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UN RECORRIDO POR LAS DEFINICIONES DE LA FELICIDAD Y SUS IMPLICACIONES ESTADO DEL ARTE ANDRÉS CAMILO PENAGOS MARÍN ASPIRANTE AL TÍTULO DE ESPECIALISTA EN PSICOPATOLOGÍA Y ESTRUCTURAS CLÍNICAS ASESORA: MARICELLY GÓMEZ VARGAS MAGISTER EN PSICOLOGÍA UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANAS DEPARTAMENTO DE POSGRADOS MEDELLÍN 2019

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UN RECORRIDO POR LAS DEFINICIONES DE LA FELICIDAD Y SUS IMPLICACIONES

ESTADO DEL ARTE

ANDRÉS CAMILO PENAGOS MARÍN

ASPIRANTE AL TÍTULO DE ESPECIALISTA EN

PSICOPATOLOGÍA Y ESTRUCTURAS CLÍNICAS

ASESORA: MARICELLY GÓMEZ VARGAS

MAGISTER EN PSICOLOGÍA

UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA

FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANAS

DEPARTAMENTO DE POSGRADOS

MEDELLÍN

2019

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AGRADECIMIENTOS

Quiero expresar mi gratitud a cada una de las personas que contribuyeron al desarrollo de

este trabajo de forma directa o indirecta. Primeramente, a mi madre: sin su apoyo

incondicional nada de esto hubiese sido posible. A Catherine, por su constante colaboración

y compañía, aun cuando el camino se presentó cada vez más implacable. A Sebastián,

quien me inspiró el estudio de la felicidad. A mis amigos y camaradas. A cada uno de mis

compañeros de especialización con quienes tuve la oportunidad de ampliar mis

conocimientos en cada encuentro a través de distintas discusiones y experiencias.

Especialmente a Karen, Julián, Melissa, Catalina, Daniela, Nicolás y José, pues hicieron

más llevadero y fascinante cada viaje. A cada profesor de la especialización por mantener

viva mi ansia de saber. Así mismo, a la universidad de Antioquia por mantener sus puestas

abiertas. Finalmente, a mi asesora Maricelly por su paciencia, comprensión y precisa

orientación. A todos ellos mis más sinceros agradecimientos. Este trabajo es para ustedes.

 

   

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Tabla de contenido Resumen ............................................................................................................................................. 4 

Introducción ....................................................................................................................................... 5 

Memoria metodológica ..................................................................................................................... 6 

Conceptualización de felicidad: manifestaciones empíricas y principios teóricos .................... 18 

Componentes de la felicidad y conceptos relacionados ................................................................ 38 

Población y problemáticas de salud mental: una aproximación contextual a la felicidad ....... 56 

Conclusiones .................................................................................................................................... 72 

Recomendaciones ............................................................................................................................ 73 

Referencias bibliográficas ............................................................................................................... 74 

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Resumen La presente investigación es un recorrido por las características de la felicidad y conceptos relacionados según los desarrollos de la psicología. En él se describen las conceptualizaciones, se identifican los conceptos relacionados y se reconocen las problemáticas de salud mental y poblaciones asociadas a la felicidad en una muestra bibliográfica. La población examinada en esta investigación fue documental: libros, artículos de revista, trabajos de grado y artículos de investigación. Se realizó un análisis transversal para identificar similitudes, coyunturas, tendencias y diferencias. Se encontró que brindar una definición puntual, universal y precisa que pueda constituir un principio soberano de lo que es la felicidad resulta complejo; no obstante, pese a su indeterminación, la psicología encontró importante apoyo en corrientes como la hedónica y la eudaimónica de la filosofía, o inclusive en pensadores particulares propiamente dichos. De allí resultaron concepciones acerca de la felicidad como: un fin, un bien, una virtud, una experiencia placentera, un estado, el resultado de una evaluación subjetiva, bienestar psicológico, bienestar subjetivo, bienestar propiamente dicho; una emoción o un afecto positivo, un logro, un camino o una forma de recorrerlo. Se recomienda hacer revisión del fenómeno imperativo cultural que empuja hacia la felicidad, así como hacia el positivismo, pues parece que tiene implicaciones clínicas importantes. Así mismo llevar a comprobación empírica las relaciones hasta aquí establecidas entre felicidad y otros elementos y realizar una revisión teórica juiciosa que permita realizar la distinción entre términos como felicidad y bienestar; felicidad y placer; felicidad y optimismo; felicidad y positividad.

Palabras clave: Felicidad, Salud mental, Psicología, Hedonismo, Eudaimonía.

Abstract

The present research is a journey through the characteristics of happiness and related concepts according to the developments of psychology. It describes the conceptualizations, related concepts, mental health problems and populations associated with happiness in a bibliographic sample. The population examined in this research was documentary: books, journal articles, grade papers and research articles. A cross-sectional analysis was carried out to identify similarities, conjunctures, trends and differences. It was found that providing a specific, universal and precise definition that could constitute a sovereign principle of what happiness is, its complex; However, despite its indeterminacy, psychology found important support in currents such as the hedonic and the eudaimonic of philosophy, or even in particular thinkers themselves. From there resulted conceptions about happiness as: an end, a good, a virtue, a pleasant experience, a state, the result of a subjective evaluation, psychological well-being, subjective well-being, well-being; an emotion or a positive affect, an achievement, a way or a way to go through it. It is recommended to review the cultural imperative phenomenon that pushes towards happiness, as well as towards positivism, since it seems to have important clinical implications. Likewise bring to empirical verification the relationships established here between happiness and other elements and perform a judicious theoretical review that allows to make the distinction between terms such as happiness and well-being; happiness and pleasure; happiness and optimism; happiness and positivity.

Keywords: Happiness, Mental health, Psychology, Hedonism, Eudaimonia.

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Introducción  

Hoy por hoy, el ser humano se las ve de alguna u otra manera con el asunto de la felicidad.

Ya sea a partir de una pregunta particular o víctima del bombardeo mediático que insta a

ser feliz. Pese a que siempre se ha pensado que hay en los miembros de la especie humana

una tendencia natural hacia la felicidad, como uno de los fines más loables propios de la

existencia ¿Hasta qué punto realmente se puede dar una definición de tal fenómeno?

Habitualmente, cuando en una conversación se pregunta a otro sujeto por su felicidad,

podrá responder, efectivamente, si es feliz o no y por qué, diciendo en relación a este

último punto una serie de manifestaciones empíricas que su propia experiencia le ha

indicado le producen felicidad. Aunque allí ya de por sí aparece una dimensión

especialmente subjetiva, es, sobre todo, cuando la pregunta por definición emerge que

aparecen un sinfín de respuestas imaginables. Es paradójico, pues a pesar de que

aparentemente todo el mundo tiene que ver con la felicidad, probablemente la ha

experimentado, puede dar cuenta de algunas experiencias relacionadas con la misma, puede

señalar que cierto tipo de personas es más feliz que otras, aún con todo eso no exista una

suerte de principio universal que determine su definición.

A continuación, el lector se encontrará con un recorrido por los intentos de

definición de este concepto al interior de la psicología que, empero, se ha apoyado en otras

disciplinas para tal fin. Seguidamente, se topará con algunas de las implicaciones que este

fenómeno puede tener, así como los conceptos que se han relacionado con la felicidad a lo

largo de la literatura, inclusive, para definirla a partir de los mismos. Finalmente, hallará

una aproximación más contextual, a saber, qué relación tiene la felicidad con cierto tipo de

poblaciones y otros fenómenos, específicamente, aquellos que se constituyen como

problemáticas de la salud mental propiamente dicha. Este recorrido, aunque no garantiza

brindar una respuesta última, permitirá mostrar un estado de la cuestión sobre la felicidad

en la disciplina psicológica y abrirá, así mismo, la posibilidad de generar interrogantes que

permitan seguir pensando este asunto con un lente crítico.

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Memoria metodológica  

Planteamiento del problema

La felicidad es un fin o propósito que busca alcanzar o mantener el ser humano

(Freud, 1930). Sin embargo, el concepto de felicidad es tan indeterminado que a pesar de

que todos quieren alcanzarla no pueden decir de forma definitiva y sistemática cómo

hacerlo (Kant, 1785). A pesar de ello, hay un evidente interés académico y cultural en el

asunto de la felicidad, que va desde lo individual a lo colectivo, enlazando la felicidad a

distintas variables y constructos que parecen influir en la felicidad y viceversa. En lo que

respecta a la felicidad, se han realizado diferentes estudios desde distintas disciplinas,

pasando del terreno de la reflexión filosófica a estudios científicos propiamente dichos. Es

por ello que la psicología en los últimos años se ha sumado al estudio de la misma,

estableciendo correlación con sus constructos más habituales como se podrá ver a lo largo

de la presente revisión.

Ahora bien, a nivel internacional, destaca la participación de oriente medio en la

investigación sobre felicidad y variables asociadas. Es así como, una indagación realizada

en Turquía por Sariçam (2014) se propuso evaluar la relación entre felicidad subjetiva y

esperanza en 435 estudiantes universitarios utilizando para este fin la Escala de Esperanza

Integrativa y la Escala de Felicidad Subjetiva (SHS). De este modo, observó que los

elementos que más se relacionan con la felicidad subjetiva de forma positiva son la

confianza, el optimismo frente al futuro y las relaciones sociales, así como los factores de la

esperanza, resaltando que la ausencia del factor perspectiva tenía una correlación negativa

con la felicidad subjetiva.

Al mismo tiempo, Tabrizi & Akbari (2014) en la ciudad de Rasht, Irán, revisaron la

relación entre felicidad y calidad de vida, y la salud psicológica en 150 mujeres, estudiantes

de segundo grado de bachillerato a través de tres cuestionarios: OHI, WHOQOL-100 y

RspwB. Hallaron que existe una relación significativa entre felicidad, calidad de vida y

salud psicológica, siendo esta una relación directamente proporcional. Adicionalmente, en

Pakistán, Shafiq et al (2015) exploraron la relación entre felicidad y salud mental en 100

estudiantes universitarios (70 mujeres, 30 hombres). Para ello, utilizaron el GH-12 y la

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SHS como instrumentos de recolección, lo que les permitió establecer, en consonancia con

el estudio de Tabrizi & Akbari (2014), que existe una relación directamente proporcional

entre felicidad y salud mental, sin diferencias significativas por género.

Mientras tanto, en lo que respecta al contexto hispanoparlante también hay

diferentes revisiones recientes. Para ilustrar mejor, en un estudio realizado en España

(Panadero et al, 2013) con personas sin hogar se revisó la felicidad general manifestada por

esta población. Contó con una muestra de 235 participantes y recolectó la información a

través de una entrevista. Es así como hallaron que, en Madrid, el 46,7% las personas sin

hogar se consideran felices. Simultáneamente el 21,2% se consideraba infeliz; así como el

28,5% dijo no ser “ni feliz ni infeliz”. Así mismo, determinaron que las variables asociadas

a la felicidad en esta población son la percepción de apoyo social, el estado salud, las

expectativas de futuro y ser religioso, lo que contrastaba con estudios en la población

general donde el nivel de ingreso y las redes sociales parecen un factor determinante en el

bienestar y la felicidad. También en el país vasco, López et al (2017), realizaron un estudio

cualitativo con 48 docentes de básica primaria sobre la percepción que tienen de felicidad-

bienestar a través de entrevistas con un enfoque de psicología positiva. De donde resultó

que la percepción de los profesores es que la felicidad no depende del nivel de ingresos, de

lo laboral, tener pareja o ser joven, sino que resaltaron la personalidad y el factor genético-

ambiental como determinantes de la felicidad.

Ese mismo año, Morán et al (2017) desarrollaron una investigación acerca de la

relación entre la felicidad y los rasgos-tipos de personalidad en 378 universitarios

españoles, a través de la escala PANAS (afecto positivo/negativo), el cuestionario NEO-

FFI (dimensiones de personalidad) y la SWLS (escala de satisfacción con la vida por sus

siglas en inglés). De esta forma, encontraron que quienes puntuaron alto en la categoría de

autorrealización en el PANAS son quienes experimentan un mayor nivel de felicidad, aquí

equiparado a bienestar subjetivo, en contraste con quienes se aproximaban a la categoría de

autodestrucción que, al parecer, su capacidad de sentir felicidad era inferior. Además,

encontraron una relación entre felicidad y neuroticismo bajo con alta extraversión,

componentes que constituyen la personalidad resiliente o auto-constructiva en términos de

la NEO-FFI.

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Al mismo tiempo, Herrera & Perandones (2017) en Badajoz, España, estudiaron

también la relación entre felicidad subjetiva y personalidad, combinando además sentido

del humor, en 454 docentes de los cuales el 65.6% eran mujeres. Los instrumentos que

utilizaron fueron la SHS, la MSHS (sentido del humor) y el BFI-10 (personalidad). Acorde

con el estudio de Morán et al (2017) encontraron una correlación inversamente

proporcional entre neuroticismo y felicidad, al igual que una correlación directamente

proporcional entre el rasgo de personalidad extraversión, ligado al sentido humor, y

felicidad en los docentes. No obstante, en este estudio también hallaron que el sentido de

responsabilidad de los docentes y una actitud de apertura hacia experiencias vitales

contribuyen a experimentar felicidad.

Por su parte, y dando paso al contexto latinoamericano, Muratori et al (2015)

realizaron un estudio comparativo sobre felicidad y bienestar psicológico entre España y

Argentina, contando con 193 argentinos y 162 españoles residentes en su respectivo país,

con el ánimo de realizar una aproximación a la incidencia de variables sociodemográficas y

la mediación de la felicidad en función del bienestar psicológico. Para ello aplicaron las

escalas de Felicidad subjetiva y de Bienestar psicológico. De esta forma, establecieron que

al parecer los españoles son más felices y los argentinos cuentan con mayor bienestar

psicológico, aunque en general, en ambos países se evidencian altos niveles de felicidad y

satisfacción con la vida, lo que concordó con otras investigaciones de esa misma línea. Así

mismo, encontraron que probablemente la felicidad es un importante mediador en las

relaciones interpersonales e influye en los niveles de bienestar psicológico.

Igualmente, en un estudio realizado por Gerstenbluth et al (2008) en la región de

Río de la Plata que agrupa población de Argentina y Uruguay, utilizando un modelo Probit,

determinaron la probabilidad de que un individuo sea feliz y las variables que se

correlacionan a ello. Para este propósito utilizaron medidas auto-reportadas de satisfacción

con la vida y estado de salud individual. De este modo, encontraron que el principal

determinante de la felicidad es el estado de salud, por lo que tener una buena salud aumenta

entre 31% y 46% la probabilidad de ser feliz en población uruguaya y entre 15% y 27% en

población argentina. Así mismo, concluyen que el nivel de ingreso tiene un impacto

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importante en la felicidad, en contraste con la baja influencia que tiene sobre el estado de

salud.

De igual modo, en Bolivia, Mercado (2014) indagó sobre el concepto de felicidad

en 40 jóvenes universitarios a través de una entrevista semi-estructurada. De ahí resultó que

una parte de la población veía la felicidad como un estado duradero, independiente de

factores externos mientras que la otra parte lo entendía como una consecuencia, es decir, un

sentimiento agradable y pasajero, producto de una experiencia particular, siendo

fundamentalmente las mujeres las que apuntan a esta visión. Cabe destacar que al igual que

otras de las investigaciones aquí presentadas, el autor resalta la filiación como elemento

crucial en la felicidad para la población investigada. Por otro lado, Moyano (2017)

identificó la relación entre estrategias de enfrentamiento, salud mental y felicidad en 162

empleados de una universidad que se hallaba en un proceso de huelga. Para ello, utilizó

como instrumentos la escala de felicidad subjetiva y estrategias de enfrentamiento junto con

la escala de Goldberg, encontrando que la salud mental y la felicidad están relacionado con

el uso del humor, hallazgo similar al de otras investigaciones. Igualmente encontraron que

la salud mental y la felicidad no tienen variación dependiendo del nivel de escolaridad

académica entre los trabajadores.

Por otra parte, en Costa Rica, Núñez et al (2015) investigaron la relación entre

felicidad y autoestima, con un enfoque de psicología positiva, en 55 estudiantes de la

licenciatura en enfermería intercultural. Para ello aplicaron la escala de autoestima de

Robenberg y la escala de felicidad de Lima. De este modo, hallaron que existe una relación

importante entre autoestima y felicidad sobre todo en los puntos de satisfacción para la vida

y alegría de vivir. No obstante, en el punto de sentido positivo de la vida se encontró una

relación negativa. Así pues, concluyen que la autoestima es un elemento que puede predecir

de la felicidad. Utilizando el mismo instrumento, Castilla et al (2016) realizaron un estudio

descriptivo comparativo, sobre la felicidad y sus diferencias según sexo y edad en 402

estudiantes universitarios peruanos, manteniendo una proporción equitativa de hombres y

mujeres. Los resultados encontrados apuntan a que las mujeres son más proclives a sentir

felicidad, así como una correlación directamente proporcional entre edad y felicidad, a

mayor edad, mayor felicidad. A su vez, Rodríguez et al (2017) usaron dicha escala en

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población mexicana para realizar una evaluación psicométrica de la misma, revisando qué

tanto puede medir la felicidad en otras poblaciones. Para ello se valieron de dos muestras

heterogéneas de 600 personas cada una. A pesar de que su objetivo era la validación

psicométrica del instrumento, encontraron que, para esta población, la felicidad más que

una experiencia, es sobre todo una actitud socialmente aprendida y que tiene un alto

componente adaptativo en esa cultura.

En esta misma línea, Vera et al (2011) evaluaron las propiedades psicométricas de

la escala de felicidad subjetiva realizando dos aplicaciones con distintos objetivos, en un

primer momento con 300 participantes y posteriormente con 779 con el ánimo de establecer

la validez y confiabilidad del instrumento para la población chilena. Además, examinaron

la convergencia de este instrumento con otros como la escala de depresión de Beck,

cuestionario Big Five y cuestionario de optimismo disposicional. Así pues, concluyen que

los resultados obtenidos apuntan a adecuadas propiedades psicométricas del instrumento

para medir la felicidad, resaltando que la media de felicidad aumenta en la población adulta

respecto a la adolescente. En el mismo país, Pavez et al (2012) revisaron los factores

protectores y de riesgo asociados a la ansiedad en 711 personas de la ciudad de Santiago de

chile, aplicando para ello 4 escalas que miden ansiedad, depresión, felicidad y optimismo.

Es así que resaltan la felicidad junto con el optimismo, aunque con menor impacto, como

los principales factores protectores frente a los dos tipos de ansiedad (rasgo y estado),

hecho que los autores resaltan que concuerda con otras investigaciones recientes, así como

el papel que juega la depresión como factor de riesgo.

Por su parte, Carrasco y Sánchez (2008), afirmando que en la cultura mexicana es

observable la intensidad con la que el amor y la felicidad se viven, así como la dependencia

de estas variables ligada a los grupos de referencia, exploraron en 105 adultos de la capital

de ese país la relación entre experiencias emocionales de felicidad y amor a través de

preguntas abiertas. De ahí resultó a nivel cognoscitivo que tanto la felicidad como el amor

modulan de forma positiva la recepción y la interpretación de los acontecimientos; así

mismo, a nivel afectivo produce “alegría, optimismo, bienestar, tranquilidad y buen sentido

del humor” (p. 34). Por último, a nivel conductual destaca la tendencia a relacionarse

directamente proporcional con el estado de felicidad.

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En esta misma ciudad Sánchez & Méndez (2011) exploraron las diferencias

respecto al sexo y relaciones entre elementos que median en la felicidad y el bienestar

subjetivo, tales como cultura, recursos personales, auto-monitoreo y regulación emocional

en diferentes esferas de funcionamiento de 203 estudiantes universitarios (102 hombres,

101 mujeres) mediante la utilización de diez instrumentos diseñados, para medir las

variables intervinientes en la experiencia de felicidad. De este modo, encontraron, al igual

que en otras investigaciones, una facilidad por parte de las mujeres para el entendimiento

de la emoción, así como para su expresión, hecho que además concuerda con un alto

puntaje en extroversión encontrado en otras investigaciones. Sin embargo, no se encontró

una correlación significativa de este hecho con el bienestar subjetivo. En contraste,

resaltaron una dificultad para la expresión emocional en los hombres que sí mostró una

relación positiva con el bienestar subjetivo. En consonancia con otras investigaciones,

encontraron también en las relaciones interpersonales un factor influyente en la felicidad,

aunque los hombres resaltaron el rol de los amigos y las mujeres el de la pareja.

También en México, Pozos et al (2013) estudiaron el significado de felicidad en

general y la felicidad en pareja, además de sus diferencias por sexo y estado civil en 200

personas que sostenía una relación de pareja (100 hombres, 100 mujeres), de las cuales 82

estaban casadas. Como resultado, exponen que independiente del sexo y del estado civil la

población resalta el papel del amor, la familia, la pareja, los hijos, los amigos y los bienes

materiales como factores influyentes para la felicidad en general. En cuanto a ser feliz con

la pareja, observaron que las mujeres refieren el tiempo y los hombres la convivencia. Por

otra parte, las personas casadas refirieron elementos como los hijos, los padres y el

compromiso como factores que aumentan la felicidad en contraste con aquellos que tienen

noviazgo que resaltan elementos como divertirse, convivir y tener relaciones sexuales. En

el mismo país, Nava & Ureña (2017) abordaron las valoraciones con énfasis en los

dominios semánticos de un grupo de 264 adolescentes acerca de lo que significa ser feliz.

Encontraron que los adolescentes relacionan la felicidad con atributos personales, entre los

que destaca la salud como principal eje de la felicidad, aunque también mencionaron la

importancia de tener familia y amigos para ser feliz. Debido a esto, determinaron que esta

población tiene dominios semánticos con un valor suficiente valiosos para cultivar una vida

dichosa.

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Finalmente, en cuanto a Colombia, Amigó & Hernández (2012) estudiaron la

relación entre felicidad, euforia, depresión, ansiedad y hostilidad en 557 residentes del

departamento de Arauca, utilizando un instrumento para medir cada variable. De este

modo, confirmaron que la naturaleza de la felicidad es tanto estable (rasgo) como

transitoria (estado). Así mismo, encontraron que la felicidad está inversamente relacionada

con la ansiedad, la depresión y la hostilidad (emociones negativas). Por último, se adhieren

a las conclusiones de otros estudios que apuntan a la relación entre felicidad y los factores

de personalidad extraversión (positivamente) y neuroticismo (negativamente). Ese mismo

año, Álvarez (2012) investigó las creencias acerca de la felicidad en 600 adultos de la

ciudad de Bucaramanga a través de la validación de una escala. De esta manera, estableció

que la felicidad es un constructo multidimensional atravesado por una naturaleza

biopsicosocio-cultural, con elementos positivos y negativos que coexisten brindando la

posibilidad de un carácter estable y otro transitorio, conclusión similar a la que llegan otros

estudios.

Ahora bien, a pesar de que la felicidad ha sido estudiada ampliamente en los últimos

años por la psicología, es de suma importancia precisar las características de la felicidad

para esta disciplina, además de su relación con otros constructos abordados por la

psicología misma, como los expuestos hasta este punto. Es así, como el presente ejercicio

se propone resolver la pregunta:

Pregunta de investigación

¿Cuáles son las características de la felicidad y los conceptos asociados a esta según los

desarrollos de la psicología?

Justificación

Siendo la felicidad uno de los temas que ha despertado más intereses de la

psicología, puntualmente de la psicología positiva, es menester, precisar las características

de la misma, así como revisar factores que a lo largo de la investigación se han asociado a

este concepto, como el bienestar subjetivo o incluso la misma salud mental. De este modo,

se ampliará la visión sobre este eje, ganando terreno para la psicología frente a otras

disciplinas, como la filosofía, que ha sido la que principalmente se ha preocupado por

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abordar la felicidad. Lo que simultáneamente permite generar interrogantes para posteriores

revisiones sobre este concepto, permitiendo además, el diseño de programas y proyectos de

intervención para las poblaciones contando con dicha base conceptual, que las

investigaciones han mostrado como factor protector frente a distintas problemáticas o que

correlaciona positivamente con otros factores.

Objetivos

General

Identificar las características de la felicidad y conceptos relacionados según los desarrollos

de la psicología en una muestra bibliográfica.

Específicos

Describir las conceptualizaciones de felicidad según los desarrollos de la

psicología.

Identificar los conceptos relacionados a la felicidad según los desarrollos de la

psicología.

Reconocer las problemáticas de salud mental y tipo de población asociadas a la

felicidad según la muestra bibliográfica revisada.

Marco conceptual

Definir la felicidad, decía Kant (1785), no es fácil, en tanto este es un concepto muy

indeterminado que los elementos que permiten definirlos son de naturaleza empírica, es

decir, parten de la experiencia. Kant desliga la felicidad de diferentes elementos como la

riqueza, pues esta podría traer consecuencias como la envidia y las conspiraciones en contra

de la integridad de quien las posee. Así mismo la separa del conocimiento y del saber, pues

afirma que una visión más aguda de los hechos podría revelar males ocultos para el sujeto y

que no podrá evitar, así como deseos o imperiosas necesidades que ya bastante le dan qué

hacer. Igualmente lo aleja de la salud y una larga vida, pues estas no son garantía de una

existencia alejada de la miseria. Por lo que resalta que la felicidad no puede ser determinada

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por un principio, porque para tal cosa sería indispensable la omnisciencia. Es por ello que

no existe un imperativo que direccione la realización de determinadas cosas que conduzcan

a la felicidad. Así para definir la felicidad se debe acudir a consejos empíricos derivados de

la experiencia particular de cada sujeto, que, de cierto modo, apuntan al bienestar. Es así

como la idea de felicidad exige un máximum de bienestar en el estado actual y en todo

estado futuro.

La psicología desde una de las más recientes tendencias como lo es la psicología

positiva ha definido la felicidad como “un estado de satisfacción, más o menos duradero,

que experimenta subjetivamente el individuo en posesión de un bien deseado” (Alarcón,

2009, p. 137).

Metodología

Enfoque metodológico

El paradigma en el que se adscribió esta investigación fue el interpretativo, según

Krause (1995), en este paradigma se postula principalmente una realidad que depende de

los significados que las personas le atribuyen a cada cosa, básicamente desde este

paradigma la realidad social se construye a través de significados, en este caso, significados

acerca de la felicidad y los conceptos asociados a esta a la luz de la psicología. Así pues, la

tarea del investigador desde el paradigma interpretativo, no es más que un estudio detallado

del proceso de interpretación que los actores sociales hacen de su realidad, haciendo énfasis

en el proceso de comprensión del investigador.

Diseño metodológico

El diseño metodológico privilegiado para este proyecto fue el cualitativo, en el cual

se concibe la investigación como el conjunto de procedimientos que propician la

construcción de conocimiento sobre la base de conceptos. Lo cualitativo, se refiere

principalmente a la cualidad de las descripciones, relaciones y desarrollo de características

específicas del objeto de estudio (Krause, 1995).

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Estrategia metodológica

La estrategia metodológica fue el Estado del arte, ya que lo que se pretendía era

hacer una exhaustiva revisión bibliográfica de la felicidad. En el estado del arte se rescata y

se difunde de manera reflexiva el conocimiento acumulado sobre un objeto de estudio

determinado. Este tipo de investigación se hace sobre la producción teórica existente sobre

el tema elegido para exponer la lógica y la dinámica que se presentan en la explicación,

descripción o interpretación del fenómeno en cuestión (Vélez & Galeano, 2002).

Ahora bien, Vélez y Galeano (2002) hacen una aclaración importante y es el hecho

de nombrar de manera específica lo que es un estado del arte sobre fuentes documentales en

investigación cualitativa, al respecto nos dicen que es un intento de revelar las relaciones y

conexiones temáticas presentes en los materiales documentales que se encuentran sobre el

tema específico, se pueden también señalar vacíos y necesidades haciéndolos accesibles a

la comunidad académica.

Unidad de análisis

Características de la felicidad y conceptos relacionados

Categorías de análisis

Conceptualización de felicidad: consta de las ideas y relaciones establecidas por

autores de la psicología y el psicoanálisis alrededor de este eje.

Identificación de variables asociadas: se trata de puntualizar y describir las variables

asociadas a la felicidad y qué tipo de relación guardan.

Problemáticas de salud mental y población asociada a la felicidad: se trata de

reconocer problemáticas de salud mental asociadas al estudio de la felicidad y

poblaciones asociadas a esta.

Técnicas de recolección y análisis de datos

La técnica de recolección de datos empleada en este proyecto fue la Matriz

Bibliográfica y de Contenido, la cual se encuentra basada en una propuesta del grupo de

investigación de la Universidad de Antioquia Psyconex: Psicología, Psicoanálisis y

Conexiones, se trata de un instrumento en Excel que permite introducir los diferentes

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textos que conforman el universo de la investigación -incluye libros, artículos de revista,

trabajos de grados, etc.- para posteriormente ser aplicados los criterios de inclusión y

exclusión para su ulterior análisis.

Por su parte, la técnica de análisis de datos que fue tomada como referencia es una

Matriz Analítica de Contenido, también propuesta por el grupo Psyconex, siendo esta un

instrumento que se diseñó en Excel, la cual permite relacionar los textos de la muestra con

las categorías de análisis y posibilita la organización de la información de tal manera que se

facilite su lectura y análisis (Gómez, Jaramillo & Galeano, 2015).

Población y muestra

Población: La población a utilizar en esta investigación fue documental,

específicamente libros, artículos de revista, trabajos de grado y artículos de investigación.

Muestra: Para seleccionar los textos pertinentes para la matriz bibliográfica se tuvo

en cuenta los siguientes criterios:

La felicidad como tema central, este parámetro con el fin de reducir los resultados

de búsqueda lo más posible y garantizar la pertinencia de los textos.

La accesibilidad de los textos fue un asunto fundamental en la búsqueda y revisión

de los artículos, pues este criterio permitió que el material bibliográfico utilizado

fuera de fácil acceso de manera digital.

Descripción de las fases del proceso metodológico

El proceso metodológico que se desarrolló en la investigación es el propuesto por

Gómez, Galeano y Jaramillo (2015):

La planeación: En este momento de la investigación se tuvieron en cuenta todos los

requisitos administrativos para la realización de la investigación, se delimitó el tema

a investigar y se realizó el primer acercamiento documental para elegir fuentes

relacionadas con el tema. La lectura del tema permitió al investigador tener un

panorama más claro sobre lo que desea investigar con ellos pudo plantear la

pregunta, la justificación, los objetivos y el marco conceptual.

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Diseño y gestión: En este momento de la investigación se estableció el universo, la

muestra y las categorías de análisis; también se realizó una lectura lineal del

material encontrado.

Análisis, elaboración y formalización: En esta última fase se realizó un análisis

transversal para identificar las similitudes, coyunturas, tendencias y diferencias que

permitieron responder a cada objetivo específico y, por ende, al objetivo general.

También consistió en la escritura del informe final y la socialización ante la

comunidad científica.

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Conceptualización de felicidad: manifestaciones empíricas y principios teóricos  

Al parecer, desde muy temprano en la historia, el ser humano se ha cuestionado, por

diversos asuntos relacionados con su existencia, haciendo un esfuerzo por explicarse

aquello que le sucede en la misma, en últimas, tratando de bordear con palabras allí donde

advino la experiencia. Aunque es difícil precisar el momento histórico en que la pregunta

formal del hombre por la felicidad emerge, esta es vista por algunos autores como la

aspiración milenaria de la humanidad. Paradójicamente, no hay una definición última que

sea lo suficientemente satisfactoria para todos, aunque su componente de deseabilidad

social es clara para cualquiera (Sánchez & Méndez, 2011). Inclusive, algunos autores

(Carrasco & Sánchez, 2008) afirman que el hombre es egoísta e implacable en su búsqueda.

Ahora bien, a través de distintas disciplinas y doctrinas, la humanidad ha tratado de

cernir la definición de la felicidad. En la muestra bibliográfica revisada, se evidencia que,

cronológicamente, las primeras formas de pensamiento en dar una respuesta fueron la

filosófica y la religiosa. Para los antiguos filósofos representaba el mayor bien y la

motivación esencial para toda acción humana (Pulido, 2018). Sin embargo, aún hoy la

disciplina psicológica se ha apoyado allí para entender la felicidad, utilizando para su

investigación frecuentemente marcos teóricos filosóficos, en lugar de definiciones

conceptuales construidas al interior de la psicología.

Así pues, tal apoyo parte desde Sócrates (Citado en Nava& Ureña 2017), quien

afirmaba que los seres humanos desean siempre lo bueno, ligando la felicidad a la posesión

de bienes, aunque allí Platón (Citado en Nava & Ureña, 2017), quien lleva registro del

pensamiento socrático a través de los diálogos, no especifica el tipo de bienes al que se

refiere: “Habíamos convenido –recordé- que si poseyésemos muchos bienes seríamos

felices y dichosos” (p. 444). No obstante, Platón desarrolla una línea de pensamiento

diversa a la de su maestro, proponiendo que la felicidad consistía en un estado a través del

cual el alma tiene un encuentro con Dios. En su posición dualista cuerpo/alma, es sobre esta

última donde cae especial peso cuando se trata de alcanzar la felicidad, para lo que propuso

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que si el alma se dedica a actividades superiores del intelecto como la contemplación1,

tenderá por tanto a una vida feliz (Brisson, citado en Nava& Ureña, 2017).

Si bien estos dos pensadores asocian la felicidad con la posesión de bienes, luego

con la actividad intelectual, esto advierte muy pronto del núcleo problemático de la

cuestión y es precisamente la complejidad de la definición del concepto, pues se puede dar

cuenta de los diversos factores que se asocian al ser feliz, que habitualmente tienen gran

trascendencia en cada sujeto, lo que les ha vuelto estudio de diversas áreas del

conocimiento; sin embargo, esto va un poco más allá y permite deducir un carácter

práctico, es decir, si se hacen ciertas cosas, se alcanzará el estado de felicidad. A ello se

anuda el planteamiento de Aristóteles, que junto al de Platón, propone la felicidad como

una bondad, a saber, una inclinación natural hacia el bien, y la virtud, que hace referencia al

control emocional (McMahon, 2006 citado en Carrillo et al, 2014).

Sobre este último punto hay otro elemento a resaltar y es que otra acepción que

tienen las virtudes consiste en el desarrollo armónico de ciertas capacidades que permiten a

los seres humanos enfrentarse con algunas circunstancias de la vida (Domínguez, & Ibarra,

2017). No obstante, como afirma Lyubomirsky, (Citado en Núñez et al 2015) Aristóteles

hace una apuesta más allá afirmando sobre la felicidad que es el fin último al que aspira el

hombre; no obstante, aquí la felicidad no es reducida al placer, los honores o la riqueza,

sino que se presenta como una forma de ser acorde al sistema de valores de una cultura

particular (Silva, citado en Sánchez & Méndez, 2011).

En concordancia con su antecesor Sócrates, Aristóteles también ubica la felicidad en

la dinámica de los bienes; sin embargo, considera ésta no sólo como un fin, como se

planteó previamente, sino como un bien en sí misma, hay que decir también, que la

consideró el más excelso de los bienes en lo concerniente a la actividad humana (Nava&

Ureña 2017) y como la única cosa que pena alcanzar en vida como señala García (2010)

quien además asevera que alcanzar una felicidad duradera depende del cultivo de los

talentos y capacidades, en otras palabras, ir siguiendo la senda del desarrollo de las

                                                            1 Contemplación es la traducción latina de la palabra griega “teoría”

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virtudes, donde resalta el rol crucial de la familia y los gobiernos para generar entornos que

favorezcan esta posibilidad.

Del mismo modo, al interior de la filosofía surgen dos corrientes de pensamiento

que pensaron la felicidad: la hedonista, de donde destaca el pensamiento de Epicuro de

Samos, y la eudaimónica que surge a partir del pensamiento aristotélico en relación al

desarrollo de las virtudes. A pesar de que ambas formas de pensar la felicidad constituyen

una línea de investigación que parece estar íntimamente relacionada por un equivalente

proceso psicológico de estudio, al parecer la diferencia se halla fundamentalmente en que

los indicadores para determinarla, empíricamente, resultan diversos. (Blanco & Díaz,

citados en López et al, 2017). Sobre esta aparente contraposición, ya había señalado Fierro

(2008) que hay que remontarse al léxico griego para entender que hedonismo proviene de

hedoné que quiere decir placer, y eudaimonía se ha traducido generalmente como felicidad

o inclusive, bienestar. Sin embargo, tal traducción no parece ser la más precisa del término,

por lo que algunos han propuesto florecimiento personal o prosperidad en su lugar (Fierro,

2008).

En este orden de ideas, la corriente hedonista, considera la felicidad como la suma

de momentos placenteros, así como la satisfacción de los deseos de forma inmediata

(Domínguez & Ibarra, 2017). Ryff y Keyes (Citados en Sánchez & Méndez, 2011),

arriesgan a proponer un rasgo universal de la felicidad a partir del pensamiento de esta

corriente, es decir una característica más o menos transversal a todas las culturas, pues

exponen que, en términos generales, los seres humanos prefieren lo placentero sobre

aquello que no lo es. La felicidad quedaría condicionada entonces a la consecución de

experiencias placenteras. Este planteamiento había sido esbozado ya por Arístipo, a la

altura del cuarto siglo antes de cristo, proponiendo que el objetivo de la vida debe ser

experimentar la mayor cantidad de placer, siendo la felicidad el conjunto de momentos de

esta índole (Moccia, 2016).

Cabe mencionar que, Sariçam (2016) separa estos dos elementos como tiempos

lógicos al interior de la felicidad. El primero de ellos lo denomina el nivel hedónico que se

trata del nivel de ciertos efectos que llevan al individuo a calificar una experiencia como

agradable. En segundo lugar, pone un componente cognitivo a lo que denominó

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contentamiento, que hace referencia al grado en que una persona percibe que su aspiración

se cumple. Es así como, desde la perspectiva hedonista, sólo se puede dar cuenta de la

felicidad de forma retroactiva, es decir, realizando una revisión al conjunto de experiencias

placenteras conseguidas, lo que da por resultado un cómo los individuos se sienten acerca

de sus vidas. En esta vía, Kahneman (citado en Baptista et al 2016) se interesó por revisar

qué podría hacer que las experiencias o incluso la vida misma fuese grata o no. Al respecto

afirmó que se trata de maximizar las recompensas, propender por eventos relacionados con

la obtención de algún placer y minimizar aquellos asociados al displacer o el dolor. Tal

forma de hacer, constituye básicamente una política para el individuo que perseguirá

activamente buenas experiencias, como refiere el autor, y buscará reducir el impacto de las

vivencias negativas, este es el énfasis esencial del pensamiento hedónico, en últimas,

aumentar la frecuencia de momentos placenteros o sentimientos de placer, buscando

obtener lo que cada quién desea (Baptista et al 2016).

Algo semejante hicieron Andrews y Withey (citados en Sánchez & Méndez, 2011)

al definir las características de lo que denominarían, en esta lógica, como una experiencia

interna positiva, es decir, el equivalente a ese momento de evaluación de momentos

placenteros de forma retroactiva. Señalaron que tal experiencia consta de una emoción

placentera, cierto nivel de satisfacción vital y la ausencia de sentimientos negativos.

Posteriormente, a estos puntos, Ryff (citado en Sánchez & Méndez, 2011) agregaría

autorealización y crecimiento personal. Estas aseveraciones de alguna manera, aunque

parecen relacionarse con la lógica hedonista de búsqueda de placer, constituyen un nivel

más abstracto, pues implica un nivel de subjetivación mayor. En otras palabras, no parece

ser posible equiparar la búsqueda de placer y evitación del displacer hedonista, a la

autorealización. Así mismo, es posible que no todas las experiencias placenteras, traigan

consigo crecimiento personal.

En efecto, otros autores como Feather y Newton (citados en Álvarez, 2015) han

realizado apreciaciones que asocian a la corriente hedonista una concepción de felicidad en

términos de desapego y liberación espiritual, proponiendo además una visión de la

existencia como provisional, relativa y probabilística. Exponen que la lógica hedonista

tiene cierta relación con la impulsividad en tanto aspira a la consecución de experiencias

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placenteras, en últimas, satisfacción de los deseos y necesidades, sin restricciones

aparentes, es decir, seguir los instintos (Álvarez, 2015).

De igual manera, algunos autores han visto lo hedónico simplemente como un

componente de la felicidad, es decir, únicamente la consecución hedonista de experiencias

placenteras no basta para dar cuenta de lo que la felicidad es. Al parecer, la búsqueda de

experiencias placenteras del hedonismo, aunque tiene un indicativo práctico importante

sobre cómo alcanzar aparentemente la felicidad, no realiza de forma explícita una

definición de la felicidad, simplemente la presenta como una consecuencia de la búsqueda y

obtención de tales vivencias, vale decir, si logran el efecto esperado, es la felicidad. De

hecho, el pensador inglés Jeremy Bentham en 1817 propone un principio alrededor de la

constante búsqueda de placer hedonista y la evitación de dolor: principio de utilidad o de

mayor felicidad (Carrillo et al, 2014) Aun así, Avia (2008) afirma que el planteamiento

hedonista de la felicidad a pesar de mostrar efectos pragmáticos importantes, aunque de

corta duración, es insuficiente para su comprensión.

En contraste, aparece entonces la corriente eudaimónica que centra su

conceptualización en aspectos del lado de la razón. De hecho, la felicidad desde esta

perspectiva parece complementaria a la perspectiva hedonista. Se trata pues de una

evaluación acerca de en qué medida se han cumplido ciertas cosas en la vida de cada quien,

cuando la valoración refleja el logro potencial individual a través de ciertas características

personales que permiten un buen ajuste al medio (Muratori et al, 2015). Quienes son más

cercanos a esta forma de concebir la felicidad, la entienden como un estado de plenitud y

armonía psíquica que da cuenta de un desarrollo de las virtudes, especialmente, de la razón

(Rodríguez et al, citados en Muratori et al, 2015).

El énfasis de la perspectiva eudaimónica está puesto sobre el crecimiento personal y

sentido de vida, por lo que el desarrollo de virtudes tales como ser competente, autónomo,

auténtico, congruente y sociable, en síntesis, un constante movimiento al desarrollo de

potencialidades personales que se encaminan en la autorealización (Baptista, 2016). Hay

que mencionar que desde el eudaimonismo la felicidad se ha comprendido como bienestar

psicológico, experiencia óptima, elementos relacionados con la autorealización; y plenitud

vital (Ryff; Csikszentmihalyi; Maslow; Rogers; citados en Rodríguez, 2015). Lo anterior,

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afirma Rodríguez (2015), es un derivado de la ética aristotélica y conduce a un estado de

bienestar en el que están presentes la salud y el desarrollo del potencial humano a través de

los distintos desafíos existenciales. Así mismo, David, Boniwell y Conley Ayers (citados en

Muratori et al, 2015) proponen utilizar el término felicidad en su sentido más amplio, que

incluya ambas corrientes y otros conceptos propios de la psicología como bienestar

subjetivo y crecimiento personal para comprender con mayor amplitud las implicaciones de

lo que se denomina felicidad.

Ahora bien, hasta este punto, se ha hecho evidente la relación de la felicidad con

distintos conceptos, aunque probablemente no se pueda equiparar la definición de todos

estos conceptos al de felicidad. Aun así, se encuentra en autores contemporáneos y clásicos

tal tendencia, como el caso de Spinoza (citado en Fernández & Extremera, 2009), que en

relación a la virtud afirma que la felicidad no es un premio o consecuencia de la virtud, sino

que se trata en sí misma de la virtud, es decir de una posición ética que propende por actuar

acorde a proyectos ideales como el bien. Lo anterior, de cierto modo se debe a que, como

exponen Moghnie y Kazarian (citados en Ortiz et al, 2013) la felicidad es un concepto

delimitado contextualmente, se construye y se define en una cultura particular. Lo anterior

debe ser revisado con detenimiento, pues las implicaciones que tiene advertirán de un

asunto problemático del que da cuenta la bibliografía, que resulta de cierto modo

paradójico: por un lado, se encuentra una proliferación de definiciones y por otro la

dificultad para definirla o al menos para generalizar la definición. De allí que estos autores

aseveren que la felicidad no constituye un universal dado, en otras palabras, un principio.

Por otra parte, de lo que dan cuenta las investigaciones son de distintos elementos que se

han asociado a la felicidad y es de esa relación que extraen su comprensión de la misma,

aunque no necesariamente ello apunte a una definición.

En consecuencia, Rodríguez (2015) cuestiona la naturaleza invariable de la

definición de felicidad, resaltando que es un concepto simbólico polisémico de naturaleza

ético-teleológica con una potencia psicosocial capaz de influir en el devenir de la cultura

misma, las instituciones y los modos de vida. Aunque la pregunta por la felicidad se puede

rastrear desde decenas de siglos atrás, su valor en las políticas públicas es relativamente

reciente, surge como producto de la modernidad. En concordancia, Fierro (2008) expone

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que el significado de felicidad no es el mismo en diferentes tiempos y lugares. Asevera que

aproximadamente el 67% de la humanidad está más preocupada por asuntos relacionados

con la supervivencia como tener comida o llegar con algo de la paga al fin de mes, y aún

más, dice que el afán de supervivencia suele confundirse siendo elevado al estatuto de

felicidad propiamente dicha. Conforme a lo anterior, Bertossi (citado en Hernández et al,

2017) muestra como la complejidad para el acceso a condiciones básicas de vida digna que

garanticen alimentación, vivienda, salud, educación, entre otras cosas que ponen de relieve

la desigualdad contemporánea, no pueden ser más que fuentes de infelicidad. No obstante,

Csikszentmihalyi (citado en Hernández et al, 2017) afirma que el énfasis está en la

interpretación de tales hechos provenientes del exterior, aunque resalta que no se trata de un

evento meramente del azar, ni que tampoco el dinero puede servir como total garante de la

felicidad.

Cabe señalar que esto encuentra corroboración en investigaciones realizadas con

distintas poblaciones, pues la comparación de niveles de felicidad entre distintos grupos

muestra diferencias culturales, etárias y de género, lo que lleva a Alarcón (citado en Vera et

al 2011) a señalar que es probable que las elaboraciones teóricas sobre la felicidad, así

como los instrumentos para medirla, están atravesadas por los factores culturales del país

donde son construidas. Además, la investigación, recientemente, ha dado cuenta de que el

uso del término felicidad en la cotidianidad tiende hacia un significado difuso, y por lo

demás, distinto a lo que han propuesto los teóricos (Diener & Biswas, citados en Rodríguez

et al, 2017). Tal como reveló la escala de creencias acerca de la felicidad (Álvarez, 2012),

la felicidad es un constructo multidimensional, a saber, bio-psico-sociocultural, y con

aspectos estables y transitorios, y no unidimensional. Además, el autor señala que la

naturaleza de la misma puede llegar a ser contradictoria o paradójica. Del mismo modo,

Bekhet, Zauszniewski & Nakhla (citados en Mercado 2014) afirman que la felicidad se

presenta como un afecto positivo al que todas las personas aspiran y de cierto modo pueden

alcanzar, su definición está atravesada por una construcción social del lugar de residencia y

cultura de la persona, y que aún más, la persona podrá construir su propia definición con

base en estos elementos y a partir de allí considerarse o no feliz.

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A continuación, y teniendo en cuenta la consideración del marco cultural donde son

construidas, se explorarán un par de ejemplos de esta aseveración, comparando algunas

consideraciones sobre la felicidad dadas por la cultura oriental, en contraste con algunas

propias de la cultura occidental, con el ánimo de establecer enlaces y desenlaces entre las

mismas de ser posible. En este orden de ideas, en Oriente la felicidad tiene una connotación

de comunidad, que lleva a algunos autores (Kitayama et al, citados en Sánchez & Méndez,

2011) a pensar en una felicidad de tipo interpersonal. Resaltan que la felicidad se ve

amenazada cuando está enfocada en lo individual, y que depende en gran medida de las

relaciones y apoyo social, esto en tanto implica una vinculación con otros. Cabe resaltar

que uno de los primeros pensadores de los que se tiene registro del pensamiento oriental,

Confucio (551 -479 a. C.) acuñó una metáfora para entender la felicidad, definiéndola como

un camino, señalando que la felicidad no se encuentra en la cima de la montaña, sino en la

manera de subirla (citado en Velado, 2014). Simultáneamente introduce una dimensión

moral, diciendo que el hombre sólo tiene dos caminos posibles el del bien y el del mal,

poniendo sobre el primero, la felicidad. Otros pensadores orientales más contemporáneos

realizan una visión sintetizada de la felicidad como cualquier cosa positiva y buena en la

vida y que genere alivio de la ansiedad frente a la muerte (Xin hua; Wu, Lu & Shih, citados

en Sánchez & Méndez, 2011).

A su vez la felicidad cristiana, de cierto modo, se relaciona con lo anteriormente

mencionado en tanto tiene que ver con hacer el bien, a saber, la voluntad de Dios. El

término más utilizado para hablar de felicidad desde esta perspectiva es la bienaventuranza.

Aquellos que hagan la voluntad de Dios serán bienaventurados, algunas formas de hacerlo

son amar, trabajar por la paz, ser compasivo, entre otras. Así mismo, gozarán de la

bienaventuranza aquellos limpios de corazón, o que son perseguidos, humildes, mansos,

etc. (Velado, 2014). En este punto cabe señalar una diferencia fundamental frente al

pensamiento oriental y es que la felicidad aparece como una promesa luego de realizada la

voluntad de Dios, es decir, es posterior a la experiencia, no es la experiencia misma, el

camino, como diría Confucio. No obstante, no se debe desconocer el tinte moral que

atraviesa ambos pensamientos, así como el énfasis particular del trabajo por la comunidad.

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En contraste, hoy por hoy, la felicidad en Occidente, al menos en Estados Unidos,

ha tenido un vuelco importante sobre el individuo. No hay que descuidar esto, pues fue allí

donde se dio el auge de la psicología positiva, disciplina que se ha encargado del estudio y

comprensión de la felicidad con más ímpetu. Algunos autores (Sánchez & Méndez, 2011)

afirman que en esta visión la felicidad depende críticamente del desarrollo de atributos

positivos del yo, por lo que se trata, hasta cierto punto, de una cualidad interna que tiene su

expresión como una especie de logro personal. Empero, no todo el pensamiento de la

psicología positiva se agota en ello. En adelante se explorará la diversidad de concepciones

elaboradas al interior de la misma, que de algún modo recogen una parte de lo hasta aquí

esbozado e integran un saber atribuido al campo de la disciplina psicológica. No obstante,

se deben tener en cuenta un par de consideraciones previas antes de ahondar en esta

propuesta.

En primer lugar, es importante tener en cuenta que el método utilizado por la

psicología positiva no tiene por objetivo descifrar las causas recónditas de la felicidad, tan

sólo se centrará en las manifestaciones empíricas que permitan entender esa experiencia

denominada felicidad (Tkach y Lyubomirsky, citados en Moccia, 2016). En segundo lugar,

como exponen Zelenski, Murphy y Jenkins (citados en Moccia, 2016) es importante señalar

que es posible que no se pueda definir el fenómeno en terminología científica pues la

felicidad ha demostrado ser multifacética y se da cuenta de ella en distintos discursos. En

tercer lugar coexisten posiciones opuestas al interior de la psicología positiva donde

algunos autores como Layard (citado en Shafiq et al, 2015) aluden un carácter objetivo a la

felicidad pues todos los individuos la experimentan de la misma manera y tras similares

condiciones, mientras que, otro sector de esta disciplina con representantes como Gilbert

(citado en Shafiq et al, 2015) defienden la idea de que la felicidad es una experiencia

altamente subjetiva y de naturaleza idiosincrática al sujeto, en otras palabras, la felicidad

hace alusión a una experiencia de satisfacción subjetiva de una persona y solo vivida por

ella (Castilla et al, 2016) en contraste con la psicología social, que la define como un

conjunto de sentimientos positivos que dependen de los lazos y están entretejidos en

armoniosas formas de relaciones sociales (Niiya, Ellsworth & Yamaguchi, citados en

Sánchez & Méndez, 2011).

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Dicho lo anterior, si se analizan los antecedentes de la psicología positiva, los

primeros referentes son los antiguos filósofos griegos, en especial, Aristóteles por su interés

particular en el desarrollo de la eudaimonía de la que se extrae una doctrina de tipo moral

en tanto trata la felicidad como un bien, que puede ser alcanzado a través del cultivo de las

virtudes (Moccia, 2016), como fue señalado con anterioridad. Así mismo, esta disciplina

retoma la concepción de que los seres humanos comparten como meta común la felicidad y

el bienestar (Buss, citado en Vera et al 2011).

Ahora bien, considerar la felicidad como un bien, ha permitido que su definición sea

construía a partir de la dimensión del tener. Es allí donde aparecen definiciones acordes a

ciertas propiedades, oportunidades, características o cualquier cosa considerada positiva en

la vida. Algunos ejemplos de ello son tener salud, familia, amigos, trabajo, autoestima,

entre otros elementos (Moyano, 2016). La otra dimensión que aparece es la de ser o estar,

que alude a una posición simbólica del sujeto en la que las condiciones vitales le parecen

favorables, empero tal dimensión suele entremezclarse con la del tener pues expresiones

tales como estar rodeado de personas amadas, puede decirse también como tener cerca a las

personas amadas, tales diferencias semánticas no constituyen en absoluto una radicalidad

(Moyano, 2016).

Es por ello que estas definiciones suelen ser muy frecuentes en las investigaciones,

se suele inferir a partir de la presencia de ciertos elementos el nivel de felicidad de la

población. Algunos autores lo utilizan como un dominio semántico separando la posesión

de bienes materiales, como tener casa, de los bienes inmateriales como tener familia

(Nava& Ureña 2017). Es el caso de la investigación realizada por Nava & Ureña (2017)

donde tomando como población una muestra estudiantil encontraron la estrecha relación de

la felicidad con la vida afectiva pues aluden la satisfacción de una necesidad interna de

afecto. Otros en cambio, han trabajado la posesión de bienes de diversa naturaleza como un

indicador que se relaciona con el logro de la felicidad (Alarcón, citado en Castilla et al,

2016). Alarcón (Citado en Pozos et al, 2013) define la felicidad como una experiencia

satisfactoria que sucede en un individuo, como un tipo de plenitud que experimenta en

posesión de un bien deseado.

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No obstante, advierte Fierro (2008) que en tal concepción se ha subvertido una

lógica mercantil que ha vuelto, hasta cierto punto, la felicidad un producto más del

mercado, encuadernándola en libros de superación personal, o empacándola en

publicidades de algunos productos que prometen la felicidad, verbigracia, el lema

corporativo de Coca-Cola: destapa la felicidad. Simultáneamente, señala que hay un

prejuicio social frente a quien no es feliz, pues con tantas alternativas al alcance del sujeto,

desde comprar un libro para corregir el curso de las cosas hasta una bebida con la fórmula

mágica de la felicidad, no estar feliz representaría una anomalía inaceptable: “ponte trágico

o simplemente dramático y tendrás dificultades: nadie querrá saber de ti, nadie querrá leerte

o escucharte” (p. 10). La felicidad aparece entonces como una responsabilidad de la

persona propia, constituyendo un mandato social (Rodríguez 2015) En esta misma línea de

pensamiento, Bejar (2015) expone cómo esta centralización sobre el individuo ha hecho

que se genere un yo sobre cargado, fundamentalmente, por la aparente coacción cultural de

ser positivo y mostrarse feliz. Esta realidad llevó a Bayés (2009) a preguntarse si acaso

existe una tendencia natural en el ser humano a la tristeza, y si acaso el sentimiento de

felicidad es una respuesta, una suerte de defensa, de lo inherente a la condición humana.

Pocas investigaciones al parecer han abordado este fenómeno, a futuro resultaría interesante

revisar esta noción con detenimiento, pues parece ser que tiene implicaciones clínicas

importantes que deben ser pensadas al interior de la disciplina psicológica.

Por otra parte, otro elemento retomado por la psicología positiva de la corriente

eudaimónica es la evaluación subjetiva posterior que se realiza sobre la experiencia, cuando

se determina que tales vivencias han sido satisfactorias, afirman algunos autores que serán

abordados a continuación, eso es la felicidad. Tomando como punto de partida a Diener

(citado en Rodríguez et al, 2017), quien afirma que en tanto la felicidad es de naturaleza

subjetiva, cada ser humano será juez de su propia felicidad, será él quien a través de esta

evaluación particular podrá establecer si es feliz o no, lo que de cierto modo resuena con el

planteamiento de Schopenhauer (citado en Nava& Ureña 2017), que partiendo de que la

concepción del mundo es interna, es decir, subjetiva, no podría esperarse otra cosa que la

felicidad dependa de tal.

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Acorde a esta forma de pensar, aparecen distintos autores frecuentemente

referenciados a lo largo de la muestra documental consultada, especialmente, dos de ellos

Diener y Veenhoven, psicólogo y sociólogo respectivamente. El primero de ellos, concibe

la felicidad como una experiencia de tipo emocional que tiene su origen en la percepción o

apreciación subjetiva sobre la satisfacción con la vida (Sánchez & Méndez, 2011). De igual

manera, resalta que va acompañada por una sensación individual de bienestar, consecuencia

de elevados niveles de satisfacción personal (Núñez et al 2015); por lo demás, para Hervás

(citado en Núñez et al 2015), esto tendrá una implicación importante en la salud mental. En

otras palabras, Diener (citado en Tabrizi & Akberi, 2014) considera la felicidad como un

resultado posible de una especie de autoevaluación sobre la calidad de vida. Así mismo,

expone que la felicidad sería el resultante de una comparación entre sucesos recientes y los

estándares de vida que el sujeto establece, por lo que, si el balance entre estos da por

resultado que los acontecimientos actuales son mejor que los estándares, la persona sentirá

felicidad (Hernández et al, 2017). Tal evaluación puede ser dada sobre la totalidad de la

vida o simplemente de algunas de sus facetas (Quiceno et al, 2012).

Dicho lo anterior, cabe resaltar que el autor pone el elemento cognitivo, la

evaluación, como égida para experimentar la felicidad o el goce de vida que iría en la vía de

lo emocional (Rodríguez, 2015). Es decir, es un proceso cognitivo, evaluación, que traerá

consigo una consecuencia de tipo emocional: la felicidad. Otros autores (Castilla et al,

2016) han señalado sobre esta evaluación que tiene una influencia importante en la

percepción de sí y del contexto circundante. Por otra parte, Diener introduce en su

definición otro elemento que será revisado con mayor detenimiento posteriormente, pero

que se ha venido esbozando a lo largo de las elaboraciones teóricas previamente expuestas.

Se trata de la percepción de bienestar subjetivo que emerge del proceso cognitivo de

evaluación y satisfacción vital (Álvarez, 2012). En síntesis, para el autor la felicidad se

puede traducir en la fórmula: Felicidad = estados afectivos positivos - estados afectivos

negativos + satisfacción vital + crecimiento personal (López et al, 2017).

En concordancia, el planteamiento de Veenhoven apunta a que la felicidad es el

grado en que un sujeto evalúa como positiva la calidad global de su vida en la actualidad

(Núñez et al 2015). Se trata de una evaluación elogiosa del panorama general de la vida y la

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intensidad apreciativa con que cada quien la vive. Dicho de otra manera, se trata de qué

tanto le gusta cierta persona la vida que lleva (Muratori et al, 2015). Cabe resaltar que para

el autor la felicidad es un estado mental que puede ser medido a través de ciertas técnicas o

preguntas directivas (Shafiq et al, 2015), y que tiene tres dimensiones: cognitiva, emocional

y social (Mablaghi citado en Tabrizi & Akberi, 2014). También, propone tres formas de

manifestación de la felicidad que no deben confundirse: hedónica, satisfacción propiamente

dicha y experiencia, cumbre o felicidad global (Muratori et al, 2015), sobre esta última

recae la posibilidad de que tal concepción se cristalice, constituyendo un punto de

estabilidad que dará paso a una actitud hacia la vida (Sánchez & Méndez, 2011).

De igual manera, se podría decir que para el autor la satisfacción vital producto de la

valoración global podría ser un equivalente de la felicidad global, elemento que

frecuentemente queda reducido a la dimensión cognitiva. Así mismo, el balance positivo de

emociones pareciera estar más cercano al hedonismo, sin embargo, resalta que la

evaluación positiva de tales es justamente lo que se entiende por felicidad (Muratori et al,

2015), pues cabe resaltar que para el autor es condición primaria para la felicidad que el

resultado de la evaluación sea la vida como un todo positivo (Sariçam, 2014). Otras lecturas

del autor apuntarán a que también se puede dar la experiencia de felicidad si tal evaluación

se aplica a un área específica, como la familiar, la laboral, etc. (Pozos et al, 2013).

A su vez, otros autores han realizado apreciaciones y precisiones sobre esta forma

de concebir la felicidad. Shafiq et al (2015), insisten particularmente en la ausencia de

emociones negativas como condición indispensable para la felicidad. Lyubomirsky (Citada

en Carrillo et al, 2014), diría que tal razonamiento se reduce al componente afectivo, en el

cual se consideran aquellas sensaciones experimentadas como placenteras, pero que no van

solas. Siempre van acompañadas del componente cognitivo, es decir, de la evaluación

subjetiva del individuo que puede establecer que a pesar de la presencia de emociones

negativas hay cierto nivel de logro de sus aspiraciones, lo que se traduciría en felicidad.

Morán et al, (2017) señalarán que es a partir del componente cognitivo que se deduce la

sensación de bienestar, característica previamente enunciada. De igual manera, Scorsolini

& Santos (citados en Hernández et al, 2017) subrayan tal experiencia como interna y sobre

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31  

la cual el individuo puede emitir un juicio sobre su sentir y el nivel de satisfacción que esta

genera.

De este modo, algunos autores (Tabrizi & Akberi, 2014), han propuesto la felicidad

como la forma científica de llamar la evaluación subjetiva que hacen los individuos de sus

vidas. Otros por su parte (Fierro, 2008) afirman que la palabra felicidad sólo es una forma

de llamar a un conjunto muy amplio de estados anímicos y experiencias positivas

deseables, que, por lo demás, tiene un campo muy amplio, en tanto puede ser

experimentada de diversas maneras, es decir, hay distintos modos de ser afectado por la

misma. Queda en evidencia, nuevamente, cómo las corrientes hedónica y eudaimónica

siguen atravesando las definiciones sobre la felicidad, una ubicada del lado de la

experiencia subjetiva de satisfacción y la otra de la evaluación posterior de tal experiencia,

respectivamente (Muratori et al, 2015).

Aunque esta es la concepción de felicidad más utilizada en investigación, a saber,

valoración global subjetiva de la vida (Herrera & Perandones, 2017). Otros autores como

David, Boniwell y Conley (citados en Herrera & Perandones, 2017) proponen utilizarla en

un sentido más amplio que incluya las nociones de bienestar psicológico y bienestar

subjetivo, las cuáles también han sido ampliamente trabajadas en investigación, a tal punto,

que se han hecho equivalentes al término de felicidad. De igual manera, hasta cierto punto

se ha igualado satisfacción hacia la vida o bienestar vital con la felicidad misma. (Castilla et

al, 2016). Álvarez (2012) expone como los participantes de su investigación, sobre

creencias acerca de la felicidad, la enmarcaban en una percepción de bienestar vital. En esta

misma línea de pensamiento Shafiq et al (2015) exponen que tales concepciones dan cuenta

de la naturaleza endógena y subjetiva de la felicidad y que de cierto modo apuntan a una

vida placentera o una buena vida. Sin embargo, los autores proponen un tipo de felicidad

que apunta a una vida significativa o llena de sentido que puede ser más valiosa que la

simple satisfacción de los deseos del yo o la obtención simple y llana de placer.

Ahora bien, Muratori et al (2015) señalan que, aunque bienestar subjetivo y

bienestar psicológico tienen relación, son distintas facetas del funcionamiento psicológico

positivo del sujeto que apuntan a un concepto macro que es el bienestar. De igual manera

exponen que dado que el término felicidad tiene un uso contextual, obteniendo diferentes

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32  

significados culturales, esto ha llevado a generar confusión en su uso (Oishi citado en

Muratori et al, 2015). Eso ha hecho que algunos autores opten por una conceptualización de

felicidad que se identifique con el placer, lo que de cierto modo se remonta a la tradición

hedonista, otros la han mezclado con otros elementos como el compromiso y el significado,

asociados de algún modo a la corriente eudaimónica, sin embargo, la tendencia

mayoritariamente observada es definir la felicidad, ocultándola de cierta manera, tras la

palabra bienestar (García, 2010).

De este modo, algunos autores proponen el bienestar subjetivo como una dimensión

de la felicidad, refiriéndose a un estado de conformidad entre lo que se es y lo que se siente,

o entre lo que se hace y se experimenta internamente (Seligman citado en Álvarez, 2012).

Otros autores han propuesto el bienestar subjetivo como un sinónimo propiamente de la

felicidad altamente marcado por el factor cognitivo previamente mencionado, que en

síntesis tiene que ver con un nivel de afecto positivo alto en contraposición a un nivel bajo

de afecto negativo (García, 2010), dicho sea de paso, definición altamente ligada a la

corriente hedónica, de allí que autores como Sariçam (2014), la piensen simple y

llanamente como un estado de bienestar y satisfacción. De modo que la felicidad podría ser

entendida como el predominio de experiencias emocionales positivas y la baja frecuencia

de vivencias negativas (Scorsolini & Dos santos, 2010).

No obstante, otros autores como Hudson (citado en Pelechano et al, 2016)

argumentan una diferencia importante sobre este punto, en tanto felicidad como

sentimiento, sentirse bien (well feeling) no necesariamente apunta al bienestar (well being),

pues esta última apunta de alguna manera a un ideal moral, que se ha pensado desde la

antigua Grecia hasta el movimiento conocido como la ilustración. Mas, Mercado (2014)

sostiene que esta perspectiva de la felicidad como sentimiento habitualmente es

manifestada por las personas como difícil de alcanzar, introduciendo la lógica de que a

mayor esfuerzo mayor recompensa.

Por otra parte, lo anterior da para pensar otra cuestión y es hasta qué punto el ser

humano en su implacable búsqueda de la felicidad le apunta al bienestar, o inclusive a su

salud mental, lo que tendría un importante impacto en la clínica psicológica. Aunque una

investigación realizada por Morán et al (2017) encontró una estrecha relación entre el tipo

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33  

de personalidad autoconstructivo con altos niveles de felicidad o como lo denominan allí

niveles altos de afecto positivo, mientras que en el tipo de personalidad autodestructivo

donde se evidencia menor nivel de felicidad, también se encontraron bajos niveles de

bienestar.

Desde otro punto de vista, Moyano (2016) argumenta que la felicidad no podría

entenderse reducida simplemente a bienestar, pues esta habitualmente se refiere a una serie

de estados relacionados y que agrupados pueden dar como consecuencia la felicidad, por

ejemplo la tranquilidad, la estabilidad económica y emocional, entre otras, que agrupan las

esferas física, psicológica y social, los cuales pueden servir como indicadores objetivos,

aunque en últimas siempre el individuo es quien refiere sentirse o no feliz, resaltando

nuevamente la naturaleza subjetiva de la cuestión, lo que pone también sobre la mesa hasta

qué punto son objetivables los indicadores de felicidad. Por lo demás, el autor resalta que,

en una visión estrictamente psicológica, la felicidad es una emoción que combinada con

otras emociones positivas daría por consecuencia el bienestar.

Lo anterior introduce una forma de entendimiento de la felicidad como una

emoción. Tabrizi & Akberi (2014) acuñan esta definición con el ánimo de sortear la

ambigüedad misma del concepto y la proponen como una emoción que fluctúa entre

satisfacción básica y profundo sentimiento de placer. Tal emoción puede emerger a partir

de una estimulación interna, es decir de la evaluación subjetiva que previamente se

desarrolló, o de una fuente externa relacionada con la interacción con otros o la obtención

de un bien deseado (Sánchez & Méndez, 2011), así mismo los autores explican que por este

motivo la felicidad suele vincularse con el desarrollo de ciertas actividades o con ciertos

objetivos vitales (Sánchez & Méndez, 2011). Adicionalmente, esta perspectiva de la

felicidad como emoción tiene una alta relación con su entendimiento como proceso

psicobiológico, comprendida desde esta perspectiva como un estado producido por la

liberación de dopamina, sustancia asociada con la sensación de placer (Mercado, 2014). Por

esta razón, se encuentra relacionada con la estimulación de los denominados centros de

placer del encéfalo, localizados dentro del hipotálamo y del sistema líbico (Carrasco &

Sánchez, 2008).

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34  

Hay que señalar además que la psicología positiva hasta cierto punto se apoyó

también apoyó su propuesta en la corriente humanista de la psicología, retomando grandes

autores como Rogers que pensó la felicidad en la vía de un constante descubrir particular de

cada quien de su propio potencial humano, dado que en su línea de pensamiento el autor

concibe al ser humano como un proyecto inacabado (Álvarez, 2012). De igual manera para

Rogers (Citado en Álvarez, 2012, las condiciones de libertad y proyecto de vida que

apuntan a la autodeterminación y la autoconfianza, son condicionales para que aparezca la

felicidad, proceso que en su conjunto denomina actualización. De igual manera, la corriente

humanista acuña la metáfora de la felicidad como un camino, proveniente del pensamiento

oriental, aunque precisa que esta no se trata de un fin en sí mismo, sino como una forma de

recorrer tal camino, no se trata de una búsqueda, es decir, alude a la interpretación de los

hechos como piedra angular de la felicidad, en la cual no hay un énfasis sobre el sujeto,

sino que siempre está en consideración con los otros (Velado, 2014).

Así la psicología positiva, apoyada en esta corriente y de cierto modo,

contradiciendo la sabiduría popular que piensa la felicidad como algo externo que debe ser

encontrado, la poner como un proceso, una suerte de viaje interno (Bejar, 2015). Hay que

resaltar que esta corriente que de algún modo influenció en cierta parte la propuesta de la

psicología positiva acerca de la felicidad se puede ligar a la concepción eudaimónica de la

felicidad, acuñando términos como bienestar psicológico que se traduce como una clara

muestra del desarrollo de las virtudes, así como la propuesta de autorrealización

desarrollada por Maslow y la actualización de las capacidades del ya nombrado Rogers

(Baptista et al 2016). Estos planteamientos dicen Baptista et al (2016) están inspirados en la

ética aristotélica hasta cierto punto, dado que apuntan a un pleno desarrollo del ser humano

en la vía de las virtudes emergentes del constante encuentro con los desafíos existenciales.

Adicionalmente Rodríguez (citada en Pulido, 2018) muestra como tal estado retroalimenta

los múltiples ámbitos hasta aquí esbozados, es decir, así como la experiencia plena y la

autorrealización contribuyen a la aparición de la experiencia emocional denominada

felicidad, tal vivencia también contribuye a la conservación y realización de estos procesos,

estableciendo así una lógica bidireccional.

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35  

Ahora bien, estas consideraciones introducen otra forma de entendimiento de la

felicidad en tanto logro o como resultado de tal consecución, en otras palabras, saber o

establecer un valor sobre las acciones realizadas de buena manera que hacen pensar que los

esfuerzos han valido la pena, contribuyendo al éxito sobre una meta personal o grupal

pueden traducirse en felicidad (Moyano, 2016). Por ello algunos autores (Snyder & Lopez

citados en Scorsolini, 2013) dicen que la felicidad sólo puede ser alcanzada en el trabajo

constante por un objetivo específico, apuntando a la satisfacción de deseos, necesidades y

reducción del estrés.

Aunque Sabán (2014) problematiza la cuestión poniendo en tela de juicio el fracaso

o no cumplimiento de tales objetivos aludiendo que, en la psicología del misticismo judío,

tal fracaso podría constituir toda una victoria interior, enfatizando en que tal paradoja daría

cuenta de que no todos los objetivos materiales o inmateriales que se propone el individuo

necesariamente están conectados con la felicidad. Lo anterior podría abrir una discusión

acerca de si en efecto la felicidad está relacionada con los distintos logros sociales como

completar una carrera universitaria, tener cierto tipo de trabajo, abundancia material,

reconocimiento, entre otros, pero harían faltas más resultados de investigaciones que

apoyen esta posición controversial para desarrollarla formalmente.

De igual manera Fierro (2008) controvierte sobre la tendencia a considerar la

felicidad en relación a las pequeñas cosas y los eventos menores. El autor resalta tras las

indicaciones prácticas, que de algún modo son elevadas a un lugar casi divino en tanto que

constituyen momentos únicos, se ha cifrado la felicidad. Por ello advierte sobre la

utilización de tales elementos por parte de algunos autores como estrategia comercial,

pretendiendo vender una fórmula mágica sobre la felicidad, apoyándose en la sabiduría

popular y el pensamiento hedonista, psicólogos y otros escritores, sugieren que la felicidad

se alcanza a través de la realización de actividades determinadas como un paseo al aire

libre, reencontrarse con viejas amistades u otro tipo de actividades de ocio como viajar o

disfrutar la música de preferencia. Y aunque, en efecto, tales actividades las más de las

veces pueden producir felicidad, por un lado, el autor señala que no se pueden universalizar

y por otro afirma que ese intento de universalización no es más que una estrategia de

marketing.

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36  

En definitiva, el recorrido hasta aquí realizado da cuenta de una multiplicidad de

miradas alrededor de la felicidad en un importante intento de conceptualización. Queda en

evidencia que la felicidad es un asunto que ha inquietado a la humanidad a lo largo de la

historia, numerosos investigadores siguen sosteniendo la idea de que para la mayoría de los

seres humanos es el principal objetivo vital, incluso afirmando que es el único elemento

que de algún modo justifica la existencia del ser humano (Brülde citado en Avia, 2008). Sin

embargo, tal noción resulta siempre insuficiente para tratar de brindar una definición

conceptual o un principio propiamente dicho que enuncie puntualmente, desde el punto de

vista teórico, lo que la felicidad es. Por ello algunos autores como Peterson, Park y

Seligman (citados en Moccia, 2016) mencionan como superfluo el ambicionar a través de la

psicología positiva encontrar un principio soberano universal, es decir una definición

última, por lo que sugieren apoyarse constantemente en los conceptos y fenómenos

relacionados a la felicidad como una vía para alcanzarla.

De allí que la psicología haya encontrado importante apoyo en las corrientes

hedónica y eudaimónica de la filosofía, o inclusive en pensadores particulares propiamente

dichos. Y aunque hasta aquí se pueden establecer algunas de las grandes concepciones de

como la felicidad ha sido pensada, tales como: un fin, un bien, una virtud, una experiencia

placentera, un estado, el resultado de una evaluación subjetiva, bienestar psicológico,

bienestar subjetivo, bienestar propiamente dicho; una emoción o un afecto positivo, un

logro, un camino o una forma de recorrerlo, hasta cierto punto todos estos intentos de

definición siempre van a tener algo de arbitrario (Scorsolini et al, 2013). Inclusive, Moyano

(2016) refiriéndose a la primera acepción del diccionario de la real academia de la lengua

española sobre felicidad como un estado de grata satisfacción espiritual y física, dice que

tal significado que, aunque recoge, hasta cierto punto, la forma tradicional de entenderla,

constituye un ideal cultural que introduce siempre un imposible de alcanzar.

No obstante, lo que la literatura muestra es que no se puede renunciar a tal

experiencia, que en ocasiones constituye con más o menos claridad que uno de los fines de

toda vida humana es alcanzar la felicidad y lo difícil que es conformarse con menos

(Gracia, citado en Bejar, 2015). De algún modo el ser humano parece tender siempre a ello,

lo reclama aún cuando las condiciones para alcanzarla no estén determinadas a priori: al

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37  

parecer no hay modos, ni medios establecidos para conseguirla (Bejar, 2015). Incluso,

Albert Camus (citado en Bejar, 2015) advierte sobre una plausible realidad: los hombres

mueren y no son felices. Y sobre este punto es importante llamar la atención, pues en el

contexto clínico donde personas reales dirigen entre su demanda terapéutica la felicidad,

dando cuenta de la permanente vocación del ser humano en pro de la felicidad, su

implacable búsqueda y anhelo de consecución, independiente de la edad, raza, sexo o

condición cultural (Bayés, 2009).

Si bien brindar una definición puntual, universal y precisa de lo que es la felicidad

resulta complejo como se pudo evidenciar, inclusive sólo al interior de la disciplina

psicológica, pues ésta, como otras, se ha apoyado en otras miradas para fundamentarse, al

parecer las manifestaciones empíricas pueden guiar de alguna manera el entendimiento de

este concepto. Por ello en el siguiente apartado se abordarán algunos conceptos

relacionados con la felicidad, así como algunos componentes que se han pensado

constituyentes de dicha experiencia, con el ánimo de ampliar la comprensión conceptual de

la misma.

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38  

Componentes de la felicidad y conceptos relacionados  

A pesar de la dificultad que suscita definir la felicidad, distintos teóricos se han

encargado de dar cuenta de una serie de elementos que parecen constituirla o que son

condición fundamental para que se dé. En un primer momento se va a examinar una

tendencia fragmentaria en la que se descompone la felicidad a una serie de elementos que

pueden ser distribuidos como porcentajes o fórmulas lógicas. Seguidamente se examinará

con detenimiento uno de los componentes sobre el que más controversia se encontró en las

investigaciones, el cual podría denominarse como temporalidad de la felicidad. Y,

posteriormente se irán puntualizando algunos conceptos que a lo largo de las

investigaciones se han asociado a la felicidad, tal como se encontró en el apartado anterior,

ya sea en calidad de sinónimo, equivalente o como factor influyente.

En este orden de ideas, Lyubomirsky (citada en Carrillo et al, 2014) piensa la

felicidad como un constructo dividido en tres factores. El principal acento lo pone sobre la

predisposición genética a la que atribuye un porcentaje del 50% de influencia sobre la

posibilidad de experimentar felicidad. Resulta llamativo que a pesar de que esta es una

perspectiva construida al interior de la psicología, lo neurobiológico sea el elemento

determinante para la felicidad. Aun así, también atribuye un alto porcentaje a las acciones

intencionales de los individuos por alcanzar felicidad, asignando el 40% a este factor. Por

último, atribuye un 10% restante a las circunstancias ambientales en las que el sujeto se ve

inmerso.

En otro desarrollo, la autora presenta a través de un método un conjunto de

indicaciones pragmáticas que bien pudiesen ser entendidas como componentes de la

felicidad, aunque también puede leerse como un paso a paso para alcanzarla. Planteadas

como un conjunto de ejercicios y estrategias, se trata pues de propiciar afectos positivos, a

través de acciones como expresar gratitud, desarrollar una visión optimista de los hechos,

cultivar buenas relaciones sociales, aprender a manejar las adversidades y el estrés. Por

último, señala la importancia de centrarse en el presente y comprometerse con el logro de

los objetivos vitales personales (Lyubomirsky citada en Scorsolini et al, 2013).

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39  

Caso similar ocurre con Seligman (citado en Bejar, 2015), quien atribuye una

distribución porcentual equivalente a la de la autora, aunque las categorías varían

ligeramente en su denominación. Así, la base genética que el autor denomina rango fijo de

la felicidad, aunque no la deslinda del componente biológico-hereditario que está de

base,de igual manera piensa que un 50% de la felicidad depende de ella. Así mismo,

atribuye a la voluntad de alcanzar la felicidad un 40%, y aunque no son acciones

deliberadas como lo plantea Lyubomirsky, ambas tienen de base la intencionalidad. Así

mismo, este autor piensa el 10% restante como un factor meramente circunstancial.

De igual manera este autor propone un modelo alternativo en el cual la felicidad o el

bienestar, dicho sea de paso que Seligman (citado en López et al, 2017) trabaja

indistintamente con estos dos conceptos, son el fruto de la interacción de 5 experiencias,

proceso al que denominó PERMA por sus siglas en inglés: Positive emotions, Engagment,

Relationships, Meaning y Achievements. A través de la traducción al castellano, López et

al (2017) construyeron una fórmula lógica para sintetizar el modelo de la siguiente manera:

“emociones positivas (Vp), vida comprometida (Vc), vida significativa (Vs), relaciones

interpersonales positivas (RIp) y logros (p. 469)”. La construcción final de la ecuación es:

F = Vp + Vc + Vs + RIp + L

Siendo “F” felicidad o bienestar, y haciendo la lectura como una sumatoria de

factores que dan por resultado tal fenómeno. No obstante, a partir de tal fórmula se

introduce el carácter indispensable de cada factor en la ecuación para que la felicidad se dé.

Otra lectura del mismo autor, menos factorial y más dimensional, la ubica en tres

espectros. El primero denominado hedonista que se centra en experimentar sensaciones

subjetivamente positivas para el sujeto; el segundo traducido como enfoque de deseo es

netamente la realización subjetiva de los deseos; y por último, el enfoque lista de objetivos,

que en síntesis se trata de la realización de actividades o el alcance de logros vitales

(Sariçam, 2016).

Por otra parte, Palomera (citado en López et al, 2017) propone otra ecuación a partir

del consenso sobre la cualidad interaccionista de la felicidad, retomando algunos de los

factores más frecuentes dentro de las definiciones. De esta manera, retoma la propuesta de

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40  

Seligman sobre el rango fijo, proveniente de la base biológica-hereditaria (R), proponiendo

además el factor contextual (C) y los factores adquiridos a través de la educación y la

experiencia (A). Lo anterior se puede expresar en el guarismo siguiente:

F= ∫(R, C, A) ((López et al, 201, p. 468).

Se debe agregar que Palomera (citado en Carrillo et al, 2014) evoca la posición

interaccionista a partir de distintos estudios sobre la felicidad, resaltando precisamente los

rasgos heredados y el ambiente en el que se desarrolla el individuo. Establece que la

felicidad sólo puede surgir en la constante interacción de estos dos elementos, que pueden

ser comprendidos también como factores internos y externos. Carrillo et al (2014)

retomando el planteamiento del autor, resaltan el papel fundamental de las relaciones

sociales como factor externo, pues tienen una importante influencia sobre la capacidad de

adaptación a los diferentes contextos, teniendo gran impacto en la felicidad del individuo.

Conviene subrayar que la tendencia explicativa en los artículos es efectivamente

interaccionista, las variaciones suelen estar del lado de los determinantes o factores que se

ponen en juego. Se suele encontrar con cierta frecuencia la primacía de lo biológico, que

encierra elementos como la salud y el sexo. De igual manera, se encuentra como un factor

de vital importancia lo psicológico, abarcando rasgos de personalidad, autoestima, valores,

creencias y afectos (Furnhamn & Chen, citados en Álvarez, 2012), así como elementos

socioculturales, a saber, nivel de ingresos, condiciones de vida, familia, entre otros

(Alarcón citado en Álvarez, 2012). Sin embargo, Álvarez (2012) advierte que, aunque estos

determinantes tienden a asociarse con los niveles de felicidad, habitualmente el carácter

subjetivo de la definición suele sobresalir con mayor potencial explicativo para el

individuo.

En la misma línea de pensamiento, la propuesta de Abraham Maslow (citado en

López et al, 2017) asocia el logro de la felicidad con la satisfacción integral de las

necesidades humanas en todas las dimensiones: físicas, psicológicas y sociales; insertado

también en la lógica multidimensional de los factores que componen la felicidad. De igual

manera, Fredickson (citado en López et al, 2017) retoma los tres niveles propuestos por

Maslow y agrega un cuarto nivel que denomina intelectual, proponiendo así que, en primer

lugar, el ser humano tiene necesidades intelectuales y en segundo lugar, que la satisfacción

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41  

de tales necesidades podría traer como efecto felicidad. Hay que señalar además que para

este autor la felicidad en suma sería simple y llanamente el predominio de afectos positivos

generados en el desarrollo dimensional que propone. Se debe agregar que López et al

(2017) proponen ante estos componentes hasta aquí enunciados una división particular que

permite hacer otra lectura dimensional. Por una parte, se pueden encontrar indicadores

objetivos que están centrados en índices de estabilidad económica, médica o de salud,

libertad y acceso a la educación. Cabe resaltar que a través de estos indicadores se mide

habitualmente en distintos contextos los niveles de felicidad en la población. Por otro lado,

se encuentra una esfera subjetiva, a la que constantemente se hace alusión, y que además de

partir de la definición particular de cada sujeto o grupo, es la que han pensado con mayor

interés distintas disciplinas como la psicología, la sociología y la filosofía.

De allí que existan propuestas teóricas que piensan los componentes de la felicidad

en una dimensión puramente subjetiva en tanto dejan de lado el factor hereditario-biológico

de tan notable importancia para algunos autores como Seligman o Lyubomirsky.

Evidentemente, unos se han distanciado más que otros, por ejemplo, Sánchez & Méndez

(2011) proponen cuatro elementos fundamentales: contexto donde el individuo se

desarrolla; rasgos y aptitudes con las que el sujeto nace, pero que sólo cobran valor en el

aprendizaje; procesamiento de la información frente a eventos que evocan afectos y

capacidad de responder o percepción de autoeficacia de cara a estos estímulos. Esta

posición, aunque no descarta una base biológica o la influencia contextual, siempre pone de

relieve la interacción subjetiva del individuo como determinante. Álvarez (2012) le acuña

una naturaleza bio-psico-socio-cultural, lo que expresa hace de la felicidad una

representación heterogénea, imprecisa y que abarca una amplia gama de emociones,

percepciones y vivencias, que de algún modo constituyen una forma de ver el mundo, el

relacionarse con los demás y de verse a sí mismo.

Lo anterior resuena con una investigación llevada a cabo por Delle Fave et al

(citados en Hernández et al, 2017) en la que se encontró que para muestras poblacionales de

clase media en 12 países de Latinoamérica la concepción de felicidad fluctúa entre dos

niveles, el psicológico y el contextual. En el primero se hace referencia a una suerte de

armonía interna o equilibrio entre diferentes aspectos relativos al yo. En el segundo punto

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alude a las relaciones positivas, tanto familiares como sociales. Por su parte Barragán

(2013) argumenta que la auténtica felicidad está conformada por tres campos vitales, a

saber: la buena vida, en la que se desarrollan actividades compatibles con la búsqueda de la

felicidad; la vida con sentido, conseguida a través del logro de objetivos y propósitos

vitales; y por último, la vida placentera, es decir la búsqueda hedonista de gratificación y

placer.

Así mismo, Alarcón (citado en Castilla et al, 2016) propone cuatro dimensiones

subyacentes a la felicidad. Inicialmente, la ausencia de intenso sufrimiento, como los

cuadros depresivos, y prevalencia de afectos y experiencias positivas. Del mismo modo,

satisfacción vital o un alto nivel de contentamiento con lo alcanzado, tiene o está por lograr.

También, la realización personal que apunta a una forma de felicidad que perdura en el

tiempo, es decir, no es transitoria. Ésta tiene alta relación con la anterior, a mayor nivel de

satisfacción vital, mayor sensación de realización personal y viceversa. Finalmente, el autor

resalta una dimensión más actitudinal que las anteriores a la cual denomina alegría de vivir,

la cual engloba expresiones de optimismo y una constante expectativa favorable sobre el

futuro, originando una forma de afrontar los desafíos existenciales.

En concordancia, Rodríguez et al (2017) resaltan que en tanto la felicidad significa

percepción de satisfacción es por eso una experiencia interna. Además, supone siempre la

posesión de un bien que está asociado subjetivamente con la felicidad. Cabe resaltar que

este bien es de naturaleza diversa, puede ser ora material ora inmaterial, estando en este

último grupo aquellos relativos a los de tipo ético, psicológico, religioso, social, entre otros.

El último elemento que resaltan los autores es que en tanto conducta la felicidad tiene un

carácter temporal, que podría pensarse transitorio. No obstante, el planteamiento

inmediatamente anterior de Alarcón donde expone un carácter actitudinal de la felicidad

hace pensar en cierta perdurabilidad de la felicidad.

En consecuencia, y a través de este breve ejemplo, se puede abrir una de las

discusiones más recurrentes al interior de la muestra documental revisada ¿es acaso la

felicidad un fenómeno transitorio o un asunto que perdura en el tiempo? De hecho, en la

investigación llevada a cabo por Mercado (2014), en la que indagó por la concepción de

felicidad en jóvenes de Bolivia, constató que las respuestas recogidas se podían categorizar

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en dos grupos, uno en el que se considera a la felicidad como un sentimiento transitorio, y

otro como un estado duradero. López et al (2017) expresan que debe concebirse de acuerdo

a su naturaleza y componentes. Por un lado, algunos autores lo consideran producto de una

vivencia personal de satisfacción, medible a través de indicadores neurobiológicos,

demarcando cierta transitoriedad del fenómeno (Campbell, Convese y Rodgers, citados en

Amigó, 2012); por el otro, varios teóricos afirman que se trata de un desenlace cognitivo y

afectivo, a propósito de la evaluación subjetiva desarrollada en el apartado anterior, que

abarca una visión más global de la satisfacción con la vida (Andrews & Withey; Ryff

citado en Sánchez & Méndez, 2011).  

Algo semejante ocurre con lo que propone Amigó (2012) quien señala cómo

algunos autores (Campbell, Convese y Rodgers, citados en Amigó, 2012) lo conciben como

un estado transitorio, de índole emocional que se caracteriza por la alegría y el júbilo.

Nótese hasta aquí que incluso la palabra estado introduce un equívoco, pues otros autores

como Mercado (2014) utilizan la palabra estado para referir perdurabilidad. Continúa

Amigó (2012) referenciando a Bradburn, que piensa la felicidad como un resultado

favorable de la evaluación subjetiva, una especie de balance entre las experiencias positivas

y negativas. Eysenck (citado en Amigó, 2012) contribuyó enormemente al desarrollo de

esta polémica a través de su teoría del rasgo-situación respecto a la felicidad, afirmando que

esta no es más que una extraversión estable. De igual manera Moyano (2016), expone que

la felicidad como estado es en suma un balance mental de trascendencia para el sujeto,

aunque el autor señala que esto puede tener distintos grados de significatividad

dependiendo de los elementos que contribuyan a ese estado, le darán un sentido efímero o

permanente. Empero, el autor resalta que una forma simplificada de dar respuesta al asunto

de la felicidad es describirla en sus términos transitorios como un estado pasajero de intensa

satisfacción y armonía con lo que está alrededor o como un estado de plenitud absoluta

momentánea.

A su vez, Seligman (citado en Barragán, 2013) hace una distinción entre felicidad

momentánea y felicidad duradera, afirmando que en la primera se trata de la búsqueda de

placer inmediato, es decir, el accionar hedónico, mientras que en la segunda interviene el

aprendizaje y la capacidad de incrementar paulatinamente aquello que la pudiese

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conformar, por ejemplo, potenciar rasgos positivos de la personalidad, alcanzar logros

sociales como el matrimonio o la explotación de talentos personales. Algo similar puede ser

encontrado en Heylighen (citado en Velado, 2014) quien discrimina las mismas dos

corrientes en lo que denomina la dimensión temporal, como pasajera y que apunta a una

experiencia de bienestar subjetivo puntual; y la dimensión de felicidad duradera, similar a

lo propuesto por Seligman, en la cual hay un predominio de sentimientos agradables,

abundancia material y contentamiento con lo alcanzado en la vida.

Si se piensa de esa forma la felicidad, es viable la propuesta de López et al (2017)

en la que la felicidad sería educable en tanto actitud interior, conduciendo al estudiante a

través del proceso de aprendizaje a un óptimo desarrollo personal. Esta propuesta es

fundamentaba principalmente en la propuesta de Lyubomirsky apuntando a potenciar el

40% de influencia que tienen las acciones deliberadas sobre la felicidad del ser humano;

aunque también, le apunta a aprovechar la disposición genética de cada quien que para

estos autores tiene mayor peso (50% de influjo sobre la felicidad). Esto parece consistente

con los resultados obtenidos por Rodríguez et al (2017), donde la muestra poblacional

mexicana percibe la felicidad no sólo como una experiencia, sino mayormente como una

actitud altamente adaptativa para su cultura, aprendida ciertamente en la interacción social.

Lo anterior recuerda efectivamente la filosofía oriental, en la que se basa hasta

cierto punto la corriente humanista, pues uno de sus mayores exponentes, Victor Frankl

(citado en Velado 2014) acuña nuevamente la metáfora del camino afirmando que la

felicidad es en últimas una forma de transitar por la vida. A esto, algunos autores lo han

denominado riqueza psicológica o capital emocional que en conjunción con otros valores

posibilita una forma benéfica de aprender a vivir, lo que conlleva efectividad en la

búsqueda de otras metas vitales (Bejar, 2015). Simultáneamente, esto resuena con la

propuesta de Velado (2014) que explica dos formas de entender la felicidad. Una como

contenido, aludiendo a la consecución de metas y objetivos planteados por cada quien, lo

que en la cultura occidental es a lo que se le ha llamado calidad de vida; la otra como

proceso, que se inserta más en la lógica de la metáfora del camino, que dura tanto como la

vida misma, aunque varía en función de los logros alcanzados.

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45  

Hasta cierto punto, esta concepción permite deducir la felicidad como una decisión,

en tanto se elige transitar el camino de tal o cual manera. Pese a sonar utópico, es una

postura seriamente trabajada por la psicología en los últimos años. Aunque parece que tales

concepciones se fundamentan en la postura biologicista de alguna forma, pues desde esta

óptica la felicidad es un rasgo medianamente estable con algunos picos de bienestar

subjetivo y del cual no se puede descartar su posibilidad de heredabilidad (Ortiz et al,

2013). Inclusive, esto daría para pensar la felicidad como una aptitud que consistiría en la

posibilidad de disfrutar y de sentirse satisfecho con la vida (García, 2010).

Así las cosas, aparentemente al interior de la psicología positiva la postura

predominante es la concepción de la felicidad como un estado que perdura, Shafiq et al

(2015) afirman que se trata de un estado de bienestar que, por lo demás, tiene alta relación

con la salud mental. Así mismo, Delgado (citado en Sánchez & Méndez, 2011) señala que

como estado previo este puede modular la recepción de manera positiva de las experiencias,

dándole un matiz altamente cognitivo o racional, si se quiere, a la felicidad (Carrasco &

Sánchez, 2008). Incluso, Cuadra & Florenzano (citados en Rodríguez et al, 2017)

consideran que las personas pueden ejercer cierto nivel de control sobre ello, en pro de

concebir el mundo de forma relativa de tal manera que genere alegría, satisfacción y

bienestar. De igual modo, Argyle (citado en Sánchez & Méndez, 2011) asevera aún más el

asunto diciendo que a través de la felicidad se pueden producir pensamientos positivos, así

como re-significar recuerdos propendiendo por una evaluación más optimista de las cosas

(Carrasco & Sánchez, 2008), pues como afirman Nava & Ureña (2017) cuando el mundo se

enfrenta con optimismo, es porque se es feliz.

No obstante, esto introduce otro llamativo razonamiento sobre aquella metáfora del

viaje o el camino, por lo demás tan frecuente en el género de autoayuda, que invita a una

transformación interna a través de la introspección, en últimas, se trata de un abrazo al

optimismo (Bejar, 2015). Es así como plantean que la felicidad depende de cada uno en

tanto es responsabilidad de todo individuo poder mostrarse optimista ante las cosas si

quiere experimentar felicidad (Nava& Ureña, 2017). Dicho de otra manera, felicidad ha

sido el nombre que se ha utilizado para la tendencia optimista que propone que pensar bien

es sentirse bien. La felicidad es un constructo social que cambia la forma de sentir de las

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46  

personas. Es como si se tratara de un asunto mayoritariamente actitudinal pues si alguien se

embarca en la búsqueda implacable de felicidad, sólo encontrará efímeros picos de la

misma (Mercado, 2014). Esto incluso ha llevado a que tautológicamente sea mejor optar

por la palabra positividad en lugar de felicidad (Bejar, 2015). Carrasco & Sánchez (2008)

explican tal cosa a partir de una visión, podría decirse, integradora en la que, dado el

carácter placentero y transitorio de la felicidad, si ésta sucediese con cierta frecuencia,

podría dar origen a una actitud optimista que sería, como se ha desarrollado hasta aquí, una

forma de felicidad que perdura. De igual manera, podría pensarse que la concepción

transitoria de felicidad ha sido producto de una confusión de este concepto con el de placer,

el cual es fugaz e inestable (Carrasco & Sánchez, 2008).

Por su parte, Fierro (2008) polemiza haciendo un análisis global de la propuesta

construida al interior de la psicología positiva preguntándose por qué los teóricos hablan de

felicidad cuando en realidad se refieren a placer, sosiego, paz y tranquilidad, inclusive

anestesia. De igual manera, hace una crítica a lo que él denomina credo optimista

pregonado por algunos autores en que el sujeto es responsable de entre un 90% y 100% de

sus experiencias, por ende, de su felicidad, lo que de cierto modo ha dado paso para que

algunos autores como Stephen Covey (citado en Fierro, 2008) afirmen que la felicidad nace

de la propia voluntad, que se trata de un asunto de perspectiva, de cómo se ven las cosas y

qué tan a gusto se siente cada quien consigo mismo.

Aun con todo esto, Csikszentmihalyi (citado en López et, 2017) establece que la

felicidad se trata de vivencias excepcionales, o como él las acuñó, experiencias óptimas o

en las que hay un fluir (flow). Además, señala que en tales momentos el individuo se siente

absorto y se perciben como agradables. Contrario a otros autores, considera que la felicidad

tiene una connotación ubicada fundamentalmente en el presente, sólo pueden ser vividas en

el aquí y el ahora, inclusive asevera cierta atemporalidad de su curso, por lo que la única

manera de atribuir una perdurabilidad de tal experiencia sería consagrar la vida a conseguir

este tipo de experiencias (Domínguez, & Ibarra, 2017). De esta propuesta dos cosas pueden

ser extraídas: la felicidad es fundamentalmente transitoria y tiene un carácter

considerablemente hedonista, pues el estado de flujo referido por el autor sólo es posible en

tanto se está libre de angustias, aburrimiento y desequilibrio emocional (Álvarez, 2012).

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47  

En esta misma línea de pensamiento se insertan Pavot, Diener & Fujita (citados en

(Álvarez, 2012) quienes consideran la felicidad como un estado anímico transitorio que

produce distención y relajación, además de gozo asociado a la descarga de

neurotransmisores de placer, producidas por ciertas experiencias amenas, que sin embargo

no ocurren muy frecuentemente y sus efectos suelen ser de corta duración. Al parecer, la

imposibilidad de una permanencia de la felicidad está precisamente en aquellos

desencadenantes de la misma, pensando así que la futilidad y la intermitencia son de los

rasgos característicos de este fenómeno (Moccia, 2016). De allí que la posibilidad de

integración hasta cierto punto se desvanezca, pues implica una contradicción conceptual. Si

se piensa la felicidad como rasgo de personalidad que perdura y como estado anímico

evanescente, tal como propone Amigó (2012), habría que determinar hasta qué punto se

habla del mismo fenómeno. Aun así, el autor señala que los resultados de su investigación

en una muestra colombiana apuntan a la existencia de ambas como elementos

complementarios de la felicidad.

El debate sobre la temporalidad de la felicidad sigue abierto (Amigó, 2012), de

cierto modo la perspectiva psicológica se encuentra enfrascada en la disputa de siglos atrás

entre la corriente hedónica, que traducida a la terminología psicológica iría por la vía del

estado transitorio de satisfacción y la corriente eudaimónica que piensa la felicidad ligada

inevitablemente a un bienestar generalizado. Esto da cuenta de la transposición de términos

utilizada para definir ciertos conceptos al interior de las disciplinas, y entre ellas, la

psicología. Por ello, en adelante se explorarán algunos de estos términos y otros conceptos

relacionados a la felicidad, con el ánimo de ver la magnitud del fenómeno. Muchos otros

conceptos suelen relacionarse con la felicidad, al menos en psicología, algunos de ellos

suelen encontrar apoyo empírico en las investigaciones, llevando a nuevas hipótesis, teorías

y construcción de instrumentos de medición (Barragán, 2013).

Es así como a lo largo de la investigación sobre la felicidad se encuentra

inexorablemente la palabra bienestar, tal como se señaló en el apartado de definición, para

tratar de dar cuenta de lo que la felicidad es. Se habla entonces de bienestar subjetivo,

psicológico o simple y llanamente de bienestar. Fierro (2008) explica que tal asociación

aparece sobre todo en Norteamérica, nicho de la psicología positiva y que nace a partir de

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la consideración de la felicidad como un bien que en inglés se trata de la partícula well. A

partir de allí se desprenden welfare que tiene relación con la prosperidad, pero también

indica bienestar; wellness que sería la traducción más puntual de bienestar y well-being que

es otra forma de decir bienestar, refiriéndose sobre todo a un estado. Fierro (2008) advierte

cómo, aparentemente, el mal del siglo contemporáneo es precisamente un horror a toda

posibilidad de sufrimiento o de carencia, señalando irónicamente que es como si se creyera

que la vida puede llegar a ser indolora y sin crisis. También, resalta que esto ha influido

enormemente en las dinámicas sociales y políticas, pues este bienestar es exigido a los

gobernantes en gran medida.

De igual manera, Alarcón (citado en Barragán, 2013) señala la introducción de otras

partículas como swb (bienestar subjetivo), pwb (bienestar psicológico) y swl (satisfacción

con la vida), que han sido utilizadas como sinónimos de la felicidad con el ánimo de crear

herramientas de medición que sean operacionales. Ello facilitaría el análisis científico del

fenómeno, aunque de igual manera dice que el término de felicidad por sí solo aludiría

exclusivamente a un estado afectivo (Carrasco & Sánchez, 2008). Sin embargo, a pesar de

que muchos autores les han encontrado como sinónimos (Veenhoven citado en Pozos et al,

2013) teóricamente cada uno de ellos debería tener al menos algunos elementos

independientes entre sí (Valdez citado Pozos et al, 2013).

En consecuencia, Seligman (citado en Carrillo et al, 2014) hace una distinción entre

la teoría de la felicidad y la del bienestar, sugiriendo que el bienestar se compone por los

elementos de su modelo PERMA, anteriormente explicado, y que apunta al florecimiento

(flourish), mientras que la felicidad sólo apunta a una medida subjetiva de satisfacción con

la vida o para hablar de lo que las personas valoran y aprecian de la misma (Domínguez, &

Ibarra, 2017). Pero estos autores (Domínguez, & Ibarra, 2017), simultáneamente introducen

otra cuestión y es que las personas pueden estar satisfechas con su vida y no

necesariamente referir felicidad y viceversa. De igual manera, Moyano (2016) expresa que

esto inclusive implica un problema en la investigación, pues los sujetos estudiados

distinguen un fenómeno del otro, por lo que precisar qué respuestas apuntan al bienestar y

cuáles a la felicidad, incluso a la satisfacción vital, resulta siempre complicado.

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Sobre esto, Amigó & Hernández (2012) afirman que en la actualidad no hay

suficiente claridad sobre esta diferencia, y afirman que quizás simplemente se trate de dos

elementos que apuntan a uno más amplio conocido como calidad de vida. Sin embargo,

Sariçam (2016) expone que, en distintas investigaciones, sobre todo de índole cuantitativa,

estas variables suelen correlacionar positivamente, lo que de cierto modo explica esta

frecuente relación e intercambiabilidad de términos en los teóricos, aunque ello invita a

pensar en la validez de los instrumentos a través de los cuales se ha investigado la felicidad,

pues esto permite cuestionarse si realmente miden lo que dicen medir.

Ciertamente, algunos autores (Moyano et al, 2008) afirman que el término felicidad

ha sido traducido por bienestar subjetivo únicamente para brindar un carácter científico al

estudio de la misma. Aunque el uso de ambos sigue siendo frecuente dependiendo de la

disciplina de la que se trate. Algunas incluso usan ambas indistintamente (López et al,

2017). De hecho, en algunos países con el ánimo de comparar niveles de bienestar se

valieron de indicadores de felicidad en su investigación (Loewe citado en Nava& Ureña

2017). No obstante, Vera et al (2011) denuncian que quizás toda esta confusión de términos

se trate de un descuido por parte de los autores en definir las características de cada

concepto.

Algo similar sucede con el optimismo que, como se señaló previamente, ha

disfrazado en cierta medida la felicidad tras positividad, positivismo o ser positivo, actitud

construida fundamentalmente mediante la voluntad (Bejar, 2015). Debido a esta visión,

entran en juego otros conceptos como entusiasmo, esperanza, gratitud, amor y creatividad

(García, 2010). Es por ello que Fierro (2008) nuevamente advierte que, aunque hay algunos

autores que tienden a usar el optimismo prudentemente y matizándolo a través de una

visión realista, otros en cambio han optado por un optimismo que el autor refiere

desaforado y altamente subjetivo, que pareciera inmutable a pesar de las circunstancias. Lo

anterior podría tener importantes consecuencias, en tanto que culpabilizan al sujeto

innecesariamente por no ser optimista, llevándole a producir justamente el efecto contrario

a quienes las condiciones de alguna u otra manera no los favorecen.

De igual manera, podría deducirse un desenlace similar con la relación establecida

entre la felicidad y la personalidad. Algunos autores (Tabrizi & Akberi, 2014), consideran

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que las diferencias individuales de felicidad se deben a diferencias de personalidad. De

hecho, Eysenck (citado en Amigó & Hernández) propuso que la felicidad se relacionaba

positivamente con la extraversión y negativamente con el neuroticismo, siendo estas las

variables de personalidad que podrían tener más relación con la felicidad, así como con el

bienestar (Morán et al, 2017). En este sentido, García (2010) señala que la extraversión

llega a ser un potente predictor de la felicidad, lo que se debe fundamentalmente a que esto

implica una mejor sociabilidad permitiendo relaciones interpersonales satisfactorias y

participación social activa, incluso con la inteligencia emocional (Fernández & Extremera,

2009) atribuida de algún modo a este factor o al sentido del humor (Herrera & Perandones,

2017). No obstante, en una investigación llevada a cabo por Torres et al (2014) en jóvenes

universitarios de Talca, Chile, se encontró que el tipo de personalidad extraversión no

genera diferencias significativas en cuanto a la felicidad.

Aunque, lo anterior permite introducir las relaciones interpersonales o sociales

como otro fenómeno asociado a la felicidad. En contraste con algunas variables

sociodemográficas que han encontrado una débil correlación con este constructo, al parecer

las relaciones sociales tienen una mayor incidencia en la felicidad, independiente del

momento del ciclo vital de los individuos (Ortiz et al, 2013). Al respecto, Nava & Ureña

(2017) afirman que, dada la fragilidad misma de la vida, la felicidad depende de cierto

modo de la red de apoyo que rodea al individuo, sobre todo aquellos amados, como los

padres, familiares cercanos, y las amistades. Aseveran que la compañía de los pares

constituye un vector fundamental para la consecución cotidiana de la felicidad, sobre todo

en niños y adolescentes. Por ello, la felicidad tendría que considerarse de alguna manera

como un fenómeno colectivo, casi como un asunto de salud pública dado el influjo

relacional que tiene (García, 2010).

En este sentido, Frey y Stutzer (citados en Panadero et al, 2013) afirman que

habitualmente las personas que tienen una relación de pareja o un matrimonio,

habitualmente presentan mayores índices de felicidad. Sin embargo, hay que señalar que el

tipo de relación establecida también juega un papel importante, pues aunque los vínculos

estables con amigos y la comunidad pueden contribuir de cierto modo a la felicidad,

aquellos de mala calidad o cuando simplemente hay algún tipo de privación en esta esfera,

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suele haber un impacto negativo en la felicidad (Panadero et al, 2013). De hecho, Schimmel

(citado en Panadero et al, 2013) sostiene que el apoyo social suele tener mayor influencia

sobre la felicidad que el nivel de ingresos, sobre todo cuando las condiciones económicas

no son favorables.

Sin embargo, y aunque mayoritariamente desde una perspectiva económica, la

psicología también ha relacionado la felicidad con el nivel de ingreso. Distintos trabajos

como los realizados por Argyle, Diener, Sandvik, Seidlitz y Rojas (citados en Panadero et

al, 2013) muestran que la situación económica personal puede incidir importantemente en

la explicación de la felicidad. En efecto, Frey y Stutzer (citados en Gerstenbluth et al, 2008)

al estudiar la relación entre nivel de ingreso y felicidad en diferentes países encontraron una

relación importante entre ambas. No obstante, parece que esto aplica específicamente para

contextos donde el nivel de renta es bajo, por lo que un aumento de la misma implicaría en

consecuencia incremento de la felicidad, aunque esto sólo tiene ciertos alcances, pues

aumentos sobre todos los individuos parecen no tener un impacto suficiente, si esto no

afecta los ingresos relativos de cada quien (Gerstenbluth et al, 2008). Entonces, el dinero

parece ser importante para incrementar la felicidad de quienes son pobres, pero su impacto

es menor o simplemente no tiene sobre quienes no atraviesan esta condición (Moyano et al,

2008).

Efectivamente, desde un análisis histórico se encuentra que, a pesar del crecimiento

de la renta en algunos contextos, la felicidad se ha mantenido estable o ha menguado.

Puede ser que en realidad tal cuestión trate de mostrar que, en consecuencia, los niveles de

ingreso no sean un factor determinante en la felicidad, por lo que Gerstenbluth et al (2008)

ponen de relieve la posibilidad de lograr algunas aspiraciones, sin importar el nivel de

ingreso, como un agente primordial. Otro elemento que entraría en juego allí sería el que

expone Frank (citado en Gerstenbluth et al, 2008), en el cual sostiene que las personas están

más preocupadas por la posición relativa que ocupa frente a los otros, en cuanto a sus

logros, que realmente en el nivel de ingresos propiamente dicho.

De igual manera, Carrillo et al (2014) señalan que para que exista relación entre el

dinero y la felicidad, deben darse dos condiciones fundamentales, que por un lado las

necesidades básicas del sujeto estén cubiertas y por el otro la forma como se invierta el

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dinero. Si tales necesidades no se cubren, recordando el planteamiento de Maslow (citado

en Pozos et al, 2013) la felicidad personal se verá seriamente afectada. Cabe resaltar que

esta relación entre nivel de ingresos y felicidad, resulta débilmente sustentada en

comparación con otros elementos que aportan subjetivamente a la felicidad, especialmente

en personas en condición de pobreza (Panadero et al, 2013). Efectivamente, al comparar el

nivel de felicidad reportado por los habitantes de algunos países y el incremento del

producto interno bruto (PIB), se ha concluido que este incremento per cápita no ha sido

garantía en el incremento de felicidad (Carrillo et al, 2014). Esto haría pensar que, hasta

cierto punto, la felicidad poco tiene que ver con acumular bienes (Barragán, 2013). En

consonancia con lo anterior, una encuesta realizada en Estados Unidos a casi medio millón

de habitantes en 2009 corroboró que la relación entre el nivel de ingresos y felicidad se

mantenía directamente proporcional hasta cierto tope, a saber, $75.000 USD al año, una vez

superada esta cifra la relación no se mantenía. (Kahneman & Deaton citados en Vera et al,

2012). Aún más, Ortiz et al (2013) adjudican un impacto negativo a la riqueza en tanto

disminuye la capacidad de los individuos para vivenciar algunas emociones y experiencias.

A través del análisis realizado por Fierro (2008), algunas conclusiones pueden ser

extraídas de este asunto. En primer lugar, que las personas que viven en naciones con

condiciones económicas más favorables es probable que sean más felices. En segundo

lugar, que el incremento del nivel de ingresos no necesariamente se ha traducido en un

aumento de felicidad. En tercer lugar, las diferencias internas de distribución de recursos

impiden realizar una medida fiable en cuanto a niveles de felicidad y niveles de ingreso,

mostrando la frágil relación entre estos elementos. En cuarto lugar, los incrementos en la

riqueza personal no necesariamente generan felicidad, pues al parecer hay factores

subjetivos con mayor incidencia. Y, por último, al parecer las personas que están

preocupadas excesivamente por el dinero son menos felices.

Por otra parte, al parecer ligado al nivel de ingresos aparece la noción de trabajo

como elemento relacionado con la felicidad. Acuñando la expresión pasatiempo

remunerado, como una forma productiva de ocupar el tiempo y generar recursos

económicos para el sujeto, poniendo a prueba habilidades del individuo y contribuyendo a

su desarrollo personal (Moyano et al, 2008). Sin embargo, al igual que con otros elementos,

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si las condiciones laborales no son las mejores, este podría constituir uno de los elementos

que más infelicidad genera como corroboran algunos estudios (Argyle citado en Moyano et

al, 2008). De alguna manera, esto podría tener relación con la posibilidad de éxito que tal

ocupación represente para la persona. En efecto, Maslow (citado en Domínguez, & Ibarra,

2017) sostiene que, si se planea deliberadamente hacer menos de lo que las capacidades

personales permiten, probablemente se tienda a la infelicidad. No obstante, negar las

limitaciones propias y tener expectativas muy altas que rozan con la ficción tendría un

desenlace paralelo.

A su vez, Vera et al (2011) establecen que tal relación del éxito con la felicidad es

siempre bidireccional, a mayor éxito mayor felicidad y a la inversa. Estos dos conceptos

parecen indiscutiblemente unidos, por lo demás, ambos traen consigo la aparición de otros

afectos positivos que de igual manera contribuyen a un mejor rendimiento individual

(Fernández & Extremera, 2009) y, por ende, podría inferirse, colectivo. Cabe señalar que

ambos elementos dan cuenta de una suerte de riqueza personal, no de índole material, sino

más bien psicológica. De hecho, algunos de los elementos que se refieren frecuentemente

dentro de las investigaciones que tiene una relación importante con la felicidad son

autoestima y autoconcepto.

Tal como muestran Sánchez & Méndez (2011), individuos con ciertos niveles de

éxito, que dan cuenta de un mayor nivel de autoeficacia, habitualmente se sienten más

satisfechos con su autoconcepto, lo que en consecuencia generaría felicidad de acuerdo con

Crossley y Langdridge (citados en Sánchez & Méndez, 2011). Cabe mencionar que esto

inclusive parece que tiene una incidencia importante en la satisfacción vital (Núñez et al,

2015), término que como ya me mencionó con anterioridad, tiene alta relación con la

felicidad. Por lo demás, esta relación parece constituir también un importante elemento para

afrontar desafíos existenciales, especialmente en adolescentes (Domínguez, & Ibarra,

2017), que además cuando presentan bajos niveles de autoestima los efectos colaterales van

desde evadir responsabilidades, ser desafiante, tener cambios de humor repentinos hasta la

infelicidad propiamente dicha (Domínguez, & Ibarra, 2017).

De cierto modo, lo anterior invita a pensar en la posible relación que tiene la

felicidad con la salud mental. Al respecto, Pavez et al (2012) sostienen que los datos

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empíricos arrojados por distintas investigaciones, suelen mostrar que niveles altos de

felicidad suelen ser ventajosas para la salud mental y una mejor adaptabilidad. En algunos

contextos las implicaciones de ambos términos se superponen (Shafiq et al, 2015), dados

los distintos campos desde los que se realizan estas aproximaciones, a saber, la biología, la

psicología, la religión y la filosofía. Aun así, algunos investigadores han corroborado

empíricamente esta relación. Aghili (2012), realizó una investigación con jóvenes

iraníesreveló que quienes tenían un nivel de salud mental más alto eran más felices. De

igual manera, Salehi (2011) estudió la relación entre bienestar mental, felicidad y religión

en la que encontró una importante relación entre estos tres elementos. Así mismo, Kamkary

(2012) llevó a cabo un estudio con una muestra poblacional que tenía un rango de edad de

15 a 29 años, revelando una estrecha relación entre salud mental y felicidad, especialmente

en los más jóvenes.

Ahora bien, se debe mencionar que parece que la relación de la felicidad con el

ámbito de la salud no sólo se restringe a la salud mental, sino que abarca también un

importante enlace con el estado de salud en general. Hecho corroborado en algunas

investigaciones como la llevada a cabo por Nava & Ureña (2017) en la que en los

adolescentes entrevistados el principal dominio semántico encontrado era el estado de

salud. Para ellos, estar sano era la condición más importante para poder experimentar

felicidad, dado que ello permite vivir de buena manera las experiencias que el mundo

ofrece y de las cuales de alguna manera se extrae felicidad. Cabe resaltar que no

necesariamente se trata de la salud objetivamente hablando, sino de la percepción subjetiva

de salud, siendo ésta la que tiene una estrecha relación con la felicidad (Panadero et al,

2013). De hecho, en investigaciones que relacionaban variables económicas con felicidad,

inesperadamente el estado de salud aparecía como uno de los determinantes más

importantes para la felicidad (Gerstenbluth et al 2008). De allí que se pueda afirmar que la

felicidad es un buen indicio de salud biológica (García, 2010).

Una última palabra relacionada con la felicidad dentro de la muestra revisada fue la

de sabiduría. Fierro (2008) referenciando a Aristóteles sostiene que el filósofo o aquél que

consagre su vida al pensamiento y al desarrollo de saber, es más feliz que cualquier otro.

De igual manera recuerda el coro final de Antígona escrito por Sófocles en el que propone

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la sabiduría como sede suprema de la felicidad. Así mismo, Sabán (2014) establece que

más allá de la acumulación de bienes o de una búsqueda externa de felicidad, tener esta

experiencia se trata más bien de un aumento constante de consciencia que implicaría cierto

nivel de trascendencia, especialmente de lo material. En contraste, otros autores

(Pelechano et al, 2016) afirman que la sabiduría en general no es una vía segura para

alcanzar la felicidad, ni tampoco constituye una respuesta de cómo ser feliz, por lo que

afirman que las relaciones entre estos dos elementos son tenues o a lo sumo nulas, teniendo

dominios semánticos independientes entre sí.

En definitiva, las investigaciones apuntan a que, hasta cierto punto, las variables

sociodemográficas como el sexo, la edad, el nivel socioeconómico o la salud objetiva

guardan poca relación con la felicidad (Barragán, 2013). Mientras que hacerse a una buena

red de apoyo, tener una relación de pareja, ser optimista y ser religioso, noción que será

desarrollada en el siguiente apartado, contribuyen de mejor manera a la felicidad (Seligman

citado en Barragán, 2013). Así mismo, se pudo corroborar la constante influencia de las

corrientes hedonista y eudaimónica dentro de las relaciones conceptuales asociadas a la

felicidad, más la emergencia de una tercera relacionada con la fluidez (Barragán, 2013).

No obstante, también quedó en evidencia la constante confusión en el uso de

algunos términos como sinónimos y las posibles brechas conceptuales que hay entre

felicidad y dichos elementos. Sobre ello, López et al (2017) enfatizan que asociar felicidad

a conceptos como calidad de vida, salud mental, satisfacción con la vida, autoconcepto o

positividad es un ejercicio riesgoso, pues ciertamente no son conceptos asimilables. De

igual manera sostienen que asociar la felicidad con el dinero, el trabajo, inclusive con las

relaciones sociales no es un hecho del todo preciso, pues siguiendo la teoría de Seligman y

Lyubomirsky (citados en López et al, 2017), la felicidad sólo depende en un 10% de ello.

Por lo anterior, es menester llevar a comprobación empírica las relaciones hasta aquí

establecidas entre felicidad y otros elementos. Así mismo, realizar una revisión de la

validez de los instrumentos con los cuales se ha venido midiendo la felicidad. En definitiva,

realizar una exploración teórica juiciosa que permita realizar la distinción entre términos

como felicidad y bienestar; felicidad y placer; felicidad y optimismo; felicidad y

positividad, entre otros.

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Población y problemáticas de salud mental: una aproximación contextual a la felicidad

 

Una vez establecidos los intentos de definición de la felicidad, así como los posibles

componentes y conceptos que se han relacionado a la misma, es importante revisar algunas

asociaciones particulares que se han establecido con cierto tipo de población, así como con

algunas problemáticas de la salud mental o que tienen incidencia sobre la misma.

Respecto a la población, algunos estudios (Vera et al, 2012) resaltan la aparente

función que tiene la riqueza del país en cuestión. Sin embargo, al referirse a riqueza no se

trata exclusivamente de los niveles de ingreso generales de tal país, como se discutió en el

apartado anterior, se trata más bien de la relación entre niveles de educación y desarrollo.

Por ello, las personas más educadas en países menos desarrollados reportan, habitualmente,

menos niveles de felicidad que aquellos que han alcanzado mejores niveles de desarrollo

(Vera et al, 2012).

No obstante, otros autores (Sabán, 2014) muestran una serie de anomalías para el

contexto latino, argumentando que, si se relacionan asuntos como la satisfacción con la

vida con el nivel de renta, aparecerán algunas irregularidades en la tesis previamente

esbozada, a saber, que los países desarrollados suelen reportar mayores niveles de felicidad.

Al parecer, en la mayoría de países latinoamericanos, puntualmente en Colombia, México y

Guatemala, sus habitantes suelen reportar niveles de felicidad más altos a los esperados de

acuerdo al Producto Interno Bruto (PIB) de su país. Al menos para el caso de México

parece que este fenómeno tiene relación con las prioridades que tienen sus habitantes, entre

las que resaltan los valores tradicionales como la familia y lo amoroso, en contraste con una

mermada importancia dada al estatus laboral o a los ingresos económicos en general

(Sabán, 2014).

Cabe resaltar que en algunas encuestas denominadas transculturales porque abarcan

una diversidad de regiones geográficas, lo que constituye una muestra representativa para

tratar de medir los niveles de felicidad en un grado global, al menos cuatro de cada cinco de

los entrevistados manifiesta sentirse feliz y satisfecho con su vida. Tales resultados

aparecen como independientes de la estratificación social, así como indiferente de los

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países más desarrollados o prósperos de los que están en vías de desarrollo o donde hay

contextos de extrema pobreza (Diener citado en Scorsolini & Dos santos, 2010).

Algo similar muestra un meta-análisis de 916 estudios, con una población de más de

un millón de sujetos pertenecientes a 45 naciones diferentes, en el que se pudo encontrar

que, con el ánimo de establecer el nivel de felicidad de las personas en un rango de 0 a 10,

la media resultante fue de aproximadamente 7 (Diener citado en Scorsolini & Dos santos,

2010). De hecho, a pesar de que pudiesen existir algunas diferencias en los niveles de

felicidad asociadas a los países en los que se encuentran los sujetos, el núcleo de

representación a través del cual se construye la definición de la felicidad sigue apuntando a

elementos comunes; por ejemplo, en una investigación llevada a cabo por Rodríguez (2015)

con estudiantes y profesionales de Chile e Italia, logró identificar que la felicidad era

definida como una experiencia de carácter psicológico altamente subjetiva en la que el

individuo se siente particularmente bien, enlazando tal definición con la corriente hedónica.

No obstante, otras investigaciones como la de Eid y Diener (citados en Sánchez &

Méndez, 2011) encontró que los ciudadanos de China expresan con menos frecuencia y

menos intensamente un abanico de emociones positivas, como la felicidad, en comparación

con personas de Estados Unidos o de Australia. Ello podría indicar que no sólo la

definición de la felicidad está atravesada por los factores culturales, sino que también éstos

tienen gran influencia en las formas de expresión de la misma. Es más, de cierto modo

proporciona los posibles espacios o experiencias a través de las que la felicidad puede ser

alcanzada, en otras palabras, la cultura condiciona hasta cierto punto las formas de ser feliz

(Sánchez & Méndez, 2011).

Aun así, y considerando todo lo anteriormente enunciado, hay algunas desviaciones

de los ideales culturales que parecen contradecir una parte de los resultados de las

investigaciones, en especial aquellas que relacionan los niveles de ingreso, éxito personal u

otras esferas de logro individual o colectivo con la felicidad. Tal es el caso de las personas

sin hogar, pues como afirma Rojas (citado en Panadero et al, 2013), hay una tendencia

generalizada a concebir que las personas pobres pueden ser felices, y que si esto llegase a

ocurrir sería debido a unas expectativas de su futuro altamente empobrecidas, o a una

excepcional capacidad de adaptación a la desgracia.

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58  

Sin embargo, con frecuencia en distintas investigaciones (Vázquez citado en

Panadero et al, 2013) se suele encontrar personas con rentas realmente bajas y con niveles

de felicidad acordes a la media, como se expuso en apartados anteriores. Al parecer esto

tiene cierta relación con la posibilidad de alcanzar otro tipo de satisfacciones en distintos

ámbitos de la vida (Panadero et al, 2013). De hecho, Panadero et al (2013), quienes

condujeron una investigación con personas sin hogar en la ciudad de Madrid, con el

objetivo de establecer posibles diferencias en cuanto al nivel de felicidad con respecto a la

población en general, encontraron que efectivamente estas personas tienen cierto nivel de

adaptación a su situación, permitiendo que a pesar de sus ínfimos o nulos ingresos

monetarios, así como a las escasas variaciones en los mismos, ya sean aumentos o

disminuciones, no tenían incidencia suficiente en los niveles generales de felicidad de estas

personas.

De igual manera, contar con un alojamiento u hogar de paso tampoco era una

condición importante para determinar el nivel de felicidad al interior de la misma

población, pues se encontraron grados de felicidad parecidos entre los entrevistados que

dormían en las calles y aquellos que podían acceder a albergues o alojamientos

improvisados o supervisados (Panadero et al, 2013). Cabe resaltar que, además de

encontrarse en extrema pobreza, esta población se ve afectada por otra serie de fenómenos

que otras investigaciones han señalado y que tienen una alta incidencia en los niveles de

felicidad de la población en general; por ejemplo, impactos negativos en la salud,

desvinculación familiar y social, con el agravante de que la posibilidad de reinserción en

esas esferas es compleja para estas personas.

De este modo, los autores (Panadero et al, 2013) llaman la atención sobre este

punto, dado que se esperaría que estos elementos tuvieran alta incidencia sobre los niveles

de felicidad en esta población. Al parecer, el apoyo social percibido, juega un papel más

importante que otros elementos en otros contextos, esto permite inferir que, efectivamente,

las condiciones contextuales delimitan, de cierto modo, las posibilidades para ser feliz: allí

se ofrece un abanico de experiencias posibles, de las cuales, las personas, elegirán si

tomarlas y hacer con ellas o simplemente rechazarlas.

Page 59: UN RECORRIDO POR LAS DEFINICIONES DE LA FELICIDAD Y SUS ...

59  

De hecho, aproximadamente la mitad de las personas que fueron objeto de estudio

de dicha investigación, manifestaron en términos generales ser feliz, pese a las condiciones

ambientales que debían afrontar en el día a día, así como la constante estigmatización a la

que se ven enfrentados y, por lo demás, la cadena de sucesos desafortunados que los

condujeron hasta esas circunstancias (Panadero et al, 2013). En efecto, esto permitió a los

investigadores concluir que en esta población no hay diferencias con respecto a otras

poblaciones a pesar de que una parte de la literatura científica concluye de forma

contundente que tales condiciones son poco favorables para la felicidad y que al parecer no

están los denominados predictores de la misma (Panadero et al, 2013).

Estos resultados confluyen con las afirmaciones realizadas por Dwight en 2006 y

Carr en 2007 (citados en Pozos et al, 2017) quienes concuerdan en que lo que han mostrado

los estudios con un enfoque económico es que las personas adineradas no son más felices

que aquellas en condición de pobreza. En realidad, las personas de los sectores populares

tienden a vincular la felicidad a otros elementos en los que su vida se ve envuelta como la

familia, el trabajo, la salud, entre otros, a diferencia de lo que pueden referir otras clases

sociales más favorecidas que ubican la felicidad en lo que podría denominarse, en el

pensamiento de Maslow, en niveles superiores de la jerarquía de necesidades, pues están

altamente asociados con la consecución de logros y el empuje a la autorrealización

(Hernández et al, 2017).

De este modo se puede afirmar que, si las personas pertenecientes a los sectores

populares tienen cubiertas al menos los niveles más básicos de satisfacción de necesidades,

esto tendrá el más importante impacto en la felicidad, siendo que la definición de la misma

para estas personas suele estar construida en torno a ello (Hernández et al, 2017). No

obstante, ello no deja de representar un nudo problemático, dado que en la investigación

psicométrica, cuando se realizan estudios comparativos en distintos países, se suelen

obtener una serie de indicadores, predictores o factores que podrían determinar la felicidad;

pero, también es cierto que en ese sentido las personas pobres suelen exhibir niveles de

felicidad más altos de lo esperado pese a todas las limitaciones posibles que pudieran estar

asociadas a su condición, lo que hasta cierto punto constituye un enigma teórico aún por

resolver (Hernández et al, 2017).

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60  

Algo similar sucede con las personas privadas de la libertad, en ellos Ortiz et al

(2013) no encontraron diferencias significativas respecto a la población que no está

atravesada por esta condición. Esta investigación llevada a cabo en Colombia, mostró

consistencia entre los resultados hallados en cuanto a felicidad de personas privadas de la

libertad y la población colombiana en general, sobre lo que los autores comentan que en

este país particularmente se reportan altos niveles de felicidad y optimismo, independiente

del tipo de acontecimientos del contexto; por lo que, dado que estas personas privadas de la

libertad siguen siendo colombianas, su percepción de felicidad no parece verse afectada a

grandes rasgos.

Ahora bien, Schimmel (citado en Panadero et al, 2013) expone que, a pesar de que

en estas poblaciones y en otras, se suele asociar la felicidad con la actividad laboral

desempeñada, ello no se limita únicamente a tener o no un trabajo, otros factores como la

calidad de la actividad realizada es aún más importante. Efectivamente, las investigaciones

(Dolan et al, citados en Panadero et al, 2013) han mostrado que las personas desempleadas

suelen tener reducción en niveles de bienestar subjetivo, que, además, tiende a empeorar

conforme el tiempo de desempleo incrementa, lo que tiene un importante impacto en la

felicidad de este sector poblacional. Hay que mencionar además que ese efecto negativo

también podría tener incidencia en la posterior consecución de empleo, pues como se

mostrará más adelante, la pérdida de la felicidad suele estar asociada con el establecimiento

de algunas problemáticas que afectan la salud mental y por ende otras esferas como la

laboral.

En otra vía, Moyano (2017) muestra cómo la felicidad puede contribuir a un mejor

desempeño en el área laboral, infiriendo que las personas felices cuentan con más recursos

psicológicos y sociales, haciéndoles potencialmente más adaptativos. Lo que de cierto

modo permite un mayor control de las situaciones, expresión emocional acorde al contexto,

así como un mejor manejo del estrés interpersonal y el causado en sí por la carga laboral.

Aunque ello aplica, sobre todo, para los colaboradores de mayor estatus; los que están

ubicados en niveles inferiores del organigrama, parece que muestran niveles relativamente

bajos en comparación con sus superiores, por lo que se ha deducido son menos felices. De

hecho, Diener (citado en Moyano, 2017) sostiene que un mejor estatus laboral se traduciría

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61  

a su vez en un nivel de felicidad mayor, así como en menor posibilidad de malestar en

distintas esferas.

Sin embargo, a pesar del ideal social que evidentemente es muy deseable en el que

cada quien trabaja vocacionalmente, es decir, que todo individuo económicamente activo

desempeñe una actividad que genere un interés suficiente y lo incline a llevar determinada

forma de vida, tal posibilidad suele verse intrincada por las distintas situaciones propias del

sistema económico contemporáneo, llevando a muchos a tomar actividades laborales por

necesidad y no por vocación. Lo anterior constituye un hecho problemático, pues como

señalan algunos autores (Moyano et al, 2008), aquellos que trabajan vocacionalmente

suelen, por una parte, ser más felices y, por otra, tener un mejor rendimiento en sus

actividades, además de constituir un posible factor protector ante los conflictos propios de

lo laboral, así como la incidencia que ello podría tener en el clima laboral, afectándolo

negativamente, llegando inclusive hasta el extremo del sabotaje. Eso sí, y sólo si, se halla

en una cultura altamente competitiva, pues algunos estudios (Barragán, 2013), han

mostrado que es dicha cultura la que aprueba y empuja al sujeto a sumergirse en esa lógica

vocacional mostrando esto como bueno, mientras que en culturas que podrían denominarse

altamente colaborativas, ello no necesariamente representa un acercamiento a la felicidad.

A pesar de lo anteriormente expuesto, ello no ha sido un impedimento para que

algunos autores (Fredickson, citado en Moccia, 2016), expresen las contribuciones que

ciertas emociones positivas, en términos individuales, pueden hacer al contexto

organizacional, generando transformaciones tanto a ese nivel como en el del conjunto de

colaboradores propiamente dicho, argumentando que estas experiencias emocionales pese a

ser particulares, tienen un eco interpersonal. De allí que una cadena de eventos que pueda

suscitar un grupo de emociones de este tipo, podría traer consigo una importante

transformación en las organizaciones, haciéndolas más cohesivas y haciendo que emerjan

otros principios como lo han mostrado las investigaciones (Moccia, 2016). Así mismo, se

ha teorizado que entre más alto sea el nivel de felicidad y la presencia de otras emociones

positivas en el colaborar, mayor será su satisfacción en el trabajo, lo que se verá reflejado

en la ejecución y resultados del mismo (Moccia, 2016).

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62  

Al respecto, Judge y Erez (citados en Moccia, 2016) sostienen que la obtención de

mejores resultados por parte de los trabajadores con altos niveles de felicidad, puede estar

relacionado con una mayor claridad en su pensamiento, permitiéndole tomar mejores

decisiones, ser más creativo, mantener altos niveles de motivación y siendo eficiente en la

ejecución de sus tareas. Así mismo, es probable que se trate de la influencia que la felicidad

puede tener en los modos de relacionarse, permitiéndole al colaborador feliz establecer

vínculos más colaborativos con sus compañeros. Por lo demás, al parecer estas personas

suelen implicarse en mayor medida en distintas actividades y enfrentan el trabajo con

mayor entusiasmo (Moccia, 2016). En esta misma línea de pensamiento, Bejar (2015)

sintetiza que esta serie de expresiones comportamentales constituyen una actitud

denominada flexibilidad, siendo sumamente ventajosa para el colaborar, pues incluso le

puede llevar a tener mejores ingresos y estabilidad laboral, evitando constantes cambios de

empleo.

Aunque hay que resaltar que, en el caso de los trabajadores informales no parecen

haber diferencias significativas; sin embargo, al igual que con otras poblaciones con

condiciones aparentemente menos favorables para la felicidad, esta se sitúa y adecúa a las

posibilidades, verbigracia, en el estudio realizado por Moyano et al (2008) encontraron que

los trabajadores informales encuestados se consideraban muy felices, sobre todo, en

relación al ámbito familiar, pero a nivel laboral, en sus actividades de ocio y en otro tipo de

vínculos, en ese orden respectivo, se reportaban cada vez menos felices. Por otra parte,

parece que aquellas personas que, además de desempeñar una actividad laboral, son

profesionales, suelen presentar mayores niveles de felicidad en un sentido existencial, que

quienes están apenas en proceso de formación (Rodríguez, 2015).

Al respecto, algunas investigaciones confirman que los estudiantes universitarios

suelen tener un nivel moderado de felicidad sin diferencias significativas asociadas al

género o a algún tipo de personalidad determinado (Torres et al, 2014). Algo similar

encontraron Shafiq et al (2015), quienes además pudieron establecer una moderada relación

directamente proporcional entre felicidad y salud mental en jóvenes estudiantes pakistaníes

de la Universidad de Gujrat. Así mismo, otras investigaciones en las que se tomaron por

objeto de estudio profesionales de enfermería en formación, encontraron que la felicidad,

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63  

aunque también el autoestima, son elementos que tienen una importante incidencia en el

ejercicio de esta labor, permitiendo soportar la intensidad de las jornadas laborales, la baja

oferta de empleo y otras realidades que podrían incidir en el bienestar emocional (Ozkara

citado en Núñez et al, 2015), así como los elevados niveles de estrés que puede llegar al

síndrome de Burnout (Núñez et al, 2015).

A propósito, Seligman (citado en Núñez et al, 2015) propone que es posible

modificar y elevar los niveles de felicidad, siendo esto algo que debería ser considerado en

la formación no sólo de profesionales de enfermería, sino de cualquier profesional, con el

ánimo de propiciar las fortalezas que una y otra vez enuncian las investigaciones. De hecho,

otras investigaciones, como afirman López et al (2017), han mostrado que, hasta cierto

punto, la felicidad y el bienestar pueden ser aprendidos en la escuela; sin embargo, la

conclusión a la que llegan estos investigadores es que al parecer esta meta no ha sido

eficazmente desarrollada porque el profesorado no cuenta con el conocimiento competente

sobre la felicidad que les permita su enseñanza. Y no sólo en este campo, sino en la misma

psicología clínica se ha emprendido el desarrollo de una serie de intervenciones que

comprueban que los niveles de felicidad son susceptibles de acrecentamiento (Vera et al,

2011).

De igual manera, hay que resaltar que a pesar de que en distintos niveles educativos

se ha encontrado evidencia de la importancia de la felicidad en procesos de formación, al

parecer esta tiene algunas relaciones particulares con los distintos grupos de edad.

Específicamente, las investigaciones de Castilla et al (2016) muestran que los niveles más

elevados de felicidad suelen ser ubicados en el rango de edad entre 50 y 60 años. De hecho,

en un estudio realizado por Mroczek & Kolarz (citados en Castilla et al, 2016) en el que se

entrevistaron a 2.727 personas de ambos sexos, ubicados en un rango de edad de entre 25 y

74 años, se pudo corroborar una relación directamente proporcional entre la edad y la

felicidad, es decir, a mayor edad, mayor felicidad, inclusive menor presencia de emociones

negativas.

De igual manera, resaltan Castilla et al (2016) que, en la Escala de Felicidad de

Lima, instrumento ampliamente utilizado para investigar la felicidad en toda

Latinoamérica, las personas de mayor edad suelen tener más altas puntuaciones en la

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64  

misma. Lo anterior coincide con los hallazgos de Vera et al (2011), quienes, aplicando

dicho instrumento en población chilena, encontraron diferencias significativas en los

puntajes presentados por adultos en comparación con los de los adolescentes. Hay que

resaltar además que en tal investigación no se encontraron disparidades entre hombres y

mujeres; no obstante, esto abre una cuestión que también ha sido ampliamente tratada en la

investigación sobre la felicidad y es si en efecto la felicidad tiene alguna inclinación a ser

experimentada más por cierto género.

Sobre eso, Sánchez y Méndez (2011) exponen que quizás no se trate de una

diferencia cuantitativa, en otras palabras, quién experimenta más felicidad, sino que se trata

de un asunto cualitativo referente más bien a la forma en que la felicidad es experimentada.

Los autores señalan que las mujeres, en comparación con los hombres, suelen expresar

mayormente un tipo de felicidad llamado pictórico, que queda en evidencia en situaciones

como una conversación con un amigo, así como con un reencuentro con un ser querido. En

contraste, los hombres, aunque al parecer entienden el contexto idóneo para expresar

abiertamente la felicidad, lo que tiene consecuencias significativas para los niveles de

bienestar, esta parece que no tiene una importante incidencia en sus amistades o en su

forma de relacionarse con estas. De hecho, esto parece ser uno de los factores que podría

llevar a que los varones exhiban una mayor tendencia a alejarse de situaciones que pueden

ser productoras de felicidad, negándose de algún modo a esta experiencia, lo que en

consecuencia tiene efectos sobre los niveles de satisfacción con la familia, pareja, amigos,

autoconcepto y trabajo, fenómeno menos frecuente en las mujeres (Sánchez & Méndez,

2011).

Con base en este tipo de informaciones se han podido realizar investigaciones meta-

analíticas (Francis, 1999; Lu, 1996; Mookherjee, 1997; Pavot, Diener & Fugita, 1990;

Seligman, 2011; Wood, Rhodes & Whelan, 1989 citados en Castilla et al, 2016) que

afirman que las mujeres son más proclives a experimentar felicidad en comparación con los

hombres. Efectivamente, en la misma investigación llevada a cabo por Castilla et al (2016),

eso pudo ser corroborado. Aunque en otros estudios, como el realizado por Stevenson y

Wolfers (citados en Panadero et al, 2013) los resultados apuntan a otra cosa, a saber, que

las mujeres por lo general manifiestan un nivel de bienestar subjetivo menor en

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65  

comparación con los hombres. Lo anterior coincide también con lo sustentado por Pulido

(2018), quien afirma que algunos autores consideran la fórmula en el otro sentido, es decir,

que los hombres son más proclives a experimentar felicidad.

Hay que resaltar que al parecer esto se corresponde a otro tipo de fenómenos

circundantes, Moyano (2017) lo ejemplifica a través de una investigación en la que una

institución educativa se encontraba en huelga y había sucedido una toma del campus

universitario, por lo que indagó acerca de los niveles de felicidad de los funcionarios

afectados a nivel laboral por el movimiento estudiantil. Vale la pena resaltar que entre las

cosas que encontró está que, aunque los efectos del acontecimiento favorecieron la

aparición de sintomatología negativa sobre la salud mental, ello al parecer no afectó los

niveles globales de felicidad. Esto, argumenta el autor, es debido a que la felicidad

habitualmente se compone de caracteres más generales que trascienden situaciones

coyunturales como la del paro estudiantil. No obstante, resalta que quienes estaban en

desacuerdo con el movimiento estudiantil fueron quienes más expresiones de patología

emocional manifestaron, sin que, nuevamente, su nivel de felicidad estuviese realmente

comprometido (Moyano, 2017)

Ahora bien, otro de los hallazgos que resalta el autor es que precisamente emergían

un par de diferencias en cuanto a la forma de afrontamiento dependiendo del género, pues

las mujeres utilizaron estrategias que iban mucho más en la vía del apoyo emocional y

social, así como acudir a la religión y mostrarse más optimistas frente a la situación;

mientras que los varones recurrieron con mayor frecuencia al consumo de sustancias, lo que

al parecer tiene una incidencia sobre los niveles de felicidad. Barragán (2013) señala que

particularmente en muestras poblacionales jóvenes, la percepción de bienestar y felicidad

suele ser mayor en quienes no han consumido algún tipo de sustancia psicoactiva en

comparación con quienes sí, esto debido a que más allá de los efectos fisiológicos de la

sustancia, suele acarrear expresiones afectivas negativas como la culpa, la vergüenza, entre

otros, que, a su vez, podría ser un predictor del mismo consumo. El autor expone que otro

tipo de afectos, como la felicidad, podría constituir un factor protector frente a esta

problemática.

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66  

Retomando la cuestión del género, los distintos hallazgos de las investigaciones

anteriormente enunciadas sugieren que estas diferencias en los niveles de felicidad o la

proclividad a experimentarla, así como la forma de expresión pueden estar influenciadas

por factores culturales, determinando ciertos modos de procesar la información y de actuar

frente a ella, en este caso particular, frente a la felicidad (Sánchez & Méndez, 2011). En

este sentido, los roles culturales ejercidos por hombres y mujeres, aunque cada vez están

más desdibujados y son menos radicales, parecen seguir jugando un papel importante en

relación a la felicidad. Aún hay algo de las pautas de expresión emocional que, al parecer,

se transmite de generación en generación (Castilla et al, 2016); sin embargo, ello también

permite afirmar que el género es insuficiente por sí solo para explicar los diferentes niveles

de felicidad (Castilla et al, 2016).

No obstante, aunque previamente se estableció que las investigaciones apuntan a

que existe una relación directamente proporcional entre edad y felicidad, parece que en

personas mayores la presencia de esta experiencia puede tener efectos benéficos, incluso

para su salud física. Por ejemplo, Fredrickson (citado en Domínguez, & Ibarra, 2017)

realizó una investigación con aproximadamente 2000 sujetos mayores de 65 años con el

ánimo de establecer relaciones entre su actual estado de salud y su estado emocional,

haciendo un seguimiento longitudinal de dos años. La investigación arrojó que la presencia

de emociones positivas de alguna manera protegía a los individuos de algunos efectos

propios del envejecimiento, llevando incluso a deducir quiénes podían vivir más años. Por

su parte, Castro (citado en Domínguez, & Ibarra, 2017) logró establecer que la presencia de

emociones positivas como la felicidad tiene cierta incidencia sobre el sistema inmune,

puesto que, ante la suministración de un virus de resfrío a cierto grupo poblacional de

adultos mayores, aquellos que manifestaban una mayor presencia de emociones positivas,

mostraron un menor riesgo de enfermar.

Así mismo, en pacientes que ya padecían enfermedades complejas, la felicidad

parece que jugaba un importante papel para sobrellevar los síntomas, apuntando de cierto

modo a una actitud con la cual se enfrentan las adversidades (Mercado, 2014). Aunque hay

que resaltar que, como experiencia particular de satisfacción, así como evaluación

subjetiva, esta suele verse afectada por este tipo de situaciones; por ejemplo, Stutzer (citado

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67  

en Gerstenbluth et al, 2008) quien estudió la relación entre obesidad y pérdida de la

felicidad, encontró que los individuos que padecían esta condición reportaban un impacto

negativo en los niveles de felicidad.

En este sentido, la felicidad no sólo juega un papel importante en los cuadros

clínicos relacionados con la salud física, sino que también puede constituir un elemento a

tenerse en cuenta entre las problemáticas que pueden afectar la salud mental. En contraste,

la ausencia de experiencias de felicidad, podría constituir una fuente de patología, tanto

física como psicológica; por lo que resalta García (2010), que encontrar el origen de

distintos patrones psicopatológicos como el vacío existencial y la infelicidad es menester.

Al respecto, Sánchez y Méndez (2011), afirman que cuando las personas no están felices o

de cierto modo no pueden acceder a esa experiencia, sus relaciones sociales suelen verse

altamente afectadas, constituyendo una fuente plausible de estrés, ansiedad y conflicto,

llevando al sujeto al aislamiento (Wessman y Ricks, 1966 citados en Sánchez & Méndez

(2011). Paradójicamente, Carrasco y Sánchez (2008) afirman que las relaciones sociales

suelen ser fuentes fundamentales de felicidad y que, habitualmente, contribuyen a la

disminución de la angustia.

De este modo, queda en evidencia cómo, al igual que en otros espacios, se trata

efectivamente de una relación bidireccional, es decir, tanto la felicidad es una consecuencia

posible de la salud mental o la salud física, como un factor determinante en ambas, esto

quizás constituya otro nudo teórico sobre el que los autores probablemente no logren un

consenso particular hacia una u otra de las posiciones. Lo que muestra la evidencia

investigativa es la coexistencia de ambas tendencias. Así que es posible afirmar que la

felicidad podría constituir un elemento protector para la aparición de síntomas negativos,

como los dos tipos de ansiedad (Pavez et al, 2012), lo que concuerda con lo hallado

posteriormente por Torres et al (2014); como también se puede afirmar que

comportamientos psicopatológicos como la rumiación afectan considerablemente los

niveles de felicidad, ocasionando incluso niveles de vitalidad subjetiva disminuidos, que a

su vez se constituye en un foco importante de infelicidad (Sariçam, 2016).

De igual manera, ser felices podría permitir a los individuos una forma de

regulación más adaptativa y disminuir el estrés (Moyano, 2017). Al respecto, Pulido (2018)

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68  

citando a Gutiérrez y Gonçalves confirma que altos niveles de felicidad suelen aminorar

otras problemáticas como la depresión, el estrés, inclusive el pesimismo. De hecho,

Sariçam (2014) afirma que la depresión tiene una relación inversamente proporcional con la

felicidad. De igual manera la adicción al internet, baja autoestima (Sariçam, 2014), la

ansiedad, el estrés percibido y la intolerancia a la incertidumbre afectan significativamente

los niveles de felicidad (Sariçam, 2016). Así mismo otras investigaciones (Torres et al,

2014) han mostrado como, aunque ciertas personas realizan actividades que creen que les

producirá felicidad, paradójicamente, tienen el efecto contrario, por ejemplo, personas que

evidencian bajo nivel de autocontrol y miran más de 2.5 horas de televisión por día,

exhiben habitualmente puntuaciones más bajas en cuanto a felicidad.

Cabe resaltar que este tipo de relaciones no están tan influenciadas por la cultura

como las hasta aquí revisadas, pues en algunas investigaciones referenciadas por Morán et

al (2017), se estableció que, tanto en adolescentes chinos como en españoles, los altos

niveles de felicidad y de satisfacción vital, estaban inversamente relacionados con la

presencia de síntomas depresivos. De este modo, expone Mercado (2014) que la falta de

felicidad tiende a ocasionar, por lo general, depresión, aseverando que esta situación se

origina básicamente por una cuestión de perspectiva, es decir, por la forma de ver la vida.

No obstante, Fierro (2008) señala que irónicamente sobre el afán de una mirada que apunta

a la felicidad sin límites, netamente eufórica, se puede constituir inadvertidamente un

empuje a comportamientos fácilmente confundidos con una fase maniaca, hecho constatado

en la proliferación de textos sobre la felicidad que el autor afirma tratan de venderse como

manuales de felicidad al uso.

Ahora bien, hasta aquí es posible afirmar que la literatura apunta a que existe una

relación entre felicidad y bienestar tanto físico como emocional. De igual manera algunos

autores (Ortiz et al, 2013), expresan que tiene relación con la creatividad y que este juego

de elementos podría ser un importante factor protector frente a la depresión y el suicidio.

De hecho, Michalos (citado en Torres et al, 2014) expone que la práctica de algún tipo de

actividad artística, sea relacionada con la música o cualquier tipo de expresión del arte,

independiente de la frecuencia de la práctica, promueve de alguna manera la felicidad, es

decir, al parecer los artistas suelen tener un nivel más elevado de felicidad.

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69  

Algo similar ocurre con las comunidades religiosas. Tabrizi & Akberi (2014),

sostienen que al parecer hay una estrecha relación entre la adoración a algún dios y la

felicidad, especialmente, en las personas mayores, independiente de su género, lo que

concuerda con la investigación realizada por Adel khale y Lester (citados en Tabrizi &

Akberi, 2014) en la que exploraron la relación entre felicidad y ser religioso en 162

estudiantes kuwatíes encontrando una relación positiva entre ambos. De igual manera esos

resultados resuenan con lo encontrado en el contexto latinoamericano, por ejemplo en

Argentina la probabilidad de ser feliz aumenta en razón de la religiosidad (Gerstenbluth et

al 2008). También, en la investigación realizada por Panadero et al (2013) parece que esto

era un factor diferencial importante en el momento de referir los niveles de felicidad,

siendo que las personas que se identificaban con una religión manifestaron

mayoritariamente ser más felices que quienes no se sentían parte de alguna.

Algo similar pareció incidir en la investigación de Moyano (2017), quien identificó

un estilo de afrontamiento religioso frente a la huelga, que tuvo un impacto positivo en los

afectados, pues permitía una constante reevaluación positiva de las circunstancias. Aunque

Torres et al (2014) cuestionan el carácter universal de esta asociación, en distintas

investigaciones (Kesebir & Diener citados en Torres et al, 2014) suele correlacionar al

menos con los subgrupos más felices de las muestras. Al respecto, García (2010) expresa

una serie de posibles motivos por los cuáles los pertenecientes a comunidades religiosas

podrían mostrar mayores niveles de felicidad; entre ellos, la constitución de un sentido de

existencia, constructo que suele ser el origen de diversos cuadros psicopatológicos.

De igual manera, Seligman (citado en García, 2010) propone que la religión aporta

un sistema de creencias que le brinda recursos al sujeto para enfrentar las adversidades

volviéndolo más adaptativo; por eso el simple hecho de formar parte de una comunidad

tiene un impacto importante sobre la felicidad, por lo demás, promueve ciertos principios

que apuntan a un estilo de vida saludable, apropiación de ciertos valores y mejoramiento de

relaciones interpersonales. El autor concuerda al igual que otros autores anteriormente

referenciados, en que este efecto suele ser más notorio en personas mayores, precisamente

por el apoyo social relacionado con la pertenencia a alguna iglesia (García, 2010). Así

mismo, coincide en que tal relación no se limita a sociedades occidentales o al cristianismo,

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70  

pues en culturas y expresiones religiosas orientales se encontró la misma relación (García,

2010). Al respecto, Sabán resaltó del misticismo judío, el elemento de la trascendencia,

como la aspiración común de los practicantes de esa fe, en la que habitualmente se veía

jugada de alguna u otra manera la felicidad.

Así las cosas, un par de consideraciones antes de terminar. La psicología positiva

logró establecer que la felicidad no era simplemente la estabilización de un entramado

psicológico desequilibrado, pues a pesar de que la persona se someta a un tratamiento que

lo lleve eventualmente a una cura, no necesariamente ello conduciría a la felicidad; de

cierto modo, hasta ese momento, finales del siglo xx, la infelicidad era asociada a un estado

de insania, lo que propuso la psicología positiva fue que, en cierta medida, la sanidad y la

felicidad no eran necesariamente correlativas (Sabán, 2014). Esto invita a pensar la cuestión

y es la posibilidad de que, aunque no exista una condición psicopatológica de base, el ser

humano podría no ser feliz (Carrillo et al, 2014). De lo que dan cuenta las investigaciones,

hasta cierto punto, es que aún en los escenarios más inesperados y con las condiciones

menos favorables, el ser humano manifiesta sentirse feliz, así como que, ante las

condiciones más favorables para experimentar felicidad, este podría simplemente no tener

tal vivencia.

De cierto modo, el replanteamiento de la infelicidad como una especie de carencia,

está enmarcado en una cultura que rechaza la posibilidad de sufrimiento en la existencia

humana (Neiman citado en Bejar, 2015), lo que en algún momento constituyó, como resalta

Bejar (2015), el gran logro de la humanidad en la ilustración, a saber, la posibilidad de

cuestionar el sentido moral del sufrimiento, y hoy por hoy se ha convertido en una especie

de imperativo cultural que empuja hacia la felicidad, más aún, hacia la constitución de una

identidad positiva, siendo esto una nueva fuente de desdichas, en tanto aparece la

imposibilidad de alcanzarse. Resalta el autor que no se puede perder de vista la coacción a

ser feliz que se juega tras bambalinas en los constantes avances investigativos y en las

técnicas desarrolladas día tras día, que invitan, en cierta medida, a una constante corrección

psicológica, creando un nuevo caos en la búsqueda implacable de la felicidad por parte del

ser humano (Bejar, 2015). Por último, hay que decir que, lamentablemente, la felicidad se

ha convertido, al menos parcialmente, en un lugar común, al que todo el mundo aspira, que

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muchos promueven, pese a la extrema dificultad que tiene su definición y los vericuetos

que puede implicar alcanzarla, además de los efectos negativos que puede suscitar como

insatisfacción, desesperanza, o en casos extremos, puede llegar a ser causa de suicidio

(García, 2010).

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Conclusiones  

Brindar una definición puntual, universal y precisa que pueda constituir un principio

soberano de lo que es la felicidad resulta complejo como se pudo evidenciar. Al parecer las

manifestaciones empíricas pueden guiar de alguna manera el entendimiento de este

concepto, tal como lo manifestaba Kant (1785) resaltando el carácter indeterminado del

concepto. Sin embargo, lo que evidencia la literatura es que el ser humano no está dispuesto

a renunciar a tal experiencia, pues es uno de los fines más importantes en la existencia

humana y difícilmente habrá quien pueda conformarse con menos. De lo que el contexto

clínico da cuenta es cómo personas reales dirigen entre su demanda terapéutica la felicidad,

dando cuenta de la permanente vocación del ser humano en pro de la misma, su implacable

búsqueda y anhelo de consecución, allí resuena la advertencia de Camus (citado en Bejar,

2015): los hombres mueren y no son felices.

Pese a su indeterminación, la psicología encontró importante apoyo en corrientes

como la hedónica y la eudaimónica de la filosofía, o inclusive en pensadores particulares

propiamente dichos. Y aunque hasta aquí se pueden establecer algunas de las grandes

concepciones de como la felicidad ha sido pensada, tales como: un fin, un bien, una virtud,

una experiencia placentera, un estado, el resultado de una evaluación subjetiva, bienestar

psicológico, bienestar subjetivo, bienestar propiamente dicho; una emoción o un afecto

positivo, un logro, un camino o una forma de recorrerlo, hasta cierto punto todos estos

intentos de definición siempre van a tener algo de arbitrario (Scorsolini et al, 2013).

Así mismo, las investigaciones apuntan a que, de algún modo, hacerse a una buena

red de apoyo, tener una relación de pareja, tener más edad, ser optimista y ser religioso

contribuyen de forma significativa a la felicidad (Seligman citado en Barragán, 2013). No

obstante, también quedó en evidencia la constante confusión en el uso de algunos términos

como sinónimos y las posibles brechas conceptuales que hay entre felicidad y dichos

elementos; lo que representa un ejercicio riesgoso pues, ciertamente, no son conceptos

asimilables. Así mismo, de lo que dan cuenta las investigaciones es que aún en los

escenarios más inesperados y con las condiciones menos favorables, el ser humano

manifiesta sentirse feliz, así como que, ante las condiciones más tangibles para

experimentar felicidad, este podría simplemente no tener tal vivencia.

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Recomendaciones  

Pocas investigaciones al parecer han abordado el fenómeno imperativo cultural que

empuja hacia la felicidad, así como hacia la constitución de una identidad positiva, por lo

que a futuro resultaría interesante revisar esta noción con detenimiento, pues parece que

tiene implicaciones clínicas importantes que deben ser pensadas al interior de la disciplina

psicológica, permitiendo crear formas de intervención desde una posición ética que no

contribuya a ideales que podrían tener peores repercusiones en el sujeto, y que, a su vez,

genere conciencia de este fenómeno contemporáneo emergente.

Así mismo, es menester llevar a comprobación empírica las relaciones hasta aquí

establecidas entre felicidad y otros elementos. De igual manera, realizar una revisión de la

validez de los instrumentos con los cuales se ha venido midiendo la felicidad como la

Escala de Felicidad de Lima. Por otra parte, se recomienda realizar una revisión teórica

juiciosa que permita realizar la distinción entre términos como felicidad y bienestar;

felicidad y placer; felicidad y optimismo; felicidad y positividad. Por último, es importante

revisar las tesis aquí recolectadas en población colombiana, con el ánimo de ver la

universalidad de los mismos, y tener un acercamiento contextual que permita una

comprensión que tenga en cuenta los factores culturales del país.

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