Antología

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Antología de la Unidad 1 Literatura Asesora Adriana Colón Actividad Narrativa página 2/2 “Un viaje de novios” de Anton Chejov Sale el tren de la estación de Balagore, del ferrocarril Nicolás. En un vagón de segunda clase, de los destinados a fumadores, dormitan cinco pasajeros. Habían comido en la fonda de la estación, y ahora, recostados en los cojines de su departamento, procuran conciliar el sueño. La calma es absoluta. Se abre la portezuela y penetra un individuo alto, derecho como un palo, con sombrero color marrón y abrigo de última moda. Su aspecto recuerda el de ese corresponsal de periódico que suele figurar en las novelas de Julio Verne o en las operetas. El individuo se detiene en la mitad del coche, respira fuertemente, se fija en los pasajeros y murmura: «No, no es aquí... ¡El demonio que lo entienda! Me parece incomprensible...; no, no es éste el coche». Uno de los viajeros le observa con atención y exclama alegremente: -¡Iván Alexievitch! ¿Es usted? ¿Qué milagro le trae por acá? Iván Alexievitch se estremece, mira con estupor al

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Antologa de la Unidad 1LiteraturaAsesora Adriana Coln

Actividad Narrativapgina 2/2

Un viaje de noviosde Anton Chejov

Sale el tren de la estacin de Balagore, del ferrocarril Nicols. En un vagn de segunda clase, de los destinados a fumadores, dormitan cinco pasajeros. Haban comido en la fonda de la estacin, y ahora, recostados en los cojines de su departamento, procuran conciliar el sueo. La calma es absoluta. Se abre la portezuela y penetra un individuo alto, derecho como un palo, con sombrero color marrn y abrigo de ltima moda. Su aspecto recuerda el de ese corresponsal de peridico que suele figurar en las novelas de Julio Verne o en las operetas. El individuo se detiene en la mitad del coche, respira fuertemente, se fija en los pasajeros y murmura: No, no es aqu... El demonio que lo entienda! Me parece incomprensible...; no, no es ste el coche.Uno de los viajeros le observa con atencin y exclama alegremente:-Ivn Alexievitch! Es usted? Qu milagro le trae por ac?Ivn Alexievitch se estremece, mira con estupor al viajero y alza los brazos al aire.-Petro Petrovitch! T por ac? Cunto tiempo que no nos hemos visto! Cmo iba yo a imaginar que viajaba usted en este mismo tren!-Y cmo va su salud?-No va mal. Pero he perdido mi coche y no s dar con l. Soy un idiota. Merezco que me den de palos.Ivn Alexievitch no est muy seguro sobre sus pies, y re constantemente. Luego aade:-La vida es fecunda en sorpresas. Sal al andn con objeto de beber una copita de coac; la beb, y me acord de que la estacin siguiente est lejos, por lo cual era oportuno beberme otra copita. Mientras la apuraba son el tercer toque. Me puse a correr como un desesperado y salt al primer coche que encontr delante de m. Verdad que soy imbcil?-Noto que est usted un poco alegre -dice Petro Petrovitch-. Qudese usted con nosotros; aqu tiene un sitio.-No, no; voy en busca de mi coche. Adis!-No sea usted tonto, no vaya a caerse al pasar de un vagn a otro; sintese, y al llegar a la estacin prxima buscar usted su coche.Ivn Alexievitch permanece indeciso; al fin suspira y toma asiento enfrente de Petro Petrovitch. Se halla agitado y se encuentra como sobre alfileres.-Adnde va usted, Ivn Alexievitch?-Yo, al fin del mundo... Mi cabeza es una olla de grillos. Yo mismo ignoro adnde voy. El Destino me sonre, y viajo... Querido amigo, ha visto usted jams algn idiota que sea feliz? Pues aqu, delante de usted, se halla el ms feliz de estos mortales. Nota usted algo extraordinario en mi cara?-Noto solamente que est un poquito...-Seguramente, la expresin de mi cara no vale nada en este momento. Lstima que no haya por ah un espejo. Quisiera contemplarme. Palabra de honor, me convierto en un idiota. Ja!, ja!, ja!, ja! Figrese usted que en este momento hago mi viaje de boda. Qu le parece?-Cmo? Usted se ha casado?-Hoy mismo he contrado matrimonio. Terminada la ceremonia nupcial, me fui derecho al tren.Todos los viajeros lo felicitan y le dirigen mil preguntas.-Enhorabuena! -aade Petro Petrovitch-. Por eso est usted tan elegante.-Naturalmente. Para que la ilusin fuese completa, hasta me perfum. Me he dejado arrastrar. No tengo ideas ni preocupaciones. Slo me domina un sentimiento de beatitud. Desde que vine al mundo, nunca me sent feliz.Ivn Alexievitch cierra los ojos y mueve la cabeza. Luego prorrumpe:-Soy feliz hasta lo absurdo. Ahora mismo entrar en mi coche. En un rincn del mismo est sentado un ser humano que se consagra a m con toda su alma. Querida ma! ngel mo! Capullito mo! Filoxera de mi alma! Qu piececitos los suyos! Son tan menudos, tan diminutos, que resultan como alegricos. Quisiera comrmelos. Usted no comprende estas cosas; usted es un materialista que lo analiza todo; son ustedes unos solterones a secas; al casarse, ya se acordarn de m. Entonces se preguntarn: Dnde est aquel Ivn Alexievitch? Dentro de pocos minutos entrar en mi coche. S que ella me espera impaciente y que me acoger con fruicin, con una sonrisa encantadora. Me sentar al lado suyo y le acariciar el rostro...Ivn Alexievitch menea la cabeza y se re a carcajadas.-Pondr mi frente en su hombro y pasar mis brazos en torno de su talle. Todo estar tranquilo. Una luz potica nos alumbrar. En momentos semejantes habra que abrazar al universo entero. Petro Petrovitch, permtame que lo abrace.-Como usted guste.Los dos amigos se abrazan, en medio del regocijo de los presentes. El feliz recin casado prosigue:-Y para mayor ilusin beber un par de copitas ms. Lo que ocurrir entonces en mi cabeza y en mi pecho es imposible de explicar. Yo, que soy una persona dbil e insignificante, en ocasiones tales me convierto en un ser sin lmites; abarco el universo entero.Los viajeros, al or la charla del recin casado, cesan de dormitar. Ivn Alexievitch se vuelve de un lado para otro, gesticula, re a carcajadas, y todos ren con l. Su alegra es francamente comunicativa.-Sobre todo, seor, no hay que analizar tanto. Quieres beber? Bebe! Intil filosofar sobre si esto es sano o malsano. Al diablo con las psicologas!En esto, el conductor pasa.-Amigo mo -le dice el recin casado-, cuando atraviese usted por el coche doscientos nueve ver una seora con sombrero gris, sobre el cual campea un pjaro blanco. Dgale que estoy aqu sin novedad.-Perfectamente -contesta el conductor-. Lo que hay es que en este tren no se encuentra un vagn doscientos nueve, sino uno que lleva el nmero doscientos diecinueve.-Lo mismo da que sea el doscientos nueve que el doscientos diecinueve. Anuncie usted a esa dama que su marido est sano y salvo.Ivn Alexievitch se coge la cabeza entre las manos y dice:-Marido..., seora. Desde cundo?... Marido, ja!, ja!, ja! Mereces azotes... Qu idiota!... Ella, ayer, todava era una nia...-En nuestro tiempo es extraordinario ver a un hombre feliz; ms fcil parece ver a un elefante blanco.-Pero quin tiene la culpa de eso? -replica Ivn Alexievitch, extendiendo sus largos pies, calzados con botines puntiagudos-. Si alguien no es feliz, suya es la culpa. No lo cree usted? El hombre es el creador de su propia felicidad. De nosotros depende el ser felices; mas no quieren serlo; ello est en sus manos, sin embargo. Testarudamente huyen de su felicidad.-Y de qu manera? -exclaman en coro los dems.-Muy sencillamente. La Naturaleza ha establecido que el hombre, en cierto perodo de su vida, ha de amar. Llegado este instante, debe amar con todas sus fuerzas. Pero ustedes no quieren obedecer a la ley de la Naturaleza. Siempre esperan alguna otra cosa. La ley afirma que todo ser normal ha de casarse. No hay felicidad sin casamiento. Una vez que la oportunidad sobreviene, a casarse! A qu vacilar? Ustedes, empero, no se casan. Siempre andan por caminos extraviados. Dir ms todava: la Sagrada Escritura dice que el vino alegra el corazn humano. Quieres beber ms? Con ir al buffet, el problema est resuelto. Y nada de filosofa. La sencillez es una gran virtud.-Usted asegura que el hombre es el creador de su propia felicidad. Qu diablos de creador es se, si basta un dolor de muelas o una suegra mala para que toda su felicidad se precipite en el abismo? Todo es cuestin de azar. Si ahora nos ocurriera una catstrofe, ya hablara usted de otro modo.-Tonteras! Las catstrofes ocurren una vez al ao. Yo no temo al azar. No vale la pena hablar de ello. Me parece que nos aproximamos a la estacin...-Adnde va usted? -interroga Petro Petrovitch-. A Mosc, o ms al Sur?-Cmo, yendo hacia el Norte, podr dirigirme a Mosc, o ms al Sur?-El caso es que Mosc no se halla en el Norte.-Ya lo s. Pero ahora vamos a Petersburgo -dice Ivn Alexievitch.-No sea usted majadero. Adonde vamos es a Mosc.-Cmo? A Mosc? Es extraordinario!-Para dnde tom usted el billete?-Para Petersburgo.-En tal caso lo felicito. Usted se equivoc de tren.Transcurre medio minuto en silencio. El recin casado se levanta y mira a todos con ojos azorados.-S, s -explica Petro Petrovitch-. En Balagore usted cambi de tren. Despus del coac, usted cometi la ligereza de subir al tren que cruzaba con el suyo.Ivn Alexievitch se pone lvido y da muestras de gran agitacin.-Qu imbcil soy! Qu indigno! Que los demonios me lleven! Qu he de hacer? En aquel tren est mi mujer, sola, mi pobre mujer, que me espera. Qu animal soy!El recin casado, que se haba puesto en pie, se desploma sobre el asiento y se revuelve cual si le hubieran pisado un callo.-Qu desgraciado soy! Qu voy a hacer ahora!...-Nada -dicen los pasajeros para tranquilizarlo-. Procure usted telegrafiar a su mujer en alguna estacin, y de este modo la alcanzar usted.-El tren rpido -dice el recin casado-. Pero dnde tomar el dinero, toda vez que es mi mujer quien lo lleva consigo?Los pasajeros, riendo, hacen una colecta, y facilitan al hombre feliz los medios de continuar el viaje.FIN

Actividad 1: Narracin, mundo alternativo e intencin estticapgina 3/5

De cmo Ergio, el autoinductivo, mat a un caraplidade Stanislaw Lem

El poderoso rey Boludar era amante de las curiosidades, y se dedicaba por completo a coleccionarlas, por lo que con frecuencia olvidaba importantes asuntos de Estado. Tena una coleccin de relojes bailarines, relojes de amanecer y relojes nube. Posea monstruos disecados provenientes de cada rincn del universo, y, en un cuarto especial, bajo una campana de cristal, guardaba la ms rara de las criaturas: el homos antropos, increblemente plido, bpedo, que incluso tena ojos, aunque vacos. El rey orden que se incrustaran dos hermosos rubes en ellos, dndole al homos una mirada roja. Siempre que Boludar se pona un poco ebrio invitaba a sus comensales favoritos a esta habitacin y les enseaba el horrible cuerpo.Un da lleg a la corte del rey un electrosabio tan viejo que los cristales de su mente se haban desordenado un poco con la edad. Sin embargo, este electrosabio, llamado Halazon, posea la sabidura de toda una galaxia. Se deca que saba la forma de enristrar fotones, produciendo as collares de luz; e incluso saba cmo capturar un antropos vivo. Conociendo la debilidad del viejo. El rey orden que sus bodegas de vino fueran abiertas de inmediato; despus de tomar unos tragos de ms de la jarra de Leyden, y cuando los agradables flujos corran por sus extremidades, el electrosabio revel al rey un terrible secreto, y le prometi conseguirle un antropos, gobernante de cierta tribu interestelar. El precio que puso era alto -el peso del antropos en diamantes del tamao de un puo-, pero el rey ni siquiera parpade.Entonces Halazon parti a su viaje. Mientras tanto, el rey comenz a presumir al consejo real su esperada adquisicin, que de cualquier forma no poda esconder; para entonces ya haba ordenado la construccin de una jaula en el parque del castillo, donde crecan unos cristales magnficos ante una jaula de gruesos barrotes de hierro. La corte se hundi en una gran consternacin. Viendo que el rey no cedera, los consejeros mandaron llamar al castillo a dos eruditos homologistas, a quienes el rey recibi calurosamente, pues tena curiosidad de cunto podran decirle los sabios, Salamid y Thaladon, sobre el plido ser que an no conoca.-Es cierto- pregunt tan pronto ellos se hubieron levantado de rendirle homenaje -que el homos es ms suave que la cera?-Lo es, Su Luminiscencia -respondieron.-Y es tambin cierto que la abertura que tiene en la parte inferior de su cara puede producir un gran nmero de sonidos?-S, Su Real Alteza, y, adems en esta misma abertura el homos mete diversos objetos, despus mueve la porcin baja de la cabeza que est sujeta con unas bisagras a la parte superior-, con lo cual despedaza los objetos y los arrastra a su interior.-Peculiar costumbre, de la cual ya he escuchado antes -dijo el rey-. Pero, dganme, mis sabios, con qu propsito lo hace?-Existen cuatro teoras sobre ese tema en particular, Su Real Alteza -replicaron los homologistas-. La primera es que lo hace para librarse del exceso de veneno, pues es extremadamente ponzooso. La segunda es que realiza este acto con un afn de destruccin, al cual pone por encima de todos los dems placeres. La tercera, por codicia, pues consumira todo si pudiera, y la cuarta, por...-Bien, bien! -dijo el rey-. Es cierto que la cosa est hecha de agua, y sin embargo no es transparente, como mi ttere?-Tambin eso es cierto! Tiene dentro de s, Su Majestad, una gran cantidad de delgados tubos, por los cuales circula el agua; algunos son amarillos, otros son gris perla, pero la mayora son rojos... los rojos llevan un veneno espantoso, llamado flogisto u oxgeno, cuyo gas convierte todo lo que toca en xido o en fuego. As, el homos mismo cambia de color: perlado, amarillo y rosa.No obstante, Su Alteza Real, le rogamos humildemente que abandone su idea de traer aqu a un homos vivo, pues es una criatura poderosa y malvola como no hay otra...-Deben explicarme esto ms ampliamente -dijo el rey- como si estuviera a punto de acceder a los deseos de los sabios. Sin embargo, en realidad slo deseaba satisfacer su enorme curiosidad.-Los seres a los que pertenece el homos se llaman miasmticos, Majestad. A stos pertenecen los silceos y los proteidos; los primeros son de consistencia ms espesa, por lo que podemos llamarlos gelatinoides o jaleidos. Los otros, que son ms raros, tienen distintos nombres segn diferentes autores; por ejemplo: gomferos o mucilaginosos, segn Pollomender; pastas de lomo pantanoso, o cabezas de cinega, segn Tricfalos de Arboran; y, finalmente, Analcymander el Broncneo los bautiz como mechones de ojos cenagosos...-Es cierto, Alteza. Estas criaturas, en apariencias tan dbiles y frgiles que slo se necesita una cada de veinte metros para convertirlos en un lquido rojo, por su astucia natural representan un peligro mayor que todos los torbellinos y arrecifes del Gran Asteroide del Dogal juntos. As que le rogamos, Majestad, por el bien del reino...-S, s, est bien -interrumpi el rey-o Ya se pueden ir, estimados amigos; nosotros tomaremos la decisin con la adecuada deliberacin.Los sabios homologistas hicieron una profunda reverencia y partieron con la mente intranquila, temiendo que el rey Boludar no hubiese abandonado su peligroso plan.Con el tiempo, un buque estelar lleg en la noche y trajo enormes embalajes, que fueron de inmediato conducidos al jardn real. Poco despus, las puertas de oro fueron abiertas a todos los sbditos reales; all, entre las arboledas de diamantes, los balcones de jaspe tallado y los prodigios de mrmol, vieron una jaula de hierro, y en ella una cosa plida y flccida, sentada sobre un barrilito ante un plato lleno de una sustancia extraa. Es cierto que la sustancia ola a aceite, pero a aceite quemado sobre una llama y por lo tanto arruinado y totalmente inservible. No obstante, la criatura hunda calmosamente una especie de pala en el plato y, levantando la aceitosa materia, la depositaba en su abertura facial.Los espectadores se quedaron sin habla por el horror cuando leyeron el letrero de la jaula, el cual deca que tenan ante ellos a un hornos antropos, un cara plida vivo. La plebe comenz a provocarlo, pero entonces el homos se levant, recogi algo del barril en el que estaba sentado, y roci a la boquiabierta multitud con un agua letal. Algunos huyeron y otros cogieron piedras para golpear a la abominacin, pero los guardias los dispersaron de inmediato.Los eventos llegaron a odos de la hija del rey, Electrina. Parecera que haba heredado la curiosidad de su padre, pues no le dio miedo acercarse a la jaula en la que el monstruo pasaba su tiempo rascndose o absorbiendo agua con aceite rancio suficiente para matar a cien sbditos reales en el acto.El homos rpidamente aprendi el lenguaje inteligente, y era lo bastante intrpido como para trabar conversacin con Electrina.Una vez, la princesa le pregunt qu era esa sustancia blanca que brillaba en sus fauces. -A stos les llamo dientes -dijo. Ay! Reglame uno! -pidi la princesa. Y qu me dars t a cambio? -pregunt l. Te dar mi llavecita de oro, pero slo por un momento. Y qu tipo de llave es sa? Es mi llave personal; la uso. Cada noche para dar cuerda a mi mente. Seguramente t tambin tienes una.Mi llave es diferente a la tuya -respondi evasivamente-. Y dnde la guardas?Aqu, en el pecho, debajo de esta tapa dorada.Dmela...Y t me dars un diente? -Claro...La princesa gir un tornillito dorado, abri la tapa, sac una pequea llave de oro y la pas por entre los barrotes. El caraplida la tom vidamente, cloqueando de jbilo, y se apart al centro de la jaula. La princesita le implor y rog que le devolviera la llave, pero fue intil. Asustada de que alguien se diera cuenta de lo que haba hecho, Electrina regres a sus habitaciones de palacio con el corazn oprimido. Quizs actu tontamente, pero slo era una nia. Al da siguiente sus sirvientes la encontraron sin sentido en su cama de cristal. El rey y la reina llegaron corriendo, con toda la corte detrs de ellos. Yaca como dormida, pero era imposible despertarla. El rey hizo traer a los mdicos electricistas de la corte, sus doctores, tcnicos y mecanicistas, y stos, al examinar a la princesa, descubrieron que su tapa estaba abierta. No haba tornillito ni llavecita! Se dio la alarma en palacio, rein el pandemonium, todos corran de aqu para all buscando la llavecita, pero sin resultado. A la maana siguiente, el rey, sumido en la desesperacin, fue informado de que su caraplida deseaba hablar con l sobre el asunto de la llave extraviada. El rey mismo fue al parque sin demora, y el monstruo le dijo que l saba dnde haba perdido su llave la princesa, pero que slo se lo revelara cuando el rey le hubiera dado su palabra de que le devolvera su libertad, y, ms an, que le proporcionara un bajel espacial para que pudiera volver con los de su especie. El rey se rehus obstinadamente; orden que buscaran en el parque de extremo a extremo, pero al final accedi a estos trminos. As, se alist una nave espacial y los guardias escoltaron a cara plida desde su jaula. El rey esperaba a un lado de la nave. No obstante, el antropos prometi decirle dnde estaba la llave tan pronto estuviera a bordo de la nave, y no antes.Pero una vez a bordo, sac su cabeza por un respiradero. Y, enarbolando la brillante llave, grit: Aqu est tu llave! Me la llevo conmigo, rey, para que tu hija nunca se despierte, porque tengo sed de venganza, pues t me humillaste al tenerme en una jaula de hierro para que fuera el hazmerrer de todos!El fuego sali disparado de debajo de la popa de la nave espacial, y el bajel se elev hacia el cielo ante los enmudecidos espectadores. El rey envi a sus rasganubes y cohetes-huracn en su persecucin, pero todas sus tripulaciones volvieron con las manos vacas, pues el artero cara plida haba cubierto sus huellas y se les haba escurrido.El rey Boludar comprendi ahora cun equivocado estuvo al no hacer caso de los sabios homologistas, pero el dao ya estaba hecho. Los principales cerrajeros elctricos trabajaron para moldear un duplicado de la llave; el Gran Ensamblador del Trono, los artesanos reales, los armadores y los artefacttums, los ms altos artfices del acero y los maestros forjadores de oro, cibercondes y dinamargraves: todos vinieron a probar sus habilidades, pero en vano. El rey se dio cuenta que deba recuperar la llave robada por el caraplida; de otra manera, la oscuridad reinara para siempre en la razn y los sentidos de la princesa.El rey proclam entonces por todo el reino que esto y aquello y lo de ms all haba ocurrido, que el antrpico homos cara plida se haba fugado con la llave de oro, y que quienquiera que lo capturase, e incluso si slo devolva la joya dadora de vida y despertaba a la princesa, tendra su mano y ascendera al trono.De inmediato aparecieron por manadas aventureros de varios estilos y tallas. Entre stos haba electrocaballeros de gran renombre, charlatanes, estafadores, astroladrones y vagabundos estelares. Vino al castillo Demtrico Megawatt, el celebrado esgrimista-oscilador, quien posea tal retroalimentacin y retrovelocidad que nadie poda derrotado en el combate cuerpo a cuerpo. De tierras distantes llegaron autopartculas, como los dos autmatas, victoriosos vectores de mil batallas; o como Prosteseo, construccionista par excellence, quien nunca iba a ningn lado sin dos aspiradores de chispas, uno negro y el otro plateado. Y estaba tambin Arbitrn Cosmoski, totalmente construido de protocristales y esbelto como una espiral, y Cyfer de Agrym, el intelectricista, quien en cuarenta andromedarios en ochenta cajas trajo con l una vieja computadora digital, oxidada de tanto pensar pero an poderosa de mente. Llegaron tres campeones de la raza de los Selectivitas: Diodio, Triodio y Heptodio, quienes tenan un vaco perfecto en sus cabezas; sus negros pensamientos eran como la noche sin estrellas. Vino tambin Perpetuan, todo en armadura de Leyden, con su conmutador cubierto de moho de trescientos encuentros, y Matrix Perforatem, que nunca dejaba pasar un da sin integrar a alguien. ste trajo a palacio su cibercorcel invisible, un supercaballo de batalla al cual llamaba Megaso. Se congregaron todos, y cuando la corte estaba en pleno, rod un barril hasta el umbral, y de l se derram, en forma de mercurio, Ergio el autoinductivo, quien poda asumir el aspecto que deseara.Los hroes fueron invitados a un banquete; se iluminaron los salones del castillo, y el mrmol de los techos tom un brillo rosado como una nube al atardecer. Luego partieron, cada uno por su lado, para buscar al caraplida, retarlo a un combate mortal, recuperar la llave, y as ganar a la princesa y el trono de Boludar. El primero, Demtrico Megawatt, vol a Koldlea, donde viven los gelacuajos, pues pensaba que encontrara algo all. As, se sumergi en su pantano, aduendose del camino con golpes de su sable a control remoto, pero no logr nada, pues cuando se calent demasiado su sistema de enfriamiento se apag y el incomparable guerrero encontr la muerte en tierra extranjera, y la sucia cinega y los gelacuajos cubrieron sus audaces ctodos para siempre.Los dos autmatas vectorianos tocaron la tierra de los radomantes, quienes erigen edificios de gas luminiscente que rezuman radioactividad, y son tan tacaos que cada noche cuentan los tomos de su planeta. Funesta fue la recepcin que los mezquinos radomantes dieron a los autmatas, pues les mostraron un abismo lleno de piedras de nix, crisolitas, caIcedoriias y espinelas, y cuando los electrocaballeros sucumbieron a la tentacin de las joyas, los radomantes los lapidaron hasta matarlos, lanzando desde las alturas una avalancha de piedras preciosas, que al moverse centelleaba como un cometa de mil colores. Y es que los radomantes eran aliados de los caraplidas, por un pacto secreto del cual nadie saba.El tercero, Prosteseo el construccionista, lleg a la tierra de los alganceos despus de un largo viaje por la oscuridad interestelar. La goleta de Prosteseo se estrell contra su inexorable pared y, con un timn roto, fue a la deriva por el pilago, y cuando finalmente se acerc a algunos distantes soles, su luz atraves los ojos ciegos del pobre aventurero. El cuarto, Arbitrn Cosmoski, tuvo mejor suerte al principio. Logr cruzar los Estrechos de Andrmeda, surcar los cuatro remolinos espirales de los Perros Cazadores, y, como un gil rayo, tom el casco y, dejando una estela de fuego arrollador, lleg a las orillas del planeta Maestricia, donde entre trozos de meteoritos, espi los destrozados restos de la goleta en que se haba embarcado Prosteseo. Enterr el cuerpo del construccionista, poderoso, brillante y fro como en vida, detrs de una pila de basalto, pero tom sus dos aspiradores de chispas, el plateado y el negro, para que le sirvieran de escudos, y prosigui su camino. Maestricia era salvaje y escabroso: rugan por l avalanchas de rocas sobre los precipicios, en una maraa de relmpagos plateados en las nubes. El caballero lleg a una regin de caadas, y all los palindromidas cayeron sobre l en un can de malaquita, todo verde. Le arrojaron rayos desde arriba, pero pudo defenderse de ellos con su escudo aspirador de chispas, hasta que movieron un volcn, ladearon el crter, apuntaron y vomitaron fuego sobre l. El caballero cay y la burbujeante lava entr en su crneo, del cual escap toda la plata. El quinto, Cyfer de Agrym, el intelectricista, no fue a ningn lado. En cambio, detenindose justo en el lmite de las fronteras del reino de Boludar, liber a sus andromedarios para que pacieran en las pasturas estelares. Y conect la mquina, la ajust, program, trabaj con esfuerzo en sus ochenta cajas, y cuando todas rebosaban corriente y la mquina estaba hinchada de inteligencia, comenz a formularle preguntas muy precisas: dnde vive el caraplida?, cmo se puede encontrar el camino? Cmo se le puede engaar?, y atrapar?, cmo se le puede forzar a entregar la llave? Las respuestas, cuando al fin llegaron, eran vagas y evasivas.Enfurecido golpe la mquina hasta que sta comenz a oler a cobre caliente, y continu gritando:-Quiero la verdad ahora, dmela, maldita computadora digital caduca!-, hasta que finalmente todas sus junturas se fundieron, el estao se escurri de ellas en plateadas lgrimas, los tubos sobrecalentados se resquebrajaron con una detonacin, y l qued sobre una pila de chatarra derretida, encolerizado y con un garrote en la mano.Avergonzado, tuvo que regresar a casa. Orden una mquina nueva, pero no la vio sino hasta cuatrocientos aos despus.En sexto lugar fue la salida de los selectivitas. Diodio, Triodio y Heptodio se enfrentaron de forma distinta al asunto. Tenan una reserva inagotable de tritio, litio y deuterio, y decidieron que abriran a la fuerza, con explosiones de hidrgeno pesado, todos los caminos que condujeran a la tierra de los caraplidas. Sin embargo, no se saba dnde comenzaban esos caminos. Quisieron preguntar a los pirpodos, pero stos se encerraron detrs de las murallas de oro de su capital y arrojaron llamas; los valientes-valentes selectivitas tomaron por asalto el bastin, usando deuterio y tritio sin lmite, hasta que un infierno de tomos desnudos ret descaradamente al estrellado cielo. Las paredes de la ciudadela brillaban doradas, pero en el fuego se revelaba su verdadera naturaleza, pues se convertan en amarillas nubes de humo sulfrico, ya que haban sido construidas de piritamarcasita. All cay Diodio, pisoteado por los pirpodos, y su mente explot como un ramillete de cristales de colores, rociando su armadura. Lo enterraron en una tumba de olivino negro, y luego se enfilaron hacia las fronteras del reino de Char, donde gobernaba el rey Astrocida, asesino de estrellas. El rey tena una casa del tesoro repleta de ncleos ardientes arrancados de enanas blancas, y que eran tan pesados que slo la terrible fuerza de los magnetos del palacio les impeda incrustarse en el centro del planeta. Quien se parara sobre su tierra no poda mover brazos ni piernas, pues la prodigiosa gravitacin sujetaba ms fuertemente que cerrojos o cadenas. Triodio y Heptodio estuvieron muy apurados aqu, pues Astrocida, al descubrirlos detrs de las murallas del castillo, desliz hacia afuera a una enana blanca tras otra y les arroj bolas de fuego a la cara. Sin embargo lo derrotaron, y l les revel el camino que llevaba a los caraplidas; pero los enga, pues no conoca el camino y solamente deseaba librarse de los temibles guerreros. As, se sumergieron en el oscuro corazn del vaco, donde alguien con un beso errante antimateria le dio un tiro a Triodio; pudo haber sido uno de los cazadores cibernianos, o posiblemente una mina colocada para un cometa. De cualquier modo, Triodio desapareci, casi sin tener tiempo para gritar tumba!, su palabra favorita y el grito de batalla de su raza. Heptodio avanz obstinadamente, pero tambin haba en reserva un amargo fin para l. Su bajel se encontr entre dos vrtices de gravitacin llamados Bakhrida y Scintilla. Bakhrida acelera el tiempo, y Scintilla, por otro lado, lo frena, y entre ellos hay una zona de paralizacin, donde el presente, inmvil, no fluye hacia adelante ni hacia atrs. All Heptodio se congel vivo, y all permanece hasta este da, junto con las incontables fragatas y galeones de otros astromarinos, piratas y otros artefactos espaciales, sin envejecer en lo ms mnimo, suspendidos en el silencio y el dolorossimo aburrimiento que es la Eternidad.Cuando as concluy la campaa de los tres selectivitas, Perpetuan, ciberconde de Fud, quien era el sptimo y siguiente en partir, no ech a andar por mucho tiempo. En cambio, el electrocaballero hizo prolongados preparativos para la guerra, equipndose con conductores cada vez ms agudos, con ms y ms proyectiles de chispas, morteros y tractores. Lleno de precaucin, decidi que ira a la cabeza de una leal comitiva. Bajo su estandarte se congregaron conquistadores y muchos rechazados, robots que, no teniendo nada ms que hacer, deseaban probar suerte en la soldadesca. Con ellos Perpetun form una pesada caballera y una infantera de luz galctica, con yelmos y blindajes, adems de varios batallones de polidragones y paladines. Sin embargo, al pensar que ahora deba partir y encontrar su destino en alguna tierra desconocida, y que en cualquier charco se poda oxidar completamente, las espinilleras de hierro se doblaron bajo l, lo embarg un terrible arrepentimiento, e inmediatamente se dirigi a casa, avergonzado y abatido, derramando lgrimas de topacio, pues era un poderoso seor, con un alma llena de joyas.El penltimo, Matrix Perforatem, abord el problema con mucha cabeza. Haba odo de la tierra de los pigmeliantes, gnomos robticos cuya raza se origin de sta, que el lpiz de su constructor se haba resbalado del restirador, y entonces salieron todos ellos, hasta el ltimo, del molde maestro, como deformidades jorobadas. La alteracin no result provechosa y as se quedaron. Estos enanos acumulan conocimiento como otros almacenan tesoros, y por esta razn se les llama Tesoreros de lo Absoluto.Su sabidura yace en el hecho de que coleccionan conocimiento pero nunca lo usan. A ellos fue Perforatem, pero no de forma militar. Sino en galeones cuyas cubiertas estaban repletas de magnficos regalos; quera ganarse a los pigmeliantes con trajes brillantes de positrones y cubiertos por una lluvia de neutrones; les trajo tomos de oro tan grandes como siete puos, y frascos turbulentos de las ms raras ionosferas. Pero los pigmeliantes desdearon incluso el noble vaco bordado con olas de exquisitos espectros astrales. En vano se enfureci y amenaz con lanzarles a su bufa dar electrocorcel Megaso. Finalmente le ofrecieron un gua, pero ste era un miriafalangiano de mil manos, y siempre apuntaba en todas las direcciones a la vez.Perforatem lo mand empacar y espole a Megaso para que siguiera el rastro de los caraplidas, pero el rastro result ser falso, pues un cometa de hidrxido de calcio iba a pasar por ese camino, y el tonto corcel lo confundi con fosfato de calcio, que es el ingrediente bsico del esqueleto de los caraplidas. Megaso tom limo por cal. Perforatem vag mucho tiempo entre soles cada vez ms macilentos, pues haba entrado en una seccin muy antigua del Cosmos.Viaj a travs de una fila de gigantes moradas, hasta que not que su barco y el silencioso desfile de estrellas se reflejaban en un espejo espiral, un especulo de plateada superficie; se llev una sorpresa y, por si acaso, desenvain su extinguidor supernova, que les haba comprado a los pigmeliantes para protegerse del calor excesivo de la Va Lctea. No saba qu era lo que estaba viendo; de hecho, era un nudo en el espacio, el ms prximo factorial del continuo, desconocido incluso para los monoasteristas de aquel lugar. Lo nico que dicen es que quien lo encuentra nunca retorna. Hasta este da, nadie sabe qu le ocurri a Matrix en ese molino estelar. Su fiel Megaso regres solo a casa, lloriqueando suavemente en el vaco, y sus ojos de zafiro eran albercas de tal horror, que nadie poda mirarlos sin sentir un escalofro. Y ningn bajel, ni los extinguidores, ni Matrix, fueron vistos de nuevo.Y as, el ltimo, Ergio el autoinductivo, parti solo. Estuvo lejos un ao y tres quincenas. Cuando volvi, cont de tierras desconocidas para rodos, como la de los perisconos, quienes construyen canales calientes de corrupcin; del planeta de los seres de ojos de epoxia, quienes se convirtieron frente a l en hileras de olas, pues eso hacen en tiempos de guerra, pero los parti en dos de un tajo. Descubri la piedra caliza que formaba. sus huesos, y cuando venci sus cascadas asesinas se encontr cara a cara con uno que ocupaba la mitad del cielo, y cay sobre l, para exigirle el camino, pero bajo el filo de su espada de fuego su piel se abri y expuso su blancura, retorciendo sus bosques de nervios. Y habl del transparente y helado planeta Aberrabia, que, como una lente de diamante, contiene la imagen del Universo entero dentro de l; all copi los caminos a la tierra de los caraplidas. Cont de una regin de silencio eterno, Alumnium Cryotrica, donde slo vio los reflejos de las estrellas en las superficies de los glaciares colgantes; y del reino de los marmoloides derretidos, quienes modelan chucheras hirvientes de lava, y de los electroneumticos, quienes en nubes de metano, ozono, cloro y el vapor de los volcanes, pueden encender la chispa de la inteligencia, y que continuamente luchan con el problema de cmo colocar en un gas la cualidad del genio. Les dijo que para llegar al reino de los caraplidas haba tenido que forzar la puerta de un sol llamado Caput Medusae; cmo despus de arrancar esta puerta de sus bisagras cromticas, por el interior de la estrella corri una larga sucesin de llamas moradas y azul claro, hasta que su armadura se encresp debido al calor. Cmo por treinta das intent adivinar la palabra que activara la compuerta de Astroporcyonum, pues slo a travs de ella se puede entrar al fro infierno de los seres miasmticos; cmo finalmente se encontr entre ellos, que trataron de acorralarlo en sus trampas pegajosas y lipdicas, de trastornarle el mercurio de la cabeza o cortocircuitarlo; cmo lo engaaron, sealndole estrellas desfiguradas, pero se era un cielo falso, pues haban escondido el verdadero en su furtivo camino; cmo con torturas quisieron arrancarle su algoritmo y entonces, cuando ya lo haba soportado todo, lo arrojaron a un pozo y tiraron una losa de magnetita sobre la abertura. Sin embargo, adentro, l inmediatamente se multiplic en cientos de miles de Ergios los autoinductivos, empuj la tapa de acero, emergi a la superficie y descarg su castigo sobre los caraplidas por un mes completo y cinco das. Cmo entonces los monstruos, en un ltimo intento, atacaron en rastreadores que ellos llaman tractores de orugas, pero eso no les sirvi de nada, pues sin cejar jams en su ardor por la batalla, sino mutilando, apualando y acuchillando, los llev a tal extremo que le arrojaron a los pies al miserable caraplida ladrn de llaves, despus de lo cual Ergio le cercen la odiosa cabeza. Destrip el cadver, y en l encontr una piedra, conocida como tricobezoar, y all en la piedra estaba grabada una inscripcin en la escrofulosa lengua caraplida, que revelaba dnde se encontraba la llave. El autoinductivo abri sesenta y siete soles -blanco, azul y rojo rub-antes de rasgar el correcto y encontrar la llave.No quiso ni pensar en las aventuras que encontr, las batallas que se vio forzado a librar en el camino de regreso -tan grande era ahora su anhelo por la princesa, y grande tambin su impaciencia por la boda y la coronacin-. Con regocijo, el rey y la reina lo llevaron a la cmara de su hija, quien estaba silenciosa como una tumba, sumida en el sueo. Ergio se inclin sobre ella, juguete un poco alrededor de la tapa, insert algo, gir, e instantneamente la princesa -para deleite de su madre y el rey y la corte entera- abri los ojos y le sonri a su salvador. Ergio cerr la tapita, la sell con un poco de yeso para mantenerla clausurada, y explic que tambin haba encontrado el tornillito, pero que se le haba cado durante una pelea con Poleander Partabon, emperador de todo Jatapurgovia. Pero nadie puso atencin a esto, y fue una pena, pues el rey y la reina se hubieran dado cuenta bien pronto que l jams parti en realidad. Pues ya desde nio Ergio el autoinductivo posea la habilidad de abrir cualquier cerradura y gracias a esto pudo aliviar a la princesa Electrina. Entonces, en verdad no se haba encontrado con ninguna de las aventuras que describi, sino que simplemente esper un ao y tres quincenas para que su pronto regreso con el objeto perdido no pareciera sospechoso, a la vez que se quera asegurar de que ninguno de sus rivales volvera. Slo entonces apareci en la corte del rey Boludar y devolvi a la vida a la princesa, y se cas con ella, y rein larga y felizmente en l, y su subterfugio nunca fue descubierto. De lo cual puede uno ver de inmediato que hemos dicho la verdad y no un cuento de hadas, pues en los cuentos de hadas siempre triunfa la virtud.

Lecturas para las actividades de la pgina 5/5 de Lo vamos a hacer juntos I, "Los hroes y sus habilidades":

- Actividades 2. Lectura y notas: *Trabajar con las dos lecturas y entregar dos bitcoras en un mismo archivo.Lectura 1: Una reputacinLectura 2: Fragmento del Quijote- Actividad 3: Comparacin de temas *Hay que trabajar con las mismas dos lecturas y partir del tema La cortesa como un valor para desarrollar el trabajo.

Una reputacinde Juan Jos Arreola

La cortesa no es mi fuerte. En los autobuses suelo disimular esta carencia con la lectura o el abatimiento. Pero hoy me levant de mi asiento automticamente, ante una mujer que estaba de pie, con un vago aspecto de ngel anunciador.La dama beneficiada por ese rasgo involuntario lo agradeci con palabras tan efusivas, que atrajeron la atencin de dos o tres pasajeros. Poco despus se desocup el asiento inmediato, y al ofrecrmelo con leve y significativo ademn, el ngel tuvo un hermoso gesto de alivio. Me sent all con la esperanza de que viajaramos sin desazn alguna.Pero ese da me estaba destinado, misteriosamente. Subi al autobs otra mujer, sin alas aparentes. Una buena ocasin se presentaba para poner las cosas en su sitio; pero no fue aprovechada por m. Naturalmente, yo poda permanecer sentado, destruyendo as el germen de una falsa reputacin. Sin embargo, dbil y sintindome ya comprometido con mi compaera, me apresur a levantarme, ofreciendo con reverencia el asiento a la recin llegada. Tal parece que nadie le haba hecho en toda su vida un homenaje parecido: llev las cosas al extremo con sus turbadas palabras de reconocimiento.Esta vez no fueron ya dos ni tres las personas que aprobaron sonrientes mi cortesa. Por lo menos la mitad del pasaje puso los ojos en m, como diciendo: "He aqu un caballero". Tuve la idea de abandonar el vehculo, pero la desech inmediatamente, sometindome con honradez a la situacin, alimentando la esperanza de que las cosas se detuvieran all.Dos calles adelante baj un pasajero. Desde el otro extremo del autobs, una seora me design para ocupar el asiento vaco. Lo hizo slo con una mirada, pero tan imperiosa, que detuvo el ademn de un individuo que se me adelantaba; y tan suave, que yo atraves el camino con paso vacilante para ocupar en aquel asiento un sitio de honor. Algunos viajeros masculinos que iban de pie sonrieron con desprecio. Yo adivin su envidia, sus celos, su resentimiento, y me sent un poco angustiado. Las seoras, en cambio, parecan protegerme con su efusiva aprobacin silenciosa.Una nueva prueba, mucho ms importante que las anteriores, me aguardaba en la esquina siguiente: subi al camin una seora con dos nios pequeos. Un angelito en brazos y otro que apenas caminaba. Obedeciendo la orden unnime, me levant inmediatamente y fui al encuentro de aquel grupo conmovedor. La seora vena complicada con dos o tres paquetes; tuvo que correr media cuadra por lo menos, y no lograba abrir su gran bolso de mano. La ayud eficazmente en todo lo posible; la desembarac de nenes y envoltorios, gestion con el chofer la exencin de pago para los nios, y la seora qued instalada finalmente en mi asiento, que la custodia femenina haba conservado libre de intrusos. Guard la manita del nio mayor entre las mas.Mis compromisos para con el pasaje haban aumentado de manera decisiva. Todos esperaban de m cualquier cosa. Yo personificaba en aquellos momentos los ideales femeninos de caballerosidad y de proteccin a los dbiles. La responsabilidad oprima mi cuerpo como una coraza agobiante, y yo echaba de menos una buena tizona en el costado. Porque no dejaban de ocurrrseme cosas graves. Por ejemplo, si un pasajero se propasaba con alguna dama, cosa nada rara en los autobuses, yo deba amonestar al agresor y aun entrar en combate con l. En todo caso, las seoras parecan completamente seguras de mis reacciones de Bayardo. Me sent al borde del drama.En esto llegamos a la esquina en que deba bajarme. Divis mi casa como una tierra prometida. Pero no descend incapaz de moverme, la arrancada del autobs me dio una idea de lo que debe ser una aventura trasatlntica. Pude recobrarme rpidamente; yo no poda desertar as como as, defraudando a las que en m haban depositado su seguridad, confindome un puesto de mando. Adems, debo confesar que me sent cohibido ante la idea de que mi descenso pusiera en libertad impulsos hasta entonces contenidos. Si por un lado yo tena asegurada la mayora femenina, no estaba muy tranquilo acerca de mi reputacin entre los hombres. Al bajarme, bien podra estallar a mis espaldas la ovacin o la rechifla. Y no quise correr tal riesgo. Y si aprovechando mi ausencia un resentido daba rienda suelta a su bajeza? Decid quedarme y bajar el ltimo, en la terminal, hasta que todos estuvieran a salvo.Las seoras fueron bajando una a una en sus esquinas respectivas, con toda felicidad. El chofer santo Dios! acercaba el vehculo junto a la acera, lo detena completamente y esperaba a que las damas pusieran sus dos pies en tierra firme. En el ltimo momento, vi en cada rostro un gesto de simpata, algo as como el esbozo de una despedida cariosa. La seora de los nios baj finalmente, auxiliada por m, no sin regalarme un par de besos infantiles que todava gravitan en mi corazn, como un remordimiento.Descend en una esquina desolada, casi montaraz, sin pompa ni ceremonia. En mi espritu haba grandes reservas de herosmo sin empleo, mientras el autobs se alejaba vaco de aquella asamblea dispersa y fortuita que consagr mi reputacin de caballero.FIN

El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha [fragmento]de Miguel de Cervantes

Captulo VIIIDel buen suceso que el valeroso don Quijote tuvo en la espantable y jams imaginada aventura de los molinos de viento,2 con otros sucesos dignos de felice recordacinEn esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y as como don Quijote los vio, dijo a su escudero:La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertramos a desear; porque ves all, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o pocos ms desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer, que esta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.Qu gigantes? dijo Sancho Panza.Aquellos que all ves respondi su amo, de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas.Mire vuestra merced respondi Sancho que aquellos que all se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino.Bien parece respondi don Quijote que no ests cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo qutate de ah, y ponte en oracin en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla.Y, diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtindole que sin duda alguna eran molinos de viento, y no gigantes, aquellos que iba a acometer. Pero l iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oa las voces de su escudero Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran, antes iba diciendo en voces altas:Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.Levantse en esto un poco de viento, y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por don Quijote, dijo:Pues aunque movis ms brazos que los del gigante Briareo, me lo habis de pagar.Y en diciendo esto, y encomendndose de todo corazn a su seora Dulcinea, pidindole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en el ristre, arremeti a todo el galope de Rocinante y embisti con el primero molino que estaba delante; y dndole una lanzada en el aspa, la volvi el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevndose tras s al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudi Sancho Panza a socorrerle, a todo el correr de su asno, y cuando lleg hall que no se poda menear: tal fue el golpe que dio con l Rocinante.Vlame Dios! dijo Sancho. No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que haca, que no eran sino molinos de viento, y no lo poda ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza?Calla, amigo Sancho respondi don Quijote, que las cosas de la guerra ms que otras estn sujetas a continua mudanza; cuanto ms, que yo pienso, y es as verdad, que aquel sabio Frestn que me rob el aposento y los libros ha vuelto estos gigantes en molinos, por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo al cabo han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada.Dios lo haga como puede respondi Sancho Panza.Y, ayudndole a levantar, torn a subir sobre Rocinante, que medio despaldado estaba. Y, hablando en la pasada aventura, siguieron el camino del Puerto Lpice, porque all deca don Quijote que no era posible dejar de hallarse muchas y diversas aventuras, por ser lugar muy pasajero; sino que iba muy pesaroso, por haberle faltado la lanza; y dicindoselo a su escudero, le dijo:Yo me acuerdo haber ledo que un caballero espaol llamado Diego Prez de Vargas, habindosele en una batalla roto la espada, desgaj de una encina un pesado ramo o tronco, y con l hizo tales cosas aquel da y machac tantos moros, que le qued por sobrenombre Machuca, y as l como sus decendientes se llamaron desde aquel da en adelante Vargas y Machuca. Hete dicho esto porque de la primera encina o roble que se me depare pienso desgajar otro tronco, tal y tan bueno como aquel que me imagino; y pienso hacer con l tales hazaas, que t te tengas por bien afortunado de haber merecido venir a vellas y a ser testigo de cosas que apenas podrn ser credas.A la mano de Dios dijo Sancho. Yo lo creo todo as como vuestra merced lo dice; pero endercese un poco, que parece que va de medio lado, y debe de ser del molimiento de la cada.As es la verdad respondi don Quijote, y si no me quejo del dolor, es porque no es dado a los caballeros andantes quejarse de herida alguna, aunque se le salgan las tripas por ella.Si eso es as, no tengo yo que replicar respondi Sancho; pero sabe Dios si yo me holgara que vuestra merced se quejara cuando alguna cosa le doliera. De m s decir que me he de quejar del ms pequeo dolor que tenga, si ya no se entiende tambin con los escuderos de los caballeros andantes eso del no quejarse.No se dej de rer don Quijote de la simplicidad de su escudero; y, as, le declar que poda muy bien quejarse como y cuando quisiese, sin gana o con ella, que hasta entonces no haba ledo cosa en contrario en la orden de caballera. Djole Sancho que mirase que era hora de comer. Respondile su amo que por entonces no le haca menester, que comiese l cuando se le antojase. Con esta licencia, se acomod Sancho lo mejor que pudo sobre su jumento, y, sacando de las alforjas lo que en ellas haba puesto, iba caminando y comiendo detrs de su amo muy de su espacio, y de cuando en cuando empinaba la bota, con tanto gusto, que le pudiera envidiar el ms regalado bodegonero de Mlaga. Y en tanto que l iba de aquella manera menudeando tragos, no se le acordaba de ninguna promesa que su amo le hubiese hecho, ni tena por ningn trabajo, sino por mucho descanso, andar buscando las aventuras, por peligrosas que fuesen.En resolucin, aquella noche la pasaron entre unos rboles, y del uno dellos desgaj don Quijote un ramo seco que casi le poda servir de lanza, y puso en l el hierro que quit de la que se le haba quebrado. Toda aquella noche no durmi don Quijote, pensando en su seora Dulcinea, por acomodarse a lo que haba ledo en sus libros, cuando los caballeros pasaban sin dormir muchas noches en las florestas y despoblados, entretenidos con las memorias de sus seoras. No la pas ans Sancho Panza, que, como tena el estmago lleno, y no de agua de chicoria, de un sueo se la llev toda, y no fueran parte para despertarle, si su amo no lo llamara, los rayos del sol, que le daban en el rostro, ni el canto de las aves, que muchas y muy regocijadamente la venida del nuevo da saludaban. Al levantarse, dio un tiento a la bota, y hallla algo ms flaca que la noche antes, y afligisele el corazn, por parecerle que no llevaban camino de remediar tan presto su falta. No quiso desayunarse don Quijote, porque, como est dicho, dio en sustentarse de sabrosas memorias. Tornaron a su comenzado camino del Puerto Lpice, y a obra de las tres del da le descubrieron.Aqu dijo en vindole don Quijote podemos, hermano Sancho Panza, meter las manos hasta los codos en esto que llaman aventuras. Mas advierte que, aunque me veas en los mayores peligros del mundo, no has de poner mano a tu espada para defenderme, si ya no vieres que los que me ofenden es canalla y gente baja, que en tal caso bien puedes ayudarme; pero, si fueren caballeros, en ninguna manera te es lcito ni concedido por las leyes de caballera que me ayudes, hasta que seas armado caballero.Por cierto, seor respondi Sancho, que vuestra merced ser muy bien obedecido en esto, y ms, que yo de mo me soy pacfico y enemigo de meterme en ruidos ni pendencias. Bien es verdad que en lo que tocare a defender mi persona no tendr mucha cuenta con esas leyes, pues las divinas y humanas permiten que cada uno se defienda de quien quisiere agraviarle.No digo yo menos respondi don Quijote, pero en esto de ayudarme contra caballeros has de tener a raya tus naturales mpetus.Digo que as lo har respondi Sancho y que guardar ese preceto tan bien como el da del domingo.Estando en estas razones, asomaron por el camino dos frailes de la orden de San Benito, caballeros sobre dos dromedarios, que no eran ms pequeas dos mulas en que venan. Traan sus antojos de camino y sus quitasoles. Detrs dellos vena un coche, con cuatro o cinco de a caballo que le acompaaban y dos mozos de mulas a pie. Vena en el coche, como despus se supo, una seora vizcana que iba a Sevilla, donde estaba su marido, que pasaba a las Indias con un muy honroso cargo. No venan los frailes con ella, aunque iban el mesmo camino; mas apenas los divis don Quijote, cuando dijo a su escudero:O yo me engao, o esta ha de ser la ms famosa aventura que se haya visto, porque aquellos bultos negros que all parecen deben de ser y son sin duda algunos encantadores que llevan hurtada alguna princesa en aquel coche, y es menester deshacer este tuerto a todo mi podero.Peor ser esto que los molinos de viento dijo Sancho. Mire, seor, que aquellos son frailes de San Benito, y el coche debe de ser de alguna gente pasajera. Mire que digo que mire bien lo que hace, no sea el diablo que le engae.Ya te he dicho, Sancho respondi don Quijote, que sabes poco de achaque de aventuras: lo que yo digo es verdad, y ahora lo vers.Y diciendo esto se adelant y se puso en la mitad del camino por donde los frailes venan, y, en llegando tan cerca que a l le pareci que le podran or lo que dijese, en alta voz dijo:Gente endiablada y descomunal, dejad luego al punto las altas princesas que en ese coche llevis forzadas; si no, aparejaos a recebir presta muerte, por justo castigo de vuestras malas obras.Detuvieron los frailes las riendas, y quedaron admirados as de la figura de don Quijote como de sus razones, a las cuales respondieron:Seor caballero, nosotros no somos endiablados ni descomunales, sino dos religiosos de San Benito que vamos nuestro camino, y no sabemos si en este coche vienen o no ningunas forzadas princesas.Para conmigo no hay palabras blandas, que ya yo os conozco, fementida canalla dijo don Quijote.Y sin esperar ms respuesta pic a Rocinante y, la lanza baja, arremeti contra el primero fraile, con tanta furia y denuedo, que si el fraile no se dejara caer de la mula l le hiciera venir al suelo mal de su grado, y aun malferido, si no cayera muerto. El segundo religioso, que vio del modo que trataban a su compaero, puso piernas al castillo de su buena mula, y comenz a correr por aquella campaa, ms ligero que el mesmo viento.Sancho Panza, que vio en el suelo al fraile, apendose ligeramente de su asno arremeti a l y le comenz a quitar los hbitos. Llegaron en esto dos mozos de los frailes y preguntronle que por qu le desnudaba. Respondiles Sancho que aquello le tocaba a l ligtimamente como despojos de la batalla que su seor don Quijote haba ganado. Los mozos, que no saban de burlas, ni entendan aquello de despojos ni batallas, viendo que ya don Quijote estaba desviado de all hablando con las que en el coche venan, arremetieron con Sancho y dieron con l en el suelo, y, sin dejarle pelo en las barbas, le molieron a coces y le dejaron tendido en el suelo, sin aliento ni sentido. Y, sin detenerse un punto, torn a subir el fraile, todo temeroso y acobardado y sin color en el rostro; y cuando se vio a caballo, pic tras su compaero, que un buen espacio de all le estaba aguardando, y esperando en qu paraba aquel sobresalto, y, sin querer aguardar el fin de todo aquel comenzado suceso, siguieron su camino, hacindose ms cruces que si llevaran al diablo a las espaldas.Don Quijote estaba, como se ha dicho, hablando con la seora del coche, dicindole:La vuestra fermosura, seora ma, puede facer de su persona lo que ms le viniere en talante, porque ya la soberbia de vuestros robadores yace por el suelo, derribada por este mi fuerte brazo; y por que no penis por saber el nombre de vuestro libertador, sabed que yo me llamo don Quijote de la Mancha, caballero andante y aventurero, y cautivo de la sin par y hermosa doa Dulcinea del Toboso; y, en pago del beneficio que de m habis recebido, no quiero otra cosa sino que volvis al Tobosoy que de mi parte os presentis ante esta seora y le digis lo que por vuestra libertad he fecho.Todo esto que don Quijote deca escuchaba un escudero de los que el coche acompaaban, que era vizcano, el cual, viendo que no quera dejar pasar el coche adelante, sino que deca que luego haba de dar la vuelta al Toboso, se fue para don Quijote y, asindole de la lanza, le dijo, en mala lengua castellana y peor vizcana, desta manera:Anda, caballero que mal andes; por el Dios que crime, que, si no dejas coche, as te matas como ests ah vizcano.Entendile muy bien don Quijote, y con mucho sosiego le respondi:Si fueras caballero, como no lo eres, ya yo hubiera castigado tu sandez y atrevimiento, cautiva criatura.A lo cual replic el vizcano:Yo no caballero? Juro a Dios tan mientes como cristiano. Si lanza arrojas y espada sacas, el agua cun presto vers que al gato llevas! Vizcano por tierra, hidalgo por mar, hidalgo por el diablo, y mientes que mira si otra dices cosa.Ahora lo veredes, dijo Agrajes respondi don Quijote.Y, arrojando la lanza en el suelo, sac su espada y embraz su rodela, y arremeti al vizcano, con determinacin de quitarle la vida. El vizcano, que as le vio venir, aunque quisiera apearse de la mula, que, por ser de las malas de alquiler, no haba que fiar en ella, no pudo hacer otra cosa sino sacar su espada; pero avnole bien que se hall junto al coche, de donde pudo tomar una almohada, que le sirvi de escudo, y luego se fueron el uno para el otro, como si fueran dos mortales enemigos. La dems gente quisiera ponerlos en paz, mas no pudo, porque deca el vizcano en sus mal trabadas razones que si no le dejaban acabar su batalla, que l mismo haba de matar a su ama y a toda la gente que se lo estorbase. La seora del coche, admirada y temerosa de lo que vea, hizo al cochero que se desviase de all algn poco, y desde lejos se puso a mirar la rigurosa contienda, en el discurso de la cual dio el vizcano una gran cuchillada a don Quijote encima de un hombro, por encima de la rodela, que, a drsela sin defensa, le abriera hasta la cintura. Don Quijote, que sinti la pesadumbre de aquel desaforado golpe, dio una gran voz, diciendo:Oh, seora de mi alma, Dulcinea, flor de la fermosura, socorred a este vuestro caballero, que por satisfacer a la vuestra mucha bondad en este riguroso trance se halla!El decir esto, y el apretar la espada, y el cubrirse bien de su rodela, y el arremeter al vizcano, todo fue en un tiempo, llevando determinacin de aventurarlo todo a la de un golpe solo.El vizcano, que as le vio venir contra l, bien entendi por su denuedo su coraje, y determin de hacer lo mesmo que don Quijote; y, as, le aguard bien cubierto de su almohada, sin poder rodear la mula a una ni a otra parte, que ya, de puro cansada y no hecha a semejantes nieras, no poda dar un paso.Vena, pues, como se ha dicho, don Quijote contra el cauto vizcano con la espada en alto, con determinacin de abrirle por medio, y el vizcano le aguardaba ansimesmo levantada la espada y aforrado con su almohada, y todos los circunstantes estaban temerosos y colgados de lo que haba de suceder de aquellos tamaos golpes con que se amenazaban; y la seora del coche y las dems criadas suyas estaban haciendo mil votos y ofrecimientos a todas las imgenes y casas de devocin de Espaa, porque Dios librase a su escudero y a ellas de aquel tan grande peligro en que se hallaban.Pero est el dao de todo esto que en este punto y trmino deja pendiente el autor desta historia esta batalla, disculpndose que no hall ms escrito destas hazaas de don Quijote, de las que deja referidas. Bien es verdad que el segundo autor desta obra no quiso creer que tan curiosa historia estuviese entregada a las leyes del olvido, ni que hubiesen sido tan poco curiosos los ingenios de la Mancha, que no tuviesen en sus archivos o en sus escritorios algunos papeles que deste famoso caballero tratasen; y as, con esta imaginacin, no se desesper de hallar el fin desta apacible historia, el cual, sindole el cielo favorable, le hall del modo que se contar en la segunda parte.FIN

Lecturas para las actividades de la pgina 4/4 (Actividad 4, 5 y 6) de Lo vamos a hacer juntos II de "El amor trasciende la muerte". *Trabajar con las dos lecturas y entregar dos bitcoras en un mismo archivo.

Lectura 1: La leyenda del Iztacchuatl y el Popocatpetl"Lectura 2: Los amantes de Teruel

*La comparacin se realiza con estas mismas dos lecturas y hay que partir del tema La muerte como unin de los amantes para desarrollar el trabajo.

- Actividad 6: Mi reescrituraEntrevista imaginaria. Entrevistars al personaje que ustedes escojan a partir de los textos con los que acaban de trabajar.

La leyenda del Iztacchuatl y el Popocatpetl"Annimo

Hace tiempo, cuando los aztecas dominaban el Valle de Mxico, los otros pueblos deban obedecerlos y rendirles tributo, pese a su descontento. Un da, cansado de la opresin, el cacique de Tlaxcala decidi pelear por la libertad de su pueblo y empez una terrible guerra entre aztecas y tlaxcaltecas.La bella princesa Iztacchuatl, hija del cacique de Tlaxcala, se haba enamorado del joven Popocatpetl, uno de los principales guerreros de este pueblo. Ambos se profesaban un amor inmenso, por lo que antes de ir a la guerra, el joven pidi al padre de la princesa la mano de ella si regresaba victorioso. El cacique de Tlaxcala acept el trato, prometiendo recibirlo con el festn del triunfo y el lecho de su amor. El valiente guerrero se prepar con hombres y armas, partiendo a la guerra despus de escuchar la promesa de que la princesa lo esperara para casarse con l a su regreso. Al poco tiempo, un rival de Popocatpetl invent que ste haba muerto en combate. Al enterarse, la princesa Iztacchuatl llor amargamente la muerte de su amado y luego muri de tristeza.Popocatpetl venci en todos los combates y regres triunfante a su pueblo, pero al llegar, recibi la terrible noticia de que la hija del cacique haba muerto. De nada le servan la riqueza y podero ganados si no tena su amor.Entonces, para honrarla y a fin de que permaneciera en la memoria de los pueblos, Popocatpetl mand que 20,000 esclavos construyeran una gran tumba ante el Sol, amontonando diez cerros para formar una gigantesca montaa.Desconsolado, tom el cadver de su princesa y lo carg hasta depositarlo recostado en su cima, que tom la forma de una mujer dormida. El joven le dio un beso pstumo, tom una antorcha humeante y se arrodill en otra montaa frente a su amada, velando su sueo eterno. La nieve cubri sus cuerpos y los dos se convirtieron, lenta e irremediablemente, en volcanes.Desde entonces permanecen juntos y silenciosos Iztacchuatl y Popocatpetl, quien a veces se acuerda del amor y de su amada; entonces su corazn, que guarda el fuego de la pasin eterna, tiembla y su antorcha echa un humo tristsimo

FIN Los amantes de TeruelAnnimoSucedi en el siglo XIII:En un edificio a mitad de lo que hoy es la calle de los Amantes, viva don Martn de Marcilla, descendiente de don Blasco de Marcilla, uno de los audaces capitanes que en 1171, con el permiso del rey Alfonso II conquist la villa de Teruel a los musulmanes.Don Martn estaba casado con doa Constanza Prez Tizn y del matrimonio nacieron tres hijos: don Sancho, don Diego y don Pedro.La familia Marcilla era muy importante en el Teruel de aquel entonces, pues el propio don Martn de Marcilla fue Juez de Teruel durante los aos 1192 y 1193.Posean una gran hacienda, pero en 1208 qued empobrecida a causa de una terrible plaga de langosta que asol la comarca de Teruel.Muy prxima a la casa de los Marcilla, en lo que siempre se le ha conocido como el edificio de Sindicatos, viva la familia de don Pedro de Segura, que aunque de menos linaje y nobleza que los Marcilla, haba prosperado ms por su dedicacin al comercio, llegando a ser una de las familias ms ricas de Teruel.El matrimonio Segura tena una hermosa hija, Isabel de Segura, con la que Diego de Marcilla jug desde nio y entabl una gran amistad durante su adolescencia.Con el transcurso del tiempo y casi sin darse cuenta, los juegos y la amistad se fueron transformando en un juego de amor. Y por fin lleg el da en que Diego, sintindose plenamente enamorado de Isabel, le declar su amor y su ardiente deseo de tenerla por compaera por toda la eternidad. Isabel, que comparta tales sentimientos, acept la proposicin y ambos comenzaron a imaginar planes maravillosos sin que nada se interpusiera en su camino por el momento.As, enamorados, y de mutuo acuerdo, lleg el momento en que Diego, confiado y esperanzado, consider necesario proponer sus pretensiones al padre de Isabel.Don Pedro, sopesando las ventajas e inconvenientes de tal enlace, y comprendiendo que econmicamente no le beneficiaba la alianza de su hija con el segundn de los Marcilla, se neg rotundamente, anteponiendo la riqueza a la nobleza y el inters material al amor desinteresado, puro y limpio.l duro golpe y el menosprecio recibido por Diego trunc todas sus alegras y esperanzas, pasando de la felicidad ms pura a la desesperacin extremada.Comprendiendo que era imposible la terquedad del que poda haber sido su suegro y que el nico camino que haba para conseguir a su amada, era enriquecerse, decidi partir en busca de riquezas, luchando en la guerra contra el infiel. Y as se lo hizo saber a Isabel: Volver un da a Teruel cargado de gloria para conseguir tu mano, o bien morir como buen vasallo en la lucha.Llegado el momento de partir, Isabel, con gran amargura, le confes sus miedos al peligro, la soledad, la tristeza y a la ausencia de noticias de l.Comprendiendo Diego que el sacrificio de su amada era injusto si l mora en el campo de batalla, propuso establecer un plazo de espera durante el cual se guardaran ambos fidelidad mutua.De mutuo acuerdo fijaron un plazo de cinco aos, agotados los cuales Isabel quedaba libre, para que de esta manera no agotase su vida estrilmente.La despedida debi ser enternecedora, y sucedi en la primavera del ao 1212, ao en que Diego de Marcilla se dirigi a Zaragoza para unirse al ejrcito del rey de Aragn don Pedro II y comenzar as su calvario.Entre tanto, triste y sola, se quedaba Isabel en Teruel, oteando da tras da los lejanos horizontes, esperando.Los das fueron pasando, las esperanzas se perdan e Isabel desvaneca cual flor marchita; ni siquiera los regalos de su padre para levantarle el nimo le alegraban el espritu. Y bien que se preocupaba de saber de Diego mediante las gentes venidas de Castilla a las cuales escuchaba con ansiedad sus relatos, pero era intil, pues nadie saba darle razn de l. Imaginando lo peor, ya no preguntaba a combatientes regresados ni a viajeros y mercaderes, slo rezaba por l en Santa Mara de Mediavilla, San Pedro o el Salvador.As transcurrieron los das y los aos, hasta que un da su padre tom la determinacin de obligarla a aceptar los galanteos de un turolense rico e ilustre muy del agrado del padre: don Pedro de Azagra. Isabel daba largas al asunto, pero su padre insista cada vez ms en el enlace matrimonial.Haban pasado ya cuatro aos y tal era la insistencia del padre, que Isabel acept el deseo paterno, pero con la condicin de que lo cumplira tras agotarse el plazo de espera que haba pactado con Diego.Por fin lleg la boda, y se celebr el mismo da en que se cumplan los cinco aos, y justo el da en que Diego regresaba victorioso y habiendo conseguido la fortuna deseada.Era ya pasada la media tarde cuando Diego, montado a caballo, suba a galope tendido por la cuesta de la Andaquilla. Cruz el portal de Daroca y se dirigi a casa de los Segura con intencin de ver a su amada.Al llegar a la puerta no sala de su asombro al ver tanta gente y semejante jolgorio. Acercndose a un grupo de jvenes, pregunt por la causa de tal regocijo. Los jvenes le informaron que se trataba de la boda de la hija de Don Pedro de Segura.Amargura, dolor, rabia y pena es lo que sinti en aquel momento, pero aunque resentido ante tal ingratitud tom la determinacin de entrar para entrevistarse con Isabel y comprobar que efectivamente era cierta la noticia que acababa de recibir.Se adentr en salas y estancias hasta encontrar a su amada. Ella al verle lo mir y tras leer en su mirada la acusacin y el reproche, cay desvanecida. Ya recuperada, pidi permiso a los presentes para retirarse a solas por unos momentos. l la sigui disimuladamente hasta la alcoba nupcial y all intercambiaron mutuos reproches. Diego le prometi marcharse para siempre de Teruel, a cambio lo nico que le pedi fue un beso de despedida. Pero fue un beso que Isabel, fiel a su matrimonio, le neg por tres veces. Ante tal crueldad Diego cay muerto a los pies de Isabel.Aterrorizada y sobrecogida ante aquella muerte repentina, qued inmvil sin saber qu hacer. Al momento reaccion, se acerc a Diego e intent reanimarlo, pensando que bien poda tratarse de un desvanecimiento, pero fue intil: Diego acababa de morir.Dada la tardanza de Isabel, su marido fue a buscarla. Al entrar en la estancia, qued atnito al ver el cadver. Al reconocer el difunto consider que no era conveniente que los invitados se percatasen del suceso, as que organiz su plan: cuando los invitados ya se haban marchado y la quietud y las sombras de la noche invadan la villa, tom el cuerpo de Diego, lo sac de casa de los Segura y lo dej abandonado en un callejn cerca de la casa de los Marcilla, cual si de un invitado poseido por el alcohol se tratase.Al amanecer el nuevo da, don Martn de Marcilla volva a ver a su hijo tras cinco aos de ausencia, pero sin vida. Amargo momento para unos padres que despus de cinco aos de espera tenan que recibir la visita de su hijo en cuerpo inerte.En casa de los Segura nadie daba crdito a lo sucedido, pues bien se encargaron Isabel y su marido de guardar silencio. Mientras tanto, Teruel, vestido de luto, acuda a casa de los Marcilla para expresar su condolencia.Don Martn resolvi celebrar los funerales de su hijo en la iglesia de San Pedro, y all, sobre un catafalco, y sin cubrir, fue depositado el cuerpo de Diego.Isabel, presa de los remordimientos y agobiada por la angustia, tom un manto, cubri su rostro para no ser reconocida y se sum a la comitiva.Al llegar a la iglesia, tras clavar la mirada en el cadver de su amado, atraves la nave y, deseosa de reparar el mal causado, se dispuso a dar a Diego el beso que le neg en vida. Arrojndose sobre el cadver, uni su boca a la de su amado, proporcionndole un beso intenso. Este fue su primer y ltimo beso, pues con l acababa de exhalar en ese mismo momento su ltimo aliento vital, toda vez que quedaba unida para siempre al hombre a quien tanto haba amado y a quien no haba podido unirse en vida.Las personas ms prximas intentaron apartarla creyndola desmayada sobre el difunto, pero fue intil, y mayor fue la sorpresa al comprobar que se trataba de Isabel de Segura.Por indicacin expresa de algn pariente respetado, se acord enterrarlos juntos en la misma sepultura. Y as se hizo, se les dio sepultura en la capilla de San Cosme y San Damin de la Iglesia de San Pedro, donde en 1555 fueron halladas sus momias junto con un documento que atestiguaba el suceso.Y esta es la sencilla y tierna historia de los Amantes de Teruel.