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EL ASCENSOR EN EL OLVIDO Qué mejor oportunidad que esta que se me ofrece para reivindicar uno de mis proyectos más queridos de Bilbao, que lamentablemente se encuentra en un progresivo estado de abandono. Me refiero al icónico Ascensor de Begoña, un elevador que se construyó con el fin de evitar los fatigosos 351 escalones de las Calzadas de Mallona, que comunican el Casco Viejo con la Basílica de Begoña. En su día, una empresa privada obtuvo permiso del Ayuntamiento para construirlo y encargó el proyecto al arquitecto Rafael Fontán, quien desarrolló un esbelto edificio de hormigón armado, visible desde muchos puntos de la Villa, que salva un desnivel de 45 metros entre el Arenal y Mallona. Lo emplazaron en la calle de la Esperanza, inaugurándose en 1949.

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EL ASCENSOR EN EL OLVIDO

Qué mejor oportunidad que esta que se me ofrece para reivindicar uno de mis proyectos más queridos de Bilbao, que lamentablemente se encuentra en un progresivo estado de abandono. Me refiero al icónico Ascensor de Begoña, un elevador que se construyó con el fin de evitar los fatigosos 351 escalones de las Calzadas de Mallona, que comunican el Casco Viejo con la Basílica de Begoña.

En su día, una empresa privada obtuvo permiso del Ayuntamiento para construirlo y encargó el proyecto al arquitecto Rafael Fontán, quien desarrolló un esbelto edificio de hormigón armado, visible desde muchos puntos de la Villa, que salva un desnivel de 45 metros entre el Arenal y Mallona. Lo emplazaron en la calle de la Esperanza, inaugurándose en 1949.

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El ascensor lleva dos años cerrado por quiebra de la empresa propietaria, probablemente debido a que los usuarios fueron cambiando sus hábitos a raíz de la construcción del céntrico ascensor del metro. Ahora, abandonado a su suerte, corremos el riesgo de perder un emblema de nuestro casco antiguo y por qué no, de nuestro pequeño skyline de la ciudad.

Cuando paseo por sus alrededores no puedo evitar pensar en el diamante en bruto que es este edificio, y más ahora que presumimos de ser una ciudad de servicios, con una teórica oferta turística de calidad. Las vistas de la ciudad desde la privilegiada atalaya de su alta torre, son inigualables. Su entorno, rodeado de las verdes campas del parque de Etxebarria, un lujo.

Puestos a soñar, y soñar a lo grande como nos gusta hacer en Bilbao, me imagino un ascensor como el del observatorio del One World Trade Center de Manhattan, que muestra en su ascensión vistas animadas para recrear la historia de la ciudad, desde que se fundó hasta la actualidad. Y una vez arriba, me imagino el mirador panorámico sobre el botxo, y por qué no, una pequeña tasca con personalidad y encanto, donde poder degustar un txakoli disfrutando de la vista de la Villa.

Tal vez es soñar demasiado, no lo sé, pero todo sea por no perder nuestras valiosas señas de identidad urbanísticas, esas que nos diferencian, que hablan de lo que fuimos y que explican también el contexto del Bilbao de hoy.

Siguiendo con el tema, y antes de finalizar, puedo contaros una historia que muy pocos conocen. Y es que Bilbao pudo tener un ascensor a Begoña 63 años antes del actual, si el Ayuntamiento hubiese autorizado su construcción, que no fue el caso. ¡La de sofocones que se habrían ahorrado mis abuelos que vivían en Begoña!

El Ascensor del Instituto fue uno de esos proyectos que abundaron en el dinámico Bilbao de la revolución industrial y que nunca llegaron a realizarse. Su verdadero y breve nombre era “Proyecto de

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un ascensor y puente de hierro sobre la huerta de las monjas del Convento de la Cruz, para el servicio público entre el Cementerio de Mallona, caminos de Begoña y calle de Iturribide”.

El proyecto de ascensor, situado en el patio trasero del edificio del Instituto Vizcaíno, como se muestra en el valioso plano que adjunto, lo firmó Antonio Ruiz de Velasco y Leiva (México, 1856 – Bilbao, 1930) el 3 de diciembre de 1884. Este ingeniero de minas ideó otros proyectos, tales como un ómnibus urbano desde Atxuri hasta el Ensanche (1885), un puente rodado de vía submarina en Erandio (1891-1898), junto con Alberto Palacio autor del Transbordador de Portugalete, además de la “Pasadera Giratoria de Hierro”, inaugurada en 1892, popularmente conocido como el Puente del Perrochico.

El edificio alojaba la maquinaria hidráulica en el patio del Instituto Vizcaíno, junto a la antigua alhóndiga (hoy Museo de Pasos) y la entrada al elevador se hacía desde la calle Iturribide. El ascensor, que estaba en la actual calle Prim, se elevaba 40 metros, tenía un viaducto de hierro de 44 metros de luz, que salvaba las huertas del Convento de la Cruz, y dejaba a los pasajeros ante una calle en forma de Y, cuyos brazos finalizaban uno en la entrada del Cementerio de Mallona (hoy entrada al campo de fútbol) y el otro en la calle Virgen de Begoña. Aunque el proyecto nunca llegó a realizarse, me parece apasionante conocer a personas emprendedoras como este ingeniero, dispuesto a arriesgar su patrimonio personal en proyectos que para su época no dejaban de ser bastante aventurados.

Fuente: J.M. Lumbreras. “El Arte en Bilbao en el s. XIX”.

Archivo: A.M.B. BILBAO TERCERA 0457 / 041