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El imperialismo y la expansión colonial [1] TEMA 5 EL IMPERIALISMO Y LA EXPANSIÓN COLONIAL I Los estados europeos hasta 1914 A lo largo del siglo XIX, Europa inicia un proceso de expansión territorial que le lleva a ocupar gran parte de Asia y casi toda África. La Revolución Industrial arraiga en el continente y las principales potencias necesitan materias primas baratas, mano de obra casi esclava y lugares donde invertir sus capitales. Además, una exaltación patriótica nacionalista hace que los ciudadanos cierren filas ante esos proyectos imperiales. La consecuencia más evidente de todo ello es la rivalidad entre los Estados europeos, tensiones que llevarán al mundo a la Iª Guerra Mundial. 1. La Inglaterra victoriana Gran Bretaña era una monarquía parlamentaria en la que durante más de sesenta años reinó Victoria I (1837-1901), quien dio su nombre a una época, la era victoriana, caracterizada por el progreso económico y la estabilidad política. Casada con Alberto de Sajonia, sus nueve hijos enlazaron a su vez con otros miembros de la realeza europea, uniendo a las casas reales entre sí (y transmitiéndoles la hemofilia, de la que Victoria era portadora). La era victoriana supone el apogeo del predominio inglés. Gran Bretaña es el “taller del mundo” hasta mediados del siglo XIX. Muestra de ello es su intenso crecimiento demográfico (de 27 a 42.5 millones de habitantes entre 1848 y 1911), pese a la emigración a los EE. UU. y a las colonias (17 millones de emigrantes entre 1848 y 1911). La modernización política experimentada durante la segunda mitad del siglo XIX se apoyo en el bipartidismo: el partido conservador, los tories, dirigidos por Benjamin Disraeli, y el liberal, los whigs, liderados por William E. Gladstone, se alternan en el poder. En 1893 se funda el partido laborista, que en el siglo XX desplazará a los whigs. En el Parlamento, la Cámara de los Lores, integrada por miembros de la nobleza, pierde peso en beneficio de la Cámara de los Comunes, electiva. Sucesivas reformas legislativas amplían la base electoral, aunque hay que esperar a 1918 para que se apruebe el sufragio universal. A comienzos del siglo XX, los liberales, desde el gobierno, presionados por el Partido Laborista, que acababa de constituirse, aprobaron un amplio programa de bienestar social (seguros contra enfermedades, accidentes, vejez y desempleo). La “cuestión irlandesa” Irlanda, territorio que había sufrido una progresiva ocupación británica desde el siglo XVI, fue incorporada oficialmente al Reino Unido en 1800, con la Act of Union. Era un territorio de religión mayoritariamente católica, aunque a la región del Norte, el Ulster, ingleses y escoceses protestantes habían emigrado desde el s. XVII. Isla carente de desarrollo industrial, sus tierras estaban en manos de terratenientes ingleses. En ella se produjo la última gran hambruna del continente europeo, la Crisis de

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El imperialismo y la expansión colonial

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TEMA 5

EL IMPERIALISMO Y LA EXPANSIÓN COLONIAL

I Los estados europeos hasta 1914

A lo largo del siglo XIX, Europa inicia un proceso de expansión territorial que le lleva a

ocupar gran parte de Asia y casi toda África. La Revolución Industrial arraiga en el

continente y las principales potencias necesitan materias primas baratas, mano de obra casi

esclava y lugares donde invertir sus capitales. Además, una exaltación patriótica nacionalista

hace que los ciudadanos cierren filas ante esos proyectos imperiales. La consecuencia

más evidente de todo ello es la rivalidad entre los Estados europeos, tensiones que llevarán

al mundo a la Iª Guerra Mundial.

1. La Inglaterra victoriana

Gran Bre taña e ra una monarquía pa r lamenta r ia en la que durante más de

sesenta años reinó Victoria I (1837-1901), quien dio su nombre a una época, la era

victoriana, caracterizada por el progreso económico y la estabilidad política. Casada

con Alberto de Sajonia, sus nueve hijos enlazaron a su vez con otros miembros de la

realeza europea, uniendo a las casas reales entre sí (y transmitiéndoles la hemofilia,

de la que Victoria era portadora).

La era victoriana supone el apogeo del predominio inglés. Gran Bretaña es el “taller del

mundo” hasta mediados del siglo XIX. Muestra de ello es su intenso crecimiento

demográfico (de 27 a 42.5 millones de habitantes entre 1848 y 1911), pese a la emigración

a los EE. UU. y a las colonias (17 millones de emigrantes entre 1848 y 1911).

La modernización política experimentada durante la segunda mitad del siglo XIX se

apoyo en el bipartidismo: el partido conservador, los tories, dirigidos por Benjamin

Disraeli, y el liberal, los whigs, liderados por William E. Gladstone, se alternan en el

poder. En 1893 se funda el partido laborista, que en el siglo XX desplazará a los whigs.

En el Parlamento, la Cámara de los Lores, integrada por miembros de la nobleza, pierde

peso en beneficio de la Cámara de los Comunes, electiva. Sucesivas reformas legislativas

amplían la base electoral, aunque hay que esperar a 1918 para que se apruebe el

sufragio universal. A comienzos del siglo XX, los liberales, desde el gobierno,

presionados por el Partido Laborista, que acababa de constituirse, aprobaron un

amplio programa de bienestar social (seguros contra enfermedades, accidentes,

vejez y desempleo).

La “cuestión irlandesa”

Irlanda, territorio que había sufrido una progresiva ocupación británica desde el siglo

XVI, fue incorporada oficialmente al Reino Unido en 1800, con la Act of Union. Era un

territorio de religión mayoritariamente católica, aunque a la región del Norte, el Ulster,

ingleses y escoceses protestantes habían emigrado desde el s. XVII.

Isla carente de desarrollo industrial, sus tierras estaban en manos de terratenientes

ingleses. En ella se produjo la última gran hambruna del continente europeo, la Crisis de

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la Patata (1845), causada por la pérdida de las cosechas de este producto, alimento básico

del campesinado. La hambruna mató a un millón de irlandeses, forzando a emigrar a otro

tanto. La isla pierde más de ¼ de su población (de 8 a 6 m).

Gladstone, partidario de la autonomía irlandesa, presentó una legislación autonomista, la

Home Rule, que fue rechazada por el parlamento británico. La frustración de las

aspiraciones autonomistas llevó a la fundación del Sinn-Fein (“nosotros mismos”, 1905),

partido que liderará la lucha por la independencia, y cuyo brazo armado, el IRA (Irish

Republican Army), cometerá numerosos atentados terroristas. El Alzamiento de Pascua

(Easter Rising, 1916) inicia la lucha por la independencia y la partición de la isla en dos

zonas, protestante (Ulster) y católica (Eire), que culmina con la independencia de esta

última en 1920.

Victoria I y su familia Gladstone y Disraeli

2. Francia: la IIIª República

Con la caída de Napoleón III, tras la derrota francesa en la guerra con Prusia, se instaura en

Francia la IIIª República. Sus inicios fueron difíciles, pues el gobierno provisional, instalado

en Versalles, tuvo que hacer frente a la revuelta de la Comuna de París. Además, amplios

sectores de la sociedad francesa veían el republicanismo como un sistema político

revolucionario y anticlerical. Con todo, la República terminó contando con el apoyo de la

mayoría del pueblo francés. Implantó el sufragio universal, aprobó medidas sociales

(limitación de la jornada laboral para las mujeres y los niños, ley sobre accidentes

laborales...) y, en 1905, leyes laicas destinadas a reducir la influencia social de la Iglesia,

poniendo fin al Concordato firmado un siglo atrás por Napoleón.

En el exterior, Francia extendió su influencia colonial en África y Asia; sin embargo,

seguía sin resolverse su contencioso con Alemania: la pérdida de Alsacia y Lorena, que

ansiaba recuperar.

El Affaire Dreyffus

Alfred Dreyffus era un oficial judío, de origen alsaciano, que fue acusado con pruebas

falsas de traición, y condenado como espía alemán. Durante doce años, de 1894 a 1906, su

caso conmocionó a la sociedad francesa de la época. La revelación de las escandalosas

irregularidades del proceso en Yo acuso (J'accuse), un artículo del escritor Émile Zola,

provocó una sucesión de crisis políticas y sociales que revelaron las fracturas profundas

que subyacían en la IIIª República y la existencia en la sociedad francesa de un núcleo de

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violento nacionalismo y antisemitismo. En 1906, la inocencia de Dreyfus fue reconocida

oficialmente, reintegrándose al ejército y participando luego en la Iª Guerra Mundial.

El Affaire Dreyfus tuvo asimismo un considerable impacto internacional, por haber

impulsado al considerado padre del sionismo, el periodista húngaro Theodor Herzl, a

fundar la Organización Sionista Mundial en 1897, consagrada a promover el retorno del

pueblo judío a Palestina.

3. El Imperio alemán

En 1871, tras la Guerra Franco-Prusiana, se instauró el IIº Reich (IIº Imperio

Alemán). Guillermo I fue coronado emperador (Kaiser) y Otto von Bismarck continuó

siendo canciller, ahora del Imperio.

El sistema político concedía amplios poderes al emperador. La circunstancia de ser Guillermo

I un emperador cuyo entendimiento con Bismarck era absoluto transformó a éste en

dueño efectivo de la política germana durante veinte años. El eje de su política era dar

seguridad al nuevo imperio. Sus alianzas diplomáticas (los “sistemas bismarckianos”)

lo convirtieron en el árbitro de Europa entre 1871 y 1890. En el interior, para desactivar el

peligro de una revolución obrera puso en marcha un sistema pionero de seguridad social, que

se plasmó en leyes sobre seguros de enfermedad y accidentes, y sobre jubilación.

La fundación del IIº Reich supuso la aparición de una gran potencia, que vino a cambiar el

equilibrio de poderes en Europa. La economía experimentó un gran crecimiento gracias al

desarrollo de las industrias textil, metalúrgica y química, la minería, la construcción de una amplia

red de ferrocarriles y la unión monetaria. Como resultado, Alemania se convirtió en la mayor

potencia industrial de Europa a finales del siglo XIX.

En 1888 fallece el emperador Guillermo I y tras el corto reinado del emperador Federico

III, que moriría meses después, le sucede ese mismo año Guillermo II, hijo del

anterior. Dos años después Bismarck dimitía. El nuevo emperador no sintonizó con

el canciller, con quien difería en cuestiones de política social y especialmente de

política exterior. Además, no soportaba que el poder efectivo estuviera en manos de

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otra persona. La Weltpolitik o “política mundial” de Guillermo II, más ambiciosa y

agresiva, supondrá la liquidación del sistema bismarckiano de alianzas y el

comienzo de la política de bloques de Estados que llevarán a la Primera Guerra Mundial.

Guillermo II convirtió la política naval y armamentística en eje de su acción de

gobierno, mostrando también, a diferencia de Bismarck un gran interés por la expansión

imperialista.

Guillermo II Francisco José I

4. El Imperio Austro-Húngaro

El Imperio Austríaco era un Estado multinacional bajo la corona de los

Habsburgo. Dentro del Imperio vivían pueblos muy diferentes entre sí que constituían

verdaderas nacionalidades (alemanes, húngaros, eslavos rumanos e italianos). Esta

heterogeneidad de pueblos restaba solidez al Estado imperial, cuya política era

centralista y unificadora.

Desde 1848 hasta su muerte en 1916 este Imperio estuvo bajo la dirección del emperador

Francisco José I. Inicialmente siguió una política centralista donde se favorecía a las

nacionalidades germánicas (alemanes y austríacos), pero disgustaba a los no alemanes,

sobre todo a los magiares (húngaros). Tras la derrota de Austria frente a Prusia (1866),

enfrentamiento en el que se decidía la hegemonía en Alemania, que obtendrá Prusia,

el Imperio austríaco se orienta hacia sus territorios danubianos y balcánicos, donde

rivalizará con Rusia.

Otra de las consecuencias de la guerra con Prusia fue el nuevo tratamiento que decidió

darse a las nacionalidades. En efecto, por el Compromiso de 1867, el Imperio austríaco

se convertía en una doble monarquía: del Imperio de Austria al Imperio de Austria-

Hungría, formado por dos grandes Estados donde Francisco José I era emperador

en Austria y rey en Hungría. Cada uno de los dos contaba con una

administración y un Parlamento propios. El Compromiso era bueno para los

alemanes y magiares, pero desventajoso para los eslavos (bohemios, croatas). Serbia,

nuevo Estado eslavo surgido del desmembramiento del Imperio Turco, sacará

partido de esta situación, estimulando, con apoyo ruso, el nacionalismo entre los

eslavos del sur. Ello iba en contra de la estabilidad e incluso de la misma existencia

del Imperio de Austria-Hungría. Finalmente, el Imperio declarará la guerra a Serbia,

desencadenando así la Primera Guerra Mundial, que supondrá la liquidación del

Imperio austro-húngaro en 1918.

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Imperio Austro-Húngaro tras el Compromiso de 1867

5. El Imperio ruso

Junto con Alemania y Austria-Hungría, Rusia constituía el tercer gran Imperio

europeo, que evolucionó, durante la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX,

hacia la crisis y el hundimiento final en 1917, fruto del empuje combinado de la Primera

Guerra Mundial y de la Revolución Bolchevique.

El Imperio ruso constituía un Estado pluriterritorial (desde Europa central hasta el

Pacífico), y multinacional, habitado, como el Imperio Austro-Húngaro, por diferentes

pueblos. En el plano político, el Estado ruso era un imperio autocrático donde el zar

gobernaba bajo un absolutismo de origen divino; su autoridad se expresaba por

decretos que eran aplicados por una administración todopoderosa. Sobre la oposición

(liberales, populistas, anarquistas, marxistas) se actuaba con firmeza, obligando a sus

líderes a abandonara el país, encarcelándolos o confinándolos en regiones remotas de

Siberia.

El zar Alejandro II (1855-1881) aplicó una política reformista con objeto de

moderar el absolutismo imperial. Entre esas medidas des taca la

l iberac ión de lo s s iervos (campesinado semiesclavo, adscrito a la tierra)

en 1861. La abolición de la servidumbre, sin embargo, no mejoró la situación de

los campesinos, que siguieron adscritos al mir (la comunidad rural), debiendo pagar

una indemnización a sus antiguos señores a cambio de su libertad. Sin embargo, la

posibilidad de abandonar las aldeas empujó a muchos campesinos en las décadas

siguientes hacia las ciudades, que empezaban a conocer un proceso de industrialización.

Con él comenzaba a formarse un proletariado industrial, que más adelante los marxistas,

liderados por Lenin, sabrán movilizar para alcanzar el poder.

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En 1881, el zar Alejandro II murió por un atentado terrorista, sucediéndole su hijo

Alejandro III, que decidió frenar el proceso de reformas. Sucedió a Alejandro III su

hijo Nicolás II (1894-1917), dispuesto, como el anterior, a mantener los principios de

la autocracia. Así, mientras el país cambiaba social (aparición del proletariado

industrial) y económicamente (avance industrial, desarrollo de los transportes,

formación de un mercado nacional...) no lo hacía políticamente. El zarismo permanecía

como un régimen absolutista. Los problemas terminaron sobrepasándole y llevaron al

desencadenamiento del proceso revolucionario que, iniciado en 1905, desemboca en la

caída de la monarquía y el final del Imperio en 1917.

6. La “Cuestión de Oriente” y el Imperio Turco

La Cuestión de Oriente es como se denomina al más complicado problema de política

internacional hasta 1914, surgido de la descomposición del Imperio Turco y la pugna

por dominar los territorios que, desde el siglo XVI, ocupaba en la zona de los Balcanes.

La que en otro tiempo fue una gran potencia, ahora, en el siglo XIX, constituía un

Estado débil: el “hombre enfermo” de Europa. Sobre sus territorios balcánicos se van a

proyectar los objetivos expansionistas de dos potencias: Austria-Hungría y Rusia.

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Frente a estas apetencias, estaban los diversos pueblos europeos dependientes del

Imperio turco, que aspiraban también a crear su propio Estado independiente:

griegos, serbios, rumanos… El resultado fue la progresiva pérdida de territorios del

Imperio turco en Europa, iniciada con la independencia de Grecia (1830), seguida en

las décadas siguientes por la de otros Estados (Serbia, Rumanía, Bulgaria).

La Guerra de Crimea (1853-1856) Fue un enfrentamiento entre el Imperio Ruso y el

Turco, este último apoyado por Francia e Inglaterra, interesadas en frenar los deseos

expansionistas de Rusia hacia el Mediterráneo. El zar Nicolás I tomó la decisión de

declarar la guerra a los débiles turcos, tomando como excusa la protección de los

cristianos ortodoxos que habitaban el Imperio Otomano, y hacerse con el control del

estrecho del Bósforo, clave para el acceso de los barcos rusos al Mediterráneo. La

superioridad militar rusa obligó a Francia e Inglaterra a intervenir a favor de Turquía. La

guerra de Crimea finalizó con la derrota rusa, pero el Imperio Turco se convirtió en el

“hombre enfermo” de Europa, un imperio que subsistía por la intervención de potencias

extranjeras y que tras la Primera Guerra Mundial se rompería en mil pedazos, dando lugar

al surgimiento de nuevos países y a la Turquía moderna.

A partir de la década de 1880 Turquía ha desaparecido prácticamente de los Balcanes;

su territorio constituye una franja meridional entre el Adriático y el Egeo, pero los

nuevos países también se van a interesar por extenderse por ese espacio, rivalizando

entre ellos, mientras el Imperio Austro-Húngaro y el Imperio Ruso mantienen una

política destinada a acrecentar su influencia en la zona de los Balcanes, diferencias que

terminarán creando un clima de hostilidad que conducirá al atentado de Sarajevo,

desencadenante de la Iª Guerra Mundial.

II El imperialismo

En el último cuarto del siglo XIX se inició un proceso de dominio político, militar y

económico de grandes territorios de Asia y África por parte de países

industrializados de Europa, EE.UU. y Japón. Este fenómeno se conoce como

imperialismo, frente al denominado colonialismo, desarrollado en los siglos anteriores,

en el que, con la excepción de los imperios español y portugués en América,

predominaba el intercambio de mercancías sin que se mostraran ambiciones

territoriales. Este proceso culminó, a inicios del siglo XX, con la colonización del

continente africano y de una parte del asiático. A lo largo de ese proceso hubo

momentos de fuerte tensión entre las potencias imperialistas que, añadidas a la tensión

política de los Balcanes, constituirán otra de las causas del estallido de la Iª Guerra

Mundial.

1. Causas del imperialismo

A) Causas económicas

El desarrollo de la industria europea y su necesidad de hallar nuevos mercados y materias

primas impulsó a los países más industrializados a controlar territorios donde situar los

excedentes de su producción y donde obtener materias primas (algodón, caucho...)

al mejor precio posible. Además, las colonias eran un lugar donde invertir los capitales

excedentes de la producción industrial.

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B) Causas políticas y militares

La exaltación del nacionalismo lleva a intentar imitar la grandeza de los grandes imperios

del pasado, idea que se convierte en una obsesión para los países colonizadores. La

posesión de un imperio es cuestión de prestigio nacional, todos los países se juegan

mucho en Europa y todos quieren ser la potencia más fuerte del continente. El conquistar

nuevos territorios se convierte en una ocasión propicia para realizar grandes empresas

militares y nuevas glorias para la patria, en una manera de ser fuertes y temidos.

Por otra parte, existen motivos estratégicos que hacen que una potencia se apodere de un

territorio clave para el control de las rutas comerciales o para impedir el acceso a una zona

del enemigo.

C) Causas demográficas

El vertiginoso crecimiento de la población europea (aumenta en unos 150 millones

de personas entre 1870 y 1914) animó a la búsqueda de mejores posibilidades de vida en

las colonias, o bien hacia otros países, como ocurrió con la enorme emigración

europea hacia EE.UU. o la de españoles, italianos y portugueses hacia Argentina y

Brasil. Los nuevos territorios se convierten también en una válvula de escape para aliviar

la superpoblación del viejo continente.

D) Causas ideológicas

La creencia en la superioridad de la raza blanca hizo que se considerara un “deber”

transmitir los avances de la civilización y la cultura europeas a los pueblos

colonizados. Por otro lado, las iglesias cristianas se encontraron ante una gran

oportunidad para extender su confesión religiosa por el mundo. Las misiones religiosas

protagonizaron una intensa labor humanitaria, pero también fueron un medio de

legitimación de la expansión imperialista.

Tampoco hay que olvidar el interés científico, es decir, el deseo de conocer y cartografiar

otros lugares todavía desconocidos. Muchos europeos se sentían atraídos por esos

territorios y se lanzaron a la exploración del interior de África o Asia, borrando poco a

poco las manchas blancas en los mapas. En esta labor destacaron las Sociedades

geográficas, que financiaron exploraciones al interior del continente africano, en

particular, para la búsqueda de las fuentes del Nilo, que en 1858 el explorador británico

Hohn H. Speke situó en el lago Victoria), divulgando los nuevos descubrimientos a

través de informes y revistas. Entre los exploradores, el misionero David Livingstone

remontó el Zambeze hasta las cataratas Victoria y el periodista Henry Stanley descubrió

las fuentes del Congo, mientras el francés Savorgnan de Brazza exploraba la margen

derecha de este río.

2. Formas de dominación

La expansión colonial europea presentó distintas formas de dominación. Podemos

distinguir, en líneas generales, tres clases de colonias:

Colonias de explotación: en ellas la metrópoli lleva a cabo la administración

a través de sus funcionarios, bajo las órdenes de un gobernador. Esta

fórmula fue aplicada por todas las potencias coloniales.

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Colonias de poblamiento: Se dieron en algunas colonias inglesas, con fuerte

presencia de población blanca. En ellas se establecía un régimen de

autogobierno, con un parlamento elegido en la propia colonia. Fue el caso de

los dominios británicos de Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica.

Protectorados: eran territorios en los que se mantenía el gobierno indígena en

los aspectos internos, bajo la supervisión de la potencia ocupante y sometido a un

ejército controlado por la metrópoli. Ejemplos de protectorados fueron

Marruecos, reino repartido entre Francia y España, y Egipto, protectorado

británico, territorio con gran valor estratégico tras la apertura del canal de Suez

(1869), que permitía enlazar el mar Mediterráneo, a través del mar Rojo, con el

océano Índico.

3. El reparto de África

Hacia 1880 el interior de África era prácticamente desconocido para los europeos,

que sólo habían establecido enclaves portuarios a lo largo de la costa. En 1914 todo el

territorio africano se hallaba repartido entre las diversas naciones europeas, salvo dos

países: Liberia, Estado creado por iniciativa de EE.UU., y Abisinia, territorio en el que

fracasó el intento de colonización italiana.

En el África occidental atlántica, Francia (en Senegal), Portugal y España poseían

pequeños enclaves coloniales. En el África austral Portugal controlaba las costas de

Angola y Mozambique, mientras en África del Sur la situación se complicó con la

presencia de dos poblaciones europeas, holandeses (los boers o afrikaners) e ingleses.

Los holandeses, a mediados del siglo XVII, se habían establecido en la colonia de El

Cabo y, tras las guerras napoleónicas, la colonia pasó a los ingleses, obligando a los

boers a desplazarse hacia el norte, donde crearon dos nuevas colonias, Orange y el

Transvaal.

La ocupación europea se inicia en el siglo XIX con la instalación de Francia y Gran

Bretaña en los territorios dependientes del Imperio Turco en el norte: Francia en

Argelia (1830) y Túnez (1881), mientras los británicos establecían un protectorado

sobre Egipto. En el África oriental Inglaterra, mientras franceses e italianos se

establecieron en las costas del mar Rojo (Somalia y Eritrea). Pero fue el problema de

la ocupación de los territorios centroafricanos lo que llevó, por iniciativa de Bismarck, a

convocar la Conferencia de Berlín (1885), donde las potencias europeas llegaron a unos

acuerdos para repartirse el continente africano:

Se decidió la libre navegación por los ríos Congo y Níger y la libertad de

comercio en África central entre el Atlántico y el Índico.

También se acordó que sólo la ocupación efectiva, y no el descubrimiento previo,

daba derecho a considerar un territorio como colonia propia, lo que dio lugar a

una auténtica carrera colonial para conquistar África.

Para evitar tensiones entre las potencias europeas por el control del África

central, se decidió crear el llamado Estado Libre del Congo como propiedad de

Leopoldo II de Bélgica, que a su muerte legó dicho territorio a Bélgica.

En la Conferencia de Berlín se planteó el problema de los “imperios continuos”,

con la formación de ejes coloniales en sentido horizontal (dirección Oeste-Este) o

vertical (dirección Norte-Sur). Francia aspiraba a crear un eje O-E desde Senegal, a

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través del Sahara, hasta Somalia. Portugal deseaba igualmente unir Angola y

Mozambique. Ambos ejes chocaban con las aspiraciones británicas de enlazar sus

colonias en el África oriental, entre Sudáfrica y Egipto (Eje El Cairo-El Cabo). En el

África austral, Portugal tras recibir un ultimatum británico, decidió desistir de su

proyecto de unir Angola con Mozambique incorporándose el territorio entre ambas.

Francia y Gran Bretaña chocaron en 1898 a orillas del Nilo, en Fashoda (Sudán),

enfrentamiento que puso a ambas potencias al borde de la guerra. Francia terminó cediendo

a las presiones inglesas, renunciando a su imperio colonial en sentido Oeste-Este.

Alemania e Italia, al realizar tarde su unificación territorial, accedieron con retraso al

reparto colonial, cuando las mejores piezas del botín estaban ya distribuidas. Alemania

pudo ocupar Tanganica, Camerún y África del Suroeste. Italia obtuvo Somalia y Libia;

su intento de conquistar Abisinia terminó en un gran fracaso: la derrota de Adua (1896).

En el África austral, las tensiones entre ingleses y holandeses se agravaron tras el

descubrimiento de yacimientos de oro y diamantes en Orange y el Transvaal. El

conflicto desembocó en la Guerra Anglo-Bóer (1899-1902), tras la cual las colonias

holandesas fueron anexionadas al Imperio Británico, si bien se les otorgó cierta

autonomía. Gran Bretaña fue la única potencia imperial que vio colmadas sus

aspiraciones en África, pues casi logró completar el Eje El Cairo-El Cabo. La única

excepción fue la colonia alemana de Tanganica, que finalmente acabaría controlando

tras la derrota alemana en la Iª Guerra Mundial.

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4. La colonización de Asia

A) La expansión europea

La India constituyó el objeto preferente del colonialismo británico, su “Joya de la

Corona”. Desde el siglo XVIII la Compañía de las Indias Orientales había ido

ocupando gran parte del territorio, para lo cual disponía de un ejército propio integrado

por soldados indios, los cipayos. La Rebelión de los Cipayos (1857), originada por el

desprecio de los oficiales ingleses por sus creencias religiosas, obligó al gobierno

británico a suprimir la Compañía y a hacerse cargo directamente de la administración

de la colonia, que pasó a estar gobernada por un virrey.

Inglaterra practicó una política de aislamiento de la India frente a otros imperialismos.

Así, para contrarrestar la hegemonía francesa en el sudeste de Asia procedió a la anexión

de Birmania y de la extremidad sur de la península de Malaca, convirtiendo a Singapur

en uno de los puertos más importantes del Extremo Oriente. Frente al expansionismo

ruso, se dejó Afganistán como Estado-tapón que separara ambos imperios.

Francia inició la colonización de Indochina durante el IIº Imperio, península en la que

fue ampliando su presencia hasta completar la Unión Indochina (1887), que englobaba

los actuales Vietnam, Camboya y Laos, permaneciendo Siam (hoy Tailandia) como

Estado-tapón independiente para separa las posesiones francesas y británicas.

El Imperio ruso ya había ocupado el Asia septentrional (Siberia) desde el siglo XVII.

Al tratarse de un imperio continental, rodeado de hielo, su política expansiva consistía

en avanzar hacia el sur, a costa del Imperio turco, Persia, la India y China. Así, en

1860 se hizo ceder por China la región costera entre la desembocadura del río

Amur y Corea, donde fundó el puerto de Vladivostok, que se convertiría en el

destino final del ferrocarril Transiberiano.

Por último, los holandeses que, a principios del siglo XIX, ocupaban poco más que la

isla de Java, afirmaron su administración sobre las Indias Orientales Holandesas (Java,

Sumatra, Borneo y parte de las Célebes), totalmente ocupadas en 1882.

B) El imperialismo en China

Los historiadores chinos denominan a la época en que se desarrollaban los distintos

imperialismos como “época de los tratados desiguales”. China, en efecto, no fue

ocupada, como ocurrió con la India, pero sí saqueada y repartida. Los europeos la

habían visitado el “Celeste Imperio” desde la Edad Media, pero los chinos se

resistían a relacionarse con los “bárbaros” del oeste. Sin embargo, a mediados del siglo

XIX, el aislamiento chino estaba llegando a su fin. La dinastía Manchú, reinante desde el

siglo XVII, era incapaz de controlar el país. Los occidentales se aprovecharon de la

debilidad de los emperadores chinos y les forzaron a hacer concesiones comerciales y

territoriales muy desfavorables a sus intereses, los llamados tratados desiguales.

Como el gobierno chino se oponía a abrir su territorio al comercio extranjero, los

comerciantes ingleses recurrieron al contrabando, vendiendo opio indio a cambio de

plata y té chinos. La confiscación del opio en Cantón por las autoridades chinas fue el

pretexto que esgrimió Inglaterra para atacar a China, dando lugar a las llamadas

“Guerras del opio” (1840-1842), que obligaron a China a ceder el puerto de Hong

Kong, totalmente, a los ingleses y abrir varios puertos del sureste a sus mercancías.

Además, los comerciantes extranjeros pudieron establecer colonias propias en las ciudades

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comerciales. El gobierno chino fue progresivamente cediendo puertos y áreas de

influencia para la explotación de sus recursos a distintas potencias extrajeras. El país se

convirtió en un mercado abierto para los productos europeos, lo que arruinó a los

comerciantes locales.

Ante tales abusos, se produjeron levantamientos populares contra los extranjeros. En

1900 tuvo lugar el más grave, la Revuelta de los Boxers (o boxeadores, llamados

así por pertenecer a una sociedad secreta denominada “los puños armoniosos”),

ultranacionalistas chinos que llegaron a dar muerte a unos 300 extranjeros. Las

potencias europeas, junto con Japón y EE.UU., respondieron con el envío de una fuerza

internacional que acabó con la revuelta, que sólo sirvió para reforzar el sistema de

concesiones. Finalmente, en 1911 una revolución desembocó en la proclamación de la

república, pero el nuevo gobierno tampoco trajo estabilidad política e independencia

económica al país.

Caricaturas sobre los repartos de África y China

C) Las potencias extraeuropeas: Japón y EE.UU.

Como consecuencia de la revolución Meiji (1868), Japón inició un proceso de apertura y

modernización social y económica; abolió el feudalismo, desarrolló su industria y

organizó un nuevo ejército. En menos de 50 años Japón salta de la Edad Media asiática a

la civilización europea del siglo XX.

El crecimiento económico y la modernización social convirtieron también a Japón en

una potencia imperialista, dispuesta a competir con las potencias europeas por el

dominio de Asia. Su interés, inicialmente, se centró en China y en las posesiones rusas

en el norte de China.

En 1894 estalla la Guerra Chino-Japonesa, en la que China es derrotada,

viéndose obligada a ceder la isla de Formosa (actual Taiwán) a Japón y a reconocer a

Corea como Estado independiente. La creciente presencia japonesa en el norte de China

(Manchuria) fue considerado como una amenaza por Rusia, que rivalizaba por controlar el

mismo espacio. En 1904, Japón atacó a Rusia sin previa declaración de guerra,

El imperialismo y la expansión colonial

[13]

aniquilando a la flota rusa anclada en su base del Pacífico, Port Arthur. La derrota rusa

en la Guerra Ruso-Japonesa provocó un fuerte impacto en todo el mundo. Japón lograba

la parte sur de la isla Sajalín, Port Arthur y el protectorado sobre Corea y Manchuria

meridional, pero, sobre todo, demostró que una nueva potencia imperialista había

aprendido de Europa lo suficiente como para igualarse a las occidentales en la zona

asiática del Pacífico.

En cuanto a EE.UU., hasta finales del siglo XIX canalizó su expansionismo hacia

la conquista del Oeste. Finalizada ésta, su poderío económico es la causa de una

creciente injerencia en la economía y los asuntos internos de lo que considera su espacio

de actuación natural, el continente americano. En 1898 intervino en el enfrentamiento

que mantenía España con sus últimas colonias, Cuba y Filipinas. Tras aniquilar la

débil y anticuada armada española, forzó a España a aceptar la futura independencia

de Cuba y a cederle Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam (archipiélago de las

Marianas). Ese mismo año se anexiona las islas Hawai, donde instalará la base naval de

Pearl Harbour, destinadas a proteger sus intereses en Asia.

En Panamá, EE. UU. había propuesto construir un canal que comunicase los dos

océanos. Ante la oposición de Colombia a hacer las concesiones necesarias, los

norteamericanos impulsaron la independencia de Panamá (1903), que dio toda clase de

facilidades a EE.UU. para construir el canal, abierto en 1914.

El imperialismo y la expansión colonial

[14]

5. Consecuencias del imperialismo

Los europeos practicaron lo que se ha denominado la “economía del pillaje”, en la que el

objetivo esencial era explotar al menor coste posible los recursos naturales. Los colonos

se apropiaron de las mejores tierras, desplazando a los indígenas a las zonas más áridas.

En las plantaciones o en las minas, la explotación de la mano de obra e incluso los

malos tratos fueron frecuentes. Dicha explotación alcanzó dimensiones dramáticas en el

Estado Libre del Congo (vid. infra).

El aumento de las tierras cultivadas y la introducción de nuevas técnicas incrementaron

enormemente la producción agrícola. Sin embargo, la mayor parte de dichos cultivos

estaban destinados a la exportación. Grandes plantaciones de té, tabaco, cacao algodón o

caucho ocuparon el lugar de la producción de alimentos, lo que unido al rápido

incremento de la población generó hambre crónica en muchas regiones.

La explotación de los recursos, el control de los mercados coloniales para los productos

industriales de la metrópoli e incluso los intereses estratégicos favorecieron la

construcción de infraestructuras (ferrocarriles, carreteras, puertos, etc.) en las colonias.

Sin embargo, su trazado obedecía a los intereses de la metrópoli (por ejemplo, unir las

minas con un puerto), por lo que grandes zonas siguieron incomunicadas.

La introducción de la medicina europea permitió reducir la mortalidad, mientras la

natalidad tendió a mantenerse elevada. El crecimiento de la población favoreció un

rápido proceso de urbanización producto no de la industrialización sino de la miseria

rural, que incrementó las tensiones sociales.

En el seno de la administración colonial se difundieron las lenguas europeas, forjándose

una élite indígena educada, en la que nacerán los futuros líderes independentistas. Sin

embargo, predominó la segregación racial de los pueblos “inferiores”, y la consecuente

incompresión y falta de respeto por las culturas autóctonas.

Las estructuras sociales fueron alteradas por la creación de fronteras artificiales que

nada tenían que ver con las culturas preexistentes y que supusieron la unión o división

forzada de grupos diferentes, provocando tras la descolonización numerosos conflictos

políticos.

EL GENOCIDIO DEL ESTADO LIBRE DEL CONGO

El Estado Libre del Congo fue una colonia africana, propiedad privada del rey Leopoldo II de

Bélgica, quien la administró entre 1885 y 1908, año en que fue cedido a Bélgica, pasando a

denominarse Congo Belga. Durante este periodo, el territorio fue objeto de una explotación

sistemática e indiscriminada de sus recursos naturales (especialmente el marfil y el caucho), en la

que se utilizó mano de obra indígena en condiciones de esclavitud. Para mantener su control

sobre la población nativa, la administración colonial instauró un régimen de terror, en el que

fueron frecuentes los asesinatos en masa y las mutilaciones: aunque es imposible realizar cálculos

exactos del número de víctimas, la mayoría de los autores mencionan cifras de entre cinco y diez

millones de muertos.

A partir de 1900, la prensa europea y estadounidense comenzó a informar acerca de las

dramáticas condiciones en que vivía la población nativa del territorio. La presión de la opinión

pública hizo que el rey legara su dominio personal sobre el Congo a Bélgica.