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Sobre el flamenco transgresivo de Migue Benitez

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25/8/2015 Adoquín por adoquín | Alfil - El diario para leer

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Córdoba, Martes 25 de agosto de 2015

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H

Por Juan Pablo Duarte

@jpduart

asta hoy resolví la desproporción que había

entre las posibilidades de escribir algo

sobre Migue Benitez y mis intenciones de

hacerlo a través de una promesa a Manu, su

hermano mayor. Luego de un año de intentos

fallidos, la promesa se transformó en deuda y la

desproporción se hizo aún mayor. Escribir sobre

Migue y su música continuará siendo imposible para

mí, sucede que ahora no veo una mejor razón para

intentarlo.

Asomaba el siglo y con solo veintiún años Migue

murió inesperadamente en la ciudad que vivió,

escribió y cantó, Jerez de la Frontera. Por aquel

momento, Migue trabajaba en las más de cuarenta

canciones que integrarían los tres discos insignia del

flamenco transgresivo.

Hace unos siete años escuché por primera vez Vente

pa´ la higuera—uno de los temas del disco Marrón—

y sentí que la flecha me atravesaba. Unos acordes

indescifrables y una voz oxidada bastaban a Migue para rebasar la formas hasta desentenderse de ellas.

Por supuesto, las cosas que pasan, no pasan porque sí y aunque ese momento no derivaba directamente de

mi pasado, tampoco carecía de precedencias. De algún modo, el estilo de Migue exudabacomo ninguno algo

que solo podía sentir con ciertos músicos y en determinados momentos de su obra, no siempre.

La cosa comenzó mucho tiempo antes con un directo de Paco Ibañez en el Olympia de París que convertí en

herencia al morir mi padre. Que un tipo solo con su guitarra pueda transportar al público de una tonalidad del

sentir a otra era para mí algo más que talento. Pero lo que me raptaba al escucharlo era su voz áspera, sus

jadeos y hasta su tosca pronunciación del francés. Ahí pasaba algo irrepetible, único: Paco dejaba una parte

de su cuerpo en cada estrofa.

Que alguien viva su genio incluso hasta la fragilidad, condicionó en buena medida mi gusto por la música y se

atornilló a mi idea de belleza. Sin saberlo, buscaba en la música esos pasajes luminosos en los que se llega

a prescindir de medida, razón y armonía.

Entre todo eso, las voces oxidadas de tipos que amagaban con dar su último suspiro pasaron a ser el hilván

de mis gustos musicales. Hasta que mi hermano mayor me trajo dos discos de Kiko Veneno que robó de

algún Corte Inglés de Madrid, fue dar vueltas los mismos casettes de Paco que tenía más o menos a mano.

Pero Kiko Veneno era menos serio y cantaba historias mínimas de verdad con las palabras que uno dice todos

los días.

Hacia comienzos de los noventa, internet hizo de esas pocas referencias la vía de acceso a la movida más o

menos under del flamenco español y algunas de las influencias americanas entrelazadas a ella. En paralelo, a

Muchachito Bombo Infierno, Lichis, Tomasito, el bicho, Mártires del compás, Juanito Makandé, Pepe Begines y

Juan Antonio Canta, iba agarrándole el gusto a las voces del Dylan más viejo, el Cash de los Americans

Recordings y hasta el Warren Zevon del final, ese que grabó Knockin’ on heaven’s door casi en su agonía

pidiendo que las puertas se abrieran para él.

Todo esto me llevó a revisitar Sumo, Riff, Pappo, Pescado Rabioso y otras bandas nacionales desde otro lado.

Pero solo los españoles me transportaban a la irreverencia divertida, la desfachatez y las formas más

despreocupadas de la virtud.

El flamenco transgresivo venía a ser si no la síntesis, la circunstancia que hacía brotar todo aquello. Manu

Benitez, hermano, productor y creativo albacea de Migue estaba intentando darle vida con Matajare 9.

Matajare 9 es un disco póstumo en el que Manulogra reunir a cracks de la talla de Tomasito, El Torta, los

hermanos Lara y Amador, Josele Santiago y Los Delinqüentes para que entre todos hicieran realidad el canto

de cisne inédito de su hermano.

Cuando las carpetas repletas de notas sobre notas abrochadas en las que Migue trabajaba sin descanso y las

maquetas grabadas en las madrugadas que seguían a noches de cantar por los bares, finalmente cuajaron

en un disco entendí que debía ir a Jerez a para comprender algo más de todo aquello.

Pasaron cinco años hasta que—después de desayunar unas tostadas en El pequeñito y empaparme del olor

a naranjo de la primavera jerezana— me encontré con Manu en la Plaza del Arenal. Durante una semana

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recorrimos juntos Jerez y alrededores desde las letras de La arquitectura del aire en la calle, El sentimiento

garrapatero que nos traen las flores —los dos discos que Migue hizo junto a al Canijo y el Ratón con Los

delinqüentes—y Matajare 9 por supuesto.

Una tarde de bares por Jerez, Manu describía el cruce de dos callejuelas adoquinadas de la judería que

resultaba mágico a su hermano. En ese momento me vino a la mente un breve poema que Migue había escrito

cerca de sus dieciocho años.

“Una palabra cualquiera, es un adoquín de la acera, usado por los de to´ los días”.

Esa tarde entendí que las palabras para Migue eran eso y no otra cosa. Sí, sus canciones pueden resultar algo

oscuras y por momentos incomprensibles. Pero eso no importa. Sucede que hay algo mucho más intenso en

ellas.

A veces tomándose de las palabras de todos los días y a veces inventando algunas nuevas, Migue escribió las

calles de su ciudad. Adoquín por adoquín, con las tabernas, las golondrinas en los cables, los naranjos, los

linyeras que andaban descalzos, las cañas y las manzanillas, Migue se inventó otro Jerez, un Jerez en el que

cosas como la pena, la locura, el amor, el desenfreno y la alegría inundan cada rincón.

Tags: flamenco, Kiko Veneno, Matajare, Tomasito

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