Borrador de un Libro en Blanco

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Título: Borrador de un libro en blancoAutora: Toño DiezFecha de publicación: Abril 2014Género: Aventura, DramaEditorial: Editorial UniversoISBN: 978-84-942459-0-9Depósito Legal: M99162014Número de Páginas: 264Impreso en EspañaUnión EuropeaSinopsisUn oscuro secreto aleja a Sonia de su hogar, haciendo que se sienta obligada a comenzar una nueva vida, sobre los cimientos de un doloroso pasado que no puede recordar. Gracias al cariño de Carmen, irá recuperándose de sus heridas, descubriéndose a sí misma y encontrando poco a poco el valor para enfrentarse a sus recuerdos.

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  • Too Diez

  • Borrador de Un Li bro en Blan coPrimera Edicin: Marzo 2014Segunda Edicin: Mayo 2014Todos los derechos reservados. Too Diez Editorial UniversoWeb del Autor: borradordeunlibroenblanco.blogspot.com borradordeunlibro.wix.com/borradordeunlibroWeb: www.ununiversodelibros.esWeb Editorial: www.editorial-universo.comISBN: 978-84-942459-0-9Depsito legal: M-9916-2014Diseo y maquetacin: Maialen AlonsoIlustracin Final: Carlos RodnIMPRESO EN ESPAAUNIN EUROPEA

  • Cuando los vacos corazones, rellenos de soledad unos, de ingenuas expectativas otros, de ansiedad por el futuro los primeros, de ataduras y reproches los segundos, se enfrentan, slo pueden avanzar. Y as, agarrados de las manos temporales, de la necesidad virtual, slo andan, sin destino prefijado, sin principio oculto.

    Sin ti esto no habra sido. Gracias, Sonia Codornu.

    No basta el mundo, para albergar el tiempo que quiero pasar contigo, ni alma inmortal que disponga del suficiente, como para tantear siquiera, lo que necesito de ti, porque sin ti, nada tengo.

    Gracias, Marta, por regalarme tu tiempo.

    A veces, quien no existe surge, como si estuviese escrito, para dejar su huella para siempre, de forma altruista, verdadera y sincera, en forma de ayuda inesperada, que se convierte en inestimable.

    Gracias, Gloria, por estar tan cerca, desde tan lejos.

    Risa fcil, y trato cercano, el que me brinda Cristina Caviedes, junto a una oportunidad inestimable.

    Gracias, Cristina, por dejarme trabajar contigo.

  • ndice

    Recuerdo ...................................................................... 9

    El parto .......................................................................11

    La habitacin. ............................................................ 15

    La nueva familia ........................................................ 23

    La primera carrera .................................................... 37

    Libertad precipitada .................................................. 49

    Una realidad indecente. ............................................. 61

    Despertar ................................................................... 97

    El mar. ...................................................................... 127

    Vuelta ....................................................................... 139

    La pensin................................................................ 163

    Quin da una amistad?. ......................................... 195

    Normalidad .............................................................. 215

    La pelota en su lugar ............................................... 241

    Rayo de luna ............................................................ 271

    El da de la verdad. .................................................. 283

  • 9Re cuerdo

    Ahora es fcil recordar. Ahora hay tiempo para estar per-dindolo, se agradece un segundo de espacio en el tiempo.

    Un respiro

    Me recorren sensaciones, impulsos, miedos. Pero me he pro-puesto, esta vez, resistirlos.

    No los combato, no podra con ellos, no podra con el miedo. Pero esta vez es diferente. Ahora, los enfrento. S, paso miedo, asco, vergenza, pero resisto los impulsos. Ya no puedo huir. No quiero hacerlo.

    Hoy, me he propuesto, recordar.

  • 10

  • 11

    El parto El parto

    Nac, a la edad de quince aos, hace ahora diecisis. Un mes de septiembre, que como no poda ser me-nos, llova.

    La hora temprana.

    El quirfano, una pequea plaza del barrio de pescadores de una ciudad con bravo mar.

    Por camilla, un pequeo banco de madera mojada, llena de firmas, frases, fechas

    Como quejidos de parturienta, motores de automviles, vien-to en las hojas y al final, persianas metlicas abrindose, como fauces deseando engullir los primeros clientes madrugadores. Ofreciendo aromas de cafs, ruidos de moliendas, voces alegres de panaderos, repartidores Sonidos maaneros, que no hacan, sino confundir mi mente, embutida en una envolvente bruma de ligera conciencia indiferente hacia el exterior.

    Como luces de quirfano, difuminada luz celeste, filtrada y gris, uniforme y oscura, fra y montona.

    Mi sabana infantil, fra lluvia. Patucos hmedos y gorrito de melena empapada. En jirones, pegada a mi cara, repartida por mis ojos. El tranquilizador chupete, mi propio pelo, mordisquea-do nerviosamente durante el parto.

  • 12

    Como abrazo de madre, mis propios brazos, agarrando mis piernas dobladas y sosteniendo la frente relajada de mi cabeza.

    Como calor, fro.

    Como compaa, soledad.

    Como cario, indiferencia.

    Como llanto, silencio.

    Nada ms. Solo eso. Eso y un enorme vaco. El Vaco. El mis-mo vaco que me acompa, que me acompaa en mis largas no-ches de desvelo. El mismo vaco que me mantiene viva, el mismo que quiere matarme.

    Nada era desconocido, pero todo extrao. Nada nuevo, sin embargo, un nuevo mundo esperaba, all, un poco ms lejos. Fuera de mi burbuja. De esa bruma. De ese sueo inconcluso.

    Pereza por nacer. Por abandonar esa paz, ese delirio incier-to que aparece como queriendo borrar las magulladuras de un cuerpo. El mismo que prepara el descanso de un guerrero, para continuar una gran batalla, perdida de antemano.

    Pereza por nacer.

    Sin embargo, la historia tiene que continuar. La inercia decide quin avanza, quin se queda en el camino y quin ha de trope-zar. Ella decidi por m, y decidi llevarme con ella, tropezando, trastabillando con mis propias piernas pero avanzando al fin.

    Como venida de ultratumba, entre los atronadores ruidos de mi cerebro, all, lejos, muy lejos, en los confines del sentido, algo comenz a despertarme.

    Podra haber sido solo una nueva sonoridad de mi atormen-tada locura, solo una nueva y divertida bola de colores flotando en ese espacio oscuro en que estaba sumergida mi mente. De esas que se ven a lo lejos, acercndose poco a poco, inofensivamen-

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    te lenta, pequea, pero que a medida que se acerca, comienza a acelerar su avance, hacia m, buscando la ingenuidad, la soledad de una nia y que, segn llega, la candidez se convierte en una amenaza real, falsa, brillante y opaca, enorme, gigante, deseando atraparme entre sus inexistentes brazos, pasando a pocos cen-tmetros de m, y alejndose con la misma facilidad, suavidad, con el mismo silencio ruidoso con que se ha acercado, dejando el hueco justo para que, otra pequea bola aparezca, lejana, es-perada

    Pero no era eso. Muy al contrario, se trataba de algo ms gran-de. Tena que serlo para sacarme del xtasis en el que me encon-traba, para borrar la bruma que me protega, para molestarme lo suficiente y hacer que mi pereza, se convirtiese en fastidio, en ira si hubiese tenido las suficientes fuerzas.

    Me golpeaba en la cabeza, rebotaba en su interior. No enten-da ese sonido, pero lo conoca. Se fue haciendo ms y ms fuer-te, pasando de ser un repetitivo eco, a un sonido definido. Avan-zando desde lo ms profundo de mi cerebro, dejndose resbalar hasta el interior de mis odos. Arrastrndose al exterior.

    Nia!

    Nia!

    Nia!

    Y el milagro de la vida se hizo.

    Sin ganas, perezosamente, la vida surgi de ese cuerpo inerte, que ni siquiera era el mo. Lentos movimientos, como calculados, pero en realidad perdidos, sealaron la separacin entre la suerte y la desgracia.

    An ahora me pregunto si habra sido ms prudente haber permanecido en ese estado para siempre. Pero lo cierto es que mi vida, como la de todos, la deciden otros.

  • 14

    Nia! Mi nia. Ests enferma?

    Sera la cariosa voz de esa mujer la que hizo levantar mi cabeza, o el dulzor del aroma a chocolate caliente que despert rabiosamente mis tripas, lo que hizo reaccionar mis pupilas, in-tentando enfocar el mundo?

    Sea como fuere, la realidad estaba all, de nuevo. Pero an era pronto para saborear su crueldad. Demasiado pronto.

    El primer contacto fue un fiasco. Frente a mi apetito cultiva-do durante quien sabe cunto tiempo, el chocolate transportado cuidadosamente, se extenda ahora sobre el mojado suelo. El motivo?, doble susto: unos delicados dedos rozando mi cara in-tentando apartar el mechn mordisqueado, que me serva de en-tretenimiento, provocaron un espasmo exagerado, que a su vez asustaron a la portadora que no pudo sujetar la bandeja y todo acab formando parte del charco.

    El temblor por ese contacto de piel, me duro varios segun-dos o eso cuentan.

    Despus, todo volvi a apagarse. Los recuerdos se escabullen y se convierten en jirones.

    Un ligero, pero abundante desayuno, en lo que pareca ser el bar de esa seora; miradas extraas y extraadas de clientes y camareros an no saba que significaban las miradas, ahora soy una experta reconociendo sus significados.

    Una cama, sabanas limpias de franela azul celeste, calor, cari-cias, dos besos en la frente y un descansa mi nia. Todo en una casa extraa.

    Y paz. Y silencio. Y descanso. A eso se resumen mis recuerdos hasta el despertar.

  • 15

    La habita cinLa habita cin

    Algunas veces, abrir los ojos se hace doloroso.

    Esperar un nuevo da puede llegar a ser espe-cialmente difcil. Por suerte o por desgracia, todos

    los das sale el sol pero, aunque se parezcan, ningn amanecer es igual que el anterior.

    Aquel da, cuando la luz entr en mis ojos, lo hizo de manera inesperadamente sutil.

    Esperaba que el sol familiar de la sencilla ventana de mi casa, fuese el que me iluminase. Sin embargo, las farolas de una calle de ciudad, los focos de los vehculos pasando por ella y alguna que otra ruidosa sirena de ambulancia, lo hicieron.

    Pensaba despertar en una conocida habitacin de aquel pue-blo de montaa, cuyo nombre me mostraron aos ms tarde, y sin embargo, lo hice en otra totalmente ajena, en otra cama, con otro tacto, otro olorcon otro calor.

    En la ventana desconocida, no haba nieve. Solo gotas de agua que se dejaban resbalar con creciente velocidad, dejando una di-vertida estela tras de s mientras nuevas gotas ocupaban el hueco dejado por las primeras.

    El gemido del viento, era sustituido por el, por momentos, fu-rioso estrellar de la lluvia en los cristales. Por el vibrar del vidrio

  • 16

    al paso de potentes y sordos ruidos de motores.

    Un televisor encendido, en algn lugar de la desconocida vi-vienda, ms all de la puerta de la que sin querer se haba con-vertido en mi habitacin, se escuchaba tmidamente.

    Con los ojos, por fin abiertos, sin mover siquiera la cabeza, pase la mirada por la habitacin. Ola bien. Un armario de dos puertas de madera, alguna estantera llena de peluches y algn que otro pequeo libro, un cuadro frente a la cama, una lmpara de tres brazos, y unas pegatinas luminiscentes colocadas en el techo simulando las principales constelaciones celestes, indicaba que perteneca a alguien bastante joven.

    La penumbra no permita distinguir los colores, pero la distri-bucin y la delicadeza del orden, sumados a dos psteres de al-gn cantante famoso pegados en la puerta de entrada, indicaban que era una habitacin femenina, quiz de una nia.

    Pero todos esos datos los pensaba de forma inconsciente, to-talmente indiferente. El estado de nimo, segua siendo ausente, aptico.

    Levantada ya, sin recordar cundo lo haba hecho, plantada frente a la ventana, con la mirada perdida en la oscuridad llena de las luces de colores de la ciudad, algunas quietas, otras mvi-les, unas intermitentes y todas estacionales, con los brazos entre-lazados, abrazando sendos hombros, no pensaba.

    El pijama ligeramente grande, suave y aterciopelado, dejaba caer las mangas y pisar las perneras.

    Los ojos se dejaban llevar a ratos por las luces de los co-ches, poco numerosos, y a ratos por las hipnticas gotas de agua de los cristales resbalando hasta desaparecer en el fon-do de estos.

    As permanec hasta que el ruido ligero de la puerta a mi

  • 17

    espalda, me hizo pegar un respingo, sin duda imperceptible. Pero no me volv.

    Despus de unos segundos, sin pice de impaciencia, la puer-ta volvi a cerrarse con el mismo sigilo cuidadoso.

    Volv a sentirme sola, pero no a solas.

    Despus de un silencio calculado, respetado, la respiracin de ella se hizo ms ntida, daba la sensacin de que no terminaba por decidirse a hablar.

    No tard en llegar el esperado aluvin de preguntas, entendi-bles, suaves, susurrantes, pero incmodas.

    Y a cada una, solo le segua silencio. Con algunas, leves es-tremecimientos, engaados brevemente con un suave frotar de hombros con las manos. Pero silencio con todas.

    Cmo te llamas? De dnde eres? Y tus padres? Qu te ha pasado? Cunto tiempo llevas por ah? Tienes familia? Puedes hablar? Tienes miedo? Qu te ha pasado? Cul es tu nombre? Cmo te llamas? Qu?

    Sonia.

    Cmo dices?

    Sonia. Me llamo Sonia.

    Hola Sonia. Bienvenida a mi casa ehm Encendemos la luz? Parece que est

    Prefiero seguir a oscuras interrump.

    Vale, no hay problema.

    Todas las palabras que consegu pronunciar, no fueron ms que susurros.

    Ola bien. Senta sus ojos. Oa su respiracin.

  • 18

    Un suave suspiro de rendicin dej pasar la ltima frase de la noche.

    Mi nombre es Carmen, llmame si me necesitas, duermo justo al lado. Descansa.

    Un breve espacio de tiempo, como esperando reaccin, y la puerta se volvi a abrir y cerrar, dejando todo vaco de nuevo.

    En ese momento, un escalofro recorri mi espalda, tuve mie-do, otra vez pero lo dej pasar. Qu otra cosa podra hacer?

    Empec a necesitar sentir que an estaba viva. Era tan grande ese silencio! El dedo ndice, recorri instintivamente el rastro de una de las gotas del cristal. El fresco del tacto, sirvi de enlace con el mundo.

    Amaneci.

    Me di cuenta por los sonidos de puertas, de pasos, de cuberte-ra removida con cuidado.

    Estaba mejor. Me atrev a alejarme de la ventana, incluso, sen-tada en la cama, agarr un peluche que se encontraba en una mesita de noche. Mirndolo, me tumb y esper. Estaba acos-tumbrndome a esperar. Es fcil.

    El agradable olor a caf, me hizo sentir ligeramente como en mi casa. Cerr los ojos intentando imaginarme en la cocina. Mi madre alimentando la estufa bilbana con gruesos y cortos tron-cos de madera de roble. Aquellos sonidos cristalinos del entre-chocar de los aros de hierro ennegrecido por el fuego, el aroma del humo escapado por ellos antes de ser cerrados. Aquellos azu-lejos blancos y relucientes, la amarillenta luz de la bombilla in-candescente, que apenas rellenaba los huecos que no conseguan ocupar los escasos rayos solares, huidos de las casi permanentes nubes y llegados, trastabillando, hasta la cuadrada estancia.

  • 19

    Me imagin en la mesa camilla situada junto a la ventana, con mi caf humeante y mis galletas, mis tostadas. Me imagin mi-rando a mi madre y como me hablaba. Y la ech de menos. Pero solo durante un instante.

    Intent imaginrmela dndose la vuelta y ofrecindome una de sus interminables sonrisas. Pero casi no pude. Al final, con mucho esfuerzo, se gir. Mir su cara.

    Pero no tena. No fui capaz de verla. No consegu recordarla.

    Tanto tiempo haba pasado desde que sal? Haba perdido toda nocin del tiempo, pero tanto como para no recordar la cara de mi madre?

    Aunque doli, no le di mayor importancia. Pas a otra cosa diluyendo el escozor con un par de lgrimas que resbalaron has-ta la colcha.

    Record como haca unos das haba estado con mis amigos y amigas jugando en la cuesta del ro.

    Recin haba acabado la ltima de las enormes nevadas que solan caer en este tiempo y salimos a deslizarnos con sacos de plstico por la cuesta. Las risas, los gritos pero nada de sus caras.

    No me enter de que Carmen haba entrado, hasta que no sen-t sus manos alrededor de mi cuello y sus labios, apoyados en mi pelo, me susurraban, casi me suplicaban que me tranquilizase.

    Sin duda, todo haba sido un sueo. Un mal sueo. Un sueo que se repetira para siempre. Un sueo, donde no existiran ja-ms caras pero, un sueo que significara, significa, el nico sitio en el que pueda recordar los sonidos, los lugares y los olores de entonces.

    Y as, en los brazos de una desconocida, entre sollozos de nia

  • 20

    perdida acompaados de suspiros de Carmen, la mujer ms sen-sible y sincera que nunca he conocido que, aun sin entender mis pesares se mezclaba con ellos y se lanzaba sin pensar al abismo del dolor, comenc a vivir de nuevo, despus de una corta eter-nidad.

    No sal en tres das de esa habitacin, quiz de su hija, a la que nunca conoc. Desayunaba y coma dentro de ella, me lavaba en una palangana de agua fresca que Carmen me traa todas las ma-anas. Tal era el terror que me produca salir de all, que incluso mis necesidades las haca en un viejo orinal que la mujer conser-vaba de cuando viva la madre de su marido con ellos.

    Tres largusimos das en los que la pobre mujer, se desvivi para proporcionarme todo lo necesario para sacarme de mi pro-funda atona.

    Dorma por la maana a ratos, ya que la noche la pasaba fren-te a la ventana, viendo unas veces la furiosa lluvia, otras las am-bulancias y vehculos.

    Pero la mayor parte del tiempo, me sumerga en la ms pro-funda de las oscuridades, en lo ms obtuso de los sentimientos neutros. Los ojos se secaban debido a la falta de pestaeo. Des-pus, el escozor era irresistible.

    La espalda lanzaba avisos con punzadas agudas, advirtiendo el peligro de seguir tantas horas de pie, sin mover ni un solo msculo. Al final, el cuerpo no poda resistir y se derrumbaba en la cama, donde continuaba mi estado catatnico por horas. Quieta, impasible, silenciosa.

    Tres das en los que la piel, plida de por s, se volvi ms blanca, casi amarillenta, y en los que los ojos se rodearon de una insana sombra griscea permanentemente hmeda.

    El cristal de la ventana, en las largas noches insomnes, estaba

  • 21

    marcado de huellas de dedos resbalando persiguiendo las gotas. A ratos, cuando no haba gotas que seguir, admita las que mis lgrimas le proporcionaban, tambin a travs de mis dedos. Tal era el grado de costumbre y confianza que en esos das, llegu a adquirir con ellas. Nunca dej de tener esa dolorosa confianza.

    Tres das, al final de los cuales, una noche, de madrugada, Carmen se sent al lado de mi cuerpo tumbado en la cama boca arriba y con los ojos abiertos, comenz a hablarme.

    Sonia, no puedes seguir as, cario, has de salir de aqu. Lle-vas tres das y cada uno ms que pasa suspir te consumes un poco ms.

    Solo el silencio acompaaba su pesar. Solo sus suspiros de im-potencia acompaaban la esperanza de que mis ojos se volvieran hacia ella y por fin le mirasen.

    Escucha, no s qu te habr pasado, nada bueno seguro, pero necesitas ayuda, es evidente. Y creo que yo no puedo hacer ms. Existe gente competente, especialistas el ensimo sus-piro acompa estas palabras lo siento cario. Yo no puedo. Necesitas ms.

    Me dio un beso en la frente y, acaricindome la mejilla, se le-vant de la cama.

    Saldr me atrev a decir.

    Ella par en seco. No hubo necesidad de repetir la palabra. Con una radiante sonrisa, se acerc rpidamente y, con suavi-dad, me agarr de las manos ayudndome a levantar.

    Sin soltarme las manos, salimos de la habitacin.