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Bitácora de Viaje
Danza Colombia Trayecto Río Magdalena
Texto y Fotografías:
Andrés Arias García
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Nuestro viaje empieza en las alturas, allí donde las nubes pierden la
batalla y se estrellan ante altísimas murallas montañosas que forjan
los andes colombianos. Queríamos filmar y grabar el sonido del río
Magdalena cuando su caudal aún es pequeño y es posible cruzarloen un solo salto. Para ello, viajamos muchas horas por el Huila has
ta encontrar el viejo pueblo de San Agustín, que es mucho más pe
queño que el extenso valle de monolitos que rodean el pueblo y que
conforman la necrópolis precolombina más extensa de toda Améri
ca. Muy cerca de allí, descendiendo en una espiral vertiginosa, entre
fincas campesinas, llegamos al estrecho del Río Magdalena y reco
nocimos en la potencia y velocidad de su paso y en el rugido vibran
te que hace cuando choca con las piedras, su prometedor futuro.
Sentarse a verlo y escucharlo por minutos te hace sentir en
la gloria. La mirada se pierde al verlo serenarse luego de pa
sar furibundo e incómodo por un angosto túnel de rocas.
Desde allí él se sabe grande y no se deja apaciguar. Sus
aguas, arremolinadas y burbujeantes, exhaustas del estrecho
paso, tienen un aspecto mágico, dorado intenso y cristalino.
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Donde nace elgran Río
Paisaje en Fortaleci ! as, Huila
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Pero así como el río no se detiene, avanzamos con él, así que lo
fuimos viendo atravesar el Huila y pasar ya joven por la primera
gran ciudad, Neiva. Allí encontramos el SanJuanero, esa danza mo!
derna que se forjó hace menos de cien años pero que enamora al
verlo bailar, no solo por su cuidadosa coreografía, por su esbeltez
y galantería adornada de preciosas faldas bordadas; sino porque
sublima los cortejos y ambiciones carnales que emanan del inte!
rior de todo hombre ante una mujer.
Siguiendo nuestro camino encontramos una pareja de jóvenes
que ha dedicado casi una década a bailar uno de los ritmos nacio!
nales más antiguos danzado incluso desde la época de la indepen!dencia. Se trata del pasillo, un baile de pareja suave y de salón que
decidimos filmarlo con el imponente background del desierto de
la Tatacoa, un paraje fabuloso y único, que rompe con el verdor
que trae el río y que proporciona hermosas formas erosionadas tí !
picas de un paisaje árido, pero contradictoriamente rodeado por
las aguas del Magdalena.
A lo largo de este territorio se respira un aire caliente y denso
pues la temperatura oscila en 38 o 40 grados centígrados en un
medio día convencional. Tal calor sofocante hace que las aguas de
las represas circundantes y del mismo Magdalena se evaporen for!
mando una bruma que emparama la piel y debilita hasta el más re!
cio. Luego de divisar los apacibles campos de arroz de distancias
kilométricas que se pierden en el horizonte hasta toparse con las
cordilleras, encontramos un grupo de natagaimunos que alcanzanla felicidad en la Rajaleña. Varios de ellos, de rostros híbridos, con
ojos indios pero labios europeos, no solo han recogido la tradi!
ción de la chicha, que hidrató y embriagó a sus ancestros Pijao,
sino también de la tambora, instrumento que transita a lo largo
del río y es tocada por los caribeños y los andinos. Don Eliecer y
su grupo de amigos, en el confín de una vereda polvorienta y es!
Desde allí él se
sabe grande y no
se deja
apaciguar. Sus
aguas,
arremolinadas y
burbujeantes,
exhaustas del
estrecho paso,
tienen un aspecto
mágico, dorado
intenso y
cristalino.
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condida de Natagaima, le roban la calma a una tarde y con el señuelo de
una chicha bien fría, amansan y reúnen a sus vecinos, para glosarles la coti!
dianidad en acordes de tiple, tambora y guitarra y transmitir hasta a los
más chicos la alegría de la Rajaleña.
Continuamos el curso que lleva el río Magdalena hacia el norte del país y
descubrimos entre frondosos guamos a Carlos Alberto Díaz, uno de los
gestores culturales más inquietos y apasionados de la región y líder delfolclor dancístico en la abrasadora Purificación; y que con su pequeño ejer!
cito familiar cose, diseña, estudia, y prepara la coreografía y la vestimenta
de los 20 bailarines de su propio grupo de danza Cacique Catufa, con el
que interpretan la danza madre de la zona: el Contrabandista, un baile de
pareja similar al Sanjuanero que refleja el cortejo de enamoramiento entre
el hombre campesino y su mujer.
Bailarina de Contrabandista, Purificación, Tolima.
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En ese punto el río Magdalena ya ha asumido su porte impe!
tuoso y amenazador, y sus aguas se rehúsan a dejarse penetrar
por la mirada del viajero, escondiendo su inquietante hondura
bajo la epidermis de tono marrón oscuro que lo caracterizará
en adelante. Cruzamos el puente sin perder de vista las corrien!tes arremolinadas que ya acechan en el río y nos dirigimos al
vecino municipio de Prado, para deleitarnos con el apacible
paisaje que luce su represa, semejante espejo de aguas cristali!
nas que reflejan los silentes cerros que la circundan. Territorio
de origen de criaturas exuberantes vestidas de mil hilachas y
rostros demoniacos conocidos como “matachines”, que nacie!
ron en estas tierras antes que la patria, y que mueven sus cuer!
pos bajo el toque de la tambora recordando el eterno triunfo
del bien sobre el mal, como bien lo enseña don Adonaél Gar!
cía, el encargado de garantizar la pervivencia de esta danza, lue!
go de 234 años de su creación.
Don Eliecer y su
grupo de amigos,
en el confín de una
vereda polvorienta
y escondida de
Natagaima, leroban la calma a
una tarde y con el
señuelo de una
chicha bien fría,
amansan y reúnen
a sus vecinos,
para glosarles la
cotidianidad en
acordes de tiple,
tambora y guitarra
y transmitir hasta
a los más chicos
la alegría de la
Rajaleña.
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la tarde en la carretera que conduce a El Espinal, un municipio que
celebra el solsticio de verano con la fiesta de San Pedro, bailando el
sonsonete que se conoce con el nombre de San Pedro en el Espinal
y al que se le atribuye la gracia de hinchar el espíritu de quien lo
oye sonar.
Cualquier aflicción por más profunda y azarosa que sea, se olvida
cuando se presencia un Bambuco fiestero de San Pedro en el Espi!
nal. Cuanta energía irradia tal baile. Las mujeres enarbolan sus pesa !
dos faldones y suspenden por segundos sus pies del ardiente suelo,
simulando mariposas multicolores que revolotean por la plaza; y de!
trás, sus parejos impecables ondeando con reverencia sus raboegal!
los tan colorados como el más ardiente de sus deseos. Ellas giran
sus cuerpos 360 grados alrededor de su parejo, con sus torsos dobla !
dos hacia atrás poniendo las espaldas perpendiculares al suelo, gi!
rando continuamente como lo hace la luna sobre nuestro mundo,
pero ataviadas con faldas brocadas que pueden pesar hasta 10 kilos
y que al final del baile las deja tan agotadas que es costumbre tener
una bala de oxígeno para animar alguna cuyo cuerpo no resista los
embates de esta briosa danza. Acuarelas Folclóricas, la compañía
de danza de Cristina Moreno hace lo propio exhibiendo un talento
juvenil en la plaza mayor y deleita a paseantes y locales con sus casi
25 años de entrega al arte de enseñar los pasos y coreografía del
bambuco fiestero.
A unos cuantos kilómetros está la ciudad nueva, Girardot; que no
alcanza a tener más de tres generaciones de fundada, pero que gra !
cias a emprendedores culturales como Mónica Vargas y Diego Chá !
vez, le habla a sus habitantes de arraigo e identidad trayendo a nues!
tros tiempos el viejo Torbellino, por medio de una puesta en escena
novedosa y creativa, que pone los pelos de punta del público con su
danza de la botella.
Cualquier aflicción
por más profunda y
azarosa que sea, se
olvida cuando se
presencia un
Bambuco fiestero
de San Pedro en el
Espinal. Cuanta
energía irradia tal
baile. Las mujeres
enarbolan sus
pesados faldones y
suspenden por
segundos sus pies
del ardiente suelo,
simulando
mariposas
multicolores que revolotean por la
plaza; y detrás, sus
parejos impecables
ondeando con
reverencia sus
raboegallos tan
colorados como el
más ardiente de
sus deseos.
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Poco a poco el Magdalena se nutre de otros ríos que se entregan a su señorío. Vi !
goroso, se abre paso entre colinas verdes y rocosas, encrespándose como si le die!
ra rabia que la naturaleza osara detenerlo, y no hay árbol o roca, por más grandes
que sean o bien fijadas en el suelo que parezca, que las crestas espumosas del
Magdalena no se lleven. En Honda, un pueblo sempiterno cuyo centro urbano
evidencia la opulencia de un puerto clave en la época colonial, se escucha bramar
el río, y sus remolinos alcanzan formas tenebrosas. Es precisamente allí donde hu!
bo que hacer dos puertos, porque ningún champán, boga o barco de vapor pudo
dominar al río en este punto. Fueron necesarios un puerto antes de las hondona !
das y otro más abajo, cuando el río ya ha calmado su genio.
Ni siquiera los bagres se salvan allí, los pescadores aprovechan la revuelta para
atraparles con sus cóngolos y dejarlos cocer en su propio jugo bajo la paciente téc!
nica del hervido al vapor. Los viudos de capaz son el mejor consorte de una tarde
soleada, que luce encantadora cuando se puede apreciar el baile típico de la re!
gión, que nació en 1920 y que puso a bailar a campesinos y familias ilustres que
habitaban los poblados ribereños del Magdalena desde Honda hasta Puerto Boya !
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Detrás de Cámaras. Honda, Tolima
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cá. Se trata de la Rumba Criolla, una danza que empezó bailándo!
se en parejas, pero que luego se convirtió en un baile que parecía
un juego, un espacio donde se armaban coreografías espontáneas
que comprometían a 2, 3, 4 y hasta 6 parejas y que les ofrecía un
legítimo regocijo de grupo. Qué mejor que conocer su historia ysaber un poco más de la Rumba Criolla que en voz de Edison
Franco, investigador y maestro de danza de la región quién se ha
preocupado por motivar a los jóvenes de Fresno para que se apro!
pien de este cándido baile.
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Poco a poco el
Magdalena se
nutre de otros ríos
que se entregan a
su señorío.
Vigoroso, se abre
paso entre colinas
verdes y rocosas,
encrespándose
como si le diera
rabia que la
naturaleza osara
detenerlo..
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ser, ser de acá; para sentirse parte del mundo, pero al tiem!
po, sentirse diferentes del resto del mismo. La danza y la mú!
sica en el magdalena medio es como un alimento intangible,
es la sabia de la identidad de pueblos como Barrancaberme!
ja, Puerto Wilches, Cantagallo, Gamarra o Tamalameque.Es y ha sido desde hace 400 años la vianda que nutre y forta !
lece el espíritu de quienes se arriesgan a transitar estos lares.
Antaño, las playas del Magdalena medio vivían atestadas de
caimán aguja, lo que impedía que bogas, exploradores y viaje!
ros que pretendían Honda o Santafé pudiesen detenerse, pe!
ro siendo obligado el descanso conseguían pequeñas islas pa !
ra enterrarse entre sus arenas o abrigarse bajo mallas anticua !das que les prevenían de la verdadera amenaza del río: los
mosquitos. Humboldt, en su viaje por el Magdalena en 1802
narraba cómo en una noche, uno de sus brazos quedó expues!
to fuera de la malla y al día siguiente amaneció tan hinchado
por las picaduras que durante el resto de la mañana perdió
sensibilidad en su brazo. Así que hacer sonar el tambor y mo!
ver el cuerpo se hizo un asunto de supervivencia, para exorci!
zarlo de los avatares del viaje, mientras se navegaba por el
Magdalena penetrando el país.
Hoy sus maravillosas y alegres gentes celebran el milagro de
la vida alrededor del fuego, llevando a cabo las espontáneas
ruedas de bailes cantaos, que adornan sus calles polvorientas
y que hacen lucir el cortejo del enamoramiento como una
eterna coreografía sincopada. Maestros como Carlos Vás!quez, Mildred Pasos e Irene Celis piensan su región a través
de la danza, conciben su futuro por medio de coreografías y
nuevas creaciones, y jóvenes y talentosos bailarines y cantao!
ras como Damaris Sayas, Oti Ramos, Fernel Chávez o Kateri!
ne Gómez entregan su último aliento danzando como “Dios
...es la tierra donde
muchos escudriñan en
su pasado y toman
pistas en el paisaje
ribereño para construir
su identidad, para ser,
ser de acá; para
sentirse parte del mundo, pero al tiempo,
sentirse diferentes del
resto del mismo. La
danza y la música en el
magdalena medio es
como un alimento
intangible, es la sabia
de la identidad de
pueblos como
Barrancabermeja,
Puerto Wilches,
Cantagallo, Gamarra o
Tamalameque.
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manda” en famosos duelos sobre tarima donde se disputa el título del mejor can!
taor y bailador de la región.
Es difícil contener en este escrito todos aquellos que conceden sus vidas a la mú!
sica y la danza en este extraordinario magdalena medio, como todos los días ha !
cen Aleida Saavedra, Cesar Sánchez o Einstein Salazar. Como lo dice el maestro
Vásquez, todos ellos pertenecen al río y su historia está construida con él, así
que la danza para estos pueblos es el espejo en el cual constantemente se están
mirando y referenciando, como lo haría cualquiera que se asome a las aguas cal!
madas de una ciénaga al no tener con qué darle un vistazo a su propio aspecto.
Es difícil abandonar rápido el magdalena medio, quizá más difícil que transitar
por los recovecos que conducen a pueblos olvidados. No importa, si había que
poner el auto sobre una plataforma y llevarlo de un lado al otro del río, había que
hacerlo. Encontrar experiencias como la de Omar Alvear o Dolly Macea en el ate!
Casa campesina. Canaletal, Bolívar
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morizado y violentado pueblo de San Pablo Bolívar, impulsaba nues!
tra voluntad y el río jamás se oponía a nuestras arriesgadas empre!
sas. Alguna vez, bajo el tórrido medio día nuestro auto se enterró
en una aislada carretera fangosa, pero cual grito de bogas halando
un champán, logramos sacarlo del hoyo y conseguimos llegar a pre!
senciar el baile cantao del bolo bolo, tan escondido como las tropas
guerrilleras que se ocultan en la vecina y espesa Serranía de San Lu!
cas.
Al igual que los meandros caprichosos del magdalena, voy a quedar!
me por un párrafo más en un hermoso pueblito de casas coloniales
que cual visión mágica, reposa sobre una península mientras una
ciénaga color esmeralda la rodea. Me atrevería a quitar otro poqui!
to de su atención describiendo las faenas de pesca grupales en las
que ejércitos de canoas formadas en fila, de repente forman una
rueda como verídico asunto coreográfico y envisten al unísono con
sus grandes atarrayas los peces que han quedado en el corralito ima !
ginario. Y si fuera poco, traería a colación la sorprendente historia
de la imagen milagrosa de la virgen de la Original; pero como nues!
tro foco es la danza, vale situarse un segundo más en este paraje pa !
ra reconocer la valentía de un grupo de hombres de Simití, que ba !
jo la batuta de Einstein Salazar, y a riesgo de la burla de un pueblo,
se pusieron las faldas, tacones, blusas y rímel que dejaron de poner!
se las mujeres cuando la bailaban y en contra de la tradición " que
dicta que solo la mujer podía vestir de mojiganga #, encubrieron su
aspecto varonil para reavivar la comparsa de Las Mojigangas que
despierta más orgullo simiteño que su himno municipal.
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Como lo dice el
maestro Vásquez,
todos ellos
pertenecen al río y su
historia está
construida con él, así
que la danza paraestos pueblos es el
espejo en el cual
constantemente se
están mirando y
referenciando, como
lo haría cualquiera
que se asome a las
aguas calmadas de
una ciénaga al no
tener con qué darle un
vistazo a su propio
aspecto.
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De repente el Magdalena da una curva, abandona la aburri!
da silueta de un río común y tomando posesión de las tie!
rras bajas circundantes, abre sus brazos y se ensancha atomi!zándose como los cúmulos de estrellas en el cosmos, pero
formando un complejo de cientos de ciénagas y ecosistemas
lacustres denominada la depresión momposina. Este paisaje
anegado que desde el cielo parece un panal de aguas, se vuel!
ve cuna de seres especiales que se autoproclaman hombres y
mujeres anfibios del caribe colombiano. Es tan bajo el nivel
de la tierra en este gran territorio que comprende los depar!
tamentos de Sucre, Bolívar, Cesar y Magdalena, que hasta el
mismo río teme ahogarse y no salir completo de este embro!
llo. Pero la naturaleza indulgente le entrega los ríos San Jor!
ge, Cauca y Cesar, para que por más vericuetos que tenga
que atravesar, se llene de impulsos y tome su forma tradicio!
nal presto a atender el llamado que le hacen las sirenas des!
de el mar caribe.13
Serpenteando por las tierrasinundadas
Fatoras de Talaigua. Talaigua, Bolívar
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El Banco, un municipio de 60 mil habitantes, levita milagrosa !
mente sobre un complejo acuático que contempla grandes ciéna !
gas, el río Cesar y el río Magdalena. Se sostiene económicamen!
te gracias a la pesca y pervive en nuestra memoria gracias a quesus tierras vieron parir la Cumbia, el género musical y dancístico
más atávico y querido de Colombia.
Se dicen muchas cosas sobre la Cumbia, pero lo cierto es que en
este lugar no solo confluyen las aguas, sino también en épocas
precolombinas circularon pueblos como los Malibúes, Chimilas
y Pocabuyes, quienes tenían como hábito hacer sonar sus flautas
de caña " hoy cañae´ millo # para rendirle un homenaje póstumo a
los caciques y personajes emblemáticos de sus comunidades en
el momento de su muerte. Tal ritmo fúnebre fue la génesis de la
cumbia, que aún después de seiscientos años de viaje por el tiem!
po, conserva el espíritu nostálgico de su origen. Hoy día, este rit!
mo musical y su danza conforman una expresión cultural que
suena a Latinoamérica, sin que ello le quite el lugar de ser la más
endémica de nuestra patria. Y todo esto, gracias a personas co!mo Verushka Barros, Martín Galezo, Alexander Loaiza y Yuri
Arango quienes no dejan pasar un día sin pensar, investigar,
crear coreografías, organizar festivales, promover encuentros de
cumbia y bailarla apasionadamente; así como también gracias a
compositores como José Barros y Lucho Bermúdez que con sus
cumbias contagiaron el país entero y por poco toda Latinoaméri!
ca.
Luego de El banco, el Magdalena se abre en dos brazos. Parecie!
se que aquí el río en verdad se sintiera incómodo. Así que igual
que un parroquiano, el Magdalena viene cambiando su posición
mientras dormita siestas centenarias. Hace trescientos años, la
dirección del río por estos lares lucía diferente. El brazo de
Mompós era portentoso y permitió que creciera la honorable
El Banco, un
municipio de 60 mil
habitantes, levita
milagrosamente sobre
un complejo acuático
que contempla
grandes ciénagas, el
río Cesar y el río
Magdalena. Se
sostiene
económicamente
gracias a la pesca y
pervive en nuestra
memoria gracias a
que sus tierras vieron
parir la Cumbia, el género musical y
dancístico más
atávico y querido de
Colombia.
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ciudad de Santa Cruz de Mompós, convirtiéndola en punto clave para almacenar
el oro que venía del interior del reino, así como también para darle a los viajeros
cuadrillas de bogas y un champán para navegar hacia Santafé. Pero hace 100años, el Magdalena cambió su posición, y se inclinó por aumentar el caudal por el
brazo de Loba, así que el brazo del Magdalena que pasaba frente a la ciudad per!
dió su caudal, se hizo difícil su tránsito y dejó a Mompós confinada al recuerdo
de sus mejores tiempos.
Sin embargo, el pueblo de las casas con balcones primaverales sigue vivo; gracias
a sus gentes, que continúan habitando moradas patrimoniales y restaurándolas
del moho y la hojarasca; resucitando preciosas fachadas ornamentadas con quien
sabe cuantos acertijos anagramáticos. Personas como Luis Alfredo Domínguez y
Cruz Campo nos condujeron por la historia y la actualidad de este pueblo y bajo
los gustillos del trópico " el bollo limpio, el queso de mil capas y los crocantes casa !
bitos # ahondamos en la importancia de Mompós en el folclore colombiano.
Danza de negros. Cacería del Tigre, Santa Cruz de Mompós, Bolívar
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jan de la tierra preciosas ocarinas de barro hechas por manos Malibú durante la
cuna de nuestra historia. Jean Carlos Mancera, Cástulo Acuña, entre otros em!
prendedores culturales y sabedores locales se rehúsan a dejar atrás estas profanas
costumbres y bajo los secretos heredados de una cosmogonía mitad indígena mi!
tad africana, chocan las palmas, rascan sus pies sobre la tierra, clavan sus agudosojos negros en la humanidad de sus parejas y conjuran el milagro de la vida en co!
ros sempiternos en un tránsito delicioso por el berroche, la guacherna, la tambo!
ra tambora y el chandé que caracterizan el baile de tambora.
Ocarina Malibú. Talaigua Viejo, Bolívar
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Cuando el río Magdalena cierra sus brazos y recupera su figu!
ra tradicional, uno reconoce su vejez. Sus corrientes ya vie!
nen cansadas y silenciosas y su vertiginoso andar es sustitui!
do por una silueta ancha y descomunal sobre la que pasan
largos puentes y en la que transitan los barcos cargados de
las maravillas de otras tierras, bautizados con nombres cos!
mopolitas o de algún santo que aplaque la ira de Neptuno.
En un instante, a la altura del municipio de Calamar, el río
acepta un trato con el hombre y presta un poco de su co!
rriente para que empuje al mar las aguas estancadas de las
ciénagas que circundan por el sur a Cartagena. En este com!
plejo acuático que recibe el nombre de Canal del Dique,
existen antiguos asentamientos que fueron cimarronajes co!
mo San Basilio de Palenque o María la baja, pero también
pueblos como Santa Lucía, cuyos habitantes de estirpe afro!
descendiente se aferran a la epopeya de sus viejos.
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La majestuosa
entrega al Mar Caribe
Río Magdalena en Plato, Magdalena
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En Santa lucía, gracias a emprendedores culturales como Eliud
y Gaspar, los niños y jóvenes aceitan sus cuerpos en brea y bai!
lan semidesnudos la danza de los negritos, motivados por las
palmas y los trepidantes toques del cuero del tambor que los
ancianos de la comunidad ocasionan para llevar al éxtasis a los
danzantes. Estos últimos, contagiados de una alegría incon!
mensurable, dejan que sus caras se desfiguren bajo una cascada
de muecas, entre las que se admite el blanqueamiento de los
ojos y los embrollos de maromas con la lengua y llevan sus mús!
culos a que tiemblen tanto, que parecieran estar exorcizando
la remembranza de su pasado.
En el último tránsito de su vida, el río Magdalena viene más ri!
co que nunca. Como el más sabio de los viejos, se ha cargado
de creencias, sentires y experiencias que solo puede tener este
viajero que atraviesa la patria todos los días sin descanso. El
río Magdalena en este punto es un canasto de vida, cargado de
todas las frutas que han entregado hombres y mujeres habitan!
tes del río como agradecimiento por su paso; y que finalmente
el río, antes de morir en el caribe, entrega contento a la última
ciudad en su camino, Barranquilla.
La “ciudad puerto”, cúmulo de culturas locales pero a la vez re!
ceptáculo de pueblos extranjeros, ha crecido forjando una
identidad colorida y fiestera, recogiendo en una cosecha festi!
va decenas de danzas y músicas tradicionales que trae el río a
lo largo de su recorrido. Gracias a decenas de grupos, escuelas
folclóricas, investigadores, corporaciones, emprendedores cul!
turales, amantes de la danza como el grupo barrial del Congo
grande de Barranquilla coordinado por Adolfo Mauri o cum!
biambas numerosas como la que por tradición familiar dirige
Eveth Pacheco, existe y seguirá existiendo el Carnaval de Ba !
En el último tránsito
de su vida, el río
Magdalena viene
más rico que nunca.
Como el más sabio
de los viejos, se ha
cargado de
creencias, sentires y
experiencias que
solo puede tener
este viajero que
atraviesa la patria
todos los días sin
descanso
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rranquilla. Tal acontecimiento folclórico, quizá el más rico en formas dancísticas
y musicales de toda América, como bien lo señala una de sus más serias investiga !
doras y estudiosas, Mónica Lindo, contiene el pensamiento y memoria de gran
parte de los colombianos.
A pocos kilómetros de la cuna de las marimondas, congos y monocucos; de las
calles que una vez al año le son arrebatadas al tedio de la cotidianidad para vol!
verse pasarela de Carnaval, el Río Magdalena llega a su fin y muere exhausto, con
el suspiro sosegado que encarna la cúspide de un gran viaje.
En este punto de nuestra aventura, viendo cómo el río Magdalena se entrega al
mar y renuncia a su existencia fundiéndose entre los abrazos azules del litoral Ca !
ribe, me asalta el pensamiento de que en Colombia, sus gentes aman enamorar!
se, y es tanta su pasión por atraer y cortejar a la mujer que el sanjuanero, el con!
trabandista, el pasillo, el bambuco fiestero, el baile de tambora y la cumbia " por
nombrar solo las danzas que se dan sobre el río Magdalena # personifican el mani!
fiesto artístico más completo y diverso de las diferentes formas que hay de expre!
sar quienes somos.
Ta ! er de máscaras de Carnaval. Soledad, Atlántico
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Y si uno lo mira con detenimiento, o más bien lo baila, le halla sentido a la mane!
ra en que el colombiano experimenta el amor, porque la sensación más parecida
que hay en el cuerpo cuando se termina de bailar bien algo como una cumbia, esla de haber hecho verdaderamente el amor.
Desembocadura del Río Magdalena en el Mar Caribe. Bocas de Ceniza, Atlántico
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