Vida de Jesús dictada por el mismo - Resumen Capítulo 1

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Vida de Jesús dictada por el mismo Capítulo I Hermanos míos: escuchad el relato de mi vida terrestre como Mesías. Yo fui el mayor de siete hermanos. Mi padre y mi madre vivían en una pequeña casa de Nazaret. Mi padre era carpintero. Yo tenía veintitrés años cuando él murió. Tuve que irme a Jerusalén algún tiempo después de la muerte de mi padre; allí en contacto con hombres activos y turbulentos me metí en asuntos públicos. Los romanos gobernaban Jerusalén como todos los pueblos que habían sometidos. Los impuestos se establecían sobre la fortuna, pero un hebreo pagaba más que un pagano. Se daba el nombre de iniciados a los hombres de Estado, y el poder de estos hombres de Estado se manifestaba con depredaciones de todas clases. Los descontentos me convencieron que debía unirme a ellos al punto que me olvide de mi misma familia. Confié a extraños la tarea de arreglar los asuntos de mi padre, y, sordo a los ruegos de mi madre, escuchando y pronunciando discursos propios para excitar las pasiones populares, yo me prive de todas las alegrías filiales y me sustraje a todas influencias de mis hermanos. Mis correligionarios me inspiraban lastima; esta lastima no tardo en cambiarse en deseo de corregir sus errores; me fui exaltando cada vez más y Dios me otorgo esta claridad suprema que da estabilidad a la fe, fuerza a la voluntad y alimento a las energías espirituales. Mis visiones, si este nombre puede darse a la felicidad que me acompañaba, me alejaban de mis ocupaciones materiales para trazarme una vida de Apóstol y prepararme para la gloria del martirio. Respecto de los milagros que se me atribuyeron, queridos hermanos, ni uno

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Vida de Jesús dictada por el mismo

Capítulo I

Hermanos míos: escuchad el relato de mi vida terrestre comoMesías.Yo fui el mayor de siete hermanos.Mi padre y mi madre vivían en una pequeña casa de Nazaret.Mi padre era carpintero. Yo tenía veintitrés años cuando él murió.Tuve que irme a Jerusalén algún tiempo después de la muerte de mi padre;allí en contacto con hombres activos y turbulentos me metí en asuntospúblicos.Los romanos gobernaban Jerusalén como todos los pueblos que habíansometidos. Los impuestos se establecían sobre la fortuna, pero un hebreopagaba más que un pagano.Se daba el nombre de iniciados a los hombres de Estado, y el poder de estos hombres de Estado se manifestaba con depredaciones de todas clases.Los descontentos me convencieron que debía unirme a ellos al punto que me olvide de mi misma familia. Confié a extraños la tarea de arreglar los asuntos de mi padre, y, sordo a los ruegos de mi madre, escuchando y pronunciando discursos propios para excitar las pasiones populares, yo me prive de todas las alegrías filiales y me sustraje a todas influencias de mis hermanos.Mis correligionarios me inspiraban lastima; esta lastima no tardo encambiarse en deseo de corregir sus errores; me fui exaltando cada vez más y Dios me otorgo esta claridad suprema que da estabilidad a la fe, fuerza a la voluntad y alimento a las energías espirituales.Mis visiones, si este nombre puede darse a la felicidad que me acompañaba, me alejaban de mis ocupaciones materiales para trazarme una vida de Apóstol y prepararme para la gloria del martirio.Respecto de los milagros que se me atribuyeron, queridos hermanos, ni unosolo es cierto; I pero conviene meditar la sabiduría y la profundidad de lagracia de Dios. Todos los destinos honrados con una misión, precisan seralentados por Dios, y la pureza de los ángeles cubre con una sombraprotectora la fragilidad del hombre.

La razon reconoce un Dios que baja de las gradas de su potencia, paracompadecer los males de sus criaturas pero no podría admitir un Dios quefavoreciera a los unos olvidando a los otros, pero él debe negar los honoresdivinos cuando estos honores no sean establecidos para el bien general yexplicados por la justicia eterna del que ya tenéis las descripciones.La gracia tiene siempre, como pretexto, los designios del Ser Supremo sobre todos, y los Mesías no son más que instrumentos en las manos de Dios.Dejemos, pues, los cuentos maravillosos, las despreciables historietas echasalrededor de mi persona y honremos la luz que Dios permite que se haga eneste día mediante la sencilla expresión de mi individualidad y por medio demi misión.

Nací en Betlén. Mi padre y mi madre habían hecho este viaje, sin duda porasuntos particulares y por placer, con el objeto de reanudar relacionescomerciales o también para estrechar amistades; he ahí la verdadera historia.

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Era costumbre de los habitantes de Nazaret y de las otras pequeñasciudades de la Judea, de encaminarse hacia Jerusalén algunos días antes de la Pascua, que se celebraba en el mes de marzo. Los preparativos de toda clase que se hacían, daban fe de la importancia que se atribuía a tal fiesta. Montones de géneros se vendían en dicha ocasión y se combinaban diversas compras para traer algo de la gran ciudad. En el año a que hemos llegado y que es el duodécimo de mi edad, tenía que participar yo también del viaje anual de mi familia juntamente con el primogénito de mis hermanos consanguíneos.Partimos, mi madre, mis hermanos y yo con una mujer llamada María; mipadre prometió alcanzamos dos días después.

Durante el día llegaron algunas visitas, entre las cuales se encontraba José deArimatea. El como amigo de mi padre, pronto se familiarizó con nosotros. Rico, patricio y hebreo, José se encontraba por estas razones en relación tanto con los ricos como con los pobres y oprimidos de la religión judaica.Nos habló de las costumbres de Jerusalén, de la Sociedad escogida, de lossufrimientos del pueblo hebreo, y la dulzura y naturalidad de su lenguaje eran tal que nadie hubiera podido sospechar la diferencia de nuestra condición social. Despertó el empeño de mi madre hacia el cultivo de mi inteligencia y me preguntó que cuáles eran mis aptitudes y mis deberes habituales. La fantasía de mis prácticas religiosas lo hizo sonreír y le pareció que mi inteligencia se encontraba en todo retardada.“Sé más sobrio en tus prácticas de devoción, hijo mío, y aumenta tusconocimientos para poderte convertir en un buen defensor de nuestrareligión. Practica la virtud sin ostentación, como también sin debilidad,sin fanatismo y sin cobardía. Arroja lejos de ti la ignorancia; embellecetu Espíritu tal como el Dios de Israel lo manda, para entender sus obrasy para poder valorar su misericordia. Hablaré con tu padre, hijo mío, ydeseo que todos los años te mande aquí durante breve tiempo paraestudiar el comercio de los hombres y las leyes de Dios”.Desde la primera conversación de José de Arimatea con Jesús deNazaret bien veis, hijos míos, como Jesús pudo instruirse no obstante depermanecer en su modesta condición de carpintero.

Creí sobre todo a la palabra divina cuando gritó:“! La Justicia Divina es tu fuerza en contra de tus opresores, oh pueblo!¡Ella deslumbra tus ojos, se levanta delante de ti cuando contemplas el ocaso del Sol, cuando tu espíritu se subleva a la vista de las crueldades de tus dueños! ¡Este Sol no se oculta, este mártir no muere, oh hombres! El va a resplandecer y proclamar en otra parte la Justicia de Dios”.Yo escuchaba estas enseñanzas con una avidez febril. ¡Al fin se hacía la luz en mi Espíritu. . . veía, oh, Dios mío, tus misterios resplandecer delante de mí, leía en tu libro sagrado y comprendía la magnificencia de tu eterna justicia! — ¡Edificaba en mi mente concepciones radiantes, me iluminaba de las claridades divinas, formaba proyectos insensatos, pero generosos; quería seguir este Sol y esos mártires en los espacios desconocidos’Volví en mí al llamado de mi madre. La miré por un instante con ladesconfianza de un alma que no se atreve a abrirse, porque sabe que elentusiasmo, como el calor, se pierde al contacto del frío.“Nuestro Padre Celeste, le dije al fin, echa en mi Espíritu el germen de

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mis ideas seguras y fuertes. Manda en mi corazón; tiene en sus manos el hilo de mi voluntad; dirige hacia mí la sabiduría de sus designios; se apodera de todos los momentos de mi vida; quiere destinarme a grandes trabajos... En una palabra, madre mía, retírate, acude a tus tareas; deja tu hijo al Padre de él que está en los Cielos”.“me dijo mi madre. — ¡A ti te han calentado la cabeza, 1 pobremuchacho! — ¡Yo te digo que Dios no precisa de ti!... ¡Vamos, vamos!”Mi madre tuvo que recurrir a la intervención de mi padre para podermellevar.Al día siguiente volvimos a Nazaret, dejando Jerusalén.