ADORACIÓN, DEVOCIÓN Y VENERACIÓN
En la práctica cristiana existe, no en pocos casos, un
desconocimiento sobre estos tres conceptos relacionados con el culto a
Dios, a los Santos y a otras figuras religiosas. Tal es así que, incluso se
llega, sin saberlo, al culto idolátrico y en otros casos a la confusión de
prácticas cultuales, adorando a quien debemos venerar, venerando a quien
debemos mostrar devoción, etc.; desarrollando, a veces, actitudes
pseudorreligiosas que se acercan más a rituales mágicos que a una
verdadera práctica de la piedad cristiana.
Conocer, por tanto, en profundidad estos conceptos, puede marcar la
diferencia en la vida espiritual. Parece obvio el significado de las palabras:
devoción, veneración y adoración, pero no es tan sencillo. La devoción
verdaderamente católica fue perdiéndose en ocasiones a lo largo del
tiempo, dando origen a varias expresiones de culto, subjetivas, confusas e
inconexas, las cuales, en la práctica, acaban volviéndose cada vez más
infructuosas y estériles. Siendo así, que necesitamos redescubrir el
verdadero sentido de la devoción católica a los ángeles y a los santos, y lo
que ese culto de veneración tiene que ver con la adoración debida solo a
Dios.
La adoración o culto de adoración
Etimológicamente, la palabra “adorar” viene del verbo
latino “adorare” y quiere decir literalmente “orar hacia arriba”. También
podemos relacionarlo con el término latino “latria” proveniente del griego
“latreia” y cuyo significado es adoración o culto, el cual es utilizado en la
teología católica para ser ofrecido única y absolutamente a Dios.
De acuerdo con la RAE, adorar es reverenciar o rendir culto a
alguien o algo que se considere de naturaleza divina. También puede ser la
acción de orar y el gustar mucho alguien o algo hasta el punto de llegar al
amor, así podemos decir a una persona “te adoro” o “adoro este lugar”. En
el ámbito religioso, se entiende la palabra adorar como algo que se hace
ante lo que se considera un ser superior y que se reconoce como Dios o ser
divino. En el mundo hebreo no encontramos ninguna palabra que signifique
lo mismo que el sentido que nosotros le damos a adorar. Las más cercanas
en su significado son las hebreas “hishtajawá” y “sagad” que significan
inclinarse, postrarse, arrodillarse y, por extensión, venerar, adorar, etc., y
la palabra aramea “seguid” que traducen por adorar. Un ejemplo lo
tenemos en Gn 24,26: “Entonces el hombre se postró y adoró
(“hishtajawá”) al Señor”.
En el NT, sin embargo, cuando Jesús habla de adoración, el
evangelista utiliza el término griego προσκυνέω (proskuneo)1. El
término proskuneo se compone de pros, que significa “hacia”, y kuneo, que
significa “besar”; es decir, besar a (hacia) alguien en señal de profunda
reverencia. Entre los orientales, especialmente los persas, esta palabra
designaba la costumbre de postrarse ante una persona y besar sus pies, el
borde del vestido o el suelo. Este es el significado básico que
transmite proskuneo en todos los versículos donde aparece en el Nuevo
Testamento.
Así, dependiendo del contexto, proskuneo puede significar un simple
acto de reverencia, de súplica, o de alabanza (Marcos 15,19; Mateo 18,26;
Apocalipsis 13,4). En cambio, cuando se refiere a Dios, proskuneo siempre
conlleva la idea de adoración. Este es el uso que Jesús le da en Jn 4,23-242
(diálogo con la Samaritana), y en tal caso proskuneo transmite mucho más: 1 A parte de proskuneo, otros conceptos menos utilizado en la Biblia y que tendrían el mismo o parecido significado son: Sebonai (Reverenciar con temor); Latreuo (Servir, homenajear) y Eusebeo (Actuar piadosamente) 2“los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque ésos son precisamente los adoradores que el Padre desea. Dios es espíritu; y los que lo adoran, tienen que adorarlo en espíritu y verdad.” (Jn4,23-24)
Es el reconocimiento directo de la grandeza de Dios expresado en alabanza
y exaltación, pública o privada, que se le ofrece en razón de su naturaleza
divina, sus atributos y sus obras; y por todo lo que Él significa para sus
adoradores. Es la plena aceptación de sus propósitos y demandas, un
profundo compromiso de obediencia manifestado en un servicio exclusivo,
como le indica Jesús al demonio: “escrito está: Al Señor tu Dios adorarás,
y a él sólo servirás” (Mateo 4,10).
Adorar sería, por lo tanto, el reconocimiento, expresado tanto en
pensamiento, palabra y obra, de la excelsa dignidad de Dios, entre otras
razones porque ha creado todas las cosas; porque por su voluntad existen y
fueron creadas; porque en Él “está la fuente de la vida”; porque son
profundas las riquezas de su sabiduría y su conocimiento, y son
indescifrables e impenetrables sus juicios y sus caminos; “porque desde la
creación del mundo, sus atributos invisibles, su eterno poder y divinidad,
se han visto con toda claridad”; y porque “maravillosas son sus
obras” (Apocalipsis 4,10-11; Salmos 36,9; Romanos 11,33,36; 1,20;
Salmos 139,14)
Es Dios y solo Dios quien merece la adoración de todas sus criaturas
(Mateo 4,10; Apocalipsis 19,10) y no debemos de adorar a los santos, a los
ángeles o a alguna de sus criaturas; por esa razón, solo a Él corresponde
determinar cómo hemos de adorarle. Hemos de saber que hay un tipo de
adoración que Dios aprueba, pero hay también otras adoraciones que
rechaza (Colosenses 2,18)3. Así, si nos importa lo que Dios quiere, nos
aseguraremos de procurar la adoración que el acepta de nosotros.
De todo esto, podemos distinguir los rasgos o elementos de una
verdadera adoración:
3“No dejen que los condene ninguno de aquellos que insisten en una religiosa abnegación o en el culto a los ángeles, al afirmar que han tenido visiones sobre estas cosas. Su mente pecaminosa los ha llenado de arrogancia” (Col 2, 18)
a) Motivación: La misericordia de Dios es la que mueve a adorarlo.
La adoración surge de saber que Dios nos ha creado, y lo ha hecho por
amor. Adorar a Dios es darnos cuenta que dependemos totalmente de Él.
Tener conciencia de la misericordia divina y tratar de comprenderla nos
motiva a la alabanza y/o a la acción de gracias, en otras palabras, a la
adoración. Podríamos decir que la persona es un ser adorador por
naturaleza.
b) Forma: Al sabernos amados por Dios, las persona le queremos
amar también, le quieren adorar. ¿Pero cómo? Ofreciendo el propio cuerpo
o todo nuestro ser a Dios, significa darle a Dios todo de nosotros mismos;
en definitiva, cederle a Dios el control de nuestra vida (postración,
inclinación, genuflexión, etc.). Ofrecernos, darnos o entregarnos a Dios con
todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, y con toda nuestra mente (Mt
22, 37) es hacer un sacrificio vivo, santo y agradable a Él. Este es nuestro
culto espiritual.
c) Condición: Para que el culto espiritual a Dios sea auténtico,
verdadero, y agradable a Él, hay que hacerlo con una mente renovada, y
esto se logra a través de un proceso constante de conversión.La conversión,
que es expresión de fe y que nace de la humildad, motiva a inclinarse,
arrodillarse, postrarse ante Dios (y no es sólo una postura corporal), y a
hacerlo en cualquier circunstancia, no sólo ante su presencia eucarística.El
esfuerzo por tener y mantener nuestra mente renovada, purificada, limpia,
incluso integrando las emociones, permitirá adorar a Dios sin ataduras.
d) Contexto: La mente renovada se traducirá concretando la
voluntad de Dios, haciendo “lo bueno, lo agradable, lo perfecto”. “Y todo
lo que puedan decir o hacer, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dando
gracias a Dios Padre por medio de él” (Col 3, 17).Es lo que también nos
dice Jesús: “Adorarás al Señor tu Dios y a Él sólo servirás” (Mt. 4, 10).
¿Cuándo? Siempre: en todo momento y lugar. Lo que Dios desea para
nosotros es nuestro mayor bien; por tanto, su voluntad será siempre lo
mejor para nosotros.
Los actos a realizar propios de la adoración son: El conocimiento de
la doctrina o enseñanza de los apóstoles. La ofrenda. La participación en la
fracción del pan. Las oraciones y los cánticos de alabanza. Estos actos de
adoración deben ser realizados "en espíritu y en verdad" (Jn 4, 23-24), lo
cual significa que siempre debemos ser sinceros cuando adoramos, y cada
acto de adoración debe ser como lo enseña el Nuevo Testamento.
Por tanto, la verdadera adoración se siente por dentro, y se expresa a
través de las acciones momento tras momento. La adoración a Dios es
reconocer toda su omnipotencia y gloria en todo lo que hacemos. La
adoración es para glorificar y exaltar a Dios y mantenerle nuestra lealtad.
La forma más elevada de la alabanza y de la adoración es la
obediencia constante a Él y a su Palabra. La adoración es un acto externo
motivado por un sentimiento interno. No es lo que uno recibe, sino, más
bien, lo que uno le da a Dios.
Por otro lado, también podemos realizar una falsa adoración que se
ve resumida en estas tres prácticas:
a) Adoración vana: Adorar a Dios pero no cumplir sus mandamientos
sino los mandamientos de los hombres (Mt 15, 8-9)4
b) Adoración ignorante: No se puede adorar a Dios sin conocerlo.
c) Adoración voluntaria: El hombre diseña el tipo de adoración que
quiere. Es un tipo de adoración aparente pero suele convertirse en vana.
4 “Este pueblo de labios me honra; Mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres” (Mt 15, 8-9)
La devoción o culto de devoción
La palabra “devoción” proviene del latín devotio y significa “acción
y efecto de dar voto”, donde el término “voto” proviene, a su vez, del latín
“votum” que viene a significar “promesa”. En griego se dice δουλια (dulia)
y significa “honrar”.Por ello se ha traducido normalmente como el acto
de dedicar o consagrar. También como fidelidad, dedicación, deferencia,
lealtad. Y, en un sentido más desconocido, como hechizo, maldición,
encantamiento y fórmula mágica.
Para la teología y para la espiritualidad católica, la devoción es un
acto de religión. Santo Tomás de Aquino dice que la devoción es
“la voluntad dispuesta a entregarse a todo lo que pertenece al servicio de
Dios”, o sea, al culto divino. Así las cosas, toda devoción verdadera tiene
como fin último al mismo Dios.
La devoción es quizás uno de los momentos cultuales más antiguos
de la humanidad como lo atestigua la arqueología. Está presente en todas
las religiones de la historia y de la actualidad. En lo que se refiere al
cristianismo, como ya hemos visto, se encuentra presente en el A.T y en el
N.T5. Los primeros cristianos siguieron con este tipo de culto al cual pronto
se añadió, tras las sangrientas persecuciones, el culto a las reliquias, a los
mártires y a los primeros santos que la recién nacida Iglesia comenzó a
canonizar. Esta santidad, para que se vea la relación que existe con la
devoción y lo dicho anteriormente, es por participación en la santidad de
Dios, pues sólo Dios puede ser considerado santo. En la Edad Media las
prácticas de devoción se daban casi exclusivamente en el culto comunitario
y en el periodo de la Cristiandad este acto de dar a Dios lo que es de Dios
5 Aunque en la práctica los judíos tenían el mandato divino de no hacerse ídolos, sabemos, por bastantes episodios y oráculos de los profetas, que hubo periodos en los que esta prohibición no se cumplía. Dios, según la Alianza con Moisés, quiso exclusividad y en este sentido la devoción hacía Él, como Dios único, también forma parte de lo que se entiende por devoción como ahora veremos.
era realizado por toda la sociedad. Con la llegada de la modernidad6, la
secularización y la laicidad, se ha producido un enfriamiento de la fe que
ha conllevado la puesta en duda y viabilidad del culto público. (El
sentimiento religioso debería ser reducido al ámbito privado pues el ámbito
público debe ser aconfesional o laico. Pero esto daría para otra charla).
En la actualidad, el tema de la devoción, en especial a los santos, es
uno de los más sensibles de la religiosidad popular y a la vez nos pone en
contacto con una de las grandes inquietudes de nuestra época, la búsqueda
de modelos que encarnen el ideal evangélico. Hoy, la mayoría de la gente
ya no entiende el significado de la palabra devoción y para la mayor parte
de los católicos de hoy, las prácticas devocionales no pasan
del sentimentalismo subjetivista, que no lleva a una verdadera conversión.
Siendo así que, es urgente recuperar el sentido de la palabra devoción,
como voluntad dispuesta a entregarse enteramente a Dios, para pasar luego
a la práctica.
Existen varias expresiones de devoción en la Iglesia católica, que
pueden ser divididas en dos categorías: la devoción de veneración, que se
da a los ángeles y los santos, y la devoción de adoración, que se debe
únicamente a Dios y de la que ya hemos hablado.
Nos centraremos ahora en la devoción de veneración y el culto a las
imágenes sagradas, a los santos y a los ángeles como siervos de Dios en el
orden sobrenatural. Existe, en este tipo de veneración, santos que tienen
una preeminencia en la devoción o hiperdulia como es la veneración a la
Virgen María (por encima de todos los santos y los ángeles) y San José que
tiene una preeminencia entre los santos o protodulia. La devoción de
6 Quisiera recordar que para este tiempo la reacción de la Iglesia se denominó “devotio moderna” y su obra culmen fue la “Imitación de Cristo” de Tomás de Kempis que tenía como fin procurar la santificación de la vida diaria. Pero no todo fue positivo, pues, en algunos caso, se cayó en el subjetivismo devocional, peligro del que creo no nos hemos desembarazado.
veneración se expresa, en la práctica externa, mediante la reverencia y el
respeto a las imágenes de los santos y de los ángeles (estatuas, esculturas,
pinturas, iconos, reliquias, etc.).
Una vez dicho esto, nos podemos hacer la siguiente pregunta: Si
Dios mandó no hacernos imágenes o ídolos y adorarlo sólo a Él7, si el
primer mandamiento así parece confirmarlo ¿caemos acaso los cristianos
en el pecado de idolatría con este tipo de veneración? Veamos.
El culto de las imágenes sagradas en la Iglesia católica parece no ser
contrario al primer mandamiento, pues, la teología manifiesta que la honra
y adoración que debe ser prestada a una imagen debe remontar al modelo
original, ya que para el pensamiento católico quien venera una imagen,
debe venerar en ella a la persona representada y no tanto a la imagen en sí.
La imagen o reliquia no merece el culto por sí misma, y por eso la “latría”
o adoración es relativa. Es decir, quien sea devoto/a de San Bartolomé, o de
cualquier otra imagen, no debe ser devoto/a de esta o tal talla en madera o
yeso policromado, sino de la persona de San Bartolomé. Y, ¿por qué
merece el culto o la devoción San Bartolomé o cualquier otra imagen?
Merece el culto por Cristo, por lo que indirectamente a quien se le rinde
adoración es a Dios que es quien sí merece y recibe el culto absoluto. La
devoción a las imágenes de los santos nos debe llevar a la adoración de
Dios. De la “dulia” o “latria relativa” debemos pasar a la “latria” absoluta.
La honra o devoción que se le presta a las imágenes es, por tanto, una
“veneración respetuosa”, y no una adoración, que es debida solamente a
Dios. Como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica en su número 2132:
“El culto de la religión no se dirige a las imágenes en sí mismas como
7“No debes hacerte una imagen tallada ni una forma parecida a cosa alguna que esté en los cielos arriba o que esté en la tierra debajo o que esté en las aguas debajo de la tierra. No debes inclinarte ante ellas ni ser inducido a servirlas.” (Ex 20,4-5); y “Temerás sólo al señor tu Dios; y a El adorarás, y jurarás por su nombre. No seguiréis a otros dioses, a ninguno de los dioses de los pueblos que os rodean” (Dt 6, 13-14)
realidades, sino porque bajo su aspecto de imágenes nos conducen al Dios
encarnado. El movimiento que se dirige a la imagen en cuanto tal no se
detiene en ella, sino que se orienta a la realidad que representa”. Siendo
así que, el culto de devoción a los ángeles y a los santos en sus sagradas
imágenes no es un fin en sí mismo, sino que tiene por finalidad elevar a las
almas a Dios.
Entendido en este sentido, no encontramos contradicción entre los
mandatos de Dios y la práctica cultual de devoción a las imágenes de los
santos, reliquias, ángeles, etc., por parte de los cristianos y así las
acusaciones de idolatría que nos vienen desde otras confesiones cristinas
son infundadas. Podemos, por tanto, hablar de devoción a los santos, en
una línea de analogía o semejanza, sin menoscabar en absoluto la primacía
de Dios.
Por consiguiente, en el caso de los santos, podemos entender por
"devoción" una actitud del creyente respecto a unas personas (declarados
oficialmente "santos" por la Iglesia), que significan de nuestra parte unas
connotaciones de amor, veneración, agradecimiento y admiración, hacia
esa persona, a través de su imagen, y que nos sirve como trampolín para
amar a Dios. La tradición de la Iglesia así los atestigua y lo recoge en el
Concilio Vaticano II, en su constitución Sacrosanctum concilium número
111: "De acuerdo a la tradición, la Iglesia rinde culto a los santos y venera
sus imágenes y sus reliquias auténticas".
Las imágenes de los santos deben ser entendidas, entonces, como
símbolos. Decía el filósofo neokantiano Ernst Cassirer que el hombre es un
animal simbólico, ya que para comprender algunos aspectos de su realidad
recurría a los símbolos y este es uno de esos casos. Si entendemos el signo
o símbolo como el objeto material que se ve pero que manifiesta algo que
no se ve, entenderemos el valor simbólico de las imágenes de los santos: la
imagen material (madera, yeso, mármol, etc.) es el símbolo, pero no
debemos quedarnos ahí sino que debemos llegar a lo que esa imagen
representa, a lo que no se ve. Y en este caso, lo que no se ve son una serie
de cualidades, actuaciones, modos de vida, etc., que hacen que para
nosotros esos santos merezcan nuestra veneración y nos lleven a la
adoración de Dios, que es el qué y por el qué esas personas representadas
en las imágenes han vivido, actuado y comportado de esa manera. No le
rezamos o pedimos a la imagen, sino a la persona representada por la
imagen.
Sin embargo, vemos que muchas veces no es así, y muchos católicos
caemos en prácticas idolátricas. Estas se producen cuando veneramos, ya
sea adoración o devoción, a algo o a alguien que no es Dios, y esto, en
muchos casos, es la imagen de un santo. Estudiando Antropología social y
cultural, realicé un trabajo junto a mi compañero Tomás Rubio sobre la
Semana Santa de Cieza, encargándome yo del estudio del patrimonio
inmaterial de esta. Realizamos diferentes grabaciones y varias entrevistas a
anderos y participantes en los desfiles pasionales, algunas cuestiones
incidían en la fe de estos y recuerdo, cómo llamativo, el desconocimiento
por parte de muchos de la liturgia de la pasión y la detección de la idolatría
en algunos. Como ejemplo, un andero de una de las cofradías tras
confirmar su total ateísmo afirmó “que a su trono/imagen no dejaba que la
tocara ni Dios”. O como este otro que podemos ver en muchos de nuestros
templos, fieles que visitan a tal o cual imagen de un santo, se arrodillan,
rezan devotamente, tocan esa imagen y salen sin presignarse ante el
santísimo. O aquellos para lo que primero es tal santo, seguido de tal otro y
ya, a mucha distancia, Jesucristo. De tal modo que cuesta un mundo quitar
del altar a tal o cual imagen de un santo, para poner a un crucificado.
Esto es un culto idolátrico, un pecado grave pues niega la existencia
de Dios y su carácter único, para atribuirle eso a personas o cosas creadas.
Las imágenes, las palabras, las reliquias, etc., no son idolátricas en sí, la
idolatría es una actitud. Es importante que los fieles católicos no caigamos
en dichas actitudes, porque precisamente esto es lo que motiva no pocas
críticas y la desvirtualización del culto, rayando ya aspectos mágicos.
Como vemos en algunas procesiones de rodillas o con los pies descalzos,
donde puede haber un trasfondo de leyes de mercado y chantaje para con
Dios: "Yo te doy esto y tú me das esto". Esto puede fomentar la
especialización milagrera. Se puede montar en la devoción popular una
especie de hospital con santos de "medicina general" y otros santos
"especialistas".
La devoción popular, sin embargo, es una práctica religiosa no
obligatoria dentro de nuestra fe. No estamos obligados a realizar una
devoción concreta. Cada católico debe poner en práctica aquella devoción o
devociones que le ayuden a profundizar en su fe y a seguir mejor a Jesús.
Por ello, las devociones se pueden recomendar pero nunca imponer. El
pueblo cristiano, entre devoción (amor a…) y culto (manifestación), ha
decidido libremente diferentes manifestaciones oficiales y populares en
torno a santuarios e imágenes, lo que ha diferenciado una religiosidad
popular del culto oficial de la Iglesia.
Y si la religiosidad popular tiene algún aspecto negativo, como
acabamos de ver, también tiene otros aspectos positivos que debemos
reseñar: es un medio apto para la nueva evangelización si se programan
medios adecuados con imaginación (como es el caso de estas charlas), es
una oportunidad para hacer vivir la liturgia sacramental y para catequizar,
también fomenta valores humanos como la solidaridad, la vida familiar, el
respeto a la naturaleza y potencia el sentimiento de pertenencia a un grupo.
Una de estas prácticas de la religiosidad popular es la devoción a un
santo patrón o patrono. El Santo patrón es un santo que tiene una afinidad
especial con una comunidad o un grupo específico de personas y a cuya
intercesión se acogen los miembros de esos colectivos. El concepto patrón
o patrono, que procede del latín “patronus”, es sinónimo de defensor o
protector8. Por tanto, los santos patronos son considerados, por muchos
creyentes, como intercesores y abogados ante Dios, sea de una nación, un
pueblo, un lugar, una artesanía o actividad, una clase, una congregación, un
clan o una familia.
La imagen del patrón estaría sujeta a la devoción relativa y por ello
es un culto que incluye el cuidado de dicha imagen, el respeto y devoción
debidos, mantenerla segura y protegida, y exponerla al culto popular. Como
decíamos, la imagen no merece el culto por sí misma, merece el culto por
Cristo. La veneración correspondiente a esta devoción relativa incluye los
siguientes aspectos: Respeto profundo a la imagen; Ver en el santo
representado a una persona de grandes cualidades; Conocer su vida y obras
como seguidor de Dios; Amarlo sin contradecir el primer mandamiento;
Pedirle intercesión ante Dios por nosotros; Deseo de seguir su ejemplo;
Festejarlo en una fecha determinada como expresión de honor y honra, y
presignarnos ante su imagen como signo de devoción.
La devoción debida a San Bartolomé, como patrón de Cieza, por lo
tanto, debe ir más allá de su imagen, fundamentándose en su carácter de
intercesor y protector históricamente acreditado (aunque desconocemos el
porqué de su nombramiento como Patrón de Cieza), según nos cuentan las
crónicas y leyendas, como en el episodio del 25 de Agosto de 1722, cuando
la imagen sudó cinco veces al enfrentarse a una tormenta, o en la bendición
de los campos y cosechas desde el magnífico conjuratorio de su ermita. 8 Para los más jóvenes, Harry Potter y sus amigos realizan encantamientos patronus (expectopatronum) con carácter defensivo. Así el Patronus es un espíritu guardián.
Pero, dicho esto, ¿por qué tener devoción a San Bartolomé? Quizás
la vida y actitud de este apóstol de Jesús también nos puede inspirar
devoción hacia él. Entorno a San Bartolomé, existe alguna que otra
controversia sobre su vida aunque la mayoría lo identifica con Natanael,
amigo de Felipe (Su nombre en griego procede del patronímico Bar-
Tolmay o hijo de Ptolomeo). No es llamado directamente por Jesús, sino
que es su amigo Felipe el que le invita a seguir a Jesús. Ante tal invitación,
Natanael responde que de Nazaret no puede salir nada bueno al enterarse
que Jesús es de allí. Felipe le respondió “ven y verás”. Su encuentro con
Jesús y la confirmación por parte de este de que ya lo había elegido antes
incluso de que Felipe lo invitara, llevan a la conversión y a la confesión de
fe de Natanael. Jesús vio en él a un verdadero israelita en el cual no había
engaño. Tras esto, Natanael se convirtió en un Apóstol de Jesús, testigo de
su muerte y su resurrección. Después parece que predicó en la India y en
Armenia, donde literalmente se “dejó la piel” predicando el Evangelio, fue
despellejado y decapitado.
Bartolomé representa, por lo tanto, a la persona que llega a la fe sin
haberla buscado, que tiene una necesidad, que se cuestiona, pero que parte
de un prejuicio sobre esta que desaparece en cuanto conoce a Jesús de
Nazaret y se convierte en un discípulo incondicional. Como San Bartolomé
nosotros también estamos invitados al “ven y verás”. Para San Bartolomé
la santidad no se basa en hacer milagros, ni en deslumbrar a otros con
hazañas extraordinarias, sino en dedicar la vida a amar a Dios, a hacer
conocer y amar más a Jesucristo, y a propagar su santa religión, y en tener
una constante caridad con los demás y tratar de hacer a todos el mayor bien
posible. Así, por su intercesión, podemos pedir a Dios lo que reza su
oración: “concede a tu Iglesia amar lo que él creyó, y predicar lo que él
enseñó”.
Para los ciezanos, la traca que pone fin a sus fiestas patronales
representa su verdadera noche vieja y el comienzo de un nuevo año. Nos
despojamos de la piel vieja, como San Bartolomé, y renacemos con una
piel nueva para afrontar otro año, otro ciclo vital, al igual que ocurre con
los campos y la naturaleza que nos rodea.
En un sentido más banal, a San Bartolomé, lo de morir despellejado
le valió ser el patrón de los curtidores y de los encuadernadores. Pero las
utilidades del santo van más allá (acordaos de los santos “especialistas”).
Su particular martirio hace de San Bartolomé un santo al que recurrir en
caso de enfermedades cutáneas. Por ejemplo, San Bartolomé es idóneo para
combatir el acné juvenil. El adolescente granulado tendrá que exclamar,
delante del espejo:
¡Oh, glorioso Bartolomé,
líbrame de este acné!
He incluso con el doloroso y molesto bronceado veraniego, así le
podemos rezar:
San Bartolomé glorioso,
acudo a ti en este trance,
que no me deje el sol quejoso,
quemado y ojeroso.
De ti espero el alcance
de tu santa bendición,
mientras el sol avance
en el firmamento,
no queme mi piel en cruel
tormento.
Para ti esta oración
del turista miedoso,
que teme el fatal lance
del achicharrarse doloso,
el quemarse en un momento
por broncearse a discreción.
MUCHAS GRACIAS
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