Work in progress: La miseria de la memoria
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La miseria de la memoriaConmemoración y olvido fundacional en el México contemporáneo[work in progress]
Carlos N. Mora DuroMaestría en Ciencias Sociales – FLACSO Sede México
…me quedo perplejo por el inquietante espectáculo que dan el exceso de memoria aquí, el exceso de olvido allá,
por no hablar de la influencia de las conmemoraciones y de los abusos de la memoria –y el olvido–
P. Ricoeur
Introducción
Entre los distintos fenómenos culturales y políticos que engendró el fin del siglo XX,
uno de los más destacables es el surgimiento de la memoria como una preocupación
central de la cultura y de la política de las sociedades occidentales. A decir de Huyssen,
desde la década de 1980, «el foco parecería haber pasado de los futuros presentes a los
pretéritos presentes» (2002: 13). Si bien es cierto que desde los años sesenta la
preocupación por la memoria ya había apuntalado de manera directa a la recodificación
del pasado en curso, principalmente a través de los discursos de la memoria de «nuevo
cuño» que surgieron en Occidente como consecuencia de los movimientos sociales y de
la descolonización.
Uno de los motores principales de la memoria en boga fue sin duda la intensificación de
las conmemoraciones sobre el Holocausto y el debate que se produjo a su alrededor. En
las últimas dos décadas del siglo XX, tanto en Europa como en Estados Unidos, se
sucedieron una serie de aniversarios y conmemoraciones con una inflexión más
explícitamente política, pero también con una vasta cobertura mediática. En este
sentido, la adopción de la memoria del Holocausto como un «tropos universal», hacia
fines de la década de 1990, remarcó un par de fenómenos sociales: en primer lugar, se
arropó la memoria traumática como un símbolo universal de la decadencia de la
ilustración y a la vez paradoja de la «globalización»; una fecha del siglo XX que sirvió
de dimensión totalizadora de un «movimiento trasnacional de los discursos de la
memoria» (Huyssen, 2002). Por otro lado, el éxito del discurso del Holocausto1
1 A pesar de la masiva incursión de la memoria traumática en la reevaluación de la modernidad occidental cuando se trata de pretéritos pasados no podemos olvidar la importancia de una serie de argumentos secundarios que constituyen el relato complementario sobre la memoria en su alcance más amplio, es decir, que llegan a constituir toda la historia como unidad de «anamnesis». En esta lógica, se agrega la restauración de viejos centros urbanos, paisajes y
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confirmó el creciente poder de la cultura de la memoria y de las producciones que se
gestan a su alrededor.
En contraposición con el tropos de la «Edad de Oro», el fin del siglo XX desabastece de
un fácil acceso a las promesas de la modernidad, en vez de ello, los recuerdos de la
centuria pasada nos arrojan un expediente trágico del destino de la civilización
occidental, una historia signada por el genocidio y la destrucción masiva. De lo que da
cuenta al final esta memoria —evocada en imágenes como las del Holocausto— es de
nuestra propia incapacidad de vivir bajo las condiciones de alteridad, y de la relación
«insidiosa» entre la modernidad ilustrada, la opresión racial y la violencia organizada.
En este escenario, parecería que a priori el pasado no aporta las pistas adecuadas para
vincularse con el presente del que somos parte, sin embargo, es este particular síntoma
de la memoria traumática el que propicia la conciencia temporal de fines del siglo XX,
en la tarea de asumir la responsabilidad por el pasado.
La cultura de la memoria, por su parte, se ha colocado como uno de los principales
causes a través del cual se expresa la recodificación del pasado en curso después del
modernismo. En términos políticos, el ascenso del «síndrome de la memoria» dentro de
la industria cultural manifiesta la refutación del consenso del triunfalismo del gran
proyecto de la modernidad, en su sentido más pragmático. Por otro lado, en términos
culturales, expone la creciente necesidad de un referente espacio-temporal en un mundo
ataviado por flujos de información cada vez más caudalosos y redes cada vez más
amplias de tiempo y espacio «comprimidos».
No cabe duda de que la «fiebre mnemónica» ha tenido una fuente importante de
producción de discurso desde el fin del siglo pasado (en especial a través de la compleja
interacción de fenómenos tales como los cambios tecnológicos, los medios de
comunicación masiva, los nuevos patrones de consumo y la movilidad global); sin
embargo, esta avalancha de discursos sugiere la legitima duda: ¿si no es este predominio
de la memoria y de la mnemohistoria una suerte de procedimiento que intenta
contrarrestar el miedo y el riesgo del olvido? Es que cuanto más se espera de la
explosión y el marketing de la memoria, «tanto mayor es el riesgo de que olvidemos y
tanto más fuerte la necesidad de olvidar» (Huyssen, 2002: 24). La hipótesis
pueblos enteros devenidos en museos; además, el boom de la moda retro así como el marketing de la nostalgia; la obsesiva «automusealización» y el auge de autobiografías y novelas históricas, entre otros. Por otra parte, dentro de la producción de la mnemohistoria, las principales estrategias para la elaboración de referentes las encontramos en la acumulación de monumentos, revisiones y conmemoraciones.
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subsecuente, en efecto, es que intentamos contrarrestar el miedo y el riesgo del olvido a
través de diversas estrategias de supervivencia —operaciones de la memoria— basadas
en una «memorialización» y en sus objetos, recordatorios y conmemoraciones.
Es importante mencionar además, que más allá de la globalización de la reminiscencia
traumática la memoria sigue siendo nacional, «no posnacional o global». Sin bien es
cierto que los debates sobre la memoria local siempre están atravesados por los efectos
de los medios globales y el interés particular que se ciñe sobre ciertos focos como la
alteridad, la migración, los derechos de las minorías, las víctimas de los conflictos y la
imputación de responsabilidades. Sin embargo, este eje transversal de la revisión de las
memorias da cuenta de manera más amplia acerca del carácter global y conjunto de la
forma en que se piensan los respectivos pasados nacionales, regionales o locales, y no
de una conformación homogénea y absoluta de una «gran memoria global», producto de
las maquinarias y las redes de la globalización.
Asimismo, por el lado de la mnemohistoria, los debates adquieren pertinencia particular
sobre todo en el ámbito de la reproducción institucional y los usos políticos que se
hacen de la conmemoración y la anamnesis de ciertos pasajes de la historia. Esto
significa, que las historias nacionales, a diferencia de la memoria cultural «fresca» y
«dinámica», presentan una operación distinta. En primer lugar, la historia dado su
carácter «oficial» y como parte de un encuadramiento específico de la estructura
política, es susceptible de las transformaciones propias del campo de la política y de las
exigencias sociales que se acumulan en el tiempo. Por otro lado, la ocasión posible para
poner en cuestionamiento los argumentos históricos se concentra en efecto en las
conmemoraciones dentro de la agenda pública, en especial, en razón de la percepción
adversa del entorno. Finalmente, la relación entre memoria e historia no deja de ser una
tensión que bien puede resolverse mediante la hegemonía de una de las narraciones o
bien a través de aquello que Pierre Nora ha llamado aceleración de la historia, es decir,
la confrontación entre memorias periféricas e historia: la aparición reciente de los lieux
de mémoire y la degradación de los milieux de mémoire.
Mientras tanto, debemos preguntarnos cómo se asegura, se estructura y representa tanto
la memoria como la historia nacional, en un escenario de crisis fundamental de una
estructura posterior a la temporalidad que caracterizó a la era de la alta modernidad. Es
indudable que se trata de una cuestión eminentemente política que apunta a «la
naturaleza de la esfera pública, a la democracia y su futuro, a las formas cambiantes de
la nacionalidad, la ciudadanía y la identidad» (Huyssen, 2002: 36). De esta manera, en
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tanto memoria, me aproximo no particularmente a la fase de suturación de la narración
temporal a posteriori frecuente en las operaciones de las memorias traumáticas, como
en el caso del Holocausto; sino más bien, a la memoria pública —sometida al cambio
político, generacional e individual. Aquella que no se puede almacenar de manera
sempiterna a través de monumentos o rememoraciones. Aquella que proporciona un
sentido de tiempo vivido que está siendo renegociado continuamente en la cultura
contemporánea de la memoria, y en ocasiones, vulnerada por la intersección de factores
políticos, culturales y económicos.
Planteamiento del problema
Una de las permisiones que consiente la investigación cualitativa es la de «conocer los
escritos filosóficos y las teorías previas existentes» ya que puede ser de suma utilidad
bajo ciertas circunstancias, por ejemplo, cuando «el investigador se interesa por
extender una teoría ya existente, puede llegar al campo con algunos de los conceptos y
relaciones en mente y buscar las propiedades y dimensiones y cómo varían bajo un
conjunto diferente de condiciones» (Strauss y Corbin, 2002: 56). Esta aseveración
justifica en cierta forma el emprendimiento de mi trabajo de investigación, como una
reflexión que parte de la distinción de un concepto, «la memoria», y las dimensiones
observables que se adquieren por medio de los referentes culturales que produce una
sociedad.
La memoria colectiva, cultural o publica2, ha sido un tópico recurrente entre disciplinas
como la filosofía, la historia, la antropología y la sociología. El abordaje de esta noción
parece describir varios procesos, en primer lugar, la propia construcción de narraciones
del pasado que son confinadas por una sociedad a la memoria, a la conmemoración o al
olvido (Ricoeur, 1996, 2010). En segundo lugar, la transición de métodos para
«acumular el pasado», desde los primeros pasos que se dieron en la escritura hasta los
mecanismos de memoria electrónica que han configurado una fase de «memoria
expansiva» (Le Goff, 1991). En seguida, no menos importante es la «utilización de la
historia» como objeto de poder y de «encuadramiento» de las versiones oficiales del
pretérito colectivo, en contraposición con las versiones periféricas que se mantienen en
silencio en las capas de la sociedad (Pollak, 1989). Y, al final, la «disyuntiva temporal»
2 Por lo pronto trataré indistintamente el concepto aunque es inevitable que uno de los capítulos de la tesis este concentrado en la discusión conceptual-teórica sobre el tratamiento de la memoria, sus implicaciones y alcances.
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de la memoria, ya que cada interpretación adolece de su propio tiempo, en este sentido,
la memoria —fruto básico de los argumentos de la historia— es innegable consecuencia
de su tiempo y de la configuración de la experiencia cotidiana de una época particular
(Huyssen, 2002; Gumbrecht, 2004).
Es precisamente en la problemática de la memoria y su experiencia temporal donde
sitúo el interés de mi trabajo de investigación, y particularmente, en la discusión sobre
la realidad histórica que parece sobreponerse a las cambiantes racionalizaciones y
legitimaciones del entorno. El conflicto entre memoria colectiva y producción de
significados da cuenta en el fondo de «la complejidad y la riqueza que encierran las
narraciones de la modernidad, reflejando una lógica diferenciativa que muestra una
modernidad fragmentada en una pluralidad de “experiencias” y de significados»
(Grazia, 2007: 50). El estudio de estas experiencias y de estos significados alimenta y
enriquece nuestra percepción del «presente complejo» en el que vivimos, y nos permite
aportar acerca de las observaciones teóricas sobre la modernidad fragmentada
(Luhmann, 1997).
Al final del día, la pregunta de trabajo ronda la tensión de la producción de «memoria»
y de «historia» en un contexto de ruptura entre el entorno del mundo experimentado
(Schütz, 2008), y las imágenes (o artefactos) que se elaboran para vincular el pasado
con el presente y con el futuro. Es decir, ¿cómo se asegura, se estructura y representa
tanto la memoria como la historia nacional, en un escenario de crisis fundamental de las
imágenes de la modernidad? ¿De qué dan cuenta las distintas narraciones del presente-
pasado y que relación tienen con el contexto del tiempo vivido? Y, particularmente,
¿cuáles son las disputas nacionales que bordean la narración temporal de la memoria? A
través de estas interrogantes pretendo arropar una problemática común, a decir, ¿es
posible que la producción de un discurso de la memoria extenuante y abigarrado en
realidad esté dando cuenta de un temor al olvido o de un riesgo al olvido? En tal caso, la
miseria de la memoria se encuentra en la singularidad de que un acaudalado flujo de
memoria pública es expresión en el fondo de una memoria agotada. Parece ser, en este
sentido, que la sociedad moderna no sólo «vive su futuro en forma de riesgo de las
decisiones» (Luhmann, 1997: 132), sino que también experimenta su pasado en una
tensión que no cierra los referentes de la experiencia temporal contemporánea.
Para dar salida al planteamiento expuesto provisionalmente me suscribo a un núcleo
más o menos análogo de conceptos clave que atañen la escritura de este proyecto:
primero, las nociones sociológicas de: mundo de la vida, consciencia colectiva y ruptura
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de marcos. Así como las aproximaciones más historicistas de: narración temporal,
memoria colectiva y monumentos —en su sentido de documentos, imágenes o
artefactos que revisten de sentido una apropiación determinada del presente pasado. En
este sentido, la unidad de análisis encuentra objetivo en «la representación de la
memoria», a través de los productos del esfuerzo colectivo por rememorar: el arte, el
cine, la música y la literatura. Material que permite construir un discurso sobre «lo que
resulta importante rememorar» y aquello que ha sido re-producido a la luz de las
expectativas sensuales del pasado, «lo que queda del pasado en lo vivido por los grupos,
o bien lo que estos grupos hacen del pasado» (Le Goff, 1991: 178).
Un punto importante es que la tematización del tiempo nos obliga a especificar las
decisiones que se considerarán acerca de las narraciones de la memoria y de la
mnemohistoria. Naturalmente, partiendo de la tensión o el riesgo de una memoria
agotada, hablamos de aspectos de las decisiones políticas, culturales y/o económicas,
aspectos que sólo se pueden observar en el presente. Probablemente, se puede hablar de
decisiones pasadas que son de «algún modo y no de otro», pero entonces estamos
hablando de pasados-presentes que no son actuales ni asequibles. Mi interés está por
tanto ceñido a una forma de descripción presente del pasado, el presente-pasado
recreado como discurso cultural; o en otras palabras, el «objeto de deseo» que nos
impulsa a recrear sensualmente nuestras realidades pasadas (Gumbrecht, 2004).
Contextualización
Sitúo la problemática en el contexto espacial del México conmemorativo, es decir, en el
espacio de la representación de los festejos por el «bicentenario» de los mitos
fundadores del país3. Esta estrategia de la memoria, prodigada principalmente por el
ámbito «institucional» debido a las necesidades conmemorativas, se insertó además en
la emergencia de un presente acumulado —a la vez por un pasado «en disputa» y a la
vez por un futuro que no está asociado más a la idea de progreso y desarrollo, en un
escenario más bien caótico e inseguro.
3 En el año 2010 coincidieron dos rememoraciones fundacionales de México, por un lado, la Revolución Mexicana, y por otro lado, la Independencia; ambos eventos han formado parte del discurso cultural del país por más de 100 y 200 años, respectivamente. Sin embargo, para el año 2010 se configuró una atmósfera de «re-elaboración de la memoria» merced de la reproducción de un pasado común, de un presente complejo —acompañado de sus factores de riesgo— y de un futuro alejado de los ideales del progreso lineal de las sociedades Occidentales o del retorno mítico al paraíso bucólico de la sociedad tradicional mexicana.
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En este contexto, diversas fueron las imágenes que partieron de la necesidad de un
pasado re-apropiado, principalmente desde tres campos: 1) los artefactos de la memoria
oficial, aquellos que permiten generar y regenerar el «encuadramiento» de la narración
de la memoria colectiva (Pollak, 1989). 2) Las imágenes estéticas, desde al arte, el cine,
la música y la literatura; las re-apropiaciones que asumieron el compromiso de nutrir el
presente con imágenes del pasado revolucionario o independentista, con una visión
generalmente «heterodoxa» sobre los eventos históricos. Y, 3) Los documentos de la
literatura académica, más bien con una tendencia revisionista sobre las «pruebas» que
se han acumulado y aquellas otras que han perdido vigencia para reinterpretar el
presente-pasado.
Bajo las premisas anteriores, los casos que se esperan analizar se ubican en la
producción de la narración temporal del «bicentenario mexicano». Es decir, en los
documentos y monumentos que surgieron en la coyuntura de la conmemoración
fundacional del país. El ámbito se restringe, por lo tanto, a aquellos artefactos culturales
de la memoria que se inscriben en esta fórmula de «re-escritura de la memoria colectiva
mexicana», ya sea directa o indirectamente, y ya sea en un lapso previo o posterior al
año 2010. La incorporación de casos en efecto circunda los límites de un «muestreo
teórico», particularmente porque no se basa en los criterios usuales del muestreo
estadístico para el análisis de los campos seleccionados, además, porque el «nivel de
representatividad» está más bien subordinado al «nivel (esperado) de nuevas ideas para
la teoría en desarrollo, en relación con el estado de elaboración de la teoría hasta el
momento» (Flick, 2007: 78).
Argumentos de interpretación
Parto de la idea de que la investigación propuesta dado su carácter cualitativo, no tiene
compromiso con una declaración hipotética de relación entre variables, a la manera de
los estudios cuantitativos. Antes bien, las preguntas y argumentos que utilizo son una
«declaración que identifica los fenómenos que se van a estudiar» y aportan una pista
sobre el interés particular del trabajo (Strauss y Corbin, 2002). En este derrotero, existen
tres argumentos principales de los cuales parte este proyecto de investigación. El
primero, que el interés por sincronizar la memoria del pasado en el «presente complejo»
convierte en objeto de deseo y de fascinación ese tiempo previo, propiciando una
expectativa particular: «un deseo de “hablar a los muertos” -en otras palabras, un deseo
por experimentar de primera mano mundos que existieron antes de nuestro nacimiento»
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(Gumbrecht, 2004: 13), y en este sentido, el apetito por re-escribir la historia, con un
enfoque en ocasiones novedoso, heterodoxo o incluso herético4.
El segundo supuesto es que coexiste en la experiencia del mundo de la vida, o también,
en la consciencia colectiva de las sociedades (Durkheim, 1993; Habermas, 1981), una
suerte de presente-pasado y un presente-futuro. La posibilidad de esta convergencia se
explica desde dos vías, en primer lugar, a través de las retenciones y protenciones que
experimento en el flujo de consciencia y en mi acción para mi ahora-reciente, es decir,
en mi experiencia particular socializada (Schütz 2008); y por otro lado, mediante la
socialización de la memoria, a través de la conmemoración y a través del imaginario
social de la perspectiva de un presente-futuro incierto: decadencia y apocalipsis (Le
Goff, 1991). Es precisamente esta experiencia de presente denso la convergencia que
puede ser denominada como «simultaneidad» (Huyssen, 2002).
Finalmente, la tercera argumentación parece condensar las dos anteriores y es, por así
decirlo, la hipótesis principal de trabajo: que la convergencia de un marco del mundo de
la vida en contradicción (de simultaneidad) y el deseo de una re-significación del
presente-pasado promueve aquella dinámica denominada como «disputa por la
memoria», en otras palabras, la re-elaboración de una memoria que da cuenta de la
relación imaginaria entre «los que están vivos (ahora) y los muertos», asumiendo que
«no puede haber una elaboración “exitosa”» del «nuevo pasado» (Huyssen, 2002).
Aterrizando la hipótesis principal para el argumento del «México conmemorativo»
percibo en efecto que existe una coincidencia del ámbito para «traer el pasado al
presente», es decir, de un contexto de rememoración de la memoria oficial, en
convergencia con un escenario áspero de una modernidad que no garantiza los grandes
ideales de progreso y desarrollo, sino que sugiere una percepción que tropieza con el
imaginario de la decadencia y el tránsito al caos latente: el futuro se ha vuelto algo
amenazador. En este tenor, los artefactos producidos en la escena cultural expresan un
tipo de re-apropiación de la memoria, un pasado-presente en imágenes que
«entremezclan y forman una textura indiscernible».
4 Entre los medios producidos por la memoria fundacional mexicana encontramos la acumulación de biografías con información «inédita» que permite desbordar la idea «tradicional» que se tenía sobre el perfil de los nombres históricos. En otros casos, se elaboró una incitación histórica de una charla con los personajes de la historia para penetrar en la «personalidad» e «intimidad» de los pasajes históricos. Muestra de estos materiales son la biografía de Pancho Villa escrita por Paco I. Taibo II, la película «Hidalgo. La historia jamás contada» y la serie de publicaciones «Charlas de café… con los héroes de la patria» de Editorial Grijalbo.
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Es fácil desprender del uso de tales concepciones que la comprensión de la memoria no
está limitada a una memoria traumática, que en el caso de México puede encontrar
forma en las narraciones del asesinato de estudiantes en Tlatelolco. Tampoco nos
referimos a la producción de «Historia» con mayúscula, aquella que se encuentra
«falsamente» consensuada y resulta irrefutable por su carácter hegemónico. No en vano
hago esporádicamente uso de la noción de mnemohistoria. La historiografía
convencional estaría interesada en lo que podemos saber de las figuras históricas y de
sus hechos. Pero la pregunta de la mnemohistoria es justamente distinta, haya existido o
no la figura del héroe nacional, «de lo que se trata es averiguar lo que ella ha significado
en la memoria cultural». En tal sentido, de lo que se trata es de observar a la memoria
como una operación o estrategia más que como un museo de las narraciones del pasado,
considerando que si actualmente acaece una revitalización de la memoria cultural es
porque el futuro ha dejado su preeminencia en la resignificación del presente vivido.
Diseño metodológico
En la producción de discursos temporales parecen constantes los artefactos de la
prognosis, sin embargo, no tenemos racionalizaciones parecidamente convincentes para
nuestro conocimiento del pasado. «Esta carencia nos permite ver con facilidad que lo
que nos impulsa hacia el pasado es el deseo de penetrar la frontera que separa nuestras
vidas del tiempo que transcurrió antes de nuestro nacimiento» (Gumbrecht, 2004: 406).
Es éste el «deseo de la experiencia sensual» que se instaura en la posibilidad de tocar,
oler y degustar aquellos mundos que «una vez fueron» a través de sus objetos
conservados; y el mismo que despierta el entusiasmo por la investigación de los
archivos; por la reconfiguración museográfica en entornos históricos; o por las re-
construcciones meticulosas que los cineastas emprenden por reproducir a detalle todos
los niveles de los eventos históricos.
Los artefactos de la memoria son referentes que atienden a la necesidad de experimentar
el pasado de manera particular y en el ámbito colectivo; y, asimismo, son herramientas
que otorgan capacidad creadora a la historia, es decir, conceden relevancia a las
estrategias que se llevan acabo para la reconstrucción del presente-pasado. Una primera
tipología agrupa a los instrumentos de pensamiento del tiempo en el calendario; la idea
de sucesión de las generaciones; el triple reino de predecesores, contemporáneos y
sucesores; y por último, los recursos temporales: archivos, documentos y huellas
(Ricoeur, 1996: 783). Estos instrumentos de pensamiento de la historia permiten el
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vínculo entre el tiempo vivido (psíquico) y el tiempo universal (cósmico). Cuando los
instrumentos de la práctica histórica participan de los dos tiempos, se dice que su
institución constituye un tercer tiempo, el mítico: el tiempo que abarca «la totalidad de
lo que designamos, de un lado, como mundo, y de otro, como existencia» (1996: 784).
Una función adicional de los artefactos de la frontera del mundo de la vida y el pasado
es la estructuración que establecen entre nuestra memoria y la memoria colectiva, a
través del contraste entre los productos de la memoria «oficial» y los de las «memorias
subterráneas». La memoria oficial se asila en un trabajo de «encuadramiento», mediante
el material provisto por la historia: por la producción de discursos organizados en torno
a acontecimientos y a grandes personajes; y, además, a través de los objetos materiales.
Por otro lado, las memorias subterráneas consiguen prolongar su subversión en el
silencio y emergen justo en el proceso de revisión de la memoria, o más bien, en el flujo
de la «memoria en disputa», «en momentos de crisis a través de sobresaltos bruscos y
exacerbados» (Pollak: 1989). Al final del día, los puntos que estructuran tanto memoria
oficial como subterránea son: 1. Los monumentos; 2. El patrimonio arquitectónico y su
estilo; 3. Los paisajes, las fechas y los personajes históricos; 4. Las tradiciones y
costumbres; 5. El folklore y la música; y, 6. Las tradiciones culinarias.
En otra opinión, Le Goff (1991), afirma que los instrumentos de la forma científica de la
memoria colectiva, es decir, de la historia, se pueden rastrear entre los «monumentos» y
los «documentos». El monumentum es un signo del pasado, remontándose a los orígenes
filosóficos: «todo lo que puede hacer volver al pasado, perpetuar el recuerdo» y tiende a
especializarse en 1) una obra arquitectónica o una escultura con fin conmemorativo; y,
2) un monumento funerario transmisor del recuerdo de un campo en el que la memoria
tiene un valor particular: la muerte. Por su parte, el documento representa la «prueba»
universal de la historia: no hay duda de que «no hay historia sin documento», símbolo
inequívoco de la necesidad sensual por experimentar el pasado bajo la certidumbre de la
objetividad.
Veamos por tanto que a través de las tipologías anteriores podemos definir un conjunto
de dimensiones útiles para el trabajo de investigación y pertinentes en el sentido de que,
primero, mantienen un vínculo entre experiencia temporal psíquica y experiencia
temporal social; segundo, abarcan la estructura de la tensión entre memoria e historia,
mediante la consideración de los artefactos culturales de la mnemohistoria; y
finalmente, que afrontan la bifurcación entre un tipo de recurso temporal que mantiene
cierto consenso en la comunidad epistemológica de la historia, y por lo cual se
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constituye como una «prueba» de la historia; y otro documento, que constituye la
referencia de la memoria cultural para «atraer el pasado al presente», o más bien, para
reproducir el pasado en el presente.
Siguiendo este encadenamiento, encuentro pertinente establecer tres dimensiones de la
memoria cultural que servirán de fuente para recabar documentos y monumentos, en el
sentido de escritos, imágenes o artefactos que revisten de sentido una apropiación
determinada del presente-pasado. La primera dimensión es la «conmemoración oficial»,
a la que defino como el ámbito de la memoria pública, con intereses eminentemente
políticos, y cuyo principal objetivo es mantener en la práctica cultural un guión
hegemónico del pasado, una historia persistente fundada otrora por las élites de las que
son herederos, en la mayoría de los casos, los grupos del poder. La segunda dimensión
es «la reproducción estética», aquellos recursos temporales que no son ámbito de la
memoria pública y tampoco responden a los tiempos de un calendario sagrado, pero si
forman parte de una producción cultural configurada desde las imágenes concernientes
del pasado. Ya sea que estas producciones estén de alguna forma apegadas a las
narraciones temporales, o ya sea que se cobije una producción simbólica mediante la
deconstrucción del discurso de la historia. Finalmente, la tercera dimensión concierne a
la «producción académica», los elementos más bien con una tendencia revisionista
sobre las «pruebas» que se han acumulado y aquellas otras que han perdido vigencia
para reinterpretar el presente-pasado desde la trinchera de la academia y del ecosistema
intelectual del país.
Cada una de las dimensiones expuestas se descompone en indicadores puntuales no
obstante en algunos casos el uso de ciertos recursos no se limita a una sola categoría,
quedando de la siguiente manera:
Imagen Dimensión Indicadores Fuentes de información
Memoria
Conmemoración oficial
¿Cuáles fueron los recursos temporales producidos desde
el ámbito oficial?
Documentales, iconográficos,
monumentos, espectáculosCreación estética
¿Qué artefactos se fundaron en la esfera cultural,
artística, onírica, etc.?
Iconográficos, documentales,
cinematográficos, monumentos
Producción académica
¿Qué documentos se publicaron en el contexto de
la conmemoración fundacional?
Documentales
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Diseño de los instrumentos de recolección de datos
No es posible diseñar un arreglo instrumental para recabar los datos de la memoria, en
el sentido de una investigación cuantitativa, o en el caso de una investigación de análisis
del discurso. Se propone por lo tanto recabar la información de manera aleatoria con
base en el criterio de producción temporal como primera mesura para los instrumentos
de pensamiento del tiempo presente-pasado. El objetivo primordial es construir una
unidad heurística para la investigación de la noción de memoria a través de los
elementos culturales que se elaboran en las dimensiones anteriormente señaladas.
Una vez recopilado un numero «pertinente» de fuentes de información en cada
dimensión, se propone seleccionar los casos de mayor relevancia o los que resulten
apropiados de acuerdo con los objetivos de investigación. Esta estrategia se apega a los
criterios metodológicos de «saturación» en el muestreo y de selección «conveniente» de
los casos (Flick, 2007). La instrumentación en tal aspecto, permite no dejar descartada a
priori ninguna fuente de información de la vasta producción cultural durante el periodo
conmemorativo, sin embargo, se enfatizará en casos particulares que contribuyan a la
observación de los argumentos de interpretación sugeridos en el trabajo.
Cronograma de la investigación
El cronograma que se proyecta se ajusta a los tiempos siguientes:
ago2011
sep oct nov dic ene2012
feb mar abr may jun jul
Trabajo de
campo
Análisis de la información y
capítulo teórico
Trabajo de
campo
Análisis de la información
Elaboración de capítulos de análisis
Borrador versión
final
Bibliografía preliminar
12
Durkheim, E. (1993), Las formas elementales de la vida religiosa, Alianza Editorial, España.
Goffman, E. (2006), Frame Analysis. Los marcos de la experiencia, Centro de Investigaciones Sociológicas y Siglo XXI, Madrid, España.
Gumbrecht, Hans U. (2004), En 1926. Viviendo al borde del tiempo, Universidad Iberoamericana, México.
Habermas, J. (1981), Teoría de la acción comunicativa, II. Crítica de la razón funcionalista, Manuel Jiménez Redondo (trad.), México, Editorial Taurus.
Huyssen, A. (2002), En busca del futuro perdido. Cultura y memoria en tiempos de globalización, FCE, Argentina, 284 p.
Le Goff, J. (1991), El orden de la memoria. El tiempo como imaginario, Paidós, España.
Luckmann, T. (2008), “Las categorías temporales del mundo de la vida, las estructuras temporales del mundo cotidiano y la localización de la <<conciencia histórica>>”, en Conocimiento y sociedad, Trotta, Madrid, España.
Luhmann, N. (1997), Observaciones de la modernidad. Racionalidad y contingencia en la sociedad moderna, Paidós, España, 203 págs.
Pollak, M. (1989), “Memoria, olvido, silencio” en Revista Estudios Históricos, Rio de Janeiro, Vol. 2, No. 3. 1989 pp. 3-15. Traducción de Renata Oliveira.
Ricoeur, P. (1996), Tiempo y narración. I. Configuración del tiempo en el relato histórico, Siglo XXI, México.
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