Arqueómetro
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Arqueómetro, el mapa de los símbolos sagrados
Bajo la apariencia de un mandala circular que encierra formas geométricas básicas y
multitud de símbolos, el arqueómetro es una controvertida estructura que plantea
multitud de incógnitas aún sin resolver.
La Fuente
Definido como un instrumento que sintetiza las claves de todas las religiones y ciencias de
la Antigüedad, la propuesta de un planisferio de las características del arqueómetro parece
plantear un reto iniciático y de conocimiento, que tiene tanto detractores como adeptos,
pero que no deja indiferente a nadie. Su publicación, en 1911, corrió a cargo de la
organización Amigos de Joseph-Alexandre Saint Yves D’Alveydre. Las notas de este
ocultista francés (1842-1909) fueron recopiladas por sus discípulos a título póstumo y
recogidas en un enigmático libro que encierra un mosaico de símbolos, escalas, números y
palabras en distintas lenguas inscritos en el interior de un mapa de medidas prefijadas, que
no aparece acompañado por referencia alguna sobre su funcionamiento. El astrólogo Serge
Raynaud de la Ferriere, fundador de la controvertida Fraternidad Universal, que
proclamaba la llegada de la Era de Acuario en 1948, alude al arqueómetro como “el
instrumento que usaron los antiguos para la constitución de todos los mitos esotéricos de
las religiones (...). Es el cielo el que habla: cada estrella, cada constelación viene a ser una
letra, una frase o un nombre divino que da nueva luz a las antiguas tradiciones de todos los
pueblos. Es la traducción material del VERBO en forma, color, gusto y sonido”.
Agharta
D’Alveydre basa su construcción planisférica en una “tradición primordial” que, según
sostiene, ha sido preservada en estado puro y protegida en un misterioso lugar llamado
Agartha, cuyo emplazamiento subterráneo se relaciona con el monte Meru, enclave mítico
que aparece en los textos sagrados hinduistas. Una referencia física a este territorio, tan
interesante como polémica, fue la expuesta por el contralmirante estadounidense Richard
Evelyn Byrd (1888–1957), que relató en su diario toda una aventura en el interior de la
Tierra, un recorrido de 1.700 millas (2.737,52 km) por montañas, lagos y ríos poblados por
una fauna supuestamente desaparecida. El filósofo, matemático y metafísico francés René
Guénon (1886-1951) también cita este enclave en su libro El rey del mundo cuando habla
de expedicionario Ferdinand Ossendowski (1876-1945), quien en Bestias, hombres y
dioses narraba las peripecias de un viaje que había realizado entre 1920 y 1921 por Asia
central. Según Guénon, el lugar visitado por Ossendowski guarda gran semejanza con la
descripción realizada por D’Alveydre de Agartha, un mundo subterráneo que se extiende
bajo continentes y océanos. El título de “rey del mundo” corresponde, según su hipótesis,
a un legislador universal cuya misión consiste en preservar la tradición sagrada de origen
no humano. D’Alveydre expone la misma idea en su obra Teogonía de los patriarcas, en la
que aboga por la restauración de un sistema político, la “sinarquía”, basado en el poder
ejercido por una agrupación o corporación y que está íntimamente ligado a la idea de
Agartha como sociedad secreta. Sin embargo, a diferencia de estos autores, que hablan de
un lugar físico, el escritor Joaquín Albaicín considera que “Agartha no es un
emplazamiento de orden físico. A Agartha solo pueden acceder aquellos hombres que
hayan recuperado el estado primordial o adámico (desde el punto de vista judeocristiano,
el estado adámico es el propio de Adán antes de abandonar el Paraíso, y que se aspira a
recobrar mediante la iniciación). Por tanto, es un reino que pertenece al intermundo, al
universo de lo sutil”. Del mismo modo, para el profesor de Cábala Eduardo Madirolas
Isasa, “en la tradición cabalística hay una referencia a algo que podría considerarse similar
a Agartha. Se trata del Edén superior. El Edén superior es Jojmá, la segunda sephirá, que
es un estado de conciencia místico, no un lugar físico. El huerto del Edén es el huerto de la
conciencia, que mora en lo eterno”.
Divisón de opiniones
El misterio que rodea al arqueómetro se intensifica aún más si tenemos en cuenta un
detalle intrigante. La revista La Gnose, expresión de la iglesia gnóstica francesa, con René
Guénon como director, comenzó a publicar por entregas los Comentarios al arqueómetro
en julio de 1910, un año antes de que viese la luz el libro de Saint Yves D’Alveydre.
En opinión de Alberto Gallardo, que editó esta obra en castellano en 2007 con el título
Letra y espíritu (Ed. Meru), “quizá esto se debió a una maniobra por parte de Guénon y su
equipo para intentar contrarrestar esa publicación ocultista que sabían que se iba a
producir, queriendo, en la medida de lo posible, poner la venda antes de la herida. No sería
demasiado descabellado pensarlo, viendo la lamentable influencia que ha tenido el
ocultismo posteriormente en el conjunto de lo que podríamos llamar ‘neoespiritualismo’,
junto al espiritismo y al teosofismo, cuyos frutos no son sino la enorme confusión reinante
hoy en día con respecto a lo que es y no es verdaderamente esotérico”. Se cree que la
principal fuente de las notas de D’Alveydre fueron sus contactos con maestros orientales,
tal como apunta en su Misión en la India: “No debo mi iluminación sinárquica sobre el
pasado y sobre el presente a la voluntad de ningún iniciado asiático actualmente vivo, sino
a unas cuantas indicaciones de un augusto fallecido”. Para Albaicín, sin embargo,
D’Alveydre es un personaje de “ribetes muy literarios”, a cuyas supuestas revelaciones no
concede gran valor: “Su concepción de los centros espirituales como una especie de ONG,
así como su pomposo uso de expresiones como la Universidad de la Tartaria o la
Universidad Solar, denotan no solo un obvio infantilismo mental, sino también un modo
profundamente laico y contemporáneo de entender las realidades espirituales”.
Geometría iniciática
El arqueómetro está compuesto por siete círculos concéntricos que perfilan seis zonas
desde la periferia al centro y encierran los doce signos astrológicos, así como los planetas,
las notas musicales, etc. De los dos círculos externos el más cercano al centro se mueve en
el sentido de las agujas del reloj, en tanto que el círculo más externo en sentido opuesto.
Cuatro triángulos equiláteros, que forman dos estrellas de David y están diferenciados por
colores, están integrados en este planisferio y ligados a los 4 elementos: Tierra, Agua,
Fuego, Aire. Su combinación da lugar a diferentes gamas de color, como el pantone del
pintor. El trazo imaginario que une estos triángulos en dirección Este-Oeste define lo que
se llama “la línea de las grandes aguas”. Los dos triángulos principales del arqueómetro
(correspondientes a los elementos Tierra y Agua) tienen dos simbologías diferentes.
El superior o terrestre simboliza la vida inmortal, en tanto que el inferior promueve un
desarrollo en armonía con el Cosmos a partir de una evolución individual. En la
conferencia Notas filosóficas del arqueómetro publicada por el Grupo de Estudios e
Investigaciones Martinistas y Martinezistas de España (GEIMME), el escritor Yves-Fred
Boisset revela que el camino iniciático diseñado en el arqueómetro plasma conceptos
cristianos como la caída de Adán, creado a imagen y semejanza de Dios y dotado de la
palabra todopoderosa, que al eludir sus deberes es expulsado del Paraíso y, para evitar el
castigo, inventa una palabra sustitutiva que le conduce de la sabiduría verdadera al error y
de este a la muerte espiritual.
Solo a través de la reintegración mediante una iniciación basada en la humildad y la
confianza es posible renacer con una búsqueda reflexiva de la verdad y el dominio de las
pasiones. El profesor Boiset afirma además que “los signos astrológicos que están
contenidos en el arqueómetro, junto con los símbolos de los planetas y las notas musicales,
están relacionados con la música de las esferas evocada por Platón y Pitágoras.
La arqueometría puede ayudar a los arquitectos a encontrar la armonía en sus edificios, ya
que es en sí mismo geometría sagrada en sus proporciones, y el equilibrio de sus líneas de
acuerdo con el número de oro”.
Arquitectura y cosmos
A juicio del arquitecto Lucense Carlos Sánchez-Montaña, la arquitectura es a la vez
significado y significante, y puede transmitir de manera simultánea forma, luz y
conocimiento. La arquitectura antigua tiene como objetivo llegar a los los dioses, mientras
que hoy está unida a la búsqueda del conocimiento. “La verdadera arquitectura ha sido
abandonada por los arquitectos actuales, pero se encuentra presente en innumerables obras
de la historia: las pirámides de Egipto, el Panteón de Roma, el Pórtico de la Gloria de
Compostela o la catedral de Colonia, entre otros –detalla Sánchez-Montaña–. El
arqueómetro de D’Alveydre podría basarse en algunos postulados de la arquitectura
antigua. Trata de unificar de forma visual en un único instrumento distintas artes para
obtener resultados unitarios. Algunos aspectos verdaderamente antiguos, en los que parece
beber el arqueómetro, podrían ser los X libros de Arquitectura, escritos por Vitruvio en el
siglo I a.C.
En ellos se perfilan interesantes conceptos, como la gnomónica, ciencia antigua caldea
cuyo nombre proviene de gnomon, que en griego significa ‘saber’ y que trata sobre el
Universo, los planetas, las constelaciones y su interpretación por el hombre”. “Para
comprender la obra de Vitruvio y así quizás el arqueómetro –prosigue el arqui- tecto–,
debemos recobrar el oficio antiguo que el propio Vitruvio rescata cuando dice: 'Conviene
que sea instruido, hábil en el dibujo, competente en geometría, lector atento de los
filósofos, entendido en el arte de la música, documentado en medicina, ilustrado en
jurisprudencia, perito en astrología y en los movimientos del Cosmos'”. Estos
conocimientos parecen estar reunidos en el planisferio arqueómetrico.
Simbología numérica y musical
El concepto “aritmología” identifica el número como principal factor de medición. A cada
letra del alfabeto watan, que es el empleado en el arqueómetro le corresponde un valor.
La suma de todos ellos da como resultado 1.495, cuyas cifras suman 19 y, por reducción,
10. El 10 simboliza la totalidad. Es el tetraktys de los pitagóricos, el número más sagrado.
Representa la creación universal, la totalidad en movimiento. En el planisferio
arqueométrico aparecen representados, en un círculo concéntrico sobre los doce signos del
zodiaco, los doce semitonos contenidos en una octava. Todo el arqueómetro se construye a
partir de la nota Sol. Así aparece lo que los discípulos de D’Alveydre llaman “música
cosmológica de las formas”, íntimamente ligada a la arquitectura y todas las artes. Si se
ciñen a este patrón –argumentan– el artista y su obra pasan de un estado inconsciente al
“estado de la ciencia”.
La fonometría se adapta así a las leyes de la armonía, a las proporciones y las formas, y
estas leyes se fundamentan en los números. Además, la aritmología preside “los ciclos o
revoluciones armónicas de los astros”. Las premisas de D’Alveydre se plasmaron en
distintas partituras. El repertorio musical arqueométrico comenzó con la composición
titulada Salutación angélica. Para el músico Eduardo Laguillo, “desde el punto de vista
arquitectónico, la música requiere de unos elementos para su desarrollo y construcción. La
tonalidad –es decir, el sonido fundamental sobre el que se basa una composición, siempre
que sea un sistema modal o tonal– equivale a los cimientos y el material sonoro elegido y
el orden que se le da, a los muros de carga y los tabiques. Para que una composición
musical se sostenga en pie es necesario que tenga una base clara y una distribución de los
materiales en el espaciotiempo, así como que sus tensiones internas sean equilibradas”.
“En el arqueómetro el autor propone unos armónicos alejados del sonido fundamental, un
material distinto del utilizado en nuestro sistema tonal occidental”, añade el experto. Para
Miguel Gil, profesor del Conservatorio Superior de Música Eduardo Martínez Soler, de
Asturias, “hay contradicciones obvias entre el sistema de 22 alturas (probablemente el
mismo de 22 srutis que se usa en la India y que parte de la entonación justa) y el
arqueómetro con las tradicionales doce alturas correspondientes a la octava del sistema
temperado occidental instaurado en el siglo XVIII. Las doce notas resultantes de la
división de la octava en partes iguales son un artificio occidental que poco tiene que ver
con la Naturaleza o las constelaciones y mucho con la necesidad de controlar la disonancia
armónica por igual en todas las tonalidades, una necesidad de los compositores europeos
del XVIII en adelante, pero nada universal ni común a las distintas culturas”. Si, como
defendía Heráclito de Efeso (535- 484 a.C.), “la armonía oculta es superior a la
manifiesta”, el arqueómetro podría encerrar un secreto aún oculto que aclarase su
pretendida naturaleza de “instrumento de medida para todos los principios del Universo”.
Su complejidad nos introduce en un laberinto de cuya validez, por el momento, solo son
testigos los dioses.
Más datos en:
– Comentarios al arqueómetro. Letra y espíritu. Ed. Meru, 2007.
– www.arqweb.com/vitrum/gno1.asp
– www.eduardolaguillo.com
– www.lacabaladelaluz.com/quienessomos.htm
Watan: ¿Alfabeto atlante?
El alfabeto que aparece en el arquómetro de Joseph-Alexandre Saint Yves D’Alveydre se
denomina “watan” y, según el ocultista, es la lengua primitiva de los atlantes, una
traducción del alfabeto astral. Según la obra Comentarios al arqueómetro, impulsada por
René Guénon, el alfabeto watan fue aprendido por
Moisés en los templos de Egipto y fue modificándose hasta que se perdió por completo
durante el cautiverio de Babilonia (siglo IV a.C.). Se trata de un alfabeto solar de 22 letras.
Tres de ellas se relacionan con las tres personas de la Santísima Trinidad y con las tres
primeras letras del sistema sefirótico; siete están asociadas a los planetas y las doce
restantes, al zodiaco.
En el arqueómetro se establecen tablas de correspondencia entre el alfabeto watan, los
caracteres de la lengua hebrea, los planetas y los signos zodiacales, así como,
supuestamente, con los alfabetos asirio, samaritano y caldeo.
La importancia de la palabra en el arqueómetro es vital, de acuerdo con la reintegración de
la sabiduría perdida por Adán. Al parecer, las letras adámicas se fundamentan en el
conocimiento oculto de formas y sonidos que tenían poder. Con el arqueómetro
D’Alveydre pretende recuperar la palabra sagrada, el acto divino por el que se sometía
toda la Naturaleza a la inteligencia y a la ciencia humanas, tal como se recoge en el
capítulo I del Evangelio de san Juan: “En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba
ante Dios, y la Palabra era Dios”.
Supone el reencuentro con la palabra perdida, sagrada e impronunciable meta suprema de
todo recorrido iniciático. Su restitución es lo mismo que la vuelta al estado adámico o
primordial, eje esencial del Génesis hermético y la Cábala hebraica. Madirolas comenta al
respecto lo siguiente: “En el Sefer Yetsirá asistimos al despliegue del Pensamiento Divino
(la Sabiduría), primero en números y letras (arquetipos y modos de vibración), y luego en
combinaciones de letras, nombres y narrativa (empezando por el propio Nombre de Dios,
que es el arquetipo fundamental, la esencia del mundo superior divino), ya que las palabras
(los nombres expresados en lengua sagrada) son la esencia de las cosas y dan lugar a
ellas”.
Monte Meru, la morada de los dioses
El monte Meru es una montaña mítica que está considerada sagrada por diversas culturas.
Los hindúes creen que es el centro del Universo y que en ella viven 33 millones de dioses,
tal como se dice en el texto épico Mahabharata. Los tibetanos lo identifican con el monte
Kailash, situado en el Himalaya. Este lugar sagrado está custodiado por guardianes
situados en los puntos cardinales principales. En la provincia camboyana de Siem Riep se
ubica la Ciudad del Templo, Angkor Wat (MÁS ALLÁ, 160), cuya construcción coincidió
con el apogeo del imperio jemer y se inspiró en los patrones de la mitología hindú y el
simbolismo del monte Meru. La representación del monte Meru en el arqueómetro marca
el polo espiritual del Universo, la sede de los elegidos, que se relaciona con el Apocalipsis
respecto de la Jerusalén Celestial y con el número simbólico 144.000, tomado de las 12
tribus de Israel e identificado por la letra tau.
Ars Brevis: coincidencias
El planteamiento del Ars Brevis de Raimon Llull (siglo XIII) presenta semejanzas con el
del arqueómetro tanto en lo que respecta a su estructura como a algunos de los elementos
que incluye. Llull diseñó una técnica que podría ser aplicada por analogía a todas las artes
y que estaba basada en factores presentes en la Naturaleza, un compendio del saber
universal y verdadero representado por números y formas geométricas básicas en el que el
círculo representaba lo absoluto. Su valor simbólico es 10, que recoge todos los atributos
de Dios (bondad, eternidad, poder, voluntad, sabiduría, etc.), ya señalados por la tradición
neoplatónica y relacionados también con las sephiroths de la Cábala.
Llull identifica estos atributos con letras del alfabeto latino. Por otro lado, en su Ars Brevis
también incluye los símbolos de los doce signos del zodiaco y siete fuerzas planetarias.
Para Alberto Gallardo, editor de Letra y espíritu, “la estructura de esta obra recuerda
mucho a la del arqueómetro. Para Llull, constituye una herramienta de origen revelado (él
asegura que la recibió por inspiración divina) que permitía establecer equivalencias entre
las distintas artes liberales. En el caso del Ars Brevis, la particularidad reside en que su
aplicación se centra en el ámbito de la tradición cristiana, mientras que el arqueómetro
pretende ser algo de un alcance todavía mayor, pues remite a la Tradición Primordial,
origen y fuente del resto de las formas tradicionales”.