USA - Longfellow, Henry W. - Antologia (2)

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1 ANTOLOGIA HENRY W. LONGFELLOW Ediciones elaleph.com

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A N T O L O G I A

H E N R Y W .L O N G F E L L O W

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PASOS DE ÁNGELES

Cuando las horas diurnas agonizany las voces solemnes de la nochevan despertando lo mejor del almaadormecida, en un sagrado júbilo.

Antes que enciendan lámparas nocturnas y como altos y lúgubres fantasmas,en la luz insegura y temblorosase ven danzar las sombras de los muros.

Es cuando, por la puerta mal cerrada,entran las formas de los que se fueron:los buenos, los de ayer, los bienamadosvienen una vez más a visitarme.

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Él, el joven, el fuerte, el que soñabacon los nobles ideales de la lucha,pero cayó a la vera del caminocansado de la marcha de la vida.

Ellos, los que eran santos y eran débiles y arrastraban la cruz de sufrimiento,y cruzando sus manos mansamentese alejaban por siempre de los vivos.

Y con ellos el Ser todo bellezay todo amor, que en juveniles díasme dieran para que siempre me amaray ahora está con los santos en el cielo.

Es ella, y el divino mensajerose aproxima con paso silencioso,ocupa junto a mí el sillón vacío,pone en la mía su invisible mano.

Sentada allí sus ojos me contemplancon ternura profunda y luminosa,igual que las estrellas, quietas, santas,que miran hacia abajo desde el cielo.

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Oración sin decir, mas comprendida,la del sereno y silencioso espíritu;dulce reconvención, bendición dulce,surgiendo de los labios invisibles.

Y todo mi pesar y abatimiento,y todo mi temor se desvanece,y sólo pienso en el recuerdo santo,en los que así vivieron y murieron.

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MILTON

Desde la playa rumorosa miroir y venir las gigantescas olas,mientras el sol, en el vaivén del agua,brilla a través de su esmeralda viva,

y la novena ola despojándoselentamente del frágil atavíode sus espumas, en la arena pálidase arroja, convirtiéndolas en oro.

Así, en esa cadencia majestuosa,en la potente ondulación del canto,oh bardo ciego de Inglaterra, Maónides,

se alzará sobre todas esa ola,

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y al alma, en la soberbia de su fuerza,la llenará de melodiosos mares.

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A UN VIEJO LIBRO DECANCIONES DANESAS

Bienvenido, viejo amigo,a este hogar en tierra extrañadonde azotan rudos vientosdel otoño las ventanas.

Parece que un mundo ingratocon dureza te trataradesde que nos conocimosaquel día en Dinamarca.

De vejez veo señalesen el margen de tus páginas,huellas de las toscas manosque en el mesón te marcaran.

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Amarillas son tus hojasy estás cubierto de manchas,cual las que pasan al soplode las otoñales ráfagas.

Y también te humedecieroncon el vino de las jarrasde olímpicas libacionesen jubilosas veladas.

Pero siempre me recuerdaslas horas casi olvidadas,cuando, joven soñador,junto al Báltico vagaba. Y parábame a escuchardel Rey Cristián la baladaque al acercarse el ocasoen las tabernas cantaban.

Tú que recuerdas los bardosque en sus salas solitariascon almas de pasión rotasescribieran estas páginas.

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Tú recuerdas los hogarescuyas frías noches largascon tus cantares de amory amistad iluminabas.

Y algún antiguo troveroque en su gris y vieja Islandiala leyenda de los Vikingsrecibía en sus baladas.

Y allá, cuando en Elsinore,Yorick y sus camaradasen la corte del Rey Hamletestas coplas entonaban.

Cuando en húmedos cuartelesde Federico la guardiadel inglés, en coro ronco,oyó el cañón al cantarlas.

Los labriegos en los campos,los marinos en las aguas,mercaderes y estudiantes,todos ellos las cantaban.

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Tú que de ellos fuiste amigo,te olvidaron... Esta casapor lo menos ahora es tuya:bienvenido en tierra extraña.

Y como las golondrinasanidando en tejas rancias,tus canciones jubilosasen mi pecho su nido hagan.

Y aquí, tibias y tranquilas,en mi corazón guardadas,me recuerdan siempre viajesy la juventud lejana.

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HIMNO

(EN LA ORDENACIÓN DE MIHERMANO)

Cristo le dijo al joven: "Aún hay algo,hay algo más si quieres ser perfecto;vende tus bienes, dale todo al pobre,y después de dar todo, ven conmigo".

En este templo Cristo está de nuevo,y al repetir idénticas palabrasen la cabeza de otro adolescentevuelve a poner sus manos invisibles.

Y siempre cerca de él, en el camino,irá El que nadie ve, para que un día

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le pregunte, apoyándose en su brazo:"¿Apruebas, oh Señor, lo que yo hice?”

En la fiesta nupcial, siempre a su lado,para santificar con su presencia;con él, en el Getsemaní sombrío,en el dolor y en el nocturno rezo.

¡Sacro mandato, reposar sin término,como el de Juan, de Juan el bien amado,con la cabeza en el divino pechohasta llegar al fin de la jornada!

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EL SEGADOR Y LAS FLORES

El Segador llamábase la Muertey en cada golpe de su hoz, cortabajunto con las espigas virginales,las flores que también allí crecían.

"¿Por qué no he de llevarme lo que es bello?"preguntó el Segador, "no basta el grano,me es muy grato el perfume de estas floresmás yo he de devolver a todas ellas".

Al contemplar, lloroso, sus corolas,fue besando las hojas moribundas:las envolvió en la piel de las espigas,eran para el Señor del Paraíso.

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"Mi Señor siempre amó estas florecillas",se oyó decir al Segador, sonriente,"son dulces prendas de la tierra dondeel Salvador anduvo cuando niño.

"Florecerán en luminosos camposdonde voy con amor a trasplantarlas;los Santos, en sus túnicas blanquísimas,han de llevar, sagrados, los pimpollos".

Y la madre dejó, triste y llorosaque llevara las flores que ella amaba:sabía que hallaríalas de nuevoen los campos de luz que hay allá arriba.

Mas no fue con crueldad, no, ni con ira,que llegó el Segador esa mariana:ese día fue un ángel el que vinoy se llevó las flores de la madre.

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HIMNO A LA NOCHE

Escuché el roce de sus atavíoscuando pasó la Noche entre los mármolesde sus salas, y vi en su obscura túnicalas luces de los muros celestiales.

Su presencia sentí, su encantamientopoderoso, llegando de la altura,su presencia serena y majestuosacomo de la persona que se ama.

Escuché voces de dolor y júbilo,los sones lentos y multiplicadosque llenan los nocturnos aposentoscomo las rimas de un poeta antiguo.

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En las cisternas de la medianochemi alma bebía el agua del reposo:la fuente pura de la paz perennede esas hondas cisternas siempre mana.

¡Oh Santa Noche, tú que me enseñasteel largo sufrimiento de los hombres!Tu dedo se posó sobre los labiosde la angustia, y cesaron sus lamentos.

¡Paz! Como Orestes rezo esta plegaria,diciendo con tus grandes alas negraslo bello, lo esperado y bienvenido,

¡la Noche bienamada!

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VICTOR GALBRAITH

Víctor Galbraith era un soldado que fu¿ fusilado poruna grave falta de disciplina en la campaña de México.Según una superstición militar, ninguna bala en la que sehalla escrito el nombre del condenado le dará muerte.

Bajo los Muros de Monterreyal alba suenan ya los clarines:

Víctor Galbraith!en las neblinas grises del albadecir parecen: "¡Ven a tu muerte,

Víctor Galbraith!”

Llegó el soldado, marcial, gallardo,con paso firme, la frente erguida,

Víctor Galbraith,

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y él, hábil trompa, muy bien sabíalo que en su toque decía el bronce:"¡Ven a tu muerte, Víctor Galbraith!”

Miró la tierra, contempló el cieloy los fusiles que le apuntabancon voz serena y clara miradaexclamó: "¡Apunten aquí, a mi pecho,porque así muere Víctor Galbraith!"

Fueron seis balas, lenguas de fuego,las que cumplieron su fin mortal:

Víctor Galbraithcayó postrado, pero aún viviente,porque su nombre no está en las balas,sólo te hirieron, Víctor Galbraith.

Tres en la frente, tres en el pecho,pero sangrando se levantó, y exclamó en medio de su agonía:"¡Denme la muerte, por Jesucristo!”

Víctor Galbraith.

Otras seis balas, lenguas de fuego,cruzaron, rojas, el alba gris,

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y el joven trompa murió su muerteignominiosa. ¡Víctor Galbraith!

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LA COPA DEL REY WITLAF

Witlaf, rey de los sajones,antes de su último alientoa los monjes de Croylandbrindó su copa de cuerno.

Para que en sus festivales,en vasos de oro bebiendo,honraran a su donanterecordándolo en sus rezos.

Así, en una Nochebuena,celebraban todos ellos;como rocío, en sus barbasrojo vino iba corriendo.

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Por el alma de Witlafbrindaron, por el Maestro,y hasta por los doce apóstolesque predicaron su Verbo.

Por los santos y los mártiresde otro infortunado tiempo:se acordaban de otro santocuando se vaciaba el cuerno.

Monótono, desde el púlpitobajaba un murmullo lento,la leyenda de San Guthlacy San Basilio, el Severo.

Hasta que las dos campanasdel vetusto monasteriolos sones largos, profundos,de la medianoche dieron.

En la vasta chimenease oyó el crujir de los leños;su testa inclinó el abate;no moría: estaba muerto.

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La copa de oro empuñabaentre sus rígidos dedos;como una perla, su espírituquedó en el vino disuelto.

Mas de los alegres monjesno cesó el festín por eso:colmando las grandes copaspor otro santo bebieron.

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SUSPIRIA

¡Llévalos, Muerte, llévalos contigo,porque tú puedes reclamar lo tuyo;tu imagen, estampada en este polvo,puede darte tan sólo eso que llevas!

¡Llévalos, Tumba, y déjalos que duermanalineados en fúnebres estantescomo prendas del alma abandonadas,amadas solamente por nosotros!

¡Eternidad inmensurable, llévalos!¡Nuestra vida tan sólo es una ráfagaque estremece las ramas de tus árbolesy que arrastra sus flores por el polvo!

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EL SUEÑO DEL ESCLAVO

Junto al arroz abandonado yace,en su mano la hoz,

desnudo el pecho, y el revuelto peloen la arena cayó.

Otra vez, en la bruma de su sueñovio su tierra natal:

en la visión de sus dormidos ojossintió el Níger pasar;

bajo el vasto palmar de la llanuraotra vez era Rey,

y oyó las caravanas de los montesde nuevo descender.

Vió los ojos obscuros de su reinay sus hijos también:

abrazaban su cuello y lo besabancon infantil amor:

¡una lágrima ardiente de sus ojosen la arena cayó!

Del Níger galopaba en la ribera,y oía al galopar

el tintineo de sus riendas de oro,y con ruido marcial

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sobre el flanco sudado de su potrola vaina de metal.

Ante él volaban, pabellones rojos,los flamencos al sol,

del alba hasta la noche los seguíael regio cazador

por los llanos que cubre el tamarindo,hasta que vio al clarear

los blancos techos de una aldea cafrey la mar más allá.

Rugían en la noche los leones,la hiena empezó a aullar,

las grandes bestias del oculto ríoescuchó en el juncal...

Todo pasó en redobles de tamborespor su sueño triunfal:

los bosques, con sus lenguas infinitas,cantaban: "¡Libertad!”

Las brisas del desierto resonabancon tan ardiente voz

que al escuchar su júbilo salvajeel dormido sonrió;

ya no sentía el látigo negrero,ni el quemante calor:

la Muerte iluminó el País del Sueño:

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su cuerpo quedó allícomo un hierro gastado, que el espíritu

arrojase al partir.

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LA TUMBA ANÓNIMA

"Soldado de la Unión que fue llamado",se lee en la losa de esta tumba anónima,en Newport, junto al mar, y eso tan sólo,ni una fecha, ni un nombre, centinela

o avanzada caído en el tumultode la batalla, cuando los cañonestronaban al segar humanas vidasy marchaban los bravos regimientos.

¡Héroe obscuro durmiendo en la riberabajo la losa de la tumba anónima!Siento latir mi pulso, arder mi frente,

cuando yo avergonzado me pregunto:"¿Qué puedo darte, a ti que diste todo?"Sólo sé que no puedo darte nada.

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EXCELSIOR

Las sombras nocturnas rápidas caíancuando por la aldea alpina pasóun joven; llevaba por nieves y vientosun lábaro extraño con esta inscripción:

¡EXCELSIOR!

Su frente era triste; tenían sus ojosde brillante espada el claro fulgor,cual clarín de plata vibraba el acentode aquel su lenguaje que nadie entendió:

¡EXCELSIOR!

De hogares felices contempló las luces;del fuego doméstico sentía el calor:arriba lucían helados glaciares,y su voz un ronco lamento exhaló:

¡EXCELSIOR!

"¡Cuidado, no pases!" le dijo el Anciano,"que desde la altura viene el aquilón,y en su vasto cauce ya crece el torrente":El clarín de plata así respondió:

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¡EXCELSIOR!

"Quédate y reposa", dijo la doncella,"mucha es la fatiga de tu corazón":en la azul mirada resbaló una lágrimay él, con un suspiro, así contestó:

¡EXCELSIOR!

"Te acecha la rama podrida del pino,la avalancha viene con mortal rumor",le dijo el aldeano al dar "buenas noches",y allá, de la altura, la voz repitió:

¡EXCELSIOR!

Y cuando en el alba, allá en San Bernardo,los monjes subían rezando al Señorsus viejas plegarias siempre repetidas,se oyó nuevamente resonar la voz:

¡EXCELSIOR!

El grande y fiel perro a un pobre viajerosemisepultado en la nieve halló;en su mano helada aún oprimíael lábaro extraño con esta inscripción:

¡EXCELSIOR!

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Allí en el crepúsculo frígido y hermoso,inmóvil, sin vida, mas bello, quedó,y desde los cielos, serena y lejana,cual muriente estrella, descendió una voz:

¡EXCELSIOR!

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KEATS

El joven Endimión duerme su sueño;el cuento del pastor quedó truncado;su escudo de oro eleva el montecilloa la luna creciente, y alto y hondo

dice su canto el ruiseñor. Apenases mitad del verano, y hace frío:¿será la muerte? Junto a la majadala flauta del pastor se ve ya rota.

Bajo la luz lunar, léese en un mármol:"Aquí reposa uno cuyo nombrefuese escrito en el agua", y esto era

la esencia del cantar interrumpido.Yo escribo aquí: "Murió antes de ser llama,la muerte lo sació y quedó su junco".

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LAS CAMPANAS DE LYNN

¡Oh queda del sol muriente! ¡Oh campanas deLynn!

¡Oh réquiem del ocaso! ¡Oh campanas de Lynn!Del negro campanario del gran templo de

nubes,flotan aéreos sones, ¡oh campanas de Lynn!

El viento de la tarde los lleva en el crepúsculo,sobre el mar y la tierra se elevan y descienden,[¡oh campanas de Lynn!

En su barca lejana el pescador las oye,y rema hacia la orilla, ¡oh campanas de Lynn!

Los errantes rebaños en las claras arenas,vuelven cuando os escuchan, ¡oh campanas de

Lynn!

Oye el guardián del faro distante, y os contestacon señal luminosa, ¡oh campanas de Lynn!

En la ribera obscura donde canta la espuma

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suena un aplauso de olas, ¡oh campanas deLynn!

Hasta que de las aguas, ante el encantamiento,surge la espectral luna, ¡oh campanas de Lynn!

Y turbadas al verlo, como la loca de Endorgritáis y quedáis mudos, ¡oh campanas de Lynn!

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LA PIEDRA DE ORO

Están los árboles sin hojasy sus ramajes, escarlatacon arrecifes de coral,se alzan, callados y desnudosen el ocaso del Mar Rojo.

Las chimeneas del villorriocomo en los viejos cuentos árabesarrojan sus columnas de humohacia la púrpura del cielo.

En las ventanas tiemblan luces, y del crepúsculo las lámparas, como los fuegos de señales van contestándose en la sombra.

En el hogar los leños arden,y como Ariel, en la madera,nostálgico de libertad,el aire gime prisionero.

Y junto al fuego los ancianos

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piensan que ven en las cenizasciudades muertas, y al pasadopiden lo que no vuelve nunca.

Y soñadores juvenilesforjan fantásticos castillos,mientras le piden al futurolo que tampoco puede darles.

Junto a los leños hay tragediascon sólo dos protagonistas;esposo, esposa, y solitarioespectador: Dios en la altura.

También hay paz, dicha inefable;mujeres, niños, risas, cantos,en la dulzura de la esperaal que la tarde vuelve siempre.

Es el hogar para cada hombrela piedra de oro del camino,desde allí mide las distanciasdel mundo en el confín inmenso.

Lo ve desde el vagar lejano,

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oye el rumor de ardientes leños,la voz del viento de la noche,vuelve a soñar con los ausentes.

¡Feliz de aquel que, humilde y pobre,no tiene que partir, y puedepermanecer entre los murosdonde mecíase su cuna!

Puédense alzar regias mansiones,pobladas de cuadros y estatuas,¡ todo eso, sí, mas no es posiblecomprar con oro los recuerdos!

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DANTE

Toscano, que viajabas por los reinos sombríoscon paso lento y triste, majestuosa mirada,severos y terribles pensamientos surgían,igual que Farinata de su tumba, de tu alma.

Tu cántico sagrado es como la trompetade la condenación. ¡Qué simpatía humanade tu corazón fluye! ¡Qué compasión más

hondacomo en el firmamento luz de estrellas

distantes!

Yo creo contemplarte, cerca de San Hilarioen su diócesis; grave, con tus mejillas pálidas,cuando sobre los muros del convento,los rayos ascendentes del sol el ocaso señalan

con sus flechas de oro, y cuando él te preguntabajo las luces pálidas que alumbran el silencioqué busca el extranjero en esa su morada,a lo largo del claustro, tu voz responde: ¡Paz!

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LOS DOS ÁNGELES

Dos ángeles, uno era la Vida, otro, la Muerte;pasaron por la aldea cuando clareaba el día,en sus rostros el alba; debajo divisábansecomo envueltas en humo las viviendas

sombrías.

En su actitud y aspecto los dos eran iguales,iguales sus facciones y blancas vestiduras;pero uno coronado con llama de amarantoy el otro de asfodelo de luz pálida y pura.

Yo los vi detenerse en su celeste marcha,y dije con temor y de duda oprimido:"No golpees tan fuerte, corazón; no traicionesel lugar donde yacen tus amados dormidos".

Y el ángel coronado de asfodelos, entonces,descendiendo, empezó a llamar a mi puerta,y yo sentí que mi alma se hundía, como el aguase va hundiendo en los pozos sobre la tierra

abierta.

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Y yo experimenté la indecible agonía,y el terror, y el espanto, la congoja olvidadaque sentí tantas veces, o que me persiguierony volvían ahora con fuerza triplicada.

Abriéndole mi puerta al huésped de los cielos,escuché, pues creía oír de Dios el acentoy pensando que todo lo que enviase era buenono me atreví a alegrarme, no exhalé ni un

lamento.

Y con una sonrisa que iluminó mi casaexclamó: "Mi mensaje no es la Muerte, es la

Vida".

Antes que respondiera yo vi alejarse al Ángel en su celeste marcha, tras su misión cumplida.

Fue en tu puerta, oh amigo, que el Ángelcoronado

y un acento divino que subió de sus labiosde amaranto, detúvose, se vio que descendía,murmuró una palabra que "Muerte" parecía.

Cayó sobre la casa un helado silencio,

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una sombra de rostro hermoso y descarnado,y con paso ligero, del aposento obscuro,se vio salir dos ángeles donde uno había

entrado.

¡Todo es de Dios! Si Él, al agitar, su diestraa las nieblas convierte en la lluvia copiosahasta que con sonrisa de luz en tierra y aguasmira desde la nube que huye presurosa.

Ángeles de la Vida y la Muerte, son suyos;sin su orden, ninguno entra en ninguna puerta:¿Quién que desea o teme, quién que lo cree y lo

sabe,al Ángel mensajero no ha de dejarla abierta?

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SUEÑ0

Adormecedme, vientos cuyas vocesparece que salieran de arpas eoliasy los ojos del pensamiento insomnesellad, como Hermes, con su dulce liralos cien ojos cerró de Argos despierto.

Porque estoy muy cansado, ya deshechode tanto trabajar, cavilar tanto:Pesa cada vez más sobre mis sienesla corona de hierro de la angustia.

Tu mano suave pon sobre mi frente,oh dulce sueño, hasta que el dolor se vayay otra vez vuelva a respirar tranquilo,libre ya del cansancio y la congoja.

¡Ah, el sentido salió del Griego antiguoque en el festín llamábate el misteriomenor, pues siempre fue el misterio máximoel misterio infinito de la muerte!

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UN SALMO DE LA VIDA

LO QUE EL CORAZÓN DEL JOVEN DIJOAL SALMISTA

No me digáis en lúgubres palabrasque el mundo es sólo ensoñación vacía,junto al fuego muriente: que las cosasno son lo que a nosotros parecía.

La vida es seria realidad. La tumbano es su objeto; y la frase desolada:"Al polvo tornarás porque eres polvo"no fue para el espíritu enunciada.

Ni el placer ni el dolor, ninguno de amboses el destino de la vida humana:vivamos de tal modo que el Hoy seamenos alto y fecundo que el Mañana.

Largo es el Arte y fugitivo el Tiempo;y nuestro corazón, por más que es fuerte,redobla cual tambor sordo, apagado,las marchas funerarias de la Muerte.

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Del mundo en el gran campo de combate,junto al vivac ardiente de la Vida,no guardes el silencio del ganado:sé un héroe en la batalla enardecida.

Nunca en el grato Porvenir confíes;deja enterrar sus muertos al Pasado;actúa en el Presente siempre vivo,Dios en el corazón siempre esforzado.

Nos recuerda la vida de los grandesque las nuestras podrán ser altas, bellas,y podemos dejar, a la partida,en la arena del tiempo nuestras huellas.

Huellas que los que vengan tras nosotros con su dolor, su angustia y su fracaso, al mirarlas prosigan su caminocon fuerte corazón y firme paso.

De pie: marchemos, preparado el ánimopara el destino, cualesquier que sea,siempre aprendiendo la lección augusta del amor, la esperanza y la tarea.

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CASAS ENCANTADAS

Casas donde vivieron y murieron los hombres, son las casas encantadas:transponen el umbral, van por sus pisos, silenciosos y errantes, los fantasmas.

Nos hallamos con ellos en las puertas;por los obscuros corredores andan:los sentimos moverse en el silencioprofundo y misterioso en que divagan.

Huéspedes no invitados e invisibles,vienen y van por las desiertas salas,mudos como los pálidos retratosque adornan las paredes tapizadas.

El extraño que siéntase a mi ladono ve lo que contempla mi mirada,ni oye las voces que mi oído escucha,pero siente el pasar de los fantasmas.

Desde sus tumbas, polvorientas manosde los que fueron dueños de estas casas,

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se extienden exigentes y espectrales:lo que fue suyo sin cesar reclaman.

Es en la noche cuando se diríaque este mundo de espíritus flotaracomo una vaga atmósfera viviente,como el aliento de una vida extraña.Están nuestras pequeñas existenciaspor deseos y afanes conturbadas;la lucha del instinto con su gocejunto a lucha sin igual del alma.

Este chocar estéril y sin términode la mortal necesidad humanay de la aspiración más alta y pura,viene de las estrellas ignoradas.

Como la luna entre las negras nubessu misteriosa claridad derrama,así nuestro intranquilo pensamientobusca el misterio y la visión fantástica.

Y del mundo de espíritus desciendeese puente de luz entre las almas,acercando los muertos a los vivos

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en el silencio de las viejas casas.

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EL CAMPANARIO DE BRUJAS

De Brujas en la plaza del mercadoaun se levanta el campanario antiguo:tres veces destruyéronlo y tres vecescon paciencia y fervor fue reconstruido.

En la elevada torre me encontrabaal clarear la mañana del estío;despojábase el mundo de sus sombrascomo de las viudeces el vestido.

Populoso de pueblos y villorrios,plateado con el agua de sus ríos,bajo las claridades de la aurorase extendía el paisaje matutino.

Allí, bajo mis pies, Brujas dormía, y sobre los tejados imprecisos,lanzadas por obscuras chimeneas,flotaban nubes de humo blanquecino.

Ningún rumor turbaba el hondo sueñoen el amanecer claro y tranquilo:

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pero yo en el vetusto campanariode un férreo corazón sentí el latido.

Escuché el canto de las golondrinasen los aleros pardos y rojizos,y el vasto mundo que a mis pies dormíamás distante sentí que el cielo mismo.

Solemne y musical, cual si trajerala misteriosa voz del tiempo antiguo,con su visión dramática y extraña,escuché el melancólico tañido.

Como los salmos de algún viejo claustrodonde las monjas cantan al unísonoen los coros del alba, la campanarompió de pronto en su clamor broncíneo.

Y poblaron mi mente las visionesde un nebuloso ayer desvanecido:espectros y fantasmas de la historiafueron volviendo al pensamiento mío.

Los Forestales de la antigua Flandes,con su jefe, el indómito Balduíno,

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y sus guerreros, cuyos nombres eranCressy, Dampierre, Lyderick y Filipo.

Yo contemplaba de los muertos díaslos cortejos brillantes y magníficos:las damas atendidas como reinaspor los nobles del Áureo Vellocino.

Mercaderes lombardos y del Vénetocargados todos con presentes ricos;y entre la pompa regia y deslumbrante,de innúmeros países los ministros.

En su orgullo yo vi a Maximilianohumilde arrodillándose en el piso,y a la dulce María al ir de cazacon sus galgos y halcones ligerísimos.Mientras en la nupcial cámara un duqueal lado de la reina está dormido,tendida entre ambos la desnuda espaday la guardia real en el recinto.

Y vi también los viejos tejedoresde Flandes, combatientes atrevidos,regresando al hogar de la batalla

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de las Espuelas de Oro; y asimismo

de Minnewater en la ruda luchaa las Capuchas Blancas en retiro,y Artevelde escalando victoriosodel Dragón de Oro el escarpado nido.

Y vi otra vez al español hirsutofundando en hierro y sangre su dominio,y oí el ronco tambor de las alarmasy de su bronce amenazante el grito.

Hasta que las campanas, allá en Gante,respondieron con cántico broncíneo:"¡Soy Rolando que llega: soy Rolando,la victoria final viene conmigo!”

Despertó el redoblar de los tamboresde la ciudad el ronco y diario ruido;y a sus tumbas volvieron los espectrosque yo evoqué en el sueño matutino.

Las horas transcurrieron cual minutossin que pudiera, extático, advertirlo:proyectaba su sombra el campanario

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sobre la plaza llena de bullicio.

EL NAUFRAGIO DEL "HESPERUS”

Esta poesía, que figura en la serie de las "Baladas", esuna de las composiciones más populares de Long fellow. (N.del T.)

Era el velero bergantín "Hesperus”que por los fríos mares navegaba;llevaba el capitán su hija pequeñapara que en su viajar le acompañara.

Como el cielo de estío eran sus ojosy sus mejillas frescas como el alba:blanco su pecho como los pimpollosde las primaverales rosas pálidas.

Con la pipa humeante entre sus labios,junto al timón, el capitán estaba:el humo de su pipa le decíapor donde el gran viento ártico acercábase.

Luego llamó a un añoso marinero

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y le dijo, algo inquieto, estas palabras:"vira a estribor, al puerto más cercano,porque la tempestad nos amenaza".

"Anteanoche yo vi cómo la lunade un rojo sangre estaba ribeteada, y hoy no se ve ni rastro de la luna",y al decir esto rió con risa extraña.

Cada vez más helado y rumorosoel gran viento del Ártico soplaba;y empezó a descender espesa nieveen las olas de espuma coronadas.Llegó la tempestad, y entre sus brazosestrechó la indefensa y frágil barcaque estremecióse cual corcel cautivosobre la espuma trémula y amarga.

"Ven - dijo el capitán -; ven, hija mía;ven a mi lado, sin temor de nada,porque yo sé luchar con las tormentasy en su ronco furor sé dominarlas".

La envolvió en su capote marinerobajo las frías y rugientes ráfagas;

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y la amarró en el mástil vacilantecon el flexible cabo de una jarcia.

"Oh padre - dijo entonces la doncella -escucho como doblan las campanas:¿qué será?" -"Es el llamado de algún barcoque pide auxilio entre la niebla helada".

"Oh padre: escucho el ruido de cañones; ¿qué será?" --"Es algún buque que nos llama,al sentir acercarse su agonía,perdido y sin timón pobre las aguas".

"Oh padre - repitió la pobre niña -una luz me parece ver, lejana:¿qué será?" Y esta vez no respondieronlos labios que la muerte cerró trágica.

Amarrado al timón rígido, inmóvil,vuelta hacia el cielo la rugosa cara,en sus pupilas fijas y vidriosasreflejaba el farol su turbia llama.

Entonces la doncella unió sus manos,y al pedirle al Señor que la salvara,

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pensó en el Cristo que aquietó las olasdel lago en Galilea, grandes, bravas.

Navegando en las lúgubres tinieblasbajo el ronco huracán y la nevada,como un enorme espectro, con sus velas,hacia la costa se arrastró la barca.

Del viento entre los tétricos bramidosde la invisible costa ya cercanase oyó el sordo clamor de la mareaque en las rocas y arenas se estrellaba.

Bajo su quilla estaban las rompientes,y al tumbarse a babor la nave náufraga,barrió una inmensa ola su cubierta,y la tripulación se hundió en las aguas.

De los peñascos la indefensa naveprecipitóse en las agudas garrasque destrozaron sus abiertos flancoscon rencorosa y furibunda saña.

Las velas rotas, en la nieve envueltas,colgaban cual sudarios de las jarcias;

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y entre el ronco jadear de las rompientesse hundió de pronto en las heladas aguas.

Cuando pasó la noche, y las arenasse iluminaron con la luz del alba,un pescador con ojos aterradosvio la doncella a un mástil amarrada.

La sal se helaba sobre el casto pecho,y en sus ojos, de sal eran sus lágrimas;y su rubio cabello se mecíadel oleaje al vaivén, como las algas.

Este fue el fin del bergantín "Hesperus" una noche de viento y de nevada:¡que el Señor de una muerte semejantenos proteja, en la gris costa normanda!

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MONTE CASSINO

¡Divino valle! Por sus prados verdesse desliza en silencio el Garigliano,y el Liri, coronado de juncales,taciturno de cantos de otro tiempo.

La Tierra del Trabajo y del reposo,con sus blancas ciudades medievales,y las colinas y montañas dondese ven muros etruscos y romanos.

Allí está Alagna. Bonifacio, el Papa,aquí fuera arrastrado de su trono:¿De quién fue la vergüenza de ese día,Sciarra Colona? ¿Tuya o del Pontífice?

Allí Ceprano está. Sus renegadoseran de Apulia, como dijo el Dante;Manfredo, traicionado por los suyos,galopó a Benevento y a la muerte.

Allí Aquinum está, donde nacieraJuvenal, y se ve sobre su cuna

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la misteriosa claridad que flotaen la alta noche sobre las ciudades.

Doble es su gloria, porque allí, en sus calles,se entregaba a sus juegos infantiles,soñando quizás ya lo que más tardedejó en infolios, el Doctor Angélico.

Allí, como una nube pasajeradetenida en la altura de una cumbre,el monasterio de Monte Cassinosus muros venerables alza al cielo.

Yo bien recuerdo cuando a pie subíala pétrea senda que su entrada lleva:a vísperas llamaban las campanasy la ciudad se hacía tenebrosa.

Recuerdo bien la arcada, baja, obscura,el patio con su pozo, y la terrazadesde la cual, muy lejos, en el valle,vense llegar las nieblas del crepúsculo.

Muriente el día, con sus manos débilesacariciaba cumbres; allá abajo

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anochecía; en la campiña, el ríose envainaba lo mismo que una espada.

El silencio pesaba como un sueño,y era tal la quietud que cada pasovibraba como un eco que llegasedesde el dormir de las edades muertas.

Trece centurias antes, Benedicto,dejando atrás la corrompida Roma,joven y puro, vino a estas montañasen busca de un hogar para su espíritu.

Aquí fundó su monasterio. "Todotrabajo es oración", era su regla:la pluma fue clarín, y su enseñanzailuminaba cual nocturno faro.

Boccacio, siempre irónico y ligero,burlóse de esos monjes, lamentandoque los iluminados manuscritosrodasen por el suelo polvoroso.

"Era tan sólo un narrador de cuentos,un niño de ficción y fantasía",

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murmuró el fraile de la biblioteca,al escucharlo, incrédulo y sonriente.

De cosas tales, hasta la alta noche,hablaba yo con algún joven fraile,mientras la leña de la chimeneaiba muriendo lenta y dulcemente.

Luego, dormido en mi callada celda,soñaba sin saber que era yo mismo,y, como el monje que despierta al alba,me despertaba para ver el día.

Desde la alta ventana contemplabalo que viera en las albas tantas vecesSan Benedicto: la montaña, el valle,y quedábame absorto, sorprendido.

Las nieblas grises se desvanecían,los bosques coronábanse de joyas;musicales, distantes, las campanasllamaban a los pueblos soñolientos.

La lucha entre el Presente y el Pasado,el ideal y lo actual de nuestra vida,

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como en un campo de batalla, hablábanmede un mundo en su bregar con otro mundo.

Porque mientras el valle despertabavi los férreos caballos humeantespasar en la mañana luminosa,y también desperté, como de un sueño.

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EL CEMENTERIO JUDÍO DENEWPORT

¡Qué extraño! Estos judíos en sus tumbas,en la calle tranquila de este puerto,mudos junto a las olas rumorosas,inmóviles en medio de esta vida.

Blancos de polvo, sobre el largo sueñode los dormidos, los añosos árbolesbajo el viento del Sur mecen sus frondascustodiando el misterio del Gran Éxodo.

Losas ennegrecidas de las tumbasempedrando el oscuro camposanto,¿serán las Tablas de la Ley, que un díadel Sinaí el profeta despeñara?

Hasta estos mismos nombres son extraños,suenan a viejas y remotas tierras:Álvarez y Rivera - puede leerseentre los de Abraham y Jacob.

Sus puertas ya cerró la sinagoga;los salmos de David enmudecieron;

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los rabbís no murmuran el Decálogoen la lengua que hablaron los profetas.

No están los vivos, y los muertos quedan,mas no olvidados... Manos invisiblescomo lluvia estival sobre sus losasderraman las ofrendas del recuerdo.

¿Cómo es que están aquí? ¿Qué odio cristiano,en qué persecución ciega, implacable,arrojó sobre el mar, sobre el desierto,a esta raza de Hagares e Ismaeles?

Habitaron los sórdidos rinconesde los ghettos y Judenstrasse oscuros;allí aprendieron a sufrir la vidade la angustia, y la muerte de la hoguera.

Para su hambre, las hierbas del desierto,el pan amargo del eterno exilio:para la sed de sus ardientes almasel río de sus llantos seculares.

"¡Anatema maranatha!” era el gritode ciudad en ciudad, de calle en calle;

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Mordecai, maldecido, en cada puertaera arrojado por el pie cristiano.

El orgullo y la afrenta los seguíapor los anchos caminos de la tierra;como la arena pisoteados, perofirmes y solos como las montañas!

Porque allá, detrás de ellos, allá lejos,inmortales, magníficos, sublimes,espectros de patriarcas y profetasproyectaban su sombra sobre el tiempo.

Y leían así, siglo tras siglo, - como si fuera un manuscrito hebraico,siempre a la inversa -, el Libro de la Vida,hasta que fue Leyenda de los Muertos.

AMANECER

Sopló un viento del mar y dijo: "Oh brumas abridme paso sobre las espumas".

Y les gritó a los buques: "Navegad

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que ya llega la diurna claridad".

Luego a la costa próxima corríacantando: "¡Despertad que ya es de día!”

Le dijo al bosque: "Canta tus cancionesy sacude tus verdes pabellones".

También le dijo al pájaro: "Gorjea,alza tu canto, porque ya clarea".

Y al gallo: "Suena ya tu clarinadaque se viene acercando la alborada".

Y a cada planta de maíz: "Hermana,inclínate y saluda a la mañana".

Y a la campana límpida y sonora:"Despiértate y anuncia que es la hora".

Y a los dormidos en la tierra fría:"Dormid, que no es la hora todavía".

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E L RUMOR DEL MAR

Despertó el mar en medio de la noche,y en la arena y las rocas de la playaoí el rumor de la primera olade la marea que se aproximaba.

Surgió una voz de las profundidadesen la vasta quietud multiplicada,como el ruido del viento entre los pinoso el agua al descender de la montaña.

A nosotros de lo desconocido, en nuestra soledad honda y callada,llegan así las voces misteriosasde las grandes mareas de nuestra alma.

Como el anuncio de algo que se acercaa nuestra larga noche solitaria;como la inspiración de algo divinoo el presentir de cosas ignorada.

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CANSANCIO

Pequeños pies marchando largos añosa través de temores y esperanzas;doloridos de andar, rojos de sangre,estaréis bajo el peso de la carga.Yo, en la posada del camino dondedescansaré de mi tarea tanta,me fatigo pensando en vuestros durosandares por las carreteras largas.

Pequeñas manos, débiles o fuertes,que aún trabajan, que bregan, o que mandan,y aún tienen que pedir o que dar tanto:yo, que tan duramente trabajaracon la pluma y el libro, pienso siempreen la tarea nunca terminada,en la ruda labor, pequeñas manos,que en medio del cansancio aún os aguarda.

Pequeños corazones que palpitanen impacientes y febriles ansiasagitados por sueños y deseos:también el mío en horas ya pasadas

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soñó y ardió en el fuego de pasionesque el tiempo fugitivo con su marchaconvirtió en estas frágiles cenizasbajo las cuales el rescoldo aún sangra.

Pequeñas almas cual celestes rayoscristalinas, purísimas y blancas,al descender de la divina fuentepor la bruma del tiempo reflejadasenrojecen mi sol agonizantecuando a mi vera luminosas pasan,y me hacen ver en su mortal fatigatodo lo obscuro y tétrico de mi alma.

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ARENA DEL DESIERTO EN EL RELOJ

Un puñado de arena, arena rojaque trajeron del árabe desierto,desde su cárcel de cristal espíacomo en eterno pensamiento, al tiempo.

¡Durante cuántos siglos fue arrastradaaquí y allá por el espacio inmenso!¡De cuánta extraña historia fue testigoy oyó tantos históricos acentos!

Tal vez sintió del ismaelita errantepasar los melancólicos camellos,cuando llevaba hacia el lejano Egiptodel anciano patriarca el primogénito.

Desnudas, rojas, de Moisés las plantasquizás la hollaron en remoto tiempo,y del sagrado Faraón las ruedasal aire dispersáronlas en vuelo.

O las divinas plantas de la Virgen,cuando en brazos llevaba al Nazareno,

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la pisaron, errantes, fugitivas,cuando iba con su amor por el desierto.

O el ancorita bajo los palmaresde Engadí, al entonar salmos armenios,del mar Muerto, vagaba en la riberacon voces roncas y con pasos lentos.

O de las caravanas de Basoramarchando al occidente bajo el cielo,o de los peregrinos de la Mecaincansables de andar y de fe ciegos.

Sobre esta arena, ahora aprisionada,pasaron todos o pasar debieron:sobre esta arena que ignorada manoeste cristal le diera por encierro.

Correr la miro tras el frágil muroy mis ojos contemplan como un sueñola inmensidad desierta y arenosabajo el inmaculado firmamento.

Y por los huracanes arrastradoeste puñado de arenillas veo

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convertirse en columnas gigantescas,en formas que al pasar infunden miedo.

Y avanzando, avanzando en el crepúsculo,sobre la vasta soledad sin término,sin darle alcance nunca, va su sombraalargándose siempre en el desierto.

Se desvanece la visión. El murode cristal no refleja el sol de fuego,ni el desierto sin límites: la arenacayó marcando de otra hora el medio.

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LOS CANTORES

Dios envió tres cantores a la tierracon cantos de tristeza y de alegría,a conmover el corazón humanoy devolverlo a la mansión divina.

El primero, un doncel de alma de fuegoempuñando al llegar dorada lira;la música inmortal de nuestros sueñostocaba en los lugares donde iba.

Hirsuto era el segundo; en los mercados,llegó con su canción desconocida:cantaba con acentos fuertes y hondosque a los hombres del pueblo conmovían.

El último y tercero era un ancianoque por las viejas catedrales iba,entonando sus cantos con la músicade los órganos, mística y contrita.

Y los que oyeron a los tres cantoresdiscutieron si cuál mejor sería,

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porque sus cantos en sus corazonesrepercutían emoción distinta.

Y dijo el Salvador, y oyeron todoscon honda unción la explicación divina:"Ninguno es el mejor, que a cada unoyo le mandé cantar lo que debía.

Los tres pulsaron cuerdas inmortales:tras la gracia y la fuerza, la fe altísima,y todo el que oiga bien sabrá que cantanlos tres en la más íntima armonía".

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EL BUQUE FANTASMA

En un libro de leyendasde los coloniales tiemposse encuentra esta que ahorava a ser relatada en verso.

Zarpó un barco de New Haveny los fríos, fuertes vientos,al hinchar sus velas llevanplegarias de marineros.

"Señor: si es Tu voluntad(dijo el venerable clérigo)que en el mar mueran; son tuyos,y en el mar duerman su sueño".

Al oír estas palabrasel capitán dijo, quedo:"Será este barco ruinosola tumba de nuestros huesos".

Y las naves que llegabande Inglaterra en el invierno

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nunca traían noticiasdel buque de nuestro cuento.

Todos oran en New Havenporque el Señor en el cieloles haga saber qué ha sidode los pobres marineros.

Fue llegado el mes de juniocuando todos recibieronpor la divina bondadla respuesta de sus rezos.

Vióse navegando a tierraen el fuerte y frío vientoun navío que era el mismoque zarpara ha tanto tiempo.

Con las velas desplegadasiba acercándose al puerto:hasta que todos los rostrosde los marinos se vieron.

Vióse entonces que caíanlos mástiles con estrépito:

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las velas como sudariosse dispersaron al viento.

No quedó ni un solo palo,y el casco crujiente y viejoante los ojos de todosíbase desvaneciendo.

Y en la playa de New Havencada uno que vio estodijo que no era aquel buqueque partió, sino su espectro

Y el pastor en su plegariadió a Dios gracias en el cielo por haberlos consoladocon el barco hecho de viento.

NUREMBERG

En el valle de Pegnitz, donde se alzansobre los prados las nevadas cimasde los azules montes de Franconia,está durmiendo la ciudad antigua.

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Vieja ciudad de la labor y el tránsitoen donde el arte y la canción vivían:cual la parda corneja arrulladoraen sus aleros el recuerdo anida.

Del rudo emperador de la Edad Mediaque habitaba las cámaras sombríasde su castillo, vencedor del tiempo,rugoso de centurias infinitas.

Y los burgueses animosos y hábilesque sabían cantar en tosca rimala mundial gloria y la imperial grandezay el esplendor de su ciudad magnífica.

En el gran patio del castillo aún viveentre cadenas, secular cautiva,la encina que plantó en tiempo remotola reina Cudegunda; y en la esquina

la vitrada, la histórica ventanadonde el bardo Melchior pulsó la lirapara cantarle al gran Maximilianograves elogios en estrofa digna.

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Por doquiera se ven obras del arte;las puertas y las fuentes esculpidas;hasta en el viejo y popular mercadodel arte perduró la maravilla.

Sobre la Catedral santos de piedra y obispos muertos silenciosos miran:y en su altar, bajo largos cirios trémulos,de San Sibaldo yacen las cenizas.

De San Lorenzo en el obscuro templo,en la nave más ancha y más sombría,una fuente inmortal su agua de piedraeleva hacia las bóvedas altísimas.

Aquí cuando era religión el artetrabajando vivió toda su vidaaquel que se llamó Alberto Durero,del arte el inefable evangelista.

Aquí en silencio y en pesar orabay trabajaba con su fe infinita:de aquí salió a buscar, solo y errante,para su alma la Tierra Prometida.

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"Emigravit", recuerda su epitafio,pero nunca murió, porque el artistano muere nunca; aléjase tan sólo,dejando el soplo de la eterna vida.

Por estas calles majestuosas y anchasy por la callejuela obscurecida,con sus canciones toscas mas poéticaslos maestros cantores discurrían.

Del arrabal distante, pobre y triste,al corazón de la ciudad antiguallegaban y anidaban en la famacomo en cualquier rincón las golondrinas.

Igual que el tejedor hila en su ruecahilaban ellos sus hermosas rimas:lo mismo que el herrero sobre el yunqueforjando el hierro con su fuerza olímpica.

Y al pasar por las calles y callejas,en sus cantos a Dios le agradecíanque dejara crecer en torno y fraguadel arte de cantar la flor divina.

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Aquí Hans Sachs, el remendón poeta,se coronó señor de la poesía:de los Doce Maestros fue el más grandefue el más grande y en libros se halla su canción

escrita.

Una cervecería se levantadonde vivió Hans Sachs en esta antiguaciudad de Nuremberg, que oyó sus cantosy que su gloria de cantor no olvida.

Allí está su retrato, que pintarahumilde mano anónima de artista:anciano con dulzura de paloma,claro mirar y luenga barba nívea.

Cuando en las noches el obrero llegapara ahogar en cerveza su fatiga,se sienta a la penumbra de la lámparade Hans Sachs en la tosca y vieja silla.

Nada quedó del esplendor de antaño,y ante el soñar de la mirada míase desvanecen sombras y figuras

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cual de antiguo tapiz descoloridas.

Ya no hay emperadores ni consejosdel mundo ante la faz admirativa:mas perduran las glorias de Dureroy el bardo remendón, nunca marchitas.

¡Nuremberg! A1 posar en tus callejasy tus patios su planta peregrina,este viajero te evocó en tus sueños,cantó el recuerdo de los muertos días;

y recogió de tu sagrado suelo,como si fueran frescas florecillasde la tierra, las flores del trabajoque el vivir más humilde santifica.

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EL SECRETO DEL MAR

¡Oh visiones que me asaltancada vez que miro el mar!Las románticas leyendasque regresan y se van.

Velas frágiles de seday cordajes de coral;y un cantar de marinerosque contestan más allá.

La canción del conde Arnaldosotra vez vuelvo a escuchar:la balada marineraque no olvido nunca más.

Las estrofas del romancecon cadencia de pleamar,cual las ondas en la arenasiempre así cantando están:

"Cierta vez el conde Arnaldosvio en un alba de cristal

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una gran galera blancahacia tierra navegar.

"A1 timón estaba un viejode rugosa y larga edad,y tan bello era su cantoque las aves de la mar

"se posaban en los mástilespara oírlo; y era talel embrujo de aquel cantoque el hidalgo en su ansiedad

"le gritó al viejo marino:"Por la corte celestial,ven a tierra marinero,ven y enséñame el cantar!”

"¿Para qué quieres, oh hidalgo- dijo el viejo desde allá -,conocer desde la tierrael secreto de la mar?”

Cada vez que miro un buqueen la azul inmensidad,

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veo la galera blancay oigo el trémulo cantar;

y se llena mi alma de ansiauna vez y otra vez máspor saber aquel secreto:el secreto de la mar.

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EL MOLINO DE OLIVER BASSELIN

En el valle del Vire aún se levantaun antiguo molino; aún voltejeansus aspas cuando sopla el vago viento,y esto está escrito en una de sus piedras:"Aquí vivió y cantó en lejanos díasOliver Basselin, que era poeta".

En la altura, las ruinas del castillo,obscuras bajo el manto de la hiedra,se ven aún; sus torres y ventanas,cual de un muerto las órbitas abiertas,parecen contemplar el vasto cieloy el verde valle en su extensión serena.

Hubo un pardo y añoso monasterioque en otra edad que nadie ya recuerdamiraba de la próxima colinacorrer el agua de la torrenteracon sus penachos trémulos de espuma,salpicando los muros de la aldea.

Bajo las luces del normando cielo,

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en el viejo molino hecho de piedra,humilde soñador desconocido,Oliver Basselin, que era poeta,cantó canciones que al molino dieronuna extraña y romántica belleza.

Nada turbaba su soñar, y nadaobscurecía, clara, su existencia:el molino de piedra era su nido,y del valle la música serenaenvolvía de luz y de dulzurael corazón humilde del poeta.

No eran sus cantos altos y grandiososcomo los de los vientos en la selva;no; pero en ellos desbordaba el júbilo,la alegría radiante de la tierra,cuando, vibrando en el mesón ruidoso,inundaban las calles de la aldea.

En el castillo, los guerreros rígidosde Agincourt, revestidos de sus férreasarmaduras, velaban y esperaban;mas los alegres cantos del poeta- toscos y bienamados por el pueblo-

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no hablaban de victorias ni de guerras.

Tras los muros del pardo monasteriooraba el monje en las heladas celdaso se paseaba, grave, por los claustros:el bardo oía sus campanas lentas,pero al rumor de los sagrados broncesalzaba su canción humana y bella.

Ya se han ido los monjes taciturnosy los guerreros de armadura férrea:del castillo feudal y el monasteriosólo unas ruinas desoladas quedan;pero en el valle y el molino, nuncamorirán las canciones del poeta.

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EL BARÓN NORMANDO

Postrado y débil en su vasta cámarala muerte esperan del barón normando- mientras afuera la tormenta ruge -,mudos y rencorosos sus vasallos.

Fue en la lucha la muerte vencedora:del soberbio señor fueron los actos- despojos y rapiñas y saqueos-en el Libro del Juicio registrados.

Junto al lecho mortuorio, un pobre monjemusitaba oraciones sin descanso,con la cabeza pálida inclinadasobre el misal en el silencio extraño.

Entre el fragor de la tormenta oyéronsetañidos musicales y lejanos:la Navidad tocaban las campanascon acentos do júbilo en los claustros.

En la gran sala del castillo, todos,celebraban los siervos y vasallos

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los jóvenes, los viejos y los niñosla Navidad con sus sagrados cánticos.

Cantó el sajón esclavizado; y erantan resonantes sus ardientes cantosde libertad, que en la sagrada nochela misma tempestad se fue apagando.

Aquellas voces altas y potenteshasta la obscura cámara llegaron,y el pobre monje murmuró al oídodel moribundo con acento extraño.

Y de los ojos del barón cayerongotas amargas de ardoroso llantoal escuchar, solemnes, las palabrasque le decía el monje arrodillado:

"Va a llegar, oh señor tan poderoso,en el calor humilde de un establoel Rey más poderoso de los reyes:hoy va a nacer Jesús para salvarnos".

Dijo así el monje fervoroso; y vióse,a la lívida luz de los relámpagos,

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en las pinturas de la vasta cámara,las imágenes blancas de los santos.

"¡Miserere!", gimió el agonizante,y contempló con ojos aterrados''cual terrible visión, en ese instante,al Vengador Supremo ante él alzándose.

Desvanecióse la terrena pompa;huyeron la mentira y el engaño;y la razón habló con voz más altaque la pasión, y a la verdad fue dado.

Cada mísero siervo de sus tierrasfue libre, y libre fue cada vasallo:los miserables y los oprimidosfueron emancipados por su mano.

Sobre el misal del monje el moribundohizo constar los términos del acto:la muerte embelleció su duro rostro,y el monje dijo "amén" arrodillado.

Siglos y siglos fueron transcurriendodesde la muerte del barón normando;

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del castillo en los muros esculpidosfue el tiempo realizando sus estragos.

Pero el acto de aquella Nochebuenavive aún de la historia en los relatos,salvando de la herrumbre del olvidoal emancipador de sus hermanos.

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EN EL CEMENTERIO DE CAMERIDGE

Duerme en el viejo cementerio aldeano,polvo los ojos que tan bellos fueron;ya no respira más, ni sus pies andan,pues vive en el país del gran silencio.

¿Era una dama de encumbrada cunaque amó las vanidades de su tiempo?¿o practicó la caridad cristianacon la humildad obscura de los buenos?

Ah, ¿quién puede decirlo? No habla nadie;y el rostro sin color, pálido y- yerto,no se enciende de ira ni de orgulloante el interrogante tan grosero.

Nadie sabrá el misterio de esa muerta,nadie, en la soledad del cementerio,ni los que se detienen en su tumba,ni los que en derredor duermen su sueño.

¿Y después? En las páginas terriblesdel Gran Libro, estará escrito todo eso:

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sus dolores y yerros, pero nadieen su propio penar irá a leerlos.

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EVANGELINA

Evangelina es un poema de amor y de dolor fundadoen un episodio de la cesión de Louisiana a Inglaterra, aprincipios del siglo XVIII.

En 1713 la provincia de Acadia fue cedida por,Francia, sin consultar ni la voluntad ni el sentimiento de sushabitantes, a quienes se exigió el juramento de fidelidad alnuevo amo.

Poco tiempo después los habitantes de Acadia fueronacusados por los ingleses de prestar ayuda a los franceses en elsitio de Beauséjour. Fuese ello cierto o no, una tremendasanción, o mejor dicho, un terrible castigo, recayó sobre losacadienses.

Convocada la población, se le comunicó que sus bienesquedaban confiscados y que ellos debían ser embarcados enlas fragatas que estaban ancladas en la costa: hombres,mujeres y niños.

Éste fué el histórico drama de Acadia, que Long-fellowha cantado con acentos perdurables en su poema"Evangelina".

El prólogo de "Evangelia" es una invocación a la selvainmensa y rumorosa, arrullada por el eterno sollozo de las

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olas del Atlántico, donde un día se levantara "la bellísimaaldea de Grand-Pré".

Era un valle fertilísimo, de verdes colinas, claros arroyosy granjas apacibles. Los pájaros indios cantaban en los pinosy sicomoros.

Todos eran felices en Grand-Pré. El padre Feliciano,todos los domingos, en la pequeña iglesia de estilo normando,les hablaba de Dios, de la Virgen y de los santos; de la fe, dela verdad y de la virtud, y todos lo aviaban como a un padre.

Evangelina, hija del rico granjero Benedicto Belle-fontaine, era la flor de la aldea. Contaba diecisiete años; susojos eran "obscuros como las guindas negras que crecen alborde de los caminos, y sus largas trenas sombrías como lanoche bajo la blanca toca normanda". Vestía siempre deazul, y dos grandes zarcillos de oro y plata eran sus únicasjoyas.

Todos los mozos de Grand-Pré la cortejaban. Tan sóloGabriel Lajeunesse, el hijo de Basilio el herrero, era el querecibía la mirada de sus ojos negros cuando Evagelinaterminaba su plegaria a la Virgen María bajó el sicomoro dela capilla.

Gabriel bailó con Evangelina Bellefontaine en la fiestade la santa patrona de la aldea, que era Santa Eulalia, laque hace madurar las mieses y multiplicarlos ganados, y fueen la noche del día de Todos los Santos cuando le declaró su

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amor. "Yo también te amo, Gabriel", dijo ella, simplemente.A lo lejos se oía el canto de los indios cazadores que pasabany el arrullo de las palomas en el monte. Al día siguiente secelebraron los esponsales. La boda se efectuaría en laprimavera. Esa noche el viejo Michel, el violinista, tocó viejosaires en su violín: "Les bourgeois de Chartres", "Le carillonde Dunkerque" y otros.

Dos días después aparecieron las fragatas de Inglaterrafrente a la costa.

Los ingleses desembarcaron y gritaron órdenes. Gabriel,indignado, se volvió contra ellos, pero fue reducido por lafuerza, en presencia de la novia.

Era la orden de expulsión. Todos, o casi todos, loshabitantes de la provincia debían partir, embarcados enaquellos grandes barcos sombríos que se mecían en la brisa.

La playa se llenó de gentes. Todos, hombres, mujeres yniños, lloraban, abrazados a sus pobres equipajes, lo únicoque se les dejaba. Las mujeres eran arrancadas del lado desus maridos, los hijos de los brazos de sus madres, para serembarcados en buques diferentes.

Evangelina Bellefontaine estaba en la playa, tratando deconsolar a las míseras, junto con su padre. Vió venir aGabriel, conducido por los marineros ingleses que lo llevabana bordo.

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"Nunca te olvidaré, Gabriel", dijo ella sin llorar. Aúntenía secos los hermosos ojos cuando vio perderse la fragata enel horizonte, con su triste cargamento de miseria y de dolorhumanos.

Ella se quedó allí, en la playa, con su padre, mientraslos barcos se alejaban y las casas incendiadas ardían. Ya erala noche. Los gallos cantaron, creyendo que era el amanecer, ya lo lejos oíase el mugido de las haciendas que huíandespavoridas por el valle de Acadia.

- Padre, padre... - exclamó Evangelina. Y vió queBenedicto Bellefontaine estaba inmóvil. Había muerto dedolor, y el cura rezaba a su lado.

Aquí termina la primera parte del poema.En la segunda parte, ha transcurrido un año desde el

incendio de la aldea de Grand-Pré y la partida de sushabitantes, que andan de comarca en comarca, dispersos ymiserables, sin patria, sin bienes y sin hogar. Algunosvuelven, y se van...

Evangelina les pregunta por Gabriel. Unos lo han vistoerrante por las inmensas praderas del Canadá; otros, en lasplantaciones del Sur, entre los negros. Y se compadecen deella, de su amor y de su fe.

Un día resuelve partir en busca del ausente inolvidable.Remonta en una canoa el "agua grande" de los indios, y alcabo de un tiempo se encuentra con Basilio Lajeunesse, el

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padre de Gabriel, que tiene una hacienda, y vacas y caballos,en el país de los logos.

El antiguo herrero le cuenta que Gabriel, decidido ahacerse capador, como los indios, se ha ido al país de lastribus del bisonte.

Evangelina vuelve a partir. Durante años y años, sinperder nunca la fe, recorre lejanas e inmensas comarcas.Todos, desde el piel roja hasta el cazador blanco de losbosques, respetan a la frágil doncella que nada teme en laeterna busca del hombre de su amor. Llega hasta las misionesde los padres jesuitas. Cruza anchos ríos. Atraviesa selvasespesas y solitarias. Conoce a los pueblos y ciudades. Pasapor los "wig-wams" de los Comanches y los Pawnees.

Pero nadie ha visto ni conoce a Gabriel Lajeunesse, elcapador blanco que la amó, allá en la aldea desaparecida deGrand-Pré, cuando todo era dicha, esperanza y paz.

Evangelina anda, y anda, y anda. Es como urnasombra errante y fugitiva. Sus hermosos cabellos negroscomienzan a blanquear. Y siempre la pregunta y la plegaría:

-¿Dónde estás, Gabriel?Más de cincuenta años contaba ya cuando llega a

Pennsilvania, a la ciudad de los buenos cuáqueros, junto alrío Delaware. Allí vive un tiempo, entregada a la oración y ala caridad. Hasta que un día se declara la peste en la ciudad.

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Los templos se convierten en hospitales. Evangelina,cuyos ojos, "obscuros como las guiadas negras que crecen alborde de los caminos", brillan aún con extraño fulgor bajosus cabellos blancos, anda día y noche auxiliando a losapestados, iluminando sus almas con su caridad y con su fe.

Una tarde se detiene ante un anciano cuyos ojos senublan en la muerte, y un grito inmenso, resonante, se escapade sus labios:

-¡Gabriel! ¡Gabriel!El moribundo abre sus ojos, y desde la sombra que ya lo

envuelve advierte la presencia de la mujer que untó cuarentaaños antes. Vuelve a ver la aldea de su juventud, los ríos, lospájaros, la capilla normanda, la novia vestida de azul, ymuere en los brazos de Evangelina Belle-fontaine.

En los antiguos hogares de Louisiana todavía serecuerda el romance de Evangelina y de Gabriel.

PRÓLOGO

Es el bosque primitivo. Los pinares y abe-[dules,

recubiertos por el musgo y de verde revestidos,espectrales en las vagas claridades del ocaso,se levantan cual los druidas del pasado, con sus

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[vocesmelancólicas, proféticas, cual arpistas de otro

[tiempo,con la barbas venerables sobre el pecho descan-

[sando.Desde sus cavernas pétreas el vecino ronco

[océanohabla, y con acentos largos desolados le res-

[pondeel lamento de la selva.

Es el bosque primitivo;pero, ¿dónde están los vivos corazones que a su

[sombrapalpitaron y saltaron como el ciervo cuando

[escuchalos clamores de la caza? ¿Dónde está la obscura

[aldeael hogar de los granjeros de la Acadia, aquellos

[hombrescuyas vidas deslizábanse como ríos que regabanlas regiones de los bosques, por la tierra obscu-

[recidas,pero el cielo reflejando?

Desoláronse las granjasventurosas, y partieron los granjeros para siem-

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[pre.Esparciéronse cual polvo y hojas secas, cuando

[el vientoimplacable del octubre cae sobre ellas, las arrojalejos, lejos, las dispersa en la faz del océano.Nada queda más que una tradición de aquella

[aldeatan hermosa de Grand-Pré.

Ah vosotros que creéisen afectos y esperanzas que confían y no

mueren,y en lo bello de la vida, y en la fuerza perdurabledel amor de las mujeres, escuchad esta dolientetradición que todavía con sus hondas voces

cantanlos pinares y abedules; escuchad este romancede un amor que fue en Acadia en sus tiempos

[de ventura.

PRIMERA PARTE

En la tierra de la Acadia en las márgenes del[Minasexistía algo lejana de Grand-Pré la dulce aldea

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en el valle acurrucada; vastas fértiles praderasextendiéndose al Este habían dádole su nombrey sus pastos a las blancas, las innúmeras

majadas.Las represas levantadas sin cesar por los gran-

[jeroscontenían las mareas; pero en ciertas estacionesse reabrían las esclusas y en el campo el mar

[entraba:inundaba Sur y Oeste, huertos, prados y mai-

[zales.Las montañas se cubrían de brumosas pardas

[tiendas;y las nieblas del Atlántico hacia el valle ven-

[turosocontemplaban desde lejos pero nunca sin cu-

[brirlo.

Allí en medio de sus granjas elevábase la aldeacon sus casas construidas con el roble y con la

[encinay el nogal que los normandos en la edad de los[Enriquesempleaban con sus techos inclinados, los aleros

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dando sombra a los portales chatos y anchos.En

[las tardesdel verano, el sol poniente con su luz iluminabalas callejas de la aldea; y en la calma dulce y

[tibialas esposas y doncellas con sus tocas color nievey sus faldas y corpiños verdes, rojo, y azul cielo,se sentaban en las puertas con sus ruecas

siempre[activas

y miraban acercarse calle abajo al cura párrocorodeado por los niños que besábanle la mano;las esposas y doncellas respetuosas saludábanlecon palabras desbordantes de fervor bien-

[venida.

Se veían llegar luego los obreros ele loscampos

y el sol lento, agonizante, no alumbraba más la[tierra;

en el viejo campanario triste el Ángelus se oíay columnas de humo pálido al salir de cien ho-

[garesventurosos y pacíficos se elevaban lentamente

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hacia el cielo obscurecido del ocaso. Así vivíanen amor de Dios y humano los granjeros de la

[Acadia:ignoraban las cadenas del temor y de la envidia:sus portales siempre abiertos y sin rejas sus

[ventana;y brindaban sus hogares y sus propios

corazones;los mas ricos eran pobres y el más pobre tenía

[todo.

Algo lejos de la aldea cerca del lecho del[Minas

Benedicto Bellefontaine, el de más caudal, vivíaen sus tierras abundantes y con él Evangelina,su unigénita, el orgullo de la aldea. Setenta añosél contaba, y era fuerte como el roble blanco en

[nieve:como nieve sus cabellos, como roble sus

mejillas.Diecisiete primaveras contaba ella y era her-

[mosacon sus ojos negros, negros como las silvestres

[guindasque en los cercos espinosos del camino fructi-

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[fican:pero ¡cómo relucían bajo las trenzas castañasarrolladas en su frente! El perfume de su alientoera como el de las flores que perfuman las

[cosechas;era bella pero nunca como en las claras mañanasdel domingo, cuando el aire se llenaba con los

[sonesmusicales de la esquila que llamaba a misa;

[cuandoel buen párroco, vistiendo la casulla, bendecíaa su grey fiel y virtuosa. Con su toca a la nor-

[manda,su corpiño azul y faldas, y zarcillos antiquísimosque heredaron las doncellas de unas diez gene-

[raciones,por la calle Evangelina iba con sus primaverasluminosas y risueñas. Ya se había confesadoy la gracia inenarrable del Señor iba con ella,y al pasar quedaba el eco de una música ex-

[quisita.

Firme y sólida en el duro maderamen de los[robles,

en la falda de la loma, frente al mar, bajo la

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[sombrade un umbroso sicomoro, levantábase la casadel granjero Benedicto; bien labrada era su

[puertay una senda que cruzaba todo el ancho de su

[huertose perdía entre los prados. Bajo el árbol el

[zumbidode las trémulas abejas se escuchaba en las ma-

[ñanas;y la imagen de María en la entrada divisábase.Más abajo, en la ladera, recubierto por el musgo,con su cubo y su cadena se encontraba el viejo

[pozo;resguardando el edificio de los vientos y tor-

[mentasse elevaban los pajares y galpones, y en el patiocon los rústicos arados las carretas y las hoces;cerca estaban los corrales de las tímidas ovejasy en el amplio gallinero, gran señor de su se-

[rrallo,con los gallos altaneros cuyo canto turbó un díala conciencia de aquel Pedro de las crónicas

[sublimes,señoreaba el pavo enorme; desbordaban los gra-

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[nerosy el maíz daba su aroma familiar y penetrante.Rumorosos palomares siempre trémulos de

[arrullosmás allá se levantaban, y allá arriba las veletasse movían y giraban bajo el soplo de las brisas.

Así en paz con Dios y el mundo, el granjero[de la Acadia

en su predio luminoso su existencia transcurríay la dulce Evangelina de su casa era la reina.Más de un mozo de rodillas en la misa la mirabamás devoto al contemplarla que al mirar a santa

[alguna.¡Feliz era el que podía sentir roce de sus dedosla franja almidonada de sus blancos delantales!

Fue más de uno el que llegaba a su puerta en[el crepúsculo,

con la mano temblorosa, con el pechopalpitante,

o en la fiesta celebrando la patrona del villorriooprimíale en el baile la pequeña mano blanca,susurrábale al oído dulces frases amorosas.

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Entre todos esos mozos uno de ellos era[siempre

con sonrisa de ternura más frecuente recibido:Lajeunesse Gabriel su nombre y era hijo del

[herrero,de Basilio, personaje respetado de la aldea,porque en todo tiempo el hombre que domina

el[duro hierro

y lo forja, por las gentes siempre fue conside-[rado.

El herrero y Benedicto siempre fueron muy[amigos;

sus dos hijos desde niños fueron siempre ca-[maradas

y crecieron como hermanos; Feliciano el padre[cura

enseño primeras letras a los dos al mismotiempo,

y los himnos religiosos y los cánticos sagrados.Terminadas las lecciones iba el párroco y los

[niñosiban juntos a la fragua, y a Basilio contemplabantrabajar a la luz roja con tenazas y martilloscon el fuelle jadeante y los hierros retorciéndose

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cual serpientes luminosas y gimientes sobre el[yunque.

A1 llegar el largo invierno deslizábanse en la[nieve,

o buscaban nidos nuevos en galpones y pajares,siempre en busca de la piedra codiciada de la

[costacon que da vista a sus hijos la materna golon-

[drina.Así fueron transcurriendo dulces, rápidos los

[años,y dejaron de ser niños. Era él gallardo mozocon la luz de las mañanas en su rostro viril,

[fresco;ella habíase convertido en mujer con alma y

[sueñosde mujer, y la llamaban "resplandor de Santa

[Eulalia",porque, igual que aquella santa, les traería

[Evangelinalas manzanas a sus huertos y sus almas los

[amoresque hacen santa la existencia de los hombres

[y mujeres.

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LA LLEGADA DE LOS INGLESES

Pasó lenta la mañana. Mas de pronto sonó[el bronce

en la torre de la iglesia y el tambor sobre los[prados;

en el templo y cementerio entre tumbas y entre[altares

las mujeres y los hombres esperaban y adorná-[banlos

con guirnaldas de hojas secas y de verdes siem-[previvas.

Se oyó el paso acompasado de las guardias de[los buques

que avanzaban altaneras y en la iglesia pene-[traron.

Atronaron los tambores de las naves a las bó-[vedas;

se cerraron los portales con estrépito tonantey aguardó la muchedumbre silenciosa la palabradel altivo comandante de la tropa que invadía:"Aquí estáis por la Real orden -dijo aquél

[mostrando sellos-

A N T O L O G I A

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el monarca de Inglaterra fue clemente y bon-[dadoso

con vosotros, pero ahora que tan mal le habéis[pagado

ya sabéis lo que os espera; por mi parte me[conduele

cumplir órdenes tan duras cual son éstas: vues-[tras tierras

y ganados los confisca la corona de Inglaterra;además todos vosotros partiréis en el destierro:os declaro prisioneros en el nombre del

monarcacuya fe y benevolencia traicionasteis,

acadianos".

Como así en el aire cálido del solsticio de[verano

se levanta repentina la tormenta y el granizocae de pronto destruyendo los maizales y ven-

[tanasocultando el sol, sembrando por doquiera tejas

[rotasdispersando los rebaños mugidores por los

[campos;así crueles las palabras, frías, trágicas, cayeron

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en los tristes corazones de las gentes de laAcadia.

A un silencio breve, extraño, siguió un lúgubre[lamento,

y corrieron todas ellas a la puerta de la iglesiaen la inútil tentativa de un fugar desesperado;voces trémulas de rabia, de dolor,

imprecacionesresonaron en el templo y Basilio, el viejo

herrero,con el rudo brazo en alto y la voz ronca y

colérica''gritó: "¡Mueran los tiranos de Inglaterra!" y al

[instantela pesada y dura mano militar cerró su bocay lleváronle arrastrando por las calles de la

[aldea.

En el medio del tumulto surgió el padre[Feliciano

y subiendo por las gradas del altar grave ysereno

hizo seña de silencio con sus manos venerablesy así dijo tristemente a su grey desesperada:

A N T O L O G I A

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"¿Qué hacéis, hijos? ¿Qué locura es estavuestra?

Cuarenta anos de mi vida yo viví para enseñaroscon palabras, con ejemplos que os amarais unos[a otros.Y este ha sido el resultado de mis rezos y

vigilias,de mi afán y sacrificio. ¿Es que ya habéis olvi-[dadodel amor y el perdón santo las lecciones inmor-

[tales?

"¿No pensáis que Jesucristo en su cruz os mira y[llora

y sus labios dicen siempre: “Perdonadlos, Padre[mío?”

Repitamos su plegaria cuando el mal llega a[nosotros:

"Perdonadlos que no saben lo que hacen...”[Con sollozos

las mujeres y los hombres repitieron: "¡Perdo-nadlos!”

Mientras tanto por la aldea la fatal nueva[cundía;

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las mujeres y los nitros desolados y llorososdivagaban por las calles, y al anclar de puerta

[en puertalos miraba Evangelina, conmovida y silenciosaen la puerta de su casa; con su mano resguar-

[dábasedel dorado sol que alumbra los tejados y las

[callescon fulgores misteriosos; en la choza campesinasobre albura de manteles se veía el pan y el vino,y al extremo de la mesa, aguardándolo a su

dueñola gran silla del granjero; en su espera Evan-

[gelinavio las sombras alargarse sobre bosque, huerto y

[prado.

Sobre su alma de repente otra sombra des-[cendía:

de los prados de su alma se elevaba unafragancia

de virtudes: de esperanza, de piedad y de pa-[ciencia.

Olvidóse de sí misma; dirigióse hacia el villorrio,consolando con su dulce caridad a las mujeres

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y a los niños que lloraban al partir sobre los[campos.

Se hundió el sol tras de los bosques, y en la[calma de la hora

se oyó el Ángelus lejano cual sollozo contenido.

Mientras tanto en la penumbra llegó al templo[Evangelina;

todo estaba envuelto en sombra y en silencio; la[doncella

asomóse a las ventanas y a la puerta; extraña[angustia

fue llenando su alma toda; "¡Oh Gabriel!" gritó[de pronto

mas no oyó respuesta alguna de los muertos ni[los vivos.

Volvió entonces a la casa solitaria de su pa-[dre:

allí el fuego se apagaba; la comida estaba in-[tacta;

en las piezas divagaban terroríficos espectros.Dirigióse a su aposento y en la obscura media-

[noche

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oyó el ruido de la lluvia al golpear las hojas[secas

del antiguo sicomoro inclinado en la ventana.Vió la luz de los relámpagos y escuchó los ron-

[con truenosque le hablaban con sus voces del Señor allá en

[la altura;del Señor reinando siempre sobre el mundo que

[Él creara.

Pensó entonces la doncella en su amor y en[su justicia,

su piedad y su consuelo; y durmió hasta la ma-[ñana.

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EL ENCUENTRO DE EVANGELINACON GABRIEL

La mañana de aquel sábado, caminando lenta-[mente

por las calles solitarias, llegó al templo hospita-[lario;

tibio el aire del estío perfumábase de flores;se detuvo Evangelina y cortó las más hermosa,que los pobres moribundos aspirasen su fragan-

[cia;subió luego la escalera de los altos corredoresrefrescados por la brisa que soplaba del oeste;escuchó los lentos sones de la trémula campanaen el templo algo distante; y el murmullo de los

[salmosde los suecos en su iglesia; como alas que des-

[ciendenla gran paz de aquella hora sobre su alma recaía;en su pecho algo decía: "Ya tu prueba llega al

[término";y con ojos luminosos penetró en las salas dondese encontraban los enfermos doloridos y

febriles,

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118

y los blancos ayudantes mientras iban y veníandeteníanse y cerraban las pupilas de los muertos,alineados como tumbas en la nieve del camino.Más de un triste enfermo alzaba la cabeza al ver

[que entrabacomo un rayo luminoso en los muros de una

[cárcel;y al mirar en torno suyo vio la muerte redentoracon su mano sobre aquellos doloridos

corazonesque curaba para siempre; muchos lechos ya va-[cíosrecordaban a los muertos que la noche se

llevara.

De repente, como si algo misterioso laasaltase,

se detuvo, quedó inmóvil, entreabierto el labio[pálido,

y un temblor desconocido agitó su cuerpo todo;desprendiéronse las flores de su mano estreme-

[cida;de su rostro huyó la sangre y la luz de su

mirada;su garganta exhaló un grito tan terrible con su

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[angustiaque los pobres moribundos lo escucharon

conmo-[vidos.

Frente a ella en la camilla vio un anciano maci-[lento

de cabello gris y escaso, de faccionescadavéricas;

y al mirarlo estremecida en la luz de la mañanavio de nuevo al bello mozo de sus días juveniles.En el rostro agonizante se operó un extraño

cam-[bio,

animóse su semblante calcinado por la fiebre,como si la vida misma, como el cántico judío,salpicase los portales con la sangre de la viday que el Ángel de la Muerte al pasar así lo viera.

Yerto, inmóvil, moribundo, sin sentido, allí[él estaba;

parecía que su espíritu ya se hundía en las tinie-[blas:

se iba hundiendo lentamente en el sueño de la[muertecuando oyó en el mundo incierto de su mísera

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[agoníael gran grito dolorido y después la voz

dulcísima:"¡Oh Gabriel, amado mío!" como un trémulo

sus-[piro.

Luego vio como en un sueño el villorrio de su[infancia:

la montaña, el bosque, el río, y en las sombras[de la tarde

la vio a ella, Evangelina; y cegado por el llantoabrió al fin los tristes ojos; la visión desvane-

[cióse.Allí estaba Evangelina, junto a él arrodillada.Pronunciar quiso su nombre, mas no pudo;

quiso[alzarse,

pero en vano; Evangelina besó al pobre agoni-[zante

y apoyó sobre su pecho la cabeza moribunda.Luz había en las pupilas, mas de pronto se

hundió[en sombra,

como lámpara encendida que al pasar la brisa[apaga.

A N T O L O G I A

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Todo había terminado: la congoja, la espe-[ranza,

el antiguo ensueño ardiente, la paciencia dolo-[rosa,

el recuerdo vivo siempre. Y al besar los labios[muertos

murmuró ella humildemente sin llorar: "¡Gra-[cias, Dios mío!”

EPÍLOGO

Aun el bosque primitivo se levanta donde[antaño,

pero lejos de su sombra juntos duermen los[amantes

en las tumbas sin sus nombres del pequeño[cementerio

escondido entre los muros revestidos por la hie-[dra;

olvidados en el seno de la gran ciudad sonora;allí duermen; las mareas de la vida pasan, pasan;corazones infinitos laten trágicos y ardiente,mas los de ellos, doloridos, para siempre ya

[reposan;

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y millares de cerebros arden en sus pensamien-[tos,

mientras ellos ya no piensan; tantas manos ata-[readas

mas las de ellos descansando en el seno de la[tierra;

tantos pies en marcha siempre, mas los de ellos[ya llegaron.

Aun el bosque primitivo se levanta y a la som-[bra

de sus ramas, otra raza hoy habita; otra es su[lengua

y costumbres; en la orilla del Atlántico brumosoaun subsisten unos pocos campesinos de la

Acadiacuyos padres regresaron para hallar la dulce

[muerteen la tierra en que nacieron; en las chozas giran

[ruecas,y se visten las doncellas con la blanca toca anti-

[gua,y las faldas y corpiños de los tiempos que se

[fueron,y en la paz de los crepúsculos, junto al fuego

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[de la tardecuentan siempre este romance de la dulce Evan-

[gelinay Gabriel, mientras la voces roncas y hoscas del

[océanose levantan, y a lo lejos cuando el rojo sol se

[muerele responde el gran lamento desolado de la

selva.

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EL CANTAR DE HIAWATHA

Henry Wadsworth Longfellow publicó por primera vezesta epopeya indígena - la cual constituye una de las joyas dela poesía norteamericana - en 1855.

Para realizarla se inspiró en una tradición mesiá-nica delos pieles rojas: el advenimiento de un ser de origen milagrosoque sería enviado con la misión de sanear sus ríos, susbosques y zonas de caza, y enseñarles las artes de la paz, deltrabajo y la salud.

Cada una de las grandes tribus Bábale un nombredistinto: Michabou, Chiabo, Manabozo, Tarenyawagon yHiawatha.

El poeta adoptó para su creación este último nom-bre, elde la tradición iroquesa, que fué narrada al historiadorSchoolcraft por un viejo cacique Onon-daga, y tejió en lafábula del indio mesiánico nume-rosas leyendas aborígenes deun color y una emoción extraordinarios.

La acción del poema tiene por escenario la riberameridional del lago Superior, donde habitaban los Ojibwais,tribu a un tiempo guerrera y laboriosa.

Aquí - dice la tradición- el Gran Espíritu con-vocaba alas naciones indias en remotos tiempos, y, de pie sobre la gran

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piedra roja, fumaba su pipa fabulosa, símbolo de la paz, yarrojaba el humo hacia el Norte y el Sur, el Este y el Oeste.

El poema se halla dividido en veintidós cantos: "Lapipa de la paz", "Los cuatro vientos", "La niñez deHiawatha", "Hiawatha y los Mudjekeeuris", "El ayuno deHiawatha", "Los amigos de Hiawatha", "La canoa deHiawatha”, "Hiawatha y el águila guerrera", "El cortejo deHiawatha", "Las bodas de Hiawatha", "EL hijo de laestrella de la tarde", "La bendición de los maizales", "Laspinturas en la piedra", "El lamento de Hiawatha", "ELTonto de la Tormenta", "La ira de Hiawatha", "La muertede Kwasind",'"Los espectros", "La gran hambre", "Lapisada del blanco" y "EL adiós de Hiawatha".

En la versión de los cantos que se publican a con-tinuación -seleccionados entre los más bellos y coloridos delpoema- el traductor ha conservado en algunos la métrica yritmo del original, el octo-sílabo desdoblado en cuatro, y enotros ha empleado el endecasílabo, por ajustarse mejor a lasexigencias de la traducción respectiva.

De los cantos que siguen - y de todas las poesías ypasajes de poemas que forman esta antología - el único cuyatraducción no pertenece al compilador es el que lleva por título"La canoa de Hiawatha", publicado anónimamente en unlibro escolar chileno. En ninguna de sus grandes creacionespoéticas - excepción hecha de "Evangelina" -, Longfellow

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logró dar a la naturaleza el esplendor de las des-cripcionesque abundan en "El cantar de Hiawatha".

Siéntese en ellas la palpitación pujante y misteriosa de lamontaña y los ríos; se escuchan las voces de los bosques y loslagos, anchos como mares; el canto melodioso de las avesindias resuena sin cesar a lo largo de la fábula maravillosa, ylas obscuras guiadas silvestres parecen contemplar con tímidaveneración las plantas sagradas del maíz, que madura y seestre-mece bajo el peso del viento del Este, que trae el alientofecundizarte del dios de las cosechas.

EL verso libre: de todo el poema es de una extraor-dinaria musicalidad, desde el principio hasta el final, no asícomo en "Evangelina", cuyas estrofas ondu-lantes -compuestas igualmente en verso libre, sin rima-, no conservansiempre el ritmo que constituye uno de los encantos de laepopeya indígena que Long-felloew dió a la estampa en sumadurez, y que bas-taría por sí sola para cimentar la gloriadel autor de "La leyenda de Oro".

PRÓLOGO

Si pregúntanme, ¿de dóndeestas viejas narraciones,tradiciones y leyendas

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con aromas de los bosques,el rocío de los campos,con el humo de los "wigwams”y el rugir de grandes ríos;con sus roces repetidosy salvajes resonanciascomo el trueno en las montaras?Así yo contestaría:De los bosques y praderasy los grandes lagos nórdicos,ese país de los Ojibways,del país de los Dakotas,de los montes y los valles,los esteros y bañadosdonde Shuoha, el ave acuática,se alimenta en los juncales,los repito como oídosde los labios de Nawadaha,el cantor, el cantor dulce.

Si me preguntáis adóndeel cantor halló estos cantos,tan agrestes, tan extraños,tradiciones y leyendas,así yo respondería:

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En los nidos de la selva,donde habitan los castores;en las huellas del bisontey guaridas de las águilas.

A1 cantor se las cantarontodas las silvestres aveshabitantes del esteroy pantanos solitarios,Chetowaik y Mahug y Waway Shushugah y Muskodassa,y si aún preguntáis, ¿peropero quién fue Nadawaha?así yo me expresaríaen los términos siguientes:De Tawasentha en el vallesiempre verde y silencioso,donde pasan las corrientesde serenas aguas claras,habitó el cantor Nadawa.

En redor de la aldea indiaextendíanse los camposmatizados de maizales;más allá, la verde selva,

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y los montes y pinares,siempre verdes en verano,siempre blancos en inviernosiempre, siempre resonantesde suspiros y de cantos;y las límpidas corrientesque posible era rastrearlasa lo largo de aquel vallepor su canto en primavera,su murmullo en el verano,su neblina en el otoño,y su largo rayo obscuroen el frío del invierno.Junto a ellas habitaba,el cantor de este poema,de Tawasentha en el vallesiempre verde y silencioso.

Allí fue donde cantóel cantar de Hiawatha;allí fue donde cantósu nacer maravilloso,sus plegarias, sus ayunos,su vivir y sus trabajosy el sufrir que padeció

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para que todos los hombresde las tribus prosperaseny su pueblo adelantara?

¡Ah, vosotros los que amáislos lugares naturales,las campiñas asoleadas,y la sombra en los bosques,y la brisa en los ramajes,y las nieves y las lluvias,y las aguas de los ríosal correr bajo los pinosy el tronar en las montañas,esos truenos cuyos ecosson como aletazos de águilasen sus nidos de las cumbres:escuchad estas leyendas,¡el cantar de Hiawatha!

¡Ah, vosotros los que amáislas nativas tradicionesy los cantos de una razaque, cual voces muy distantesnos están llamando siemprepara que las escuchemos,

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con acentos tan puerilesy con voces tan sencillasque el oído no distinguesi son frases o son cantos,escuchad esta leyenda,esta gran leyenda indígena:¡el cantar de Hiawatha!

¡Ah vosotros que tenéisfrescos y simple el corazón;los que fe tenéis en Diosy en la Gran Naturaleza;los que creéis que en todo el tiempoes humano cada humanocorazón, y en lemas bárbarohay calor, anhelos, sueños;por el fin que no comprenden,porque aquellas manos débiles,pobres manos indefensas,al tantear entre las sombrastoquen la Divina diestray fortalecidas se alcenen las sombras, escuchadesta historia tan sencilla:¡el cantar de Hiawatha!

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¡Ah, vosotros que al pasarpor las rutas de los campos,donde el denso bosquecillocuelga fruta color sangresobre los indiferentesmuros pétreos y musgosos,deteneos junto al cercode algún viejo cementerio,descifrando y meditandola inscripción casi borrosaque grabó en palabras toscasuna mano ya olvidada,pero puso en cada letra,la emoción y la esperanzadel Ahora y el Después;venid, leed esta inscripción:¡el cantad de Hiawatha!

El CORTEJO DE HIAWATHA

"Como la cuerda es al arcola mujer es para el hombre,lo doblega, le obedece,

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ella lo atrae, lo sigue,nada es uno sin el otro".

Así siempre se decíaHiawatha, y meditaba,y turbaban su alma jovenencontrados sentimientos;temeroso, esperanzado,sueña aún con Minehaha,en la hermosa Agua Sonrientedel país de los Dakotas."Casa con una doncellade tu tribu", así le dijoadvirtiéndole Nokomis;"Ni en oriente ni occidentebusques lo desconocido;como fuego entre la piedraes la hija del vecino;como luz de estrella o lunaes la más bella extranjera".

Así díjole Nokomisy le contestó Hiawatha:"Óyeme, vieja Nokomis:del hogar el fuego es grato,

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mas prefiero luz de estrella,más aún, claror de luna".Y la anciana respondióle:"No traigáis doncella ociosa,no traigáis mujer inútil,torpes pies, manos inhábiles;traed esposa diestra y buena,corazón y manos juntos,pies a andar siempre dispuestos".

Sonrió, y dijo Hiawatha:"En la tierra que la llamanel país de los Dakotas,hija del que hace las flechas,allí vive Minehaha,Minehaha, Agua Sonriente,entre todas la más bella.La traeré hasta tu wigwam,ella irá donde la mandes,será luz de estrella y luna,luz de sol para mi pueblo".

Mas Nokomis insistía:"No me traigáis una extraña,del país de los Dakotas;

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los Dakotas son ferocesy con ellos siempre hay guerra;hay venganzas no olvidadas,hay heridas aún sangrantesque han de abrirse todavía".

Siempre riendo, Hiawatharespondió de esta manera:"Es tal vez por eso mismoque con ella me casara,para que las tribus se unan,y se cierren las heridasy se olviden los rencores".

Dijo así Hiawatha, y fueseal país de los Dakotas,tierra de mujeres bellas,por esteros y praderas,por obscuros densos bosquesimpregnados de silencio.Con sus mágicas ojotascada paso era una milla,pero largo era el camino.Viajó así sin detenerse,hasta que oyó el reír del agua,

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de las aguas cantarinasque le hablaban desde lejoscon la voz de Minehahaen el gran silencio agreste.En la ceja del gran bosquevio los ciervos que pacían,mas las bestias bellas y ágilesno advirtieron su presencia."No me falles", dijo al arco,y a la flecha: ”ve derecha",y silbando en su caminoésta hirió el pecho del ciervoque cayó, lo alzó en sus hombrosy siguió sin detenerse.

En la puerta de su wigwamvio al decrépito flecherodel país de los Dakotasque pulía puntas pétreas.A su lado, bella siempre,la hechicera Minehaha,juncos frágiles tejía. Sueña el viejo en el pasado,la doncella en el futuro.Él, cuando iba con sus flechas

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a la caza del bisontey del gran ganso salvajeque volaba al mediodía.El anciano meditabaen las guerras de otro tiempo,cuando todas se ganabancon sus flechas invencibles,y decía suspirando:"Ya no quedan más guerreroscomo aquellos que no existen,y los hombres que ahora quedanson igual que las mujerescuyas armas son su lengua".

Ella, Minehaha, piensaen un cazador valientede otra tierra y de otra tribu,joven, alto, y muy hermoso,que llegó en una mañana,al mediar la primavera,a comprar una partidade las flechas de su padre;en el wigwam se detuvolargo rato descansando;miró atrás al alejarse.

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Escuchando los elogiosde su padre al forasteropreguntábase la mozasi en otra alba volveríaa buscar nuevo haz de flechas.“La hábil mano estaba ociosay soñaban sus pupilas.

Padre e hija se embebíanen sus propios pensamientoscuando oyeron un crujidode ramajes y de pasos:rostro y frente sudorosos,sobre el hombro un rojo ciervo,al salir de la espesuraa Hiawatha contemplaron.

El flechero, austero y grave,levantó los viejos ojosdel trabajo interrumpido,dejó a un lado los trebejosy de la flecha comenzada:"Entra - dijo, levantándose -;bienvenido, oh Hiawatha".

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A los pies de Agua Sonrientedejó el cazador su carga,cayó al suelo el ciervo rojoy miróle la doncellarepitiendo dulcemente:"Bienvenido, oh Hiawatha".

Era el wigwam espaciosoy de piel de ciervos hecho;adornadas sus paredescon la imagen de los diosesque veneran los Dakotas.Y tan alta era su puertaque al entrar el visitanterozó apenas con sus plumasel gran cuero recogido.

Levantóse Minehahadejó a un lado su tarea;trajo panes de maízy agua clara del arroyoen vasijas de maderay de barro, y quedó oyendolas palabras de Hiawatha

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y su padre contestando,pero quieta y silenciosa,sin decir palabra alguna.

Escuchó como en un sueñode Hiawatha las palabras:él hablaba de Nokomisque cuidábalo en su infancia;de los otros compañeros:de Chibiabos, que era músico,y de Kwasind, el más fuerte;de la dicha y la abundanciadel país de los Ojibways.

"Muchos arios hubo lucha,guerra inútil y sangrienta:mas ahora los Dakotasy Ojibways en la paz viven".

Dijo así Hiawatha, y luegoañadió con voz muy lenta:"que esta paz sea por siempre:estrechó ella nuestras manosy unió nuestros corazones:dadme, anciano de las flechas,

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vuestra hija por esposa,vuestra hija Agua Sonriente,la doncella más preciadadel país de los Dakotas".

El anciano de las flechasmeditó un instante, y luegolo miró lleno de orgullo;miró luego a Minehahacon amor, y contestóle:"Te la doy si ella lo quiere:habla, pues, Agua Sonriente".

Más hermosa parecíaen la puerta de su wigwamsin decir palabra alguna;pero al cabo de un instanteacercándose a Hiawathay sentándose a su ladodijo dulce y ruborosa:"Yo me iré contigo, esposo".

Y este fue como se cuentael cortejo de Hiawatha:así fue que conquistase

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a la hija del flechero,la doncella más preciadadel país de los Dakotas.

Bajo el sol partió con ella;de la mano se alejaronpor el bosque y la pradera;y el anciano quedó soloen la puerta de su wigwam,mientras, lejos, el murmullode las aguas repetían:"Sé dichosa, Minehaha".

Volvió el viejo a su tareaen la puerta de su wigwam,y habló así consigo mismo:"Así vanse nuestras hijaslas que amamos y nos aman;cuando más las precisamos,cuando pueden ayudarnosen la tarde de la vida,un doncel lleno de plumas,con su flauta hecha de cañapasa riendo por la aldeacon su música y sus años

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florecidos de canciones,y al llamar la más hermosadetrás de él ella se aleja,y abandona todo, todo,por partir con el extraño".

Grato y rápido fue el viajede Hiawatha y Minehahapor los grandes bosques vírgenes,por montañas y praderasy a lo largo de los ríos.Él llevábala en sus brazosal cruzar las aguas hondasy sentíala ligeracual las plumas blancas de águilaque ceñíanle las sienes;apartaba los ramajesy con hojas preparábaleel nocturno y tibio lecho;con las ramas de los pinosencendía el fuego rojo;en su andar vientos viajerosles cantaban por las selvasy praderas; y en la nochelas estrellas los miraban

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luminosas, y velabanel misterio de su sueño.

Se asomaba de su roblepara verlos, Ajidaumo,la pequeña ardilla roja,y Wabasso, el conejillo,se apartaba de su senda,y en su cueva los espiabatan curioso como inquieto.

¡Grato y bello fue aquel viaje!No había ave melodiosaque sus cantos no les diese;y fue Owaisa, el lindo pájarode azul pluma y voz dulcísima, el que así cantó en su rama:

"Dichoso eres, oh Hiawatha,con la esposa que te quiere";cantó Opeche, el petirrojo:"Sé feliz, Agua Sonriente,con tan noble y buen esposo".

Desde el cielo el sol benigno

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los miraba entre las ramas,les decía: "¡Oh hijos míos,el amor de sol es luz,luz de sol, y el odio es sombra:por amor reina Hiawatha!”

Contemplábalos la lunadesde el claro firmamento,y en voz baja murmuraba:"¡Oh hijos míos, es el díainquietud; la noche, calma;es el hombre dominantela mujer, débil y frágil:reina tú con la paciencia,Minehaha, Agua Sonriente".

Tal fue el viaje de regreso:así trajo Hiawathade Nokomis a la chozaluz de estrellas y de luna,luz de sol para su pueblo:Minehaha, Agua Sonriente,la doncella más preciadadel país de los Dakotas.

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LA CANOA DE HIAWATHA

"Dame de tu corteza resistente,majestuoso abedul, a cuyas plantasel río que fecunda nuestro valleen corriente fugaz gime y se arrastra;quiero hacer, abedul, una canoaque sobre el río se deslice, rápida,como las hojas secas del otoño,como el lirio flotante de las aguas".

De este modo en el bosque solitariohabló con voz sonora Hiawathamientras se oía el canto de las avesentre las copas florecidas y altas.

Estremecióse el árbol; un suspirode paciente dolor dieron sus ramas,y dijo al indio: "Toma de mi troncola corteza que quieras, Hiawatha".

Sobre el tronco trazó con su cuchillo,un corte circular junto a las ramas,y otro cerca del suelo. A borbotones

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de una y otra incisión surgió la savia,y suelta entonces, y a lo largo hendida,obtuvo el indio la corteza intacta.

"Corta en mí lo que quieras -dijo el cedro-,corta en mí lo que quieras, Hiawatha";y con ramas de cedro el hábil indioconstruyó la madera de su barca.

"Dame, abeto, la savia resinosaque de tu tronco, si te hieren, mana,para pintar con ella mi canoay no me moje al navegar el agua".

"Toma de mi resina - dijo el árbol -,toma de mi resina, Hiawatha";brotaron luego del herido troncode resina tenaz las tibias lágrimas,y con ellas el indio en la canoadel agua y la humedad cortó la entrada.

Así la embarcación quedó construidadel valle entre la selva solitaria:la vida forestal estaba en ellacon todo su misterio y con su magia;

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y sobre el lomo del inmenso ríocon gracioso vaivén se columpiaba,como las hojas secas del otoño,como el flotante lirio de las aguas.

EL LAMENTO DE HIAWATHA

Los espíritus malignos,envidiosos de Hiawatha,y temiéndole por sabioy su afecto hacia Chibiabos,recelosos de los actosde los dos buenos amigoscoaligáronse contra ellosdestruyéndolos, matándolos.

Tan prudente como astutoHiawatha al camaradacon frecuencia le decía:"No te alejes, oh mi hermano;los espíritus malignoslo que buscan es dañarte".Mas Chibiabos imprudentesacudiendo su cabello

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recogido en largas trenzas,siempre riendo infantilmente,contestaba: "Nada temas,ningún daño ha de ocurrirme".

Cuando Peboan el Inviernotrocó en hielo la Gran Agua;y empezó a silbar la nieveen las ramas de los robles,y el pinar quedó desnudode sus hojas perfumadas,y cubrió la tierra todaprofundísimo silencio,con sus flechas y su arco- descuidando la advertenciay el consejo de Hiawatha –sin temer a los espíritusa cazar partió Chibiabos.

Más allá del Agua Grandevio saltar los grandes ciervos;bajo el viento y la nevadafue siguiéndolos Chibiabossobre el hielo peligroso,con la fiebre del salvaje

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cazador de las praderas.

Los espíritus malignosemboscados lo acechabanbajo el hielo traicionero:lo arrastraron hacia abajolo enterraron en la arena.Unktakee, dios de las aguas,dios también de los Dakotas,lo ahogó en los hondos abismosdel gran lago Gitche Gumee.

En sus tierras Hiawathaexhaló tan gran lamentoque para escucharlo, todoslos bisontes detuviéronse,y aulló el lobo en las praderas,y hasta el trueno en las montañasrespondió ronco y lejano.

Se pintó de negro el rostro,y cubierto con su mantaen su wigwam, lamentándosequedó solo siete lunas,repitiendo noche y día:

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"Muerto está el músico dulceque cantaba cual ninguno;ha partido para siempre;ahora está cerca, más cercadel Maestro de las músicas,¡oh mi hermano Chibiabos!”

Y los fresnos melancólicosagitaron sus ramajessobre su cabeza triste,y con voces desoladassu lamento acompañaron.

Llegó al fin la Primavera;todo el bosque buscó en vanoa Chibiabos; el arroyosuspiró entre sus juncales;en la copa de los árbolescantó el ave azul Owaissa:"¡Muerto está el músico dulceoh Chibiabos, oh Chibiabos!”Y en lo alto de los wigwams,cantó Opeche, el ave roja:"¡Está muerto el cantor tierno!”

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Y en la noche de la selvaresonaron los lamentosde los pájaros nocturnosde Chibiabos por la muerte.Curanderos y adivinoslos Wabenos y profetasa Hiawatha visitaron;levantaron junto al suyoun sagrado wigwam rojo;realizaron procesionesy llevaron medicinas,grasa de castor y nutria,hierbas mágicas, raíces,y otras más muy poderosas.

Al sentirlos Hiawathapuso fin a sus lamentos;no llamó más a Chibiabosni al llegar los visitantesformuló pregunta alguna:su cabeza descubiertay su negra faz pintadarevelaban a los brujosla congoja de su pecho.Le lavaron la pintura,

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su cabeza coronaroncon las plumas de las águilas;le llevaron silenciososhasta el gran wigwam de duelo,y le dieron un brebajede raíces y de hierbaspor su magia conocidas;redoblaron sus tambores;sacudieron sus plumajesy este cántico entonaronvoces solas, luego en coro:

"¡Soy yo misma: contempladme:la Gran Águila Grisácea:venid, cuervos, y escuchadla;me acompaña el ronco trueno;invisibles los espíritusvienen todos en mi ayuda;son sus voces las que llaman;sólo yo puedo curarte,oh Hiawatha, hermano mío;mis amigas las serpientesme dan todo lo que pido;míos son los corazonesde los seres de la selva:

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sólo yo puedo curartede tu pena, Hiawatha!”"¡Hi-au-ha!" el coro repetía"¡Way-ha-way!" el coro místico.

"Cuando yo hablo tiembla el wigwamcual si manos invisibleslo agitasen, y a mi pasotodo el cielo se estremecebajo el peso de mis plantas:sólo yo puedo curarte:¡álzate, habla, Hiawatha!""¡Hi-au-ha!" el coro repetía"¡Way-ha-way!" el coro místico.

Luego ungieron con su magiade Hiawatha la cabeza,y su danza curativaen torno a él todos bailaronhasta que de su gran fiebredespertó como de un sueñoy curó de su locura.

Como nubes fugitivasdisipándose en el cielo,

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de su mente huyó la sombrade su trágica tristeza:como el hielo de los ríosderritióse entre su pechosu profunda pesadumbre.

De su tumba bajo el aguaa Chibiabos lo llamaron;del gran lago entre la arena,al hermano de Hiawatha.Tan potente era la magiade su grito invocatorioque Chibiabos escuchólodesde el fondo del gran lago;levantóse de la arenaque servía de mortaja;oyó músicas y cánticosy llegó hasta el wigwam dondeesperábanle los brujos.

Detuviéronle en la puertay en su mano colocaronuna roja brasa ardientey nombráronle el gran jefedel País de los Espíritus,

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y ordenáronle los magosque encendiera un fuego grandepor los muertos del futuro:los vivacs del campamentode los muertos en su marchahacia el remo de Ponemah,a la tierra del Mañana.

De la aldea de su infancia,del hogar de sus mayores,por el bosque, silenciosocomo el humo de una chozaque la brisa disipara,fue alejándose Chibiabos;a su paso los ramajescontinuaban siempre inmóvilesy las hierbas no doblábansey las hojas otoñalesno crujían a su paso.

Cuatro días así anduvopor la ruta de los muertos;se nutría con las guindasde los muertos en su marcha;cruzó el río melancólico

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por el puente hecho de un árboly al llegar al Lago Argénteola Canoa hecha de Piedralo llevó a la Isla Sagradaadonde habitan los espectrosy las sombras. En su viajeveía espíritus innúmerosque pasaban agobiadosbajo el peso de las flechas,y las mazas y las pieles,y los cántaros, repletosde comida que los suyosal partir les entregaranpara el viaje solitario.

"¡Ah por qué nos dan los vivosesta carga!" se decían:"Es mejor andar sin nada,y ayunar en el caminofatigoso, interminable".

Hiawatha marchó entoncespor oriente y por ponientey enseñó a los hombres todosa curar todos los males.

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Y así todos aprendieronel misterio de Medamin,de curar el arte sacro.

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LA BENDICION DE LOS MAIZALES

Canta ahora, oh cantar de Hiawatha,los días de venturas inefablesque hubo allá en el país de los Ojibwaysen esa tierra buena y abundante:¡canta de los misterios de Mondamin:canta la bendición de los maizales!

Sepultada está el hacha de la guerra,y la sangrienta maza amenazante:sepultados los bélicos arreosy olvidados los gritos de combate.La paz reinaba en las naciones todas;tranquilo andaba el cazador errante.

Ricos peces pescaban las canoasen los ríos y lagos; y en los vallescazaban el castor, mataban ciervos;y las mujeres con sus manos hábilesexprimían azúcar de la cañay trabajaban en los arrozales.

Alrededor de la feliz aldea

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como verdes y trémulos plumajesel sagrado maíz se estremecíaen la caricia de las brisas suaves.Eran ellas, las indias, que sembrabanen los campos de luz primaverales.

Eran ellas, las indias, que en otoñocosechaban, robustas e incansables,como les enseñara Hiawatha;y una vez que la siembra terminasedecía a su mujer, Agua Sonriente:"Serás tú quien bendiga los maizales:

"En torno de ellos trazarás un círculopara de toda destrucción librarles:de las heladas que sus tallos queman;de los insectos con que sacian su hambre;del huracán y piedras que los matay de los pardos pájaros voraces.

"En la alta noche, cuando todo duerme,y la gran sombra misteriosa bajey Nepahwin, Espíritu del Sueño,cierre las puertas del wigwam, levántatesin que mirada alguna pueda verte

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y sin que el ruido de tus pasos nadie

"Pueda escuchar; vestida con tus trenzas,dirígete a los campos que sembraste,camina en torno de ellos lentamentecon la sombra tan sólo por ropaje:así serán los campos más fecundos:así serán más verdes los maizales.

"Infranqueables círculos de magiaen torno de ellos tus pisadas tracen:contra el gusano que se arrastra aleve;contra el insecto vil y contra el ave;contra la oruga y contra la langostaque son sus enemigos más mortales".

En las cercanas copas de los árboles,posados en los trémulos ramajes,los famélicos grajos y los cuervos- negras bandas de alados asaltantes -se burlaban graznando de Hiawathaen el fresco silencio de la tarde.

Desde las ramas en obscuras filassus graznidos decían: "Escuchadle,

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escuchad lo que dice Hiawatha;oíd sus tontos, sus absurdos planes",mientras su ronca y estridente risaresonaba con ecos infernales.

Cuando la noche descendió calladay despertaron las nocturnas avesy Nepahwin, Espíritu del Sueño,cerró de los wigwams las puertas frágiles,Agua Sonriente abandonó su lecho,se despojó de todo su ropaje.

Cubierta nada más que con la sombra,y sin vergüenza y sin temor cobardes,dirigióse a los campos que dormían,y sin que en la quietud la viera nadie,trazando vastos círculos de magiacaminó alrededor de los maizales.

Nadie la vio más que la medianochey Wawonaissa, de la noche el ave,que oyó desde las ramas invisiblesel jadear de su pecho palpitante:nadie la vio, bellísima y desnudabajo el manto de sombra, casto y grave.

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Y cuando la mañana en la praderaextendió sus primeras claridades,el negro rey de los hambrientos cuervosconvocó desde todos los ramaje,desde todas las copas de los árbolesa sus aves famélicas, voraces,

y se arrojaron sobre los sembradosgraznando desdeñosos e infernales:"Comeremos las siembras de Hiawathaaunque todos los círculos las guarden;de su maíz no dejaremos nadaaunque toda su magia lo cercare".

Así dijeron los burlones cuervos,pero Hiawatha, astuto y vigilante,en la gran claridad de la macanaoyó su torpe risa en los ramajes,con ellos se encaró, y así les dijo:"Mis amigos los cuervos, escuchadme:

Reíd, que la lección que voy a darosno será de esas que se olvidan fáciles".Se había levantado antes del alba

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y colocado en todos los maizalestrampas para cazar los negros pájaros,y estaba allí, en acecho, en los binares.

Llegaron, impacientes y famélicos,aleteando y graznando amenazantesen su torpe labor devastadora;pero no vieron en su ciego avancelas mortíferas trampas que Hiawathales tendiera esa noche en los maizales.

Y de pronto lo vieron que salíade su verde escondite en los pinares;tan feroz e iracundo era su aspectoque al verlo estremeciéronse las aves.Pronto dió cuenta de ellas Hiawathay las colgó sin vida en los ramajes.

Sólo el rey se salvó de su venganzapara que fuera de sus semejantesun ejemplo y rehén; lo ató en un paloy frente a su wigwam, aquella tardeasí le dijo a su cautivo alado:"Eres mi prisionero, odiosa ave,

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Jefe de los ladrones de mis camposrey de los negros cuervos asaltantes:así, cautivo, servirás de ejemploy rehén, si los tuyos regresarenimplacables, hambrientos y burlonespara atacar de nuevo mis maizales".

Lo dejó allí, sombrío y caviloso,bien atado en su sólido cordajeagitando las alas impotentes,llamando con graznidos infernales,llamando en vano a sus obscuros súbditospara que de una vez lo libertasen.

Cálido y largo transcurrió el veranoy sintióse llegar a Shawondase- que así llaman allá al dios del otoño-y cubrió de suspiros el paisaje;sopló el viento del Sur, fecundo y húmedo;maduraron entonces los maizales.

Y Nokomis le dijo a Minehaha:"Todas las ramas van a desnudarsede sus hojas, y al rayo de la lunase cosecharon ya los arrozales;

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ya madura el maíz: ve a recogerloantes que sea demasiado tarde".

Y entonces Minehaha, Agua Sonriente,de su wigwam salió en las claridadesdel alba; llamó a ancianas y doncellas,y a los mozos de los wigwams distantes,y se fueron cantando a la cosecha:también cantaba el viento en los maizales.

Los rugosos anciano, los guerreros,bajo el fresco verdor de los pinarescontemplaban, fumando, la tareacon atenta mirada y rostro grave,y de los mozos y de las doncellas;escuchaban las risas y cantares.

Entonces el rey cuervo prisionero,agitando con rabia su plumaje,en su dura prisión graznó iracundo,y sus negros y alados semejantescon furioso graznar le contestaron;desde la libertad de sus ramajes.

Y los ancianos, al fumar sus pipas

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bajo el verde frescor de los pinares,imitaron burlones el graznidode las hambrientas, despechadas aves:allá en los campos del maíz se oíanlas risas y los cantos musicales.

LA PARTIDA DE HIAWATHA

En la orilla de Gitche Gumee,junto a la grande agua viva,en la puerta de su wigwam,en las albas del estíoesperaba Hiawatha.

Fresco estaba el aire todo,y la tierra luminosase inundaba de alegría.Desfilaban ante el indio,en la luz de la mañana,rumbo al bosque del Oeste,en dorado enjambre, abejasbajo el sol rubias, zumbantes;sobre su cabeza el cielorelucía en la mañana,

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y el gran lago ante sus ojosluminoso se extendía;grandes peces como plataemergían de su seno,y en su orilla el bosque inmensoreflejábase en el agua.

De pesar no queda indicioen la frente de Hiawatha:se había ido cual la nieblasobre el agua; cual la brumasobre el campo mañanero.

Su sonrisa era de júbiloy de triunfo; y en sus ojosexultantes, parecíaflotar una visión única:parecía estar mirandolo que existe mas no existe.Hacia el sol alzó sus manoscon las palmas hacia arriba,y entre sus abiertos dedosalumbró el sol sus faccionesy cubrió el desnudo torso,como un árbol cuyas hojas

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caen y flotan sobre el agua.

Allá lejos, en las nieblasmañaneras, sobre el aguavio llegar algo flotantetan ligero como un vuelo.Era Shingebis, el buzo,o era Shada, el gran pelícano,o Bewawa, el ganso blanco,con el agua deslizándosedel plumaje albo y brillante.

No era el buzo de alas cortas,ni el pelícano, ni el ganso,que flotaban sobre el aguacon la rapidez del vueloen la niebla mañanera:era sólo una canoaque en el agua se mecíabajo el sol, húmeda y rápida.

A su bordo en ella vienengentes del país de Wabun,del imperio más distantede la pálida mañana:

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Uno era Hábito Negro,sí era él, jefe y profeta,el gran sacerdote blanco,que llegaba con sus guíasy demás acompañantes.

Hiawatha, con las manossiempre en alto, les dió entoncessu solemne bienvenida,y esperó lleno de júbiloque la rápida canoadetuviérase en la orilla;que el profeta blanco, el jefe,se acercase por la arenacon la cruz sobre su pecho.

Y fue entonces que Hiawathagritó ronco de alegría:"Bello el sol que os ha traídopara vernos, oh extranjerosde regiones tan lejanas:os esperan las aldeascon sus puertas levantadas;entraréis en nuestros wigwamsy extendemos nuestra mano

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la del corazón amigo;nunca floreció la tierracomo ahora, ni ha brilladotanto el sol, porque vinisteisde tan lejos para vernos;nunca tan tranquilo el lagoal pasar vuestra canoa,ni tan dulce fué el tabacoal fumarlo en nuestras pipas,ni tan bellos los maizalescomo están esta mañanaque llegasteis de tan lejos".

Y el profeta blanco, el jefe,dijo así en discurso brevecon palabras de otra lengua:"Que la paz sea contigo,oh Hiawatha, y con los tuyos:la gran paz de la plegariay el perdón, la paz de Cristoy la gloria de María".

Hiawatha, el generoso,los condujo hasta su wigwam,les rogó que se sentasen

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en los cueros de bisontey en las pieles del armiño;y Nokomis, diligente,sirvió agua y alimentos,y después trajo la pipade la paz, y ellos fumaron.

Los ancianos de la aldea;los guerreros de la tribu;los profetas y los magos;los Josakeds y Wabenos;curanderos y adivinos;acudieron para darlessu sincera bienvenida,exclamando en vasto coro:"Está bien que hayáis venidode tan lejos para vernos".

Y rodeando en ancho círculoel gran wigwam de Hiawatha,entre el humo de sus pipas,contemplaron a los huéspedesy esperaron su mensaje;hasta que el profeta blancoen la puerta del gran wigwam

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les habló elocuentementecon palabras de otra lengua.

Él les dijo su mensajeexplicó que era venidoen misión muy venturosa;les habló de la DivinaSeñora Virgen Maríay del Hijo que vinieraa salvar todos los hombres;de cómo Él, en otros tiemposy lugares muy lejanos,a vivir bajó en la tierra;y de como Él ayunaba,y rezaba, y daba a todossu divina y milagrosaclaridad, y como entoncesIsrael, tribu maldita,se mofó de Él azotándoloy en la cruz lo suspendieron;y cómo Él donde lo habíansepultado, se alzó vivo,platicó con sus discípulosy subió otra vez al cielo.

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Escucháronle los jefesy dijeron: "Ya sabemosel mensaje que traíais,y al oír vuestras palabraspensaremos siempre en ellas:¡oh vosotros que vinisteisde tan lejos para vernos!"

Levantáronse y se fuerona su wigwam cada uno,y contáronle a los jóvenesla divina y bella historiaque contaron los extrañosy el Maestro de la Vida,que un país lejano enviara.

Llegó, cálida, la tardesilenciosa de verano;el murmullo soñolientodel gran bosque adormecíaa los wigwams, y allá abajo,al llegar, desperezábaselenta el agua en las arenas;del maizal llegaba el cantoincesante de Pukeena,

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y los huéspedes dormíanen el wigwam de Hiawatha.

Lentamente en el paisajecaluroso y soñolientodescendió el ala violetade la tarde fresca y dulce,y los rayos moribundosel gran bosque atravesaroncon sus lanzas luminosas,alumbrando sus rinconesy quebrando los escudosde la sombra. Mas los huéspedesde Hiawatha continuabansu profundo y largo sueño.

Y fue entonces que Hiawathalevantóse y a Nokomisdijo adiós muy quedamenteporque no se despertasen,y habló así: "Me voy, Nokomis;ahora emprendo un viaje largoa las puertas del crepúsculo,al país que habita el viento;te confío a estos mis huéspedes;

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cuidarás de ellos, Nokomis,y jamás nada les falteen el wigwam de Hiawatha".

En seguida fué a la aldeay al decir adiós a todos;a los viejos y los jóvenesles habló de esta manera:"Ahora voyme pueblo míoen un viaje largo, largo;han de pasar muchaslunas pasarán muchos inviernosllegarán y se habrán idoantes que os vea de nuevo;pero yo os dejo mis huéspedes:oíd sus sabias palabrasla verdad que han de enseñaros,porque el Amo de la Vidalos envió desde el paísde la luz y la mañana".

En la orilla está Hiawatha,adiós dice con la mano:en el agua luminosaya se mece su canoa,

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y repite en voz muy baja:"¡Siempre allá, siempre al Oeste!”

Partió, rauda, fugitiva,cuando el sol agonizanteya las nubes incendiabadel gran cielo en las praderas,y tendía sobre el aguauna huella esplendorosa.

Agua abajo iba Hiawatha;se internaba en el ocaso;se perdía entre las brumasmisteriosas del crepúsculo;y su pueblo en la riberavio su rápida canoaalejándose, borrándose,cual la luna cuando muere.

"Nuestro adiós oye, Hiawatha",repitió todo su pueblo;"nuestro adiós oye, Hiawatha",dijo el bosque rumoroso;"nuestro adiós oye, Hiawatha",dijo el agua suspirante;

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y los ecos repitieron:"nuestro adiós oye, Hiawatha",con las voces de las avesdel juncal reverdecido.

Así fuese Hiawatha,Hiawatha el Bienamado,en la gloria del crepúsculo,al país que habita el viento:a las Islas Bendecidas,al imperio de Ponemah,a la tierra del Futuro.

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EL CORTEJO DE MILES STANDISH

Este poema, que consta de más de diez mil versos y fuepublicado por primera vez en 1858, es un romance colonialde mediados del siglo XVII, cuando el "Mayflower", labarca de los peregrinos inmortales, navegaba de los puertos deInglaterra a Plymouth, puerto y capital de la coloniapuritana en América.

Miles Standish, personaje central del poema, es unmaduro y robusto capitán de armas, veterano de lascampañas de Flandes y de la guerra, india en el NuevoMundo.

Jefe militar de la colonia, llora la muerte de su mujer:

Allí cerca del mar, en la colina,duerme su largo sueño Rosa Standish:rosa de amor que floreció a mi ladola primera en morir cuando el "Mayflower"llegó con los primeros peregrinos.

El rugoso veterano narra sus campañas a John Alden,su joven y fraternal amigo, "ducho en letras y hermoso en susveinte años", y un día le confiesa que desea volver a casarse.

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John Alden se llena de angustia cuando Miles Standishle revela el nombre de la elegida y le ruega vaya a decirle quequiere hacerla su esposa: la elegida es Priscilla, la belladoncella puritana que vive más allá del bosque, y es el sueñode amor de John Alden.

Pero la sagrada amistad triunfa sobre todo, y John; parteen su dolorosa misión. Atraviesa los bosques de Plymouthrecogiendo a su paso las llores silvestres, y encuentra aPriscilla:

Junto a la puerta de su casa hallábase:la oyó cantar con musical acentoel himno de los viejos puritanos,el centésimo salmo de Lutero...

Y al verla inclinada sobre su rueca, como una visión enla soledad del bosque, entonando su cánticos de fe y deconsuelo, pura y fragante como las flores que él traía, JohnAlden.

... sintió pasar como las brisas fríastriste el pensar de lo que hubiera sidosi no llegara allí en el nombre de otro,convertido en verdugo de sí mismo...

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Esta escena entre John Alden y Priscilla es la más bellade todo el poema:

Sonrió ella al verlo; interrumpió su cántico,le preguntó del viaje por la selva:¡Ah, si entonces el mozo hubiera hablado!pero dejó pasar el dulce instantey silencioso le entregó sus flores.

Conversaron del tiempo, y de los pájarosque habían de anunciar la primavera;de los amigos viejos y lejanos,y del "Mayflower", que al siguiente día,hinchando al viento su velamen blanco,de nuevo iba a partir en su gran viaje.

"Toda la noche la pasé soñando-dijo ella- con los cercos de Inglaterraque han de estar florecidos ahora en mayo;en la alegre canción de las alondras;en la hiedra que cubre el templo aldeano;en los buenos vecinos que regresanen el atardecer con lento paso;en las palomas arrullando siempredetrás del cementerio solitario;

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allí viví entre gentes que yo amabay quisiera volver del suelo extraño".

John Alden la miró y dijo sombrío:"No te reprocho tu soñar nostálgico;más firmes y más fuertes corazonestambién en el exilio vacilaron:el tuyo que desborda de ternurade otro el apoyo necesita tanto:y yo vengo a decirte que Miles Standish,el rudo comandante puritano,quiere que seas su mujer, Priscilla".

Lo miró ella con ojos asombrados,atónita de pena y de sorpresa,y dijo al fin tras un silencio largo:"Si Miles Standish me quiere por esposa,¿por qué no viene y dícenlo sus labios?¿por qué no viene y me lo dice él mismoy manda a otro, tú, con el encargo?

Firme en su gran lealtad habló John Aldenen favor de su amigo el puritano;pero ella contestó con firme acento:"¿Y Miles Standish espera estar casado

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para decirme lo que estás diciendoen su nombre, John Alden? ¡Es extraño!Los hombres no han de comprendernos nunca,y después de elegirnos, compararnos,al hacernos saber lo que han resueltose ofenden y siéntense humilladoscuando la que su amor no sospechabaopóneles rotundo su rechazo.Si Miles Standish me amara como dicesen persona me hubiera cortejadoy yo hubiese, tal vez, correspondidoa su requerimiento, aún a sus años".

Habló así la doncella puritana;quiso John Alden insistir en vanorecordando el linaje de Miles Standishy el brillo militar de su pasado;en medio de su ardiente apologíaella lo interrumpió, la mano alzando,y dijo con sonrisa luminosa:“John Alden: ¿por qué no hablas por ti

mismo?”

En el canto siguiente, John Alden, presa de extrañaturbación, divaga por los arenales de la costa. El viento del

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Este agita sus cabellos y orea su frente febril. Hasta que se leaparece la visión de Juan el Apóstol en los últimos fulgoresdel crepúsculo, y exclama con acento exultante:

"¡Sé bienvenido, viento del Orienteque llegas de las brumas del Atlántico,acariciando con tus alas fríaslos infinitos y húmedos espacios!Posa sobre la fiebre de mis sienesla impalpable frescura de tu mano;y aliviando este fuego que me quemacúbreme de, tu niebla con el manto!”

El mísero amador, frente al océano que "ruge y gimecomo un gran remordimiento en las vastas y solitariasarenas", siente agitarse las encontradas pasiones en su pechodesesperado:

El amor victorioso y coronado;triste y sangrante la amistad herida;las duras voces del deber llamando;los gritos de pasión y de deseo...

Y se pregunta con desesperación creciente:

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"¿Fue por mi culpa que eligiera entre ambosa mí, y que su corazón ella me diese?¿Es mi culpa que él sea desdeñado?Y entonces escuchó la voz tonantey del Profeta diciendo en el océano:"¿Por qué, triste mortal, has incurridode Dios en el divino desagrado?"Y pensó de David en la gran culpa,de Betsabé vió el rostro bello y pálido,y su dolor y su remordimientoen la copa de su alma desbordaron.

Más allá, al ancla y mecido por la brisa marina, divisael "Mayflower" que iba a zarpar al día siguiente:

"Es Dios el que me lleva de su manoy me muestra el camino del olvido:sí, me iré por el mar rugiente y vasto;los muros infinitos de sus aguasme salvarán de pensamientos malos;me iré de la que nunca ha de ser mía,y del amigo que ofendí sin ánimo:es mejor una tumba en Inglaterradonde reposan mis antepasadosque este dolor y esta vergüenza míos...”

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John Alden vuelve a Plymouth, y con ruda franquezapuritana cuenta a Miles Standish su entrevista con Priscilla.El austero capitán se enfurece y acusa a su joven amigo dehaberlo traicionado, de haber faltado al más sagrado de losdeberes: el de la amistad.

En medio de sus airadas recriminaciones, MilesStandish recibe un llamado urgente del Consejo de la colonia:los pieles rojas amenazan con una invasión, y él, comocomandante de armas, debe salir en campaña.

Esa noche, la víspera de la partida, John Aldencontempla a Miles Standish dormido, y el sentimiento de ladulce y noble amistad puede más en su corazón juvenil que elrencor de la injusticia. Va a despertar a su viejo amigo paraexplicarle todo, pero siente el fustazo ardiente del orgulloherido y se aleja.

En el canto sexto vuelve a aparecer la angélica figura dela doncella puritana.

John Alden, sombrío y caviloso, contempla el océano,citando de pronto ve a Priscilla junto a él, y ella le dice:

"¿Es que ayer te ofendí, cuando alegabaspor otro con acento apasionado,y por mi propio corazón urgida,pudores y reservas olvidando,

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te dije que tú hablaras por ti mismo,John Alden?" Y poniéndose muy pálidocontestó así el amigo de Miles Standish:"No, Priscilla; después de lo pasadoquedé conmigo mismo resentidopor la torpeza que cumplí el encargodel amigo leal que en mí confiara".

"¡ No! - dijo la doncella con viveza-,es tu enojo conmigo; ¿a qué negarlo?Yo me conduje mal, lo reconozco,porque es nuestro destino malhadadocallar siempre con tímida pacienciahasta que vienen para interrogarnos:es la vida interior de las mujeres:como ríos profundos y calladosque corren invisibles por la sombra:silenciosos, estériles, sin cantos".

Y contestó John Alden: "No, Priscilla;no hables así por el Señor de lo alto;para mí fueron siempre las mujeres,más que los ríos del Edén sagrados,fuentes de luz y júbilo de flores"."Veo por tus palabras - dijo ella –

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cuan poco estimas lo que digo y hago,cuando con dolorosa incertidumbredesde mi pobre corazón yo te hablosedienta de bondad y simpatía;sé que me aprecias, bondadoso y franco,pero no me comprendes; me comparascon tantas otras como fuiste hallandoen tu camino, y me dijiste frasesque crees ser bellas, pero lastimaronpor lo tontas y frívolas, John Alden"

Al contemplarla y oírla, silencioso y atónito, John Aldenpensó que nunca la había visto más divinamente hermosa, él,que el día antes hablárale en nombre del amor de otro.

Callaba. Y la doncella, ajena a la tempestad que rugíaen el corazón de John Alden, continuó:

"Seamos lo que somos y digamossiempre lo que hay en nuestro pensamiento:de la verdad jamás sin apartarnosy cultivemos la amistad sagrada;no es un secreto y puedo declararlo:gusto de estar contigo, hablar contigo,mas tus palabras me ofendieron tanto

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cuando me hablaste en nombre de MilesStandish,

me aconsejaste que con ese ancianome casara; pues debo yo decirteque tu franca amistad estimo tantomás que todo el amor que él darme pueda".

Al decir esto le tendió la manoy John Alden sintió que se curabala herida de su pecho lacerado,y exclamó entonces con sentido acento:"¡Amigos para siempre, siempre amigosde los que su amistad vienen a darnos;de ti seré el más fiel, el más sincero,de todos los demás el más cercano".

Al terminar estas palabras, John Alden alzó la mirada,contempló el océano inmenso y rumoroso, y vio que el"Mayflower" se hundía en el horizonte. No, ahora no se iríanunca de Plymouth, la colonia puritana del Nuevo Mundodonde florecía la rosa de la divina y purísima amistad.

Mientras tanto, Miles Standish, luchando austeramentecon su ira, dirigíase con sus soldados a la frontera de lospieles rojas, desafiando valerosamente traicioneras emboscadasy mortales peligros.

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Llegó el otoño, y los buques mercantes volvieron deInglaterra cargados de peregrinos y de trigo.

La colonia puritana de Plymouth proseguía su existenciatranquila y laboriosa: hombres y mujeres sembraban,pescaban, cosechaban, ordeñaban y tejían. De más allá de losinmensos bosques llegaban noticias de Miles Standish, cuyasproezas llenaban de pavor a las naciones de los pieles rojas.

John Alden visitaba con frecuencia a Priscilla, quehilaba siempre en su rueca a la puerta de su cabaña, junto ala selva perfumada y rumorosa. Pero nunca hablaban deamor.

Hasta que una mañana, cuando las brisas se tornabanfrías, y las aves volaban hacia el Sur, llegó la terrible noticiade que Miles Standish había muerto bajo la flechaemponzoñada de un indio.

Priscilla sintió primero un frío y luego un fuego extrañoen su corazón virginal. John Alden la vió palidecer, y lasostuvo entre sus brazos cuando caía, sintiendo en su noblecorazón de amigo la flecha que había terminado con la vidade Miles Standish.

La campana del pequeño templo de Plymouth repicabacon sones nupciales en la clara tarde otoñal.

Eran las bodas de John Alden y Priscilla, que,"como losríos que corren uno cerca del otro y van juntándose al pasar

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por sus lechos distintos acaban por unirse eternamente",habían encontrado su Tierra de Promisión.

Todavía resonaba la esquila sobre las arenas, los pradosy los bosques cuando, con su uniforme de cuero y de hierro,gallardo aún en su robusta madurez, los ojos asombrados detoda la colonia vieron aparecer como un resucitado a MilesStandish, quien se acercó y besó con grave sonrisa a la noviapuritana deseándole la bíblica bendición.

Y así termina este poema de Longfellow que sin ser, nimucho menos, una obra maestra, abunda en versos muybellos y en descripciones luminosas:

La procesión nupcial se dirigíaal nuevo hogar con lento y leve paso;el musical murmullo del arroyolos saludó, y el canto de los pájarosdesde los pinos y los abedules,como un sueño de amor que fuera entrandoen el regazo fresco de la selva;flotaba un dulce olor de frutas y árbolesbajo la luz del sol que se ponía;y todo aquello parecía un cuadrode las viejas edades pastoriles,a Isaac y Rebeca recordando:el amor inmortal, siempre fecundo,

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antiguo, pero siempre renovado:en el bosque nupcial fueron hundiéndoselentamente los novios puritanos.

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LA LEYENDA DE ORO

"La leyenda de Oro", fechado en 1851, es el másextenso de los poemas de Longfellow.

Para escribirlo el autor de "Evangelina" se inspiró en la"Legenda Aurea" del siglo XIII, el texto clásico de la EdadMedia compuesto en latía por el dominico Jacobus deVoragine, arzobispo de Génova, sobre el relato del"minnesinger" del siglo XII, Hartmann von der Aue.

El título primitivo del poema medioeval era "Leyendasde los Santos'", y fueron sus admiradores quienes localificaron de "Aureo".

Traducido al francés en el siglo XIV por Jean deVignay, con el título de "La legende dorée", en la centuriasiguiente fue vertido al inglés por William Caxton.

Longfellow consideraba que el tema de esta leyenda, en laque se evocan las costumbres de la Edad Media, tenía unabelleza y una significación extraordinarias; su propia versión,en algunos pasajes adquiere contornos miltonianos, aunquesin el genio que animó al autor de "EL Paraíso Perdido".

La primera parte se halla dividida en un prólogo y tresjornadas. Asistimos a una de las ceremonias más curiosas delmedioevo: la consagración y bautismo de las campanas, de las

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que Lucifer intenta apoderarse para llevar a cabo sussiniestros e infernales designios.

En la jornada inicial, el príncipe Enrique discurre comoun Hamlet nostálgico desde la torre de un castillo junto alRin, y dialoga largamente con el Emperador de las Tinieblassobre temas filosóficos, históricos y hasta geográficos. ElÁngel interrumpe el interesante diálogo, y Lucifer huyedejando al etéreo y alado visitante con el atormentadopríncipe, quien expresa en largos versos su terror a la muerte.

En las escenas siguientes, que tienen por teatro unagranja en el Odenwald, Enrique lee en alta voz la historiamilagrosa del monje Félix, hasta que el Hamlet germano vellegar a Elsie que le lleva flores, como la Ofelia danesa, y lenarra la leyenda de Santa Dorotea y de la hija del Sultán.La plegaria de Elsie contiene acentos de ardiente fe cristiana:

¡Oh Redentor y Señor mío:no me abandones nunca más,que con mi lámpara encendidapueda encontrarte donde estás!

¡Tú el de las manos malheridasy el del costado que sangró,llora por todos los caídosque tu agonía redimió!

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Tú que sufriste más que nadieen el martirio de tu Cruz:¡puebla las almas de los míseroscon el prodigio de Tu luz!

Tú que pasabas azotadobajo la vil mofa soez:danos a todos tu Justicia,¡danos tu amor Supremo Juez!

Quiero sangrar como sangraste:¡si tu morir tuviera yo!¡Déjame anclar por el senderoque tu piedad iluminó!

Los demás personajes de la primera parte del poema sonGottlieb y Ursula, los humildes progenitores de Elsie, querelatara viejas historias y leyendas y compadecen al Hamletdel Rin.

Pero Lucifer ronda siempre. Bajo la forma engañosa deun santo padre derrama en los oídos crédulos y en el almaconturbada del príncipe, frases altisonantes y profundas:

"No matarás", dice el Decálogo,

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pero hay a veces que matar:la guerra santa es dulcemuerte cuando la Fe quiere salvar;consideremos al Decálogocomo una ley vetusta queha de aplicarse con reservasporque para eso escrita fue...

Tras el largo y filosófico discurso, Lucifer entra enmateria:

Eres un alto príncipe; contigo¡cuánto amor y esperanza moriría!¡cuánto hecho noble y generoso impulso,cuánta acción, cuánta fama merecidacontigo en el sepulcro se hundirían!

Eres el postrimero de tu raza:contigo un abolengo ilustre expira,y el nombre de tus ínclitos mayoresse extingue en melancólica agoníapara siempre jamás... La que tú amasno es más que una doncella campesina;corre en sus venas sangre de plebeyosque sirvió sólo en los guerreros días

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para manchar los campos de batalla:la tuya, en cambio, es pura y es altísima:sangre de reyes por el cielo ungidos.Para tal como ella, ¿qué la vidapuede tener más que trabajo y lágrimas?de la miseria y servidumbre es hija,tosca flor sin aroma de los campos¡sierva y mujer de siervos ella misma!

No me sorprende, príncipe tan alto,ver que tu tierno corazón vacila:todo el dolor y toda la miseriade este valle de lágrimas, olvida:piensa en el esplendor inenarrableen el mundo que existe más arriba;la Iglesia premiará tu sacrificio;pídele a la doncella campesinaque una tus pies con su caliente sangrey vivirás para la eterna vida...

El príncipe acepta el consejo infernal mientras Lucifertararea la "Maledictione perpetua". Pero el Ángelinterrumpe nuevamente su júbilo diabólico al son del arpaceleste, y el Malo huye entre las sombras.

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Gottlieb y Ursula aceptan el sacrificio de su hija. YElsie exclama:

Mi vida es breve:un vaso de agualímpida y pura:tómala, oh príncipe,si ella te cura,yo te la entregocon mano amigay este presenteDios lo bendiga!

Y el príncipe contesta conmovido:

¡Oh Elsie, qué lección la que me has dado!Si me aterra el morir a ti tan sólote parece que abrieras una puertapara salir a un mundo luminoso;o para entrar a un templo transparente;¡oh puro corazón! Sobre tu polvohan de crecer los lirios, y en sus pétalosse leerá "Ave María" en letras de oro.

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Jornada tercera. El príncipe discurre por las calles''nocturnas de Estrasburgo y escucha el pregón por los muertos:

¡Despertad los dormidosy orad por los difuntos!

Contesta el Hamlet de nuestra leyenda:

¿Por qué por los difuntos, si reposan?¡Orad por los vivientes, cuyos pechosla gran lucha entre el bien y el mal agita,como el terrible y trágico entreverode los diablos en lucha con los ángeles!

Walter el "minnesinger" interrumpe su sombríadivagación y su balada medioeval turba el sueño delascigüeñas en la antigua ciudad dormida.

En esta parte de "La Leyenda de Oro", Longfellowintercala el "misterio" titulado "La Natividad", uno de losprimeros dramas cristianos que se representaban en lasiglesias durante la Edad Media.

Este drama sacro está dividido en varias escenas ocuadros. Comienza con un diálogo entre la Virgen María yel arcángel Gabriel, junto al pozo; continúa con los Sabios

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del Oriente y la Degollación de los Inocentes, y termina con laCoronación de las Flores.

Luego se reanuda el relato medioeval hasta llegar al"Scriptorium", donde aparecen los monjes copiando lasSagradas Escrituras y los textos de los clásicos latinos ygriegos en iluminados pergaminos.

EL príncipe Enrique, caviloso y errante, llegasolicitando hospitalidad en el claustro de los monjesescribientes, y dialoga largamente con el abate sobre temasdivinos y humanos. Hasta que tocan vísperas en la capilla yel monje ciego que en el mundo se llamó el conde Hugo, lerelata la sombría y terrible historia de su juventud criminal yde su trágico remordimiento.

Lucifer reaparece en trance de peregrino que se dirige aRoma. Cuenta la leyenda de Abelardo y Heloísa con frasescínicas que despiertan la torpe hilaridad de los monjes, hastaque se presenta el abate, reconviene severamente a los monjes yarroja del convento a Lucifer.

El larguísimo poema, que en determinados pasajes setorna por demás fatigoso, todavía no se aproxima a sutérmino.

El Hamlet del Rin prosigue sus divagaciones por lejanastierras. En Italia, donde le ha seguido Elsie, a quiencompara con Santa Catalina, habla del paraíso, y al pie de

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los Alpes se detiene a sentir el beso de las brisas y a evocar lasombra de Barbarroja.

Entre un grupo de peregrinos que pasan asoma bajo lacapucha el rostro de Lucifer, siempre infatigable en susinfernales tareas, y en un mesón de Génova donde va aembarcarse rumbo a Salerno, el príncipe irrumpe en otromonólogo hamletiano:

Es el mar: es el mar inmenso y vago,cubriéndose de sombra a la distancia;majestuoso, solemne y taciturno;blancos navíos van sobre sus aguascon sus tendidas velas fantasmalescomo espectros errantes que poblaranlos remotos confines de la vida;¡qué extraños himnos sus marinos cantan!¿quién sabe dónde van y dónde vienen?En otra mar más negra y más amargade los muertos navegan los espíritusen viaje hacia riberas ignoradas;les decimos adiós desde la orillacon ardientes señales y palabras,y ellos se van, pero jamás regresanmás que en forma de espectros o fantasmas.

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Sobre el mar tenebroso de la muertela nueva vida venidera se alza:un país nebuloso de misterioen que se ven pasar formas humanas:los borrosos difuntos del pasado...

La canción de Lucifer que llega desde el mar haceenmudecer al príncipe, que levanta los ojos y ve acercarse ladulce figura de Elsie como una visión celeste. Luego dediversas peripecias y andanzas por la tierra de Nápoles -donde vuelve a presentarse el astuto y tenaz Lucifer-, elpríncipe y la doncella campesina regresan al Odenwald.

Y una tarde, desde la terraza del castillo de Vautsberg,junto al Rin que esperaba a Schiller a través de las centurias,oyendo las campanas nupciales el príncipe Enrique le canta aElsie:

Estamos solos: fueronse los huéspedesmontaña abajo con sus pardos mantos:la sombra descendió sobre los nidosde Niederwald en los añosos árboles.Oye: son las campanas de Geisenheim,graves y tristes, las que están doblandopor la muerte del sol; esas campanasescuchó en otro tiempo Carlomagno

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cuando estaba en Ingelheim con Fastraday de dolor su corazón llenaron.

Elsie murmura:

Sólo me hablan de amor y paz dulcísimaen la lengua de bronce de sus cantos.

Y el príncipe continúa:

¿Recuerdas el romance de su anillocuando volvió el glorioso soberanoa la corte de Aix, la encontró muertay día y noche estúvola velandohasta que la sortija de la reinaarrojaron a uno de los lagos,y el gran emperador, sereno y triste,se quedó allí hasta el fin de su reinado?

"Eso era amor", murmura Elsie; y pregunta:

¿También me serás fiel, príncipe mío,y me amarás hasta después de muerta?

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La última parte termina con el canto de amor delHamlet germánico que ha triunfado sobre el mal y la muerte:

"En la alegría de viviry de la muerte en el espanto,en la salud o en la agonía,he de decirte: Elsie, te amo:a ti que tienes la sortijade la que amaba Carlomagno;para ponértela en tu dedomandé sacarla de aquel lago;magia de amor hay en su oro;mientras la lleves en tu mano;todo el amor ha de ser nuestro;mira: las luces del ocasomueren en valles y riberas:la noche nos está llamandocon quedas voces misteriosasbajo el milagro de los astros;besa mi boca, Elsie, mi reina,y dime: "¡Vamos bienamado!”

En el epílogo de "La Leyenda de Oro" habla el Ángelde las Buenas Acciones, con el libro cerrado:

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"Envió el Señor su lluvia mensajeray le dijo al arroyo en la montaña:"Levántate de tus ocultas grutas,con pies desnudos de los montes, saltasobre la vasta y árida planiciey llena de frescor su tierra cálida".

"Al mensajero de su fe envió luegoy dijo a la doncella estas palabras:"Levántate, mujer, álzate y mira,y con tu mano virginal derramasobre el frío desierto de la Muertetu juventud imponderable y sacra".

"¡Oh belleza de todo lo que es santoy generoso; la humildad sagradaque sopla con aliento irresistiblede éste mi libro en las selladas páginas!La acción divina, inolvidable, escritay registrada aquí con letras áureas,no morirá jamás: en las edadesvivirá eternamente recordada".

Y el Ángel de las Malas Acciones, con el libro abierto,responde:

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"Rojo el sol no se ha puesto todavía,mas retrocede cuando yo abro el Librode las Malas Acciones, porque el vientoborre lo que en sus hojas está escrito;ante mis ojos el paisaje todocada vez está más desvanecido:negra y espesa niebla va cubriendoel agua obscura del borroso río;las largas líneas negras van borrándoseuna tras otra en el papel blanquísimo.

"Ahora se pone el sol; pero hay un alma,el alma de un humano arrepentidoque se salvó de la fatal sentencia;ahora me voy con Dios y cierro el Libro.

"Allí, bajo mis pies, en la montañauna sombra fantástica diviso:una tiniebla con su luz por dentro;una tormenta con fulgores lívidosnegra nube surcada de relámpagos,y un resonante, interminable grito,un terrible lamento repitiéndosedel mundo por el ámbito sombrío:

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es Lucifer, el hijo del misterio;si el Señor toleró al Ángel Caído;él es también, en su grandeza extraña,su misterioso y trágico ministro,y aunque nosotros no lo comprendamosvive para algún bien desconocido.

Así termina "La Leyenda de Oro", el vasto poema porel que desfilan las costumbres y leyendas de la Edad Media,y que Longfellow consideraba, acaso con razón, como una delas creaciones portentosas de la literatura universal.

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HISTORIAS DE UNA POSADA DELCAMINO

Longfellow era ya septuagenario cuando terminó y dió ala estampa la segunda serie de estos poemas, comenzadosvarios años antes.

En una antigua posada de la vieja ciudad de, Sudbury,su dueño, un robusto y hermoso anciano de noble linajecolonial, que es también juez de paz de la villa, gusta reunirbajo su techo a las gentes más diversas.

Uno de sus huéspedes es un estudiante que amaapasionadamente las historias maravillosas del pasado: lascrónicas de Carlomagno, de Merlin, del Rey Arturo, y losperegrinos romances de Amadís de Gaula, de Blancaflor, deGalahad, de Clemencia y de Lanzarote.

Otro es un joven siciliano de mirada ardiente y rasuradorostro monacal. Ama también las historias y los alegrescuentos de Toscana: sus dioses son el Dante, Boccaccio yTeócrito de Siracusa.

Tiene luego un judío español de Alicante, un mercaderde sedas con aspecto de patriarca bíblico que conoceprofundamente las parábolas y los textos del AntiguoTestamento, y parece estar contemplando siempre las visionesde los tiempos pretéritos.

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Tras el sabio mercader hebreo bríllase un teólogo de laescuela de Cambridge, ducho en el decir y la pluma, soñandosiempre con la Iglesia Universal, alta como el amor de Dios ygrande como las necesidades de los hombres.

Junto al teólogo, un poeta sueña con la gloria, y en lasrevelaciones de su inspiración busca el secreto de la Poesíainmortal, sin envidiar la gloria ajena.

Sexto y último: un músico noruego de nostálgicos ojosazules, parece vivir continuamente en el mundo heroico ydesvanecido de las sagas escandinavas, y siente correr por susvenas la sangre aventurera de los Vikings.

Cada uno de ellos cuenta su historia, mientras el fuegocrepita en la chimenea y la claridad que se escapa de lasventanas de la posada hace danzar las sombras en las callesobscuras y dormidas de la vieja ciudad de Súdbury.

El RELATO DEL POSADERO

LA CABALGATA DE PAUL REVERE

Hijos míos, oíd, voy a contaroscómo fue la nocturna cabalgatade Paul Revere en el setenta y cinco,un dieciocho de abril. No queda un almaviviente de aquel tiempo tan famoso

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en que tal hecho se inmortalizara.

Paul le dijo a su amigo: "Si esta nochellegase a la ciudad tropa británica,cuelga en la torre norte de la iglesiaun farol que se vea a la distancia:uno, si llegan a invadir por tierray dos, si por el mar se aproximaran.

"Yo quedaré esperando en la otra orillaque la señal de la invasión tú me hagascon el caballo listo y todo prontopara llevar por Middlesex la alarma,despertando a mi paso entre la nochea los de las aldeas y las granjas".

Se despidió y remando silenciosode Charlestown volvió a la costa bajaal alumbrar la luna la bahíadonde estaba meciéndose a las anclasen la indecisa claridad, obscuray espectral, la británica fragata.

Horas anduvo el diligente amigorondando por callejas y por plazas,

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hasta que oyó por fin en el silencioronco son de tambores, ruido de armasy el paso acompasado de la tropaque marchaba a embarcarse en las barcazas.

Subió luego a la torre de la iglesiatrepó la frágil e insegura escala,y al llegar al obscuro campanarioenvuelto en sombra misteriosa y vaga,las palomas dormidas en las vigasde pronto despertáronse asustadas.Continuó su ascensión en la tinieblapor la crujiente y temblorosa escalahasta llegar, impávido y a tientas,a la ventana más angosta y alta:desde allí vio las casas de la villapor la luz de la luna iluminadas.

Debajo, en el obscuro camposanto,dormían los difuntos, y era tantala nocturna quietud, que oía el viento,centinela invisible que pasabavelando el gran silencio de las tumbascomo tiendas marmóreas y fantásticas.

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Un instante duró el encantamientodel lugar y la hora, y la aterradasensación de la noche y de la muerte:pensó en el que aguardaba a la distancia,en Paul Revere con su caballo prontoy en la tropa llegando con las barcas. Mientras tanto, impaciente y vigilante,Paul Revere por la costa se paseabaacariciando su corcel, mirandoal otro lado de las negras aguas,fijos los ojos en la torre obscuray del corcel la cincha aseguraba.

Erguíase el sombrío campanariosobre las tumbas de la loma; nadale decían la sombra y el silencio;hasta que de repente, débil, pálida,en la torre dormida y taciturnavio una confusa claridad lejana.

Paul Reviere saltó sobre el caballo,volvió a mirar, y en la nocturna calmavio una segunda luz que se encendíaallá entre la quietud de las campanas:"¡ Patria!" exclamó, con sofocado acento

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y el viento de la noche dijo "¡Patria!”

Hubo un tropel de cascos voladoresen el silencio de la calle aldeana;bajo la luna se alejó una sombraque alzaba chispas en las piedras pardas;y eso fue todo. Con aquel jineteel destino de un pueblo galopaba.

La aldea quedó atrás. Trepó la; lomas.Abajo el río dábale sus aguasal mar, con besos de revuelta espuma;y Paul Reviere en su angustiosa marchaoía el galopar de su caballosobre piedras y arenas solitarias.

Las campanadas de la medianocheen el reloj de la aldehuela dabancuando entró en Medford por el viejo puentey oyó los roncos gallos que cantaban,y más lejos, al rayo de la luna,el ladrar de los perros en las granjas.

Otro viejo reloj dió con voz gravela una cuando en Lexington entraba:

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en la indecisa luz vio la veletainmóvil; pasó frente a las ventanasdel municipio, y como muertos ojosPaul Revere pensó que lo miraban.

Y siguió galopando. Lentas, hondas,Paul Revere escuchó dos campanadascuando pasó por Concord, que dormía,oyó cantar los pájaros del alba,y en los campos vestidos de rocíooyó el dulce balar de las majadas.

Sintió el aliento de la fresca brisaen la quietud de la rural mañana:en su lecho dormía el que más tardeluchando iba a morir bajo las balasdel invasor, al defender el puentecontra el furor de la legión británica.

Ya sabéis lo demás. Cuentan los librosque fueron batidas, dispersadaslas legiones inglesas. Los granjerossupieron contestar hala por baladesde los cercos, y cómo la sangrecorrió por las aldeas y las chacras.

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Así fue galopando por la nochePaul Revere con su grito de "¡A las armas!”despertando las granjas, las aldeasde Middlesex, para la guerra santa:aquel grito que no se extinguiríajamás en la memoria de la patria.

El que en alas del viento de la historiaen las horas sombrías y angustiadasvolverá despertando a los que duermenpara que escuchen en la noche infaustaa de Paul Revere el inmortal mensajeen su heroica y nocturna cabalgata.

EL RELATO DEL POETA

CARLOMAGNO

Desde la torre, Olger de Dinamarcay Desiderio, rey de los lombardos,miraban hacia el norte; contemplabanlos infinitos y ondulantes campos;leguas de interminables sembradíos

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y los Alpes de nieve coronados:y fue entonces que vieron acercarseun poderoso ejército marchandopor los caminos que a la ciudad llevan;y el rey le dijo a Olger, que había pasadosu juventud como rehén en Francia:"¿No veis en la legión a Carlomagno?"Y Olger, le respondió: "No, no lo veo".

Siguió la vasta multitud llegandocual las olas de un mar, y con asombrocreciente, exclamó el rey de los lombardos:"Seguramente entre esos caballerosha de venir el mismo Carlomagno";y Olger le contestó: "No todavía:vendrá más tarde, aún es muy temprano".

Cada vez más inquieto, Desideriointerrogóle: "Olger, ¿qué haremos ambossi él llega con ejércitos mayores?"Dijo el danés: “Cuando él haya llegadoveréis qué clase de hombre es el monarca:mas no me preguntéis qué hará con ambos".

Llegó la guardia de los Paladines

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de Francia, infatigables, y al mirarlosllegar exclamó el rey de Lombardíacon un acento trémulo de espanto:"¡Allí están! ¡Allí están! ¡Y entre ellos vienecon su barba florida Carlomagno!""No es él - dijo el danés -, no es todavíael gran Emperador, sino sus francos".

Aparecieron luego los obisposy los abates y demás preladosde la imperial capilla, con los condes;y Desiderio, rey de los lombardos,a quien cegaba ya la luz del día,exclamó en los sollozos de su pánico:"Yo no quiero encontrar terrible muerte:del enemigo sin piedad huyamosy ocultémonos de él bajo la tierra!”

Y el danés contestó: "Cuando en los camposveáis temblar de miedo las cosechas,y el Ticino y el Po veáis azotandolas murallas con férreas marejadas,sabréis que ya ha llegado Carlomagno".

Apenas habló así, por el Noroeste,

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allá en la inmensidad del cielo vasto,apareció una nube amenazantede cuyo seno vieron aterradossurgir un resplandor épico de armas:una luz más terrible que el nubladoy que la sombra de la noche misma:era él que llegaba, Carlomagno.

De hierro eran su yelmo y guanteletes;de hierro su coraza y su caballo;de duro hierro hasta la crin vestía:la férrea lanza en su siniestra manoempuñaba, y su espada victoriosaen la diestra invencible; y a su ladohierro todos vestían: hierro erael rudo corazón del soberano;a su paso llenáronse de hierrolos caminos, los bosques y los campos,y al ser herido por el sol, las gentesde Lombardía con su rey temblaron.

Todo esto lo vio Olger desde la torre,y volviéndose al trémulo lombardole dijo: "Éste es el hombre que esperabais",y cayó cual cadáver a su lado.

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EL RELATO DEL JUDÍO ESPAÑOL

LA LEYENDA DEL RABINO BEN LEVI

El Rabí Ben Levi leía un sábadoun texto de la ley en que decía:"hombre ninguno ha de mirar mi rostroy después de ello ha de quedar con vida".

Y oró porque el Señor le concedieracomo una gracia única y divinael privilegio de poder mirarloy vivir tras mirada tan sacrílega.

Una sombra cayó sobre la página,y al levantar las húmedas pupilasel rabino vio al Ángel de la Muerteinmóvil frente a él, la espada lista.

Era un hombre piadoso; sin embargoen sus venas la sangre quedó fríay preguntó con tembloroso acento:"¿qué motivo ha tenido tu venida?”

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Y el Ángel respondió: "Rabí Ben Levila hora de tu muerte se aproxima,pero es de Dios la voluntad que tengasantes de tu morir, lo que tú pidas".

"Ver el lugar que ocuparé en el cielocon la mirada de mis ojos viva",dijo el rabino, y comenzó su marchadel Ángel tras la planta peregrina.

"Dame tu espada", dijo en el camino,porque la muerte en el andar temía,y entregósela el Ángel prontamentecon misteriosa y pálida sonrisa.

Lo llevó luego a la Ciudad Celeste,desde lo alto del muro dijo: "Mira",y el rabino Ben Levi preparósepara ver el lugar que ocuparía.

Sin que el Ángel pudiese detenerloentró de un salto en la Ciudad Divina,y pasó por las calles el alientode una cosa mortal, desconocida.

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"¡Vuelve atrás!", gritó el Ángel, y Ben Levihaciendo un ademán de negativale dijo: "No, me quedo para siempreen el nombre de Dios y mi alma misma".

Y los Ángeles todos exclamaron:"Ved de Ben Levi la actitud impía,oh Señor: por la fuerza entró en el cieloy jura que de aquí no se retira".

Y el Señor respondióles: "Oh mis ángeles,calmaos todos y esperad que os digaque él jamás quebrantó su juramentoy verá sin morir la cara mía".

Desde el gran muro el Ángel de la Muerteal oír la gran voz dijo con ira:"Oh Ben Levi, devuélveme mi espadapues tengo una misión y he de cumplirla".

"No", contestó el rabino, deteniéndose,"que basta ya de su misión maldita”y en ese instante: "¡Entrégala, Ben Levi!"oyó temblando que el Señor decía.

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Inclinó la cabeza en mudo rezo;"Tómala, que es la voluntad divina",díjole al Ángel, "nunca ojos humanosla volverán a ver desde esto día".

Tomó el Ángel la espada de sus manosy al contemplarla con mirada fijase alejó; desde entonces por la tierra,siempre invisible, sin cesar camina.

EL RELATO DEL MÚSICO NORUEGO

LA MUERTE DEL REY OLAF

Todo el día las naves combatieron,todo el día rugió la gran batalla,mas no se ha consumado todavíade Eric el conde la mortal venganza.

Los puentes están húmedos de sangre;las rojas flechas como nubes pasan;y van amontonándose los muertos,y van cayendo las pujantes lanzas.

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Nunca jamás contemplará Noruegasus marinos volviendo de las aguas:todos, todos cayeron en las naves,o duermen bajo el mar, entre las algas.

El rey Olaf se encuentra sobre el puente,erguida en hierro su figura impávida,entre las piedras y las jabalinasque el enemigo arrójale con ansia.

Entre la lluvia de los proyectilesKolbiorn, el fiel, se acerca a su monarcay lo protege con su férreo escudocontra las piedras y contra las lanzas.

Sobre los puentes rojos, resbalosos,de su galera, y empuñando el hacha,se agita Eric; nada lo detieneen su furia tremenda y en su saña.

Derribó el mástil con el brazo hercúleo,y cayó el palo con las velas blancascomo un pino cubierto por la nieveen la brumosa selva escandinava.

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Buscando a Olaf, seguido por su gente,se arroja por la popa de la barcacomo entra el cazador en la guaridade la fiera ya herida y acosada.

"¡Acuérdate de Hakkon!", le grita roncoy de pronto su extática miradave dos Olaf con reales armadurasque ante él majestuosos se levantan.

Luego el fiel Kolbiorn dícele al oídode Olaf, para darle ánimo, palabrasque sólo el rey, enardecido, escuchacon alta frente y con sonrisa pálida.

Dos escudos alzándose en el airedos reflejos de trenzas, rojas, largas:dos fulgores de púrpura sangrientay dos hombres saltando de la barca.

Los de Eric recogieron en los botesel escudo de Kolbiorn, que flotaba,y su grito: "¡Es Olaf, el rey!", sonoroy exultante vibró sobre las aguas.

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Mientras allá, junto a la opuesta margen,como una joya luminosa, extraña,otro escudo flotaba en la mareay con la ronca espuma se alejaba.

Hay una antigua historia peregrinaen la que dice cómo bajo el aguael rey se despojó de su armaduray nadó hacia la costa ya lejana.

Los jóvenes hacíanse ya ancianospero nadie en la tierra escandinavavolvió a ver, ni de día ni de noche,a Olaf, que de Noruega fue el monarca.