Anaximandros
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Anaximandro, el principio de muchas cosas.
Josep Fortuny
Estamos ante un personaje que fue el primero, de quien se tiene noticia,
en hacer muchas cosas importantes. El primero en escribir un libro sobre
la naturaleza. El primero en utilizar un concepto abstracto. El primero en
utilizar la palabra arjé, (ἀρχή) para denominar el primer principio …
Sin embargo aquello por lo que es más conocido, la marca
distintiva, por así decir, de Anaximandro (Ἀναξίμανδρος), es el concepto de
lo indeterminado: to ápeiron, (τὸ ἄπειρον). Hay, pese a las muchas
dificultades, un cierto acuerdo en torno al significado y el sentido de este
término que expondré en seguida. Pero más que desentrañar qué significa
exactamente to ápeiron y si esto es, o no, para Anaximandro el arjé, que
son cosas que ya están suficientemente discutidas, quiero hacer hincapié,
con este somero comentario, en dos de los motivos por los que este
pensador de la antigüedad ostenta su merecido interés al día de hoy. Dos
asuntos paralelos a su aportación, digamos filosófica, (la de to ápeiron), y
por los que le cabe el honor de haber sido, si no el principal, uno de los
primeros que pusieron en marcha, valga la redundancia, el principio de
muchas cosas.
Ante todo quisiera destacar que Anaximandro fue un digno
representante de la curiosidad humana, puesta al servicio práctico de una
vida mejor. De una vida buena, (que también es una buena vida, aunque
no únicamente). Al servicio de una nueva inteligencia que quería ordenar y
comprender los desconcertantes fenómenos naturales de siempre. Y
quisiera destacar, asimismo, el hecho añadido de que se puede resolver un
problema práctico por medio de una explicación teórica, tal como lo hizo
Anaximandro, al intentar aclarar cual era el principio de todas las cosas.
Algo que parece fútil, entre otras razones, porque el principio de todo ya lo
había establecido la tradición homérica y hesiódica con sus poemas
teogónicos. Pero algo que en realidad, es trascendental porque,
históricamente, supuso el verdadero origen de la Filosofía Occidental, al
alejarse Anaximandro, con su explicación, de unos presupuestos que, en su
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época, con la nueva situación social, (las polis) y económica, (el comercio),
empezaban ya a caducar.
En segundo lugar, es claro que lo verdaderamente revolucionario
por novedoso, que lo llamativo en Anaximandro está, mas allá de las
explicaciones de sus conceptos, en una nueva utilización del léxico. Un
asunto que sólo se puede entender desde el análisis de su uso del
lenguaje. Introducir nuevos significados en los conceptos violentando, si
es necesario, el habla establecida, hasta el extremo de correr el riesgo de
no ser entendido por quienes son sus hablantes, para, construyendo un
vocabulario propio, intentar explicar lo que se ve a partir de lo que no se
ve. Esto era poner en marcha conceptos abstractos y construir con ellos
principios filosóficos, era edificar las bases, el inicio, de la filosofía. Nada
más y nada menos.
Lo indeterminado como principio.
Parece ser que Anaximandro escribió uno de los primeros tratados sobre
la naturaleza, (physis), en prosa, del cual paradójicamente tenemos
constancia por la calificación de “poético” que del tono de sus escritos
hace Simplicio de Cilicia, en el siglo VI, mil cien años más tarde de su
hipotética publicación o aparición pública. Es en ese tratado donde,
supuestamente, Anaximandro atribuyó al ápeiron el principio de todas las
cosas.
Cuando no es posible la entrevista con el autor hay que trabajar con
los documentos, las opiniones y las investigaciones de los especialistas.
Alrededor de lo que quiso decir, o no quiso decir Anaximandro con to
ápeiron se han escrito toneladas de papel. Pocas veces se ha dicho tanto
de alguien del que se sabe tan poco. Tan solo una línea de texto, una
frase, ha dado de sí para reconstruir a un personaje y su pensamiento y
ha alimentado debates durante más de veinticinco siglos. En efecto, una
de las sorpresas que provoca la primera aproximación a los llamados
filósofos presocráticos, físicos o filósofos de la naturaleza, se debe a la
enorme cantidad de información a posteriori que han generado, tanto sus
figuras como sus escritos. Una información que se ha construido siempre
a partir de muy escaso material documental original. Cada época ha
hecho su lectura y su interpretación, su doxografía y su hermenéutica,
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más o menos interesada, en ocasiones hostil, de aquellos primeros textos
que los griegos de la antigüedad escribieron sobre papiros enrollados y de
los cuales son poquísimos los que han llegado hasta hoy. El caso de
Anaximandro es, en este sentido, emblemático; se le atribuye, con
absoluta seguridad, la autoría de tan sólo una frase:
«Las cosas perecen en lo mismo que les dio el ser, según la necesidad; y es que se dan mutuamente justa retribución por su injusticia, según la disposición del tiempo».
A partir de una pieza se reconstruye el universo, ayer y hoy.
Aventurarse a reedificar el pensamiento de Anaximandro, tomando como
base estas 30 palabras, es algo parecido al trabajo de un antropólogo
cuando, a partir de un insignificante fragmento óseo de una mandíbula
fósil, explica las características físicas, y hasta la forma de vida y entorno,
de un homínido que vivió hace cientos de miles de años. La lista de
autores, desde la antigüedad hasta los críticos modernos, que han
intentado aclarar el pensamiento de Anaximandro y ubicarlo en la historia
de la filosofía, es innumerable. El primero de quien se tiene constancia
irrefutable es Simplicio, quien menciona a Anaximandro en su
Comentarios a la física de Aristoteles, (Phys., 24, 13; DK 12 A 9, Β 1),
citando a Teofrasto, autor, a su vez, del desaparecido Opiniones de los
físicos. En adelante se hallarán otras versiones del mismo pasaje que cita
Simplicio en autores como Pseudo-Plutarco, Hipólito, Eusebio, Estobeo,
Aecio, y Censorino.
To ápeiron aparece en el texto de Simplicio y, a pesar de que no se
puede demostrar empíricamente, existe un consenso generalizado acerca
de la autoría por parte de Anaximandro, al menos en cuanto a su probable
sentido. El párrafo entero dice así:
«[…] el principio, o sea, el elemento de los seres es lo indeterminado, (to ápeiron). Siendo [Anaximandro] el primero en introducir este nombre para el principio. Dice que este no es agua ni ningún otro de los llamados elementos, sino una naturaleza distinta, indeterminada, (ápeiron), de la que nacen los cielos y los mundos que hay en ellos. Las cosas perecen en lo mismo que les dio el ser, según la necesidad; y es que se dan mutuamente justa retribución por su injusticia, según la disposición del tiempo».
Si definir es poner limites hay que reconocer que resulta el doble de
complicado definir lo ilimitado. Según el diccionario de Ferrater ápeiron es
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un adjetivo con dos significados posibles: “sin experiencia o ignorante (de
algo)” y “sin fin o sin limite". Es este segundo significado el que nos
interesa para entender la parte relativa a la naturaleza y función de
ápeiron en Anaximandro. Homero utilizó ya, este calificativo para describir
la tierra o el mar en tanto que vastos, sin fondo, sin limites y sin confines
conocidos.
Hay que estar atentos, por si fuera poco, al problema de la traducción,
es decir, a la merma de sentido y significado inevitable en toda
traducción. Traducir ¿es interpretar o es descifrar? Traduttore traitore,
(traductor traidor), dicen los italianos para referirse a que la traducción
traiciona o puede ser traicionera. Una buena traducción debe ceñirse lo
máximo posible al original, debe ser capaz de transmitir la esencia del
texto y la intención del autor. Cada investigador, ha hecho su propia
traducción de to ápeiron. El propio Aristóteles, el más conocido de todos
los comentaristas de Anaximandro, barrió para casa al resaltar aquello
que le interesaba para defender sus propias tesis y dejar de lado, o
criticar incluso, todo lo que no le era útil. En sus escritos (Phys., III 4, 203
sigs.) Aristóteles afirma que to ápeiron es lo infinito. Desde luego no es lo
mismo infinito que indeterminado o ilimitado; porque no es lo mismo “sin
fin”, es decir que no se acaba nunca, que “sin términos o limites”
conocidos, que no significa que no los tenga sino que se desconocen.
A pesar de eso, es a través de la interpretación de Aristóteles cuando
se cimenta con más claridad la noción de lo indeterminado como arjé.
Aristóteles describe to ápeiron como ingénito (ageneton), como
incorruptible, (aphtharton), como inmortal, (athanaton), y como
indestructible, (anolethron). Son todas ellas las características del primer
principio. Luego si el arjé, según esas características, no tiene ni principio
ni fin, es, inevitablemente, uno y causa de todo. Así, si to ápeiron es
principio de todo, solo puede ser arjé. En tanto que el arjé, con sus
atributos de principio, “todo lo abarca y todo lo domina”, es divino y, en
tanto que to ápeiron es arjé, es claro para Aristóteles, que to ápeiron es
divino. En realidad Aristóteles explica cómo es to ápeiron y no qué es,
pero su lectura es la que más ha trascendido en el tiempo. Y el debate
continúa.
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Uno de los primeros expertos.
Sin duda, son considerables los posibles conocimientos que tuvo
Anaximandro. Se le atribuye, por ejemplo, la introducción en Grecia del
gnomon, de origen babilonio, un objeto alargado cuya sombra se
proyectaba sobre una escala graduada para medir el paso del tiempo, una
especie de indicador de las horas en los relojes solares. En griego se llama
gnó̱�mo�n, (γνώμων), que significa guía o maestro, cosa que, al fin y al cabo,
quizá fuera él propio Anaximandro. Tal artilugio permite marcar la
dirección y la altura del sol y sirvió, incluso, aunque mucho más adelante,
en el siglo III a C., para medir el diámetro de la Tierra. Se le atribuye,
además, el primer mapa del mundo conocido y la sorprendente predicción
de un terremoto. Aunque esto último entra de lleno en el terreno del
anecdotario, es evidente que tenia conocimientos y tenia curiosidad.
Como dice Guthrie “Anaximandro poseía el verdadero espíritu jonio de la
historie universal, y […] sus observaciones sobre los orígenes del universo
y de la vida servían exclusivamente de introducción a una exposición
descriptiva de la tierra y sus habitantes, tal y como existen en el
momento presente, con elementos de lo que ahora se llamaría geografía,
etnología y estudios culturales”.
Es importante, al hablar de algunos presocráticos, especialmente de
los milesios, tener muy presente la diferencia entre pensar y filosofar. El
uso común de un lenguaje autónomo de lo real no iba a llegar hasta la
aparición de los sofistas. Anaximandro era físico, no metafísico; era sabio
más que filosofo. El pensamiento busca facilitar las cosas, resolver los
problemas prácticos del día a día. Solucionar problemas prácticos era
tarea del sabio, como impartir justicia era tarea del poderoso. El
conocimiento de los designios de los dioses, en un mundo sin un
estamento eclesial, era tarea de los sabios, se trataba de un conocimiento
práctico. Y en ocasiones, igual que sucede con las religiones, es mejor una
mentira que nada. Aun hoy, quien tiene de vecino a un viejo pescador, no
necesita consultar con el servicio meteorológico para saber que ropa se
va a poner mañana. Quiero decir con esto que aquellas gentes que
empezaron a vivir cotidianamente de cara al mar, no miraban el cielo para
descubrir en el a Zeus, o no únicamente. Son estrategias, las de los
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sabios, de un pensamiento cuya función es explicativa. Por el contrario la
filosofía reconoce su propia ignorancia y busca saber, reconociendo que
tan solo los dioses son los que lo saben todo. Su función es reflexiva.
Quizá el verdadero milagro griego del que tanto se habla, más que pasar
del mito al logos, haya sido transformar la sabiduría en filosofía. Con
Anaximandro el mito no se cerró, sólo se le ofreció una alternativa. La
principal diferencia estaba en la forma de utilizar los términos.
Principios del lenguaje.
Por eso lo verdaderamente interesante de aquel texto es la deducción que
se obtiene del simple acontecimiento, en apariencia insignificante, que
fue utilizar un adjetivo calificativo como sustantivo. Ápeiron,
(indeterminado), se configuró de tal manera, como un concepto abstracto,
al anteponerle el articulo neutro lo, (to). En esta operación se desplaza la
palabra, se abstrae, se vuelve abstracta. La función atributiva pasa a ser
sustantiva. Es por esta ruptura de las normas de la sintaxis y de la
gramática, es por este obligar, forzándolo, al lenguaje común de su época
para poder explicar un problema, que podríamos llamar filosófico, por lo
que Anaximandro ha saltado a la inmortalidad. Digo que el problema se
podría, (en condicional), llamar filosófico porque quiero insistir en que
estamos hablando de un tiempo en el que faltaba consciencia de ser
filosofo. Lo único que se pretendía era resolver un problema del lenguaje,
se quería expresar lo inexpresado. En concreto con to ápeiron se buscó
explicar, más que comprender, el origen de las cosas de a naturaleza. A
decir de muchos, el arjé.
Se trata, en fin, de un fenómeno lingüístico repetido a lo largo de
toda la historia. Cada nueva generación, con toda su carga de cambios, ha
tenido que adaptar a su semántica y a su semiótica los conceptos, las
palabras cuyo significado ya no les es de utilidad. En muchas ocasiones se
han creado neologismos, pero en general se usan las mismas palabras
para diferentes significados. Es el problema de la polisemia. Hoy seguimos
en ello. To ápeiron se convirtió en la primera palabra abstracta de la
historia de la filosofía y, probablemente, muchos de los conciudadanos de
Anaximandro tuvieron que hacer un esfuerzo añadido para incorporarla.
Se trastocaron por tanto, los principios lingüísticos, en el sentido de
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preceptos, y se añadió un primer y novedoso uso, de un término anterior y
común, al lenguaje de aquel momento.
Referencias:
Bernabe, Alberto. Fragmentos presocráticos. De Tales a Demó̱crito.
Alianza, Madrid 1988.
Casadesus, Francesc. Clases magistrales: textos de filosofía griega. UIB,
Palma, curso 2013-2014.
Cornford, F.M. Antes y después de Só̱crates. Ariel, Barcelona 1980.
Ferrater Mora, José. Diccionario de filosofía, Buenos Aires, Editorial
Sudamericana 1964.
Gigon, Olof. Los orígenes de la filosofía griega. De Hesíodo a Parménides.
Gredos, Madrid 1980.
Guthrie, W.K.C. Historia de la filosofía griega, tomo I. Gredos, Madrid 1984.
Jaeger, Werner. Paideia: los ideales de la cultura griega. F.C.E., México
2001.
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