Ut unum sint!Ut unum sint!msptm.com/esp/wp-content/uploads/2014/05/Ut-Unum-Sint-02... ·...

8
Ut unum sint! N. 02/2017 Nuestro carisma La Mansedumbre del Siervo (II) Querido amigos: Laudetur Iesus Christus. Siguiendo con el tema empezado en el anterior artículo, referido a la mansedumbre como característica del Misionero Siervo de los Pobres, podemos concretizar esta virtud en la completa donación de nosotros mismos al Padre, a ejemplo de Jesucristo, despojados de todos aquellos apegos personales que no nos permiten ver claramente la Voluntad de Dios, puesto que con él debemos poder decir, parafraseando el texto bíblico: “No he venido (a servir a los pobres) según mi voluntad, sino para realizar la voluntad del que me ha enviado” (cfr. Jn 6,38). Es muy significativo para nosotros que el evangelista San Lucas, relatando el envío misionero de los 72 discípulos (cfr. Lc 10), introduce el acontecimiento con la indicación “después de estos hechos”; y “estos hechos” son la Transfiguración de Jesús, es decir la experiencia de la manifestación del auténtico rostro del Señor, y la clarificación -por parte de Él mismo- de lo que se exige para seguirle: “Dejad que los muertos entierren a sus muertos” (Lc 9,60). Podemos ser enviados cuando nos hemos vaciado de nosotros mismos y nos hemos llenado de su presencia. Para poder realizar este objetivo tenemos que entrar en el taller del Padre, empezando por morir a nosotros mismos. ¿Qué encontramos en este taller? En primer lugar encontramos los mandamientos, empezando por el primerísimo (podríamos decir el mandamiento 0), el “Escucha hijo/a”. En efecto, de la capacidad de escucha, del ob-audire (escuchar desde abajo) brotan los demás mandamientos; de la capacidad de escucha brota la capacidad de percibir la presencia humilde de Dios y de seguirle en su ser Siervo hasta la muerte. Esta escucha filial nos permite captar y vivir en profundidad, en nuestro servicio, el “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Éste es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas” (Mt 22,37-40). Amar a Dios con todo nuestro ser, es decir a la manera divina, sin apegos humanos por delante, significa tener un corazón desprendido de cualquier afecto humano, hasta del más legítimo (por los padres, los hermanos y los amigos) que pretenda anteponerse al amor a Dios. Todo pasa a una segunda línea cuando Dios llega al centro de nuestro corazón. ¡Cuán importante es este desapego en el servicio a los pobres, para evitar caer en las dos tentaciones misioneras frente a las cuales el Padre Giovanni constantemente nos ha alertado: el paternalismo y el activismo! Esta centralidad de Dios nos permite leer y vivir de la justa forma todos los otros mandamientos: por ejemplo el del Antiguo Testamento que dice “honra a tu padre y a tu madre” (Es 20,12) ahora debe ser armonizado con la nueva familiaridad de la cual nos habla Jesús cuando nos dice que su madre y sus hermanos son los que cumplen la Voluntad del Padre. Con la venida de Cristo, todos los hombres han sido transformados en algo suyo. Cada persona representa a Cristo y merece todo respeto. En la medida en que dejo que Cristo se adueñe de mi corazón, cada persona a mi lado se vuelve familiar mío por el cual vale el precepto de amarlo como amo a Cristo: de forma especial aquellas personas que no tienen la posibilidad de experimentar el nivel humano de esta familiaridad, porque pobres, porque enfermas, porque abandonadas, porque descartadas. Esto es renunciar total y absolutamente a nosotros mismos. Quien no vive esto no dispondrá de tiempo para las obras de misericordia, espirituales y corporales; es decir, el que no es manso no tendrá tiempo para pensar en los demás; sólo vivirá pendiente de realizar sus propios proyectos. Puede ser que a nivel práctico esté comprometido en algún servicio, pero en realidad está sirviéndose a sí mismo. Si un Siervo de los Pobres no es manso, no puede seguir a Cristo: es un mentiroso, un hipócrita. Por eso, nuestro libro guía, la Imitación de Cristo, insiste en el dejar espacio al Espíritu de Cristo, contrario al modo de pensar y actuar del mundo. El mundo que hemos de olvidar consiste sobre todo en un modo de obrar que no condice con el Reino de Cristo. Es un buscar seguridad en este mundo, desear ser famoso, saber aprovecharse de las personas, anhelar tener más de lo necesario, huir de situaciones difíciles, escapar de responsabilidades: todas tendencias que en su raíz manifiestan la búsqueda de sí mismo, peligro que también el compromiso misionero puede esconder. El verdadero Siervo de los Pobres puede progresar en la santidad únicamente si no se busca a sí mismo, sino que busca sólo a Dios; es siempre dócil, huye de la soberbia, cree que los demás son mejores que él. El autocomplacernos en nuestras cualidades o dotes personales y el no ponerlas al servicio de los otros es tierra de cultivo para lo que el Padre Giovanni ha siempre definido como huevos de culebras que el diablo pone en nuestro corazón. La verdadera actitud del Siervo de los Pobres es la humildad, que no espera gratificación alguna, es trasparente, pide ayuda y reconoce sus debilidades para poder experimentar la misericordia de Dios. En el taller del Padre se labra la pureza de corazón, que no se puede improvisar, ni tampoco comprar. Pidamos al Señor que cada día nuestro servicio refleje la continua labor de este taller, y que nunca nos sintamos alfareros sino siempre vasijas que Él constantemente va formando con sus manos, para poder servir según su Voluntad a la Iglesia y a los pobres. Misioneros Siervos de los Pobres

Transcript of Ut unum sint!Ut unum sint!msptm.com/esp/wp-content/uploads/2014/05/Ut-Unum-Sint-02... ·...

Page 1: Ut unum sint!Ut unum sint!msptm.com/esp/wp-content/uploads/2014/05/Ut-Unum-Sint-02... · 2018-01-20 · Ut unum sint!Ut unum sint! Nuestro carisma N. 02/2017 La Mansedumbre del Siervo

Ut unum sint!Ut unum sint!N. 02/2017Nuestro carisma

Ut unum sint!La Mansedumbre del Siervo (II)

Querido amigos: Laudetur Iesus Christus.Siguiendo con el tema empezado en el anterior

artículo, referido a la mansedumbre como característica del Misionero Siervo de los Pobres, podemos concretizar esta virtud en la completa donación de nosotros mismos al Padre, a ejemplo de Jesucristo, despojados de todos aquellos apegos personales que no nos permiten ver claramente la Voluntad de Dios, puesto que con él debemos poder decir, parafraseando el texto bíblico: “No he venido (a servir a los pobres) según mi voluntad, sino para realizar la voluntad del que me ha enviado” (cfr. Jn 6,38).

Es muy significativo para nosotros que el evangelista San Lucas, relatando el envío misionero de los 72 discípulos (cfr. Lc 10), introduce el acontecimiento con la indicación “después de estos hechos”; y “estos hechos” son la Transfiguración de Jesús, es decir la experiencia de la manifestación del auténtico rostro del Señor, y la clarificación -por parte de Él mismo- de lo que se exige para seguirle: “Dejad que los muertos entierren a sus muertos” (Lc 9,60).

Podemos ser enviados cuando nos hemos vaciado de nosotros mismos y nos hemos llenado de su presencia.

Para poder realizar este objetivo tenemos que entrar en el taller del Padre, empezando por morir a nosotros mismos.

¿Qué encontramos en este taller? En primer lugar encontramos los mandamientos,

empezando por el primerísimo (podríamos decir el mandamiento 0), el “Escucha hijo/a”. En efecto, de la capacidad de escucha, del ob-audire (escuchar desde abajo) brotan los demás mandamientos; de la capacidad de escucha brota la capacidad de percibir la presencia humilde de Dios y de seguirle en su ser Siervo hasta la muerte.

Esta escucha filial nos permite captar y vivir en profundidad, en nuestro servicio, el “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Éste es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas” (Mt 22,37-40).

Amar a Dios con todo nuestro ser, es decir a la manera divina, sin apegos humanos por delante, significa tener un corazón desprendido de cualquier afecto humano, hasta del más legítimo (por los padres, los hermanos y los amigos) que pretenda anteponerse al amor a Dios. Todo pasa a una segunda línea cuando Dios llega al centro de nuestro corazón.

¡Cuán importante es este desapego en el servicio a los pobres, para evitar caer en las dos tentaciones misioneras frente a las cuales el Padre Giovanni constantemente nos ha alertado: el paternalismo y el activismo!

Esta centralidad de Dios nos permite leer y vivir de la justa forma todos los otros mandamientos: por ejemplo el del Antiguo Testamento que dice “honra a tu padre y a

tu madre” (Es 20,12) ahora debe ser armonizado con la nueva familiaridad de la cual nos habla Jesús cuando nos dice que su madre y sus hermanos son los que cumplen la Voluntad del Padre.

Con la venida de Cristo, todos los hombres han sido transformados en algo suyo. Cada persona representa a Cristo y merece todo respeto. En la medida en que dejo que Cristo se adueñe de mi corazón, cada persona a mi lado se vuelve familiar mío por el cual vale el precepto de amarlo como amo a Cristo: de forma especial aquellas personas que no tienen la posibilidad de experimentar el nivel humano de esta familiaridad, porque pobres, porque enfermas, porque abandonadas, porque descartadas.

Esto es renunciar total y absolutamente a nosotros mismos.

Quien no vive esto no dispondrá de tiempo para las obras de misericordia, espirituales y corporales; es decir, el que no es manso no tendrá tiempo para pensar en los demás; sólo vivirá pendiente de realizar sus propios proyectos. Puede ser que a nivel práctico esté comprometido en algún servicio, pero en realidad está sirviéndose a sí mismo.

Si un Siervo de los Pobres no es manso, no puede seguir a Cristo: es un mentiroso, un hipócrita. Por eso, nuestro libro guía, la Imitación de Cristo, insiste en el dejar espacio al Espíritu de Cristo, contrario al modo de pensar y actuar del mundo.

El mundo que hemos de olvidar consiste sobre todo en un modo de obrar que no condice con el Reino de Cristo. Es un buscar seguridad en este mundo, desear ser famoso, saber aprovecharse de las personas, anhelar tener más de lo necesario, huir de situaciones difíciles, escapar de responsabilidades: todas tendencias que en su raíz manifiestan la búsqueda de sí mismo, peligro que también el compromiso misionero puede esconder.

El verdadero Siervo de los Pobres puede progresar en la santidad únicamente si no se busca a sí mismo, sino que busca sólo a Dios; es siempre dócil, huye de la soberbia, cree que los demás son mejores que él.

El autocomplacernos en nuestras cualidades o dotes personales y el no ponerlas al servicio de los otros es tierra de cultivo para lo que el Padre Giovanni ha siempre definido como huevos de culebras que el diablo pone en nuestro corazón.

La verdadera actitud del Siervo de los Pobres es la humildad, que no espera gratificación alguna, es trasparente, pide ayuda y reconoce sus debilidades para poder experimentar la misericordia de Dios.

En el taller del Padre se labra la pureza de corazón, que no se puede improvisar, ni tampoco comprar.

Pidamos al Señor que cada día nuestro servicio refleje la continua labor de este taller, y que nunca nos sintamos alfareros sino siempre vasijas que Él constantemente va formando con sus manos, para poder servir según su Voluntad a la Iglesia y a los pobres.

Misioneros Siervos de los Pobres

Page 2: Ut unum sint!Ut unum sint!msptm.com/esp/wp-content/uploads/2014/05/Ut-Unum-Sint-02... · 2018-01-20 · Ut unum sint!Ut unum sint! Nuestro carisma N. 02/2017 La Mansedumbre del Siervo

Pág.2

Reflexión Bíblica“El que quiera ser grande, sea

vuestro servidor”P. Sebastián Dumont, msp (belga)

Querido lector:

En el camino hacia Jerusalén, Jesús predice a los Doce lo que ahí le espera: Su pasión, Su muerte y Su resurrección. Los Doce no lo entienden. Al contrario, movidos por deseos de grandeza humana, anhelan para sí los primeros puestos, y así andan divididos. El Señor los llama, los “reúne” y les da una enseñanza siempre válida: la verdadera grandeza está en saber servir y dar la vida.

Escucha: “Jesús, reuniéndolos (a los Doce), les dijo: «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos»” (Mc 10, 42-45).

Medita: “Jesús, reuniéndolos (a los Doce), les dijo”: la palabra “reuniéndolos” podría también traducirse “los llamó a sí”. El tener presunción y grandes pretensiones… aleja de Jesús: no es éste su estilo de vida. Además, trae consigo rivalidades y división. La enseñanza que les va a dar el Señor quiere reunirlos otra vez entorno a Él y entre sí.

“Los que son reconocidos como jefes de los pueblos”: Jesús compara dos tipos de grandeza: por un lado, la que el mundo valora, que es la de aquellos que se hacen servir y explotan a los demás; y, por el otro, la que Él valora, que es la de aquellos que sirven y se entregan a los demás. ¿Cómo valoro yo a las personas? El Señor no mira como los hombres, que ven sólo la apariencia; Él mira y ve el corazón (1Sam 16,7).

“Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor”: Jesús nos hace examinar atentamente detrás de qué “grandeza” estamos corriendo, qué anhelamos en el fondo de nuestro corazón… Este “jefe de los pueblos que tiraniza y explota”, ¿no lo soy yo muchas veces en mis relaciones con los demás? ¿Busco realmente agradar a Dios poniéndome al servicio de los demás, aunque esto me cueste, o al contrario busco lucirme ante los demás, aunque esto implique avasallar o atropellar a algún hermano mío?

“Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida”: el motivo que nos

ha de empujar a entregarnos al servicio de los demás con generosidad es que Él, siendo el Maestro y el Señor, lavó los pies a sus discípulos y, en medio de sufrimientos y dolores inmensos, entregó su vida. Dice San Juan Crisóstomo: “Cuando se trata de Dios, que no necesita nada porque nada le falta, el hecho de humillarse ha reportado un provecho: ha aumentado el número de sus servidores y ha extendido su reino. ¿Por qué tú, cuando te humillan, piensas que disminuyes?” (Homilía sobre la incomprensibilidad de Dios, 8,4.). Querer seguir a Jesús significa querer servir y entregar la propia vida, aunque esto conlleve sufrimiento. Alguien dijo que la medida del amor es amar sin medida.

“En rescate por muchos”: en la antigüedad, los esclavos y los prisioneros estaban atados a ese destino y no podían ayudarse por sí mismos. Sin embargo, era posible que, en vez de ellos y a favor de ellos, una tercera persona pagara el rescate, obteniéndoles así la libertad. Jesús es este “tercero”, que da no dinero, sino su propia vida para liberar a los “muchos” que estábamos en la esclavitud del pecado y de la muerte. Éste es el “servicio” propio del Señor a los hombres: reconciliarnos con Dios y llevarnos a la plenitud de vida en la comunión con Él.

Tengamos también nosotros, en medio de nuestros servicios, este deseo del Corazón de Jesús: que los hombres, liberados del pecado, se reconcilien con Dios. Si el servicio de Jesús ha dado mucho fruto, también el nuestro, ofrecido junto con el suyo, lo dará. “Si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto…” (Jn 12, 24). ¡Qué honor poder participar así en la misión de Jesús, prolongarla hoy día!

Ora: No sigamos el mal ejemplo de “los grandes de este mundo”, sino contemplemos al Señor, y quedaremos radiantes (Salmo 33, 5). La oración, junto con la Comunión frecuente, nos irá convirtiendo en “pequeñas eucaristías vivas”. Pidamos a Santa María, Madre de Dios, que forme en nosotros un corazón parecido al de su Hijo, un corazón “amante sin pedir retorno”.

Vive: “Muchas veces parece caridad, y es más bien concupiscencia de la carne, porque raramente quieren estar ausentes la inclinación de la naturaleza carnal, la voluntad propia, la esperanza de una recompensa y el amor a la comodidad. (…) Mucho hace el que mucho ama…” (Imitación de Cristo, libro 1, cap. 15)

Page 3: Ut unum sint!Ut unum sint!msptm.com/esp/wp-content/uploads/2014/05/Ut-Unum-Sint-02... · 2018-01-20 · Ut unum sint!Ut unum sint! Nuestro carisma N. 02/2017 La Mansedumbre del Siervo

Pág.3

P. Walter Corsini, msp (italiano)

Reflexión PatrísticaEpístola de Barnabé

Queridos amigos, Laudetur Iesus Christus. Seguimos nuestras exposiciones patrísticas, manteniéndonos en el marco de los “Padres Apostólicos”, es decir aquellos autores que representan un eco directo de los Apóstoles, aunque no necesariamente los hayan conocido de manera personal.

Nos ocupamos esta vez de la llamada “Epístola de Barnabé”, cuyo nombre en realidad traiciona su identidad, puesto que ni es una epístola o carta, ni es de Bernabé; en efecto se trata de un verdadero tratado, de un manual catequético que, desde los primeros autores que lo citan (recordamos de forma especial a San Clemente de Alejandría y Orígenes), es atribuido al compañero de San Pablo, aunque en realidad su autor es desconocido.

La “Epístola de Bernabé” ha sido escrita en lengua grie-ga, pero se considera que su autor no fuera de tal origen. El carácter extremadamente alegórico de su exégesis lleva a su-poner que el autor fuera egipcio de la escuela de Alejandría.

La fecha de composición es colocada por los especialistas entre la primera y la segunda destrucción del templo de Jerusalén, es decir entre el año 70 y el año 130 de la era cristiana.

Muchos se maravillan de la dificultad en definir con exactitud el autor de las obras antiguas, sin embargo la tendencia a firmar las obras (sean literarias o de otro tipo) es algo característico más bien de la época moderna, a medida que se va afirmando el personalismo con todas sus características; en la antigüedad, la norma de los autores era tendencialmente contraria, queriéndose esconder a veces detrás de nombres más importantes (esperando así que la obra tuviera una mejor acogida), o incluso dejando la obra sin firmar, para que el ofrecimiento del trabajo a Dios (por los autores cristianos) fuera más cristalino.

El autor de la “Epístola de Bernabé” se dirige a un público que ya anteriormente él ha instruido y que ahora, desde lejos, quiere seguir formando para que, además de la fe, tenga también el conocimiento -la gnosis- que acompaña el cumplimiento de la fe. Este conocimiento, que el autor define perfecto, no es algo genérico, sino que es el necesario descubrimiento del significado del Antiguo Testamento que se manifiesta en el Nuevo Testamento.

La “Epístola de Bernabé” insiste en el hecho que, en las Escrituras, Dios ha hablado de forma espiritual a través de muchos acontecimientos a lo largo de todo el Antiguo Testamento y que la justa actitud para poder leer de la justa forma su mensaje es la de ponerse en el mismo plano en el cual ha sido escrito, es decir el espiritual: así los libros veterotestamentarios conducen al descubrimiento de Jesús como el Mesías.

Por ello encontramos, en las líneas de esta obra, frases de condena muy duras dirigidas a los judíos que, cerrando el corazón, no han reconocido al Mesías; encontramos también

condenas dirigidas hacia aquellos que viven los ritos de forma exclusivamente externa, con la sola preocupación de la fiel realización de los actos de culto, es decir, con aquel ritualismo fácil, superficial, no comprometedor, al cual se contrapone la religión en espíritu y verdad que el Señor nos ha dado.

Pienso que el consejo del autor, hechas las debidas matizaciones, es actual.

En nuestro caminar misionero en la Cordillera Andina, a menudo nos encontramos con grupos -cristianos y no- que se arman de la Palabra de Dios leída e interpretada en forma exclusivamente literal. San Pablo nos recuerda que la Palabra de Dios sin el Espíritu es letra muerta, y además mata si se vuelve instrumento de catequesis.

Todo esto nos hace conocer y apreciar cada vez más el don del Magisterio que tenemos en la Iglesia Católica, don que nos ayuda a caminar en la justa dirección para poder interpretar de forma correcta el sentido de los Escritos Sagrados y nos invita a una participación consciente y activa en la liturgia.

La segunda parte del escrito que estamos examinando adquiere un carácter moral, presentando el muy conocido camino de “las dos vías”: la vía de la luz, gobernada por los ángeles de Dios, y la vía de las tinieblas, gobernada por los ángeles de Satanás.

La doctrina de “las dos vías” caracteriza muchos autores cristianos de este período; todos coinciden con el hecho de que todo hombre se encuentra en cada momento frente a este binomio y está llamado a escoger, siempre; si no escoge el bien, ya de por sí está escogiendo el mal; el no escoger un bien factible es una omisión en el plan de Dios, y, por lo tanto, es un mal.

Las dos partes de la “Epístola de Bernabé” presentan las dos características que distinguen al cristianismo de cualquier otra religion, a saber: por un lado, el encuentro personal con Dios manifestado en su Hijo Unigénito, el Ungido, es decir el Mesías esperado, hacia el cual conducen las Escrituras; y, por el otro, la necesidad de tomar decisiones que brotan de este encuentro personal. No es suficiente la obediencia a los ritos, que puede reducirse a ser sólo externa; hace falta un camino de trasformación (diríamos de conversión), fruto de las decisiones exigidas por el “conocimiento perfecto”, por aquella luz divina -tan deseada por nuestro autor- que en la vida permite ver cada vez más claramente el bien, escogerlo y seguirlo. Así se expresa: “Sed buenos legislatores de vosotros mismos, permaneced vuestros fieles legisladores, alejad de vosotros toda hipocresía. (…) Sed discípulos de Dios buscando lo que el Señor quiere de vosotros y obrad para encontraros en el día del juicio”. (XX)

El autor de la “Epístola de Bernabé” termina su escrito con algunos consejos para la vida cristiana y el apostolado, seguramente válidos también para nuestro diario proceder; invita a caminar en la vida cristiana con vigilancia y con fortaleza, que es la capacidad de elegir siempre el bien, aun cuando es arduo; invita además a no enfrentar el mañana como algo predeterminado por fuerzas ciegas, sino a saber enfrentarlo y vivirlo desde las decisiones del hoy, con la justa tensión de quien sabe que el Señor ha ya vencido, pero necesita nuestro sí de hoy para que la victoria sea manifestada y prepare cada vez más su futura gloriosa venida; nos pide finalmente no vivir aislados, contentándonos con nuestra vida cristiana, sino reunidos para buscar lo que favorece el bien común.

Page 4: Ut unum sint!Ut unum sint!msptm.com/esp/wp-content/uploads/2014/05/Ut-Unum-Sint-02... · 2018-01-20 · Ut unum sint!Ut unum sint! Nuestro carisma N. 02/2017 La Mansedumbre del Siervo

Pág.4

Reflexión EclesiológicaLa Iglesia, Sacramento universal

de salvación (VIII)

En el último número de este boletín hemos hecho una breve pero importante reflexión sobre la relación entre la Iglesia Católica y las diversas religiones existentes, en el marco de la igualmente importante reflexión sobre la identidad sacramental de la Iglesia misma, necesario punto de partida de toda tentativa de diálogo interreligioso.

En el presente aporte nos detendremos sobre el tema del ecumenismo, permaneciendo en la misma perspectiva sacramental y resumiendo sus puntos principales.

La palabra ecumenismo es a menudo confundida con el concepto de diálogo interreligioso. El ecumenismo, sin embargo, es el movimiento orientado a restablecer entre los cristianos separados la unidad perdida a causa de las divisiones acaecidas en el transcurso de los siglos. La palabra “Cristianos” indica a todas aquellas personas que han recibido válidamente el Bautismo y profesan la correcta fe en los dogmas de la Encarnación y de la Santísima Trinidad. Los otros grupos religiosos, aun si dicen creer en Jesucristo, no son cristianos. Por eso no se hace ecumenismo con budistas o musulmanes, ni con mormones o testigos de Jehová.

Además, hay que distinguir entre Iglesia Católica, Iglesias Ortodoxas y Comunidades eclesiales. La Iglesia Católica es consciente de que posee una identidad singular y única: la de ser el Cuerpo de Cristo y su Esposa, sacramento universal de salvación. Es la única realización histórica de la Iglesia de Cristo. Es éste el sentido de la expresión del Concilio Ecuménico Vaticano II, según la cual la única Iglesia de Cristo “subsiste en la Iglesia Católica” (Lumen Gentium, n° 8). Se ha escogido la expresión “subsiste en la Iglesia Católica” y no la expresión “es la Iglesia Católica” para poner en evidencia que existen elementos de eclesialidad fuera de la Iglesia Católica (véase nota a pie de página)1. Las Iglesias Ortodoxas, que se separaron con el cisma de 1054, conservan la identidad de Iglesia porque en ellas permanece válidamente la sucesión apostólica y, por ende, el Sacerdocio y la Eucaristía válidos. Pero, como se sabe, las Iglesias Ortodoxas no aceptan el primado de jurisdicción del Sumo Romano Pontífice y por eso son Iglesias que no están en plena comunión con la Iglesia Católica.

Las así llamadas Comunidades eclesiales, surgidas como consecuencia de la crisis protestante, han perdido la sucesión apostólica y por ende los sacramentos del Orden y de la Eucaristía. Mantienen válido únicamente el Bautismo. Por eso no pueden llamarse Iglesias: de ahí el uso del término “comunidades eclesiales”.

Acerca de la palabra “ecumenismo” hay, por un lado, mucha confusión; y, por el otro, general escepticismo. 1 La expresión “subsiste” (generalmente conocida en su forma latina subsistit) tiene un matiz filosófico que no sólo no niega, sino que subraya la unicidad y singularidad de la identidad de la Iglesia Católica como único Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo.

P. Giuseppe Cardamone, msp (italiano)

Algunos la instrumentalizan para minimizar o incluso anular las diferencias, a veces esenciales, que existen entre la Iglesia Católica y las otras Iglesias y las Comunidades eclesiales. Esta actitud genera, como sucede a menudo, una reacción opuesta –igualmente negativa y errónea-, la del rechazo de todo posible acercamiento y de todo posible esfuerzo ecuménico. Por el contrario, el ecumenismo es una realidad digna de ser acogida positivamente y en la verdad. Es un movimiento nacido del Espíritu Santo, surgido en contextos misioneros, en situaciones de servicio, de martirio y de gran sufrimiento, en las cuales los cristianos de diferentes profesiones de fe han podido tocar con mano la común identidad de hijos Dios en Cristo, dada por el Bautismo.

El ecumenismo de la Iglesia Católica se realiza conservando firmemente algunos puntos innegables, los cuales demuestran que la Iglesia Católica quiere vivir el camino hacia la unidad entre los cristianos en la plenitud de su identidad, en la humilde conciencia de su propia singularidad y unicidad:

a) Los hermanos cristianos separados de ahora, nacidos y crecidos en el seno de naciones y familias ortodoxas o protestantes, no son responsables de la separación acaecida en los siglos anteriores –no tienen ninguna culpa al respecto;

b) Las Iglesias ortodoxas poseen a pleno título de eclesialidad los siete sacramentos;

c) Las Comunidades cristianas de la Reforma (comúnmente llamadas protestantes) tienen elementos visibles e invisibles de eclesialidad: por ejemplo, el santo Bautismo y la Sagrada Escritura;

d) Como afirma el Concilio Ecuménico Vaticano II, estos elementos de eclesialidad “…y algunos dones interiores del Espíritu Santo y elementos visibles… provienen de Cristo y a Él conducen…” (Unitatis Redintegratio, n° 3) y por lo tanto llevan a las diferentes Iglesias o Comunidades eclesiales a la única Iglesia de Cristo históricamente realizada, la Iglesia Católica.

El espíritu que debe animar el esfuerzo ecuménico debe ser, entonces, un espíritu de profunda positividad y optimismo, sin dejarse seducir por inútiles alarmismos, pero al mismo tiempo, evitando cualquier confusión e irenismo que elimine las reales diferencias existentes. Un diálogo ecuménico limitado a la búsqueda de un mínimo común denominador teológico y espiritual se falsifica a sí mismo, porque renuncia a la búsqueda de la Verdad de la que la Iglesia Católica tiene la humilde y perenne conciencia de dejarse abrazar y poseer: Jesucristo, Hijo de Dios. Al mismo tiempo, una actitud cerrada a priori al ecumenismo es lejanísima de la identidad católica que, cuanto más viva es tanto más valientemente abierta está al cotejo.

Page 5: Ut unum sint!Ut unum sint!msptm.com/esp/wp-content/uploads/2014/05/Ut-Unum-Sint-02... · 2018-01-20 · Ut unum sint!Ut unum sint! Nuestro carisma N. 02/2017 La Mansedumbre del Siervo

Pág.5

Reflexión MoralLas virtudes: humildad, fe y empeño

+ La virtud es una cualidad del hombre que obra un principio íntimo y activo de sus actos, haciéndole capaz de realizarlos bien.

Ya en el Antiguo Testamento se describe de muchas formas el modo de obrar del hombre justo. Allí se dice que el justo obra con una fuerza propia característica: obra con fe, esperanza, simplicidad, sabiduría, paciencia, majestad, penitencia, obediencia, misericordia, prudencia, agradecimiento, perseverancia, fortaleza, humildad, temor de Dios, amor al prójimo, etc. Algunas de estas cualidades dinámicas no encuentran equivalente preciso fuera del mundo bíblico, porque suponen la concepción del hombre como imagen de Dios, pero decaído de su dignidad por el pecado, y a quien Dios perdona y enseña a perdonar.

El cristianismo enriquece ulteriormente esta visión: incorpora nuevas virtudes, como la castidad, la modestia, la mansedumbre; exalta la energía virtuosa de actitudes casi inconcebibles para un pagano, como el amor de la Cruz y la docilidad, sumisión y esperanza ante las pruebas enunciadas en las bienaventuranzas; privilegia otras, incluso comparativamente al Antiguo Testamento, como la humildad; pero sobre todo, de algún modo, las reestructura desde la base poniendo como raíz y madre de todas la caridad, participación en el hombre de la fuerza misma del amor divino (cf. 1Cor 13, 2-7).

+ En último término, la virtud es un enriquecimiento de la mismísima persona de cara al bien. Las virtudes se enraízan en lo más profundo de nuestro ser, en nuestra alma, allí dónde respondemos o no respondemos a nuestra conciencia, allí dónde nos disponemos humildemente ante el misterio de la vida. Propiamente no es justa o humilde la voluntad, sino el hombre que moviliza todas sus fuerzas para obrar en modo justo o en modo humilde. La virtud no se alcanza con un esfuerzo humano cualquiera: no basta ejercitarse en una especie de “técnica” moral que no implique la puesta en juego de toda nuestra persona y nuestra vida. El crecimiento en la virtud requiere auténtica libertad; y nosotros pecadores no alcanzamos la plenitud de la virtud si no nos abrimos con espíritu de conversión al misterio de la redención. De hecho, la virtud es excelente u óptima en la medida que nos lleva perfectamente a nuestro fin último, el amor de Dios. Toda virtud es por lo tanto crecimiento en la libertad, no sólo a través del empeño ascético personal, sino también a través de la oración y los sacramentos. La plenitud esencial de la virtud se da sólo en las virtudes “que reciben su forma” de la caridad,

es decir, que son moldeadas por ella e impregnadas de ella.

+ Sin embargo, lo que constituye propiamente las virtudes es el de ser cualidades de las potencias. Las virtudes afectan al sujeto en sus potencias, siempre en algún modo conjuntamente. La mayor fuerza para realizar obras buenas le viene al hombre por los caminos con los que crece su libertad: por el conocimiento y amor del bien y el dominio de las pasiones. Esta triplicidad constitutiva es característica de las virtudes morales y teologales que son las virtudes por excelencia. Dichas virtudes se encuentran también participativamente en las potencias sensibles y corporales: podemos decir, por ejemplo, que de alguna forma una persona es ponderada o destemplada en su gusto por la música.

+ La vida virtuosa, por ser propia de la persona misma y no meramente de sus facultades, supone la encarnación en ella, con su colaboración y esfuerzo, de sus opciones más profundas en todas las dimensiones de su vida. Supone la colaboración concreta y habitual de la persona con el bien descubierto y escogido. La vida virtuosa es al mismo tiempo e inseparablemente trascendental y concreta. Ser cristiano y virtuoso no es solamente creer en Dios y rezar… El desarrollo efectivo y concreto de todas las virtudes, en todos los ámbitos de la vida personal y social, es condición indispensable de la verdad de las opciones más profundas de la persona. Así la virtud supone el amor de Dios, pero supone también -por ejemplo- la sobriedad, que inclina al recto uso de la comida y de la bebida, y la justicia, que inclina a dar a cada uno lo suyo. Son múltiples y distintos “los bienes que debemos amar ordenadamente” para obrar conforme a la dignidad humana y a nuestra condición de hijos de Dios.

+ Pero, al hablar de las múltiples virtudes que podemos adquirir y recibir y de la necesidad de colaborar para verlas madurar en nosotros, nunca hay que perder de vista la unidad de todas las virtudes en el misterio de la persona humana y de su libertad. La virtud es un crecimiento de la persona en su totalidad, con motivaciones que van por encima de intereses y circunstancias particulares, y es al mismo tiempo un crecimiento de la persona en su existencia concreta y particular. En este doble e indisociable crecimiento la virtud de la prudencia juega un papel esencial. Con ella el hombre aprende a determinar siempre, según el fin último del ser humano, la recta medida de sus actos en cada caso particular.

P. Agustín Delouvroy, msp (belga)

Page 6: Ut unum sint!Ut unum sint!msptm.com/esp/wp-content/uploads/2014/05/Ut-Unum-Sint-02... · 2018-01-20 · Ut unum sint!Ut unum sint! Nuestro carisma N. 02/2017 La Mansedumbre del Siervo

Pág.6

Reflexión EspiritualLa Imitación de Cristo: el libro (III)

Hemos visto que el necesario y sano conocimiento de sí mismo conduce al conocimiento de Dios, según aquello de san Agustín: “Conózcame yo, Señor, a mí, y te conoceré a ti” (Soliloquia, lib. 2, 1, 1), porque, tal como dicen los filósofos, un extremo se conoce bien comparándolo con el otro.

Por lo tanto, se entiende ahora que la máxima preocupación del autor de la Imitación de Cristo haya sido conocer a fondo el alma, analizar sus tendencias y comportamientos, esto es, descubrir sus secretos más recónditos.

Por eso, los dos primeros libros proponen una auténtica labor ascética, que se lleva a cabo a través del ejercicio de las virtudes cristianas, a fin de acercar el alma al Modelo Divino; mientras que, en los últimos dos libros (III y IV) –escritos en forma de diálogo– el alma, en íntima comunicación con Dios, es instruida en las verdades eternas y es invitada, finalmente, al banquete eucarístico, preludio de la unión beatífica en el Cielo: ambos protagonistas de este viaje interior, Dios y el alma penitente, “corren a encontrarse, en un mutuo beso santo” (III, 52 § 3).

Llegados a este punto, debemos detenernos en algunas consideraciones un poco más académicas -por así decirlo- sobre algunos elementos estructurales de la obra, lo cual nos ayudará a ver con más evidencia aún todo el rico y vasto patrimonio que encierra.

Sin embargo, lo haremos pasando de largo sobre la compleja y polémica cuestión de la paternidad de la obra, ya que nos desviaría, inútilmente, del objetivo de nuestras reflexiones espirituales. Además, el mismo autor, hablando sobre los libros de la Sagrada Escritura, nos dice algo que podemos aplicar sin problemas también a lo nuestro: “No te preocupe la autoridad del que escribe, si es de poca o gran erudición; sea más bien el amor de la pura verdad lo que te lleve a leer. No busques quién lo dijo, sino pon atención a lo que se dice” (I, 5 § 1).

La Imitación de Cristo fue escrita en un latín conciso y armonioso, con carácter poético-rítmico, aunque carece

de métrica. Tiene, también, un carácter parenético, es decir exhortativo, ya que se preocupa en reafirmar el contraste entre las cosas de la tierra y las cosas del Cielo. Su estilo es conciso, epigramático y escultórico, donde cada frase va rumiada lentamente, para que su sustancia pueda ser asimilada por el alma.

Se trata de un conmovedor coloquio del alma con Dios. Y en el coloquio entre el pequeño corazón creado y el gran Corazón del Creador no puede existir una lógica rigurosa: palabras y frases brotan sin un plano preestablecido, sin una línea lógica. Por lo cual son frecuentes las repeticiones, el retorno de un pensamiento, las bruscas interrupciones y el pasar de un argumento a otro.

El autor expone su experiencia, con una cautela y prudencia tales que le hacen desaparecer detrás de su obra, facilitando al lector hacer su propia experiencia. Cada frase ha sido escrita en forma de sentencia breve e independiente, como las formaban parte de un “rapiarium” (rapiario), que era una colección de breves sentencias espirituales de varios autores, agrupados sistemática o anárquicamente. Este género literario -muy común en la Devoción moderna– recuerda el estilo de los escritos bíblicos sapienciales y de algunas obras patrísticas. Pero, a diferencia de los “rapiaria”, que eran sustancialmente moralistas, el autor se extiende sobre temas de carácter netamente espiritual, como por ejemplo la gracia, el amor, la felicidad de la unión con Dios, la devoción (con una insistencia premeditada sobre su aspecto afectivo), la consolación interior, etc.

El libro, más que para una lectura prolongada, está pensado para hacer surgir en el lector la contemplación de la persona de Cristo, de su mensaje y de sus virtudes, para formar nuestro ser de cristianos y ejercitarnos en los mismos sentimientos de Jesús (cf. Flp 2, 5). En este sentido, tal como ya hemos visto en una de nuestras reflexiones anteriores (cf. Seguimiento e imitación de Cristo, IV), también para nuestro autor la meditación o contemplación está, ante todo, al servicio del seguimiento e imitación de la vida de Cristo (cf. I, 1 § 1).

P. José Carlos Eugenio, msp (portugués)

Page 7: Ut unum sint!Ut unum sint!msptm.com/esp/wp-content/uploads/2014/05/Ut-Unum-Sint-02... · 2018-01-20 · Ut unum sint!Ut unum sint! Nuestro carisma N. 02/2017 La Mansedumbre del Siervo

Pág.7

Reflexión VocacionalDIOS TE NECESITA

Creo que muchas veces el conocimiento personal que debiéramos tener de Dios puede estar “condicionado” por un concepto de Dios demasiado filosófico, abstracto, teórico. En sí no debería haber contraposición entre el Dios de los teólogos y el Dios de los filósofos, entre el concepto dado a conocer a través de la Revelación y el que podemos llegar a conocer por la sola razón (cfr. Hech 17, 23-31).

Pero, de hecho, en la conclusión a que nos llevan uno y otro concepto podemos encontrarnos con diferencias abismales: así nos puede suceder al considerar que Dios, como atributo propio divino, es todopoderoso. Y así es, porque, en caso contrario, no sería Dios. Pero este poder absoluto lo ha querido “combinar” con la más absoluta debilidad. He aquí una de esas “locuras” del amor de Dios por nosotros que, sin su directa revelación, nunca hubiéramos podido ni siquiera sospechar.

Ha querido hacerse débil hasta el punto de dejar al hombre la libertad con la que (haciendo mal uso de ella) podemos llegar a negarle y rechazarle (pero es que Él desea que le amemos libremente, y no a empujones); hasta el extremo de anonadarse (cfr. Filipenses 2, 5-11), no conformándose con “renunciar” a su condición divina haciéndose hombre, sino llegando a ser considerado como el peor de los malhechores y, aunque inocente, a ser condenado a la muerte más cruel; y sigue rebajándose cada día (siempre por amor a mí, a ti) en un pequeño pedazo de pan, en los seres humanos más miserables (cfr. Mateo 25, 31-46). Y ha querido seguir haciéndose “débil” (aunque paradójicamente en ello está su grandeza) decidiendo necesitar la ayuda de los hombres. Decidió necesitar la ayuda (el “sí”) de una jovencita para hacerse hombre. Decidió necesitar la ayuda de pobres hombres pecadores, constituidos como sacerdotes suyos, para seguir haciéndose presente en la Eucaristía. Y decidió necesitar mi ayuda y la tuya para seguir lanzando lazos de amor a sus hijos y atraerlos a la salvación.

Se me ocurre que la preciosa frase de San Agustín (“Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti”) no debemos interpretarla sólo en sentido estrictamente personal, sino que podemos “pluralizarla” afirmando que Dios, que ha creado a cada hombre por pura liberalidad, no nos podrá salvar sin la colaboración de todos. De mí depende no sólo mi propia salvación, sino también la de muchos otros. “No estamos destinados a salvarnos solos” (Beato Manuel Domingo y Sol). Acá entra el gran misterio y preciosa realidad de la Comunión de los santos: lo que yo haga o deje de hacer repercute, positiva o negativamente, en toda la Iglesia (no solamente en el resto de la Iglesia Militante a la que ahora, mientras respire en esta vida, pertenezco, sino también, aunque de distinto modo, en mis hermanos que me anticiparon en esta peregrinación y ahora forman parte de las Iglesias “Purgante” en el Purgatorio y “Triunfante” en el Paraíso).

El regalo del año jubilar por el Centenario de las Apariciones de Fátima nos ha venido a recordar (y no debemos dejar que caiga en el olvido) esta importante ayuda que Dios necesita de nosotros. Y es que María (a través de las diferentes apariciones reconocidas a lo largo de la Historia; y las de Fátima no son una excepción) no busca sino ratificar en el tiempo presente, haciéndonos conscientes de ello, lo que tendríamos que tener suficientemente claro, pues ha sido ya revelado por Jesucristo (¡pero es que somos tan duros de cabeza!).

Ya en las apariciones del Ángel que anticiparon y prepararon las de Nuestra Señora, les decía a los tres santos pastorcitos (porque ésta es otra: para comprender estas realidades se necesita tener un corazón de niño y no la mente racionalista del filósofo: cfr. Mt 11, 25; Lc 10, 21): “En todas las formas que podáis, ofreced sacrificios… en suplicación por los pecadores. De esta forma vosotros traeréis la paz… Aceptad y soportad con paciencia los sufrimientos que Dios os enviará” (2ª aparición del Ángel); y: “Ofreced reparación por ellos (por los pecadores)” (3ª aparición del Ángel).

Y María misma, entre otras muchas cosas importantes, les decía: “Os ofreceréis a Dios y aceptaréis todos los sufrimientos que Él os envíe, en reparación por todos los pecados que le ofenden y por la conversión de los pecadores”; “rezad el Rosario todos los días, para traer la paz al mundo” (1ª aparición; 13 de mayo de 1917); “rezad, rezad, rezad mucho. Haced sacrificios por los pecadores. Muchas almas se van al infierno porque nadie está dispuesto a ayudarlas con sacrificios” (4ª aparición; 19 de agosto de 1917).

Son sólo algunos de los particulares mensajes de Nuestra Señor del Rosario en Fátima, pero bien significativos

para poder comprender (a través de nuestra amorosa Madre) que efectivamente Dios sigue queriendo necesitar de nuestra ayuda, y que sin la colaboración de nuestros sacrificios y oraciones (y entre éstas sobre todo el rezo del Santo Rosario diario, y el ofrecimiento de la Comunión reparadora de los primeros sábados de mes) muchos hombres no podrán alcanzar la gracia de la conversión, seguirán “sumergidos” en su pecado y podrán condenarse; y esto mismo

hace que el mundo mismo atraiga su mal, su autodestrucción, sobre todo a través de odios, violencias y guerras.

Hagamos nuestro el compromiso de Fátima. Hagamos de nuestras vidas una amorosa colaboración a Dios para que, como es su deseo, “todos los hombres se salven” (cfr. 1 Timoteo 2, 4), a través del ofrecimiento de nuestras pequeñas (o grandes) cruces cotidianas y de nuestras oraciones. Sólo los sencillos pueden comprender esto y ser sensibles a la “necesidad” del corazón de Dios. Pidamos a María la gracia de tener este corazón de niño.

P. Álvaro de María Gómez, msp (español)

Page 8: Ut unum sint!Ut unum sint!msptm.com/esp/wp-content/uploads/2014/05/Ut-Unum-Sint-02... · 2018-01-20 · Ut unum sint!Ut unum sint! Nuestro carisma N. 02/2017 La Mansedumbre del Siervo

Ancianos, enfermos y encarcelados que ofrecen sus sufrimientos por los pobres del Tercer Mundo, así como todos aquellos que han acogido y hecho suyo en la vida el carisma de los Misioneros Siervos de los pobres del Tercer Mundo.

Es decir, diferentes realidades misioneras (Sacerdotes y hermanos consagrados, religiosas, matrimonios misioneros, sacerdotes y hermanos especialmente dedicados a la vida de oración y a la contemplación, socios, oblatos, colaboradores, grupos de apoyo) quienes comparten el mismo carisma y se remontan al mismo fundador.

MISIONEROS SIERVOS DE LOS POBRESDEL TERCER MUNDO

Enfermos, ancianos o encarcelados que ofrecen sus sufrimientos por los Pobres del Tercer Mundo, así como todos aquellos que han acogido y hecho suyo en la vida el carisma de los Misioneros Siervos de los Pobres del Tercer Mundo.

Todo hombre de buena voluntad que quiera enamorarse siempre más de los pobres.

Formado por aquellos miembros del Movimiento de los Misioneros Siervos de los Pobres del Tercer Mundo, llamados a seguir un camino de consagración más profunda con las características de la vida comunitaria y la profesión de los consejos evangélicos según su condición. (Se tiende a ser reconocidos canónicamente como dos Institutos Religiosos: uno para la Rama Masculina, de los Padres y de los Hermanos, y otro para la Rama Femenina de las Hermanas)

Encaminados a la profundización y difusión de nuestro carisma, trabajando para la conversión de todos y cada uno de los miembros gracias a la organización de encuentros periódicos.A los miembros se les considera SOCIOS.

OPUS CHRISTI SALVATORIS MUNDI

GRUPOS DE APOYO DEL MOVIMIENTO

OBLATOS

COLABORADORES

web:www.msptm.com