Un matrimonio acaba de perder a - iesdonbosco.com · chispeante humor y la simpatía del...

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Un matrimonio acaba de perder auna hija en el atentado terrorista delnueve de septiembre en Londres yeste hecho desencadena una crisisfamiliar. La madre se va a vivir consu amante, el padre, desesperado,idolatra la urna de las cenizas de lafallecida y se dedica a beber,despreocupándose de sus otros doshijos. La narración corre a cargo delpequeño —Jamie— que tiene diezaños y va relatando desde su ópticalo que sucede: sus juegos yaventuras escolares, la complicidadcon su hermana, el desinterés y faltade cariño de su madre, así como la

amistad con una niña musulmana,algo que enfurece a su padre que seha convertido en enemigo acérrimode los musulmanes. El libro estánotablemente bien escrito paratratarse de una primera novelacontada a través de la voz enprimera persona de una miradainfantil que contempla el mundo conuna ingenuidad que vaconvirtiéndose poco a poco endesengaño aunque las páginasrebosan de gestos de humor yternura. La narración es lineal con unlenguaje sencillo que adopta unformato como de soliloquio

incluyendo los brevísimos diálogosque aparecen en la novela comofrases entrecomilladas dentro delpárrafo, logrando un magnificasemblanza del protagonista ydemostrando una profundaobservación de la realidad vista conla mentalidad de un niño que,habitualmente, está cargada desentido común. Están certeramentereflejados ciertos conflictos comolos prejuicios raciales, laproblemática de la adolescencia,algunas incoherencias de losadultos, las consecuencias deldesarraigo familiar, etc. El tono

general es respetuoso y trata condelicadeza ciertos temas difíciles.Aunque el argumento deja unregusto de tristeza se equilibra biencon los múltiples detalles dechispeante humor y la simpatía delprotagonista.

Annabel Pitcher

Mi hermana vivesobre la repisa de

la chimeneaMy sister lives on the mantelpiece

(título original)

ePUB v1.4Carlos. 20.02.2012

Capítulo 1

Mi hermana Rose vive sobre larepisa de la chimenea. Bueno, al menosparte de ella. Tres de sus dedos, su cododerecho y su rótula están enterrados enuna tumba en Londres. Mamá y papátuvieron una discusión de las gordascuando la policía encontró diez pedazosde su cuerpo. Mamá quería una tumbaque pudiera visitar. Papá queríaincinerarlos y esparcir las cenizas en elmar. En todo caso, eso es lo que me hacontado Jasmine. Ella se acuerda de máscosas que yo. Yo sólo tenía cinco años

cuando ocurrió aquello. Jasmine teníadiez. Era la gemela de Rose. Y paramamá y papá, lo sigue siendo. Añosdespués del funeral, seguían vistiendo aJas igual: vestidos de flores,chaquetitas, zapatos de esos planos dehebilla que a Rose le encantaban. Yocreo que fue por eso por lo que mamá selargó con el tipo del grupo de apoyohace setenta y un días. Cuando Jas, eldía en que cumplía quince años, se cortóel pelo, se lo tiñó de rosa y se hizo unpiercing en la nariz, dejó de parecerse aRose, y mis padres con eso no pudieron.

Se quedaron con cinco pedazos cadauno. Mamá puso los suyos en un bonito

ataúd, bajo una bonita lápida que diceMi ángel. Papá incineró una clavícula,dos costillas, un fragmento del cráneo yun dedo pequeño del pie, y puso lascenizas en una urna dorada. Así que sesalieron cada uno con la suya, perosorpresa sorpresa, eso tampoco los hizofelices. Mamá dice que el cementerio esdemasiado deprimente para ir de visita.Y en cada aniversario papá intentaesparcir las cenizas en el mar, perosiempre acaba cambiando de opinión enel último instante. Parece que algoocurre justo cuándo Rose está a punto deser arrojada al agua. Un año, en Devon,había un montón de nubes de peces de

esos plateados con pinta de noaguantarse de ganas de comerse a mihermana. Y otro año, en Cornualles,cayó una caca de gaviota sobre la urnajusto cuando papá estaba a punto deabrirla. Yo me eché a reír, pero Jasparecía triste, así que me callé.

Nos fuimos de Londres paraalejarnos de todo aquello. Papá conocíaa un tipo que conocía a otro tipo que letelefoneó por un trabajo en unas obrasdel Distrito de los Lagos. En Londresllevaba siglos sin trabajar. Hayrecesión, y eso significa que no haydinero en el país, así que no seconstruye casi nada. Cuando consiguió

el trabajo en Ambleside, vendimosnuestro piso y alquilamos una casa decampo y nos marchamos dejando amamá en Londres. Me aposté con Jasnada menos que cinco libras a que mamáiba a venir a decirnos adiós. No meobligó a pagárselas, pero perdí. En elcoche Jas dijo «Vamos a jugar a Veoveo», pero no fue capaz de averiguar unacosa que «Empieza por la R» aunqueRoger estaba sentado en mi regazo,ronroneando como para darle una pista.

Qué distinto es aquí. Hay montañasenormes, tan altas como para pinchar aDios en el pandero, y cientos de árboles,y silencio. «No hay gente» dije cuando

encontramos la casa al final de uncamino serpenteante, y yo iba mirandopor la ventanilla en busca de alguien conquien jugar. «No hay musulmanes», mecorrigió papá, sonriendo por primeravez aquel día. Jas y yo nos bajamos delcoche sin devolverle la sonrisa.

Nuestra casa es opuesta en todo anuestro piso de Finsbury Park. Es blancaen lugar de marrón, grande en lugar depequeña, vieja en lugar de nueva. Laasignatura del colegio que más me gustaes Dibujo, y si pintara a las personascomo edificios, la casa sería unaabuelita loca que sonríe sin dientes y elpiso sería un soldado muy serio todo

repeinado y apretujado en una fila dehombres idénticos. Eso a mamá leencantaría. Ella es profesora en unaacademia de Bellas Artes y creo que sile enviara mis dibujos se los enseñaríahasta al último de sus alumnos.

Por más que mamá se haya quedadoen Londres, yo estaba contento de quedejáramos aquel piso. Mi cuarto eraenano pero no me permitían cambiarmeal de Rose porque está muerta y suscosas son sagradas. Esa era la respuestaque me daban siempre que lespreguntaba si podía cambiar de cuarto.El cuarto de Rose es sagrado, James.No entres ahí, James. Es sagrado. Yo

no veo qué tienen de sagrado un montónde muñecas viejas, un edredón rosamaloliente y un oso de peluche calvo.No me parecieron tan sagrados el díaque estuve saltando sobre la cama deRose, al volver a casa del colegio. Jasme obligó a parar, pero prometió nodecir nada.

Cuando salimos del coche, nosquedamos mirando nuestra nueva casa.El sol se estaba poniendo, las montañastenían un brillo naranja y yo veía nuestroreflejo en una de las ventanas: papá, Jasy yo, con Roger en brazos. Por unamilésima de segundo me sentí lleno deesperanza, como si aquello fuera de

verdad el principio de una vidacompletamente nueva y todo fuera a irbien de ahí en adelante. Papá agarró unamaleta y sacó la llave que llevaba en elbolsillo, y recorrió el camino del jardín.Jas me sonrió, acarició a Roger, y luegole siguió. Dejé el gato en el suelo. Se fuedirecto a meterse en un arbusto,abriéndose paso entre las hojas con lacola levantada. «Venga», me llamó Jas,dándose la vuelta ante la puerta delporche. Me esperó con una manoextendida mientras yo corría a su lado.Entramos en la casa juntos.

Jas lo vio primero. Noté cómo se leponía el brazo rígido. «Te apetece unté» dijo, con una voz demasiado aguda ylos ojos fijos en algo que papá tenía enla mano; estaba agachado en el suelo delsalón con ropa tirada por todas partes,como si hubiera vaciado la maletadeprisa y corriendo. «Dónde está la"kettle"» preguntó Jas, tratando de hacercomo si nada. Papá no levantó los ojosde la urna. Escupió sobre ella y se pusoa sacarle brillo al dorado con la puntade la manga hasta que la dejóresplandeciente. Luego puso a mihermana sobre la repisa de la chimenea,que era de color crema y tenía polvo y

era igualita que la del piso de Londres, ymurmuró «Bienvenida a tu nueva casa,hijita».

Jas se cogió el cuarto más grande.Tiene una vieja chimenea en una esquinay un armario empotrado en el que hametido toda su ropa negra nueva. Hacolgado de las vigas del techo un móvilde campanillas, y si las soplas tintinean.Yo prefiero mi cuarto. La ventana da aljardín de atrás, que tiene un manzanoque cruje y un estanque, y además estáese alféizar ancho de verdad en el queJas colocó un cojín. La noche quellegamos nos pasamos horas ahísentados, mirando las estrellas. En

Londres no las había visto nunca. Entrelos edificios y los coches había tanta luzque no se veía nada en el cielo. Aquí síque se ven bien las estrellas, y Jas meestuvo hablando de las constelaciones.A ella le interesa el horóscopo y se lolee todas las mañanas en internet; le diceexactamente lo que va a pasar ese día.«Y no te estropea la sorpresa» lepregunté en Londres una vez que Jas sehizo la enferma porque su horóscopodecía no sé qué de un sucesoinesperado. «Ahí está la gracia» merespondió, volviéndose a la cama ytapándose hasta las orejas.

Jas es Géminis, el signo de losgemelos, y resulta extraño porque ya notiene gemela. Yo soy Leo y mi símboloes el león. Jas se puso de rodillas sobreel cojín y me lo señaló por la ventana.No parecía mucho un animal, pero Jasme dijo que siempre que tenga algúnproblema tengo que pensar en ese leónde estrellas que está ahí arriba, y todoirá bien. Yo le iba a preguntar por quéme estaba diciendo aquello justo cuandopapá nos había prometido EmpezarDesde Cero, pero me acordé de la urnasobre la repisa de la chimenea y me diodemasiado miedo la respuesta. A lamañana siguiente encontré una botella de

vodka vacía en el cubo de la basura ysupe que la vida en el Distrito de losLagos iba a ser exactamente igual que lavida en Londres.

Eso fue hace dos semanas. Despuésde la urna, papá sacó de la maleta elviejo álbum de fotos y algo más de ropa.Los tipos de la mudanza se ocuparon delas cosas grandes como las camas y elsofá, y Jas y yo nos ocupamos de todo lodemás. Las únicas cajas que no hemosabierto son esas enormes en las quepone SAGRADO. Están en el sótano,cubiertas con bolsas de plástico paraque se mantengan secas si hay unainundación o lo que sea. Cuando

cerramos la puerta del sótano, a Jas sele empañaron los ojos y se le pusieronhúmedos. Dijo «A ti no te agobia», y yodije «No», y ella dijo «Por qué no», yyo dije «Rose está muerta». Jas arrugóel gesto. «No digas esa palabra,Jamie».

No entiendo por qué no. Muerta.Muerta. Muerta muerta muerta. Mamá loque dice es Se nos fue. La frase de papáes Está en un lugar mejor. El nunca vaa la iglesia, así que no sé por qué lodice. A menos que ese lugar mejor delque habla no sea el Cielo, sino elinterior de un ataúd o una urna dorada.

En Londres, mi orientadora me dijo«Te niegas a admitirlo y siguesafectado por el shock». Me dijo «Undía te vendrá de golpe y llorarás».Parece ser que no he llorado desde el 9de septiembre de hace casi cinco años,que fue cuando ocurrió lo de Rose. Elaño pasado, papá y mamá me mandarona ver a esa señora gorda porque lesparecía raro que yo no llorara poraquello. Me habría gustado preguntarlessi ellos llorarían por alguien de quien nose acuerdan, pero me callé.

De eso es de lo que parece quenadie se da cuenta. Yo no me acuerdo deRose. No del todo. Me acuerdo de dos

niñas que jugaban a saltar las olas envacaciones, pero no de dóndeestábamos, ni de lo que dijo Rose, ni desi se lo estaba pasando bien o no. Y séque mis hermanas fueron damas dehonor en la boda de un vecino nuestro,pero la única imagen que me viene a lacabeza es la del tubo de Smarties queme dio mamá durante la misa. Yaentonces los que más me gustaban eranlos rojos, y los apretaba en la manohasta que me desteñían la piel de rosa.Pero no me acuerdo de cómo iba vestidaRose, ni de cómo desfilaba por elpasillo de la iglesia ni nada parecido.Después del funeral, cuando le pregunté

a Jas dónde estaba Rose, me señaló laurna que había encima de la repisa de lachimenea. «Cómo puede caber una niñaen un sitio tan pequeño» le dije, y esola hizo llorar. O por lo menos eso es loque ella me ha contado. Yo en realidadno me acuerdo.

Un día nos pusieron de deberes en elcolegio que describiéramos a alguienespecial, y me pasé quince minutos paraescribir una página entera sobre WayneRooney. Mamá me hizo romperla yescribir en su lugar sobre Rose. Comoyo no tenía nada que decir, se sentóenfrente de mí con la cara toda roja ysudorosa y me dijo exactamente lo que

tenía que escribir. Sonrió entre laslágrimas y dijo «Cuando tú naciste,Rose señaló a tu pilila y preguntó siera un gusano» y yo dije «No piensoponer eso en mi cuaderno deLiteratura». A mamá se le borró lasonrisa. Las lágrimas le resbalaron de lanariz a la barbilla y me hicieronsentirme tan mal que lo escribí. A lospocos días, la profesora leyó miredacción en clase, y me gané unaestrella dorada de ella y las burlas detodos los demás. «Pichalarva», mepusieron.

Capítulo 2

Mañana es mi cumpleaños, y unasemana después empiezan las clases enmi nuevo colegio, la Escuela Primariade la Iglesia de Inglaterra en Ambleside.Está a unas dos millas de nuestra casa,así que papá me va a tener que llevar encoche. Aquí no es como en Londres. Nohay autobuses ni trenes por si estádemasiado borracho para salir. Jas diceque ella irá conmigo andando si noconseguimos que nos lleven, porque suescuela está como una milla más allá.Dijo «Por lo menos nos vamos a

quedar en los huesos» y yo me miré losbrazos y dije «Para los chicos estar enlos huesos no es bueno». A Jas no lesobra un gramo, pero come como unratón y se pasa horas leyendo lo quepone por detrás de los envases para verlas calorías. Hoy ha hecho una tarta parami cumpleaños. Ha dicho que era unatarta sana, con margarina en lugar demantequilla y casi sin azúcar, así que lomás probable es que sepa raro. Perotiene buena pinta. Nos la vamos a comermañana, y me dejan cortarla a mí porquees mi día.

He mirado antes en el buzón y nohabía nada más que un menú de la Casa

del Kebab, que he escondido paraahorrarle a papá el disgusto. Ningúnregalo de cumpleaños de mamá. Ni unatarjeta de felicitación. Pero todavíaqueda mañana. No se va a olvidar. Antesde que nos fuéramos de Londres, yocompré una tarjeta de Nos mudamos decasa y se la mandé a ella. Lo único queescribí dentro fue la dirección de la casay mi nombre. No sabía qué más poner.Ella está viviendo en Hampstead con eltipo aquel del grupo de apoyo. Se llamaNigel, y yo lo conocí en uno de esosactos conmemorativos en el centro deLondres. Con la barba larga y en plangreñas. La nariz torcida. Fumando en

pipa. Escribe libros sobre otros que hanescrito libros, cosa a la que no le veomucho sentido. Su mujer murió tambiénel 9 de septiembre. Puede que mamá secase con él. Puede que tengan una niña yla llamen Rose y entonces se olviden deltodo de mí y de Jas y de la primeramujer de Nigel. Me pregunto si de ellaencontrarían algún pedazo. Igual él tieneuna urna sobre la repisa de la chimeneay lo mismo le compra flores en suaniversario de boda. Eso a mamá no leharía ni pizca de gracia.

Roger acaba de entrar en mi cuarto.Le gusta enroscarse por la noche junto alradiador, al calorcito. Ese sitio a Roger

le encanta. En Londres lo teníamossiempre dentro de casa por el tráfico.Aquí puede campar a sus anchas, y hayun montón de animales que cazar en eljardín. En nuestra tercera mañanaencontré una cosa pequeña y gris ymuerta en el umbral de la puerta. Creoque era un ratón. Como no me sentíacapaz de cogerlo con los dedos busquéun trozo de papel, lo coloqué encimaempujándolo con un palo y lo tiré a labasura. Pero luego me sentí como uncanalla así que lo saqué de la basura ylo puse debajo del seto y lo cubrí conhierba. Roger soltó un maullido como sino se pudiera creer lo que yo estaba

haciendo, con el trabajo que le habíacostado. Le dije que las cosas muertasme ponen enfermo y me frotó el cuerpoanaranjado por la espinilla para que yosupiera que me había entendido. Esverdad. Los cadáveres me ponen delrevés. Está feo decirlo pero, si Rosetenía que morirse, me alegro de que laencontraran en pedazos. Habría sidomucho peor que estuviera debajo de latierra, rígida y fría, con exactamente elmismo aspecto que la niña de las fotos.Me imagino que mi familia fue feliz undía. En las fotos se ven un montón desonrisas y de ojos achinados, todosfruncidos como si alguien acabara de

contar un chiste buenísimo. En Londres,papá se pasaba horas contemplando esasfotos. Teníamos cientos, todas hechasantes del 9 de septiembre, y estabantodas revueltas en cinco cajasdiferentes. Cuatro años después de quemuriera Rose papá decidió ponerlas enorden, las más recientes primero y lasmás antiguas al final. Compró diezálbumes de esos pijos de cuero deverdad con letras doradas, y durantemeses se pasó las tardes enteras sinhablar con nadie ni hacer otra cosa quebeber y beber y pegar todas las fotos enel sitio que tocaba. Sólo que cuanto másbebía más le costaba pegarlas derechas

y la mitad de ellas tenía que volver acolocarlas al día siguiente.Probablemente fue por eso por lo quemamá empezó a tener El Affaire. Esa erauna palabra que yo les había oído a losdel East End y no habría esperadooírsela gritar a mi padre. Fue un flash. Amí no se me había ocurrido pensarlo, nisiquiera cuando mamá empezó a ir a lasreuniones de apoyo dos veces a lasemana, luego tres veces a la semana,luego cada vez que podía.

A veces, al despertarme, me olvidode que ella no está, y entonces meacuerdo y el corazón se me cae comocuando se te escapa un escalón o

tropiezas con un bordillo. Luego mevuelve todo de golpe y veo lo que pasóen el cumpleaños de Rose con muchaclaridad, como si mi cerebro fuera unode esos televisores de alta definiciónque mamá dijo que eran tirar el dinerocuando le pedí que comprara uno lasNavidades pasadas.

Jas llegó a su fiesta una hora tarde.Mamá y papá estaban discutiendo.«Christine me dijo que no estabas conella» decía papá cuando entré en lacocina. «La llamé para estar seguro».Mamá se desplomó en una silla quehabía justo al lado de los sándwiches, locual me pareció bastante inteligente

porque así podría ser la primera enelegir de qué lo quería. Los había deternera y de pollo, y unos amarillos queyo esperaba que fueran de queso y no demayonesa con huevo. Mamá llevaba unsombrero de fiesta, pero tenía la bocapara abajo y parecía uno de esospayasos tristes que se ven en el circo.Papá abrió la puerta de la nevera, cogióuna cerveza y cerró de un portazo. Habíaya cuatro latas vacías encima de la mesade la cocina. «Y entonces dónde naricesestabas» dijo. Mamá abrió la boca parahablar pero justo entonces mis tripashicieron un ruido muy fuerte. Ella pegóun brinco y los dos se volvieron hacia

mí. «Puedo comerme un hojaldre desalchicha» pregunté.

Papá gruñó y agarró un plato grande.Aunque estaba enfadado, cortó conmucho cuidado un trozo de tarta y lorodeó de hojaldres de salchicha ysándwiches y patatas fritas. Sirvió unvaso de granadina poniéndola biencargada, exactamente como a mí megusta. Cuando hubo terminado extendílas manos, pero pasó de largo ante mí endirección a la repisa de la chimenea delsalón. Yo me enfadé. Todo el mundosabe que las hermanas muertas no tienenhambre. Justo cuando estaba pensandoque mis tripas podrían comérseme vivo,

la puerta de la calle se abrió de golpe.«Llegas tarde», gritó papá, peroentonces mamá pegó un respingo. Jassonrió nerviosa, con un diamantesoltando destellos en su nariz y el pelomás rosa que el chicle. Yo le devolví lasonrisa pero entonces PAM se oyó unaexplosión, porque a papá se le habíacaído el plato al suelo, y mamá susurró«Pero hija, qué has hecho».

Jas se puso roja como una amapola.Papá gritó algo sobre Rose y señaló a laurna, salpicando toda la moqueta degranadina. Mamá se quedó sentada sinmoverse, con los ojos que se le ibanllenando de lágrimas fijos en la cara de

Jas. Yo me metí dos hojaldres desalchicha a presión en la boca y meescondí un bollo debajo de la camiseta.

«Vaya familia», escupió papá,mirando a Jas y luego a mamá, con unatristeza en la cara que yo no entendí. Lode Jas no era más que un peinado, y yono podía imaginarme qué había hechomal mamá. Roger estaba limpiando conla lengua la tarta de cumpleaños de lamoqueta. Soltó un bufido cuando papá loagarró por el pescuezo y lo lanzó haciael recibidor. Jas salió muy enfadada ypegó un portazo al meterse en su cuarto.Yo me las apañé para comerme unsándwich y tres bollos más mientras

papá limpiaba aquel desastre,recogiendo con manos temblorosas losrestos de la merienda de cumpleaños deRose. Mamá contemplaba la tarta de lamoqueta. «Toda la culpa la tengo yo»murmuró. Yo negué con la cabeza. «Perosi lo ha tirado él, no tú», le susurré,apuntando a las manchas de granadina.

Papá echó la comida en la basuracon tanta fuerza que retumbó el cubo. Sepuso a gritar otra vez. Ya empezaban adolerme los oídos así que me escapé dela cocina al cuarto de Jas. Estabasentada enfrente del espejo, jugueteandocon su pelo rosa. Le di el bollo que mehabía escondido en la camiseta. «Te

queda estupendo» le dije, y eso la hizollorar. Las chicas son raras.

Después de la fiesta, mamá loadmitió todo. Jas y yo nos quedamos allísentados en su cama, escuchando.Tampoco es que fuera muy difícil. Mamálloraba. Papá gritaba. Jas tenía los ojoscomo dos grifos, pero yo los tenía secos.«AFFAIRE», decía papá, una y otra vez,como si gritándolo las veces suficientespudiera borrarlo. Mamá dijo «No loentiendes» y papá dijo «Y supongo queNigel sí» y mamá dijo «Pues mejor quetú. Hablamos. Me escucha. Me hace…»pero papá la interrumpió, maldiciendo avoces.

Se pasaron así un montón de tiempo.A mí se me durmió el pie izquierdo.Papá no paraba de hacer preguntas.Mamá lloraba más fuerte todavía. Él lallamó «Mentirosa» y dijo «Me hasengañado y Esto ya es la guinda delpuñetero pastel», con lo que me dieronganas de comerme otro bollo. Mamáintentó contestarle. Papá gritaba más queella. «Es que no le has hecho yasuficiente daño a esta familia» rugió.El llanto paró de pronto. Mamá dijoalgo que no pudimos oír. «Qué» dijopapá horrorizado. «Qué has dicho».

Pasos en el pasillo. La voz de mamáotra vez, bajito, justo delante de la

puerta de Jas. «Ya no puedo seguir conesto» repetía, y sonaba como si fueramuy vieja. Jas me agarró la mano. «Creoque es mejor que me vaya». Los dedosme dolían de lo que Jas me los estabaapretando. «Mejor para quién»preguntó papá. «Mejor para todos»respondió mamá.

Entonces le tocó a papá llorar. Lesuplicó a mamá que se quedara. Sedisculpó. Se puso delante de la puertade la entrada bloqueándola pero mamále dijo «Apártate de mi camino». Papále pidió otra oportunidad. Prometióesforzarse más, dejar lo de las fotos,conseguir un trabajo. Dijo «Ya he

perdido a Rose y no podría soportarperderte a ti también» mientras mamásalía a la calle. Papá gritó «Tenecesitamos» y mamá dijo «No tantocomo yo a Nigel». Y cuando se marchó,papá dio tal puñetazo en la pared que serompió un dedo y tuvo que llevarlovendado cuatro semanas y tres días.

Capítulo 3

El cartero no ha pasado. Son las diezy trece minutos y llevo ciento noventa ysiete minutos teniendo una década. Heoído un ruido en la puerta hace unsegundo pero no era más que el lechero.En Londres teníamos que ir a buscarnosotros la leche. Siempre nosquedábamos sin, porque elsupermercado estaba a un cuarto de horaen coche y papá se negaba a ir a latienda de nuestra calle, que era de unosmusulmanes. Yo me acostumbré acomerme los cereales solos pero mamá

se quejaba si no podía tomarse un té.Hasta el momento los regalos no han

sido nada del otro mundo. Papá me haregalado unas zapatillas de fútbol unnúmero y medio más pequeñas que mipie. Las llevo puestas ahora mismo y escomo tener el dedo gordo cogido en unatrampa para ratones. Al principio se hapasado dos horas sonriendo cuando melas he puesto. Yo no quería decirle queme están pequeñas porque seguro que hatirado el tíquet. He hecho como si mequedaran bien. De todas formas no suelotener suerte con los equipos de fútbolasí que tampoco tendré que ponérmelasmucho. En mi escuela de Londres lo

intenté todos los años, pero nunca mecogieron, salvo una vez que el porteroestaba enfermo y el señor Jackson mepuso a mí a parar los goles. Le dije apapá que viniera y me alborotó el pelocomo si estuviera orgulloso. Perdimospor trece a cero, pero sólo seis de losgoles fueron por mi culpa. Empecé elpartido hecho polvo porque papá nohabía venido, pero al final me parecióun alivio.

Rose me ha comprado un libro.Como siempre, su regalo estaba junto ala urna cuando entré en el salón. Medieron unas ganas tremendas de echarmea reír al verlo ahí, y me imaginé que a la

urna le salían brazos y piernas y cabezay se iba a la tienda a comprar el regalo.Pero como papá me estaba mirando consu mirada seria rompí el papel y traté deque no se me notara la decepción aldarme cuenta de que ya lo había leído.Leo un montón. En Londres solía ir a labiblioteca del colegio a la hora decomer. Los libros son mejores amigosque las personas decía el bibliotecario.A mí no me lo parece. Luke Branston fuemi amigo durante cuatro días cuando seenfadó con Dillon Sykes por romperlesu regla del Arsenal. Se sentó conmigoen el comedor y jugamos a las TopTrumps en el patio y nadie me llamó

Pichalarva durante casi una semanaentera.

Jas me está esperando abajo. Vamosa ir al parque a jugar al fútbol dentro deun segundo. Le ha preguntado a papá siquiere venir también. «Vente, y así ves aJamie probando sus zapatillas nuevas»le ha dicho, pero papá no ha hecho másque gruñir y encender la tele. Parecíaque tenía resaca. Como era de esperar,he encontrado otra botella de vodkavacía en la basura cuando he ido amirar. Jas me ha susurrado «Tampocohace ninguna falta que venga» y luegoha gritado «Vámonos a jugar» como sifuera la cosa más emocionante del

mundo.Jas acaba de dar un grito por la

escalera para ver si estoy ya preparado.Le he gritado «Casi» pero no me hemovido del alféizar. Quiero esperar alcartero. Normalmente viene entre lasdiez y las once. No creo que mamá sevaya a olvidar. Los cumpleañosimportantes es como si estuvieranescritos en el cerebro con esa tintaimborrable que los profesores a vecesusan por error en la pizarra blanca. Peropuede que mamá haya cambiado ahoraque vive con Nigel. A lo mejor Nigeltambién tiene niños y mamá ahora de loque se acuerda es de sus cumpleaños.

Lo que está claro es que la abuelame va a regalar algo, aunque mamá nome regale nada. La abuela vive enEscocia, que es de donde es papá, ynunca se olvida de nada aunque tieneochenta y un años. Me gustaría quepudiéramos verla más, porque es laúnica persona a quien papá le tienemiedo y yo creo que ella es la única quepodría hacerle dejar de beber. Papánunca nos lleva a verla, y ella esdemasiado vieja para conducir, así queno puede venir a visitarnos. Yo creo queyo me parezco un montón a la abuela.Ella tiene el pelo de color zanahoria ypecas y yo tengo el pelo de color

zanahoria y pecas, y ella es tan duracomo yo. En el funeral de Rose,quitándome a mí, ella fue la únicapersona de toda la iglesia que no lloró.O por lo menos eso es lo que me hacontado Jas.

El parque está a una milla dedistancia, y fuimos echando una carreracasi hasta allí. Yo sabía que Jas estabaintentando quemar calorías. A vecescuando estamos viendo la tele se pone amover una pierna de arriba para abajosin ningún motivo y todos los díasdespués del colegio hace cientos de

abdominales. Estaba muy graciosa consu abrigo largo oscuro y el pelo tan rosa,corriendo por delante de un montón deovejas que la miraban y decían «Beee».Yo seguía pendiente de ver al carteroporque ya eran casi las once y cuandosalimos de casa todavía no habíapasado.

Al llegar al parque había tres niñasen los columpios y se quedaronmirándonos cuando entramos. Nospusieron cara de tan malas pulgas que yome quedé parado junto a la entrada másrojo que una amapola. A Jas le dio igual.Corrió derecha hacia ellas y se subió enun columpio, de pie en el asiento con sus

botas negras como el carbón. Las niñasla miraban como si fuera un alien, peroJas se puso a columpiarse altísimo yfortísimo y sonreía al cielo como si nadaen el mundo pudiera achantarla.

Lo de Jas es más bien la música asíque me resultó fácil ganarle, siete a dos.Mi mejor tiro fue una volea con el pieizquierdo. Jas piensa que este año mevan a coger en el equipo. Dice que miszapatillas tienen magia y que con ellasvoy a ser tan bueno como WayneRooney. Los dedos de los pies mehormigueaban como si de verdadtuvieran magia, y por un instante llegué apensar que Jas tenía razón hasta que me

di cuenta de que se me había cortado lacirculación y se me estaban poniendolos pies morados. Jas dijo «No será quete están pequeñas las zapatillas» y yodije «Qué va me están perfectas».

De camino hacia casa yo iba todoemocionado. Jas seguía dale que te pegocon lo de hacerse más piercings pero yono podía pensar más que en el felpudodel recibidor de casa. Me lo imaginabacon un paquete encima. Un paquetegordo con una tarjeta de fútbol pegadacon celo en el alegre papel de envolver.Nigel no la habría firmado pero mamáme habría puesto dentro un montón debesos.

Al empujar la puerta de la calle medi cuenta de que algo no iba bien. Semovió hacia dentro con toda facilidad.Al principio no me atrevía a mirar alsuelo y me esforcé en pensar en lo quesuele decir la abuela. «Las cosasbuenas vienen siempre en paquetespequeños». Traté de imaginarme todoslos regalos pequeños que podría habermandado mamá y que tampoco estaríanmal aunque no bloquearan la puerta.Pero a saber por qué la única cosapequeña en la que lograba pensar era elratón muerto de Roger y como me poníaenfermo paré.

Bajé la vista al felpudo. Había una

tarjeta. Reconocí en el sobre los girosde la letra de la abuela. Aunque sabíaperfectamente que debajo no había nada,tanteé igual la tarjeta con la punta delpie, no fuera a ser que mamá me hubieramandado un regalo enano de verdad,como una chapa del Manchester Unitedo una goma de borrar o algo.

Noté que Jas me estaba mirando.Levanté la vista hacia ella. Una vez vi aun perro corriendo hacia una carreterallena de coches y me quedé con lacabeza hundida hasta las orejas entre loshombros y las cejas arrugadas mientrasesperaba el choque. Así estaba Jasmientras yo revisaba el felpudo. Me

agaché rápidamente y abrí el sobre de laabuela, y me reí demasiado fuerte al verlas veinte libras que cayeronrevoloteando hasta la moqueta. «Piensaen todas las cosas chulas que te puedescomprar con ese dinero» dijo Jas, y mealegré de que no me preguntara cuálesporque tenía en la garganta un nudogrande como el mundo.

Oímos en el salón el clac-psst deuna lata que se abría, y Jas tosió paraque no se notara tanto que papá estababebiendo el día de mi cumpleaños.«Vamos a tomar un poco de tarta» dijo,empujándome hacia la cocina. Como nohabía ninguna vela clavó un par de

varitas de incienso de esas suyas en elbizcocho. Yo cerré muy fuerte los ojos ydeseé que el regalo de mamá llegarapronto. Deseé que fuera el paquete másgrande del mundo, tan grande que elcartero se deslomara al traerlo. Luegoabrí los ojos y vi a Jas sonriéndome. Mesentí un poco egoísta así que añadí Y porfavor que Jas consiga hacerse unpiercing en el ombligo antes de cogeraire con todas mis fuerzas. Había humopor todas partes pero fue imposibleapagar las varitas de un soplido así quemis deseos no se van a cumplir.

Corté la tarta con todo el cuidadoque pude porque no quería estropearla.

Sabía a buñuelos de los del rosbif.«Está deliciosa» dije y Jas se rió. Ellasabía que estaba mintiendo. Gritó«Papá, quieres un poco» pero no huborespuesta. Luego me dijo «No te sientesmás viejo» y yo dije «No porque nadaha cambiado». Por más que hayacumplido una década, sigo sintiéndomeigual que cuando tenía nueve años. Soyel mismo que era en Londres. Jas es lamisma. Y papá también. Todavía no haaparecido por la obra, y eso que en estasdos semanas el tipo le ha dejado cincomensajes en el contestador.

Jas mordisqueó una esquinita de untrozo enano de tarta y me preguntó si

quería que me diera su regalo. Cuandoabrimos la puerta de su cuarto lascampanillas tintinearon. Me dijo «Estásin envolver» y me tendió una bolsablanca de plástico. Dentro había uncuaderno de dibujo y unos lápices muychulos, los más bonitos que he visto enmi vida. «Te dibujo a ti lo primero» ledije.

Sacó la lengua y se puso bizca.«Vale, pero me tienes que dibujar así».

Después de comer vimosSpiderman. Es la película que más megusta del mundo y la vimos sentados ensu cuarto con las cortinas cerradas yenvueltos en el edredón, aunque no era

más que media tarde. Roger se meacurrucó en el regazo. En realidad es migato. Yo soy quien se ocupa de él. Antesera de Rose. Ella suplicó y suplicó quese lo compraran y cuando cumplió sieteaños, mamá accedió. Metió el gato enuna caja y le pegó un asa encima ycuando Rose abrió el regalo dio un gritode alegría. Mamá me ha contado esahistoria como un millón de veces. No sési es que se le olvida que ya me la habíacontado o si es que le gusta volver acontarla, pero como eso la hace sonreírno digo nada y la dejo que termine. A míme encantaría que mamá me mandaraalgún bicho por mi cumpleaños. Lo

mejor sería una araña porque a lo mejorme picaba y así yo tendría poderesespeciales como Spiderman.

Cuando bajé las escaleras despuésde la película, no quedaba casi tarta. Enla bandeja había solamente un trozo,pero no era un triángulo bien cortaditocomo los míos. Estaba todo deshecho.Fui al salón y me encontré con papároncando en el sofá con la papada llenade migas. En el suelo había tres latas decerveza vacías y apoyada contra uncojín una botella de vodka. Seguro queestaba tan borracho que ni siquiera sehabía dado cuenta de que la tarta sabíararo. Ya me iba a volver para arriba

cuando de pronto me fijé en mi hermanasobre la repisa de la chimenea. Junto ala urna había un pedazo de tarta y eso nosé por qué hizo que se me cruzaran deverdad los cables. Me dirigí hacia Rosey a pesar de que sé que está muerta y nooye una sola palabra de lo que decimos,murmuré «Es mi cumpleaños, no eltuyo» y me metí el pedazo entero en laboca.

Dos días más tarde, yo estaba en eljardín de atrás dibujando un pez quehabía en el estanque y tratando de noescuchar si pasaba o no el cartero. Me

había dicho a mí mismo una y otra vezque mi regalo no iba a llegar nunca, peroen cuanto oí pasos en el camino de casa,corrí adentro. Unas cuantas cartascayeron sobre el felpudo. Nada demamá. Pero entonces se oyeron unosgolpecitos en la puerta y la abrí tanrápido que el cartero pegó un brinco.Dijo «Un paquete para JamesMatthews» y las manos me temblaron alcoger el envoltorio. El cartero dijo«Firma aquí» con voz de aburrido,como si no entendiera que estabaocurriendo algo increíble. SintiéndomeWayne Rooney, estampé mi firma enplan garabato como si fuera un

autógrafo. Entonces el cartero dio mediavuelta y se marchó, lo cual fue un alivio.Por un instante temí que, si de verdadmis deseos se cumplían, estuvieradeslomado.

Me llevé mi regalo arriba pero mepasé diez minutos sin abrirlo. Ladirección estaba en mayúsculas muybien hechas. Recorrí con el dedo lasletras por el papel marrón y me imaginéa mamá escribiendo mi nombre con laletra más bonita posible. Entonces depronto ya no pude seguir esperando ni unsegundo más y rompí el papel deenvolver, lo hice un gurruño y lo tiré alsuelo. Dentro había una caja normal que

no hacía pensar en nada. A Rose legustaban las cajas, me lo dijo una vezpapá, jugaba a que eran navesespaciales y castillos y túneles. Dijo quecuando era niña prefería las cajas a losregalos.

Pero como yo no soy Rose suspiréaliviado al ver que algo chocaba contrael cartón al sacudir la caja. Me notaba elcorazón como uno de esos conejos quese ven por el campo a la luz de los farosdel coche. Al principio se quedó comoparalizado, demasiado asustado paramoverse, pero luego se arrancó de golpey se puso a dar saltos a toda velocidad.Dentro de la caja había una tela azul y

roja. La volqué sobre la cama con unasonrisa de esas que se te cuelgan de lasorejas como las hamacas de laspalmeras. La tela era suave y pordelante tenía bordada una araña grande ynegra y amenazadora. Me puse lacamiseta de Spiderman y me miré alespejo. Jamie Matthews habíadesaparecido. En su lugar había unsuperhéroe. En su lugar estabaSpiderman.

Si hubiera llevado puesta micamiseta nueva en el parque, no mehabría achantado ante aquellas niñas.Habría corrido detrás de Jas y me habríasubido de un salto a un columpio,

aterrizando con un solo pie como si talcosa. Me habría columpiado más alto ymás fuerte de lo que jamás se hayacolumpiado nadie y luego habría saltadodel columpio y habría volado por losaires y esas niñas habrían dicho «Hala».Entonces yo me habría reído acarcajadas en plan «JAJAJAJAJA» y lomás probable es que hubiera soltadoalguna palabrota o algo. No me habríaquedado a diez metros de distancia todocolorado y temblando como un cobarde.

La tarjeta era de un jugador de fútbolcon el uniforme del Arsenal. Mamádebió de pensar que era del Manchesterporque los dos van de rojo. Dentro

había escrito Para mi hombrecito en sudécimo cumpleaños. Que lo pases muybien, besos de mamá y debajo trescruces a modo de besos. Pensé que yano podía ponerme más contento hastaque vi la posdata al final. Estoydeseando verte muy pronto con tucamiseta puesta.

Repetí esa frase una y otra vez ytodavía me está dando vueltas por lacabeza, como un perro que se persiguela cola. Estoy sentado en el cojín junto ala ventana y Roger está ronroneando.Sabe que hoy ha sido un buen día. Lasestrellas nunca habían estado tanbrillantes y parecen cientos de velas

sobre una tarta negra. Aunque pudieraapagarlas de un soplo, no podría desearnada más. Ha sido un día perfecto.

Me pregunto si mamá habráreservado ya el billete de tren. O a lomejor Nigel tiene coche y se lo presta,aunque no creo que a ella le apetezcavenirse hasta aquí conduciendo por laautopista. No le gustan nada los atascosy en Londres va andando a todas partes.Pero de alguna manera tendrá que venirporque seguro que quiere verme antes deque empiecen las clases para decirme«Buena suerte» y «Pórtate bien» ytodas esas cosas de las madres. Lo quees seguro es que quiere verme con mi

camiseta nueva. No me la pienso quitarhasta que venga, por si acaso. Voy adormir también con ella porque lossuperhéroes nunca bajan la guardia yporque es posible que ella llegue tardesi se retrasa el tren o hay atasco. Puedeque no sea esta noche o mañana, nipasado mañana, pero si mamá dice Muypronto es que va a ser Muy pronto, y yoquiero estar preparado para cuandovenga.

Capítulo 4

Mi profesora me hizo sentarme allado de la única musulmana de laescuela. Dijo «Esta es Sunya» y se mequedó mirando al ver que yo no mesentaba. Los ojos de la señora Farmerno son de ningún color. Son más pálidosque el gris. Parecen televisores malsintonizados en los que todo se veborroso. Tiene una verruga en labarbilla y del centro le salen dos pelosrizados. No le costaría muchoquitárselos. A lo mejor es que no sabeque los tiene. O a lo mejor a ella le

gustan. «Hay algún problema» dijo laseñora Farmer y toda la clase se volviópara mirarme. Yo quería gritar «Losmusulmanes mataron a mi hermana»pero tampoco me pareció lo másadecuado antes de haber dicho «Hola» o«Me llamo Jamie» o «Tengo diezaños». Así que me senté justo al bordede la mesa y traté de no mirar haciaSunya.

Papá se pondría como un loco si losupiera. El cree que lo mejor dehabernos ido de Londres es que noshemos alejado de los musulmanes. «Enel Distrito de los Lagos no hay ni unextranjero de esos» dijo. «Nada más

que británicos de verdad que se ocupande sus propios asuntos». En FinsburyPark los había a miles. Las mujeresllevaban por la cabeza esas telas queparecía que se habían disfrazado defantasmas sin esperar a Halloween. Alfinal de la calle en la que estaba nuestropiso había una mezquita y los veíamos atodos ir a rezar. Yo tenía un montón deganas de echarle un ojo por dentro, peropapá me dijo que ni se me ocurrieraacercarme.

Mi nueva escuela es enana. Estárodeada de montañas y de árboles y pordelante de la puerta principal pasa unarroyo de modo que cuando estás en el

patio se oye un gluglú como cuando elagua, se va por el desagüe. Mi escuelade Londres estaba en una calleimportante y lo único que se oía, se veíay se olía era el tráfico.

Cuando hube sacado el estuche, laseñora Farmer dijo «Bienvenido anuestra escuela» y todo el mundoaplaudió. Dijo «Cómo te llamas» y yodije «Jamie» y ella dijo «De dóndevienes» y alguien murmuró «Del país delos pringaos» pero yo dije «DeLondres». La señora Farmer dijo que aella le encantaría ir de excursión aLondres pero que estaba demasiadolejos para ir en coche y de pronto se me

encogió el estómago porque me parecióque mamá estaba a miles de millas dedistancia. Dijo «Todavía no nos hallegado de tu antigua escuela tuexpediente, así que por qué no noscuentas algo interesante de ti». No seme ocurría absolutamente nada quedecir. Así que la señora Farmer dijo«Cuántos hermanos sois» y tampoco fuicapaz de responderle a eso porque nosabía si Rose contaba o no. Todo elmundo se echó a reír y la señora Farmerdijo «Chissst, niños» y luego mepreguntó «Bueno, tienes algún animal».Yo dije «Tengo un gato que se llamaRoger». La señora Farmer sonrió y dijo

«Sí señor, Roger es un nombre preciosopara un gato».

Primero tuvimos que escribir dospáginas con el título de MisMaravillosas Vacaciones de Veranoponiendo especial cuidado en colocarbien en su sitio los puntos y lasmayúsculas. Eso resultaba bastante fácilpero pensar en algo maravilloso queescribir ya era más difícil. VerSpiderman y recibir el regalo de mamáy el de Jas eran las únicas cosas buenasque me habían ocurrido en todo elverano. Las escribí y me ocuparon casiuna página entera porque hice una letraenorme. Luego me senté a contemplar mi

cuaderno pensando que ojalá tuvieraalgo que escribir sobre helados oparques temáticos o la playa y el mar.

«Os quedan cinco minutos» dijo laseñora Farmer sorbiendo su café ymirándose el reloj. «Todos deberíais sercapaces de escribir al menos dospáginas y alguno puede que hastallegue a tres». Un niño levantó la vistahacia ella. La señora Farmer le guiñó unojo y el niño se hinchó como un pavo.Luego se inclinó tanto sobre el pupitreque casi lo tocaba con la nariz y se pusoa escribir a toda velocidad, y laspalabras salían volando a miles de subolígrafo para describir sus

maravillosas vacaciones.«Os quedan tres minutos» dijo la

señora Farmer. A mí el bolígrafo se mehabía quedado pegado en el principio dela segunda página y se me hizo un borrónde tinta porque me pasé siete minutos sinmoverlo de ahí.

«Invéntatelo». Esa palabra sonó enun susurro tan suave que creí que habíasido mi imaginación. Miré a Sunya y losojos le brillaban como charcos al sol.Los tenía de un marrón oscuro casinegro, y llevaba en la cabeza un veloblanco que se la cubría toda enteramenos un pelo. Ese pelo flotaba muycerca de su mejilla y era negro y liso y

brillante como un hilo de regaliz. Ellaera zurda y llevaba en la muñeca seispulseras que hacían ruido al escribir.«Invéntatelo» dijo otra vez y luego mesonrió. Sus dientes resultaban muyblancos al lado de su piel morena.

Yo no sabía qué hacer. Losmusulmanes habían matado a mihermana pero yo no quería meterme enlíos en mi primer día de clase. Puse carade que el consejo de Sunya me parecíauna chorrada pero justo entonces laseñora Farmer gritó «Dos minutos paraterminar». Así que me puse a escribirtodo lo deprisa que pude, inventándomemontañas rusas rapidísimas y viajes a la

playa y búsquedas de cangrejos pordonde el agua se queda entre las rocas.Describí cómo se partía mamá de risacuando las gaviotas intentaroncomérsele el pescado con patatas fritasy cómo papá me había construido elcastillo de arena más grande del mundoentero. Puse que era tan grande quecabía toda mi familia dentro pero esosonaba a inventado así que lo taché.Dije que Jas se había quemado con elsol pero que Rose había cogido un buenmoreno. Me detuve durante unamilésima de segundo antes de escribiraquel final porque, aunque todo lodemás era mentira, aquello era la

mentira más gorda de todas. Peroentonces la señora Farmer gritó«Quedan sesenta segundos» y mibolígrafo corrió por la hoja y antes deque pudiera darme cuenta había escritoun párrafo entero sobre Rose.

La señora Farmer gritó «Se acabó eltiempo». Dijo «A quién le apeteceleernos a todos lo que ha escrito de susvacaciones» y la mano de Sunya sedisparó hacia arriba y sus pulserashicieron un tintineo como el de laspuertas de las tiendas. La señora Farmerla señaló a ella y luego al niño hinchadocomo un pavo y luego a otras dos niñasy luego a mí, aunque yo no había

levantado la mano. Yo quería decirle«No gracias» pero las palabras se mequedaron pegadas a las amígdalas. Alver que no me movía, me dijo «VengaJames» con un tono de irritación quehizo que me pusiera de pie y meencaminara hacia la pizarra. Me parecióque los zapatos me pesaban más de lonormal y alguien señaló la mancha quellevaba en la camiseta de Spiderman.Los Chocopops dejan la lechechocolatosa y eso para beber está muybien pero cuando se te cae encima es undesastre.

El primero que leyó su redacción fueel niño y siguió leyendo y leyendo y la

señora Farmer dijo «Cuántas páginashas escrito, Daniel» y Daniel dijo «Tresy media» con los ojos casi saliéndoselede las órbitas y la cara reventándole deorgullo. Luego una niña que se llamabaAlexandra y una niña que se llamabaMaisie describieron sus vacaciones, queestaban llenas de fiestas y de cachorritosnuevos y de viajes a París. Luego le tocóel turno a Sunya.

Se aclaró la garganta. Los ojos se leestrecharon hasta quedarse en dos rayasbrillantes. «Tenían que haber sido unasvacaciones maravillosas» dijo. Hizouna pausa teatral y paseó la mirada porla clase. Fuera se oyó un camión que

pasaba retumbando. «En la página webel hotel parecía precioso. Estaba en unbonito bosque, sin ninguna otra casaen varias millas a la redonda. Un sitioperfecto para descansar, dijo mi madre.No podía haberse equivocado más».Daniel puso cara de ya estamos con lomismo de siempre. «La primera nocheno pude dormir porque había tormenta.Oía un toc toc toc en mi ventana ypensé que no sería más que el vientoque movía alguna rama. Pero tampocoparó cuando dejó de haber viento, asíque salté de la cama y abrí lascortinas». De pronto Sunya gritó contodas sus fuerzas y la señora Farmer

estuvo a punto de caerse de la silla.Luego Sunya hablando todo lo rápidoque podía dijo «En lugar de una ramavi que era la mano de un muerto dandogolpes en la ventana y entoncesapareció una cara sin dientes y conmuy poco pelo y dijo Niña déjameentrar, déjame entrar. Así que…»

La señora Farmer se puso de pie conla mano sobre el pecho. «Muyentretenido como siempre, Sunya.Muchas gracias». Sunya parecíamolesta porque no la hubiera dejadoseguir leyendo hasta el final. Entoncesme tocó a mí. Lo largué lo más rápidoque pude, farfullando cada vez que

hablaba de Rose. Me sentía culpable porcontarle a todo el mundo que la pobrehabía estado divirtiéndose en la playacuando en realidad donde había estadoera en una urna encima de la repisa deuna chimenea. «Qué edad tienen tushermanas» preguntó la señora Farmer.«Quince años» respondí. «Ah, es queson gemelas» dijo ella, como si esofuera lo mejor del mundo. Yo asentí yella dijo «Qué encanto». La cara se mepuso exactamente del color del rotuladorfluorescente rosa. Sunya se me quedómirando un rato demasiado largo. Yosabía que se estaba preguntando quéparte de aquella historia sería inventada,

y eso me puso tan nervioso que lesostuve la mirada. En lugar desonrojarse, ella sonrió con su gransonrisa blanca y me guiñó el ojo como sicompartiéramos un secreto.

«Excelente» dijo la señora Farmer.«Ahora estáis todos un paso más cercadel Cielo». Daniel asintió, aunque a míaquello me pareció una tontería.Nuestras redacciones no estaban malpero tampoco creo que fueran aimpresionar al mismísimo Cristo. Peroentonces la señora Farmer se inclinósobre su mesa y vi por primera vez elmural que tenían expuesto. Había quincenubecillas blancas subiendo en diagonal

por la pared. En la esquina de arriba ala derecha estaba la palabra CIELO conletras recortadas en cartulina dorada. Enla esquina de abajo a la izquierda habíatreinta ángeles, cada uno con un enormepar de alas plateadas. En el ala derechade cada ángel estaba escrito el nombrede uno de la clase. Los ángelesparecerían bastante más benditos si noles hubieran clavado las chinchetas en lacabeza. Con su mano regordeta, laseñora Farmer trasladó mi ángel hasta laprimera nube. Luego hizo lo mismo conlos ángeles de Alexandra y de Maisie,pero al ángel de Daniel lo hizo pasarvolando por encima de la primera nube

y lo posó en la nube número dos.A la hora de comer intenté hacerme

algún amigo. Aquí no quiero que mepase como en Londres. En mi antiguaescuela todos me llamaban Nenazaporque me gusta dibujar, Cerebrínporque soy inteligente y Bicho raroporque me cuesta hablar con gente aquien no conozco. Esta mañana Jas meha dicho «Es importante que te hagasamigos esta vez», y su forma dedecírmelo me ha hecho sentirmeincómodo, como si ella supiera que enLondres me pasaba los recreos en labiblioteca en lugar de en el patio.

Me di una vuelta buscando alguien

con quien pudiera hablar. Sunya era laúnica que estaba sola. Los demás de miclase estaban todos sentados en lahierba en un grupo grande. Las niñasestaban haciendo cadenetas demargaritas y los niños le daban patadasa un balón. Yo tenía más ganas de jugarque de ninguna otra cosa en el mundopero no me atrevía a preguntarles sipodía jugar con ellos. En vez de eso, metumbé allí cerca fingiendo que estabatomando el sol con la esperanza de quealguno de los chicos viniera a llamarme.Cerré los ojos y escuché el gorgoteo delarroyo y las risas de los niños y loschillidos de las niñas cuando el balón

les caía demasiado cerca.Pensé que una nube debía de haber

cubierto el sol porque de pronto mequedé en sombra. Miré hacia arriba y loúnico que vi fueron dos ojos brillantes yuna piel morena y un pelo que se mecíasuavemente con la brisa. Dije «Vete» ySunya dijo «Qué amable» y se dejó caera mi lado con una sonrisa de oreja aoreja. Le dije «Qué quieres» y ella dijo«Hablar un momentito con Spiderman»y entonces abrió la palma de la mano,sorprendentemente rosada, y en ellatenía un anillo hecho de Blue-Tack.

«Yo también lo soy» me susurró,echando una mirada alrededor para

asegurarse de que nadie nos estabaoyendo. Habría preferido ignorarla perome sentí intrigado así que dije «Queeres qué exactamente» y a continuaciónbostecé a propósito para hacer comoque me daba igual la respuesta. «Comosi no se notara» dijo ella, señalando elvelo que le cubría la cabeza y loshombros. Me incorporé de un salto.Debía de haberme quedado con la bocaabierta porque se me coló una moscadentro y se me posó en la lengua. Mepuse a toser y a escupir y Sunya se rió.«Somos lo mismo» dijo, y yo grité «Deeso nada». Daniel nos miró desde elgrupo que estaba en la hierba. «Toma»

sonrió ella, tendiéndome el anillo. Yome arrastré hacia atrás de rodillas ysacudí la cabeza. Estaba claro queaquello debía ser algún tipo de tradiciónmusulmana, aunque nadie nos habíacontado nada de ningún intercambio deanillos de Blue-Tack cuando estudiamoslo que era el Ramadán en el colegio.«Venga» dijo moviendo ante mí el dedocorazón de la mano derecha. Teníaalrededor una fina línea de Blue-Tack,con una pequeña piedra marrón pegadaencima como un diamante. Dijo «Lamagia no funciona si no te lo pones tútambién» y yo dije «A mi hermana se lacargó una bomba» y me puse de pie de

un salto y salí corriendo.Por suerte una señora gorda que se

encargaba de supervisar el comedortocó el silbato así que seguí corriendohasta la clase. Cuando me senté en misilla, el cerebro me palpitaba contra loshuesos del cráneo y necesitaba beberagua. Mis manos dejaban marcas desudor sobre la mesa. Se oyeron risas enel pasillo cuando entró el grupo de losque estaban en la hierba. Cada uno deellos llevaba una cadeneta de margaritasalrededor de la muñeca. Los chicosincluidos. Y aunque estaban ridículos,me dieron ganas de tener yo también unapulsera de flores. Sunya entró la última,

sin nada en la muñeca igual que yo.Sonrió al verme y aleteó con los dedosdelante de mi cara, luciendo el anillo deBlue-Tack en el dedo corazón.

Dimos un poco de Matemáticas yacabamos con Geografía. No miré aSunya ni una vez. Me sentía confundidoy disgustado, como si hubieratraicionado a papá. Por más que soyblanco de piel y tengo acento inglés ypienso que está mal cargarse a lashermanas de la gente, algo tenía quehaber hecho para que Sunya estuvieratan convencida de que me interesabanlas joyas musulmanas.

La profesora dijo «Recoged

vuestras cosas» y me fui a guardar milibro de Geografía en mi taquilla nueva.En la parte de delante pone JamesMatthews y al lado de mi nombre hayuna foto de un león que me hizo pensaren el león de estrellas del cielo. Abrí mitaquilla y vi algo blanco y pequeñodebajo de mi libro de Lengua. Pétalos.Levanté la vista y vi a Daniel que mesonreía. Asintió con la cabeza y señalócon el dedo, animándome a mirar mejor.Moví el libro de Lengua hacia un lado yel corazón me dio un vuelco. Una cadenade margaritas. Daniel levantó lospulgares. Yo le devolví el gesto con lasmanos temblorosas y de pronto no me

aguantaba de ganas de llegar a casa paracontarle a Jas cómo me había ido el día.A mi lado apareció Sunya, examinandola pulsera con un gesto extraño en lacara. Celos. La cogí con mucho cuidado,muriéndome por ponérmela en lamuñeca, pero se me deshizo entre losdedos. Daniel se echó a reír. El corazónvolvió a estrellárseme contra el pechohaciéndome un agujero negro por el quemi felicidad se derramó por todo elsuelo de la clase. No era una pulsera.No había sido en ningún momento unapulsera: sólo un puñado de floresaplastadas. Y Sunya no estaba celosa.Estaba enfadada. Clavó en Daniel la

mirada de sus ojos brillantes brillantes ytodos los destellos se habían vueltoafilados como cristales rotos.

Daniel le dio unos golpecitos en elhombro a un niño que se llamaba Ryan.Le dijo algo al oído. Me miraronsonriendo y levantaron los pulgares.Soltaron unas risitas y salieron de laclase. Yo habría deseado que el león deestrellas del cielo cayera sobre ellos yles arrancara la cabeza de un mordisco.

«El anillo te protegerá» susurró depronto Sunya y yo pegué un brinco de unmillón de metros. En la clase noquedaba nadie más que nosotros. «Esparte de su magia». Dije «Yo no

necesito protección» y Sunya se rió.«Hasta Spiderman necesita un poco deayuda de vez en cuando». El sol entrabapor la ventana y se reflejaba en el velode Sunya, y por una milésima desegundo pensé en cosas puras comoángeles y halos y coberturas glaseadas.Pero entonces la imagen de la cara depapá se apoderó de mi mente y aplastócualquier otro pensamiento. Me loimaginaba perfectamente con los ojosentornados y los labios apretadosdiciendo «Los musulmanes haninfectado este país igual que unaenfermedad», cosa que no es del todocierta. No son contagiosos ni te llenan

de granos rojos como la varicela, y porlo que he podido comprobar no dan nifiebre.

Di un paso hacia atrás y luego otro yme choqué con una silla porque no podíadespegar los ojos de la cara de Sunya.Cuando llegué a la puerta, ella dijo«Pero es que no lo entiendes» y yo dije«No». Entonces se quedó callada y yome temí que ahí se había acabado laconversación. Suspiré como si ella fuerala persona más aburrida del mundoentero y le volví la espalda como parairme. Entonces dijo «Pues deberíasentenderlo porque somos lo mismo».Paré de andar y le hablé claro. «Yo no

soy musulmán». La risa de Sunyatintineó igual que sus pulseras. «No»dijo, «pero eres un superhéroe». Mequedé patidifuso. Si ya tenía los ojosredondos como canicas se me pusieroncomo bolas de billar. Con su dedomoreno, señaló al velo que llevaba en lacabeza y que le bajaba por la espalda.«Spiderman, yo soy la Chica M». Luegose acercó a mí y me tocó la mano, yantes de que yo pudiera apartarla ya sehabía ido. Con la boca seca y los ojosredondos como planetas contemplé aSunya que corría por el pasillo, y porprimera vez me di cuenta de que el veloque revoloteaba alrededor de su cuerpo

era idéntico a la capa de un superhéroe.

Capítulo 5

Hoy hace cinco años que ocurrió. Enla tele no hablan de otra cosa, unprograma tras otro sobre el 9 deseptiembre. Es viernes y no hemospodido ir al mar porque hay colegio.Creo que vamos a ir mañana. Papá no hadicho nada pero le he visto mirar eninternet Saint Bees, la playa que hay máscerca de aquí, y anoche estuvoacariciando la urna como paradespedirse.

Lo más probable es que al final nose decida así que yo todavía no me

pienso despedir. Me despediré si por finlogra desprenderse de las cenizas deRose y esparcirlas en el mar. Hace dosaños me hizo tocar la urna y decirle unasúltimas palabras en voz baja y me sentíestúpido porque sabía que ella no podíaoírme. Y todavía me sentí más estúpidoal día siguiente cuando vi que habíavuelto a aparecer sobre la repisa de lachimenea y que mi despedida no habíaservido de nada.

Jas no fue al colegio porque estabademasiado triste. A veces me olvido deque Rose era su gemela y de que sepasaron diez años juntas, o diez años ynueve meses si se cuenta el embarazo.

Me pregunto si estarían mirándose launa a la otra cuando estaban en la tripade mamá. Apuesto a que Jas ya estabacurioseando. Siempre quiere enterarsede todo. El otro día la pillé en mi cuarto,revisando mi mochila. «Sólo quería versi has hecho los deberes» dijo, que eralo que solía hacer mamá.

Tenían que estar a presión los dosbebés dentro de mamá. Puede que fuerapor eso por lo que no se llevabandemasiado bien. Jas me dijo que Roseera una mandona y que siempre tenía queser el centro de atención, que lloraba sino se salía con la suya. «Me alegro deque se muriera ella y no tú» le dije,

sonriendo con amabilidad. Jas frunció elceño. «Si tenía que morirse una devosotras, me refiero». Le tembló ellabio de abajo. «Es que no te sientes niun poquito bien sin ella» le pregunté, unpoco picado. Era Jas la que había dichoque Rose era una pesada, no yo.«Imagínate a una sombra sin persona»me respondió. Me acordé de Peter Pan.Su sombra se lo pasaba mucho mejor enel dormitorio de Wendy cuando Peter noestaba. Habría querido explicarle eso aJas pero se puso a llorar así que le paséun clínex y encendí la tele.

Esta mañana, cuando estabacomiéndome mis Chocopops, Jas me

preguntó si quería faltar yo también alcolé. Le dije que no con la cabeza.«Estás seguro» me dijo, mirando suhoróscopo en el ordenador portátil. «Nohace falta que vayas si estás triste».Cogí del aparador los sándwiches queella me había preparado para comer.«Los viernes tenemos Dibujo y es miasignatura preferida» le expliqué. «Yhoy nos toca a los de sexto ir al puestode chucherías». Corrí escaleras arriba acoger mis veinte libras de la abuela.

En la Asamblea la profesora rezóuna oración por todas las familiasafectadas por lo del 9 de septiembre yyo me sentí como si tuviera un foco

apuntándome a la cabeza. En Londresodiaba el 9 de septiembre porque en elcolé todo el mundo sabía lo que habíaocurrido. Nadie me dirigía la palabradurante el resto del año pero ese díatodo el mundo quería ser mi amigo. Medecían «Tienes que echar mucho demenos a Rose» o «Me imagino cuántoecharás de menos a Rose», y yo teníaque decir «Sí» y asentir con tristeza.Pero aquí como nadie sabe nada notengo que fingir y espero que así siganlas cosas.

Cuando dijimos todos «Amén»levanté los ojos de la oración. Por unadécima de segundo pensé que me había

librado, pero entonces vi un par de ojoschispeantes. Sunya estaba sentada conlas piernas cruzadas, la barbillaapoyada en la mano izquierda, y semordisqueaba la punta del meñique ymiraba hacia mí. De pronto me acordéde que le había dicho «A mi hermana sela cargó una bomba», y por la forma enque Sunya me miraba me di cuenta deque ella también se acordaba.

No he vuelto a hablar con ella desdeque descubrí que era una superheroína.Me gustaría preguntárselo todo de laChica M pero cada vez que abro la bocapienso en papá y los labios se mecierran de golpe y no dejan salir mis

palabras. Si él se enterara de que estoypensando en hablar con una musulmaname echaría de casa, y yo no tendríaadonde ir porque mamá se ha ido a vivircon Nigel. Han pasado dos semanasdesde que me mandó el regalo y todavíano ha venido a vernos. La camiseta deSpiderman se me va ensuciando pero nome la puedo quitar porque eso seríacomo admitir que mamá no va a venir. Yademás, ella no tiene la culpa de nopoder moverse de Londres. La culpa latiene el señor Walker. Es su jefe en laacademia de Bellas Artes y es másmalvado que la persona más malvada enla que soy capaz de pensar, que ahora

mismo es el Duende Verde deSpiderman. Una vez no dejó que mamáfuera a la boda de unos amigos, aunqueella se lo pidió con una amabilidad quete mueres. Otra vez no la dejó faltar altrabajo para ir al funeral del señor Best.Mamá dijo que le daba igual perderse elfuneral, pero que se había comprado unvestido negro en Next y que no iba apoder devolverlo porque Roger se habíacomido el tíquet.

En uno de los documentales de latele salían unos señores contando quehabían perdido a su nieta el 9 deseptiembre y no lograron decir ni cuatropalabras antes de echarse a llorar. A

papá y a mamá no paraban de llamarlespor teléfono los periodistas deltelediario. Ellos nunca concedíanentrevistas. A mí no me habríaimportado que me sacaran en la tele yme hicieran preguntas, pero de aquel díano recuerdo nada más que una granexplosión y muchos llantos.

Yo creo que papá pensaba que mamátenía la culpa y que por eso empezaron aodiarse. Ni siquiera hablaban nunca. Amí no me había parecido raro hasta queLuke Branston me invitó a su casa la vezque fuimos amigos durante cuatro días ysus padres se cogían de la mano y sereían y hablaban entre ellos. Mamá y

papá sólo decían cosas prácticas como«Pásame la sal», o «Le has puesto yasu comida a Roger» o «Quítate esosmalditos zapatos, que acabo de limpiarla moqueta».

Jas se acuerda de cómo era antes ypor eso el silencio la pone triste. A míme da igual porque nunca he conocidootra cosa. Unas Navidades discutimos alo bestia por el Intelect y yo le di a ellacon el tablero en la cabeza y ella intentómeterme las letras por el cogote. Mamáy papá ni siquiera nos dijeron queparáramos. Se quedaron ahí sentados enel salón, mirando cada uno para un ladocuando Jas les enseñó el chichón que

tenía en el entrecejo. «Somosinvisibles» dijo ella más tarde, mientrastrataba de sacarme una Q por el cuellode la camisa. A mí me habría gustadoque lo fuéramos. Si pudiera elegir unsuperpoder, la invisibilidad sería elprimero de la lista, por encima inclusode volar. «Es como si nosotros tambiénestuviéramos muertos» añadió Jas,encontrándome una T en la manga.

Cuando aquello ocurrió nosotrosestábamos en la plaza de Trafalgar.Había sido idea de mamá que fuéramos.Papá prefería que hiciéramos un picnicen el parque pero mamá quería ver unaexposición en el centro. A papá le

encanta el campo porque se crió en lastierras altas de Escocia. No se fue avivir a Londres hasta que conoció amamá. «La vida fuera de la capital noes vida» dijo ella una vez, y yo me laimaginé sentada en una gran L deLondres.

Jas me contó que el día habíaempezado bien y hacía sol aunquetambién frío y te salía el aliento como elhumo de un pitillo. Yo me había puesto aechar trozos de pan al suelo y me reíacuando venían palomas a intentarcogerlos. Jas y Rose las perseguíanhaciéndolas revolotear por el cielo ymamá se reía pero papá dijo «Parad ya

eso, niñas». Mamá dijo «Si no estánhaciendo nada malo» pero Jas volviócorriendo a donde estaba papá porqueno le gustaba nada que por su culpahubiera problemas. Rose no era tanbuena. De hecho era bastante mala ysegún Jas se portaba fatal en el colegio,pero parece que de eso nadie se acuerdaahora que está muerta y es perfecta. Jasse agarró a la mano de papá mientras élgritaba «Rose, vuelve aquí» pero mamásólo dijo «Ay, déjala un poco» y se reíamientras Rose daba vueltas y másvueltas mirando hacia arriba. Lospájaros revoloteaban en círculos ymamá gritaba «Gira más deprisa» y

entonces se oyó una explosión y Rosesalió volando por los aires.

Jas me ha contado que el mundo sepuso negro de tanto humo como había yque a ella le empezaron a doler losoídos de lo fuerte que había sido laexplosión. Pero aunque se le habíareventado un tímpano oyó a papágritando «Rose Rose Rose».

Más tarde descubrieron que habíasido un atentado terrorista. Las bombasestaban escondidas en quince papelerasen varias partes de Londres y las habíanprogramado para que explotaran todas almismo tiempo el 9 de septiembre. Tresde ellas no funcionaron así que sólo

explotaron doce papeleras, pero eso fuesuficiente para matar a sesenta y dospersonas. Rose era la más joven de losque murieron. Nadie sabía quién lohabía hecho hasta que un grupo demusulmanes escribió en internet no séqué de que lo habían hecho en el nombrede Alá, que es como los musulmanesllaman a Dios y rima con una cosa queyo decía un montón cuando tenía sieteaños y medio y quería ser mago.«Voilá».

En la tele lo ponían de una formaque parecía una película. Era unareconstrucción de los sucesos del 9 deseptiembre. No hablaban de Rose

porque papá y mamá no les habían dadopermiso, pero era interesante ver lo quehabía ocurrido en las otras explosionesde otros puntos de la ciudad. Un hombrede los que habían muerto no tenía queestar en Londres. Su tren de la estaciónde Euston a la de Picadilly deMánchester había sido cancelado por unfallo en el sistema de señales. En lugarde quedarse allí esperando a otro tren,él decidió darse una vuelta por CoventGarden. Le entró hambre así que secompró un sándwich y fue a tirar elpapel a la basura y entonces murió. Si elsistema de señales no hubiera fallado, osi él no se hubiera comprado un

sándwich, o incluso si se lo hubieracomido un par de segundos másdespacio o un par de segundos másrápido, entonces puede que no sehubiera acercado a la papelera a tirar elpapel en el preciso instante en queexplotó la bomba. Y eso me hizo darmecuenta de una cosa. Si nosotros nohubiéramos estado en la plaza deTrafalgar, o si las palomas no existieran,o si Rose hubiera sido una niñaobediente en lugar de una niña traviesa,entonces todavía estaría viva y mifamilia sería feliz.

Eso me hizo sentirme raro así quecambié de canal. Lo único que ponían

era anuncios. Jas se acercó con laespalda encorvada y dijo «Papá se haquedado dormido» y parecía aliviada yyo me sentí mal. No la había ayudadonada. Lo único que había hecho eraponer la tele a todo trapo para no tenerque oír a papá vomitando en el cuarto debaño. Jas dijo «Mañana estará mejor».Le pregunté «Quieres jugar a adivinaranuncios», que es un juego que meinventé yo en el que hay que decir lo queestán anunciando antes de que lo diganen la tele. Dijo que sí con la cabeza perojusto salió un anuncio que no habíamosvisto nunca así que no pudimos jugar. Enél se veía un gran teatro y un hombre que

decía El Mayor Concurso de Talentosde toda Gran Bretaña hace tus sueñosrealidad. Llama a este número ycambia tu vida y pensé en lo agradableque sería coger el teléfono como unadulto y encargar una vida diferentecomo si fuera una pizza o algo así.Pediría un padre que no bebiera y unamadre que no se hubiera largado, pero aJas no la cambiaría en lo más mínimo.

«Mañana no te puedes poner eso»dijo Jas, señalando con la barbilla a micamiseta. «Vamos a esparcir las cenizasde Rose y papá quiere que vayamos denegro». Yo grité «Chocopops» porqueacababa de salir un anuncio de Kellogg's

en la tele.

Debo de haber crecido desde quevinimos de Londres. Toda la ropa mequeda pequeña. Llevo pantalones negrosy un jersey negro por encima de lacamiseta de Spiderman pero todavía seve un poco el azul y el rojo por la partedel cuello. Jas cuando me ha visto halevantado las cejas, pero papá no se hadado ni cuenta. No miraba más que a laurna, la había puesto encima de la mesade la cocina mientras desayunábamos.Parecía un salero enorme aunque nocreo que Rose les diera muy buen sabor

a las patatas fritas.Tardamos dos horas en llegar a Saint

Bees y fuimos oyendo la misma cinta detodos los aniversarios. Una y otra y otravez. Play. Stop. Rewind. Play. Stop.Rewind. La cinta está toda rayada perotodavía se alcanza a oír a mamá tocandoel piano y a mis hermanas cantando ElValor para Volar.

Tu sonrisa hace que mi almatoque el cielo.

Tu fuerza me da valor paravolar.

Subo como una cometa,atado y libre.

Tu amor hace brotar lo mejorde mí.

Lo habían grabado por elcumpleaños de papá unos tres mesesantes de que Rose muriera.

«Perfecto» dijo papá en la parte delsolo de Rose, como si se sorprendiera.«Qué voz de ángel». Cualquiera quetenga orejas puede oír que Jas cantamejor y se lo dije a ella cuando íbamosen el coche. No fue difícil. Íbamos losdos apretujados en el asiento de atrás.Rose iba en el asiento delantero. Papáhasta le puso el cinturón de seguridad ala urna pero se le olvidó decirme a mí

que me pusiera el mío.Salimos de la autopista y bajamos

por una ladera y de golpe ahí estaba elmar, una línea de azul toda recta yresplandeciente como si alguien lahubiera dibujado con regla y rotuladorde purpurina. La línea fue haciéndosecada vez más gorda a medida que nosíbamos acercando y papá debía dellevar el cinturón demasiado apretadoporque empezó a tirar de él paradespegárselo del pecho como si no ledejara a respirar. Cuando nos metimosen el aparcamiento, papá empezó adarse tirones en el cuello de la camisa yse le saltó un botón y acertó en todo el

centro del volante. Yo grité «Diana»pero nadie se rió. El tamborileo de losdedos de papá sobre el salpicaderosonaba como un caballo al galope.

Justo me estaba preguntando si nohabría algún burro en la playa cuandoJas abrió la puerta del coche. Papá dioun brinco. Ella se acercó a la máquinade los tíquets y le metió unas monedas.Para cuando el tíquet apareció, papáestaba de pie en el aparcamiento,abrazando la urna contra su pecho.«Venga, rápido» me dijo y yo me desatéel cinturón de seguridad y trepé fueradel coche. Saint Bees olía a pescado conpatatas fritas y a mí me rugía el

estómago.Fuimos andando por los guijarros y

vi cinco buenas saltadoras. Lassaltadoras son piedras planas querebotan en el agua si las sabes lanzarbien. Jas me enseñó una vez cómo sehace. Me habría gustado recoger lassaltadoras y ponerme a jugar pero teníamiedo de que papá se enfadara. Seresbaló en unas algas y la urna estuvo apunto de acabar en la playa, lo cual nohabría estado bien. Las cenizas de Roseson tan finas como los granos de arenade modo que se habrían mezclado conellos. Yo en realidad no debería saberlo,pero eché una mirada dentro de la urna

cuando tenía ocho años. Eso sí que fueemocionante. Me había imaginado quelas cenizas eran de todos los colores, decolor carne las de la piel y blancas lasde los huesos. No me esperaba quetuvieran un aspecto tan soso.

Hacía viento así que las olasrompían con fuerza en la playa y sedeshacían en espuma, como la Coca-Cola cuando la agitas. Yo tenía ganas dequitarme los zapatos y mojarme los piespero me dio la impresión de que no erael momento más indicado. Papá empezóa despedirse. Dijo las mismas cosas quehabía dicho el año pasado, y el anterior.Lo de que no la iba a olvidar nunca. Lo

de que la iba a dejar libre. Por el rabillodel ojo vi una cosa naranja y verde quebajaba del cielo en picado. Levanté losojos, deslumbrado por el sol, y vi unacometa que surcaba zumbando las nubes,convirtiendo todo aquel viento en algobonito.

«Dile algo» dijo Jas y yo bajé lacabeza. Papá me estaba mirandofijamente. A saber cuánto tiempo llevabaesperando a que yo hablara. Apoyé lamano sobre la urna y me puse todo serioy dije «Adiós Rose» y «Has sido unabuena hermana», cosa que es mentira, y«Te voy a echar de menos», cosa que esmás mentira todavía. No me aguantaba

de ganas de que nos deshiciéramos deella.

Papá llegó a abrir la urna. De todoslos aniversarios de los que me acuerdo,en ninguno habíamos llegado tan lejos.Jas tragó saliva con dificultad. Yo paréde respirar. Todo desapareció exceptolas manos de papá, las cenizas de Rosey la forma perfecta de un diamante quecruzaba el cielo como una flecha. Mefijé en que papá tenía un corte profundoen el dedo corazón, y me pregunté cómose lo habría hecho y si le dolería. Intentómeter los dedos por la boca de la urnapero los tenía demasiado gordos.Parpadeó unas cuantas veces y apretó la

mandíbula. Extendió la palma de unamano temblorosa. La tenía toda reseca,como la mano de un viejo. Inclinó laurna, pero luego se echó atrás. Lainclinó una segunda vez, un poco másque la anterior. La boca de la urna letocaba casi la mano. Cayeron de ellaunas pocas motas grises. Volvió aenderezar de golpe la urna, respirandocon dificultad. Me quedé mirando a lascenizas de su mano, preguntándome quéparte de Rose serían. El cráneo. El dedodel pie. Una costilla. Podrían haber sidocualquier cosa. Papá las acarició con eldedo gordo, susurrándoles cosas que yono alcanzaba a oír.

Los dedos de papá se cerraron sobrelas cenizas. Las apretó tanto que losnudillos se le pusieron blancos. Levantólos ojos al cielo. Bajó los ojos a laplaya. Se volvió hacia mí y luego sequedó mirando a Jas. Era como siestuviera esperando que alguien legritara «NO LO HAGAS» pero nosotrospermanecimos callados. Creí que iba aabrir la mano y dejar que la brisa sellevara las cenizas, pero lo que hizo fuepasarle la urna a Jas y dar un paso haciadelante. El mar se arremolinabaalrededor de sus zapatos. Noté que lasmejillas se me ponían rojas. Papáparecía un loco. Hasta Jas carraspeó

como si estuviera avergonzada. Una olavino a romper contra sus pantorrillas,empapándole los vaqueros. Dio otropaso hacia delante. El agua saladaburbujeaba alrededor de sus rodillas.Muy poco a poco levantó el brazotendiendo el puño hacia lo alto. En algúnlugar por detrás de nosotros una niñadaba grititos al ver cómo planeaba lacometa.

Justo cuando papá abría la mano, selevantó una ráfaga fuerte de viento. Sellevó por delante la cometa del cielo yle sopló a papá la ceniza en la cara.Mientras papá estornudaba a Rose, laniña se puso a chillar y un hombre con

un acento muy fuerte gritó «Estábajando». Papá se volvió bruscamente amirar hacia la playa. Seguí su mirada yvi una gran mano morena que trataba decontrolar la cuerda de la cometa.

Papá soltó un sonoro taco,sacudiendo la cabeza. La cometa cayó alsuelo y el hombre se rió. Rodeó con elbrazo a la niña y ella se rió también.Papá fue chapoteando por la playa acogerle la urna a Jas. Ella ya habíavuelto a ponerle la tapa, pero él laapretó más fuerte aún, mirando alhombre como si aquel viento fuera culpasuya.

«Estás bien» murmuró Jas. Papá

tenía los ojos llenos de lágrimas y merecordaron a esas gotas que te dan en lafarmacia cuando tienes una infección ola fiebre del heno o no has comidosuficientes zanahorias.

«Quieres que yo… O sea, puedohacerlo yo, si prefieres. Puedo esparciryo las…»

Pero antes de que Jas pudieraterminar, papá dio media vuelta y se fue.Sin una palabra, se encaminó de vueltaal coche agarrando bien la urna con lamano izquierda. Yo cogí a todavelocidad una saltadora y la lancé almar. Rebotó cinco veces, lo cual para míera un récord sin precedentes.

Capítulo 6

La señora Farmer se sentó en su sillael lunes por la mañana. Leyó en alto losanuncios del tablón. Había uno de unclub de jardinería y uno de flauta dulce yuno del equipo de fútbol. Volví la orejacuando la oí decir «El Director hará laspruebas el miércoles a las tres de latarde. Presentaos en el campo delcolegio con vuestras zapatillas defútbol». Luego pasó lista. Todo elmundo dijo «Sí señora» menos Danielque dijo «Sí señora Farmer». Mesorprendió que no le hiciera una

reverencia. Su ángel está ya en la quintanube. El ángel de Sunya está en la cuartay casi todos los demás están en latercera. El mío es el único que sigue enla primera nube.

«Qué habéis hecho este fin desemana» preguntó la señora Farmer ytodo el mundo se puso a gritar al mismotiempo. Yo me quedé callado. «Uno poruno» dijo la señora Farmer, señalandohacia mí. «Primero Jamie. Qué cosasdivertidas has estado haciendo». Penséen el mar, y pensé en las cenizas, ypensé en las velas que encendió papáalrededor de Rose cuando la tuvo otravez sobre la repisa de la chimenea. Mi

fin de semana era demasiado difícil decontar. «Puedo ir al cuarto de baño»pregunté. La señora Farmer suspiró.«Acaba de empezar la clase» merespondió, y como eso no era ni un sí niun no me quedé sin saber qué hacer. Melevanté a medias y luego volví asentarme. «Cuéntame lo que has hechoel fin de semana» insistió ella, como siquisiera ponérmelo difícil a propósito.

Con un tintineo metálico y unremolino de aire la mano de Sunya sedisparó hacia el techo. «Por favor,señora Farmer, se lo puedo contar yo»preguntó. Sin esperar respuesta, Sunyadijo «He conocido a las hermanas de

Jamie». Por poco se me cae lamandíbula encima de la mesa. «Ah, lasgemelas» sonrió la señora Farmer,inclinándose hacia delante en su silla.Sunya asintió con la cabeza. «Son muysimpáticas» dijo. «Las dos». La señoraFarmer clavó en mí sus ojos sin color ydijo «Te importa recordarme losnombres». Me aclaré la garganta. «Jas»dije, y luego dudé. Y «Rose» añadióSunya. «Fuimos todos juntos a la playay tomamos helados y chocolate yrecogimos conchas y encontramossirenas y nos enseñaron cómo respirardebajo del agua». La señora Farmerpestañeó. «Qué encanto» dijo antes de

empezar con la lección.«Eres un friki» me dijo Daniel en el

recreo y todo el mundo se rió. Yo estabasentado en la hierba solo, mirándomelos zapatos como si fueran la cosa másinteresante del mundo. «Y tu noviatambién es una friki». Otra vez secarcajearon todos. Sonaba como sifueran cientos y yo no me atrevía avolverme a mirar. Me desaté un cordónpor hacer algo. «Eres un bicho raro» megritó. «Conque encontrando sirenas yencima con esa camiseta malolienteque llevas». Intenté volver a hacerme ellazo pero me temblaban los dedos. Meclavé los dientes en la rodilla y el dolor

me hizo sentirme mejor.«Pues a mí esa camiseta me gusta»

gritó alguien y a mí se me paró elcorazón. Sunya estaba sin aliento, comosi acabara de correr varias millas paravenir a rescatarme. Ese pensamiento mehizo feliz y al mismo tiempo me diorabia. «Menudo gallina estás hecho»continuó Daniel, y todo el mundo dijocosas como «Eso» y «Si será gay eltío». Daniel esperó a que se callaran.«Mira que dejar que te defienda unaniña en lugar de enfrentarte conmigocomo un hombre». Aquello me sonó tanestúpido que me habría reído si no llegaa ser por el miedo a que me partieran la

cara. «Los hombres no llevan pulserasde margaritas» gritó Sunya y la multitudsoltó un «Ooooh». A Daniel no se leocurría nada que responder. Miró a sualrededor. Sunya tenía las manosapoyadas en las caderas y la tela de sucabeza ondeaba al viento. La Chica M.

«Lo que tú digas» suspiró al finDaniel, poniendo voz de aburrido, peroestaba tan pálido como su propio pelode color ratón y sabía que estabaderrotado. Y sabía que yo lo sabía y memiró con tanto odio que me dieronescalofríos. «Vamos a dejar solos aestos pringaos». Y se alejó, riéndosedemasiado alto de un chiste que hizo

Ryan. Y allí nos quedamos Sunya y yocon un silencio tan grande que me dio laimpresión de que estábamos dentro deun televisor y alguien le había quitado elsonido.

Quería haberle dicho «Qué valienteeres» y haberle dicho «Gracias». Sobretodo me habría gustado preguntarle sitodavía tenía mi anillo de Blue-Tack,pero se me atascaron las palabras en lagarganta como aquel hueso de pollo queme tragué cuando tenía seis años. ASunya no pareció importarle. Me sonrióy sus ojos centellearon y señaló con eldedo a la tela que llevaba en la cabeza ysalió corriendo.

Por primera vez desde que mamá semarchó me he alegrado de que ya noviva con nosotros. El Director delcolegio va a llamar por teléfono estanoche. Ha dicho «En la Escuela deAmbleside no vamos a tolerar aladrones». Y la señora Farmer haquitado mi ángel de la nube número unoy lo ha vuelto a poner en la esquina deabajo a la izquierda.

Ha sido después de la hora decomer. Daniel y Ryan se han quejado deque les habían robado los relojes.Entonces Alexandra y Maisie han dichoque ellas tampoco encontraban sus

pendientes. Yo al principio no le hedado demasiada importancia. EnLondres desaparecían cosas todo el rato.Tampoco era para morirse. Pero aquí hasido como la cosa más seria y mástremenda que ha ocurrido nunca. Todo elmundo se ha llevado las manos a lacabeza. La señora Farmer se ha puestode pie de un salto. Tenía los pelos de laverruga firmes como los soldados de laspelículas de guerra.

Nos ha hecho vaciar a todos nuestrascajoneras. Nos ha hecho vaciarnos losbolsillos. Nos ha hecho a todos volcarel contenido de nuestras bolsas dedeportes en la alfombra. Las joyas que

no encontraban han salido de la mía.Sunya ha soltado un taco en voz tan altaque la han echado de clase. A mí me hanmandado al despacho del Director.

«Dios siempre nos está mirando»me ha dicho la señora Farmer cuandoatravesábamos la biblioteca de caminoal despacho del Director. «Hastacuando nos creemos que estamos solos,Él puede ver lo que estamos haciendo».Pensé en cuando uno va al cuarto debaño y deseé que aquello no fueracierto. La señora Farmer se detuvodelante de la sección de «no ficción» yse volvió para mirarme. Seguíapestañeando y le olía el aliento a café.

«Estoy muy decepcionada contigo,James Matthews» dijo, agitando undedo regordete delante de mi cara.«Decepcionada y consternada. Tehemos dado la bienvenida en nuestraescuela, en nuestra comunidad, y pormás que este tipo de cosas ocurran enLondres, aquí…» Di una patada en elsuelo y las estanterías se tambalearon y«La electricidad al alcance de la mano»cayó sobre la alfombra. «No lo he hechoyo» grité. «Yo no he sido». La señoraFarmer se tapó la boca con las dosmanos. «Eso lo vamos a ver».

Si yo fuera un ladrón, no sería tanestúpido como para guardarme las cosas

robadas en la bolsa de deportes. Lo queharía es metérmelas en los calzoncillosy llevármelas a casa. Intentéexplicárselo al Director pero no mequedó bien y sonó como si yo fuera undepravado.

Sunya me esperaba a la salida delcolegio. Estaba sentada a la puerta deldespacho del Director. Me dijo «Danielte la ha jugado» y yo dije «Ya lo sé».De pronto me sentí irritado. Si ella nohubiera puesto en ridículo a Daniel, élno me habría metido el reloj en la bolsade deportes y yo no tendría aquelproblema. Sunya intentó decir algoagradable pero yo le grité «Déjame en

paz, quieres» y salí corriendo, por másque haya un cartel que dice «Prohibidocorrer en los pasillos de la escuela».

No paré de correr hasta llegar a casaporque tenía miedo de que el Directorllamara por teléfono antes de que yohubiera llegado. Para cuando abrí lapuerta de la calle llevaba todo elflequillo pegado a la frente. Contuve elaliento como en la Noche de lasHogueras cuando hay un cohete a puntode hacer PAM. Pero lo único que llegó amis oídos fue un ronquido y sentí unalivio tan grande que se me aflojaron lasrodillas.

Si papá se ha pasado el día entero

bebiendo seguirá durmiendo toda latarde como un tronco y podré coger yoel teléfono. Y así podré fingir que soy ély nunca sabrá que el Director de minueva escuela piensa que soy un ladrón.Le diré con voz profunda «Mi hijo estotalmente digno de confianza. Tieneusted que haberse dado cuenta de quele han tendido una trampa», y elDirector dirá «Cuánto lo siento», y yodiré «No se preocupe, no ha sido paratanto», y el Director dirá «Si hay algoque yo pueda hacer», y yo le diré«Seleccione usted el miércoles a Jamespara el equipo de fútbol, y asuntoolvidado».

Jas llegó a casa y me encontróapoyado en la pared de la cocina juntoal teléfono. Intenté que pareciera natural,como si fuera comodísimo estar allí conla cabeza pegada al duro muro, pero nose lo tragó. «Qué pasa aquí» mepreguntó y yo se lo solté todo. Frunció elceño cuando le conté lo de Daniel, perose rió cuando le dije que yo habíagritado «Los hombres no llevanpulseras de margaritas». Me gustabaque estuviera orgullosa de mí, por másque aquello fuera mentira.

El Diré no tenía ni idea de queestaba hablando con mi hermana de

quince años en lugar de con mi madre.Por teléfono parecía una adulta. Le dijoque si no tenía un testigo que me hubieravisto meter aquellas cosas en mi bolsade deportes, no sería justo que mecastigara. Oí cómo tartamudeaba elDirector. Jas añadió que a menos queestuviera seguro al cien por cien de queaquello no era una trampa que me estabatendiendo algún otro miembro de laclase, sería un error sancionarme. ElDirector ni siquiera respondió. Ella ledijo «Le agradezco que me hayainformado sobre este asunto pero tengola seguridad de que James es inocente»y entonces el Director dijo «Gracias

por su atención, señora Matthews» yella le dijo «Adiós» y colgó. Nosechamos a reír los dos y no podíamosparar y luego cenamos. Comimosdelante de la tele bolitas de pollo ypatatas fritas hechas en el microondas.Jas no se comió lo suyo así que a mí metocó el doble. Dijo «No vas a poder contodo eso» pero yo no le hice caso. Soycapaz de comer más que ninguna otrapersona que yo conozca, y en esos sitiosdonde hacen bufé libre de pizza soycapaz de zamparme trece porciones, oquince quitándoles el borde. Jas me dijo«Eres un cerdo» pero yo le dije«Chisst». Acababa de salir otra vez

aquel anuncio del Mayor Concurso deTalentos de Gran Bretaña y me estabahaciendo pensar.

Capítulo 7

El motor se detuvo justo delante denuestra casa y entonces supe que enaquel coche venía mamá. Lo había oídollegar por la carretera pero me esforcéen quedarme en la cama. Ya habíacorrido a la ventana demasiadas vecespara ver a mamá convertirse en ellechero con sus botellas, o en ungranjero con su tractor, o en un vecinoque volvía a casa del trabajo. No habríapodido soportar que me volviera aocurrir. Pero esta vez el coche no pasóde largo zumbando. Esta vez el coche se

metió en el camino de nuestro jardín. Elseñor Walker debía de haberle dado porfin algún día libre. Salté de la cama yme alisé la camiseta y me escupí en lasmanos y me las pasé por el pelo. Aunquea mamá no le gusta nada conducir,habría sido capaz de recorrer mil millasde noche por la autopista porque noaguantaba ya sin verme.

Corrí hacia la puerta y Roger mesiguió por todo el cuarto. Estaba a puntode apretar el picaporte cuando oí uncrujido en el suelo. Jas cruzó depuntillas el rellano, soltando risitas porel teléfono móvil. Dijo «No me puedocreer que estés aquí». Esperé a que

llamara a mi puerta para decirle «Mamáacaba de aparcar ahí fuera», pero pasóde largo por delante de mi cuarto ydesapareció escaleras abajo.

Bajé tras ella. Roger se me seguíaenroscando en los tobillos, emocionadode verme fuera de la cama a esas horasde la noche. Como no me dejaba andarlo cogí en brazos y se puso a ronronear.Lo sujeté contra mi pecho y seguí a Jassin hacer ruido. No me di cuenta de queestaba conteniendo la respiración hastaque llegué abajo del todo de la escaleray me empezaron a doler los pulmones.Vi a Jas en el porche, una silueta contrael cristal. Estaba abrazada a mamá, que

hundía la cara en su hombro.La abuela dice que la gente se pone

verde de envidia. A mí no me lo parece.El verde es la calma. El verde es lasalud. El verde es limpio y fresco, comola pasta de dientes de menta. La envidiaes roja. Hace que te hierva la sangre yque sientas fuego en el estómago.

Me arrastré hasta el buzón de lapuerta. Roger empezó a retorcerse asíque lo dejé en el suelo y salió corriendopor el recibidor. Jas y mamá se pusierona menearse como si estuvieran en ladiscoteca bailando el último baile conuna música que yo no oía. Con la tapadel buzón abierta entraba por el agujero

un soplo de aire frío. Me llegó un olor ahumo. La pipa de Nigel.

«No me puedo creer que estés aquí»suspiró Jas. «Esto sí que es toda unasorpresa». Se oyó el sonido de un besoy me imaginé a mamá posando los labiosen la mejilla de Jas. A través de laranura del buzón por más que meesforzaba en mirar lo único que veía erauna persona con un abrigo. Tuve quecontenerme para no sacar la mano yagarrarme a aquella tela negra. Teníamiedo de que mamá desapareciera otravez. «No puedes quedarte muchotiempo» se rió Jas. «Como se enterepapá me mata». Volvió a oírse un beso.

«Te tienes que ir ya» dijo. Yo esperé aque mamá dijera «Pero antes voy asubir a ver a Jamie». No lo dijo. Meincliné hacia delante y escuché con másatención, sintiendo frío por todo elcuerpo. Jas pensaba mantener a mamá ensecreto. «Tienes que irte ya» se lamentóJas y yo de pronto me puse de pie.Mamá no se podía ir sin haberme vistola camiseta. Se me puso la sangre comouna de esas bandas que desfilan, tocandolos tambores en mi corazón y en micabeza y en ese punto blando del cuelloque hace BUM BUM BUM. La espaldade Jas se apretó contra la puerta delporche. Dijo «Ay cariño», que no era la

forma más normal de llamar a mamá,pero no tuve tiempo de preocuparme deeso porque mi mano había saltado comoun resorte y estaba abriendo elpicaporte.

Jas se cayó hacia atrás sobre lamoqueta del recibidor y yo abrí la bocapara decir «Traidora». Pero no mesalieron las palabras porque esta vezmamá no era un granjero, ni el lechero,ni un vecino que volvía del trabajo. Eraun chico con el pelo de punta verde, unpiercing en el labio y una chupa decuero negra. Cerré la boca. Luego volvía abrirla y a cerrarla otra vez y el chicodijo «Pareces un pez». Y yo le respondí

«Pues más vale un pez que un erizoverde», que debe de ser una de las cosasmás graciosas que he dicho en toda mivida. El chico soltó una carcajada y susjajajás olían a humo. «Yo soy Leo» dijo,tendiéndome la mano como si yo fueraalguien importante. Le di la mía tratandode aparentar que sabía cómo se hacía.«Yo soy Jamie» le respondí. No sabíacuándo tenía que parar pero él me soltóla mano y me la volví a guardar. Sentíuna sensación especial en los dedos.

Jas contemplaba todo esto desde lamoqueta del recibidor. Sonreí, feliz deque no fuera una traidora. «Enanocotilla. Conque espiándonos» me dijo.

Tenía unos ojos enormes cuando no losllevaba embadurnados de maquillajenegro. No paraba de mirar hacia laescalera, con miedo de que bajara papá,por más que los dos sabíamos que habíacaído inconsciente en la cama.

Leo ayudó a Jas a levantarse. Eraalto y fuerte y perfecto. Le sacaba másde una cabeza a Jas y le pasó la manopor los hombros. «Ni una palabra apapá» murmuró ella, acercando sucuerpo al de él. Yo me sentí un pocoincómodo hasta que Roger vino afrotarse contra mi pierna. Lo cogí enbrazos y lo abracé.

Empezaron a besarse. Me quedé

mirándolos durante unos quincesegundos pero entonces me acordé deque la abuela decía «Es de malaeducación quedarse mirando». Así quesalí de allí como si no tuviera nada deespecial ver a mi hermanabesuqueándose con su novio en elrecibidor de casa a las doce y doceminutos de la noche. La luna iluminabala cocina y no había ningún color. Eracomo estar dentro de los ojos de laseñora Farmer. Yo estaba enfadado conella porque me había acusado de ser unladrón. No he robado nunca nadaexcepto algunas uvas en elsupermercado cuando iba con mamá a

hacer una compra de las grandes.Cuando no me estaba mirando,arrancaba una uva del tallo y me lametía en la boca y la aplastaba con lalengua para que mamá no me vieramasticando y se diera cuenta.

Roger saltó de mis brazos. Abrí lapuerta de atrás y salí al jardín. Noté lahierba escarchada entre los dedos de lospies y el aire me hacía cosquillas en lapiel. Millones de estrellas titilabancomo las piedras preciosas del anillo deboda de mamá. Apuesto a que ya no lolleva. Contemplé el cielo y levanté eldedo corazón, por si acaso Dios meestaba mirando. No me gusta que me

espíen.El pelo de Roger soltó un destello a

la luz de la luna y el gato se largó,probablemente a cazar un ratón o lo quefuera. Intenté ahuyentar la imagen delcadáver peludo que me había dejado enel umbral de la puerta. Me acerqué alestanque y me quedé mirando el aguapero lo único que veía era a aquelanimalito gris, todo frío y rígido ymuerto. Era de verdad una suerte queRose estuviera en pedacitos. Habríasido horrible pensar que estaba debajode la tierra, especialmente en una nochetan fría como ésta.

Se oyó un salpicón. Me puse de

rodillas y me agaché hasta tocar con lanariz aquella agua negra. Sabía que enalgún lugar entre aquellas plantasflotosas y aquellos remolinos de algashabía un pez naranja. Tenía la pielexactamente del mismo color que mipelo y yo usaba el mismo lápiz paradibujarnos a él y a mí en mi cuaderno.En todas las veces que he mirado en elestanque, nunca he visto ningún otro servivo. El pez está solo. Yo séperfectamente lo que es eso.

El martes por la mañana papá hastase levantó a desayunar. Llevaba

dieciséis horas en la cama y olía a sudory a alcohol. No comió nada pero hizouna tetera entera de té y yo me tomé unataza, aunque no me gusta demasiado. Jasbostezó cuatro veces mientras miraba suhoróscopo. «Por qué estás tancansada» le preguntó papá y Jas pusocara de que no sabía pero a mí me guiñóun ojo. Sonreí con la boca llena deChocopops y deseé que Leo volvierapronto.

Fuera estaba lloviendo a cántaros.Jas le preguntó si nos podía llevar encoche. Papá accedió y nos llevó alcolegio sin quitarse las zapatillas deandar por casa. Yo estaba preocupado

de que pudiera ver a Sunya pero todoslos niños iban tapados con capuchas yparaguas de modo que no había forma desaber quién era quién. Cuando salí delcoche Jas me pasó un impermeable y medijo que no me mojara. «Porque te vas apillar un resfriado como te tengas quequedar todo el día con la camisetaempapada» dijo.

Entré en clase y por una vez nollegaba tarde. Ni siquiera había llegadoaún la señora Farmer. Sunya estaba ennuestra mesa haciendo un dibujo. Teníatinta por toda la mano izquierda y en lapunta de la nariz. Yo tenía ganas dehablar con ella pero papá me había

llevado en coche y me había dicho «Quete vaya bien». Me pareció que habríasido un golpe muy bajo ponerme ahablar con una musulmana justo cuandoél estaba intentando ser amable.

Al principio fue un murmullo. Peroluego se fue uniendo cada vez más gente,diciéndolo una y otra vez, cada vez másalto, dando golpes con las manos en lasmesas. «Ladrón. Ladrón. Ladrónladrón ladrón». Daniel estaba de pie enmitad del grupo, dirigiendo todo aquelcoro de insultos. Miré hacia Sunya,deseando que viniera a rescatarme. Elrotulador rojo se movía de atrásadelante y de delante atrás. Ni siquiera

levantó los ojos.La señora Farmer entró en la clase.

Aunque la cantinela se detuvo de golpe,algo tenía que haber oído desde elpasillo. Yo esperaba que les echara labronca pero a mí fue al único al quemiró como si se la mereciera. Pidió unvoluntario para pasar lista y Daniel fueel primero que levantó la mano. Ella lesonrió y él se hinchó como un pavo. Elángel de Daniel llegó de un salto a lanube número seis.

Durante el recreo llovía de talmanera que nos tuvimos que quedardentro. Me pasé cinco minutos en elcuarto de baño, tres minutos mirando los

murales artísticos expuestos en elpasillo y cuatro minutos haciendo comoque me dolía la cabeza. La enfermera dela escuela me despachó con una toallitahúmeda en la frente. No llegué a la clasehasta dos minutos antes de que la señoraFarmer volviera del cuarto deprofesores. Lo suficiente como para quela cantinela volviera a empezar, pero nolo bastante como para que llegara ahacerse insoportable.

A mitad de la clase de Historia paróel tamborileo en las ventanas. La lluviase convirtió en un sirimiri. Intentéconcentrarme en la Época Victorianapero resultaba difícil y no me esforcé al

máximo en la redacción como habíadicho la señora Farmer. Me puse aescribir sobre la vida de undeshollinador pero no pasé de la tercerafrase con la preocupación de que comonos mandaran salir fuera a la hora decomer, a mí me iban a partir la cara.

La señora gorda del comedor vinocon su silbato a nuestra clase cuandoestaba a punto de terminar. Dijo «Podéissalir al patio» y todos gritaron dealegría menos yo.

Empezaron en cuanto puse el piefuera. Vinieron corriendo desde el otrolado del patio para apretujarsealrededor de mí en un círculo, y de

pronto comprendí por qué dice la abuelaque los círculos pueden llegar a serviciosos. Cada vez que intentabasalirme, un par de manos volvía aarrastrarme dentro. Se pusieron a dargolpes con los pies en el suelo. A darpalmas con las manos. A corear lacantinela más alto que nunca. Busquécon la mirada a la señora del comedor.Estaba en la otra punta del patio,gritando a unos niños por meterse en lahierba mojada. Busqué con la mirada aSunya y vi un velo blanco que ondeabaescaleras arriba. Se metió por unapuerta de al lado de nuestra clase.Desapareció.

Me tapé los oídos con los dedos.Cerré con todas mis fuerzas los ojos. Mepareció que la camiseta me estabaenorme y que las mangas me quedabanflojas por los brazos. Yo no era valiente.Y no era Spiderman. Me alegré de quemamá no pudiera verme.

Ryan fue el primero que perdió elinterés. Me dio una patada en laespinilla y dijo «Hasta luego, pringao».Se echó a andar y todo el mundo lesiguió y diez segundos después noquedaba más que Daniel. «Todo elmundo te odia» dijo, y yo miré al suelo.Me dio un pisotón y me escupió en lacara, mientras decía entre dientes «Vete

de nuestra escuela y vuélvete aLondres». Ojalá pudiera. Ojalá pudieramarcharme en aquel preciso instante yconfiar en que mamá iba a estarencantada de verme. «Vuélvete aLondres» dijo otra vez, como si esofuera tan fácil. Como si allí meestuvieran esperando con los brazosabiertos.

Una niña con coletas le dio unosgolpecitos en el hombro a Daniel. «Dicela señora Farmer que vayas a la clase»dijo, chupando un chupa-chups rosa.«Por qué» preguntó él. «No lo hadicho» fue la respuesta. El se encogióde hombros y se fue para allá. Me quité

el escupitajo de la cara. Aquello habíaterminado. Me senté en un bancointentando dejar de temblar. Daniel lepreguntó a la señora gorda del comedorsi podía entrar. Ella asintió. Me quedémirando cómo subía las escaleras ydesaparecía por la puerta.

Después de comer la señora Farmernos hizo sentarnos sobre la moqueta. Medolía el cuerpo pero intenté que no seme notara en la cara. Sunya fue la últimaen sentarse y traía los ojos aún másbrillantes de lo normal. Aunque yoestaba justo detrás del todo, saltó porencima de las piernas de todo el mundoy se dejó caer a mi lado. Me echó una

sonrisa enorme sin que yo supiera porqué. Se le habían salido cuatro pelos delvelo y se los enroscó en los dedos rojos,llenos de tinta.

En la pantalla interactivaaparecieron unos rompecabezas denúmeros. Observé a Daniel. No parecíadisgustado así que seguro que la señoraFarmer no le había mandado llamar pornada malo. Maisie respondió a unapregunta difícil, y la señora Farmer seacercó al mural de detrás de su mesa.Sunya paró de mover los dedos. Daba laimpresión de que estaba conteniendo larespiración. «Un trabajo excelente,Maisie» dijo la señora Farmer,

alargando la mano para coger su ángel.«Ya estás un paso más cerca del…». Laseñora Farmer dio un respingo. Todo elmundo pegó un salto. Ella se quedóparada con la mano en el aire. Con laboca abierta un palmo. Sin despegar losojos de algo que había en la pared.

Allí, pegadas en la esquina de abajoa la izquierda, había ocho letras rojas:INFIERNO. Y en el Infierno había undibujo del demonio, cuidadosamenteetiquetado con letra bien clara:SEÑORA FARMER.

«Quién ha hecho esto» dijo ella conuna voz que era poco más que unsusurro. No podía apartar los ojos del

demonio. Yo tampoco podía. Eraalucinante. Tenía cuernos puntiagudos yunos ojos malvados y una cola larga.Era todo entero de un rojo fuerte menosun círculo marrón en la barbilla que separecía sospechosamente a una verruga.

Nadie habló cuando la señoraFarmer salió a toda prisa de la clase. Enmenos de dos minutos volvió a aparecercon la señora gorda del comedor y elDirector todo elegante con su traje negroy sus zapatos relucientes y su corbata deseda. «Tiene que haber sido a la horade comer» dijo la señora Farmer,sonándose con fuerza la nariz. «Haentrado alguien en la clase mientras

estaban en el patio» le preguntó elDirector a la señora del comedor,echándome a mí una mirada rápida. Laseñora del comedor jugueteó con sucollar y fue mirándonos las caras atodos. A Sunya le tembló ligeramente elbrazo. La señora del comedor asintió.«Aquél, señor Director». Señalódirectamente a Daniel.

«Acompáñame, jovencito» dijo elDirector, pero Daniel no se movió. «Laseñora Farmer dijo que quería verme»protestó Daniel, poniéndose pálido.«Por eso entré». El Director le preguntóa la señora Farmer si era verdad. Ellanegó con la cabeza. «Preguntádselo a

él» explotó Daniel, señalando con lamano hacia mí. «Jamie estaba delantecuando vinieron a llamarme». No fuemás que un gesto mínimo, un movimientode la ceja de Sunya, pero lo entendí alinstante. Ahora Daniel suplicaba. Estabaasustado. «Díselo, Jamie. Diles lo queme dijo la niña de las coletas». Porprimera vez aquel día, le miré fijamentea los ojos. «Perdona, Daniel, pero no séde qué me estás hablando».

La señora Farmer estaba demasiadodisgustada para darnos clase así que laseñora gorda del comedor nos leyó en sulugar unos cuentos. Cuando llegó la horade irse a casa, todo el mundo salió

corriendo de la clase, todos menosSunya. Yo quería decirle algo pero nosabía por dónde empezar. Así que melimité abrir mi estuche y asegurarme deque todos mis bolígrafos estaban con lapunta para el mismo lado. Cuando ya nome quedaba nada que hacer, levanté losojos para encontrarme con que Sunya meestaba mirando mientras chupaba unchupa-chups rosa. Era idéntico al quetenía la niña de las coletas cuando fue adecirle a Daniel que entrara. «Unsoborno» dijo ella encogiéndose dehombros, como si aquella idea suyafuera una nadería en lugar del plan másincreíble del mundo entero y

probablemente del universo, que segúnla señora Farmer se extiende y seextiende y nunca se termina.

Asentí y la cabeza me dio vueltas ysentí miedo y vértigo al mismo tiempo,como cuando estás a punto de subirte enuna montaña rusa. Sunya se metió lamano en el bolsillo y sacó dos anillos deBlue-Tack. Uno de ellos tenía una piedramarrón pegada. El otro tenía una piedrablanca. Sin decir nada, se acercó a mí,con los ojos brillantes como reflectoresapuntando hacia mi cara. Entonces sepuso el anillo marrón en el dedo corazóny me tendió a mí el blanco, con la caratoda seria. Me quedé parado durante

cosa de una milésima de segundo, yluego me lo coloqué en el dedo.

Capítulo 8

Las hojas de los charcos parecíanpeces muertos. Todo el verde se habíavuelto marrón y morado, como si losmontes tuvieran cardenales. A mí megusta el mundo así. El verano me resultaun poco demasiado brillante. Un pocodemasiado alegre. Las flores bailando ylos pájaros cantando como si lanaturaleza estuviera haciendo una fiesta.El otoño es mejor. Todo está un poquitomás mustio y no se siente uno como si loestuvieran dejando aparte de ladiversión.

Estamos a finales de octubre, queviene a ser la época que más me gustadel año. De todas las fiestas comoNavidad y Semana Santa, la que más megusta es Halloween. Me encantadisfrazarme y me encanta que me denchucherías y se me da muy bien hacerjugarretas. Cuando era pequeño mamáno me dejaba comprar artículos debroma así que tenía que inventármelosyo mismo. Me decía «Todo el mundo teva a dar golosinas, nadie va a elegirjugarreta», que es la mentira másgrande que ha dicho nunca aparte de lade papá.

En el tercer aniversario de la muerte

de Rose, papá se emborrachó y se pusoa meterse con mamá. La misma historiade siempre, que si lo de la plaza deTrafalgar y las palomas y que si ellahubiera sido más estricta aquello jamáshabría ocurrido. Mamá estaba en lacocina pintando pero entre las lágrimasno veía los colores. Pintó por error uncorazón negro como el carbón. Se lodije y cogí un pincel y le pinté el bordedel rojo más fuerte. «Os vais a separarpapá y tú» le pregunté cuando hubeterminado. Mamá sorbió con la nariz.«Ya estamos separados» murmuró. Echéel pincel al fregadero. «Eso significaque no» pregunté, sólo para estar

seguro, y mamá hizo una pausa y asintió.Así que ésa fue la mentira más gorda,pero la de Halloween tampoco fuemanca porque por su culpa me pillarondesprevenido y fue un bochorno.

Cuando el vecino apabullante delbulldog dijo «Jugarreta», yo no supequé hacer. Dijo «Es que eres sordo oqué» y yo negué con la cabeza y él dijo«Pues hazme una jugarreta». Así que ledije que cerrara los ojos y le di unpellizco en el brazo. Dijo la palabrotaque empieza por jota y el perro se pusoa ladrar al verme salir corriendo. Eseaño ya no me atreví a ir a más casas porsi me volvía a ocurrir lo mismo. Pero al

año siguiente como no me apetecíaperderme todas aquellas chucherías mepreparé yo mismo algunas jugarretas.

Este Halloween va a ser el mejor detodos. Sunya tiene más imaginación quela persona con más imaginación en laque soy capaz de pensar, que ahoramismo es Willy Wonka. Yo todavía nome he recuperado de su jugarreta deldemonio en el mural. Nadie llegó adescubrir que había sido ella y Danielestuvo tres días expulsado. Su ángel loquitaron de la pared y lo pusieron en lacaja del papel para reciclar.

«No sabía que los musulmanescelebraban Halloween» le dije a Sunya.

«Yo pensaba que eso era cosa de loscristianos». Y se echó a reír, y a Sunyalo que le pasa es que una vez queempieza ya no puede parar, y su risa escontagiosa. Así que allí estábamos losdos, sentados en nuestro banco del patio,partiéndonos de risa, y yo sin saber dequé nos estábamos riendo. Me dijo«Halloween es una tradición de estepaís que no tiene nada que ver con sercristiano». Estuve a punto de decir «Yentonces por qué lo celebras» porquesiempre me olvido de que ella ha nacidoen Inglaterra.

«Volvemos a vernos las caras,Spiderman» me dijo. Y yo le respondí«A cuánta gente has salvado hoy, ChicaM». Hizo como si contara con losdedos. «A novecientos treinta y siete»dijo encogiéndose de hombros. «Hoy hasido un día tranquilo». Se nosescaparon unas risitas. «Y tú a cuántos,Spiderman». Yo me rasqué la cabeza.«A ochocientos treinta» dije. «Pero esque he empezado tarde y he acabadoantes de mi hora». Estallamos en risas.Nos hacemos esa misma broma todoslos días y nunca llega a aburrirnos.

Se me hizo raro ver a Sunya fueradel colegio durante el fin de semana.

Estaba sentada al pie de un castaño conuna sábana blanca a un lado y una bolsade plástico en las manos. Antes desentarme junto a ella, paseé la miradapor los árboles. Estaban de colornaranja y resecos, como viejos quehubieran tomado demasiado el sol. Papáhabía salido a comprar alcohol a algúnlugar muy lejos del bosque, pero aun asíme puse nervioso.

Me faltó poco para no aparecer. Unacosa es ser amigo de una musulmana enel colegio y otra verse con ella los finesde semana. Sunya me había dicho quefuera con ella a hacer «golosina ojugarreta» y yo le había dicho que sí sin

preocuparme de papá. No había sidocapaz de pensar en nada más que en lacantidad de chucherías que íbamos aconseguir, y en las jugarretas que íbamosa hacer, y en lo muchísimo mejor quetodos los Halloweens anteriores quepasé en Londres que iba a ser porqueesta vez no estaría yo solo. Pero esamañana, al robar unas vendas paradisfrazarme de momia, me sentículpable. Estábamos comiéndonos loscereales delante de la tele y una señoracon la piel del mismo color que Sunyadaba las noticias. Papá dijo «Unamaldita pakistaní en la BBC» como sifuera algo malo. «A lo mejor no es de

Pakistán» le repliqué, sin podercontenerme. Las cejas de Jasdesaparecieron bajo su flequillo rosa.Papá cambió de canal. Salieron dibujosanimados. «Qué has dicho». Tenía lavoz calmada pero los nudillos se lepusieron blancos de lo fuerte que teníaagarrado el mando. Tosí. «Qué acabasde decir, James». Jas se puso el dedodelante de los labios, diciéndome queme callara. Aunque no llevaba sumaquillaje blanco se le había puesto lacara pálida. «Nada» dije. Papá asintió.Dijo «Eso me había parecido» y le hizoa la urna un gesto de saludo.

Fue un alivio que Sunya se pusiera

la sábana por encima de la cabeza.Había recortado agujeros para los ojos yuna forma de salchicha larga para laboca y por los agujeros no se le veíanada la piel. Le dije «Muy chulo eldisfraz» y ella me respondió «El tuyotambién». El mío era un poco raroporque se me habían acabado las vendasy había tenido que usar papel higiénicorosa en su lugar. Dije «Sólo espero queno llueva» y ella dijo con una risita «Teirías por el desagüe».

Tres horas más tarde habíamosllamado a todas las casas que habíamosencontrado y teníamos dos bolsas llenasa reventar de chucherías. Nos sentamos

al pie del castaño a comernos nuestrascosas. Todo estaba oscuro menos elcielo, en el que brillaban un millón deestrellas. Parecían velas minúsculas ypor una décima de segundo me preguntési no las habrían encendido todas paraSunya y para mí y para nuestro picnicespecial de Halloween. Me dolía todoel cuerpo de lo mucho que me habíareído y probablemente había sido elmejor día de mi vida. Me habría gustadodecírselo a Sunya pero me dio miedoque me tomara por un ñoño así que melimité a decir «El hombre aquel» yvolvimos a partirnos de risa. Era elúltimo que había dicho «Jugarreta» y yo

saqué la pistola de agua que llevaba a laespalda. El tipo se agachó pero porsupuesto no le disparé nada. Eso era loque Sunya llamaba el gancho, quesignifica que yo estaba distrayendo altipo mientras ella le hacía la verdaderajugarreta. Le lanzó una bomba fétidadentro de la casa. El tipo no se enteróporque estaba con los ojos cerradosesperando el chorro de agua. EntoncesSunya gritó «Picaste» y el hombre noscerró la puerta en las narices pero nonos fuimos. Nos acercamos de puntillasa la ventana del salón y contemplamoscómo se sentaba en el sofá. Al cabo deun minuto, arrugó la nariz. Diez

segundos más tarde, se miró las suelasde los zapatos como preguntándose sihabría pisado alguna caca de perro.Sunya me tapó la boca con la manoporque se me escapaban las carcajadasy aunque sus dedos estaban helados, altocarlos me dio la impresión de que meardía la boca.

«Por qué llevas eso puesto» mepreguntó con la boca llena dechucherías. «Soy una momia» lerespondí. «Normalmente llevan vendaspero como se me han terminado hetenido que…». Ella sacudió la cabeza.«Eso no» dijo señalando al papelhigiénico. «Esto». Sus dedos tocaron la

camiseta de Spiderman. «Soy unsuperhéroe» dije. «Lucho contra eldelito». Soltó un suspiro con olor agominolas de botella de Coca-Cola. Porlos agujeros de la sábana se veían susojos brillantes brillantes y relucían másque las estrellas del cielo. «Pero enrealidad por qué lo llevas» dijo. Doblólas piernas hacia el pecho y apoyó labarbilla en una rodilla. Estaba chupandoun chupa-chups muy despacito, como situviera todo el tiempo del mundo paraoír mi historia. Intenté hablar, pero noocurrió nada.

Cuando nos fuimos de Londres, papáse pasó como una hora intentando hacer

pasar su armario por la puerta deldormitorio. Lo tumbó hacia un lado.Probó poniéndolo patas arriba. Lovolvió para un lado y para otro pero nohubo manera. Las palabras como Mamáy Affaire y Papá y Alcohol eran justoiguales que aquel armario… demasiadograndes para poder sacarlas. Hiciera yolo que hiciera, no había manera de queme pasaran por entre los dientes.

El chupa-chups estaba ya en lasúltimas cuando dije «Porque me gusta,por nada más». Para desviar laconversación le dije «Por qué llevas túesa especie de velo en la cabeza» y elladijo «Hiyab» y yo dije «Hi qué» y ella

dijo «Así es cómo se llama. Es unhiyab». Repetí esa palabra una y otravez. Me gustaba cómo sonaba. Yentonces me pregunté qué diría papá sime viera sentado al pie de un castañocon una musulmana vestida de fantasma,susurrando palabras musulmanas en laoscuridad. De golpe me di cuentaexactamente de lo que diría y más aún,me lo imaginé diciéndolo, con el gestotodo torcido, los ojos llenos de lágrimasy la urna temblándole en la mano.

Me puse de pie. Las chucherías meestaban poniendo enfermo. Sólo mehabía comido la cuarta parte de mi bolsapero se la eché a Sunya en el regazo.

Dije «Quédatelas. Yo me voy a casa».Me alejé por la calle abajo,arrancándome las vendas de la cara yquitándome el papel higiénico delcuerpo. Una mitad de mí no queríavolver a ver a Sunya, pero la mitad másgrande quería que corriera detrás de míy me preguntara «Qué te pasa». Llegué auna esquina. Si daba cinco pasos más,habría desaparecido de su vista. Frenéde inmediato y traté de no mirar atrás,pero mi cuello no obedecía a micerebro. Antes de que pudiera evitarlo,mi cabeza se había vuelto en redondo yallí estaba Sunya, corriendo detrás demí.

Dijo «Es que tienes miedo,Spiderman. Los superhéroes no huyende esa manera». En cuanto ella llegó ami lado, apreté el paso como si quisieramarcharme, cosa que era y no eraverdad al mismo tiempo. Dije «Notengo miedo. Es que llego tarde. Mipadre me ha dicho que tengo que estaren casa a las ocho». Sunya me metió mibolsa en la mano. «Eres el mentirosomás grande del mundo entero», medijo. «Si me das tus gominolas debotella de Coca-Cola te doy misratones de chocolate».

Vimos la luz de unos faros quedoblaban la esquina. Reconocí el coche.

Agarré a Sunya de la mano tratando deponerla a salvo en algún lugar. Papádisminuyó la marcha. A mí se meaceleró el pulso. No había edificios. Nimuros. Ningún lugar donde esconderse.«Pero qué pasa» dijo Sunya. Yo habríaquerido gritarle «CORRE» pero ya erademasiado tarde. Los frenos chirriaron,la ventanilla bajó con un zumbido y elcoche se detuvo justo a mi lado. Papá seasomó por la ventanilla y se quedómirando. «Golosina o jugarreta» dijesoltándole la mano a Sunya. Levanté losbrazos como un fantasma y puse cara demuerto. «Golosina o jugarreta golosinao jugarreta golosina o jugarreta»

alboroté, intentando desesperadamentedistraer a papá. Sunya llevaba todavía latela por la cabeza y, si papá no se fijabademasiado, puede que no se diera cuentade que bajo aquel disfraz se escondíauna musulmana.

«Cómo se llama tu amiga» dijoarrastrando las palabras, y Sunyarespondió antes de que yo pudierainventarme un nombre que sonara ainglés. Dijo «Soy Sunya». El caso esque papá sonrió. «Encantado deconocerte», le dijo y el aliento le olía acerveza. «Eres compañera de la escuelade James». Sunya dijo «Estamos en lamisma clase y sentados en el mismo

pupitre y nos repartimos las chucheríasy nos contamos secretos». Papá parecíasorprendido pero contento. «Espero queestudiar también estudiéis» bromeó ySunya se rió y dijo «Pues claro, señorMatthews» y yo me quedé allí pasmadomirando cómo papá le echaba unasonrisa a una musulmana y le ofrecíallevarla a su casa.

Nos abrochamos los cinturones. Amí el mío me apretaba el pecho y medaba calor. Como los padres de Sunyaestuvieran a la puerta de su casa, o comotuvieran las cortinas abiertas, o comosalieran un momento a dar las gracias,papá vería que eran de piel morena y se

pondría como un loco. Iba dandobandazos por la carretera y yo no parabade pensar en esos anuncios deconductores borrachos que ponen en latele en los que acaba todo el mundomuerto y me sentí mal por haber dejadoque Sunya subiera al coche cuandoestaba claro que papá estaba más allá desus límites. Pero ella siguió comiendochucherías y dándole conversación y yooía la sonrisa en su voz como si todassus palabras tuvieran caras felices. Lecontó que llevaba toda su vida viviendoen el Distrito de los Lagos y que supadre era médico y su madre veterinariay que tenía un hermano en el instituto y

otro hermano en la Universidad deOxford. «Qué familia tan inteligente»dijo papá, y parecía impresionado. «Esesa casa de la derecha» le dijo Sunya ynos acercamos a un gran portón. Seveían luces detrás de las cortinas perono había nadie en el camino del jardín.

«Gracias por traerme» dijo Sunya ysalió de un salto del coche con la bolsade plástico balanceándose en su mano.Yo no veía otra cosa que sus dedosmorenos y recé con más fuerza quenunca en mi vida para que papá no sediera cuenta. Pero él se limitó a sonreíry dijo «Para eso estamos, guapa» ySunya se fue corriendo, con la sábana

blanca ondeando al viento.Papá dio la vuelta y el coche se

alejó de la casa. Miré por el cristal deatrás y vi a Sunya desaparecer tras elportón. Papá me echó una mirada por elretrovisor. «A que es tu novia». Yo mepuse rojo y dije «No» y papá se rió ydijo «Pues tampoco sería para tanto,hijo. Parece buena chica esta Sonya».De repente me entraron ganas de gritarle«SE LLAMA SUNYA Y ESMUSULMANA», sólo para ver qué medecía. Porque sabía perfectamente que sipapá hubiera visto a Sunya cubierta conun hiyab en lugar de con una sábana, deningún modo habría pensado que era

buena chica.

Capítulo 9

Esta mañana nos han llevado a labiblioteca y he estado mirando un librosobre la Época Victoriana que decía quelas mujeres de aquellos tiempos sequedaban en casa para cuidar a losniños y no trabajaban y nunca dejaban asus maridos porque el divorcio eradifícil de conseguir y demasiado caro. Yjusto estaba pensando en lo mucho queme habría gustado vivir en esa época,cuando noto una mano en la espalda.Como estaba convencido de que eraDaniel he gritado «Señora Farmer», a

pesar de que el cartel dice CHIST. Estoes una biblioteca. Y ella me ha dicho«Qué pasa» y yo he dicho «Este me estáhurgando en el omóplato». El Directorse ha aclarado la garganta y me haempujado al pasillo mientras la señoraFarmer murmuraba «A ver siaprendemos a respetar a las personasmayores, jovencito». El Director mecontemplaba bajando los ojos y yo leestaba viendo la nariz por dentro y meestaba preguntando si no sería difícilrespirar a través de esa cantidad de pelocuando me dice «Qué vas a hacermañana por la tarde». Le he dicho«Nada» y me ha dicho «Bueno, pues

ahora sí que vas a hacer algo. Tenemosun sitio en el equipo de fútbol. CraigJackson se ha lesionado».

Jas dice que no se lo perdería pornada. Cree que voy a meter el gol de lavictoria. Mi horóscopo de esta semanaes que te mueres de positivo, y en todocaso ella dice que mis zapatillas estánencantadas y que con ellas voy a ser tanbueno como el mismísimo WayneRooney. Le he preguntado a papá si va avenir y ha eructado. No sé si esosignifica que sí o que no.

Las pruebas de selección fueronhace más de un mes. Hice todo lo quepude pero apenas conseguí tocar la

pelota. Me pusieron de extremoizquierdo y luego de delantero centro yaunque no hice gran cosa a mí mepareció que no había estado mal. Lanoche antes de que se anunciaran losnombres de los que iban a estar en elequipo las tripas se me movían como situviera dentro cientos de mariposas queno me dejaban dormir. Y por la mañaname sentía como si cada una de esasmariposas hubiera tenido diez bebésllenos de energía. El Director habíadicho que iban a poner la lista denombres en el tablón de anunciosdurante el recreo, y eso significaba quetenía por delante dos clases enteras

antes de poder verla. En Lengua yLiteratura estuvimos escribiendo unpoema titulado Nuestra Genial Familia.La única rima que se me ocurría era«melliza» con «ceniza» y, como laseñora Farmer creía que Rose estabaviva, ni siquiera podía usarla. EnMatemáticas estuvimos haciendofracciones y a mí normalmente se medan bien pero las mariposas se mehabían extendido hasta el cerebro yhacían revolotear mis pensamientos.

La señora Farmer dijo «Poneos losabrigos antes de salir a jugar» y Daniely Ryan corrieron al patio sin pararse amirar siquiera la lista. Sabían que iban a

estar en el equipo porque la temporadapasada habían sido los únicos de quintoa los que cogieron. Yo no quería que seme notara que estaba deseando mirarlaasí que fui a la biblioteca y saqué elprimer libro de la estantería sin mirar loque era. Tenía los ojos fijos en el trozode papel del tablón de anuncios. En élestaban escritos once nombres, y másabajo los tres suplentes. Me acerquésilbando la primera canción que me vinoa la cabeza, que fue El Valor para Volarporque papá había estado poniéndola sinparar ese fin de semana en el camino deSaint Bees.

Las letras parecían puros garabatos,

imposibles de leer. Di otro paso haciadelante. Las mayúsculas del principio delos nombres se volvieron claras. Habíados jotas. Me acerqué más, con loslabios todavía para fuera, aunque habíaparado de silbar. Leí el séptimo nombrede la lista. James.

James. James Mabbot. Uno dequinto. Yo ni siquiera era suplente.

Salí corriendo hacia el patio. Abrí lapuerta de una patada y me lancéescaleras abajo y al doblar a todavelocidad la esquina me choqué conSunya. Mi libro de la biblioteca volópor los aires y derrapó por la gravilla.Ella lo recogió y miró el título. Decía en

grandes letras negras El milagro quesoy: un libro sobre óvulos,espermatozoides, y cómo nacen losniños. Se le escapó una risita. Learranqué el libro de las manos.

Esa noche me leí de pe a pa Elmilagro que soy sentado en el alféizarcon Roger acurrucado junto a mis pies.El libro hablaba y hablaba de loespecial y lo único que yo era porquesólo había una posibilidad entre unmillón de trillones de que saliera talcomo soy. Si aquel espermatozoide depapá no se hubiera encontrado con aquelóvulo de mamá justo en el momento enque lo hizo, yo habría sido una persona

diferente. Eso no tenía pinta de milagro.Tenía pinta de mala suerte.

«No vas a hacer el ridículo» medijo Sunya al encontrarme a la puertadel vestuario, demasiado asustado paraentrar. «Eres Spiderman». Me dieronganas de decirle que Spiderman no sededica a hacer deportes pero como ellaestaba intentando ser amable me quedécallado. «Y tienes un anillo mágico».Miré el hilo de Blue-Tack que rodeabami dedo corazón y toqué la piedrablanca. Me hizo sentirme un poco mejor.«Vas a estar genial» sonrió Sunya. Cogí

aire con fuerza y empujé la puerta paraabrirla.

Daniel era el capitán del equipoantes de que lo expulsaran por tres días.Se le veía celoso mientras el Directordiscutía las tácticas con Ryan. Ryan noparaba de asentir, muy serio, con losbrazos cruzados y una pelota bajo el piecomo si hubiera nacido con ella pegadaa la planta. Daniel estaba sentado, concara de estar furioso y moviendonerviosamente la pierna derecha.Cuando me vio, sacudió la cabeza, comosi no pudiera creerse que me hubierandejado entrar no ya en el equipo, sinohasta en el vestuario. Yo no le hice caso

y saqué el pantalón corto de mi bolsa dedeportes.

En mitad del suelo había una pila decamisetas y elegí una de manga largapara que me tapara la de Spiderman. ElDirector nos dijo que formáramos uncírculo y tuve que morderme el labiopara no sonreír al ver que dos chicos mepasaban el brazo por los hombros. Dijo«Este es el partido más importante dela temporada» y todo el mundo estabaen silencio. Nadie respiraba. Teníamostodos la vista fija en el Directormientras hablaba. «Si ganamos hoy aGrasmere estaremos en cabeza de laliga» y miraba a los jugadores y a mí el

corazón me dolía de las ganas que teníade ganar. Dijo «Algunos de nuestrosjugadores titulares no están, perovamos a hacer todo lo que podamoscon los suplentes que tenemos» y depronto me entró un interés de muerte porel suelo. Lo estuve mirando fijamentemientras el Director decía alguna otracosa de la que no me acuerdo.

Las madres y los padres y losabuelos estaban de pie en un lado delcampo. Entre todas las cabezasmarrones y negras y de color zanahoriahabía una rosa y una verde y unacubierta con un hiyab amarillo.Intentando dar la impresión de que sabía

lo que me hacía, hice tres flexiones derodilla con la otra pierna estirada y diezsaltos abriendo y cerrando los brazos ylas piernas mientras esperábamos a quellegara el otro equipo. Me puse a correrde una punta a otra por la bandaizquierda del campo haciendo como siregateara, aunque no tenía pelota.

Al final llegó el equipo deGrasmere. El árbitro dijo «Adelante loscapitanes» y Ryan dio un paso al frentey Daniel se puso rojo de envidia. Ryandijo «Cara» y el árbitro dijo «No, hasalido cruz», así que le tocaba sacar alotro equipo. Y entonces sonó el silbato yme puse a jugar el primer partido de mi

vida sin estar de portero.Las tres primeras veces que pillé el

balón me placaron. El chico que memarcaba aparentaba como trece años yhasta tenía pelillo en el labio de arriba yen la garganta una bola que más que unanuez parecía un melón. Era un tipo fuertey duro y olía a desodorante como unhombre. A los cinco minutos yo tenía yalas piernas llenas de barro y la rodillame estaba matando por la parte dondeme habían pegado una patada y mehormigueaban los pies con las zapatillasapretadas, pero nunca me había sentidotan feliz. El que me marcaba seríagrande pero era bastante lento y podía

esquivarlo fácilmente.Me esforcé más que en toda mi vida

junta con la esperanza de que a Jas y aLeo y a Sunya les pareciera que loestaba haciendo bien. Seguíapreguntándome si papá estaría entre lamultitud y si estaría impresionado. Cadavez que me hacía con el balón, la vozdel comentarista me retumbaba en losoídos. «Magistral pase hacia dentrodel área de Jamie Matthews» y«Matthews regatea a un contrario,luego a otro, y a otro» y «El nuevofichaje Matthews ha hecho unmagnífico primer tiempo».

Llevábamos cuarenta y cinco

minutos de partido y sólo íbamosperdiendo por uno a cero. Nuestroportero se había dejado meter un gol enpropia meta. Daniel se puso a hablarmal de él diciendo que era una nena yque no sería capaz de jugar bien alfútbol ni aunque le fuera la vida en elloy Ryan se reía, pero yo no. Yo sé lo quese siente al ser el portero del equipo queva perdiendo. Nos comimos unos gajosde naranja que me dejaron las manospringosas pero estaban deliciosos yllegó el momento de que empezara lasegunda mitad del partido.

Tuvimos montañas de ocasionespero no logramos meter el balón en la

red. Daniel lanzó un tiro al poste. Ryandio en el larguero con un remate decabeza desde mi esquina. Yo sentía elpánico como un globo que se me ibahinchando cada vez más en la tripa amedida que se nos acababa el tiempo. Yentonces un niño que se llamaba Fraserse fue para el suelo en el área y elárbitro dijo «Penalty» y lo iba a chutarDaniel pero Ryan dijo «Deja, ya voyyo». Lo marcó por la escuadra derecha.

Corrió hacia los hinchas con losbrazos en alto y todos los demássiguiéndole. Cuando yo llegué ya habíanparado de celebrarlo así que me tuveque volver a toda velocidad para atrás

por la banda izquierda para el saquedesde el centro.

No me quedaban fuerzas pero sinsaber ni cómo seguí adelante. Por muchoque me dolieran los pies, no me rendí nipor un instante. El Director iba de aquípara allá por el borde del campollenándose los relucientes zapatos debarro, y no paraba de gritar cosas que yono oía. Se me había subido toda lasangre a la cabeza y me hacía dentro esesonido que se oye al ponerse unacaracola pegada a la oreja. El árbitrocomprobó el reloj y me di cuenta de quefaltaba sólo un minuto para que pitara elfinal y de pronto era yo el que tenía la

pelota y no tenía delante más que alportero. La voz del comentarista dijo«Ocasión para Jamie Matthews dehacer ganador a su equipo» y yo penséen mamá y en papá y en Jas y en Sunya yle pegué al balón la patada más fuerteque fui capaz con el pie izquierdo.

Ocurrió todo a cámara lenta. Elportero saltó. Sus pies se despegarondel suelo. Sus brazos se estiraron. Lared se abombó. Las manos de la multitudse levantaron. Mi tiro había entrado.

Mi tiro había entrado. Me quedémirando el gol sin pestañear y sinmoverme por si no era más que un sueñodel que estaba a punto de despertarme.

El sonido de caracola desapareció ypude oír los gritos y los aplausos y lasovaciones, y lo mejor es que eran todospara mí. No sé por qué me acordé dellibro que había sacado de la bibliotecapor error y me sentí especial y único, sinllegar a tanto como un milagro, perotampoco demasiado lejos.

Cientos de manos me arrastraron alsuelo. Todos los jugadores se tiraronencima de mí, y me apretaron la caracontra el barro y me puse perdidoporque el suelo estaba mojado, pero nome importó lo más mínimo. Y no habríaquerido estar en ningún lugar del mundomás que allí, sin poder respirar casi y

aplastado sobre el campo del colegiopor diez jugadores que gritaban.

Por nueve jugadores que gritaban.Daniel no se acercó a celebrarlo. No medi cuenta hasta que conseguí ponerme depie y el árbitro tocó el silbato. Danielestaba solo en mitad del campo y nisiquiera parecía contento de quehubiéramos ganado.

Sunya coreaba mi nombre y besó lapiedra de su anillo. Yo miré alrededorpara ver si estaba papá y también beséla mía. Ella me saludó con la mano y sefue corriendo y el globo que se me habíahecho en la tripa se me infló más quenunca pero era agradable, como unos

manguitos o una colchoneta hinchable ocualquier cosa de las que te mantienen aflote en el agua. Se me estiraron loshombros y se me ensanchó el pecho ypor primera vez me pareció que micamiseta de Spiderman estaba hechapara mí.

Todas las madres y todos los padresse acercaron a saludar a sus hijos ydurante una décima de segundo mequedé sin saber qué hacer. Yo seguíasonriendo pero me empezaron a dolerlas mejillas y me notaba los labioscortados y la lengua seca. Pero seguícon la sonrisa puesta porque no queríaque nada, ni siquiera el hecho de que el

eructo de papá fuera un no, meestropeara ese momento. Jas y Leo seestaban besuqueando pero se separarony me hicieron gestos con la mano así quecorrí hacia ellos. Jas no paraba de decirque yo era un héroe, mejor aún queWayne Rooney, y Leo me volvió a dar lamano y esta vez yo ya estabaperfectamente al tanto de cómo se hacía.Me dijo «No sabía yo que los pecesmetieran goles» y yo le dije «Puesigual más que los erizos» y él se rió conganas, no con esa risa falsa de adulto, ysoltaba destellos plateados por lospendientes que tenía en la lengua y enlos labios.

Otras familias se quedaban mirandoel pelo rosa de Jas y los pinchos verdesde Leo y la ropa negra negra y la carablanca blanca que llevaban. Yo mequedaba mirándolos a ellos hasta que sedaban la vuelta, y me sentía tanpoderoso y tan valiente que habría sidocapaz de enfrentarme hasta con elDuende Verde de Spiderman si llega aaparecer por el campo en aquelmomento. Jas me dijo «Te veo en casa»y Leo dijo «Hasta la próxima, enano» yahí me quedé solo y abrí lo más posiblelos ojos para que no se me escapara niel menor detalle del mejor día de mivida. Vi las manchas de hierba que tenía

en las rodillas, y las redes ondeando conel viento, y al chico que me marcaba quese marchaba derrotado y con loshombros caídos, todo por mí. Sonreí ensecreto al león del cielo, y juro que lo oírugir.

El Director me dijo «Enhorabuena»y me apretó el hombro y «Un golimpresionante» y me alborotó el pelo. Ycuando ya me parecía imposible que lascosas pudieran ir mejor, me metí en losvestuarios y todos menos Daniel mesonrieron y dijeron «Buena jugada» y«Qué partidazo» y «No sabía quechutaras tan bien con la izquierda». Elportero hasta gritó «Jamie Matthews, el

Héroe del Partido» porque mi gol habíahecho que todo el mundo se olvidara desu metedura de pata y que dejaran dellamarle Manitas de mantequilla. Unoscuantos estuvieron de acuerdo peroDaniel soltó un bufido y salió dando unportazo del vestuario. Pensé que sehabía ido sin más a su casa, pero cuandome estampó el puño en la caracomprendí que me había equivocado.

Fue en una calle tranquila a mediamilla de la escuela. No había nadie porlos alrededores. Daniel debía dehaberme esperado a la puerta delvestuario y haberme seguido a casa. Nolo oí seguirme porque estaba

manteniendo una conversación mentalcon mamá, contándoselo todo delpartido y diciéndole «No llores. Seguroque el señor Walker te deja venir lapróxima vez».

Noté unos golpecitos en la espalda yal volverme me encontré con cuatronudillos delante. Me dieron un puñetazoen la cara y el ojo se me estrelló contrael fondo del cráneo como un huevocontra un muro. Me llevé las manos a lacabeza y un pie me dio una patada en elestómago y me caí al suelo. El pie siguiódándome patadas en las piernas, y en losbrazos, y en las costillas, y noté en laboca un sabor metálico que debía ser

sangre.Me di la vuelta para protegerme el

estómago y Daniel me pegó en laespalda. Luego me agarró del pelo y mesacudió y la sangre salpicó por toda laacera. Me gritó en el oído «Eso porbuscarme problemas con el Director».Intenté responderle pero tenía en la bocaun montón de sangre y vísceras y unacosa dura que debía ser un diente. Dijo«Eres un gilipollas» y «Todo el mundote odia» y «Un gol de chiripa no va acambiar nada». Y yo me quedé allítragándome sin más todo aquello hastaque dijo «Vuélvete a Londres y llévate ala pakistaní esa contigo». No sé por

qué esa palabra hizo que se meterminaran de cruzar los cables así queintenté ponerme de pie pero el cuerpo nome respondía.

Daniel me pisoteó la mano antes deirse corriendo. Me quedé tirado en laacera contemplando cómo desaparecíansus zapatillas por la esquina. Me dolíanlos huesos y me palpitaba la cabeza yme sentí cansado. Cerré los ojos y meconcentré sólo en respirar. El aire pitabaal pasar por los agujeros de mi nariz.Debí de quedarme dormido. Lo siguienteque supe fue que el cielo se había puestooscuro y las montañas eran sombras ylos árboles estaban negros y afilados

sobre una luna de nata.Me levanté y me fui cojeando. A la

puerta de nuestra casa no había lucesazules. El coche de mamá no estaba enel camino del jardín. Yo no tenía ni ideade la hora que podía ser pero sabía queera tarde y pensé que papá se habríapreocupado lo bastante como parallamar a algún sitio.

Abrí la puerta de la entrada y esperéa que Jas corriera escaleras abajo o quepapá gritara «Dónde demonios tehabías metido». El recibidor estaba ensilencio. Una luz gris se filtraba pordebajo de la puerta del salón y me dirigíhacia ella, con el cuerpo dándome

punzadas a cada paso. Papá estabadormido en el sofá, con un álbum defotos abierto en las rodillas. Una foto deRose parpadeaba a la luz de la tele. Consu vestido de flores, su chaqueta y suszapatos planos con hebilla. Me quedémucho rato mirando a papá y, aunquetenía el cuerpo machacado y el ojo seme había hinchado tanto que me abultabael doble de lo normal, nunca me hesentido tan invisible. Tampoco es unsuperpoder tan estupendo, a fin decuentas.

La tele estaba sin sonido peropusieron aquel anuncio. El MayorConcurso de Talentos de Gran Bretaña.

Un montón de niños bailando ensilencio, con las caras felices yresplandecientes y sus familiasaplaudiendo entre el público. Y cuandoapareció el teléfono y las palabrasgiraron diciendo Llama a este número ycambia tu vida, cogí de la repisa de lachimenea un bolígrafo y me escribí elnúmero en la palma de la manodolorida.

Capítulo 10

Resultó que no había pasado tantotiempo dormido en la acera. Ahora sehace de noche tan temprano que esdifícil saber la hora que es. No eran másque las seis y media cuando apagué latele y dejé a papá en el salón y me subí ami cuarto. En cuanto me vio entrar,Roger saltó del alféizar y vino a frotarsu pelo naranja contra mis heridas. Porlo menos alguien se alegraba de verme.Por lo menos alguien se alegraba de quehubiera llegado a casa vivo. Me vino depronto una imagen de Roger marcando

con la pata el 061 y denunciando midesaparición por entre sus bigotes. Unasonrisa hizo que las mejillas se melevantaran hacia los ojos y me dolíatanto que no se puede ni explicar.

Jas llegó a las diez y veintiúnminutos. Las bisagras de la puertaprincipal chirriaron muy despacio y medi cuenta de que estaba intentando entrarsin que la oyeran. Crucé los dedos. Seoyó un ruido de pisadas y luego un grito.Me tapé la cabeza con el edredón y mepuse a canturrear con todas mis ganas. Apapá se le notaba en la voz que habíaestado bebiendo.

Le preguntó una y otra vez a Jas

«Dónde has estado» y ella dijo «Porahí con unos amigos», lo cual estabaclaro que era mentira. Pero yo entiendoque no quisiera decir nada de Leo. Apapá no le iba a gustar que Jas tuvieranovio, y menos aún si el novio tenía elpelo verde. Dijo «Por qué no hasllamado» y yo oí lo que Jas habríaquerido responderle. Vi las palabrascruzar como un relámpago su cerebro.Pero sólo dijo «Llamaré la próximavez» y papá dijo «No habrá próximavez» y Jas dijo «QUÉ» y papá dijo«Estás castigada».

Aquello era tan absurdo que medieron ganas de reírme pero estaba

tratando de mantener la cara quietaporque al moverla me dolía demasiado.Papá lleva meses sin ocuparse denosotros. Ni nos ha hecho la cena, ni nosha preguntado qué tal nos ha ido, ni nosha regañado desde hace demasiadotiempo para empezar ahora. Jas debió dereaccionar igual que yo porque papádijo «Quita ahora mismo esa sonrisitaboba». Y ella gritó «No me puedescastigar» y papá replicó «Si te portascomo una niña te tendré que tratarcomo si lo fueras» y Jas le dijo «Soymás adulta de lo que lo vas a ser tú entoda tu vida». Y papá dijo «Eso es unatontería» y yo le susurré a Roger «No,

no lo es». Roger ronroneó y me hizocosquillas en los labios con los bigotes.Se había acurrucado junto a mí y sentíasu cuerpo como una bolsa de aguacaliente peluda contra el mío. Luegovino aquel silencio lleno de todas lascosas que Jas no podía decir. En loscuatro días que Luke Branston y yofuimos amigos habíamos ido a ver esapelícula de miedo que se llamaCandyman. Era sobre un tipo con ungarfio que aparece si te miras al espejoy dices cinco veces su nombre. Y desdeque vi la película siempre he tenidomedio ganas de probarlo, y a vecescuando me estoy lavando los dientes

digo «Candyman Candyman CandymanCandyman Candy…» pero nuncatermino de decirlo, por si las moscas.

Es como lo de papá. Nadie ha dichonunca nada de que beba. Jas nunca me hadicho nada a mí, ni yo a ella, y ningunode los dos le ha dicho nunca nada apapá. Da demasiado miedo. No sé loque podría pasar si dijéramos la palabraBORRACHO.

Casi me dieron ganas de que ella selo gritara en la cara. A Roger le entródemasiado calor y saltó de la cama. Enel reloj de la iglesia dieron las once yme imaginé a un viejito tirando de lasoga en el campanario a la luz de las

estrellas. El silencio continuó. Me mordíel labio y me noté un agujero. Daniel mehabía saltado de un puñetazo mi últimodiente de leche.

Rompieron el silencio unos pasos enla escalera. Me sentí aliviado ydecepcionado, las dos cosas a la vez.Mi puerta se abrió y Jas entró y tiró elbolso en mi suelo. Se sentó en mi cama yse echó a llorar. Las lágrimas llenas derímel le bajaban por las mejillasdibujándole líneas negras. La abracé yse le notaban todos los huesos de laespalda. «No puedo seguir con esto»dijo, y eso a mí me puso enfermo. Erajusto lo mismo que había dicho mamá

antes de largarse. Agarré a Jas confuerza de la mano, acordándome de lacometa de la playa de Saint Bees y decómo tiraba del hilo y se retorcía,tratando de liberarse. Metí mis dedosentre los suyos y la sujeté fuerte. Le dije«Las cosas van a cambiar» y ella dijo«Pero cómo» y yo le dije «No tepreocupes. Tengo un plan».

Antes de que pudiera contarle lo delMayor Concurso de Talentos de GranBretaña, agarró su bolso y lo abrió.«Toma» me dijo, pasándome un botemetálico. «Para tu camiseta. Para queno te la tengas que quitar».Desodorante en spray. Me acordé del

chico del partido que olía como unhombre y me lo eché por todo el cuerpo.«Mejor» le pregunté. «Mucho mejor»me respondió, con la mínima expresiónde una sonrisa. «Estabas empezando deverdad a oler mal».

Lo primero que hizo la señoraFarmer al entrar en la clase fue llevar alos ángeles de los futbolistas volandouna nube más arriba. Como el ángel deDaniel lo habían reciclado, su nombre loescribió, en post-it y lo pegó en la nubenúmero uno. Sunya estaba intentandoatraer mi atención pero yo no la miré.

Después de lo que me había hechoDaniel, tenía miedo de que se levolvieran a cruzar los cables.

Mi ángel subió dos nubes porque yohabía metido el gol de la victoria asíque ahora estoy en la número tres. Laseñora Farmer dijo «Poneos de pie» yeso hicimos y dijo «Ahora estáis todosun paso más cerca del Cielo» mientrastodos aplaudíamos. Me miró de un modoraro, pero luego sacudió la cabeza ydecidió no decir nada. Tengo el ojo todoverde y negro y cuajadito de heridas.

En el desayuno cuando Jas me dijo«Qué te ha pasado en la cara» lo únicoque le dije fue «Me dieron un codazo en

el partido». Me habría gustado contarlelo de Daniel, pero todavía parecía tristey pensé que ya tenía bastantespreocupaciones. Pensé que a lo mejorpapá me preguntaba por el resultado delpartido pero estaba escuchando la radiocon el ceño fruncido. Jas levantó la vistade su ordenador portátil. «No meencuentro bien» murmuró y se volvió ala cama. Mientras salía por la puertaalcancé a ver su horóscopo en lapantalla. Decía «Prepárate para unagran sorpresa», y seguro que Jas alverlo se había puesto histérica.

Sunya se pasó toda la clase deGeografía intentando hablar conmigo del

partido. Que si mi gol era el mejor quehabía visto en su vida, incluyendo todoel fútbol que ponen en la tele, y que siella sabía que lo iba a hacer fenomenalporque yo era Spiderman. Pero nuncame había sentido menos Spiderman queen aquel momento, con el cuerpodoliéndome por debajo de la camiseta yaquellas mangas que me quedaban tanflojas por los brazos. Y cuando me dijoque pensaba que el Director me iba ahacer capitán en el próximo partido, ledije que se callara. Me dijo «Cómodices» y le dije «Tú no sabes nada defútbol». Sus ojos redondos seconvirtieron en dos rayas y los labios se

le apretaron en una línea finita, como sise los hubieran dibujado con un lápizmuy afilado.

No me dirigió la palabra en toda laclase de Literatura y tampoco aplaudióen la Asamblea cuando el Directoranunció que yo era el Héroe del Partido.Tenía que haber sido el mejor momentode mi vida pero me sentí como Dominicel de mi colegio de Londres. Dominicera discapacitado y cada vez que hacíaalgo, incluso si escribía su nombre conletras grandes de palo, todo el mundo seponía «Hala» y «Qué bárbaro» como siacabara de escribir un libro o algo.Cuando el Director habló de mi gol, fue

exactamente así como me sentí, comoque aquello tampoco habría sido nadadel otro mundo si lo llega a hacercualquier otro pero era la repera que lohubiese hecho aquel niño pelirrojo tanraro al que todos ellos creían demasiadoretrasado para jugar al fútbol.

A la hora del recreo me dirigí anuestro banco. No esperaba encontrar enél a Sunya. Pensaba que estaríademasiado enfadada. Pero allí estaba,con la nariz levantada y dandogolpecitos con el pie en el suelo. Teníalos ojos tan negros como el hiyab quellevaba en la cabeza y tres de sus pelosbrillantes flotaban al viento. Me dijo

«Estoy haciendo como si noexistieras», y yo le dije «Entonces porqué me estás hablando», y ella dijo«Sólo quiero que sepas que no tepienso hablar en todo el día». Así quele dije «Pero yo lo siento muchísimo»,y ella dijo «Como debe ser», y yo dije«Creía que no me hablabas», y entoncesme pegó en la pierna. No deberíahaberme dolido tanto como me doliópero se me escapó un taco y me agarréel muslo con las dos manos. EntoncesSunya me miró desde la pierna al ojo,pasando por las heridas de las manos, yabrió la boca un palmo. Se levantó de unsalto y dijo «Ven». Su velo se

balanceaba de un lado para otro y suspulseras tintineaban al bajar por unacuesta que yo no había visto antes.Llevaba a un cobertizo verde que habíamás abajo de la escuela.

«Dónde estamos» le pregunté aSunya mientras ella miraba alrededor yluego hacía girar el picaporte de unapuerta secreta. La seguí adentro,parpadeando unas cuantas veces hastaque se me acostumbraron los ojos a laoscuridad. El cuarto olía como atelarañas y a humedad. «Este es elalmacén de la clase de deportes» dijocerrando la puerta y se sentó sobre unapelota grande. «Yo solía esconderme

aquí cuando todo el mundo me llamabaVirus del Curry». Yo no sabía qué decirasí que cogí una pelota de tenis y la botécontra el suelo. Ella se inclinó haciadelante y la sujetó. «Qué te ha pasado,Jamie». Yo intenté reírme pero sonaba afalso. Ella esperó a que parara y luegosusurró «Qué te han hecho».

Se me agolpó toda la sangre en lacara y me latían las heridas. Me habríagustado contárselo pero me dabademasiada vergüenza. La señora gordadel comedor tocó el silbato y me volvíhacia la puerta. Sunya me cogió la mano.Yo bajé la vista. Quedaban muy bien misdedos blancos entre los suyos morenos.

Se levantó. Estábamos tan cerca que levi justo encima del labio una pecaminúscula que nunca le había vistoantes. Me soltó la mano y me metió losdedos por la manga derecha de lacamiseta. Le grité «ESTATE QUIETA»pero ella me la remangó, levantándoladespacio y con cuidado como si supieraque me dolía el brazo. Y cuando vio laherida que tenía encima del codo, en susojos brillantes centellearon lágrimas.«Daniel» me preguntó, y yo asentí con lacabeza.

El silbato volvió a sonar así que nopudimos hablar. Salimos por la puertasin hacer ruido y trepamos con las

manos y los pies la cuesta y llegamos almismo tiempo que los otros niños sinque nos vieran. Durante Historia yCiencias, Sunya miraba fijamente aDaniel y yo tuve miedo de que le dijeraalgo y fuera aún peor. Pero ella debíasaber cómo me sentía porque mantuvo laboca cerrada y a la hora de comervolvimos al almacén.

Me gusta estar allí. Es tranquilo yfresco y secreto. Nos sentamos sobreuna colchoneta y nos comimos juntosunos sándwiches y le conté lo de lapelea. Se mordió el labio y sacudió lacabeza y maldijo todo lo maldecible.Dijo «Vamos a vengarnos» pero yo dije

«Es mejor que te olvides» y ella dijo«Pero te ha llamado gilipollas. Te hapegado. Tenemos que hacer algo». Temíque se refiriera a decírselo a algúnprofesor pero entonces dijo «Mishermanos le van a partir la cara». Ellasabe tan bien como yo que losprofesores complican las cosas. Meimaginé a Daniel pisoteado por un chicomayor y eso me hizo sentirme bien y malal mismo tiempo. Quería que se llevarasu merecido pero me habría gustado serlo bastante valiente como para dárseloyo mismo.

Me quedé un momento callado y mecomí las migas de mi pan mientras

Sunya miraba mi camiseta deSpiderman. La tocó con la mano y teníala cara toda pensativa y me di cuenta deque estaba a punto de hacer unapregunta. Y esta vez las palabras comoMamá y Affaire y Papá y Alcohol no meparecieron tan grandes como para nopoder sacarlas.

Se lo conté casi todo. Ella no meinterrumpió. Sólo escuchaba y asentía.Hablé de las botellas de papá en labasura y de que mamá se habíamarchado a vivir con Nigel. Le contécómo había llegado a creer que mamá sehabía olvidado de mi cumpleaños y loaliviado que me sentí cuando me llegó el

paquete dos días más tarde. En el polvodel suelo del almacén escribí laspalabras que mamá había puesto en laposdata de mi tarjeta, y Sunya estuvo deacuerdo en que iba a venir muy pronto.Y cuando le expliqué por qué no podíaquitarme la camiseta hasta que mamáhubiera venido, lo comprendió.

Mientras se lo contaba estuvemirando todo el tiempo al cuadrado deluz dorada que rodeaba la puertasecreta. Pero cuando Sunya me dijoaquello la miré a la cara. Me sonrió y yole sonreí y nos apretamos las manos y unreguero de pólvora me subió zumbandopor el brazo. Empezó a llover pero el

tamborileo del techo no era tan fuertecomo el BUM BUM de mi corazón.Quería verle a Sunya la peca así que meincliné hacia delante y contemplé elpunto marrón de encima de su labio. «Esuna superstición» dijo y tenía la voz unpunto más alta de lo normal. Me acerquémás aún. Su aliento me hacía cosquillasen la cara. «Una superstición» susurró.«Eso es lo que tú tienes». Yo estabacasi tocándole con la nariz sus tres pelosbrillantes cuando le dije «Una superqué» y ella dijo «Como esos jugadoresque meten un gol y luego tienen quellevar los mismos calzoncillossudorosos en todos los partidos para

que les traiga suerte». Y entoncesempezamos los dos a reírnos y la pecadesapareció porque la risa le estirabalos labios.

De pronto nos dimos cuenta de quenuestras caras estaban demasiado cercaasí que me puse de pie y miré a mialrededor buscando una pelota. Encontréuna en un rincón del almacén y le di unascuantas patadas. Sunya dijo «Cuéntamelo de tu hermana» y le metí a la pelotaun golpe demasiado fuerte y se estampócontra la puerta secreta. Dije «Tiene elpelo rosa» y Sunya dijo «Me refería ala otra».

Sunya es musulmana y los

musulmanes mataron a mi hermana. Yono sabía qué decir. Pensé en mentirlepero me pareció que tampoco estaríabien y deseé que Rose se hubieraahogado sin más o se hubiera muerto enun incendio porque eso habría sidomucho más fácil de explicar. Y entoncesme eché a reír porque era un deseo muyextraño y Sunya se echó a reír conmigo yya no podíamos parar.

Y en medio de tanta risa conseguídecir aquellas siete palabras. «A mihermana la mataron los musulmanes».Y Sunya no puso cara de horror, ni dijo«Cómo lo siento», ni intentó aparentarque estaba triste como todos los demás

cuando se enteraban. Dijo «No tienegracia, ay no tiene ninguna gracia»pero se reía todavía más, agarrándose latripa, con las lágrimas saltándosele porlas mejillas morenas. Y yo me reíatambién y los ojos se me humedecieronpor primera vez en cinco años. Y mepregunté si no sería a eso a lo que serefería la orientadora cuando dijo «Undía te vendrá de golpe y entoncesllorarás». Aunque, no sé por qué, nocreo que se refiriera a llorar de risa.

Capítulo 11

Me gusta cómo saben los sobres y hechupado la parte brillante cinco vecesantes de pegar la solapa. Me imaginabaa mamá abriendo la carta en casa deNigel, sus dedos tocando mi saliva seca,y eso me ha hecho sentirme bien. Laseñora Farmer nos ha explicado que esMuy Importante que nuestro padre ynuestra madre vengan a la Velada de losPadres en diciembre. Ha dicho «Es laúltima ocasión que van a tener dehablar conmigo antes de que empecéisel instituto el año que viene. Deberíais

venir con vuestras madres y traer arastras a vuestros padres también».

Yo he cogido dos cartas del montónque había en la clase y le he dado una apapá y le he mandado la otra a mamá. Enla parte de arriba de la de ella he escritouna nota con mi mejor letra seguida.

Nos vemos en la puerta de mi nuevocolegio, la Escuela Primaria de laIglesia de Inglaterra en Ambleside, el 13de diciembre a las 3:15 de la tarde. P.D.: No traigas a Nigel.

Iba a escribir Llevaré puesta micamiseta de Spiderman pero he

decidido no decírselo. Quiero que seauna sorpresa. He doblado con muchocuidado unas hojas que había arrancadode mi cuaderno de dibujo y las hemetido también en el sobre. Un dibujode mí y otro del pez naranja. A mamá levan a encantar.

Cuando he metido la carta dentro delbuzón me ha entrado la emoción. Para laVelada de los Padres faltan todavía tressemanas así que mamá tiene tiempo desobra para pedirle al señor Walker undía libre. No se lo querrá perder. Ellasiempre está diciendo que el colegio esmuy importante y que si saco buenasnotas podré conseguir cualquier cosa

que quiera. Dice «Haz el trabajo duroahora y recogerás los frutos a lo largode toda tu vida». Me voy a esforzar deverdad en el colegio hasta el 13 dediciembre para que la señora Farmertenga un montón de cosas buenas quedecirle de mí.

Después de mandar la carta me hesentado en el muro junto al buzón y mehe quedado esperando a Sunya. Me hesentido un poco culpable al dejar a papáporque me ha preguntado si quería haceralgo esta mañana. Me ha dicho «Tienesalgún plan» y yo por poco me atragantocon los Chocopops. He tosido y hedicho «He quedado» y él ha dicho «Ah»

con un tono de decepción que me hahecho sentirme como si yo estuvierahaciendo algo malo. Y la verdad es quelo estaba haciendo, porque pensaba ir acomer con una musulmana, pero esopapá no lo sabía. Ha dicho «Se mehabía ocurrido que fuéramos a pescar»y Jas se ha atragantado con el té y se haquemado la lengua. Yo he dicho «Losiento» y él ha dicho «Bueno, puesestate de vuelta a las cinco que voy ahacer la cena». Jas se estabaabanicando la lengua con la mano peroseguía con los ojos como platos de laimpresión.

Papá ha mejorado mucho desde

aquella discusión que tuvo con Jas. Creoque se ha dado cuenta de que no se haocupado gran cosa de nosotros. Siguebebiendo, pero por las mañanas ya no, yeste mes nos ha llevado al colegiocuatro veces. Y ha empezado apreguntarme cómo me van las clases yesas cosas. Aunque no siempre escuchami respuesta, a mí me gusta contárselo.Cuando le dije que había metido el golde la victoria en el partido de fútbol medijo «Tendrías que haberme avisado deque jugabas. Habría ido a verte», locual fue mosqueante y agradable almismo tiempo. Jas se estaba pintandolas uñas cuando lo dijo y se limitó a

sacudir la cabeza, me guiñó un ojo y sepuso a soplarse las uñas para que se lesecaran.

Está bien que papá haya cambiadoporque a Jas mi plan le pareció unaestupidez. Le dije lo de llamar al MayorConcurso de Talentos de Gran Bretaña ygrabar en el contestador nuestradirección para que los de la tele nosmandaran información sobre lasaudiciones. Me dijo «Pero paraparticipar en un Concurso de Talentoshay que tener algún talento» y yo dije«Tú cantas muy bien» y ella dijo «Notan bien como Rose» y eso me dio unmontón de rabia porque sencillamente

no es verdad. Cuando llegó lainformación, fui a enseñársela a Jas. Leseñalé la fecha, el 5 de enero, y el lugarmás cercano en el que se hacían lasaudiciones, el Teatro Palace deMánchester. Me dijo «No vuelvas aempezar con eso» y yo le dije «Pero esque nos puede cambiar la vida» y elladijo «Deja de decir chorradas» y «Salde mi cuarto».

Vi a Sunya antes de que ella meviera a mí. Iba corriendo por la colinaabajo hacia correos. El hiyab flotabadetrás de ella y parecía de verdad unasuperheroína que pasaba volando porlos aires. El viernes pasado, en

Matemáticas, le pregunté a Sunya sialguna vez se quita el hiyab y ella soltóuna carcajada. Sólo me lo pongo cuandosalgo de casa o si viene gente a vernos.Dije «Por qué tienes que taparte» yella dijo «Porque lo dice el Corán». Yyo dije «Qué es el Corán» y ella dijo«Es más o menos como la Biblia». Yeso es lo que pasa con los cristianos ylos musulmanes, que los dos tienen unDios y los dos tienen un libro. Sólo queno los llaman de la misma forma.

Sunya corrió hacia el buzón y meagarró del brazo y fue tirando de mícolina arriba, hablando sin parar. Yoestaba muerto de nervios. Nunca había

estado dentro de una casa musulmana.Me preocupaba que oliera a curry comodecía papá en Londres. Temía que sufamilia se pusiera a hablar y a rezar enuna lengua diferente. Y me daba miedoque el padre de Sunya pudiera estarfabricando bombas en su dormitorio.Eso es lo que decía papá que hacentodos los musulmanes. Y aunque mesorprendería que el padre de Sunyafuera un terrorista, papá me había dichoque nunca puede uno estar seguro y quehasta los que más cara de inocentestienen llevan bombas escondidas en elturbante.

Cuando cruzamos la puerta un perro

se acercó a Sunya dando saltos. Erablanco y negro y tenía las orejas largas yla nariz húmeda y una cola diminuta quese movía como loca. El perro Sammy noparecía un perro cristiano ni un perromusulmán. Suspiré aliviado. Era unperro normal. Igual que todo lo demás.La casa de Sunya no era distinta de lamía. En el salón había un sofá de colorcrema y una agradable alfombra y en lachimenea una repisa sobre la que habíatodo lo que debía haber: fotos y velas yjarrones llenos de flores, no hermanas.La única cosa musulmana que había entodo el salón era una foto de edificiosfantásticos con cúpulas y minaretes.

Sunya dijo que era un lugar sagrado quese llama La Meca y yo me reí porque asíse llamaba el bingo que había en laacera de enfrente de nuestro piso deFinsbury Park.

La cocina era lo más interesante. Yoesperaba que oliera a especias y quehubiera un montón de ensaladeras llenasde verduras exóticas. Pero era igual quenuestra cocina sólo que más agradableporque en ésta había un paquete deChocopops en el estante pero no habíabotellas de alcohol y el cubo no olíamás que a basura.

La madre de Sunya nos hizo unbatido de chocolate y me puso en el

vaso una pajita curvada. Llevaba unvelo azul y tenía los mismos ojosbrillantes que Sunya pero con la pielmás clara y los gestos más lentos. Másseria. Sunya gesticula muy rápido.Cambia de cara diez veces por minuto.Abre los ojos y los cierra con todas susfuerzas y su peca salta de aquí para alláy mueve las cejas al hablar. La madre deSunya es tranquila y amable einteligente. Tiene un acento fuerte, nocomo Sunya, y mi nombre suena distintocuando lo dice ella. No parece el tipo demujer que se casaría con un terrorista,pero nunca se sabe.

Nos tomamos los batidos en el

cuarto de Sunya. Teníamos sed porquehabíamos estado saltando de la cama alsuelo para ver quién lograba mantenersemás tiempo en el aire. Yo como soySpiderman tenía que llegar al techo ytratar de quedarme ahí agarrado elmayor tiempo posible. Y Sunya como esla Chica M tenía que aletear con elhiyab para sostenerse en el aire porencima de la alfombra. Al finalquedamos empatados.

Del velo rosa de Sunya se salió unmechón entero de pelo, que es lo másque le he visto hasta ahora. Era fuerte ybrillante y más bonito que todas esasmelenas de esos anuncios de champú en

los que las mujeres salen moviendo lacabeza de un lado para otro. Y le dijeque era triste que el Corán le hicierataparse el pelo como si fuera una cosamala. Sunya sorbió el último trago de subatido de chocolate y dijo «No me lotapo porque sea una cosa mala. Me lotapo porque es una cosa buena». Esoresultaba desconcertante así que mequedé callado haciendo una pompa dechocolate. Sunya dejó su vaso y dijo«Mi madre guarda su pelo para mipadre. No se lo deja ver a ningún otrohombre. Así es más especial» y yopregunté «Como un regalo» y ella dijo«Eso». Pensé en cuánto mejor habría

sido que mamá hubiera guardado su pelopara papá en lugar de enseñárselo aNigel, y dije «Comprendo».

Sunya sonrió y yo sonreí y estabapreguntándome qué hacer con nuestrasmanos cuando su madre entró en elcuarto con unos sándwiches. Algunoseran de queso y otros de pavo y estabancortados en triángulos, pero no fui capazde comérmelos. Siempre he odiado eljuego de Pasa el Paquete porque comola música nunca se para cuando lo tengoyo no me toca nunca abrirlo. Y el velode Sunya era idéntico al papel deenvolver rosa y me imaginé que tambiénella desaparecía, brillante y chispeante y

perfecta, antes de que yo pudiera echarun vistazo a lo que había dentro delenvoltorio.

Sunya tenía la boca llena de pan asíque al principio no entendí lo que estabadiciendo. Pero luego se lo tragó y mepreguntó «Echas de menos a Rose» yera la primera vez que hablábamos deella desde lo de hacía nueve días en elalmacén. Asentí y abrí la boca y estaba apunto de decir «Sí» como un robot. Peroentonces me di cuenta de que nadie mehabía hecho nunca esa pregunta. Siempreera «Tienes que echar mucho de menosa Rose» o «Me imagino cuánto echarásde menos a Rose», pero nunca me

preguntaban SI echaba de menos a Rose,como si hubiera elección. Así que paréde asentir y cambié la palabra que teníapreparada en la garganta y dije «No».Luego sonreí porque no había ocurridonada malo y el cielo no se habíadesplomado sobre nuestras cabezas ySunya ni siquiera parecía sorprendida.Lo repetí. Más alto esta vez. «No». Yluego, sintiéndome más valiente, miré ami alrededor y añadí una cosa más. «Noecho de menos a Rose ni un poquito».

Sunya dijo «Yo tampoco echo demenos a mi conejo Patch» y yo dije«Cuándo murió» y Sunya dijo «Se locomió un zorro hace dos años». Y yo

dije «Qué edad tiene Sammy» y elladijo «Dos años. Me lo compró mi padrecuando murió Patch porque sabía queyo iba a estar muy triste». Y aquello noparecía el tipo de cosa que haría unterrorista, y cuando pasé por delante deldormitorio de sus padres para ir alcuarto de baño, tampoco allí había nirastro de una bomba.

Después de comer trepamos a losárboles y nos sentamos en las ramas quese agitaban al viento. Las hojas hacíanremolinos en el jardín y las nubescorrían por el cielo y todo daba lamisma sensación de frescura y libertadque si la tierra fuera un gran perro que

saca la cabeza por la ventanilla de uncoche a toda marcha. Le pregunté aSunya si su padre era inglés y me dijo«Nació en Bangladés» y yo dije«Dónde está eso» y ella dijo «Cerca dela India». No soy capaz de imaginarmeun lugar así. Lo más lejos que he estadoha sido la Costa del Sol española, queaunque hace más calor que en Inglaterratampoco es tan diferente. Hay cafeteríasdonde sirven Desayuno Inglés Completoy tomé salchichas con ketchup toditas lasmañanas durante dos semanas. Así quepregunté «Cómo es» y ella dijo «Notengo ni idea pero mi padre prefierevivir aquí» y yo dije «Por qué se vino»

y ella dijo «Mi abuelo había venido en1974 a buscar trabajo en Londres».Eso sí que era irse lejos a buscartrabajo. «No podría haber ido a laOficina de Empleo de Bangladés» lepregunté y Sunya no hacía más quereírse. De pronto me entraron ganas desaberlo todo de ella. Las preguntas quetenía en el cerebro se me agolparon enla boca y la primera que salió fue «Ycómo vino a parar tu familia al Distritode los Lagos». Sunya balanceaba laspiernas por debajo de la rama mientrashablaba. «Mi abuelo quería que mipadre se esforzara y que no se metieraen líos y que estudiara Medicina lo

más lejos posible de Londres. Lomandó a Lancaster y allí conoció a mimadre y se casaron y se vinieron aquí.Fue amor a primera vista» añadióvolviéndose a mirarme, las piernasquietas de pronto. Todas las preguntasque quería hacerle se evaporaron de micerebro como el vapor que hemosestudiado en Ciencias. «Amor a primeravista» repetí y Sunya asintió, y luegosonrió, antes de saltar del árbol al suelo.

Tuve buen cuidado de llegar a casaantes de las cinco. Cuando entré, Rogersalió corriendo como si estuviera detrás

de la puerta esperando a que alguien sela abriera. El recibidor estaba lleno deun humo espeso. «Espero que te gustecrujiente» dijo papá al verme entrar enla cocina. Había puesto la mesa y habíaencendido una vela y Jas estaba ya allísentada con un peinado todo elegante yuna sonrisa enorme en la cara. Yo no melo podía creer. Papá había hecho la cenaen el horno y no me importó lo másmínimo que el pollo estuviera todonegro por arriba.

Las patatas asadas estabandemasiado grasientas y la salsa estabademasiado salada y las verduras estabanpasadas pero me comí hasta la última

migaja del plato para compensar elhecho de que Jas no había probado elsuyo. Me habría terminado tambiéntodos los buñuelos del rosbif si hubieraconseguido despegarlos de la bandejadel horno. Lo estábamos pasando muybien y hasta estábamos conversando poruna vez cuando papá se puso a hablar deSunya. «Sabías que Jamie tiene unanovia» preguntó. Jas dio un respingo y amí el estómago me dio un vuelco. «Noserá verdad» chilló ella y yo me puserojo. «Habrá sido el desodorante» serió luego. «Eso ha sido». Papá le guiñóa Jas un ojo. «Se llama Sonya y pareceuna chica muy maja. Amor de

juventud», bromeó, y yo dije«Papááááá» en un tono de dignidadherida que tampoco pretendía hacerlecallar.

Jas se aclaró la garganta. Yo sabía loque iba a decir y hundí la cara en mipata de pollo como habría hecho Sammyel perro. Dijo «Pues ya que hablamosde eso, hay una cosa que tengo quedecirte». A papá se le cayó el tenedor.«Yo tengo novio».

Papá clavó la vista en la mesa. Jascortó una zanahoria en trocitosminúsculos. Yo metí los dedos en la

salsa de mi plato. Justo me los estabachupando cuando papá dijo «Pues vale»sin levantar la vista. Y Jas preguntó«Vale» y papá suspiró «Vale» y comome estaba sintiendo excluido yo tambiénlo dije. Pero nadie me oyó porque Jas sehabía levantado de un salto y le estabadando a papá el primer abrazo que yohaya visto. Y Jas estaba toda colorada ycon cara de contenta, pero papá seguíatenso y con una tristeza que yo no podíaentender.

Jas se puso a cantar mientrasfregaba. Yo paré de secar los platos y lamiré a los ojos. «Cantas bien deverdad». Me respondió «No me pienso

apuntar a esa chorrada de concurso» yyo le dije «Ya lo sé» y ella dijo«Cuéntame lo de esa novia que tienes».Pensé en el lunar de Sunya y en su pelobrillante y sus ojos chispeantes y suslabios sonrientes y sus dedos morenos ysin poder contenerme dije «Es muyguapa». Jas hizo como que vomitaba enel fregadero así que yo le limpié la bocacon el trapo de secar y nos echamos areír. Papá vino a la cocina a recoger loscacharros y a regañarnos por hacer elbobo. Éramos como una familia normaly por una vez no eché de menos a mamá.El león de estrellas nos contemplaba porla ventana de nuestra casa de campo.

Puede que en realidad fuera Roger, peroel caso es que me pareció oírleronronear.

Capítulo 12

Por encima de nuestra casa habíamiles de estrellas y ninguna nube, y laluna estaba bien gorda. Parecía un platode leche y se la enseñé a Roger. Mehabía seguido afuera y estaba sentado enmi regazo, contemplando el cielo consus inteligentes ojos verdes. Ni él ni yopodíamos dormir y me alegré de tenerloallí haciéndome compañía. Mis dedosestaban calentitos entre su pelo y notabael latido de su corazón contra mispiernas. La noche olía a frío y a secretoigual que el almacén del colegio y me

pregunté si Sunya estaría durmiendobajo el edredón azul que había vistohacía dos días en su cuarto. Y luego mesentí culpable por pensar en ella así quesacudí la cabeza y pestañeé tres veces yme quedé mirando el estanque,recordando las normas escritas en unapiedra que Dios le había tirado a aqueltipo raro llamado Moisés.

Hoy la señora Farmer ha dicho quesi queremos ir al Cielo, tenemos quecumplir los Diez Mandamientos. Hadicho «Dios se los dio a Moisésgrabados en una piedra en lo alto deun monte y son las normas según lasque debemos vivir todos». Al principio

yo no estaba escuchando porque para sersincero eso del Cielo tampoco me suenatan bien. Por lo que yo sé está lleno deángeles cantando villancicos y todo esun pelín demasiado brillante así quetendré que asegurarme de que meentierren con gafas de sol. Pero entoncesla señora Farmer dijo «El mandamientomás importante es el número cuatro:Honrarás a tu padre y a tu madre», y degolpe me sentí fatal. Andar tomándosesándwiches triangulares con unamusulmana es no honrar a papá enabsoluto.

Se oyó un tintineo de pulseras ySunya levantó la mano. «Qué pasa si no

cumples las normas» dijo antes de quela señora Farmer le diera permiso parahablar. «No interrumpas» dijo laprofesora. «Pero vas al infierno» siguiópreguntando Sunya, con los ojos muyabiertos. «Y vive allí el demonio». Laseñora Farmer se puso pálida y se cruzóde brazos. Echó una mirada rápida a lasnubes del mural y otra a Daniel. Danielse quedó mirando a Sunya como si no sepudiera creer que fuera a sacar aquellootra vez. Ella no le hizo caso y se rascóla sien. «Y cómo es el demonio»preguntó en tono suave y toda la clase seechó a reír. Sunya no sonrió siquiera.Seguía con los ojos redondos y gesto de

curiosidad. La boca de Daniel era unagran O negra en mitad de su cara roja.«Ya es suficiente» dijo la señoraFarmer, y sus palabras sonaron extrañasporque salían de los minúsculosagujeros que le quedaban entre losdientes apretados y me recordaron acuando se ralla el queso. «Seguimos conel resto de los mandamientos».

Sunya me guiñó el ojo y yo se loguiñé a ella pero el mandamientonúmero cuatro me hizo sentirmeculpable. Honrarás a tu padre y a tumadre. Eso fue lo que dijo Dios. Y ahíestaba yo guiñándole el ojo a unamusulmana, como si no pasara nada por

hacer una cosa que a papá le pareceríafatal. De pronto me di cuenta de quedaba igual que mi ángel saltara de nubeen nube y llegara a lo más alto del muralde la clase. Si el Cielo que había era deverdad y no recortado en cartulinadorada, yo no iba a poder ir porqueestaba desobedeciendo un mandamiento.Y a saber por qué, eso me hizo pensar enRose. No sé dónde estará su alma, perosi está en el Cielo, estoy seguro de quese sentirá muy sola. Me imaginé alfantasma de Rose todo solitario posadoen una nube blanca, sin clavícula nidedos del pie, ni familia ni amigos. Nopodía quitarme esa imagen de la cabeza

y me quedé con un mal cuerpo que meduró todo el día y luego no me dejódormir.

Los arbustos susurraron y Rogersaltó de mi regazo y se escabulló haciala noche, rozando con la tripa la hierbalarga. Yo me incliné sobre el estanque ytraté de encontrar mi pez entre el aguaplateada. Estaba escondido debajo de unnenúfar y totalmente solo así que loacaricié. Nadó hacia mis dedos y me losmordisqueó como si fueran comida. Mepregunté dónde se habrían metido suspadres. Puede que se hubieran quedadoen algún río o en el mar. O puede que elestanque fuera una especie de Cielo de

los Peces y que el resto de su familiaaún no hubiera muerto. Y aunque sabíaque eso era imposible, me entró unatristeza tan grande por mi pez solitarioque me pasé horas haciéndole compañíay probablemente me habría quedado ahítoda la noche si no hubiera empezado achillar un conejo.

Me tapé las orejas con las manos ycerré los ojos todo lo fuerte que pudepero resultaba difícil no oír aquelchillido. Al instante siguiente, Rogerestaba a mi lado frotándome la cabezacontra el codo, y había dejado a mispies un conejo muerto. Yo no queríamirarlo pero no pude evitarlo, como

cuando alguien tiene restos de comida ouna marca de nacimiento en la cara y telo quedas mirando sin querer. El conejoera sólo un bebé. Tenía el cuerpominúsculo y el pelo todo esponjoso y lasorejas que parecían nuevas. Intentétocarle la nariz pero cada vez que lerozaba con el dedo los bigotes, elcuerpo se me echaba para atrás como sime hubiera electrocutado. Yo no queríadejar el conejo allí pero tampoco eracapaz de tocarlo así que al finalencontré dos ramitas y las usé comopalillos chinos. Agarré el conejo poruna oreja y lo llevé lejos del estanque ylo dejé caer en los matorrales. Lo cubrí

con hierba, con hojas, con todo lo quepude encontrar. Roger ronroneaba a milado como si me acabara de hacer unfavor.

Me puse en cuclillas y le miré a losojos y le dije el quinto mandamiento.«No matarás». Roger ronroneó todavíamás fuerte, con la cola levantada deorgullo. No se estaba enterando y meenfadé con él. Le dejé volver a entrar encasa pero le cerré la puerta de mi cuartoen la cara y luego intenté dormir. Porprimera vez en mi vida, soñé con Rose.

La señora Farmer ha pegado los

Diez Mandamientos en la pared deenfrente de mi sitio. Aunque quisieraolvidarme del cuarto, no podría. Escomo tener los ojos de papá clavados enel mural, observándome.

Al principio de Matemáticas, Sunyano paraba de susurrar «Qué te pasa» yyo de decirle «Nada» pero no era capazde mirarla sin acordarme de Rose. Alfinal dijo «Bueno pues da igual» y mepreguntó si se me había ocurrido algunaotra idea para la venganza. A loshermanos de Sunya no les parece biendarle una paliza a un niño de diez añosasí que necesitábamos un plan nuevo.Ella se muere de ganas de darle su

merecido a Daniel pero yo prefiero nohacer nada. No para de decirme «Comodejes que se salga con la suya te va avolver a hacer lo mismo» pero yo nocreo que eso sea verdad. A Daniel legusta ganar y ahora que ya ha ganado haperdido el interés. Lleva siglos sinmeterse conmigo. No me ha dadopatadas ni puñetazos ni me ha llamado«Gilipollas» desde hace días. Se acabó,y yo he perdido y está bien así.

Bueno, tampoco es que esté bienpero como no puedo ganar prefierosaber perder. En Wimbledon hay untenista que llega muchas veces a la finalpero nunca consigue el trofeo. La gente

dice cosas como «Es un caballero» y«Cuánta deportividad» porque lo únicoque hace es sonreír y encogerse dehombros y aceptar que ha quedadosegundo. Así que eso es lo que estoyhaciendo yo porque si intento ganar aDaniel además de que volvería a perderme partiría la cara.

En mitad de Matemáticas la señoraFarmer ha dicho que tenía una cosa MuyImportante que explicarnos. Los pelosde la verruga le vibraban y tenía labarbilla toda temblorosa. «Van a venirlos de la Ofsted» dijo y miró hacia lapuerta como si estuvieran a punto deecharla abajo. Lo de Ofsted sonaba

como a ejército o algo así, y ya estabayo preguntándome si vendrían armadoscuando la señora Farmer dijo «Soninspectores». Daniel levantó la mano ydijo «Mi padre es inspector jefe de lapolicía». La señora Farmer dijo «Bastaya de presumir» y Sunya se rió en alto apropósito. La señora Farmer dijo «Estosinspectores no son de la policía. Sonunos hombres y unas mujeresespeciales que examinan las escuelas yles ponen una nota… Excelente,Notable, Satisfactorio y Deficiente». Lacara se le iba poniendo cada vez másblanca y hasta los ojos descoloridosdaba la impresión de que se le estaban

borrando. Van a venir la semana queviene a ver cómo os doy clase y es MuyImportante que los Inspectores vean lobien que trabajamos todos. Es MuyImportante que os comportéis comoniños y niñas buenos. Puede que oshagan alguna pregunta y es MuyImportante que seáis educados y listos yque digáis cosas buenas de nuestraclase. Sunya sonrió de oreja a oreja. Yosabía exactamente lo que estabapensando. Me dieron ganas dedevolverle la sonrisa, pero no lo hice.

En el recreo me pasé doce minutosen los lavabos para honrar a papá. Metílas manos debajo del secamanos,

haciendo que era un monstruo queescupía fuego. Las manos se me estabanquemando y las llamas estaban al rojovivo pero yo era lo bastante duro parasoportarlo y ni siquiera grité. Era unbuen juego pero no tan bueno como estarsentado en el banco o colarse por lapuerta secreta con Sunya. Pero eso ya nopuedo volver a hacerlo. Por si acasoexiste el Cielo y Rose está allí sola,necesito que Dios me deje entrar a mítambién. Y para eso tengo que cumplirlos Diez Mandamientos. Todos ellos. Elcuarto incluido.

Han pasado dos días desde la últimavez que hablé con Sunya. Papá nos hallevado al colegio y nos ha hecho lacena todos los días desde el día delpollo asado así que creo que yo estoyhaciendo lo que tengo que hacer. Aun asíresulta difícil y se me encogió elestómago cuando encontré el anillo deBlue-Tack en mi taquilla. Deberíaresultar más fácil ahora que ya no somosamigos, pero era mejor cuando ella noparaba de preguntarme «Qué te pasa» y«Por qué estás tan raro». Por lo menosentonces podía oír su voz.

Me siento como uno de esosdrogadictos de las películas que no

hacen más que pensar en pastillas ycuanto menos las tienen más las quierenhasta que se les va la olla del todo yatracan un supermercado para conseguirel dinero. No estoy diciendo que yovaya a atracar el puesto de chucheríasdel colegio ni nada parecido. No creoque Sunya quisiera volver a ser miamiga ni aunque le regalara todo elchocolate que hay en el armario de laconserjería, que es donde ponen elpuesto de chucherías durante los recreosde los miércoles y los viernes.

Leo ha venido esta noche a cenar.Papá ha hecho pizza. Eran unas pizzasde la tienda pero les ha puesto por

encima trocitos de jamón y una lata depiña para que fueran tropicales. Eso losolía hacer mamá. Mientras comíamosno ha habido mucha conversación. Papáhacía como si Leo no estuviera y Leoparecía nervioso y estoy seguro de queJas también se sentía incómoda porqueno paraba de preguntarme cosas que yame había preguntado antes. Me dijo «Yqué tal va ese fútbol», aunque ya le dijela semana pasada que no hay ningúnpartido hasta después de Navidades. Yluego dijo «Cómo es el director de tucolegio», pero ella lo sabe mejor que yoporque ha hablado con él por teléfono.Yo le iba respondiendo a todo lo mejor

que se me ocurría. Se notaba que semoría de ganas de oír algo que no fuerael sonido grimoso de los cuchillos enlos platos y los suspiros de papá por elpelo verde de Leo.

Después de la cena, Leo no paró dedecir «Gracias» y «Estaba estupendo,estupendo de verdad» como siacabáramos de darle un banquete enlugar de unas pizzas del supermercado.Y papá gruñó algo que no logré oír y medio bastante rabia porque según laabuela «Ser educado no cuesta nada».Jas cogió a Leo de la mano y a papá sele salieron los ojos de las órbitascuando la vio tirar de él hacia la

escalera. Dijo «De eso nada» y señalóhacia el salón. A Jas se le puso la caracomo uno de esos tomates que dan en elDesayuno Inglés Completo en España.Me dio pena pero como me estabaesforzando en respetar el cuartomandamiento no dije ni pío y fui aayudar a papá a fregar los platos. Sehabía puesto a restregarlo todo contodas sus fuerzas y las burbujas se salíandel fregadero. Me habría gustadopreguntarle por qué estaba enfadadopero no me atreví. Lo que hice encambio fue contarle lo de Moisés y lapiedra, pero antes de que hubieraterminado dio media vuelta y se fue a

coger una cerveza.

Capítulo 13

Anoche soñé con Sunya. Yo noparaba de pedirle que me dejara verle elpelo y trataba de tocarle el hiyab peroella me esquivaba y se lo enrollabaalrededor de la cabeza. Yo se lo pedíaotra vez. Y otra. Le rogaba y le rogabacada vez más desesperado, pero cuantomás le pedía que se lo quitara más se locerraba ella y más pequeña se le hacíala cara hasta que la tuvo toda tapadamenos uno de los ojos. Ese ojo nochispeaba, lo único que hacía eramirarme y remirarme y luego se

convirtió en una boca que decía«Vuélvete a Londres». Cuando medesperté tenía el cuerpo sudoroso y elpelo todo pegado y echaba tanto demenos a Sunya que me dolía el corazón.

En el coche de camino al colegio,papá se puso a decir que «No» y Jasestaba enfurruñada. No paraba derepetir «Pero si tú me dijiste que Vale»y papá dijo «A que tengas novio pero noa que andéis saliendo por ahí». Elladijo «Sólo queremos ir al cine» y éldijo «Leo lleva el pelo verde». Y Jasdijo «Y qué» y papá dijo «Que meparece un poco raro» y Jas replicó«Pues no lo es» y yo estaba de acuerdo

pero mantuve la boca cerrada. Papá dijo«Los chicos que se tiñen el pelo son unpoco…». y luego se detuvo. Jas le lanzóuna mirada furibunda. «Son un pocoQUÉ exactamente» gritó y yo recé paraque Dios le tirara a papá otra piedra quelo dejara sin conocimiento para que secallara. «Son un poco afeminados» yella dijo «Quieres decir GAYS» y papále respondió «Tú lo has dicho, no yo».

Entonces hubo un silencio que sealargó y se alargó hasta que Jas dijo«Para el coche». Y papá dijo «No digastonterías» y Jas gritó «Para el puñeterocoche». Papá lo paró y le tocaron elclaxon. Jas se bajó de un salto. Cerró la

puerta de un portazo y ella lloraba ypapá gritaba y los cristales se estabanempañando. Volvieron a tocar el claxon.Papá miró por el retrovisor y dijo «Novengas a decirme lo que tengo quehacer en mi propio país». Limpié elcristal para mirar hacia atrás y vi aSunya en el coche con su madre. Papáarrancó demasiado rápido dejando a Jasallí bajo la lluvia y empezó dale que tepego con que si los pakistaníes esos notrabajan y se pasan el día sentados en sucasa viviendo del dinero del gobiernopara luego volar por los aires el paísque los está manteniendo.

Y de golpe, mientras papá daba un

volantazo para esquivar una oveja queestaba pastando a un lado de lacarretera, el octavo mandamiento resonóen mi cabeza. «No levantarás falsotestimonio contra tu prójimo». Ayercuando la señora Farmer nos preguntóqué significaba eso Daniel levantó lamano y dijo «Que no hay que contarmentiras sobre tus vecinos».

Me puse derecho en mi asiento. «Nohay que contar mentiras». El corazónse me aceleró. «Sobre tus vecinos».Empezó a sonar la radio y aunque lamúsica estaba bastante alta yo no oíamás que las mentiras que iba soltandopapá. «Los musulmanes son todos unos

asesinos. No se molestan ni enaprender inglés. Fabrican bombas ensus dormitorios». De pronto el corazónse me paró. Papá estaba LevantandoFalso Testimonio. Y Sunya vive a sólodos millas. Así que papá estádesobedeciendo el mandamiento porquelo que significa es Que no hay quecontar mentiras sobre tus vecinos y noQue no hay que contar mentiras sobretus vecinos de la puerta de al lado, queya sería otra cosa.

El coche se detuvo a la puerta delcolegio y papá dijo «Venga, te bajas» yyo asentí con la cabeza pero mi cuerpono se movía. Papá estaba Levantando

Falso Testimonio. «Date prisa» mesoltó, mientras contemplaba cómo loslimpiaparabrisas empujaban el agua deun lado para otro. Me desabroché elcinturón de seguridad. Salí con esfuerzodel coche. Papá arrancó sin decirme niadiós. Mientras su coche se alejaba porla calle abajo, levanté hacia el cielo eldedo corazón. Llevaba en él no uno sinodos anillos, la piedra blanca y la marróncasi tocándose. Renegué de Dios y deMoisés. Luego incliné el dedo haciaabajo y renegué de mi padre ydesobedecí el cuarto mandamiento y mesentí mejor. El coche desapareció alvolver una esquina mientras yo entraba

corriendo en el colegio a buscar aSunya.

La señora Farmer dijo «Como seacercan las Navidades, vamos aempezar a trabajar en el nacimiento deJesús». Todos se quejaron y yo me dicuenta de que este colegio era igual queel anterior. En Londres hacíamos lo deJesús todos los diciembres yrepresentábamos el Nacimiento para lospadres y las madres, que debían de estarhartos de ver lo mismo una y otra vez.Hasta entonces yo había sido una ovejay la parte trasera de la mula y la estrella

de Belén, pero nunca siquiera unapersona. La señora Farmer dijo «Esimportante que entendáis el VerdaderoSentido de la Navidad» y yo canturreéen bajo «En el portal de Belén hanentrado los ratones y al bueno de SanJosé le han roído los calzones». Sunyani siquiera se rió.

La señora Farmer dijo «Vamos aescribir la historia del nacimiento delSeñor desde el punto de vista delpropio Jesús». Jesús no habría vistonada más que la tripa de la Virgen pordentro, un montón de paja y unos cuantospelos de la nariz cuando los pastores seasomaron a su cuna. Pero entonces la

señora Farmer dijo «Este es el trabajoMás Importante de todo el año. Quieroque lo hagáis lo mejor que podáis parapoder poneros una buena nota yenseñárselo a vuestras madres yvuestros padres en la Velada de losPadres». Escribí cuatro páginas antes deque la señora Farmer dijera «Dejad yael bolígrafo». A mamá le va a encantar,sobre todo cuando en el interior de latripa de la Virgen se enciende la luz rojadel arcángel Gabriel, que en mi historiaes una mujer no vaya a ser que papá lolea en la Velada de los Padres. Si loschicos que llevan el pelo verde leparecen gays, no sé lo que podría pensar

de un hombre con alas.Arranqué una hoja de mi cuaderno

de dibujo y garrapateé una nota paraSunya. Decía Nos vemos en el almacéna la hora del recreo y con mis lápicesespeciales dibujé una cara sonriente concuernos de demonio. Ella leyó la notapero no hizo el menor gesto. Cuando nosdejaron salir de la clase corrírápidamente a la conserjería pero no lepuse a la señora Williams la pistola enla sien ni le dije que me diera deinmediato todas las chocolatinas ninada. Me compré un Crunchie con midinero de la abuela y luego salícorriendo y me esfumé por la puerta

secreta.Boté una pelota de tenis cincuenta y

una veces antes de comprender queSunya no iba a venir. Me molestó que seempeñara en seguir enfadada así queabrí el Crunchie y estaba a punto dedarle un mordisco cuando me detuve. Laboca me salivaba a chorros pero volví aenvolver el chocolate y me lo metí en elcalcetín porque no tenía bolsillos en elpantalón. En Matemáticas le escribí aSunya otra nota pidiéndole que nosviéramos en el almacén a la hora decomer. Esta vez puse Por favor y P.D.:Tengo una sorpresa para ti para ver siasí lograba que viniera.

Me comí mis sándwiches sentadosobre una pelota de fútbol. Como no seestaba quieta resultaba difícil mantenerel equilibro y se me cayó un trozo decorteza de pan al suelo. Cada vez quealgo crujía, y hasta cuando no crujíanada, el corazón se me disparaba y lapierna derecha empezaba a movérsemesola y la boca se me quedaba demasiadoseca para tragarme el sándwich.Mantuve los ojos clavados en la grietade luz de la puerta. Seguía teniendo laesperanza de que se convirtiera en uncuadrado y en él apareciera Sunya, susilueta recortada contra el sol, pero elpicaporte no se movió y la puerta siguió

cerrada.Cogí una raqueta de tenis y estampé

una pelota contra la pared. Lo volví ahacer. Y otra vez y otra y otra. Cada vezmás rápido y más fuerte. El sudor mecorría por la espalda y tenía larespiración acelerada cuando noté unapalmadita en la espalda y la pelota seme escapó y me dio en toda la cara.Sunya preguntó «Estás bien» y yo sabíaque debería dolerme pero lo único quesentía era que estaba feliz de verla.

Asentí con la cabeza y me quité suanillo del dedo corazón. Se lo tendí yella se lo quedó mirando y mirando sindecir nada durante como un millón de

segundos. Así que le dije «Póntelo tú» yella dijo «O sea que eso era» y yo dije«Eso era qué» y ella sacudió la cabezay dio media vuelta para marcharse. Yaestaba en la puerta cuando le grité «Note vayas» y ella dijo «Por qué no» y yodije «La sorpresa». Me bajé el calcetíny le ofrecí el Crunchie.

Me echó exactamente la mismamirada que le había echado yo a Rogercuando me trajo el ratón muerto. Levantóla nariz, salió como una tromba delalmacén y me cerró la puerta en la carade un portazo. Las paredes retumbaron ytodo se puso oscuro. Bajé la vista a mimano. El Crunchie estaba todo

aplastujado y pringoso y tenía trozos depelusa blanca pegados en el chocolatederretido.

Miré por el almacén buscando algoque regalarle. El único regalo que mepareció interesante fue una jabalina yera demasiado grande para salir con ellasin que me pillara la señora gorda delcomedor. Estar en el almacén yo solo notenía gracia así que salí afuera a lalluvia y una cosa amarilla me llamó laatención. Tuve una idea.

Quedaban diez minutos del recreo dedespués de comer. Di una vuelta al patiointentando encontrar a Sunya con lanueva sorpresa escondida a la espalda.

La vi con Daniel y por una décima desegundo me entraron celos pero entoncesme di cuenta de que estaban discutiendo.Preferí no meterme porque no meapetecía llevarme una paliza pero oí aDaniel decir «Virus del curry» y«Hueles mal» antes de irse. Me acerquéa ella con las manos todas sudorosas yel corazón saltándome contra lascostillas como el perro Sammy en lapuerta de casa de Sunya. Dije «Tachan»y le tendí las flores que acababa decoger. Y aunque la mayor parte erandientes de león el ramo me habíaquedado estupendo así que me llevé unasorpresa al ver que se echaba a llorar.

Sunya es fuerte y Sunya es la ChicaM y Sunya es la luz del sol y lassonrisas y la chispa. Pero esta Sunyaestaba diferente y al perro que dabasaltos en mi pecho se le puso la colapara abajo de la pena. «Qué te pasa» lepregunté pero ella no hizo más quesacudir la cabeza. Las lágrimas lecorrieron una tras otra por las mejillas ysorbió con la nariz y se mordió el labiotembloroso. Le dije «Las quieres o qué»y me salió demasiado alto, como siestuviera enfadado con ella o algo,cuando en realidad lo único que estabaera rabioso contra Daniel por haberlahecho llorar estropeándome mi sorpresa.

Sunya me arrancó las flores de la manoy las tiró al suelo. Luego las pisoteó contodas sus fuerzas y les dio de patadas deforma que los pétalos se esparcieron portodo el patio. «NO quiero tus estúpidasflores ni tu estúpido chocolate» gritó, yyo me quedé sin saber qué hacer porqueno se me ocurría nada más que regalarle.Así que le dije «Bueno, y entonces quéquieres» y ella chilló «Que me digasQUE LO SIENTES».

Entonces la miré, la miré de verdad,y ella me miró a mí con una pena que eragrande y profunda y verdadera. Y degolpe pasaron ante mis ojos todas lascosas malas que le había hecho y por

mis oídos todas las cosas desagradablesque le había dicho. Recordé que habíasalido corriendo cuando ella me ofrecióel anillo. Recordé que le había dicho«Déjame en paz» a la puerta deldespacho del Director. Recordé que mehabía largado en Halloween, que lehabía dicho «Tú cállate» cuando lo delfútbol, y que la había ignorado sinningún motivo después de que ella meinvitara a su casa. Bueno, tampoco sinningún motivo. En aquel momento lo queyo pretendía era llegar al Cielo, peroeso tampoco era razón suficiente.

Le cogí la mano y Daniel gritó«Spiderman Mariposo ha agarrado el

Virus del Curry» pero yo le ignoré. Dije«Lo siento» desde el fondo del alma ySunya asintió con la cabeza pero nosonrió.

Capítulo 14

Le pregunté a Sunya si quería que laacompañara andando hasta su casa perome dijo «No gracias». Volvía a ser miamiga porque me había pedidoprestados mis lápices especiales paradibujar un mapa en Geografía, pero yano era como antes. Le conté tres chistesincluido uno de los de «Toc-toc. Quiénes» más graciosos de toda mi vida y nisiquiera se rió. Y cuando le di el anillode Blue-Tack en Historia, se lo guardóen el estuche en lugar de ponérselo en eldedo.

Me costó siglos volver a casa. Meparecía que los pies y la mochila mepesaban más de lo normal. Cuando mefaltaban dos minutos para llegar Rogersalió de un brinco de un matorral así quele dije «Lo siento» a él también. Cazares lo que hacen los gatos y yo no deberíaenfadarme con él cuando mata cosas. Mesiguió a casa y nos quedamos los dossentados en el porche mucho rato, yocon la espalda apoyada en la puerta yRoger con la espalda en el suelo y laspatas naranjas por el aire. Moví uncordón de los zapatos y se puso a jugarcon él y a maullar como si se le hubieraolvidado del todo nuestra discusión.

Ojalá las chicas fueran tan simples comolos gatos.

Cuando entré, la casa me pareciódistinta. Vacía. Oscura. La lluvia corríapor los cristales y los radiadoresestaban congelados. En la cocina no seestaba guisando nada ni se oyó el«Cómo te ha ido» de papá. Aunque esono había ocurrido más que unas pocasveces, ya había empezado aacostumbrarme, así que el silencio grisme asustó. Habría querido gritar «Papá»pero me dio miedo que no hubierarespuesta así que me puse a silbar yencendí las luces. Me angustié pensandoque igual en la mesa de la cocina había

una nota que decía No puedo seguir conesto. No la había, pero a papá tampocose lo veía por ningún lado.

Fue entonces cuando me fijé en lapuerta del sótano. Estaba abierta. Nomucho. Sólo una rendija. Abajo estabaoscuro. Di al interruptor de la luz. Noocurrió nada. Yo seguía acordándome deCandyman así que cogí un cucharón demadera del cajón de la cocina, por siacaso. Luego me di cuenta de que uncucharón de madera no me iba a servirde gran cosa contra un garfio y fui acambiarlo por un sacacorchos. Bajé elprimer escalón. Los dedos de los piesme dolían de lo frío que estaba el

cemento. «Papá» susurré. No huborespuesta. Bajé el segundo escalón.Entonces vi al fondo del sótano elresplandor amarillo de una linterna. Dijeotra vez «Papá. Estás ahí abajo».Alguien respiraba con fuerza. Empecé abajar despacio el pie hacia el tercerescalón pero no pude soportarlo por mástiempo y me eché a correr hacia abajo.

Nos habían robado. No había otraexplicación. El suelo del sótano nisiquiera se veía de la cantidad de cosasque tenía encima. Fotos y libros y ropa yjuguetes y las piernas de papá saliendode una gran caja. «Cómo hanconseguido entrar» le pregunté,

frenándome en el último escalón porqueno había más sitio donde poner los pies.No había visto ninguna ventana rota.«Quién ha hecho esto». Papá seguía conmedio cuerpo dentro de la caja cuandome di cuenta de lo que estaba escrito porun lado en el cartón. SAGRADO. Papábraceaba dentro de la caja y tanteandocon la mano encontró algo. Lo tiró haciaatrás por encima del hombro y cayó alsuelo. «Has sido tú» murmuré.

Papá asomó fuera de la caja. Se loveía pálido a la luz de la linterna y teníatodo el pelo negro de punta. En lacamiseta llena de manchas llevaba unachapa que decía Hoy Cumplo Siete

Años. «Lo encontré» dijo, agitando undibujo en el aire. «Es magnífico,verdad». No era ni siquiera un dibujo,sólo cinco manchas de tinta en un papelarrugado, pero me mordí la lengua yasentí. «Qué pequeñas son, James.Mira lo pequeñas que son».

Pisé un zapato con hebilla y unvestidito de flores y una vieja tarjeta decumpleaños a la que le faltaba unachapa. Me incliné para mirar más decerca. Las manchas de tinta seconvirtieron en huellas de manos. Habíados más grandes en las que ponía Mamáy Papá, dos más pequeñas en las queponía Jas y Rose, y una enana en la que

ponía mi nombre. Estaban en un círculoalrededor de un corazón y en el corazónalguien había escrito Feliz Día delPadre. Probablemente mamá, por lo bienescrito que estaba.

Precioso, pero que se pusiera abesarlo ya era un poco demasiado. Papále plantó un beso a la mano de Jas yluego a la mano de Rose y luego a lamano de Jas otra vez. «Qué nombres tanbonitos» dijo con aquella voztemblorosa que me ponía de los nervios.«Jasmine y Rose». Acarició las huellasde las manos de las gemelas. «Así escomo yo las recuerdo». Me sentídesconcertado y dije «Jas todavía está

viva», pero papá no me oyó. Se tapó lacara con las manos y sus hombrosempezaron a dar sacudidas. Sentí unanecesidad urgente de soltar la carcajadaporque papá no paraba de soltar unoshipidos altísimos y fortísimos pero mela tragué y traté de pensar en cosastristes como la guerra y esos niños deÁfrica que tienen la tripa hinchada, apesar de que no comen nada.

Papá estaba diciendo algo pero contantos mocos y tantas lágrimas que lasúnicas palabras que logré entenderfueron «Siempre» y «Mis niñitas». Jases mayor y guapa y rosa y con unpiercing y papá se la está perdiendo por

desear que se hubiera quedado en losdiez años.

La abuela dice «La gente siemprequiere lo que no puede tener» y yo creoque es verdad. Papá quiere que Roseesté viva y que Jas tenga diez años, perolo que tiene es a mí. Yo tengo la edadque él quiere pero soy chico, Jas eschica pero no tiene la edad que élquiere, Rose es chica y tiene la edad queél quiere. Pero está muerta. «Hay genteque nunca está satisfecha» suele decirtambién la abuela.

Jas no llegó a casa hasta las once asíque tuve que hacer yo todo lo quenormalmente hace ella. Limpié el retrete

cuando papá se puso malo y lo llevé aacostarse. Cuando vi que se metía en lacama con la felicitación del Día delPadre se me retorcieron las tripas. Sequedó dormido enseguida. La caraentera le vibraba al roncar y le llevé unvaso de agua para luego. Me quedémirándolo durante cosa de un minuto yluego me fui a mi cuarto y me senté en elalféizar con la información sobre elMayor Concurso de Talentos de GranBretaña. Roger ronroneaba tan fuerteque le notaba la garganta calentitazumbando en mis pies.

En lo alto de la carta ponía Ven aMánchester a cambiar tu vida y me

imaginé a Jas y a mí entrando en elteatro y subiendo al escenario ycantando para el jurado delante demontones de cámaras de televisión. Meimaginé que la cara de mamá estabaentre el público y que a su lado estabasentado papá y que se agarraban de lamano de lo orgullosos que estaban denosotros. Se olvidaban de todas suspeleas y se olvidaban de todo lo deRose y ya no importaba lo más mínimoque Jas hubiera crecido y hubieracambiado. Después del concurso, mamátelefoneaba a Nigel y le decía «Tedejo». Le decía hasta que era un cerdo ytodos nos reíamos y nos metíamos en el

mismo coche y volvíamos todos a lamisma casa. Papá tiraba todo el alcoholque tenía a la basura. Mamá me decía«Te queda estupenda tu camiseta» y yopor fin podía quitármela y ponerme unpijama. Luego me metía en la cama ymamá me arropaba bien con las mantascomo solía hacer antes de largarse conel tipo del grupo de apoyo hace cientosesenta y ocho días.

La señora Farmer entró en la clasecon un traje negro que le estabapequeño. Le colgaba la tripa por encimadel borde de los pantalones y la tenía

blanca y fofa como la masa de pan. Dijo«Buenos días queridos» y sonabadiferente, demasiado suave y demasiadocariñosa. Dijo «Vamos a despertar esasmentes» y tuvimos que ponernos de piey hacer con los brazos esos movimientosextraños que hacen trabajar a más nopoder distintas partes de nuestrocerebro. Ya me estaba preguntando si ala señora Farmer se le habría aflojadoun tornillo cuando entró en la clase unhombre con un portapapeles. La señoraFarmer dijo «Este es el señor Price, dela Ofsted».

En la pizarra la señora Farmerescribió una cosa llamada Objetivo del

Aprendizaje y se puso dale que te pegosobre nuestras metas para esa mañana.Por las miradas que le echaba todo eltiempo al señor Price saltaba a la vistaque estaba tratando de impresionarle,pero él no sonrió. Tenía los dedos largosy la barbilla larga y la nariz larga conunas gafas justo en la punta. Estábamosotra vez con lo de Jesús y teníamos queponernos por parejas para hacer unnacimiento de barro. Uno hacía a lagente y el pesebre y el otro hacía elestablo y los animales.

Sunya hizo las vacas y las ovejas yun animal muy gordo que podría habersido un cerdo si no fuera porque tenía un

cuerno. Pasó la señora Farmer y seacercó para verlo mejor y susurró «Peroqué es eso» y Sunya dijo «Unrinoceronte». La señora Farmer echóuna ojeada por encima del hombro paracomprobar que el señor Price no laestaba mirando y luego aplastó con elpuño el animal de barro. El rinocerontese despachurró contra la mesa y los ojosde Sunya centellearon peligrosamente.«Nuestro Señor Jesucristo no nació enun zoo» siseó la señora Farmer y Sunyadijo «Y usted cómo lo sabe». ElInspector de la Ofsted se acercó anuestra mesa y preguntó «Qué estáismodelando». Sunya abrió la boca pero

la señora Farmer gritó «Ovejas» antesde que hubiera tenido ocasión deresponder. «Estás haciendo ovejas,verdad que sí querida». Sunya no dijonada, pero con un rollito de barro hizouna salchicha puntiaguda igualita que uncuerno.

La señora Farmer se alejó y sepaseó entre las parejas preguntando«Qué tal os está saliendo» y se hacíararo porque normalmente se quedasentada en su sitio tomando café. Elseñor Price habló con Daniel y Ryan queestaban haciendo un establo perfecto conanimales perfectos y un Niño Jesúsperfecto. Daniel no paró de decir lo

buena profesora que era la señoraFarmer, y la señora Farmer hacía comoque no lo oía pero del gusto le salierondos círculos rosas en las mejillas.Daniel levantó la vista hacia el muralcomo si supiera que su post-it iba a estarmuy pronto en la nube número dos.Sunya se puso a enrollar el barro contodas sus ganas. Hizo cinco cuernosmás.

Hacia el final de la clase, la señoraFarmer se quitó la chaqueta. Teníamanchas de sudor debajo de los brazos.Dijo «Excelente trabajo queridos.Poned por favor los nacimientos en mimesa y yo os los coceré en el horno a la

hora del recreo». El señor Price dijo«Me gustaría volver luego para verlosterminados» y la señora Farmerpestañeó pero dijo «Será un placer». Elinspector salió de la clase y la señoraFarmer se dejó caer en su silla y dijo«Recoged este desastre», otra vez consu voz normal.

Sunya llevó nuestro nacimiento a lamesa de la profesora y se puso a estirarel cuello para ver los trabajos de losotros niños. Se pasó allí horasdejándome a mí toda la limpieza y mehabría enfadado si no llega a ser porqueme estaba esforzando al máximo en seramable. Cuando la clase estuvo limpia

nos dejaron salir fuera, pero Sunyadesapareció en los lavabos de chicas yno volvió a salir hasta que la señoragorda del comedor tocó el silbato.

Mientras el Niño Jesús se doraba enel horno, tuvimos Lengua y Literatura. Ala señora Farmer se le iban todo el ratolos ojos hacia la puerta como siesperara ver entrar al Inspector encualquier momento. Escribimos poemasllamados Mis Navidades Mágicas en losque teníamos que hablar de todas lascosas maravillosas que pensábamos quenos iban a suceder. A mí no se meocurría ni una sola. En mi familia lasNavidades siempre son tristes. El año

pasado, papá colgó un calcetín al ladode la urna y se puso a darle gritos amamá cuando vio que no lo habíallenado de regalos. Y este año va a serpeor que nunca porque no está aquímamá para hacer la cena de Navidad,que es lo mejor de las vacaciones,aunque haya que comer coles deBruselas.

La señora Farmer dijo «Espabila,James» así que empecé a escribir a todaprisa. Me imaginé las mejoresNavidades del mundo y fue sobre esosobre lo que escribí. Hablé del aromadel pavo caliente y del sonido de lascampanas de la iglesia. Escribí sobre

las sonrisas paralelas de las preciosasgemelas. No se me ocurría nada querimara con Papá Noel aparte de té conmiel, que en el segundo verso habíadicho que no es mi bebida preferida.Pero como el poema entero es unamentira enorme, tampoco creo que esoimporte.

A Sunya por una vez le estabacostando y no había escrito más quecuatro líneas. Le susurré «Qué te pasa»y dijo «Es que yo no celebro laNavidad». A eso no supe qué decir. Nome puedo imaginar un invierno sinNavidad como no sea en la película deNarnia cuando la Bruja Blanca hace que

Papá Noel no pueda llevarles losregalos a los castores parlantes. Sunyadijo «Me gustaría ser normal» y en esemomento el señor Price entró en laclase.

El barro ya estaba cocido así que laseñora Farmer lo sacó del horno. Dijo«Cuidado, que están calientes»mientras nosotros nos apelotonábamos asu alrededor. El señor Price asomó lanariz por encima de su portapapeles.Nuestro nacimiento había quedadobastante bien. La Virgen era más grandeque San José, y al Niño Jesús se lehabían caído la pierna derecha y losbrazos de forma que parecía un

renacuajo, pero aparte de eso estabaperfecto. Ninguno de los animales teníacuernos y ya me estaba yo preguntandoqué habría hecho Sunya con sussalchichas puntiagudas cuando el señorPrice pegó un respingo. Seguí su miraday vi el nacimiento de Daniel. En él,todos los animales tenían algo en mitadde la frente. Y no sólo los animales: laVirgen, San José y hasta el propio NiñoJesús tenían una salchicha pegada en elentrecejo. Miré a Sunya. Ponía cara deinocente pero los ojos le ardían como elcarbón. Las salchichas no parecíancuernos. Parecían pequeñas pililas. Metapé la boca con la mano para no reírme.

No me atreví a mirar a Daniel por si ledaba por echarme a mí la culpa, peropensé «Quién es ahora el gilipollas».

El señor Price salió de la clase conla cara toda congestionada y el bolígrafoagitándose entre sus largos dedosmientras escribía algo malo en suportapapeles. A Daniel no le pasó nada.La señora Farmer no tenía pruebas deque hubiera sido él. Pero eso daba igual.Nosotros nos habíamos vengado. Laclase entera se tuvo que quedarcastigada a la hora de comer porquenadie tenía intención de confesar quehabía Vejado al Hijo de Dios, signifiqueeso lo que signifique. Todo el mundo

estaba furioso porque habían empezadoa caer del cielo copos blancos y lasotras clases estaban en el patio haciendopeleas de bolas de nieve. Pero a mí nome importó porque así pude pasar lahora de la comida con Sunya en lugar deestar esperando a que saliera de loslavabos de chicas.

Hasta que dejó de comer, a Jas leencantaban las bratwurst con puré depatata. Cortaba en trocitos las bratwursty las escondía en el puré de patata. A lasalida del colegio fue en eso en lo quepensé, en parte porque estaba muerto dehambre y en parte porque el mundoparecía un enorme plato de bratwurst

con puré de patata de aquellos de Jas,con todo escondido bajo los montonesde nieve blanca.

Sunya no se quedó esperando cuandola señora Farmer nos dijo a toda la claseque nos quitáramos de su vista. Saliócorriendo del colegio y se fue andandopor la calle a todo lo que daba. Yo meresbalé mientras intentaba alcanzarla.Cuando me oyó gritar su nombre, separó y se dio la vuelta. Se le veía lacara muy morena bajo los copos denieve y estaba tan guapa que me olvidéde lo que iba a decir. «Qué quieres,Jamie». No parecía enfadada, sólocansada y harta. Puede que incluso

aburrida, y eso habría sido peor queninguna otra cosa. Me quedé todo heladoy no era por la nieve. Me habría gustadodecir algo gracioso de verdad para quele brillaran los ojos, pero se me quedóla mente en blanco y lo único que hicefue quedarme mirándola y mirándolahasta que la nieve se arremolinó anuestro alrededor. Al cabo de una largapausa, dije «A cuánta gente has salvadohoy, Chica M» y ella torció el gesto.Dije «Yo he salvado a mil cuatro peroha sido un día tranquilo» y ella secruzó de brazos y suspiró impaciente. Elhiyab se le había puesto de lunares conlos copos de nieve y le ondeaba al

viento. Parecía enfadada así que le dije«Gracias» y ella dijo «Por qué». Di unpaso hacia ella. «Por hacer quedar aDaniel como un gilipollas, pordevolvérsela» y para mí mismo añadí«Por todo». Sunya se encogió dehombros. «No lo he hecho por ti. Lo hehecho por mí». Luego se dio mediavuelta y se marchó, dejando con los pieshuellas profundas en la nieve.

Capítulo 15

Llevo toda la semana diciéndole apapá que mañana tiene que estar en elcolegio a las tres y cuarto. Espero queno beba. No quiero que nos haga pasarvergüenza a mamá y a mí. Mamá no harespondido a mi carta, pero yo sé que vaa venir. Creo que va a venir. De verdadlo espero. Ayer me estuve una hora ymedia con los dedos cruzados, sólo paraestar seguro. Jas dijo «No pongasdemasiadas esperanzas» pero yo dije«Mamá no se perdería la Velada de losPadres». En la redacción que escribí

desde el punto de vista del Niño Jesúsme han puesto una A con lo cual ahorami ángel está en la séptima nube. Estoydeseando que la lea mamá.

Hace un rato, cuando he llegado acasa del colegio, la luz del contestadorautomático estaba parpadeando. Penséque igual era mamá que había dejado unmensaje sobre lo de mañana así que meobligué a mí mismo a esperar unmomento antes de escucharlo. Papáestaba dormido en el sofá con la urna enun cojín y la felicitación del Día delPadre prendida bajo la papada,aleteando cada vez que resoplaba. Cerréla puerta y le di su comida a Roger y me

lavé los dientes y me eché agua en lacara y me peiné el pelo con los dedos.Llevaba meses sin oír la voz de mamá yquería estar bien presentable. Lacamiseta de Spiderman está todaarrugada y mugrienta así que me larestregué con una toalla y me la rocié dedesodorante.

Cuando estuve preparado, arrastréuna silla hasta el teléfono y me senté,nervioso. La luz roja del contestadorautomático se reflejaba palpitando en mimano. Estiré el dedo. Lo dejésuspendido encima del botón de play.Me moría por oír la voz de mamá, perode pronto también me entró un miedo

terrible. Puede que hubiera llamado paradecir que no venía. Empecé a contarhasta treinta pero mi dedo apretó elbotón antes de que hubiera llegado nisiquiera a diecisiete.

Una voz de mujer. «Ah, hola» hadicho, sorprendida de estar hablandocon un contestador automático. Noparecía mamá pero ya se sabe que a lagente le cambia la voz por teléfono. Hecruzado los dedos.

«Señor y señora Matthews,soy la señorita Lewis, la tutorade Jasmine durante este curso.No es que haya pasado nada

grave, pero Jasmine lleva desdeel viernes pasado sin venir alcolegio. Sólo queríaasegurarme de que está en casacon ustedes. Hemos supuestoque no se encuentra bien y quepor eso no la hemos visto poraquí estos días. Les agradeceríaque me llamaran por teléfonoesta tarde para que podamossaber dónde está y cómo seencuentra. Si está enferma,espero que se recupereenseguida para que puedavolver muy pronto al colegio.Muchas gracias».

Lo primero que pensé fue «No esmamá no es mamá no es mamá» y nolograba concentrarme de verdad en loque la señorita Lewis estaba diciendo.Así que volví a darle al botón y loescuché otra vez, quedándome másboquiabierto a cada frase. Jas no estabaenferma. Había salido hacia el colegioesa mañana con su uniforme.

Me quedé allí sentado en silencio,demasiado alucinado para moverme.Roger se me subió al regazo. Su cola seretorcía en el aire como una de esasserpientes encantadas que se ven enpaíses polvorientos como África y en lapeli de Aladdin. Yo no sabía qué hacer.

Saltarse el colegio es cosa grave.«Dónde has estado» pregunté

cuando Jas apretó el picaporte y entró enel recibidor. Me miró como si yo fueratonto y dijo «En el cole». Su mentira medio en toda la cara y las mejillas se mepusieron como el contestadorautomático, de un rojo palpitantepalpitante palpitante. Le dije «Di laverdad» y ella dijo «No seas tancotilla» con ese tono sarcástico quepone. «La señorita Lewis ha dejado unmensaje» y los ojos de Jas volaron alteléfono y su mano voló a su boca. Dijo«Y papá lo ha…» y yo dije «No» y elladijo «Se lo vas a…» y yo dije «Por

supuesto que no se lo voy a contar».Ella asintió y se hizo un té y me

preguntó si yo quería una granadinacaliente, que es más o menos mi bebidapreferida aunque no sea lo que mejorrima con palabras de Navidad. Le dije«Sí» pero no «Por favor». Todavíaestaba enfadado con ella por habermementido y por meterse en aventuras queno me incluían. Ella se sentó a la mesade la cocina y dijo «Lo siento» y yo dije«Mmm vale», pero en realidad no valíay me molestó ver que ponía cara dealivio, como si con sólo una palabra denada se pudiera borrar todo. Y pensé enSunya y por primera vez entendí por qué

no quería ponerse el anillo de Blue-Tack. No me había perdonado porque yosólo le había pedido perdón una vez yeso no era suficiente.

Me dieron ganas de salir de aquellacocina y correr por toda la calle y subirla colina hasta casa de Sunya. Habríaquerido plantarme ante su ventana ygritar «Lo siento lo siento lo siento»hasta que ella me mirara con los ojosbrillantes y dijera «Vale» pero lo dijerade verdad. Pero como no podía, no lohice, y me quedé ahí sentado a la mesaesperando a que Jas empezara a hablar.

«Estoy enamorada». Eso no me loesperaba. Me tosí la granadina por toda

la camiseta. Jas me daba palmaditas enla espalda. Cuando pude volver arespirar dije «De Leo» y ella se mordiólas uñas y yo dije «Ah». Jas se revolvióen su asiento. «Lo que dijo papá»empezó, y los ojos se le llenaron delágrimas. Me puse de pie paraalcanzarle un clínex pero como noencontraba ninguno le pasé en su lugarun trapo de cocina. Cuando se lo di soltóuna risita pero no sonaba demasiadoalegre. «Lo que dijo papá en el coche.Lo de que Leo era una nena. Lo de queera gay. No se lo voy a perdonarnunca». Dije «Se lo tienes queperdonar» y ella sorbió con la nariz y

preguntó «Por qué». Así que le dije«Porque es nuestro padre» y ella dijo«Y qué» y ahí yo me quedé pillado. «Esnuestro padre» repetí. No sabía qué otracosa decir. Y Jas dijo «Y nosotrossomos sus hijos». Yo no entendí qué mequería decir con eso así que le apreté lamano. La tenía toda flaca y congelada.

«Cuando papá se fue con el cochedejándome en mitad de la lluvia, no fuicapaz de irme al colegio». Jas tenía lavista clavada en una muesca que habíaen la mesa mientras hablaba. «Llamé aLeo y él decidió faltar a la universidady venir a recogerme. Estuvimos todo eldía juntos y no me lo he pasado mejor

en mi vida». Después de eso el colegioya no me parecía tan importante. Meincliné un poco hacia ella y sacudí lacabeza. «El colegio es importante»dije. «Muy importante». «Mamá diceque si sacamos buenas notas podremosconseguir todo lo que queramos. Mamádice que los estudios son…»

Jas apartó la mirada de la muesca dela mesa y me miró directamente a losojos. «Pero mamá no está, Jamie».

Yo le iba a contar lo de la Velada delos Padres, que en ese preciso instantemamá debía de estar preparando suscosas para venir, emocionada porverme. Me habría gustado decirle

«Mamá va a venir. Nos estaráesperando a la puerta de mi colegio, laEscuela Primaria de la Iglesia deInglaterra en Ambleside, mañana a lastres y cuarto de la tarde. Sin Nigel».Pero no se lo dije. No dije una solapalabra y tuve un primer presentimientode algo que me asustaba.

«Mañana vuelvo al cole» dijo Jas.«Voy a hacer una nota con la letra depapá y todo arreglado». Y yo dije «Melo prometes» y ella dijo «Que me caigaaquí mismo muer…» pero se detuvo.Los dos pensábamos en nuestra hermanaque estaba ahí mismo muerta sobre larepisa de la chimenea y entonces Jas se

levantó y se fue al fregadero a lavar lastazas. «Lo siento» dijo otra vez mientrasel jabón de lavar los platos hacía unaspompas que parecían nieve y espuma delmar y burbujas de Fanta. «Lo dementirte y faltar al colé y todo eso». Yodije «Vale» y esta vez era de verdad.«Sólo que no es tan fácil» dijo mientrasrestregaba las tazas. «Pensar en otracosa. Mantenerme apartada de él.Algún día lo entenderás». Yo no dijenada, pero creo que lo entendíaperfectamente.

Le pedí perdón a Sunya más de

trescientas veces. Cada vez que laseñora Farmer paraba de hablar le decía«Perdón perdón perdón perdón perdónperdón perdón» sin coger aire siquiera.Pero a saber por qué no funcionaba yella estaba toda triste y callada. A lahora de comer nos sentamos en nuestrobanco del patio pero Daniel se puso agritar «Te van a regalar curry porNavidad, Virus del Curry» y le tiró aSunya una bola de nieve en la cabeza.Me habría gustado decir algo pero no lodije y Sunya se fue corriendo y se pasóel resto del recreo de la comida en ellavabo de chicas. Yo creo que Danielsabe que fue Sunya quien puso las

pililas en su nacimiento porque se estáportando peor que nunca con ella.

Me pasé el día sin poderconcentrarme porque mamá debía estarya en camino. No era capaz de hacermapas ni de pensar en la ÉpocaVictoriana ni de escribir un párrafo enlimpio. Me quedé mirando mis libros yno escribí nada. Aunque no solté elbolígrafo para que la señora Farmer nome gritara ni le dijera a mamá que no meesfuerzo. Cuando acabaron las clases mesentía cansado, como si llevara unmillón de años despierto y esperando aque llegaran las tres y cuarto.

Mi cita era la primera. La señora

Farmer dijo «Ve a buscar a tus padres yyo estaré con vosotros en cincominutos». Fui afuera y vi el coche depapá y sentí alivio cuando bajó con unzumbido la ventanilla y me dijo «Hola»con voz de no estar demasiado borracho.Me dijo «Qué te pasa» porque la cabezano paraba de volvérseme para los ladosy el corazón me latía a toda velocidad ylas rodillas me temblaban y la boca seme quedó seca. En el aparcamientohabía muchos coches, pero en ningunode ellos estaba mamá.

Papá dijo que necesitaba ir al retreteasí que entramos. Mientras él estaba enel lavabo de chicos, salí corriendo por

la puerta hasta el camino de entrada alcolegio para comprobar una vez más elcartel. No me quedó duda de que decíaEscuela Primaria de la Iglesia deInglaterra en Ambleside o sea quemamá no podía haber pasado en cochesin haber visto el colegio. La camisetade Spiderman se me había empapadocon la nieve y se me pegaba al cuerpo yquedaba ridícula. Era como si lasmangas me estuvieran más flojas quenunca y la carne de gallina me rozabacontra la tela azul y roja.

Esperé y esperé y esperé. Estabanevando fuerte. Se me pegaban loscopos en las pestañas. Vino una ráfaga

de viento frío y me cubrí el pecho conlos brazos. Y entonces oí un coche.

Al volante iba una mujer. Una mujerde pelo largo como el de mamá. Corríhacia ella, diciéndole hola con la mano.Me resbalé y me caí y me di con larodilla en la nieve, que estaba llena demanchas naranjas de gravilla que habíaespolvoreado el conserje. El cocheencendió el intermitente y se metió porel camino.

«Mamá» grité. Había venido. Mesentí tan feliz que no era capaz ni demoverme, aunque estaba todavía acuatro patas en la nieve en medio delcamino. «Mamá». La mujer se acercó

conduciendo despacio, inclinándosesobre el volante, con loslimpiaparabrisas moviéndose rápido amedida que la nieve iba cayendo en elcristal. Volví a decir hola con la mano ymiré dentro del coche. La mujer medevolvió la mirada, encogiendo los ojosdetrás de las gafas como si se sintieradesconcertada.

Mamá no lleva gafas.Volví a mirar. Mamá tampoco tiene

el pelo castaño. Aquella mujer, la madrede algún otro, señaló hacia la acera.Quería que me apartara pero yo nopodía levantarme, y no era felicidadsino otra cosa mucho más terrible lo que

me mantenía allí de rodillas. La señoratocó tres veces el claxon. Me apartégateando a un lado de la carretera.

Papá me encontró junto a la valla.Dijo «Pero qué santas narices haces» yme agarró del hombro. Me puso de piede un tirón y yo no sé ni cómo llegamoshasta allí porque mi mente estaba atrescientas mil millas, en Londres, perode golpe y porrazo me vi sentadoenfrente de la señora Farmer que justoestaba diciendo que me había puesto unaA por mi redacción sobre el nacimientode Jesús.

Mamá había vuelto a mentir. Decíaque si sacábamos buenas notas

podríamos conseguir todo lo quequisiéramos. Pero lo que yo quería eraque ella viniera a la Velada de losPadres y no había venido.

Papá parecía impresionado y dijo«Podría verla». Fingió que leía un pocoy luego me dijo «Enhorabuena», peroyo no sentí nada. Estaba insensible. Y nopor la nieve. La señora Farmer tenía unpequeño radiador debajo de su mesa ylos pies se me habían calentado alinstante. La señora Farmer dijo algo, ypapá dijo algo, y la señora Farmer dijoalgo más y luego me miró a mí comoesperando una respuesta. Así que dije«Sí», sin importarme siquiera no haber

oído la pregunta. La señora Farmersonrió así que debía haber dicho lo quetenía que decir y luego preguntó «A quéinstituto va a ir el año que viene» ypapá dijo «A Grasmere» y la señoraFarmer dijo «Van también a Grasmerelas gemelas». Papá dijo «Cómo dice» yyo de repente volví a prestar atención.

«Es a ese instituto a donde van lasgemelas» volvió a preguntar la señoraFarmer y papá se frotó la barbilla con lamano haciendo con los pelillos unsonido rasposo. «Las gemelas» dijo,como si no entendiera, y la señoraFarmer parecía desconcertada y dijo«Rose y… ah, cómo se llama la otra» y

papá no dijo nada y yo no dije nada y elviento aullaba fuera.

«Jas va a Grasmere» dijo papá porfin. Me habría gustado darle una patadaen la espinilla a la señora Farmer paraque parara de hablar pero esas cosassólo funcionan en los libros. «Y a dóndeva Rose» preguntó.

Papá dijo «Rose está en un lugarmejor» y la señora Farmer preguntó «Uncolegio privado» y papá tragó salivapero no respondió. La señora Farmer sepuso roja y dijo «Bueno, qué más da» yagarró la pila de mis trabajos y se pusoa hojearlos. «James ha escrito algunasredacciones preciosas sobre su

familia». Sacó del montón mi cuadernode Literatura y yo habría querido gritar«NOOOOO», pero la señora Farmer yase lo había pasado a papá. Se leyó MisMaravillosas Vacaciones de Verano,Nuestra Genial Familia y MisNavidades Mágicas y el cuaderno letemblaba en las manos. La señoraFarmer estaba esperando a que papádijera «Bien hecho». Se me quedómirando mientras yo me quedabamirando a papá que se había quedadomirando las mentiras que yo habíaescrito sobre Rose.

Se oyó ruido al otro lado de lapuerta. Habían llegado los siguientes

padres. La señora Farmer se aclaró lagarganta. «En resumen, James esinteligente y a veces trabaja muy bien,aunque tiene tendencia a soñardespierto. En el aspecto social, megustaría que se relacionara un pocomás con los otros niños, pero pareceque se ha hecho especialmente amigode una niña que se llama Sunya».Llamaron a la puerta. «Una niña que sellama Sonya» repitió papá y la señoraFarmer dijo «Adelante. No es Sonya,señor Matthews. Es Sunya».

El picaporte hizo clic. La puerta seabrió. «Ah, justo, aquí está Sunya»anunció alegremente la señora Farmer.

Giré en redondo en mi silla, con lacamiseta de Spiderman pegada al sudorde la espalda. «Hola, Jamie» dijo lamadre de Sunya con su extraño acento.«Me alegro de volver a verte».

Capítulo 16

Dos hiyabs blancos resplandecierona la luz de la clase. Dos caras morenasse asombraron al ver a papá levantarsede un salto. «De qué conoce usted a mihijo» chilló, estampando la mano contrala mesa de la señora Farmer. Una pilade cuadernos se desmoronó y derramó lataza de café sobre algunos papeles queparecían importantes. La señora Farmerhizo un ruido como de perro asustado yme miró a mí como si yo tuviera laculpa. La madre de Sunya se puso«Eeeh» y yo sacudí lo mínimo la cabeza

así que dijo «No lo conozco». Cerré losojos y volví a abrirlos despacio con laesperanza de que la madre de Sunyaentendiera que le estaba diciendo«Gracias».

Murmuré «Vámonos» pero papágritó «Me alegro de volver a verte.VOLVER. Eso es lo que acaba de decirusted». Se acercó a la madre de Sunya.Ella dio un paso hacia atrás y agarró delhombro a Sunya. La señora Farmer sepuso de pie, con la mano sobre el pecho.«Señor Matthews, cálmese» chilló.Papá gritaba más fuerte que ella.«Cuándo ha visto usted a mi hijo». Lamadre de Sunya dio otro paso hacia

atrás, tirando de Sunya hacia ella. «Dequé lo conoce». Sunya se soltó de lamano de su madre y dijo «Del partidode fútbol del colegio» y tenía la voztranquila y cara de inocente y la mentiraera la mejor que he visto en mi vida.«Tú cállate» gritó papá y la madre deSunya explotó de pronto. «Cómo seatreve a hablarle así a mi hija». Papásoltó una carcajada pero le quedómalvada, como cuando un malo se frotalas manos y se le ponen los ojos todosrojos y el sonido que le sale de la bocaes en plan JUAJUAJUAJUAJUA.«Estoy en mi país y puedo decir lo queme dé la gana» replicó. Yo quería gritar

«Pues también es el país de Sunya»pero papá estaba como loco. La señoraFarmer chilló «Voy a llamar alDirector» y con un portazo saliócorriendo de la clase.

«Los musulmanes mataron a mihija» dijo papá, señalándose el pecho.Corrí hacia él y traté de agarrarle elbrazo pero me apartó de un empujón.«Mataron a mi hija» volvió a decir,dándose a cada sílaba un golpe en elesternón. «Eso es absurdo» respondió lamadre de Sunya, pero le temblaba la vozy me di cuenta de que tenía miedo. Meacordé de la pajita doblada del batidode chocolate y odié a papá por asustarla.

«Un verdadero musulmán nunca, jamásle haría daño a nadie. Sólo porquealguien diga que es…» empezó peropapá gritó «CÁLLESE». Ahora estabatemblando y tenía la cara morada. Lecorría el sudor por la frente y por lasmejillas. Gritó algo de «Terroristas» yalgo más de «Son todos iguales» y lamadre de Sunya volvió la cara como sile hubieran dado un bofetón.

Sunya estaba delante de un muralnavideño, con los puños apretados.Copos de nieve de papel de platarecortado soltaban destellos a suespalda en la pared. Había ángeles a laizquierda y a la derecha un Papá Noel

con la tripa saliéndosele de la chaquetaroja y los regalos saliéndosele del saco.En el centro del mural había una VirgenMaría de cartulina azul y un San José decartulina marrón y un Niño Jesús de unacartulina demasiado rosa para parecer elcolor de la piel. Y me puso muy tristever a Sunya al lado de todas esas cosasde Navidad en las que ella no creía y delas que no podía disfrutar, y me acordéde su poema y de que sólo había escritocuatro versos porque ella en diciembreno tenía nada mágico que esperar. Yaunque papá seguía gritando y el vientosacudía las ventanas y el café ibacayendo gota a gota de la mesa y

formando un charco en el suelo, yo loúnico que oía eran las palabras deSunya. «Me gustaría ser normal». Medieron ganas de acercarme a ella ycogerle los puños y ponerle el anillo ydecirle «Yo me alegro de que no loseas».

En el ojo izquierdo de Sunya brillóuna lágrima. Se fue hinchando plateadacomo una gorda gota de lluvia al oír quepapá llamaba a su familia «El Mal». Meimaginé que yo gritaba «No leescuchéis». Me imaginé que decía «Túeres distinta y eso es lo estupendo». Yme imaginé que le partía a papá la carapor hacer llorar a Sunya, y por una

décima de segundo creí que lo iba ahacer de verdad. Pero lo único que hicefue quedarme allí en mitad de la clasecon el corazón acelerado y el cuerpotembloroso dentro de aquella camisetade Spiderman que resultaba demasiadogrande para un niño como yo.

El Director entró en la clasehaciendo ruido al andar con sus zapatosrelucientes. Dijo «Hay algúnproblema». La madre de Sunya no dijonada y no se le veía más que la parte dearriba del hiyab porque estaba mirandoal suelo. Yo quería que levantara la vistapara poder decirle «Perdón» con losojos pero ella no se movió. Papá dijo

«Ningún problema» y me agarró de lamano y tiró de mí hacia la puerta ysaludó al Director como si los últimoscinco minutos no hubieran ocurrido. Yotenía la esperanza de que ahí acabara lacosa, pero mientras salíamos por elpasillo las uñas de papá se me clavabanen la mano haciéndome daño. Me iba acaer una buena.

En el coche no hablamos. Las ruedasgiraban sobre la nieve rociando fangoblanco por todas partes. En cuantoentramos en el camino de casa, papádijo «Métete dentro» así que salté delcoche y fui resbalándome por el hielohasta que entré como una exhalación por

la puerta principal y corrí al salón. Jas yLeo estaban tumbados en el sofá con lacara toda roja y la ropa negra todarevuelta. Jas dijo «Creía que era laVelada de los Padres» y yo dije «Se haterminado» y «Papá» y señalé hacia elexterior. Jas empujó a Leo fuera del sofádando un chillido.

Papá avanzaba por el recibidor.«Rápido» dije, tirándole de la mano aJas. Leo se mordisqueaba el aro quellevaba atravesado en el labio. Lospasos se detuvieron. «Escóndete» siseóJas. El picaporte giró. Leo se tiró enplancha detrás del sofá justo en elmomento en que papá entraba en el

salón.A mí no se me da muy bien jugar al

escondite. No me gustan los sitiospequeños y oscuros. Me dan sensaciónde estar enterrado bajo tierra así que meentra el pánico y acabo detrás de unapuerta o en cualquier chorrada de sitio.Pero hasta a mí se me da mejoresconderme que a Leo, que ni siquierase encogió lo suficiente para caberdetrás del sofá. Su pelo de punta verdeasomaba por encima del apoyabrazos yse le veían las botas negras en laalfombra.

Cuando papá lo vio, su cara pasó delmorado al negro y chilló «Levántate».

Yo creo que Leo no sabía que papá leestaba hablando a él porque se quedóahí siglos, aguantando la respiración ycon los ojos cerrados como si se creyeraque no le habían visto. Pero papá seacercó al sofá y le agarró a Leo lacamiseta por detrás y tiró con fuerza.Leo se levantó como pudo mientras papágritaba «Largo de aquí ahora mismo».Jas dijo «No le hables así» y papá dijo«Estoy en mi casa y le hablo como meda a mí la santa gana» y se señalaba elpecho con el dedo tembloroso.

Leo salió corriendo y papá gritó «Teprohíbo volver a esta casa y te prohíbover a Jasmine». Cerró de un portazo la

puerta del salón. Una vieja foto de lafamilia se cayó de la pared y se rompió.«No puedes hacer eso» dijo Jas, furiosay con ganas de pelea, gesticulando conlos brazos. «No nos puedes prohibirque nos veamos». Papá dijo «Pues meparece que es justo lo que acabo dehacer» y luego se volvió hacia mí.

«Tú quieres a Rose» me preguntó yyo dije sin dudarlo «Sí». Papá dio unpaso adelante. «Te acuerdas de cómomurió». Su tono era bajo y grave ypeligroso. Intenté tragar saliva pero notenía. Dije que sí con la cabeza. Papácerró los ojos y parecía que estabaintentando controlar algo pero debía de

ser más fuerte que él porque se puso agritar y a dar patadas al sofá.«MENTIROSO. ERES UNMENTIROSO, JAMES». Yo me apretécontra la pared. Papá lanzó un cojín y ledio a la pantalla de la lámpara, que sebalanceó y chirrió. «No soy unmentiroso» respondí, y caí de rodillas alsuelo al ver que papá venía lanzadohacia a mí desde la otra punta de laalfombra. La urna tintineó sobre larepisa de la chimenea. «Entonces cómopuedes» chilló papá con una voz que meretumbaba en los oídos como un iPodcon el volumen a tope. «Si me estásdiciendo la verdad, cómo puedes ser

amigo de esa niña».Jas dijo «Déjale en paz» y se

arrodilló a mi lado. Estaba llorando y letemblaban los brazos al abrazarme. «Esque tú sabías esto» rugió papá,inclinándose hacia Jas y gritándole en lacara. «Sabías tú que la amiguita deJamie era una musulmana». Jas memiró pero no parecía decepcionada nienfadada, sólo sorprendida, y me dio enel brazo un apretón furtivo que queríadecir «A mí no me importa». «Unapuñetera TERRORISTA» chillaba papá,rociándolo todo de saliva. Yo habríaquerido decirle que estaba equivocado,porque todos los terroristas que había

visto en la tele eran hombres de más deveinte años y no niñas de menos deonce, pero dio un puñetazo en la paredjusto encima de mi cabeza y tuve quetaparme la cara.

Tenía los ojos apretados contra lasrodillas pero oí que papá estaballorando. Al sorber los mocos se lefueron de la nariz a la garganta y la vozse le puso pastosa y pegajosa. «Túnunca lloras por ella» dijo y entoncesme sentí culpable, como si todas y cadauna de las cosas que se han torcido enmi familia hubieran sido culpa mía. Mepellizqué los ojos para que se mepusieran húmedos.

«Es imposible que la quieras» dijopapá, en voz de pronto muy baja. Meexaminé los dedos. Papá se acercó a larepisa de la chimenea y contempló laurna. «Si no no habrías escrito todasesas mentiras, fingiendo que todavíaestá viva cuando lleva cinco añosmuerta. Si no no te habrías hechoamigo de una musulmana». Cogió de larepisa de la chimenea la urna y letembló en las manos y sus dedossudorosos dejaron marcas en el dorado.«Mira lo que le hicieron, James» dijo,levantando la urna. «Mira lo que lehicieron los musulmanes a tuhermana». Ya no parecía enfadado, sólo

más triste que la persona más triste en laque soy capaz de pensar, que ahoramismo es Spiderman cuando muere eltío Ben. Jas lloró todavía más fuerte yyo deseé que mis ojos pudieran llorartambién.

Todo se quedó en silencio y aunquecomprendí que todo había terminadotampoco sabía si era buen momento paraponerse otra vez a hablar. Así que mesenté con la espalda apoyada en la paredy la mano escociéndome y dolor decabeza y contemplé cómo las manecillasdel reloj iban haciendo tictac en círculo.Al cabo de tres minutos y treinta y unsegundos, papá volvió a colocar la urna

sobre la repisa de la chimenea y se secólos ojos y salió del salón. Oí el tintineode un vaso y el clac-psst de una lata alabrirse. Jas me ayudó a levantarme ydijo «Vamos a tu cuarto».

Nos sentamos en el alféizar ycontemplamos las estrellas. Allí estabanlos gemelos y también el león. El colorplateado del cielo resplandecía todo enla nieve, convirtiendo la hierba endiamantes. «Mi horóscopo decía quehoy iba a ser un día horrible» dijo Jas.«Pero tampoco me imaginaba que fueraa ser para tanto». Su aliento hacíacírculos de vaho en el cristal. En lasgotitas condensadas escribió una gran J

y luego su nombre, y con la misma Jescribió mi nombre. Todas las letrasgoteaban a la vez y quedaba bastantechulo. Me dijo «Estás bien» y le dije«Sí».

«Echo de menos a mamá» dijo Jasde pronto y fue curioso porque yoacababa de pensar justo lo mismo.«Ojalá todavía estuviera connosotros». Me quedé mirando al suelo.«No ha venido a la Velada de losPadres» dije con un hilo de voz. Jas serecostó contra la ventana.

«Tampoco pensaba que fuera avenir». Restregué los dedos de los piespor la moqueta. «Pero puede que

pillara un atasco en la autopista» dije.«Si había atasco, se habrá dado porvencida y habrá dado media vuelta. Yasabes cómo es ella. A lo mejor ha sidoeso lo que ha pasado». Jas jugueteabacon un mechón de pelo rosa. «A lomejor» dijo, pero no nos miramos. Elpresentimiento volvió a encendérseme,como una de esas velas de cumpleañosque tienen truco y no hay forma deapagarlas. No llegaba a reconoceraquella sensación pero, fuera lo quefuera, me daba miedo.

Nos quedamos un rato callados.Roger cruzó sigilosamente el jardín,dejando con sus patas naranjas agujeros

brillantes en la nieve. Tenía la vista fijaen el estanque helado. Me pregunté si mipez seguiría vivo debajo de todo aquelhielo. Jas suspiró. «Espero que Leo estébien». Yo arranqué una hebra del cojín ydije «Y yo espero que Sunya también».Entonces sonreí, aunque aquello no teníagracia. «Papá nos debe odiar».

«Sí» dijo Jas, arrugando la frente. «Ymamá». Yo lo había dicho en broma, yse lo iba a aclarar cuando apoyó labarbilla en las rodillas, toda pensativa yseria. «Cuando yo era pequeña, teníacinco ositos. Edward, Roland, Bertha,John y Burt». No entendí por qué seponía a hablarme de sus muñecos. «Mi

oso se llamaba Barney» dijelentamente. Jas dibujó cinco líneas en elvaho del cristal. Tenía la pintura de uñasnegra saltada por donde se las habíaestado mordiendo. «Me encantabantodos. Sobre todo Burt, que no teníaojos. Pero un día lo perdí. Me lo dejéen un autobús en Escocia una vez quefuimos a visitar a la abuela y nuncamás lo volví a ver». Roger desaparecióbajo un arbusto, cazando. Di un golpe enel cristal para que parara. «Me llevé undisgusto enorme» continuó Jas. «Metiré horas llorando. Pero fue un aliviovolver a Londres y tener allí mis otrososos». Borró con la mano una de las

líneas del cristal y se quedó mirando lasotras cuatro. «Desde entonces los quisemás que nunca, porque faltaba uno».

Aquello no tenía sentido así que nosupe qué decir. Me quedé callado yesperé. «Y puede que ellos sientan lomismo» dijo. «Algún día. Cuando se leshaya pasado un poco la pena». Yo nosabía si hablaba de los osos o denuestros padres, pero parecía una niñapequeña, muy distinta de mi hermanamayor, y me dieron ganas de consolarlaasí que dije sólo «Seguro que sí». Jas seapretó las rodillas contra el pecho. «Deverdad lo crees» dijo y yo asentí conaire inteligente. Ella sonrió todavía

temblorosa y empezó a hablar a todavelocidad. «Entonces nos querrán pornosotros mismos sin pensar en Rose ymamá volverá a casa y todo searreglará».

«Nosotros podemos hacer quevuelva» dije de pronto, saltando delalféizar. «Podemos hacer que vuelva yque todo se arregle». Le pasé el sobrearrugado que tenía escondido debajo dela almohada. Lo abrió y esta vez cuandoleyó lo de Ven a Mánchester a cambiartu vida ni dijo «Vaya montón dechorradas» ni nada parecido. Escuchómi plan. Y esta vez cuando llegué a laparte en que salíamos a saludar después

de cantar nuestra canción y papá y mamáse agarraban la mano de lo orgullososque estaban no dijo «Eso no va aocurrir nunca». Murmuró «Meencantaría que hicieran las paces» ycerró los ojos, imaginando el primerabrazo que se darían.

«Pues venga, vamos a hacerlo» dijeemocionado. «Las audiciones sondentro de tres semanas. Tenemos unmontón de tiempo para trabajarnosalgún talento». Jas llevaba lospárpados cubiertos de maquillaje negro.De pronto se le arrugaron, como si algole doliera. «Ya no puedo con papá. Lode…» vaciló y aspiró hondo «…la

bebida». Era la primera vez que uno denosotros decía esa palabra parareferirse de verdad al alcohol y al malcuerpo y a la decepción y no a lagranadina caliente o lo que fuera. Mealegré de que Jas tuviera los ojoscerrados porque no sabía qué hacer conla cara ni con las manos ni con laenorme verdad de que nuestro padre eraun borracho.

«Sólo tengo quince años» dijo Jasen voz alta, abriendo de pronto los ojoscon cara de desafío. «De verdad quieresque vayamos a esa chorrada deconcurso» me preguntó. Asentí con lacabeza y, tras una pausa, mi hermana

dijo «Pues vale».

Capítulo 17

La última semana del trimestre fueun asco. Sunya no me hablaba y yoestaba harto de las bolas de nieve queDaniel me tiraba a la cara y del hieloque me metía por la camiseta deSpiderman y del hecho de que a todo elmundo le mandaban tarjetas de Navidadmenos a mí. En la biblioteca había unbuzón y metías dentro la tarjeta y antesde que nos fuéramos a casa las repartíanpor las clases. Lo hacía el Director conun gorro de Papá Noel puesto y entrabaen nuestra clase y decía «Jojojó». Luego

iba leyendo los nombres que había enlas tarjetas que tenía en la mano ysiempre había montones para Ryan ymontones para Daniel y bastantes paraSunya. Al principio me extrañó un pocoporque Sunya se pasaba los recreos solaasí que me sorprendió que tuviera tantosamigos. Pero luego vi que todas sustarjetas estaban dibujadas conrotuladores en hojas de tamaño folio yfirmadas con su propia letra porsuperhéroes. Se había mandado a símisma una de Batman y una de Shrek yuna del Duende Verde, que como sabetodo el mundo es el mayor enemigo deSpiderman. Esa la puso al lado de su

estuche para que yo pudiera verla.No hemos vuelto a hablar desde la

Velada de los Padres y ya no me pidemis lápices especiales. Hay muchísimascosas que me gustaría contarle sobre elMayor Concurso de Talentos de GranBretaña y sobre nuestro plan demandarle a mamá una carta y a papádejarle una nota diciéndoles que venganal Teatro Palace de Mánchester el 5 deenero. Me gustaría cantarle nuestracanción y enseñarle nuestra coreografíay contarle que con eso se va a arreglartodo. Cuando mamá haya vuelto y papáhaya dejado de beber y se hayanolvidado de todo lo de Rose, papá

estará demasiado feliz para odiar aSunya. Puede que siga sin gustarle queseamos amigos pero mamá le dirá«Déjalos que hagan su vida» y Sunyavendrá a casa a tomar el té. Comeremospizzas tropicales y ellos se olvidarán deque es musulmana.

Faltan dos días para Nochebuena.Yo creo que el cartero no pasa el 24 dediciembre ni el 25 de diciembre ni el 26de diciembre y esta mañana no habíanada en el buzón aparte de una de esastristes cartas de alguna organizaciónbenéfica que te piden que pienses entoda la gente que se está muriendo dehambre en África mientras te estás

comiendo el pavo. Intentaré acordarmede ellos mientras me como mi cena deNochebuena, que va a ser sándwiches depollo porque la va a hacer Jas. No creoque a los de la organización benéfica lesimporte lo que coma mientras DediqueUn Pensamiento A Aquellos Que SeEstán Muriendo De Hambre cuandoesté a la mesa.

Si es verdad que el cartero no pasaen Navidad entonces sólo queda mañanapara que llegue un regalo de mamá.Estoy intentando emocionarme. No parode imaginarme un paquete de los gordosen la alfombrilla de la puerta principal,pero cada vez que pienso en la tarjeta

con un Feliz Navidad Hijo en grandesletras azules, se me enciende ese raropresentimiento de algo que me asusta.Ahora nunca se me va del todo.

Le pregunté a la señora Farmer concuánto tiempo tendría que avisar ella alDirector si necesitase un día libre. Dabala impresión de que le disgustaba tenerque hablar conmigo y no paró de echarmiradas al mural que había en la paredde detrás de su mesa como si todos lossalpicones de café que tenían losángeles fueran culpa mía. Al final dijo«Si fuera por algo lo suficientementeimportante, me permitirían ausentarmeinmediatamente. Y ahora sal a jugar y

deja ya de hacer preguntas tontas».«Si fuera por algo lo

suficientemente importante». Nolograba quitarme esas palabras de lacabeza. Pasaban zumbando por micerebro y me mareaban. Luego tuvimosque escribir una redacción y no toqué elpapel con el bolígrafo y en Matemáticasme inventé los números y en Dibujo lasovejas me salieron más grandes que lospastores porque no me concentraba.Parecía que un rebaño de ovejasasesinas estaba a punto de cargarse apisotones el pesebre.

En la obra del colegio sorpresasorpresa representábamos el Nacimiento

y yo era una persona por primera vez enmi vida. Me dieron el papel del hombreque decía «No hay sitio en la posada»pero no vino nadie a verme así que dioigual. Jas no consiguió volver a tiempodel instituto y papá no ha vuelto a salirde la cama desde la Velada de losPadres. A Sunya al principio le habíandado el papel de la Virgen pero noparaba de quejarse y de agarrarse latripa como si estuviera dando a luz porel camino hacia la posada. En el últimoensayo, la señora Farmer la agarró y lalevantó de la silla en mitad delescenario y la hizo ponerse a cuatropatas y le dijo que era el buey y que se

quedara por el fondo del establo.El ultimísimo día yo me moría por

hablar con Sunya, pero no se me ocurríacómo empezar. Cuando no me estabamirando, tiré el lápiz debajo de su sillay estaba a punto de pedirle que me locogiera cuando la señora Farmer meechó de clase por lanzar objetospuntiagudos. Dijo «Le podías habersacado un ojo a alguien», cosa que noera verdad. El lápiz no tenía punta yademás lo tiré tan por lo bajo que no lehabía pasado cerca de los ojos a nadie,a menos que hubiera algún enanoinvisible por la zona. Cuando me dejóvolver a entrar en clase, el lápiz seguía

a los pies de Sunya, pero no me atreví apedírselo porque la señora Farmer habíadejado bien claro que lo había tirado ahíaposta. Tuve que hacer el gráfico con elboli y me salió todo mal y no pudeborrarlo así que me pondrán una malanota. Pero da igual. Ya no me interesanlas Aes. Jas tenía razón en lo delcolegio. En realidad no es tanimportante.

Cuando llegó el momento de irse, laseñora Farmer dijo «Feliz Navidad yPróspero Año Nuevo. Las clasesvuelven a empezar el 7 de enero así quehasta entonces». Se me estaba acabandoel tiempo de volver a hacerme amigo de

Sunya así que cuando todos se fueron mequedé en la clase mirándola recoger suscosas. Se pasó siglos poniendo suslibros en un montón ordenado ycomprobando que todos los rotuladorestenían su tapa y que estaban en elpaquete por el orden del arco iris. Medio la impresión de que estabaesperando a que yo hablara pero noparaba de canturrear a todo volumen y laabuela siempre dice «Es de malaeducación interrumpir». Cincomechones de pelo le colgaban sobre lacara y no paraba de apartárselos de losojos. Por la cabeza me revoloteabanpalabras como «Perfecto» y

«Luminoso» y «Bonito» pero antes deque pudiera decir nada, Sunya salió. Sefue a coger su abrigo y yo la seguí y ellase echó a correr por el pasillo y yo laseguí y salió como una tromba por lapuerta al camino pero se paró cuandome oyó gritar «EPA».

No era la mejor palabra que podíahaber dicho pero captó su atención. Sedio la vuelta. Casi todo el mundo sehabía ido y ya estaba oscuro pero elhiyab de Sunya resplandecía como elfuego a la luz naranja de las farolas.Quería decirle «Feliz Navidad» peroSunya no la celebra así que en lugar deeso le dije «Feliz Invierno». Puso un

poco de cara de asombro y me entró elpánico por si tampoco celebraba lasestaciones. Empezó a andar hacia atrás yse fue alejando y alejando, y como nome apetecía que desapareciera en lanoche le grité lo primero que me vino ala cabeza. «FELIZ RAMADAN».

Sunya se quedó quieta. Corrí haciaella tendiéndole la mano y lo volví adecir. «Feliz Ramadán». Las palabrassalían calientes al aire helado y sevaporizaban sílaba a sílaba. Sunya sequedó mirándome mucho rato y yosonreí esperanzado hasta que dijo «ElRamadán fue en septiembre». Tuvemiedo de haberla ofendido pero

entonces sus ojos empezaron a echarchispas y la peca que tenía en el labio seestiró como si estuviera a punto desonreír. Las pulseras tintinearon.Levantó el brazo. A mí me temblaban losdedos cuando su mano se acercó a lamía. Estaban a veinte centímetros dedistancia. A diez centímetros. A cincocentí…

Se oyó un claxon y Sunya dio unbrinco y musitó «Mi madre». Corrió porel camino cubierto de gravilla y se metióen el coche. La puerta se cerró de ungolpe. El coche se puso en marcha. Dosojos brillantes me contemplaron a travésdel parabrisas. Todavía me temblaban

los dedos cuando el coche desaparecióen la carretera oscura.

Jas me compró un montón de regalospequeños de Navidad, una regla y unagoma del Man.Utd. y un desodorantenuevo porque se me había terminado.Los envolvió todos y los metió en unode mis calcetines de fútbol de modo queparecía un calcetín de Navidad. Yo lehice a ella un marco de cartón y pusedentro la única foto que encontré en laque estamos ella y yo. Sin mamá. Sinpapá. Sin Rose. Sólo Jas y yo y nos pusealrededor flores rosas porque ella es

una chica y es su color preferido. Y leconseguí una caja de sus bombonespreferidos para que comiera algo porqueestá demasiado delgada.

Hicimos sándwiches de pollorelleno y patatas fritas de microondas ynos lo comimos viendo Spiderman. Nome pareció tan buena como la recordabade mi cumpleaños pero aun así me gustó,sobre todo cuando Spiderman le da unapaliza al Duende Verde. Roger le dioalgunos mordiscos a mi sándwich peroJas no tocó el suyo. «Estoy dejandohueco para los bombones» dijo, y alcabo de un rato se comió tres, y eso mehizo sentirme bien. No paraba de echar

miradas por la ventana con ojos tristes,pero cada vez que yo la pillaba, poníauna gran sonrisa.

Mamá no nos mandó ningún regalo ypapá no tiene ni idea del día que esporque no hace más que estar tumbadoen la cama bebiendo y roncando ybebiendo y roncando así que tampoconos regaló nada. Lo único que hizo entodas las Navidades fue ponerse a dargolpes en el suelo de su cuarto y gritar«Parad ya ese escándalo» cuandoestábamos cantando villancicos a gritopelado.

A las nueve en punto se oyeron unosgolpecitos en el cristal y Jas me miró y

yo la miré y nos arrastramos los doshasta la cortina. Por una décima desegundo creí que podía ser mamá la quehabía llamado al cristal y me enfadé conmi corazón por acelerarse cuando yosabía que no iba a ser ella. Apartamosde en medio la cortina y el aliento de Jasme hacía cosquillas en la oreja. No seveía nada, sólo la nieve del jardín dedelante, pero cuando se meacostumbraron los ojos a la oscuridad vique había unas palabras escritas portodo lo blanco. Te Quiero. Jas soltó unchillido como si fuera para ella y yo mesentí decepcionado porque esosignificaba que no era para mí.

Se puso las botas de agua de papá ysalió de puntillas y estaba muy graciosacon su pelo rosa y la bata verde,tropezándose por la nieve. Pegué la caraa la ventana y contemplé cómoencontraba la tarjeta que Leo le habíadejado en el jardín. Vi cómo le brillabanlos ojos y se le encendía la sonrisa y elcorazón le crecía en el pecho como unbizcocho en el horno oxidado queusamos en el colegio para cocinar. Besóla tarjeta como si fuera la mejor cosadel mundo y eso me hizo pensar.

Tardé dos horas en hacer una tarjeta.Con mis lápices especiales dibujémontones de copos de nieve y un

muñeco de nieve que se parecía a mí yotro muñeco de nieve que se parecía aella y lo cubrí todo de purpurina. Rogerestaba sentado a mi lado mientras yotrabajaba en el suelo de mi cuarto ycomo no paraba de meterse en medioahora tiene destellos plateados en lacola. Resultaba más fácil escribir en latarjeta que hablar cara a cara con Sunya,así que le puse todas las cosas quehabría querido decirle desde elprincipio del todo. Cosas como Graciaspor ser mi amiga y Me gusta mirarte lapeca y Mi padre es un bestia pero yo nosoy como él así que por favor ponte elanillo de Blue-Tack. Le conté lo de la

audición y que en cuanto mamá volvieraa casa y metiera a papá en vereda todoiba a ser perfecto y que podríamos seramigos a partir del 5 de enero. Aunqueme estaba quedando sin espacio, lainvité a venir al Teatro Palace deMánchester a ver el concurso de talentosy le dije que se iba a quedar con la bocaabierta cuando oyera cantar a Jas y vierami coreografía. Firmé la carta por elúnico superhéroe de quien ella no habíarecibido ninguna en el cole. Spiderman.

Tuve que esperar a que Jas se fueraa dormir para poder salir a escondidas aecharla en el buzón. La primera vez queentré sin hacer ruido en su cuarto para

ver si tenía los ojos cerrados estabahablando en susurros por su teléfonomóvil y me dijo «Largo de aquí, enanocotilla». Pero la segunda vez que fui amirar estaba dormida como un troncocon la mano colgando de la cama y laboca abierta y el pelo rosa todo revueltosobre la almohada. Las campanillastintinearon cuando volví a cerrar concuidado la puerta.

Eran las once en punto cuando mepuse mis botas de agua. Roger merestregó el pelo naranja por la goma rojacomo si supiera que estábamos a puntode correr una aventura. Me pareció quetenía los ojos verdes más grandes de lo

normal cuando íbamos de puntillas haciala puerta de la calle. «Chissst» le dije,porque se puso a ronronear. En elsilencio de la casa sonaba como elmotor de un tractor. La puerta chirrió alabrirla y la nieve hacía ruido alaplastarla con los pies pero nadie lo oyóy salí andando por el camino sin quenadie me viera.

Me parecía que estaba haciendo unacosa tan mala al salir así en Nochebuenaque todo el rato esperaba que empezarana sonar sirenas de la policía yempezaran a encenderse lucesintermitentes azules y alguien gritara«Estás detenido». Pero no ocurrió nada.

Todo estaba en silencio. Lo único que vifue la luna reflejándose en los picoshelados de las negras montañas. Yo eralibre.

Sentí que la cabeza me daba vueltasy me eché a reír y Roger me miró comopensando que me había vuelto majareta.Me sentía como si no existiera nadie enel mundo más que yo y mi gato ypudiéramos hacer cualquier cosa que senos ocurriera, lo que fuera. Me puse allímismo a bailar y a mover los brazos porel aire y a menear el pandero y nadie mevio. Me puse a dar vueltas, cada vezmás rápido, y la nieve pasaba zumbandocomo una nebulosa blanca ante mis ojos.

Me subí de un salto a un muro y lo fuirecorriendo con la sonrisa más grandeque se me ha puesto desde que metí elgol de la victoria. La tarjeta aleteó alviento y me imaginé a Sunya leyéndola,puede que hasta besando la parte dondeyo había escrito Spiderman.

Eso hizo que me sintiera capaz devolar así que salté del muro agitando losbrazos y durante una décima de segundome quedé de verdad flotando por encimade la nieve antes de caer sobre un pie.La sangre me burbujeaba como unaCoca-Cola en una fiesta y sentía unhormigueo por todo el cuerpo y teníamás energía que en toda mi vida junta.

Roger dijo «Miau» y yo dije «Ya sé aqué te refieres» y le dije que se volvieraa casa a esperarme. Le di un beso en lanariz mojada y sus bigotes me hicieroncosquillas en los labios. Luego salícorriendo a toda velocidad con el vientofrío cortándome las mejillas.

Mis manos se estamparon contra elportón de Sunya. Estaba jadeando ytenía el pulso acelerado y me dolían lospies y me chorreaba el sudor. Aquelloera la cosa más valiente que había hechojamás en mi vida y sonreí mientras abríael portón y corría por el camino de lacasa de Sunya. Al saltar la tapia, volé uninstante antes de aterrizar en el jardín de

atrás. Yo era un pájaro y Wayne Rooneyy Spiderman, todos a la vez, y no letenía miedo a nada, ni siquiera a Sammyel perro que se había puesto a gruñir enla cocina.

Dejé la tarjeta sobre el césped yagarré una china. La tiré a la ventana deSunya pero dio en la pared dos metrosmás abajo. Cogí otra. Esa pasó volandopor encima del tejado. En los librossiempre lo ponen como si estuvierachupado darle al cristal, pero me costóonce intentos. Cuando la piedra dio en laventana, salí corriendo y me escondídetrás de un arbusto porque quería ver aSunya encontrar la tarjeta. Conté hasta

cien. No ocurrió nada. El perro Sammyse estaba poniendo como loco, ladrandoy arañando y gruñendo, pero a mí medaba igual. Encontré una piedra másgrande y esta vez me salió perfecto y diobien fuerte contra el cristal.

Me volví a todo correr al arbusto,haciéndome un corte en el moflete conuna rama, pero no me escoció ni unpoquito. Esta vez sólo llegué a contarhasta trece. Se abrió una cortina y en laventana apareció una cara morena. Seencendió una luz.

La cara morena era de un hombre. Elpadre de Sunya le dijo algo por encimadel hombro a alguien que yo no podía

ver. Se quedó mirando el jardín y losárboles y el césped, y Sammy gruñía yyo tuve miedo de que lo dejaran salir yme encontrara en el arbusto.

El padre de Sunya no vio la tarjeta.Después de comprobar durante cincominutos que no había entrado ningúnladrón, corrió las cortinas y apagó la luzy Sammy siguió ladrando un poco máspero luego se calló. Yo no me atrevía amoverme y me quedé todo lo quieto quepude, a pesar de que tenía una ramitaclavándoseme en la pierna y se me habíadormido el pie derecho. Contemplé laventana sin pestañear hasta que los ojosse me quedaron secos. Quería que Sunya

abriera las cortinas y que encontrara latarjeta y quería ponerla contenta por lotriste que la había visto en el colegio.Pensé en su mano y mi mano y en quehabían estado a punto de rozarse, y mepregunté qué habría pasado si su madreno llega a tocar el claxon.

Al cabo como de un millón de añospensé que era seguro moverse. En elreloj de una iglesia daban las docecuando salí a cuatro patas del arbusto yme enganché en las ramas y se me hizoun siete en la manga de la camiseta. Fuia recoger la tarjeta. Estaba toda mojada.La nieve había empapado el sobre.Estaba preguntándome si debería dejarla

allí, o llevármela otra vez a casa, ometerla en el buzón de Sunya, cuando oíque se abría la puerta de la cocina.

Tendría que haber salido corriendo ohaberme escondido o haberme tirado alsuelo y haberme tapado con la nieve,pero el cuerpo se me quedó paralizado.Como estaba de espaldas a la casa notenía ni idea de a quién podía tenerdetrás así que pegué un brinco cuandouna lengua húmeda me lamió la mano.Sammy sacudía la cola de un lado paraotro dándome en la pierna que no parabade movérseme. Conté hasta tres y me dila vuelta y allí estaba ella. Llevaba elvelo cubriéndole el pelo pero no tan

ajustado como otras veces. Era como sise lo hubiera puesto deprisa y corriendo.Llevaba un pijama azul y se le veían losdedos de los pies y los tenía pequeños yderechos y morenos y quedaban muybien sobre el suelo de la cocina.

Se quedó mirándome y yo me quedémirándola pero no me sonrió. Dije«Hola» y ella se puso el dedo sobre loslabios para decirme que me estuvieracallado. Me acerqué a ella y me sentíalos brazos demasiado largos y laspiernas demasiado patosas y la carademasiado caliente. Le tendí la tarjetapero no se puso contenta como se habíapuesto Jas. Le dije «Esta tarjeta es

especialmente para ti y la he hecho concartulina y con purpurina», por siacaso no se había dado cuenta de loespecial que era. No dijo «Gracias» ni«Hala», ni chilló como hacen las chicascuando están contentas. Dijo «Chissst» ymiró por encima del hombro como situviera miedo de que alguien nos viera.

Se la puse en la mano y esperé a queabriera el sobre. Yo sabía que en cuantoviera el muñeco de nieve con lacamiseta de Spiderman y el muñeco denieve con el hiyab se daría cuenta de logracioso que era y sonreiría. Pero seescondió la tarjeta en el pijama ysusurró «Te tienes que ir». Como yo no

me movía, volvió a mirar por encimadel hombro y dijo «Vete, por favor. Nome dejan ser tu amiga. Mi madrepiensa que no traes nada bueno». Dije«QUÉ» y ella me tapó la boca con lamano. Los labios me ardían igual que enHalloween. En la planta de arriba crujióuna tabla del parqué. Ella dijo «Vete» yme empujó hacia fuera y agarró aSammy por el collar y lo metió dentro.Mientras yo corría entre la nieve ySunya cerraba la puerta de la cocina seencendió una luz. Y esta vez, al saltar latapia, más que volar me tropecé y me caíen plancha en la fría tierra.

Capítulo 18

Cuando vi a Jas entrar en la cocinase me cayeron los Chocopops. Por pocono la reconozco. «Estás como…».empecé y me dijo «Déjalo» y «Búscameun bolígrafo». Le costó diez intentosescribir una nota para papá. Una decía«Por favor por favor por favor ven»pero eso sonaba demasiado desesperadoasí que la siguiente decía «Como novengas», y eso resultaba un pocodemasiado amenazador. A la octava vezpor fin escribió:

Papá. Tenemos una sorpresapara ti y nos encantaría quevinieras hoy al Teatro Palace deMánchester. Estate allí a la unay verás el espectáculo de tuvida.

Yo estaba más nervioso que lapersona más nerviosa en la que soycapaz de pensar, que ahora mismo es elleón de El mago de Oz. En el estómagotenía no ya mariposas sino algo másgrande y que daba más miedo. Puedeque fueran águilas o halcones o algo así.O ahora que lo pienso puede que fueranmonos con alas de los que raptan a

Dorothy y la llevan donde la bruja quele tiene miedo al agua. Fueran lo quefueran no paraban de pellizcarme pordentro y de pegar saltos de acá para alláde una forma muy poco agradable. Yotenía miedo de olvidarme de todo ymeter la pata así que no paré de repasarla letra y la coreografía mientras Jasescribía la nota para papá. Por eso tuvoque tirarla al sexto intento. Le di con lapierna un golpe en el bolígrafo al haceruna patada voladora. No sé por qué meentró la risa y ella parecía enfadada ysusurró «Por todos los santos, Jamie».Y luego no quiso dejarme a mí colocarla carta en la mesilla de noche de papá

ni ponerle el despertador para las siete ycuarto, por si hacía demasiado ruido.

Eran las cinco en punto de la mañanay estábamos los dos en silencio, aunqueno era necesario. Papá no se despierta nien pleno día cuando está la tele a todotrapo en el salón. Pero aun así nosotrosandábamos de puntillas y el corazón noshacía BUM cada vez que a uno de losdos se le caía algo o hablaba demasiadoalto. Jas tenía miedo porque Leo nos ibaa venir a recoger en coche y no queríaque papá lo viera y se pusiera como unloco. Yo tenía miedo porque como papános pillara y no nos dejara ir mamá y élnunca volverían a juntarse. A ella le

mandamos una carta el 28 de diciembreasí que ha tenido tiempo de sobra parallegar. Y esta vez el señor Walker no esexcusa. La academia cierra enNavidades. Lo puse como si el concursofuera de verdad muy importante y añadíEs la oportunidad de tu vida, que lodecían en la tele, y Ven a Mánchester acambiar tu vida, que lo copié de lacarta de información del concurso, y Porfavor mamá necesito verte de verdad,que me lo inventé yo mismo.

«Todavía no me creo que yo estéhaciendo esto» dijo Jas mientras íbamosal salón a esperar a Leo. «Mi horóscopode hoy dice que no debo correr ningún

riesgo».Respiraba de forma entrecortada con

la mano en el pecho. «Vamos arepasarlo una vez más» le dije, mirandocómo le temblaban las manos. Cantamosen susurros la letra y también hicimos lacoreografía pero Roger se habíadespertado y no paraba de meterse enmedio. Se me enredaba en los pies y nome dejaba dar saltos y patadasalrededor de Jas que es lo que tengo quehacer en la primera estrofa. Me estabaponiendo de los nervios pero me esforcéen no decir nada porque todavía mesentía mal por haberle cerrado la puertaen las narices. Aun así cuando me

tropecé con su cola brillante depurpurina flojeé un poco. Me agaché y élme miró todo esperanzado como si lefuera a hacer una caricia. Pero en lugarde pasarle la mano por el pelo, lo cogíen brazos y lo llevé al recibidor y lecerré la puerta del salón. Se quedó allímaullando pero no le hice caso y al finalse aburrió y se largó.

«Ya está aquí» chilló Jas. Un cocheazul se paró a la puerta de nuestra casa.Ella se toqueteó el peinado nuevo y dijo«Qué tal estoy». Dije «Muy bien»,aunque estaba rara. Se lo debía de haberteñido de castaño la noche anterior y lollevaba muy bien peinado y recogido en

dos coletas cortas. Se parecía tanto aRose que se hacía extraño. Ya sé queeran idénticas y toda la pesca, pero laJas de ahora no se parece a nadie másque a Jas. Cuando nos metimos en elcoche de Leo era como si el espíritu deRose hubiera descendido de su nube delCielo y eché de menos los piercings y elpelo rosa y la ropa negra. Jas llevaba unvestido de flores, una chaqueta y zapatosplanos de hebilla, la última ropa quemamá le compró en Londres. Yo seguíacon mi camiseta de Spiderman porqueno quería que mamá se llevara unadesilusión al ver que no me la habíapuesto. La dejé lo más elegante que pude

frotándola con un trapo y le arreglé lamanga con imperdibles.

Leo levantó las cejas al ver a Jas.Ella le miró con cara de angustia y dijo«Es sólo hoy» y Leo puso cara de aliviopero le dijo «Estás muy mona».Entonces Jas se rió y él se rió, y yaestábamos en camino. Íbamos a todavelocidad porque en la carta delconcurso ponía que iban por orden dellegada y que sólo daba tiempo de quesalieran al escenario ciento cincuentanúmeros. Corríamos entre las montañasy el sol salió mientras trepábamos lascolinas y pasábamos zumbando pordelante de las granjas y dando tumbos

por los caminos de campo. Hubo unmomento en que íbamos derechos haciael sol y el coche se llenó de esa luzamarilla anaranjada y dentro hacía calor,como si estuviéramos dentro de unayema de huevo o algo así. Y todo estababonito y por todas partes habíaesperanza y yo de golpe no meaguantaba de ganas de subirme alescenario.

Cuando llegamos se acercó anosotros una chica con un portapapelesde clip y dijo «Qué número vais ahacer» y Jas dijo «Cantar y bailar» y lachica suspiró como si fuera la cosa másaburrida que había oído en su vida. Nos

dio un número que era el ciento trece ydijo «Estaos preparados a las 5 de latarde para actuar. Tenéis tres minutosen el escenario, o menos si no legustáis al jurado». Miré al reloj de lapared. Eran las once y diez.

En la sala de espera había un montónde gente. Payasos haciendo malabarescon frutas, veinte niñas con tutus, cincomujeres con perros que hacían trucos,nueve magos que sacaban animales delsombrero y un lanzador de cuchillostatuado que cortaba una manzana enrodajas con una espada que sujetaba conlos dientes, que los tenía de oro. Jas yyo encontramos dos sillas de madera en

medio de la sala y esperamos.El tiempo pasaba rápido.

Repasábamos nuestro número cadamedia hora. Había tanta gente a la quemirar y tanto en lo que pensar que cadavez que miraba al reloj era como si lasmanecillas hubieran pegado un salto detreinta minutos hacia delante. No parabade imaginarme a papá encontrándose lanota encima de la mesilla y corriendo ala ducha y eligiendo algo elegante queponerse para el espectáculo. No parabade imaginarme a mamá poniéndose unvestido bonito y diciendo «No es asuntotuyo adonde vaya, Nigel» ycomprándonos una tarjeta de felicitación

en la gasolinera de la autopista aMánchester. Lo más probable era que seencontraran los dos fuera y sonrieran ysacudieran la cabeza y dijeran «Estosniños» como quejándose peroorgullosos, como si no pudieran creerseque hubiéramos tenido valor suficientepara montar una sorpresa tan grande. Sesentarían en las filas de delante ycompartirían un helado y disfrutarían detodas y cada una de las ciento doceactuaciones que iban antes de la nuestra,pero entonces saldríamos nosotros y Jasestaría clavadita a Rose y papá sealegraría de haber vuelto a la vidanormal y los dos dirían «Hala» cuando

me vieran bailar con mi camiseta deSpiderman.

Esa fue la primera cosa muyagradable en la que pensé en la sala deespera. La segunda cosa muy agradabletenía los ojos chispeantes y unas manosmorenas que aplaudían más fuerte quenadie cuando yo cantaba mi última notay me quedaba con los brazos en alto.

El número ciento cinco salió aescena. A Jas le empezó el tic en lapierna. Estaba tan pálida y parecía tanpequeña con su ropa nueva y su pelonuevo que sentí un impulso deprotegerla. Le puse el brazo por loshombros, aunque casi no llegaba, y ella

sonrió y susurró «Gracias». Se letrasparentaban todos los huesos y le dije«Deberías comer más». Puso cara desorprendida. «Ya estás bastantedelgada» le dije y los ojos se lellenaron de lágrimas. Las chicas sonraras. Nos dimos la mano y esperamos.

Ciento ocho. Ciento nueve. Cientodiez. Ya no quedaban más que dosactuaciones antes de la nuestra. La salade espera se estaba quedando vacía.Olía a sudor y a pinturas para la cara y acomida pasada y parecía un hornoporque los radiadores estaban a todotrapo. Empezó la música del númerociento once. El viejo había cantado sólo

cinco notas cuando quitaron su disco ylos jueces le dijeron que no teníatalento. El público empezó a corear«Fuera fuera fuera fuera» y Jas se pusode color verde. «No soy capaz» dijo,sacudiendo la cabeza y agarrándose elestómago. «De verdad que no soy capazde hacer esto. Mi horóscopo dice queno debo correr ningún riesgo».

El viejo salió por la puerta que dabaal escenario y se derrumbó en una silla.Apoyó la cabeza calva en las manos ylos hombros le temblaron porque estaballorando. Las cámaras de la tele habíanseguido su salida del escenario y leestaban haciendo un primer plano y él

les decía «Déjenme» como si estuvieraloco cuando en realidad lo que estabaera desilusionado porque ahí se habíaacabado su sueño. Llevaba lentejuelaspor toda la camisa y lentejuelas por todoel pantalón y se tenía que haber tiradodías para coserlas todas y sólo habíaconseguido estar diez segundos en elescenario.

«Sinceramente no soy capaz dehacer esto» dijo Jas, y miraba al viejocon cara de estar aterrorizada. «Mihoróscopo tenía razón. Ha sido unamala idea. Lo siento, Jamie». Incluso selevantó y empezó a marcharse. Hasta esemomento pensé que sólo estaba

exagerando. «Espera» dije y me saliócomo un chillido. Me daba terror queJas se fuera de verdad. «No te vayas porfavor». No me escuchó. Se puso a correry estaba ya cerca de la puerta que decíaSALIDA. La chica del portapapelesgritó «El número ciento doce» y unhombre vestido de Michael Jacksonaspiró hondo y se puso de pie. Jasestaba en la puerta. Agarró con la manoel picaporte. No podía dejarlamarcharse. «Piensa en mamá» grité.«Piensa en papá. Y en Leo». Jas abrióla puerta y un soplo de aire helado secoló dentro pero ella no salió. Corríhacia ella y la agarré de la mano. «Tú

crees de verdad que lo está viendo» mepreguntó en un susurro, con los ojostodos redondos y la cara blanca. «Sí»respondí. «Leo al dejarnos haprometido que…». Ella negó con lacabeza. «No digo Leo» dijo,mordiéndose demasiado fuerte el labio.Le salió una gota de sangre enana de uncorte. Se la secó con un dedo. Hasta sehabía quitado la pintura de uñas negra yse las había pintado de rosa pálido.«Digo mamá».

Me volvió aquel presentimiento, másfuerte que nunca, y por primera vezentendí exactamente qué era. Duda. Si laenvidia es roja la duda tiene que ser

negra y la sala se me puso toda oscura yera lo contrario del coche de yema dehuevo. Todo me pareció horrible y nohabía esperanza por ningún lado. Penséen mi cumpleaños y en la posdata y en laVelada de los Padres pero asentí y ledije «Mamá está seguro».

«No vino en Navidad» dijo Jas conla voz más finita que le he visto ponernunca. Una lágrima empezó a correr porsu mejilla mientras en el escenarioempezaba la música de Thriller deMichael Jackson. «No» dije con un nudoen las tripas. Pero igual fue porquepensó que no estaba invitada. Jas memiró con los ojos húmedos. «Yo la

invité» murmuró y el nudo se me apretóaún más. Me acordé de que el día deNavidad Jas no paraba de mirar a cadapoco a la ventana. «Le mandé unatarjeta y le pedí que viniera y noshiciera el pavo». Ahora estaba llorandofuerte y resultaba difícil oír lo que decíay me costaba concentrarme de lo muchoque me dolía la tripa. «Y también leescribí antes. Le conté todo lo de papáy le dije que necesitamos ayuda porquebebe demasiado y no se ocupa denosotros como debería. Pero ella novino, Jamie. Nos ha abandonado».

En la tele, el anuncio que menos megusta es uno que se llama Apadrina Un

Perro. Se ven varios perros distintos quehan sido abandonados por sus amos encontenedores o en cajas o en la cunetade alguna carretera solitaria. Siempre seoye una música triste y los perros estáncon la cola caída y se les ve en los ojosla pena. Y el tipo ese con acento deLondres se pone a contar que los hanabandonado y que a nadie en el mundole importan lo bastante como paraocuparse de ellos. Y eso es lo quesignifica abandonado.

«Mamá nos quiere» dije, pero pordentro lo único que oía era aquel acentode Londres diciendo «Jamie necesita unnuevo dueño», y tuve que hacer un

esfuerzo para quitármelo de la cabeza.«Mamá nos quiere Mamá nos quiereMamá nos…». Jas sacudió la cabeza ylas coletas se balancearon junto a susorejas. «No nos quiere, Jamie»respondió con la voz toda sofocada.«Cómo nos va a querer. Se largó sinnosotros. El día de miCUMPLEAÑOS». Esto último Jas lodijo gritando porque yo me había tapadolas orejas con las manos para no oírla.Me puse a cantar la canción de MichaelJackson. No quería seguir escuchando.«El día de mi cumpleaños» volvió adecir, tirándome de las manos paraseparármelas de las orejas y tapándome

la boca. «Y desde entonces no hemosvuelto a saber de ella». Intenté que mesoltara. «Eso es mentira» chillé, dandouna patada en el suelo, muy enfadado depronto. El lanzador de cuchillos nosmiró y sacudió la cabeza pero a mí medaba igual. La sangre me hervía y meardía el cuerpo entero y me daban ganasde patalear y dar puñetazos y chillar yaullar y echarlo todo fuera en un volcángigantesco. «Eso no es verdad. A mí memandó un regalo y es el mejor regaloque me han hecho en toda mi vida y meencanta y TÚ HAS DICHO UNAMENTIRA».

La música de Thriller se detuvo.

«El número ciento trece».Jas abrió la boca para decir algo. Yo

esperé, jadeando, pero entonces sacudióla cabeza como si cambiara de opinión.«Muy bien. Mamá te mandó un regalode cumpleaños. Pues vaya cosa».

«El número ciento trece» volvió adecir la chica del portapapeles, con tonode estar harta. Paseó la vista desde laseñora mayor con zapatos de claqué,pasando por un niñito con un papagayo,hasta nosotros. «Dónde está. El númerociento trece, que salga ya».

Jas se secó los ojos y se miró laropa. «Mírame» dijo en voz baja,alisándose hacia abajo el vestido de

flores. «Mírate a ti». Yo me toqué losimperdibles de la manga de la camiseta.«Mira lo que hemos hecho por ellos. Ypara qué, Jamie. Mamá no es capaz desepararse de Nigel ni para venir hastaaquí» dijo Jas y me puso la mano en lacabeza y me sentí seguro y paré dejadear y traté de tranquilizarme. «Y papáestará demasiado borracho paralevantarse de la cama. Estamosperdiendo el tiempo».

Apoyé mi mano en la suya. «Pero alo mejor no» dije y me tragué toda laduda y toda la desilusión y todo elenfado, y por poco se me atascan en lagarganta, como esas pastillas de

vitaminas que cuesta pasarlas hasta conagua. «Por favor, Jas. Por favor. Novaya a ser que lo estén viendo. No losquiero dar por perdidos». Jas cerró losojos como si estuviera pensando.

«El número ciento trece» gritó lachica, dando golpecitos con el bolígrafoen el portapapeles. «Se le estáacabando el tiempo. El jurado estáesperando y como no venga lo que esAHORA mismo habrá perdido suoportunidad».

Le toqué el brazo a Jas. «Porfavor». Abrió los ojos y se quedómirándome y sacudió la cabeza. «Es unapérdida de tiempo, Jamie. No han

venido. No puedo soportar que te llevesuna decepción… otra más».

«El número ciento trece». La chicaechó una última mirada por la sala yluego hizo una gran cruz en elportapapeles. «Muy bien. Pues entoncesque pase el número ciento catorce».

Capítulo 19

Las piernas se me doblaron y me caíal suelo. Me tapé la cabeza con lasmanos. La señora mayor se dirigió alescenario y sus zapatos de claquéretumbaron por toda la sala de espera.

«Espere» chilló Jas y mi corazónparó de latir. «Espere. El ciento trecesomos nosotros. Estamos aquí».

Levanté la vista y Jas me ofreció lamano. Me agarré a ella y me ayudó alevantarme. «Lo voy a hacer por ti» mesusurró y los lados de la boca por pocome tocan las orejas porque se me puso

la sonrisa más grande de toda mi vida.«Ni por mamá. Ni por papá. Ni porRose. Por ti. Por nosotros». Yo asentí ycorrimos hacia delante y el corazón seme puso en marcha con un BUMBA queme sacudió las costillas. La chica delportapapeles suspiró impaciente. «Nodebería dejaros pasar» nos soltó, peroabrió la puerta del escenario y subimosa toda velocidad la escalera y de golpehabía focos y cámaras y cientos de ojosque brillaban en la oscuridad del teatro.

Salimos al escenario. El público sequedó callado. Reconocí de la tele a unode los miembros del jurado. Al ver micamiseta puso cara de desprecio. «Así

que os llamáis» dijo. Yo no sabía sidebía responder Spiderman, o JamesAaron Matthews, o simplemente Jamie,así que dije las tres cosas. El público serió con disimulo y yo me pregunté simamá y papá y Sunya habrían venido.Jas me estrujó la mano. La tenía todapegajosa de sudor. «Y tú quién eres»dijo el hombre y mi hermana respondió«Jasmine Rebecca Matthews», y él dijo«Así que no eres Supergirl niCatwoman» con aquel sarcasmo mortalsuyo. A Jas le empezó a temblar elbrazo. Me habría gustado darle depatadas al miembro aquel del jurado porasustarla.

«Qué número vais a hacer»preguntó la señora del jurado. Murmuré«Vamos a cantar y a bailar». El hombrebostezó. «Qué original» dijo y cientosde personas se rieron y la señora le dioun golpecito en la mano y le dijo «No tepases» pero luego se rió ella también.Yo traté de sonreír como si hubierapillado la broma pero tenía los dientesdemasiado secos y el labio de arriba seme quedó pegado. «Qué vais a cantar»dijo la señora cuando se volvió a hacerel silencio. Jas susurró «El Valor paraVolar». Los dos miembros del juradorefunfuñaron y el hombre hizo como sise diera de cabezazos contra su mesa y

el público volvió a soltar la carcajadauna vez más. Levanté la vista hacia Jas.Ella estaba intentando ser valiente perovi que tenía lágrimas en los ojos y mesentí fatal porque había corrido aquelriesgo por mí y no estaba valiendo lapena. Yo esperaba a medias que papásaliera a defendernos o que mamásaltara al escenario y dijera «Cómo osatrevéis a hacerles esto a mis hijos».Pero no pasó nada.

El hombre dijo «Pues venga, idempezando» como si le estuviéramosaburriendo y de golpe se me quitaron lasganas de hacer la coreografía y de cantarla canción.

Me pareció que eran demasiadovaliosas para interpretarlas ante genteque no comprendía. Bajo los focos hacíacalor y la camiseta de Spiderman se mepegaba al cuerpo. Era como si meestuviera más grande que nunca, o comosi yo fuera más pequeño que nunca, y medi cuenta de que no me quedaba bien.Mamá se iba a llevar una decepción yme sentí culpable, como si le estuvierafallando.

Como no habíamos llevado un discoy nadie nos hacía caso, no sabíamoscuándo empezar. Nos quedamos ahíparados. Todo el mundo estabaesperando. Se oyeron unos cuantos

abucheos. Yo no quería que mamá ypapá los oyeran pero tampoco meatrevía a cantar. El público empezó acorear «Fuera fuera fuera fuera» y aJas ahora le temblaba todo el cuerpo, nosólo el brazo. No era eso lo que sesuponía que iba a ocurrir. Todo seestaba torciendo y yo no sabía cómoarreglarlo.

«Fuera fuera fuera fuera».El pánico me subió por el pecho

como una de esas olas de playa que depronto lo arrasan y lo inundan todo.«Fuera con estos dos» gritó de prontoel tipo del jurado, agitando la manocomo si estuviese espantando una

mosca. «Esto es una pérdida detiempo».

«NO». Lo dijo Jas muy alto, fue másun grito que otra cosa, y el público sequedó en silencio. «NO». Los miembrosdel jurado miraron con sorpresa a Jas.Ella les sostuvo la mirada toda valientey estupenda ya sin una sola lágrima ni unrastro de temblor y de pronto allí estabami hermana cogiendo impulso,sonriendo al cielo como si nada en elmundo pudiera achantarla. Y al ver queella no tenía miedo, yo tampoco lo tenía.Y entonces empezamos a cantar.

«Tu sonrisa hace que mi

alma toque el cielo.Tu fuerza me da valor para

volar.Subo como una cometa,

atado y libre.Tu amor hace brotar lo

me…»

Duramos más que el viejo. Puedeque lográramos meter quince o dieciséisnotas. Yo no oí al jurado decir «Basta»porque estaba corriendo por el fondodel escenario, batiendo las alas como unhada, o un pájaro, o lo que sea lo quevuela en la canción. Cuando me dicuenta de que Jas había parado de cantar

dejé caer los brazos y el trozo que meseparaba de la parte de delante delescenario se me hizo más largo que unmaratón, que según la señora Farmer sonveintiséis con dos millas y no esdemasiado bueno para las articulacionesde las rodillas.

«Nunca me había sentido tanimpresionado y tan horrorizado almismo tiempo» dijo el hombre. «Hasido maravilloso y espantoso.Fantástico y horrible». Yo no tenía niidea de lo que estaba pasando a mialrededor y tampoco estaba escuchandode verdad porque estaba mirando alpúblico para ver si lograba encontrar a

mamá. «Tú has sido la parte horrible»dijo el tipo, señalándome a mí. «O sea,a ti te parece que eso que acabas dehacer es bailar». Era una pregunta peroal parecer no necesitaba respuesta asíque me limité a encogerme de hombros.El tipo puso una de sus sonrisitassarcásticas y levantó las cejas y elpúblico se rió. «Pero tú», continuó,señalando a Jas. «Tú has sido la partemaravillosa. Ha sido absolutamentemagnífico. Dónde has aprendido acantar así». Jas parecía sorprendida ydijo «Me enseñó mi madre cuando erapequeña pero llevaba cinco años sincantar». El hombre le susurró algo a la

señora tapándose la boca con la mano.Las cámaras se acercaron a ellos y luegoa nosotros. El público contuvo larespiración. «Sí, sí, estoy de acuerdo»dijo la señora y el hombre se volvióhacia nosotros con una sonrisa. «Nosgustaría volver a verlo» dijo, y Jasasintió y yo me preparé para batir lasalas y cantar la primera nota. «Sin lacoreografía. Sin tu hermano».

Jas me miró como sin saber quéhacer, pero yo le enseñé el dedo pulgar.Me llevé una desilusión, pero era mejorque siguiera ella sola que que nosdescalificaran a los dos. Y yo sé que aella se le da mejor que a mí así que

tampoco era para tanto. Yo no canto malpero la que tiene voz de ángel es ella.Pensé que ojalá papá estuvieraprestando atención.

El hombre me señaló unos escalonesque había en un lado del escenario quellevaban al público. Me fui para allá yme senté mientras Jas cogía aire confuerza. Las luces del escenariodesaparecieron, todas menos una. Jasestaba deslumbrada y guiñaba los ojos.Cogió aire con fuerza y el hombre secruzó de brazos y se echó hacia atrás ensu silla. La señora apoyó la barbilla enuna mano. Jas se acercó al borde delescenario y el foco la siguió. «Cuando

tú quieras» dijo el hombre y Jasempezó. Primero bajito. Temblando.Pero a los tres segundos los hombros sele relajaron y la boca se le abrió más ysonaba fenomenal. Subió por el airecomo aquella cometa de Saint Bees.

Jas cantó con todo su ser. Cantó conlos ojos y con las manos y con elcorazón, y cuando llegó a la nota másalta el público se puso de pie y losmiembros del jurado aplaudían y todo elmundo daba gritos de entusiasmo peronadie tan fuertes como yo. Me olvidé dedónde estaba. Me olvidé de que estabaen un escenario delante de cientos depersonas y puede que de mamá y puede

que de papá y de un montón de cámarasde televisión. Me olvidé de todo menosde mi hermana y de la letra de lacanción. Por primera vez entendí lo quedecía y me entró un sentimiento de valorque parecía que tenía al león del cieloen algún lugar dentro del pecho.

La canción se terminó. Jas hizo unapequeña inclinación mientras el teatro sevenía abajo de los aplausos. Losmiembros del jurado me señalaron a míy luego al centro del escenario. Me pusede pie sintiéndome un niño diferente ytenía la esperanza de que mamá notaraque echaba hacia atrás los hombros yque inflaba el pecho como una gaita

hinchada a orgullosos soplidos por unescocés.

«Bueno, la canción era unaporquería» empezó el hombre. Seoyeron abucheos pero esta vez estabande nuestra parte. «Una elección muydesacertada de verdad». Yo tenía lasonrisa puesta y Jas también. No nosimportaba lo que pensara el jurado. Yano. «La coreografía era espantosa. Ytú, joven Spiderman, bueno, puede queseas un superhéroe pero lo que estáclaro es que no sabes cantar». Jas mepuso la mano en el hombro. «Pero tú,jovencita. Sólo te voy a decir…» hizouna pausa teatral y miró a Jas

directamente a los ojos «…que ésta hasido la mejor actuación que he vistohoy en todo el día». El públicoaplaudió. «Te veremos en la próximaronda». El público gritó y aplaudió.«Sin tu hermano, por supuesto». Elpúblico se rió. «Siguiente» gritó elhombre y llegó el momento demarcharse. Me dirigí hacia la salida delescenario.

«Pues no» dijo Jas y yo me paré ygiré en redondo y los miembros deljurado levantaron las cejas. «Que noqué» dijo el hombre. Con voz alta yclara Jas replicó «No me verán en lapróxima ronda». El público dio un

respingo. El hombre parecía estupefacto.«No digas tonterías» dijo. «Es laoportunidad de tu vida. Este concursote puede cambiar la vida». Jas meagarró la mano y me la apretó. «Y quépasa si no queremos que nos lacambien» dijo y entonces miró no aljurado, sino al público. Levantó la voz yme di cuenta de para quién estabahablando. «No pienso cantar sin Jamie.No pienso abandonar a mi hermano.Las familias tienen que mantenersejuntas».

Salimos del escenario entre el

sonido de unos aplausos que duraronhoras. La chica del portapapeles sacudióla cabeza pero todos los demás artistasnos rodearon. Dijeron «Ha sidoimpresionante» y «Enhorabuena» y,aunque era sobre todo por Jas, mepareció que una mínima parte era por míy me sentí bien. Me acerqué a nuestrosadmiradores y les di la mano uno poruno como Leo o como Wayne Rooney ytuve la sensación de que la camiseta mequedaba perfecta y de que yo ya eramayor. Puede que al final sí fueradistinto haber cumplido ya una década.Luego nos sentamos y esperamos a queacabara el espectáculo y no hablamos

porque nuestra felicidad era demasiadogrande para las palabras.

«Vamos a buscar a Leo» dijo Jasuna hora más tarde cuando la últimaactuación, un hombre que cantaba óperahaciendo el pino con la cabeza, huboterminado. Salimos de la sala de espera.Fuera estaba oscuro y seguía cayendonieve. Nos dirigimos a la entradaprincipal y tenía en el techo grandeslámparas de cristal de esas pijas queparecían pendientes gigantescos. Laalfombra era roja y los pasamanos erandorados y el teatro entero olía a dulces ya éxito. Yo estaba buscando a Sunya ybuscando a papá y buscando buscando

buscando a mamá, con una sonrisa deltamaño de una medialuna en la cara.

Nos abrimos camino a empujonesentre la multitud y todo el mundo nosmiraba y asentía con la cabeza y sonreíaporque nos habían reconocido delconcurso. Un hombre levantó la manopara hacerme un choca esos cinco peroyo no le acerté. Una anciana graznó «Mehabéis hecho llorar» y yo dije«Cállese» pero Jas dijo «Gracias» asíque debía ser una alabanza, aunquehabía sonado fatal. Jas buscaba pinchosverdes y yo chispas marrones yestirábamos el cuello y clavábamos losojos y andábamos a zancadas volviendo

la cabeza hacia los lados y entonces nosPARAMOS. Los vimos los dosexactamente en el mismo instante. Aveinte metros de nosotros. Dos caras,cada una mirando hacia un lado. Ensilencio. Como desconocidos. No Leo.Ni Sunya. Papá y mamá.

«¡Mamá!»Grité todo lo fuerte que pude pero

ella no me oyó.«¡¡Mamá!!»

Había demasiada genteapelotonándose a la puerta del teatro. Unhombre disfrazado de payaso me empujóa un lado. «Has estado maravilloso»

chillaba su mujer, besándole la narizroja y brillante. Me puse de puntillasintentando ver a mamá por encima desus cabezas.

Botas negras.Vaqueros.Abrigo verde.Y manos.

De color rosa, vivas, manos deverdad que agarraban con fuerza unbolso negro, jugueteando con lacremallera plateada. Manos que habíanhecho cenas y despejado dolores decabeza y me habían metido jerseys porla cabeza en los días fríos. Manos que

me habían arropado en la cama. Manosque me habían enseñado a dibujar.

«Por todos los santos» dijo Jas.«Ha venido de verdad». Nos quedamosallí parados mirándola, con el teatroresonando a nuestro alrededor.

Mamá estaba morena. Teníaalrededor de los ojos un montón dearrugas que yo no le había visto antes. Yse había cortado el pelo corto. Lo teníaun poco gris por los lados y con reflejosrubios por arriba. Estaba distinta. Peroestaba allí. Me alisé hacia abajo lacamiseta y me coloqué el cuello y mepuse bien las mangas, sin quitarle enningún momento a mamá la vista de

encima no fuera a ser que desapareciera.De pronto nos vio. Jas soltó un taco.

Yo agité la mano y mamá se puso roja ylevantó el brazo pero no movió la mano.La volvió a dejar caer. Le dijo algo apapá y él ni la miró. «Allá vamos»susurró Jas rodeándome con el brazo.Sentí cómo le subían y le bajaban lascostillas mientras nos abríamos pasoentre la multitud.

El tiempo se volvió demasiado lentoy demasiado rápido, las dos cosas a lavez, y allí estábamos ya delante demamá y en el espacio que nos separabahabía tal cantidad de sentimientosexplotando que el aire crujía como el

arroz hinchado de los Krispies. Esperé aque me diera un abrazo, o un beso en lacabeza, o que se fijara en mi camiseta deSpiderman, pero lo único que hizo fuesonreír y luego clavó la vista en elsuelo.

«Hola» dije. «Hola» respondiómamá. «Hola» murmuró Jas. Me echéhacia delante y abrí los brazos. Mamáno se movió. Yo ya había ido demasiadolejos para dar marcha atrás en lo delabrazo. Tenía que seguir adelante con él.Avancé hacia mamá y la rodeé con misbrazos, asombrado de ver que le llegabacasi al hombro cuando antes era comoun palmo más bajo. «Ha encogido»

pensé, lo cual era absurdo, pero así fuecomo lo sentí. El contacto entre nosotrosduró menos de dos segundos. Yo queríaque el abrazo fuera perfecto, peroresultó frío y duro y me hizo pensar enpiezas de puzzle que no encajan, pormuy fuerte que las aprietes.

«Vuestra canción ha sidoestupenda» dijo mamá cuando se soltó.Sus palabras sonaron vacías, como siestuvieran escritas con un lápiz muy finoen un papel grande y hubiera demasiadoespacio entre letra y letra. «Qué talentotienes». Yo dije «Gracias» mientrasmamá añadía «Vaya voz». Le estabahablando a Jas, no a mí, y me puse rojo.

Silencio.Yo quería contarle a mamá lo de mi

gol y lo de las jugarretas de Halloweeny lo del pollo negro de la cena que hizopapá con el horno. Quería contarle lo dela señora Farmer y las pililas delnacimiento de Daniel y que me habíahecho amigo de una niña que era la másbuena del mundo, quitando a mihermana. Si mamá me hubierapreguntado, o incluso si hubiera miradohacia mí, lo habría desembuchado todo.Pero ella seguía mirando al suelo.

«Vamos a salir de aquí» dijo al finalpapá. Mientras salíamos del teatro, hizouna cosa que no había hecho antes. Me

puso la mano en el hombro y me dio unapretón.

La acera estaba helada y los coposde nieve parecían de color naranja alpasar revoloteando ante las farolas. Seoyó un claxon y Leo pasó pisando elacelerador, el pelo verde detrás delvolante negro, y se alejó zumbando porla calle. «Quién era ése» preguntómamá, y Jas se encogió de hombros.Resultaba demasiado difícil de explicar.Mamá se había perdido demasiadascosas. Pero se iba a poner al día. Yo laiba a ayudar. Teníamos todo el tiempodel mundo.

Papá se sacó del bolsillo las llaves

del coche. Las hizo repiquetear en lamano. «Estamos» le preguntó a Jas. Ellaasintió. Y «tú, Jamie» dijo, y yo sonreíde oreja a oreja. Aquello era lo que yohabía estado deseando.

Me estaba preguntando si mamállamaría por teléfono a Nigel paradecirle que habían terminado y si lediría que era un cerdo, cuando dijo«Supongo que volveremos a vernospronto». Pensé que se refería a «Encuanto lleguemos a vuestra casa»porque ella tenía que ir en su coche asíque le dije «Yo voy contigo». A Jas se lesubieron los hombros hasta las orejascomo si acabara de ver un perro

corriendo hacia la carretera y no pudierahacer nada para evitar el accidente.Papá se puso pálido y cerró los ojos.Mamá se frotó la nariz. Yo no entendíapor qué se comportaban todos de formatan rara. «Yo te enseño el camino» ledije y ella preguntó «De vuelta aLondres» y entonces lo entendí.

«Era sólo una broma» dije y meesforcé en reírme pero cada «ja» erauna quemadura en mi garganta. Mamásacó unos guantes de su bolso y se lospuso en las manos de color rosa.«Bueno, pues adiós» dijo. «Me haencantado veros. Estáis estupendos».Papá resopló. Mamá se mordió el labio.

Pasó un autobús por la nieve medioderretida y le empapó a Jas las piernasdesnudas.

«Toma» dijo mamá, sacando de subolso un clínex. Se lo dio a Jas, que sequedó mirándolo inexpresiva. «Sécatelas piernas» dijo mamá, de pronto otravez con su voz normal. Impaciente. Unpoco irritable. Era el mejor sonido delmundo. Jas hizo lo que ella le decía.«Estás muy guapo» me dijo mamámientras Jas se frotaba las espinillas. Yosaqué pecho de modo que la tela azul yroja quedara justo delante de susnarices. Ella ni siquiera la miró. «Tepareces mucho a tu hermana».

«Vámonos» dijo rápidamente papá.«Está empezando a cuajar la nieve».Mamá asintió. «Nos vemos muy pronto»mintió, tocándole el hombro a Jas yacariciándome la cabeza. Y«enhorabuena».

Mamá se alejó, con el chapoteo desus botas negras y el frufrú de su abrigoverde. No reconocí su ropa. Era nueva.Me pregunté cuándo se la habríacomprado. El día de mi cumpleaños. Ola tarde del partido de fútbol. O la de laVelada de los Padres.

Y de golpe me vi corriendo detrásde ella, pasando entre bailarines ycantantes y cientos de caras felices,

todas rojas de frío. «MAMÁ» grité atodo lo que me daba la voz. «MAMÁ».Ella se dio la vuelta. «Qué pasa, miniño» me preguntó y me dieron ganas degritar «NO ME LLAMES ASÍ» pero teníacosas más importantes que decirle.

Estábamos delante de un restauranteitaliano y me llegaba el olor a pizza yhabría debido tener hambre pero medolía demasiado la tripa para comer. Oía la gente riéndose y a los camareroshablando y el sonido de los vasos alchocar como cuando se hace un brindis.

El restaurante estaba iluminado convelas y pensé que ojalá yo estuviera allídentro, y no en la fría calle gris.

«Qué pasa» dijo mamá otra vez. Yono quería preguntárselo. Me daba miedola respuesta. Pero pensé en Jas y en elestribillo de la canción y me obligué aser valiente. «Mañana tienes que ir atrabajar» jadeé. Mamá parecíadesconcertada. Se arrebujó en el abrigo.«Por qué» dijo, como temiendo que lefuera a pedir que se quedara un pocomás. «Sólo quería saberlo» resoplé.Sacudió la cabeza. «No. Hace mesesque dejé de dar clases».

Todo me empezó a dar vueltas.Pensé en una bola del mundo en susoporte de metal y una mano que lahacía girar una y otra vez. «Entonces no

trabajas para el señor Walker» lepregunté, dándole ocasión de cambiar derespuesta, odiando a mi corazón porlatir como loco con esa última migaja deesperanza. Mamá volvió a sacudir lacabeza. «No» dijo. «Ahora no trabajo.He estado fuera. De viaje. Nigel teníaque hacer unas investigaciones para sulibro sobre Egipto y me fui con él. Nohemos vuelto hasta Nochevieja».Bueno, eso explicaba el moreno.

Mamá abrió su bolso una vez más.Sacó cuatro sobres, dos escritos con miletra y los otros dos con la de Jas. «Nome llegaron a tiempo» dijo en voz baja,como si estuviera disculpándose, como

si pretendiera que yo le dijera que nopasaba nada porque se hubiera perdidola Velada de los Padres, que estaba muybien que se hubiera perdido la Navidad.«Habría venido» dijo. No sé si estabadiciendo la verdad.

Yo tenía una pregunta más y ésa eraaún más difícil de hacer. El mundo girómás rápido, los coches y la gente y losedificios en una nebulosa mareantealrededor de mamá y de mí. «Lacamiseta» empecé, con los ojos en uncharco del suelo. «Ah, sí» dijo ella.«Quiero decir». Sonrió.

«Es fantástica». Y yo, a pesar detodos los pesares, le devolví la sonrisa.

Frotó la tela con el índice y el pulgar.«Es una camiseta preciosa. De dóndela has sacado. Te queda perfecta,James».

Capítulo 20

No hablé ni siquiera cuandoestuvimos de vuelta en nuestra casa ypapá me preguntó si quería una taza dechocolate. Me había pasado el díaentero pensando a saber por qué enterremotos, y al entrar en el recibidor noveía más que el suelo que temblaba y losedificios cayéndose en algún lugarlejano como China. Me pregunté sihabría terremotos en Bangladés y siSunya querría hablarme de ellos en elcolegio. Sunya no había venido alconcurso de talentos a pesar de que yo

la había invitado en la tarjeta deNavidad y había cubierto el Por favorcon purpurina dorada. Debía de estartodavía enfadada conmigo así que hastaque pasara algún tiempo no iba a quererhablar de desastres naturales. «Quieresuna taza de chocolate» dijo suavementeJas. Yo asentí y subí las escaleras enbusca de Roger. En mi cuarto no estaba.Me senté en el alféizar y me quedémirando mi reflejo en el cristal. Lacamiseta de Spiderman me pareció unasco.

A lo mejor mamá estaba de broma.O ya no se acordaba de que me la habíamandado.

Sí. Tenía que ser eso. Asentí y mireflejo asintió también.

Ya no se acordaba.A mamá siempre se le olvidan las

cosas. Va al supermercado y no seacuerda de lo que quería comprar. Ynunca encuentra las llaves porque se leolvida dónde las ha puesto. Una vezaparecieron en el congelador debajo deuna bolsa de guisantes congelados y ellano tenía ni idea de cómo habían ido aparar allí. Tampoco era tan extraño quese le hubiera olvidado una cosa quehabía ocurrido hacía ciento treinta y dosdías.

Entró papá con mi chocolate. De la

taza azul salía una espiral de humo.«Aquí tienes» dijo, sentándose en micama. Desde que nos mudamos a lacasa, papá sólo había entrado en micuarto una vez y fue porque estababorracho y tenía que ir al cuarto debaño.

Yo no sabía qué decir así que le diunos sorbos al chocolate aunque estabademasiado caliente y me quemaba lalengua. «Está bueno» preguntó,asintiendo hacia la taza. No lo estaba,pero de todas formas dije «Mmmm». Lehabía faltado revolver bien el cacao enpolvo. Se había quedado todo en elfondo de la taza como una especie de

fango. Pero estaba caliente y era dulce ylo había hecho papá, así que estaba bien.Mirándome beber parecía muysatisfecho de sí mismo. «Es bueno paralos huesos. Te vas a poner más alto ymás fuerte que Rooney si te tomas unoal día» dijo. «Yo te lo hago». Se estabaponiendo rojo y se frotaba la barbillacon la mano haciendo aquel ruido suyocon los pelillos. Yo dije «Vale» y él, allevantarse, me apretó el hombro porsegunda vez en aquel día.

«Voy a ir a la obra el lunestemprano» dijo de pronto,contemplándose el pie mientras lomovía de atrás adelante y de delante

atrás por la moqueta. «Si todavía mequieren coger. Me vendrá bien. Unmotivo para levantarme de la cama».Se aclaró la garganta aunque no teníanada en ella. «Un motivo paramantenerme sobrio».

Cuando me echo el desodorante, lasgotitas minúsculas se quedan horasflotando en el aire sin desaparecer. Esomismo fue lo que hizo la palabra«sobrio». Se quedó allí sin más y yo noquería levantar los ojos porque noquería verla flotando en círculosalrededor de papá. Fijé la vista en elcacao en polvo del fondo de mi tazacomo si fuera la cosa más interesante

que había visto en mi vida. Era de unmarrón oscuro casi negro y al secarsehacía formas curiosas. Jas lee elhoróscopo y hay gente que lee la mano ygente que lee los posos del té parapredecir el destino. Examiné entornandolos ojos aquellos grumos de cacao enpolvo pero no me revelaron nada de mifuturo. «Has terminado» preguntó papáy yo dije «Sí». Cogió la taza y salió demi cuarto.

Yo no podía dormir. Estaba tumbadoen la cama con dolor de tripa y me volvíhacia el lado derecho y luego deespaldas y luego hacia el lado izquierdoy luego me puse boca abajo pero no

lograba ponerme cómodo. La camaestaba demasiado caliente y le di lavuelta a la almohada para apoyarme enalgo fresco. Seguía diciéndome «Se leha olvidado que me la mandó se le haolvidado que me la mandó» pero mehabía vuelto a entrar la duda y todoestaba negro y yo mismo no me creía laspalabras que me rondaban la cabeza.

Mamá había dejado su trabajo hacíameses. Mamá no trabajaba para el señorWalker ni para ningún otro jefe malvado.Mamá no había tenido que ir a dar claseel día que la invité a la Velada de losPadres. Y ni siquiera estaba en este paíscuando Jas la invitó por Navidad.

Estaba en Egipto con Nigel mientrasnosotros nos quedábamos sentados ennuestra casa de campo, esperándola.

Pero había ido al teatro. Habíaconducido desde Londres hastaMánchester para ver nuestroespectáculo. Eso tenía que significaralgo.

Me sentía inseguro y aturdido. Nosabía qué pensar. Todo lo que meparecía sólido y seguro y grande yverdadero se había desmoronado. Comolos edificios en un terremoto. No sólolos había en China o en Bangladés. Enmi cuarto había uno que estaba haciendoque las cosas se movieran y que algunas

se estrellaran contra el suelo ycambiando para siempre mi vida.

La abuela dice «Ten cuidado con losdeseos porque podrían hacerserealidad» y yo siempre pensé que esoera una tontería. Hasta ahora. Llama aeste número y cambia tu vida. Ojalá nome hubiera acercado al teléfono.

Cuando abrí los ojos, la luz del solentraba por la ventana. Parpadeé doceveces para que se me acostumbrara lavista. Di un bostezo que hizo que medoliera la cabeza y me noté los ojoshinchados. No había dormido demasiado

bien. Salí de la cama y esperaba queRoger me frotara el lomo naranja por lasespinillas y me enroscara la cola en lostobillos, pero Roger no estaba. No lohabía visto después de volver delconcurso. Miré por la ventana. El jardínestaba casi demasiado brillante paramirarlo con el sol reflejándose en lanieve. Pude más o menos ver el árbol yel estanque y los arbustos. Pero no aRoger.

Corrí a la cocina. Miré el cuenco deRoger. Su comida seguía ahí. No se lahabía comido. Fui a toda prisa al salón.Miré detrás del sofá. Busqué por detrásde las sillas. Me eché a correr escaleras

arriba. Extraños olores químicos salíande debajo de la puerta de Jas. Giré elpicaporte y entré. «Sal de mi cuarto»chilló. «Estoy desnuda». Lo másprobable era que fuera mentira pero yocerré los ojos. «Has visto a Roger»pregunté. «No lo he visto desde ayerpor la mañana» respondió. «Lo sacastedel salón cuando estábamospracticando la coreografía». Si elsentimiento de culpa fuera un bicho,sería un pulpo. Todo viscoso y retorcidoy con cientos de tentáculos que se teenroscan en las tripas y te las aprietanfuerte.

Fui al cuarto de papá. Estaba

dormido, tumbado de espaldas con laboca abierta, roncando a todo volumen.Le sacudí el hombro. «Qué pasa» gruñótapándose la cara con el brazo ylamiéndose los labios resecos. Los teníamanchados de una cosa marrón queparecía cacao y no olía demasiado aalcohol. «Has visto a Roger» pregunté ypapá dijo «Le abrí la puerta de la calleayer antes de salir para Mánchester» yluego se volvió a quedar dormido.

Me calcé las botas de agua, me puseun abrigo y salí.

Busqué por el jardín de atrás. Gritéel nombre de Roger. No pasó nada. Imitélos chillidos de los ratones y los de los

conejos para ver si así se le pasaba elenfado y se ponía a cazar. No salió de suescondite. Miré en la copa del árbolpara asegurarme de que no se habíaenganchado en alguna rama y busquéhuellas de sus pisadas pero la nieveestaba recién caída y sin estrenar. Elestanque se había derretido y vi a mi peznadando y le dije «Hola otra vez» antesde salir del jardín.

Roger no es un gato nadacascarrabias así que me sorprendía quesiguiera de mal humor. Fui andando porla calle con la cabeza caliente por el soly los pies fríos por la nieve. Cada vezque algo se movía, yo esperaba ver

aparecer la cara naranja de Roger.Primero era un pájaro y luego fue unaoveja y luego un perro gris que corríapor el camino con un lazo rojo deNavidad atado al cuello. Lo acaricié yle dije «Qué buen perro» al dueño.«Tiene casi demasiada energía para mí,chaval» dijo el viejo, que iba fumandoen pipa y llevaba en la cabeza una gorraplana. Tenía el pelo exactamente delmismo color que el perro y un gestoamable y los ojos marrones con grandespárpados que hacían que pareciera quetenía sueño. «Ha visto usted un gato»pregunté. «Uno pelirrojo» preguntó elhombre frunciendo el ceño. «Sí»

respondí riéndome, porque el perro deun salto me había puesto las patasheladas en la tripa. «Abajo, Fred»murmuró el hombre. Fred movió la colay no le hizo caso. «Un gato pelirrojo»volvió a decir el hombre, y yo noentendí por qué se ponía pálido ni porqué le temblaba la mano al señalar lacalle. «Allí».

«Gracias» le dije aliviado. Me quitéa Fred de encima. Me lamió las manos ysacudió el cuerpo entero. «Lo siento»dijo el hombre con la voz todatemblorosa. «Lo siento muchísimo».

Fue entonces cuando lo comprendí.Fue entonces cuando comprendí que

Roger no se estaba escondiendo. Fueentonces cuando comprendí que no eraun simple enfado. Sacudí la cabeza.«No» dije. «No». El viejo masticó laboquilla de su pipa. «Cuánto lo siento,chaval. Creo que tu gato…»

«NO» rugí, apartando de un empujónal viejo de mi camino. «NO». Corrí porla calle, con miedo de lo que me podíaencontrar pero desesperado porencontrar a Roger para que aquel viejoviera que se había equivocado, queRoger estaba bien, que mi gato sólohabía…

Ay.En mitad de la nieve blanca había un

bulto naranja.Muy pequeño. Tirado en la calle. A

cincuenta metros. «No es él» me dije amí mismo pero se me heló la sangreigual que cuando la bruja de Narnia hizoque fuera invierno pero sin Navidad. Enla cabeza me daba el sol pero yo no losentía. No quería dar un paso más peromis pies no escuchaban a mi cerebro ysiguieron andando deprisa, demasiadodeprisa, por la calle adelante. Podía serun zorro. Estaba a treinta metros. Porfavor que fuera un zorro. Veinte metros.Era un gato. Diez metros. Y estabacubierto de sangre.

Me quedé mirando a Roger. La

purpurina de la cola soltaba destellos ala luz del sol. Esperé a que se moviera.Esperé durante cinco minutos enteros aque se le moviera algo, lo que fuera.Pero Roger no se movía. Se le veían laspatas demasiado tiesas y las orejasdemasiado de punta y los ojos los teníacomo canicas verdes de cristal.

Me horrorizan las cosas muertas. Medan miedo. El ratón de Roger. El conejode Roger. Roger. Cogí aire con fuerza.No me sirvió de nada. El pulpo mehabía agarrado los pulmones y me losestaba apretando fuerte. No había airesuficiente. Nunca iba a haber airesuficiente. Empecé a jadear.

Pensé en la última vez que habíavisto a Roger. Se había puesto aronronear en mis brazos pero yo lo echéa la alfombra del recibidor. Le cerré lapuerta en la cara cuando él lo único quequería era que lo acariciara. No hicecaso de sus maullidos en la puerta y nisiquiera le dije adiós cuando me fui alconcurso. No le había dicho adiós. Yahora ya era demasiado tarde.

Por debajo de Roger la nieve estabaroja. Un soplo de viento inesperado ledespeinó el lomo y me dio la impresiónde que tenía frío así que di un pasocauteloso hacia delante. Mis dienteshacían un ruido rítmico en mi cabeza.

Los hombros se me movían para arriba ypara abajo al tratar de que me entrara elaire en los pulmones. Ahora estaba asólo dos metros. Me puse de rodillas yme acerqué a gatas. Despacio.Despacio. El corazón me daba saltos enel pecho.

En el costado de Roger había un tajoabierto. Tenía un aspecto profundo ygelatinoso. Las patas delanteras las teníadobladas en un ángulo raro. Rotas.Partidas. Pensé en Roger acercándosecon sigilo a los arbustos y en Rogercorriendo por el jardín y en Rogersaltando de mis brazos y aterrizandosobre unas patas fuertes que todavía

funcionaban. Me resultaba insoportablepensar en él todo despanzurrado yrajado y helado. Yo tenía que hacer algo.

Saqué un dedo. Moví el brazo haciadelante. Con la yema le rocé el pelopero la mano se me fue sola hacia atráscomo si me hubiera quemado. Larespiración se me aceleró tanto que meestaba mareando. Lo intenté otra vez. Yotra y otra y otra. Me acordé del conejoque recogí del suelo con unos palitos ydel ratón que envolví en un papel y, asaber por qué, de Rose. Rose volandoen pedazos. La garganta me ardía y medolía. Intenté tragar pero no me bajabala saliva.

Al sexto intento lo toqué. Metemblaba el brazo y la mano me sudabapero la apoyé en el lomo de Roger y ahíla mantuve. El tacto era diferente. Meacordé de todas las veces que le habíametido los dedos entre el pelo y habíatocado piel caliente y un corazón quelatía y costillas que al ronronearvibraban. Ahora las tenía quietas. Nirastro de vida en sus bigotes. Ni rastrode vida en sus ojos. Ni rastro de vida ensu cola. Me pregunté dónde habría ido aparar todo aquello.

El fuego de la garganta se meextendió a las mejillas. Pasé de tenerlascongeladas a tenerlas hirviendo en

menos de una décima de segundo. Leacaricié a Roger la cabeza. Le dije quele quería. Que lo sentía. El no maulló. Viunas huellas de ruedas en la nieve.Hondas y cortas y en diagonal, en elpunto donde alguien había pisado elfreno a toda prisa y había derrapadosobre el asfalto.

Todo mi dolor se convirtió enindignación. Con un grito de rabia melevanté de un salto y les di de patadas alas huellas de ruedas. Las pisoteé.Escupí en ellas. Agarré la nieve con losdedos calientes y la lancé hacia el cielo.Caí de rodillas y les aticé a aquellashuellas de ruedas los puñetazos más

fuertes que pude y mi puño chocó contrael asfalto y me alegré de que me doliera.Se me abrió la piel de los nudillos. Diotro golpe en el asfalto.

Si yo no hubiera ido al concurso detalentos, Roger todavía estaría vivo.Anoche debería haberme dado cuenta deque no estaba en la casa y haber ido abuscarlo y él habría venido hasta mícorriendo y se habría frotado todo élcontra mis botas de goma y su pelohabría lanzado destellos a la luz de laluna. Pero yo estaba demasiado ocupadopreocupándome por mamá parapreocuparme por Roger.

Paré de dar golpes en el suelo. Me

puse de pie con las rodillas temblando.Me acerqué a Roger y esta vez su cuerpomuerto no me dio miedo. Quería cogerloen brazos. No quería dejarlo marcharnunca. Quería hacerle miles de caricias.Darle un millón de abrazos. Decirletodas las cosas que debería haberledicho cuando él todavía podía oír mivoz. Lo levanté con mucho cuidado delsuelo como si fuera una de esas cajas enlas que pone SAGRADO. La cabeza sele caía hacia abajo pero yo se la levantéy me la apoyé en el hombro. Coloqué sucuerpo pegado al mío y le acaricié elpelo. Le froté la cabeza y lo acunésuavemente, como hacen las mujeres con

los bebés.Echaba de menos a mi gato. Lo

echaba de menos tanto que el fuego de lagarganta y el de las mejillas se meextendieron hasta los ojos haciendo queme ardieran también. Me empezaron agotear. No a gotear. A llorar.

Lloré. Por primera vez en cincoaños. Y mis lágrimas plateadas ibancayendo sobre el pelo naranja de Roger.

Capítulo 21

Me horrorizaba que estuviera tanfrío. Roger había estado fuerademasiado tiempo. Me abrí lacremallera y me lo apoyé en la camisetade Spiderman. Luego volví a cerrarmela cremallera para protegerlo de laventisca y de la nieve que habíaempezado a caer. Su cabeza asomabapor el cuello de mi cazadora y se la besécon delicadeza. Sus bigotes me hicieroncosquillas en los labios.

Lo llevé a casa. Fui rodeando todaslas partes donde había hielo en el asfalto

para no resbalarme. A través de laslágrimas no lograba ver la casa perollegué al camino y entré derecho aljardín de atrás. Ahora le iba hablandotodo el rato a Roger, contándole lo de laaudición, lo increíble que había estadoJas, cómo yo había entendido porprimerísima vez la letra de la canción ycómo eso podría haberme transformado.Le conté que lo que yo quería era quemamá estuviera orgullosa y que por eso,por eso, lo había echado a él del salón.Le expliqué que le había cerrado lapuerta porque estaba practicando, y quequería impresionar a mamá porque eraun idiota y no me había dado cuenta de

que aquello no tenía sentido hasta que yaera demasiado tarde. Susurré «Mamá esuna mentirosa y me ha abandonado yno me va a volver a querer nunca hagayo lo que haga». Me habría gustado queRoger ronroneara o maullara para queyo supiera que me había perdonado.Pero estaba mudo.

No sabía qué hacer con mi gatocuando llegué al estanque. No lo queríaenterrar. Me imaginé su cuerpo bajotierra, pudriéndose, y casi me pongomalo. Lo abracé con fuerza, deseandodesesperadamente que pudiera quedarsetal como estaba, apretado contra mipecho, llenándome de sangre la camiseta

entera.Pero sabía que tenía que hacer algo.

Roger se merecía un funeral como estámandado. Pensé en mi hermana queestaba sobre la repisa de la chimenea.Sería agradable que mi gato estuvieratambién allí. Me imaginé una urnanaranja con las cenizas de Roger dentro.Así podría seguir hablando con él yacariciarlo y abrazarlo siempre quequisiera. Y de repente lo comprendí. Derepente lo pillé. Por qué Rose estaba enla urna de la repisa de la chimenea. Porqué a papá le costaba tanto esparcir suscenizas en el mar. Por qué le ponía tartaen los cumpleaños, por qué le abrochaba

el cinturón de seguridad y por quécolgaba un calcetín junto a la urna enNochebuena. Le resultaba demasiadodifícil desprenderse de ella. La queríademasiado para decirle adiós.

Me arrodillé y metí la cara entre elpelo de Roger y lloré hasta que no podíarespirar. Me goteaba la nariz y me latíala cabeza y tenía la cara hinchada perono podía parar. Oí que se abría unaventana detrás de mí. Oí a papá gritar«Jamie, métete dentro. Ahí fuera haceun frío que pela». No me moví.

Si no podía tener a Roger, quería suscenizas. Encontré dos ramitas y sujetéuna con los pies y con la mano derecha

froté contra ella la otra. Con la manoizquierda abrazaba a Roger y le cantabaal oído para que no oyera el ruido de lospalos al frotarlos y no se asustara. Perono funcionó. Hacía demasiada humedadpara que las ramitas se prendieran.

Oí que la puerta de atrás se abría yme di la vuelta. Papá. «Hace un frío quepela» volvió a decir, pero entonces sedetuvo. «Roger».

Papá me ayudó a ponerme de pie yme dio el primer abrazo que yorecuerde. Fue fuerte y apretado ytranquilizador y hundí la cara en supecho. Los hombros me temblaban y mecostaba respirar y mis lágrimas le

mojaron la camiseta. No me hizo«Chissst» ni me dijo «Tranquilízate» nime preguntó «Qué te pasa». El sabíaque era un dolor demasiado grande paradecirlo con palabras.

Cuando ya no me quedaron máslágrimas, papá me dio unas palmaditasen la espalda y me abrió la cremallerade la cazadora. Yo no se lo impedí. Mecogió a Roger, con tacto con suavidadcon delicadeza, y lo depositó en elsuelo. Le tocó los párpados y se loscerró con cuidado. Las canicasdesaparecieron. Parecía que Rogerestaba dormido como un tronco.

«Espera un momento» dijo papá.

Tenía la mirada triste pero apretó loslabios y desapareció dentro de la casa.Al cabo de un minuto volvió trayendouna pala y una cosa pequeña que seencajó en el bolsillo. Yo empecé a decir«Vamos a incinerarlo» pero papá dijo«No podemos hacer fuego en la nieve».Intenté coger a Roger, llevármelo deallí. No quería que mi gato estuvieraenterrado en el suelo. Papá me agarró elbrazo y dijo «Roger ya no está».Asintió con la cabeza, convenciéndose así mismo de algo. Los ojos se lellenaron de lágrimas pero aspiró hondoy pestañeó para quitárselas. Volvió aasentir como si acabara de tomar una

decisión difícil. Empezó a cavar. Dijo«Lo que quiera que hubiera ahí hadesaparecido». Le apretaba la voz unatristeza que yo creí comprender.

Tardó mucho tiempo. La tierraestaba dura. Mientras papá trabajaba, noparé de acariciarle la cabeza a Roger,diciéndole una y otra vez que le quería.Se me volvieron a llenar los ojos delágrimas y me corrían por la cara. Deseéque el agujero no llegara a ser lobastante hondo. Deseé que papá noterminara nunca. No me sentíapreparado para despedirme. En algúnmomento apareció Jas. No la había oídollegar. Un instante no estaba y al

siguiente estaba agachada a mi lado,llorando sin ruido, acariciándole aRoger el pelo ensangrentado. Ella teníaotra vez el pelo rosa. Se lo había vueltoa teñir.

Papá terminó demasiado pronto. «Yaestá» dijo. «Estás preparado». Dije queno con la cabeza. «Lo vamos a hacerjuntos» murmuró papá y se sacó la cosapequeña del bolsillo. La urna dorada.«Lo vamos a hacer juntos».

A veces la señora Farmer decía quehacía demasiado frío para llover y asímismo tenía papá la cara. Demasiadotriste para llorar. Se acercó al estanque.Jas se puso de pie y cruzó los brazos,

abrazándose el cuerpo. Yo cogí enbrazos a Roger. Papá abrió la urna. Elsol brilló más fuerte que en todo lo quellevábamos de día. La luz se reflejó enla urna dorada, haciéndola soltardestellos.

Di un paso hacia el agujero. Papá seechó un poco de Rose en la mano. No.No de Rose. Rose no estaba allí. Papáse echó un poco de cenizas en la mano.Deposité a Roger dentro de la tumba.Papá aspiró hondo. Yo aspiré más hondoaún. Todo se quedó parado durante unossegundos. Un pájaro cantó y el vientoagitó los árboles pelados. Papá soltó lascenizas. No les dijo adiós. Esta vez no

lo necesitaba. Rose se había ido hacíamucho tiempo.

Las primeras cenizas cayeronrevoloteando al estanque, mezclándosecon la nieve que caía del cielo.Aterrizaron encima del agua y sehundieron. Vi a mi pez nadando junto alnenúfar. Agarré la pala y recogí un pocode barro. Me sudaban las manos sobreel mango de metal. Sostuve la palaencima del agujero pero no era capaz devolcarla dentro. No era capaz de echarleel barro encima a mi gato. «Roger ya noestá» me dije a mí mismo. «Se ha ido.Eso no es él. Lo que quiera que hubieraahí ha desaparecido». No sirvió de

absolutamente nada. Lo único que veíaera la nariz negra de Roger y los bigotesplateados de Roger y la larga cola deRoger y me dieron ganas de sacarlo dela tumba. Todavía no me sentíapreparado para aceptar que estabamuerto.

Papá volvió a inclinar la urna. Máscenizas cayeron en su mano. Apretó confuerza los dientes y la volvió haciaabajo. Las cenizas de Rose cayeron alestanque. Si papá podía hacerlo, yotambién. Eché el barro dentro de latumba.

No podía mirar a Roger. No podíaver cómo desaparecía su cuerpo bajo la

tierra. Susurré «Te quiero» y «Túsiempre serás mi mejor gato» y «Te voya echar de menos» y luego empujé todoel barro hacia la tumba lo más rápidoque pude. No esperé a ver lo que estabahaciendo papá. Sabía que si me parabaaunque fuera una décima de segundoluego no iba a ser capaz de continuar.

Aplané con la mano la superficie dela tumba para que quedara toda lisa yllana. Después tiré la pala al suelo comosi estuviera infectada o algo así. No mepodía creer lo que acababa de hacer. Mepuse enfermo de pensarlo, enfermo delmundo, enfermo de la tripa y del corazóny de la cabeza. Jas me pasó el brazo por

los hombros y me tuvo cogido mientrasyo lloraba. Roger ya no estaba. No loiba a volver a ver nunca. Eso dabademasiado miedo pensarlo así que mesequé las lágrimas de los ojos y meforcé a mirar a papá. Seguía junto alestanque, esparciendo todavía lascenizas de Rose en el agua. Mota amota.

Me acerqué a él, tirando de la manode Jas. Nos pusimos uno a cada lado depapá y contemplamos cómo ibancayendo las cenizas. Mi pez nadabahaciendo un bonito dibujo, meneandoalegremente la cola, y algunas de lascenizas aterrizaron en su piel anaranjada

y se pegaron a sus escamas brillantes.Ahora quedaba solo un puñado de

cenizas. Papá se echó el últimomontoncito en la mano. Levantó la urna ymiró dentro, asombrado de que noquedara nada. Le temblaban las manos.

«No» dije de pronto. «No lo hagas».Los dedos de papá se cerraronalrededor de las últimas cenizas. «Qué»dijo respirando con dificultad, con lacara más blanca que toda la nieve quenos rodeaba. «No lo hagas» repetí.«Quédate con ésas». Papá sacudió lacabeza. «Rose ya no está» dijo condificultad. Levantó en alto las cenizas.«Esto no es ella». Paré de llorar. «Ya lo

sé» dije. «Pero lo fue. Fue parte de sucuerpo. Deberías guardarlas. Sólo unaspocas». Papá me miró y yo le miré a él yalgo grande pasó vibrando entrenuestros ojos. Dejó caer aquellasúltimas cenizas en la urna dorada.

Nos estábamos congelando, así quenos metimos en casa. Papá desapareciódos minutos en el piso de arriba y Jashizo tres tazas de té. Mientras nos lastomábamos en el salón no hablamos. Larepisa de la chimenea parecía vacía sinla urna. Me di cuenta de que papá ladebía de haber puesto en su cuarto. Paratenerla fuera de la vista, pero tenerla,por si la necesita, y la va a necesitar en

los días más tristes como el 9 deseptiembre. Yo sé que no me voy aolvidar de que Roger murió el 6 deenero en lo que me quede de vida,aunque tenga un millón de animales,porque ninguno podrá compararse nuncacon mi gato.

Cuando nos terminamos el té, nosquedamos como mirándonos unos aotros. Esa mañana nos había ocurridoalgo importante. Todo estaba diferente.Y por más que me doliera la tripa y medoliera el corazón y me doliera lagarganta y no pararan de caerme laslágrimas, yo sabía que no todo en aquelcambio había sido malo. Que también

había ocurrido algo bueno.Jas seguía sin comer. Papá seguía

bebiendo. Pero estuvimos juntos todo eldía. En el salón. Sin hablar del todo,pero sin querer irnos cada uno a nuestrocuarto. Vimos una película. Jas mepreguntó si quería que viéramosSpiderman pero le dije «No» así quepuso una peli de risa. No nos reímos,pero en los mejores golpes sonreíamos.Y papá le dijo a Jas «Me gusta esepelo» y cuando ella le dijo «Gracias»añadió «Deberías dejártelo rosa». Ycuando llegó la hora de irse a la cama yel cielo estaba lleno de estrellas comocientos de ojos de gatos en un camino

oscuro, papá me dio el segundo abrazode mi vida. Fue fuerte y apretado ytranquilizador como el primero. Ycuando me tumbé en mi cama debajo demi edredón, echando de menos a Roger,deseando que estuviera en el alféizar enlugar de bajo tierra, papá entró en micuarto con una taza de chocolatecaliente. Me la puso en las manos y elhumo me acarició la cara. Esta vez elpolvo de cacao sí que estaba bienrevuelto.

Capítulo 22

Las clases volvieron a empezar aldía siguiente. Yo seguía esperando queRoger viniera a frotarse contra misespinillas al levantarme de la cama, oque saltara a mi regazo cuando meestaba comiendo los Chocopops, o queme enroscara la cola en los tobillosmientras me lavaba los dientes. Sin él lacasa parecía vacía. Sin él yo me sentíavacío.

Papá se levantó de la cama a tiempopara llevarnos al colegio. Estaba unpoco resacoso, pero eso no importaba

en absoluto. Papá no es perfecto. Y yotampoco. El se está esforzando, y eso eslo que de verdad importa. No es quesiempre lo haya hecho bien, pero lo hahecho un millón de veces mejor quemamá. El no nos ha abandonado. Sóloestá triste por lo de Rose y eso eslógico. Que te maten un gato ya esbastante malo. Que te vuelen en pedazosa una hija tiene que ser horroroso.

Cuando nos detuvimos a la puertadel colegio papá vio en la calle a Sunya.Yo le estaba viendo a él la cara por elretrovisor. Apretó la mandíbula, pero nose puso a gritar «Los musulmanesmataron a mi hija» ni nada parecido. Ni

siquiera me advirtió que me mantuvieraapartado de ella. Lo único que dijo fueque no iba a llegar a casa hasta las seisde la tarde por el trabajo. Jas le dio unapretón en el brazo y papá sonrió concara de orgullo y luego me dijo «Que lopases bien. Estás sacando unas notasestupendas, así que sigue así».

Entré en el colegio. Todavía llevabapuesta la camiseta de Spiderman, perono por mamá porque ella no me la habíamandado. La tela se había empapado dela sangre de Roger y por eso no queríaquitármela. Sé que debía de parecer unasesino o algo así, pero me daba igual.Quería seguir cerca de mi gato.

«Aquí viene el mariposón», gritóDaniel por el pasillo. Se había puesto ala puerta de la clase con Ryan. Medieron miedo pero no quería ponermerojo ni echarme a temblar ni salircorriendo. Fui hacia ellos. «Elmariposón con su penosa camiseta deSpiderman». Soltaron unas risitas ychocaron en alto esas cinco. Yoaproveché para pasar por debajo.Daniel me dio una patada por detrás enla pierna y me hizo daño y me dieronganas de pegarle un puñetazo en la cara,pero no me apetecía llevarme otrapaliza. Daniel sonrió satisfecho como siél hubiera ganado y yo me acordé de

aquel tenista que siempre queda segundoen Wimbledon y no sé por qué eso mepuso furioso. El corazón me rugía en elpecho como un perro rabioso.

«Menudo pringao» gritó Danielpara que le oyera toda la clase. Me sentéal lado de Sunya y esperé a ver si ella lofulminaba con la mirada o le respondíaalgo. Se encogió en su silla como siestuviera tratando de esconderse. Nisiquiera miró hacia mí. Yo queríapreguntarle si había leído mi tarjetaespecial. Quería preguntarle si habíavisto el muñeco de nieve que se parecíaa ella y el que se parecía a mí y si sehabía reído. Quería preguntarle por qué

no había venido al concurso de talentos,y quería contarle todo lo que habíapasado allí, lo estupenda que habíaestado Jas y el valor que yo le habíaechado para cantar y bailar en elescenario. Pero luego me acordé deaquella noche en su jardín y de quehabía dicho «Mi madre piensa que notraes nada bueno». Así que no le dijenada de todo aquello. Me quedécontemplando mi estuche mientras laseñora Farmer pasaba lista.

Primero tuvimos Literatura y noshicieron escribir sobre NuestrasFabulosas Navidades intentando agruparlas frases en párrafos. No había

ocurrido nada fabuloso pero yo noquería mentir. Así que dije la verdad.Escribí sobre el calcetín de fútbol llenode todas las cosas que me habíacomprado Jas. Hablé de los sándwichesde pollo y las patatas fritas demicroondas y los bombones quehabíamos cenado. Expliqué que la mejorparte había sido cuando nos pusimos acantar villancicos a grito pelado. Alfinal escribí Tampoco es que hayan sidoexactamente unas Navidades fabulosaspero han estado bien porque Jas estabaconmigo. Era lo mejor que había escritohasta entonces. Cuando la leí en vozalta, la señora Farmer dijo «Has hecho

un trabajo excelente» y mi mariquitadio un salto hasta la hoja número uno.Durante las vacaciones habíanreemplazado a los ángeles.

Después de Literatura tuvimosMatemáticas y después de Matemáticashabía Asamblea. El Director nos dijoque los inspectores de la Ofsted lehabían puesto al colegio una nota queera Satisfactorio, y que eso significabaque lo estábamos haciendo bien, perotampoco para tirar cohetes. Dijo que noshabrían puesto un Notable si no llega aser por Un Incidente que habíadisgustado a uno de los inspectores. Laseñora Farmer miró a Daniel y sacudió

la cabeza. Daniel abrió un palmo deboca. Un destello me dio en los ojos.Levanté la vista. Mis ojos se cruzaroncon los de Sunya y por una décima desegundo creí que se le iba a escapar larisa. Pero se dio la vuelta y se puso aasentir con la cabeza como si de verdadestuviera escuchando lo que estabadiciendo el Director de los Propósitospara el Año Nuevo. Decía «Apuntadalto este año y daos una oportunidad avosotros mismos. No os pongáis unameta aburrida como voy a dejar demorderme las uñas o voy a dejar dechuparme el dedo». Todo el mundo seechó a reír. El Director sonrió y esperó

a que hubiera silencio. «Buscad unobjetivo que os emocione. Que os déhasta un poco de vértigo».Inmediatamente supe cuál iba a ser elmío.

A la hora del recreo no conseguíencontrar a Sunya. La esperé en nuestrobanco y estuve mirando por el patio yme metí por la puerta secreta, pero en elalmacén tampoco estaba. Debía dehaberse quedado en los lavabos paraesconderse de Daniel porque le teníamiedo. El perro de mi pecho gruñó másfuerte que nunca. Volvimos todos dentroy tuvimos Historia y Geografía, pero yono me podía concentrar. Seguía

intentando echarle el ojo al estuche deSunya para ver si tenía dentro el anillode Blue-Tack. Yo llevaba el mío puestoy di unos golpecitos con la piedrablanca en la mesa para ver si atraía suatención. Sunya no levantó la vista desus libros.

A la hora de comer no salí corriendoal patio porque me horroriza quedarmeahí solo. Echaba demasiado de menos aRoger para comerme los sándwiches asíque me fui al cuarto de baño y me puse ajugar a eso de que el secamanos era unmonstruo que escupía fuego. Yoaguantaba y aguantaba y era el más duroy ni siquiera gritaba cuando las llamas

me quemaban toda la piel y me dejabanlos huesos negros.

Oí una voz fuera. No en el juego sinoen la vida real. Era un grito. Eradesagradable. Y las palabras que decíaeran «Virus del Curry». Atisbé por laventana. Daniel estaba persiguiendo aSunya, gritándole cosas a la espaldamientras ella intentaba marcharse. Ibacon Ryan y Maisie y Alexandra y ellosse reían y le animaban. Gritó «Huelesmal» y «Te canta el aliento a curry» y«Por qué llevas esa cosa estúpida en lacabeza». Le tocó el hiyab. Más aún,trató de quitárselo de un tirón. Fueentonces cuando mi corazón rugió. Más

alto que un perro. Más alto que elmonstruo que escupía fuego del cuartode baño. Más alto, incluso, que el leónde estrellas del cielo.

El sonido vibraba en mi cabeza y enmis manos y en mis piernas. Ni siquierame di cuenta de que me había puesto acorrer hasta que la puerta chocó contrala pared de baldosas y yo había salidoya de los lavabos y estaba por la mitaddel pasillo. Volé hacia fuera y grité«Déjala en paz». Todo el mundo se echóa reír. Me dio lo mismo. Miré hacia unlado y luego hacia el otro buscando aSunya. La descubrí en mitad del patio,agarrada a su hiyab, tratando de impedir

que Daniel le enseñara su secreto alcolegio entero.

«DÉJALA EN PAZ».Daniel giró en redondo. Me vio y

sus labios se estiraron en una sonrisaantipática. «Ven aquí a salvar al Virusdel Curry» dijo. Se remangó parapelear. Ryan puso cara de matón. Paréderrapando y esperé a que mi bocadijera «Aquí vengo a salvarla» o«Apártate de mi camino» o cualquierotra cosa que sonara a valiente. No mesalió nada. Esperé a que mis piernas merespondieran para poder darle unapatada a Daniel, pero las teníaparalizadas. Se iban juntando niños y

más niños en círculo alrededor denosotros, todos con los ojos puestos enmí.

«Eres un pringao» dijo Daniel ytodos los demás dijeron cosas como«Pues sí» y «Qué tío más gay». Y teníanrazón. Di un paso hacia atrás. No meapetecía que me partieran la cara. Mehabía dolido demasiado la última vez.Daniel se volvió hacia Sunya. Le agarróel hiyab con sus gordos dedos. Sunya sepuso a llorar. La multitud coreó «Fuerafuera fuera fuera».

Eso me hizo acordarme de una cosa.De cuando estábamos en el escenario.Del público del concurso de talentos.

Yo ya no estaba en el patio. Estabaen el teatro, contemplando a Jas. Yaquellas palabras, las palabras de sucanción, retumbaron como truenos pormis venas.

Volvió el patio a todo color y a todovolumen. A Sunya se le escapaban laslágrimas. Tenía ya el hiyab medioquitado. La multitud animaba. Daniel sereía. Y yo le estaba dejando.

«NO».Lo grité con todas mis fuerzas. Lo

chillé. «NO». Daniel se dio la vueltasorprendido. Eché el puño hacia atrás.Daniel se quedó boquiabierto. Me lancécontra él con toda la rabia que había

sentido en mi vida. Los ojos se lepusieron redondos de miedo. Y cuandole di con los nudillos en la nariz, Danielse cayó al suelo. Le pegué otra vez, másfuerte aún, con el puño en la mejilla.Sunya levantó los ojos. Me contemplóestupefacta. Le di a Daniel tres patadasy cada vez que mi pie caía sobre sushuesos dije una palabra distinta.«DÉJALA EN PAZ».

Ryan salió corriendo. La multitudretrocedió. Tenían miedo. Daniel estabatirado en el suelo con las manos por lacara. Estaba llorando. Podría haberledado otra patada. Podría haberlopisoteado, o haberle clavado el codo, o

haberle dado un golpe en el estómago.Pero no quise. No lo necesitaba.Acababa de ganar mi propioWimbledon. La señora gorda delcomedor tocó el silbato.

Capítulo 23

La señora Farmer me mandó alDirector pero valió la pena y sólo meperdí un poco de Historia. Cuando llególa hora de irse a casa, fui a coger miabrigo y cuatro personas me dijeron«Adiós». Antes nunca me habíandirigido la palabra. Yo dije «Adiós» yellos me dijeron «Hasta mañana» y unniño me preguntó «Vas a venir mañanaal entrenamiento de fútbol». Asentí conla cabeza a toda velocidad. «Puesclaro» respondí y él dijo «Me alegro».Daniel oyó todo eso pero se quedó

callado. Ni siquiera se atrevía amirarme. Ya no le sangraba la nariz perola tenía hinchada. Y tenía los mofletesrojos de haberse pasado toda la tardellorando. Le habían caído lágrimas portodos los problemas de fracciones,emborronándole las respuestas.

Yo en Matemáticas no habíarespondido más que cuatro preguntas.Me sentía ligero y efervescente, como sime corriera gaseosa por las venas, y lospensamientos saltaban y burbujeaban enmi cerebro. La pierna no paraba demovérseme y rocé con ella a Sunyacinco veces en una hora. Tres veces sinquerer. Dos aposta. Ella no dijo «Para»,

ni «Tu pierna no trae nada bueno», ninada por el estilo. Se quedó con la vistafija en las fracciones mordiendo la tapadel bolígrafo y me dio la sensación deque se estaba aguantando una sonrisa.

Salí del colegio y el cielo estabaturquesa y el sol enorme y dorado.Parecía una pelota de playa inmensaflotando en un mar de un azul perfecto.Tuve la esperanza de que aquel sol fueralo bastante fuerte para llegar hastadebajo de la tierra. Esperaba que Rogersintiera en su cuerpo el calorcito.Esperaba que no tuviera miedo ni sesintiera solo en su tumba. Entonces medio un dolor agudo en el pecho, como

cuando te indigestas porque has comidodemasiados trozos de pizza en uno deesos sitios tipo bufé. Me apoyé en unmuro y me puse la mano en el corazón yesperé a que se me pasara. Fuedisminuyendo hasta quedarse en undolor apagado, pero no se me quitó.

Oí pasos y un tintineo de metal. Alvolver la cara vi a Sunya que corríahacia mí. «Conque te vas sin deciradiós» dijo apoyando las manos en lascaderas. Allí estaba otra vez la chispa ymás brillante que nunca. Su hiyab era deun amarillo vivo y sus dientes eran de unblanco deslumbrante y sus ojosresplandecían con la fuerza de un millón

de soles. Trepó a la valla y se sentócerca de mí y cruzó las piernas y yo mequedé mirándola como si fuera un bonitopaisaje, o un buen cuadro, o un muralinteresante expuesto en la pared de laclase. La peca de encima de su labioempezó a saltar, porque ella estabahablando. «Conque te vas sin dejarmeque te dé las gracias». Me mordí lasmejillas por dentro para no sonreír.«Gracias» le pregunté como si notuviera ni idea de de qué me estabahablando. «Por qué». Ella se inclinóhacia delante y apoyó la barbilla en lamano. Fue entonces cuando vi el finocírculo azul que rodeaba su dedo

corazón.Si la envidia es roja y la duda es

negra, la felicidad tiene que ser marrón.Mis ojos fueron de la pequeña piedramarrón a la minúscula peca marrón y deahí a sus enormes ojos marrones. «Porsalvarme» dijo mientras yo trataba dehacer como si nada. «Por partirle lacara a Daniel». Se había puesto elanillo de Blue-Tack. Se lo había puesto.Sunya era mi amiga. «No ha sido nada»dije. «Ha sido impresionante»respondió Sunya y se echó a reír. Y aSunya lo que le pasa es que una vez queempieza no puede parar, y su risa escontagiosa. «No me des las gracias a

mí, Chica M» dije con los costadosdoliéndome y una sonrisa más grandeque un plátano. «Dáselas a Spiderman».Sunya me puso la mano en el hombro yparó de reírse. «Tú eres mejor queSpiderman» me susurró al oído.

Hacía demasiado calor y no habíaaire suficiente. Me puse a mirar cómo sederretía la nieve en el suelo y de prontoera que te mueres de interesante y MuyImportante patearla y repatearla con lospies un montón de veces. «Te acompañopor el camino» dijo Sunya. Se puso depie sobre la valla y dio un salto altísimoy aterrizó a mi lado. «Tu madre» dijemirando a nuestro alrededor no fuera a

ser que nos estuviera vigilando. «Hadicho que yo no traigo nada bueno».Sunya se enganchó de mi brazo y meechó una sonrisa. «Las madres y lospadres no se enteran de nada».

Por el camino le conté a Sunya lo deRoger. «Cómo lo siento» dijo. «Con lobuen gato que era». Ella no habíallegado a conocerlo pero daba igual.Roger era buen gato. El mejor gato. Esolo sabía todo el mundo. Nos cruzamoscon el viejo de la gorra plana. Fredmovió la cola y me lamió la mano. Medejó un rastro de saliva pegajosa perono me importó. «Estás bien, chaval»preguntó el hombre, aspirando de su

pipa. El humo olía como la mismísimaNoche de las Hogueras. «Cómo tesientes». Me encogí de hombros. «Teentiendo» respondió muy serio el viejo.«El año pasado perdí a mi perro Pip ytodavía no se me ha pasado. Hacecuatro meses que tengo a este golfillo»continuó, señalando a Fred. «No veas laguerra que me da». Fred se puso de piey me apoyó las patas en la tripa. «Peroparece que tú le caes bien» dijo elviejo, rascándose la cabeza con la puntade la pipa para pensar. «Se me ocurreuna idea. Por qué no pasas a echarmeuna mano con el cachorro. Podríasayudarme a sacarlo de paseo». Le

acaricié a Fred las orejas grises. «Esosería lo mejor del mundo» dije y elviejo sonrió. «Bien. Bien. Vivo en esacasa de ahí». Señaló hacia un edificioblanco que había a unos cuantos metros.«Que no se te olvide pedirle permiso atu madre». «No tengo una madre comodios manda» respondí. «Pero se lopreguntaré a mi padre». El viejo me diounas palmaditas en la cabeza. «Hazlo,chaval» dijo. «Abajo, Fred». Fred no lehizo ni caso así que le agarré las patas ylo empujé con suavidad. Tenía laszarpas gordas y llenas de barro. El viejoenganchó una correa al collar de Fred yse fue renqueando por la calle abajo,

agitando la pipa para decir adiós.«Vendré yo también» dijo Sunyamientras seguíamos andando. «Metraeré a Sammy y correremosaventuras».

Paramos en una tienda. Sunya queríacomprar algo para Roger. Como sólotenía cincuenta peniques, compró unaflor roja pequeña. Cuando estabapagando vi en el mostrador una cosa depeluche marrón. Tuve una idea. Saquémi dinero de cumpleaños de la abuela.

El camino de nuestra casa estabavacío. El coche de papá no estaba. Yodebería haberme sentido culpable porllevar por allí a una musulmana cuando

él estaba en la obra trabajando. Pero nome sentía culpable. A la madre de Sunyano le gusto yo. A papá no le gusta Sunya.Pero que ellos sean adultos no significaque vayan a tener siempre razón.

«Aquí es donde está enterradoRoger» dije señalando a un rectángulode barro fresco que había en el jardín deatrás. «Justo ahí debajo». Sunya searrodilló y tocó la tumba. «Era unencanto de gato». Yo me acuclillé. «Elmás encantador del mundo» respondí.Estiró la mano y se miró el anillo deldedo corazón. «Hay una cosa que nosabes» dijo en ese tono bajo que meponía la carne de gallina. «Sobre los

anillos». Me quedé mirando la pequeñapiedra marrón. «Qué» pregunté. «Quéles pasa». Sunya miró alrededor por eljardín para comprobar que no habíanadie escuchando, luego me agarró de lacamiseta y tiró de mí. «Pueden hacerque las cosas revivan» susurró. No dijenada aunque tenía un millón depreguntas. «Pero sólo por la noche. Siponemos las dos piedras juntas encimade la tumba de Roger, cuando el relojdé las doce, él tendrá el poder de salirde debajo de la tierra y ponerse acazar ratones y a jugar en el jardín».Yo empecé a sonreír. «Y vendrá a vermea mí» le pregunté. «Pues claro» dijo

Sunya. «Eso es parte de la magia.Saltará a través de tu ventana y setumbará a tu lado y ronroneará. Estarátodo calentito y peludo perodesaparecerá en cuanto te despiertes.Se volverá a su cama de debajo de latierra y se pasará el día enterodurmiendo para tener un montón deenergía para la próxima aventura demedianoche».

No era verdad pero daba lo mismo.Me hacía sentirme mejor. Sunya se quitósu anillo de Blue-Tack y me sacó a mí elmío del dedo. Luego apretó la piedrablanca contra la piedra marrón mientrasyo cavaba un pequeño agujero en la

tumba. Besó los anillos y luego yo losbesé también y los echamos sobre latumba. Los cubrimos de barro y nieve ynuestros dedos se tocaron cuatro veces.Sunya colocó encima de todo la florroja. «Ahora Roger es un gato mágico»dijo y el dolor del pecho se me quitó unpoco.

Alguien dio unos golpecitos en laventana. Me puse de pie de un salto paratapar a Sunya, temiendo que fuera papá,pero no era más que Jas, que habíavuelto a casa del colegio. Al lado de sucabeza rosa había otra de un verdefuerte. Jas sonrió con cara de felicidad ysaludó con la mano a Sunya, que se

había asomado por detrás de mis piernasy le devolvió el saludo. Jas agarró a Leode la mano y tiró de él hacia el salón,besándolo en los labios antes dedesaparecer por la puerta.

El jardín me pareció de prontodemasiado pequeño. No había ningúnsitio al que mirar y me sentía los brazostorpes y estaba muy pendiente delcuerpo de Sunya junto a mis piernas.«Me tengo que ir» dijo ella poniéndosede pie pero sin mirarme a los ojos.Tenía las rodillas y las manosempapadas. «Como llegue tarde, mimadre me mata».

Habían pasado tantas cosas ese día

que se me hacía raro decirle adiós. Yono quería que se fuera. Sunya se secó losdedos en los leotardos y me tendió lamano. «Amigos para siempre» preguntócon la voz un poco más aguda de lonormal. «Amigos para siempre»respondí. Nos dimos la mano deprisa,mi palma caliente contra la suya. Alsoltarnos nos miramos el uno al otro derefilón y luego apartamos la vista.

Yo me concentré en un petirrojo quese había posado en una rama. El pecholo tenía rojo y las alas marrones y elpico lo tenía abierto y estaba cantandocomo si…

«Jamie».

Pegué un brinco. Sunya sonrió.Subió las manos hasta la cabeza. Susdedos morenos se curvaron sobre la telaamarilla.

Se fue bajando el hiyab.La frente.El pelo.Pelo liso y brillante desde la cabeza

hasta los hombros en una cortina negrade seda.

Ella pestañeó con timidez. Yo meacerqué. Sin el velo estaba todavía másguapa. Miré a Sunya, la miré de verdad,intentando retenerlo todo. Entonces meeché muy rápido hacia delante y le beséla peca, y fue emocionante y me dio

vértigo, exactamente como había dichoel Director que debían ser nuestrospropósitos.

Sunya dio un respingo y saliócorriendo, su pelo perfecto meciéndoseal viento. «Nos vemos mañana» megritó por encima del hombro, mirandohacia atrás una última vez. Yo estabapreocupado por si la había asustadopero ella se tocó la peca y puso una gransonrisa y me lanzó a la cara un beso. Losojos le brillaban más que diamantes yme sentí el chico más afortunado y másrico del planeta.

Entré en casa y subí las escaleras yme puse delante del espejo. La camiseta

de Spiderman se me había quedadopequeña. Me la quité y la tiré al suelo yvolví a mirar mi reflejo. El superhéroehabía desaparecido. En su lugar había unniño. En su lugar estaba JamieMatthews. Me pegué una ducha y mepuse un pijama.

Papá llegó a casa a las seis. Hizotostadas con alubias en salsa de tomate.Cenamos enfrente de la tele y nospreguntó qué tal nos había ido el día. Yodije «Estupendo» y Jas respondió«Bien». Ella no dijo nada de Sunya y yono dije nada de Leo. Era agradable tener

secretos. Jas no le dio más que un par demordiscos a la tostada y papá se tomótres cervezas. Si los de la Ofstedvinieran a inspeccionar mi familia yo séla nota que nos pondrían. Satisfactorio.Bien, pero tampoco para tirar cohetes.Pero a mí con eso me vale.

Mucho más tarde, fui al cuarto deJas con una cosa escondida a la espalda.Estaba pintándose las uñas de negro yoyendo música. Con un montón deguitarras y chillidos y gritos. «Quéquieres» me dijo, sacudiendo las manospara que se le secaran las uñas. «Fuistetú quien me mandó la camiseta,verdad» le pregunté. Paró de mover las

manos y puso cara de preocupación.«No pasa nada» le dije. «No meimporta». Se sopló en los dedos. «Puessí. Lo siento. No quería que pensarasque mamá se había olvidado». Me sentéen su cama. «Fue un regalo estupendo».Jas hundió el pincel en el frasco negro.«No te importa que no fuera de mamá»me preguntó mientras se pintaba el dedomeñique. «Me gusta más aún que me lahayas regalado tú» respondí. «Te hetraído esto». Le tendí el osito depeluche marrón. «Para reemplazar aBurt. Porque fui yo quien le sacó losojos y eso».

Jas se puso al nuevo Burt en el

regazo, con cuidado de que el pelucheno se le manchara de pintura. Me estirédesde el colchón hasta el equipo demúsica y la paré. «Quiero decirte unacosa» dije. «Una cosa importante». Jasle acarició a Burt el pelo. «Sabes lacanción que cantaste en el concurso».Ella asintió despacio. «Eso esexactamente lo que yo siento contigo».A Jas se le saltaron las lágrimas.Aquella pintura de uñas debía de serfortísima para hacer que le lloraran losojos. «Tu fuerza me da valor paravolar» canté malamente y Jas me dio uncodazo en las costillas. «Fuera de micuarto, enano cursi» dijo. Pero estaba

sonriendo.Y yo también.

Agradecimientos

Esta novela se puso en marcha conuna sencilla idea y unos pocos apuntesen un cuaderno. Sin la ayuda de algunaspersonas importantes, nunca se habríaconvertido en el libro que tienes en tusmanos.

Gracias a Jackie Head, que sacó Mihermana vive sobre la repisa de lachimenea del montón de originales deautor desconocido y con una llamada deteléfono me cambió un día la vida. Mi

más caluroso agradecimiento para miagente, Catherine Clarke, por orientarmecon tanta sabiduría e inteligencia. A todoel equipo de Orion, gracias por hacer untrabajo tan estupendo y por lograr quetanta gente se emocionara con mi libro.Y gracias especialmente a mi editora,Fiona Kennedy, por tratar el manuscritocon tanta comprensión y tanto respeto altiempo que ponía de relieve lo mejorque había en mi historia.

Por encima de todo, gracias a mifamilia y a mis amigos, que estabanantes del libro y seguirán estando mucho

Fin

después de él. Me siento particularmenteen deuda con mi hermano y mishermanas, con mi padre y mi madre ycon mi maravilloso marido. Tú, comoSunya, haces que la vida brille.

Annabel PitcherWest Yorkshire Julio de 2010