UN RECORRIDO POR LAS DEFINICIONES DE LA FELICIDAD Y SUS ...
Transcript of UN RECORRIDO POR LAS DEFINICIONES DE LA FELICIDAD Y SUS ...
UN RECORRIDO POR LAS DEFINICIONES DE LA FELICIDAD Y SUS IMPLICACIONES
ESTADO DEL ARTE
ANDRÉS CAMILO PENAGOS MARÍN
ASPIRANTE AL TÍTULO DE ESPECIALISTA EN
PSICOPATOLOGÍA Y ESTRUCTURAS CLÍNICAS
ASESORA: MARICELLY GÓMEZ VARGAS
MAGISTER EN PSICOLOGÍA
UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA
FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANAS
DEPARTAMENTO DE POSGRADOS
MEDELLÍN
2019
2
AGRADECIMIENTOS
Quiero expresar mi gratitud a cada una de las personas que contribuyeron al desarrollo de
este trabajo de forma directa o indirecta. Primeramente, a mi madre: sin su apoyo
incondicional nada de esto hubiese sido posible. A Catherine, por su constante colaboración
y compañía, aun cuando el camino se presentó cada vez más implacable. A Sebastián,
quien me inspiró el estudio de la felicidad. A mis amigos y camaradas. A cada uno de mis
compañeros de especialización con quienes tuve la oportunidad de ampliar mis
conocimientos en cada encuentro a través de distintas discusiones y experiencias.
Especialmente a Karen, Julián, Melissa, Catalina, Daniela, Nicolás y José, pues hicieron
más llevadero y fascinante cada viaje. A cada profesor de la especialización por mantener
viva mi ansia de saber. Así mismo, a la universidad de Antioquia por mantener sus puestas
abiertas. Finalmente, a mi asesora Maricelly por su paciencia, comprensión y precisa
orientación. A todos ellos mis más sinceros agradecimientos. Este trabajo es para ustedes.
3
Tabla de contenido Resumen ............................................................................................................................................. 4
Introducción ....................................................................................................................................... 5
Memoria metodológica ..................................................................................................................... 6
Conceptualización de felicidad: manifestaciones empíricas y principios teóricos .................... 18
Componentes de la felicidad y conceptos relacionados ................................................................ 38
Población y problemáticas de salud mental: una aproximación contextual a la felicidad ....... 56
Conclusiones .................................................................................................................................... 72
Recomendaciones ............................................................................................................................ 73
Referencias bibliográficas ............................................................................................................... 74
4
Resumen La presente investigación es un recorrido por las características de la felicidad y conceptos relacionados según los desarrollos de la psicología. En él se describen las conceptualizaciones, se identifican los conceptos relacionados y se reconocen las problemáticas de salud mental y poblaciones asociadas a la felicidad en una muestra bibliográfica. La población examinada en esta investigación fue documental: libros, artículos de revista, trabajos de grado y artículos de investigación. Se realizó un análisis transversal para identificar similitudes, coyunturas, tendencias y diferencias. Se encontró que brindar una definición puntual, universal y precisa que pueda constituir un principio soberano de lo que es la felicidad resulta complejo; no obstante, pese a su indeterminación, la psicología encontró importante apoyo en corrientes como la hedónica y la eudaimónica de la filosofía, o inclusive en pensadores particulares propiamente dichos. De allí resultaron concepciones acerca de la felicidad como: un fin, un bien, una virtud, una experiencia placentera, un estado, el resultado de una evaluación subjetiva, bienestar psicológico, bienestar subjetivo, bienestar propiamente dicho; una emoción o un afecto positivo, un logro, un camino o una forma de recorrerlo. Se recomienda hacer revisión del fenómeno imperativo cultural que empuja hacia la felicidad, así como hacia el positivismo, pues parece que tiene implicaciones clínicas importantes. Así mismo llevar a comprobación empírica las relaciones hasta aquí establecidas entre felicidad y otros elementos y realizar una revisión teórica juiciosa que permita realizar la distinción entre términos como felicidad y bienestar; felicidad y placer; felicidad y optimismo; felicidad y positividad.
Palabras clave: Felicidad, Salud mental, Psicología, Hedonismo, Eudaimonía.
Abstract
The present research is a journey through the characteristics of happiness and related concepts according to the developments of psychology. It describes the conceptualizations, related concepts, mental health problems and populations associated with happiness in a bibliographic sample. The population examined in this research was documentary: books, journal articles, grade papers and research articles. A cross-sectional analysis was carried out to identify similarities, conjunctures, trends and differences. It was found that providing a specific, universal and precise definition that could constitute a sovereign principle of what happiness is, its complex; However, despite its indeterminacy, psychology found important support in currents such as the hedonic and the eudaimonic of philosophy, or even in particular thinkers themselves. From there resulted conceptions about happiness as: an end, a good, a virtue, a pleasant experience, a state, the result of a subjective evaluation, psychological well-being, subjective well-being, well-being; an emotion or a positive affect, an achievement, a way or a way to go through it. It is recommended to review the cultural imperative phenomenon that pushes towards happiness, as well as towards positivism, since it seems to have important clinical implications. Likewise bring to empirical verification the relationships established here between happiness and other elements and perform a judicious theoretical review that allows to make the distinction between terms such as happiness and well-being; happiness and pleasure; happiness and optimism; happiness and positivity.
Keywords: Happiness, Mental health, Psychology, Hedonism, Eudaimonia.
5
UN RECORRIDO POR LAS DEFINICIONES DE LA FELICIDAD Y SUS IMPLICACIONES
Introducción
Hoy por hoy, el ser humano se las ve de alguna u otra manera con el asunto de la felicidad.
Ya sea a partir de una pregunta particular o víctima del bombardeo mediático que insta a
ser feliz. Pese a que siempre se ha pensado que hay en los miembros de la especie humana
una tendencia natural hacia la felicidad, como uno de los fines más loables propios de la
existencia ¿Hasta qué punto realmente se puede dar una definición de tal fenómeno?
Habitualmente, cuando en una conversación se pregunta a otro sujeto por su felicidad,
podrá responder, efectivamente, si es feliz o no y por qué, diciendo en relación a este
último punto una serie de manifestaciones empíricas que su propia experiencia le ha
indicado le producen felicidad. Aunque allí ya de por sí aparece una dimensión
especialmente subjetiva, es, sobre todo, cuando la pregunta por definición emerge que
aparecen un sinfín de respuestas imaginables. Es paradójico, pues a pesar de que
aparentemente todo el mundo tiene que ver con la felicidad, probablemente la ha
experimentado, puede dar cuenta de algunas experiencias relacionadas con la misma, puede
señalar que cierto tipo de personas es más feliz que otras, aún con todo eso no exista una
suerte de principio universal que determine su definición.
A continuación, el lector se encontrará con un recorrido por los intentos de
definición de este concepto al interior de la psicología que, empero, se ha apoyado en otras
disciplinas para tal fin. Seguidamente, se topará con algunas de las implicaciones que este
fenómeno puede tener, así como los conceptos que se han relacionado con la felicidad a lo
largo de la literatura, inclusive, para definirla a partir de los mismos. Finalmente, hallará
una aproximación más contextual, a saber, qué relación tiene la felicidad con cierto tipo de
poblaciones y otros fenómenos, específicamente, aquellos que se constituyen como
problemáticas de la salud mental propiamente dicha. Este recorrido, aunque no garantiza
brindar una respuesta última, permitirá mostrar un estado de la cuestión sobre la felicidad
en la disciplina psicológica y abrirá, así mismo, la posibilidad de generar interrogantes que
permitan seguir pensando este asunto con un lente crítico.
6
Memoria metodológica
Planteamiento del problema
La felicidad es un fin o propósito que busca alcanzar o mantener el ser humano
(Freud, 1930). Sin embargo, el concepto de felicidad es tan indeterminado que a pesar de
que todos quieren alcanzarla no pueden decir de forma definitiva y sistemática cómo
hacerlo (Kant, 1785). A pesar de ello, hay un evidente interés académico y cultural en el
asunto de la felicidad, que va desde lo individual a lo colectivo, enlazando la felicidad a
distintas variables y constructos que parecen influir en la felicidad y viceversa. En lo que
respecta a la felicidad, se han realizado diferentes estudios desde distintas disciplinas,
pasando del terreno de la reflexión filosófica a estudios científicos propiamente dichos. Es
por ello que la psicología en los últimos años se ha sumado al estudio de la misma,
estableciendo correlación con sus constructos más habituales como se podrá ver a lo largo
de la presente revisión.
Ahora bien, a nivel internacional, destaca la participación de oriente medio en la
investigación sobre felicidad y variables asociadas. Es así como, una indagación realizada
en Turquía por Sariçam (2014) se propuso evaluar la relación entre felicidad subjetiva y
esperanza en 435 estudiantes universitarios utilizando para este fin la Escala de Esperanza
Integrativa y la Escala de Felicidad Subjetiva (SHS). De este modo, observó que los
elementos que más se relacionan con la felicidad subjetiva de forma positiva son la
confianza, el optimismo frente al futuro y las relaciones sociales, así como los factores de la
esperanza, resaltando que la ausencia del factor perspectiva tenía una correlación negativa
con la felicidad subjetiva.
Al mismo tiempo, Tabrizi & Akbari (2014) en la ciudad de Rasht, Irán, revisaron la
relación entre felicidad y calidad de vida, y la salud psicológica en 150 mujeres, estudiantes
de segundo grado de bachillerato a través de tres cuestionarios: OHI, WHOQOL-100 y
RspwB. Hallaron que existe una relación significativa entre felicidad, calidad de vida y
salud psicológica, siendo esta una relación directamente proporcional. Adicionalmente, en
Pakistán, Shafiq et al (2015) exploraron la relación entre felicidad y salud mental en 100
estudiantes universitarios (70 mujeres, 30 hombres). Para ello, utilizaron el GH-12 y la
7
SHS como instrumentos de recolección, lo que les permitió establecer, en consonancia con
el estudio de Tabrizi & Akbari (2014), que existe una relación directamente proporcional
entre felicidad y salud mental, sin diferencias significativas por género.
Mientras tanto, en lo que respecta al contexto hispanoparlante también hay
diferentes revisiones recientes. Para ilustrar mejor, en un estudio realizado en España
(Panadero et al, 2013) con personas sin hogar se revisó la felicidad general manifestada por
esta población. Contó con una muestra de 235 participantes y recolectó la información a
través de una entrevista. Es así como hallaron que, en Madrid, el 46,7% las personas sin
hogar se consideran felices. Simultáneamente el 21,2% se consideraba infeliz; así como el
28,5% dijo no ser “ni feliz ni infeliz”. Así mismo, determinaron que las variables asociadas
a la felicidad en esta población son la percepción de apoyo social, el estado salud, las
expectativas de futuro y ser religioso, lo que contrastaba con estudios en la población
general donde el nivel de ingreso y las redes sociales parecen un factor determinante en el
bienestar y la felicidad. También en el país vasco, López et al (2017), realizaron un estudio
cualitativo con 48 docentes de básica primaria sobre la percepción que tienen de felicidad-
bienestar a través de entrevistas con un enfoque de psicología positiva. De donde resultó
que la percepción de los profesores es que la felicidad no depende del nivel de ingresos, de
lo laboral, tener pareja o ser joven, sino que resaltaron la personalidad y el factor genético-
ambiental como determinantes de la felicidad.
Ese mismo año, Morán et al (2017) desarrollaron una investigación acerca de la
relación entre la felicidad y los rasgos-tipos de personalidad en 378 universitarios
españoles, a través de la escala PANAS (afecto positivo/negativo), el cuestionario NEO-
FFI (dimensiones de personalidad) y la SWLS (escala de satisfacción con la vida por sus
siglas en inglés). De esta forma, encontraron que quienes puntuaron alto en la categoría de
autorrealización en el PANAS son quienes experimentan un mayor nivel de felicidad, aquí
equiparado a bienestar subjetivo, en contraste con quienes se aproximaban a la categoría de
autodestrucción que, al parecer, su capacidad de sentir felicidad era inferior. Además,
encontraron una relación entre felicidad y neuroticismo bajo con alta extraversión,
componentes que constituyen la personalidad resiliente o auto-constructiva en términos de
la NEO-FFI.
8
Al mismo tiempo, Herrera & Perandones (2017) en Badajoz, España, estudiaron
también la relación entre felicidad subjetiva y personalidad, combinando además sentido
del humor, en 454 docentes de los cuales el 65.6% eran mujeres. Los instrumentos que
utilizaron fueron la SHS, la MSHS (sentido del humor) y el BFI-10 (personalidad). Acorde
con el estudio de Morán et al (2017) encontraron una correlación inversamente
proporcional entre neuroticismo y felicidad, al igual que una correlación directamente
proporcional entre el rasgo de personalidad extraversión, ligado al sentido humor, y
felicidad en los docentes. No obstante, en este estudio también hallaron que el sentido de
responsabilidad de los docentes y una actitud de apertura hacia experiencias vitales
contribuyen a experimentar felicidad.
Por su parte, y dando paso al contexto latinoamericano, Muratori et al (2015)
realizaron un estudio comparativo sobre felicidad y bienestar psicológico entre España y
Argentina, contando con 193 argentinos y 162 españoles residentes en su respectivo país,
con el ánimo de realizar una aproximación a la incidencia de variables sociodemográficas y
la mediación de la felicidad en función del bienestar psicológico. Para ello aplicaron las
escalas de Felicidad subjetiva y de Bienestar psicológico. De esta forma, establecieron que
al parecer los españoles son más felices y los argentinos cuentan con mayor bienestar
psicológico, aunque en general, en ambos países se evidencian altos niveles de felicidad y
satisfacción con la vida, lo que concordó con otras investigaciones de esa misma línea. Así
mismo, encontraron que probablemente la felicidad es un importante mediador en las
relaciones interpersonales e influye en los niveles de bienestar psicológico.
Igualmente, en un estudio realizado por Gerstenbluth et al (2008) en la región de
Río de la Plata que agrupa población de Argentina y Uruguay, utilizando un modelo Probit,
determinaron la probabilidad de que un individuo sea feliz y las variables que se
correlacionan a ello. Para este propósito utilizaron medidas auto-reportadas de satisfacción
con la vida y estado de salud individual. De este modo, encontraron que el principal
determinante de la felicidad es el estado de salud, por lo que tener una buena salud aumenta
entre 31% y 46% la probabilidad de ser feliz en población uruguaya y entre 15% y 27% en
población argentina. Así mismo, concluyen que el nivel de ingreso tiene un impacto
9
importante en la felicidad, en contraste con la baja influencia que tiene sobre el estado de
salud.
De igual modo, en Bolivia, Mercado (2014) indagó sobre el concepto de felicidad
en 40 jóvenes universitarios a través de una entrevista semi-estructurada. De ahí resultó que
una parte de la población veía la felicidad como un estado duradero, independiente de
factores externos mientras que la otra parte lo entendía como una consecuencia, es decir, un
sentimiento agradable y pasajero, producto de una experiencia particular, siendo
fundamentalmente las mujeres las que apuntan a esta visión. Cabe destacar que al igual que
otras de las investigaciones aquí presentadas, el autor resalta la filiación como elemento
crucial en la felicidad para la población investigada. Por otro lado, Moyano (2017)
identificó la relación entre estrategias de enfrentamiento, salud mental y felicidad en 162
empleados de una universidad que se hallaba en un proceso de huelga. Para ello, utilizó
como instrumentos la escala de felicidad subjetiva y estrategias de enfrentamiento junto con
la escala de Goldberg, encontrando que la salud mental y la felicidad están relacionado con
el uso del humor, hallazgo similar al de otras investigaciones. Igualmente encontraron que
la salud mental y la felicidad no tienen variación dependiendo del nivel de escolaridad
académica entre los trabajadores.
Por otra parte, en Costa Rica, Núñez et al (2015) investigaron la relación entre
felicidad y autoestima, con un enfoque de psicología positiva, en 55 estudiantes de la
licenciatura en enfermería intercultural. Para ello aplicaron la escala de autoestima de
Robenberg y la escala de felicidad de Lima. De este modo, hallaron que existe una relación
importante entre autoestima y felicidad sobre todo en los puntos de satisfacción para la vida
y alegría de vivir. No obstante, en el punto de sentido positivo de la vida se encontró una
relación negativa. Así pues, concluyen que la autoestima es un elemento que puede predecir
de la felicidad. Utilizando el mismo instrumento, Castilla et al (2016) realizaron un estudio
descriptivo comparativo, sobre la felicidad y sus diferencias según sexo y edad en 402
estudiantes universitarios peruanos, manteniendo una proporción equitativa de hombres y
mujeres. Los resultados encontrados apuntan a que las mujeres son más proclives a sentir
felicidad, así como una correlación directamente proporcional entre edad y felicidad, a
mayor edad, mayor felicidad. A su vez, Rodríguez et al (2017) usaron dicha escala en
10
población mexicana para realizar una evaluación psicométrica de la misma, revisando qué
tanto puede medir la felicidad en otras poblaciones. Para ello se valieron de dos muestras
heterogéneas de 600 personas cada una. A pesar de que su objetivo era la validación
psicométrica del instrumento, encontraron que, para esta población, la felicidad más que
una experiencia, es sobre todo una actitud socialmente aprendida y que tiene un alto
componente adaptativo en esa cultura.
En esta misma línea, Vera et al (2011) evaluaron las propiedades psicométricas de
la escala de felicidad subjetiva realizando dos aplicaciones con distintos objetivos, en un
primer momento con 300 participantes y posteriormente con 779 con el ánimo de establecer
la validez y confiabilidad del instrumento para la población chilena. Además, examinaron
la convergencia de este instrumento con otros como la escala de depresión de Beck,
cuestionario Big Five y cuestionario de optimismo disposicional. Así pues, concluyen que
los resultados obtenidos apuntan a adecuadas propiedades psicométricas del instrumento
para medir la felicidad, resaltando que la media de felicidad aumenta en la población adulta
respecto a la adolescente. En el mismo país, Pavez et al (2012) revisaron los factores
protectores y de riesgo asociados a la ansiedad en 711 personas de la ciudad de Santiago de
chile, aplicando para ello 4 escalas que miden ansiedad, depresión, felicidad y optimismo.
Es así que resaltan la felicidad junto con el optimismo, aunque con menor impacto, como
los principales factores protectores frente a los dos tipos de ansiedad (rasgo y estado),
hecho que los autores resaltan que concuerda con otras investigaciones recientes, así como
el papel que juega la depresión como factor de riesgo.
Por su parte, Carrasco y Sánchez (2008), afirmando que en la cultura mexicana es
observable la intensidad con la que el amor y la felicidad se viven, así como la dependencia
de estas variables ligada a los grupos de referencia, exploraron en 105 adultos de la capital
de ese país la relación entre experiencias emocionales de felicidad y amor a través de
preguntas abiertas. De ahí resultó a nivel cognoscitivo que tanto la felicidad como el amor
modulan de forma positiva la recepción y la interpretación de los acontecimientos; así
mismo, a nivel afectivo produce “alegría, optimismo, bienestar, tranquilidad y buen sentido
del humor” (p. 34). Por último, a nivel conductual destaca la tendencia a relacionarse
directamente proporcional con el estado de felicidad.
11
En esta misma ciudad Sánchez & Méndez (2011) exploraron las diferencias
respecto al sexo y relaciones entre elementos que median en la felicidad y el bienestar
subjetivo, tales como cultura, recursos personales, auto-monitoreo y regulación emocional
en diferentes esferas de funcionamiento de 203 estudiantes universitarios (102 hombres,
101 mujeres) mediante la utilización de diez instrumentos diseñados, para medir las
variables intervinientes en la experiencia de felicidad. De este modo, encontraron, al igual
que en otras investigaciones, una facilidad por parte de las mujeres para el entendimiento
de la emoción, así como para su expresión, hecho que además concuerda con un alto
puntaje en extroversión encontrado en otras investigaciones. Sin embargo, no se encontró
una correlación significativa de este hecho con el bienestar subjetivo. En contraste,
resaltaron una dificultad para la expresión emocional en los hombres que sí mostró una
relación positiva con el bienestar subjetivo. En consonancia con otras investigaciones,
encontraron también en las relaciones interpersonales un factor influyente en la felicidad,
aunque los hombres resaltaron el rol de los amigos y las mujeres el de la pareja.
También en México, Pozos et al (2013) estudiaron el significado de felicidad en
general y la felicidad en pareja, además de sus diferencias por sexo y estado civil en 200
personas que sostenía una relación de pareja (100 hombres, 100 mujeres), de las cuales 82
estaban casadas. Como resultado, exponen que independiente del sexo y del estado civil la
población resalta el papel del amor, la familia, la pareja, los hijos, los amigos y los bienes
materiales como factores influyentes para la felicidad en general. En cuanto a ser feliz con
la pareja, observaron que las mujeres refieren el tiempo y los hombres la convivencia. Por
otra parte, las personas casadas refirieron elementos como los hijos, los padres y el
compromiso como factores que aumentan la felicidad en contraste con aquellos que tienen
noviazgo que resaltan elementos como divertirse, convivir y tener relaciones sexuales. En
el mismo país, Nava & Ureña (2017) abordaron las valoraciones con énfasis en los
dominios semánticos de un grupo de 264 adolescentes acerca de lo que significa ser feliz.
Encontraron que los adolescentes relacionan la felicidad con atributos personales, entre los
que destaca la salud como principal eje de la felicidad, aunque también mencionaron la
importancia de tener familia y amigos para ser feliz. Debido a esto, determinaron que esta
población tiene dominios semánticos con un valor suficiente valiosos para cultivar una vida
dichosa.
12
Finalmente, en cuanto a Colombia, Amigó & Hernández (2012) estudiaron la
relación entre felicidad, euforia, depresión, ansiedad y hostilidad en 557 residentes del
departamento de Arauca, utilizando un instrumento para medir cada variable. De este
modo, confirmaron que la naturaleza de la felicidad es tanto estable (rasgo) como
transitoria (estado). Así mismo, encontraron que la felicidad está inversamente relacionada
con la ansiedad, la depresión y la hostilidad (emociones negativas). Por último, se adhieren
a las conclusiones de otros estudios que apuntan a la relación entre felicidad y los factores
de personalidad extraversión (positivamente) y neuroticismo (negativamente). Ese mismo
año, Álvarez (2012) investigó las creencias acerca de la felicidad en 600 adultos de la
ciudad de Bucaramanga a través de la validación de una escala. De esta manera, estableció
que la felicidad es un constructo multidimensional atravesado por una naturaleza
biopsicosocio-cultural, con elementos positivos y negativos que coexisten brindando la
posibilidad de un carácter estable y otro transitorio, conclusión similar a la que llegan otros
estudios.
Ahora bien, a pesar de que la felicidad ha sido estudiada ampliamente en los últimos
años por la psicología, es de suma importancia precisar las características de la felicidad
para esta disciplina, además de su relación con otros constructos abordados por la
psicología misma, como los expuestos hasta este punto. Es así, como el presente ejercicio
se propone resolver la pregunta:
Pregunta de investigación
¿Cuáles son las características de la felicidad y los conceptos asociados a esta según los
desarrollos de la psicología?
Justificación
Siendo la felicidad uno de los temas que ha despertado más intereses de la
psicología, puntualmente de la psicología positiva, es menester, precisar las características
de la misma, así como revisar factores que a lo largo de la investigación se han asociado a
este concepto, como el bienestar subjetivo o incluso la misma salud mental. De este modo,
se ampliará la visión sobre este eje, ganando terreno para la psicología frente a otras
disciplinas, como la filosofía, que ha sido la que principalmente se ha preocupado por
13
abordar la felicidad. Lo que simultáneamente permite generar interrogantes para posteriores
revisiones sobre este concepto, permitiendo además, el diseño de programas y proyectos de
intervención para las poblaciones contando con dicha base conceptual, que las
investigaciones han mostrado como factor protector frente a distintas problemáticas o que
correlaciona positivamente con otros factores.
Objetivos
General
Identificar las características de la felicidad y conceptos relacionados según los desarrollos
de la psicología en una muestra bibliográfica.
Específicos
Describir las conceptualizaciones de felicidad según los desarrollos de la
psicología.
Identificar los conceptos relacionados a la felicidad según los desarrollos de la
psicología.
Reconocer las problemáticas de salud mental y tipo de población asociadas a la
felicidad según la muestra bibliográfica revisada.
Marco conceptual
Definir la felicidad, decía Kant (1785), no es fácil, en tanto este es un concepto muy
indeterminado que los elementos que permiten definirlos son de naturaleza empírica, es
decir, parten de la experiencia. Kant desliga la felicidad de diferentes elementos como la
riqueza, pues esta podría traer consecuencias como la envidia y las conspiraciones en contra
de la integridad de quien las posee. Así mismo la separa del conocimiento y del saber, pues
afirma que una visión más aguda de los hechos podría revelar males ocultos para el sujeto y
que no podrá evitar, así como deseos o imperiosas necesidades que ya bastante le dan qué
hacer. Igualmente lo aleja de la salud y una larga vida, pues estas no son garantía de una
existencia alejada de la miseria. Por lo que resalta que la felicidad no puede ser determinada
14
por un principio, porque para tal cosa sería indispensable la omnisciencia. Es por ello que
no existe un imperativo que direccione la realización de determinadas cosas que conduzcan
a la felicidad. Así para definir la felicidad se debe acudir a consejos empíricos derivados de
la experiencia particular de cada sujeto, que, de cierto modo, apuntan al bienestar. Es así
como la idea de felicidad exige un máximum de bienestar en el estado actual y en todo
estado futuro.
La psicología desde una de las más recientes tendencias como lo es la psicología
positiva ha definido la felicidad como “un estado de satisfacción, más o menos duradero,
que experimenta subjetivamente el individuo en posesión de un bien deseado” (Alarcón,
2009, p. 137).
Metodología
Enfoque metodológico
El paradigma en el que se adscribió esta investigación fue el interpretativo, según
Krause (1995), en este paradigma se postula principalmente una realidad que depende de
los significados que las personas le atribuyen a cada cosa, básicamente desde este
paradigma la realidad social se construye a través de significados, en este caso, significados
acerca de la felicidad y los conceptos asociados a esta a la luz de la psicología. Así pues, la
tarea del investigador desde el paradigma interpretativo, no es más que un estudio detallado
del proceso de interpretación que los actores sociales hacen de su realidad, haciendo énfasis
en el proceso de comprensión del investigador.
Diseño metodológico
El diseño metodológico privilegiado para este proyecto fue el cualitativo, en el cual
se concibe la investigación como el conjunto de procedimientos que propician la
construcción de conocimiento sobre la base de conceptos. Lo cualitativo, se refiere
principalmente a la cualidad de las descripciones, relaciones y desarrollo de características
específicas del objeto de estudio (Krause, 1995).
15
Estrategia metodológica
La estrategia metodológica fue el Estado del arte, ya que lo que se pretendía era
hacer una exhaustiva revisión bibliográfica de la felicidad. En el estado del arte se rescata y
se difunde de manera reflexiva el conocimiento acumulado sobre un objeto de estudio
determinado. Este tipo de investigación se hace sobre la producción teórica existente sobre
el tema elegido para exponer la lógica y la dinámica que se presentan en la explicación,
descripción o interpretación del fenómeno en cuestión (Vélez & Galeano, 2002).
Ahora bien, Vélez y Galeano (2002) hacen una aclaración importante y es el hecho
de nombrar de manera específica lo que es un estado del arte sobre fuentes documentales en
investigación cualitativa, al respecto nos dicen que es un intento de revelar las relaciones y
conexiones temáticas presentes en los materiales documentales que se encuentran sobre el
tema específico, se pueden también señalar vacíos y necesidades haciéndolos accesibles a
la comunidad académica.
Unidad de análisis
Características de la felicidad y conceptos relacionados
Categorías de análisis
Conceptualización de felicidad: consta de las ideas y relaciones establecidas por
autores de la psicología y el psicoanálisis alrededor de este eje.
Identificación de variables asociadas: se trata de puntualizar y describir las variables
asociadas a la felicidad y qué tipo de relación guardan.
Problemáticas de salud mental y población asociada a la felicidad: se trata de
reconocer problemáticas de salud mental asociadas al estudio de la felicidad y
poblaciones asociadas a esta.
Técnicas de recolección y análisis de datos
La técnica de recolección de datos empleada en este proyecto fue la Matriz
Bibliográfica y de Contenido, la cual se encuentra basada en una propuesta del grupo de
investigación de la Universidad de Antioquia Psyconex: Psicología, Psicoanálisis y
Conexiones, se trata de un instrumento en Excel que permite introducir los diferentes
16
textos que conforman el universo de la investigación -incluye libros, artículos de revista,
trabajos de grados, etc.- para posteriormente ser aplicados los criterios de inclusión y
exclusión para su ulterior análisis.
Por su parte, la técnica de análisis de datos que fue tomada como referencia es una
Matriz Analítica de Contenido, también propuesta por el grupo Psyconex, siendo esta un
instrumento que se diseñó en Excel, la cual permite relacionar los textos de la muestra con
las categorías de análisis y posibilita la organización de la información de tal manera que se
facilite su lectura y análisis (Gómez, Jaramillo & Galeano, 2015).
Población y muestra
Población: La población a utilizar en esta investigación fue documental,
específicamente libros, artículos de revista, trabajos de grado y artículos de investigación.
Muestra: Para seleccionar los textos pertinentes para la matriz bibliográfica se tuvo
en cuenta los siguientes criterios:
La felicidad como tema central, este parámetro con el fin de reducir los resultados
de búsqueda lo más posible y garantizar la pertinencia de los textos.
La accesibilidad de los textos fue un asunto fundamental en la búsqueda y revisión
de los artículos, pues este criterio permitió que el material bibliográfico utilizado
fuera de fácil acceso de manera digital.
Descripción de las fases del proceso metodológico
El proceso metodológico que se desarrolló en la investigación es el propuesto por
Gómez, Galeano y Jaramillo (2015):
La planeación: En este momento de la investigación se tuvieron en cuenta todos los
requisitos administrativos para la realización de la investigación, se delimitó el tema
a investigar y se realizó el primer acercamiento documental para elegir fuentes
relacionadas con el tema. La lectura del tema permitió al investigador tener un
panorama más claro sobre lo que desea investigar con ellos pudo plantear la
pregunta, la justificación, los objetivos y el marco conceptual.
17
Diseño y gestión: En este momento de la investigación se estableció el universo, la
muestra y las categorías de análisis; también se realizó una lectura lineal del
material encontrado.
Análisis, elaboración y formalización: En esta última fase se realizó un análisis
transversal para identificar las similitudes, coyunturas, tendencias y diferencias que
permitieron responder a cada objetivo específico y, por ende, al objetivo general.
También consistió en la escritura del informe final y la socialización ante la
comunidad científica.
18
Conceptualización de felicidad: manifestaciones empíricas y principios teóricos
Al parecer, desde muy temprano en la historia, el ser humano se ha cuestionado, por
diversos asuntos relacionados con su existencia, haciendo un esfuerzo por explicarse
aquello que le sucede en la misma, en últimas, tratando de bordear con palabras allí donde
advino la experiencia. Aunque es difícil precisar el momento histórico en que la pregunta
formal del hombre por la felicidad emerge, esta es vista por algunos autores como la
aspiración milenaria de la humanidad. Paradójicamente, no hay una definición última que
sea lo suficientemente satisfactoria para todos, aunque su componente de deseabilidad
social es clara para cualquiera (Sánchez & Méndez, 2011). Inclusive, algunos autores
(Carrasco & Sánchez, 2008) afirman que el hombre es egoísta e implacable en su búsqueda.
Ahora bien, a través de distintas disciplinas y doctrinas, la humanidad ha tratado de
cernir la definición de la felicidad. En la muestra bibliográfica revisada, se evidencia que,
cronológicamente, las primeras formas de pensamiento en dar una respuesta fueron la
filosófica y la religiosa. Para los antiguos filósofos representaba el mayor bien y la
motivación esencial para toda acción humana (Pulido, 2018). Sin embargo, aún hoy la
disciplina psicológica se ha apoyado allí para entender la felicidad, utilizando para su
investigación frecuentemente marcos teóricos filosóficos, en lugar de definiciones
conceptuales construidas al interior de la psicología.
Así pues, tal apoyo parte desde Sócrates (Citado en Nava& Ureña 2017), quien
afirmaba que los seres humanos desean siempre lo bueno, ligando la felicidad a la posesión
de bienes, aunque allí Platón (Citado en Nava & Ureña, 2017), quien lleva registro del
pensamiento socrático a través de los diálogos, no especifica el tipo de bienes al que se
refiere: “Habíamos convenido –recordé- que si poseyésemos muchos bienes seríamos
felices y dichosos” (p. 444). No obstante, Platón desarrolla una línea de pensamiento
diversa a la de su maestro, proponiendo que la felicidad consistía en un estado a través del
cual el alma tiene un encuentro con Dios. En su posición dualista cuerpo/alma, es sobre esta
última donde cae especial peso cuando se trata de alcanzar la felicidad, para lo que propuso
19
que si el alma se dedica a actividades superiores del intelecto como la contemplación1,
tenderá por tanto a una vida feliz (Brisson, citado en Nava& Ureña, 2017).
Si bien estos dos pensadores asocian la felicidad con la posesión de bienes, luego
con la actividad intelectual, esto advierte muy pronto del núcleo problemático de la
cuestión y es precisamente la complejidad de la definición del concepto, pues se puede dar
cuenta de los diversos factores que se asocian al ser feliz, que habitualmente tienen gran
trascendencia en cada sujeto, lo que les ha vuelto estudio de diversas áreas del
conocimiento; sin embargo, esto va un poco más allá y permite deducir un carácter
práctico, es decir, si se hacen ciertas cosas, se alcanzará el estado de felicidad. A ello se
anuda el planteamiento de Aristóteles, que junto al de Platón, propone la felicidad como
una bondad, a saber, una inclinación natural hacia el bien, y la virtud, que hace referencia al
control emocional (McMahon, 2006 citado en Carrillo et al, 2014).
Sobre este último punto hay otro elemento a resaltar y es que otra acepción que
tienen las virtudes consiste en el desarrollo armónico de ciertas capacidades que permiten a
los seres humanos enfrentarse con algunas circunstancias de la vida (Domínguez, & Ibarra,
2017). No obstante, como afirma Lyubomirsky, (Citado en Núñez et al 2015) Aristóteles
hace una apuesta más allá afirmando sobre la felicidad que es el fin último al que aspira el
hombre; no obstante, aquí la felicidad no es reducida al placer, los honores o la riqueza,
sino que se presenta como una forma de ser acorde al sistema de valores de una cultura
particular (Silva, citado en Sánchez & Méndez, 2011).
En concordancia con su antecesor Sócrates, Aristóteles también ubica la felicidad en
la dinámica de los bienes; sin embargo, considera ésta no sólo como un fin, como se
planteó previamente, sino como un bien en sí misma, hay que decir también, que la
consideró el más excelso de los bienes en lo concerniente a la actividad humana (Nava&
Ureña 2017) y como la única cosa que pena alcanzar en vida como señala García (2010)
quien además asevera que alcanzar una felicidad duradera depende del cultivo de los
talentos y capacidades, en otras palabras, ir siguiendo la senda del desarrollo de las
1 Contemplación es la traducción latina de la palabra griega “teoría”
20
virtudes, donde resalta el rol crucial de la familia y los gobiernos para generar entornos que
favorezcan esta posibilidad.
Del mismo modo, al interior de la filosofía surgen dos corrientes de pensamiento
que pensaron la felicidad: la hedonista, de donde destaca el pensamiento de Epicuro de
Samos, y la eudaimónica que surge a partir del pensamiento aristotélico en relación al
desarrollo de las virtudes. A pesar de que ambas formas de pensar la felicidad constituyen
una línea de investigación que parece estar íntimamente relacionada por un equivalente
proceso psicológico de estudio, al parecer la diferencia se halla fundamentalmente en que
los indicadores para determinarla, empíricamente, resultan diversos. (Blanco & Díaz,
citados en López et al, 2017). Sobre esta aparente contraposición, ya había señalado Fierro
(2008) que hay que remontarse al léxico griego para entender que hedonismo proviene de
hedoné que quiere decir placer, y eudaimonía se ha traducido generalmente como felicidad
o inclusive, bienestar. Sin embargo, tal traducción no parece ser la más precisa del término,
por lo que algunos han propuesto florecimiento personal o prosperidad en su lugar (Fierro,
2008).
En este orden de ideas, la corriente hedonista, considera la felicidad como la suma
de momentos placenteros, así como la satisfacción de los deseos de forma inmediata
(Domínguez & Ibarra, 2017). Ryff y Keyes (Citados en Sánchez & Méndez, 2011),
arriesgan a proponer un rasgo universal de la felicidad a partir del pensamiento de esta
corriente, es decir una característica más o menos transversal a todas las culturas, pues
exponen que, en términos generales, los seres humanos prefieren lo placentero sobre
aquello que no lo es. La felicidad quedaría condicionada entonces a la consecución de
experiencias placenteras. Este planteamiento había sido esbozado ya por Arístipo, a la
altura del cuarto siglo antes de cristo, proponiendo que el objetivo de la vida debe ser
experimentar la mayor cantidad de placer, siendo la felicidad el conjunto de momentos de
esta índole (Moccia, 2016).
Cabe mencionar que, Sariçam (2016) separa estos dos elementos como tiempos
lógicos al interior de la felicidad. El primero de ellos lo denomina el nivel hedónico que se
trata del nivel de ciertos efectos que llevan al individuo a calificar una experiencia como
agradable. En segundo lugar, pone un componente cognitivo a lo que denominó
21
contentamiento, que hace referencia al grado en que una persona percibe que su aspiración
se cumple. Es así como, desde la perspectiva hedonista, sólo se puede dar cuenta de la
felicidad de forma retroactiva, es decir, realizando una revisión al conjunto de experiencias
placenteras conseguidas, lo que da por resultado un cómo los individuos se sienten acerca
de sus vidas. En esta vía, Kahneman (citado en Baptista et al 2016) se interesó por revisar
qué podría hacer que las experiencias o incluso la vida misma fuese grata o no. Al respecto
afirmó que se trata de maximizar las recompensas, propender por eventos relacionados con
la obtención de algún placer y minimizar aquellos asociados al displacer o el dolor. Tal
forma de hacer, constituye básicamente una política para el individuo que perseguirá
activamente buenas experiencias, como refiere el autor, y buscará reducir el impacto de las
vivencias negativas, este es el énfasis esencial del pensamiento hedónico, en últimas,
aumentar la frecuencia de momentos placenteros o sentimientos de placer, buscando
obtener lo que cada quién desea (Baptista et al 2016).
Algo semejante hicieron Andrews y Withey (citados en Sánchez & Méndez, 2011)
al definir las características de lo que denominarían, en esta lógica, como una experiencia
interna positiva, es decir, el equivalente a ese momento de evaluación de momentos
placenteros de forma retroactiva. Señalaron que tal experiencia consta de una emoción
placentera, cierto nivel de satisfacción vital y la ausencia de sentimientos negativos.
Posteriormente, a estos puntos, Ryff (citado en Sánchez & Méndez, 2011) agregaría
autorealización y crecimiento personal. Estas aseveraciones de alguna manera, aunque
parecen relacionarse con la lógica hedonista de búsqueda de placer, constituyen un nivel
más abstracto, pues implica un nivel de subjetivación mayor. En otras palabras, no parece
ser posible equiparar la búsqueda de placer y evitación del displacer hedonista, a la
autorealización. Así mismo, es posible que no todas las experiencias placenteras, traigan
consigo crecimiento personal.
En efecto, otros autores como Feather y Newton (citados en Álvarez, 2015) han
realizado apreciaciones que asocian a la corriente hedonista una concepción de felicidad en
términos de desapego y liberación espiritual, proponiendo además una visión de la
existencia como provisional, relativa y probabilística. Exponen que la lógica hedonista
tiene cierta relación con la impulsividad en tanto aspira a la consecución de experiencias
22
placenteras, en últimas, satisfacción de los deseos y necesidades, sin restricciones
aparentes, es decir, seguir los instintos (Álvarez, 2015).
De igual manera, algunos autores han visto lo hedónico simplemente como un
componente de la felicidad, es decir, únicamente la consecución hedonista de experiencias
placenteras no basta para dar cuenta de lo que la felicidad es. Al parecer, la búsqueda de
experiencias placenteras del hedonismo, aunque tiene un indicativo práctico importante
sobre cómo alcanzar aparentemente la felicidad, no realiza de forma explícita una
definición de la felicidad, simplemente la presenta como una consecuencia de la búsqueda y
obtención de tales vivencias, vale decir, si logran el efecto esperado, es la felicidad. De
hecho, el pensador inglés Jeremy Bentham en 1817 propone un principio alrededor de la
constante búsqueda de placer hedonista y la evitación de dolor: principio de utilidad o de
mayor felicidad (Carrillo et al, 2014) Aun así, Avia (2008) afirma que el planteamiento
hedonista de la felicidad a pesar de mostrar efectos pragmáticos importantes, aunque de
corta duración, es insuficiente para su comprensión.
En contraste, aparece entonces la corriente eudaimónica que centra su
conceptualización en aspectos del lado de la razón. De hecho, la felicidad desde esta
perspectiva parece complementaria a la perspectiva hedonista. Se trata pues de una
evaluación acerca de en qué medida se han cumplido ciertas cosas en la vida de cada quien,
cuando la valoración refleja el logro potencial individual a través de ciertas características
personales que permiten un buen ajuste al medio (Muratori et al, 2015). Quienes son más
cercanos a esta forma de concebir la felicidad, la entienden como un estado de plenitud y
armonía psíquica que da cuenta de un desarrollo de las virtudes, especialmente, de la razón
(Rodríguez et al, citados en Muratori et al, 2015).
El énfasis de la perspectiva eudaimónica está puesto sobre el crecimiento personal y
sentido de vida, por lo que el desarrollo de virtudes tales como ser competente, autónomo,
auténtico, congruente y sociable, en síntesis, un constante movimiento al desarrollo de
potencialidades personales que se encaminan en la autorealización (Baptista, 2016). Hay
que mencionar que desde el eudaimonismo la felicidad se ha comprendido como bienestar
psicológico, experiencia óptima, elementos relacionados con la autorealización; y plenitud
vital (Ryff; Csikszentmihalyi; Maslow; Rogers; citados en Rodríguez, 2015). Lo anterior,
23
afirma Rodríguez (2015), es un derivado de la ética aristotélica y conduce a un estado de
bienestar en el que están presentes la salud y el desarrollo del potencial humano a través de
los distintos desafíos existenciales. Así mismo, David, Boniwell y Conley Ayers (citados en
Muratori et al, 2015) proponen utilizar el término felicidad en su sentido más amplio, que
incluya ambas corrientes y otros conceptos propios de la psicología como bienestar
subjetivo y crecimiento personal para comprender con mayor amplitud las implicaciones de
lo que se denomina felicidad.
Ahora bien, hasta este punto, se ha hecho evidente la relación de la felicidad con
distintos conceptos, aunque probablemente no se pueda equiparar la definición de todos
estos conceptos al de felicidad. Aun así, se encuentra en autores contemporáneos y clásicos
tal tendencia, como el caso de Spinoza (citado en Fernández & Extremera, 2009), que en
relación a la virtud afirma que la felicidad no es un premio o consecuencia de la virtud, sino
que se trata en sí misma de la virtud, es decir de una posición ética que propende por actuar
acorde a proyectos ideales como el bien. Lo anterior, de cierto modo se debe a que, como
exponen Moghnie y Kazarian (citados en Ortiz et al, 2013) la felicidad es un concepto
delimitado contextualmente, se construye y se define en una cultura particular. Lo anterior
debe ser revisado con detenimiento, pues las implicaciones que tiene advertirán de un
asunto problemático del que da cuenta la bibliografía, que resulta de cierto modo
paradójico: por un lado, se encuentra una proliferación de definiciones y por otro la
dificultad para definirla o al menos para generalizar la definición. De allí que estos autores
aseveren que la felicidad no constituye un universal dado, en otras palabras, un principio.
Por otra parte, de lo que dan cuenta las investigaciones son de distintos elementos que se
han asociado a la felicidad y es de esa relación que extraen su comprensión de la misma,
aunque no necesariamente ello apunte a una definición.
En consecuencia, Rodríguez (2015) cuestiona la naturaleza invariable de la
definición de felicidad, resaltando que es un concepto simbólico polisémico de naturaleza
ético-teleológica con una potencia psicosocial capaz de influir en el devenir de la cultura
misma, las instituciones y los modos de vida. Aunque la pregunta por la felicidad se puede
rastrear desde decenas de siglos atrás, su valor en las políticas públicas es relativamente
reciente, surge como producto de la modernidad. En concordancia, Fierro (2008) expone
24
que el significado de felicidad no es el mismo en diferentes tiempos y lugares. Asevera que
aproximadamente el 67% de la humanidad está más preocupada por asuntos relacionados
con la supervivencia como tener comida o llegar con algo de la paga al fin de mes, y aún
más, dice que el afán de supervivencia suele confundirse siendo elevado al estatuto de
felicidad propiamente dicha. Conforme a lo anterior, Bertossi (citado en Hernández et al,
2017) muestra como la complejidad para el acceso a condiciones básicas de vida digna que
garanticen alimentación, vivienda, salud, educación, entre otras cosas que ponen de relieve
la desigualdad contemporánea, no pueden ser más que fuentes de infelicidad. No obstante,
Csikszentmihalyi (citado en Hernández et al, 2017) afirma que el énfasis está en la
interpretación de tales hechos provenientes del exterior, aunque resalta que no se trata de un
evento meramente del azar, ni que tampoco el dinero puede servir como total garante de la
felicidad.
Cabe señalar que esto encuentra corroboración en investigaciones realizadas con
distintas poblaciones, pues la comparación de niveles de felicidad entre distintos grupos
muestra diferencias culturales, etárias y de género, lo que lleva a Alarcón (citado en Vera et
al 2011) a señalar que es probable que las elaboraciones teóricas sobre la felicidad, así
como los instrumentos para medirla, están atravesadas por los factores culturales del país
donde son construidas. Además, la investigación, recientemente, ha dado cuenta de que el
uso del término felicidad en la cotidianidad tiende hacia un significado difuso, y por lo
demás, distinto a lo que han propuesto los teóricos (Diener & Biswas, citados en Rodríguez
et al, 2017). Tal como reveló la escala de creencias acerca de la felicidad (Álvarez, 2012),
la felicidad es un constructo multidimensional, a saber, bio-psico-sociocultural, y con
aspectos estables y transitorios, y no unidimensional. Además, el autor señala que la
naturaleza de la misma puede llegar a ser contradictoria o paradójica. Del mismo modo,
Bekhet, Zauszniewski & Nakhla (citados en Mercado 2014) afirman que la felicidad se
presenta como un afecto positivo al que todas las personas aspiran y de cierto modo pueden
alcanzar, su definición está atravesada por una construcción social del lugar de residencia y
cultura de la persona, y que aún más, la persona podrá construir su propia definición con
base en estos elementos y a partir de allí considerarse o no feliz.
25
A continuación, y teniendo en cuenta la consideración del marco cultural donde son
construidas, se explorarán un par de ejemplos de esta aseveración, comparando algunas
consideraciones sobre la felicidad dadas por la cultura oriental, en contraste con algunas
propias de la cultura occidental, con el ánimo de establecer enlaces y desenlaces entre las
mismas de ser posible. En este orden de ideas, en Oriente la felicidad tiene una connotación
de comunidad, que lleva a algunos autores (Kitayama et al, citados en Sánchez & Méndez,
2011) a pensar en una felicidad de tipo interpersonal. Resaltan que la felicidad se ve
amenazada cuando está enfocada en lo individual, y que depende en gran medida de las
relaciones y apoyo social, esto en tanto implica una vinculación con otros. Cabe resaltar
que uno de los primeros pensadores de los que se tiene registro del pensamiento oriental,
Confucio (551 -479 a. C.) acuñó una metáfora para entender la felicidad, definiéndola como
un camino, señalando que la felicidad no se encuentra en la cima de la montaña, sino en la
manera de subirla (citado en Velado, 2014). Simultáneamente introduce una dimensión
moral, diciendo que el hombre sólo tiene dos caminos posibles el del bien y el del mal,
poniendo sobre el primero, la felicidad. Otros pensadores orientales más contemporáneos
realizan una visión sintetizada de la felicidad como cualquier cosa positiva y buena en la
vida y que genere alivio de la ansiedad frente a la muerte (Xin hua; Wu, Lu & Shih, citados
en Sánchez & Méndez, 2011).
A su vez la felicidad cristiana, de cierto modo, se relaciona con lo anteriormente
mencionado en tanto tiene que ver con hacer el bien, a saber, la voluntad de Dios. El
término más utilizado para hablar de felicidad desde esta perspectiva es la bienaventuranza.
Aquellos que hagan la voluntad de Dios serán bienaventurados, algunas formas de hacerlo
son amar, trabajar por la paz, ser compasivo, entre otras. Así mismo, gozarán de la
bienaventuranza aquellos limpios de corazón, o que son perseguidos, humildes, mansos,
etc. (Velado, 2014). En este punto cabe señalar una diferencia fundamental frente al
pensamiento oriental y es que la felicidad aparece como una promesa luego de realizada la
voluntad de Dios, es decir, es posterior a la experiencia, no es la experiencia misma, el
camino, como diría Confucio. No obstante, no se debe desconocer el tinte moral que
atraviesa ambos pensamientos, así como el énfasis particular del trabajo por la comunidad.
26
En contraste, hoy por hoy, la felicidad en Occidente, al menos en Estados Unidos,
ha tenido un vuelco importante sobre el individuo. No hay que descuidar esto, pues fue allí
donde se dio el auge de la psicología positiva, disciplina que se ha encargado del estudio y
comprensión de la felicidad con más ímpetu. Algunos autores (Sánchez & Méndez, 2011)
afirman que en esta visión la felicidad depende críticamente del desarrollo de atributos
positivos del yo, por lo que se trata, hasta cierto punto, de una cualidad interna que tiene su
expresión como una especie de logro personal. Empero, no todo el pensamiento de la
psicología positiva se agota en ello. En adelante se explorará la diversidad de concepciones
elaboradas al interior de la misma, que de algún modo recogen una parte de lo hasta aquí
esbozado e integran un saber atribuido al campo de la disciplina psicológica. No obstante,
se deben tener en cuenta un par de consideraciones previas antes de ahondar en esta
propuesta.
En primer lugar, es importante tener en cuenta que el método utilizado por la
psicología positiva no tiene por objetivo descifrar las causas recónditas de la felicidad, tan
sólo se centrará en las manifestaciones empíricas que permitan entender esa experiencia
denominada felicidad (Tkach y Lyubomirsky, citados en Moccia, 2016). En segundo lugar,
como exponen Zelenski, Murphy y Jenkins (citados en Moccia, 2016) es importante señalar
que es posible que no se pueda definir el fenómeno en terminología científica pues la
felicidad ha demostrado ser multifacética y se da cuenta de ella en distintos discursos. En
tercer lugar coexisten posiciones opuestas al interior de la psicología positiva donde
algunos autores como Layard (citado en Shafiq et al, 2015) aluden un carácter objetivo a la
felicidad pues todos los individuos la experimentan de la misma manera y tras similares
condiciones, mientras que, otro sector de esta disciplina con representantes como Gilbert
(citado en Shafiq et al, 2015) defienden la idea de que la felicidad es una experiencia
altamente subjetiva y de naturaleza idiosincrática al sujeto, en otras palabras, la felicidad
hace alusión a una experiencia de satisfacción subjetiva de una persona y solo vivida por
ella (Castilla et al, 2016) en contraste con la psicología social, que la define como un
conjunto de sentimientos positivos que dependen de los lazos y están entretejidos en
armoniosas formas de relaciones sociales (Niiya, Ellsworth & Yamaguchi, citados en
Sánchez & Méndez, 2011).
27
Dicho lo anterior, si se analizan los antecedentes de la psicología positiva, los
primeros referentes son los antiguos filósofos griegos, en especial, Aristóteles por su interés
particular en el desarrollo de la eudaimonía de la que se extrae una doctrina de tipo moral
en tanto trata la felicidad como un bien, que puede ser alcanzado a través del cultivo de las
virtudes (Moccia, 2016), como fue señalado con anterioridad. Así mismo, esta disciplina
retoma la concepción de que los seres humanos comparten como meta común la felicidad y
el bienestar (Buss, citado en Vera et al 2011).
Ahora bien, considerar la felicidad como un bien, ha permitido que su definición sea
construía a partir de la dimensión del tener. Es allí donde aparecen definiciones acordes a
ciertas propiedades, oportunidades, características o cualquier cosa considerada positiva en
la vida. Algunos ejemplos de ello son tener salud, familia, amigos, trabajo, autoestima,
entre otros elementos (Moyano, 2016). La otra dimensión que aparece es la de ser o estar,
que alude a una posición simbólica del sujeto en la que las condiciones vitales le parecen
favorables, empero tal dimensión suele entremezclarse con la del tener pues expresiones
tales como estar rodeado de personas amadas, puede decirse también como tener cerca a las
personas amadas, tales diferencias semánticas no constituyen en absoluto una radicalidad
(Moyano, 2016).
Es por ello que estas definiciones suelen ser muy frecuentes en las investigaciones,
se suele inferir a partir de la presencia de ciertos elementos el nivel de felicidad de la
población. Algunos autores lo utilizan como un dominio semántico separando la posesión
de bienes materiales, como tener casa, de los bienes inmateriales como tener familia
(Nava& Ureña 2017). Es el caso de la investigación realizada por Nava & Ureña (2017)
donde tomando como población una muestra estudiantil encontraron la estrecha relación de
la felicidad con la vida afectiva pues aluden la satisfacción de una necesidad interna de
afecto. Otros en cambio, han trabajado la posesión de bienes de diversa naturaleza como un
indicador que se relaciona con el logro de la felicidad (Alarcón, citado en Castilla et al,
2016). Alarcón (Citado en Pozos et al, 2013) define la felicidad como una experiencia
satisfactoria que sucede en un individuo, como un tipo de plenitud que experimenta en
posesión de un bien deseado.
28
No obstante, advierte Fierro (2008) que en tal concepción se ha subvertido una
lógica mercantil que ha vuelto, hasta cierto punto, la felicidad un producto más del
mercado, encuadernándola en libros de superación personal, o empacándola en
publicidades de algunos productos que prometen la felicidad, verbigracia, el lema
corporativo de Coca-Cola: destapa la felicidad. Simultáneamente, señala que hay un
prejuicio social frente a quien no es feliz, pues con tantas alternativas al alcance del sujeto,
desde comprar un libro para corregir el curso de las cosas hasta una bebida con la fórmula
mágica de la felicidad, no estar feliz representaría una anomalía inaceptable: “ponte trágico
o simplemente dramático y tendrás dificultades: nadie querrá saber de ti, nadie querrá leerte
o escucharte” (p. 10). La felicidad aparece entonces como una responsabilidad de la
persona propia, constituyendo un mandato social (Rodríguez 2015) En esta misma línea de
pensamiento, Bejar (2015) expone cómo esta centralización sobre el individuo ha hecho
que se genere un yo sobre cargado, fundamentalmente, por la aparente coacción cultural de
ser positivo y mostrarse feliz. Esta realidad llevó a Bayés (2009) a preguntarse si acaso
existe una tendencia natural en el ser humano a la tristeza, y si acaso el sentimiento de
felicidad es una respuesta, una suerte de defensa, de lo inherente a la condición humana.
Pocas investigaciones al parecer han abordado este fenómeno, a futuro resultaría interesante
revisar esta noción con detenimiento, pues parece ser que tiene implicaciones clínicas
importantes que deben ser pensadas al interior de la disciplina psicológica.
Por otra parte, otro elemento retomado por la psicología positiva de la corriente
eudaimónica es la evaluación subjetiva posterior que se realiza sobre la experiencia, cuando
se determina que tales vivencias han sido satisfactorias, afirman algunos autores que serán
abordados a continuación, eso es la felicidad. Tomando como punto de partida a Diener
(citado en Rodríguez et al, 2017), quien afirma que en tanto la felicidad es de naturaleza
subjetiva, cada ser humano será juez de su propia felicidad, será él quien a través de esta
evaluación particular podrá establecer si es feliz o no, lo que de cierto modo resuena con el
planteamiento de Schopenhauer (citado en Nava& Ureña 2017), que partiendo de que la
concepción del mundo es interna, es decir, subjetiva, no podría esperarse otra cosa que la
felicidad dependa de tal.
29
Acorde a esta forma de pensar, aparecen distintos autores frecuentemente
referenciados a lo largo de la muestra documental consultada, especialmente, dos de ellos
Diener y Veenhoven, psicólogo y sociólogo respectivamente. El primero de ellos, concibe
la felicidad como una experiencia de tipo emocional que tiene su origen en la percepción o
apreciación subjetiva sobre la satisfacción con la vida (Sánchez & Méndez, 2011). De igual
manera, resalta que va acompañada por una sensación individual de bienestar, consecuencia
de elevados niveles de satisfacción personal (Núñez et al 2015); por lo demás, para Hervás
(citado en Núñez et al 2015), esto tendrá una implicación importante en la salud mental. En
otras palabras, Diener (citado en Tabrizi & Akberi, 2014) considera la felicidad como un
resultado posible de una especie de autoevaluación sobre la calidad de vida. Así mismo,
expone que la felicidad sería el resultante de una comparación entre sucesos recientes y los
estándares de vida que el sujeto establece, por lo que, si el balance entre estos da por
resultado que los acontecimientos actuales son mejor que los estándares, la persona sentirá
felicidad (Hernández et al, 2017). Tal evaluación puede ser dada sobre la totalidad de la
vida o simplemente de algunas de sus facetas (Quiceno et al, 2012).
Dicho lo anterior, cabe resaltar que el autor pone el elemento cognitivo, la
evaluación, como égida para experimentar la felicidad o el goce de vida que iría en la vía de
lo emocional (Rodríguez, 2015). Es decir, es un proceso cognitivo, evaluación, que traerá
consigo una consecuencia de tipo emocional: la felicidad. Otros autores (Castilla et al,
2016) han señalado sobre esta evaluación que tiene una influencia importante en la
percepción de sí y del contexto circundante. Por otra parte, Diener introduce en su
definición otro elemento que será revisado con mayor detenimiento posteriormente, pero
que se ha venido esbozando a lo largo de las elaboraciones teóricas previamente expuestas.
Se trata de la percepción de bienestar subjetivo que emerge del proceso cognitivo de
evaluación y satisfacción vital (Álvarez, 2012). En síntesis, para el autor la felicidad se
puede traducir en la fórmula: Felicidad = estados afectivos positivos - estados afectivos
negativos + satisfacción vital + crecimiento personal (López et al, 2017).
En concordancia, el planteamiento de Veenhoven apunta a que la felicidad es el
grado en que un sujeto evalúa como positiva la calidad global de su vida en la actualidad
(Núñez et al 2015). Se trata de una evaluación elogiosa del panorama general de la vida y la
30
intensidad apreciativa con que cada quien la vive. Dicho de otra manera, se trata de qué
tanto le gusta cierta persona la vida que lleva (Muratori et al, 2015). Cabe resaltar que para
el autor la felicidad es un estado mental que puede ser medido a través de ciertas técnicas o
preguntas directivas (Shafiq et al, 2015), y que tiene tres dimensiones: cognitiva, emocional
y social (Mablaghi citado en Tabrizi & Akberi, 2014). También, propone tres formas de
manifestación de la felicidad que no deben confundirse: hedónica, satisfacción propiamente
dicha y experiencia, cumbre o felicidad global (Muratori et al, 2015), sobre esta última
recae la posibilidad de que tal concepción se cristalice, constituyendo un punto de
estabilidad que dará paso a una actitud hacia la vida (Sánchez & Méndez, 2011).
De igual manera, se podría decir que para el autor la satisfacción vital producto de la
valoración global podría ser un equivalente de la felicidad global, elemento que
frecuentemente queda reducido a la dimensión cognitiva. Así mismo, el balance positivo de
emociones pareciera estar más cercano al hedonismo, sin embargo, resalta que la
evaluación positiva de tales es justamente lo que se entiende por felicidad (Muratori et al,
2015), pues cabe resaltar que para el autor es condición primaria para la felicidad que el
resultado de la evaluación sea la vida como un todo positivo (Sariçam, 2014). Otras lecturas
del autor apuntarán a que también se puede dar la experiencia de felicidad si tal evaluación
se aplica a un área específica, como la familiar, la laboral, etc. (Pozos et al, 2013).
A su vez, otros autores han realizado apreciaciones y precisiones sobre esta forma
de concebir la felicidad. Shafiq et al (2015), insisten particularmente en la ausencia de
emociones negativas como condición indispensable para la felicidad. Lyubomirsky (Citada
en Carrillo et al, 2014), diría que tal razonamiento se reduce al componente afectivo, en el
cual se consideran aquellas sensaciones experimentadas como placenteras, pero que no van
solas. Siempre van acompañadas del componente cognitivo, es decir, de la evaluación
subjetiva del individuo que puede establecer que a pesar de la presencia de emociones
negativas hay cierto nivel de logro de sus aspiraciones, lo que se traduciría en felicidad.
Morán et al, (2017) señalarán que es a partir del componente cognitivo que se deduce la
sensación de bienestar, característica previamente enunciada. De igual manera, Scorsolini
& Santos (citados en Hernández et al, 2017) subrayan tal experiencia como interna y sobre
31
la cual el individuo puede emitir un juicio sobre su sentir y el nivel de satisfacción que esta
genera.
De este modo, algunos autores (Tabrizi & Akberi, 2014), han propuesto la felicidad
como la forma científica de llamar la evaluación subjetiva que hacen los individuos de sus
vidas. Otros por su parte (Fierro, 2008) afirman que la palabra felicidad sólo es una forma
de llamar a un conjunto muy amplio de estados anímicos y experiencias positivas
deseables, que, por lo demás, tiene un campo muy amplio, en tanto puede ser
experimentada de diversas maneras, es decir, hay distintos modos de ser afectado por la
misma. Queda en evidencia, nuevamente, cómo las corrientes hedónica y eudaimónica
siguen atravesando las definiciones sobre la felicidad, una ubicada del lado de la
experiencia subjetiva de satisfacción y la otra de la evaluación posterior de tal experiencia,
respectivamente (Muratori et al, 2015).
Aunque esta es la concepción de felicidad más utilizada en investigación, a saber,
valoración global subjetiva de la vida (Herrera & Perandones, 2017). Otros autores como
David, Boniwell y Conley (citados en Herrera & Perandones, 2017) proponen utilizarla en
un sentido más amplio que incluya las nociones de bienestar psicológico y bienestar
subjetivo, las cuáles también han sido ampliamente trabajadas en investigación, a tal punto,
que se han hecho equivalentes al término de felicidad. De igual manera, hasta cierto punto
se ha igualado satisfacción hacia la vida o bienestar vital con la felicidad misma. (Castilla et
al, 2016). Álvarez (2012) expone como los participantes de su investigación, sobre
creencias acerca de la felicidad, la enmarcaban en una percepción de bienestar vital. En esta
misma línea de pensamiento Shafiq et al (2015) exponen que tales concepciones dan cuenta
de la naturaleza endógena y subjetiva de la felicidad y que de cierto modo apuntan a una
vida placentera o una buena vida. Sin embargo, los autores proponen un tipo de felicidad
que apunta a una vida significativa o llena de sentido que puede ser más valiosa que la
simple satisfacción de los deseos del yo o la obtención simple y llana de placer.
Ahora bien, Muratori et al (2015) señalan que, aunque bienestar subjetivo y
bienestar psicológico tienen relación, son distintas facetas del funcionamiento psicológico
positivo del sujeto que apuntan a un concepto macro que es el bienestar. De igual manera
exponen que dado que el término felicidad tiene un uso contextual, obteniendo diferentes
32
significados culturales, esto ha llevado a generar confusión en su uso (Oishi citado en
Muratori et al, 2015). Eso ha hecho que algunos autores opten por una conceptualización de
felicidad que se identifique con el placer, lo que de cierto modo se remonta a la tradición
hedonista, otros la han mezclado con otros elementos como el compromiso y el significado,
asociados de algún modo a la corriente eudaimónica, sin embargo, la tendencia
mayoritariamente observada es definir la felicidad, ocultándola de cierta manera, tras la
palabra bienestar (García, 2010).
De este modo, algunos autores proponen el bienestar subjetivo como una dimensión
de la felicidad, refiriéndose a un estado de conformidad entre lo que se es y lo que se siente,
o entre lo que se hace y se experimenta internamente (Seligman citado en Álvarez, 2012).
Otros autores han propuesto el bienestar subjetivo como un sinónimo propiamente de la
felicidad altamente marcado por el factor cognitivo previamente mencionado, que en
síntesis tiene que ver con un nivel de afecto positivo alto en contraposición a un nivel bajo
de afecto negativo (García, 2010), dicho sea de paso, definición altamente ligada a la
corriente hedónica, de allí que autores como Sariçam (2014), la piensen simple y
llanamente como un estado de bienestar y satisfacción. De modo que la felicidad podría ser
entendida como el predominio de experiencias emocionales positivas y la baja frecuencia
de vivencias negativas (Scorsolini & Dos santos, 2010).
No obstante, otros autores como Hudson (citado en Pelechano et al, 2016)
argumentan una diferencia importante sobre este punto, en tanto felicidad como
sentimiento, sentirse bien (well feeling) no necesariamente apunta al bienestar (well being),
pues esta última apunta de alguna manera a un ideal moral, que se ha pensado desde la
antigua Grecia hasta el movimiento conocido como la ilustración. Mas, Mercado (2014)
sostiene que esta perspectiva de la felicidad como sentimiento habitualmente es
manifestada por las personas como difícil de alcanzar, introduciendo la lógica de que a
mayor esfuerzo mayor recompensa.
Por otra parte, lo anterior da para pensar otra cuestión y es hasta qué punto el ser
humano en su implacable búsqueda de la felicidad le apunta al bienestar, o inclusive a su
salud mental, lo que tendría un importante impacto en la clínica psicológica. Aunque una
investigación realizada por Morán et al (2017) encontró una estrecha relación entre el tipo
33
de personalidad autoconstructivo con altos niveles de felicidad o como lo denominan allí
niveles altos de afecto positivo, mientras que en el tipo de personalidad autodestructivo
donde se evidencia menor nivel de felicidad, también se encontraron bajos niveles de
bienestar.
Desde otro punto de vista, Moyano (2016) argumenta que la felicidad no podría
entenderse reducida simplemente a bienestar, pues esta habitualmente se refiere a una serie
de estados relacionados y que agrupados pueden dar como consecuencia la felicidad, por
ejemplo la tranquilidad, la estabilidad económica y emocional, entre otras, que agrupan las
esferas física, psicológica y social, los cuales pueden servir como indicadores objetivos,
aunque en últimas siempre el individuo es quien refiere sentirse o no feliz, resaltando
nuevamente la naturaleza subjetiva de la cuestión, lo que pone también sobre la mesa hasta
qué punto son objetivables los indicadores de felicidad. Por lo demás, el autor resalta que,
en una visión estrictamente psicológica, la felicidad es una emoción que combinada con
otras emociones positivas daría por consecuencia el bienestar.
Lo anterior introduce una forma de entendimiento de la felicidad como una
emoción. Tabrizi & Akberi (2014) acuñan esta definición con el ánimo de sortear la
ambigüedad misma del concepto y la proponen como una emoción que fluctúa entre
satisfacción básica y profundo sentimiento de placer. Tal emoción puede emerger a partir
de una estimulación interna, es decir de la evaluación subjetiva que previamente se
desarrolló, o de una fuente externa relacionada con la interacción con otros o la obtención
de un bien deseado (Sánchez & Méndez, 2011), así mismo los autores explican que por este
motivo la felicidad suele vincularse con el desarrollo de ciertas actividades o con ciertos
objetivos vitales (Sánchez & Méndez, 2011). Adicionalmente, esta perspectiva de la
felicidad como emoción tiene una alta relación con su entendimiento como proceso
psicobiológico, comprendida desde esta perspectiva como un estado producido por la
liberación de dopamina, sustancia asociada con la sensación de placer (Mercado, 2014). Por
esta razón, se encuentra relacionada con la estimulación de los denominados centros de
placer del encéfalo, localizados dentro del hipotálamo y del sistema líbico (Carrasco &
Sánchez, 2008).
34
Hay que señalar además que la psicología positiva hasta cierto punto se apoyó
también apoyó su propuesta en la corriente humanista de la psicología, retomando grandes
autores como Rogers que pensó la felicidad en la vía de un constante descubrir particular de
cada quien de su propio potencial humano, dado que en su línea de pensamiento el autor
concibe al ser humano como un proyecto inacabado (Álvarez, 2012). De igual manera para
Rogers (Citado en Álvarez, 2012, las condiciones de libertad y proyecto de vida que
apuntan a la autodeterminación y la autoconfianza, son condicionales para que aparezca la
felicidad, proceso que en su conjunto denomina actualización. De igual manera, la corriente
humanista acuña la metáfora de la felicidad como un camino, proveniente del pensamiento
oriental, aunque precisa que esta no se trata de un fin en sí mismo, sino como una forma de
recorrer tal camino, no se trata de una búsqueda, es decir, alude a la interpretación de los
hechos como piedra angular de la felicidad, en la cual no hay un énfasis sobre el sujeto,
sino que siempre está en consideración con los otros (Velado, 2014).
Así la psicología positiva, apoyada en esta corriente y de cierto modo,
contradiciendo la sabiduría popular que piensa la felicidad como algo externo que debe ser
encontrado, la poner como un proceso, una suerte de viaje interno (Bejar, 2015). Hay que
resaltar que esta corriente que de algún modo influenció en cierta parte la propuesta de la
psicología positiva acerca de la felicidad se puede ligar a la concepción eudaimónica de la
felicidad, acuñando términos como bienestar psicológico que se traduce como una clara
muestra del desarrollo de las virtudes, así como la propuesta de autorrealización
desarrollada por Maslow y la actualización de las capacidades del ya nombrado Rogers
(Baptista et al 2016). Estos planteamientos dicen Baptista et al (2016) están inspirados en la
ética aristotélica hasta cierto punto, dado que apuntan a un pleno desarrollo del ser humano
en la vía de las virtudes emergentes del constante encuentro con los desafíos existenciales.
Adicionalmente Rodríguez (citada en Pulido, 2018) muestra como tal estado retroalimenta
los múltiples ámbitos hasta aquí esbozados, es decir, así como la experiencia plena y la
autorrealización contribuyen a la aparición de la experiencia emocional denominada
felicidad, tal vivencia también contribuye a la conservación y realización de estos procesos,
estableciendo así una lógica bidireccional.
35
Ahora bien, estas consideraciones introducen otra forma de entendimiento de la
felicidad en tanto logro o como resultado de tal consecución, en otras palabras, saber o
establecer un valor sobre las acciones realizadas de buena manera que hacen pensar que los
esfuerzos han valido la pena, contribuyendo al éxito sobre una meta personal o grupal
pueden traducirse en felicidad (Moyano, 2016). Por ello algunos autores (Snyder & Lopez
citados en Scorsolini, 2013) dicen que la felicidad sólo puede ser alcanzada en el trabajo
constante por un objetivo específico, apuntando a la satisfacción de deseos, necesidades y
reducción del estrés.
Aunque Sabán (2014) problematiza la cuestión poniendo en tela de juicio el fracaso
o no cumplimiento de tales objetivos aludiendo que, en la psicología del misticismo judío,
tal fracaso podría constituir toda una victoria interior, enfatizando en que tal paradoja daría
cuenta de que no todos los objetivos materiales o inmateriales que se propone el individuo
necesariamente están conectados con la felicidad. Lo anterior podría abrir una discusión
acerca de si en efecto la felicidad está relacionada con los distintos logros sociales como
completar una carrera universitaria, tener cierto tipo de trabajo, abundancia material,
reconocimiento, entre otros, pero harían faltas más resultados de investigaciones que
apoyen esta posición controversial para desarrollarla formalmente.
De igual manera Fierro (2008) controvierte sobre la tendencia a considerar la
felicidad en relación a las pequeñas cosas y los eventos menores. El autor resalta tras las
indicaciones prácticas, que de algún modo son elevadas a un lugar casi divino en tanto que
constituyen momentos únicos, se ha cifrado la felicidad. Por ello advierte sobre la
utilización de tales elementos por parte de algunos autores como estrategia comercial,
pretendiendo vender una fórmula mágica sobre la felicidad, apoyándose en la sabiduría
popular y el pensamiento hedonista, psicólogos y otros escritores, sugieren que la felicidad
se alcanza a través de la realización de actividades determinadas como un paseo al aire
libre, reencontrarse con viejas amistades u otro tipo de actividades de ocio como viajar o
disfrutar la música de preferencia. Y aunque, en efecto, tales actividades las más de las
veces pueden producir felicidad, por un lado, el autor señala que no se pueden universalizar
y por otro afirma que ese intento de universalización no es más que una estrategia de
marketing.
36
En definitiva, el recorrido hasta aquí realizado da cuenta de una multiplicidad de
miradas alrededor de la felicidad en un importante intento de conceptualización. Queda en
evidencia que la felicidad es un asunto que ha inquietado a la humanidad a lo largo de la
historia, numerosos investigadores siguen sosteniendo la idea de que para la mayoría de los
seres humanos es el principal objetivo vital, incluso afirmando que es el único elemento
que de algún modo justifica la existencia del ser humano (Brülde citado en Avia, 2008). Sin
embargo, tal noción resulta siempre insuficiente para tratar de brindar una definición
conceptual o un principio propiamente dicho que enuncie puntualmente, desde el punto de
vista teórico, lo que la felicidad es. Por ello algunos autores como Peterson, Park y
Seligman (citados en Moccia, 2016) mencionan como superfluo el ambicionar a través de la
psicología positiva encontrar un principio soberano universal, es decir una definición
última, por lo que sugieren apoyarse constantemente en los conceptos y fenómenos
relacionados a la felicidad como una vía para alcanzarla.
De allí que la psicología haya encontrado importante apoyo en las corrientes
hedónica y eudaimónica de la filosofía, o inclusive en pensadores particulares propiamente
dichos. Y aunque hasta aquí se pueden establecer algunas de las grandes concepciones de
como la felicidad ha sido pensada, tales como: un fin, un bien, una virtud, una experiencia
placentera, un estado, el resultado de una evaluación subjetiva, bienestar psicológico,
bienestar subjetivo, bienestar propiamente dicho; una emoción o un afecto positivo, un
logro, un camino o una forma de recorrerlo, hasta cierto punto todos estos intentos de
definición siempre van a tener algo de arbitrario (Scorsolini et al, 2013). Inclusive, Moyano
(2016) refiriéndose a la primera acepción del diccionario de la real academia de la lengua
española sobre felicidad como un estado de grata satisfacción espiritual y física, dice que
tal significado que, aunque recoge, hasta cierto punto, la forma tradicional de entenderla,
constituye un ideal cultural que introduce siempre un imposible de alcanzar.
No obstante, lo que la literatura muestra es que no se puede renunciar a tal
experiencia, que en ocasiones constituye con más o menos claridad que uno de los fines de
toda vida humana es alcanzar la felicidad y lo difícil que es conformarse con menos
(Gracia, citado en Bejar, 2015). De algún modo el ser humano parece tender siempre a ello,
lo reclama aún cuando las condiciones para alcanzarla no estén determinadas a priori: al
37
parecer no hay modos, ni medios establecidos para conseguirla (Bejar, 2015). Incluso,
Albert Camus (citado en Bejar, 2015) advierte sobre una plausible realidad: los hombres
mueren y no son felices. Y sobre este punto es importante llamar la atención, pues en el
contexto clínico donde personas reales dirigen entre su demanda terapéutica la felicidad,
dando cuenta de la permanente vocación del ser humano en pro de la felicidad, su
implacable búsqueda y anhelo de consecución, independiente de la edad, raza, sexo o
condición cultural (Bayés, 2009).
Si bien brindar una definición puntual, universal y precisa de lo que es la felicidad
resulta complejo como se pudo evidenciar, inclusive sólo al interior de la disciplina
psicológica, pues ésta, como otras, se ha apoyado en otras miradas para fundamentarse, al
parecer las manifestaciones empíricas pueden guiar de alguna manera el entendimiento de
este concepto. Por ello en el siguiente apartado se abordarán algunos conceptos
relacionados con la felicidad, así como algunos componentes que se han pensado
constituyentes de dicha experiencia, con el ánimo de ampliar la comprensión conceptual de
la misma.
38
Componentes de la felicidad y conceptos relacionados
A pesar de la dificultad que suscita definir la felicidad, distintos teóricos se han
encargado de dar cuenta de una serie de elementos que parecen constituirla o que son
condición fundamental para que se dé. En un primer momento se va a examinar una
tendencia fragmentaria en la que se descompone la felicidad a una serie de elementos que
pueden ser distribuidos como porcentajes o fórmulas lógicas. Seguidamente se examinará
con detenimiento uno de los componentes sobre el que más controversia se encontró en las
investigaciones, el cual podría denominarse como temporalidad de la felicidad. Y,
posteriormente se irán puntualizando algunos conceptos que a lo largo de las
investigaciones se han asociado a la felicidad, tal como se encontró en el apartado anterior,
ya sea en calidad de sinónimo, equivalente o como factor influyente.
En este orden de ideas, Lyubomirsky (citada en Carrillo et al, 2014) piensa la
felicidad como un constructo dividido en tres factores. El principal acento lo pone sobre la
predisposición genética a la que atribuye un porcentaje del 50% de influencia sobre la
posibilidad de experimentar felicidad. Resulta llamativo que a pesar de que esta es una
perspectiva construida al interior de la psicología, lo neurobiológico sea el elemento
determinante para la felicidad. Aun así, también atribuye un alto porcentaje a las acciones
intencionales de los individuos por alcanzar felicidad, asignando el 40% a este factor. Por
último, atribuye un 10% restante a las circunstancias ambientales en las que el sujeto se ve
inmerso.
En otro desarrollo, la autora presenta a través de un método un conjunto de
indicaciones pragmáticas que bien pudiesen ser entendidas como componentes de la
felicidad, aunque también puede leerse como un paso a paso para alcanzarla. Planteadas
como un conjunto de ejercicios y estrategias, se trata pues de propiciar afectos positivos, a
través de acciones como expresar gratitud, desarrollar una visión optimista de los hechos,
cultivar buenas relaciones sociales, aprender a manejar las adversidades y el estrés. Por
último, señala la importancia de centrarse en el presente y comprometerse con el logro de
los objetivos vitales personales (Lyubomirsky citada en Scorsolini et al, 2013).
39
Caso similar ocurre con Seligman (citado en Bejar, 2015), quien atribuye una
distribución porcentual equivalente a la de la autora, aunque las categorías varían
ligeramente en su denominación. Así, la base genética que el autor denomina rango fijo de
la felicidad, aunque no la deslinda del componente biológico-hereditario que está de
base,de igual manera piensa que un 50% de la felicidad depende de ella. Así mismo,
atribuye a la voluntad de alcanzar la felicidad un 40%, y aunque no son acciones
deliberadas como lo plantea Lyubomirsky, ambas tienen de base la intencionalidad. Así
mismo, este autor piensa el 10% restante como un factor meramente circunstancial.
De igual manera este autor propone un modelo alternativo en el cual la felicidad o el
bienestar, dicho sea de paso que Seligman (citado en López et al, 2017) trabaja
indistintamente con estos dos conceptos, son el fruto de la interacción de 5 experiencias,
proceso al que denominó PERMA por sus siglas en inglés: Positive emotions, Engagment,
Relationships, Meaning y Achievements. A través de la traducción al castellano, López et
al (2017) construyeron una fórmula lógica para sintetizar el modelo de la siguiente manera:
“emociones positivas (Vp), vida comprometida (Vc), vida significativa (Vs), relaciones
interpersonales positivas (RIp) y logros (p. 469)”. La construcción final de la ecuación es:
F = Vp + Vc + Vs + RIp + L
Siendo “F” felicidad o bienestar, y haciendo la lectura como una sumatoria de
factores que dan por resultado tal fenómeno. No obstante, a partir de tal fórmula se
introduce el carácter indispensable de cada factor en la ecuación para que la felicidad se dé.
Otra lectura del mismo autor, menos factorial y más dimensional, la ubica en tres
espectros. El primero denominado hedonista que se centra en experimentar sensaciones
subjetivamente positivas para el sujeto; el segundo traducido como enfoque de deseo es
netamente la realización subjetiva de los deseos; y por último, el enfoque lista de objetivos,
que en síntesis se trata de la realización de actividades o el alcance de logros vitales
(Sariçam, 2016).
Por otra parte, Palomera (citado en López et al, 2017) propone otra ecuación a partir
del consenso sobre la cualidad interaccionista de la felicidad, retomando algunos de los
factores más frecuentes dentro de las definiciones. De esta manera, retoma la propuesta de
40
Seligman sobre el rango fijo, proveniente de la base biológica-hereditaria (R), proponiendo
además el factor contextual (C) y los factores adquiridos a través de la educación y la
experiencia (A). Lo anterior se puede expresar en el guarismo siguiente:
F= ∫(R, C, A) ((López et al, 201, p. 468).
Se debe agregar que Palomera (citado en Carrillo et al, 2014) evoca la posición
interaccionista a partir de distintos estudios sobre la felicidad, resaltando precisamente los
rasgos heredados y el ambiente en el que se desarrolla el individuo. Establece que la
felicidad sólo puede surgir en la constante interacción de estos dos elementos, que pueden
ser comprendidos también como factores internos y externos. Carrillo et al (2014)
retomando el planteamiento del autor, resaltan el papel fundamental de las relaciones
sociales como factor externo, pues tienen una importante influencia sobre la capacidad de
adaptación a los diferentes contextos, teniendo gran impacto en la felicidad del individuo.
Conviene subrayar que la tendencia explicativa en los artículos es efectivamente
interaccionista, las variaciones suelen estar del lado de los determinantes o factores que se
ponen en juego. Se suele encontrar con cierta frecuencia la primacía de lo biológico, que
encierra elementos como la salud y el sexo. De igual manera, se encuentra como un factor
de vital importancia lo psicológico, abarcando rasgos de personalidad, autoestima, valores,
creencias y afectos (Furnhamn & Chen, citados en Álvarez, 2012), así como elementos
socioculturales, a saber, nivel de ingresos, condiciones de vida, familia, entre otros
(Alarcón citado en Álvarez, 2012). Sin embargo, Álvarez (2012) advierte que, aunque estos
determinantes tienden a asociarse con los niveles de felicidad, habitualmente el carácter
subjetivo de la definición suele sobresalir con mayor potencial explicativo para el
individuo.
En la misma línea de pensamiento, la propuesta de Abraham Maslow (citado en
López et al, 2017) asocia el logro de la felicidad con la satisfacción integral de las
necesidades humanas en todas las dimensiones: físicas, psicológicas y sociales; insertado
también en la lógica multidimensional de los factores que componen la felicidad. De igual
manera, Fredickson (citado en López et al, 2017) retoma los tres niveles propuestos por
Maslow y agrega un cuarto nivel que denomina intelectual, proponiendo así que, en primer
lugar, el ser humano tiene necesidades intelectuales y en segundo lugar, que la satisfacción
41
de tales necesidades podría traer como efecto felicidad. Hay que señalar además que para
este autor la felicidad en suma sería simple y llanamente el predominio de afectos positivos
generados en el desarrollo dimensional que propone. Se debe agregar que López et al
(2017) proponen ante estos componentes hasta aquí enunciados una división particular que
permite hacer otra lectura dimensional. Por una parte, se pueden encontrar indicadores
objetivos que están centrados en índices de estabilidad económica, médica o de salud,
libertad y acceso a la educación. Cabe resaltar que a través de estos indicadores se mide
habitualmente en distintos contextos los niveles de felicidad en la población. Por otro lado,
se encuentra una esfera subjetiva, a la que constantemente se hace alusión, y que además de
partir de la definición particular de cada sujeto o grupo, es la que han pensado con mayor
interés distintas disciplinas como la psicología, la sociología y la filosofía.
De allí que existan propuestas teóricas que piensan los componentes de la felicidad
en una dimensión puramente subjetiva en tanto dejan de lado el factor hereditario-biológico
de tan notable importancia para algunos autores como Seligman o Lyubomirsky.
Evidentemente, unos se han distanciado más que otros, por ejemplo, Sánchez & Méndez
(2011) proponen cuatro elementos fundamentales: contexto donde el individuo se
desarrolla; rasgos y aptitudes con las que el sujeto nace, pero que sólo cobran valor en el
aprendizaje; procesamiento de la información frente a eventos que evocan afectos y
capacidad de responder o percepción de autoeficacia de cara a estos estímulos. Esta
posición, aunque no descarta una base biológica o la influencia contextual, siempre pone de
relieve la interacción subjetiva del individuo como determinante. Álvarez (2012) le acuña
una naturaleza bio-psico-socio-cultural, lo que expresa hace de la felicidad una
representación heterogénea, imprecisa y que abarca una amplia gama de emociones,
percepciones y vivencias, que de algún modo constituyen una forma de ver el mundo, el
relacionarse con los demás y de verse a sí mismo.
Lo anterior resuena con una investigación llevada a cabo por Delle Fave et al
(citados en Hernández et al, 2017) en la que se encontró que para muestras poblacionales de
clase media en 12 países de Latinoamérica la concepción de felicidad fluctúa entre dos
niveles, el psicológico y el contextual. En el primero se hace referencia a una suerte de
armonía interna o equilibrio entre diferentes aspectos relativos al yo. En el segundo punto
42
alude a las relaciones positivas, tanto familiares como sociales. Por su parte Barragán
(2013) argumenta que la auténtica felicidad está conformada por tres campos vitales, a
saber: la buena vida, en la que se desarrollan actividades compatibles con la búsqueda de la
felicidad; la vida con sentido, conseguida a través del logro de objetivos y propósitos
vitales; y por último, la vida placentera, es decir la búsqueda hedonista de gratificación y
placer.
Así mismo, Alarcón (citado en Castilla et al, 2016) propone cuatro dimensiones
subyacentes a la felicidad. Inicialmente, la ausencia de intenso sufrimiento, como los
cuadros depresivos, y prevalencia de afectos y experiencias positivas. Del mismo modo,
satisfacción vital o un alto nivel de contentamiento con lo alcanzado, tiene o está por lograr.
También, la realización personal que apunta a una forma de felicidad que perdura en el
tiempo, es decir, no es transitoria. Ésta tiene alta relación con la anterior, a mayor nivel de
satisfacción vital, mayor sensación de realización personal y viceversa. Finalmente, el autor
resalta una dimensión más actitudinal que las anteriores a la cual denomina alegría de vivir,
la cual engloba expresiones de optimismo y una constante expectativa favorable sobre el
futuro, originando una forma de afrontar los desafíos existenciales.
En concordancia, Rodríguez et al (2017) resaltan que en tanto la felicidad significa
percepción de satisfacción es por eso una experiencia interna. Además, supone siempre la
posesión de un bien que está asociado subjetivamente con la felicidad. Cabe resaltar que
este bien es de naturaleza diversa, puede ser ora material ora inmaterial, estando en este
último grupo aquellos relativos a los de tipo ético, psicológico, religioso, social, entre otros.
El último elemento que resaltan los autores es que en tanto conducta la felicidad tiene un
carácter temporal, que podría pensarse transitorio. No obstante, el planteamiento
inmediatamente anterior de Alarcón donde expone un carácter actitudinal de la felicidad
hace pensar en cierta perdurabilidad de la felicidad.
En consecuencia, y a través de este breve ejemplo, se puede abrir una de las
discusiones más recurrentes al interior de la muestra documental revisada ¿es acaso la
felicidad un fenómeno transitorio o un asunto que perdura en el tiempo? De hecho, en la
investigación llevada a cabo por Mercado (2014), en la que indagó por la concepción de
felicidad en jóvenes de Bolivia, constató que las respuestas recogidas se podían categorizar
43
en dos grupos, uno en el que se considera a la felicidad como un sentimiento transitorio, y
otro como un estado duradero. López et al (2017) expresan que debe concebirse de acuerdo
a su naturaleza y componentes. Por un lado, algunos autores lo consideran producto de una
vivencia personal de satisfacción, medible a través de indicadores neurobiológicos,
demarcando cierta transitoriedad del fenómeno (Campbell, Convese y Rodgers, citados en
Amigó, 2012); por el otro, varios teóricos afirman que se trata de un desenlace cognitivo y
afectivo, a propósito de la evaluación subjetiva desarrollada en el apartado anterior, que
abarca una visión más global de la satisfacción con la vida (Andrews & Withey; Ryff
citado en Sánchez & Méndez, 2011).
Algo semejante ocurre con lo que propone Amigó (2012) quien señala cómo
algunos autores (Campbell, Convese y Rodgers, citados en Amigó, 2012) lo conciben como
un estado transitorio, de índole emocional que se caracteriza por la alegría y el júbilo.
Nótese hasta aquí que incluso la palabra estado introduce un equívoco, pues otros autores
como Mercado (2014) utilizan la palabra estado para referir perdurabilidad. Continúa
Amigó (2012) referenciando a Bradburn, que piensa la felicidad como un resultado
favorable de la evaluación subjetiva, una especie de balance entre las experiencias positivas
y negativas. Eysenck (citado en Amigó, 2012) contribuyó enormemente al desarrollo de
esta polémica a través de su teoría del rasgo-situación respecto a la felicidad, afirmando que
esta no es más que una extraversión estable. De igual manera Moyano (2016), expone que
la felicidad como estado es en suma un balance mental de trascendencia para el sujeto,
aunque el autor señala que esto puede tener distintos grados de significatividad
dependiendo de los elementos que contribuyan a ese estado, le darán un sentido efímero o
permanente. Empero, el autor resalta que una forma simplificada de dar respuesta al asunto
de la felicidad es describirla en sus términos transitorios como un estado pasajero de intensa
satisfacción y armonía con lo que está alrededor o como un estado de plenitud absoluta
momentánea.
A su vez, Seligman (citado en Barragán, 2013) hace una distinción entre felicidad
momentánea y felicidad duradera, afirmando que en la primera se trata de la búsqueda de
placer inmediato, es decir, el accionar hedónico, mientras que en la segunda interviene el
aprendizaje y la capacidad de incrementar paulatinamente aquello que la pudiese
44
conformar, por ejemplo, potenciar rasgos positivos de la personalidad, alcanzar logros
sociales como el matrimonio o la explotación de talentos personales. Algo similar puede ser
encontrado en Heylighen (citado en Velado, 2014) quien discrimina las mismas dos
corrientes en lo que denomina la dimensión temporal, como pasajera y que apunta a una
experiencia de bienestar subjetivo puntual; y la dimensión de felicidad duradera, similar a
lo propuesto por Seligman, en la cual hay un predominio de sentimientos agradables,
abundancia material y contentamiento con lo alcanzado en la vida.
Si se piensa de esa forma la felicidad, es viable la propuesta de López et al (2017)
en la que la felicidad sería educable en tanto actitud interior, conduciendo al estudiante a
través del proceso de aprendizaje a un óptimo desarrollo personal. Esta propuesta es
fundamentaba principalmente en la propuesta de Lyubomirsky apuntando a potenciar el
40% de influencia que tienen las acciones deliberadas sobre la felicidad del ser humano;
aunque también, le apunta a aprovechar la disposición genética de cada quien que para
estos autores tiene mayor peso (50% de influjo sobre la felicidad). Esto parece consistente
con los resultados obtenidos por Rodríguez et al (2017), donde la muestra poblacional
mexicana percibe la felicidad no sólo como una experiencia, sino mayormente como una
actitud altamente adaptativa para su cultura, aprendida ciertamente en la interacción social.
Lo anterior recuerda efectivamente la filosofía oriental, en la que se basa hasta
cierto punto la corriente humanista, pues uno de sus mayores exponentes, Victor Frankl
(citado en Velado 2014) acuña nuevamente la metáfora del camino afirmando que la
felicidad es en últimas una forma de transitar por la vida. A esto, algunos autores lo han
denominado riqueza psicológica o capital emocional que en conjunción con otros valores
posibilita una forma benéfica de aprender a vivir, lo que conlleva efectividad en la
búsqueda de otras metas vitales (Bejar, 2015). Simultáneamente, esto resuena con la
propuesta de Velado (2014) que explica dos formas de entender la felicidad. Una como
contenido, aludiendo a la consecución de metas y objetivos planteados por cada quien, lo
que en la cultura occidental es a lo que se le ha llamado calidad de vida; la otra como
proceso, que se inserta más en la lógica de la metáfora del camino, que dura tanto como la
vida misma, aunque varía en función de los logros alcanzados.
45
Hasta cierto punto, esta concepción permite deducir la felicidad como una decisión,
en tanto se elige transitar el camino de tal o cual manera. Pese a sonar utópico, es una
postura seriamente trabajada por la psicología en los últimos años. Aunque parece que tales
concepciones se fundamentan en la postura biologicista de alguna forma, pues desde esta
óptica la felicidad es un rasgo medianamente estable con algunos picos de bienestar
subjetivo y del cual no se puede descartar su posibilidad de heredabilidad (Ortiz et al,
2013). Inclusive, esto daría para pensar la felicidad como una aptitud que consistiría en la
posibilidad de disfrutar y de sentirse satisfecho con la vida (García, 2010).
Así las cosas, aparentemente al interior de la psicología positiva la postura
predominante es la concepción de la felicidad como un estado que perdura, Shafiq et al
(2015) afirman que se trata de un estado de bienestar que, por lo demás, tiene alta relación
con la salud mental. Así mismo, Delgado (citado en Sánchez & Méndez, 2011) señala que
como estado previo este puede modular la recepción de manera positiva de las experiencias,
dándole un matiz altamente cognitivo o racional, si se quiere, a la felicidad (Carrasco &
Sánchez, 2008). Incluso, Cuadra & Florenzano (citados en Rodríguez et al, 2017)
consideran que las personas pueden ejercer cierto nivel de control sobre ello, en pro de
concebir el mundo de forma relativa de tal manera que genere alegría, satisfacción y
bienestar. De igual modo, Argyle (citado en Sánchez & Méndez, 2011) asevera aún más el
asunto diciendo que a través de la felicidad se pueden producir pensamientos positivos, así
como re-significar recuerdos propendiendo por una evaluación más optimista de las cosas
(Carrasco & Sánchez, 2008), pues como afirman Nava & Ureña (2017) cuando el mundo se
enfrenta con optimismo, es porque se es feliz.
No obstante, esto introduce otro llamativo razonamiento sobre aquella metáfora del
viaje o el camino, por lo demás tan frecuente en el género de autoayuda, que invita a una
transformación interna a través de la introspección, en últimas, se trata de un abrazo al
optimismo (Bejar, 2015). Es así como plantean que la felicidad depende de cada uno en
tanto es responsabilidad de todo individuo poder mostrarse optimista ante las cosas si
quiere experimentar felicidad (Nava& Ureña, 2017). Dicho de otra manera, felicidad ha
sido el nombre que se ha utilizado para la tendencia optimista que propone que pensar bien
es sentirse bien. La felicidad es un constructo social que cambia la forma de sentir de las
46
personas. Es como si se tratara de un asunto mayoritariamente actitudinal pues si alguien se
embarca en la búsqueda implacable de felicidad, sólo encontrará efímeros picos de la
misma (Mercado, 2014). Esto incluso ha llevado a que tautológicamente sea mejor optar
por la palabra positividad en lugar de felicidad (Bejar, 2015). Carrasco & Sánchez (2008)
explican tal cosa a partir de una visión, podría decirse, integradora en la que, dado el
carácter placentero y transitorio de la felicidad, si ésta sucediese con cierta frecuencia,
podría dar origen a una actitud optimista que sería, como se ha desarrollado hasta aquí, una
forma de felicidad que perdura. De igual manera, podría pensarse que la concepción
transitoria de felicidad ha sido producto de una confusión de este concepto con el de placer,
el cual es fugaz e inestable (Carrasco & Sánchez, 2008).
Por su parte, Fierro (2008) polemiza haciendo un análisis global de la propuesta
construida al interior de la psicología positiva preguntándose por qué los teóricos hablan de
felicidad cuando en realidad se refieren a placer, sosiego, paz y tranquilidad, inclusive
anestesia. De igual manera, hace una crítica a lo que él denomina credo optimista
pregonado por algunos autores en que el sujeto es responsable de entre un 90% y 100% de
sus experiencias, por ende, de su felicidad, lo que de cierto modo ha dado paso para que
algunos autores como Stephen Covey (citado en Fierro, 2008) afirmen que la felicidad nace
de la propia voluntad, que se trata de un asunto de perspectiva, de cómo se ven las cosas y
qué tan a gusto se siente cada quien consigo mismo.
Aun con todo esto, Csikszentmihalyi (citado en López et, 2017) establece que la
felicidad se trata de vivencias excepcionales, o como él las acuñó, experiencias óptimas o
en las que hay un fluir (flow). Además, señala que en tales momentos el individuo se siente
absorto y se perciben como agradables. Contrario a otros autores, considera que la felicidad
tiene una connotación ubicada fundamentalmente en el presente, sólo pueden ser vividas en
el aquí y el ahora, inclusive asevera cierta atemporalidad de su curso, por lo que la única
manera de atribuir una perdurabilidad de tal experiencia sería consagrar la vida a conseguir
este tipo de experiencias (Domínguez, & Ibarra, 2017). De esta propuesta dos cosas pueden
ser extraídas: la felicidad es fundamentalmente transitoria y tiene un carácter
considerablemente hedonista, pues el estado de flujo referido por el autor sólo es posible en
tanto se está libre de angustias, aburrimiento y desequilibrio emocional (Álvarez, 2012).
47
En esta misma línea de pensamiento se insertan Pavot, Diener & Fujita (citados en
(Álvarez, 2012) quienes consideran la felicidad como un estado anímico transitorio que
produce distención y relajación, además de gozo asociado a la descarga de
neurotransmisores de placer, producidas por ciertas experiencias amenas, que sin embargo
no ocurren muy frecuentemente y sus efectos suelen ser de corta duración. Al parecer, la
imposibilidad de una permanencia de la felicidad está precisamente en aquellos
desencadenantes de la misma, pensando así que la futilidad y la intermitencia son de los
rasgos característicos de este fenómeno (Moccia, 2016). De allí que la posibilidad de
integración hasta cierto punto se desvanezca, pues implica una contradicción conceptual. Si
se piensa la felicidad como rasgo de personalidad que perdura y como estado anímico
evanescente, tal como propone Amigó (2012), habría que determinar hasta qué punto se
habla del mismo fenómeno. Aun así, el autor señala que los resultados de su investigación
en una muestra colombiana apuntan a la existencia de ambas como elementos
complementarios de la felicidad.
El debate sobre la temporalidad de la felicidad sigue abierto (Amigó, 2012), de
cierto modo la perspectiva psicológica se encuentra enfrascada en la disputa de siglos atrás
entre la corriente hedónica, que traducida a la terminología psicológica iría por la vía del
estado transitorio de satisfacción y la corriente eudaimónica que piensa la felicidad ligada
inevitablemente a un bienestar generalizado. Esto da cuenta de la transposición de términos
utilizada para definir ciertos conceptos al interior de las disciplinas, y entre ellas, la
psicología. Por ello, en adelante se explorarán algunos de estos términos y otros conceptos
relacionados a la felicidad, con el ánimo de ver la magnitud del fenómeno. Muchos otros
conceptos suelen relacionarse con la felicidad, al menos en psicología, algunos de ellos
suelen encontrar apoyo empírico en las investigaciones, llevando a nuevas hipótesis, teorías
y construcción de instrumentos de medición (Barragán, 2013).
Es así como a lo largo de la investigación sobre la felicidad se encuentra
inexorablemente la palabra bienestar, tal como se señaló en el apartado de definición, para
tratar de dar cuenta de lo que la felicidad es. Se habla entonces de bienestar subjetivo,
psicológico o simple y llanamente de bienestar. Fierro (2008) explica que tal asociación
aparece sobre todo en Norteamérica, nicho de la psicología positiva y que nace a partir de
48
la consideración de la felicidad como un bien que en inglés se trata de la partícula well. A
partir de allí se desprenden welfare que tiene relación con la prosperidad, pero también
indica bienestar; wellness que sería la traducción más puntual de bienestar y well-being que
es otra forma de decir bienestar, refiriéndose sobre todo a un estado. Fierro (2008) advierte
cómo, aparentemente, el mal del siglo contemporáneo es precisamente un horror a toda
posibilidad de sufrimiento o de carencia, señalando irónicamente que es como si se creyera
que la vida puede llegar a ser indolora y sin crisis. También, resalta que esto ha influido
enormemente en las dinámicas sociales y políticas, pues este bienestar es exigido a los
gobernantes en gran medida.
De igual manera, Alarcón (citado en Barragán, 2013) señala la introducción de otras
partículas como swb (bienestar subjetivo), pwb (bienestar psicológico) y swl (satisfacción
con la vida), que han sido utilizadas como sinónimos de la felicidad con el ánimo de crear
herramientas de medición que sean operacionales. Ello facilitaría el análisis científico del
fenómeno, aunque de igual manera dice que el término de felicidad por sí solo aludiría
exclusivamente a un estado afectivo (Carrasco & Sánchez, 2008). Sin embargo, a pesar de
que muchos autores les han encontrado como sinónimos (Veenhoven citado en Pozos et al,
2013) teóricamente cada uno de ellos debería tener al menos algunos elementos
independientes entre sí (Valdez citado Pozos et al, 2013).
En consecuencia, Seligman (citado en Carrillo et al, 2014) hace una distinción entre
la teoría de la felicidad y la del bienestar, sugiriendo que el bienestar se compone por los
elementos de su modelo PERMA, anteriormente explicado, y que apunta al florecimiento
(flourish), mientras que la felicidad sólo apunta a una medida subjetiva de satisfacción con
la vida o para hablar de lo que las personas valoran y aprecian de la misma (Domínguez, &
Ibarra, 2017). Pero estos autores (Domínguez, & Ibarra, 2017), simultáneamente introducen
otra cuestión y es que las personas pueden estar satisfechas con su vida y no
necesariamente referir felicidad y viceversa. De igual manera, Moyano (2016) expresa que
esto inclusive implica un problema en la investigación, pues los sujetos estudiados
distinguen un fenómeno del otro, por lo que precisar qué respuestas apuntan al bienestar y
cuáles a la felicidad, incluso a la satisfacción vital, resulta siempre complicado.
49
Sobre esto, Amigó & Hernández (2012) afirman que en la actualidad no hay
suficiente claridad sobre esta diferencia, y afirman que quizás simplemente se trate de dos
elementos que apuntan a uno más amplio conocido como calidad de vida. Sin embargo,
Sariçam (2016) expone que, en distintas investigaciones, sobre todo de índole cuantitativa,
estas variables suelen correlacionar positivamente, lo que de cierto modo explica esta
frecuente relación e intercambiabilidad de términos en los teóricos, aunque ello invita a
pensar en la validez de los instrumentos a través de los cuales se ha investigado la felicidad,
pues esto permite cuestionarse si realmente miden lo que dicen medir.
Ciertamente, algunos autores (Moyano et al, 2008) afirman que el término felicidad
ha sido traducido por bienestar subjetivo únicamente para brindar un carácter científico al
estudio de la misma. Aunque el uso de ambos sigue siendo frecuente dependiendo de la
disciplina de la que se trate. Algunas incluso usan ambas indistintamente (López et al,
2017). De hecho, en algunos países con el ánimo de comparar niveles de bienestar se
valieron de indicadores de felicidad en su investigación (Loewe citado en Nava& Ureña
2017). No obstante, Vera et al (2011) denuncian que quizás toda esta confusión de términos
se trate de un descuido por parte de los autores en definir las características de cada
concepto.
Algo similar sucede con el optimismo que, como se señaló previamente, ha
disfrazado en cierta medida la felicidad tras positividad, positivismo o ser positivo, actitud
construida fundamentalmente mediante la voluntad (Bejar, 2015). Debido a esta visión,
entran en juego otros conceptos como entusiasmo, esperanza, gratitud, amor y creatividad
(García, 2010). Es por ello que Fierro (2008) nuevamente advierte que, aunque hay algunos
autores que tienden a usar el optimismo prudentemente y matizándolo a través de una
visión realista, otros en cambio han optado por un optimismo que el autor refiere
desaforado y altamente subjetivo, que pareciera inmutable a pesar de las circunstancias. Lo
anterior podría tener importantes consecuencias, en tanto que culpabilizan al sujeto
innecesariamente por no ser optimista, llevándole a producir justamente el efecto contrario
a quienes las condiciones de alguna u otra manera no los favorecen.
De igual manera, podría deducirse un desenlace similar con la relación establecida
entre la felicidad y la personalidad. Algunos autores (Tabrizi & Akberi, 2014), consideran
50
que las diferencias individuales de felicidad se deben a diferencias de personalidad. De
hecho, Eysenck (citado en Amigó & Hernández) propuso que la felicidad se relacionaba
positivamente con la extraversión y negativamente con el neuroticismo, siendo estas las
variables de personalidad que podrían tener más relación con la felicidad, así como con el
bienestar (Morán et al, 2017). En este sentido, García (2010) señala que la extraversión
llega a ser un potente predictor de la felicidad, lo que se debe fundamentalmente a que esto
implica una mejor sociabilidad permitiendo relaciones interpersonales satisfactorias y
participación social activa, incluso con la inteligencia emocional (Fernández & Extremera,
2009) atribuida de algún modo a este factor o al sentido del humor (Herrera & Perandones,
2017). No obstante, en una investigación llevada a cabo por Torres et al (2014) en jóvenes
universitarios de Talca, Chile, se encontró que el tipo de personalidad extraversión no
genera diferencias significativas en cuanto a la felicidad.
Aunque, lo anterior permite introducir las relaciones interpersonales o sociales
como otro fenómeno asociado a la felicidad. En contraste con algunas variables
sociodemográficas que han encontrado una débil correlación con este constructo, al parecer
las relaciones sociales tienen una mayor incidencia en la felicidad, independiente del
momento del ciclo vital de los individuos (Ortiz et al, 2013). Al respecto, Nava & Ureña
(2017) afirman que, dada la fragilidad misma de la vida, la felicidad depende de cierto
modo de la red de apoyo que rodea al individuo, sobre todo aquellos amados, como los
padres, familiares cercanos, y las amistades. Aseveran que la compañía de los pares
constituye un vector fundamental para la consecución cotidiana de la felicidad, sobre todo
en niños y adolescentes. Por ello, la felicidad tendría que considerarse de alguna manera
como un fenómeno colectivo, casi como un asunto de salud pública dado el influjo
relacional que tiene (García, 2010).
En este sentido, Frey y Stutzer (citados en Panadero et al, 2013) afirman que
habitualmente las personas que tienen una relación de pareja o un matrimonio,
habitualmente presentan mayores índices de felicidad. Sin embargo, hay que señalar que el
tipo de relación establecida también juega un papel importante, pues aunque los vínculos
estables con amigos y la comunidad pueden contribuir de cierto modo a la felicidad,
aquellos de mala calidad o cuando simplemente hay algún tipo de privación en esta esfera,
51
suele haber un impacto negativo en la felicidad (Panadero et al, 2013). De hecho, Schimmel
(citado en Panadero et al, 2013) sostiene que el apoyo social suele tener mayor influencia
sobre la felicidad que el nivel de ingresos, sobre todo cuando las condiciones económicas
no son favorables.
Sin embargo, y aunque mayoritariamente desde una perspectiva económica, la
psicología también ha relacionado la felicidad con el nivel de ingreso. Distintos trabajos
como los realizados por Argyle, Diener, Sandvik, Seidlitz y Rojas (citados en Panadero et
al, 2013) muestran que la situación económica personal puede incidir importantemente en
la explicación de la felicidad. En efecto, Frey y Stutzer (citados en Gerstenbluth et al, 2008)
al estudiar la relación entre nivel de ingreso y felicidad en diferentes países encontraron una
relación importante entre ambas. No obstante, parece que esto aplica específicamente para
contextos donde el nivel de renta es bajo, por lo que un aumento de la misma implicaría en
consecuencia incremento de la felicidad, aunque esto sólo tiene ciertos alcances, pues
aumentos sobre todos los individuos parecen no tener un impacto suficiente, si esto no
afecta los ingresos relativos de cada quien (Gerstenbluth et al, 2008). Entonces, el dinero
parece ser importante para incrementar la felicidad de quienes son pobres, pero su impacto
es menor o simplemente no tiene sobre quienes no atraviesan esta condición (Moyano et al,
2008).
Efectivamente, desde un análisis histórico se encuentra que, a pesar del crecimiento
de la renta en algunos contextos, la felicidad se ha mantenido estable o ha menguado.
Puede ser que en realidad tal cuestión trate de mostrar que, en consecuencia, los niveles de
ingreso no sean un factor determinante en la felicidad, por lo que Gerstenbluth et al (2008)
ponen de relieve la posibilidad de lograr algunas aspiraciones, sin importar el nivel de
ingreso, como un agente primordial. Otro elemento que entraría en juego allí sería el que
expone Frank (citado en Gerstenbluth et al, 2008), en el cual sostiene que las personas están
más preocupadas por la posición relativa que ocupa frente a los otros, en cuanto a sus
logros, que realmente en el nivel de ingresos propiamente dicho.
De igual manera, Carrillo et al (2014) señalan que para que exista relación entre el
dinero y la felicidad, deben darse dos condiciones fundamentales, que por un lado las
necesidades básicas del sujeto estén cubiertas y por el otro la forma como se invierta el
52
dinero. Si tales necesidades no se cubren, recordando el planteamiento de Maslow (citado
en Pozos et al, 2013) la felicidad personal se verá seriamente afectada. Cabe resaltar que
esta relación entre nivel de ingresos y felicidad, resulta débilmente sustentada en
comparación con otros elementos que aportan subjetivamente a la felicidad, especialmente
en personas en condición de pobreza (Panadero et al, 2013). Efectivamente, al comparar el
nivel de felicidad reportado por los habitantes de algunos países y el incremento del
producto interno bruto (PIB), se ha concluido que este incremento per cápita no ha sido
garantía en el incremento de felicidad (Carrillo et al, 2014). Esto haría pensar que, hasta
cierto punto, la felicidad poco tiene que ver con acumular bienes (Barragán, 2013). En
consonancia con lo anterior, una encuesta realizada en Estados Unidos a casi medio millón
de habitantes en 2009 corroboró que la relación entre el nivel de ingresos y felicidad se
mantenía directamente proporcional hasta cierto tope, a saber, $75.000 USD al año, una vez
superada esta cifra la relación no se mantenía. (Kahneman & Deaton citados en Vera et al,
2012). Aún más, Ortiz et al (2013) adjudican un impacto negativo a la riqueza en tanto
disminuye la capacidad de los individuos para vivenciar algunas emociones y experiencias.
A través del análisis realizado por Fierro (2008), algunas conclusiones pueden ser
extraídas de este asunto. En primer lugar, que las personas que viven en naciones con
condiciones económicas más favorables es probable que sean más felices. En segundo
lugar, que el incremento del nivel de ingresos no necesariamente se ha traducido en un
aumento de felicidad. En tercer lugar, las diferencias internas de distribución de recursos
impiden realizar una medida fiable en cuanto a niveles de felicidad y niveles de ingreso,
mostrando la frágil relación entre estos elementos. En cuarto lugar, los incrementos en la
riqueza personal no necesariamente generan felicidad, pues al parecer hay factores
subjetivos con mayor incidencia. Y, por último, al parecer las personas que están
preocupadas excesivamente por el dinero son menos felices.
Por otra parte, al parecer ligado al nivel de ingresos aparece la noción de trabajo
como elemento relacionado con la felicidad. Acuñando la expresión pasatiempo
remunerado, como una forma productiva de ocupar el tiempo y generar recursos
económicos para el sujeto, poniendo a prueba habilidades del individuo y contribuyendo a
su desarrollo personal (Moyano et al, 2008). Sin embargo, al igual que con otros elementos,
53
si las condiciones laborales no son las mejores, este podría constituir uno de los elementos
que más infelicidad genera como corroboran algunos estudios (Argyle citado en Moyano et
al, 2008). De alguna manera, esto podría tener relación con la posibilidad de éxito que tal
ocupación represente para la persona. En efecto, Maslow (citado en Domínguez, & Ibarra,
2017) sostiene que, si se planea deliberadamente hacer menos de lo que las capacidades
personales permiten, probablemente se tienda a la infelicidad. No obstante, negar las
limitaciones propias y tener expectativas muy altas que rozan con la ficción tendría un
desenlace paralelo.
A su vez, Vera et al (2011) establecen que tal relación del éxito con la felicidad es
siempre bidireccional, a mayor éxito mayor felicidad y a la inversa. Estos dos conceptos
parecen indiscutiblemente unidos, por lo demás, ambos traen consigo la aparición de otros
afectos positivos que de igual manera contribuyen a un mejor rendimiento individual
(Fernández & Extremera, 2009) y, por ende, podría inferirse, colectivo. Cabe señalar que
ambos elementos dan cuenta de una suerte de riqueza personal, no de índole material, sino
más bien psicológica. De hecho, algunos de los elementos que se refieren frecuentemente
dentro de las investigaciones que tiene una relación importante con la felicidad son
autoestima y autoconcepto.
Tal como muestran Sánchez & Méndez (2011), individuos con ciertos niveles de
éxito, que dan cuenta de un mayor nivel de autoeficacia, habitualmente se sienten más
satisfechos con su autoconcepto, lo que en consecuencia generaría felicidad de acuerdo con
Crossley y Langdridge (citados en Sánchez & Méndez, 2011). Cabe mencionar que esto
inclusive parece que tiene una incidencia importante en la satisfacción vital (Núñez et al,
2015), término que como ya me mencionó con anterioridad, tiene alta relación con la
felicidad. Por lo demás, esta relación parece constituir también un importante elemento para
afrontar desafíos existenciales, especialmente en adolescentes (Domínguez, & Ibarra,
2017), que además cuando presentan bajos niveles de autoestima los efectos colaterales van
desde evadir responsabilidades, ser desafiante, tener cambios de humor repentinos hasta la
infelicidad propiamente dicha (Domínguez, & Ibarra, 2017).
De cierto modo, lo anterior invita a pensar en la posible relación que tiene la
felicidad con la salud mental. Al respecto, Pavez et al (2012) sostienen que los datos
54
empíricos arrojados por distintas investigaciones, suelen mostrar que niveles altos de
felicidad suelen ser ventajosas para la salud mental y una mejor adaptabilidad. En algunos
contextos las implicaciones de ambos términos se superponen (Shafiq et al, 2015), dados
los distintos campos desde los que se realizan estas aproximaciones, a saber, la biología, la
psicología, la religión y la filosofía. Aun así, algunos investigadores han corroborado
empíricamente esta relación. Aghili (2012), realizó una investigación con jóvenes
iraníesreveló que quienes tenían un nivel de salud mental más alto eran más felices. De
igual manera, Salehi (2011) estudió la relación entre bienestar mental, felicidad y religión
en la que encontró una importante relación entre estos tres elementos. Así mismo, Kamkary
(2012) llevó a cabo un estudio con una muestra poblacional que tenía un rango de edad de
15 a 29 años, revelando una estrecha relación entre salud mental y felicidad, especialmente
en los más jóvenes.
Ahora bien, se debe mencionar que parece que la relación de la felicidad con el
ámbito de la salud no sólo se restringe a la salud mental, sino que abarca también un
importante enlace con el estado de salud en general. Hecho corroborado en algunas
investigaciones como la llevada a cabo por Nava & Ureña (2017) en la que en los
adolescentes entrevistados el principal dominio semántico encontrado era el estado de
salud. Para ellos, estar sano era la condición más importante para poder experimentar
felicidad, dado que ello permite vivir de buena manera las experiencias que el mundo
ofrece y de las cuales de alguna manera se extrae felicidad. Cabe resaltar que no
necesariamente se trata de la salud objetivamente hablando, sino de la percepción subjetiva
de salud, siendo ésta la que tiene una estrecha relación con la felicidad (Panadero et al,
2013). De hecho, en investigaciones que relacionaban variables económicas con felicidad,
inesperadamente el estado de salud aparecía como uno de los determinantes más
importantes para la felicidad (Gerstenbluth et al 2008). De allí que se pueda afirmar que la
felicidad es un buen indicio de salud biológica (García, 2010).
Una última palabra relacionada con la felicidad dentro de la muestra revisada fue la
de sabiduría. Fierro (2008) referenciando a Aristóteles sostiene que el filósofo o aquél que
consagre su vida al pensamiento y al desarrollo de saber, es más feliz que cualquier otro.
De igual manera recuerda el coro final de Antígona escrito por Sófocles en el que propone
55
la sabiduría como sede suprema de la felicidad. Así mismo, Sabán (2014) establece que
más allá de la acumulación de bienes o de una búsqueda externa de felicidad, tener esta
experiencia se trata más bien de un aumento constante de consciencia que implicaría cierto
nivel de trascendencia, especialmente de lo material. En contraste, otros autores
(Pelechano et al, 2016) afirman que la sabiduría en general no es una vía segura para
alcanzar la felicidad, ni tampoco constituye una respuesta de cómo ser feliz, por lo que
afirman que las relaciones entre estos dos elementos son tenues o a lo sumo nulas, teniendo
dominios semánticos independientes entre sí.
En definitiva, las investigaciones apuntan a que, hasta cierto punto, las variables
sociodemográficas como el sexo, la edad, el nivel socioeconómico o la salud objetiva
guardan poca relación con la felicidad (Barragán, 2013). Mientras que hacerse a una buena
red de apoyo, tener una relación de pareja, ser optimista y ser religioso, noción que será
desarrollada en el siguiente apartado, contribuyen de mejor manera a la felicidad (Seligman
citado en Barragán, 2013). Así mismo, se pudo corroborar la constante influencia de las
corrientes hedonista y eudaimónica dentro de las relaciones conceptuales asociadas a la
felicidad, más la emergencia de una tercera relacionada con la fluidez (Barragán, 2013).
No obstante, también quedó en evidencia la constante confusión en el uso de
algunos términos como sinónimos y las posibles brechas conceptuales que hay entre
felicidad y dichos elementos. Sobre ello, López et al (2017) enfatizan que asociar felicidad
a conceptos como calidad de vida, salud mental, satisfacción con la vida, autoconcepto o
positividad es un ejercicio riesgoso, pues ciertamente no son conceptos asimilables. De
igual manera sostienen que asociar la felicidad con el dinero, el trabajo, inclusive con las
relaciones sociales no es un hecho del todo preciso, pues siguiendo la teoría de Seligman y
Lyubomirsky (citados en López et al, 2017), la felicidad sólo depende en un 10% de ello.
Por lo anterior, es menester llevar a comprobación empírica las relaciones hasta aquí
establecidas entre felicidad y otros elementos. Así mismo, realizar una revisión de la
validez de los instrumentos con los cuales se ha venido midiendo la felicidad. En definitiva,
realizar una exploración teórica juiciosa que permita realizar la distinción entre términos
como felicidad y bienestar; felicidad y placer; felicidad y optimismo; felicidad y
positividad, entre otros.
56
Población y problemáticas de salud mental: una aproximación contextual a la felicidad
Una vez establecidos los intentos de definición de la felicidad, así como los posibles
componentes y conceptos que se han relacionado a la misma, es importante revisar algunas
asociaciones particulares que se han establecido con cierto tipo de población, así como con
algunas problemáticas de la salud mental o que tienen incidencia sobre la misma.
Respecto a la población, algunos estudios (Vera et al, 2012) resaltan la aparente
función que tiene la riqueza del país en cuestión. Sin embargo, al referirse a riqueza no se
trata exclusivamente de los niveles de ingreso generales de tal país, como se discutió en el
apartado anterior, se trata más bien de la relación entre niveles de educación y desarrollo.
Por ello, las personas más educadas en países menos desarrollados reportan, habitualmente,
menos niveles de felicidad que aquellos que han alcanzado mejores niveles de desarrollo
(Vera et al, 2012).
No obstante, otros autores (Sabán, 2014) muestran una serie de anomalías para el
contexto latino, argumentando que, si se relacionan asuntos como la satisfacción con la
vida con el nivel de renta, aparecerán algunas irregularidades en la tesis previamente
esbozada, a saber, que los países desarrollados suelen reportar mayores niveles de felicidad.
Al parecer, en la mayoría de países latinoamericanos, puntualmente en Colombia, México y
Guatemala, sus habitantes suelen reportar niveles de felicidad más altos a los esperados de
acuerdo al Producto Interno Bruto (PIB) de su país. Al menos para el caso de México
parece que este fenómeno tiene relación con las prioridades que tienen sus habitantes, entre
las que resaltan los valores tradicionales como la familia y lo amoroso, en contraste con una
mermada importancia dada al estatus laboral o a los ingresos económicos en general
(Sabán, 2014).
Cabe resaltar que en algunas encuestas denominadas transculturales porque abarcan
una diversidad de regiones geográficas, lo que constituye una muestra representativa para
tratar de medir los niveles de felicidad en un grado global, al menos cuatro de cada cinco de
los entrevistados manifiesta sentirse feliz y satisfecho con su vida. Tales resultados
aparecen como independientes de la estratificación social, así como indiferente de los
57
países más desarrollados o prósperos de los que están en vías de desarrollo o donde hay
contextos de extrema pobreza (Diener citado en Scorsolini & Dos santos, 2010).
Algo similar muestra un meta-análisis de 916 estudios, con una población de más de
un millón de sujetos pertenecientes a 45 naciones diferentes, en el que se pudo encontrar
que, con el ánimo de establecer el nivel de felicidad de las personas en un rango de 0 a 10,
la media resultante fue de aproximadamente 7 (Diener citado en Scorsolini & Dos santos,
2010). De hecho, a pesar de que pudiesen existir algunas diferencias en los niveles de
felicidad asociadas a los países en los que se encuentran los sujetos, el núcleo de
representación a través del cual se construye la definición de la felicidad sigue apuntando a
elementos comunes; por ejemplo, en una investigación llevada a cabo por Rodríguez (2015)
con estudiantes y profesionales de Chile e Italia, logró identificar que la felicidad era
definida como una experiencia de carácter psicológico altamente subjetiva en la que el
individuo se siente particularmente bien, enlazando tal definición con la corriente hedónica.
No obstante, otras investigaciones como la de Eid y Diener (citados en Sánchez &
Méndez, 2011) encontró que los ciudadanos de China expresan con menos frecuencia y
menos intensamente un abanico de emociones positivas, como la felicidad, en comparación
con personas de Estados Unidos o de Australia. Ello podría indicar que no sólo la
definición de la felicidad está atravesada por los factores culturales, sino que también éstos
tienen gran influencia en las formas de expresión de la misma. Es más, de cierto modo
proporciona los posibles espacios o experiencias a través de las que la felicidad puede ser
alcanzada, en otras palabras, la cultura condiciona hasta cierto punto las formas de ser feliz
(Sánchez & Méndez, 2011).
Aun así, y considerando todo lo anteriormente enunciado, hay algunas desviaciones
de los ideales culturales que parecen contradecir una parte de los resultados de las
investigaciones, en especial aquellas que relacionan los niveles de ingreso, éxito personal u
otras esferas de logro individual o colectivo con la felicidad. Tal es el caso de las personas
sin hogar, pues como afirma Rojas (citado en Panadero et al, 2013), hay una tendencia
generalizada a concebir que las personas pobres pueden ser felices, y que si esto llegase a
ocurrir sería debido a unas expectativas de su futuro altamente empobrecidas, o a una
excepcional capacidad de adaptación a la desgracia.
58
Sin embargo, con frecuencia en distintas investigaciones (Vázquez citado en
Panadero et al, 2013) se suele encontrar personas con rentas realmente bajas y con niveles
de felicidad acordes a la media, como se expuso en apartados anteriores. Al parecer esto
tiene cierta relación con la posibilidad de alcanzar otro tipo de satisfacciones en distintos
ámbitos de la vida (Panadero et al, 2013). De hecho, Panadero et al (2013), quienes
condujeron una investigación con personas sin hogar en la ciudad de Madrid, con el
objetivo de establecer posibles diferencias en cuanto al nivel de felicidad con respecto a la
población en general, encontraron que efectivamente estas personas tienen cierto nivel de
adaptación a su situación, permitiendo que a pesar de sus ínfimos o nulos ingresos
monetarios, así como a las escasas variaciones en los mismos, ya sean aumentos o
disminuciones, no tenían incidencia suficiente en los niveles generales de felicidad de estas
personas.
De igual manera, contar con un alojamiento u hogar de paso tampoco era una
condición importante para determinar el nivel de felicidad al interior de la misma
población, pues se encontraron grados de felicidad parecidos entre los entrevistados que
dormían en las calles y aquellos que podían acceder a albergues o alojamientos
improvisados o supervisados (Panadero et al, 2013). Cabe resaltar que, además de
encontrarse en extrema pobreza, esta población se ve afectada por otra serie de fenómenos
que otras investigaciones han señalado y que tienen una alta incidencia en los niveles de
felicidad de la población en general; por ejemplo, impactos negativos en la salud,
desvinculación familiar y social, con el agravante de que la posibilidad de reinserción en
esas esferas es compleja para estas personas.
De este modo, los autores (Panadero et al, 2013) llaman la atención sobre este
punto, dado que se esperaría que estos elementos tuvieran alta incidencia sobre los niveles
de felicidad en esta población. Al parecer, el apoyo social percibido, juega un papel más
importante que otros elementos en otros contextos, esto permite inferir que, efectivamente,
las condiciones contextuales delimitan, de cierto modo, las posibilidades para ser feliz: allí
se ofrece un abanico de experiencias posibles, de las cuales, las personas, elegirán si
tomarlas y hacer con ellas o simplemente rechazarlas.
59
De hecho, aproximadamente la mitad de las personas que fueron objeto de estudio
de dicha investigación, manifestaron en términos generales ser feliz, pese a las condiciones
ambientales que debían afrontar en el día a día, así como la constante estigmatización a la
que se ven enfrentados y, por lo demás, la cadena de sucesos desafortunados que los
condujeron hasta esas circunstancias (Panadero et al, 2013). En efecto, esto permitió a los
investigadores concluir que en esta población no hay diferencias con respecto a otras
poblaciones a pesar de que una parte de la literatura científica concluye de forma
contundente que tales condiciones son poco favorables para la felicidad y que al parecer no
están los denominados predictores de la misma (Panadero et al, 2013).
Estos resultados confluyen con las afirmaciones realizadas por Dwight en 2006 y
Carr en 2007 (citados en Pozos et al, 2017) quienes concuerdan en que lo que han mostrado
los estudios con un enfoque económico es que las personas adineradas no son más felices
que aquellas en condición de pobreza. En realidad, las personas de los sectores populares
tienden a vincular la felicidad a otros elementos en los que su vida se ve envuelta como la
familia, el trabajo, la salud, entre otros, a diferencia de lo que pueden referir otras clases
sociales más favorecidas que ubican la felicidad en lo que podría denominarse, en el
pensamiento de Maslow, en niveles superiores de la jerarquía de necesidades, pues están
altamente asociados con la consecución de logros y el empuje a la autorrealización
(Hernández et al, 2017).
De este modo se puede afirmar que, si las personas pertenecientes a los sectores
populares tienen cubiertas al menos los niveles más básicos de satisfacción de necesidades,
esto tendrá el más importante impacto en la felicidad, siendo que la definición de la misma
para estas personas suele estar construida en torno a ello (Hernández et al, 2017). No
obstante, ello no deja de representar un nudo problemático, dado que en la investigación
psicométrica, cuando se realizan estudios comparativos en distintos países, se suelen
obtener una serie de indicadores, predictores o factores que podrían determinar la felicidad;
pero, también es cierto que en ese sentido las personas pobres suelen exhibir niveles de
felicidad más altos de lo esperado pese a todas las limitaciones posibles que pudieran estar
asociadas a su condición, lo que hasta cierto punto constituye un enigma teórico aún por
resolver (Hernández et al, 2017).
60
Algo similar sucede con las personas privadas de la libertad, en ellos Ortiz et al
(2013) no encontraron diferencias significativas respecto a la población que no está
atravesada por esta condición. Esta investigación llevada a cabo en Colombia, mostró
consistencia entre los resultados hallados en cuanto a felicidad de personas privadas de la
libertad y la población colombiana en general, sobre lo que los autores comentan que en
este país particularmente se reportan altos niveles de felicidad y optimismo, independiente
del tipo de acontecimientos del contexto; por lo que, dado que estas personas privadas de la
libertad siguen siendo colombianas, su percepción de felicidad no parece verse afectada a
grandes rasgos.
Ahora bien, Schimmel (citado en Panadero et al, 2013) expone que, a pesar de que
en estas poblaciones y en otras, se suele asociar la felicidad con la actividad laboral
desempeñada, ello no se limita únicamente a tener o no un trabajo, otros factores como la
calidad de la actividad realizada es aún más importante. Efectivamente, las investigaciones
(Dolan et al, citados en Panadero et al, 2013) han mostrado que las personas desempleadas
suelen tener reducción en niveles de bienestar subjetivo, que, además, tiende a empeorar
conforme el tiempo de desempleo incrementa, lo que tiene un importante impacto en la
felicidad de este sector poblacional. Hay que mencionar además que ese efecto negativo
también podría tener incidencia en la posterior consecución de empleo, pues como se
mostrará más adelante, la pérdida de la felicidad suele estar asociada con el establecimiento
de algunas problemáticas que afectan la salud mental y por ende otras esferas como la
laboral.
En otra vía, Moyano (2017) muestra cómo la felicidad puede contribuir a un mejor
desempeño en el área laboral, infiriendo que las personas felices cuentan con más recursos
psicológicos y sociales, haciéndoles potencialmente más adaptativos. Lo que de cierto
modo permite un mayor control de las situaciones, expresión emocional acorde al contexto,
así como un mejor manejo del estrés interpersonal y el causado en sí por la carga laboral.
Aunque ello aplica, sobre todo, para los colaboradores de mayor estatus; los que están
ubicados en niveles inferiores del organigrama, parece que muestran niveles relativamente
bajos en comparación con sus superiores, por lo que se ha deducido son menos felices. De
hecho, Diener (citado en Moyano, 2017) sostiene que un mejor estatus laboral se traduciría
61
a su vez en un nivel de felicidad mayor, así como en menor posibilidad de malestar en
distintas esferas.
Sin embargo, a pesar del ideal social que evidentemente es muy deseable en el que
cada quien trabaja vocacionalmente, es decir, que todo individuo económicamente activo
desempeñe una actividad que genere un interés suficiente y lo incline a llevar determinada
forma de vida, tal posibilidad suele verse intrincada por las distintas situaciones propias del
sistema económico contemporáneo, llevando a muchos a tomar actividades laborales por
necesidad y no por vocación. Lo anterior constituye un hecho problemático, pues como
señalan algunos autores (Moyano et al, 2008), aquellos que trabajan vocacionalmente
suelen, por una parte, ser más felices y, por otra, tener un mejor rendimiento en sus
actividades, además de constituir un posible factor protector ante los conflictos propios de
lo laboral, así como la incidencia que ello podría tener en el clima laboral, afectándolo
negativamente, llegando inclusive hasta el extremo del sabotaje. Eso sí, y sólo si, se halla
en una cultura altamente competitiva, pues algunos estudios (Barragán, 2013), han
mostrado que es dicha cultura la que aprueba y empuja al sujeto a sumergirse en esa lógica
vocacional mostrando esto como bueno, mientras que en culturas que podrían denominarse
altamente colaborativas, ello no necesariamente representa un acercamiento a la felicidad.
A pesar de lo anteriormente expuesto, ello no ha sido un impedimento para que
algunos autores (Fredickson, citado en Moccia, 2016), expresen las contribuciones que
ciertas emociones positivas, en términos individuales, pueden hacer al contexto
organizacional, generando transformaciones tanto a ese nivel como en el del conjunto de
colaboradores propiamente dicho, argumentando que estas experiencias emocionales pese a
ser particulares, tienen un eco interpersonal. De allí que una cadena de eventos que pueda
suscitar un grupo de emociones de este tipo, podría traer consigo una importante
transformación en las organizaciones, haciéndolas más cohesivas y haciendo que emerjan
otros principios como lo han mostrado las investigaciones (Moccia, 2016). Así mismo, se
ha teorizado que entre más alto sea el nivel de felicidad y la presencia de otras emociones
positivas en el colaborar, mayor será su satisfacción en el trabajo, lo que se verá reflejado
en la ejecución y resultados del mismo (Moccia, 2016).
62
Al respecto, Judge y Erez (citados en Moccia, 2016) sostienen que la obtención de
mejores resultados por parte de los trabajadores con altos niveles de felicidad, puede estar
relacionado con una mayor claridad en su pensamiento, permitiéndole tomar mejores
decisiones, ser más creativo, mantener altos niveles de motivación y siendo eficiente en la
ejecución de sus tareas. Así mismo, es probable que se trate de la influencia que la felicidad
puede tener en los modos de relacionarse, permitiéndole al colaborador feliz establecer
vínculos más colaborativos con sus compañeros. Por lo demás, al parecer estas personas
suelen implicarse en mayor medida en distintas actividades y enfrentan el trabajo con
mayor entusiasmo (Moccia, 2016). En esta misma línea de pensamiento, Bejar (2015)
sintetiza que esta serie de expresiones comportamentales constituyen una actitud
denominada flexibilidad, siendo sumamente ventajosa para el colaborar, pues incluso le
puede llevar a tener mejores ingresos y estabilidad laboral, evitando constantes cambios de
empleo.
Aunque hay que resaltar que, en el caso de los trabajadores informales no parecen
haber diferencias significativas; sin embargo, al igual que con otras poblaciones con
condiciones aparentemente menos favorables para la felicidad, esta se sitúa y adecúa a las
posibilidades, verbigracia, en el estudio realizado por Moyano et al (2008) encontraron que
los trabajadores informales encuestados se consideraban muy felices, sobre todo, en
relación al ámbito familiar, pero a nivel laboral, en sus actividades de ocio y en otro tipo de
vínculos, en ese orden respectivo, se reportaban cada vez menos felices. Por otra parte,
parece que aquellas personas que, además de desempeñar una actividad laboral, son
profesionales, suelen presentar mayores niveles de felicidad en un sentido existencial, que
quienes están apenas en proceso de formación (Rodríguez, 2015).
Al respecto, algunas investigaciones confirman que los estudiantes universitarios
suelen tener un nivel moderado de felicidad sin diferencias significativas asociadas al
género o a algún tipo de personalidad determinado (Torres et al, 2014). Algo similar
encontraron Shafiq et al (2015), quienes además pudieron establecer una moderada relación
directamente proporcional entre felicidad y salud mental en jóvenes estudiantes pakistaníes
de la Universidad de Gujrat. Así mismo, otras investigaciones en las que se tomaron por
objeto de estudio profesionales de enfermería en formación, encontraron que la felicidad,
63
aunque también el autoestima, son elementos que tienen una importante incidencia en el
ejercicio de esta labor, permitiendo soportar la intensidad de las jornadas laborales, la baja
oferta de empleo y otras realidades que podrían incidir en el bienestar emocional (Ozkara
citado en Núñez et al, 2015), así como los elevados niveles de estrés que puede llegar al
síndrome de Burnout (Núñez et al, 2015).
A propósito, Seligman (citado en Núñez et al, 2015) propone que es posible
modificar y elevar los niveles de felicidad, siendo esto algo que debería ser considerado en
la formación no sólo de profesionales de enfermería, sino de cualquier profesional, con el
ánimo de propiciar las fortalezas que una y otra vez enuncian las investigaciones. De hecho,
otras investigaciones, como afirman López et al (2017), han mostrado que, hasta cierto
punto, la felicidad y el bienestar pueden ser aprendidos en la escuela; sin embargo, la
conclusión a la que llegan estos investigadores es que al parecer esta meta no ha sido
eficazmente desarrollada porque el profesorado no cuenta con el conocimiento competente
sobre la felicidad que les permita su enseñanza. Y no sólo en este campo, sino en la misma
psicología clínica se ha emprendido el desarrollo de una serie de intervenciones que
comprueban que los niveles de felicidad son susceptibles de acrecentamiento (Vera et al,
2011).
De igual manera, hay que resaltar que a pesar de que en distintos niveles educativos
se ha encontrado evidencia de la importancia de la felicidad en procesos de formación, al
parecer esta tiene algunas relaciones particulares con los distintos grupos de edad.
Específicamente, las investigaciones de Castilla et al (2016) muestran que los niveles más
elevados de felicidad suelen ser ubicados en el rango de edad entre 50 y 60 años. De hecho,
en un estudio realizado por Mroczek & Kolarz (citados en Castilla et al, 2016) en el que se
entrevistaron a 2.727 personas de ambos sexos, ubicados en un rango de edad de entre 25 y
74 años, se pudo corroborar una relación directamente proporcional entre la edad y la
felicidad, es decir, a mayor edad, mayor felicidad, inclusive menor presencia de emociones
negativas.
De igual manera, resaltan Castilla et al (2016) que, en la Escala de Felicidad de
Lima, instrumento ampliamente utilizado para investigar la felicidad en toda
Latinoamérica, las personas de mayor edad suelen tener más altas puntuaciones en la
64
misma. Lo anterior coincide con los hallazgos de Vera et al (2011), quienes, aplicando
dicho instrumento en población chilena, encontraron diferencias significativas en los
puntajes presentados por adultos en comparación con los de los adolescentes. Hay que
resaltar además que en tal investigación no se encontraron disparidades entre hombres y
mujeres; no obstante, esto abre una cuestión que también ha sido ampliamente tratada en la
investigación sobre la felicidad y es si en efecto la felicidad tiene alguna inclinación a ser
experimentada más por cierto género.
Sobre eso, Sánchez y Méndez (2011) exponen que quizás no se trate de una
diferencia cuantitativa, en otras palabras, quién experimenta más felicidad, sino que se trata
de un asunto cualitativo referente más bien a la forma en que la felicidad es experimentada.
Los autores señalan que las mujeres, en comparación con los hombres, suelen expresar
mayormente un tipo de felicidad llamado pictórico, que queda en evidencia en situaciones
como una conversación con un amigo, así como con un reencuentro con un ser querido. En
contraste, los hombres, aunque al parecer entienden el contexto idóneo para expresar
abiertamente la felicidad, lo que tiene consecuencias significativas para los niveles de
bienestar, esta parece que no tiene una importante incidencia en sus amistades o en su
forma de relacionarse con estas. De hecho, esto parece ser uno de los factores que podría
llevar a que los varones exhiban una mayor tendencia a alejarse de situaciones que pueden
ser productoras de felicidad, negándose de algún modo a esta experiencia, lo que en
consecuencia tiene efectos sobre los niveles de satisfacción con la familia, pareja, amigos,
autoconcepto y trabajo, fenómeno menos frecuente en las mujeres (Sánchez & Méndez,
2011).
Con base en este tipo de informaciones se han podido realizar investigaciones meta-
analíticas (Francis, 1999; Lu, 1996; Mookherjee, 1997; Pavot, Diener & Fugita, 1990;
Seligman, 2011; Wood, Rhodes & Whelan, 1989 citados en Castilla et al, 2016) que
afirman que las mujeres son más proclives a experimentar felicidad en comparación con los
hombres. Efectivamente, en la misma investigación llevada a cabo por Castilla et al (2016),
eso pudo ser corroborado. Aunque en otros estudios, como el realizado por Stevenson y
Wolfers (citados en Panadero et al, 2013) los resultados apuntan a otra cosa, a saber, que
las mujeres por lo general manifiestan un nivel de bienestar subjetivo menor en
65
comparación con los hombres. Lo anterior coincide también con lo sustentado por Pulido
(2018), quien afirma que algunos autores consideran la fórmula en el otro sentido, es decir,
que los hombres son más proclives a experimentar felicidad.
Hay que resaltar que al parecer esto se corresponde a otro tipo de fenómenos
circundantes, Moyano (2017) lo ejemplifica a través de una investigación en la que una
institución educativa se encontraba en huelga y había sucedido una toma del campus
universitario, por lo que indagó acerca de los niveles de felicidad de los funcionarios
afectados a nivel laboral por el movimiento estudiantil. Vale la pena resaltar que entre las
cosas que encontró está que, aunque los efectos del acontecimiento favorecieron la
aparición de sintomatología negativa sobre la salud mental, ello al parecer no afectó los
niveles globales de felicidad. Esto, argumenta el autor, es debido a que la felicidad
habitualmente se compone de caracteres más generales que trascienden situaciones
coyunturales como la del paro estudiantil. No obstante, resalta que quienes estaban en
desacuerdo con el movimiento estudiantil fueron quienes más expresiones de patología
emocional manifestaron, sin que, nuevamente, su nivel de felicidad estuviese realmente
comprometido (Moyano, 2017)
Ahora bien, otro de los hallazgos que resalta el autor es que precisamente emergían
un par de diferencias en cuanto a la forma de afrontamiento dependiendo del género, pues
las mujeres utilizaron estrategias que iban mucho más en la vía del apoyo emocional y
social, así como acudir a la religión y mostrarse más optimistas frente a la situación;
mientras que los varones recurrieron con mayor frecuencia al consumo de sustancias, lo que
al parecer tiene una incidencia sobre los niveles de felicidad. Barragán (2013) señala que
particularmente en muestras poblacionales jóvenes, la percepción de bienestar y felicidad
suele ser mayor en quienes no han consumido algún tipo de sustancia psicoactiva en
comparación con quienes sí, esto debido a que más allá de los efectos fisiológicos de la
sustancia, suele acarrear expresiones afectivas negativas como la culpa, la vergüenza, entre
otros, que, a su vez, podría ser un predictor del mismo consumo. El autor expone que otro
tipo de afectos, como la felicidad, podría constituir un factor protector frente a esta
problemática.
66
Retomando la cuestión del género, los distintos hallazgos de las investigaciones
anteriormente enunciadas sugieren que estas diferencias en los niveles de felicidad o la
proclividad a experimentarla, así como la forma de expresión pueden estar influenciadas
por factores culturales, determinando ciertos modos de procesar la información y de actuar
frente a ella, en este caso particular, frente a la felicidad (Sánchez & Méndez, 2011). En
este sentido, los roles culturales ejercidos por hombres y mujeres, aunque cada vez están
más desdibujados y son menos radicales, parecen seguir jugando un papel importante en
relación a la felicidad. Aún hay algo de las pautas de expresión emocional que, al parecer,
se transmite de generación en generación (Castilla et al, 2016); sin embargo, ello también
permite afirmar que el género es insuficiente por sí solo para explicar los diferentes niveles
de felicidad (Castilla et al, 2016).
No obstante, aunque previamente se estableció que las investigaciones apuntan a
que existe una relación directamente proporcional entre edad y felicidad, parece que en
personas mayores la presencia de esta experiencia puede tener efectos benéficos, incluso
para su salud física. Por ejemplo, Fredrickson (citado en Domínguez, & Ibarra, 2017)
realizó una investigación con aproximadamente 2000 sujetos mayores de 65 años con el
ánimo de establecer relaciones entre su actual estado de salud y su estado emocional,
haciendo un seguimiento longitudinal de dos años. La investigación arrojó que la presencia
de emociones positivas de alguna manera protegía a los individuos de algunos efectos
propios del envejecimiento, llevando incluso a deducir quiénes podían vivir más años. Por
su parte, Castro (citado en Domínguez, & Ibarra, 2017) logró establecer que la presencia de
emociones positivas como la felicidad tiene cierta incidencia sobre el sistema inmune,
puesto que, ante la suministración de un virus de resfrío a cierto grupo poblacional de
adultos mayores, aquellos que manifestaban una mayor presencia de emociones positivas,
mostraron un menor riesgo de enfermar.
Así mismo, en pacientes que ya padecían enfermedades complejas, la felicidad
parece que jugaba un importante papel para sobrellevar los síntomas, apuntando de cierto
modo a una actitud con la cual se enfrentan las adversidades (Mercado, 2014). Aunque hay
que resaltar que, como experiencia particular de satisfacción, así como evaluación
subjetiva, esta suele verse afectada por este tipo de situaciones; por ejemplo, Stutzer (citado
67
en Gerstenbluth et al, 2008) quien estudió la relación entre obesidad y pérdida de la
felicidad, encontró que los individuos que padecían esta condición reportaban un impacto
negativo en los niveles de felicidad.
En este sentido, la felicidad no sólo juega un papel importante en los cuadros
clínicos relacionados con la salud física, sino que también puede constituir un elemento a
tenerse en cuenta entre las problemáticas que pueden afectar la salud mental. En contraste,
la ausencia de experiencias de felicidad, podría constituir una fuente de patología, tanto
física como psicológica; por lo que resalta García (2010), que encontrar el origen de
distintos patrones psicopatológicos como el vacío existencial y la infelicidad es menester.
Al respecto, Sánchez y Méndez (2011), afirman que cuando las personas no están felices o
de cierto modo no pueden acceder a esa experiencia, sus relaciones sociales suelen verse
altamente afectadas, constituyendo una fuente plausible de estrés, ansiedad y conflicto,
llevando al sujeto al aislamiento (Wessman y Ricks, 1966 citados en Sánchez & Méndez
(2011). Paradójicamente, Carrasco y Sánchez (2008) afirman que las relaciones sociales
suelen ser fuentes fundamentales de felicidad y que, habitualmente, contribuyen a la
disminución de la angustia.
De este modo, queda en evidencia cómo, al igual que en otros espacios, se trata
efectivamente de una relación bidireccional, es decir, tanto la felicidad es una consecuencia
posible de la salud mental o la salud física, como un factor determinante en ambas, esto
quizás constituya otro nudo teórico sobre el que los autores probablemente no logren un
consenso particular hacia una u otra de las posiciones. Lo que muestra la evidencia
investigativa es la coexistencia de ambas tendencias. Así que es posible afirmar que la
felicidad podría constituir un elemento protector para la aparición de síntomas negativos,
como los dos tipos de ansiedad (Pavez et al, 2012), lo que concuerda con lo hallado
posteriormente por Torres et al (2014); como también se puede afirmar que
comportamientos psicopatológicos como la rumiación afectan considerablemente los
niveles de felicidad, ocasionando incluso niveles de vitalidad subjetiva disminuidos, que a
su vez se constituye en un foco importante de infelicidad (Sariçam, 2016).
De igual manera, ser felices podría permitir a los individuos una forma de
regulación más adaptativa y disminuir el estrés (Moyano, 2017). Al respecto, Pulido (2018)
68
citando a Gutiérrez y Gonçalves confirma que altos niveles de felicidad suelen aminorar
otras problemáticas como la depresión, el estrés, inclusive el pesimismo. De hecho,
Sariçam (2014) afirma que la depresión tiene una relación inversamente proporcional con la
felicidad. De igual manera la adicción al internet, baja autoestima (Sariçam, 2014), la
ansiedad, el estrés percibido y la intolerancia a la incertidumbre afectan significativamente
los niveles de felicidad (Sariçam, 2016). Así mismo otras investigaciones (Torres et al,
2014) han mostrado como, aunque ciertas personas realizan actividades que creen que les
producirá felicidad, paradójicamente, tienen el efecto contrario, por ejemplo, personas que
evidencian bajo nivel de autocontrol y miran más de 2.5 horas de televisión por día,
exhiben habitualmente puntuaciones más bajas en cuanto a felicidad.
Cabe resaltar que este tipo de relaciones no están tan influenciadas por la cultura
como las hasta aquí revisadas, pues en algunas investigaciones referenciadas por Morán et
al (2017), se estableció que, tanto en adolescentes chinos como en españoles, los altos
niveles de felicidad y de satisfacción vital, estaban inversamente relacionados con la
presencia de síntomas depresivos. De este modo, expone Mercado (2014) que la falta de
felicidad tiende a ocasionar, por lo general, depresión, aseverando que esta situación se
origina básicamente por una cuestión de perspectiva, es decir, por la forma de ver la vida.
No obstante, Fierro (2008) señala que irónicamente sobre el afán de una mirada que apunta
a la felicidad sin límites, netamente eufórica, se puede constituir inadvertidamente un
empuje a comportamientos fácilmente confundidos con una fase maniaca, hecho constatado
en la proliferación de textos sobre la felicidad que el autor afirma tratan de venderse como
manuales de felicidad al uso.
Ahora bien, hasta aquí es posible afirmar que la literatura apunta a que existe una
relación entre felicidad y bienestar tanto físico como emocional. De igual manera algunos
autores (Ortiz et al, 2013), expresan que tiene relación con la creatividad y que este juego
de elementos podría ser un importante factor protector frente a la depresión y el suicidio.
De hecho, Michalos (citado en Torres et al, 2014) expone que la práctica de algún tipo de
actividad artística, sea relacionada con la música o cualquier tipo de expresión del arte,
independiente de la frecuencia de la práctica, promueve de alguna manera la felicidad, es
decir, al parecer los artistas suelen tener un nivel más elevado de felicidad.
69
Algo similar ocurre con las comunidades religiosas. Tabrizi & Akberi (2014),
sostienen que al parecer hay una estrecha relación entre la adoración a algún dios y la
felicidad, especialmente, en las personas mayores, independiente de su género, lo que
concuerda con la investigación realizada por Adel khale y Lester (citados en Tabrizi &
Akberi, 2014) en la que exploraron la relación entre felicidad y ser religioso en 162
estudiantes kuwatíes encontrando una relación positiva entre ambos. De igual manera esos
resultados resuenan con lo encontrado en el contexto latinoamericano, por ejemplo en
Argentina la probabilidad de ser feliz aumenta en razón de la religiosidad (Gerstenbluth et
al 2008). También, en la investigación realizada por Panadero et al (2013) parece que esto
era un factor diferencial importante en el momento de referir los niveles de felicidad,
siendo que las personas que se identificaban con una religión manifestaron
mayoritariamente ser más felices que quienes no se sentían parte de alguna.
Algo similar pareció incidir en la investigación de Moyano (2017), quien identificó
un estilo de afrontamiento religioso frente a la huelga, que tuvo un impacto positivo en los
afectados, pues permitía una constante reevaluación positiva de las circunstancias. Aunque
Torres et al (2014) cuestionan el carácter universal de esta asociación, en distintas
investigaciones (Kesebir & Diener citados en Torres et al, 2014) suele correlacionar al
menos con los subgrupos más felices de las muestras. Al respecto, García (2010) expresa
una serie de posibles motivos por los cuáles los pertenecientes a comunidades religiosas
podrían mostrar mayores niveles de felicidad; entre ellos, la constitución de un sentido de
existencia, constructo que suele ser el origen de diversos cuadros psicopatológicos.
De igual manera, Seligman (citado en García, 2010) propone que la religión aporta
un sistema de creencias que le brinda recursos al sujeto para enfrentar las adversidades
volviéndolo más adaptativo; por eso el simple hecho de formar parte de una comunidad
tiene un impacto importante sobre la felicidad, por lo demás, promueve ciertos principios
que apuntan a un estilo de vida saludable, apropiación de ciertos valores y mejoramiento de
relaciones interpersonales. El autor concuerda al igual que otros autores anteriormente
referenciados, en que este efecto suele ser más notorio en personas mayores, precisamente
por el apoyo social relacionado con la pertenencia a alguna iglesia (García, 2010). Así
mismo, coincide en que tal relación no se limita a sociedades occidentales o al cristianismo,
70
pues en culturas y expresiones religiosas orientales se encontró la misma relación (García,
2010). Al respecto, Sabán resaltó del misticismo judío, el elemento de la trascendencia,
como la aspiración común de los practicantes de esa fe, en la que habitualmente se veía
jugada de alguna u otra manera la felicidad.
Así las cosas, un par de consideraciones antes de terminar. La psicología positiva
logró establecer que la felicidad no era simplemente la estabilización de un entramado
psicológico desequilibrado, pues a pesar de que la persona se someta a un tratamiento que
lo lleve eventualmente a una cura, no necesariamente ello conduciría a la felicidad; de
cierto modo, hasta ese momento, finales del siglo xx, la infelicidad era asociada a un estado
de insania, lo que propuso la psicología positiva fue que, en cierta medida, la sanidad y la
felicidad no eran necesariamente correlativas (Sabán, 2014). Esto invita a pensar la cuestión
y es la posibilidad de que, aunque no exista una condición psicopatológica de base, el ser
humano podría no ser feliz (Carrillo et al, 2014). De lo que dan cuenta las investigaciones,
hasta cierto punto, es que aún en los escenarios más inesperados y con las condiciones
menos favorables, el ser humano manifiesta sentirse feliz, así como que, ante las
condiciones más favorables para experimentar felicidad, este podría simplemente no tener
tal vivencia.
De cierto modo, el replanteamiento de la infelicidad como una especie de carencia,
está enmarcado en una cultura que rechaza la posibilidad de sufrimiento en la existencia
humana (Neiman citado en Bejar, 2015), lo que en algún momento constituyó, como resalta
Bejar (2015), el gran logro de la humanidad en la ilustración, a saber, la posibilidad de
cuestionar el sentido moral del sufrimiento, y hoy por hoy se ha convertido en una especie
de imperativo cultural que empuja hacia la felicidad, más aún, hacia la constitución de una
identidad positiva, siendo esto una nueva fuente de desdichas, en tanto aparece la
imposibilidad de alcanzarse. Resalta el autor que no se puede perder de vista la coacción a
ser feliz que se juega tras bambalinas en los constantes avances investigativos y en las
técnicas desarrolladas día tras día, que invitan, en cierta medida, a una constante corrección
psicológica, creando un nuevo caos en la búsqueda implacable de la felicidad por parte del
ser humano (Bejar, 2015). Por último, hay que decir que, lamentablemente, la felicidad se
ha convertido, al menos parcialmente, en un lugar común, al que todo el mundo aspira, que
71
muchos promueven, pese a la extrema dificultad que tiene su definición y los vericuetos
que puede implicar alcanzarla, además de los efectos negativos que puede suscitar como
insatisfacción, desesperanza, o en casos extremos, puede llegar a ser causa de suicidio
(García, 2010).
72
Conclusiones
Brindar una definición puntual, universal y precisa que pueda constituir un principio
soberano de lo que es la felicidad resulta complejo como se pudo evidenciar. Al parecer las
manifestaciones empíricas pueden guiar de alguna manera el entendimiento de este
concepto, tal como lo manifestaba Kant (1785) resaltando el carácter indeterminado del
concepto. Sin embargo, lo que evidencia la literatura es que el ser humano no está dispuesto
a renunciar a tal experiencia, pues es uno de los fines más importantes en la existencia
humana y difícilmente habrá quien pueda conformarse con menos. De lo que el contexto
clínico da cuenta es cómo personas reales dirigen entre su demanda terapéutica la felicidad,
dando cuenta de la permanente vocación del ser humano en pro de la misma, su implacable
búsqueda y anhelo de consecución, allí resuena la advertencia de Camus (citado en Bejar,
2015): los hombres mueren y no son felices.
Pese a su indeterminación, la psicología encontró importante apoyo en corrientes
como la hedónica y la eudaimónica de la filosofía, o inclusive en pensadores particulares
propiamente dichos. Y aunque hasta aquí se pueden establecer algunas de las grandes
concepciones de como la felicidad ha sido pensada, tales como: un fin, un bien, una virtud,
una experiencia placentera, un estado, el resultado de una evaluación subjetiva, bienestar
psicológico, bienestar subjetivo, bienestar propiamente dicho; una emoción o un afecto
positivo, un logro, un camino o una forma de recorrerlo, hasta cierto punto todos estos
intentos de definición siempre van a tener algo de arbitrario (Scorsolini et al, 2013).
Así mismo, las investigaciones apuntan a que, de algún modo, hacerse a una buena
red de apoyo, tener una relación de pareja, tener más edad, ser optimista y ser religioso
contribuyen de forma significativa a la felicidad (Seligman citado en Barragán, 2013). No
obstante, también quedó en evidencia la constante confusión en el uso de algunos términos
como sinónimos y las posibles brechas conceptuales que hay entre felicidad y dichos
elementos; lo que representa un ejercicio riesgoso pues, ciertamente, no son conceptos
asimilables. Así mismo, de lo que dan cuenta las investigaciones es que aún en los
escenarios más inesperados y con las condiciones menos favorables, el ser humano
manifiesta sentirse feliz, así como que, ante las condiciones más tangibles para
experimentar felicidad, este podría simplemente no tener tal vivencia.
73
Recomendaciones
Pocas investigaciones al parecer han abordado el fenómeno imperativo cultural que
empuja hacia la felicidad, así como hacia la constitución de una identidad positiva, por lo
que a futuro resultaría interesante revisar esta noción con detenimiento, pues parece que
tiene implicaciones clínicas importantes que deben ser pensadas al interior de la disciplina
psicológica, permitiendo crear formas de intervención desde una posición ética que no
contribuya a ideales que podrían tener peores repercusiones en el sujeto, y que, a su vez,
genere conciencia de este fenómeno contemporáneo emergente.
Así mismo, es menester llevar a comprobación empírica las relaciones hasta aquí
establecidas entre felicidad y otros elementos. De igual manera, realizar una revisión de la
validez de los instrumentos con los cuales se ha venido midiendo la felicidad como la
Escala de Felicidad de Lima. Por otra parte, se recomienda realizar una revisión teórica
juiciosa que permita realizar la distinción entre términos como felicidad y bienestar;
felicidad y placer; felicidad y optimismo; felicidad y positividad. Por último, es importante
revisar las tesis aquí recolectadas en población colombiana, con el ánimo de ver la
universalidad de los mismos, y tener un acercamiento contextual que permita una
comprensión que tenga en cuenta los factores culturales del país.
74
Referencias bibliográficas
Aghili, M., Mohamadi. N., & Ghorbani, L. (2012). Evaluating the relationship between mental health and happiness in Iranian athletes. Journal of Basic and Applied Scientific Research, 2 (3), 2494-2497.
Alarcón, R. (2009) Psicología de la felicidad. Introducción a la Psicología positiva. Lima: Editorial Universitaria.
Álvarez, Y. (2012) Escala de creencias acerca de la felicidad en población adulta de la ciudad de Bucaramanga (Colombia). Investigación & desarrollo vol. 20, n° 2 (2012) - issn 2011-7574. Universidad de Santander – UDES Colombia.
Amigó, S. & Hernández, N. (2012). Factor general de personalidad y felicidad: un estudio desde la perspectiva rasgo-estado en una muestra colombiana. Revista de la Facultad de Psicología Universidad Cooperativa de Colombia - Volumen 8, Número 14 / enero-junio 201, pp. 39-49. Colombia.
Avia, M, (2008) El aprendizaje de la felicidad. Análisis y modificación de conducta, ISSN-e 0211-7339, Vol. 34, Nº. 150-151, 2008, págs. 169-190
Baptista, Americo, Camilo, Cristina, Becalli, Marta, Santos, Isabel, Almeida Brites, Jose de, Brites Rosa, Joana, & Fernández-Abascal, Enrique G.. (2016). What Are People Saying When They Report They Are Happy Or Life Satisfied. Anales de Psicología, 32(3), 803-809. https://dx.doi.org/10.6018/analesps.32.3.229121
Barragán Estrada, A. (2013). Aproximaciones científicas al estudio de la felicidad: ¿qué podemos aprender de la felicidad? Revista Intercontinental de Psicología y Educación, 15 (2), 7-24.
Bayés, R (2009) Sobre la felicidad y el sufrimiento. Quaderns de Psicología | 2009, Vol. 11, No 1/2, 11-16
Bejar, H., (2015) La identidad ensamblada: la ordenación de la felicidad, en Papeles del CEIC, vol. 2015/2, nº 133, CEIC (Centro de Estudios sobre la Identidad Colectiva), Universidad del País Vasco, http://dx.doi.org/10.1387/pceic.13234
Carrasco Chávez, E., & Sánchez Aragón, R. (2008). Las Facetas de la Felicidad y el Amor: el Pensamiento, el Afecto y la Conducta. Psicología Iberoamericana, 16 (1), 28-35.
Carrillo, S., Feijóo, M. L., Gutiérrez, A., Jara, P., & Schellekens, M. (2017). El papel de la dimensión colectiva en el estudio de la felicidad. Revista Colombiana de Psicología, 26(1), 115-129. doi: 10.15446/rcp.v26n1.54624
Castilla, H., & Caycho, T., & Ventura-León, J. (2016). Diferencias de la felicidad según sexo y edad en universitarios peruanos. Actualidades en Psicología, 30 (121), 25-37.
Domínguez Bolaños, R., & Ibarra Cruz, E. (2017). La psicología positiva: Un nuevo enfoque para el estudio de la felicidad. Razón y Palabra, 21 (96), 660-679
75
Fernández-Berrocal, P., & Extremera Pacheco, N. (2009). La Inteligencia Emocional y el estudio de la felicidad. Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado, 23 (3), 85-108.
Fierro, Alfredo. (2008). Conocimiento contra infelicidad: Para una psicología epicúrea. Escritos de Psicología (Internet), 2(1), 07-23. Recuperado en 10 de agosto de 2018, de http://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1989-38092008000300003&lng=es&tlng=es
Freud, S (1920). Obras completas de Sigmund Freud. Volumen XVIII - Más allá del principio de placer, Psicología de la masas y análisis del yo, y otras obras (1920-1922). Buenos Aires & Madrid: Amorrortu editores.
Freud, S. (1930). Obras completas de Sigmund Freud, volumen XXI - El porvenir de una ilusión, El malestar en la cultura, y otras obras (1927-1931). 2. El malestar en la cultura. Buenos Aires y Madrid: Amorrortu
García. A. (2010) Psicología positiva, felicidad y religión. Universidad católica de valencia: España. 523-547
Gerstenbluth, M., & Rossi, M., & Triunfo, P. (2008). Felicidad y salud: una aproximación al bienestar en el Río de la Plata. Estudios de Economía, 35 (1), 65-78.
Gómez, M., Galeano, C. & Jaramillo, D., (2015). El Estado Del Arte: Una Metodología de Investigación. Revista Colombiana de Ciencias Sociales, 6(2), 423-442.
Hernández, K, & Marcia, M & Moyano, E. (2017) Concepto de Felicidad en Adultos de Sectores Populares Paidéia Vol. 27, Suppl. 1, 386-394.
Herrera Torres, L., & Perandones González, T. (2017). Felicidad subjetiva, sentido del humor y personalidad en la docencia. International Journal of Developmental and Educational Psychology, 3 (1), 401-410.
Kamkary. K., & Shokrzady. S. (2012). Investigating relation between happiness and mental health feel in Tehran youth people. European Journal of Experimental Biology, 2(5), 1880-1886.
Kant, I. (1785) Fundamentación de la metafísica de las costumbres. (Traducción de Manuel García Morente. Edición digital basada en la 6.ª ed., Madrid, Espasa-Calpe, 1980).
Krause, M. La Investigación Cualitativa: Un Campo de Posibilidades y Desafíos. Revista Temas De Educación, 7, 19-39.
López- Sánchez, M., & Jiménez-Torres, M., & Guerrero-Ramos, D. (2017). Estudio de la percepción del profesorado sobre el bienestar-felicidad. Profesorado. Revista de Currículum y Formación de Profesorado, 21 (2), 463-486.
Mercado Ibañez, M. (2014). Concepto de felicidad en jóvenes. Ajayu. Órgano de Difusión Científica del Departamento de Psicología de la Universidad Católica Boliviana "San Pablo", 12 (1), 64-78.
Moccia, S. (2016). Felicidad en el trabajo. Papeles del Psicólogo, 37 (2), 143-151.
76
Morán, M., & Fínez, M., & Fernández-Abascal, E. (2017). Sobre la felicidad y su relación con tipos y rasgos de personalidad. Clínica y Salud, 28 (2), 59-63.
Moyano, E & Castillo, R & Lizana, J. (2008) trabajo informal: motivos, bienestar subjetivo, salud, y felicidad en vendedores ambulantes, Psicologia em Estudo, Maringá, v. 13, n. 4, p. 693-701, out./dez. 2008
Moyano-Díaz, E. (2016) building the concept of happiness for adults from phenomenography. Universum: revista de humanidades y ciencias sociales, ISSN 0716-498X, Año 31, Vol. 2, 2016, págs. 141-156
Moyano-Díaz, E. (2017). Afrontamiento, salud mental y felicidad bajo huelga y ocupación universitaria. Arquivos Brasileiros de Psicologia, 69 (2), 153-167.
Muratori, M., & Zubieta, E., & Bobowik, M., & Ubillos, S., & González, J. (2015). Felicidad y Bienestar Psicológico: Estudio Comparativo Entre Argentina y España. Psykhe, 24 (2), 1-18.
Nava-Preciado, J., & Ureña-Pajarito, J. (2017). Dominios y valoraciones sobre la felicidad en adolescentes de Guadalajara-México. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, 15 (1), 443-454.
Núñez Ramírez, M., & González Quirarte, G., & Realpozo Reyes, R. (2015). Relación entre autoestima y felicidad desde la psicología positiva en estudiantes de enfermería intercultural. Enfermería Actual en Costa Rica, (29)
Ortiz, María Victoria, Gancedo, Karen Mariel, & Reyna, Cecilia. (2013). Propiedades Psicométricas de la escala de felicidad subjetiva en jóvenes y adultos de la ciudad de Córdoba - Argentina. Suma Psicológica, 20(1), 45-56. Retrieved August 09, 2018, from http://www.scielo.org.co/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0121-43812013000100004&lng=en&tlng=es.
Panadero, S., & Vázquez, J., & Guillén, A., & Martín, R., & Cabrera, H. (2013). Diferencias en felicidad general entre las personas sin hogar en Madrid (España). Revista de Psicología, 22 (2), 53-63.
Pavez, P., & Mena, L., & Vera-Villarroel, P. (2012). El rol de la felicidad y el optimismo como factor protector de la ansiedad. Universitas Psychologica, 11 (2), 369-380.
Pelechano, V; González, P; García, L,& Moran, C. ( 2016) Sabiduría y felicidad. Revista Argentina de Clínica Psicológica, Vol. XXV, N°2, 203-210
Pozos Gutiérrez, J., & Rivera Aragón, S., & Reidl Martínez, L., & Vargas Núñez, B., & López Parra, M. (2013). Felicidad general y felicidad en la pareja: diferencias por sexo y estado civil. Enseñanza e Investigación en Psicología, 18 (1), 69-84.
Pulido, F., & Herrera, F. (2018). Predictores de la felicidad y la inteligencia emocional en la educación secundaria. Revista Colombiana de Psicología, 27, 71-84. https://doi.org/10.15446/rcp.v27n1.62705
77
Quiceno et al (2012) Calidad de vida relacionada con salud, resiliencia y felicidad en hombres privados de la libertad. Pensamiento Psicológico, Volumen 10, No. 2, 2012, pp. 23-33
Rodríguez Araneda, María José. (2015). Representación social de la noción de felicidad en estudiantes y profesionales de educación y salud de Chile e Italia. Universitas Psychologica, 14(1), 271-286. https://dx.doi.org/10.11144/Javeriana.upsy13-5.rsnf
Rodríguez-Hernández, G., & Domínguez-Zacarías, G., & Escoto Ponce de León, M. (2017). Evaluación psicométrica de la escala de felicidad de Lima en una muestra mexicana. Universitas Psychologica, 16 (4)http://dx.doi.org/https://dx.doi.org/10.11144/Javeriana.upsy16-4.epef
Sabán, M. ( 2014) Un estudio comparativo sobre el concepto de “Felicidad” entre la Psicología Positiva del Dr. Martín Seligman y el Misticismo Judío. Ars Brevis 2014
Salehi, M., Hajizad, M., & Bagheri, H. (2011). The relation between religious notion with students' happiness and mental well-being. World Applied Sciences Journal, 14 (10), 1537-1540.
Sánchez Aragón, R., & Méndez Canales, R. (2011). Elementos mediadores de la felicidad y el bienestar subjetivo en hombres y mujeres. Revista Costarricense de Psicología, 30 (45-46), 51-76.
Sariçam, H. (2015). Subjective Happiness and Hope. Universitas Psychologica, 14 (2), 685-694.
Sariçam, H. (2015). Subjective Happiness and Hope. Universitas Psychologica, 14 (2), 685-694.
Sariçam, H. (2016). Examining the Relationship between Self-rumination and Happiness: The Mediating and Moderating Role of Subjective Vitality. Universitas Psychologica, 15(2), 383-396. http://dx.doi.org/10.11144/Javeriana.upsy15-2.errh
Scorsolini, F & Dos santos, M. (2010) El estudio científico de la felicidad y la promoción de la salud: revisión integradora de la literatura, Rev. Latino-Am. Enfermagem 18(3):[08 pantallas]
Scorsolini-Comin, Fabio, Fontaine, Anne Marie Germaine Victorine, Koller, Silvia Helena, & Santos, Manoel Antônio dos. (2013). From authentic happiness to well-being: the flourishing of Positive Psychology. Psicologia: Reflexão e Crítica, 26(4), 663-670. https://dx.doi.org/10.1590/S0102-79722013000400006
Shafiq et al (2015) Happiness as Related to Mental Health among University Students. International Journal of Humanities and Social Science. Department of Psychology University of Gujrat Hafiz Hayat Campus-Gujrat Pakistan Vol. 5, No. 9; September 2015115 – 132
Tabrizi, A. & Akberi, A. (2014) Investigation of Relationship between "Happiness and Life Quality" and "Psychological Health" in Students of Grade-2 in High School of
78
Rasht City, Iran Mediterranean Journal of Social Sciences MCSER Publishing, Rome-Italy Vol 5 No 20 3015-3115.
Torres Deik, Mauricio, Moyano-Díaz, Emilio, & Páez, Darío. (2014). Comportamiento juvenil universitario en busca de la felicidad: su caracterización y su eficacia. Universitas Psychologica, 13(4), 1419-1428. https://dx.doi.org/10.11144/Javeriana.UPSY13-4.cjub
Velado, L. (2014) Filosofía y psicología de la felicidad: aplicaciones educativas. Revista educación y futuro digital nº 9 - mayo 2014 - issn: 1695-4297. España.
Velez, O. & Galeano, M. (2002). Investigación Cualitativa Estado del Arte. Medellín: Universidad de Antioquia, Facultad de Ciencias Sociales y Humanas (CISH). Recuperado de: http://josemramon.com.ar/wp-content/uploads/Estado-Del-Arte-Sobre-Fuentes-Documentales-en-Investig-Cualitativa.pdf
Vera-Villarroel, P., & Celis-Atenas, K., & Córdova-Rubio, N. (2011). Evaluación de la Felicidad: Análisis Psicométrico de la Escala de Felicidad Subjetiva en Población Chilena. Terapia Psicológica, 29 (1), 127-133.
Vera-Villarroel, Pablo, Celis-Atenas, Karem, Pavez, Paula, Lillo, Sebastián, Bello, Felipe, Díaz, Natalia, & López, Wilson. (2012). Dinero, edad y felicidad: Asociación del bienestar subjetivo y variables sociodemográficas. Revista Latinoamericana de Psicología, 44(2), 155-163. Retrieved August 09, 2018, from http://www.scielo.org.co/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0120-05342012000200013&lng=en&tlng=es