Ciclo C
Hoy nos trae el evangelio uno de los grandes milagros de Jesucristo, una de las tres resurrecciones que nos narran los evangelios: la resurrección del hijo de la viuda de Naín. Parece ser que fue la primera resurrección que Jesús realizó.
Una gran muchedumbre seguía a Jesús, cuando llegaron a la pequeña ciudad de Naín, donde se encontraron con un entierro que salía de la ciudad. Muchos le seguían atraídos simplemente por los milagros que hacía; otros, de mejor fe, queriendo captar los mensajes de amor y gracia, para seguirle con sus obras.
Lc 7, 11-17
Así nos lo dice el evangelio:
En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: "No llores.“ Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: "¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!" El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: “Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo”. La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera.
Llora la madre por su hijo muerto, las plañideras gritan en Naín.
El Señor se acerca, todos se detienen, al muchacho muerto Jesús le dice así:
Levántate y anda, Yo soy la Vida. Levántate y anda, naciste para vivir.
Levántate y anda, Yo soy la Vida. Levántate y anda, naciste para vivir.
Lo narra san Lucas, que es el evangelista de la misericordia. Toda esta narración es un canto
expresivo a la gran misericordia de Jesús.
Uno rebosando de vida y esperanza, otro de muerte y tristeza. Donde el Señor está presente hay esperanza, donde está ausente hay desesperación y muerte. Es todo un símbolo.
Hay un gran contraste entre los dos grupos que se encuentran.
Al acercarse a la pequeña ciudad de Naín Jesús se encuentra con un entierro muy concurrido, no precisamente porque se tratara de alguien muy importante, sino porque se trataba de una defunción que había conmovido profundamente:
Quien había muerto era un joven, un muchacho que además era el hijo único de una viuda.
Al decir el evangelio que la madre del difunto era viuda, nos muestra la condición y el dolor por la que esta mujer estaba pasando. Las mujeres en aquellos tiempos dependían del sostén de su esposo, y si él faltaba, el de su hijo mayor. Por eso era una calamidad para una mujer judía el no tener hijo varón. Al decir el evangelio que era viuda y su único hijo acababa de morir, nos muestra que esta mujer había quedado sola, y sin ningún sostén para vivir.
Podíamos decir que allí se encuentra la mayor miseria, pero también está la inmensa misericordia de Dios en la persona de Jesús.
Quizá el evangelista no pudo encontrar un cúmulo mayor de desgracias en una sola mujer, viuda y con su hijo muerto. Ha perdido la compañía, el apoyo, el sustento y toda defensa. En aquel tiempo una viuda no tenía seguridad social, ni derechos legales ni posibilidades laborales. Son circunstancias que aumentan el sentido trágico de la muerte.
Al verla el Señor, tuvo lástima. Es la primera vez que el evangelio de Lucas llama a Jesús "el Señor", título que los judíos reservaban para el Dios de Israel y los romanos para el emperador, que se había hecho divinizar. Aquí podemos ver el sentido de Señor de la Vida, en su encuentro con la muerte.
Es el título con que los cristianos empezaron a designar a Jesús después de su resurrección.
Es un sentimiento profundo que viene de muy dentro. La compasión es sufrir con. No fue solo una idea fría, sino que sintió el dolor tan grande que estaba sufriendo esa viuda por su hijo.
Cuando Jesús vio a la mujer llorando sin encontrar remedio, fue movido a misericordia.
Conmoverse significa hacer compañía y también procurar ayuda. Hacer compañía y procurar ayudar es comulgar con el dolor del hermano, sentirlo como propio. Sin necesidad de que nos lo pidan, sin querer tampoco asumir ningún protagonismo: con sencillez, es decir, con amor. A Jesús le dio lástima aquella mujer que había perdido su mejor tesoro.
Comprendió aquel dolor, lo compartió y, como podía, lo remedió de la manera más total.
Este es el ejemplo que debemos imitar de Jesús, tener compasión de todos cuantos sufren. Porque el que sufre inspira compasión al que conoce de sentimientos y, si nos sentimos impresionados por el dolor y llegamos a los oprimidos, a llorar junto con ellos, estamos sintiendo a un hermano como lo sentía Cristo.
No tenemos porqué dar explicaciones y, en general, las palabras suelen servir de poco ante el dolor o la tragedia humana. A veces estorban y sobran. Pero tampoco podemos hacer milagros como Jesús. Entonces, ¿qué hacer? Hay algo que hizo Jesús y nosotros también podemos hacer: conmoverse.
Jesús, sin que le llamen, sin que clamen a Él, sin que le busquen, se acerca a la viuda madre y le dice:”No llores”. Quiere consolarla y aliviar su gran dolor y tristeza. Quiere mostrarle y decirle: “Mírame a mí, yo puedo quitar la causa de tus lágrimas”.
Quiere darle ánimos y fe, aunque no se la pide, para realizar el milagro.
"Y le dijo: No llores". A veces nuestras palabras de pésame son superficiales, dichas a destiempo y faltas de esperanza, por no ponernos en el lugar del que sufre. No por tener siempre el nombre de Dios en los labios somos más cristianos y nuestras palabras son más consoladoras.
¡Cuántas veces nuestra presencia silenciosa es más respetuosa y solidaria que esas fórmulas aprendidas de memoria, y que nunca nos hemos parado a pensar si creemos en ellas!
Para la realización del milagro no precisa ni de una oración especial de súplica ni de una especie de transmisión de la vida, como el ritual de echarse tres veces sobre el cadáver que realiza el profeta Elías en la primera lectura. Pronuncia breves palabras no sólo de hombre que consuela, sino de Dios que vivifica.
Ordena levantarse al muerto diciéndole: “Joven, a ti te digo, levántate”.
Levántate del egoísmo, y ábrete más a los demás; levántate de pensar tanto en ti y piensa más en los demás; levántate del pesimismo que te hace pensar que no vale la pena esforzarse, que todo seguirá igual, y cree de verdad en la fuerza del amor de Dios que a cada uno de nosotros puede cambiarnos.
También Jesús, una y otra vez, nos dice a cada uno de nosotros, como a aquel muchacho,: "Levántate".
Por la palabra de poder de Jesús aquel joven volvió a la vida. Pasó de muerte a vida. Eso es lo que hace Jesús con nosotros a nivel espiritual, nos da la vida que no merecemos. Pasamos del reino de las tinieblas al reino de la luz y de la vida eterna. Él tiene poder sobre la misma muerte, porque la venció en la cruz y al resucitarse a sí mismo.
"El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre". Con este hecho Jesús quiere desvelarnos el sentido de la vida que nos debe llevar hacia el gozo de la resurrección. Nos hace vivir la alegría de una madre que reencuentra al hijo muerto, la plenitud de una vida que parecía truncada y vuelve a encontrar de nuevo sus raíces.
Las lágrimas de tristeza se convertirían en lágrimas de gozo.
El evangelio de hoy termina diciéndonos que la gente exclamaba: "Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo". A veces pensamos que profeta es aquel que nos anticipa el futuro; pero la gente intuyó cuál era la verdadera misión del profeta: el que habla en nombre de Dios.
Y allí Jesús, como gran profeta, nos anuncia que Dios no quiere el dolor, el llanto, la muerte, que el destino del hombre no es la muerte sino la vida, que él, Dios, se conmueve y sufre ante el dolor y la tragedia que padece cada hombre o mujer.
Al principio de ver la resurrección quedarían atemorizados y perplejos, pero después, al darse cuenta
de la maravilla que había ocurrido, no pudieron sino glorificar a Dios por ello. Así también nosotros debemos
vivir de tal manera que la gente a través de nuestras vidas glorifiquen a Dios nuestro Padre.
No sólo la multitud temió y reconoció que Jesús era un gran profeta, que lo era, sino que las gentes glorificaban a Dios.
Era normal que una noticia así no podía quedarse en secreto. De igual manera, cada vez que predicamos el evangelio o le hablamos a alguien del Señor, debería tener grandes repercusiones positivas.
Las noticias se extendieron por toda Judea, y por toda la región.
Cuando hablaban de “un gran profeta”, quizá algunos tendrían en la mente un gran profeta, que para los israelitas había sido Elías. Dios por medio de este profeta había hecho volver a la vida al hijo de una viuda en Sarepta. Así nos dice la 1ª lectura de hoy:
1Reyes 17, 17-24
En aquellos días, cayó enfermo el hijo de la señora de la casa. La enfermedad era tan grave que se quedó sin respiración. Entonces la mujer dijo a Elías: "¿Qué tienes tú que ver conmigo? ¿Has venido a mi casa para avivar el recuerdo de mis culpas y hacer morir a mi hijo?“ Elías respondió: "Dame a tu hijo.“ Y, tomándolo de su regazo, lo subió a la habitación donde él dormía y lo acostó en su cama. Luego invocó al Señor: "Señor, Dios mío, ¿también a esta viuda que me hospeda la vas a castigar, haciendo morir a su hijo?“ Después se echó tres veces sobre el niño, invocando al Señor: “Señor, Dios mío, que vuelva al niño la respiración”. El Señor escuchó la súplica de Elías: al niño le volvió la respiración y revivió. Elías tomó al niño, lo llevó al piso bajo y se lo entregó a su madre, diciendo: "Mira, tu hijo está vivo”. Entonces la mujer dijo a Elías: “Ahora reconozco que eres un hombre de Dios y que la palabra del Señor en tu boca es verdad”.
También esta mujer termina reconociendo a Elías como «un hombre de Dios» y alaba al Señor al ver que ha devuelto la vida a su hijo.
Esta resurrección que hizo Jesús, con su poder divino, como las otras resurrecciones obradas por medio de los apóstoles y las del Antiguo Testamento, son sólo resurrecciones parciales, para un cierto tiempo determinado, porque esas personas resucitadas tuvieron que morir otra vez.
Jesucristo sí que resucitó plenamente para una nueva vida. No fue un triunfo momentáneo, provisional, sino un triunfo total y definitivo sobre la muerte. Por eso Jesucristo es la resurrección y la vida, Él es el dador de la vida eterna. Además la resurrección plena de Jesús es la esperanza de nuestra propia resurrección.
La escena del evangelio se repite todos los días en nuestro mundo. Hay grandes comitivas llenas de muertos, de muertos vivientes, de muertos que andan y se mueven pero que no tienen vida: Es la gran comitiva de los parados, los drogadictos, los analfabetos, los que no tienen hogar, los terroristas, los minusválidos y los subnormales, las mujeres que gritan el derecho a su cuerpo… Y muchos más los que llevan dentro los odios e injusticias. Es la gran comitiva de la muerte.
Caminando hacia esa comitiva puede y debe ir otra comitiva de hombres llenos de vida. Es la de aquellos que acompañan a Cristo. Unas personas comprometidas seriamente con el gran problema de responder a la muerte con la vida.
¿Qué respuesta damos los cristianos a todos cuantos caminan en la comitiva de la muerte?
Jesucristo ha pasado y sigue pasando por nuestro camino, por el camino personal de cada uno de nosotros, para "resucitarnos“, para comunicarnos vida. Hay en cada uno de nosotros una semilla de vida y una semilla de muerte. Como hay en cada uno de nosotros obras de muerte, que llamamos "pecado“, y obras de vida. Jesús nos libera de lo que hay de muerte en nosotros: egoísmo, dureza, injusticia, mentira, etc. Y nos llama a seguirle por su camino de vida.
Viene a nuestro encuentro cuando nos reunimos para recordar en la misa su paso de muerte a Vida. Él está con nosotros, dejemos que su vida vivifique nuestro camino. Celebrar la Eucaristía es un encuentro con Jesucristo para tener algo más de vida en nosotros.
Jesucristo no cambia. “Él es el mismo ayer, hoy y por los siglos”. Su compasión para los que sufren sigue siendo igual de grande. Por eso siempre debemos buscar el consuelo en nuestro Señor. Él nunca nos fallará, nunca nos decepcionará, siempre se interesa por nuestras preocupaciones, sean las que sean. Él sigue diciendo: “Venid a mi todos los que estáis trabajados y cansados que yo os haré descansar”.
Este es un gran ejemplo que nos da Jesús a todos: la compasión. Ante tantos males que hay en el mundo, materiales, psicológicos, espirituales, seamos consoladores. Si compartimos nuestra alma podemos ser consuelo para el mundo.
Estoy viendo en torno a mí, gente que pasa vacía,
hermanos que miran sin ver, hermanos que sufren y lloran.
Estoy viendo en torno a mi un mundo sin esperanza,
un mundo que no tiene paz, un mundo que no tiene amor.
Y Dios me grita desde el fondo de mi ser: consolad a mi pueblo.
Y Dios me grita desde el fondo de mi ser: consolad.
Tu puedes ser
consolación, consolación
para el mundo.
tu puedes ser camino de paz, tu puedes ser consolación.
consolación para
el hombre quiero ser.
AMÉN
Que María interceda por nosotros ante el Señor para que nuestro consuelo sea pleno ahora y en el cielo.