojos de los que los han hecho sobresalir (es lo preocupación por no

defraudar los expectativos, de estar o lo altura: NobJesse oblige);

por otro, confiriéndoles uno competencia especicl.]

Muy objerivista, muy realista (no discute que el mun­do social existe, que la ciencia existe, etcétera), muy clásica(utiliza los instrumentos más clásicos del método científi­co), esta aproximación no hace la menor referencia a lamanera como se regulan los conflictos científicos. Acepta,en la práctica, la definición dominante, logicista, de laciencia, a la que pretende adecuarse (aunque maltrate unpoco ese paradigma). Dicho eso, tiene el mérito de poneren evidencia unas cuantas cosas que no pueden ser descu­biertas al nivel del laboratorio. Esta sociología de la cien­cia, elemento capital de todo un dispositivo que aspire aconstituir la ciencia social en profesión, está animada poruna intención de aurojustificación (seif-víndicatíonJ de lasociología sobre la base del consenso cognitivo (verificado,empíricamente, además, por los trabajos de sociología dela ciencia de la propia escuela). Pienso especialmente en elartículo de Cale y Zuckerman «The Emergence of aScientific Specialiry: rhe Self Exemplifying Case of the So­ciology of Science» (1975).

[Con el tiempo me he dado cuenta de que había sido bastante

injusto respecto a Merton en mis primeros escritos de sociología de

lo ciencia; sin dudo, por el efecto de lo posición que yo ocupaba

entonces, lo del neófito en un campo internacional dominado por

Merton y el estruclural-funcionalismo: en parte, porque he releído

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de diferente manera los textos, y en porte, también, porque me he

enterado, respecto o los condiciones en que habían sido produci­

dos, de algunos cosos que desconoció en lo época. Por ejemplo, el

texto titulado «The Normative Structure of Sclence», convertido en

el capítulo 13 de SocioJogy of Science, fue publicado por vez pri­

mera en 1942 en uno efímera revista fundado y dirigido por Geor­

ges Gurvitch, refugiado entonces en los Estados Unidos: el tono in­

genuamente idealista de ese texto, que exalta la democracia, la

ciencia, etcétera, se entiende mejor en aquel contexto como uno

manero de contraponer el ideal científico a la barbarie. Por otro

parte, creo que me equivoqué al poner en el mismo saco que Par­

sons y Lazarsfeld a un Merton que había reintroducido a Durkheim,

que elaboraba la historia de la ciencia y que rechazaba el empiris­

mo sin conceptos y el teoricismo sin datos, aunque su esfuerzo por

escapar a la alternativa desembocara más en un sincretismo que en

una auténtica superación.

Una observación de pasada: cuando uno es joven -yeso es so­

ciología de la ciencia elemental-tiene, siempre que las restantes co­

sas no cambien, claro está, un capital menor, al igual que una ma­

nar competencia, y se siente propenso, casi por definición, o

enfrentarse o los más veteranos, y o dirigir, por consiguiente, una

mirado critico O sus trabajos. Pero esta crítica puede ser, en parte,

un efecto de la ignorancia. En el caso de Mertan, yo no sólo deseo­

nodo el contexto, tal como acabo de recordarlo, de sus primeros es­

critos, sino también lo trayectoria de la que había salido: aquel a

quien yo había visto, en un congreso internacional del que ero el

rey, como un wasp elegante y refinado, ero, en realidad, como des­

pués supe, un emigrado reciente de origen judío que, tanto en sus

modales como en su indumentaria, cargaba las tintas poro mostrar

uno elegancia british (01 contrario que Homans, producto puro de

Nueva Inglaterra, que se me había antojado, en una cena en Hor­vcrd, como desprovisto de cualquier marca aristocrática, efecto, sin

dudo, de la ignorancia del extranjero que no sabe reconocer en un

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Page 15: Bourdieu, Pierre - El oficio de cientifico

cierto desenvoelto descuido el signo de la «auténtica distinción»); y

esa disposición a la hipercorrección, muycomún en las personas de

primera generación en vías de integración y que aspiran ardiente­

mente al reconocimiento, estaba también, sin duda, en el principio

de su práctica científica y de su exaltoción de la profesión, de la so­

ciología que pretendía acreditar como profesión cientijicc.

Creo que ahí aparece todo el interés de la sociología de la so­

ciología: las disposiciones que Merton aportaba o su práctica cientí­

fico influían tonto en sus opiniones como en sus manías, de los cuales

habría podido protegerle uno auténtica sociología reflexiva; y descu­

brirlo es conquistar unos principios ético-epistemológicos para sacar

partido, de manera selectiva, de sus contribuciones y, mós amplia­

mente, para someter a un tratamiento crítico, tanto epistemológico

como sociológico, o los autores y a las obras del pasado y su propia

relación con los autores y las obras del presente y del pasado.]

En una forma optimista de juicio reflexivo, el análisiscientífico de la ciencia a la manera de Merton justifica laciencia al justificar las desigualdades científicas y al mos­trar científicamente que la distribución de los premios yde las recompensas es adecuada a la justicia científica, yaque el mundo científico proporciona las recompensascientíficas a los méritos científicos de los sabios. Tambiénpara asegurar la respetabilidad de la sociología Merton in­tenta convertirla en una auténtica «profesión» científica, si­guiendo el modelo de la burocracia, y dorar al falso para­digma estructural-funcionalista que él, conjuntamente conParsons y Lazarsfeld, contribuye a construir, de esa especiede coronación falsamente reflexiva y empíricamente con­validada que es la sociología de la ciencia tratada como uninstrumento de sociodicea.

[Me gustaría terminar con algunos observaciones sobre lo

ciencicrnetric. que se basa en los mismos fundamentos que el es­

bvcturol-hmcíonoiismo mertoniono y que se plantea como finalidad

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el control y la evaluación de la ciencia con unos fines de policy-ma­king (la tentación cienciométrica peso sobre todo la historio de lo

sociología de lo ciencia, en cuanto ciencia de lo culminación, ca­

paz de conceder los diplomas y los títulos en ciencia, y los mós ro­

dicalmente modernistas, y nihilistas, de los nuevos sociólogos de lo

ciencia no escapan o ello). Lo cienciometría se baso en análisis

cuantitativos que sólo toman en consideración los productos; en

sumo, en compilaciones de indicadores científicos, como los citos.

Realistas, los bibliómetras consideran que el mundo puede ser con­

trastado, numerado y medido por unos «observadores objetivos»

(Hargens, 1978: 121-139). Ofrecen o los administradores científi­

cos los medios aparentemente racionales de gobernar tanto lo cien­

cia como los científicos y de ofrecer unos justificaciones de aire

científico o los decisiones burocráticos. Convendría examinar de

manero especial los límites de un método que se basa en unos crite­

rios estrictamente cuantitativos y que desconoce los modalidades y

las muy diversos funciones de la referencia (puede llegar incluso o

hacer caso omiso de lo diferencio entre los citas positivas y los ne­

gativasl. Esto no impide que, pese a los utilizaciones dudosos (y, o

veces, deplorables) de lo bibliometría, tales métodos puedan servir

para construir unos indicadores útilesen el plano sociológico, como

yo he hecho en Horno Academicus (1984: 261) paro conseguir un

índice de capital simbólico.]

2. LA CIENCIA NORMAL Y LAS REVOLUCIONES

CIENTíFICAS

Aunque, en principio, sea historiador de las ciencias,Thomas Kuhn ha alterado muy profundamente el espaciode los teóricos posibles en materia de ciencia de la ciencia.Su contribución principal consiste en haber mostrado queel desarrollo de la ciencia no es un proceso continuo, sino

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que está marcado por una serie de rupturas y por la alter­nancia de períodos de «ciencia normal» y de «revoluciones»(Kuhn, 1972). Con ello introdujo en la tradición anglosa­jona una filosofía discontinuista de la evolución científicaque rompía con la filosofía positivista que consideraba elprogreso de la ciencia como un movimiento de acumula­ción continuo. Ha elaborado, además, la idea de «comuni­dad científica» al explicar que los científicos forman unacomunidad cerrada cuya investigación se refiere a un abani­co muy definido de problemas y que utilizan unos métodosadaptados a dicha tarea: las acciones de los científicos en lasciencias avanzadas están determinadas por un «paradigma»,o «matriz disciplinaria», es decir, un estado de la realizacióncientífica que es aceptado por una fracción importante decientíficos y que riende a imponerse a todos los demás.

La definición de los problemas y la metodología deinvestigación utilizada proceden de una tradición profe­sional de teorías, de métodos y de competencias que sólopueden adquirirse al cabo de una formación prolongada.Las reglas del método científico tal como son explicitadaspor los lógicos no corresponden a la realidad de las prácti­cas. Al igual que en otras profesiones, los científicos danpor supuestO que las reorías y los métodos existentes sonválidos y los utilizan para sus necesidades. No trabajan enel descubrimiento de nuevas teorías, sino en la solución deunos problemas concretos, considerados como enigmas(Puzzles): por ejemplo, medir una constante, analizar osintetizar una composición, o explicar el funcionamientode un organismo viviente. Para ello utilizan como para­digma las tradiciones existentes en su ámbito.

El paradigma es el equivalente de un lenguaje o de unacultura: determina las cuestiones que pueden ser planteadasy las que quedan excluidas, lo que se puede pensar y lo que

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es impensable; al ser a un mismo tiempo una adquisición(receíoed achieuement} y un punto de partida, representauna guía para la acción futura, un programa de investiga­ciones a emprender, más que un sistema de reglas y nor­mas. A partir de ahí el grupo científico está tan distanciadodel mundo exterior que es posible analizar muchos proble­mas científicos sin tomar en consideración las sociedadesen las que trabajan los científicos. [De hecho, Kuhn introduce la

idea, aunque sin elaborarla como tal, de la autonomía del universo

científico. llego así a afirmar que ese universo escapo pura y simple­

mente o la necesidad social, y, por lo tanto, a la ciencia social. No

ve que, en realidad (es lo que permite entender la noción de campo),

uno de las propiedades paradójicas de los campes muy autónomos,

coma la ciencia o la poesía, es que tienden a tener como único víncu­

lo con el mundo social los condiciones sociales que aseguran su au­

tonomía respectoo ese mundo, es decir, los condiciones muy privile­

giadas de que hay que disponer para producir o apreciar uno

matemática o una poesía muy avanzada, o, más exactamente, las

condiciones históricas que han tenido que confluir para que aparez­

ca uno condición social tal que permito que las personas que gozan

de ella puedan hacer cosas semejantes.}

Como ya he dicho, el mérito de Kuhn es haber susci­tado la atención sobre las rupturas y las revoluciones. Pero,como se limita a describir el mundo científico en una pers­pectiva casi durkheimiana, una comunidad dominada poruna norma central, no me parece que proponga un mode­lo coherente para explicar el cambio. Aunque una lecturaespecialmente generosa pueda construir un mod~lo seme­jante y descubrir el motor del cambio en el conflicto entrela ortodoxia y la herejía, los defensores del paradigma y losinnovadores, estos últimos pueden verse reforzados, en losperíodos de crisis, por el hecho de que entonces caen lasbarreras entre la ciencia y las grandes corrientes intelecrua-

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les en el seno de la sociedad. Soy consciente de haber atri­buido a Kuhn. a través de esa reinterpretación, la paneesencial de mi representación de la lógica del campo y desu dinámica. Pero puede que también sea una buena ma­nera de hacer ver la diferencia entre las dos visiones y laaportación específicade la noción de campo.

Dicho eso, si nos referimos estrictamente a los textosde Kuhn. descubriremos una representación claramenteintemalista del cambio. Cada uno de los paradigmas alcan­za un punto de agotamiento intelectual; la matriz discipli­naria ha producido todas las posibilidades que era capaz deengendrar (es un tema que también aparecía. respecto a laliteratura, en los formalistas rusos). a la manera de unaesencia hegeliana que se realiza, de acuerdo con su propialógica, sin intervención externa. Eso no impide que persis­tan algunos enigmas y que no encuentren solución.

Pero quiero detenerme un momento en un análisis deKuhn que me parece muy interesante -sin duda, una vezmás, porque lo reinterpreto en función de mi propio mode­10-. el de «tensión esencial», a partir del título que dio a unarecopilación de artículos (Kuhn, 1977). Lo que crea la ten­sión esencialde la ciencia no es que exista una tensión entrela revolución y la tradición. entre los conservadores y los re­volucionarios, sino que la revolución implique a la tradi­ción, que las revoluciones arraiguen en el paradigma: «Lastransformaciones revolucionarias de una tradición científi­ca son relativamente escasas, y su condición necesaria sonlargos períodos de investigación convergente [...]. Sólo lasinvestigaciones firmemente arraigadas en la tradición cien­tífica contemporánea tienen alguna posibilidad de rompetesa tradición y de dar nacimiento a otra nueva» (Kuhn,1977: 307). «El científico productivo tiene que ser un tradi­cionalista, amante de entregarse a complejos juegos gober-

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nados por reglaspreestablecidas, si quiere ser un innovadoreficaz que descubra nuevas reglas y nuevas piezas con lasque poder seguir jugando» (Kuhn. 1977: 320). «Si bien elcuestionamiento de las opiniones fundamentales de los in­vestigadores sólo se produce en la ciencia extraordinaria, esla ciencia normal. sin embargo, la que revela tanto el objetoa experimentar como la manera de hacerlo» (Kuhn, 1977:364). Equivale a decir que un (auténtico) revolucionario enmateria científica es alguien que tiene un gran dominio dela tradición (y no alguien que hace tabla rasa del pasado oque, más simplemente. lo ignora).

Así pues, las actividades de resolución de enigmas(<<puzzle-solving») de la «ciencia normal» se apoyan en elparadigma comúnmente aceptado que define entre otrascosas, de manera relativamente indiscudda, lo que puedeservir como una solución .correcta o incorrecta. En las si­tuaciones revolucionarias, por el contrario, el marco defondo, el único capaz de definir la «corrección», está tam­bién en cuestión. (Es exactamente el problema que planteóManet al operar una revolución tan radical que ponía encuestión los propios principios a través de los cuales podíavalorarse.) En tal caso nos enfrentamos a la elección entredos paradigmas concurrentes y desaparecen los criteriostrascendentes de racionalidad (no hay conciliación ni com­promiso: es el tema, que ha provocado muchas discusio­nes, de la inconmensurabilidad de los paradigmas). Y laemergencia de un nuevo consenso sólo puede explicarse,en opinión de Kuhn, mediante factores no racionales. Perode la paradoja de la «tensión esencial» cabe concluir, rein­terpretando muy libremente a Kuhn, que el revolucionarioes alguien que posee necesariamente un capital (esto sedesprende de la existencia de un derecho de admisión en elcampo), es decir, un gran dominio de los recursos cclecti-

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vos acumulados, y que, a partir de ahí, conserva necesaria­mente lo que supera.

Así pues, rodo ocurre como si Kuhn, llevando hasta ellímite el cuestionamiento de los estándares universales deracionalidad, ya prefigurados en la tradición filosófica quehabía evolucionado de un universalismo «trascendental»de tipo kantiano hacia una noción de la racionalidad ya re­lativizada -por ejemplo, como mostraré a continuación,por Carnap (1950)-, recuperara, con la noción de paradig­ma, la tradición kantiana del apriorismo, pero tomada enun sentido relativizado, o, más exactamente, sociologizada,como en el caso de Durkheim.

Gracias a que lo que ha aparecido como el tema cen­tral de la obra, a saber, la tensión entre el establíshmenty lasubversión, era afín al mood«revolucionario» de la época,Kuhn, que no tenia nada de revolucionario, fue adoptadocomo un profeta, un poco a su pesar, por los estudiantesde Columbia e integrado en el movimiento de la «contra­cultura» que rechazaba la «racionalidad científica•• y rei­vindicaba la imaginación frente a la razón. Por el mismomotivo, Feyerabend era el fdolo de los estudianres radica­les de la Universidad Autónoma de Berlín (Toulmin, 1979:155-156, 159). La invocación de esas referencias teóricasse entiende si vemos que el movimiento estudiantil lleva lacontestación política al propio terreno de la vida científi­ca, y ello dentro de una tradición universitaria en la que elcorte enrre la scholarship y el committment está especial­mente señalado: se trata de liberar el pensamiento y la ac­ción del control de la razón y de las convenciones, en todoel mundo social, sin excluir la ciencia.

En suma, este pensamiento científico ha debido me­nos su fuerza social al contenido propio de su mensaje-exceptuando tal vez el título: «La estructura de las revo-

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luciones»; que al hecho de que ha caído en una coyunturaen la que una población cultivada, los estudiantes, ha po­dido apropiársela y transformarla en mensaje revoluciona­rio específico contra la autoridad académica. El movimien­to del 68 desarrolló en el terreno privilegiadisimo de launiversidad una contestación capaz de cuestionar los prin­cipios más profundos y más profundamente indlscutidossobre los que reposaba aquélla, comenzando pot la autori­dad de la ciencia. U tilizó armas científicas o epistemológi­cas contra el orden universitario que debía una parte de suautoridad simbólica al hecho de que era una episteme insti­tuida, que se basaba, en última instancia, en la epistemo­logia. En el orden académico, esa revolución fallida haquebrantado cosas esenciales, y, muy especialmente, las es­tructuras cognitivas de los dominadores del orden acadé­mico y científico. Uno de los blancos de la contestaciónfue la ortodoxia de las ciencias sociales y el esfuerzo de latriada capitalina, Parsons, Merton, Lazarsfeld (de la quejamás se han recuperado), por apropiarse el monopolio dela visión legítima de la ciencia social (con la sociología dela ciencia como falso cierre y coronación reflexiva).

Pero la principal fuerza de resistencia al paradigma es­tadounidense aparecerá en Europa, con la escuela deEdimburgo, David Bloor y Barry Barnes, y el grupo deBarh, Harry Collins, en el campo anglófono, y, en Francia,mi artículo de 1975 sobre el campo cientifico (1975a).

3. EL PROGRAMA LLAMADO FUERTE

David Bloor (1983) se apoya en Wittgenstein parafundar una teoría de la ciencia según la cual la racionalidad,la objetividad y la verdad son unas normas socioculturales

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locales, unas convenciones adoptadas e impuestas por unosgrupos concretos: recupera los conceptos wittgensteinianosde «languagegame» y iform ofliJe», que desempeñan un pa­pel central en las Investigaciones filosóficas, y los interpretacomo si se refirieran a unas actividades sociolingülsticasasociadas a unos grupos socioculturales concretos cuyasprácticas estuvieran reguladas por unas formas convencio­nalmente adoptadas por los grupos implicados. Las normascientíficas tienen los mismos límites que los grupos en cuyointerior han sido aceptadas. Copiaré de Yves Gingras(2000) una presentación sintética de los cuatro principiosdel «programa fuerte»: «David BIoor en su libro Knowledgeand SocialImagery. aparecido en 1976 y reeditado en 1991,enuncia cuatro grandes principios metodológicos que tie­nen que ser seguidos para construir una teoría sociológicaconvincente del conocimiento científico: 1) causalidad: laexplicación propuesta tiene que ser causal; 2) imparciali­dad: el sociólogo tiene que ser imparcial respecto a la "ver­dad" o la "falsedad" de los enunciados debatidos por los au­tores; 3) simetría: este principio estipula que deben serutilizados "los mismos tipos de causas" para explicar tantolas creencias consideradas "verdaderas" por los autorescomo aquellas que consideran "falsas"; y, finalmente, 4) lareflexividadexigeque la sociologíade la ciencia esté a su vezsometida, en principio, al tratamiento que aplica a las res­tantes ciencias. En el curso de los numerosos estudios decasosbasados en esosprincipios, la causalidad ha sido inter­pretada de manera bastante amplia para incluir la idea decomprensión (evitando de ese modo la antigua dicotomía"explicación contra comprensión"). Mientras que el princi­pio de imparcialidad es obvio en el plano metodológico yno ha planteado realmente ningún debate, los filósofos handebatido mucho acerca del sentido preciso y la validez del

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principio de simetría. Finalmente, el principio de reflexivi­dad no desempeña, en realidad, ningún papel en los estu­dios de casos, y sólo ha sido tomado realmente en serio porWoolgar y Ashmore, que, en consecuencia, se han vistoobligados a estudiar en mayor medida la sociología de lasciencias y sus prácticas de escritura que las mismas cien­cias.» Me apropiaré por completo de esta exposición y delos comentarios que contiene, limitándome a añadir que,en mi opinión, es imposible hablar de reflexividada propó­sito de los análisis de la sociología de las ciencias (de los de­más) que se parecen más a la polémica que a la «polémicade la razón científica» en la medida en que, como sugiereBachelard, esta polémica está orientada en primer lugarcontra el propio investigador.

Barry Barnes (1974), que explicita el modelo teóricosubyacente en el análisis de Kuhn, omite. al igual que éste,el planteamiento de la cuestión de la autonomía de la cien­cia, aunque se refiere primordialmente, (por no decir demanera exclusiva) a los factores internos en su investiga­ción de las causas sociales de las creencias-preferencias delos científicos. Los intereses sociales suscitan unas tácticasde persuasión, unas estrategias oportunistas y unos disposi­tivos culruralmenre transmitidos que influyen en el conte­nido y el desarrollo del conocimiento científico. Lejos deestar determinadas de manera inequívoca por la «naturale­za de las cosas» o por {(puras posibilidades lógicas), comopretendía Mannheim, las acciones de los científicos, aligual que la emergencia y la cristalización de paradigmascientíficos, están influidas por factores sociales intrateóri­cos y extrateóricos. Barnes y Bloor (I982) se apoyan en lasubdeterminación de la teoría por los hechos (las teorías jamásestán completamente determinadas por los hechos que in­vocan, y siempre hay más de una teoría que puede ampa-

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rarse en unos mismos hechos); insisten también en el he­cho (que es una banalidad para la tradición epistemológicacontinental) de que la observación está orientada por lateoría. Las controversias (que pueden existir, una vez. más,gracias a la subdeterminación) muestran que el consenso esfundamentalmente frágil, que muchas controversias termi­nan sin haber sido zanjadas por los hechos y que los cam­pos científicos estables suponen siempre la existencia decierto número de descontentos que atribuyen el consensoal mero conformismo social.

Collins y la escuela de Bath no ponen tanto el acentoen la relación entre los intereses y las preferencias como enel proceso de interacción entre los científicos en y a travésde los cuales se forman las creencias o, más exactamente, enlas controversias científicas y en los métodos no racionalesque se utilizan para dirimirlas. Por ejemplo, Harry Collinsy T revor Pinch muestran, respecto a una controversia entrecientíficos del establishment y parapsicólogos, que unos yotros utilizan procedimientos tan extraños como deshones­tos: todo se desarrolla como si los científicos hubieran ins­taurado unas fronteras arbitrarias para impedir la entrada aunas maneras de pensar y de actuar diferentes de las suyas.Critican el papel de la «replicatíon» (o unas experienciascruciales) en la ciencia experimental. Cuando los científi­cos intentan reproducir las experiencias de otros científicos,modifican a menudo las condiciones originales de la expe­rimentación, equipo y procedimientos, para seguir sus pro­pios programas, una «replication» perfecta que supone, enrealidad, unos agentes intercambiables (convendría anali­zar desde esta perspectiva la confrontación entre Pasteur yKoch). Por otra parte, si no se tiene una grandisima fami­liaridad con el problema en cuestión, es muy difícil repro­ducir los procedimientos experimentales a partir de un in-

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forme escrito. En efecto, las transcripciones científicas tien­den a respetar las normas ideales del protocolo científicomás que a narrar las cosas tal como se han desarrollado. Loscientíficos pueden conseguir en más de una ocasión unos«buenos» resultados sin ser capaces de decir cómo los hanconseguido. Cuando otros científicos no consiguen (repli­car» una experiencia, los primeros pueden argumentar quesus procedimientos no han sido observados correctamente.En realidad, la aceptación o el rechazo de un experimentodepende tanto del crédito concedido a la competencia delexperimentador como de la fuerza y la significación de laspruebas experimentales. Para alcanzar la convicción nopesa tanto la fuerza intrínseca de la idea verdadera como lafuerza social del verificador. Esto quiere decir que el hechocientífico es obra de quien lo produce y lo propone, perotambién dequien lo recibe (una nueva analogía con el cam­po artístico).

En suma, al igual que Bloor y Barnes, también insis­ten en el hecho de que los datos experimentales no bastanpor sí solos para determinar en qué medida una experien­cia vale para acreditar o invalidar una teoría. y que son lasnegociaciones en el seno de un núcleo central (eore set) deinvestigadores interesados lo que determina si una contro­versia está zanjada. Tales negociaciones dependen en bue­na medida de juicios sobre las cuestiones de honestidadpersonal, de competencia técnica, de pertenencia institu­cional, de estilo de presentación y de nacionalidad. O sea,el «falsificacionismo» popperiano ofrece una imagen idea­lizada de las soluciones aporradas por el core setde sabios alo largo de sus disputas.

Collins tiene el mérito inmenso de recordar que el he­cho es una construcción colectiva, y que es en la interacciónentre el que produce el hecho y aquel que lo recibe, y que

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intenta «replicarlo» para negarlo o confirmarlo, donde seconstruye el hecho verificado y certificado, así como demostrar que procesos análogos a los que descubrí en el te­rreno del arte se observan también en el mundo científico.Pero su trabajo adolece de unas limitaciones que procedendel hecho de que permanece encerrado en una visión ínter­

accionista que busca en las interacciones entre los agentes elprincipio de sus acciones e ignora las estructuras (o las rela­ciones objetivas) y las disposiciones (casi siempre conecta­dascon la posición ocupada en tales estructuras) que consti­tuyen el auténtico principio de las acciones y, entre otrascosas, de las propias interacciones (que pueden ser la media­ción entre las estructuras y las acciones). Encerrado en loslímites del laboratorio, no se interroga en absoluto acerca delas condiciones estructurales de la producción de la creencia,por ejemplo, de hasta qué punto influye en ella lo que sepodría llamar el «capital laboratorio», puesto en evidenciapor los mertonianos que han mostrado, como ya hemos vis­to, que si un descubrimiento determinado se realiza en unlaboratorio conocido de una universidad prestigiosa tienemayores posibilidades de ser aceptado que si se consigue enotro menos considerado.

4. UN SECRETO A VOCES BIEN GUARDADO

Los estudios de laboratorio tienen una importanciamanifiesta en la medida en que han roto con la visión untanto lejana y global de la ciencia para aproximarse estre­chamente a los lugares de producción. Así pues, represen­tan una aportación incontestable que me gustaría recordargracias a las manifestaciones de uno de los miembros de di­cha corriente, Karin Knorr-Cerina: «Losobjetos científicos

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no sólo son fabricados técnicamente en los laboratorios,sino que también son construidos de manera inseparable­mente simbólica y política mediante unas técnicas literariasde persuasión determinadas que pueden encontrarse en losartículos científicos, mediante unas estratagemas políticascon las que los científicos aspiran a establecer unas alianzaso a movilizar unos recursos, o mediante las selecciones queconstruyen los hechos científicos desde dentro.» Entre los«pioneros» de los estudios de laboratorio, me gustaría re­cordar los trabajos de Mirko D. Grmek (1973) y FredericL. Homes (1974), que se han apoyado en los apuntes delaboratorio de Claude Bernard para analizar diferentes as­pectos de la obra de este sabio. Allí vemos que los mejorescientíficos descartan los resultados desfavorables como abe­rraciones que hacen desaparecer de los informes oficiales ytransforman a veces experiencias equívocas en resultadosdecisivos o modifican el orden en el que las experienciashan sido realizadas, etcétera, y que todos se doblegan a lasestrategias retóricas comunes que se imponen en el paso delos apuntes privados de laboratorio a las publications.

Conviene citar aquí a Medawar, que resume muybien las distorsiones que se cometen al apoyarse única­mente en los informes publicados: «Los resultados parecenmás decisivos, y más honestos; los aspectos más creativosde la investigación desaparecen, y da la impresión de quela imaginación, la pasión y el arte no han desempeñadoningún papel y que la innovación no procede de la activi­dad apasional, de unas manos y de unas mentes profunda­mente implicadas, sino de la sumisión pasiva a los precep­tos estériles del supuesto "método científico". Este efectode empobrecimiento conduce a ratificar una visión empi­rista o inductivista, a la vez anticuada e ingenua, de lapráctica de la investigación» (Medawar, 1964).

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Karin Knorr-Cetina, a partir de un trabajo sobre un la­boratorio en el que estudia minuciosamente los estados su­cesivos de un draftque culmina en su publicación despuésde dieciséis versiones sucesivas, analiza con detalle las trans­formaciones de la retórica del texto, el trabajo de desperso­nalización realizado por los autores, etcétera. (Sólo podemoslamentar que, en lugar de entregarse a largas discusionesteórico-filosóficas con Habermas, Luhman, etcétera, no se leocurra transmitir las informaciones propiamente sociológi­cas sobre los autores y sobre su laboratorio, que permitiríanrelacionar las estrategias retóricas utilizadas con la posicióndel laboratorio en el campo científico y con las disposicio­nes de los agentes implicados en la producción y la circula­ción de los drafts.)

Peco es en G. Nigel Gilbert y Michael Mulkay (1984)donde he encontrado la exposición más exacta y más com­pleta de las características de dicha tradición. Muestran quelos discursos de los científicos varían según el contexto. ydiferencian dos «repertorios» (me parece que sería mejor de­cir dos retóricas). El «repertorio empírico» es característicode los textos formales de investigación experimental que es­tán escritos de acuerdo con la representación empírica de laacción científica: el estilo tiene que ser impersonal. y hayque minimizar la referencia a los actores sociales y a suscreencias de manera que ofrezca todas las apariencias de laobjetividad; las referencias a la dependencia de las observa­ciones respecto a la especulación teórica desaparecen; todocontribuye a subrayar la distancia del científico respecto asu modelo; la descripción en la sección metodológica esráexpresada mediante fórmulas generales. El otro repertorio,el «contingente). (contingent repenoire), coexistecon el prime­ro: cuando hablan informalmente. los científicos insistenen la dependencia de un «sentido intuitivo de la investiga-

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ción» (intuitivefie/ Jor research), que es inevitable, dado elcarácter práctico de las operaciones consideradas (Gilbert yMulkay, 1984: 53). Esas operaciones no pueden ser escritasy, realmente. sólo es posible llegar a entenderlas gracias aun estrecho contacto personal. Los autores hablan de «prac­tica/ skills», de mañas y habilidades tradicionales. de recetas(los investigadores utilizan a menudo la comparación con lacocina). La investigación es una práctica consuetudinariacuyo aprendizaje se realiza por medio del ejemplo. Se esta­blece una comunicación entre personas que comparten elmismo backgroundde problemas y de presupuestos (assump­tions) técnicos. Es curioso que, como observan los autores,los científicos recuperen el lenguaje del «repertorio contin­gente)) cuando hablan de lo que hacen los demás o para ex­plicar su lectura del protocolo oficial de sus colegas (deltipo: «es un conversador empedernido"...).

En suma, los científicos utilizan dos registros lingüísti­cos: en el «repertorio empírico» escriben de una maneraconvencionalmente impersonal; al reducir al mínimo las re­ferencias a la intervención humana, construyen unos rextosen los cuales el mundo físico parece actuar y hablar, literal­mente, por sí mismo. Cuando el autor está autorizado aaparecer en el texto, es presentado bien como obligadoa emprender las experiencias o a alcanzar las conclusionesteóricas por las exigencias inequívocas de los fenómenos na­turales que estudia, bien como rígidamente obligado por lasreglas del procedimiento experimental. En unas situacionesmenos formales. dicho repertorio es completado y, a veces,contradicho por otro repertorio que pone el acento en elpa­pel desempeñado por las contingencias personales en la ac­ción y lacreencia. El informe asimétrico que presenta la creen­cia correcta como si surgiera de manera indiscutible de laprueba experimental. y la creencia incorrecta como el efecto

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de factores personales, socialesy, generalmente, no científi­cos, reapareceen los estudios sobre la ciencia (que casisiem­pre se apoyan en los informes formales).

En realidad, lo que la sociología descubre es conocidoy pertenece incluso al orden del «common knowledge»,como dicen los economistas. El discurso privado sobre ellado privado de la investigación parece que ni pintadopara devolver la modestia al sociólogo tentado de creerque descubre «los intríngulis» de la ciencia y debe, encualquier caso, ser tratado con gran reflexión y delicadeza.Sería preciso desplegar los tesoros de una fenomenologíarefinada para analizar estos fenómenos de doble concien­cia que asocian y combinan, como todas las formas demala fe (en el sentido sartriano) o de se!fdeception, saber yrechazo de saber, saber y rechazo de saber que se sabe, sa­ber y rechazo de que otros digan lo que se sabe o, peoraún, de que lo sepan. (Convendría decir otro tanto de las«estrategias» de carrera y, por ejemplo, de las elecciones deespecialidad o de objeto, que no pueden ser descritas si­guiendo las alternativas normales de la conciencia y de lainconsciencia, del cálculo y de la inocencia.) Todos esosjuegos de la mala fe individual sólo son posibles medianteuna profunda complicidad con un grupo de científicos.

Pero me gustaría tratar con más detalle el último ca­pítulo, titulado: }oking Apart. Los autores observan quecuando entran en un laboratorio descubren, a menudo pe­gados en la pared, textos extravagantes, como un Dictio­nary ofuseful research phrases que circulan de laboratorioen laboratorio y recuerdan los discursos irónicos y paródi­cos a propósito del discurso científico que producen lospropios científicos: Post-prandial Proceedings ofthe Caven­dish Physica! Society, fourna! 01[ocular Physics, fourna! 01Irreproducible Results, RevueofUnclear Physics.

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Según el modelo de las listas de «debe decirselno debedecirse» de los manuales de idiomas, los autores establecenun cuadro comparativo que confronta dos versiones de laacción: la producida para la presentación formal y la des­cripción informal de lo que ha sucedido realmente. A unlado «loque escribió» (what he wrote); al otro, «lo que pen­saba" (what he meant) (Gilben y Mulkay, 1984: 176):

l. Sabemos desde hace tiempo... II No me he tomado lamolestia de buscar la referencia.

2. Aunque todavia no sea posible ofrecer unas respuestasdefinitivas a esas preguntas... II El experimento no hafuncionado, pero he pensado que, por lo menos, po­dría aprovecharlo para unapublicación.

3. Han sido elegidas tres de las muestras para un estudiodetallado... II Los resultados de las otras carecían detodo sentido y han sido ignorados.

4. Dañado accidentalmente durante el montaje... II Secayó al suelo.

5. De gran importancia teórica y práctica... II Interesan­tepara mí.

6. Sugerimos que... Sabemos que... Parece... II Creo.7. Se cree generalmente que... II También lo piensan

otros tíos.

Este divertido cuadro permite descubrir la hipocresíade la literatura formal. Pero la doble verdad de la expe­riencia que los agentes pueden tener de su propia prácticatiene algo de universal. Conocemos la verdad de lo que sehace (por ejemplo, el carácter más o menos arbitrario o,en cualquier caso, contingente de las razones o de las cau­sas que determinan una decisión judicial), pero para estaren regla con la idea oficial de lo que se hace, o con la idea

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obvia y evidente, es preciso que esa decisión parezca queha sido motivada por unas razones, unas razones lo máselevadas (y jurídicas) posible. El discurso formal es hipó­crita, pero la tentación del «radicalismo chic» lleva a olvi­dar que las dos verdades coexisten, con mayor o menordificultad, en los propios agentes (es una verdad que mecostó mucho trabajo aprender y que aprendí, paradójica­mente, gracias a los cabileños, tal vez porque es más fácildescubrir la hipocresía colectiva de los extraños que lapropia). Entre las fuerzas que apoyan las reglas sociales fi­gura el imperativo de regularización, visible en el hechode «estar en regla» que conduce a presentar como realiza­das de acuerdo con las reglas prácticas que pueden trans­gredir por completo dichas reglas, porque lo esencial essalvar las reglas (y por ese motivo el grupo aprueba y res­peta esa hipocresía colectiva). Se trata, en efecto, de salvarlos intereses concretos del científico concreto que ha rotosu pipeta; pero también, y al mismo tiempo, de salvar lacreencia colectiva en la ciencia que hace que, aunquetodo el mundo sepa que las cosas no han ocurrido de lamanera que se dice que han ocurrido, finge ignorarlo. Loque plantea el problema, muy general, de la función o delefecto de la sociología que, en muchos casos, hace públi­cas unas cosas «denegadas» que los grupos conocen y «noqUIeren conocer».

Sentiría, pues, la tentación de ratificar la verificaciónque se me antoja, en lo esencial, muy poco discutible deGilbert y Mulkay, o de Peter Medawar, si no estuvieraasociada, con gran frecuencia, a una filosofía de la acción(y a una visión cínica de la práctica) que encontrará suculminación en la mayoría de los trabajos dedicados a la«vida de laboratorio». Así, por ejemplo, si bien es induda­blemente cierto que, tal como afirma Karin Knorr, el la-

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boratorio es un lugar en el que se realizan unas accionescon la preocupación de «hacer funcionar las cosas» (el.aexpresión coloquial "making things work"sugiere una con­tingencia de los resultados a propósito de la producción:"hacer funcionar" provoca una selección de esos "efectos"que pueden ser referidos a un conjunto de contingenciasracionales al ignorar los intentos que contradicen los efec­tos»), no se puede aceptar la idea que expresa en la fraseque acabo de citar, en la que prescinde de la afirmación,que ocupa el centro de mi primer artículo, del carácter in­separablemente científico y social de las estrategias de losinvestigadores e introduce furtivamente la afirmación deuna construcción simbólica y política sustentada en unas«técnicas depersuasión» y unas «estratagemas» encaminadashacia la formación de alianzas. Las «estrategias» a un tiem­po científicas y sociales del habitus científico están pensa­das y tratadas como estratagemas conscientes, por no decircínicas, orientadas hacia lagloria del investigador.

Pero tengo que referirme ahora, para terminar, a unarama de la sociofilosofía de la ciencia que se ha desarrolla­do sobre todo en Francia, pero que ha conocido ciertoéxito en los campus de las universidades anglosajonas:quiero hablar de los trabajos de Latour y Woolgar y, enespecial, de Laboratory Life, que ofrece una imagen am­pliada de todos los vicios de la nueva sociología de la cien­cia (Latour y Woolgar. 1979). Esa corriente está fortísi­marnente marcada por las condiciones históricas, demanera que temo encontrarme con muchas dificultadespara distinguir, como he hecho en las corrientes anterio­res, el momento del análisis de los temas considerados y elmomento del análisis de las condiciones sociales de suproducción. [Por ejemplo, en un «resumen» que se presento

como favorable 01 libro de latour y Woolgar Laboratory Life, se lee:

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«El laboratorio manipulo unos inscripciones (en referencia a Derri­

da), unos enunciados (en referencia a Foucault); unas construccio­

nes que crean los realidades que evocan. Tales construcciones se

imponen mediante lo negociación de los pequeños grupos de inves­

tigadores implicados. Lo verificación (assay) es cutoverihcoción,

crea su propia verdad; es cutoverfñccnte porque no hoy nodo poro

verificarla. LaboraforyLífedescribe el proceso de verificación como

un proceso de negociación.»)

Se da por sentado que los productos de la ciencia sonel resultado de un proceso de fabricación y que el labora­torio, un universo artificial, aislado del mundo de mil ma­neras, físicamente, socialmente, así como por el capital deinstrumentos que en él se manipulan, es el lugar de laconstrucción, por no decir de la «creación», de los fenó­menos gracias a los cuales elaboramos y ponemos a pruebaunas teorías que no existirían sin el equipo instrumentaldel laboratorio. «La realidad artificial que los participantesdescriben como una entidad objetiva, de hecho, ha sidoconstruida.»

A partir de esta verificación, que, para un lector asiduode Bachelard, no tiene nada de sorprendente, podemos,jugando con las palabras o haciéndolas jugar a ellas, pasar aunas proposiciones de aire radical (adecuadas para ocasio­nar grandes consecuencias, sobre todo en los campus de laotra orilla del Atlántico dominados por la visión logicista­positivista). Al decir que los hechos son artificiales en elsentido de fabricados, Latour y Woolgar dan a entenderque son ficticios, y no objetivos o auténticos. El éxito desus afirmaciones proviene del «efecto de radicalidad»,como dice Yves Gingras (2000), que nace de un cambiofurtivo de sentido sugerido y estimulado por una hábil uti­lización de conceptos anfibológicos. La estrategia de pasoal límítees uno de los recursos privilegiados de la investiga-

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ción de ese efecto (pienso en la utilización que, en los años1970, se hizo de las tesis de Illitch sobre la abolición de laescuela para combatir la descripción del efecto reproductorde la escuela); pero puede conducir a posiciones insosteni­bles e indefendibles, por ser, simplemente, absurdas. Deahí una estrategia típica, la que consiste en exponer unaposición muy radical (del tipo: el hecho científico es unaconstrucción o -cambio furtivo de sentido- una fabrica­ción, y, por tanto, un artefacto, una ficción) para después,ante la crítica, batirse en retirada replegándose tras una se­rie de banalidades, es decir, tras la cara más vulgar de no­ciones anfibológicas como construcción, etcétera.

Pero para producir este efecto de «desrealización» nose contenta con hacer hincapié en el contraste entre el ca­rácter improvisado de las prácticas reales en el laboratorioy el razonamiento experimental tal como es racionalmentereconstruido en los textbooks y en los informes de investi­gación. Larour y Woolgar ponen en evidencia el importan­tísimo papel que, en el trabajo de fitbricación de los hechoscomo ficción, corresponde a los textos. Argumentan que losinvestigadores que examinaron durante su etnografía delInstituto Salk no tenían como objeto las cosas en sí mis­mas, sino unas «inscripciones literarias}, producidas porunos técnicos que trabajan con unos instrumentos de gra­bación: «Entre los científicos y el caos sólo existe un murode archivos, de etiquetas, de libros de protocolos, de figu­ras y de papeles.» «Pese al hecho de que los investigadorescreían que las inscripciones podían ser representaciones oindicadores de cierra entidad dotada de una existencia in­dependiente "en el exterior", creemos haber demostradoque tales entidades están constituidas únicamente gracias ala utilización de esas inscripciones.» En suma, la creenciaingenuamente realista de los investigadores en una realidad

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exterior al laboratorio es una pura ilusión de la que sólopuede liberarlos una sociología realista.

Así que el producto final ha sido elaborado y hechocircular, las etapas intermedias que lo han hecho posible,y, en especial, la amplia red de negociaciones y de maqui­naciones que han existido al principio de la aceptación deun hecho, son olvidadas, gracias, especialmente, a que elinvestigador borra tras de sí las huellas de su trabajo.Como los hechos científicos son construidos, comunica­dos y evaluados en forma de proposiciones escritas, la par­te esencial del trabajo científico es una actividad literaria einterpretativa: «Un hecho no es más que una proposición(statement) sin modalidad -M- y sin huella de autor»: eltrabajo de circulación conducirá a borrar las modalidades,es decir, los indicadores de referencia temporal o local(por ejemplo: «estos datos pueden indicar que...», «creoque esta experiencia muestra que...»}; en suma, todas lasexpresiones referenciales. El investigador tiene que recons­truir el proceso de consagración-universalización medianteel cual el hecho acaba poco a poco por ser reconocidocomo tal, las publicaciones, las redes de citas, las discusio­nes entre laboratorios rivales y las negociaciones entre losmiembros de un grupo de investigación (o sea, por ejem­plo, las condiciones sociales en las que la terapia de sus­titución hormonal se ha desembarazado de todas las ca­lificaciones conflictivas); tiene que describir '«cómo unaopinión ha sido transformada en un hecho y, con ello, li­berada de las condiciones de su producción» (que, a partirde ese momento, son olvidadas tanto por el productorcomo por los receptores).

Latour y Woolgar pretenden situarse en el punto devista de un observador que ve lo que ocurre en el Iaboraro­rio sin compartir las creencias de los investigadores. Po-

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niendo al mal tiempo buena cara, describen lo que les pa­rece inteligible en el laboratorio: los indicios, los textos, lasconversaciones y los rituales, así como el extraño material(uno de los grandes momentos de ese trabajo es la «inge­nua» descripción de un sencillo instrumento, una pipe­ta... ; Woolgar, 1988b: 85). De ese modo pueden tratar laciencia natural como una actividad literaria y recurrir,para describir e interpretar esta circulación de los produc­tos científicos, a un modelo semiológico (el de A. J. Grei­mas). No atribuyen la condición privilegiada que se con­cede a las ciencias naturales a la validez especial de susdescubrimientos, sino al costoso equipo y a las estrategiasinstitucionales que transforman los elementos naturales entextos prácticamente invulnerables al ser el autor, la teoría,la naturaleza y el público otros tantos efectos del texto.

La visión semiológica del mundo que los lleva a enfati­zar las huellas y los signos los conduce también a esa for­ma paradigmática del sesgo escolástico llamada textismo,que constituye la realidad social como texto (a la manerade los etnólogos, como Marcus, (1986), o incluso Ceertz,o de los historiadores, con el linguistic turn, que, por lamisma época, comenzaron a decir que todo es texto). Asípues, la ciencia sólo sería un discurso o una ficción entretantas otras, capaz, sin embargo, de ejercer un «efecto deverdad» producido, como todos los demás efectos litera­rios, a partir de características textuales como los tiemposverbales, la estructura de los enunciados, las modalidades,etcétera (la ausencia de cualquier intento de prosopografíacondena a buscar el poder de los textos en los propios tex­tos). El universo de la ciencia es un mundo que consigueimponer universalmente la creencia en sus ficciones.

La opción semiológica se aprecia con la máxima clari­dad en The Pasteurization o[France (Larour, 1988), donde

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Larour trata a Pasteur como un significante textual insertoen una historia que teje una red heterogénea de institucio­nes y de entidades, la vida cotidiana en la granja, las prác­ticas sexuales y la higiene personal, la arquitectura y el ré­gimen terapéutico de la clínica, las condiciones sanitariasde la ciudad y las entidades microscópicas descubiertas enel laboratorio, en suma, roda un mundo de representacio­nes que Pasteur construye y mediante el cual se constituyecomo el sabio eminente. [Me gustaría, en cierto modo a contra­

rio sensu, mencionar aquí un trabajo que, apoyándose en una lec­

tura minuciosa de buena parte de los claboratory notebooks» de

Pcsteor, ofrece una visión realista y bien informada, aunque sin un

despliegue ostentoso de efectos teóricos gratuitos, de lo obro y tom­

bién del emito» (copítulo 10) pasteuriano: G. l. Geison, The Private

Science oi Louis Pasteur (1995).}Lo semiológico se combina con una visión ingenua­

mente maquiavélica de las estrategias de los científicos: lasacciones simbólicas que éstos realizan para hacer recono­cer sus «ficciones» son, al mismo tiempo, estrategias de in­fluencia y de poder mediante las cuales promueven supropia grandeza. Así pues, se trata de entender cómo unhombre llamado Pasteur ha construido unas alianzas y he­cho proselitismo para imponer un programa de investiga­ción. Con toda la ambigüedad resultante del hecho de tra­tar a unas entidades semiológicas como descriptoressociohisróricos, Latour trata a Pasteur como una especiede entidad semiológica que actúa históricamente, y queactúa como actúa cualquier capitalista (podríamos leer,dentro de esta perspectiva, la entrevista titulada «Le der­nier des capitalistes sauvages» (Larour, 1983) en la que La­tour se esfuerza en mostrar que el científico consciente desus intereses simbólicos sería la forma más perfecta delempresario capitalista cuyas acciones van totalmente enea-

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minadas a conseguir la maximización del beneficio). Al nobuscar el principio de las acciones allí donde realmente re­side, es decir, en las posiciones y en las disposiciones, La­tour sólo puede encontrarlo en unas estrategias conscien­tes (por no decir cínicas) de influencia y de poder (y deese modo retrocede de un finalismo de los colectivos, a lamanera de Merton, a un finalismo de los agentes indivi­duales). Y la ciencia de la ciencia se ve reducida a la des­cripción de las alianzas y de las luchas por el «crédito»simbólico.

Después de verse acusado por los defensores del «pro­grama fuerte» de cultivar la desinformación y de utilizarunas estrategias científicas desleales, Larour, que, en todoel resto de su obra, aparece como un ccnstructivista radi­cal, se ha convertido recientemente en defensor del realis­mo invocando el papel social que atribuye a los objetos y,en especial, a los objetos manufacturados, en el análisisdel mundo científico. Propone, ni más ni menos, la recu­sación de la distinción entre los agentes (o las fuerzas) hu­manos y los agentes no humanos. Pero el ejemplo másasombroso es el del mecanismo de portero automático,que Latour, en un artículo titulado «Where are the mis­sing Masses?» (1993), invoca con la intención de encontraren las cosas las coerciones que faltan (las «masas ausen­tes", referencia científica chic) en el análisis corriente delorden político y social. Aunque se trate de objetos mecá­nicos, las puertas y los objetos técnicos actúan como coer­ciones constantes sobre nuestro comportamiento, y losefectos de la intervención de tales «agentes» son indiscer­nibles de los que ejerce un control moral o normativo:una puerta nos permite pasar sólo por un determinadolugar de la pared y a una determinada velocidad; un poli­cía de cartón regula el tráfico de la misma manera que un

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policía real; el ordenador de mi despacho me obliga a es­cribir unas instrucciones dirigidas a él en una forma sin­táctica determinada. Las «míssing masses» (análogas a lasque explican la velocidad de expansión del universo, nimás ni menos...) residen en los objetos técnicos que nosrodean. Nosotros delegamos en ellos poder y capacidadde actuar. Para entender esos objetos técnicos y su poder,¿es preciso abordar la ciencia técnica de su funcionamien­to? (Resulta, sin duda, más fácil en el caso de una puertao de una pipeta que en el de un ciclotrón...) Si no lo es,¿qué método hay que utilizar para descubrir el hecho dela «delegación» y lo que se delega en esos famosos «agen­tes»? Basta con recurrir al método, muy utilizado por loseconomistas, de las «hipótesis contrafactuales» y, si se tra­ta de entender el poder de las puertas, imaginar qué ocu­rrida si no estuvieran ahí. Es como una contabilidad dedoble columna: a un lado, lo que habrfa que hacer si noexistiera la puerta; al otro, el ligero esfuerzo de tirar o em­pujar que permite realizar las mismas tareas. Así-pues, setransforma un gran esfuerzo en otro más pequeño y laoperación descubierta por este análisis es lo que Latourpropone llamar desplazamiento o traslado o delegación:«hemos delegado a los goznes el trabajo de reversibilidadque resuelve el dilema del agujero en la pared». Y paraacabar, culmina en una ley general: «cadavez que se quie­re saber lo que hace un no humano, hay que limitarse aimaginar lo que otros humanos u otros no humanos ten­drfan que hacer si ese personaje no estuviera presente,}. Laimaginación (científica) al poder. Se ha hecho desaparecerla trivial diferencia entre los agentes humanos y los agen­tes no humanos (el portero automático sustituye a unapersona y moldea la acción humana al prescribir que tie­ne que cruzar la puerta) y cabe disertar libremente sobre

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la manera como delegamos el poder en los objetos técni­cos... (Sé que hay en la sala jóvenes que hacen el curso deingreso en la Escuela Normal Superior, justo aliado: heaquí una historia que, por una vez, podrá entrar directa­mente en sus «disertaciones» y causar cierto efecto; serácomo si volvieran al curso de ingreso en el instituto...)Habría podido, para mostrar que lo que podría parecerun mero juego literario es, en realidad, la expresión deuna auténtica opción «metodológica» de «Escuela», recor­dar también a Michel Callan (1986), que, en su estudiosobre las vieiras sitúa en el mismo plano a los pescadores,las vieiras, las golondrinas y el viento, en tanto que ele­mentos de un «sistema de agentes». Pero no llegaré a eseextremo.

[No puedo dejar de experimentar 01 llegar aquí cierto sensa­

ción de molestar ante lo que cccbc de hacer: por un lodo, no que­

rría conceder a esa obro lo importancia que ello mismo se otorgo y

arriesgarme de ese modo o contribuir, o mi pesar, o su valoriza­

ción llevando el análisis critico más allá de lo que ese tipo de texto

merece, pero creo, sin embargo, que es bueno que existan perso­

nas que, como Jocques Bcuvereeee (1999) ha hecho o propósito de

Debroy, o Gingros (1995) o propósito del propio Lotour, acepten

malgastar tiempo y energías poro desembarazar o lo ciencia de los

efectos funestos de la hybris filosófico; pero, por otro porte, recuer­

do un bellísimo artículo de Jcne Tompkins (l988), que describe lo

lógico de lo «righteous wrafh» -que se podría traducir como lo

«santa ira»-, es decir, el «sentimiento de suprema rectitud» (sen'i­menf of supreme righteousness} del héroe de western que, «injusta­

mente maltratado» (undu/y victimized) en un principio, puede sentir­

se llevado a hacer «contra los "malos" {against fhe viflains} lo

mismo que, unos instantes antes, éstos le habían hecho» (fhingswhich a short wh¡/e ago only fhe villains did): en el mundo acadé­

mico o científico este sentimiento puede llevar o quien se siente in-

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vestido de una misión de justiciero a uno «violencia sin derrama­

miento de sangre» (b/oodless vio/ence) que, aunque permanezco

dentro de los límiles de la bueno educación académica, se inspiro

en un sentimiento absolutamente idéntico al que conducía al héroe

del western a tomarse lo justicia por su mano. Y Jane Tompkins

subrayo que este furor legítimo puede llevar a sentirse [usñhccdc

paro atacar no sólo los defectos o los errores de un texto, sino tam­

bién las características más personales de la persono. Y no oculto

que también aquí, a través del discurso de importancia (una porte

esencial del cual eslá dedicada a explicar lo importancia del dis­

curso; remito en este momento al análisis que he realizado de lo re­

tórico de Althusser-Balibar, 2001 b], sus fórmulas hechiceros y auto­

legitimadoras (se proclama «radical», «contrainluitivo», «nuevo»],

su tono perentorio (hoy que ser arrollador), yo apuntaba a los dis­

posiciones asociadas estadísticamente a determinado origen social

(es seguro que las predisposiciones o laarrogancia, al bluf(, por no

decir a la impostura, a lo búsqueda del efecto de radicalidad, etcé­

tera, no están equitativamente distribuidas entre los investigadores

a partir de su origen social y su sexo, o, mejor dicho, a partir de su

sexo y su origen social). No podía dejar de sugerir que si esa retó­

rica ha llegado o conocer un éxito social desproporcionado respec­

to a sus méritos, tal vez se debo o que la sociología de la ciencia

ocupa una posición muy especial en la sociología, en uno frontero

imprecisa entre la sociología y lo filosofía, de manera que se puede

prescindir de uno auténtico ruptura con lo filosofía y con todos los

beneficios sociales asociados al hecho de aparecer como filósofo

en determinados mercados; ruptura larga y costoso, que supone lo

adquisición, difícil, de instrumentos técnicos y numerosos inversio­

nes ingratos en unos actividades considerados inferiores, por no

decír indignas. Estos disposiciones socialmente constituidos en la

audacia y en la ruptura que, en otros campos científicos más copo­

ces de imponer sus controles y sus censuras, habrían tenido que

temperarse y sublimarse, han encontrado ahí un terreno que les ha

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permitido expresarse sin maquillaje y sin freno. Dicho eso, lo sensa­

ción de righteouness que podía inspirar mi «santo ira» encuentro

ante mís ojos su fundamento en el hecho de que eso gente, que re­

chazo con frecuencia el nombre y lo calificación de sociólogo sin

ser realmente ccpoz de someterse o las exigencias del rigor filosófi­

co, puede llegar o tener éxito anle unos cuantos neófitos y retrasar

el progreso de lo investigación sembrando o los cualro vientos unos

falsos problemas que hocen perder mucho tiempo, globalmente,

metiendo a unos en callejones sin solido, y o otros, que tendrían

mejores cosas que hacer, en un trcbc¡o de crítico, o menudo un

poco desesperado, dado lo poderosos que son los mecanismos so­

ciales propensos o defender el error. Pienso, sobre todo, en lo 010­

doxia, ese error sobre lo identidad de los personas y de las ideos

que hace estragos muy especialmente entre quienes ocupan esas

regiones imprecisas entre lo Filosofía y los ciencias sociales (así

como el periodismo], y que, situados o caballo de lo frontera, con

un pie fuera, como Régis Debray, con sus metáforas científicas que

imitan los signos externos de lo cientificidad (el teorema de Oódel.

que ha provocado lo «santa ira» de Jocques Bouveresse), su etique­

to pseudocientífica, «lo medtologtc», o con un pie dentro, como

nuestros sociólogos-filósofos de lo. ciencia, que son especialmente

hábiles y están especialmente bien situados poro inspirar una creen­

cia engañosa, alodoxia, jugando con todos los dobles juegos, ga­

rantes de todos los dobles beneficios que permiten asegurar lo com­

binación de varios léxicos de autoridad y de importancia, entreellos el de la Filosofía y el de la ciencio.]

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Page 30: Bourdieu, Pierre - El oficio de cientifico

n. UN MUNDO APARTE

Uno de los puntos centrales por los que me distanciode todos los análisis que acabo de recordar es el conceptode campo, que pone el acento sobre las estructuras queorientan las prácticas científicas y cuya eficacia se ejerce auna escala microsociol6gica en la que se sitúan la mayoríade los trabajos que he criticado y. en especial, los estudiosde laboratorio. Cabría, para hacer sentir los límites de esosestudios, relacionarlos con lo que eran, en un terreno muydiferente, las monografías de aldea (así como buena partede los trabajos etnológicos) que tomaban como objetounas microunidades sociales supuestamente autónomas (sies que se planteaba la cuestión), unos universos aislados ycircunscritos que se suponían más fáciles de estudiar por­que a esa escala los datos, en cierto modo, se presentabanpreparados (con los censos, los catastros, etcétera). El la­boratorio, pequeño universo cerrado y separado. que pro­pone unos protocolos ya preparados para el análisis, unosapuntes de laboratorio, unos archivos, etcétera, parece, dela misma manera, reclamar una aproximación monográfi­ca e idiográfica semejante.

Ahora bien, vemos de entrada que el laboratorio es un

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microcosmos social situado en un espacio que suponeotros laboratorios constitutivos de una disciplina (a su vezsituada en un espacio, también jerarquizado, de las diver­sas disciplinas) y que debe una parte importantísima desus propiedades a la posición que ocupa en dicho espacio.Ignorar esta serie de ajustes estructurales, ignorar esta po­sición (relacional) y los efectos de posición correlativos, esexponerse, como en el caso de la monografía de aldea, abuscar en el laboratorio unos principios explicativos queestán en el exterior, en la estructura del espacio dentro delcual está insertado. Sólo una teoría global del espacio cien­tífico, como espacio estructurado de acuerdo con unas ló­gicas a un tiempo genéricas y específicas, permite entendera fondo cada uno de los puntos de ese espacio, laboratorioo investigador aislado.

La noción de campo señala una primera ruptura con lavisión interaccionista en la medida en que da fe de la exis­tencia de una estructura de relaciones objetivas entre los la­boratorios y entre los investigadores que dirigen u orientanlas prácticas; opera una segunda ruptura, en la medida enque la visión relacional o estructural que introduce se aso­cia a una filosofía disposicionalista de la acción, que rompecon el finalismo, correlato de un ingenuo intencionalismo,según el cual los agentes -en este caso concreto los investi­gadores- serían los calculadores racionales a la búsquedano tanto de la verdad como de los beneficios sociales ga­rantizados a los que parecen haberla descubierto.

En un artículo ya antiguo (l975a) propuse la idea deque el campo científico, al igual que otros campos, es uncampo de fuerzas dotado de una estructura, así como uncampo de luchas para conservar o transformar ese campode fuerzas. La primera parte de la definición (campo defuerzas) corresponde a un momento fisicista de la sociclo-

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gía concebida como física social. Los agentes, científicosaislados, equipos o laboratorios, crean, mediante sus rela­ciones, el mismo espacio que los determina, aunque sóloexista a través de los agentes que están situados en él yque, utilizando el lenguaje de la física, «deforman el espa­cio de su vecindad» confiriéndole una determinada estruc­tura. En la relación entre los diferentes agentes (concebi­dos como «fuentes de campo») se engendran el campo ylas relaciones de fuerza que lo caracterizan (relación defuerzas específica, propiamente simbólica, dada la «natura­leza» de la fuerza capaz de ejercerse en el campo, el capitalcientífico, especie de capital simbólico que actúa en la co­municación y a través de ella). Más exactamente, son losagentes, es decir, los científicos aislados, los equipos o loslaboratorios, definidos por el volumen y la estructura delcapital específico que poseen, quienes determinan la es­tructura del campo que los determina, es decir, el estadode las fuerzas que se ejercen sobre la producción científica,sobre las prácticas de los científicos. El peso asociado a unagente, que soporta el campo al mismo tiempo que contri­buye a estructurarlo, depende de todos los restantes agen­tes, de todos los restantes puntos del espacio y de las rela­ciones entre todos los puntos, es decir, de todo el espacio(quienes conozcan los principios del análisis de las corres­pondencias múltiples captarán aquí la afinidad entre estemétodo de análisis matemático y el pensamiento en térmi­nos de campo).

La fuerza vinculada a un agente depende de sus dife­rentes bazas, factores diferenciales de éxito que pueden ase­gurarle una ventaja en la competición; es decir, más exac­tamente, depende del volumen y de la estructura delcapital de diferentes especies que posee. El capital científi­co es un tipo especial de capital simbólico, capital basado

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en el conocimiento y el reconocimiento. Este poder, quefunciona como una forma de crédito, supone la confianzao la fe de los que lo soportan porque están dispuestos (porsu formación y por el mismo hecho de la pertenencia alcampo) a conceder crédito y fe. La estructura de la distri­bución del capital determina la estructura del campo, esdecir, las relaciones de fuerza entre los agentes científicos:el control de una cantidad (y, por tanto, de una parte) im­portante de capital confiere un poder sobre el campo, y,por tanto, sobre los agentes menos dotados (relativamente)de capital (y sobre el derecho de admisión en el campo), ydirige la distribución de las posibilidades de beneficio.

La estructura del campo, definida por la distribucióndesigual del capital, es decir, de las armas o de las bazas es­pecíficas, pesa, al margen incluso de cualquier interaccióndirecta, intervención o manipulación, sobre el conjuntode los agentes, y limita más o menos el espacio de las posi­bilidades que se les pueden abrir según estén mejor o peorcolocados en el campo, es decir, en esa distribución. Eldominante es el que ocupa en la estructura un determina­do espacio que hace que la estructura actúe en su favor.[Estos principios, muy generales -que valen también para otros

campos, el de la economía, por ejemplc-. permiten entender los fe­

nómenos de comunicación y de circulación que se desorrollan en el

campo científico y que la interpretación meramente «semtolóqfcc»

no consigue explicar del todo. Una de las virtudes de la noción de

campo es ofrecer simultáneamente unos principios de comprensión

generales de los universos sociales de la forma campo y la necesi­

dad de plantear unas cuestiones sobre la especificidad que revisten

esos principios generales en cada caso concreto. Las cuestiones

que voy a plantear y o plantearme respecto al campo científico se­

rán de dos tipos: se tratará de preguntarse si en él aparecen les

propiedades generales de los campos; y, por otra parte, si ese uni-

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verso concreto tiene una lógica específica, vinculada a sus fines es­

pecíficos y a las características específicas de los juegos que en él

se juegan. La teoría del campo oriento y dirige la investigación em­

pírico. La obliga a plantearse la cuestión de saber a qué se juega

en ese campo (y ello, basándose únicamente en lo experiencia y

exponiéndose, por tanto, los más veces, a caer en una variable po­sitiva del círculo hermenéutico), cuáles son los bazas en jueqo, los

bienes o las propiedades buscadas y distribuidos o redistribuidas, y

cómo se distribuyen, cuáles son Jos instrumentos o las armas de que

hay que disponer para tener alguna opción de ganar y cuál es, en

cada momento del juego, la estructura de lo distribución de los

bienes, de las ganancias y de las bazas, es decir, del capital espe­

cifico (como vemos, la noción de campo es un sistema de cuestio­

nes que se especifican en cada ocasión).]

Podemos pasar ahora al segundo momento de la defi­nición, o sea, al campo -como campo de luchas, comocampo de acción socialmente construido en el que losagentes dotados de recursos diferentes se enfrentan paraconservar o transformar las correlaciones de fuerza existen­tes. Los agentes desencadenan unas acciones que depen­den, en sus fines, sus medios y su eficacia, de su posiciónen el campo de fuerzas, es decir, de su posición en la es­tructura de la distribución de capital. Cada acto científicoes, al igual que cualquier otra práctica, el producto del en­cuentro entre dos historias, una historia incorporada enforma de disposiciones y una historia objetivada en la pro­pia estructura del campo y en los objetos técnicos (los ins­trumentos), los textos, etcétera. La especificidad del cam­po científico depende, por un lado, del hecho de que lacantidad de historia acumulada es, sin duda, especialmen­te importante, gracias, sobre todo, a la «conservación» delas adquisiciones de una manera especialmente económi­ca, por ejemplo, con la formación y la formulación, o con

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las infinitas facetas de un tesoro, lentamente acumulado,de gestos calibrados y de actitudes convertidas en hábitos.Lejos de desplegarse en un universo, por así decirlo, singravedad ni inercia, donde podrían desarrollarse a placer,las estrategias de los investigadores están orientadas por laspresiones y las posibilidades objetivas que se hallan inscri­tas en su posición y por la representación (vinculada a suvez a su posición) que son capaces de formularse de su po­sición y de la de sus competidores, en función de su infor­mación y de sus estructuras cognitivas.

El margen de libertad concedido a las estrategias de­penderá de la estructura del campo, caracterizada, porejemplo, por un grado más o menos elevado de concentra­ción del capital (que puede oscilar entre el cuasimonopo­lio -del que el pasado afio analicé un ejemplo a propósitode la Academia de Bellas Artes en la época de Manet- yuna distribución prácricamente igualitaria entre todos losconcurrentes); pero se organizará siempre en torno a laoposición principal entre los dominadores (que los econo­mistas llaman a veces first movers, lo que expresa clara­mente la porción de iniciativa que se les ha dejado) y losdominados, los challengers. Los primeros son capaces deimponer, a menudo sin hacer nada para conseguirlo, la re­presentación de la ciencia más favorable a sus intereses, esdecir, la manera «conveniente» y legitima de jugar y las re­glas del juego (y, por tanto, de la participación en él). Es­tán conectados con el estado establecido del campo y sonlos defensores titulares de la «ciencia normal» del momen­to. Poseen unas ventajas decisivas en la competición, entreotras razones porque constituyen un punto de referenciaobligado para sus competidores, que, hagan lo que hagano quieran lo que quieran, están obligados a situarse en re­lación a ellos, activa o pasivamente. Las amenazas que los

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aspirantes hacen pesar sobre ellos los obliga a una vigilan­cia constante y sólo pueden mantener su posición graciasa una innovación permanente.

Las estrategias y sus posibilidades de éxito dependende la posición ocupada en la estructura. Y cabe preguntar­se cómo son posibles auténticas transformaciones del cam­po si sabemos que las fuerzas del campo tienden a reforzarlas posiciones dominantes; nos limitaremos a sugerir que,al igual que en el ámbito de la economía, los cambios enel interior de un campo muchas veces son determinadospor redefiniciones de las fronteras entre los campos, vin­culadas (como causa o como efecto) a la itrupción de nue­vos ocupames provistos de nuevos recursos. Lo cual expli­ca que las fronteras del campo sean casi siempre objetivospor los que se lucha en el seno del campo. (Daré a conti­nuación unos ejemplos de «revoluciones» científicas aso­ciadas al paso de una disciplina a otra.)

No quiero terminar esta rememoración de esquemasteóricos sin decir que también el laboratorio es un campo(un subcampo} que, si es definido por una posición deter­minada en la estructura del campo disciplinario tomadoen su conjunto, dispone de una autonomía relativa respec­to a las presiones asociadas a dicha posición. En tanto queespacio de juego específico, contribuye a determinar lasestrategias de los agentes, es decir, las posibilidades y lasimposibilidades ofrecidas a sus disposiciones. Las estrate­gias de investigación dependen de la posición ocupada enel subcampo que constituye el laboratorio, o sea, una vamás, de la posición de cada investigador en la estructurade la distribución del capital en sus dos especies, propia­mente científico y administrativo. Es lo que muestra ad­mirablemente Terry Shinn (1988) en su análisis de la di­visión del trabajo en un laboratorio de física o lo que deja

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traslucir la descripción que Heilbron y Seidel (1989) ha­cen del laboratorio de física de Berkeley, con el enfrenta­miento entre Oppenheimer y Lawrence.

Los estudios de laboratorio han tendido a olvidar elefecto de la posición del laboratorio en una estructura; peroexiste, además, un efecto de la posición en la estructura dellaboratorio del que el libro de Heilbron y Seidel (1989)ofrece un ejemplo típico con la historia de un personaje lla­mado Jean Thibaud: este joven físico del laboratorio deLouis de Broglie inventa el método del ciclotrón, que haceposible la aceleración de los protones con un pequeñoaparato, pero carece de los medios suficientes para desarro­llar su proyecto y, sobre todo, «no tenía a alguien comoLawrence para apoyarle», es decir, la estructura empresarialy el director de empresa que era Lawrence, personaje bidi­mensional, dotado de una autoridad a la vezcientífica y ad­ministrativa, capaz de crear la fe, la convicción, y de asegu­rar el apoyo social de la fe garantizando, por ejemplo, unospuestos de trabajo para los jóvenes investigadores.

Este breve recordatorio me ha parecido necesario, en­tre otros motivos, porque mi artículo ha sido muy copia­do, de manera manifiesta o disimulada; una de las formasmás hábiles de ocultar estos «préstamos» consiste enacompañarlos de una critica del texto imaginario al que sepuede oponer lo mismo que el texto criticado proponía.Me limitaré a un único ejemplo, el de Karin Knorr-Ceri­na, una de las primeras en inspirarse en mi artículo queella citaba, en un principio, de manera muy calurosa, ydespués de manera cada vez más distante, hasta llegar a lacritica que voy a analizar, en la que no queda práctica­mente nada ni de lo que yo decía ni de lo que ella parecíahaber entendido: reprocha al modelo que propongo ser«peligrosamente próximo al de la economía clásica» y, más

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papista que el Papa, no aportar ninguna teoría de la explo­tación, por ignorancia de la distinción entre scientists capi­talists and scientists workers; convertir al agente en «un rna­ximizador consciente de beneficios», por no saber «que losresultados no son conscientemente calculados» (en un tex­to más antiguo, ella decía exactamente lo contrario e invo­caba el habitus), Finalmente, ella piensa que sólo hay quever una mera «sustitución de términos» en la utilizaciónde capital simbólico en lugar de «recognition» (Knorr-Ceti­na y Mulkay, 1983). [Esta crítica se inscribe en el marco de una

recopilación de textos, producto típico de una operación occdémi­

co-editorial que apunta a dar presencia a un conjunto de autores

de idéntica obediencia teórica: estos non books, como dicen con

tanto acierto los estadounidenses, entre los cuales hay que incluir

también los manuales, tienen una función social eminente; canoni­

zan -otro nombre es «morceaux choisis»-, categorizan, diferencian

a los subjetlvtstcs de los objesvbtos. o los individualistas de los ha­

listas, distinciones estructurantes, generadoras de (falsos) proble­

mas. Convendría analizar el conjunto de los instrumentos de cona­

cimiento, de concentración y de acumulación del saber que, al ser

también unos instrumentos de acumulación y de concentración del

capital académico, orientan el conocimiento en función de conside­

raciones (o de estrategias) de poder académico, de control de la

ciencia, etcétera. los diccionarios, por ejemplo -de sociología, de

etnología, de filosofía, etcétera-, son muchas veces meros abusos

de autoridad en la medida en que permiten dictar reglas fingiendo

describir; instrumentos de construcción de la realidad que fingen re­

producir, pueden dar vida o autores o o conceptos inexistentes, et­

cétera. Olvidamos o menudo que una porte muy importante de los

fuentes de los historiadores es el producto de un trabajo semejante

de construcción.]

Me he extendido un poco (demasiado) en este co­mentario, bastante caricaturesco, porque de ese modo he

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conseguido desvelar algunas características de la vida de laciencia tal como se vive en unos universos donde se puedemanifestar un elevadísimo grado de incomprensión de lostrabajos de los competidores sin ser por ello desconsidera­do; y también porque ha sido la causa, junto con algunosotros textos de la misma familia, y de la misma calaña, decierto número de lecturas sesgadas de mi trabajo que estánmuy extendidas en el mundo de las ciencias de la ciencia.

1. EL «OFICIO;; DEL SABIO

-Es posible que el concepto de habitus resulte especial­mente útil para entender la lógica de un campo como elcientífico, en el que la ilusión escolástica se impone conuna fuerza especial. De la misma manera que la ilusión delector conducía a captar la obra de arte como opus opera­tum, en una «lectura» que ignoraba el arte (en el sentidode Durkheim) como «práctica pura sin reoria», también lavisión escolástica que parece imponerse muy especialmen­te en la materia científica impide conocer y reconocer laverdad de la práctica científica como producto de un habi­tus científico, de un sentido práctico (de un tipo muy es­pecial). Si existe un ámbito en el que cabría suponer quelos agentes actúan de acuerdo con unas intenciones cons­cientes y calculadas, de acuerdo con unos métodos y unosprogramas conscientemente elaborados, sería el ámbitocientífico. Esta visión escolástica está en el origen de la vi­sión logicista, una de las manifestaciones más conseguidasdel «scholastic bias»: exactamente igual como la teoría ico­nológica extraía sus principios de interpretación de la opusoperatum, de la obra de arte acabada, en lugar de dedicarsea la obra en trance de hacerse y al modus operandi, ram-

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bién cierta epistemología logicisra convierte realmente lapráctica cienrffica en una norma de esa práctica desprendi­da expost de la práctica científica realizada o, en otras pa­labras, se esfuerza por deducir la lógica de la práctica delos productos lógicamente conformes del sentido práctico.

Reintroducir la idea de habitus equivale a poner alprincipio de las prácticas científicas no una conciencia co­nocedora que actúa de acuerdo con las normas explícitasde la lógica y del método experimental, sino un «oficio»,es decir, un sentido práctico de los problemas que se van atratar, unas maneras adecuadas de tratarlos, etcétera. Enapoyo de lo que acabo de decir, y para tranquilizarles sipiensan que no hago más que endilgar a la ciencia mi vi­sión de la práctica, a la cual la práctica científica podríaaportar una excepción, invocaré la autoridad de un textoclásico y frecuentemente citado de Michel Polanyi (1951)-es un tema abundantemente tratado y habría podido ci­tar a otros muchos autores- que recuerda que los criteriosde evaluación de los trabajos científicos no pueden sercompletamente explicitados (articulated). Siempre quedauna dimensión implícita y tácita, una sabiduría conven­cional que se invierte en la evaluación de los trabajos cien­tíficos. Este dominio práctico es una especie de «connais­seursbip» (un arte de experto) que puede ser comunicadomediante el ejemplo, y no a través de unos preceptos(contra la metodología), y que no es tan diferente del artede descubrir un buen cuadro, o de conocer su época y suautor, sin ser necesariamente capaz de articular los crite­rios que utiliza. «La práctica de la ciencia es un arte» (Po­lanyi, 1951). Dicho eso, Polanyi no se opone en absolutoa la formulación de reglas de verificación y de refutación,de medición o de objetividad y aprueba los esfuerzos paraque estos criterios sean lo más explícitos posible. [la referen-

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cio a la práctica está frecuentemente inspirada por una voluntad de

denigrar la intelectualidad y la razón. Yeso no facilita la recolec­

ción de los instrumentos teóricos de que conviene equiparse para

pensar la práctica. La nueva sociología de la ciencia sucumbe a

menudo ante la tentación de la denigración, y cabría decir que na

existen grandes sabios -pensemos en Posteur- para su sociología ..

Si la ciencia social es tan difícil, es porque los errores avanzan,

como decía Bochelcrd. en parejas de posiciones complementarias;

hasta el punto de que se corre el peligro de escapar de un error

para caer en otro, ya que el logicismo tiene como contrapartida

una especie de «realismo» desenccntodo.]

Pero también cabe apoyarse en algunos trabajos de lanueva sociología de la ciencia, como los de Lynch, que re­cuerdan la distancia entre 10 que se dice de la prácticacientífica en los libros (de lógica o de epistemología) o enlos protocolos a través de los cuales los científicos dancuenta de lo que han hecho y lo que se hace realmente enlos laboratorios. La visión escolástica de la práctica cientí­fica conduce a producir una especie de "ficción». Las de­claraciones de los investigadores se parecen tremendamen­te a las de los artistas o los deportistas: repiten hasta lasaciedad la dificultad de expresar con palabras la práctica yla manera de adquirirla. Cuando intentan expresar su sen­tido del buen procedimiento, no tienen gran cosa que in­vocar, a no ser la experiencia anterior que permanece im­plícita y es casi corporal, y cuando hablan informalmentede su investigación, la describen como una práctica queexige oficio, intuición y sentido práctico, olfato, cosas to­

das ellas difíciles de transcribir sobre el papel y que sólopueden ser entendidas y adquiridas realmente mediante elejemplo y a través de un contacto personal con unas per­sonas competentes. Invocan a menudo --especialmente losquírnicos-, la analogía con la cocina y sus recetas. Y, en

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realidad, como muestra Pierre Lazlo (2000) al ilustrar per­fectamente los textos de Polanyi que he citado, el labora­torio de química es un lugar de trabajo manual donde seefectúan ciertas manipulaciones, donde se ponen en prác­tica ciertos sistemas de esquemas prácticos que son trans­portables a ciertas situaciones homólogas y que se apren­den poco a poco siguiendo los protocolos de laboratorio.Por regla general, la competencia del hombre de laborato­rio se compone en gran parte de toda una serie de rutinas,en su mayoría manuales, que exigen mucha habilidad ypiden la intervención de unos instrumentos delicados, di­soluciones, extracciones, filtraciones, evaporaciones, etcé­tera.

La práctica siempre está subvalorada y poco analizada,cuando en realidad, para comprenderla, es preciso poneren juego mucha competencia técnica, mucha más, para­dójicamente, que para comprender una teoría. Es precisoevitar la reducción de las prácticas a la idea que nos hace­mos de ellas cuando no se tiene más experiencia que la ló­gica. Ahora bien, los científicos no saben necesariamente,faltos de una teoría adecuada de la práctica, utilizar paralas descripciones de sus prácticas la teoría que les permiti­ría adquirir y transmitir un conocimiento auténtico de susprácticas.

La relación que establecen algunos analistas entre lapráctica artística y la práctica científica no carece de fun­damento, pero dentro de ciertos límites. El campo cientí­fico es, al igual que otros campos, el lugar de prácticas ló­gicas, pero con la diferencia de que el habitus científico esuna teoría realizada e incorporada. Una práctica científicatiene todas las propiedades reconocidas a las prácticas mástípicamente prácticas, como las prácticas deportivas o ar­tísticas. Pero eso no impide, sin duda, que sea también la

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forma suprema de la inteligencia teórica: es, parodiando ellenguaje de Hegel al hablar de la moral, «una conscienciateórica realizada», es decir, incorporada, en estado prácti­co. Ingresar en un laboratorio es algo muy parecido a in­gresar en un taller de pintura, pues da lugar al aprendizajede toda una serie de esquemas y de técnicas. Pero la espe­cificidad del «oficio» de científico procede del hecho deque ese aprendizaje es la adquisición de unas estructurasteóricas extremadamente complejas, capaces, por otra par­te, de ser formalizadas y formuladas, de manera matemáti­ca, especialmente, y que pueden adquirirse de forma ace­lerada gracias a la formalización. La dificultad de lainiciación en cualquier práctica científica (física cuántica osociología) procede de que hay que realizar un doble es­fuerzo para dominar el saber teóricamente, pero de talmanera que dicho saber pase realmente a las prácticas, enforma de «oficio», de habilidad manual, de «ojo clínico»,etcétera, y no se quede en el estado de metadiscurso a pro­pósito de las prácticas. El «arte. del científico está sepa­rado, en efecto, del «arte» del artista por dos diferenciasfundamentales: por un lado, la importancia del saber for­malizado que se domina en su estado práctico, gracias, es­pecialmente, a la formación y a las formulaciones, y, porotro, el papel de los instrumentos que, como decía Bache­lard, pertenecen al saber formalizado y cosificado. Enotras palabras, un matemático de veinte años puede tenerveinte siglos de matemáticas en su mente en parte porquela formalización permite adquirir en forma de automatis­mos lógicos, convertidos en automatismos prácticos, unosproductos acumulados de invenciones no automáticas.

En relación con los instrumentos ocurre lo mismo:para hacer una manipulación se utilizan instrumentos queson en sí mismos concepciones científicas condensadas y

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objetivadas en un instrumental que funciona como un sis­tema de coerciones, y el dominio práctico que mencionaPolanyi llega a ser posible mediante una incorporación tanperfecta de las coerciones del instrumento, que se acabaincorporándose a él, haciendo lo que espera, 10 que man­da: hay que pertrecharse de mucha teoría y mucha prácti­ca cotidiana para estar a la altura de las exigencias de unciclotrón.

Conviene reflexionar un momento sobre la cuestiónde la relación entre la práctica y el método, que me pareceuna forma especial de la cuestión wittgensreiniana de sa­ber 10 que significa el hecho de «seguir una regla». No seactúa de acuerdo con un método, como tampoco se sigueuna regla, a través de un acto psicológico de adhesiónconsciente, sino, esencialmente, dejándose llevar por unsentido de! juego científico que se adquiere mediante laexperiencia prolongada del juego escénico con sus regula­ridades y con sus reglas. Reglas y regularidades que se re­cuerdan permanentemente gracias tanto a las formulacio­nes expresadas (las reglas que rigen la presentación detextos científicos, por ejemplo) como a los índices inscri­tos en el propio funcionamiento del campo, y, muy espe­cialmente, en los instrumentos (entre los cuales hay quecontar los útiles matemáticos), a los que hay que aplicarlos trucos del buen experimentador.

Un sabio es un campo científico hecho hombre, cuyasestructuras cognitivas son homólogas de la estructura delcampo y, por ello, se ajustan de manera constante a las ex­pectativas inscritas en e! campo. Las reglas y las regularida­des que determinan, por decirlo de algún modo, el com­portamiento del científico sólo existen como tales, esdecir. en cuanto instancias eficientes. capaces de orientarla práctica de los científicos en el sentido de la conformi-

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dad con las exigencias de cientificidad, porque son perci­bidas por unos científicos dotados del habitusque les per­mite percibirlas y apreciarlas, y a la vez predispuestos y ca­paces de ponerlas en práctica. En suma, esas reglas y esasregularidades sólo los determinan porque ellos se determi­nan mediante un acto de conocimiento y de reconoci­miento prdctico que les confiere su poder determinante, oen otras palabras, porque están dispuestos (al término deun trabajo de socialización específico) de tal manera queson sensibles a las conminaciones que contienen y estánpreparados para responder a ellas de manera sensata. Ve­mos que sería, sin duda, inútil preguntarse, en tales condi­ciones, dónde está la causa y dónde está el efecto e, inclu­so, si es posible distinguir entre las causas de la acción ylas razones para actuar.

Aquí es donde convendría regresar a los análisis deGilbert y Mulkay (1984) que describen el esfuerzo de loscientíficos por presentar sus hallazgos en un lenguaje «for­mal», adecuado a las reglas de presentación en vigor y a laidea oficial de la ciencia. En tal caso, es probable que seanconscienres de obedecer a una norma y cabe hablar, sinduda, de una auténtica intención de seguir la regla. Pero¿no puede ocurrir también que obedezcan a la preocupa­ción de estar en regla? Es decir, ¿de colmar de maneraconsciente una solución de continuidad que se percibe en­tre la regla percibida como tal y la práctica que requiere,precisamenre, por su inconformidad con la regla, el es­fuerzo explícito necesario para «regularizarla»?

En resumen, el auténtico principio de las prácticascientíficas es un sistema de disposiciones generadoras, enmuy buena medida inconscientes y transportables, quetienden a generalizarse. Tal habitus toma unas formas es­pecíficas según las especialidades: los pasos de una a otra

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disciplina, de la física a la química, en el siglo XIX, de la fí­sica a la biología actualmente, son las ocasiones de descu­brir las distancias entre esos sistemas; al ser los contactosentre ciencias, al igual que los que se establecen entre civi­lizaciones, una ocasión de explicitación de las disposicio­nes implícitas, especialmenre en los grupos interdisciplina­rios que se constituyen alrededor de un nuevo objeto,serían un terreno privilegiado de observación y de objeti­vación de esos esquemas prácticos. [Las confrontaciones entre

especialistas en disciplinas distintas, y, por lo tanto, de formaciones

diferentes, deben muchas de sus características --efectos de domina­

ción, malentendidos, etcétera- a la estructura del capital poseído

por unos y por otros: en los equipos que reúnen físicos y biólogas,

los primeros, por ejemplo, aportan una considerable competencia

matemática, y los segundos uno mayor competencia específica, a

un tiempo más libresco y más práctica, pero la relación, hasta aquel

momento favorable a los físicos, se inclina cada vez más en favor

de los biólogos, que, más vinculados a la econcmio yola sanidad,

plantean muchos problemas nuevos. Por el contrario, la unidad de

una disciplina encuentro, sin duda, su más seguro fundamento ~n

una distribución prácticamente homogénea de los capitales poseí­

dos por sus diferentes miembros, incluso en el caso de que existan

algunas diferencias secundarios, como la que separa a los teóricos

de los empiristas.]

Estos sistemas de disposiciones son variables según lasdisciplinas, pero también según unos principios secunda­rios como las trayectorias escolares o incluso sociales. Asípues, cabe suponer que los habitusson unos principios deproducción de prácticas diferenciadas según unas variablesde sexo y de origen social, y, sin duda, también nacional (através de la formación escolar), y que, incluso tratándosede disciplinas con un capital científico colectivo acumula­do muy importante, como la física, cabría encontrar una

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relación estadística inteligible entre las estrategias científi­cas de los diferentes científicos y las propiedades de origensocial, de rrayectoria, etcétera. [Vemos de pasada que el con­

cepto de hobifus puede ser entendido a un liempo como un princi­

pio general de lo teoría de lo acción -en oposición o los principios

invocados por una leoría intencionalista- y como un principio espe­

cífico, diferenciado y diferencicdor. de onentcción de las acciones

de una categoría especial de agentes, vinculada a unas condicio­

nes concretas de formación.}

Así pues, existen unos hahitus disciplinarios (que, alestar vinculados a la formación escolar, son comunes a to­dos los productos generados del mismo modo) y unos ha­bitus especiales vinculados a la trayectoria (tanto fuera delcampo -origen social y escolar- como dentro de él) y a laposición en el campo. [Sabemos, por ejemplo, que, a pesar de

la autonomía vinculada al capital colectivo, la orientación hacia tal

o cual disciplina, o, en una misma disciplina, hacia tal o cual espe­

cialidad, o, en esa especialidad, hacia talo cual «estilo» científico,

no es independiente del origen social, ya que la jerarquía social de

las disciplinas está relacionada con la jerarquía social de los oríge­

nes.J Podemos distinguir, sin duda, unas familias de tra­yectorias que presentan, especialmente, la oposición entre,por un lado, los elementos centrales, los ortodoxos, loscontinuadores y, por otro, los marginales, los heterodoxos,los innovadores que se sitúan a menudo en las fronteras desu disciplina (y que, a veces, incluso cruzan) o que creannuevas disciplinas en la frontera de varios campos.

Voy a entregarme aquí, sin especial convencimiento, aun ejercicio muy arriesgado: intentar caracterizar dos habi­tuscientíficos y relacionarlos con las trayectorias científicascorrespondientes. Más que nada para ofrecer una idea, o unprograma, de lo que debería hacer una sociología depuradade la ciencia. Si resultara que es posible descubrir la sospe-

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cha de una diferencia entre unos sabios que trabajan enunos ámbitos en los que el capital colectivo acumulado y eltrabajo de formalización son muy importantes, y que dis­ponen en principio de un capital escolar prácticamenteidéntico, corno Pierre-Gilles de Gennes y Claude Cohen­T annoudji, los dos ingresados prácticamente en la mismaépoca en la Escuela Normal Superior (ENS) y los dos coro­nados, cincuenta años después, por el jurado del premioNobel, podríamos concluir que el habitus social (familiar),retraducido escolarmenre y científicamente, tiene una efi­cacia explicativa apreciable. [Se encontrarán unos retratos con­

trastados de Plerre-Gllles de Gennes y de Claude Ccheo-Icnncud]¡

en el libro de Anatole Abragam De lo physique ovonf toufe chose?

(2001).J Es evidente, en mi opinión, que la explicabilidadparcial de las estrategias científicas a través de las variablessociales no reduciría en nada la validez científica de los pro­ductos científicos. No dispongo de la totalidad de la infor­mación necesaria para dibujar rigurosamente los retratoscontrastados de las dos obras y me limitaré a enfrentar dos«estilos», captados, sin duda, a través de indicios muy gro­seros, y referirlos a unos indicios, no menos groséros, delorigen y de la trayectoria social, aristocrática por un lado,pequeñoburguesa por otro. Mientras que Claude Cohen­Tannoudji permanece en la ENS y continúa una (gran) tra­dición, la física atómica, Pierre-Gilles de Gennes abandonala ENS por unos objetos situados en el límite entre la físicay la química, la materia condensada, con la física de la su­praconductividad que, en la época, también es un terrenonoble, después evoluciona hacia la materia blanda, cristaleslíquidos, polímeros, emulsiones, terreno un tanto espurio,que puede ser percibido como menos importante. Por unlado, el camino más noble académicamente, pero tambiénel más difícil, donde están concentradas las bazas principa-

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les y los competidores más temibles y que culminará, des­pués de grandes descubrimientos, como la condensación deBase-Einstein, que da nuevo impulso a esa rama del saber,en un gran Manuel de physique quantique, considerado laBiblia de la disciplina; y, por otro, un camino más arriesga­do, menos académico y más próximo a las aplicaciones y alas empresas (con los polímeros, bazas industriales y econó­micas). Dos trayectorias, pues, que parecen la proyecciónde dos tipos diferentes de predisposiciones, de relacionescon el mundo social y con el mundo universitario.

Para entender como los orígenes sociales, y, por tanto,las predisposiciones que en ellos se expresan, audacia, ele­gancia y desenvoltura, o seriedad, convicción e inversión, sehan plasmado poco a poco en ambas trayectorias, conven­dría examinar, por ejemplo, si la imagen reverberada decierto habitus que se transmite a las regiones en que estácomprometido ha contribuido, en ambos casos, a estimulartales disposiciones. Como ya he dicho centenares de veces,el habitus no es un destino, y ninguna de las disposicionescontrastadas que he enumerado está inscrita, ab ovo, en elhabitus original. Esta postura, que podría ser entendidacomo una ligereza superficial (,¿esto es realmente serio?»},también puede ser vista como un prometedor golpe de for­tuna si ha encontrado, en cierto modo, su «espacio natural»,es decir, una región del campo ocupada por unas personaspredispuestas, gracias a su posición ya su habitus, a asimilarpositivamente y a apreciar favorablemente los comporta­mientos en los cuales ese habitus se desvela y se revela (enparte también a sí mismo) y, por ello, a reforzarlo, a confir­marlo y a conducirlo así a su pleno desarrollo, o sea, a ese es­tilo especial que se caracteriza, por ejemplo, por la econo­mía de medios, la elegancia conceptual, etcétera. El habitusse manifiesta continuamente en los exámenes orales, en las

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exposiciones de los seminarios, en los contactos con los de­más, y, sin ir más lejos, en la héxiscorporal, como la posturade la cabeza o del tronco, que es su más directamente visibletranscripción, y la acogida social que se tributa a esos signosvisibles remite al personaje en cuestión una imagen de símismo que hace que se sienta o no autorizado y estimuladoa mantener sus disposiciones, que, en el caso de otras perso­nas, serían frenadas o prohibidas.

He querido realizar este ejercicio con la esperanza depoderlo prolongar un día yo mismo, con la colaboración delos investigadores implicados, o de que otros lo lleven a tér­mino. Convendría realizar una investigación sistemáticaque supusiera la colaboración de los investigadores de lasciencias de la naturaleza y de las ciencias sociales, ya queuna de las principales funciones de la sociología es, en estecaso, ayudar a los investigadores en la tarea de explicitaciónde los esquemas prácticos que han constituido el princi­pio de elecciones decisivas, como la elección de una dis­ciplina, de una especialidad, de un laboratorio o de una re­vista; este trabajo de explicitación, muy difícil para que lorealicen exclusivamente los ptopios interesados, se vería fa­cilitado por una utilización metódica de la comparación,que adquiriría toda su fuerza si, a partir de un análisis de lasmúltiples correspondencias, fuera posible llevarlo a una es­cala que abarcara la totalidad del campo, con los puntos másalejados, pero también, y, sobre todo, los más próximos.

2. AUTONOMíA Y DERECHO DE ADMISIÓN

Comenzaré recordando cierto número de puntos deun artículo ya antiguo (Bourdieu, 1975a) que refería loesencial, aunque en forma elíptica, para demostrar que la

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noción de campo tal vez sea útil, en primer lugar, por loserrores que permite evitar, especialmente en la construc­ción del objeto, así como en la medida en que permiteresolver cierto número de dificultades que los restantes en­foques han planteado, e intentaré, además, integrar algu­nas de las aportaciones de las teorías recientes y mostraralgunas nuevas implicaciones del antiguo modelo aportán­dole unos complementos y unas correcciones.

Me gustaría comenzar por mostrar de qué manera lanoción de campo permite romper con unos presupuestosque son tácitamente aceptados por la mayoría de los quese han interesado por la ciencia. Las primeras rupturas im­plícitas en la noción de campo son el cuestionamienro dela idea de ciencia ('pura», absolutamente autónoma y quese desarrolla de acuerdo con su lógica interna, y de la ideade «comunidad cientffica», noción admitida como obvia yconvertida, gracias a la lógica de los automatismos verba­les, en una especie de designación obligada del universocientífico. Merton orquestra la idea de «comunidad» conel tema del «comunismo» de los científicos, y el libro deWarren Hagstrom (1965) define la comunidad científicacomo un «grupo cuyos miembros están unidos por un ob­jetivo y por una cultura comunes.'. Hablar de campo esromper con la idea de que los sabios forman un grupounificado, prácticamente homogéneo.

La idea de campo lleva asimismo a cuestionar la visiónirénica del mundo científico como un mundo de inter­cambios generosos en el cual todos los investigadores co­laboran en un mismo objetivo. Esta visión idealista quedescribe la práctica como el producto de la sumisión vo­luntaria a una forma ideal choca con los hechos: lo que seobserva son unas luchas, a veces feroces, y unas competi­ciones en el interior de las estructuras de dominación. La

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visión «comunitarista» no capta el fundamento mismo delfuncionamiento del mundo científico como universocompetitivo en pos del «monopolio de la manipulación le­gítima)' de los bienes científicos, o bien, expresado conmayor exactitud, del buen método, de los buenos resulta­dos, de la buena definición de los fines, de los objetos, delos métodos de la ciencia. y, como se ve cuando EdwardShils hace notar que en la «comunidad científica» cadaelemento de la tradición científica está sometido a la eva­luación crítica, esa visión lleva a describir como realiza­ción voluntaria y sumisión deliberada a una forma ideal,algo que es el producto de la sumisión a unos mecanismosobjetivos y anónimos.

La noción de campo pulveriza también todo tipo deoposiciones comunes, empezando por la oposición entreconsenso y conflicto, y, si bien aniquila la visión ingenua­mente idealista del mundo científico como comunidad soli­daria o como «reino de las finalidades» (en el sentido kantia­no), se opone asimismo a la visión no menos parcial de lavida científica como ('guerra», bellum omnium contra omnes,que los mismos científicos evocan en ocasiones (cuando, porejemplo, califican a algunos de sus miembros de "duros eimplacables» en su esfuerzopor ascender); los científicos tie­nen en común unas cuantas cosas que, desde un determina­do punto de vista, los unen y, desde otro, los separan, los di­viden, losenfrentan: ello ocurre con sus objetivos, incluso losmás nobles, como descubrir la verdad o combatir el error, asícomo con todo lo que determina y hace posible la competi­ción, como una cultura común, que también es un arma enla lucha científica. Los investigadores, al igual que los artistaso los escritores, están unidos por las luchas que los enfren­tan, e incluso lasalianzasque pueden unirlos tienen siemprealgo que ver con la posición que ocupan en esasluchas.

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Dicho eso, la noción de «comunidad» designa otro as­pecto importante de la vida científica: todos aquellos queestán comprometidos en un campo científico pueden, endeterminadas condiciones, dotarse de instrumentos que lespermiten funcionar como comunidades y que tienen lafunción oficial de profesar la salvaguarda de los valoresideales de la profesión de científico. Son las institucionescientíficas, las instituciones de defensa «corporativas», decooperación, y su funcionamiento, composición social yestructura organizativa (dirección, etcétera) deben ser en­tendidos en función de la lógica de campo; también exis­ten todas las formas organizativas que estructuran de ma­nera duradera y permanente la práctica de los agentes y susinteracciones, como el Centro Nacional de InvestigaciónCientífica (CNRS) o el laboratorio, y es preciso encontrarlos medios de estudiar estas instituciones, aun sabiendoperfectamente que no contienen el principio de su propiacomprensión y que, para entenderlas, es preciso entenderla posición en el campo de los que las integran. Una aso­ciación disciplinaria (la Sociedad Francesa de Biología)contribuirá a hacer funcionar, en el seno del campo disci­plinario, algo parecido a una comunidad que gestiona unaparte de los intereses comunes y que se apoya en los intere­ses comunes, en la cultura común, para funcionar. Pero,para entender cómo funciona, convendrá tener en cuentalas posiciones ocupadas en el campo por aquellos que la in­tegran y que la dirigen. También convendrá observar quealgunos encuentran en la pertenencia a esas instituciones yen la defensa de los intereses comunes unos recursos quelas leyes de funcionamiento del campo científico no lesconceden; esto se halla relacionado con la existencia de dosprincipios de dominación en el campo científico, temporale intelectual, y, a menudo, los poderes temporales están

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del lado de la lógica comunitaria, es decir, se ocupan de lagestión de los asuntos comunes, del consenso mínimo, delos intereses comunes mínimos, de los coloquios interna­cionales, de las relaciones con el extranjero, o, en el caso deconflicto grave, de la defensa de los intereses colectivos.

La mayoría de los analistas ignoran la autonomía rela­tiva del campo y plantean el problema de la presión ejerci­da sobre él (por la religión, el Estado), de unas reglas im­puestas por la fuerza, Barnes quiere «exorcizar» la idea de laautonomía de la ciencia: rechaza la idea de que ésta se dis­tingue de las restantes formas de cultura por ser pura y«undistorted», o sea, autónoma; pretende crear una sociolo­gía válida tanto para las creencias verdaderas como para lasfalsas en tanto que productos de las fuerzas sociales (Bar­nes, 1974). En realidad, el campo está sometido a presiones

(exteriores) y lleno de tensiones, entendidas como fuerzasque actúan para descartar y separar las partes constitutivasde un cuerpo. Decir que el campo es relativamente autó­nomo respecto al universo social que lo rodea equivale adecir que el sistema de fuerzas que constituye la est,rucruradel campo (tensión) es relativamente independiente de lasfuerzas que se ejercen sobre el campo (presión). Dispone,en cierto modo, de la «libertad' necesaria para desarrollarsu propia necesidad, su propia lógica, su propio nómos.

Una de las características que más diferencian loscampos es el grado de autonomía y, a partir de ahí, la fuer­za y la forma del derecho de admisión impuesto a los aspi­rantes a ingresar en él. Sabemos, por ejemplo, que el cam­po literario se caracteriza respecto a otros campos, elcampo burocrático, el campo científico o el campo judi­cial, por el hecho de que el derecho de admisión a travésde un peaje escolar es muy débil. (Cuando nos pregunta­mos acerca de la cientificidad de un campo, nos referimos

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a unas propiedades directamente relacionadas con e! gradode autonomía. Por ejemplo, las ciencias sociales estánobligadas a tener siempre en cuenta que hay fuerzas exter­nas que frenan constantemente e! «despegue».)

Así pues, voy a intentar describir esa autonomía, luegoseguiré con la lógica y los factores de! proceso de auto­nomización, y, para terminar, intentaré examinar en quéconsiste, en este caso concreto, e! derecho de admisión. Laautonomía no es un don natural, sino una conquista histó­rica que no tiene fin. Esto se olvida con facilidad en e! casode las ciencias de la naturaleza porque la autonomía estáinscrita tanto en la objetividad de las estructuras de! campocomo en los cerebros, en forma de teorías y métodos incor­porados y transferidos a un estado práctico.

La autonomía, tanto en este campo como en todos losdemás, ha sido conquistada poco a poco. Iniciada por Co­pérnico, la revolución científica terminó, según ]oseph Ben­David, con la creación de la Sociedad Real de Londres: "Elobjetivo institucional de esa revolución, convertir a la cien­cia en una actividad intelectual diferente bajo e! control ex­clusivo de sus propias normas, se alcanzó en e! siglo XVIh>

(Ben-David, 1997: 280). Uno de los factores más impor­tantes de ese proceso, que ha sido evocado por Kuhn en unode los textos reunidos en La tension essentielle (Kuhn, 1977),«Mathematical versus experimental rradition», es la mate­matización. E Yves Gingras, en un artículo titulado «Ma­thémarisarion et exclusion, socioanalyse de la formation descités savantesi (Gingras, 2002), muestra que la marematiza­ción marca e! origen de varios fenómenos convergentes quetienden en su totalidad a reforzar la autonomía de! mundocientífico y, en especial, de la física (no es cieno que ese fe­nómeno actúe en todas partes y siempre con los mismosefectos, sobre todo, en las ciencias sociales).

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La matematización produce de entrada un efecto deexclusión de! campo de discusión (Yves Gingras recuerdalas resistencias al efecto de exclusión que produce la mate­matización de la física -el Abate Nollet, por ejemplo, «rei­vindica e! derecho de proponer su opinión»): con Newton(yo añadiría Leibniz) la matematización de la física tiendepoco a poco, a partir de mediados del siglo XVIII, a instau­rar una fortísima ruptura social entre e! profesional y el afi­cionado, a separar los insiders de los outsiders; el dominio delas matemáticas (que se adquiere en el momento de la for­mación) se convierte en e! derecho de acceso y no sólo re­duce e! número de lectores, sino también e! de productorespotenciales (cosa que, como se verá, tiene enormes conse­cuencias). «Lasfronteras de! espacio son lentamente redefi­nidas de tal manera que los lectores potenciales están cadavez más limitados a los contribuyentes potenciales, dotadosde la misma formación. En otras palabras, la matematiza­ción contribuye a la formación de un campo científico au­tónomo» (Gingras, 2001). Así es como Faraday sufrió elefecto de exclusión de las matemáticas de Maxwell. El corteimplica e! cierre, que produce la censura. Cada uno de losinvestigadores comprometidos en el campo está sometidoal control de todos los demás, y, en especial, de sus compe­tidores más competentes, 10 que tiene como consecuenciaun control no menos riguroso que e! que ejercen las virtu­des individuales por sí solas o todas las deontologías.

Segunda consecuencia de la rnarematización: la trans­formación de la idea de explicación. El físico explica e!mundo a través de! cálculo, que engendra las explicacionesque después tiene que confrontar mediante la experimen­tación con las cosas previstas tal como el dispositivo expe­rimental permite captarlas. Si Kuhn hubiera construido sumodelo de revolución apoyándose en el caso de la revolu-

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ción newtoniana, en lugar de hacerlo sobre el caso de la re­volución copernicana, habría visto que Newton fue e! pri­mero en ofrecer unas explicaciones matemáticas que impli­can un cambio de teoría física: sin tomar necesariamenteposición sobre la ontología correspondiente (evidentemen­te, cabe hablar de acción a distancia, etcétera), sustituíauna explicación basada en e! contacto mecánico (como ene! caso de Descartes o en e! de Leibniz) por una explicaciónmatemática, cosa que supone una redefinición de la física.

Esto provoca un tercer efecto de la matematización,que podríamos llamar la desusrancialización, siguiendo losanálisis de Cassirer en Sustancia y función, al que se refieretambién Gingras: la ciencia moderna sustituye las sustan­cias aristotélicas por las relacionesfuncionales, las estruc­turas, y es la lógica de la manipulación de los símbolos10 que guía las manos del físico hacia unas conclusionesnecesarias. La utilización de formulaciones matemáticasabstractas debilita la tentación de concebir la materia entérminos sustanciales y conduce a hacer hincapié en los as­pectos relacionales. Pienso aquí en un libro de Michel Bit­bol, Mécanique quantique (1996), que permite entender e!proceso de desustancialización de la física por la mecánicay, más exactamente, por el cálculo de probabilidades, quefunciona como un «simbolismo predictivo. (Birbol, 1996:141). El cálculo de probabilidades permite ofrecer previ­siones a propósito de medidas ulteriores a partir de los re­sultados de medidas iniciales. Bitbol, que se sitúa en latradición de Bohr, evita cualquier referencia a algo real,cualquier afirmación ontológica a propósito de! mundo:do que se mide con los instrumentos» sirve de base a unasexperimentaciones que permiten prever unas medidas. Laepistemología no tiene que tomar posición sobre la reali­dad del mundo; se limita a tomarla respecto de la predici-

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bilidad de determinadas medidas mediante la utilizaciónde! cálculo de probabilidades apoyándose en unas medidasanteriores. El cálculo de probabilidades o el formalismo delos espacios de Hilberr, sigue diciendo Birbol, son un me­dio de comunicación entre los físicos «que permite pres­cindir del concepto de un sistema físico sobre e! cual seefectuada la medición» (Bitbol, 1996: 142). [Cabría ver, sin

duda, en la evolución del concepto de campo uno ilustración de

ese proceso de «desustancialización»: en una primera etapa, con

los campos estáticos clásicos, campo electrostático o campo gravi­

tatorio, que son unas identidades subordinadas a las partículas que

las engendran, es decir, unas descripciones posibles, no obligato­

rios, de la interacción de las partículas; después, en una segundo

etapa, con los campos dinámicos clásicos -ccmpo electromagnéti­

co-, donde el campo tiene una existencia propia y puede subsistir

después de la desaparición de las partículas; y, finalmente, en una

tercera etopc, con los campos cuánticos, la electrodinámica cuánti­

ca, donde el sistema de cargos es descrito mediante un «operador

de ccmpce.]

El proceso de autonomización resultante tiene un pa­ralelismo en la objetividad del mundo social, en especial,mediante la creación de unas realidades absolutamenteextraordinarias (nosotros no lo vemos porque estamosacostumbrados a ellas): las disciplinas. La institucionaliza­ción progresiva en la universidad de esos universos relati­vamente autónomos es e! producto de luchas de indepen­dencia que tienden a imponer la existencia de nuevasentidades y las fronteras destinadas a delimitarlas y a prote­gerlas (las luchas por las fronteras tienen a menudo comoobjetivo el monopolio de un nombre, con toda suerte deconsecuencias, líneas presupuestarias, puestos de trabajo,créditos, etcétera). Yves Gingras, en un libro tituladoPhysics and the Rise o/Scientific Research in Canada (Cin-

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gras, 1991), diferencia en el desarrollo de un campo cientí­fico, en primer lugar, la aparición de una práctica de inves­tigación, o sea, de un agente cuya práctica se basa más en lainvestigación que en la enseñanza, y la institucionalizaciónde la investigación en la universidad mediante la creaciónde las condiciones favorables a la producción de saber y ala reproducción a largo plazo del grupo, y, en segundo lu­gar, la constitución de un grupo reconocido como social­mente diferenciado y de una identidad social, bien disci­plinaria a través de la creación de asociaciones científicas,bien profesional a través de la creación de una corpora­ción: los científicos se dotan de representaciones oficialesque les dan una visibilidad social y defienden sus intereses.Este último proceso sería descrito de manera excesivamen­te simple llamándolo «profesionalización»: en realidad, nosencontramos con dos prácticas de la física, confinada laprimera en la universidad, y abierta la segunda a los me­dios industriales, donde los físicos compiten con los in­genieros; tenemos, a un lado, la construcción de una dis­ciplina científica, con sus asociaciones, sus reuniones, susrevistas, sus medallas y sus representaciones oficiales, y, alotro, la delimitación de una «profesión» que monopoliza elacceso a los títulos y a los empleos correspondientes. Es fá­cil olvidar la dualidad del mundo científico, que tiene, aun lado, los investigadores, vinculados a la universidad, y,al otro, el cuerpo de ingenieros que se dota de sus propiasinstituciones, fondos de jubilación, asociaciones, etcétera.Así por ejemplo, con motivo de la Primera Guerra Mun­dial, los físicos de la Gran Bretaña se preocupan por su si­tuación social y toman conciencia de su inexistencia social:crean una organización representativa, el Instituto de Físi­ca, e imponen una visión según la cual la investigación esparte integrante de las funciones de la universidad.

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El proceso de autonomización va unido a la elevacióndel derecho de admisión explícito o implícito. El derechode admisión es la competencia, el capital científico incor­porado (por ejemplo, tal como acabamos de ver, el cono­cimiento de las matemáticas, que cada vez es exigido conmayor imperiosidad), convertido en sentido del juego, perotambién es la apetencia, la libido scientiiica, la illusio, decreencia no sólo en lo que está en juego, sino también enel propio juego, es decir, en el hecho de que la cosa vale lapena, compensa jugarla. Al ser producto de la educación,la competencia y la apetencia están científicamente unidasporque se forman de manera correlativa (en lo esencial a10 largo de la formación).

En primer lugar, la competencia: no es únicamente eldominio de las novedades, de los recursos acumulados en elcampo (matemático, especialmente), es el hecho de haberincorporado, transformado en sentido práctico del juego yconvertido en reflejos el conjunto de los recursos teórico­experimentales, es decir, cognitivos y materiales salidos delas investigaciones anteriores (la «tensión esencial», a que serefiere Kuhn, está inscrita en el hecho de que la tradi~ión

que debe ser dominada para entrar en el juego es la condi­ción exacta de la ruptura revolucionaria). Así pues, el dere­cho de admisión es la competencia, pero una competenciacomo recurso teórico-experimental incorporado, converti­da en sentido del juego o habitus científico como dominiopráctico de varios siglos de investigaciones y de adquisicio­nes de la investigación, en forma, por ejemplo, de un senti­do de los problemas irnportantes.e interesantes o de un ar­senal de esquemas teóricos y experimentales que puedenaplicarse, por transfert, a los nuevos territorios.

Lo que las taxonomías escolares describen medianteuna serie de oposiciones relativas a la distinción entre la

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brillantez, la desenvoltura y la facilidad, y la seriedad, lalaboriosidad y la escolaridad, es la relación de ajuste per­fecto con las expectativas-exigencias de un campo que nosólo exige unos saberes, sino también una relación con elsaber adecuada para hacer olvidar que el saber ha tenidoque ser adquirido, aprendido (esto especialmente en eluniverso literario), o para demostrar que el saber está tanperfectamente dominado que se ha convertido en automa­tismo natural (en oposición a las competencias librescasdel opositor que tiene la cabeza llena de fórmulas con lasque no sabe qué hacer ante un problema real). En suma,lo que pide el campo científico es un capital incorporadode un tipo especial, y, en concreto, todo un conjunto derecursos teóricos pasados al estado práctico, al estado desentido práctico (o de «tener buen ojo», como se dice en elcaso de las disciplinas artísticas, o, al igual que EverettHughes al hablar de «buen ojo sociológico", de la propiasociología).

Cada una de las disciplinas (vista como campo) se de­fine a través de un námos especial, un principio de visión yde división, un principio de construcción de la realidadobjetiva irreductible al de cualquier otro principio, deacuerdo con la fórmula de Saussure: «el punto de vistacrea el objeto» (la arbitrariedad de este principio de cons­titución que es constitutivo del «punto de vista disciplina­rio» se manifiesta en el hecho de que es enunciado casisiempre en forma de tautología, como, por ejemplo, en elcaso de la sociología, «explicar lo social mediante lo so­cial», o sea, explicar sociológicamente las cosas sociales).

Llego a la segunda dimensión del derecho de admi­sión, la íllusio, la fe en el juego, que supone, entre otras co­sas, la sumisión sin presiones al imperativo del desinterés.Sreven Shapin, autor, en colaboración con Simón Schaf-

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fer, .de,un libro sobre la bomba neumática, muestra que elnacmuenro del campo coincide con la invención de unanueva fe (Shapin y Schaffer, 1985). En un principio, lasexperiencias se realizaban en las «public rooms» de las resi­dencias privadas de los gentlemen. Un conocimiento apare­ce como auténtico, autentificado y homologado cuandoaccede al espacio público, pero un espacio público de untipo especial: la condición de gentlemen que sustenta la va­lidez de los testimonios, y por tanto la reliability y la obje­tividad del conocimiento experimental; yeso porque se lasupone libre de todo interés (a diferencia de los servidores,que también pueden asistir a las experiencias, los gentlemenson independientes de la autoridad y del dinero, autóno­mos). El testimonio válido es una relación de honor entrehombres de honor, o sea, entre «hombres libres y desinte­resados que se reúnen libremente en torno a fenómenosexperimentales y crean el hecho autentificado». Los experi­mentals trails señalaban el paso del espacio privado (lasmansiones nobles tenían su parte pública y su parte priva­da) al espacio público de las Academias y, con ello, de laopinión al conocimiento. Así pues, la legitimidad del co­nocimiento depende de una presencia pública en unas fa­sesdeterminadas de la producción de conocimiento.

Pero también me gustaría recordar ahora un artículoque Mario Biagioli (1998), autor de bellísimos trabajos so­bre Galileo, dedica a los efectos de la presión de las deman­das externas que, en algunos ámbitos de la investigación,amenaza el desinterés de los científicos o, mejor dicho, elinterés específico por el desinterés (como se ve en el campode la biomedicina, donde, debido a la importancia de lasbazas económicas en juego y bajo la presión de un entornocompetitivo y empresarial asistimos a una inflación delmultiautorship y al desarrollo de una ética capitalista). Bia-

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gioli descubre la tensión entre el desinterés obligado queimponen las censuras abundantes que ejerce el campo so­bre cada uno de los comprometidos en él (estar en un cam­po científico es como estar en unas condiciones en las queuno está interesado en sentirse desinteresado, sobre todo,porque el desinterés es recompensado) y una fuerte de­manda social, económicamente recompensada, que favore­ce unas concesiones. Insiste en el hecho de que, en el ám­bito científico, existe una diferencia entre da ley de lapropiedad intelectual» (intelleciual property law) y el siste­ma de recompensas de la ciencia (tbe reward system ofscien­ce) tal como lo describo en mi análisis del capital simbóli­co: «un descubrimiento sensacional que puede garantizarun premio Nobel no puede traducirse [...] en una patenteo en un copyright». El premio del «crédito científico» no esel dinero sino las recompensas garantizadas por la valora­ción de los colegas, reputación, premios, empleos, partici­pación en sociedades. Este «crédito honorífico» (honorificcredit) es personal y no puede ser transferido (propiedadprivada, no puede ser transmitido por contrato o por testa­mento: no puedo convertir a fulano o mengano en el here­dero de mi capital simbólico). Está vinculado al nombredel científico y construido como no-monetario. En suma,lo que produce la virtud científica es una cierta disposiciónsocialmente constituida, en relación con un campo, querecompensa el desinterés y sanciona las infracciones (espe­cialmente, los fraudes científicos).

En general, el desinterés no es, en absoluto, el produc­to de una especie de «generación espontánea), ni un donde la naturaleza: cabe establecer que, en el estado actualdel campo científico, es el producro de la acción del siste­ma escolar y de la familia, lo que lo convierte en una dis­posición, por lo menos parcialmente, hereditaria. Obser-

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vamos, por consiguiente, que cuanto más nos acercamos alas instituciones escolares que preparan para las carrerasmás desinteresadas, como las científicas ~la Escuela Nor­mal Superior, por ejemplo, en oposición a la Escuela Poli­técnica o, más allá todavía, la Escuela Nacional de Admi­nistración o la Escuela de Altos Estudios Mercantiles-,más alto es el número de adolescentes que han salido defamilias que pertenecen al universo escolar y científico.

Existe una especie de ambigüedad estructural del cam­po científico (y del capital simbólico) que podría ser elprincipio objetivo de «la ambivalencia de los sabios», yamencionada por Merton, respecto a las reivindicaciones deprioridad: la institución que valoriza la prioridad (es decir,la apropiación simbólica), valoriza también el desinterésy «la entrega desinteresada al desarrollo del conocimiento»(the se!fiess dedication to the advancement of knowledge)(Menan, 1973). El campo impone simultáneamente lacompetición «egoísta», los intereses a veces desenfrenadosque engendra, a través, por ejemplo, del miedo a verse ade­lantado en algún descubrimiento, y el desinterés.

También es, sin duda, esta ambigüedad la causa deque se hayan podido describir los intercambios que apare­cen en el campo científico según el modelo del intercam­bio de dones, ya que cada investigador, si creemos a Hags­rrom, tiene que ofrecer a los demás la nueva informaciónque haya podido descubrir para conseguir, a modo de con­trapartida, su reconocimienro (Hagstrom, 1965: 16-22).En realidad, la búsqueda del reconocimiento siempre esfuertemente negada, en nombre del ideal de desinterés:esto no sorprenderá a los que saben que la economía delos intercambios simbólicos, cuyo paradigma es el inrer­cambio de dones, se basa en el rechazo obligado del inte­rés; el don puede -y, desde un determinado punto de vis-

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ta, debe- ser vivido como acto generoso de oblación sindevolución, disimulando al mismo tiempo, incluso a losojos del que lo entrega, la ambición de asegurarse un po­der, un dominio duradero sobre el beneficiario. En suma,se disimula la relación de fuerza virtual que encubre (re­mito sobre este punto a los análisis de la doble verdad deldon que he presentado, de manera muy especial, en lasMéditations pascaliennes, 1997). y cabría mostrar que elcapital científico participa de esa ambigüedad en tamoque relación de fuerza basada en el reconocimiento.

Después de describir cómo se constituía el campo, osea, instituyendo una censura en la entrada y ejerciéndola,a continuación, de manera permanente, a través de la lógi­ca misma de su funcionamiento, y al margen de cualquiernormatividad trascendente, cabe sacar una primera conse­cuencia, que es posible denominar normativa, de esa veri­ficación. El hecho de que los productores tiendan a tenercomo únicos clientes a sus competidores más rigurosos ymás vigorosos, más competentes y más críticos, y, por tan­to, más propensos y mm preparados para conferir toda sufuerza a su crítica, es, en mi opinión, el punto de Arquíme­des sobre el que podemos sustentarnos para ofrecer una ra­zón científica de la razón científica, para arrancar a la razóncientífica de la seducción relativista y explicar que la cien­cia puede avanzar incesantemente hacia una mayor racio­nalidad sin verse obligada a apelar a una especie de mila­gro fundador. No es necesario escapar de la historia paraentender la emergencia y la' existencia de la razón en lahistoria. El ensimismamiento del campo autónomo cons­tituye el principio histórico de la génesis de la razón y dela emergencia de su normatividad. Yo diría que porque lahe constituido, aunque sea muy modestamente, en pro­blema histórico, capacitándome (y situándome) de ese

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modo para establecer científicamente la ley fundamentaldel funcionamiento de la ciudad científica, he podido re­

solver el problema de las relaciones entre la razón y la histo­ria o de la historicidad de la razón, problema tan antiguocomo la filosofía, que, muy especialmente en el siglo XIX,

ha obsesionado a los filósofos.Otra consecuencia del ensimismamiento vinculado a

la autonomía es el hecho de que el campo científico obe­dece a una lógica que no es la del campo político. Hablarde indiferenciación o de «no diferenciación» del nivel po­lítico y del nivel científico (Latour, 1987) equivale a per­mitirse situar en un mismo plano las estrategias científicasy las intrigas por conseguir unas subvenciones o unos pre­mios científicos, y a describir el mundo científico comoun universo en el que se consiguen unos resultados graciasal poder de la retórica y a la influencia profesional; comosi el principio de las acciones fuera la ambición asociada auna retórica estratégica y guerrera y los científicos eligie­ran tal o cual tema de investigación con el único objetivode ascender en la escala profesional de la misma maneraque otros manipulan para alcanzar el premio Nobel do­rándose de una red amplia y densa.

Es cierto que, en el campo científico, las estrategiassiempre tienen dos caras. Tienen una función pura y me­ramente científica y una función social en el campo, es de­cir, en relación a los restantes agentes implicados en elcampo: por ejemplo, un descubrimiento puede ser un ho­micidio simbólico que no es necesariamente voluntario(eso se percibe cuando, por unos cuantos días o a vecesunas cuantas horas, el investigador adelantado pierde elbeneficio de toda una vida de investigación) y que es unefecto secundario de la lógica estrucrural y distintiva delcampo. Más adelante insistiré sobre este tema.

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3. EL CArrrAL CIENTíFICO, SUS FORMAS

Y SU DISTRIBUCIÓN

Las relaciones de fuerza científicas son unas relacionesde fuerza que se realizan especialrilenre a través de las rela­ciones de conocimiento y de comunicación (Bourdieu.1982, 2001b). El poder simbólico de tipo cienrffico sólose ejerce sobre unos agenres que rienen las necesarias cate­gorías de percepción para conocerlo y reconocerlo. Es unpoder paradójico (y, en cierto sentido, heterónomo) quesupone la «complicidad» de quien lo soporta. Pero tengoque recordar, en primer lugar, las propiedades esencialesdel capital simbólico. El capital simbólico es un conjunrode propiedades distintivas que existen en y mediante lapercepción de agentes dotados de las categorías de -p~Jcep­

ción adecuadas, categorías que se adquieren especialmentea través de la experiencia de la estructura de la distribu­ción de ese capital en el interior del espacio social o de unmicrocosmos social concreto, como el campo científico.El capital cienrífico es un conjunto de pertenencias queson el producto de actos de conocimiento y de reconoci­mienro realizados por unos agenres inrroducidos en elcampo científico y dotados por ello de unas categorías depercepción específicas que les permiten establecer las dife­rencias pertinentes, de acuerdo con el principio de perti­nencia constitutivo del nómos del campo. Esta percepcióndiacrítica sólo es accesible a los poseedores de un determi­nado capital cultural incorporado. Existir científicamentees distinguirse, de acuerdo con las categorías de percep­ción vigenres en e! campo, o sea, para los colegas (ehaberaportado algo»). Es distinguirse (positivamente) por unaaportación distintiva. En el inrercambio científico, el sabioaporta una «contribución» que le es reconocida por unos

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actos de reconocimienro público, por ejemplo, la referen­cia en forma de cita de las fuentes de! conocimiento utili­zado. Equivale a decir que el capital cienrffico es e! pro­ducto del reconocimiento de los competidores (un acto dereconocimiento que aporta tanto más capital euanro másreconocido sea el que lo realiza, y, por consiguiente, másautónomo y con mayor capital).

El capital científico funciona como un capital simbóli­co de reconocimiento que circula primordialmente, y, aveces, de manera exclusiva, dentro de los límites de! campo(aunque pueda ser reconvertido en otros tipos de capital,especialmente económico): e! peso simbólico de un cientí­fico tiende a variar de acuerdo con el valor distintivo de suscontribuciones y la originalidad que sus colegas-competi­dores reconocen a su aportación distintiva. El concepto devisibility, utilizado en la tradición universitaria estadouni­dense, sugiere perfectamente el valor diferencial de ese ca­pital que, concenrrado en un nombre propio conocido yreconocido, diferencia a su portador del fondo indiferen­ciado en el que se confunden el conjunto de los investiga­dores anónimos (de acuerdo con la oposición forma/fondoque está en el centro de la teoría de la percepción: de ahí,sin duda, el rendimienro especial de las metáforas percepti­vas, cuya matriz es la oposición entre lo brillante y lo oscu­ro, en la mayoría de las taxonomías escolares).

Aunque está estrechamente ligado a él, el capital sim­bólico no se confunde con el capital cultural incorporado,o sea, la parte más o menos importante de los recursoscientíficos acumulados colectivamente y, en teoría, dispo­nibles que son apropiados y controlados por los diferentesagentes implicados en el campo. La posición ocupada porun agente concreto en la estructura de la distribución deese capital, tal como es percibida por los agentes dotados

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de la capacidad de descubrirla y de apreciarla, es uno delos principios del capital simbólico que es otorgado porese agente, en la medida en que contribuye a determinarsu valor distintivo, su rareza, y en que está, generalmente,vinculado a su contribución a los avances de la investiga­ción, a su aportación y a su valor distintivo.

El capital simbólico va al capital simbólico: el campocientífico da crédito a los que ya lo tienen; son los más co­nocidos quienes se benefician de la mayoría de los benefi­cios simbólicos aparentemente distribuidos a partes igua­les entre los firmantes en el caso de firmantes múltiples o dedescubrimientos múltiples a cargo de personas desigual­mente famosas, yeso es así aunque los más conocidos noocupen la primera fila, lo que les da un beneficio suple­mentario, el de aparecer como desinteresados desde elpunto de vista de las normas del campo. [En efecto, aunque

puedan parecer desmentirlo, las observaciones de Harriet A. Zuc­

kerman sobre los «modelos de rango de nominación en el caso de

los autores de artículos científicos» confirman la ley de la concentra­

ción que acabo de enunciar: convencidos de una mayor visibilidad

automática, los poseedores de premios Nobel pueden manifestar

un conveniente desinterés cediendo el primer puesto. Pero no vaya

repetir aquí con todo detalle la demostración que realicé en el crñ­

culo de 1975 (1975a).J

El reconocimiento de los colegas que caracteriza elcampo tiende a producir un efecto de cierre. El podersimbólico de tipo científico sólo puede ejercerse habitual­mente (como poder de hacer ver y de hacer creer) si hasido ratificado por otros científicos que controlan tácita­mente el acceso al ~(gran público», a través, sobre todo, dela vulgarización. [El capital político también es un capital simbóli­

co de conocimiento y de reconocimiento o de reputación, pero se

consigue ante todos en la lógica del plebiscito.]

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La estructura de la relación de fuerzas que es constitu­tiva del campo está definida por la estructura de la distri­bución de las dos especies de capital (temporal y científi­co) que intervienen en el campo científico. Como laautonomía nunca es total y las estrategias de los agentescomprometidos en el campo son a un tiempo científicas ysociales, el campo es el espacio de dos especies de capitalcientífico: un capital de autoridad propiamente científicay un capital de poder sobre el mundo científico, que pue­de ser acumulado por unos caminos que no son estricta­mente científicos (o sea, en especial, a través de las institu­ciones que conlleva) y que es el principio burocrático depoderes temporales sobre el campo científico, como los deministros y ministerios, decanos, rectores o administrado­res científicos (estos poderes temporales son más bien na­cionales, es decir, están vinculados a las instituciones na­cionales, especialmente, a las que rigen la reproducción delas corporaciones de científicos -como las academias, loscomités, las comisiones, etcétera-, mientras que el capitalcientífico es más bien internacional).

De ello se deduce que cuanto más autónomo es uncampo, más se diferencia la jerarquía basada en la distri­bución del capital científico, hasta tomar una forma·inver­sa de la jerarquía basada en el capital temporal (en deter­minados casos, como las facultades de letras y de cienciashumanas que he estudiado en Horno academicus (1984),aparece una estructura quiasmática, ya que la distribuciónde los poderes temporales tiene una forma inversa de ladistribución del poder específico, propiamente científico).

Las valoraciones de las obras científicas están contami­nadas por el conocimiento de la posición ocupada en lasjerarquías sociales (y esa contaminación es tanto mayorcuanto más heterónomo es el campo). Así, Cale muestra

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que, entre los físicos, la frecuencia de las citas depende dela universidad de donde proceden, y sabemos que, más ge­neralmente, el capital simbólico de un investigador, y, portanto, la acogida dispensada a sus trabajos, depende, enbuena medida, del capital simbólico de su laboratorio. Esose le escapa a la microsociología constructivista porque laspresiones estructurales que pesan sobre las prácticas y lasestrategias no son aprehensibles a nivel microsociológico,o sea, a la escala del laborarorio, ya que están vinculadas ala posición del laboratorio en el campo.

La lógica de las luchas científicas sólo puede entender­se si tomamos en cuenta la dualidad de los principios dedominación. Por ejemplo, para su realización, las cienciasdependen de dos tipos de recursos: los propiamente cien­tíficos, en lo esencial incorporados, y los recursos financie­ros necesarios para comprar o construir los instrumentos(como el ciclotrón de Berkeley) o pagar al personal, o losrecursos administrativos, como los puestos de trabajo; y,en la competencia que los enfrenta, los investigadoressiempre tienen que luchar para conquistar sus medios es­pecíficos de producción en un campo en el que las dos es­pecies de capital científico son eficientes.

El tiempo que los investigadores deben dedicar, indivi­dual o colectivamente, a las actividades orientadas hacia labúsqueda de los recursos económicos, subvenciones, con­tratos, empleos, etcétera, varía al igual que la dependenciade su actividad científica respecto a esos recursos (y, en se­gundo lugar, según su posición en la jerarquía del Iaborato­rio): nula, escasa o secundaria en disciplinas como las mate­máticas o la historia, resulta muy importante en disciplinascomo la física o la sociología. Y las instituciones burocráti­cas encargadas de controlar la distribución de los recursos,como en Francia los ministerios o el CNIC, pueden arbi-

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rrar, teniendo como intermediarios a los administradorescientíficos o a las comisiones que no son necesariamente losmejor situados para hacerlo científicamente, los conflictoscientíficos entre los investigadores.

Los criterios de evaluación siempre esrán en juego enel campo y siempre existe una lucha respecto a los criteriosque permiten regular las luchas (controversias). El poderque los administradores científicos ejercen sobre los cam­pos científicos, y que, pese a que las tengan, está lejos deser regido por unas consideraciones estrictamente científi­cas (sobre todo, cuando se trata de ciencias sociales), puedeapoyarse siempre en las divisiones internas de los campos.y en este ámbito, como en tantos otros, lo que denominola ley del jdanovismo, según la cual los más desprovistos decapital específico, es decir, los menos eminentes segúnunos criterios estrictamente científicos, tienen tendencia arecurrir a los poderes externos para reforzarse y, eventual­mente, triunfar en sus luchas científicas, encuentra un te­rreno propicio para su aplicación.

¿Por qué es importante desvelar la estructura del cam­po? Porque, al construir la estructura objetiva de la distri­bución de las propiedades vinculadas a los individuos o alas instituciones, nos dotamos de un instrumento de pre­visión de los comportamientos probables de los agentesque ocupan unas posiciones diferentes en esa distribución.Por ejemplo, fenómenos sobre los cuales la «nueva socio­logía de la ciencia» ha reclamado la atención, como la cir­culación y el proceso de consagración y de universaliza­ción de los trabajos. dependen de las posiciones ocupadasen la estructura del campo por los científicos implicados.Se plantea, y se observa, en efecto, que el espacio de lasposiciones dirige (en términos de probabilidades) el espa-

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cio homólogo de las tomas de posición, es decir, las estra­tegias y las interacciones. (Esta hipótesis hace desaparecerla separación que algunos establecen entre la ciencia de loscientíficos y la ciencia de las obras cienrfficas.) El conoci­miento de los intereses profesionales (vinculados a la posi­ción y a las disposiciones) que informan las preferenciaspuede explicar las elecciones entre diferentes posibilidades:por ejemplo, en las luchas que, en el siglo XIX, enfrenta­ban a los químicos y a los físicos, estos últimos, pertrecha­dos con un capital físico-matemático, pero mal conocedo­res de la química, fueron conducidos frecuentemente aerrores y situaciones sin salida.

La estructura del campo científico está definida, en cadamomento, por el estado de la correlación de fuerzas entre losprotagonistas de la lucha, es decir, por la estructura de la dis­tribución del capital específico (en sus diferentes especies)que han podido acumular en el transcurso de las luchas an­teriores. Esa estructura es la que atribuye a cada investiga­dor, en función de la posición que ocupa en ella, tanto susestrategias y sus tomas de posición científicas como las posi­bilidades objetivas de éxito que se le prometen. Tales tomasde posición son el producto de la relación entre la posiciónen el campo y las disposiciones (el habitus) de su ocupante.1 o -xiste ninguna opción científica -elección del ámbito dela investigación, elección de los métodos utilizados, eleccióndel lugar de publicación, elección, bien descrita por Hags­trom (1965: 100), de publicar pronto unos resultados sóloverificados en parte o demorar su publicación hasta que es­tén plenamente controlados- que no sea también una estra­tegia social de inversión orientada hacia la maximización delbeneficio específico, indisociablemente social y científico,procurado por el campo y determinado por la relación entrela posición y las disposiciones que acabo de enunciar.

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En otras palabras, el conocimiento de las propiedadespertinentes de un agente, y, por tanto, de su posición enla estructura de la distribución, y de sus disposiciones, quecasi siempre están estrechamente correlacionadas con suspropiedades y con su posición, permite prever (o, comomínimo, comprender) sus tomas de posición específicas(por ejemplo, la clase de ciencia que se dispone a hacer,normal y reproductora, o, por el contrario, excéntrica yarriesgada). Si se pudiera plantear a una muestra de todoslos sabios franceses una decena de preguntas, por un lado,sobre su origen social, sus estudios, las posiciones que hanocupado, etcétera, y, por otro, sobre el tipo de ciencia quepractican (las preguntas, en este caso, serían muy difícilesde elaborar y supondrían una prolongada preinvestiga­ción). creo que sería posible establecer unas relaciones es­tadísticas significativas, como las que he establecido enotros terrenos.

La relación entre el espacio de las posiciones y el espa­cio de las tomas de posición no es una relación de reflejomecánico: el espacio de las posiciones sólo actúa en ciertomodo sobre las tomas de posición a través de los habitus delos agentes que aprehenden este espacio, de la posición queocupan en él y de la percepción que los restantes agentescomprometidos en dicho espacio tienen de todo o parte deél. El espacio de las posiciones, cuando es percibido por unhabitus adaptado (competente, dotado del sentido del jue­go), funciona como un espacio de las posibilidades, de las di­ferentes maneras de practicar la ciencia entre las cuales esposible elegir; cada uno de los agentes comprometidos enel campo tiene una percepción práctica de las diferentes rea­lizaciones de la ciencia, que funciona como una problemd­tica: Esta percepción, esta visión, varía de acuerdo con lasdisposiciones de los agentes, y es más o menos completa,

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más o menos amplia; puede dejar de lado y desdeñar, porconsiderarlos carentes de interés o de importancia, a deter­minados sectores (las revoluciones científicas han tenido amenudo el efecto de transformar la jerarquía de las impor­tancias). La relación entre el espacio de las posibilidades ylas disposiciones puede funcionar como un sistema de cen­sura y excluir deJacto, sin ni siquiera plantear prohibicio­nes, unos caminos y unos medios de investigación; el efec­to restrictivo es directamente proporcional a la medida enque los agentes están más o menos desprovistos de capitalsimbólico y de capital cultural específico (algunos puedenser empujados a excluir como imposibles -eesto no es paramf»-. determinadas opciones que pueden imponerse conabsoluta naturalidad a otros).

Para tener un espacio de las posibilidades matemáticasque sea aceptado como matemático por los restantes ma­temáticos, hay que ser matemático. A partir de ahí, dichoespacio variará de acuerdo con el habitus de los matemáti­cos, su competencia específica, su lugar de formación, et­cétera, y una de las mediaciones del efecto del espacio delas posibilidades sobre las disposiciones son las propiasdisposiciones. Así pues, vemos que las causalidades ad­quieren en sociología unas formas muy complejas: para serjuzgado de acuerdo con un efecto del campo de las mate­máticas, hay que estar «predispuesto» matemáticamente.En otras palabras, aquel que está determinado contribuyea su propia determinación, pero a través de unas propieda­des, como las disposiciones o las capacidades, que él no hadeterminado. Lo que se compromete en el hecho de elegirtal o cual tema de tesis, o de orientarse hacia talo cual di­rección de la física o de la química, son dos formas de de­terminación, o sea, del lado del agente, su trayectoria, sucarrera, y, del Iado del campo, del lado del espacio objeti-

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va, unos ~fectos estructurales que actúan sobre el agenteen la medida en que está constituido de manera que resul­te «sensible" a tales efectos y a contribuir de ese modo élmismo al efecto que se ejerce sobre él. [Sirva esto, sin entrar

en discusiones filosóficos sobre el determinismo y la libertad, para

recordar a los filósofos y a otros sociólogos que hocen de filósofos

que lo que decimos es a menudo mós complicado de lo que ellos

dicen a propósito de lo que decimos; mós incluso, tal vez, de lo

que dicen cuando expresan su pensamiento mós complejo sobre lolibertad.]

La percepción del espacio de las posiciones, que es aun tiempo conocimiento y reconocimiento del capitalsimbólico y contribución a la constitución de dicho capi­tal (mediante juicios que se apoyan en indicios como ellugar de publicación, la calidad y la cantidad de las notas,etcétera), permite orientarse en ese campo. Las diferentesposiciones realizadas, cuando son aprehendidas por un ha­bitusbien constituido, son otras tantas posibilidades, otrastantas maneras posibles de hacer lo que hace aquel que laspercibe (de la física o de la biología), maneras posibles dehacer ya practicadas, ya realizadas, o por realizar, pero fac­tibles por la estructura de las posibilidades ya realizadas.Un campo contiene unas virtualidades, un futuro proba­ble (que un habitus ajustado permite anticipar). El mundofísico tiene unas tendencias inmanentes, y 10 mismo ocu­rre con el social. La ciencia se propone establecer el estadodel mundo y, al mismo tiempo, las tendencias inmanentesde ese mundo, el futuro probable de ese mundo, lo queno puede suceder (lo imposible) o lo que tiene algunasposibilidades, más o menos considerables, de suceder (10probable) o, también, pero es más raro que la ciencia seacapaz de hacerlo, lo que debe ocurrir de manera absoluta­mente necesaria (lo seguro). Conocer la estructura es ad-

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quirir los medios de entender el estado de las posiciones yde las tornas de posición, pero también el futuro, la evolu­ción, probable de las posiciones y de las tomas de posi­ción. En suma, como no me canso de repetir, el análisis dela estructura, la estática, y el análisis del cambio, la diná­mica, son indisociables.

La estática y la dinámica son inseparables, ya que elprincipio de la dinámica se encuentra en la estática delcampo, en la correlación de fuerzas que 10 define: el cam­po tiene una estructura objetiva que no es más que laestructura de la distribución (en el sentido a la vez estadís­tico y económico de la palabra) de las propiedades perti­nemes, y, por tanto, eficientes, de las posibilidades que ac­túan en ese campo (en nuestro caso, el capital científico),y las correlaciones de fuerza constituyentes de esa estruc­tura; eso quiere decir que las propiedades, que pueden sertratadas como propiedades lógicas, como rasgos distinti­vos que permiten dividir y clasificar (enfrentando y jun­randa, como hay que hacer para construir la estructura dela distribución), son simultáneamente unos retos, en tantoque objetos susceptibles de apropiación, y unas armas, entanto que instrumentos posibles de lucha pOt la apropia­ción, para los grupos que se separan o se reúnen respecto aellas. El espacio de las propiedades también es un terrenode lucha pata la apropiación.

Cuando se utiliza una técnica estadística como el aná­lisis de las correspondencias, se crea un espacio pluridi­mensional en el que se distinguen a un tiempo unas pro­piedades y los poseedores de esas propiedades, medianteuna operación clasificatoria que permite caracterizar la es­tructura de dicha distribución; pero basta con cambiar ladefinición de tales propiedades para dejar de considerarlascaracterísticas distintivas de una taxonomía clasificatoria

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que sirva para diferenciar los agentes y las propiedades deun espacio estático y verlas como posibilidades en la luchaen el interior del campo (por ejemplo, la antigüedad o elhecho de haber publicado muchos premios Nobel apare­cen desde ese punto de vista como uno de los fundamentosdel capital simbólico de una editorial) (Bourdieu, 1999),o, mejor aún, como poderes que definen el futuro previsi­ble de un juego que se jugará entre agentes poseedores deposibilidades desiguales desde el punto de vista de la defi­nición del juego.

Cabe recurrir aquí, para representar las diferentes espe­cies de poder (o de capital), a la metáfora de las pilas de fi­chas de diferentes colores, que son la materialización simul­tánea de las ganancias obtenidas en las fases precedentes dela partida y de las armas susceptibles de ser utilizadas en lacontinuación del juego, es decir, una especie de síntesis delpasado y del futuro del juego. Se ve con claridad que descri­bir rigurosamente un estado del juego, o sea, la distribu­ción de las ganancias y de las disponibilidades, es describir aun tiempo el devenir probable del juego, las oportunidadesprobables de ganancias de los diferentes jugadores, y sus es­trategias probables a partir del estado de sus recursos (todoello, siguiendo la hipótesis de una estrategia adecuada en lapráctica a las opciones de ganancia, o sea, razonable antesque racional, como es la estrategia del habitus).

4. UNA LUCHA REGULADA

Los agentes, con su sistema de disposiciones, con sucompetencia, su capital, sus intereses, se enfrentan, dentrode ese juego llamado campo, en una lucha para conseguirel reconocimiento de una manera de conocer (un objeto y

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un método), y contribuyen de ese modo a conservar o atransformar el campo de fuerzas. Un pequeño número deagentes y de instituciones concentran un capital suficientepara apropiarse prioritariamente de los beneficios procura­dos por el campo, para ejercer un poder sobre el capitalposeído por los restantes agentes, sobre los pequeños por­tadores de capital científico. El poder sobre el capital seejerce, en realidad, mediante el poder sobre la estructurade la distribución de las posibilidades de beneficios. Losdominantes imponen, gracias a su mera existencia, comonorma universal, los principios que introducen en su pro­pia prácrica. Esto es 10 que hace cuestionar la innovaciónrevolucionaria, que alrera la estructura de la distribuciónde las posibilidades de beneficio, y, con ello, reduce losbeneficios de aquellos cuyos beneficios están vinculados ala antigua estructura. Una gran innovación científica pue­de destruir infinidad de investigaciones y, de paso, de in­vestigadores, a pesar de no tener la menor intención deperjudicar a nadie: no siempre es cierta la visión mezquinaque puede sugerir el análisis de las estrategias científicascomo maneras de «rivalizar», inspiradas por el deseo de serel primero o de derrotar a unos adversarios. Se entiendeque las innovaciones no sean bien acogidas, que suscitenresistencias formidables, que pueden recurrir incluso a ladifamación, muy eficaz contra un capital que, como cual­quier capital simbólico, es fama, reputación, etcétera.

Los dominantes imponen de[acto. como norma uni­versal del valor científico de las producciones de los sabios,los principios que ellos utilizan, de manera consciente oinconsciente, en sus prácticas, especialmente, en la elec­ción de sus objetivos, de sus métodos, etcétera. Se hanconstituido en ejemplos, en realizaciones ejemplares de lapráctica científica, en ideal realizado, en normas hechas

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hombre; su propia práctica se convierte en la medida detodas las cosas, la buena manera de hacer que tiende adesacreditar las otras maneras. Consagran algunos objetosconsagrándoles sus inversiones y, a través del objeto mis­mo de sus inversiones, tienden a actuar sobre la estructurade las opciones de beneficio y, a partir de ahí, sobre los be­neficios procurados por las diferentes inversiones. [Así, en la

actualidad, el CNIC aprovecha las estructuras y sobre todo, mós

bien, el léxico de la ciencia estadounidense, e impone, como si fue­

ra obvia, la idea de «programa» (de investigación) o unos modelos

institucionales como «el Fondo Nacional de la Ciencia» (yeso,

cada vez con mayor frecuencia, a través de personalidades que,

después de haber sido consagradas en los Estados Unidos, reprodu­

cen como lo mejor o lo único posible el modelo que las ha cense­

grado).]Los revolucionarios, en lugar de contentarse con jugar

en los límites del juego tal como es, con sus principios ob­jetivos de formación de los premios, transforman el juegoy los principios de formación de los premios. Por ejemplo,una de las maneras de cambiar el modo de formación delos premios en vigor, consiste en cambiar el modo de for­mación de los productores. Esto explica la violencia quepueden alcanzar las luchas respecto al sistema de enseñan­za superior (como podemos comprobar así que participa­mos en una comisión sobre los programas, situación expe­rimental absolutamente apasionante: he visto a personas alas que les faltaba un año para la jubilación y que, aparen­temente, no tenían ningún interés directo en el asunto,enzarzarse para defender el mantenimiento de una hora deruso, de geografía o de filosofía en los programas, en com­bates que tendían a perpetuar todo un sistema de creen­cias o, mejor dicho, de inversiones al perpetuar la estruc­tura del sistema de enseñanza).

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Las luchas de prioridad suelen enfrentar a quien hadescubierto un hecho en estado bruto, a menudo una ano­malía respecto al estado del conocimiento, ya quien, gra­cias a un instrumental teórico más avanzado, lo ha conver­tido en un hecho científico, constitutivo de una nuevamanera de concebir el mundo. Más de una vez las guerrasepistemológicas son de ese tipo y se enfrentan en ellas unosadversarios dotados de propiedades sociales diferentes quelos predisponen a sentirse afines con uno u otro campo.Uno de los objetivos permanentes de las luchas epistemo­lógicas es la valorización de una especie de capital científi­co, de teórico o de experimentador, por ejemplo (al sercada uno de los impugnadores propenso a defender e! tipode capital de que está especialmente dorado).

La definición de los retos de la lucha científica formaparte de los retos de la lucha científica. Los dominadoresson aquellos que consiguen imponer la definición de laciencia según la cual la realización más acabada de la cien­cia consiste en tener, ser y hacer lo que ellos tienen, son ohacen. Por eso se choca sin cesar con la antinomia de la le­gitimidad: en e! campo científico, al igual que en muchosotros, no existe ningún procedimiento para legitimar laspretensiones de legitimidad.

Las revoluciones científicas conmocionan la jerarquíade los valores sociales relacionados con las diferentes for­mas de práctica científica, y, por tanto, la jerarquía socialde las diferentes categorías de científicos. Una de las parti­cularidades de las revoluciones científicas es que introdu­cen una transformación radical al tiempo que conservanlas adquisiciones anteriores. Las revoluciones, por tanto,conservan las adquisiciones, sin ser por ello revolucionesconservadoras que tiendan a alterar e! presente para res­taurar e! pasado. Sólo pueden realizarlas personas que

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sean, en cierto sentido, capitalistas específicos, es decir,personas capaces de dominar todas las adquisiciones de latradición.

Las revoluciones científicas tienen el efecto de trans­formar la jerarquía de las importancias: cosas consideradassin importancia pueden verse reactivadas por una nuevamanera de practicar la ciencia, e, inversamente, sectoresenteros de la ciencia pueden caer en la inactualidad, la ob­solescencia. Las luchas en e! interior de! campo son luchasen busca de ser o mantenerse actual. Aquel que introduceuna nueva manera legítima de hacer revoluciona las corre­laciones de fuerza e introduce el tiempo. Si no ocurrieranada, el tiempo no existiría; los conservadores quierenabolir el tiempo, eternizar el estado actual de! campo, elestado de la estructura conveniente a sus intereses, ya queen él ocupan la posición dominante, mientras que los in­novadores, sin necesidad de preocuparse de competir connadie, introducen, simplemente con su intervención, elcambio y crean la temporalidad específica del campo. Deello se desprende que cada campo tiene su ciempo propio,una cronología única que tiende a nivelar en una falsaunilinealidad unas temporalidades diferentes, las series in­dependientes correspondientes a los diferentes camposque pueden, por otra parte, encontrarse, con motivo, es­pecialmente, de las crisis históricas, que tienen como efec­to sincronizar unos campos dotados de historias y de tem­poralidades diferentes.

Hasta aquí he dado por supuesto que el sujeto de lalucha científica era exclusivamente un individuo, un cien­tífico individual. En realidad, también puede ser una dis­ciplina o un laboratorio. Conviene detenerse un instanteen la disciplina. En la práctica habitual, cabe hablar indi­ferentemente, refiriéndose a niveles muy diferentes de la

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división del trabajo científico, de disciplina o de subcam­po o de especialidad (por ejemplo, se hablará de disciplinapara designar la química en su conjunto, o la química or­gánica, la química física orgánica, la química cuántica, et­cétera). Daryl E. Chubin diferencia (Nye. 1993: 2) la dis­ciplina (física), el subcampo (la física de las altas energías ode las partículas), la especialidad (interacciones débiles), lasubespccialidad (estudios experimentales contrapuestos aestudios teóricos).

La disciplina es un campo relativamente estable y deli­mitado, y, por tanto, relativamente fácil de identificar: tie­ne un nombre reconocido escolar y socialmente (es decir,está presente de manera clara en las clasificaciones de lasbibliotecas, como la sociología en oposición, por ejemplo,a la «mediologla»]; está inscrita en unas instituciones, unoslaboratorios, unos departamentos universitarios, unas re­vistas, unas organizaciones nacionales e internacionales(congresos), unos procedimientos de certificación de lascompetencias, unos sistemas de retribución, unos premios.

La disciplina se define mediante la posesión de un capi­tal colectivo de métodos y de conceptos especializados cuyodominio constituye el derecho de admisión, tácito o implí­cito, en el campo. Produce un «trascendental histórico», elhabitus disciplinario como sistema de esquemas de percep­ción y de apreciación (la disciplina incorporada actúa comocensura). Se caracteriza por un conjunto de condiciones so­ciotrascendentales, constitutivas de un estilo. [Abro aquí unparéntesis sobre el conceptode estilo: los productos de un mismo ha­

bifus se caracterizan por una unidad de estilo (estilo de vida, mane­ras, escritura de un artista). En la tradición de la sociología de laciencia, el tema del estilo está presente en Mannheim y en LudwigHeck (1980), que habla de «estilo de pensomiento», es decir, de una«tradición de presupuestos coropcrtldos» en gran parte invisibles y

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jamás cuestionados, así como de «colectivo de pensamiento», comu­nidad de individuos que intercambian regularmente ideas: las ideascompatibles con los presupuestos fundamentales de! colectivo son in­tegradas, y las restantes rechazadas. Obtenemos de ese modo todauna serie de hábitos muy próximos que valen a veces para el conjun­to de una disciplina, y otras para un grupo, un colectivo de pensa­miento que comparte un saber y unos presupuestos sobre la metodo­logía, la observación, las hipótesis aceptables y los problemasimportantes. Ion Hacking (1992) hablo también de «sistemas cerra­dos de práctica de la investigación» (closed systems of researchpractíce).] El concepto de «estilo» es importante para, por lomenos, designar, señalar con el dedo una propiedad de lasdiferentes ciencias, o disciplinas, que ha sido aplastada yobnubilada en toda la reflexión sobre la ciencia, debido aque la física y, más exactamente, la física cuántica ha que­dado constituida como modelo. exclusivo de la cientifici­dad, en nombre de un privilegio social convertido en privi­legio epistemológico por los epistemólogos y los filósofos,escasamente pertrechados para pensar los efectos de impo­sición social que se ejercían sobre su pensamiento.

Las fronteras de la disciplina están protegidas por underecho de admisión más o menos codificado, estricto yelevado; más o menos visibles, son a veces el objetivo dedisputas con las disciplinas vecinas. Pueden existir algunasintersecciones entre las disciplinas, algunas de ellas vacías yotras colmadas, que ofrecen la posibilidad de extraer unasideas y unas informaciones de un número y de una varie­dad más o menos grande de fuentes. (La innovación de lasciencias se engendra a menudo en las inrersecciones.)

La noción de campo científico es importante porquerecuerda, por un lado, que existe un mínimo de unidad dela ciencia, y, por otro, que las diferentes disciplinas ocupanuna posición en el espacio (jerarquizado) de las díscíplínasy

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que lo que ocurre allí depende parcialmente de esa posi­ción. Me referiré en primer lugar a la cuestión de la uni­dad: el campo científico puede ser descrito como un con­junto de campos locales (disciplinas) que comparten unosintereses (por ejemplo, un interés de racionalidad que seenfrenta al irracionalismo, la anticiencia, etcétera) y unosprincipios mínimos. Entre los principios unificadores de laciencia creo que hay que conceder un espacio muy amplioa lo que Therry 5hinn (2000) denomina los «instrumentostroncales» (ultracentrifugadora, espectroscopia mediantetransformadas de Fourier, láser, contador de destellos),«instrumentos genéricos;" "cosas cpistémicas» (epistemiethings) que constituyen «una forma coagulada de conoci­miento teórico» (Shinn, 2000), en la que es preciso englo­bar también todas las formas racionalizadas, formalizadas yestandarizadas de pensamiento, como las matemáticas,susceptibles de funcionar como instrumento de descubri­miento, y las reglas del método experimental. Este capitalcientífico de procedimientos estandarizados, de modelosexperimentados, de protocolos reconocidos, que los in­vestigadores toman prestado y combinan para concebirnuevas teorías o nuevos dispositivos experimentales (su ori­ginalidad puede consistir, a menudo, en una nueva com­binación de elementos conocidos), actúa como factor deunificación y antídoto contra las fuerzas centrífugas al im­poner la incorporación de las reglas que presiden su prác­tica (protocolos de utilización). Otro principio unificadores, sin duda, el «efecto de demostración» que ejerce la cien­cia dominante en todo momento y que constituye el prin­cipio de los préstamos entre las ciencias.

Una disciplina no sólo se define por unas propiedadesintrínsecas, sino también por unas propiedades que debe asu posición en el espacio (jerarquizado) de las disciplinas.

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Uno de los más importantes principios de diferenciaciónentre las disciplinas es la importancia del capital de recur­sos colectivos (y, en especial, de recursos de tipo teóri­co-formal) que ha acumulado cada una de ellas, y, correla­tivamente, la autonomía de que dispone respecto a laspresiones externas, políticas, religiosas o económicas. Se­ñalaré, sin más precisiones, que existen dos principios dediferenciación/jerarquización entre las disciplinas: el prin­

. cipio temporal y el principio propiamente científico.Para ilustrar el efecto delos recursos científicos teóri­

co-formales, recordaré las relaciones entre la física y la quí­mica apoyándome en los libros de Nye (1993) y de PierreLazlo (2000). La oposición entre la física y la química apa­rece en todos los niveles de diferenciación y, en especial,entre la física mecánica, basada en fundamentos axiomáti­cos y matemáticos, y una mera ciencia raxonómica y clasi­ficatoria, que se basa en fundamentos descriptivos yempí­ricos. Pierre Lazlo evoca la experiencia vivida de esarelación objetiva cuando habla (Lazlo, 2000: 243) de «sín­

drome de Lavoisier» para describir el malestar de los quí­micos al ser llamados químicos: Lavoisier, el gran químicodel siglo XV1II, preferfa llamarse físico. Ciencia descriptivay empírica, que se ocupaba en tareas prácticas y aplicadas(abonos, medicamentos, cristal, insecticidas) y utilizabarecetas (de ahí la analogía con la cocina), la química siem­pre es descrita como una sirvienta (Nye. 1993: 3, 57).Lazlo recuerda el easpecto infantil y lúdico de la qufmica»(Lazlo, 2000: 243), que, al igual que las restantes caracte­rísticas ya mencionadas, se inscribe en una homología conla oposición entre lo masculino y lo femenino (que reapa­rece con toda claridad en la oposición entre física teórica yquímica orgánica; véase Nye, 1993: 6-7). Al principio delos años treinta del siglo pasado, la vigorosa entrada en la

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química de los físicos (London, Oppenheimer) favorecióla aparición entre los químicos de una «física molecular»relacionada con la física, dotada de sus revistas periódicasy rebautizada de acuerdo con la definición dominante.

Me ha parecido importante introducir la disciplinaporque las luchas disciplinarias pueden ser un factor decambio científico a través de toda una serie de efectos, delos que citaré un único ejemplo, descriro por Ben-David yCollins en un famoso artículo respecto a lo que se ha de­nominado «hibridación»: la hibridación, o sea, el hecho de«ajustar los mérodos y las técnicas de un papel antiguo alos materiales de uno nuevo, con la intención deliberadade crear un papel nuevo», se produce cuando el campo A(la fisiología) ofrece ventajas competitivas en relación alcampo B (la filosofía) y goza de una consideración inferiora la de éste (Ben-David y Collins, 1997): «La movilidadde los científicos de un ámbito a otro se producirá cuandolas posibilidades de éxito (por ejemplo, ser reconocido,obtener una cátedra siendo aún relativamente joven, apor­tar una contribución excepcional) parezcan escasas en unadisciplina determinada, a menudo a causa de la abundan­cia de candidatos en un terreno en el que el número depuestos permanece estable. Buscarán mejores condicionesde competición. En determinados casos, eso significa quese irán a un terreno cuya consideración sea relativamenteinferior a la de su ámbito de origen. Eso crea las condicio­nes de un conflicto de papeles» (Ben-David y Collins,1997: 80). El investigador resuelve el conflicto vinculadoa la pérdida de una condición superior en el plano intelec­tual y, tal vez, social «innovando, o sea, adaptando al nue­vo papel los métodos y las técnicas del antiguo, con la in­tención deliberada de crear un papel nuevo) (Ben-David yCollins, 1997: 80), con lo que se opera «una hibridación

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de su papel en la que los métodos de la fisiología seránaplicados al material de la filosofía (en su punto de mayorconvergencia, es decir, la psicología), de manera que el in­novador se diferencia de los profesionales más tradiciona­les de la disciplina menos considerada» (Ben-David y Co­llins, 1997: 81). En suma, si abandonamos el lenguajeinadecuado del «conflicto de papeles» y de la «hibridaciónde papeles» y la filosofía de la acción que supone, podría­mos decir (confío que se percibirá que no se trata de unmero cambio de lenguaje) que ese fenómeno aparececuando los representantes de una disciplina dominante (lafilosofía en el caso de Fechner o de Durkheim) se dirigenhacia una disciplina dominada (la psicología o la sociolo­gía), lo que les provoca una pérdida de capital y los obliga,en cierto modo, para recuperar sus inversiones y protegersu capital amenazado, a ensalzar la disciplina invadida in­troduciendo en ella las adquisiciones de la disciplina im­portada.

Pero la construcción de una disciplina también puedeser el objetivo de una empresa colectiva, orientada porunos agentes que tienden a asegurarse los medios econó­micos y sociales para realizar un gran proyecto científico ydescubrir «el secreto de la vida) si se da el caso. Me gusta­ría recordar muy brevemente -convendría poder entrar enrodas los detalles- la historia de los denominados (phageuorkers» (trabajadores de los pagos), grupo dotado de unacultura diferenciada y de una estructura normativa, lascuales desempeñaron el papel de factores de integración,especialmente para los estudiantes formados por el grupo(Mullins, 1972). Historia ejemplar que muestra el errorteórico y práctico que cometen los que creen que es posi­ble extraer del estudio de los laboratorios unos principiosde estrategias calculadas de «engrandecimiento de uno

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mismc» y de «golpes políticos» en e! universo científico.Se evidencia en este caso que, si bien existe todo un traba­jo organizativo de constitución de redes, etcétera, todo esose desarrolla de acuerdo con una lógica que no es, en ab­soluto, la de la intencionalidad, la de! cálculo, o, para de­cirlo en una sola palabra, la del cinismo. En primer lugar,tenemos un «grupo paradigma» (paradigm group) que seinteresa por el mismo problema de investigación y consti­tuye una reserva de contactos potenciales. A continuaciónse instauran unas relaciones teales a través de una «red decomunicaciones» (network for communications) que au­menta mediante cooptaciones sucesivas. Acto seguido, ve­mos crearse poco a poco un auténtico «grupO») (cluster)por impulso de Max Delbrück, que organiza e! «curso deverano sobe los pagos» (summer phage course). El reconoci­miento como grupo se basa en la existencia de un estilointelectual común (dogma central) y de una vida social(summer phage course)así como, evidentemente, en los pri­meros inventos. Al carisma de! líder le corresponde un pa­pe! determinante, pues, aunque cometió numerosos errores(por ejemplo, al intentar desviar a Watson de la química),acertó en su elección del (phage problem» y en su inten­ción de encontrar «el secreto de la vida». El paso del esta­do de cluster a la condición de «especialidad» (speciality) sevio facilitado por la tradición universitaria estadounidensede descentralización y de competición: «La biología mole­cular consiguió la condición de departamento al comienzode los años 196ü.» En suma, el éxito está marcado por laconversión del carisma en algo habitual. Y así vemos quesólo cabe entender e! ascenso o el declive de una disciplinasi se toma en consideración tanto su historia intelectualcomo su historia social, yendo desde las características so­ciales del líder y de su entorno inicial hasta las propieda-

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des colectivas del grupo, como su atractivo social y su ca­pacidad de conseguir discípulos.

Eso se debe a que el campo científico es, desde algunospuntos de vista, un campo como los demás, aunque obede­ce a una lógica específica, que se puede entender sin necesi­dad de apelar a ninguna forma de trascendencia, y a que esun lugar histórico en el que se producen unas verdadesrranshistóricas. La primera, y, sin duda, la fundamental delas propiedades singulares del campo científico es, como yase ha visto, la mayor o menor limitación de los que tienenacceso a él, que hace que cada investigador tienda a no te­ner más receptores que los investigadores más adecuadospara entenderlo, pero también para criticarlo, por no decirrefutarlo y desmentirlo. La segunda, que da su forma espe­cial al efecto de censura que supone esa limitación, es e! he­cho de que la lucha científica, a diferencia de la lucha artís­tica, tiene como objetivo e! monopolio de la representacióncientíficamente legítima de lo «real», y los investigadores,en su confrontación, aceptan tácitamente e! arbitraje de lo«real}, (tal como puede ser producido por el equipo teóricoy experimental efectivamente disponible en el momentoconsiderado). Todo se plantea como si al adoptar una acti­tud próxima a lo que los fenomenólogos llaman la «actitudnatural" los investigadores se pusieran de acuerdo, tácita­mente, sobre el ptoyecro de ofrecer una representación rea­lista de lo real; o, más exactamente, aceptaran de modo tá­cito la existencia de una realidad objetiva por el hecho deaceptar el proyecto de buscar y de decir laverdad del mun­do y de aceptar ser criticados, contradichos, refutados, ennombre de la referencia a lo real, constituido de ese modoen árbitro de la investigación.

[Este postulado ontológico implica otro, el hecho de que exista

un sentido, un orden, una lógica, en suma, algo que entender en el

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mundo, sin excluir el mundo social (en contra de lo que Hegel deno­

minaba «el ateísmo del mundo scctol»}, de que no se puede decir

cualquier coso respecto al mundo (<<anything goes», por utilizar la

fórmula predilecto de Feyerabend). porque no todo es posible 'en el

mundo. Es bastante sorprendente encontrar una expresión perfecta

de ese postulado en Frege: «Si todo estuviera en un flujo continuo y

nada se mantuviera fi¡o para siempre, no habría ninguna posibilidad

de conocer el mundo y todo estaría sumido en la confusión» (Frege,

1953: VII). Este postulado, que no siempre ha sido aceptado para elmundo natural, sigue siendo contestado -en nombre, especialmente,

de la denuncia del «determinismo»-. respecto al mundo soctoi.]

Si el análisis sociológico del funcionamiento del cam­po científico no condena, en absoluto, un relativismo radi­cal, si se puede y se debe admitir que la ciencia es un hechosocial totalmente histórico sin concluir por ello que susproducciones se refieren a las condiciones históricas y so­ciales de su aparición, está claro que el «sujeto» de la cien­cia no es un colectivo integrado (como creían Durkheim yla tradición merroniana), sino un campo, y un campo ab­solutamente singular, en el que las correlaciones de fuerzay de lucha entre los agentes y las instituciones están some­tidas a unas leyes específicas (dialógicas y argumentativas)que se desprenden de dos propiedades fundamentales, es­trechamente vinculadas entre sí: la limitación de los quetienen acceso a él (o la concurrencia de los iguales) y elarbitraje de lo real, que he enunciado anteriormente. Lapropia lógica, la necesidad lógica, es la norma social de unacategoría especial de universos sociales, los campos científi­cos, y se ejerce a través de las presiones (las censuras, en es­pecial) socialmente instituidas en esos universos.

Para sustentar esa proposición es preciso cuestionartodo un conjunto de hábitos mentales como, por ejemplo,el que inclina a percibir la relación de conocimiento como

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una relación entre un científico individual y un objeto. Elsujeto de la ciencia no es el científico individual, sino elcampo científico en cuanto universo de relaciones objeti­vas de comunicación y de concurrencia reguladas en ma­teria de argumentación y de verificación. Los científicosjamás son los «genios singulares» en que los convierte lahistoria hagiográfica: son sujetos colectivos que, en tantoque historia colectiva incorporada, actualizan toda la his­toria pertinente de su ciencia -pieQso, por ejemplo, enNewton o en Einsleio.-, y que trabajan en el seno de co­lectivos con unos instrumentos que son en sí mismos lahistoria colectiva objetivada. En suma, la ciencia es un in­menso aparato de construcción colectiva utilizado demodo colectivo. En un campo científico muy autónomo,donde el capital colectivo de recursos acumulados es enor­me, el campo es lo que «elige>; los habitus adecuados pararealizar sus propias tendencias -lo que no quiere decir quelos habitus carezcan de importancia, en la medida en quedeterminan la orientación de las trayectorias individualesen el espacio de las posibilidades ofrecidas por un determi­nado estado del campo-, mientras que en un campo cuyaautonomía esté incesantemente amenazada -como el de lasociología, que interesa a muchas personas que quisieranponerlo a su servicio, etcétera- los habitus contribuyenmucho, a menos que se ejerza una vigilancia especial, aorientar las prácticas.

La lucha científica también debe su especificidad (yéste podría ser el tercer principio de diferencias respecto ala lucha artística, "también caracterizada, en sus estadiosmás avanzados, por la limitación de los que tienen accesoa ella) al hecho de que los competidores por el monopoliode la representación legítima de la realidad objetiva (legíti­mo significa susceptible de ser reconocido, aceptado o,

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mejor aún, homologado, en el sentido literal de la raíz grie­ga, por el conjunto de los instrumentos de comunicación,de conocimiento y de crítica) disponen de un inmensoequipo colectivo de construcción teórica y de verificacióno falsificación empírica cuyo dominio se exige a todos losparticipantes en la competición. (Deseo cirar, una vezmás, a Terry Shinn: la ciencia cada día depende más detoda la tecnología de la investigación [((research tecbno­logy»], que tiende progresivamente a su autonomía: paraconvertirse en una disciplina que ofrece, siguiendo la lógi­ca de su propio desarrollo, nuevas posibilidades a las res­tantes disciplinas.) Ese equipo no cesa de incrementarsecon las nuevas conquistas de la investigación, conquistasen materia de conocimiento del objeto que son insepara­bles de las conquistas en materia de instrumentos de co­nocrrmento.

[Se precisa menos tiempo para apropiarse de los recursos acu­

mulados en el estado objetivado (en los libros, los instrumentos, etcé­

tera) del que ha hecho falta para acumularlos, lo que es (junto con

la división del trabajo) una de los razones de la capacidad acumu­

ladora de la ciencia y del progreso científico. Si un matemátíco de

veinte años puede dominar suficientemente las conquistas históricas

de su disciplíno para aportar cosas nuevas, se debe, en parte, a las

virtudes de la formalización y a las capacidades de condensación

generativa que proporcíona. lelbniz había intuido ese fenómeno

cuando defendía, en contra de Descartes, el papel de lo que él de­

nominaba la evidenfia ex terminis, la evidencia que surge de la pro­

pia lógica de las fórmulas lógicas de típo algebraico, de sus trans­

formaciones, de sus desarrollos, y que se opone a la evidencio

cartesiana (especialmente, en cuanto es independiente de las fluc­

tuaciones de la inteligencia o de lo atención), de la que permite

prescindir.]

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5. HISTORIA Y VERDAD

La objetividad es un producto social del campo quedepende de los presupuestos aceptados en ese campo, espe­cialmente, en lo que se refiere a la manera legítima de re­gular los conflictos (por ejemplo, la coherencia entre loshechos y la teoría o la replicabilidad). Los principios de lalógica y del método experimental intervienen permanente­mente en su puesta en práctica con morivo de las transac­ciones y de las negociaciones que acompañan el proceso depublicación y de universalización. Las reglas epistemoló­gicas no son más que las reglas y las regularidades socia­les inscritas en las estructuras y/o en los babitus, especial­mente, en lo que se refiere a la manera de conducir unadiscusión (las reglas de argumentación) y de regular unconflicto. Los investigadores detienen su experimentacióncuando piensan que su experimento es adecuado a las nor­mas de su ciencia y puede afrontar las críticas anticipadas.[Vemos que el discurso científico está sometido o la ley general de

la producción de discursa, producción que siempre está orientada

por la anticipación (inconsciente, o partir de las disposiciones) de

los beneficios, positivos o negativos, propuestos por un mercado de­

terminado, y que codo participante se enfrenta a un determinado es­

tado del mercado, es decir, de censura social que anticipa (Bour­

dieu, 1982, 2001 b).] El conocimiento científico es lo que hasobrevivido a las objeciones y es capaz de resistir a las obje­ciones futuras. La opinión validada es la que es reconocida,por 10 menos negativamente, porque ya no suscita objecio­nes pertinentes, o carece de mejor explicación. En unas lu­chas que aceptan como árbitro el veredicto de la experien­cia, es decir, de lo que los investigadores concuerdan enconsiderar como 10 real, 10 verdadero es el conjunto de lasrepresentaciones consideradas verdaderas porque son pro-

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ducidas de acuerdo con las reglas que definen la produc­ción de lo verdadero; es aquello en lo que concuerdan unoscompetidores que concuerdan en los principios de verifica­ción, en los métodos comunes de legitimación de las hipó­tests.

En un universo como e! de la ciencia las construccionesindividuales, que siempre son, en realidad, construccio­nes colectivas, están comprometidas en unas transaccionesque no están reguladas por las reglas trascendentes de unaepistemología o de una metodología, y ni siquiera, de la ló­gica, sino por los principios de sociabilidad impuestos espe­cíficamente por la pertenencia al campo, los que hacen quesi los ignoramos o los transgredimos quedemos excluidosde él. Pienso en este momento en una descripción de los te­rribles tratamientos, a veces tremendamente agresivos, a losque puede verse sometido e! autor de una comunicación enun seminario, y que son perfectamente legítimos, irrepro­chables incluso, en la medida en que son ejercidos, de ma­nera formalmente impecable, por los poseedores de! domi­nio de las reglas implícitas tácitamente aceptadas por todosaquellos que entran en e! juego (Tompkins, 1988).

El tácito derecho de admisión asociado a la illusio ordi­naria que define la pertenencia al campo científico llevaim­plícita la aceptación de! estado de las normas que se refierena la validación de un hecho cienrffico, y, más exactamente,al reconocimiento del principio mismo de la razón dialécti­ca: el hecho de jugar el juego de la discusión, del diálogo(en su sentido socrático), de someter sus experiencias y suscálculos al examen crítico, de comprometerse a responderde su pensamiento ante los demás, yeso de manera respon­sable, es decir, en la constancia con uno mismo, sin contra­dicción, en suma, obedeciendo a los principios prácticos deun éthos de la argumentación. El conocimiento no se basa

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en la evidencia subjetiva de un individuo aislado, sino en laexperiencia colectiva, regulada a partir de las normas de co­municación y argumentación.

Se deduce de ahí que la visión bachelardiana del tra­bajo científico, que he resumido en la fórmula «el hechocientífico es conquistado, construido y verificado», tieneque ser ampliada y completada. Pensamos tácitamenteque la construcción debe ser validada por la experiencia,en una relación-entre el -experimentador y su objeto. Enrealidad, el proceso de validación del conocimienro comolegitimación (que asegura el monopolio de la opinión cien­tífica legítima) implica la relación entre el sujeto y el obje­to, pero también la relación entre los sujetos y. muy espe­cialmente, las relaciones entre los sujetos en relación alobjeto (insistiré sobre ello). El hecho es conquistado,construido y verificado en·y por la comunicación dialécti­ca entre los sujetos, o sea, a través del proceso de verifica­ción y de producción colectiva de la verdad, en y por lanegociación y la transacción, así como por la homologa­ción, que es su ratificación mediante el consenso explícita­mente expresado -homologéin- (y no sólo en la dialécticaentre la hipótesis y el experimento). El hecho sólo se con­vierte realmente en hecho científico si es reconocido. Laconstrucción está determinada socialmente por partidadoble: en primer lugar, por la posición del laboratorio odel científico en el campo; y. en segundo lugar, por las ca­tegorías de percepción asociadas a la posición del receptor(el efecto de imposición y de autoridad es tanto mayorcuanto peor es la posición del receptor).

El hecho científico sólo queda completamenre realiza­do como tal cuando se realiza por la totalidad del campo ytodo el mundo colabora por convertirlo en un hecho co­nocido y reconocido: por ejemplo, los receptores de un

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descubrimiento colaboran en su verificación al intentar(inútilmente) destruirla, refutarla. Verificado, significa co­lectivamente validado en un trabajo de comunicación queculmina en el reconocimiento universal (dentro del limitedel campo, es decir, del universo de los conocedores com­petentes). La idea verdadera posee una fuerza intrínseca enel interior del universo cientifico en determinadas condi­ciones sociales. Es una fuerza de convicción que se impo­ne al adversario competidor que intenta refutarla y que seve obligado a rendir las armas. Los adversarios colaboranen el trabajo de verificación mediante las tareas de crítica,corrección y refutación que desarrollan.

¿Cómo es posible que unos investigadores que compi­ten entre sí por el monopolio de la verdad lleguen a la ho­mologéin, a decir lo mismo, a estar de acuerdo? [Paréntesis:

o las ciencias sociales, y muy especialmente a la sociología, les

cuesta trabajo imponer eso ambición del monopolio, inscrita, sin

embargo, en el hecho de que «la verdad es uno», porque en nom­

bre, entre otras cosos, de una contaminación de orden científico

por unos principios del orden político y de la democracia, se que­

rria que lo verdad fuero «plural», como se dice actualmente, y que

diferentes poderes de dimensiones simbólicos, políticos y religiosas,

sobre lodo, y, de manera muyespecial, periodísticos, estuvieran ar­

mados socialmente para reivindicar con posibilidades de éxito el

derecho a decir lo verdadero sobre el mundo soclcl.] La homolo­géin, el acuerdo racional, es el producto del diálogo, de ladiscusión, pero no de cualquier diálogo, sino de un diálo­go sometido a las reglas de la dialéctica (he recordado enlas Méditations pascaliennes (I997), dentro de un breve re­sumen de una investigación emprendida por mí hace yabastante tiempo, en colaboración con Jean Bollack, sobreel paso de la razón analítica a la razón lógica en la Greciaantigua, que el desarrollo progresivo de la dialéctica y del

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diálogo regulado acompaña la aparición de un campo filo­sófico en el que se construye progresivamente la educacióndel pensamiento educado en y mediante la cual los adver­sarios aprenden a ponerse de acuerdo sobre los terrenos dedesacuerdo y sobre los medios de regular las diferencias).

El trabajo de verificación y la homologéin que lo ratifi­ca y lo consagra suponen el acuerdo de los observadores so­bre el principio de la homologación. Jacques Merleau­Ponty describe la aparición. en las ciencias de los siglos XIX

y xx, de la idea de una «comunidad que se define median­te las operaciones que permiten a cada uno de sus miem­bros ponerse de acuerdo con los demás» (Merleau-Ponry,1965). La invariante ya no se define mediante lo inmuta­ble, sino por medio de da identidad para toda una clase deobservadores». La definición de la objetividad que se dedu­ce de ahí ya no se basa en la operación de un individuoaislado que está pendiente de la naturaleza, sino que haceintervenir <da idea de identidad para una clase de observa­dores y de comunicabilidad en una comunidad intersubje­tiva". La objetividad depende del «acuerdo de una clase deobservadores respecto a lo que está registrado en los apara­tos de medición en una situación experimental bien preci­sa". Así que podemos decir que no existe una realidad ob­jetiva independiente de las condiciones de su observaciónsin poner en duda el hecho de que lo que se manifiesta,una vez determinadas dichas condiciones, conserva un ca­rácter de objetividad.

Cabe también invocar, en esta perspectiva, los análisisde [ean-Claude Passeron que muestran las maneras espe­ciales con que el lenguaje teórico se articula sobre los pro­tocolos empíricos (Passeron, en prensa: 106-107), o laidea de lan Hacking según la cual existe una correspon­dencia entre una teoría, y los instrumentos que utiliza:

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«Creamos un instrumental que engendra unas situacionesque confirman las teorías; juzgamos este instrumental apartir de su capacidad para producir unas situaciones queencajen» (Hacking, 1992: 54). La inconmensurabilidadprocede de! hecho de que «los fenómenos son producidospor unas técnicas fundamentalmente diferentes y unasteorías diferentes que responden a unos fenómenos dife­rentes que sólo están débilmente (looseIJ) conectados»(Hacking, 1992, 57).

Vemos que, si bien han tenido e! mérito de subrayar lacontribución que e! proceso de circulación, olvidado por laepistemología tradicional, aporta a la construcción de! he­cho científico, los estudios de laboratorio han olvidado oconsiderablemente infravalorado la lógica inseparablemen­te social e intelectual de esa circulación y los efectos decontrol lógico y empírico, y, a través de ahí, de universali­zación que produce. La circulación crítica es un proceso dedesprivatización, de publicación, en e! doble sentido deoficialización y de universalización, que culmina en lo queEugene Carfield denomina (da obliteración de la fuente delas ideas, de los métodos y de los descubrimientos median­te su incorporación al conocimiento admitido» (Oarfield,1975). (La mayor consagración que puede conocer un in­vestigador consiste en poder llamarse autor de conceptos,de efectos, etcétera, que han pasado a ser anónimos, sin su­jero.) A este respecto, cabe recordar e! bellísimo análisis deGerald Holton que muestra cómo Robert Millikan con­quistó el asentimiento (assent) respecto a su trabajo congotas de aceite porque se preocupó de publicar sU5 expe­riencias privadas (Holron, 1978). Desde esta perspectivaadquieren todo su sentido los estudios que tienden a en­tender la compleja transición de la «privacy» dellaborato­rio a la «publiciry» del campo, como los de Owen Hanna-

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way (1988) o Srephen Shapin (1988). Los episremólogosdesconocen este paso y la transmutación que origina, perolos sociólogos que identifican publicación con publicidadtampoco tienen mejores medios de entender su lógica, in­separablemente epistemológica y social, la misma que defineel proceso sociológico de verificación.

[En efeclo, si bien es conveniente tomar en consideración el

papel de la «publicación», entendido como el hecho de hacer pú­

blico, de darse a conocer (6ffentlichkeit), ésta no es una forma de

publicidad o de relaciones públicas, como pcreceh creer algunos

defensores de lo nueva sociología de lo ciencia, sin dudo, de bue­

no fe, cuando inlentan poner su idea de éxito al servicio del éxito

de sus ideas y actúan de acuerdo con su imagen de Jos científicos,

que ven a su imagen y semejanza ... Al poner en práctica su visión

del mundo científico, pretenden crear unos redes en las cuales se

constituyo el reconocimiento de su importando: la verdad social se

encuentra al término del enfrentamiento, y es preciso, por tanto, dis­

frutar de una posición fuerte en los revistas, las editoriales, etcétera,

para derrotar socialmente a los adversarios.]

Pero existe otra manera de pervertir la lógica de la ofi­cialización-universalización que ha pasado a ser posiblegracias a que cabe copiar e imitar las apariencias de la uni­versalidad. En mi trabajo sobre Heidegger, L 'ontologie po­litique de Martin Heidegger (I988a), intenté describir elproceso mediante e! cual cabe conferir las apariencias de lasistematización y de la necesidad a un léxico, que, de esemodo, se presenta como independiente de! agente históri­co que lo produce y de las condiciones sociales de las quees producto. Podría dar mil ejemplos, sacados de la litera­tura sociológica y, sobre todo, económica, de trabajo so­cial de neutralización semejante que, imitando los efectosde universalización de las ciencias de la naturaleza, puedeproducir unos efectos científicos absolutamente engaño-

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sos. Me habría gustado disponer de tiempo para leer y co­mentar en este lugar una extensa carta de Wassily Leontieftitulada «Academic Economics» (Leontief 1982), a pro­pósito de la economía, que muestra que esa disciplina sus­tenta su autoridad científica en una organización colectivaautoritaria que tiende a mantener la creencia colectiva y ladisciplina de los «miembros más jóvenes del profesoradouniversitario» (younger faculty members).

El proceso de despersonalización, de universalización yde desparticularización cuyo resultado es el hecho científi­co tiene un número de posibilidades de realizarse directa­mente proporcional al grado de autonomía y de internacio­nalizacién del campo (de todos los campos especializados,el científico es, sin duda, el que está menos encerrado en lasfronteras nacionales y aquel donde el peso relativo de los«nacionales- es menor: el grado de internacionalización,que podemos medir con diferentes indicadores, como, porejemplo, la lengua utilizada, los lugares de publicación, na­cionales o extranjeros, etcétera, es uno de los buenos índi­ces del grado de autonomía). Citaré aquí a Ben-David: «Laconsecución del reconocimiento científico es, generalmen­te, un proceso supraracional y, por 10 menos hasta ciertopunto, supradisciplinario; los efectos de cualquier prejuicioen el juicio resultan, por tanto, minimizados) (Ben-David,1997: 283) Como, según he dicho anteriormente, el capi­tal temporal está más vinculado a las organizaciones nacio­nales, a las instituciones temporalmente dominantes, comolas academias, y dependientes de unas autoridades tempo­rales, sean económicas o políticas, el proceso de universali­zación adquirirá casi necesariamente la forma de una inrer­nacionalización vista como desnacionalización.

En efecto, lo internacional es un recurso contra lospoderes temporales nacionales, especialmente, en las situa-

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ciones de autonomía débil. Y citaré aquí, una vez más, aBen-David: «El científico expulsado de su disciplina poruna autoridad tenía varios tribunales de apelación a su dis­posición. Podría proponer su artículo a varias revistas, pre­sentarlo en forma de libro a toda la comunidad científica,como hizo Darwin, o confirmar su teoría mediante expe­rimentos sensacionales, como Pasteur y Koch. Todos estosrecursos se presentaban ante organismos y públicos com­pletamente independientes de los organismos de enseñan­za y de investigación, y, frecuentemente, con Iobjetivosinterdisciplinarios y de composición internacional» (Ben­David, 1997: 279).

¿Cuáles son las consecuencias propiamente epistemo­lógicas de esos análisis? Las luchas a propósito de la repre­sentación científicamente legítima deben su especificidad(convendría decir su excepcionalidad) al hecho de que, adiferencia, y de manera muy especial, de lo que se observaen el campo artístico, la lógica de la competencia conduce(o fuerza) a los científicos a utilizar en cada momento to­dos los instrumentos de conocimiento disponibles y todoslos medios de verificación acumulados a lo largo de rodala historia de la ciencia, y a conceder, de ese modo, toda sueficacia al poder de arbitraje de la «realidad» (construida yestructurada de acuerdo con unos principios socialmentedefinidos).

Sustituir la relación entre un sujeto (el científico) y unobjeto por una relación entre los sujetos (el conjunto delos agentes comprometidos en el campo) acerca de la rela­ción entre el sujeto (el científico) y su objeto conduce arechazar, simultáneamente, tanto la ingenua visión realis­ta, según la cual el discurso científico es un reflejo directode la realidad, un mero registro, como la visión construc­tivista relativista, según la cual el discurso científico es el

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producto de una construcción, orientada por unos intere­ses y unas estructuras cognitivas, que producirá unas visio­nes múltiples, subdeterminadas por el mundo, de dichomundo. [Cabría observcr de pcecdc que el reicñvlsmo se basa

en un reolismo, o seo, por ejemplo. en la verificación de que exis­

ten tnterpretcclooes diversos y variables de una realidad que no ha

cambiado; o que lo que 10$ cientihcos dicen se opone a lo que, en

realidad, hccen.] La ciencia es una construcción que haceaparecer un descubrimiento irreductible a la construcción ya las condiciones sociales que lo han hecho posible.

De la misma manera que es preciso superar la alterna­tiva del construcrivismo idealista y del positivismo realistaen pos de un racionalismo realista que sostiene que laconstrucción científica es la condición del acceso a la lle­gada de lo «real» que llamamos descubrimiento, es precisosuperar la oposición entre la visión ingenuamente idealiza­da de la «comunidad científica), como reino encantado delos fines de la razón y la visión cínica que reduce los inter­cambios entre científicos a la brutalidad calculada de lascorrelaciones de fuerzas políticas. La visión pesimista de laciencia sólo ve la mitad de la verdad: olvida que, tanto enla ciencia como en la existencia común, las estrategias deoficialización a través de las cuales nos «(ponemos en regla"forman parte de la realidad de la misma manera que lastransgresiones de la regla oficial, y contribuyen a la perpe­tuación y a la afirmación de la regla y de la creencia en laregla, sin lo cual desaparecen la regularidad y la conformi­dad mínima, exterior y formal, a la regla.

La estratagema de la razón científica consiste en con­vertir el azar y la contingencia en necesidad, y hacer de esanecesidad social una virtud científica. La visión oficial dela ciencia es una hipocresía colectiva adecuada para garan­tizar el mínimo de creencia común que se precisa para el

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funcionamiento de un orden social; la otra cara de la cien­cia es a un tiempo universalmente conocida por todosaquellos que intervienen en el juego y unánimemente disi­mulada, como un secreto a voces (los economistas habla­rán de common knowledge) celosamente guardado. Todosconocen la verdad de las prácticas científicas, que los nue­vos sociólogos de la ciencia descubren y desvelan a bomboy platillos, y todos seguimos fingiendo que la desconoce­mos y que las cosas ocurren de otra manera. Y si el home­naje que el vicio tributa a la virtud es tan unánime y tanindiscutido, y está tan poderosamente asentado en todaslas estrategias de universalización, se debe a que lo esen­cial, al margen incluso de que estemos obligados a trans­gredir la regla, consiste en evitar la denuncia de la reglaque sustenta la creencia (illusio) del grupo al ratificar lasprácticas, sin embargo comunes, que la transgreden y lacontradicen. En muy buena parte la ciencia avanza porquese consigue creer y hacer creer que avanza tal como se diceque avanza, en especial, en los libros de epistemología, yporque esta ficción colectiva mantenida colectivamente si­gue constituyendo la norma ideal de las prácricas.

Podemos regresar ahora a la cuestión que había plan­teado al comienzo, la de las relaciones entre la verdad y lahistoria, que está en elcentro de la lucha secular entre la fi­losofía y las ciencias sociales; comenzando, como no he de­jado de repetir, por rechazar los dos términos de la alterna­tiva habitualmente admitida, por un lado el absolutismologicista que pretende dar unos fundamentos lógicos apriorial conocimiento científico, y por otro el relativismohistoricista. Pero, en primer lugar, tengo que trazar a gran­des rasgos la línea general de la trayectoria que quiero se­guir: en un primer momento he sustituido las condicionesuniversales y los apriorismos kantianos por unas condicio-

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nes y unos apriorismos socialmente constituidos, igual quehizo Durkheim en el caso de la religión y los principios re­ligiosos de clasificación y de construcción del mundo enLes formes élémentaires de la uie religieuse y en su artículosobre «Les formes primitives de classification»: en un se­gundo momento, me gustaría mostrar de qué manera elproceso de hisrorización del interrogante kantiano estáobligado a concluir con una objetivación científica del su­jeto de la objetivación, una sociología del sujeto que cono­ce en su generalidad y en su particularidad, es decir, ensuma, por lo que denomino una tentativa de reflexividad,que apunta a objetivar el inconsciente trascendental que elsujeto que conoce invirtió sin saberlo en sus actos de cono­cimiento o, si se prefiere, su babitus como trascendentalhistórico, del que cabe decir que existe a priori en tantoque estructura estructurante que organiza la percepción yla estimación de cualquier experiencia y a posteriori en tan­to que estructura estructurada producida por toda una se­rie de aprendizajes colectivos o individuales.

Para evitar que, como sucede con tanta frecuencia, laaportación de la sociología coexista en un plano paralelo,pero sociale intelectualmente inferior (la jerarquía tambiénestá presente en los cerebros), con una tradición de refle­xión dominante prácticamente intacta e inmutable, recor­daré que, en una perspectiva kantiana, la objetividad es in­tersubjetividad. validación intersubjetiva, y se opone, portanto, a cualquier forma de realismo que tienda a fundar laverdad en la «adecuación de la cosa y de la mente»; peroKant no describe los procedimientos empíricos con los queconsigue este acuerdo intersubjetivo, del que se admite, oplantea apriori, en nombre del corte entre lo trascendentaly lo empírico, que está basado en el acuerdo de las concien­cias trascendentales que, teniendo las mismas estructuras

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cognitivas, se han puesto de acuerdo universalmente sobre10 universal. La objetividad, la verdad y el conocimiento nose refieren a una relación de correspondencia entre el espí­ritu humano y una realidad independiente del espíritu. Alinsistir sobre el hecho de que no tenemos acceso al conoci­miento de las «cosas en sí», Kant rechaza cualquier inter­pretación realista. Pero con ello no pretende proponer unaexplicación del funcionamiento de la ciencia natural consi­derada como un fenómeno empírico; distingue, por el con­trario, entre la misión «trascendental» de la filosofía, o sea¡la enunciación de las condiciones necesarias del conoci­miento auténticamente científico, de la estructura espacio­temporal que permite los fenómenos, y la misión «empíri­ca» de las diferentes ciencias.

Es, sin embargo, dentro de una perspectiva kantiana,aunque totalmente excluida por Kant en nombre del corteentre lo trascendental y lo empírico, donde me he situadoal asumir como objeto la búsqueda de las condiciones so­ciotrascendentaies del conocimiento, es decir, de la estructu­ra social o sociocognitiva (y no únicamente cognitiva),empíricamente detectable (el campo, etcétera), que permi­te la existencia de fenómenos como los que aprehendenlas diferentes ciencias o, más exactamente, la construccióndel objeto científico y del hecho científico.

Los positivistas lógicos siguen planteando que la obje­tividad científica sólo es posible gracias a una construcciónmatemática a priori que debe ser impuesta a la naturalezapara que una ciencia empírica de la naturaleza sea posible.Pero esa estructura matemática subyacente no es, comopretendía Kant. la expresión de leyes eternas y universalesdel pensamiento. Esas construcciones apriorísticas tienenque ser descritas mediante lenguajes. Y aquí es donde reen­contramos a Henri Poincaré, que, al reflexionar acerca de

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la geometría no euclidiana, insiste en el hecho de que talesconstrucciones tienen que ser descritas como «convencio­nes libres). [Henri Poincaré llama «convenciones» a los principioscientíficos que no son ni evidencias, ni generalizaciones experimen­tales, ni hipótesis planteadas a modo de conjetura con la intenciónde lograr su verificación. «los axiomas matemáticos no son opinio­nessintéticas apriorísticas ni hechos experimentales. Son convenció­nes, y nuestra elección, entre todas las convenciones posibles, estóguiada por hechos experimentales; pero sigue siendo libre, y sóloestá limitada por la necesidad de evitar cualquier contradicción»{Poincaré, 1968, segunda parte, capítulo 111). la geometría euclidia­na no es lo más verdadera, sino la mós cómoda (poincoré, 1968,segunda parte, capítulo IV). Insiste también en el hecho de que talesconvenciones no son «arbitrarias», sino que tienen un «origen expe­rimental».] En realidad, Poincaré introduce e! lobo socioló­gico en el rebaño matemático y en la visión siempre unpoco bucólica que ese rebaño estimula con la palabra «con­vención», cuyas implicaciones sociales no acaba de desarro­llar, pues se limita a poner en cuestión la idea de validezuniversal y a invitar a preguntarse las condiciones socialesde dicha validez convencional.

Poincaré está muy cerca del Rudolf Carnap que, en1934, plantea que no existe una noción de validez univer­sal independiente de las reglas concretas y diversas de loscálculos formalmente especificabies, todos ellos posibles ylegítimos por un igual. Las nociones de «racionalidad» ode objetividad son «relativas» a la elección de tal o cuallenguaje o marco lingüístico. Las especiales reglas lingüís­ticas de un campo lingüístico determinado definen lo quese considera correcto. La elección entre diferentes marcossólo puede ser el efecto de una libre convención goberna­da por criterios pragmáticos y no racionales. De ahí elprincipio de tolerancia. En un artículo titulado «Empiri-

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cism, Semantics and Ontology» (1950), Carnap distinguelas cuestiones internas y las cuestiones externas: las prime­ras se plantean en los límites de un marco lingüístico ycabe responderles dentro de los límites de las reglas lógicasde ese marco lingüístico ya elegido y aceptado, respecto alas cuales las nociones de objetividad, de racionalidad, devalidez y de verdad tienen un sentido. Las cuestiones ex­ternas afectan a la elección entre diferentes marcos lingüís­ticos, elección que obedece a criterios puramente pragmá­ticos de ajuste a tal o cual fin.

La diferenciación de Carnap es absolutamente análogaa la diferenciación de Kuhn entre ciencia normal y cienciarevolucionaria: las actividades de resolución de enigmas(<<puzzle-solving») de la ciencia normal se apoyan en eltrasfondo de un paradigma generalmente aceptado quedefine, de manera relativamente indiscutida, lo que puedevaler como una solución correcta o incorrecta. En las si­tuaciones revolucionarias, por el contrario, el único marcode trasfondo que puede definir la «corrección. es a su vezcuestionado. Entonces es cuando nos enfrentamos a laelección entre unos paradigmas concurrentes y fallan loscriterios trascendentes de racionalidad. Y la aparición deun nuevo consenso sólo puede explicarse mediante facto­res no racionales.

Así pues, el cuestionamienro de los criterios universa­les de racionalidad ya estaba prefigurado en la tradiciónfilosófica que había evolucionado de un universalismo«trascendental» de tipo kantiano a una noción de la racio­nalidad ya relativizada, como en el caso de Carnap. Kuhnse limita a recuperar la tradición kantiana de! apriorismo,pero tomado en un sentido relativizado e hisrorizado, o)más exactamente, sociologizado, como en el caso de Dur­kheim, a quien cabría atribuir la paternidad de la idea de

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condiciones sociotrascendentales. La filosofía, estrechamenteligada con la ciencia, ha evolucionado hacia una concep­ción de la racionalidad relativizada y convencionalista,próxima a la sociología de la ciencia, pero que no toma enconsideración los factores sociales responsables de la acep­tación consensual del marco lingüístico de Carnap o el pa­radigma de Kuhn.

Aquí es donde cabe plantear la cuestión de la lecturasociológica de Wittgenstein, que, como se ha visto, ocupaun lugar muy importante en la intersección de la filosofíay de la sociología de la ciencia desde que David Bloor seapoyó en él para fundar una teoría de la ciencia según lacual la racionalidad, la objetividad y la verdad son nocio­nes socioculturales locales, convenciones adoptadas e im­puestas por unos grupos concretos: los conceptos de «jue­go de lenguaje» y de «forma de vida», que desempeñan unpapel central en las Investigaciones filosóficas, son interpre­tados como si se refirieran a unas actividades scciolingüís­ricas asociadas a unos grupos socioculturales concretos enlos que las prácticas estuvieran reguladas por unas normasconvencionalmente adoptadas por los grupos implicados(Bloar,1983).

En contra de la lectura de Bloor se invoca el hecho deque Wittgenstein procura presentar únicamente ejemplosimaginarios y concibe la filosofía que propone como fun­damentalmente no empírica: como no cesa de recordar, sutrabajo no se refiere a la «ciencia natural», ni tampoco a la«historia narural», ya que está capacitado para «produciruna historia natural ficticia» para las necesidades de su in­vestigación (Wittgenstein, 1953). Se limitará a describirlas múltiples utilizaciones del lenguaje en nuestra comuni­dad lingüística (y no unas comunidades sociocognitivascompetidoras).

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En las Observaciones filosóficas, especie de lógica tras­cendental de tipo kantiano que tiende a describir los pre­supuestos o condiciones de posibilidad absolutamentenecesarias de cualquier pensamiento sobre lo real (Fried­man, 1996), Wittgenstein abandona el absolutismo lógicodel Tractatus en favor de una especie de pluralismo lin­güístico: no sólo existen varios marcos lógico-matemáticos.como en el caso de Carnap, sino también varios lenguajesque permiten construir el mundo. Pero los comentaristasde Wittgenstein tienen razón al observar que si bien re­chaza todas las justificaciones y todos los fundamentos úl­timos y sostiene con firmeza que somos nosotros quienesdamos sentido y fuerza a las leyes lógico-matemáticas através de la manera de aplicárnoslas, no llega hasta el pun­to de sustentar la necesidad de esas leyes en el acuerdo y laconvención. Son «leyes del pensamiento» que expresan laesencia del espíritu humano y que, por dicha razón, debenser objeto de una investigación no empírica, o, como diceWittgenstein, «gramatical».

Pero más que elegir entre una lectura «sociológica» (ala manera de Bloor) y una lectura «gramatical» de Witt­genstein, preferiría mostrar que es posible mantener lanormatividad de los principios «gramaticales», sin los cua­les no existe pensamiento posible, sin dejar de reconocer elcarácter histórico y social de cualquier pensamiento hu­mano; que es posible plantear la historicidad radical de lasnormas lógicas y salvar la razón, yeso sin ningún juego demanos transcendental y sin eximir a la propia razón socio­lógica del cuestionamiento que la sociología hace experi­mentar a cualquier pensamiento.

[Entre paréntesis, deseo decir que la referencia a las dos lectu­

ras posibles de Wittgenstein tiene el mérito de plantear con cbsolo-

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ta claridad la cuestión de los relaciones entre lo presión lógica y lo

presión social, o través de lo cuestión de los universos de prócticos,

de los «formas de vida», en los que las presiones lógicas se presen­

tan en forma de presiones sociales, como el mundo de las matemá­

ticas o, mós ampliamente, de la ciencia. Y, al observar que todos

los ejemplos de «juegos de lenguaje» que propone Wittgenstein es­

Ión tomados de nuestras sociedades, me gustaría, llevando hasta el

límite la ruptura wittgensteiniano con ellogicismo, intentar esbozar

una solución de inspiración wittgensteiniana a la cuestión de lo his­

toricidad de la razón y de la relación entre las presiones lógicas ylas presiones sociales. Bastaría para ello reconocer en lo que llamo

los campos unas realizaciones empíricas de esas «formas de vida»

en los que se juegan unos «juegos del lenguaje» diferentes; y obser­

var que, entre esos campos, los hay que, como el científico, favore­

cen o imponen unos intercambios en los cuales las presiones lógi­

cas adoptan la forma de coacciones sociales; y eso porque estén

inscritas en los procedimientos institucionales que regulan la entro­

da en el juego, en las presiones que pesan sobre los intercambios

en los cuales los productores sólo lienen como clientes a los más

competentes y los más críticos de sus competidores, y, en último lu­

gar y sobre todo, en las disposiciones de los agentes que son, en

porte, el producto de los meccnísmos del campo y de lo severo

educación que éstos importen.]

Cabe salvar la razón sin necesidad de invocar, comoun deus ex machina, tal o cual forma de la afirmación delcarácter trascendental de la razón. Y eso al describir laemergencia progresiva de universos en los que para tenerrazón hay que hacer valer unas razones y unas demostra­ciones reconocidas como consecuentes, y donde la lógicade las correlaciones de fuerza y de las luchas de interesesestá regulada de manera que la «fuerza del mejor argu­mento» (de la que habla Habermas) tiene unas posibilida­des razonables de imponerse. Los campos científicos son

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universos en cuyo interior las correlaciones de fuerza sim­bólicas y las luchas de intereses que favorecen contribuyena conferir su fuerza al argumento mejor (yen el interiorde los cuales la teoría de Habermas es verdadera, con lasalvedad de que no plantea la cuestión de las condicionessociales de posibilidad de tales universos y de que inscribeesa posibilidad en unas propiedades universales del len­guaje a través de una forma falsamente historizada de kan­tismo).

Existen, por tanto, universos en los cuales se instauraun consenso social respecto a la verdad, pero que están so­metidos a presiones sociales que favorecen el intercambioracional y que obedecen a unos mecanismos de universali­zación como los controles mutuos; en los cuales las leyesempíricas de funcionamiento que rigen las interaccionesimplican la puesta en práctica de controles lógicos; en loscuales las relaciones de fuerza simbólicas adoptan una for­ma tan absolutamente excepcional que, por una vez, apare­ce una fuerza intrínseca de la idea verdadera, que puedealimentarse de la fuerza en la lógica de la concurrencia; enlos cuales las antinomias normales entre el interés y la ra­zón, la fuerza y la verdad, etcétera, tienden a debilitarse o aabolirse. y citaré aquí a Popper, quien, sin duda, con unaintención y una lógica diferentes, sostiene, al igual que Po­lanyi, que la naturaleza social de la ciencia es responsablede su objetividad: «de manera bastante paradójica, la obje­tividad está estrechamente ligada al carácter social del mé­todo científico porque la ciencia y la objetividad científicano proceden (y no pueden proceder) de los intentos de uncientífico individual por ser"objetivo". sino de la coopera­ción amistosamente hostil de numerosos científicos; la ob­jetividad científica puede ser descrita como la intersubjeti­vidad del método científico" (Popper, 1945).

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De ese modo hemos reintroducido en la intersubjetivi­dad kantiana las condiciones sociales que la fundamentany le confieren su eficacia típicamente científica. La objeti­vidad es un producto inrersubjetivo del campo científico:basada en los presupuestos compartidos en ese campo. esel resultado del acuerdo intersubjetivo en el campo. Cadauno de los campos (disciplinas) es el lugar de una legalidadespecífica (nómos) que, producto de la historia. está encar­nada en las regularidades objetivas del funcionamiento delcampo y. para ser más precisos, en los mecanismos querigen la circulación de la información, en la lógica de ladistribución de las recompensas, etcétera, y en los habituscientíficos producidos por el campo que son la condicióndel funcionamiento del campo. Las reglas epistemológicasson las convenciones establecidas en materia de resoluciónde las controversias: rigen la confrontación del científicocon el mundo exterior, es decir, entre la teoría y la expe­riencia, pero también con los restantes científicos, y permi­ten anticiparse a las críticas y refutarlas. Un buen científi­co es aquel que posee el sentido del juego científico, y quepuede anticipar la critica y adaptarse, de antemano. a loscriterios que definen los argumentos admisibles, estimu­lando de ese modo el proceso de reconocimiento y de legi­timación; que deja de experimentar cuando estima que laexperimentación ya cubre las normas socialmente defini­das de su ciencia y cuando se siente lo bastante seguro paracomparecer ante sus iguales. El conocimiento científico esel resultado de las proposiciones que han sobrevivido a lasobjeciones.

Los criterios llamados epistemológicos son la formali­zación de las «reglas de juego» que deben ser contempla­das en el campo, es decir, unas reglas sociológicas de lasinteracciones en el campo, especialmente, unas reglas de

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argumentación o unas normas de comunicación. La argu­mentación es un proceso colectivo realizado ante un pú­blico y sometido a unas reglas. No hay nadie que estémenos aislado, entregado a sí mismo, a su originalidadsingular. que un científico; no sólo porque siempre trabajacon otras personas, en el seno de laboratorios, sino porqueestá vinculado a toda la ciencia pretérita y presente de to­dos los restantes científicos, de los que pide y a los que dapermanentemente, y que está imbuido por una especie desuperego colectivo. inscrito en unas instituciones en formade llamadas al orden e insertado en un grupo de iguales aun tiempo muy críticos, para los que se escribe, ante loscuales existe el temor de comparecer, y muy tranquiliza­dores, ya que son garantes, y avalistas (son las referencias),y aseguran la garantía de la calidad de los productos.

El trabajo de desparticularización y de universaliza­ción que se realiza en el campo, a través de la confronta­ción regulada de los competidores más propensos y másadecuados a reducir a la particularidad contingente de unaopinión singular cualquier opinión que pretenda la valida­ción y. con ello, la validez universal es lo que hace que laverdad reconocida por el campo científico sea irreductiblea sus condiciones históricas y sociales de producción. Unaverdad que ha experimentado el examen de la discusiónen un campo donde se ha enfrentado a unos intereses an­tagónicos. prácticamente unas estrategias de poder enfren­tadas. no se ve en absoluto afectada por el hecho de quelos que la han descubierto estaban interesados en descu­brirla. Hay que admitir incluso que las pulsiones, a menu­do las más egoístas, son el motor de la máquina que lastransforma y las transmuta a favor de una confrontaciónarbitrada por la referencia a la realidad construida. La ver­dad se presenta como trascendente en relación a las con-

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ciencias que la acogen y la aceptan como tal, en relación alos sujetos históricos que la conocen y la reconocen, por­que es el producto de una validación colectiva realizadapor las condiciones absolutamente singulares que caracte­rizan el campo científico, es decir, en y a través de la coo­peración conflictiva, pero regulada, que la competencia leimpone y que es capaz de imponer la superación de los in­tereses antagonistas y, si es preciso, la desaparición de to­das las marcas vinculadas a las condiciones específicas desu emergencia. Diría que es lo que se entiende, cuando seobserva que los físicos del ámbito cuántico no tienen lamenor duda respecto a la objetividad del conocimientoque dan por el hecho de que sus experiencias son reprodu­cibles por unos investigadores pertrechados de la compe­tencia necesaria para invalidarlos.

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3. POR QUÉ LAS CIENCIAS SOCIALES DEBENSER TOMADAS COMO OBJETO

Al plantear el problema del conocimiento tal como lohe planteado, no he dejado de pensar en las ciencias socia­les, cuya particularidad había llegado a negar en algunaocasión anterior. Yeso no se debe a una especie de cienti­fismo positivista, como alguien podría creer o fingir creer,sino a que la exaltación de la singularidad de las cienciassociales sólo es a menudo una manera de decretar la impo­sibilidad de entender científicamente su objeto. Pienso,por ejemplo, en un libro de Adolf Grünbaum (1993) querecuerda los intentos de cierto número de historiadores,Habermas, Ricoeur, etcétera, por atribuir límites apriorfs­ticos a tales ciencias. (Algo que me parece absolutamenteinjustificable: ¿por qué plantear que determinadas cosasson incognoscibles, yeso a priori, antes incluso de cual­quier experiencia? Las personas hostiles a la ciencia handirigido y concentrado su ira sobre las ciencias sociales y,más exactamente, sobre la sociología -y de ese modo hancontribuido, sin duda, a frenar su progreso-, tal vez por­que las ciencias de la naturaleza ya no les ofrecen ningúnespacio. Decretan que son incognoscibles cierto númerode cosas, como la religiosa y todos sus sucedáneos, el arte,

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la ciencia, a las que habría que renunciar a explicar.) Contraesa resistencia multiforme a las ciencias sociales Le métierde sociologue (Bourdieu, Chamboredon y Passeron, 1968)afirmaba que las ciencias sociales son ciencias como las de­más, pero que tienen una dificultad especial para ser cien­cias como las demás.

Sin duda, esta dificultad es aún más visible en la actua­lidad, y me parece que, para realizar el proyecto científicoen ciencias sociales, es preciso dar un paso más, del que lasciencias de la naturaleza pueden prescindir. Para llevar a laluz lo oculto por excelencia, lo que escapa a la mirada de laciencia porque se refugia en la mirada misma del científi­co, el inconsciente transcendental, es preciso historizar alsujeto de la historización, objetivar al sujeto de la objetiva­ción, es decir, lo transcendental histórico cuya objetivaciónes la condición del acceso de la ciencia a la conciencia de símisma, o sea, al conocimienro de sus presupuestos históri­cos. Hay que preguntar al instrumento de objetivación queconstituyen las ciencias sociales la manera de arrancar aesas ciencias de la relativización a la que han estado expues­tas tanto tiempo que sus producciones se hallan determi­nadas por las determinaciones inconscientes que están ins­critas en el cerebro del científico o en las condicionessociales en cuyo interior trabaja éste. y, para ello, necesitaenfrentarse al círculo relativista o escéptico y romperlo uti­lizando, para hacer la ciencia de las ciencias sociales y delos científicos que las producen, rodos los instrumentosque ofrecen esas mismas ciencias y producir de ese modounos instrumentos que permitan dominar las determina­ciones sociales a las que están expuestas.

Para entender uno de los principios fundamentales dela particularidad de las ciencias sociales, basta con exami­nar un criterio que ya he mencionado al plantear la cues-

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tión de las relaciones entre cientificidad y autonomía. Ca­bría distribuir las diferentes ciencias según el grado de au­tonomía del campo de producción científica respecto a lasdiferentes formas de presión exterior, económica, política.etcétera. En los campos con una autonomía débil, profun­damente inmersos, por tanto, en las relaciones sociales,como la astronomía o la física en su fase inicial, las grandesrevoluciones fundamentales son también revoluciones reli­giosaso políticas que pueden ser combatidas políticamentecon algunas posibilidades de éxito (por lo menos, a corroplazo), y que, como las de Copérnico o de Galileo, conmo­cionan la visión del mundo en todas sus dimensiones. Porel contrario, cuanto más autónoma es una ciencia, más,como explica Bachelard, tiende a ser el espacio de una au­téntica revolución permanente. aunque progresivamentedesprovista de implicaciones políticas o religiosas. En uncampo muy autónomo, el propio campo es lo que defineno sólo el orden habitual de la «ciencia normal», sino tam­bién las rupturas extraordinarias. las «revoluciones ordena­des» que menciona Bachelard.

Cabe preguntarse por qué a las ciencias sociales les re­sulta tan difícil hacer reconocer su autonomía, por qué aun descubrimiento le cuesta tanto esfuerzo imponerse enel exterior del campo e incluso dentro de él. Las cienciassociales, y, sobre todo, la sociología, tienen un objeto de­masiado importante (interesa a todo el mundo, yen espe­cial a los poderosos), demasiado acuciante, para dejarlomoverse a sus anchas, abandonarlo a su propia ley, dema­siado importante y demasiado acuciante, desde el puntode vista de la vida social, del orden social y del orden sim­bólico, para que se les conceda el mismo grado de autono­mía de las restantes ciencias y para que les sea otorgado elmonopolio de la producción de la verdad. Y. en realidad,

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todo el mundo se siente con derecho a intervenir en la so­ciología y a meterse en la lucha a propósito de la visión le­gítima del mundo social, en la que también interviene elsociólogo, pero con una ambición muy especial, que seconcede sin problemas a todos los restantes científicos,pero que, en su caso, tiende a parecer monstruosa: decir laverdad, o, peor aún, definir las condiciones en las quepuede ser dicha.

Así pues, la ciencia social está especialmente expuesta ala heteronomía porque la presión exterior es especialmentefuerte y las condiciones internas de la autonomía son muydifíciles de instaurar (sobre todo, en lo que se refiere a im­poner un derecho de admisión). Otra razón de la débil au­tonomía de los campos de las ciencias sociales es que, en elpropio interior de esos campos, se enfrentan unos agentesdesigualmente autónomos y que, en los campos menos au­tónomos, los investigadores menos heterónomos y sus ver­dades «endóxicas», como dice Aristóteles, tienen, por defi­nición, mayores posibilidades de imponerse socialmente enperjuicio de los investigadores autónomos: los dominadoscientíficamente son, en efecto, los más propensos a some­terse a las exigencias externas, de derecha o de izquierda (eslo que denomino la ley del jdanovismo), y los más predis­puestos, a menudo por defecto, a satisfacerlas, y tienen, portanto, mayores posibilidades de dominar en la lógica del·plebiscito, o del aplaudiómetro, o del «índice de audien­cia». En el interior del campo se ha dejado una inmensa li­bertad a los que contradicen el nómos del campo; están alamparo de las sanciones simbólicas que, en otros campos,castigan a los que infringen los principios fundamentalesdel campo. Proposiciones inconsistentes o incompatiblescon los hechos tienen en él más posibilidades de perpetuar­se e incluso de prosperar que en los campos científicos más

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autónomos, siempre que estén dotadas, dentro y fuera delcampo, de un peso social adecuado para compensar su in­suficiencia o su insignificancia, especialmente, si cuentancon unos apoyos materiales e institucionales (créditos, sub­venciones, puestos de trabajo, etcétera). Y, por la misma ra­zón, todo lo que define un campo muy autónomo, y queestá vinculado a la limitación del subcampo de producciónreplegado sobre sí mismo, como los mecanismos de censu­ra mutua, tiene dificultades para situarse.

Reducido derecho de admisión, y, por tanto, censuramuy reducida, objetivos sociales muy importantes... Perola ciencia social tiene una tercera particularidad que haceespecialmente difícil la ruptura social que es la condiciónde la construcción científica. Hemos visto que la luchacientífica está arbitrada por la referencia a lo «real» cons­truido. En el caso de las ciencias sociales, lo «real» es abso­lutamente exterior e independiente del conocimiento, peroes a su vez una construcción social, un producto de las lu­chas anteriores que, por esas mismas razones, sigue siendoun objetivo de luchas actuales. (Lo vemos claramente, in­cluso en el caso de la historia, a partir del momento en quenos enfrentamos a unos acontecimientos que siguen sien­do objeto de disputa para los contemporáneos.) Conviene,pues, asociar una visión constructivista de la ciencia y unavisión consrructivista del objeto científico: los hechos so­ciales están construidos socialmente, y todo agente social,como el científico, construye de mejor o peor manera, ytiende a imponer, con mayor o menor fuerza, su singularvisión de la realidad, su llpunto de vista». Es la razón deque la sociología, quiéralo o no (y las más veces lo quiere),tome partido en las luchas que describe.

Por consiguiente, la ciencia social es una construcciónsocial de una construcción social. Hay en el propio objeto,

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o sea, tanto en el conjunto de la realidad social como en elmicrocosmos social en cuyo interior se construye la repre­sentación científica de esa realidad, el campo científico,una lucha por la construcción del objeto, de la que laciencia social participa doblemente: atrapada en el juego,sufre sus presiones y produce allí unos efectos, sin duda,limitados. El analista forma parte del mundo que intentaobjetivar y la ciencia que produce no es más que una delas fuerzas que se enfrentan en ese mundo. La verdad cien­tífica no se impone por sí misma, es decir, por la merafuerza de la razón demostrativa (ni siquiera en los camposcientíficos). La sociología es socialmente débil, y tantomás, sin duda, cuanto más científica es. Los agentes socia­les, sobre todo, cuando ocupan posiciones dominantes, nosólo son ignorantes, sino que tampoco quieren saber (porejemplo, el análisis científico de la televisión es la ocasiónde observar un enfrentamiento frontal entre los poseedo­res de! poder temporal sobre esos universos y la cienciaque permite ver la verdad). La sociología no puede confiaren e! reconocimiento unánime que alcanzan las cienciasde la naturaleza (cuyo objeto ya no es, en absoluto -o lo esen muy escasa medida-, un objetivo de luchas sociales ex­ternas al campo) y está condenada a ser contestada, contro­vertida.

1. OBJETIVAR EL SUJETO DE LA OBJETNACIÓN

La reflexividad no sólo es la única manera de salir dela contradicción que consiste en reivindicar la crítica rela­tivizante y e! relativismo en el caso de las restantes cien­cias, sin dejar de permanecer vinculado a una epistemolo­gía realista. Entendida como el trabajo mediante el cual la

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ciencia social, tomándose a sí misma como objeto, se sirvede sus propias armas para entenderse y controlarse, es unmedio especialmente eficaz de reforzar las posibilidades deacceder a la verdad reforzando las censuras mutuas y ofre­ciendo los principios de una critica técnica, que permitecontrolar con mayor efectividad los factores adecuadospara facilitar la investigación. No se trata de perseguir unanueva forma de saber absoluto, sino de ejercer una formaespecífica de la vigilancia epistemológica, exactamente, laque debe asumir dicha vigilancia en un terreno en el quelos obstáculos epistemológicos son, de manera primordial,obstáculos sociales.

En efecto, hasta la ciencia más sensible a los determi­nismos sociales puede encontrar en sí misma los recursosque, metódicamente puestos en práctica como dispositivo(y disposición) crítico, pueden permitirle limitar los efec­tos de los determinismos históricos y sociales. Para ser ca­paces de aplicar en su propia práctica las técnicas de obje­tivación que aplican a las restantes ciencias, los sociólogosdeben convertir la reflexividad en una disposición consti­tutiva de su habitus científico, es decir, en una reflexividadrefleja, capaz de actuar no expost, sobre e! opus operatum.sino a priori, sobre e! modus operandi (disposición que im­pedirá, por ejemplo, analizar las diferencias aparentes enlos datos estadísticos a propósito de diferentes nacionessin investigar las diferencias ocultas entre las categorías deanálisis o las condiciones de la obtención de los datos vin­culados a las diferentes tradiciones nacionales que puedenser responsables de esas diferencias o de su ausencia).

Pero tienen que escapar previamente a la tentación deplegarse a la reflexividad que cabría llamar narcisista, nosólo porque se limita muchas veces a un regreso compla­ciente del investigador a sus propias experiencias, sino

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también porque es en sí misma su final y no desembocaen ningún efecto práctico. Tiendo a colocar en esta cate­goría, pese a la contribución que puede aportar a un me­jor conocimiento de la práctica científica en sí misma, elespecial tipo de reflexividad practicada por los etnomero­dólogos, que debe su especial seducción a los aires de radi­calidad con que se adorna al presentarse como una críticaradical de las formas establecidas de la ciencia social. Paraintentar descubrir la lógica de los diferentes «juegos de 00­digo» (codinggames), Garfinkel y Sachs (1986) observan ados estudiantes encargados de codificar de acuerdo conunas instrucciones estandarizadas los historiales de los pa­cientes de un hospital psiquiátrico. Anotan las «considera­ciones ad hoc» que los codificadores han adoptado pararealizar el ensamblaje entre el contenido de los historialesy la hoja de codificación, especialmente, algunos términosretóricos, como «etc., let it pass, unless», y subrayan queutilizan su conocimiento de la clínica en la que trabajan(y, de manera más general, del mundo social) para efec­tuar sus ensamblajes. Todo ello para concluir que el traba­jo científico es más constitutivo que descriptivo o verifica­tivo (lo que es una manera de cuestionar la pretensión delas ciencias socialesa la cientificidad).

Observaciones y reflexiones como las de Garfinkel ySachs pueden tener, como mínimo, el efecto de sacar a losestadísticos normales de su confianza positivista en las ta­xonomías y procedimientos rutinarios. Y se adivina todo elpartido que una concepción realista de la reflexividad pue­de sacar de un análisis semejante, que, por otra parte, yo hepracticado mucho, y desde hace tiempo. Yeso, a condi­ción de inspirarse en una intención que cabría llamar refor­mista, en la medida en que se presenta explícitamentecomo proyecto de buscar en la ciencia social y en el cono-

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cimiento que ésta puede producir, especialmente, respectoa la propia ciencia social, sus operaciones y sus presupues­tos, unos instrumentos indispensables para una crítica re­flexiva capaz de garantizarle un grado superior de libertadrespecto a unas presiones y unas necesidades sociales quepesan sobre ella como sobre cualquier actividad humana.

Pero esa reflexividad práctica sólo adquiere toda sufuerza si el análisis de las implicaciones y de los presupues­tos de las operaciones habituales de la práctica científica seprolonga en una auténtica crítica (en el sentido kantiano)de las condiciones socialesde posibilidad y de los límites delas formas de pensamiento que el científico ignorante deesas condiciones pone en juego sin saberlo en su investi­gación y que realizan sin saberlo, es decir, en su lugar, lasoperaciones más específicamente científicas, como la cons­trucción del objeto de la ciencia. Así, por ejemplo, una in­terrogación realmente sociológica sobre las operaciones decodificación debería esforzarse en objetivar las taxonomíasque llevan a cabo los codificadores (estudiantes encargadosde codificar los datos o autores responsables de la clave decodificación), las cuales pueden pertenecer al inconscienteantropológico común, como las que descubrí en un cues­tionario del Instituto Francés de la Opinión Pública en for­ma de «juego chino» (analizado en el anexo de La distinc­tion, 1979), o a un inconsciente escolar, como las (categoríasdel entendimiento profesoral- que desprendí de las opinio­nes formuladas por un profesor para justificar sus notasy sus valoraciones; y que, en ambos casos, pueden estarrelacionadas, por tanto, con sus condiciones sociales deproducción.

Así es como la reflexión sobre las operaciones concretasde codificación, las que yo mismo realizaba en mis encues­tas, o lasque habían realizado los productores de lasestadis-

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ticas que me era posible utilizar (especialmente, las encues­tas del Instituto Nacional de Estadística), me ha llevado arelacionar las categorías o los sistemas de clasificación conquienes usan esas clasificaciones y quienes las conciben, asícomo con las condiciones sociales de su producción (espe­cialmente, su formación escolar), ya que la objetivación dedicha relación ofrece un medio eficaz de comprender y de'controlar sus efectos. Por ejemplo, no existe una más per­fecta manifestación de lo que yo llamo el pensamiento delEstado que las categorías de la estadística del Estado, quesólo revelan su arbitrariedad (habitualmente, oculta por larutina de una institución autorizada) cuando son contro­vertidas por una realidad «inclasificable»: como esas pobla­ciones de reciente aparición que están en la frontera inse­gura entre la adolescencia y la edad adulta, relacionadasespecialmente con la prolongación de los estudios y latransformación de los hábitos matrimoniales, y de las queya no se sabe si están formadas por adolescenteso por adul­tos, por estudiantes o por asalariados, por casadoso por sol­teros, por trabajadores o por parados. Pero el pensamientodel Estado es tan poderoso, sobre todo en la cabeza de loscientíficos del Estado salidos de las grandes escuelas del Es­tado, que el final de las rutinas clasificatorias y de los com­promisos que, habitualmente, permiten salvarlas, al igualque todos los equivalentes de los «let it pass» del codificadorestadounidense, reagrupamientos, recurso a unas categorías«cajón de sastre», confección de índices, etcétera, no habríabastado para desencadenar un cuestionamiento de las taxo­nomías burocráticas, garantizadas por el Estado, si nuestrosestadísticos del Estado no hubieran tenido la oportunidadde encontrar una traducción reflexiva que sólo había podi­do nacer y desarrollarse en el polo de la ciencia «pura», bu­rocráticamente irresponsable, de lascienciassociales.

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A lo que hay que añadir, para acabar de subrayar ladiferencia con la reflexividad narcisista, que la teflexividadreformista no es una historia individual y que s610 puedeejercerse plenamente si afecta al conjunto de los agentescomprometidos en el campo. La vigilancia epistemológicasociológicamente pertrechada que cada investigador puedeejercer por su propia cuenta no podrá menos que verse re­forzada por la generalización del imperativo de reflexivi­dad y la divulgación de los instrumentos indispensablespara obedecerla, pues sólo esa generalización será capaz deinstituir la reflexividad como una ley común del campo,que, de ese modo, se verá abocado a una crítica sociológi­ca de todos por todos capaz de intensificar y de redoblarlos efecros de la crítica epistemológica de todos por todos.

Esta concepción reformista de la reflexividad puedeser, para cada investigador y, afortt'ori a la escala de un co­lectivo, como un equipo o un laboratorio, el principio deuna especie de prudencia. epistemológica que permita ade­lantar las probables oportunidades de error o, en un senti­do más amplio, las tendencias y las tentaciones inherentesa un sistema de disposiciones, a una posición o a la rela­ción entre ambos. Por ejemplo, una vez leído el trabajode Charles Soulié (1995) sobre la elección de los sujerosde trabajos (memorias, tesis, etcétera) en filosofía, existenmenos posibilidades de ser manipulado por los determi­nismos vinculados al sexo, al origen social y a la estirpe es­colar que orientan habitualmente las opciones; o, de igualmanera, cuando se conocen las tendencias del «aforruna­do» a la hiperidentificación maravillada con el sistema es­colar, se está mejor preparado para resistir el efecro delpensamiento de Escuela. Otro ejemplo: si, al igual queWeber cuando habla de «tendencias del cuerpo sacerdo­tal», hablamos de tendencias del cuerpo profesoral, pode-

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mas aumentar las probabilidades de escapar a la más típicade todas ellas, la inclinación a la visión escolástica, destinoprobable de tantas lecturas de lector, y de contemplar deuna manera completamente distinta una genealogía, típicaconstrucción escolástica que, bajo la apariencia de ofrecerla verdad de! parentesco, impide captar la experienciapráctica de la red de parentesco y de las estrategias desti­nadas, por ejemplo, a mantenerla. Pero cabe ir más alládel conocimiento de las tendencias más comunes y dedi­carse a conocer las tendencias inherentes al cuerpo de losprofesores de filosofía, o, más concretamente, de los profe­sores de filosofía franceses, o, con mayor precisión toda­vía, de los profesores franceses formados en los años 1950,y concederse de ese modo algunas posibilidades de antici­par esos destinos probables y evitarlos. Por la misma ra­zón, el descubrimiento del vinculo entre las parejas episte­mológicas descritas por Bachelard y la estructura dualistade los campos indina a desconfiar de los dualismos y a so­meterlos a una critica sociológica y no únicamente episte­mológica. En suma, el socioanálisis del espíritu científico,tal como yo lo he tratado, me parece que es un principiode libertad y, por tanto, de inteligencia.

Una tarea de objetivación sólo está científicamentecontrolada en proporción a la objetivación a que ha sidosometido previamente el sujeto de la objetivación. Porejemplo, cuando me dispongo a objetivar un objeto comola universidad francesa, del que formo parte, tengo comoobjetivo, y estoy obligado a saberlo, objetivar todo un sec­tor de mi inconsciente específico que amenaza con obsta­culizar el conocimiento del objeto, ya que cualquier avanceen e! conocimiento del objeto es inseparable de un avan­ce en el conocimiento de la relación con el objeto y, portanto, en el dominio de la relación no analizada con el obje-

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to (la «polémicade la razón científica» a la que se refiere Ba­chelard supone, casi siempre, una suspensión de la polémicaen su sentido habitual). En otras palabras, mis posibilidadesde ser objetivo son directamente proporcionales algrado deobjetivación de mi propia posición (social, universitaria, et­cétera) y de los intereses, en especial los intereses propia­mente universitarios, relacionados con esa posición.

[Para dar un ejemplo de la relación edfclécñcc» entre el auto­

análisis y el análisis que ocupa el centro del fraoo;o de ob¡etivación,

podría contar oqu¡ lada la historio de la investigación que realicé

en Hamo academicus 11 984}; desgraciadamente, no tuve el «reflejo

reflexivo» de llevar un diario de la investigación y tendrfc que utili­

zar la memoria. Pero, para prolongar el ejemplo de la codificación,

diré, por ejemplo, que descubrí que no existían criterios de lo cali­

dad científico (o excepción de algunos distinciones como los meda­

llas de oro, de plato o de bronce, demasiado escasos para poder

servir como eficaces y pertinentes criterios de codificación). Asi que

me vi llevado o construir unos indices de reconocimiento científico y,

con ello, obligado a rejlexioncr no sólo sobre los diferentes trato­

mientos que debía conceder o las categorías «artificiales» y o las

categorías yo constituidas en la realidad (como el sexo), sino tam­

bién a lo propia ausencia de principios de jerarquización específica

en un cuerpo literalmente obsesionado por las clasificaciones y las

jerarquías (por ejemplo. entre los profesores agregados, los profeso­

res adjuntos, los candidatos a profesor que han superado el examen

escrito, los que han superado el examen escrito y el oral, etcétera).

Lo que me llevó o inventor lo ideo de sistema de defensa colectivo,

del que la ausencia de criterios del «volar científico. es un elemento,

que permite a los individuos, con la complicidad del grupo, prote­

gerse contra los efectos probables de un sistema de medición ri9ur~

so del «valor científico»; yeso, sin duda, porque un sistema seme­

jante sería ton doloroso para la mayoría de los que están vinculados

a la vida científica, que todo el mundo hace como si esa jerarquía

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no fuera evaluable y, así que aparece un instrumento de medición,

como el citation index, es posible rechazarlo apayándose en orgu­

mentos variados, como el hecho de que favorece a los grandes la­

boratorios, o a los anglosajones, etcétera. A diferencio de lo que

ocurre cuando se clasifica a coleópteros, se clasifico en este caso a

unos clasificadores que no acepto n ser clasificados y que incluso

pueden cuestionar los criterios de clasificación, o el propio principio

de la clasificación, en nombre de unos principios de clasificación

que dependen, o su vez, de su posición en los clasificaciones. Ve­

mos que, paso a paso, eso reflexión sobre lo que sólo es, en un prin­

cipio, un problema técnico conduce o interrogarse acerca de la con.

dición y la función de la sociología y del sociólogo, y sobre 105

condiciones generales y particulares en las que se puede ejercer eloficio de sociólogo.]

Convertir la objetivación del sujeto de la objetivaciónen la condición previa de la objetivación científica no sólosignifica, por consiguiente, intentar aplicar a la prácticacientffica los métodos científicos de objetivación (como enel ejemplo de Garfinkel), sino que también es poner al díacientíficamente las condiciones sociales de posibilidad dela construcción, o sea, las condiciones sociales de la cons­trucción sociológica y del sujeto de esa construcción. [Noes por casualidad que los etnometodólogos olvidan este segundo

momento, ya que, si bien recuerdan que el mundo social está cons­

truido, olvidan que los propios constructores están socialmente cons­

truidos y que su construcción depende de su posición en el espaciosocial objetivo que lo ciencia debe consfruir.]

Recapitulando: lo que se pretende objetivar no es la es­pecificidad vivida del sujeto conocedor, sino sus condicio­nes sociales de posibilidad y, por tanto, los efectos y los lí­mites de esa experiencia y, entre otras cosas, del acto de laobjetivación. Loque se pretende dominar es la relación sub­jetiva con el objeto que, cuando no está controlada y es él

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quien orienta las elecciones de objeto, de método, etcétera,es uno de los factores de error más poderosos, y las condi­ciones sociales de producción de esa relación, el mundo so­cial que ha construido no sólo la especialidad y el especialis­ta (etnólogo, sociólogo o historiador), sino también laantropología inconsciente que él introduce en su prácticacientífica.

Esta tarea de objetivación del sujeto de la objetivacióndebe ser realizada a tres niveles: en primer lugar, es precisoobjetivar la posición en el espacio social global del sujetode la objetivación, su posición de origen y su trayectoria,su pertenencia y sus adhesiones sociales y religiosas (es elfactor de distorsión más visible, más comúnmente percibi­do y, por ello, el menos peligroso); es preciso objetivar acontinuación la posición ocupada en el campo de los espe­cialistas (y la posición de ese campo, de esa disciplina, en elcampo de las ciencias sociales), ya que cada disciplina tienesus tradiciones y sus particularismos nacionales, sus pro­blemáticas obligadas, sus hábitos de pensamiento, sus creen­cias y sus evidencias compartidas, sus rituales y sUS consa­graciones, sus presiones en materia de publicación de losresultados, sus censuras especificas, sin mencionar todo elconjunto de los presupuestos inscritos en la historia colec­tiva de la especialidad (el inconsciente académico); en ter­cer lugar, es preciso objetivar todo lo que está vinculado ala pertenencia al universo escolástico, prestando una aten­ción especial a la ilusión de la ausencia de ilusión, del pun­to de vista puro, absoluto, «desinteresado-•. La sociologíade los intelectuales permite descubrir una forma especialque es el interés por el desinterés (en contra de la ilusión deTawney, Durkheim y Peirce) (Haskell, 1984).

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2. ESBOZO PARA UN AUToANALrSls

He mencionado que el análisis reflexivo tiene que de­dicarse sucesivamente a la posición en el espacio social, a laposición en el eunpo y a la posición en el universo escolás­tico. ¿Cómo aplicarse a sí mismo, sin abandonarse a lacomplacencia narcisista, este programa y hacer su propiasociología. su autosocioanálisis, teniendo en cuenta que eseanálisis sólo puede ser un punto de partida y que la socio­logía del objeto que yo mismo soy, la objetivación de supunto de vista, es una tarea necesariamente colectiva?

Paradójicamente. la objetivación del pUntO de vista esla más segura puesta en práctica del «principio de caridad»(o de generosidad) y. aplicándolo, corro el riesgo de pare­cer propenso a la complacencia: comprender es «necesi­tan" explicar, justificar la existencia. Flauberr reprochaba ala ciencia social de su época que fuera incapaz de «adoptarel punto de vista del autor» y llevaba razón si por ello seentiende el hecho de situarse en el punto en el que se si­tuaba el autor. en el punto que ocupaba en el mundo so­cial y a partir del cual veía el mundo; situarse en ese puntosignifica adoptar sobre el mundo su punto de vista perso­nal, comprenderlo como él lo comprendía, y. por tanto,en cierto sentido, justificarlo.

Un punto de vista es fundamentalmente una perspecti­va tomada a partir de un punto concreto (Gesichtspunkt),de una posición concreta en el espacio y. en el sentido enque lo entenderé aquí, en el espacio social: objetivar el suje­to de la objetivación, el pUntO de vista (objetivante}, signi­fica romper con la ilusión del punto de vista absoluto. quecorresponde a todo punto de vista (inicialmente condena­do a desconocerse como tal); también significa, por tanto.una visión perspectiva (Schau): todas las percepciones. vi-

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siones, creencias, expectativas, esperanzas, etcétera están so­cialmente estructuradas y socialmente condicionadas yobedecen a una ley que define el principio de su variación,la ley de la correspondencia entre las posiciones y las tomasde posición. La percepción del in.d~~iduo A es a la pe~~~­ción del individuo B lo que la pOSlclon de A es a la poslclonde B, y el habitusasegura la puesta en relación del espaciode las posiciones y del espacio de los puntos de vista.

Pero un punto de vista también es .un punto en un. es­pacio (Standpunkt), un punto del espacio en ~l que nos tn~­talamos para tener una visión, un punto de VIsta, en el ~n­mer sentido, sobre ese espacio: pensar el punto de vistacomo tal es pensarlo diferencialmente, rela~ionalmente, enfunción de las posibles posiciones alternativas a las que seopone con diferentes relaciones (ingresos, títulos e.scolares,etcétera). Y. con ello, constituir como tal el espacio de lospuntos de vista, lo que define ,?n. m~~ha exactitu~ una delas tareas de la ciencia: la de obJeuvaclon del espacrc de lospuntos de vista a partir de un puntO de. vista nuevo, quesólo el trabajo científico, pertrechado de InstrumentoS teó­

ricos y técnicos (como el análisis geométrico de los datos),permite tomar; este puntO de vista sobr.e todos l?s p~n~osde vista, según Leibniz. es el punto de vista de DIOS. ~ntCOcapaz de producir la «geometría de todas la:' perspecuvas»,

lugar geométrico de todos los puntoS de v~s~a. en los dossentidos del término, o sea, de todas las pOSICIOnes y de ro­das las tomas de posición, al que la ciencia sólo puede apro­ximarse indefinidamente Yque constituye, de acuerdo conotra metáfora geométrica. tomada esta vez de. Kant, .un./O­cus imaginarius, un límite (provisionalmente) l.nacc~~I~le.

Tranquilícense. esta especie de autosoclOanáltsls notendrá nada de confesión, y. si algo confiesa. sólo será~cosas muy impersonales. En realidad, como ya he sugen-

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do, toda la investigación en ciencias sociales, cuando sesabe utilizar para ese fin, se convierte en una especie de so­cioanálisis: yeso es muy especialmente cierto, evidente­mente, en el caso de la historia y de la sociología de laeducación y de los intelectuales (no me cansaré de recor­dar la frase de Durkheim: «el inconsciente es la historia»).Pues bien, yo sólo alcanzo a constituir mi punto de vistacomo tal, y llegar a conocerlo, por lo menos parcialmente.en su verdad objetiva (sobre todo en sus límites) constitu­yendo y conociendo el campo en cuyo interior se definecomo ocupante de cierta posición, de cierto punto.

[Para darles una idea menos abstracta, y también, tal vez, más

divertido, de la alteración que supone tomar un punto de vista sobre

el propio punto de vista, objetivar a aquel que, al igual que el inves­

tigador, hace gala y profesión de la objetividad, mencionaré un re­

loto, A A1an in fhe Zoo, en el que David Garnett cuenta lo historia

de un joven que se peleo con su amiguita en una visita al zoo y que,

desesperado, escribe 01 director del zoo poro proponerle un rncml­

fero que falla en su colección: el hombre. lo colocan en una jaula,

ollado del chimpancé, con un rótulo que dice: «Horno sapiens. Este

ejemplar ha sido ofrecido por John Cromantie. Se ruega que no irri­

ten al hombre con ningún tipo de observaciones personales.»]

Así pues, tras de todos estos preámbulos, voy a hacerconmigo, más o menos, lo que he hecho con las diferentescorrientes de sociología de la ciencia que he ido evocando.y definir de ese modo mi posición diferencial.

Vaya comenzar por evocar la posición que yo ocupa­ba en el campo de las ciencias sociales en diferentes mo­mentos de mi trayectoria y tal vez. por el paralelismo conlas otras corrientes de la sociología de la ciencia, en el sub­campo de la sociología de la ciencia, en el momento enque escribí mi primer texto sobre el campo científico, al

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comienzo de los años 1970, o sea, en un momento en elque la (mueva sociología de la ciencia» todavía no habíahecho su aparición, aunque las condiciones sociales que,sin duda, han contribuido mucho a su éxito social en loscampus estaban entonces a punto de constituirse.

Pero es preciso, sin duda, comenzar por examinar laposición que yo ocupaba en el campo al principio, alrede­dor de los años 1950: normalíen phílosophe, es decir, la deun licenciado en filosofía que estudiaba en la escuela nor­mal, posición privilegiada en la cima del sistema escolar enun momento en que la filosofía podía parecer triunfante.En realidad, ya he contado la parte esencialy necesaria parala explicación y la comprensión de mi trayectoria posterioren el campo universitario, a excepción, quizá, del hecho deque en aquellas épocas y en aquellos lugares la sociología y,en menor grado, la etnología, eran disciplinas menores eincluso despreciadas (pero remiro, para mayor abundanciade detalles, al fragmento de las Médítatíons pascaliennes ti­tulado «Confessions impersonnelles», 1999: 44-53.)1

Orro momento decisivo: la entrada en el campo cien­tífico, a principios de los años 1960. Entender, en estecaso, es entender el campo contra el cual y con el cual al­guien se ha construido a sí mismo; y entender también ladistancia respecto al campo, y a sus determinismos, quepuede ofrecer cierta utilización de la reflexividad: habríaque reproducir aquí un artículo titulado «Sociologie etphilosophie en France, Mort et résurrection d' une philo­sophie saos sujer» que escribí, en colaboración con jean­Claude Passeron, para la revista estadounidense Socíal Re­search (Bourdieu y Passeron, 1967). Ese texto, aunque«normalistamente» ampuloso y plagado de ripios retóri-

1. Páginas 50-61 de la edición de Anagrama de 1999. (N tÚl T.)

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cos, decía dos cosas esenciales, y creo que profundamenteexactas, sobre el campo de las ciencias sociales: primera, elhecho de que el movimiento pendular que había llevado alos normaliens de los años 1930, y en especial a Sartre yAren, a reaccionar contra el durkheimismo, consideradoligeramente «totalitario.., había tomado el sentido contra­rio, a comienzos de los años sesenta, especialmente, por elimpulso de Lévi-Strauss y de la antropología estructural. yhabía llevado a lo que se denominaba entonces, por partede Esprit y de Paul Ricoeur, una «filosofía sin sujeto» (des­pués, a partir de los años 1980. ese movimiento volvió aromar el sentido contrario...); y, en segundo lugar, el he­cho de que la sociología fuera una disciplina refugio, so­metida al modelo dominante del cientiflsmo importadode los Estados Unidos por Lazarsfeld. [la saciología de la so­

ciología tendría como efeclo y como virtud liberar o las ciencias so­

ciales de movimientos pendulares semejantes que, descritos a me­

nudo como fenómenos de modo, son, en realidad, y de manera

esencial, el efecto de los movimientos reccnvos de los recién llega­

dos que reaccionan a los lomos de posición de los dominadores,

que también son los més antiguos, sus mayores.]

Construir el espacio de las posibilidades que se me pre­sentaba en el momento de la entrada en el campo significareconstruir el espacio de las posiciones constitutivas delcampo tal como podían ser aprehendidas a panir de un de­terminado punto de vista socialmente constituido, el mío,sobre ese campo (punto de vista que se había instituido alo largo de toda la rrayectoria social que conducía a la posi­ción ocupada, y también por medio de esa posición: deayudante de Raymond Aron en la Sorbona y de secretariogeneral del centro de investigación que acababa de crear enla Escuela de Altos Estudios). Para recomponer el espaciode las posibilidades, hay que comenzar por reconstruir el

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espacio de las ciencias sociales, especialmente, la posiciónrelativa de las diferentes disciplinas o especialidades. El es­pacio de la sociología ya está constitui~o y el T:ai:é de.~o­ciologie, de Georges Curvitch, que ratifica la dlstnbu.cl~nde la sociología entre las «especialidades» y los «especialis­tas», ofrece una buena imagen de él: es un mundo cerradoen el que están atribuidas todas las plazas. La generaciónde los veteranos mantiene las posiciones dominantes que,en aquel momento, son en su totalidad- posiciones de pro­fesores (y no de investigadores) y de prof~sores de 1: ~or­bona (que. para dar la medida de los cambl?s .mo~ologlcosocurridos a partir de entonces, con la multiplicación de lasplazas, sobre todo, de categoría inferior, su~aban en t~taltres plazas de profesores de sociología y psicologfa SOCial,provista cada una de ellas de un único ayudante): ~eorges

Gurvitch, que regenta la Sorbona de maneta noronamentedespótica, Jean Sroerzel, que enseña ~sicolo~ía s~cial en laSorbona y dirige el Centro de Estudios SOCIológiCOS, ade­más del Instituto Francés de la Opinión Pública y de con­trolar el CNIC, y, finalmente, Raymond Aron, reciénnombrado profesor de la Sorbona que, por la percepciónrelacional (impuesta por el funcionamiento del campo),aparece como el que ofrece un espacio a la alte:nativ~ entrela sociología reoricista de Gurvirch y la pSlCOSOClOlogía

cientifista y «americanizada» de Sroetzel, autor de ~na co­piosa y mediocre compilación de trabajos estadounidensessobre la opinión. La generación de los jóvenes ascen.dent~,rodos ellos bordeando la cuarentena, se reparte la investí­

gación y los nuevos poderes, vinculados ~ l~ .c,reación de ~a­borarorios y de revistas, siguiendo una división en espe~la­

Iidades, definidas a menudo por los conceptos del sentidocomún, y claramente repartidas a la manera de feudos: lasociología del trabajo es Alain Touraine, y, en segundo lu-

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gar, Jean-Daniel Reynaud y jean-René Tréanron, la socio­logía de la educación es Viviane Isambert, la sociología dela religión, Franccis-André Isambert, la sociología rural,Henri Mendras, la sociología urbana, Paul-Henri Chom­bard de Lauwe, la sociología del ocio, Joffre Dumazedier,además de, sin duda, unas cuantas provincias menores omarginales que olvido. El espacio está balizado por tres ocuatro grandes revistas de recentísima fundación: la Revuefranfaise de sociologie, controlada por Stoetzel y unos cuan­tos investigadores de la segunda generación (RaymondBoudon la heredará unos años después), Les cahiers inter­nationauxde sociologie, controlada por Ourvirch (heredadadespués por Georges Balandier), los Archives européennes desociologie, fundada por Aron, y animada por Éric de Dam­pierre, y unas cuantas revistas secundarias, poco esrructu­ranres -un poco a la manera de Georges Friedman entrelos veteranos-, como Sociologie du travaily Études rurales.

Convendría citar también L 'homme, revista fundada ycontrolada por Uvi-Strauss que, aunque esté dedicada casiexclusivamente a la etnología, ejerce gran atracción sobreparte de la nueva generación (en la que me cuento). Cosaque recuerda la posición eminente de la etnología, y la po­sición dominada de la sociología, en el espacio de las disci­plinas. Habría que decir incluso doblemente dominada:en el campo de las ciencias que utilizan el cálculo o la ex­perimentación, donde le cuesta hacerse aceptar (si es quelo desea...; estamos lejos de los tiempos de Durkheim),mientras que la etnología, a través de Lévi-Strauss, luchapor imponer su reconocimiento como ciencia indepen­diente (utilizando, especialmente, la referencia a la lingüís­tica, entonces en su momento más alto), así como en elcampo de las disciplinas literarias, en el que las «cienciashumanas), siguen estando llenas, para muchos filósofos, de

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jactancia de su condición, y de literatos ansiosos de distin­ción (continúan siendo abundantes aquí y ahora), {(apro­vechados» de última hora y advenedizos.

A nadie sorprenderá encontrar en esta disciplina-refu­gio, muy, por no decir demasiado, acogedora o, como gra­ciosamente explica Yvette Delsaut, ~~poco intimidadora», aun escaso número de miembros de la categoría A, que son,fundamentalmente, profesores que enseñan la historia de ladisciplina y practican en escasa medida la investigación, yuna masa (en realidad, no muy numerosa) de miembros dela categoría B, muy raramente profesores adjuntos (sobretodo, de filosofía) y procedentes de orígenes escolares muydiversos (la licenciatura de sociología no existía en el mo­mento de la entrada de la segunda generación). Estos inves­tigadores, que no han recibido una formación única y ho­mogeneizadora adecuada para darles sensación de unidad, yque se dedican, de manera fundamental, a investigacionesempíricas, en su mayoría tan pobres teórica como empírica­mente, se diferencian (de los historiadores, por ejemplo)por todos los índices de una enorme dispersión (en especial,en materia de nivel escolar) que es poco favorable a la ins­tauración de un universo de discusiones racionales. Cabríahablar de disciplina paria: la «devaluación» que, en un me­dio intelectual que está, sin embargo, muy ocupado y preo­cupado por la política -aunque muchos compromisos, conel Partido Comunista, especialmente, siguen siendo unamanera, sin duda bastante paradójica, de mantener a dis­tancia el mundo social- afecta todo lo que concierne a lascosas sociales y acaba, en efecto, reforzando una posicióndominante en elcampo universitario. Respecto a ese punto,aunque la situación haya cambiado un poco, la parte esen­cial de esta descripción sigue siendo válida -como lo de­muestra el hecho, verificado por mil indicios, de que el paso

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de la filosofía a la sociología va acompañado, tanto en la ac­tualidad como en los tiempos de Durkheim, de una especiede «degradación», así como el hecho de que, entre los «tópi­cos» más arraigadamente instalados en el cerebro de los filó­sofos o de los literatos. existe la convicción de que, sea cualfuere el problema. es preciso «ir más allá de la sociología» o«superar la explicación meramente sociológica» (en nombredel rechazo del «sociologismo»).

Pero la sociología también puede ser un medio de con­tinuar la política por Otros procedimientos (por ello, sinduda, se opone a la psicología, muy feminizada por el atrac­tivo que ejerce sobre las jóvenes universitarias) y, en la clasi­ficación de las ciencias de Auguste Comte, aparece como ladisciplina de la culminación, capaz de rivalizar con la filo­sofía si se trata de pensar las cosas del mundo en su globali­dad. (Raymond Aron, que ha transportado a la sociologíala totalidad de las ambiciones de la filosofía a la manera deSartre, escribe una obra titulada Paix et guerre entre les na­tions en 1984). Por otra parte, la referencia a los EstadosUnidos, mediante la cual se enfrenta a las disciplinas canó­nicas, historia, literatura o filosofía, le da un aire de moder­nidad. En suma, es una disciplina que, tanto por su defini­~i6n ~ocial como por la gente a la que atrae, profesores,investigadores o estudiantes, ofrece una imagen ambigua,por no decir desgarrada.

Convendría analizar también la relación entre la so­ciología ~ la.h!storia, que tampoco es sencilla; y, para ofre­cer otro IndiCIO de la condición de paria que correspondeal sociólogo, me limitaré a recordar a mis oyentes el cuida­do que ponen los historiadores en excluirse de las cienciassociales y que, mientras manifiestan muy gustosamente suvinculación con la etnología, mantienen las distancias conla sociología, de la que, al igual que los filósofos, aprove-

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chan muchas cosas, sobre todo, en materia de instrumen­tal conceptual. Pero también en este caso, me remiro, paramayor abundancia de detalles, a una conversación quesostuve, hace unos cuantos años, con un historiador ale­mán de la escuela de los Annales (Bourdieu, 1995).

Para construir el espacio de las posibilidades que se en­gendra en la relación entre un habitusy un campo es preci­so, además, evocar rápidamente (lo haré a continuación) lascaracterísticas del habitus que yo introducía en ese campo:habitusque, debido a mi trayectoria social, no era modal enel campo filosófico y menos aún, gracias a mi trayectoria es­colar, en el campo sociológico, y que me separaba de la ma­yoría de mis contemporáneos, filósofos o sociólogos. Ade­más, al regresar de Argelia con una experiencia de etnólogoque, realizada en las difíciles condiciones de una guerra deliberación, había significado para mí una ruptura decisivacon la experiencia escolar, era propenso a tener una visiónbastante despectiva de la sociología y de los sociólogos, ladel filósofo reforzada por ladel etnólogo.

Se entiende que, en tales condiciones, el espacio de lasposibilidades que se me ofrecían no podía reducirse al queme proponían las posiciones constituidas como sociológi­cas en Francia o en el extranjero, es decir, en los EstadosUnidos y, de manera secundaria, en Alemania e Inglaterra.Está claro que todo me llevaba a no dejarme encerrar en lasociología, o ni siquiera en la etnología y la filosofía, y apensar mi trabajo en relación con el conjunto del campo delas ciencias sociales y de la filosofía. [El hecho de ser aquí a un

tiempo su¡elo y objeto del análisis redoblo una dificultad, muy co­

mún, del análisis sociológico: el peligro de que las interpretaciones

propuestas de las prácticas -lo que se llama, a veces, las «intencio­

nes objetivos», sean entendidas como las intenciones expresas del

sujeto que interviene, sus estrategias intencionales, sus proyectos ex-

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plícttos. Por ejemplo, cuando pongo en relación, cosa que, de acuer­

do con un buen método, es imposible dejar de hacer, mis proyectos

intelectuales, particularmente vastos y desconocedores de los fronte­

ros entre especialidades, pero también entre la sociología y lo filoso­

fía, con mi poso de la filosofía, disciplino prestigiosa, donde algunos

de mis compañeros de escuela habían permanecido -lo que es, sin

duda, muy importante desde un punto de vista subjetivo--, o lo socio­

logía y con lo debilitación del copital simbólico que «objetivamente»

originaba, eso no significo, sin embargo, que mis elecciones de ob­

jeto o de método no hayan estado inspirados, de manera consciente

o casi cínico, por lo intención de proteger ese capital.]

El hecho de que me considerara. al principio, etnólo­go. lo que era, desde un punto de vista subjetivo, una ma­nera más aceptable subjetivamente de aceptar la «degrada­ción» vinculada al paso de la filosofía a las ciencias sociales,me llevó a introducir en la sociología mucho de lo que ha­bía aprendido practicando la filosofía y la etnología: unastécnicas (como la utilización intensiva de la fotografía, quehabía practicado mucho en Argelia), unos métodos (comola observación etnográfica o la conversación con unos indi­viduos tratados más como informadores que como unasinvestigaciones) y. sobre todo. probablemente, unos pro­blemas y unos métodos de pensamiento que se referían a lapluralidad metodológica que, a partir de entonces, he idoteorizando poco a poco (con la combinación del análisisestadístico y de la observación directa de grupos, en el casode Un art moyen). Lo que era una manera de pasar a la so­ciología, pero a una sociología redefinida J ennoblecida (seencontrarán huellas de todo eso en el prólogo de Travailettravailleurs en Algérie -Bourdieu, Darbel, Rivet y Seibel,1963- o en el prefacio a Un art mOJen -Bourdieu, Boltans­ki, Castel y Chamboredon, 1965-), siguiendo el modelode Ben-David y Collins que he comentado.

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Son, sin duda. los mismos principios sociales (unidos ami formación epistemológica) que me inspiraban el rechazo(o el desprecio) de la definición científica de lasociología, y,en especial, la negativa a la especialización. que, impuestapor el modelo de las ciencias más avanzadas, se me presen­taba como totalmente desprovista de justificación en el casode una ciencia en sus comienzos como la sociología (recuer­do de manera especial la sensación de escándalo que experi­menté, a mediados de los años 1960, en el congreso mun­dial de sociología de Varna, ante las injustificadas divisionesde la disciplina en sociología de la educación, sociología dela cultura y sociología de los intelectuales, cuando cada unade esas ciencias podía prestar los auténticos principios expli­cativos de su objeto a cualquier otra). Así es como he llega­do a pensar, de manera muy natural, que había que trabajarpara reunificar una ciencia social artificialmente fragmenta­da, sin caer por ello en los discursos académicos sobre el«hecho social total» a los que son tan propensos algunos delos maestros de la Sorbona, y, tanto en mis investigacionescomo en las publicaciones que he incluido en la colección«Le sens commun» que fundé en las Éditions de Minuit, heintentado reunir la historia social y la sociología, la historiade la filosofía y la historia del arte (con autores como ErwinPanofsky y Michael Baxandall), la etnología, la historia, lalingüística, etcétera. De este modo he llegado a una prácticacientífica, convertida poco a poco en toma de posición deli­berada, de la que cabe decir que, en determinados aspectos,es por así decirlo «antitodo» y. vista desde otra perspectiva,trata de «atraparlo todo». catch all; como se dice de algunastomas de posición. Y de ese modo me he encontrado pre­sente, sin haberlo pretendido nunca de manera explícita y,sobre todo, sin la menor intención «imperialista», en la to­talidad del campo de las ciencias sociales.

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Lo cual quiere decir que, incluso si he llegado a conce­bir y a formular explícitamente el proyecto, refiriéndome algran modelo durkheimiano, jamás he tenido la intenciónexplícita de hacer una revolución en las ciencias sociales,sino, tal vez, contra el modelo estadounidense entonces do­minante en todo el mundo, y, muy especialmente, contra elcorte que introducía, y conseguía imponer en todo el uni­verso, entre la aheory» y la «metbodology» (encarnada en laoposición entre Parsons y Lazarsfeld, quienes tenían sus«agencias» y sus «sucursales» de introductores, de traducto­res y de comentadores en Francia), y también, pero en otroterreno, contra la filosofía que, en su definición social do­minante, me parecía representar un obstáculo fundamentalpara el progreso de las ciencias sociales (a menudo me hedefinido, en esta misma institución y, sin duda, de maneraun poco irónica, como el líder de un movimiento de libera­ción de las ciencias sociales contra el imperio y el poder dela filosofía). No sentía mayor indulgencia por los sociólogosque veían elpaso por los Estados Unidos como una especiede viaje iniciático de la que había sentido, diez o quinceaños antes, por los filósofos que se precipitaban sobre los ar­chivos inéditos de un Husserl cuyas obras principales se­guían siendo, en parte considerable, inéditas en francés.

Comienzo por la relación con la sociología estadouni­dense que, en su expresión más visible -me refiero a lo queyo denominaba la tríada capirolina, Parsons, Merton, La­zarsfeld-, imponía a las ciencias sociales todo un conjuntode reducciones y de mutilaciones de las que me parecía in­dispensable liberarlas, especialmente mediante un regreso(estimulado por Lévi-Strauss) a los trabajos de Durkheim yde los durkheimianos (sobre todo de Mauss), así como a laobra de Max Weber (renovada por una lectura que rompie­ra con la reducción neokantiana que había operado Aron),

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dos autores inmensos que habían sido anexionados, y vulga­rizados, por Parsons. Para combatir esta nueva ortodoxia,socialmente muy poderosa (el propio Aron dedicó dos añosde seminario a Parsons, y Lazarsfeld enseñó, durante unaño, ante toda la sociología francesa congregada por Bou­don y Lécuyer -bueno, no toda: existía, por lo menos, unaexcepción...-los rudimentos de la «metodología» que la au­téntica multinacional científica que había creado imponíacon éxito en todo el universo), era preciso recurrir a estrate­gias realistas y rechazar dos tentaciones suplementarias (acu­diendo a la sociología y, en especial, a trabajos como el deMichael Pollak «Paul Lazarsfeld, fondareur d'une multina­tionale scienrifique», 1979): por un lado, la sumisión pura ysimple a la definición dominante de la ciencia, y por el otro,el encierro en la ignorancia nacional que llevaba, por ejem­plo, al rechazo a priori de" los métodos estadísticos, asocia­dos al positivismo estadounidense, posición cuyo defensormás visible era, sin duda, Lucien Goldman, junto con algu­nos otros marxistas que consideraban sospechosa; a priori,cualquier referencia a Max Weber o a la literatura anglosa­jona, a los que, a menudo, apenas conocían (entre otrascosas, contra esa reclusión «nacional» políticamente estimu­lada y reforzada emprendí, con la colección «Le sens com­rrrurr» de las Éditions de Minuir, y después con la revisraAc­tes de larecberche ensciences sociales, la apertura del camino alos grandes investigadores extranjeros, clásicos, como Cassí­rer, o contemporáneos, como Goffman, Labov, etcétera).

En la lucha contra la ortodoxia teórica y metodológi­ca que dominaba el mundo científico, intenté encontraraliados en Alemania, pero el corte entre los teóricos escolás­ticos (la escuela de Frankfurt, Habermas, y después Luh­man) y los empiristas sometidos a la ortodoxia estadouni­dense era (y sigue siendo) muy profundo, prácticamente

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insuperable. Existía en mi proyecto, tal como lo explicaba amis amigos alemanes, una intención política, pero específi­ca: se trataba de crear una tercera vía realista, capaz de con­ducir a una nueva manera de practicar la ciencia socialadoptando las armas del enemigo (estadísticas, especial­mente; aunque en Francia también disponíamos de unagran tradición, con el Instituto Nacional de Estadística, delque he aprendido muchas cosas) para esgrimirlas contra él,al reactivar unas tradiciones europeas desviadas y deforma­das por su retraducción estadounidense {Durkheim y losdurkheimianos, masivamente reeditados en la colección«Le sens commun» Weber desoxidado mediante una relee­tura activa o, más exactamente, una reinrerpretación libreque lo arrebataba a un tiempo de Parsons y de Aron, Schürzy la fenomenología del mundo social, etcétera); y para esca­par de ese modo a la alternativa que perfilaba la oposiciónentre los meros importadores de métodos y de conceptosde segunda mano y los marxistas o sus parientes cercanos,bloqueados en el rechazo de Weber y de la sociología empí­rica. (En esta perspectiva, la política de traducciones era unelemento capital: pienso, por ejemplo, en Labov, cuya obray cuya presencia activa sirvieron de base al desarrollo enFrancia de una auténtica sociolingüísrica, que entronca­ba con la tradición europea de la que él procedía.) Y todoello con la ambición de encontrar una nueva base interna­cional a esa nueva ciencia, mediante una acción pedagógicaque miraba especialmente a Hungría, que se liberaba pocoa poco del materialismo dialéctico y recuperaba la estadísti­ca (de la pobreza, sobre todo), a Argelia, foco entonces delas luchas del Tercer Mundo, yal Brasil.

Pero me enfrentaba con idéntica decisión a la filosofía,es decir, a la filosofía institucional conectada a la defensa delas agregadurías y de sus programas arcaicos y, sobre todo,

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de la filosofía aristocrática de la filosofía como casta deesencia superior, que en todos los filósofos que, a pesar de suinclinación antiinstitucional y a pesar, para algunos, de unaruptura ostentosa con las «filosofías del sujeto», seguían mos­trando un desprecio de casta respecto a las ciencias socialesque eran una de las plataformas del credo filosófico tradi­cional: pienso en Althusser, que hablaba de las «ciencias lla­madas sociales», o en Foucault, que alineaba las ciencias so­ciales en el orden inferior de los «saberes». No podía menosque sentir cierra irritación ante lo que se me antojaba un«doble juego» de esos filósofos que, mientras se apoderabandel objeto de las ciencias sociales, no paraban de minar sufundamento. La resistencia que pretendía oponer a la filo­sofía no me era inspirada por ninguna hostilidad a tal disci­plina, y seguía siendo una elevada idea de la filosofía (de­masiado elevada, tal vez) la razón de que intentara ayudar ala constitución de una sociología de la filosofía capaz deaportar mucho a la filosofía al desembarazarla de la filosofíadóxica de la filosofía, que es un efecto de las coacciones y delas rutinas de la institución filosófica.

Sin duda, la situación, muy singular, de la filosofía enFrancia, consecuencia, fundamentalmente, de la existen­cia, hecho excepcional, de la enseñanza de la filosofía enlos cursos finales de la enseñanza media y de la posicióndominante de la filosofía en las jerarquías escolares, expli­ca la especial intensidad de la subversión filosófica queapareció en Francia en los años 1970 (convendría propo­ner aquí un modelo análogo al que he propuesto para ex­plicar la fuerza excepcional del movimiento de subversiónantiacadémica que apareció en Francia con Manet y losimpresionistas, en reacción contra la omnipotente institu­ción académica, y la ausencia, por el contrario, de un mo­vimiento semejante en Inglaterra, donde no se daba seme-

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janre concentración de los poderes simbólicos en materiaartística).

Pero el movimiento de los filósofos franceses que al­canzaron la celebridad en la década de 1970 resulta ambi­guo por el hecho de que la rebelión contra la instituciónuniversitaria se combina con una reacción conservadoracontra la amenaza que el ascenso de las ciencias sociales, so­bre todo, a través de la lingüística y de la etnología «estruc­ruralistas», representaba para la hegemonía de la filosofía(he analizado con mayor profundidad el contexto social dela relación entre la filosofía y las ciencias sociales en Homoacademicus, muy especialmente, en el prefacio a la segundaedición de ese libro): como la trayectoria escolar que los lle­vaba a la cumbre de la institución académica había entradoen aquella época en una crisis profundísima, movidos porun malhumor antiinstitucional especialmente fuerte contrauna institución sobremanera rígida, endogámica y opresi­va, los filósofos franceses de los años 1970 respondieron demanera «providencialmente» adecuada (por descontado,sin proponérselo en absoluto) a las expectativas suscitadaspor la «revolución» del 68, revolución específica, que llevóla contestación político-institucional al campo universita­rio (Feyerabend en Berlín y Kuhn en los Estados Unidoseran igualmente utilizados para dar un lenguaje a una con­testación espontánea de la ciencia). Pero, por otra parte,obsesionados por el mantenimiento de su hegemonía en te­lación con las ciencias sociales, paradójicamente, retoma­ban, radicalizándola, en una estrategia muy similar a la deHeidegger al onrologizar el historicismo (Bourdieu, 1988a),la crítica historicista de la verdad (y de las ciencias).

La década de 1970 señaló una brusca inversión del proy el contra del mood filosófico dominante. Hasta aquelmomento la filosofía (por lo menos la anglosajona, e inclu-

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so la continental) aspiraba a la lógica, con la ambición deconstruir un sistema formal unitario basado en el análisisde las matemáticas de Russell; la filosofía analítica, el em­pirismo lógico de los Hempel, Carnap y Reichenbach,grandes admiradores del primer Wittgenstein (Tractatus),así como la fenomenología, seguían a Frege en su rechazode cualquier concesión al ehistoricismo» y al «psicologis­mo»; todos afirmaban la misma voluntad de instaurar uncorte muy profundo entre las cuestiones formales o lógicasy las cuestiones empíricas, concebidas como no racionaleso incluso irracionales; se enfrentaban, especialmente, conla «genetic fallacy», que consistía en mezclar considera~io­nes empíricas con justificaciones lógicas. Esta conversióncolectiva, especie de desquite sin cuartel de la «genetic fa­liacy», «(simbolizada» en el caso francés por el paso de Koy­ré y Vuillemin a Foucaulr y a Deleuze, hace aparecer la ad­hesión a las verdades formales y universales como pasadade moda e incluso un poco reaccionaria, comparada con elanálisis de las situaciones histórico-culturales concretas,ilustrado pot los textos de Foucaulr que, reunidos con el tí­tulo de PowerlKnowledge, cimentaron su prestigio en losEstados Unidos (para conocer la situación en este país a fi­nales de la década de 1970, véase Stephen Toulmin, 1979:143-144). [Resultarío fácil mostrar que, sin dejar de estar arraigo·

da en la filosofía más aristocrática de la filosofía, esta transforma­

ción del humor filosófico está muy directamente vinculada, por su es­

tilo y sus objetos, con las experiencias y las influencias del moyo del

68 que hacen descubrir a los filósofos yola filosofía la política o,

como preferirían decir, Jo politico.]Pienso que este análisis, por simplificador que sea, per­

mite comprender, a mí en primer lugar, que me he enc?n­trado constantemente en falso respecto a los que el radica­lismo de campus ha clasificado globalmente en la categoría

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«cajón de sastre" de los «posmodemos. (quienes se intere­sen por la «recepción- encontrarán, sin duda, en este desfa­se la clave de la acogida dada a mi obra en los Estados Uni­dos: ¿es moderno o posmodemo, sociólogo o filósofo, o,distinción menos importante, etnólogo o sociólogo, o, in­cluso, de derechas o de izquierdas, ercéterai; Bourdieu,1996). Después de abandonar la filosofía por la sociología(transición-traición que, desde el punto de vista de los quepermanecen vinculados al título de filósofo, crea una dife­rencia toto caelo), sólo podía, en tanto que aspirante a cien­tífico, permanecer vinculado a la visión racionalista; yeso,en lugar de utilizar, como Foucault o Derrida, las cienciassociales para reducirlas o destruirlas, sin dejar de practicar­las, aunque sin decirlo, y sin pagar el precio de una autén­tica conversión a las servidumbres de la investigación em­pírica. Sólidamente arraigado en una tradición filosóficahard (Leibniz, Husserl, Cassirer, historia y filosofía de lasciencias, etcétera) y al no haber pasado a la sociología a tra­vés de una opción negativa (Georges Canguilhem, sobre elcual yo había planteado un tema de tesis, a continuaciónrepudiado, me había preparado una carrera de filósofo si­guiendo el modelo de la suya: un puesto de profesor de fi­losofía en Toulouse asociado a unos estudios de medicina),yo no era propenso a unos comportamientos compensato­rios del tipo de los que llevan a algunos sociólogos o histo­riadores, menos seguros de si mismos, a «hacer de filoso­fo». Fiel en eso a esa especie de aristocratismo del rechazoque caracterizaba para mi a Canguilhem, me las ingeniabametódicamente para dejar en unas notas o unos incisos lasreflexiones que habría podido llamar «filosóficas» (pienso,por ejemplo, en una de las escasas discusiones explicitasque he dedicado a Foucault, y que se encuentra relegada enla nota final de un oscuro artículo de la revista Études rura-

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les (1989), en la que recuperaba la investigación que habiaemprendido treinta años antes sobre el celibato entre loscampesinos). Al reivindicar siempre con orgullo el titulode sociólogo, excluía de una manera absolutamente cons­ciente (a costa de una pérdida de capital simbólico asumi­da por completo) las estrategias extendidísimas del doblejuego y del doble beneficio (sociólogo y filósofo, filósofo ehistoriador), las cuales, me siento obligado a confesarlo, meresultaban tremendamente antipáticas, entre otras razones,porque se me antojaban precursoras de una falta de rigorético y cientfficc (Bourdieu, 1996).

Se entiende que, dentro de la misma lógica, no pudie­ra intervenir en los debates sobre la ciencia tal como se pre­sentaban en los años 1970. En realidad, después de habertropezado con absoluta naturalidad, en tanto que sociólo­go, con el problema del arraigo social de la ciencia que losdemás sólo descubren indirectamente, me he limitado adesempeñar mi oficio de sociólogo sometiendo la ciencia yel campo científico, para mí un objeto como los demás(excepto porque me daba la ocasión de enfrentarme a unode los pilares de la triada capitalina, Roben Menan), a unanálisis sociológico, en lugar de ajustar cuentas con la cien­cia (social) como harían los filósofos «posrnodernos» y,con estilos diferentes, todos los nuevos «filósofos-sociólo­gOS)' de la ciencia. No es necesario recurrir a procedimien­tos de ruptura extraordinarios (como la referencia, tanequivoca como ennoblecedora, a Wittgenstein) para some­ter a la critica sociológica las visiones logicistas y cientifis­tas; no son necesarias, tampoco, rupturas ostentosas con latradición racionalista a la que me vinculan mi formación(historia y filosofía de las ciencias) y mi orientación filosó­fica, al igual que mi posición de investigador. Y no dejaréde apoyarme tanto en Bachelard y la tradición epistemoló-

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gica francesa como en mi análisis del campo cienrffico enmi esfuerzo por fundamenrar una episremología de lasciencias sociales sobre una filosofía constructivista de laciencia (que anticipa a Kuhn, pero sin caer, pura y simple­mente, en el relativismo de los posmodernos). La ruptura,que me parece imponerse, con la visión indígena de laciencia, más o menos reemplazada por la visión sabia (mer­roniana), no conduce ni a un cuestionamiento ni a una le­gitimación de la ciencia (especialmente, la social), y mi po­sición de doble rechazo (ni Berton, ni Bloor-Collins, nirelativismo nihilista, ni cientifismo) me situará, una vezmás, en falso en los debates de los nuevos sociólogos de laciencia, que yo había contribuido alanzar.

Esta toma de posición, aparentemente tibia y pruden­te, también debe mucho, sin duda, a las disposiciones deun habitus que indina al rechazo de la postura «heroica»,"revolucionaria», «radical» o, mejor dicho, «radical chic»,en suma, del radicalismo posmoderno identificado con laprofundidad filosófica, así como también, en política, conel rechazo del «gauchisme» (a diferencia de Foucault y deDeleuze), pero también del Partido Comunista o de Mao(a diferencia de Alrhusser). Y también, sin duda, las dispo­siciones del habitus explican la antipatía que me inspiranlos parlanchines y los intrigantes y el respeto que siento,por el contrario, por los «trabajadores de la prueba .., porcitar las palabras de Bachelard, y por todos aquellos que,en la actualidad, tanto en sociología como en historia dela ciencia, perpetúan sin alborotar la tradición de la filoso­fía de la historia de la ciencia inaugurada por Bachelard,Canguilhem, Koyré o Vuillemin.

Pero es posible que todos esos rechazos no tuvieran másfundamento que la intuición de que todas esas poses y esasposturas ultrarradicales no son más que la inversión de posi-

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ciones autoritarias y conservadoras, por no decir cínicas yoportunistas; intuición del habitus que ha sido ampliamen­te confirmada por las fluctuaciones de tantas trayectoriasposteriores al capricho de los vaivenes de las fuerzas delcampo, con, por ejemplo, el paso de todo (es) político altodo (es) moral, de modo que la permanencia de los habitusse manifiesta a través de la inversión de las tomas de posi­ción cuando se invierte el espacio de las posibilidades (po­dría analizar aquí, entre otras cosas, todo tipo de reconver­siones a primera vista sorprendentes, como los saltos deHeidegger a Wittgenstein o el malentendido de los althus­serianos sobre el Círculo de Viena y la filosofía austríaca,que, para los que tienen cierta edad y cierta memoria, sugie­ren con mucha exactitud el tratamiento dado a Heideggerpor los marxistas chic, por no hablar de los virajes políticosque se suelen llamar espectaculares, y que han conducido atantos contemporáneos del ulrrabolchevisrno al ulrralibera­lismo, templado o no por un socialiberalismo de 10 másoportuno, además de oportunista).

En buena ley, convendría examinar el estado actual delcampo de la sociología y del campo de las ciencias socialesa fin de descubrir los medios de comprender las trayecto­rias individuales y colectivas (especialmente, las del grupode investigación que he animado) en relación con los cam­bios en las correlaciones de fuerza simbólicas en el interiorde cada uno de esos dos campos y entre sí (diferenciando10 más posible las dos especies de capital-poder científico).Cabe decir, por 10 menos, que la posición de la sociologíaen el espacio de las disciplinas se ha transformado profun­damente, al igual que la estructura del campo sociológico,yque eso es, sin duda, lo que me ofrece la posibilidad deafirmar lo que afirmo, y que no habría podido afirmartreinta años atrás, es decir, y de manera muy especial, el

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proyecto de transformar el campo que, en aquel entonces,habría aparecido como insensato, o, para ser más precisos,megalómano y reductible a las particularidades de una per­sona singular (permanece algo de todo eso cuando se con­sidera al grupo de investigación que he creado, el Centrode Sociología Europea, como una secta, sin entender yaceptar la intención global de un proyecto científico colec­tivo, acumulativo, que integra las adquisiciones teóricas ytécnicas de la disciplina, dentro de una lógica semejante ala de las ciencias de la naturaleza, y que se basa en un con­junto común de opciones filosóficas explicitas, especial­mente, en lo que concierne a los presupuestos antropológi­cos implicados en cualquier ciencia del hombre).

Habría que considerar también mi trayectoria en esecampo, tomando en consideración, para evitar la utiliza­ción un poco simplista que a menudo se ha hecho del con­cepto de «rnandarfn», a su vez bastante simplista y socioló­gicamente poco adecuado, el carácter especifico de laposición del College de France, la menos institucional (o lamás antiinstirucional) de las instituciones universitarias fran­cesas que, como he mostrado en Horno academicus (1984),es el lugar de los herejes consagrados. Habría que examinarel sentido y el alcance de la «revolución» que se ha realiza­do, pero que, si bien ha triunfado en el plano simbólico(por lo menos, en el extranjero), ha conocido a nivel insti­tucional un indiscutible fracaso relativo que se aprecia per­fectamente en el destino del grupo, conjunto unido de in­dividuos relegados a posiciones universitarias secundarias,marginales o menores: la dificultad encontrada en el inten­to de «crearescuela» recuerda la que conoció en su momen­to Émile Durkheim (que, sin embargo, había entendidoperfectamente que no se podía crear escuela sin apoderarsede la escuela y que había realizado esfuerzos metódicos en

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dicho sentido). Convendría analizar la función de la revistaActes dela recherche ensciences sociales como instrumento dereproducción autónoma en relación a la reproducción es­colar, controlada en gran parte por los poseedores de lospoderes temporales, que, como ya hemos visto, son másbien nacionales. Convendría, para concluir, analizar el cos­te extremo de la pertenencia prolongada al grupo, la res­ponsabilidad del cual es imputada a su fundador y a sus res­ponsables, cuando, en realidad, es imputable en buenaparte al efecto de mecanismos socialesde rechazo (sería, sinduda, otra ocasión de hablar de reproducción prohibida).

~ Ya he comenzado a plantear el análisis del habitus alinvocar en varias ocasiones el papel de las disposicionessocialmente constituidas en mis tomas de posición y, enespecial, en mis simpatías' hacia determinadas ideas o de­terminadas personas. No soy una excepción a la ley socialque estipula que la posición geográfica y social de origendesempeña un papel determinante en las prácticas, en re­lación con los espacios sociales en cuyo interior se actuali­zan las disposiciones que favorece.

El pasado social es especialmente determinante cuan­do se trata de hacer ciencias sociales. Y eso sea cual sea,popular o burgués, masculino o femenino. Siempre entre­lazado con el pasado que explora el psicoanálisis y traduci­do o convertido en un pasado escolar al que los veredictosde la escuela confieren, a veces, la fuerza de un destino, si­gue pesando durante toda la existencia. Sabemos perfecta­mente, por ejemplo, aunque, sin duda, de una maneraalgo abstracta, que las diferencias de origen social siguenorientando a lo largo de toda la vida las prácticas y deter­minando el éxito social que se les concede. Pero sigoasombrándome de haber podido verificar que los norma-

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liens de orígenes sociales diferentes, «igualados», aparente­mente, por el éxito en una misma oposición y la posesiónde un título igualmente homogeneizador (por la mismadistinción que afirma en relación a todos los demás), hanconocido destinos, especialmente universitarios, profun­damente diferentes y proporcionados, en cierto modo, asu condición inicial (Bourdieu, 1975b).

No me extenderé, porque sería demasiado difícil en elmarco de una intervención pública, sobre las característicasde mi familia natal. Mi padre, hijo de aparcero convertidoalalcanzar los treinta años, es decir, más o menos en el mo­mento de mi nacimiento, en pequeño funcionario rural,ejerció toda su vida el oficio de empleado en un pueblecitodel Bearne particularmente atrasado (aunque muy próximoa Pau, a menos de veinte kilómetros, era desconocido pormis compafieros de instituto, cosa que les daba ocasión degastarme bromas); pienso que mi experiencia infantil dehijo de tránsfuga (que he reconocido en el Nizan que re­cuerda Sartre en su prefacio a AJen Arabíe)ha pesado mu­cho en la formación de mis disposiciones respecto al mun­do social: muy próximo de mis compañeros de escuelaprimaria, hijos de pequefios campesinos, de artesanos o decomerciantes, con los que tenía prácticamente todo en co­mún, salvo el éxito, que me diferenciaba un poco, me sen­tía separado de ellos por una especie de barrera invisible,que se expresaba a veces en algunos insultos rituales contraIous emplegats, los empleados «siempre a la sombra», unpoco a la manera de mi padre, que también estaba separado(y daba muchas muestras de lo que esto le hada sufrir,como el hecho de que siempre votaba muy a la izquierda)de aquellos campesinos (y de su padre y de su hermano,que seguían en la granja, a los que iba a ayudar todos losaños en la época de sus vacaciones) de los que se sentía, sin

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embargo, muy próximo (lo demostraban los asiduos servi­cios que, con infinita paciencia, les prestaba) y que eran,~or 10 menos algunos de ellos, mucho más afortunados queel. (Deben de estar pensando que utilizo un lenguaje muyembrollado, pero, yeso sigue siendo una de esasdiferenciasindelebles, todas las «historias» de vida no son igualmentefác~les y agradables de contar, en especial, porque el origenSOCIal, sobre todo tratándose de alguien que, como yo, hamostrado la importancia de esta variable, está predispuestoa desempeñar el papel de instrumento y de objetivo de lu­chas y de polémicas, y a ser utilizado en los sentidos más di­ferentes, pero, casi siempre, para lo peor...)

Convendría analizar también la experiencia, sin duda,profundamente «estructurante», del internado, a través,sobre todo, del descubrimiento de una diferencia social,esta vez en sentido contrario, con los «ciudadanos burgue­ses», y del corte entre el mundo del internado (Plauberrescribió en algún lugar que quien ha conocido el interna­do a los doce años conoce más o menos todo sobre lavida), terrible escuela de realismo social, donde todo yaestá presente, el oportunismo, el servilismo interesado, ladelación, la traición, la denuncia, etcétera, y el mundo dela clase, en el que reinan unos valores diametralmente en­frentados, y sus profesores, que, especialmente las mujeres,proponen un universo de descubrimientos intelectuales yde relaciones humanas que es posible llamar encantadas.Recientemente, he comprendido que mi considerabilísimadedicación a la institución escolar está constituida, sinduda, por esta experiencia dual, y que la profunda rebe­lión, que jamás me ha abandonado, contra la Escuela talcual es, procede, sin duda, de la inmensa decepción, in­consolable, que me produce el desfase entre la cara noc­turna y detestable y la cara diurna y supremamente respe-

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table de la escuela (lo mismo puede decirse, por transposi­ción, de los intelectuales).

Para no sobrecargar indefinidamente el análisis, megustaría llegar rápidamente a lo que hoy se me presenta, enel estado de mi esfuerzo de reflexividad, como esencial, elhecho de que la coincidencia contradictoria de la admisiónen la aristocracia escolar y del origen popular y provinciano(me gustaría decir: particularmente provinciano) ha sido elorigen de la constitución de un habitus escindido, generadorde todo tipo de contradicciones y de tensiones. No es fácildescribir los efectos, es decir, las disposiciones, que esta es­pecie de coincidentia oppositorum ha engendrado. Por unaparte, una disposición reacia, especialmente respecto al sis­tema escolar, alma matercon dos rostros contrastados que,sin duda porque ha sido el objeto de una adhesión religio­samente excesiva, es motivo de una violenta y constante re­belión basada en la añoranza y en la decepción. Y por otro,la altivez y la seguridad, por no decir la arrogancia del «su­perseleccionado», impelido a vivirse a sí mismo como unmilagroso hijo de sus obras, capaz de aceptar todos los desa­fíos (veo un ejemplo paradigmático de lo que digo en unabroma pesada que Heidegger gasta a los kantianos cuandoles arrebata uno de los pedestales del racionalismo al descu­brir la finitud en el corazón de la estética trascendental). Laambivalencia respecto al mundo universitario y al mundointelectual que de ahí resulta condena toda mi relación conesos universos a aparecer como incomprensible °desplaza­da, trátese de la indignación exaltada y reformadora o de ladistancia espontánea respecto a las consagraciones escolares(pienso en aquel que se indignaba por la reflexividad críticade mi lección inaugural, sin ver que era la condición parahacer soportable la experiencia), o también de la lucidez so­bre las costumbres y los humores universitarios, que no

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puede expresarse en unas reflexiones cotidianas o unos li­bros (Bourdieu, 1984, 1988b) sin pasar por la traición dequien «escupeen la sopa), o, peor aún, revela el secreto.

Esta ambivalencia es la causa de una doble distancia enrelación con las posiciones enfrentadas, dominantes y do­minadas, en el campo. Pienso, por ejemplo, en mi actituden materia política, que me aleja tanto del aristocraticismocomo del populismo, y en la posición reacia que, al mar­gen de cualquier imperativo de la virtud cívica o moral,pero también de cualquier cálculo, me orienta casi siemprea contracorriente, y me lleva a llamarme ostentosamenteweberiano, o durkheimiano, en unos momentos, alrededordel 68, en que estaba bien visto ser marxista, o, por el con­trario, en la actualidad, entrar en una especie de disidenciabastante solitaria cuando todo el mundo parece considerarmás oportuno vincularse al orden social (y «socíalisra»), Yeso, sin duda, por lo menos en parte, es una reacción con­tra las tomas de posición de los que siguen las inclinacio­nes de habitus diferentes del mío y cuyo conformismooportunista me resulta especialmente antipático cuandoadopta la forma de un fariseísmo de la defensa de las bue­nas causas. ¿Cómo no citar aquí a Bouveresse (con quienmi habitus me lleva a identificarme a menudo...)?: «Musildice de su protagonista, Ulrich, en El hombre sin atributos,que amaba las matemáticas a causa de toda la gente que nopuede soportarlas. A mí me gustó inicialmente la lógicamatemática, en parte, por motivos similares, a causa delmenosprecio y del miedo que inspira, generalmente, a losfilósofos de mi entorno» (Bouveresse, 2001: 198).

Pero es, sin duda, en el estilo propio de mi investiga­ción, en la clase de objetivos que me interesan y en la ma­nera personal de abordarlos, donde se encontraría, sinduda, la manifestación más clara de un habítus científico

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discrepante, producto de una «conciliación de los contra­rios» que inclina, tal vez., a «reconciliar los contrarios».Pienso en el hecho de invertir grandes ambiciones teóricasen unos objetos empíricos a menudo muy triviales, la cues­tión de las estructuras de la conciencia temporal a propósi­to de la relación con el futuro de los subproletarios, lascuestiones rituales de la estética, kantiana, especialmente, apropósito de la práctica fotográfica habitual, la cuestióndel fetichismo a propósito de la alta costura y del precio delos perfumes, el problema de las clases sociales con motivode un problema de codificación, demostraciones todas deuna manera de hacer ciencia a un tiempo ambiciosa y«modesta». Es posible que el hecho de salir de unas «clases»que suelen ser llamadas «modestas» proporcione en estecaso unas virtudes que no enseñan los manuales de meto­dología, como la ausencia de cualquier menosprecio porlas pacienciasy las minucias de lo empírico; el gusto por losobjetos humildes (pienso en artistas que, como Saytour,rehabilitan los materiales desdeñados, como el linóleo); laindiferencia respecto a las barreras disciplinarias y la jerar­quía social de los ámbitos que lleva hacia los objetos me­nospreciados y que estimula a juntar lo más elevado y lomás bajo, lo más cálido y lo más frío; la disposición anri­intelectualista que, intelectualmente cultivada, está en elorigen de la práctica comprometida en el trabajo científico(por ejemplo, el papel atribuido a la intuición), y que con­duce a una utilización antiescolástica de los conceptos queexcluyen tanto la exhibición teoricista como el falso rigorpositivista (lo que provoca algunos malentendidos con los«teóricos. y, sobre todo, los metodólogos sin práctica,como los muchos que escriben sobre la noción de habitus);el sentido y el gusto por los saberesy las habilidades tácitasque se utilizan, por ejemplo, en la confección de un cues-

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tionario o de una hoja de codificación. Y todas ellas son,sin duda, las disposiciones antagónicas de un habitus dis­crepante que me han estimulado a emprender y me hanpermitido conseguir la peligrosa transición de una discipli­na soberana, la filosofía, a una disciplina estigmatizadacomo la sociología, pero trasladando a esa disciplina infe­rior las ambiciones asociadas a las alturas de la disciplinaoriginaria al mismo tiempo que las virtudes científicas ca­paces de realizarlas (Ben-David y Collins, 1997).

Contrariamente a lo que exige el imperativo de laWertfreiheit, la experiencia vinculada al pasado social pue­de y debe ser movilizada en la investigación, a condiciónde haber sido sometida previamente a un examen críticoriguroso. La relación con el pasado que permanece presen­te y actúa en forma de httbitus debe ser socioanalizada. Porla anamnesis liberadora que favorece, el socioanálisis per­mite racionalizar, sin el menor cinismo, las estrategiascientíficas. Permite comprender el juego en lugar de so­portarlo o de sufrirlo e incluso, hasta cierto punto, «sacarde él algunas enseñanzas»; por ejemplo, sacando parti­do de las revelaciones que puede aportar a cada uno denosotros la lucidez interesada de nuestros competidores oconduciendo a tomar conciencia de los fundamentos so­ciales de las afinidades intelectuales.

Asíes como la sociologíade la educación puede desem­peñar un papel determinante en lo que Bachelard denomi­naba «psicoanálisis del espíritu científico», y, sin duda, mehe aprovechado enormemente en mi trabajo, y no sólo enel ámbito de la educación, de la lucidez especialísima delque ha permanecido marginado a la vez que accedía a losespacios más centrales del sistema. Pero esta lucidez se ali­menta constantemente de sí misma en y mediante un es-

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fuerzo constante por exigir a la sociología los medios paraexplorar con mayor profundidad el inconsciente social delsociólogo (pienso, por ejemplo, en el análisis de las catego­rías del entendimiento profesoral).

Uno de los fundamentos de esta dimensión de lacomperencia científica que se denomina habitualmente«intuición» o «imaginación creadora» debe ser buscadosin duda, en la utilización científica de una experiencia so­cial sometida con anterioridad a la crítica sociológica.Convendría conrar aquí con detalle (pero ya lo hice noha~ ~uc~o en una inrervención titulada «Participant?b}ectlv~~lon»; Bourdieu. ~n prensa) esa especie de expe­nmentac.lOn sobre el trabajo de reflexividad que realicécon motivo de la investigación que llevó al artículo de losaños 1960 titulado «Célibar et condition paysanne»(1962): después de tomar conciencia de que utilizaba miexperiencia social primaria para defenderme contra la so­ciología espontánea de mis informadores cabileños hequerido retornar a la fuente de esa experiencia y tornarlacomo o~jeto, y de ese modo he descubierto, a propósitode dos ejemplos, por una parte, la noción de besiat, el ve­cindario, el conjunro de los vecinos, que algunos etnólo­~os habían constituido en unidad social, y por otra, a par­tir de una observación de un informador sobre el interésque se puede sentir por «ser pariente de» (epresume mu­C?O de que son parienres desde que su hijo va a la univer­sidad»), ~ue el modelo genealógico y las ideas imperanresen marena de parenresco impiden aprehender en su ver­dad las estrategias de reproducción medianre las cualesexisten los grupos y el propio modo de existencia de esosgrupos. En suma, vemos que una experiencia social, seac~~ sea, y sobre .todo, tal ve:z, cuando va acompafiada deCrISIS, de conversiones y de reconversiones, puede, siempre

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que esté dominada por el análisis, dejar de ser una desven­taja para convertirse en un venrajoso capital.

No me cansaré de repetir que la sociología de la socio­logía no es una división más de la sociología; que es preci­so utilizar la ciencia sociológica adquirida para hacer so­ciología; que la sociología de la sociología debe acompañarincesantemente la práctica de la sociología. Pero, aunquesea una virtud la roma de conciencia, la vigilancia socioló­gica no basta. La reflexividad sólo alcanza roda su eficaciacuando se encarna en unos colectivos que la han incorpo­rado hasta el punro de practicarla de modo reflejo. En ungrupo de investigación de esta índole, la censura colectivaes muy poderosa, pero es una censura liberadora, que hacepensar en la de un campo idealmenre constituido, que li­beraría a cada uno de los participantes de los (lSesgoS» vin­culados a su posición y a sus disposiciones.

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CONCLUS¡ÚN

Sé que soy asumido y comprendido en el mundo queasumo como objeto. No puedo tomar posición, en tanto

que científico, sobre las luchas a favor de la verdad delmundo social sin saber que lo construyo, que la única ver­dad es que la verdad es el objetivo de luchas tanto en elmundo científico (el campo sociológico) como en el mun­do social que ese mundo científico toma como objeto (cadauno de los agentes tiene su visión idiótica del mundo queaspira a imponer, y el insulto, por ejemplo, es una forma deejercicio salvaje del poder simbólico) y respecto al cual dis­pone sus luchas de verdad. Al decir eso, y al preconizar lapráctica de la reflexividad, soy también consciente de queestoy entregando a los demás unos instrumentos que pue­den aplicarme para someterme a la objetivación; pero, alactuar de ese modo, me están dando la razón.

Como la verdad del mundo social es el objetivo de unasluchas en el mundo social y en el mundo (sociológico) queestá abocado a la producción de la verdad sobre el mundosocial, la lucha por la verdad del mundo social carece nece­sariamente de final, es interminable. (Y la ciencia social ja­más llegará al final de su esfuerzo por imponerse como vi-

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vencia.) La verdad es la relatividad generalizada de los pun~

toS de vista, dejando a un lado quién los constituye comotales al constituir el espacio de los puntos de vista. N o es po­sible dejar de pensar en una metáfora ~ue ya he .menciona~

do: sacada de Leibniz, consiste en considerar a DlOS como el«centro geométrico de todas las perspectivas», ellu~ar don­de se integran y se reconcilian todos los puntos de Vistapar~ciales, el punto de vista absoluto desde el cual el mund~ seofrece como espectáculo, un espectáculo unificado y Unita­rio, una visión sin pumo de vista, viewfrom nowhere y fromeverywherede un Dios sin espacio, que está a la va en todaspartes y en ninguna. Pero el «centro geométrico de todas lasperspectivas» no es otra cosa que elcam~ en el que,. comono he dejado de recordar, los puntos de vista antagonIs~asseenfrentan según unos procedimientos regulados y se mte­gran progresivamente, gracias a la confrontación racional.Es un progreso que el sociólogo concreto, por gran.~e quepueda ser la contribución que aporte a la estructu~aclOn y alfuncionamiento del campo, debe procurar no olvidar. De lamisma manera que tampoco debe olvidar que si, comocualquier otro sabio, se esfuerza por contribuir a. la cons­trucción del pumo de vista que es el punto de vista d~ laciencia, en tanto que agente social está atrapado en el objetoque asume como objeto, y que, por ese motivo, tien~ unpunto de vista que no coincide ni con el de los d~~~ ni conel punto de vista omnisciente de espectador casi divino quepuede alcanzar si satisface las exigencias. de~ cam~o. Asípues, sabe que la particularidad de las Ciencias sociales leobliga a trabajar (como he intentado hacer en el caso deldon y del trabajo en las Méditations pascaliennes, 1997) .~aconstruir una verdad científica capaz de integrar la visiónpráctica del agente como punto de vista que se ignora comotal y se realiza en la ilusión de lo absoluto.

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208

íNDICE ONOMÁSTICO

Abragam,A., 81A1rhusser, L., 60, 179, 184,

185Aristóteles, 152Aron, R., 168-170, 172, 176­

178Ashmore, M., 41Bachelard, G., 11, 14,41,52,

74, 76, 151, 160-161,183-184, 193

Balandier, G., 170Balibar, E., 60Barnes B., 23, 39, 41, 43, 87Baxandall, M., 175Ben-David, J., 88, 120-121,

134-135,174,193Bernard, c..45Biagioli, M" 95Birhol, M., 90-91Bloor, D., 22-23, 39-41, 43,

142-143, 184Bohr, N., 90

Bollack, J., 130Boltanski, L., 174Base, S., 82Boudon, R., 170, 177Bouveresse, J., 59, 61,191Callon, M., 59Canguilhem, G" 11, 182,

184Camap, R., 13, 38, 140-143,

181Cassirer, E., 90,177,182Casrel, R., 174Charnhoredon, j.c., 150-

174Chombard de Lauwe, P.-H.,

170Chubin, D. E., 116Cohen-Tannoudji, c., 81Cole, J., 27, 30, 103Cole, S., 27Collins H. M., 39, 42-43,

120-121,174,184,193

209

Page 104: Bourdieu, Pierre - El oficio de cientifico

Comte, A, 172Copémico, N., 88, 90,151Dampierre, E. de, 170Darbel, A, 174Darwin, e, 135De Gennes, P.-G., 81Debray, R., 59, 61Delbrück, M., 122Deleuze, G., 181, 184Delsaut, Y., 171Derrida, J, 52, 182Descartes, R., 90, 126Dumazedier, J., 170Durkheim, É., 22, 23, 31, 35,

38, 72, 121, 124, 138,141,163, 166, 168, 170,172,176,178,186,191

Einstein, A, 82, 125Faraday, M., 89Fechner, G. T., 121Peyerabend, P., 38, 124, 180Flaubert, G., 164, 189FI"k, L., 186Foucault, ~., 52, 179, 181~

82, 184Prege, A., 13, 124, 181Friedman, G., 170Friedman, M., 143Galileo, 95,151Garfield, E., 132Carfinkel, H., 156, 162Garnett, D., 166Geerrz, c., 55Geison, G. L., 56

210

Gilbert, G. N., 46-47, 49-50,78

Gingras, Y., 23, 40, 52, 59,88-91

Godel, K, 26, 61Goffman, E., 177Goldman, L., 177

Greimas, A. J., 55Grmek, M. D., 45Crünbaum, A., 149Gurvirch, G., 31,169-170Habermas, J., 12, 18, 46,

144-145,149,177Hacking.L, 117, 131-132Hagstrom, W., 84, 97, 106Hannaway, O., 132-133Hargens, L., 33Haskell, T. L., 163Hegel, G. W. F., 25, 36, 76,

124Heidegger, M., 133, 180,

185,190Heilbron, J. L., 70Heisenberg, W., 26Hernpel, e, 181Hilbert, D., 91Holton, G. H., 132Homans, G. e, 31Homes, F. L., 45Hughes, E., 94Husserl, E., 176, 182l1lircb, r., 53Isambert, F.-A, 170Isambert, V., 170

Kant, l., 12,38,85, 137-139,141, 143, 145-146, 157,165,176,190,192

Knorr-Cetina, K, 44, 46, 50,

70-71Koch, R., 42, 135Koyré, A., 11, 181, 184Kubn, T. S., 24, 33-38, 41,

88-89,93,141-142,180,184

Labov, W., 177-178Latour, B., 51-59, 99Lavoisier, P., 119Lazarsfeld, P., 31-32, 39,

168,176-177Lazlo, P., 75, 119Lécuyer, B.-P., 177Leibniz, W. G., 89-90, 126,

165, 182, 198Leontief W., 134Lévi-Strauss, e, 168, 170, 176Luhmann, N., 46, 177Lynch, M., 18,23,74Manet, E., 37, 68,179Mannheim, K, 26, 41,116Marcus, G. E., 55Mauss, M., 23, 176Maxwell, j., 89Medawar, P. B., 45, 50Mendras, H., 170Merleau-Ponry, J., 131Merron, R. K, 24, 26, 28-32,

39, 44, 57, 84, 97, 124,176,183-184

Millikan, R., 132Mulkay, M., 46-47, 49-50,

71, 78Mullins N. e, 121Newton, l., 89-90, 125Nietzsche, F., 13Nizan, P., 188Nollet, Abare, 89Nye, M. J., 116, 119Oppenheimer, K, 70, 120Panofsky, E., 175Parsons, T., 31-32, 39, 176­

178Pascal, B., 14Passeron, j..c, 131, 150,

167Pasteur, L., 42, 56, 74,135Peirce, e s., 163Pickering, A, 23-24Pinch, T., 42Poincaré, H., 139-140Polanyi, M., 73, 75, 77, 145Pollak, M., 177Popper, K, 43, 145Reichenbach, H., 14, 181Reynaud, J.-D., 170Ricoeur, P., 149, 168Rivet, J.-P., 174Russell, B., 13,181Sachs, H., 156Sartre, J.-P., 48, 168, 172,

188Saussure, F. de, 94Scbaffer, S., 94-95, 164

211

Page 105: Bourdieu, Pierre - El oficio de cientifico

Schütz, A., 178Seibel, C" 174Seidel, R. W., 70Shapin, S., 94-95, 133Shils, E., 85Shinn, T., 69,118,126Soulié, e, 159Stoetzel, j., 169-170Tawney, R. H., 163Tompkins, J., 59-60, 128

212

Toulmin, S., 38, 181Touraine, A., 169Tréanton, j.-a., 170Vuillemin, J., 11, 181, 184Weber, M., 159Wittgenstein. L.. 12, 21, 22.

39-40,77,142-144,181,183, 185

Woolgar, S., 24, 41, 51-55Zuckerman, H. A., 30, 102

íNDICE

Prefacio 7Introducción 11

1. ELESTADODELADlSCUSrÓN 171. Una visión ensimismada . . . . . . . . . . . . . . .. 262. La ciencia normal y las revoluciones

científicas 333. El programa llamado fuerce. . . . . . . . . . . . .. 394. Un secreto a voces bien guardado 44

n. UN MUNDO APARTE. • • • • • • • • • • • • • • . • . . • •. 631. El «oficio» del sabio. . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 722. Autonomía y derecho de admisión 833. El capital científico, sus formas y su

distribución 1004. Una lucha regulada 1115. Historia y verdad 127

111. POR QUÉ LAS CIENCIAS SOCWE.S DEBEN SER

TOMADAS COMO OBJETO 1491. Objetivar el sujeto de la objetivación . . . . . . . 1542. Esbozo para un autoanálisis . . . . . . . . . . . . . . 164

Conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 197Bibliografta 199indice onomdstico 209