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Reconexión: basura y pacas digestoras
Marcela Rodríguez Urrego
Universidad Pedagógica Nacional
Diciembre 2020
Este artículo constituye una síntesis del documento del mismo nombre que forma parte del
libro Transiciones Urbanas: construcción de paz y nuevas relaciones con la naturaleza en
la ciudad editado por la Universidad Minuto de Dios y que se encuentra en proceso de
publicación
El covid-19 nos permitió reconocer la fragilidad de un mundo que cae por su propio peso.
No conocemos la dirección de las transformaciones que estos tiempos de derrumbe y posible
renacimiento traen, pero notamos que no hay vuelta atrás, que las cosas cambian de manera
radical e inesperada y que talvez se tejen los hilos de una nueva trama cultural. En el presente
artículo abordo la experiencia comunitaria de construcción de pacas digestoras como
expresión simbólica y concreta de los cambios que se operan en este tiempo incierto, en
cuatro pasos: 1. Describo algunos problemas asociados a las basuras y a sus soluciones
convencionales; 2. Presento algunos elementos técnicos y comunitarios de las pacas
digestoras Silva como alternativas al tratamiento de los residuos orgánicos en contextos
urbanos; 3. Desarrollo la hipótesis de la “basura” como símbolo estructurante del mundo que
se va a pique y visibilizo elementos rituales de la construcción de pacas, como
potencialidades para la creación de nuevos mundos.
Basuras urbanas: soluciones y problemas
La producción y manejo de basuras es uno de los problemas más graves que enfrenta el
planeta en la actualidad. Estas contaminan océanos, inundan urbes, afectan la vida del planeta
y la salud humana. Solo en el 2016 se generaron 2010 millones de toneladas de residuos
sólidos urbanos en todo el mundo (Kaza, Yao, Bhada-Tata y Van Woerden, 2018), de los
cuales por lo menos un tercio tiene manejo deficiente. Los residuos sólidos son responsables
del 20% de las emisiones de gas de efecto invernadero a nivel mundial. Un 12% de la
producción total es plástico que puede tardar en descomponerse entre 150 y 1000 años
(Danthurebandara, VanPassel, Nelen, Tielemans, y Van Acker, en Molano, 2019).
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En Colombia, durante el 2017, fueron recolectadas y transportadas casi 11 millones de
toneladas de residuos sólidos. En promedio, 31 toneladas por día. La mayor parte de ellos a
nivel urbano generando gran presión en su disposición (DNP, 2018).
Bogotá usa desde 1989 el relleno
sanitario Doña Juana para la
disposición de sus residuos. Este se
construyó previendo su clausura
para 15 años después, pero en la
actualidad sigue funcionando,
aunque tiene más de 50 millones de
toneladas de residuos enterradas.
Los rellenos sanitarios constituyen
una estrategia para la disposición
final de basuras promovida por
Estados Unidos, como “la forma
más segura y económica de lidiar
con los desechos y proteger el
ambiente” (Molano, 2019, 131).
Sin embargo, no hay sustento técnico que demuestre que el enterramiento conjunto de
residuos de diversa índole lleva a su transformación pues “la basura nunca se va, ni está
completamente contenida y controlada, y no se transforma en suelos estables ni
aprovechables” (Hird, en Molano, 2019).
Desde la instalación del relleno, sus vecinos han sufrido el incremento de problemas
sanitarios (vectores, malos olores, enfermedades respiratorias y dermatológicas, etc.) e
incluso, en tres ocasiones han visto amenazadas sus vidas y vivido la muerte de algunos
vecinos por cuenta de su desplome parcial1. El relleno doña Juana es, sin duda, el mayor
conflicto socio-ambiental de la ciudad.
1 En septiembre de 1997, se desplomaron más de un millón de toneladas de basura sobre el río Tunjuelo desatando una emergencia ambiental sin precedentes, en otro desastre previamente anunciado. Emergencias
Imagen 1. Infografía promocional. Paqueros San Luis.
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Según el Informe Nacional de Aprovechamiento (DANE, 2017), el 61% de los residuos
enterrados en rellenos sanitarios en Colombia son orgánicos. Su enterramiento con otros
residuos sólidos incrementa la contaminación hídrica -por los lixiviados que producen- y,
atmosférica, por la generación de gases efecto invernadero.
Se evidencia allí la distancia que existe entre las dinámicas urbanas y aquellas propias de la
naturaleza. Los residuos orgánicos tratados como basura constituyen un problema de salud
pública. Esto no deja de ser irónico pues si se integran cíclicamente al ecosistema se
convierten en nutrientes, mejorando la calidad del suelo y manteniendo la biodiversidad
(Velázquez, Ossa, Carrasquilla, Jarquín y Victoriano: 2017).
La paca digestora Silva
“La paca es una herramienta de ejercicio de soberanía, de autogestión, de
intervención directa de las comunidades sobre su espacio público, sobre la
comprensión más compleja de los elementos que tienen que ver con la
alimentación, con la protección, con la generación de desechos, con la
reintegración de los mismos, y que eso suceda a nivel de barrio, de vecinos, me
parece maravilloso porque pone la gente a hablar, a pensar, a compartir, a
desafiarse, a maravillarse, ahí surge la música y surge la comida, surge la red,
surge el tejido, hace falta mucho trabajo pero luego surge, florece de una manera
tan clara, emerge con una fuerza incontestable.”
Paula
Las pacas digestoras Silva2 desarrolladas por el técnico agroforestal Guillermo Silva a partir
de la observación del procesamiento de los desechos orgánicos en el bosque, son un
mecanismo autónomo de transformación de desechos orgánicos por medio de su
fermentación. Su hechura requiere una infraestructura mínima que cualquier persona con
conocimientos básicos de carpintería puede realizar. El trabajo para su realización es
similares, de menores proporciones, se repetirían en el 2015 y en el 2020 (en medio de la pandemia por el Covid 19). 2 Cfr. Origen y método de la Paca Digestora Silva. Blog: Guillermo silva: el mago del bosque urbano en https://believe.earth/es/guillermo-silva-el-mago-del-bosque-urbano/
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reducido3. La generación de subproductos contaminantes es muy baja y se pueden disponer
y transformar desechos orgánicos en espacios pequeños, sobre la tierra. Pacas de un metro
cúbico (el volumen máximo recomendado) alcanzan a procesar hasta 500 kg de desechos
orgánicos (Rivera, Del Oso, García, Román, Bedoya y Cortés: 2020; Velázquez et al.: 2017;
Rivera y Ossa: 2017; Ossa: 2016; Ardila, Cano, Silva y López: 2015).
La paca se construye como quien elabora
una lasaña en un molde de madera,
plástico o metal dentro del cual se
disponen capas de residuos orgánicos en
el centro, rodeados y cubiertos por franjas
de hojarasca verde o seca4. Para evitar la
pudrición de los desechos, cada capa se
comprime, eliminando el oxígeno por
medio de pisoteo. Ocurre así un proceso
de fermentación de los residuos
generando subproductos como vinagre y
alcohol. Tras un periodo de
aproximadamente seis meses, se
convierte en materia orgánica utilizable
como abono.
Esta forma de procesamiento de residuos orgánicos ha mostrado interesantes impactos a nivel
ambiental, psicosocial, pedagógico, comunitario, entre otros, por lo que se le ha denominado
un procedimiento multifuncional (Velázquez et al 2017). En términos ambientales, permite:
la biorremediación por eliminación de patógenos de los desechos y por el reciclaje de
nutrientes; la reforestación y la mejora de los suelos; su uso como espacio para siembra
alimentaria, medicinal y ornamental; y el control biológico, al permitir a insectos y otros
artrópodos desarrollar sus ciclos de vida natural (Ardila et al, 2015; Rivera y Ossa, 2017).
3 La compactación de 500 kilos de residuos orgánicos (desechos + hojarasca) puede realizarse óptimamente en 2 horas/hombre. 4 Cfr. Video promocional de realización de una paca: Marzo 25/2019. En: https://youtu.be/lYriZ9CHwsk.
Imagen 2. Infografía promocional. Paqueros San Luis
Imagen 2: Infografía promocional. Paqueros San
Luis
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Su carácter de aula abierta la convierte en
estrategia para la educación en general. Se
puede aprender con ella sobre biología,
química, física y matemáticas (Rivera y Ossa,
2017). Además, potencia la sostenibilidad
ambiental en las ciudades, la comprensión de
los ciclos naturales y fortalece el vínculo ser
humano-naturaleza (Velázquez et al, 2017),
haciendo patentes los problemas asociados al
procesamiento convencional de residuos.
En términos comunitarios la literatura destaca
la promoción del cuidado de la salud pública;
su uso como espacio para el juego y la
recreación; la reconstrucción y
fortalecimiento de vínculos sociales alrededor de un propósito común y la dignificación del
trabajo del reciclador (Rivera y Ossa, 2017).
Desde mi ejercicio paquero, durante los dos últimos años en Bogotá, en compañía de vecinos
del barrio Armenia5, donde habito, y, con vecinos de la localidad de Teusaquillo y de otros
barrios y localidades entusiastas del proceso paquero6, he podido vivenciar el despertar de
una dinámica comunitaria llamativa e inusual: por el entusiasmo colectivo que genera, por el
intercambio de saberes y la apertura a la experimentación y observación que posibilita; y por
5 El 16 de febrero del 2019 se desarrolló en el barrio Armenia la primera paca de carácter comunitario en Bogotá.. 6 Durante el 2020, y especialmente durante y después de la cuarentena, muchos barrios de Bogotá se han venido sumando al ejercicio paquero. Según la red de coordinación Paquerxs Bogotá, a octubre del 2020 hay 63 puntos de instalación de pacas en todos los puntos cardinales de la ciudad. La paca hace presencia desde Mochuelo Bajo hasta Usaquén, desde el Bosque Izquierdo hasta Ciudadela Colsubsidio y el humedal Córdoba. Cfr.https://www.google.com/maps/d/u/0/viewer?mid=1G_KcBc_m9aH2lb95K_nYZqdfpN6vBJNL&shorturl=1&ll=4.5885290772598%2C-74.15264694342775&z=15 En la localidad de Teusaquillo, 16 barrios de los 32 que la conforman están vinculados: Belalcázar, Esmeralda, Armenia, Teusaquillo, San Luis, Quinta Paredes, El Recuerdo, Nicolás de Federmán, Gran Américas, Acevedo Tejada, Centro Antonio Nariño, El Ágora, La Magdalena, Palermo, La Soledad, Rafael Núñez. La cantidad de personas vinculadas al que participan del ejercicio es variable.
Imagen 3: Paca en el barrio El Recuerdo.
Paqueros Armenia
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la presencia de personas diversas que desarrollan lazos cordiales y conversaciones colectivas
poco corrientes para el entorno y el momento. La fiesta paquera es intergeneracional, allí
hacen presencia personas de distintas condiciones, con niveles de conciencia ambiental
también distintos. En un espectro que va desde el avezado activismo ambiental hasta el
analfabetismo en asuntos ecológicos.
Los encuentros periódicos generan gran
entusiasmo. En entrevistas realizadas a
diversos participantes del movimiento, este
se vincula al surgimiento de nuevas formas
de habitar la ciudad. Los entrevistados
señalan transformaciones significativas en
sus vidas cotidianas que inician con el “sacar
la basura de la cabeza”. Se enuncian
también: el reconocimiento de la
circularidad de los procesos ambientales; la
toma de consciencia sobre la huella
ambiental y la práctica de justicia ambiental
en Bogotá7. Algunos de los participantes
destacan que la paca les posibilitó
apropiación territorial y la comprensión de la
ciudad como un espacio de propiedad
colectiva y de responsabilidad de todos.
En términos comunitarios, todos los entrevistados cuentan cómo el vincularse con espacios
paqueros ha traído un incremento significativo en el círculo de personas con las que
comparten y construyen visiones esperanzadoras de los retos del presente. Algunos
consideran que la paca pone en cuestión el statu quo y genera poder colectivo y transformador
7 Contribuir a la justicia ambiental en Bogotá, impidiendo que los habitantes de los márgenes de la ciudad tengan que sufrir las consecuencias de los propios residuos, fue una de las consignas presentes desde el origen en el movimiento paquero.
Imagen 4. Invitación primera paca comunitaria en Bogotá. Diseño: Adriana Rojas
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para el fortalecimiento de la ciudadanía. Cuatro de los diez entrevistados dan cuenta de que
su vinculación al movimiento los llevó a escenarios de participación ciudadana como la Junta
de Acción Comunal o a espacios de participación ambiental a nivel local.
Otra peculiaridad de la juntanza paquera se asocia al tipo de conversaciones que emergen en
estos espacios y que van desde momentos formativos (en los que se explica la construcción
de las pacas) al abordaje de temas de actualidad (como los asesinatos de líderes sociales y
ambientales, el cambio climático, el movimiento social, la salud, la alimentación, etc.).
Uno de los entrevistados hace énfasis en que la paca permite una percepción del tiempo
distinta a la propia de la Edad Moderna. Las tareas preparatorias para la paca requieren la
disposición de tiempo y dan a la vida “otra velocidad, no controlable, para la que se requiere
paciencia, lentitud, desapego, coherencia y armonía para la resolución de asuntos
importantes” (Simón, 2020).
Un mundo en transición
Personalmente, veo, en la experiencia paquera, la subversión de premisas fundantes del
entorno cultural en el que crecí, observo allí la emergencia de nuevos sentidos compartidos
que interpelan al orden social moderno capitalista desde la práctica. Quiero abordar aquí, dos
Imagen 5. El yin-yang de las pacas en el parque Armenia. Paqueros Armenia
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de ellos: el primero, cómo la paca interpela la noción misma de basura y su lugar en nuestro
ordenamiento cultural; el segundo, a partir de reflexiones de Byung-Chul Han (2020), la
reintroducción de formas de comunicación que la velocidad e instrumentalidad de la vida
moderna han ido adormeciendo.
La basura: palabra y cosa
El desperdicio deja de serlo cuando se restituye la relación quebrada entre una
cosa y sus sentidos.
Equipo de antropología forense, Argentina
La basura, tanto en su materialidad como en su representación, evidencia elementos
paradójicos de la construcción capitalista moderna. Como objeto, la basura nos invade, está
presente desde el Himalaya hasta el fondo de los océanos y en el tracto digestivo de múltiples
animales marinos y terrestres.
Pero su omnipresencia se caracteriza por su invisibilidad. Nuestra actitud cotidiana lo
ejemplifica: una vez nombramos algún objeto como basura, lo situamos en una bolsa negra,
bloqueando su visibilidad, y lo llevamos fuera de nuestras casas asumiendo que así
desaparece. Posteriormente, las bolsas negras son trasladadas a los márgenes geográficos (y
sociales). Hasta hace muy poco tiempo, en virtud de su representación, la basura se situaba
en el afuera, en el margen del orden que imaginamos habitar (Bueno, 2012; Boltvinik, 2017).
Pero se trata de un afuera paradójico pues es parte consustancial del mundo que la expulsa
(Gatti, 2009).
A partir de los años 50, el capitalismo encontró en la obsolescencia programada, una
estrategia para la acumulación de capital por medio de acelerar el consumo y producción de
bienes. Su resultado fue la constitución del mundo y de todos sus elementos en mercancías y
la producción de basuras, un subproducto invisibilizado. Desde ese entonces, la máquina
capitalista se sostiene gracias a convertir en obsoletos, a gran velocidad, todos sus productos.
La basura se muestra como la estrategia misma de mantenimiento del sistema que
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alimentamos asumiendo el código consumista de que es mejor comprar que hacer y desechar
que reparar.
Es interesante observar que el bautizo de
cualquier objeto como basura, no
obedece a condiciones específicas
(desgaste, descomposición, antigüedad,
materialidad, tiempo de uso, etc.) de
carácter objetivo. Pues, gran parte, de lo
que llamamos basura puede ser
reutilizado. Lo que es basura para
alguno, para otro puede ser un tesoro. La
conformación de algún objeto en basura
es un gesto subjetivo, es el “resultado
final de un proceso de ordenamiento”
(Gatti, 2009, p. 2) en virtud del cual se
separa la cosa de su sentido. Lo
desechado deja de ser un objeto
específico para convertirse en objeto
residual. Esta operación corrobora el
orden del consumo al despertar la necesidad de su reemplazo. En ese sentido, la basura en
cuanto símbolo ordena el mundo material y expresa los valores del orden social.
Comúnmente la basura se vincula a pobreza, suciedad, contaminación, peligro. Estas
asociaciones reflejan elementos importantes de ese orden social que constituye la basura
como exterioridad. La evolución en el abordaje de la basura muestra que su reglamentación
(con argumentos sanitarios) es un instrumento de poder para el control de la vida en las
ciudades (Latouche, en Gatti, 2009) orientado a posibilitar el funcionamiento del orden
económico (Alzate, en Arévalo, 2020). Se articula allí la dicotomía civilización – barbarie
anclada en la polaridad orden y limpieza y suciedad y desorden y origen de prácticas de
disciplinamiento corporal e higienismo orientadas a sectores populares para constituir la
distinción de las elites y la subalternización popular.
Imagen 6 Desechos orgánicos. Paqueros Armenia
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Como afirma Cresswell (en Boltvinick, 2017): las “creencias sobre suciedad y contaminación
dependen de las relaciones de poder en la sociedad, ya que delinean, de manera ideológica,
aquello que está fuera de lugar”. Esta demarcación es realizada por quienes concentran mayor
poder social, los más privilegiados, por ello las elites gozan de mejores servicios de limpieza
que los sectores populares, y pueden lucrarse de la basura mientras que los pobres se ocupan
de ella sin obtener ni siquiera un salario suficiente para el mantenimiento de su vida.
Estos valores y prácticas instituidas desde “arriba” se reproducen a lo largo de la escala social
como ejercicios de diferenciación hacia “abajo”. Así lo muestra la aproximación etnográfica
de Bueno (2012) a las prácticas en torno a la basura de las amas de casa del barrio Garcés
Navas. El ejercicio cotidiano de ordenamiento del hogar pasa por definir qué debe ir a la
basura argumentando desde imágenes amenazantes de suciedad y marginalidad, que se
ciernen sobre ellas si renuncian a su papel de gestoras del orden. Tener cosas rotas o dañadas
en el hogar “afecta su aceptación dentro del barrio” por lo que su tarea cotidiana se centra en
mantener el orden dentro de la casa expulsando afuera la basura que lo amenaza. La
definición de lo que debe convertirse en basura es un ejercicio de poder de estas gestoras del
hogar, por lo que el sistema de clasificación se torna arbitrario. Tener platos de comida en el
cuarto, usar pantalones rotos, dejar cosas fuera del lugar asignado devienen en pequeñas
batallas en las que las amas de casa hacen prevalecer sus criterios. Por esta razón, Bueno
categoriza la basura como un sistema de clasificación arbitrario que explicita el ordenamiento
de lo desechable en función del mantenimiento de un orden que es a la vez social, individual
y cultural y que es funcional al orden económico hegemónico.
La carga simbólica de la basura como ordenador social, es subvertida, desde mi perspectiva,
por el ejercicio paquero. El que, en una ciudad tan segmentada socialmente como Bogotá,
grupos variados de personas no condenadas por su condición social a tratar con desechos, se
reúnan colectivamente en espacios públicos a pisar con entusiasmo sus desechos orgánicos,
constituye un quiebre en el entramado simbólico de la Modernidad, del consumismo, del
individualismo. Hacerse cargo de los propios desechos es un acto que cuestiona un tabú
central de la Modernidad.
El sacar los desechos orgánicos de la categoría misma de basura, haciendo evidente la
circularidad de los procesos de la vida y la viabilidad de soluciones locales y sostenibles para
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su tratamiento, incluso en grandes ciudades pone en peligro el esquema actual de las basuras
como negocio. Pero el ejercicio paquero va más allá, pone también en entredicho la práctica
moderna de delegar las labores del cuidado de la vida a especialistas quienes, en principio,
están en la parte más baja de la escala social (Rodríguez, 2018). La consigna de “hacerse
cargo de los propios residuos” es disruptiva, pues deconstruye las divisiones sociales
emanadas de la invisibilidad de la basura. Además, el carácter colectivo y público de esta
forma de tratar los desechos, impugna también la lógica de ocultar la basura. Los paqueros
convierten los desechos en un tema central de tratamiento público y abierto, propio de las
preocupaciones colectivas y lo hacen en lugares públicos, de forma amable y hermosa,
poniendo en entredicho las asociaciones fundantes de la basura como símbolo.
Ritualidad y comunidad
“Quien siempre espera lo nuevo, lo estimulante, pasa por alto lo que ya existe”
Byung-Chul Han
En su libro “La desaparición de los rituales” (2020), Han se aproxima a la experiencia liquida
de la Modernidad tardía tomando como una de sus expresiones centrales la pérdida de la
ritualidad. La rutina compulsiva del consumo y la presión por producir, hacen desaparecer
la percepción de lo duradero, trocándolo en una “percepción serial” presta a ir de novedad en
novedad, y desear siempre más: “nuevos estímulos, excitaciones, vivencias” (p.21). El
tiempo se convierte así en una mera sucesión de presentes puntuales, vacío de sentido y
estructura ofreciendo a cambio la vida intensa y el narcicismo.
Distinto al tiempo lineal, que con nunca se repite ni puede volver sobre sí mismo, está el
tiempo ritual, repetitivo, que da estabilidad a la vida, que instala la existencia humana en un
hogar. El ejercicio ritual permite la juntanza, genera comunidad y desde allí posibilita al
individuo trascenderse.
El ritual, además, en la intensidad de su repetición, opera fijando la atención, generando una
caja de resonancia donde la vivencia individual transmuta en sentimiento colectivo que
consolida la comunidad. Las prácticas rituales orientan la vida hacia algo superior al
individuo, crean un sentido que trasciende la experiencia individual de la vida.
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Encuentro en el ejercicio paquero
elementos que resuenan con esta
descripción de la ritualidad: su
carácter repetitivo estabiliza la vida
del paquero en encuentros
periódicos de los cuales no quiere
ausentarse. El paquero realiza
repetidamente la misma acción de
manera colectiva, viendo crecer los
lazos que lo unen a otros paqueros
cercanos y lejanos, sintiéndose parte
de una comunidad. La realización
periódica de las pacas centra la atención en los desechos, permite aprender de ellos,
profundizar en los elementos asociados, identificar qué seres vivos muestran un desarrollo
adecuado de la paca, prestar atención a la estructura apropiada. Además, el rito paquero, si
se me permite llamarlo así, nos ofrece orientar la vida hacia el cuidado planetario,
reconocernos como hijos de la Pachamama, cuidadores de la vida mas no sus amos, nos ayuda
a recrear el sentido de la vida en un tiempo de crisis y nos orienta sobre las formas de habitar
el planeta que tiene sentido construir. Nos permite reconectarnos: a los otros y a la tierra.
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Imagen 7. Mantener la memoria. Paqueros Armenia
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