UNA CONVERSACION CON VALENTIN ANDRES · 2019-06-17 · Los Cuadernos del Diálogo UNA CONVERSACION...

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Los Cuadernos l Diálo UNA CONVERSACION CON VALENTIN ANDRES Juan Velarde Fuertes S í, sí. Aquel periosta, ¿cómo se llamaba?, González Ruano, e también ultraísta, con Vighi y con uno con apellido. igual al del Bibliotecario de la Universidad, eso, Lasso de la Vega. A González Ruano yo le oí una conrencia en el Ateneo en la que sostuvo que Cervantes perdió un brazo en Lepanto, pero que la pena e que no hubiese perdido los dos; así nos hubiéramos ahorrado el Quijote y el resto de sus obras. Había que darle la vuelta a todo, quedarse sin nada, para empezar de nuevo. Mi título Telarañas en el cielo se relaciona con eso. El maestro habla con el discípulo. El maestro se llama Valentín Andrés Alvarez y Alvarez. El dis- cípulo soy yo. Escuché su primera lección en enero de 1944. Han pasado ya treinta y seis años de diálogos, de silencios, de cordialidad mutua. El discípulo ha ido a ver al maestro. El maestro sale poco de casa. La vida, los problemas, quién sabe si extravagantes. timideces, retrasan dema- siado estas conversaciones. Es vano intentar en- contrar en ellas un hilo directo. La vida es pocas veces rectilínea, exacta. Quizá eso es algo mine- ral, como una arista de cristal exagonal de cuzo. El tema es si el Partenón entonces no es vida. Hoy, desde luego, las cosas van desordenada- mente. Para empezar el discípulo ha intentado de- cirle exactamente el título del ensayo que sobre el maestro va a publicar la Universidad de Oviedo: -Pues no sé dónde está la galerada que lo pone. Debe estar perdida, o quizá en el coche. -Bueno, déjalo. Siempre pasa eso. Todo empezó con una llamada telefónica por la mana: -De acuerdo; me levanto de la siesta a las cua- tro y media. Puedes venir a partir de entonces cuando quieras. -Estaré ahí a las cinco y media en punto. A las cinco y media yo estaba aún trabajando con el ministro de Sanidad. Salí para casa de don Valentín a las seis. Llegué cerca de las seis y media. En la puerta estaba un niño pequeñito, muy gracioso, que me miraba con ojos muy gran- des: -«Es un nieto, hijo de Juanín», me dice doña Carmen Corugedo, la esposa del maestro. Este avanza por el pasillo muy firme, muy elegante: 58 -«Pasa, pasa. Estamos los dos mejor en este despacho». Hay libros por todas partes. En la mesa, ente a mí, veo el de Thomas, Cálculo infinitesimal y Geometr analítica, editado por Aguilar: -«Es excelente». Y prosigue: -«Si lo co- ges tú o tu mu j er, no lo sueltas. Es además clarí- simo. Va de lo cil a lo dicil». Miro un momento el índice, y lo dejo sobre un montón de tomos de Ayga. Le digo: -También yo ando leyéndolos ahora, don Valentín. -A mí algunos me gustan mucho. Está bien la colección. ¿Y qué era eso que me dijiste por telé- fono? -Sencillamente que para «Los Cuadernos del Norte» quería puntualizar algunas dudas biográfi- cas sobre usted, y decirlo todo en forma de con- versación. -Pero Norte era la revista de Camín. ¿Tendrían bien registrado el título? Mira que si lo tiene Ca- mín registrado... Camín vive en Porceyo, cerca de Gijón. Me escribe de vez en cuando. A mí me gusta como poeta. Es muy bueno. · -No leí nada suyo como poeta. -Pues sí; es excelente. Pero los versos que hace son clásicos sonetos... -Endecasílabos y demás. -Sí, sí; buenos poemas. Pero Norte era suyo. -Espero que la Caja de Ahorros lo haya estu- diado a fondo.

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Los Cuadernos del Diálogo

UNA CONVERSACION

CON VALENTIN

ANDRES

Juan Velarde Fuertes

Sí, sí. Aquel periodista, ¿cómo se llamaba?, González Ruano, fue también ultraísta, con Vighi y con uno con apellido. igual al del Bibliotecario de la Universidad,

eso, Lasso de la Vega. A González Ruano yo le oí una conferencia en el Ateneo en la que sostuvo que Cervantes perdió un brazo en Lepanto, pero que la pena fue que no hubiese perdido los dos; así nos hubiéramos ahorrado el Quijote y el resto de sus obras. Había que darle la vuelta a todo, quedarse sin nada, para empezar de nuevo. Mi título Telarañas en el cielo se relaciona con eso.

El maestro habla con el discípulo. El maestro se llama Valentín Andrés Alvarez y Alvarez. El dis­cípulo soy yo. Escuché su primera lección en enero de 1944. Han pasado ya treinta y seis años de diálogos, de silencios, de cordialidad mutua.

El discípulo ha ido a ver al maestro. El maestro sale poco de casa. La vida, los problemas, quién sabe si extravagantes. timideces, retrasan dema­siado estas conversaciones. Es vano intentar en­contrar en ellas un hilo directo. La vida es pocas veces rectilínea, exacta. Quizá eso es algo mine­ral, como una arista de cristal exagonal de cuarzo. El tema es si el Partenón entonces no es vida.

Hoy, desde luego, las cosas van desordenada­mente. Para empezar el discípulo ha intentado de­cirle exactamente el título del ensayo que sobre el maestro va a publicar la Universidad de Oviedo:

-Pues no sé dónde está la galerada que lo pone.Debe estar perdida, o quizá en el coche.

-Bueno, déjalo. Siempre pasa eso.Todo empezó con una llamada telefónica por la

mañana: -De acuerdo; me levanto de la siesta a las cua­

tro y media. Puedes venir a partir de entonces cuando quieras.

-Estaré ahí a las cinco y media en punto.A las cinco y media yo estaba aún trabajando

con el ministro de Sanidad. Salí para casa de don Valentín a las seis. Llegué cerca de las seis y media. En la puerta estaba un niño pequeñito, muy gracioso, que me miraba con ojos muy gran­des:

-«Es un nieto, hijo de Juanín», me dice doñaCarmen Corugedo, la esposa del maestro. Este avanza por el pasillo muy firme, muy elegante:

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-«Pasa, pasa. Estamos los dos mejor en estedespacho». Hay libros por todas partes. En la mesa, frente a mí, veo el de Thomas, Cálculo infinitesimal y Geometría analítica, editado por Aguilar: -«Es excelente». Y prosigue: -«Si lo co­ges tú o tu mujer, no lo sueltas. Es además clarí­simo. Va de lo fácil a lo difícil». Miro un momento el índice, y lo dejo sobre un montón de tomos de Ayalga. Le digo: -También yo ando leyéndolos ahora, don Valentín.

-A mí algunos me gustan mucho. Está bien lacolección. ¿ Y qué era eso que me dijiste por telé­fono?

-Sencillamente que para «Los Cuadernos delNorte» quería puntualizar algunas dudas biográfi­cas sobre usted, y decirlo todo en forma de con­versación.

-Pero Norte era la revista de Camín. ¿ Tendríanbien registrado el título? Mira que si lo tiene Ca­mín registrado ... Camín vive en Porceyo, cerca de Gijón. Me escribe de vez en cuando. A mí me gusta como poeta. Es muy bueno. ·

-No leí nada suyo como poeta.-Pues sí; es excelente. Pero los versos que hace

son clásicos sonetos ... -Endecasílabos y demás.-Sí, sí; buenos poemas. Pero Norte era suyo.-Espero que la Caja de Ahorros lo haya estu-

diado a fondo.

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-Así que la Caja de Ahorros de Asturias andaen eso. Pues sí que se van a arruinar escribiendo cosas sobre mí.

-Ahí el negocio es seguro, don Valentín.-No, qué va. ¿No fumas? Haces bien. Yo fumo

demasiado. A lo mejor lo siento. Don Valentín fuma un cigarrillo largo con mu­

cha elegancia. Está muy erguido; el humo del ta­baco forma una nubecilla sobre este mundo de libros. En el suelo veo Clarín, de la colección de Vidas españolas e hispanoamericanas de Espasa Calpe. Otro montoncito, sobre unas escaleras de biblioteca. El de encima es la primera edición de Genio de España de Ernesto Giménez Caballero.

-Por supuesto; me hice del movimiento Dadá, ycomo a todos me hicieron presidente.

-Pero Guillermo de Torre no recoge esto.-Es que yo, con eso y con todo lo que se refiere

a la generación del 27 -que la hace nacer la Re­vista de Occidente- no me relacioné demasiado intensamente, porque vivía casi siempre en Astu­rias, y claro ...

-Pero la Revista de Occidente publicaba mu­chas cosas suyas.

-Yo estoy, de todos modos lejos; no andabademasiado por Madrid.

-Pero Giménez Caballero coloca su nombre en­tre los que aparecen en el n.0 1 de La Gaceta Literaria ...

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-Pero yo no escribí nada en ella.-Yo lo tomé de un pasquín de esta revista; ya

verá usted; a ver las galeradas. Las galeradas de nuevo se resisten a entregar su

mensaje. No doy con la cita; resbalan las hojas; se caen al suelo.

-Bueno, déjalo. Siempre pasa eso.-Entonces usted, don Valentín, no tiene un con-

tacto personal muy grande con su generación, la del 27, ¿no es así?

-No exactamente. Gerardo Diego muy amigomío, ya ves, es académico. Y Dámaso Alonso también era muy amigo mío, y además, como yo, hijo único de viuda joven. Eso es un problema. El tema lo plantea muy bien Mauriac en una novela excelente, Génitrix. La viuda madre de un hijo único se desvive por éste; no lo deja salir de noche; lo espera al balcón; se angustia; llega tam­bién después el momento que yo llamo de la gue­rra de la Independencia.

-Cuando visité su casa de Grado con su hijoJuan, me dijo que allí había estado otro miembro de la generación del 27, García Lorca.

-Sí, con La Barraca. Y estuvo también Azaña.No por ningún motivo político. Como funcionario de la Dirección General de los Registros y del Notariado tuvo que presidir unas oposiciones a notarías en Oviedo. Y por allí anduvo.

-¿ Y cómo era Azaña? A Manuel Aznar le oídecir que vivía bajo la presión de la sombra de Ortega.

-Por supuesto. Ten en cuenta que Azaña hu­biese sido el Ortega de la intelectualidad joven, si Ortega no hubiese existido. Además era un pro­sista excelente, mejor que Ortega. Pero éste, claro lo dejó en la sombra.

-Aznar me hablaba de un ensayo sobre DonQuijote que Azaña pretendía publicar en El Sol y que Ortega trataba despectivamente.

-Es que así se explica el estilo de un folletoanónimo en el que se atacaba a Ortega y a Mo­rente. Yo lo he perdido. Esas cosas son curiosas. Azaña escribía, repito, muy bien, y traducía tam­bién muy bien. Ahí tienes lo de La Biblia en España de don Jorgito.

-Hablando de Ortega, ¿qué era eso de los Sim­posia a los que usted acudía?

-Pues no sé; cosas de don Pío Ballesteros. Yo,aparte de la Universidad, veía a Ortega en la Granja El Henar. Allí estaba la tertulia abierta de Valle Inclán, pero la de Ortega y Gasset era ce­rrada. Asistían sólo personas autorizadas por él. Recuerdo a Blas Cabrera, al psiquiatra doctor Sa­cristán, a Ruiz Castillo que era algo así como una especie de administrador de Ortega para asuntos de los Ministerios, porque como editor se movía por ellos con agilidad.

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-¿Sabe usted que un nieto de Ruiz Castillo as­pira a ser Agregado de Teoría Económica?

-Pues será hijo del que hizo ese libro tan entre­tenido de memorias.

-El mismo. Y Olariaga, ¿iba por allí? Porque yoleí cartas de Ortega a Olariaga en el que le da consejos para estudiar economía en Alemania. Olariaga también se carteó en esa época con Unamuno. Yo leí la correspondencia en Sala­manca. Alguien me dijo que interesaba a Ortega escuchar a Olariaga en la tertulia porque así se enteraba de cosas diferentes.

-Mira; en la tertulia de Ortega sólo se escu­chaba a un contertulio: a Ortega. Lo demás no es cierto. Después pasamos a reunirnos en la Gran Vía, encima de Calpe. Eso de las tertulias era muy interesante.

-Usted frecuentaba mucho la del Regina.-Fue donde conocí a Giménez Caballero. Un

día apareció por allí un chico joven, un poco apu­rado, porque temía que lo juzgase un Consejo de Guerra por haber escrito Notas marruecas de un soldado. Era amigo de Azaña.

-¿Eso era a principios de la Dictadura?-Quizás; ¿no conoces el libro? Por ahí lo tengo.

Mira en el estante de encima. ¿ Y en esos tomos de la esquina? Si lo encuentro, te lo regalo.

-En esa tertulia iba Francisco A. de Icaza, ¿no?-Con Díaz Canedo y Prieto Icaza era muy mal

hablado. Se metía con Eugenio d'Ors, siempre un poco extravagante. Por cierto que Prieto allí me explicó que se llamaba Indalecio Corugedo, por el abuelo de Carmen. Su padre era un ujier de la Audiencia de Oviedo, y el padre de mi suegro era un abogado famoso al que este último admiraba. Por eso cuando tuvo un hijo, le puso en la pila Indalecio. Así que tenía yo una relación con Prieto, un tipo muy simpático; era muy diferente de Azaña, también de la tertulia.

-Los Corugedo reformistas, vienen pues de eseabogado.

-Que se iba a ordenar con otro de Cornellana,Pello. Y poco antes de cantar misa, los dos, Pello y Corugedo, decidieron hacerse abogados y dejar el Seminario.

. �¿ Y cómo acabó usted en el Instituto de Estu­dios Políticos? Es una cuestión sobre la que yo expuse en la Universidad la tesis de que no se explica sin el fenómeno que yo llamo del «ridrue­jismo». Esto es, de oposición al nacionalcatoli­cismo por parte de grupos falangistas, que buscan el refuerzo intelectual de liberales.

-Y o pertenecía a una organización anterior, queno me acuerdo cómo se llamaba. Estaba, entre otros, con Tejero y Vergara. Cuando llegó el triunfo de Franco nos atacaron, y hubo una espe­cie de abogado acusador y todo. Pero este abo-

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gado acusador fue Nicolás Ramiro Rico que dictó sentencia como Juez Depurador. Se portó muy bien. Nos absolvió con todos los pronunciamien­tos favorables. Luego Carande nos llamó al Insti­tuto de Estudios Políticos; allí estuvimos a sus órdenes.

-Por cierto qué recuerdo que en una reunión dela Revista de Economía Política le pregunta a usted Conde por la marcha de su trabajo sobre el Tableau Economique y usted habla de que lo deja ,de momento, pues ha encontrado un ensayo de no 'sé quién, y esto ha alterado su plan de trabajo. Yo escribo que era Leontief.

-¡Qué va! Antes del de Leontief había un estu­dio matemático magnífico, de un alemán, sobre el Tableau. Me lo localizó Paredes en la Biblioteca del Ministerio de Industria y Comercio. Era un folleto interesantísimo. Como no anoté el nombre nunca se pudo localizar.

-Y o mañana voy a ir al Servicio de Estudios delMinisterio de Comercio, y si está se lo fotocopio.

-Trata de encontrarlo. A mí me dijeron que noaparecía.

-Tenga usted en cuenta lo que le pasó a Barajacon el expediente, creo que de Aviraneta, que se negaban a admitir que existiese hasta que don Pío se subió a una escalera y estaba precisamente donde marcaba la ficha.

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-Pues a ver si tienes suerte; consulta el índicede materias y no se te olvide enviármelo. Me interesa muchísimo. Era una preciosidad de desa­rrollo matemático. Eso de los archivos es tre­mendo. Cuando Pello construyó el Embalse de Salime fui con él al Archivo de Obras Públicas para saber si estaba alguna carretera proyectada por allí. El archivero, un tipo muy gracioso, le decía que España, si se hubiese hecho todo lo proyectado, sería el país más civilizado del mundo. Allí hablamos de una que no se había hecho. Pello le decía: -«Pero ¡ si estaba declarada urgente!»-. Y él replicaba: -«Por eso, por eso. Se declararon tantas urgentes, que había una cola enorme en los expedientes de ésta, y en cambio las normales iban construyéndose más rápida­mente». Lo cuento en mis Memorias.

-Ya, ya. Y con lo bien escritas que están nocomprendo cómo no le llamaron a la Academia. Yo hablé con don Samuel Gili, y poco más. No noté vibración, y me pareció una atrocidad.

-No yo, pero alguien de Economía tendría quehaber allí. ¿Qué me dices de todo el léxico de estadística?

-Por ejemplo acuracidad.-Y mil otras cosas. Debían pensar en eso.-Ya sabe usted que Tamames aspira a ese

puesto. -Convendría que hubiese alguien.

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Confieso que mi pequeña campaña -un artículo en Indice, mis charlas- sólo sirvieron para que pidiesen desde la Real Academia Española a don Valentín unos libros, y después nada más.

Hemos encendido la luz. Se despide el nieto, camino de otra abuela. Busco el folleto de Virginia García Gontán. Prosigo:

-Y usted, ¿dio clase en la Institución Libre deEnseñanza?

-Hay ahí una confusión tuya. Castillejo, con esatécnica suya de conseguirlo todo dándole un 'ar­gumento al ministro, haciendo que éste lo tuviese como propio y combatiéndolo a continuación, con lo que el ministro llevaba adelante la idea de Casti­llejo creyendo que se oponía, construyó en los altos del Hipódromo dos edificios. Allí se instaló la llamada Residencia de Menores. Las enseñan­zas las organizó Morente. Como yo era el único científico de la tertulia de Ortega me ofreció dar clase de Física y de Matemáticas. Allí las di desde 1914, durante dos o tres años. Comencé vestido de soldado. Por cierto que en realidad nunca pasé de quinto, porque el día de la jura de bandera estuve enfermo, y no pude asistir al acto.

-Ahora soy yo el que doy clase sobre usted. Elviernes concluí la lección titulada V alentín Andrés Alvarez. Ahora paso a tratar de don Manuel de Torres.

Y o lo principal que aporté fue en cuestiones de mercado. Lo de concurrencia y competencia ...

-Que estuvo a punto de costarle un problema aManolo Sacristán en la traducción de la Historia del análisis económico de Schumpeter.

-Es que nosotros tenemos un idioma más rico,y por eso matizamos mejor. Y lo de formas del mercado lo recogió, como sabes, Stackelberg.

Cae el silencio en la casa. De pronto me pre-gunta:

-¿Ha muerto Teodomiro Menéndez?-Sí; hace un año o dos.Y no soy capaz de dar con el nombre familiar de

la casa de estos Menéndez, en Salas, que tuvieron el Hotel Menéndez.

-Como ve, don Valentín, también tengo malamemoria.

-Eso te pasa por ser algo enciclopedista. Y otambién intenté serlo, y se resiente la memoria.

Y sin darse cuenta comienza a hablarme de matemáticas, y después de política, y después de literatura, sin fallar un nombre, una fecha.

-Vuelve por aquí. Casi no salgo.Por supuesto que volveré. Es imposible salir

más enriquecido de una casa de como yo salgo esta noche, húmeda, asturiana, a la

ecalle madrileña de Ibáñez Martín. Espero que estos no sean otros Diálogos perdidos.