TACONES: EL CORSÉ DEL SIGLO XXI20 marzo, 2014 · de Virginia Russo · en editorial, estilo, opinion crítica. ·
Tal vez el post de hoy sea controversial pero ya a esta altura sabrán que es mi estilo. “Mi único pecado es ser una
mujer con carácter que sabe lo que quiere”.
Antes de empezar debo aclarar que parte de mi desprecio por los tacones es que no puedo usarlos. No los odio por
no poder usarlos sino porque hacen que cada segundo de uso equivalga a una hora en el infierno. Tengo pie
pronador y sendos juanetes. No me molestan los juanetes, es más me parecen lindos; siento que esa imperfección
de mis pies los hace perfectos. ¿Tiene sentido? No sé, me encantan mis pies, siento que son más lindos que el
promedio.
En fin, lo que quiero decir es que tengo “un desequilibrio en la estructura del pie que hace que sea imposible usar
tacones”, en palabras de mi traumatóloga. Ya de por si me es doloroso usar calzado normal si tengo que caminar
mucho. También vale aclarar que camino mucho diariamente cuando voy a cursar a la facultad, siendo 20 o 30
cuadras algo normal. Si uso botas o zapatos de cuero al final del día me quiero amputar los pies. En serio lo digo. Lo
único que me salvan son las zapatillas del gimnasio, no convers, no zapatillas urbanas; tienen que ser las zapatillas
más feas y grandes que tengo y con plantilla especial.
¿Pero quién quiere andar por la vida en zapatillas? YO NO. Así que me torturo con mis zapatos lindos con tal de que
combinen con lo que uso diariamente para salir a hacer mi vida. Ya sé lo que están pensando: ¿qué tienen que ver
los tacos en tu estilo de vida? Ciertamente nada para todos los días, ¿quién camina 30 cuadras y anda en micro con
tacos de 10 cm? Yo claramente no. Pero tenía que aclarar mis problemas primero para que entiendan mi dolor y
para que cuando llegue al punto no se enteren después y piensen que mi opinión es infundada.
El motivo principal de mi desprecio no es la deformidad de mis pies y mi incapacidad de usarlos, sino que son un
instrumento de dominio machista y un símbolo del estereotipo de mujer ideal que debe ser estilizada, alta y con
piernas largas.
Cada uno es libre de hacer de su vida lo que le parezca y por lo tanto de usar lo que quiera. El problema está en que
cuando algo nos gusta, el 90% de las veces nos gusta por su simbolismo más que como objeto en sí mismo. Cuando
a alguien le gusta la típica cartera matelaseada de Chanel, habiendo millones de carteras así en infinidad de
tiendas, esa persona quiere la de Chanel por la marca y el lujo que representa. Pongo esto como ejemplo pero se
entiende a lo que voy. Lo mismo con los tacones, las mujeres los buscan porque representan la belleza femenina
más sensual, lindante con lo sexual y que llega a ser fetichista; porque quieren llamar la atención del sexo opuesto o
el propio para marcar territorio o ejercer el poder. Ahora, ¿por qué esa necesidad de llamar la atención? Muchos
pueden decir que está en nuestra naturaleza, como ritual social de cortejo, bla bla. Para mí no. Para mi es ponerse
como objeto, ser mirado, ser deseado. No esta categóricamente mal, siempre y cuando seamos conscientes de lo
que hacemos y por qué lo hacemos. Si buscamos pareja (para los fines que sean), por ejemplo podría estar bien
pero si lo hacemos solo para sentirnos mejor, “sentirnos mujer” me parece que hay un grave problema de fondo.
Nuestro valor como personas no depende de nuestra imagen per se, pero es verdad que la configuración psíquica de
nosotros como individuos está conformada socialmente. No somos islas, como decía Hugh Grant en una de sus
películas, estamos atravesados por la cultura y, por ende, por las tendencias que impone la moda. A lo largo de la
historia, la mujer fue tomada como un objeto que, entre otras cosas, debía tener la característica esencial de la
belleza. Es en este sentido que los tacones devienen en objetos de un marcado simbolismo material, o sea que
tienen un valor y un peso vinculado a esta concepción machista de la belleza femenina, o de la femineidad en sí
misma.
El uso de este tipo de objetos, en definitiva, refuerza el discurso patriarcal que enuncia como una verdad universal
que la mujer debe ser un objeto pasivo de belleza para ser admirado, seducido, conquistado y dominado. Esta
concepción, que lamentablemente integramos a nuestra vida como una verdad natural o como parte del sentido
común, ya sea consciente o inconscientemente, no es más que una concepción construida, que como toda
concepción puede y en este caso debe ser destruida para construir otra mejor, más igualitaria y justa.
Ahora me dirán que esto no solo pasa con los tacones, sino que hay una infinidad de objetos de indumentaria y de
otras categorías hechos con este fin. El problema con los tacones no es solo ese, sino que también son perjudiciales
para salud, y en especial los que se estuvieron produciendo en este siglo.
Ya desde la época de Luis XIV existen, sino es que antes, y se han hecho más populares durante el siglo XX. Pero es
en el siglo XXI cuando se hacen masivamente altos, con alturas de 10 o 12 cm, a los que se les agrega plataforma
para que sean más cómodos. ¿Qué es eso? Que se tengan que hacer más cómodos para mi es una señal de cuan
errónea es toda su aura, más allá de que me resultan estéticamente demoniacos. Lo peor del caso es que se
empezaron a hacer los tacos cada vez más finos, siendo el taco aguja el sumum de tan dramática y terrible
situación.
Algunos ejemplos gráficos:
También en el siglo XVI, y siendo más trágico en la época victoriana con la sumatoria de los guantes, había otra prenda de este tipo.
Ya lo habrán adivinado por el título de esta entrada: se trata ni nada más ni nada menos que del corsé. Me resulta tan extraño y
retrógrado que hayamos repetido la historia, ya que con el corsé también pudieron observarse consecuencias nefastas por su uso
excesivo. Si bien las circunstancias del corsé eran mucho peores y más abarcativas, no estamos muy lejos con el uso de tacones.
Ya las imágenes fueron suficientemente gráficas.
Hoy en día, pleno siglo XXI, los tacos se convierten en nuevos instrumentos del paradigma cultural dominante que “encorsetan”
nuestra concepción de la moda, constriñendo nuestra visión de esta y llegando a cobrarnos de manera material al costo de nuestra
salud y simbólica en lo atinente a nuestra dignidad como mujeres. Un costo demasiado alto que de ninguna manera vale la pena
pagar.
Habiendo aclarado mi punto, vamos a la contrapartida: esto no es una quema de tacones. No está mal usar este tipo de zapatos, si
te gusta está perfecto (es más yo tengo varios), pero no caigas en el discurso machista y en cuanto afecte tu salud y te haga sentir
dolor ya deberían dejan de ser una opción. Recuerden que el taco saludable mide alrededor de 4 cm, usar más de eso por largos
periodos de tiempo resulta nocivo.
Espero que esta nota sirva como plataforma de pensamiento, para disparar en todas nosotros la reflexión acerca del uso de tacones
y de las implicaciones simbólicas que acarrea ser consciente de la importancia de cuestiones aparentemente triviales pero que en
realidad revisten muchísima importancia, como la moda.
Entender que 10 cm de tacos no es lo que realmente nos eleva por encima de la mediocridad puede ser el primero y más importante
de los pasos que nos hagan avanzar por el camino del autoconocimiento y la confianza en uno mismo.
FEB
21
EL ZAPATO DE TACÓN: ¿REIVINDICACIÓN FEMINISTA O SUMISIÓN PATRIARCAL?
La evolución del tacón
Es difícil definir el momento exacto en el que el tacón hizo su primera aparición, pero la mayoría de
documentos lo sitúan en los "chopines" que se llevaban en la Venecia del siglo XVI, unos zapatos con
plataforma de madera que elevaban el cuerpo 60 centímetros.
En 1533 nació el zapato de tacón. A los 15 años, la pequeña Catalina de Medicis llevó tacones a la
corte francesa cuando se casó con el Duke d’Orleans; estos zapatos pronto fueron amados y
admirados por las nobles parisinas.
Durante el siglo XVII el tacón se convierte un signo de distinción social y todos los nobles "crecen"
gracias a los tacones de al menos 12 cm. Pero lo más curioso es que esta moda no está sólo
reservada a las mujeres, sino también a hombres como Louis XVI, bajito reputado que
combinaba sus botines de tacón con una gran peluca, dos complementos que le hacían
crecer ¡hasta 30 centímetros! Además impuso moda: el tacón rojo, un detalle que los cortesanos
adoptan y que rápidamente se convierte en el símbolo de la nobleza. Durante el siglo XVIII los zapatos
se convierten en auténticas obras de joyería; están decorados con hebillas de plata y piedras
preciosas y combinan idealmente con los tacones.
El rey de Francia, Louis XIV, usaba tacones de diez a doce centímetros y decorados con escenas de
batallas. Sin embargo, cuando la monarquía francesa cayó, también lo hizo la altura de los zapatos y
Napoleón eliminó los tacones en defensa de la igualdad.
No obstante, María Antonieta, determinada a lucir bien hasta el final, desafió la orden de Napoleón y
usó tacones el día de su ejecución. A partir de ese momento, el alto de los tacones osciló dependiendo
de la moda y la política.
No fue hasta 1700, que el tacón de cinco pulgadas (12.7 cm) se volvió popular entre las mujeres
europeas. Los ciudadanos adoptan el paso del hombre moderno y optan por un calzado cómodo como
el zapato plano, la bota y el botín. No es hasta finales del siglo XIX, con la aparición del lujo y el
desenfreno cuando el tacón vuelve a entrar en escena.
Entre 1900 y 1988, el tacón alto volvió a dominar la moda y en los años cincuenta nació el stiletto, uno
de los milagros de la tecnología moderna del calzado; la arquitectura del stiletto es tal, que un tacón
del alto de un lápiz puede sostener y balancear todo el peso del cuerpo.
Desde entonces, los tacones altos se han mantenido populares y en el último medio siglo se han
convertido en un tema polémico
La segunda ola feminista rechazó los estándares de “belleza femenina” alegando que las mujeres eran
forzadas a usar tacones por las representaciones sociales y los mensajes mediáticos controlados por
el hombre; los tacones fueron atacados junto a otros objetos estéticos de género.
Sin embargo, fue en los ochentas cuando los tacones fueron reivindicados como una opción personal y fuente de poder femenino; vestirse, maquillarse, jugar con la identidad no es una respuesta a la opresión o a la mirada masculina, lo hacemos por nosotras mismas. Nancy Friday, feminista y autora de numerosas obras que hacen referencia al desarrollo sexual de la mujer; escribió que usamos tacones “por la imagen de nosotras mismas como mujeres sexys y con control, un propósito extraordinariamente satisfactorio”.
Esta reflexión nos puede servir para pararnos a pensar y desarrollar nuestro sentido crítico, reflexionar y no dejarnos llevar por las modas o por los gritos, a veces sesgados, de personas que por sus gustos personales no coinciden contigo. Vuelvo a repetir y lo seguiré diciendo siempre, lo que prima y lo que importa es la LIBERTAD de cada persona, el poder elegir. Es cierto que estamos en un mundo mediático donde la moda se impone cada días más, no lo voy a negar, pero dentro de esta globalización de la estética cada cual que elija aquello con lo que se siente bien y sea más feliz, porque al fin y al cabo, de eso se trata de buscar la felicidad o pequeñas parcelas de bienestar. Hemos vistos en esta lectura que en algunos momentos los tacones han sido patrimonio patriarcal, donde el hombre, en este caso Napoléón, decidía quién podía o no llevar tacones y como María Antonieta fue rebelde y reivindicó su deseo de llevarlos. Os puedo asegurar que este es uno de los muchos ejemplos que podemos encontrar, seguiremos reflexionando.
Los zapatos de tacón los creó Satanás
Por Invitado |
09.05.2013 |
15:29 h.
Los zapatos con un tacón de más de 5 cm son obra del mismísimo Satanás, rey del Infierno, y aquella persona que se atreva a negarlo es porque no ha sufrido en sus carnes la tortura de este singular calzado. Y es curioso, porque, pese a que las modas van y vienen, los zapatos de tacón no parecen haber abandonado nuestros armarios durante décadas, y no parecen tener ganas de hacerlo.Pero no carguemos toda nuestra amargura contra el demonio, pues este milagroso calzado logra estilizar la figura femenina de tal manera que hasta la más machorra parece una princesa. Es por eso que somos capaces de aguantar horas torturando nuestro esqueleto con tal de parecer más atractivas, hecho que ha sido científicamente probado.
Además de estilizar nuestra pose y andares, nos aporta unos agradecidísimos centímetros extra a las bajitas. Y también a los bajitos. Allá por la segunda mitad del siglo XVII, Luis XIV de Francia y Navarra, conocido como el “Rey Sol” usaba zapatos de tacón para disimular su baja estatura. Tres siglos después, el presidente Francés Sarkozy le tomó el relevo y también fue asiduo de los zapatos de tacón para parecer más alto frente a los demás mandatarios.
Pero manejarse con tacones no es tarea fácil, especialmente cuando son bastante altos y más aún si además se es principiante o usuaria ocasional. Sí, bien, estamos divinas con tacones, es imposible negarlo, pero también es cierto que las probabilidades de acabar en el suelo son muchísimo mayores que calzando unas zapatillas. Satanás sí que sabe jugar bien las cartas. Estos son los principales enemigos de los pies que calzan zapatos de tacón:
Las calles adoquinadas o empedradas
Los prados mojados
Las rejas anchas de las alcantarillas o cualquier agujero pequeño en la acera.
El consumo de alcohol y/o substancias estupefacientes.
Además, los movimientos rápidos e inesperados también se ven afectados por este tipo de calzado. Todo tiene un precio. Un consejo: Calma, o acabarás retorciéndote el tobillo y la fuerza de la gravedad hará el resto para que beses el suelo.Y, por supuesto, olvídate de ese sprint mortal para coger el autobús. Solo las muy entrenadas son capaces de correr con tacones casi tan rápido como con calzado plano. Y no merece la pena someter a nuestro querido esqueleto a semejante maltrato con tal de avanzar más rápido (salvo si algún día eres perseguida por un maníaco).
Es más, cualquier médico te dirá que los zapatos con más de 3 cm de tacón, sólo para mirarlos. El uso del zapato de tacón desplaza el peso del cuerpo del talón a los dedos de los pies, provocando el desgaste del cartílago de las rodillas y de los huesos del pie,deformando los dedos y provocando lumbalgia en la espalda. Suena horrible, ¿verdad? Por ese motivo, las mujeres tenemos cuatro veces más problemas de salud en los pies que los hombres.
¡Oh, qué tendrán los zapatos de tacón que son tan irresistibles! ¿Aun así seguís creyendo que no los creó el demonio?Noemí Rivera quedó en una meritoria posición en la maratón de Nueva York de 2009… ¡corriendo con tacones!Y más cosillas para fashion victims:
De feminismo, tacones y estereotiposcomentarios32
Cada día aguanto menos los tacones. Siempre que me empeño en realzar mi atuendo poniéndome
unos zapatos altos, termino por dedicar más tiempo buscando dónde sentarme y descansar los
pies, que en lo que sea que tenga que hacer, y que es lo que me ha llevado, además, a acicalarme
tanto.
Con esta previa confesión aclaro que no sólo no soy contraria a que las mujeres utilicemos este
tipo de zapatos, sino que me chiflan unos buenos taconazos. Y que me encantaría poder
lucirlos.
Lo que no creo que afecte en lo más mínimo a mis rotundas convicciones igualitarias sobre el
papel social, legal y real de las mujeres en relación con el de los hombres.
Nos hemos acostumbrado a ponernos etiquetas. A adjudicar uniformidades. A estabularlo todo,
en cierto modo. Y según una idea muy extendida, el feminismo ha de ser contrario a los tacones,
las modas, y las indumentarias sensuales y sugerentes en las mujeres.
A mi modo de ver, con ello incurrimos en el mismo fenómeno que rechazamos, aunque con distinto
sesgo. La discriminación de la mujer se perpetúa en los estereotipos que promueven la
desigualdad entre hombres y mujeres, a base de adjudicarles un papel: el que estiman resulta
más adecuado y propio de cada sexo.
Por contra, algunas declaraciones y planteamientos públicos producidos en el ámbito de la lucha
por la igualdad de hombres y mujeres, vienen a establecer, también, nuevos estereotipos. Como
el que determina la indumentaria que debe llevar una mujer –o más bien, la que no debe llevar-
para considerarla coherente con ese nuevo papel.
Hace unos días se refería a ello una responsable del Instituto Andaluz de la Mujer en Huelva, que
relacionaba la violencia machista con el uso de los "taconazos" o la lectura de las "50
sombras de Grey". Pero antes hemos conocido otras en términos bastante parecidos.
Yo estoy segura de la buena intención que guía a quienes así se pronuncian. Porque, en esencia,
lo que intentan es señalar, denunciar el origen de la violencia de género, como la manifestación
más brutal de la discriminación, del sometimiento que, aún hoy, sufren muchas mujeres.
Y desde luego que tienen razón en la identificación del problema: la educación, la sensibilización
de los niños, de los jóvenes, de toda la sociedad, en la idea de la igualdad entre hombres y
mujeres resulta esencial para acabar con esa lacra.
También que algunos mensajes que se desprenden de según qué anuncios, libros, series,
canciones, videojuegos, etc, ofrecen una imagen de la mujer como ser inferior, subordinada al
hombre, o como objeto susceptible de apropiación y de pertenencia a él.
Pero creo que hay muchas formas de luchar contra esa desigualdad sin tener que incurrir en
maximalismos, ni en fijar nuevos patrones de lo políticamente correcto.
Que están fuera de la realidad, cuando se empeñan en identificar cualquier intento de las
mujeres de mejorar su apariencia física con una manifestación de sumisión al hombre.
Porque, afortunadamente para la sociedad española, cada vez son más las mujeres que tienen un
papel profesional relevante en todos los ámbitos de la actividad económica y productiva de
nuestro país. Que sienten y viven su realidad de iguales con sus compañeros, amigos o parejas
hombres.
Y que antes de salir de casa, se arreglan y maquillan con esmero, se suben a sus taconazos y
se enfrentan, seguras y firmes, a cualquiera de los muchos retos que sus vidas puedan exigirles.
Desde dirigir una empresa, hasta ir al mercado a hacer la compra.
Lo importante no es cómo se vistan, ni qué zapatos se pongan, sino si lo hacen por decisión
personal, libre y voluntaria. No para adaptarse a los designios de sus maridos o parejas. Pero
tampoco para cumplir con la ortodoxia de lo que cada momento se pueda considerar ideológica o
políticamente conveniente.
Algunas reflexiones de quienes tienen responsabilidad en la gestión de las políticas de igualdad y
contra la violencia de género producen, además, otro efecto indeseado: el de excluir hasta de la
propia idea de igualdad, a quienes no las suscriban.
Obviando que la eliminación de las resistencias que aún existen en nuestra sociedad a la
consecución de la igualdad de hombres y mujeres exige la implicación, la colaboración y el
compromiso de todos. Lo que no se consigue despreciando cualquier opción o planteamiento
que no sea el nuestro, ni mediante el enfrentamiento de unos y otras.
Tacones cercanos!
Esta semana he asistido en el marco del Encuentro Internacional de
Cultura, Comunicación y Desarrollo: una mirada a la comunicación con
perspectiva de género, al estreno del documental “Diez centímetros más
cerca del cielo” de la realizadora gallega Raquel Rei Branco. El film nos
invitaba a reflexionar cómo es el mundo sobre el que caminamos
refiriéndose a los tacones. Una crítica mordaz y llena de humor a cómo
los tacones, además de torturar los pies, siempre han sido considerados
por una parte del feminismo como un símbolo de atraer a los hombres
como imposición de la sociedad patriarcal en la que vivimos.
Disfruté con el documental, y en muchas cosas no le faltaba razón, pero
se olvidaba también de defender la libertad que las mujeres tenemos
para decidir qué nos ponemos o no. El tema está en que usarlos es para
muchas, no una elección libre sino impuesta por los estereotipos
machistas que dominan el mundo que vivimos. No lo niego, pero es
cierto también, que algunas feministas hemos superado muchas
imposiciones vengan de donde vengan. Y los tacones ahora, como en su
tiempo quitarse el sostén fue un símbolo contra la opresión machista, es
algo superado. Siguiendo la misma pauta, ahora ninguna mujer llevaría
sostén.
Y respeto a las mujeres que se niegan a llevarlos, están en su derecho. A
mí, que defiendo ser una feminista sin complejos, me gusta usarlos,
igual que pintarme los labios o maquillarme, porque me produce placer
en un ejercicio de autoerotismo al que no quiero renunciar. Es mi
capacidad de decidir y eso lo reclamo por encima de todo. Creo que ser
feminista es eso: luchar para acabar con conductas opresoras y
discriminatorias y usar tacones o lo que cada una quiera, siempre que
nadie ni nada te obligue y teniendo la plena conciencia de que es una
decisión propia que no te convierte en objeto de ningún (y menos
oscuro) deseo, es lícito. Me reclamo sujeto que utilizo objetos para
mi propio placer, no al revés.
Y cuando me los pongo, ni me siento más poderosa ni creo tener el
mundo a mis pies ni que los hombres van a caer rendidos cuando ando.
He luchado y sigo luchando para librarme de muchas ataduras que se
nos han impuesto históricamente a las mujeres, y por supuesto no voy a
caer en otras, vengan de donde vengan. Yo no tengo la culpa si
un señor se pone como una “moto” por ver unos tacones. Creo
firmemente que tanto hombres como mujeres en su mayoría, saben
controlar sus emociones y deseos y creo que los hombres no nacen
dominantes como herencia biológica, pero viven en una cultura
heteropatriarcal que les inculca sentirse muchas veces superiores
provocando con ello desigualdad y discriminación. Creo en un feminismo
abierto, evolucionado, y no me importa si es más ambiguo, porque creo
que eso lo enriquece y nos da muchas más posibilidades para actuar: un
feminismo que nos haga más felices a mujeres y hombres en igualdad.
Pero con todo ello, y a pesar de mis deseos, lo tengo muy claro. En pleno
siglo XXI sigo siendo todavía una ciudadana de segunda como el resto
de mujeres, porque se nos siguen negando derechos fundamentales y se
nos discrimina en muchos ámbitos de nuestra sociedad. Esa es por
ahora, la purita realidad: con y sin tacones.
Un estudio demuestra que el uso de tacones altos causa deformidad y juanetesLa Nube / 23 octubre 2013Un estudio realizado en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid en colaboración con la Clínica CEMTRO, de Madrid, ha demostrado por primera vez, que los tacones altos provocan la tan conocida deformidad crónica en los huesos del pie llamada Hallux Abductus Valgus (HAV) o juanete. La investigación ha sido presentada en el pasado congreso mundial de Podología, celebrado en Roma.
“Hasta ahora se conocía que los zapatos de punta estrecha producían deformidades óseas a largo plazo pero no se tenía constancia de la relación entre la altura de los tacones y la aparición de juanetes”, explica el autor del estudio, el doctor Rubén Sánchez-Gómez, del Servicio de Podología de Clínica CEMTRO. En el estudio se analizaron 80 mujeres sin deformidades previas en el pie, y se las midió con y sin zapatos de tacón pero sin puntera estrecha. Se observó que “los dos huesos que se desvían en el HAV, esto es, la falange proximal del hallux y el primer metatarsiano, lo hacían según se aumentaba la altura de los tacones”.Cuando se quitaban el tacón, el dedo volvía a la normalidad. Por tanto, “con este estudio hemos demostrado que usar tacones altos (a partir de 3cm), de manera continua, provocará la pequeña desviación de los huesos y a la larga, de manera acumulativa, se instaurará la deformidad ósea”, concluye la investigación, en la que colaboraron los doctores Ricardo Becerro y Marta Elena Losa.Se calcula que entre el 39% y el 80% de las mujeres usan de manera cotidiana tacón alto. También se estima que el juanete afecta a casi un 60% de las mujeres mayores de 50 años, aunque también afecta a mujeres jóvenes. Los juanetes “son causa frecuente de dolor en el pie y provocan alteraciones en la pisada que pueden conllevar otro tipo de problemas secundarios, afectando incluso a la columna lumbar”, advierte el doctor Sánchez-Gómez.
La parte delantera del pie soporta el 57% del peso corporal con tacones de 4 cm., un porcentaje que se eleva al 75% cuando la altura de los mismos se incrementa en 2 cm. “Esta variación de porcentajes de carga en detrimento del antepie, también es la causa de las sobrecargas metatarsales y la aparición de hiperqueratosis (durezas) en la zona central, tan dolorosas como incapacitantes en muchos casos”, señala el doctor Sánchez-Gómez. Esa presión tiene consecuencias en la columna, ya que, como demuestra un estudio publicado en la revista Spine el pasado mes de septiembre, se adelanta el eje corporal y se aumenta la curvatura lumbar. También perjudica las rodillas y en la circulación y está asociado a un mayor riesgo de caídas.
Punta estrecha, también peligrosa
El calzado con punta estrecha es otra causa de aparición de esta deformidad, ya que “disminuye notablemente el espacio para albergar los dedos, y por tanto los hace sufrir”, comenta este especialista. A su juicio, “aunque muchas pacientes manifiesten que disponen de espacio desde la punta del pie hasta la puntera, durante el ciclo de la marcha, hay una fase (la de despegue de talón), en la que el pie impacta contra la puntera del zapato en el que está metido, obligando al dedo gordo a desviarse también”.
Una vez que la deformidad ósea se ha instaurado en el pie, “las técnicas paliativas son tan sólo de mejora del dolor, pero la desviación ósea y la pérdida de movilidad, son irrecuperables”, subraya este experto. Cuando el proceso continúa, “es necesario recurrir al quirófano para el tratamiento de dicha patología, debido a la artrosis y la incapacidad funcional”. Por eso, “aunque la cirugía del pie ha mejorado muchísimo, siempre es recomendable no llegar a este punto”, remarca.