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Ut unum sint! N. 02/2016 Educación (II) Nuestro carisma Queridos amigos, en el anterior número de la Ut Unum Sint hemos empezado a presentar algunas características de nuestra labor educativa. En esta oportunidad queremos seguir y completar la reflexión. El modelo educativo que asumimos en nuestros centros se basa en el Sistema preventivo de San Juan Bosco, que exige una constante presencia del educador en medio de los muchachos (o de las muchachas, en el caso de los centros destinados a la educación de ellas) para crear un ambiente familiar en el cual todos se sienta bien acogidos y seguro. En todas nuestras casas, los responsables de la educación tratan de permanecer a tiempo completo con los niños, tanto en las actividades escolares como en las recreativas. Se tiene muy en cuenta un detalle que puede parecer secundario y que sin embargo reviste un alto valor educativo: el de compartir con los niños la comida, así como el juego. En este aspecto, el Padre Giovanni ha insistido siempre en el hecho de que lo que comen los educadores debe estar a disposición también de los niños, cuidando de que sea bueno y bien servido. Esta presencia afectuosa y benévola al lado de los niños favorece la existencia de un ambiente de amor que permite el desarrollo de su personalidad, que debe promoverse más por el deseo del bien que por el temor del mal. Justamente por el deseo de ofrecer a los niños un ambiente que les proporcione los instrumentos para este desarrollo personal, tenemos muy claro un principio que nos debe caracterizar: no se adoptará ningún método educativo inspirado en la coeducación, en ninguna fase y en ningún nivel. Sabemos que existen varias teorías a favor y en contra de esta modalidad educativa y que cada una de ellas es defendida con datos presentados como científicos. Nuestra experiencia nos lleva a abrazar el modelo de la educación por separado, habiendo visto los frutos de madurez personal alcanzados y habiendo experimentado cómo esta “separación” no frustra el conocimiento y el encuentro con el otro sexo, sino que, cuando es bien guiada, los prepara y predispone de la mejor forma; y, sobretodo, nos permite cuidar más fácilmente algunas virtudes fundamentales como, por ejemplo, la virtud de la pureza, con todas las virtudes a ella conexas, cuales la discreción, la prudencia, el decoro, la modestia, el pudor, etc. Nuestro esfuerzo formativo intenta cubrir todos los ámbitos de la persona, puesto que el “Opus Christi” nació por inspiración de la encíclica “Populorum progressio” y tiene que hacer todo lo posible para que los pobres lleguen a tener una formación integral y se integren con dignidad a la vida en el mundo actual. Es evidente que se trata de un esfuerzo muy grande, que exige mucha dedicación, mucha experiencia y profesionalidad, y también mucha oración. Por este motivo, en determinados casos, cuando nuestras posibilidades presentan limitaciones insuperables, ayudamos a estos niños favoreciéndoles la acogida en otras estructuras que los pueda seguir de forma más directa y eficaz. Es así que nuestro Instituto femenino, aunque desde un comienzo se ha ocupado de niños abandonados y minusválidos -y lo seguirán haciendo en el futuro-, tendrá que buscar activa y solícitamente, para algunas especificas enfermedades, una vez que ellos hayan llegado a cierta edad, una institución adecuada, creada especialmente para aquel tipo de asistencia, donde puedan ser bien acogidos, porque esto necesitaría de nosotros otro tipo de estructuras. Igualmente, no podremos acoger en nuestras casas a personas que necesitan continua asistencia por toda la vida, como paralíticos incurables, ancianos, enfermos de SIDA. Para ellos, como en el caso de los niños con severas parálisis cerebrales y otras minusvalías gravemente incapacitantes, se procederá a transferirlos a terceras instituciones, colaborando con ellas dentro de los límites de nuestras posibilidades. Todos los tratados y estudios de pedagogía infantil insisten en el hecho de que la educación se da sobre todo a través del ejemplo. Nosotros mismos hemos hecho experiencia de ello, y no podemos ofrecer a nuestros niños mejores ejemplos que los de los Santos. Por este motivo hemos puesto nuestros colegios y nuestros centros educativos bajo la protección de Santos muy cercanos a los alumnos que lo frecuentan: el colegio de las niñas, bajo la mirada de Santa María Goretti, quien, siendo una adolescente, se dejó matar por defender su pureza y virginidad. Ahora, no es un secreto que en Cusco hay mucha prostitución infantil. La mayoría de las niñas que están en nuestro colegio, si no estuvieran con nosotros estarían en la calle. Y con gran dolor tenemos que decir que a veces algunos padres sacan a su hija de nuestro colegio para ponerla en el giro de la prostitución. Nuestra preocupación es la de cultivar la virginidad en nuestras niñas, aunque humanamente parece imposible por la promiscuidad en la que viven y el aluvión de pornografía que inunda el ambiente. Nuestra misión tiene que ser la misma misión de Cristo: destruir el pecado. El colegio de los niños y muchachos, por su parte, ha sido puesto bajo la protección de los Beatos Francisco y Jacinta Marto, porque estos dos Beatos estaban enamorados de la Virgen María y de la Santísima Eucaristía, y le tenían terror al pecado; más aún, hacían grandes sacrificios para la conversión de los pecadores. Nuestra preocupación es la de darles a nuestros muchachos una educación no sólo humana e integral, sino también y sobre todo cristiana, encarrilándolos por el camino de la santidad y, finalmente, de la felicidad del Cielo. Es bastante claro que el compromiso asumido de educar integralmente esta multitud de niños supone tener fe en un milagro diario. Por ello ponemos estos niños y nuestra obra educativa en vuestras intenciones de oración, para que pidan al Señor que podamos educar y formar estas criaturas según el deseo de su Sagrado Corazón. Los Misioneros Siervos de los Pobres TM

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Ut unum sint!Ut unum sint!N. 02/2016Educación (II) Nuestro carisma

Ut unum sint!Queridos amigos, en el anterior número de la Ut Unum

Sint hemos empezado a presentar algunas características de nuestra labor educativa. En esta oportunidad queremos seguir y completar la reflexión.

El modelo educativo que asumimos en nuestros centros se basa en el Sistema preventivo de San Juan Bosco, que exige una constante presencia del educador en medio de los muchachos (o de las muchachas, en el caso de los centros destinados a la educación de ellas) para crear un ambiente familiar en el cual todos se sienta bien acogidos y seguro.

En todas nuestras casas, los responsables de la educación tratan de permanecer a tiempo completo con los niños, tanto en las actividades escolares como en las recreativas. Se tiene muy en cuenta un detalle que puede parecer secundario y que sin embargo reviste un alto valor educativo: el de compartir con los niños la comida, así como el juego. En este aspecto, el Padre Giovanni ha insistido siempre en el hecho de que lo que comen los educadores debe estar a disposición también de los niños, cuidando de que sea bueno y bien servido.

Esta presencia afectuosa y benévola al lado de los niños favorece la existencia de un ambiente de amor que permite el desarrollo de su personalidad, que debe promoverse más por el deseo del bien que por el temor del mal.

Justamente por el deseo de ofrecer a los niños un ambiente que les proporcione los instrumentos para este desarrollo personal, tenemos muy claro un principio que nos debe caracterizar: no se adoptará ningún método educativo inspirado en la coeducación, en ninguna fase y en ningún nivel. Sabemos que existen varias teorías a favor y en contra de esta modalidad educativa y que cada una de ellas es defendida con datos presentados como científicos.

Nuestra experiencia nos lleva a abrazar el modelo de la educación por separado, habiendo visto los frutos de madurez personal alcanzados y habiendo experimentado cómo esta “separación” no frustra el conocimiento y el encuentro con el otro sexo, sino que, cuando es bien guiada, los prepara y predispone de la mejor forma; y, sobretodo, nos permite cuidar más fácilmente algunas virtudes fundamentales como, por ejemplo, la virtud de la pureza, con todas las virtudes a ella conexas, cuales la discreción, la prudencia, el decoro, la modestia, el pudor, etc.

Nuestro esfuerzo formativo intenta cubrir todos los ámbitos de la persona, puesto que el “Opus Christi” nació por inspiración de la encíclica “Populorum progressio” y tiene que hacer todo lo posible para que los pobres lleguen a tener una formación integral y se integren con dignidad a la vida en el mundo actual.

Es evidente que se trata de un esfuerzo muy grande, que exige mucha dedicación, mucha experiencia y profesionalidad, y también mucha oración. Por este motivo, en determinados casos, cuando nuestras posibilidades presentan limitaciones insuperables, ayudamos a estos

niños favoreciéndoles la acogida en otras estructuras que los pueda seguir de forma más directa y eficaz. Es así que nuestro Instituto femenino, aunque desde un comienzo se ha ocupado de niños abandonados y minusválidos -y lo seguirán haciendo en el futuro-, tendrá que buscar activa y solícitamente, para algunas especificas enfermedades, una vez que ellos hayan llegado a cierta edad, una institución adecuada, creada especialmente para aquel tipo de asistencia, donde puedan ser bien acogidos, porque esto necesitaría de nosotros otro tipo de estructuras.

Igualmente, no podremos acoger en nuestras casas a personas que necesitan continua asistencia por toda la vida, como paralíticos incurables, ancianos, enfermos de SIDA. Para ellos, como en el caso de los niños con severas parálisis cerebrales y otras minusvalías gravemente incapacitantes, se procederá a transferirlos a terceras instituciones, colaborando con ellas dentro de los límites de nuestras posibilidades.

Todos los tratados y estudios de pedagogía infantil insisten en el hecho de que la educación se da sobre todo a través del ejemplo. Nosotros mismos hemos hecho experiencia de ello, y no podemos ofrecer a nuestros niños mejores ejemplos que los de los Santos. Por este motivo hemos puesto nuestros colegios y nuestros centros educativos bajo la protección de Santos muy cercanos a los alumnos que lo frecuentan: el colegio de las niñas, bajo la mirada de Santa María Goretti, quien, siendo una adolescente, se dejó matar por defender su pureza y virginidad. Ahora, no es un secreto que en Cusco hay mucha prostitución infantil. La mayoría de las niñas que están en nuestro colegio, si no estuvieran con nosotros estarían en la calle. Y con gran dolor tenemos que decir que a veces algunos padres sacan a su hija de nuestro colegio para ponerla en el giro de la prostitución. Nuestra preocupación es la de cultivar la virginidad en nuestras niñas, aunque humanamente parece imposible por la promiscuidad en la que viven y el aluvión de pornografía que inunda el ambiente. Nuestra misión tiene que ser la misma misión de Cristo: destruir el pecado.

El colegio de los niños y muchachos, por su parte, ha sido puesto bajo la protección de los Beatos Francisco y Jacinta Marto, porque estos dos Beatos estaban enamorados de la Virgen María y de la Santísima Eucaristía, y le tenían terror al pecado; más aún, hacían grandes sacrificios para la conversión de los pecadores. Nuestra preocupación es la de darles a nuestros muchachos una educación no sólo humana e integral, sino también y sobre todo cristiana, encarrilándolos por el camino de la santidad y, finalmente, de la felicidad del Cielo.

Es bastante claro que el compromiso asumido de educar integralmente esta multitud de niños supone tener fe en un milagro diario. Por ello ponemos estos niños y nuestra obra educativa en vuestras intenciones de oración, para que pidan al Señor que podamos educar y formar estas criaturas según el deseo de su Sagrado Corazón.

Los Misioneros Siervos de los Pobres TM

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Reflexión Bíblica“Estamos subiendo a Jerusalén…”

P. Sebastián Dumont, msp (belga)

Querido lector:Siguiendo nuestro estudio del tema de la misión en

el Evangelio según San Marcos, nos acercamos a otra instrucción del Señor a los Doce (cfr. Mc 10, 32-45), muy provechosa para nuestro propio seguimiento de Jesús. Leemos, por el momento, el inicio de la instrucción, que completaremos en los dos artículos que seguirán.Escucha: “En aquel tiempo, los discípulos iban subiendo camino de Jerusalén, y Jesús se les adelantaba; los discípulos se extrañaban y los que seguían iban asustados. Él tomó aparte otra vez a los Doce y se puso a decirles lo que iba a suceder: «Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del Hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los letrados: lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles; se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán; y a los tres días resucitará»” (Mc 10, 32-34).Medita: La frase que precede nuestro texto puede servir como clave para su interpretación: “Muchos primeros serán últimos; y muchos últimos, primeros” (Mc 10, 31). Ésta es la enseñanza que el Señor Jesús quiere dejar a los suyos, ¡pero se trata de una enseñanza que les resulta (y nos resulta) tan difícil de digerir!

Ante todo, Jesús se pone a sí mismo como ejemplo de aquel que se hace “el último”. Siendo el Señor, sabe que será humillado, sabe que será tratado con violencia, y sabe que sufrirá. Por esto enseña que es por este camino que llegará a la resurrección.

En el Evangelio según San Marcos, este tercer anuncio de la Pasión es el más extenso de los tres. La Pasión es descrita hasta en los detalles, con siete verbos: “el Hijo del Hombre va a ser entregado, (…) lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán”.

Podemos imaginar el semblante de Nuestro Señor al pronunciar estas palabras. Sabía que precisamente estos sufrimientos eran lo que repugnaba a todos en su misión salvadora y que pocos (¡o más bien nadie!) los entendían.

Él -que conoce los corazones- sabía cuán lejos están nuestros pensamientos de los pensamientos de Dios; nuestros caminos, de los suyos... Unos “se extrañan”, otros hasta “se asustan”. ¿Cómo hubiéramos reaccionado nosotros en el lugar de los Doce?

Jesús -dice nuestro texto- “se les adelantaba”. Con mucho amor y mucha paciencia, les muestra en qué consiste la verdadera grandeza, el camino del amor y

del servicio, lo que significa “entregarse”, “dar la vida”. No olvidemos que Jesús no sólo “fue entregado” (en el sentido negativo de “traicionado”), sino que él mismo “se entregó”: “Mi vida, nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente” (Jn 10,18). Es el Buen Pastor, que da su vida por las ovejas (cfr. Jn 10, 11). Éste es el mandamiento que Jesús recibió de su Padre (cfr. Jn 10, 18). Ésta es la fuerza del amor, que es la luz que renueva el mundo. Tantas veces nosotros vivimos pasivamente nuestros servicios, como “víctimas”, “obligadas” a servir; y los cumplimos casi “regañando” o esperando mejores tiempos… Miremos el amor del Corazón de Jesús, y aprendamos de Él.

Los discípulos, y entre ellos los Doce, “lo seguían”. Es bonito aprender a seguir a Jesús con confianza, aun si muchas veces no lo entendemos, o nos puede asustar lo que nos va pidiendo. El Buen Pastor “camina delante de sus ovejas, y ellas lo siguen, porque conocen su voz” (Jn 10, 4).

Ya hemos comentado anteriormente que, al constituir el grupo de los Doce, Jesús persigue una doble finalidad: que estén con Él, y que prolonguen su misma misión. En efecto, para poder “prolongar la misma misión de Jesús”, es necesario aprender primero a “estar con Él” en todo y siempre… “En todo”: no sólo en lo fácil, o en lo que nos parece… Por eso, ahora Nuestro Señor no les dice: “Estoy subiendo a Jerusalén”, sino: “Mirad, estamos subiendo a Jerusalén”. Les va enseñando a caminar con Él, incluso cuando el camino se va haciendo arduo u oscuro. “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Rm 8, 31b).

Hemos de aprender a apoyarnos sólo en Él, y a vivir el Misterio Pascual en comunión con la Iglesia. Todos queremos alcanzar la resurrección, la vida feliz con Dios ahora y en la eternidad…; pero, para ello, lo que debemos aprender es a ensanchar nuestro corazón, a saber entregarnos -incluso en el sufrimiento-, a “morir” a nosotros mismos. “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13). Caminemos con Él, confiemos en Él, siempre despiertos y atentos…Ora: “El Señor es mi pastor, nada me falta… Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan” (Salmo 22, 1.4). Vive: Cuando participo en la Santa Misa, ¿sé unir toda mi vida al Misterio Pascual de Jesús? ¿Salgo de la Santa Misa fortalecido para mis servicios de cada día? ¿Vivo mis responsabilidades con amor?

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P. Walter Corsini, msp (italiano)

Reflexión PatrísticaSan Ignacio de Antioquía

San Ignacio fue el tercer obispo de Antioquía (ciudad situada en la actual Turquía) del año 70 al 107, fecha de su martirio. En aquel tiempo Roma, Alejandría y Antioquía eran las tres grandes metrópolis del imperio romano. El concilio de Nicea del año 325, primer concilio reconocido con el adjetivo de ecuménico, habla de tres “primados”.

Los Hechos de los Apóstoles nos dicen que en Antioquía surgió una comunidad cristiana floreciente: su primer obispo fue el apóstol san Pedro; y allí “por primera vez los discípulos recibieron el nombre de cristianos” (Hch 11, 26). Eusebio de Cesarea, historiador del siglo IV, dedica un capítulo entero de su Historia eclesiástica a la vida y a la obra literaria de san Ignacio (III, 3): “Desde Siria —escribe— Ignacio fue enviado a Roma para ser arrojado como alimento a las fieras, a causa del testimonio que dio de Cristo. Al realizar su viaje por Asia, bajo la custodia severa de los guardias”, “en cada una de las ciudades por donde pasaba, con predicaciones y exhortaciones iba consolidando las Iglesias; sobre todo exhortaba, con gran ardor, a guardarse de las herejías que ya entonces comenzaban a pulular, y les recomendaba que no se apartaran de la tradición apostólica”.

San Ignacio de Antioquía expresa con fuerza sus deseos de unión con Cristo y de vida en Él, deseos que, para él, desembocan naturalmente en la imitación de Cristo, al que proclama muchas veces como “mi Dios” o “nuestro Dios”.

San Ignacio sigue siendo hoy, para cada uno de nosotros, punto de referencia espiritual: su deseo ardiente de imitar a Jesucristo puede -a justo título- ser considerado por cada uno de los Misionero Siervos de los Pobres TM el profético anticipador del libro la Imitación de Cristo, que representa para nosotros la guía espiritual. San Ignacio nos recuerda que no es suficiente aceptar y proclamar que Jesús es el Señor, sino que hay que proclamarlo “mi” Señor, el Señor de mi vida.

Así, san Ignacio suplica a los cristianos de Roma que no impidan su martirio, porque está impaciente por “unirse a Jesucristo”. Y explica: “Para mí es mejor morir en Jesucristo, que ser rey de los términos de la tierra. Quiero a Aquel que murió por nosotros; quiero a Aquel que resucitó por nosotros... Permitidme ser imitador de la Pasión de mi Dios” (Carta a los Romanos, VI).

La irresistible orientación de san Ignacio hacia la unión con Cristo fundamenta una auténtica “mística de la unidad”. Él mismo se define “un hombre al que ha sido encomendada la tarea de la unidad” (Carta a los cristianos de Filadelfia, VIII, 1).

Para san Ignacio la unidad es, ante todo, una prerrogativa de Dios que, existiendo en tres Personas, es Uno en la absoluta unidad de la naturaleza divina. A menudo repite que Dios es unidad, y que sólo en Dios esa unidad se encuentra en estado puro y originario. La unidad que los cristianos debemos realizar en esta tierra no es más que una imitación, lo más cercana posible, del arquetipo divino.

En conjunto, se pueden apreciar, en las Cartas de san Ignacio de Antioquía, dos aspectos característicos de la vida cristiana: por una parte, la estructura jerárquica de la comunidad eclesial; y, por otra, la unidad fundamental que vincula entre sí a todos los fieles en Cristo. Las funciones no se pueden contraponer y se insiste continuamente en la comunión de los creyentes entre sí y con sus pastores.

En la literatura cristiana, san Ignacio de Antioquía fue el primero en atribuir a la Iglesia el adjetivo “católica”, es decir, “universal”: “Donde está Jesucristo —afirma— allí está la Iglesia católica” (Carta a los cristianos de Esmirna, VIII, 2). Y precisamente en el servicio de unidad a la Iglesia católica la comunidad cristiana de Roma ejerce una especie de primado en el amor: “En Roma, ella, digna de Dios, venerable, digna de toda bienaventuranza... preside en la caridad, que tiene la ley de Cristo y lleva el nombre del Padre” (Carta a los Romanos, prólogo).

San Ignacio es verdaderamente “el doctor de la unidad”: unidad de Dios y unidad de Cristo, unidad de la Iglesia, unidad de los fieles “en la fe y en la caridad, a las que nada se puede anteponer” (Carta a los cristianos de Esmirna, VI, 1).

El “realismo” de san Ignacio invita a todos los fieles de ayer y de hoy a una síntesis progresiva entre configuración con Cristo (unión con Él, vida en Él) y entrega a su Iglesia (unidad con el obispo, y servicio generoso a la comunidad y al mundo). Es decir, hay que llegar a una síntesis entre comunión con la Iglesia en su interior y misión-proclamación del Evangelio a los demás, hasta que una dimensión hable a través de la otra, y los creyentes estén cada vez más “en posesión del espíritu indiviso, que es Jesucristo mismo” (Carta a los cristianos de Magnesia, XV).

Pidiendo al Señor esta “gracia de la unidad”, nos debemos comprometer, cada uno con el don y los carismas recibidos, en vivir lo que san Ignacio de Antioquía pide a los cristianos de Trales: “Amaos unos a otros con corazón indiviso. Mi espíritu se ofrece en sacrificio por vosotros, no sólo ahora, sino también cuando logre alcanzar a Dios...

Quiera el Señor que en Él os encontréis sin mancha” (XIII).

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Reflexión EclesiológicaLa Iglesia, Sacramento universal de salvación

(VI)

La Iglesia es sacramento universal de salvación: lo cual quiere decir que la salvación es transmitida al mundo a través de la Iglesia, sacramentalmente. Esto remite al hecho de que la iglesia es, unida a Cristo como Su Cuerpo, única mediadora de la salvación. Hemos visto que la “sacramentalización” de nosotros los cristianos tiene una dimensión estática, en el don del carácter bautismal que imprime en nosotros la huella del Hijo de Dios, y una dimensión dinámica, en la unión con Dios Padre, por Jesucristo, en el Espíritu Santo, a través de la fe, que -por así decirlo- activa el carácter bautismal desplegando sus potencialidades.

En este artículo quiero hacer resaltar cómo la unión con Dios mediante la fe hace que cada cristiano sea mediador de la gracia o, mejor aún, fuente de gracia. Es lo que el Señor expresa de manera clara: “El que tenga sed, venga a mí; y beba el que cree en mí. Como dice la Escritura: «De su seno brotarán manantiales de agua viva»” (Jn 7, 37-38). Y, en seguida, el evangelista comenta: “Él se refería al Espíritu que debían recibir los que creyeran en Él” (Jn 7, 39). Quien cree no sólo se vuelve abierto al don del Espíritu, sino que también se vuelve a su vez canal del Espíritu, porque la vida de Dios sobreabunda en él (cf. Jn 10, 10). Esto quiere decir que en todo suceso de fe se da una sobreabundancia de vida que va más allá del suceso mismo de fe. Es por eso que, cuando se ora junto a otros con sinceridad, se crea un ambiente de oración, porque en aquel lugar la gracia sobreabunda a causa de la presencia de los creyentes que, a través de la fe, la hacen operativa: “Donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos» (Mt 18, 20).

Dada la importancia del suceso de fe, es necesario describirlo. Todo acto de fe es en realidad un acto de obediencia amorosa. La fe nace de la escucha; y obedecer (ob-audire) significa ante todo escuchar. La fe, en efecto, es una obediencia, es asentir a una realidad de por sí no visible, por amor. Dios no es visible, pero nosotros creemos en Él porque hemos experimentado que Él nos ama, y porque lo amamos. Por eso San Pablo habla de obediencia de la fe (Rom 1, 5). En efecto, la obediencia describe la interioridad del acto de fe, y es la manera concreta en que se realiza la “sacramentalización” del cristiano. Es en virtud de la obediencia, de la adhesión de nuestra voluntad a la voluntad divina, que llegamos a ser sacramentos de salvación. Es en virtud de tal obediencia, que la gracia de Dios actúa más allá de los límites visibles de nuestra persona, y sobreabunda.

La obediencia es, para Jesús, Su espiritualidad misma, Su Corazón mismo. Es, por así decirlo, el Espíritu del Hijo. La voluntad humana y la divina del Señor Jesús están siempre en perfecta armonía, de modo tal que la voluntad humana es siempre dócil a la moción de la voluntad divina. Esto explica cómo Jesús mismo sea un continuo acto de obediencia, y por ende un continuo manantial de gracia. No podría ser de otra manera, dado que el pecado no halla espacio alguno en el Corazón del Hijo de Dios.

De manera semejante, aunque a un nivel diferente, podemos hablar de María Santísima. Ella siempre cumplió la voluntad divina; en ella, en virtud de su Inmaculada Concepción, no hallamos sombra alguna de pecado; esto quiere decir que jamás se separó de la voluntad de Dios, sino que siempre obedeció y así en toda circunstancia de la vida pudo ser un canal de gracia para la humanidad. La perfección de Nuestro Señor y la de María Santísima nuestra Madre son, para cada uno de nosotros, un llamado radical a la santidad, que consiste en el perfecto cumplimiento de la voluntad de Dios, en una obediencia cada vez más perfecta, porque cada vez más llena del amor de Dios Padre, de Espiritu Filial, del Espiritu del Hijo.

De esto depende el don de la gracia, más allá de la visibilidad de cada uno de nosotros y de la Iglesia misma. En efecto, el Concilio Ecuménico Vaticano II dice que “debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual” (Gaudium et spes, 22). Este don del Espíritu más allá de los confines visibles de la Iglesia se da a través de la mediación de la Iglesia, a través de una continua adhesión del Cuerpo a la Cabeza mediante la obediencia de la fe. Esto lo explica bien el Señor cuando invita a sus discípulos a ser luz del mundo (Mt 5, 13ss). El Señor compara a sus discípulos con una luz encendida que debe iluminar. La luz, obviamente, se expande mucho más allá de los confines visibles de su fuente. Es así para la Iglesia y para todo cristiano. La eficacia de la fe y de la obediencia de cada cristiano va más allá de los confines visibles de la persona, alcanzando los corazones de cada hombre en toda época. Es ésta la razón del principio teológico “extra Ecclesiam nulla salus” –no hay salvación fuera de la Iglesia-. Quiere decir que la salvación llega al mundo entero siempre y sólo a través de la Iglesia, Cuerpo de Cristo, a Él unida mediante la obediencia de la fe.

P. Giuseppe Cardamone, msp (italiano)

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Reflexión MoralLa lucha optimista contra el pecado

(II)

En este artículo quiero completar el anterior sobre la lucha contra el pecado, con diez buenos principios que nos pueden guiar en nuestro camino de conversión:

1º Las tentaciones se combaten ante todo acudiendo a Dios por medio de la oración diaria, un sincero examen de conciencia realizado cada día (Mt 26, 41) y la recepción frecuente de los sacramentos, en especial de la Confesión y la Eucaristía. Si el pecado tiene su origen último en ese ser angelical obscuro que es el demonio, para liberarnos de él necesitamos del auxilio divino. Tenemos que aplicar medios sobrenaturales.

2º Nuestra lucha contra el pecado tiene que enraizarse en la virtud de la penitencia. Esta virtud es obra de la gracia de Dios y de nuestro esfuerzo de conversión. Nos lleva a llorar nuestros pecados, por haber ofendido al infinito Amor de Dios. Comprende también la resolución de cambiar de vida, con la confianza en la ayuda de la gracia de Dios. Y la conversión interior -que esta virtud refuerza- impulsa a la expresión de esta conversión por medio de signos visibles, gestos y obras de penitencia y de mortificación.

3º Recordemos que siempre podemos vencer la tentación. Por eso, mantengamos siempre el optimismo: “Dios es fiel, y Él no permitirá que sean tentados más allá de sus fuerzas. Al contrario, en el momento de la tentación, les dará el medio de librarse de ella, y los ayudará a soportarla” (1Cor 10, 13).

4º Asimismo es importante saber que las tentaciones se deben combatir desde el primer momento. Con la tentación no se negocia: hay que ser tajantes. Con la tentación hay que ser “maleducados”: no se le concede la palabra, no se le presta atención y no se le responde. La única cosa que conviene hacer con ella es pisotearla.

5º Consentir en la tentación es pecado; sentirla, no. Experimentar cierta atracción ante ese bien aparente que es el mal, mientras la voluntad lo repela, no es pecado. Al contrario, la tentación promueve la lucha deliberada para rechazar el pecado, y esta lucha purifica y fortalece la libertad, haciéndola cada vez más madura y más capaz de amar.

6º No es lícito provocar ni exponerse voluntaria y temerariamente a la tentación. Quien juega con el fuego de alguna forma desea quemarse. En la lucha contra el pecado, tenemos que conocer nuestras debilidades específicas y actuar en consecuencia, sin miedos. “Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo y tíralo lejos, porque más te vale entrar con un solo ojo en la

Vida, que ser arrojado con tus dos ojos en la Gehena del fuego” (Mt 18, 9).

7º Tenemos que poner particular atención al cumplimiento de los propios deberes ordinarios y tenemos que valorar mucho la práctica de los actos concretos de virtud que requiere nuestra vida cotidiana. Especial atención hemos de prestar a crecer en las virtudes de la humildad, la generosidad, la caridad, la mansedumbre, la castidad, la templanza y la diligencia. Con ellas luchamos contra los 7 pecados capitales que generan a todos los demás.

8º En nuestro amor a Dios no podemos vivir de rentas. El amor a Dios debe ser algo siempre nuevo. La perseverancia y el fervor en el bien son fundamentales, ya que las virtudes crecen con la fidelidad y disminuyen por su no ejercicio e incluso se corrompen por la realización de actos contrarios.

9º El pecado se combate con el servicio humilde y cordial a los demás, el perdón de los pecados ajenos y el amor a la comunión con los demás en Cristo. El pecado rompe ante todo la comunión con Dios, pero “al mismo tiempo, atenta contra la comunión con la Iglesia. Por eso la conversión implica a la vez el perdón de Dios y la reconciliación con la Iglesia, que es lo que expresa y realiza litúrgicamente el sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación (cf. Lumen Gentium, 11)” (Catecismo de la Iglesia Católica, n° 1440).

10º Tenemos que aprender a vivir en el mundo sin ser del mundo. La lucha contra el pecado requiere cierta higiene de vida sobre la cual hay que vigilar siempre. En el mundo que nos rodea no pocas cosas son fruto del pecado. Discernir todo ello con equilibrio no siempre es fácil, y requiere la ayuda de la oración.

Para la oración: “Yo considero que los sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria fu-tura que se revelará en nosotros. En efecto, toda la crea-ción espera ansiosamente esta revelación de los hijos de Dios. Ella quedó sujeta a la vanidad, no voluntariamente, sino por causa de quien la sometió, pero conservando una esperanza. Porque también la creación será libera-da de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos que la creación entera, hasta el presente, gime y sufre dolores de parto. Y no sólo ella: también nosotros, que posee-mos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente anhelando que se realice la plena filiación adoptiva, la redención de nuestro cuerpo. Porque solamente en es-peranza estamos salvados” (Rm 8, 18-24).

P. Agustín Delouvroy, msp (belga)

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Reflexión EspiritualLa Imitación de Cristo: el libro (I)

“Todo el mundo sabe que el primer efecto del amor es la imitación”

(Charles de Foucauld) Después de haber discurrido sobre el vasto y complejo

tema del seguimiento e imitación de Cristo, creemos que es conveniente y oportuno ahora hacer un largo paréntesis para dedicar nuestros próximos artículos al libro de la “Imitación de Cristo”, fundamentalmente por dos razones principales.

En primer lugar, por ser el libro de espiritualidad que mejor plasmó este tema y, por lo tanto, resultó ser una expresión paradigmática del mismo. Y, en segundo lugar, por ser la única Regla de vida espiritual de nosotros, los Misioneros Siervos de los Pobres TM: “La Imitación de Cristo es la regla de vida espiritual de los Misioneros Siervos de los Pobres del Tercer Mundo, pues ellos quieren tomar con abundancia el agua fresca contenida en esta obra, no teniendo otra meta que la de vivir la santidad” (P. Giovanni Salerno).

Es de casi todos sabido que este clásico, una de las joyas más valiosas de la literatura espiritual cristiana, es la obra de espiritualidad que ha conseguido mayor número de ediciones. Además, hay quienes dicen que este libro es el más famoso después de la Biblia y llegó hasta a ser definido como el “quinto Evangelio”; obviamente, no en el sentido de que venga a añadir algo a los Evangelios, sino en cuanto representa el más alto grado de aplicación y de desarrollo humano del Evangelio.

Nuestro libro nace en el siglo XIII, para hacer frente al deslizamiento de la vida espiritual hacia un cristianismo de costumbres, hipócrita. El libro surgía como una voz, un grito, que se alzaba contra esa forma “farisaica” de concebir la vida cristiana, igual que un día se alzó la voz de Jesús contra la religiosidad hipócrita de la clase religiosa dominante de su tiempo.

Fue escrito, inicialmente, para monjes, pero, dada su profunda psicología y dado su elevado conocimiento del corazón humano, ha llegado a ser una ayuda espiritual para la edificación de todo el pueblo cristiano.

Las admirables enseñanzas de la Imitación de Cristo hacen que se adapten fácilmente a todos los estados de vida y a todas las circunstancias particulares en las que se puede encontrar el cristiano. Ellas han ayudado a llegar a la cumbre de la perfección tanto al cristiano que vive en el mundo como al que vive en el claustro. Parece que cada frase o sentencia ha sido escrita para todo aquel que la lee y para el momento en que la lee.

Esta magnífica obra ha sido reconocida por la tradi-ción como poseedora de un valor universal y ha venido influyendo positivamente hasta nuestros días. Su lectura ha sido preferida por muchos cristianos. Y “ha sido la fiel

compañera de camino de centenares de miles de segui-dores de Cristo a lo largo de toda la vida durante estos últimos siete siglos” (P. Giovanni Salerno), sobre todo, de los Santos, quienes se sirvieron de ella como guía segura y fiable para llegar a la cima de la unión con Dios.

Siendo así, la Imitación de Cristo ha forjado a muchos cristianos en la santidad. Quizás el ejemplo que mejor corrobora esto es el de santa Teresa del Niño Jesús. La pequeña Teresa cita explícitamente este libro más de 8 veces en su obra autobiográfica Diario del alma; y se sabe que los únicos libros que ella tuvo como instrumentos para llegar a la perfección fueron los Evangelios, junto con las Cartas de san Pablo y la Imitación de Cristo. Además, durante mucho tiempo y mucho antes de que ella conociese los Evangelios y las Cartas paulinas, la Imitación de Cristo fue el único libro que le sirvió de alimento espiritual. La familiaridad que tenía con éste era tanta que lo sabía casi todo de memoria y lo tenía siempre consigo.

Otro ejemplo es el de san Ignacio de Loyola, que lo llamaba “la perdiz de los libros espirituales”, para indicar la excelencia de su gusto espiritual, pues encontraba sabrosa y nutritiva su lectura: en efecto, por cualquier página por donde abría el libro encontraba el alimento que en aquel momento su alma necesitaba. Además, es muy probable que el Santo lo haya usado como fuente de inspiración para escribir sus Ejercicios espirituales.

Santa Teresa del Niño Jesús y san Ignacio de Loyola son apenas dos de los muchos ejemplos que podríamos citar. Pero, creemos que son suficientes para demostrar la importancia que el libro de la Imitación de Cristo ha tenido y y seguirá teniendo en la santificación de innumerables cristianos. “Igualmente, seguirá guiando también a nosotros los Misioneros Siervos de los Pobres del Tercer Mundo en el camino de la santidad, hasta alcanzarla como ya lograron hacerlo muchos cristianos que nos precedieron y que escogieron esta preciosa obra de la Imitación de Cristo como su inseparable guía y compañera de ruta” (P. Giovanni Salerno).

P. José Carlos Eugenio, msp (portugués)

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Reflexión VocacionalLa escandalosa venganza de Dios

Seguramente a muchos les llamará la atención(¡...ha sido mi directa intención!) el sugestivo (y quizás, para algunos, “impropio”, o al menos enigmático) título que he elegido para este artículo. Pero, aunque pueda parecer de antemano un poco raro, éste es el segundo nombre que personalmente yo le pongo a la Misericordia de Dios. ¿Por qué? Pues, no sabría decir exactamente el motivo. Sólo diré que… ¡me vino! Pero no es tan absurdo. Me explico: no sé si es que yo tenga una mente demasiado retorcida, pero cuando uno ha tenido y tiene (y seguramente seguirá teniendo, pues nuestra condición de pecadores se acabará solamente cuando nos metan en el “cajón de madera”) una profunda conciencia de su debilidad, como que estuviera esperando (y hasta deseando) que un terrible puñetazo de Dios le aplastara el cráneo, como a vil cucaracha, por ser tan miserable, resulta que lo que le vienen a uno son, más bien, redobladas caricias divinas. Y uno como que se queda aturdido..., y hasta escandalizado de este obrar de Dios, que le hace a uno sentirse todavía más miserable.

En este sentido, creo que somos un poco una continuación de los fariseos (con respecto a nosotros mismos y a los demás) que se escandalizaban al ver la reacción de Jesús ante los más grandes pecadores (la prostituta que lavó sus pies con sus lágrimas, la adúltera a la que querían apedrear, Mateo…). Jesús nos mandó devolver el bien por el mal; es lo que hizo Él, perdonando hasta el último momento en la Cruz y ofreciendo todo (su sufrimiento, su vida, su Madre) por el bien (la salvación) de los que ahí le estaban (¡y le estábamos!) crucificando. Y es lo que continúa haciendo también ahora. Es su “personal venganza”, y esto muchas veces me “escandaliza”, revuelve por dentro.

El Papa Francisco, en la entrevista recogida en el libro “El nombre de Dios es Misericordia”, dice: “Cuanto más nos reconocemos como necesitados, más nos avergonzamos y nos humillamos, más pronto nos vemos invadidos por su abrazo de gracia. Jesús nos espera, nos precede, nos tiende la mano, tiene paciencia con nosotros”.

Por eso, en relación con la misericordia de Dios -¡con su infinita paciencia!- el mismo Papa Francisco, ya en una de sus primeras intervenciones recién elegido sucesor de Pedro, decía que “Dios no se cansa nunca de perdonar; el problema somos nosotros, que nos cansamos de pedirle perdón”. Y el mismo San Pedro reconocía que Dios “tiene mucha paciencia con vosotros, porque no quiere que ninguno perezca, sino que todos se conviertan. (…) Considerad que la paciencia de Dios es nuestra salvación” (2Pedro 3, 9.15).

Es por eso que, en esta página de “índole vocacional”, quiero resaltar este aspecto que todos debemos vivir a imitación y ejemplo de Dios. El lema que se nos ha

propuesto para este Año jubilar ha sido el de “Misericordes sicut Pater” (Misericordiosos como el Padre), porque sólo los misericordiosos alcanzarán misericordia (cfr. Mt 5, 7). Y un aspecto esencial de la misericordia es la paciencia. Se señala precisamente esa paciencia como una de las siete Obras de Misericordia espiritual: soportar con paciencia las personas molestas (o los defectos del prójimo, como se dice en otros sitios). Sí, esto sobre todo (… ¡que no es poco!), pero no sólo: esa paciencia debe impregnar todas nuestras actitudes internas y externas. Yo la relaciono directamente con la Confianza (claro que todas las virtudes están entrelazadas, y una virtud lleva necesariamente a otra). Todos estamos llamados (tenemos vocación; del latín “vocare”: llamar) a ser pacientes.

Aparte de la Paciencia con los otros, que es un buen ejercicio de la Caridad (misericordia) que nos salva, está también la Paciencia en las pruebas de la vida (dificultades, cruces). Como personaje prototipo bíblico se habla siempre de “la paciencia del santo Job”, pero yo propongo otro (que incluye el ejemplo de Job) del libro de Tobías, como muestra de lo que quiero transmitir.

«Un buen día, Tobías, cansado de tanto enterrar, regresó a su casa, se tumbó al pie de la tapia y se quedó dormido; mientras dormía, le cayó en los ojos excremento caliente de un nido de golondrinas y se quedó ciego. Dios permitió que le sucediese esta desgracia para que, como Job, diera ejemplo de paciencia. Como desde niño había temido a Dios, guardando sus mandamientos, no se abatió ni se rebeló contra Dios por la ceguera, sino que siguió imperturbable en el santo temor de Dios, dándole gracias todos los días de su vida. Y lo mismo que a Job le insultaban los reyes, también los parientes y familiares de Tobías se burlaban de él y le decían: “Te ha fallado la recompensa que esperabas cuando dabas limosna y enterrabas a los muertos”. Pero Tobías respondía: “No digáis eso, que somos descendientes de un pueblo santo y esperamos la vida que Dios da a los que perseveran en su fe”».

¿Ven cómo la paciencia lleva a la esperanza, y a la confianza, y éstas robustecen la perseverancia (que salva nuestras almas: Lc 21, 19)? O sea que la paciencia la debemos aplicar en primer lugar a Dios mismo (en pago a la suya con nosotros). ¿En qué se manifiesta esta nuestra paciencia? No ciertamente en quejarnos ni en rebelarnos contra Dios o en dudar de Él cuando permite nuestras contrariedades.

Repetimos: Tobías no se abatió ni se rebeló contra Dios por la ceguera, sino que siguió imperturbable en el temor de Dios, dándole gracias todos los días de su vida. Primer punto de examen de conciencia sobre la virtud de la paciencia: ¿doy gracias a Dios por todo, también en el momento de la prueba?

P. Alvaro Gómez Fernández, msp (español)

Ancianos, enfermos y encarcelados que ofrecen sus sufrimientos por los pobres del Tercer Mundo, así como todos aquellos que han acogido y hecho suyo en la vida el carisma de los Misioneros Siervos de los pobres del Tercer Mundo.

web:www.msptm.com

Es decir, diferentes realidades misioneras (Sacerdotes y hermanos consagrados, religiosas, matrimonios misioneros, sacerdotes y hermanos especialmente dedicados a la vida de oración y a la contemplación, socios, oblatos, colaboradores, grupos de apoyo) quienes comparten el mismo carisma y se remontan al mismo fundador.

MISIONEROS SIERVOS DE LOS POBRESDEL TERCER MUNDO

Enfermos, ancianos o encarcelados que ofrecen sus sufrimientos por los Pobres del Tercer Mundo, así como todos aquellos que han acogido y hecho suyo en la vida el carisma de los Misioneros Siervos de los Pobres del Tercer Mundo.

Todo hombre de buena voluntad que quiera enamorarse siempre más de los pobres.

Formado por aquellos miembros del Movimiento de los Misioneros Siervos de los Pobres del Tercer Mundo, llamados a seguir un camino de consagración más profunda con las características de la vida comunitaria y la profesión de los consejos evangélicos según su condición. (Se tiende a ser reconocidos canónicamente como dos Institutos Religiosos: uno para la Rama Masculina, de los Padres y de los Hermanos, y otro para la Rama Femenina de las Hermanas)

Encaminados a la profundización y difusión de nuestro carisma, trabajando para la conversión de todos y cada uno de los miembros gracias a la organización de encuentros periódicos.A los miembros se les considera SOCIOS.

OPUS CHRISTI SALVATORIS MUNDI

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