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Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo 1 INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO 26 El EVANGELIO DE JUAN VERSÍCULO POR VERSÍCULO (Capítulos 11 al 13) Capítulo 1 Los problemas irresolubles de la vida (Juan 11:1-16) Este es el cuarto de una serie de seis fascículos en los que ofrecemos notas y comentarios para quienes han escuchado nuestros ciento treinta programas de estudio versículo por versículo del Evangelio de Juan. Si usted no tiene los primeros tres fascículos de este estudio, escríbanos y se los enviaremos. Le brindarán un fundamento que le ayudará a entender este fascículo y este estudio a fondo del Evangelio según el apóstol Juan. Descubriremos que el capítulo 11 de Juan es uno de los capítulos más apasionantes de este Evangelio, y tal vez de toda la Palabra de Dios. Este capítulo le dará también maravillosas respuestas a nuestras tres preguntas clave. Mientras lo lee, busque nuevamente las respuestas a estas preguntas: ¿Quién es Jesús? ¿Qué es la fe? ¿Qué es la vida? Encontramos el contexto para el profundo contenido de este pasaje al comienzo del versículo 40 del capítulo 10, donde leemos: “Y se fue de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde primero había estado bautizando Juan; y se quedó allí. Y muchos venían a él, y decían: Juan, a la verdad, ninguna señal hizo; pero todo lo que Juan dijo de éste, era verdad. Y muchos creyeron en él allí.

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Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo

1

INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE

FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO 26

El EVANGELIO DE JUAN

VERSÍCULO POR VERSÍCULO

(Capítulos 11 al 13)

Capítulo 1

Los problemas irresolubles de la vida

(Juan 11:1-16)

Este es el cuarto de una serie de seis fascículos en los que

ofrecemos notas y comentarios para quienes han escuchado

nuestros ciento treinta programas de estudio versículo por versículo

del Evangelio de Juan. Si usted no tiene los primeros tres fascículos

de este estudio, escríbanos y se los enviaremos. Le brindarán un

fundamento que le ayudará a entender este fascículo y este estudio a

fondo del Evangelio según el apóstol Juan.

Descubriremos que el capítulo 11 de Juan es uno de los

capítulos más apasionantes de este Evangelio, y tal vez de toda la

Palabra de Dios. Este capítulo le dará también maravillosas

respuestas a nuestras tres preguntas clave. Mientras lo lee, busque

nuevamente las respuestas a estas preguntas: ¿Quién es Jesús? ¿Qué

es la fe? ¿Qué es la vida? Encontramos el contexto para el profundo

contenido de este pasaje al comienzo del versículo 40 del capítulo

10, donde leemos:

“Y se fue de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde

primero había estado bautizando Juan; y se quedó allí. Y muchos

venían a él, y decían: Juan, a la verdad, ninguna señal hizo; pero

todo lo que Juan dijo de éste, era verdad. Y muchos creyeron en él

allí.

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“Estaba entonces enfermo uno llamado Lázaro, de Betania,

la aldea de María y de Marta su hermana. (María, cuyo hermano

Lázaro estaba enfermo, fue la que ungió al Señor con perfume, y le

enjugó los pies con sus cabellos). Enviaron, pues, las hermanas para

decir a Jesús: Señor, he aquí el que amas está enfermo. Oyéndolo

Jesús, dijo: Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria

de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella. Y amaba

Jesús a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando oyó, pues, que

estaba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba”.

Este maravilloso capítulo comienza con la historia de un

hombre llamado Lázaro, que tenía dos hermanas, María y Marta.

Los tres vivían en Betania, un pequeño suburbio a menos de tres

kilómetros de Jerusalén. Cuando Jesús estaba en Jerusalén,

acostumbraba quedarse con esta familia. El diálogo hostil con los

líderes religiosos en esa ciudad tiene que haber sido agotador.

Aparentemente, Jesús tenía por costumbre retirarse a Betania,

donde permanecía con estas tres personas que tanto amaba.

El capítulo 10 finaliza con Jesús en la región desértica más

allá del río Jordán, el lugar donde Juan el Bautista había predicado

y bautizado. Cuando uno visita Tierra Santa hoy, debe viajar por

auto unas cuatro horas desde Jerusalén. Entonces el guía señala el

vasto desierto, en dirección a Jordania, y dice: “Allí fue donde Juan

el Bautista tuvo su extraordinario ministerio”. Se nos dice que

muchos caminaban cuatro días desde Jerusalén hacia ese desierto

para escuchar predicar a este hombre que, según Jesús, fue el mayor

de todos los profetas (Mateo 11:11; Lucas 7:28).

Los últimos versículos del capítulo 10 nos dicen que Jesús

estaba realizando un ministerio fructífero en ese desierto cuando

recibió el mensaje de que Lázaro estaba gravemente enfermo. A

esta altura de su ministerio, Jesús sufría la oposición y el rechazo de

los líderes religiosos de Jerusalén, pero cuando salió a esta región

desértica, el texto nos dice que acudían más personas a escucharlo

que las que habían ido a escuchar a Juan el Bautista. “Y muchos

venían a él, y decían: Juan, a la verdad, ninguna señal hizo; pero

todo lo que Juan dijo de éste, era verdad. Y muchos creyeron en él

allí”. Aquí es donde se encuentra Jesús cuando comienza nuestra

historia.

La historia empezó, de hecho, en Betania, donde Lázaro

estaba enfermo. La palabra “enfermo” en el mensaje que las

hermanas enviaron a Jesús significa “enfermo de muerte”. Lucas

nos presentó a estas dos mujeres en su Evangelio. Dice que Jesús

estaba de visita en Betania, a la casa de estas dos hermanas, tal vez

por primera vez. Desde el punto de vista de Marta, Jesucristo iba a

ir a su casa, y lo más importante de su visita era que todo estuviera

perfecto.

Pero María era muy diferente de Marta. Su forma de

ver la visita era: “El Verbo eterno de Dios se ha encarnado y viene

a mi casa. Lo importante de su visita a mi casa es que pueda

sentarme a sus pies y escuchar su Palabra y todo lo que tiene para

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mostrarme y contarme de Dios”. María está en el salón de estar

asistiendo a un estudio bíblico, mientras Marta está en la cocina

haciendo todos los preparativos. Marta irrumpe en el estudio bíblico

y reprende severamente a Jesús.

No tenemos que hacer ningún esfuerzo para saber lo que

está pensando Marta. El tono de su voz parecer indicar impaciencia

mientras dice claramente y abiertamente que la han dejado para

encargarse de todos los preparativos y arreglos en la cocina y que

María no la está ayudando. Claramente, ella quiere que el Señor

juzgue en este asunto, y cree que estará del lado de ella.

Sin embargo, Jesús no se pone del lado de Marta. La ama.

El relato dice claramente que Jesús amaba a Marta, a María y a su

hermano. Estoy convencido de que la miró con mucho amor cuando

le dijo: “Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas.

Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte,

la cual no le será quitada” (Lucas 10:41, 42). Jesús no duda en

ponerse del lado de María, pero dice estas palabras a Marta

cariñosamente.

Estas son las dos mujeres que volvemos a encontrar en el

capítulo 11 de Juan. Cuando las encontramos, están enfrentando los

dos problemas irresolubles: la enfermedad y la muerte. Aun con

todos nuestros avances técnicos y de la ciencia médica, la

enfermedad y la muerte siguen siendo los dos problemas

irresolubles de la vida. Estos dos problemas entran a las vidas de

estas dos hermanas cuando descubren que su hermano Lázaro está

enfermo de muerte.

El mensaje urgente que envían a Jesús en ese desierto es

simplemente este: “Señor, he aquí el que amas está enfermo”. No

hacen ningún pedido ni exigen nada. Se limitan a presentarle la

información. Quieren estar seguras de que Él está al tanto.

Obviamente, suponen que si Jesús los conoce, sus problemas

irresolubles serán solucionados.

Ellas tenían una calidad de fe y confianza en Jesús que

amplía nuestra lista de respuestas a esa pregunta: “¿Qué es la fe?”.

Su mensaje nos enseña la forma en que debemos presentar nuestros

problemas a Jesús. Todo lo que debemos hacer es seguir el ejemplo

de estas hermanas, asegurándonos de que Jesús está enterado de

nuestro problema.

Tengo una hermana mayor muy devota que me llevó a la fe

cuando tenía dieciocho años. Ella y su esposo, que era pastor,

fueron mis mentores durante más de cuarenta años de pastorado.

Cuando había un problema serio, mi hermana solía decir: “Bueno,

el Señor sabe”. Hizo este comentario cuando mi esposa se enfermó

seriamente. Recuerdo haberle dicho: “¿Y qué? ¿En qué forma el

hecho que el Señor sepa debería consolarme?”.

Me lo explicó cuando me dijo: “Bueno, tú sabes que Él es la

esencia del amor. Es omnipotente, todopoderoso. Si tú sabes que Él

conoce tu problema irresoluble, dado que Él es amor perfecto y

tiene todo el poder en el cielo y la tierra, entonces todo lo que

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necesitas saber es que Él sabe”. Este parece ser el espíritu en que

estas dos hermanas enviaron su mensaje a Jesús. Debemos seguir su

ejemplo y presentar nuestros problemas a Jesús. Cuando Él recibe

ese mensaje, su respuesta es insólita, y nos plantea un desafío al

contestar la pregunta sobre la fe en nuestra lectura de este

Evangelio.

“Jesús dijo: "Esta enfermedad no terminará en muerte” (v.4,

NVI). Otra versión dice: “El propósito de esta enfermedad no es la

muerte”. Esta es una respuesta intrigante, porque da a entender que

el propósito de algunas enfermedades es la muerte. ¿Alguna vez

pensó en esto? La Biblia enseña claramente que el estado eterno es

un valor mayor que nuestra vida; lo eterno es más valioso que lo

temporal. El estado eterno es mejor que todos los años que Dios nos

permita vivir en la tierra.

Muchos de nosotros sabemos que la Biblia enseña, en

muchos lugares y formas, que las mayores bendiciones espirituales

están por delante, en el estado eterno. Sin embargo, no pensamos

mucho en este tema: ¿Cómo nos lleva el Señor de este estado

temporal al estado eterno? La mayoría de las veces usa los

problemas irresolubles de la enfermedad y la muerte para llevarnos

a la dimensión eterna de nuestra existencia.

Es eso lo que quiere decir Jesús, de hecho, cuando contesta

el mensaje de María y Marta sobre Lázaro: “El propósito de esta

enfermedad no es la muerte. Puede ocasionar la muerte, pero no

terminará en muerte”. Sigue diciendo: “No, es para la gloria de

Dios, para que el Hijo de Dios pueda ser glorificado a través de

ella”.

Esto demuestra que el propósito de esta enfermedad

específica va más allá del método que lleva a este hombre, amado

por Jesús, al estado eterno. Ese propósito es la gloria de Dios, y que

el Hijo de Dios pueda ser glorificado a través de la muerte y

resurrección de este hermano de Marta y María.

¿Recuerda que Jesús dijo lo mismo en el capítulo 9, cuando

le preguntaron por qué el hombre que sanó había nacido ciego?

Dijo, básicamente: “Este hombre no nació ciego porque él o sus

padres pecaron. El propósito de su ceguera es que las obras de Dios

sean reveladas a través de la sanidad de su ceguera”. Esta es,

obviamente, la misma verdad que está enseñando aquí.

Si estamos tan centrados en nosotros mismos que encaramos

todo haciendo la pregunta: “¿Qué saco yo de esto?”, tal vez nunca

tengamos en cuenta la Providencia o la gloria de Dios. Pero, si

estamos centrados en Dios o en Cristo, cuando irrumpen problemas

horrendos en nuestras vidas, tendremos la disciplina necesaria para

preguntarnos: “Dios, ¿cómo pueden estas trágicas circunstancias,

sobre las que no tengo ningún control, glorificarte a Ti y a tu Hijo

que vive en mí? ¿Podría este problema exaltar a Jesucristo y

presentar la Palabra de vida a las personas que están observando

cómo respondo a esta crisis en mi vida?”.

El texto que se encuentra en Salmos 11:3 también puede

leerse así: “Cuando los fundamentos de tu vida se están

Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo

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desmoronando, ¿qué está haciendo el Justo?”. Si nos hiciéramos

esta pregunta, a menudo encontraríamos propósito y significado en

nuestras crisis de enfermedad y sufrimiento, incluyendo un

diagnóstico negativo de nuestro médico que dice que nos vamos a

morir.

Me llamó la atención leer: “Y amaba Jesús a Marta, a su

hermana y a Lázaro. Cuando oyó, pues, que estaba enfermo, se

quedó dos días más en el lugar donde estaba” (11:5, 6).

Soy pastor desde 1956. En ocasiones tuve que usar este

ejemplo para explicar que aun Jesús no era omnipresente. No podía

estar en dos lugares a la vez. Así como el Señor enfrentaba ese

problema, a mí me ocurre lo mismo: mientras estoy ministrando a

un miembro de mi rebaño, no puedo estar ministrando al mismo

tiempo a otro miembro. Me pregunto cuántos pastores duraríamos

mucho tiempo en nuestras iglesias si, enterados de que un miembro

de la iglesia está enfermo de muerte, explicáramos que nos

quedamos deliberadamente en un lugar porque lo amamos y, como

consecuencia, no llegamos a tiempo para ver a esa persona antes de

morirse.

Tenía que tener propósito su demora. Esta conmovedora

historia parece el libro de Job en miniatura. Es obvio que Jesús

permite que estas hermanas y su hermano sufran los problemas de

la enfermedad y la muerte porque los ama con un amor agape. Él

sabe que el hecho de que ellos sufran estos problemas traerá gloria

a su Padre Dios y Él, como Hijo de Dios, también será glorificado a

través de la enfermedad y la muerte de Lázaro. Sin embargo,

debemos centrarnos aún más en la observación de Juan de que Jesús

demoró su llegada porque amaba a estas tres personas.

Es interesante notar que, cuando las hermanas enviaron el

mensaje –“Señor, he aquí el que amas está enfermo”– en el original

griego se usa la palabra fileo, que es similar a “amistad”, o el amor

expresado por una persona que denominamos “filántropo”. Pero,

cuando dice “Y amaba Jesús a Marta, a su hermana y a Lázaro”, la

palabra griega es agape. Esta palabra indica que Jesús amaba a

estas tres personas como tal vez nunca hayan sido amadas antes.

Claramente, ese amor era el que impulsaba la demora de Jesús. Pero

¿cuáles eran sus objetivos al permitir que estas tres personas

experimentaran la enfermedad y la muerte?

Encontraremos la respuesta a esa pregunta al avanzar el

relato: “Luego, después de esto, dijo a los discípulos: Vamos a

Judea otra vez. Le dijeron los discípulos: Rabí, ahora procuraban

los judíos apedrearte, ¿y otra vez vas allá? Respondió Jesús: ¿No

tiene el día doce horas? El que anda de día, no tropieza, porque ve

la luz de este mundo; pero el que anda de noche, tropieza, porque

no hay luz en él.

“Dicho esto, les dijo después: Nuestro amigo Lázaro

duerme; mas voy para despertarle. Dijeron entonces sus discípulos:

Señor, si duerme, sanará. Pero Jesús decía esto de la muerte de

Lázaro; y ellos pensaron que hablaba del reposar del sueño.

Entonces Jesús les dijo claramente: Lázaro ha muerto; y me alegro

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por vosotros, de no haber estado allí, para que creáis; mas vamos a

él.

“Dijo entonces Tomás, llamado Dídimo, a sus

condiscípulos: Vamos también nosotros, para que muramos con él”.

Note que, cuando los apóstoles creen que Jesús ha decidido

colocarse en una situación de gran peligro, es Tomás, el que

consideramos como “el discípulo que dudó”, quien dice:

“¡Vayamos a morir con Él!”.

Jesús explica a estos hombres que está a punto de volver a

Judea (lo cual significa Jerusalén y, por supuesto, Betania). Ellos le

recuerdan que fue hace muy poco tiempo (registrado en los

capítulos 8 y 10 de este Evangelio) que los judíos habían intentado

apedrearlo.

Así que la pregunta es: “¿Otra vez vas allá?”. La respuesta

de Jesús, en el versículo 9, es: “¿No tiene el día doce horas? El que

anda de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero el

que anda de noche, tropieza, porque no hay luz en él”. Lo que está

diciendo es: “Yo sé lo que hago. Camino en la luz. No estoy

simplemente andando a tientas en la oscuridad”.

Cuando dijo a sus discípulos claramente que Lázaro había

muerto y agregó que estaba contento de no haber estado allí para

que ellos pudieran creer, ¿estaba sugiriendo Jesús que estos

apóstoles aún no creían en Él? La primera vez que leemos que sus

discípulos creyeron fue cuando realizó su primer milagro, en esa

boda en Caná. Sus apóstoles han estado con Él y han sido testigos

de todos los milagros que Juan ha registrado para nosotros en los

primeros diez capítulos de este Evangelio.

Recuerde que a lo largo de este gran Evangelio estamos

encontrando respuestas a la pregunta: “¿Qué es la fe?”. Aquí

tenemos una nueva respuesta a esa pregunta: “Me alegro de no

haber estado allí, para que ustedes crean”. Cuando lea los

Evangelios, observe las muchas ocasiones en que Jesús plantea esta

cuestión de la fe de sus discípulos (Mateo 8:26; 14:31; Marcos

4:40; Lucas 8:25). ¡Es obvio que el objetivo de Jesús a lo largo de

esta historia es la fe de Marta, María, Lázaro, las personas que

aman a esta familia y sus discípulos!

Si bien no es la interpretación, una aplicación secundaria

interesante de estas palabras de Jesús plantea la cuestión de la

cantidad de horas de trabajo que debemos considerar razonables en

una semana para los dedicados seguidores de Jesús. A menudo

pasamos por alto la dura realidad de que, antes de que Dios

ordenara a su pueblo descansar el séptimo día, les ordenó trabajar

seis días. En este pasaje, Jesús dice que el día tiene doce horas.

¿Significa esto que debemos trabajar setenta y dos horas por

semana?

¿Cuántas horas semanales debería trabajar un devoto

discípulo de Jesucristo en la viña del Señor? ¿Se imagina si el

apóstol Pablo contestara esta pregunta diciéndonos que debemos

trabajar ocho horas por día, cinco días por semana, es decir,

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cuarenta horas semanales? ¿Acaso esto debe ser determinado por

sindicatos seculares o por la cultura secular?

Cuando sus hermanos sugirieron programarle su plan de

trabajo, Jesús no se dejó influir ni impactar por sus sugerencias,

porque Él siempre hacía lo que le agradaba al Padre (Juan 8:29).

Debemos notar lo mismo aquí, cuando los apóstoles sugieren dónde

y cuándo debe ir y no debe ir Él. Jesús sabía lo que hacía al volver a

Judea en este preciso instante.

En resumen

El autor de este Evangelio ha presentado el escenario para

esta maravillosa historia. Antes de ver la forma en que María y

Marta respondieron a la tremenda realidad de que su Señor no llegó

a tiempo para impedir la muerte de su hermano, y el gran milagro

que vendría después, quiero hacer algunas aplicaciones basadas en

la forma en que empieza esta historia.

¿Quién es Jesús en el capítulo 11, según lo que hemos visto

al principio de esta historia? Jesús es un amoroso Señor, que

permite deliberadamente que las personas que ama profundamente

experimenten los problemas más irresolubles de la vida para que su

Padre Dios reciba gloria, para que Él mismo sea glorificado, y para

que las personas que Él ama puedan creer.

¿Puede usted pensar en algunas de las experiencias que ha

enfrentado en los últimos años, o que está enfrentando ahora, o que

podrá enfrentar en el futuro, en el contexto del comienzo de esta

historia? ¿Es posible que Jesús sea un amoroso Señor que lo ama

tanto como para permitir que usted o sus seres queridos

experimenten algunos problemas irresolubles o difíciles? ¿Es

posible que Él permita estos problemas para dar gloria a Sí mismo y

a su Padre, y para hacer crecer la fe de usted en Él y en su amor?

Este es el Jesús que aparece en la primera parte de este capítulo.

¿Qué es la fe en los primeros versículos de este capítulo?

Esa pregunta se contesta en la forma en que María y Marta envían

su mensaje a Jesús, creyendo que, si sabe que el que ama está

enfermo y moribundo, su amoroso Señor resolverá su problema

irresoluble. La fe es simplemente presentar nuestros problemas ante

Él con la convicción de que todo lo que necesitamos saber es que Él

conoce nuestros problemas. La fe es la convicción de que Él es todo

amor, todo poder, y está dedicado a todo lo que haga crecer nuestra

fe.

Finalmente, ¿qué es la vida, según el principio de este

capítulo? La vida es todo problema que nos hace crecer

espiritualmente. La vida es todo lo que nos acerca más a Dios y a

nuestro Señor Jesucristo, que resucitó y vive. Dado que somos

llamados a andar y vivir por fe, la vida es todo lo que puede hacer

crecer nuestra fe en Él. La vida es todo lo que nos hace más

completos en Él. Todo lo que Él permita con ese objetivo

contribuye a nuestra experiencia de vida eterna.

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Capítulo 2

Respuesta y relación

(Juan 11:17-32)

Al avanzar en la lectura de este capítulo, vemos que, cuando

Jesús llega finalmente a Betania, el tema prioritario es la respuesta

de María y Marta al problema de la enfermedad y la muerte de su

hermano. La respuesta que Jesús quiere recibir de ellas tiene que

ver con la forma en que se relacionan con Él en la crisis,

especialmente la realidad, difícil de entender, de que no llegó a

tiempo para salvar a su hermano. Nuestra relación con el Señor

siempre es el factor más crítico en nuestra respuesta a los problemas

que nos abruman.

Estoy convencido de que Jesús recibe la respuesta correcta,

en lo que a la relación respecta, de parte de María. La respuesta de

ella nos recuerda que nuestra primera respuesta debe ser reafirmar

nuestra relación con Cristo y nuestra inquebrantable fe en su amor

por nosotros. Marta responde como hacemos la mayoría de nosotros

cuando nos sorprende la tragedia.

Comenzando por el versículo 17, leemos: “Vino, pues,

Jesús, y halló que hacía ya cuatro días que Lázaro estaba en el

sepulcro. Betania estaba cerca de Jerusalén, como a quince estadios;

y muchos de los judíos habían venido a Marta y a María, para

consolarlas por su hermano.

“Entonces Marta, cuando oyó que Jesús venía, salió a

encontrarle; pero María se quedó en casa. Y Marta dijo a Jesús:

Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto. Mas

también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará.

“Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. Marta le dijo: Yo sé

que resucitará en la resurrección, en el día postrero. Le dijo Jesús:

Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté

muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá

eternamente. ¿Crees esto?

“Le dijo: Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el

Hijo de Dios, que has venido al mundo. Habiendo dicho esto, fue y

llamó a María su hermana, diciéndole en secreto: El Maestro está

aquí y te llama. Ella, cuando lo oyó, se levantó de prisa y vino a él.

“Jesús todavía no había entrado en la aldea, sino que estaba

en el lugar donde Marta le había encontrado. Entonces los judíos

que estaban en casa con ella y la consolaban, cuando vieron que

María se había levantado de prisa y había salido, la siguieron,

diciendo: Va al sepulcro a llorar allí. María, cuando llegó a donde

estaba Jesús, al verle, se postró a sus pies, diciéndole: Señor, si

hubieses estado aquí, no habría muerto mi hermano” (11:17-32).

Cuando llega Jesús a Betania, tiene su entrevista con Marta

primero, porque ella inicia el diálogo. El tema importante en este

encuentro es la respuesta de ella a los problemas irresolubles de la

enfermedad y la muerte. ¿Cuál es esta respuesta? Bueno, Marta es

Marta. Amo a Marta. Jesús amaba a Marta. Tan pronto como se

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entera de que Jesús ha llegado, sale a buscarlo al camino. Pero

María se queda en casa. Cuando Marta se encuentra cara a cara con

Jesús, le dice: “Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no

habría muerto”. Es interesante que, más adelante, María dice

exactamente las mismas palabras.

No se nos dice qué expresión tenía en el rostro ni cuál era el

tono de la voz de Marta cuando dijo estas palabras. En otras

palabras, el apóstol Juan no describe lo que hoy llamamos su

“lenguaje corporal”. Los expertos en comunicación nos dicen que,

cuando nos comunicamos, el 7% de la comunicación se realiza a

través de las palabras que pronunciamos. El 44% se transmite por el

tono de la voz. Y el 49% restante se transmite por nuestro lenguaje

corporal: la expresión de nuestros rostros, nuestros gestos y las

demás formas en que demostramos el significado de las palabras

que usamos.

Cuando leemos este relato de los encuentros que tuvo Jesús

con estas dos hermanas, solo tenemos las palabras pronunciadas. Si

bien no conocemos el tono de la voz, la expresión del rostro ni los

gestos, a mí me parece que, cuando Marta dijo: “Señor, si hubieses

estado aquí, mi hermano no habría muerto”, lo dijo de la siguiente

forma: “¿Dónde estabas, Señor? Si tan solo hubieras estado aquí,

¡él no se hubiera muerto!”.

El Señor ama a Marta, así que continúa su diálogo con ella.

Dice: “Tu hermano resucitará”. Ahora bien, Jesús no estaba

hablando de la resurrección de los creyentes que les permite

comenzar el estado eterno. Es obvio que estaba hablando de lo que

estaba por ocurrir. No debemos ser demasiados duros con Marta.

Ciertamente, ella no sabía que Él estaba hablando de lo que estaba a

punto de ocurrir. Si usted hubiera estado en su lugar, ¿habría

esperado un milagro? Marta contesta, básicamente: “Yo sé que

resucitará en el día postrero. Conozco la Biblia”.

Y entonces Jesús pronuncia algunas de las palabras más

dinámicas del Evangelio de Juan. Es uno de los “Yo soy” de Jesús:

“Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté

muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá

eternamente. ¿Crees esto?”.

Me encanta la sinceridad de Marta. No contesta diciendo:

“Lo creo”. Tal vez no entendió plenamente lo que Jesús le decía.

Ella contesta diciendo lo que sí cree, y esto encaja con el tema

básico del Evangelio de Juan. En esencia, contesta: “Yo he creído

que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo.

Esto es lo que creo”.

Marta sabe lo que cree, y cree lo que sabe. Una de las

oraciones más sinceras de la Biblia, que fue dicha entre lágrimas,

es: “Creo; ayuda mi incredulidad” (Marcos 9:24). Jesús respondió a

esa oración porque fue sincera. Todos tenemos un nivel donde

termina nuestra fe y comienza nuestra incredulidad. El padre que

hizo esa oración sincera estaba diciendo a Jesús: “Levanta mi nivel

de fe y baja mi nivel de incredulidad”. Ese, tal vez, fue el espíritu

de la respuesta de Marta a la pregunta de Jesús: “¿Crees esto?”.

Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo

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Estoy seguro de que a Jesús le encantó la sinceridad de

Marta. Marta describe su nivel de fe y –palabras más, palabras

menos– dice a Jesús: “Por encima de ese nivel, no voy a decir que

creo en lo que me estás diciendo”. No hay nada falso en Marta. Ella

es una persona muy real.

Si lo pensamos, cuando hablamos con Dios, Él sabe

exactamente dónde finaliza nuestro nivel de fe y dónde comienzan

nuestras dudas. Es tonto relacionarnos con nuestro Señor resucitado

y viviente durante una crisis trágica con una sinceridad menor que

la de Marta. A Jesús le molestan mucho los que Él llama

“hipócritas”, personas que daba a entender que estaban usando

máscaras como las de los actores de esa cultura. El Señor sabe que

Marta podrá ser cualquier cosa menos una hipócrita.

El “Yo soy” que escuchamos de Jesús en su encuentro con

Marta es el corazón del capítulo 11 del Evangelio de Juan. Los

problemas más irresolubles de la vida tienen una solución, y esa

solución se llama “resurrección”. La definición literal de

“resurrección” es ‘victoria sobre la muerte’. Jesús está diciendo:

“Yo soy la solución de estos problemas irresolubles, Marta. Soy, no

solo la victoria sobre el problema de la muerte, sino la solución para

el problema de la vida”. Hace esta afirmación más adelante, cuando

dice, básicamente: Yo soy la vida que vine a traer a este mundo”

(14:6).

En los primeros versículos de este Evangelio leemos: “En él

estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. Estamos

preguntándonos, en cada capítulo: ¿Qué es la vida? Nos hacemos

esta pregunta porque Juan nos dice lo que es la vida. Vez tras vez,

en capítulo tras capítulo, Juan nos dice que la vida es algo que es

Jesús. La vida es, también, frecuentemente, algo que hace Jesús en

nosotros, por nosotros y a través de nosotros. La vida siempre está

relacionada con Jesús cuando el autor de este Evangelio nos dice lo

que es la vida eterna.

En su encuentro con Marta, Jesús dice: “El que cree en mí,

aunque esté muerto, vivirá”. Está hablando aquí de la resurrección

del auténtico discípulo. El apóstol Pablo brinda más enseñanza

sobre este tema. Cuando mueren, los creyentes no son sepultados.

Son sembrados o plantados como semillas que un día serán

resucitadas (1 Corintios 15; 2 Corintios 5).

Jesús va más allá de esa enseñanza dinámica en esta gran

afirmación acerca de la vida de resurrección: “Y todo aquel que

vive y cree en mí, no morirá eternamente”. Jesús, en realidad, está

presentando un pacto de resurrección entre Él y un creyente. Como

en todo pacto, Jesús promete honrar su parte del pacto y a nosotros

nos queda guardar la nuestra. La persona que participa en este pacto

de resurrección con Jesús debe cumplir dos condiciones. La primera

condición es que crea en Cristo. Esa es la condición obvia. Pero

note la segunda condición: debe vivir en Cristo.

¿Sabía usted que puede vivir su vida en Cristo? En el Nuevo

Testamento, los autores usan casi doscientas veces la expresión “en

Cristo” cuando describen a los auténticos discípulos de Jesucristo.

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11

Jesús demostró el significado de estas palabras

maravillosamente con una metáfora que usó en un huerto. Estaba

enseñando a estos apóstoles a ser hombres fructíferos, así que les

mostró una vid con ramas llenas de fruto. Entonces los desafió a

unirse a Él como esas ramas estaban unidas a la vid, que las hacía

dar fruto (Juan 15:1-16).

Estas dos palabras –en Cristo– se encuentran casi doscientas

veces en el Nuevo Testamento, y constituyen una de las formas

preferidas del apóstol Pablo para describir la relación entre un

creyente y el Cristo resucitado y vivo. Él usa esta expresión noventa

y siete veces en sus escritos. Estas dos palabras, junto con la

metáfora de Jesús que explica lo que significan, nos ayudan a

entender la segunda parte del pacto que Jesús ofreció a Marta.

“Todo aquel que crea y, además, viva su vida unido a mí, nunca

morirá”.

Marta no parece entender lo que le pregunta Jesús cuando le

dice: “¿Crees esto?”. ¿Lo habría entendido usted? Tal vez, si ella

hubiera tenido tiempo para una clase bíblica, podría haberlo

entendido. Estoy convencido de que si se hubiera tomado el tiempo

y hubiera hecho el esfuerzo para escuchar y entender lo que Jesús le

decía, hubiera creído a su Señor.

Esta es otra respuesta a esa pregunta: ¿Qué es la fe? Como

aprendimos en el capítulo 6, del ejemplo de Pedro, hay veces en

que la fe es seguir a Jesús, aun cuando no comprendamos (6:67,

68). El ejemplo negativo de Marta, que nos enseña lo que no es la

fe, es una indicación de que la fe a veces debe tomarse el tiempo y

hacer el esfuerzo para entender lo que nos está diciendo el Señor

cuando hay circunstancias trágicas que invaden nuestras vidas

repentinamente. La cuestión fundamental para usted y para mí es

este desafío: ¿Creemos, y estamos viviendo nuestras vidas en

Cristo?

Luego de notar la respuesta sincera de Marta, leemos que

ella “... fue y llamó a María su hermana, diciéndole en secreto: El

Maestro está aquí y te llama. Ella, cuando lo oyó, se levantó de

prisa y vino a él” (11:28, 29).

Cuando lea la historia de cómo estas dos hermanas

enfrentan la enfermedad y la muerte de su hermano, note lo

siguiente: María no acude a Jesús hasta tanto Él no pide por ella.

Marta, que es una persona que “hace que sucedan las cosas”, decide

que ella va a encontrarse con Jesús. Lo encuentra en el camino

antes de que llegue a Betania. Esa es Marta. María no es como

Marta. María espera hasta que el Señor la llame. Pero, apenas sabe

que el Señor quiere verla, responde en seguida.

Entonces leemos: “María, cuando llegó a donde estaba

Jesús, al verle, se postró a sus pies, diciéndole: Señor, si hubieses

estado aquí, no habría muerto mi hermano”. Las mismas palabras

que dijo Marta. No tenemos la expresión de su rostro ni el tono de

su voz al decir estas palabras. Pero se nos dice algo de su lenguaje

corporal. Ella se postró a sus pies y luego le dijo: “Señor, si

hubieses estado aquí, no habría muerto mi hermano” (32).

Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo

12

En el Nuevo Testamento aparecen siete mujeres con el

nombre de María. Podemos ver algunos otros momentos de la vida

de esta María en particular. Por ejemplo, como ya he señalado,

cuando Jesús visitó por primera vez a estas dos hermanas, María

está a sus pies escuchando sus palabras (Lucas 10:38-42). En el

capítulo 12, la encontraremos a sus pies, adorándolo. En este

capítulo, la encontramos a sus pies aceptando su voluntad. Ella

dice: “Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero

quiero que sepas que te adoro igual. Sea que lo entienda o no, tengo

fe para aceptar la dura realidad de que tú tienes tus razones para no

haber estado aquí a tiempo para salvar la vida de mi hermano”.

El rescate

¿Se da cuenta lo que ocurre aquí? Estas dos hermanas están

enfrentando los dos problemas más irresolubles de la vida. Lo que

el Señor quiere de ellas es la respuesta correcta a estos problemas.

La respuesta correcta a estos problemas comienza con la relación de

ellas con Él. Jesús recibe esa respuesta de María. Vemos que, una

vez que está en orden esa relación, Él rescata a estas dos hermanas

y a su hermano de los problemas de enfermedad y muerte.

Cuando experimentamos estos dos problemas, el rescate no

ocurre en esta vida. Dado que la muerte es tan parte de esta vida

como el nacimiento, debemos esperar para este rescate hasta la

resurrección de todos los creyentes cuando vuelva Jesús (1

Tesalonicenses 4:13-18).

Además de la enfermedad y la muerte, hay momentos en la

vida de usted y de la mía cuando el Señor nos permite experimentar

problemas irresolubles. Él sabe que si seguimos el hermoso ejemplo

de María al responder a estos problemas, Dios recibirá gloria y

nuestro Señor y Salvador será glorificado. Todo el proceso

aumentará nuestra capacidad para creer, conocer, amar y servir a

Dios y a nuestro Señor y Salvador.

Él sabe también que la fe sincera y transparente que

ejemplifica Marta nos llevará a experimentar la gloria de Dios.

Jesús le prometió a Marta que, si creía, vería la gloria de Dios. Y,

como veremos ahora, ¡tanto María como Marta creyeron y vieron la

gloria de Dios!

Cuando el Señor ha recibido estas dos respuestas de Marta y

de María, leemos: “Jesús entonces, al verla llorando, y a los judíos

que la acompañaban, también llorando, se estremeció en espíritu y

se conmovió, y dijo: ¿Dónde le pusisteis? Le dijeron: Señor, ven y

ve. Jesús lloró. Dijeron entonces los judíos: Mirad cómo le amaba.

Y algunos de ellos dijeron: ¿No podía éste, que abrió los ojos al

ciego, haber hecho también que Lázaro no muriera?

“Jesús, profundamente conmovido otra vez, vino al

sepulcro. Era una cueva, y tenía una piedra puesta encima. Dijo

Jesús: Quitad la piedra. Marta, la hermana del que había muerto, le

dijo: Señor, hiede ya, porque es de cuatro días. Jesús le dijo: ¿No te

he dicho que si crees, verás la gloria de Dios? Entonces quitaron la

piedra de donde había sido puesto el muerto.

Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo

13

“Y Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo: Padre, gracias te

doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije

por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú

me has enviado. Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: !Lázaro,

ven fuera! Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies

con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo:

Desatadle, y dejadle ir” (11:33-44).

Cuando yo era un pastor novato, un domingo estaba

nervioso porque cuando terminé mi sermón y concluyó el culto,

debía conducir mi primer funeral. Había un hombre mayor de mi

congregación que había sido pastor y había conducido muchos

funerales. Era un creyente judío mesiánico (un judío que había

conocido a Jesucristo como Mesías), un creyente carismático que

había huido de Checoslovaquia para escapar de Hitler y el

Holocausto. Era un hombre muy culto y un extraordinario ser

humano. Yo había disfrutado muchas horas de una maravillosa

comunión en Cristo con él, y él me había ayudado cuando era un

pastor joven en aquellos primeros años del ministerio, que pueden

ser muy difíciles.

Luego del culto de la mañana, mientras lo saludaba a la

puerta, le pregunté: “Dr. Pearl, ¿podría decirme algo con relación a

los funerales que me pueda ayudar? Tengo un funeral esta tarde y

nunca he conducido uno”. Me contestó: “Jesús nunca condujo

funerales. ¡Solo condujo resurrecciones!”. Si bien su consejo no me

ayudó mucho esa tarde, ¡qué maravillosa verdad compartió

conmigo! Jesús solo conduce resurrecciones, y esa es nuestra

esperanza.

Este capítulo nos que Jesús fue a un funeral. Antes de

convertir a ese funeral en una resurrección, nos mostró algunas

cosas sobre cómo asistir a un funeral. Por ejemplo, el versículo más

corto de la Biblia nos dice que Jesús lloró. Esta palabra da a

entender que su cuerpo se sacudió con sollozos. Demostró señales

tan evidentes de congoja, con relación a Lázaro, que las personas

que estaban en el funeral dijeron: “Mirad cómo le amaba”. Jesús

nos mostró que cuando asistimos a un funeral de alguien que hemos

amado profundamente y verdaderamente, y que hemos perdido, no

estamos indicando una fe débil si lloramos y nos acongojamos

visiblemente. Estamos diciendo que amamos mucho a esa persona,

y la extrañaremos.

Cuando David perdió un hijo, en su pena se lamentó: “Yo

voy a él, mas él no volverá a mí” (2 Samuel 12:23). Nuestra

convicción de que iremos a ver a la persona es la razón por la que

no sentimos pena, como los que no tienen esperanza. Pero la

realidad tremenda de que no volverá a nosotros en esta vida

justifica nuestra legítima congoja (1 Tesalonicenses 4:13; Mateo

5:4). Cuando Jesús enseñó: “Bienaventurados los que lloran”, creo

que su intención era que se aplicara de distintas formas. Quería que

se aplicara literalmente. Nunca debemos reprimir u ocultar nuestro

dolor. Es una bendición llorar. Jesús nos mostró que, cuando

Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo

14

necesitamos llorar, debemos tener una bendita y legítima

experiencia de congoja.

La aplicación personal y devocional

El corazón de este capítulo es el milagro de la resurrección

de Lázaro. Jesús no solo pronuncia uno de sus mayores “Yo soy”,

relacionados con quién es Él, sino que lo demuestra y lo valida.

Resucitó a Lázaro para mostrarnos que Él mismo es la Victoria

sobre la muerte, y la Vida que todos estamos buscando. Hizo este

gran milagro para demostrar y validar su gran afirmación de que Él

era y es la resurrección y la vida.

La aplicación personal para usted y para mí es que, si

vivimos nuestras vidas en una relación con Él, y creyendo en Él,

nunca moriremos realmente. Nuestra muerte será simplemente una

graduación, y nuestro funeral, un culto de iniciación que celebra

nuestra vida eterna en el estado eterno. Nuestra muerte es,

simplemente, que el Pastor entre en nuestras vidas una última vez,

haciéndonos yacer en la muerte, para poder darnos verdes pastos,

aguas de reposo, y la copa que rebosa para siempre en la dimensión

eterna de nuestra existencia (ver el Salmo 23).

Resumiendo lo que hemos visto en la dinámica de esta

historia de resurrección hasta aquí, debemos volver a hacernos las

tres preguntas: ¿Quién es Jesús? Él es la Resurrección –la Victoria

sobre la muerte– y Él es Vida. Esto significa que, frente a la muerte,

Él es la única Solución a los problemas —que, sin Él, serían

irresolubles— de la enfermedad y la muerte.

¿Qué es la fe? La fe es responder a estos problemas de la

enfermedad y la muerte con la correcta relación con Jesucristo. El

modelo de fe se encuentra en la respuesta de María. La fe es la

convicción inquebrantable de que, si nuestro Señor no se presenta

cuando pensamos que debería hacerlo para rescatarnos de nuestros

problemas, tiene sus razones. Cuando estamos vinculados en una

relación con nuestro Señor resucitado y vivo, nuestros

pensamientos y caminos serán como los suyos. Entonces

entenderemos que Él no nos rescata porque está profundamente

comprometido con la realidad de que experimentaremos la vida más

abundantemente en esta vida y en el estado eterno.

La fe es, también, la respuesta sincera de Marta a la realidad

innegable de la enfermedad y la muerte de alguien que amamos

mucho. La realidad más dura para ella era el dolor de su corazón

porque el Señor al que ella también amaba tanto no apareció a

tiempo para impedir la muerte de su hermano. Ella sabía que Él

podría haber sanado a su hermano, y esto hacía que su dolor fuera

casi imposible de soportar.

Ella es un ejemplo de esa fe sincera y clara: “¡Esto es lo que

creo, y no profeso más que esto!”. Hay un versículo de la carta de

Santiago que puede ser traducido: “¡Las oraciones de un hombre

honesto explotan de poder!” (5:16). La fe es, a veces, concordar con

Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo

15

Dios sobre dónde finaliza el nivel de nuestra fe y dónde comienzan

nuestras dudas.

La fe es, además, vivir y creer en el Cristo que es la

Resurrección y la Vida. Asegúrese de tomar nota de que se indican

dos pasos separados de fe en esta parte del capítulo de resurrección

de la Biblia. El primer paso es creer en el Cristo resucitado y vivo.

El segundo, vivir nuestras vidas cada día en Cristo.

¿Y qué es la vida según este extraordinario capítulo del

Evangelio de Juan? La vida es la esperanza y la paz que

experimentamos porque sabemos que si fuéramos a morir hoy, o

esta noche, nuestra muerte sería simplemente una graduación a la

dimensión eterna de la vida, que la Biblia dice permanentemente

que es la mayor dimensión de nuestra existencia. La vida es la

segura convicción de que, porque vivimos y creemos en Cristo, aun

cuando muramos físicamente, viviremos, ¡y viviremos para siempre

con Él!

Capítulo 3

¡Quiten la piedra de la incredulidad!

(11:33-57)

Los versículos que nos cuentan lo que ocurrió a

continuación nos dan la metáfora más elocuente de la fe en este

capítulo de la resurrección. Lázaro estaba sepultado en una caverna,

y había una gran piedra que se había hecho rodar para tapar la

entrada y que sellaba la tumba donde estaba este hombre que amaba

Jesús. Parado ante la tumba de Lázaro, Jesús pregunta a Marta:

“¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?” (40). El

momento de verdad en este capítulo es cuando Jesús da la orden:

“Quitad la piedra” (39).

Como señalé en mi introducción a este Evangelio en el

fascículo veintitrés, siempre hay un significado más profundo en el

Evangelio de Juan. El significado más profundo es que debemos

quitar la piedra de la incredulidad cuando nos encontramos junto a

la tumba de una persona que queremos. Los pasajes bíblicos que

solemos leer junto en un funeral reafirman nuestra convicción de

que un día la gloria de Dios será revelada cuando ese ser querido

sea levantado de entre los muertos (1 Corintios 15:42-44; 1

Tesalonicenses 4:13-18).

Me encanta la sinceridad a cara descubierta y la franqueza

descarnada de Marta. En el momento en que están por correr la

piedra exclama: “Pero, Señor, ¡a esta altura va a haber un olor

Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo

16

desagradable!”. Luego de que Jesús le hiciera a Marta la pregunta

que la desafió a ella y los que estaban presentes a creer, hizo una

oración interesante. En esta oración explicó al Padre que lo que

decía no era para los oídos de Él, sino para bien de los que estaban

escuchando la oración (41, 42).

Jesús fue enfático cuando enseñó que debíamos orar en

nuestras recámaras para asegurarnos de dirigir nuestras oraciones a

Dios y no a las personas (Mateo 6:5, 6). Sin embargo, aquí dijo

claramente que su oración estaba dirigida –por lo menos, en parte–

a las personas que escuchaban mientras oraba. Mediante su oración

ejemplar, nos está mostrando que cuando hacemos una oración

pública o colectiva, si bien estamos dirigiendo la oración a Dios,

debemos ser conscientes de las personas que están escuchando esa

oración y están uniendo su corazón al nuestro mientras oramos.

En este capítulo se registra el milagro extraordinario que se

produjo cuando mueven la piedra y Jesús dice en voz alta:

“¡Lázaro, ven fuera!”. El muerto sale, con sus manos y pies atados

con tiras de lino. Entonces, Jesús ordena: “Desatadle, y dejadle ir”

(43).

Algunos estudiosos ven aquí un significado más profundo y

que es un paralelo de la enseñanza que descubrimos en el capítulo 8

de este Evangelio (8:30-36). Cuando algunos de los líderes

religiosos creyeron, Jesús dijo a los que decían creer: “Permanezcan

en mi Palabra, y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres”.

La aplicación personal para nosotros es que cuando asumimos el

compromiso de ser discípulos de Jesús, al permanecer en la Palabra

de Jesús, como deben hacer sus discípulos, es de esperar que

tengamos una experiencia que será como salir de la cárcel.

Cuando Lázaro sale de la tumba, todavía atado con el

sudario, hay quienes creen que esta es una metáfora que nos enseña

que es posible que un creyente experimente el poder de la

resurrección del nuevo nacimiento por un tiempo antes de ser

liberado. Jesús no quiere ver a discípulos que han nacido de nuevo

atrapados en el “sudario” que usaban cuando estaban

espiritualmente muertos y vivían en esclavitud al pecado.

Yo puedo entender el significado más profundo de este

ejemplo de un Lázaro resucitado atado por el sudario. Como

expliqué en mi comentario del capítulo 8, seguí a Cristo como

discípulo durante más de una década antes de experimentar la

libertad que Jesús describe aquí y en ese capítulo. Para mí,

personalmente, quitar el “sudario” de la vida anterior y ser liberado

es una hermosa metáfora.

La respuesta de los judíos

Vemos nuevamente una respuesta dividida de los judíos

ante los sucesos milagrosos que rodean el ministerio de Jesús. Hay

una respuesta favorable de parte de algunos de los judíos que

asisten al funeral, al observar el testimonio de María: “Entonces

muchos de los judíos que habían venido para acompañar a María, y

vieron lo que hizo Jesús, creyeron en él” (45).

Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo

17

Los judíos que fueron a visitar a María vieron algo tan

maravilloso como el milagro de la resurrección. Cuando vieron a

María responder al problema de que Jesús no rescató a su hermano

de la enfermedad y la muerte, a sus pies y aceptando su voluntad,

creyeron. Es interesante que no leemos que los judíos que fueron a

consolar a Marta creyeron.

También vemos una respuesta muy hostil de las autoridades

religiosas judías. La respuesta hostil que se expresó en forma de

diálogo desde que Jesús sanó al hombre junto al estanque de

Betesda ahora alcanza su punto culminante (46-57). Los fariseos

forman un consejo para preparar su estrategia. Antes de llegar a la

conclusión de que debían matar a Jesús, Caifás, el sumo sacerdote,

da una extraordinaria profecía.

Él está pensando principalmente en que la ira de Roma

caerá sobre su nación si no se hace algo respecto de las multitudes

que se reúnen alrededor del extraordinario ministerio de Jesús. Dice

que matar a Jesús sería la decisión políticamente correcta y

conveniente para ellos como líderes religiosos (11:46-52).

El apóstol Juan entonces inserta su comentario en el relato;

dice que Caifás, sin darse cuenta, estaba profetizando, no solo que

Jesús estaba a punto de ser sacrificado por los judíos que vivían en

Israel, sino por los judíos que estaban dispersos por todo el mundo.

La profecía involuntaria era que la muerte de Jesús no solo

resultaría en la salvación física (liberación) de los judíos, sino en la

salvación espiritual de quienes creyeran. Recuerde que los apóstoles

no supieron que el evangelio era también para los gentiles hasta que

llegamos al capítulo 10 del Libro de los Hechos en nuestra lectura

del Nuevo Testamento.

En resumen

Podría escribir mucho más acerca de muchos de los

cincuenta y siete versículos de este capítulo, pero la mejor forma de

resumirlo es volver a formularnos las tres preguntas: ¿Quién es

Jesús? ¿Qué es la fe? y ¿Qué es la vida?

¿Quién es Jesús? Él es la Victoria sobre la muerte, y Él es la

Vida para quienes creen y viven sus vidas en Él. Las personas que

establecen una relación con el Cristo resucitado y vivo, que es

eterno, ¡tienen vida eterna, ahora y para siempre!

¿Qué es la fe? La fe es enfrentar la enfermedad y la muerte

creyendo en Él y viviendo en Él. La fe es correr la piedra de la

incredulidad en presencia de la muerte para ver la gloria de Dios a

través del milagro de la victoria sobre la muerte. La fe es pedir a

Cristo que quite nuestro “sudario” y que nos libere cuando creemos.

“Desatadle, y dejadle ir” es una gran metáfora que describe el

significado de la fe.

¿Qué es la vida? Según este gran capítulo sobre la

resurrección en el Evangelio de Juan, la vida es una relación con el

Cristo resucitado y vivo, a través de la cual sabemos que, porque

estamos unidos a Él, vamos a vivir para siempre. La vida es

Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo

18

entender que la vida física es solo una graduación de esta vida hacia

la dimensión eterna de nuestra vida en Cristo.

Note en la Biblia, desde Génesis hasta Apocalipsis, el

énfasis en que fuimos creados para existir en dos dimensiones, y no

una. Fuimos diseñados por nuestro Creador para vivir en la tierra

por un breve tiempo, y para eso nos dio un cuerpo terrenal

provisorio. Pero también fuimos creados para vivir en el cielo, en el

estado eterno, y para eso recibiremos un cuerpo espiritual. La única

forma en que este cuerpo terrenal que hemos recibido puede ser

equipado para vivir en el estado eterno es que pase por una

metamorfosis, un cambio total. La resurrección es el vehículo de

ese cambio (1 Corintios 15).

La resurrección no es solo victoria sobre la muerte. Dios

usará el milagro de nuestra resurrección personal para darnos ese

cuerpo eterno que necesitamos para vivir con Él para siempre en el

estado eterno. Así se describe la vida eterna en este maravilloso

capítulo de la resurrección. Esa vida eterna comienza en esta vida

aquí, cuando creemos y establecemos nuestra relación con el Cristo

resucitado.

En este contexto, considere nuevamente el propósito para el

cual Juan escribe este Evangelio (20:30, 31). El propósito que

afirma claramente es convencernos de que Jesús es el Cristo. Una

parte crucial de este objetivo es su promesa de que tendremos vida

eterna cuando creamos. Esa vida eterna es la calidad de vida para la

cual Dios nos creó, para la cual nos salva y para la cual nos

resucitará de los muertos, así como Jesús resucitó a Lázaro.

En este capítulo, aprendemos que Dios un día usará el

milagro de la resurrección para que la vida eterna sea la realidad

última de los creyentes. Sin embargo, las palabras que Jesús dijo a

Marta nos dicen que no tenemos que esperar hasta morir y ser

resucitados para experimentar la vida eterna. Según Jesús, la vida

eterna comienza cuando creemos y vivimos nuestras vidas en Él.

Una de la mayores respuestas de este Evangelio y de toda la

Palabra de Dios a la pregunta “¿Qué es la vida?” es el desafío con

el cual Jesús concluye su enseñanza a Marta sobre la resurrección

cuando muere su hermano: “Yo soy la resurrección y la vida; el que

cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree

en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?” (11:25, 26).

Cuando usted reciba un diagnóstico que lo enfrente con la

realidad de su propia muerte, o la muerte de alguien que usted ama,

cuando esté al lado de la tumba de un creyente que usted ha amado

mucho, éste será su desafío último: ¿Cree las buenas nuevas que

encontramos en el capítulo de la resurrección del Evangelio de

Juan?

Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo

19

Capítulo 4

El final del principio

(Juan 12:1-23)

El capítulo 12 de Juan comienza así: “Seis días antes de la

pascua, vino Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, el que había

estado muerto, y a quien había resucitado de los muertos. Y le

hicieron allí una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que

estaban sentados a la mesa con él. Entonces María tomó una libra

de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de

Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del

perfume.

“Y dijo uno de sus discípulos, Judas Iscariote hijo de Simón,

el que le había de entregar: ¿Por qué no fue este perfume vendido

por trescientos denarios, y dado a los pobres? Pero dijo esto, no

porque se cuidara de los pobres, sino porque era ladrón, y teniendo

la bolsa, sustraía de lo que se echaba en ella. Entonces Jesús dijo:

Déjala; para el día de mi sepultura ha guardado esto. Porque a los

pobres siempre los tendréis con vosotros, mas a mí no siempre me

tendréis.

“Gran multitud de los judíos supieron entonces que él estaba

allí, y vinieron, no solamente por causa de Jesús, sino también para

ver a Lázaro, a quien había resucitado de los muertos. Pero los

principales sacerdotes acordaron dar muerte también a Lázaro,

porque a causa de él muchos de los judíos se apartaban y creían en

Jesús” (1-11).

Este capítulo comienza con otra cena donde aparecen María

y Marta. Como era de esperar, leemos dos palabras que describen el

papel de Marta: “Marta servía”. Ese era su tipo de don y su

llamado. También encontramos a María demostrando su llamado,

su tipo de don y sus prioridades: a los pies de Jesús, ofreciendo un

costoso sacrificio de adoración.

En esa cultura, la gente se reclinaba en sillones cuando

comía. Era costumbre, también, lavar los pies de los invitados a la

cena cuando llegaban. Es en este entorno cultural que María ofrece

su hermoso regalo de adoración como sacrificio. Derrama un

perfume que valía el sueldo de todo un año sobre los pies de Jesús.

La fragancia llenó toda la casa.

Recuerde que, al finalizar el capítulo 10 de Lucas, cuando

Marta acusó a Jesús de no importarle que María no ayudara a servir,

Jesús defendió a María. Aquí lo vemos defendiendo nuevamente a

María. Dice –palabras más, palabras menos-: “Este es un acto de

adoración en forma de sacrificio. Ella ha guardado este perfume

para esta ocasión, para profetizar simbólicamente el día de mi

sepultura” (7).

A partir este capítulo, la segunda mitad del Evangelio

registra la semana más importante de la vida más importante que

haya habido jamás en la tierra.

Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo

20

En esos días, como vimos en el caso de Lázaro, envolvían a

los muertos en vendas, como las antiguas momias. También

colocaban especias costosas entre las vendas para controlar el olor,

que era siempre una parte espantosa de la horrible realidad de la

muerte.

Cuando Jesús defiende a María, hace un comentario sobre

Él mismo: “A los pobres siempre los tendréis con vosotros, mas a

mí no siempre me tendréis” (8). Esta es una de las muchas formas

sutiles a lo largo de este Evangelio en que Juan refuerza su

afirmación de que Jesús es Dios. María lo adora, y Él acepta su

adoración. En realidad, defiende la adoración de ella. Los apóstoles

Pedro y Pablo no aceptaron ser adorados (Hechos 10:25, 26; 14:11-

18). Pero Jesús es más que un hombre y, como Dios en forma de

hombre, acepta la adoración.

El autor de este Evangelio inserta el comentario de que no

era porque a Judas le interesaran los pobres que dijo que el precio

de esta ofrenda podría haberse dado a los pobres. Juan no es muy

sutil. Comenta que Judas hizo esto porque era un ladrón.

Me gusta la forma de escribir de Juan. En su pequeña carta

al final del Nuevo Testamento, que llamamos Primera de Juan, es

sincero y muy directo cuando nos dice cómo podemos saber si

somos creyentes auténticos. Escribe que si decimos que tenemos

comunión con Cristo, pero seguimos andando en la oscuridad, o si

decimos que amamos a Dios, pero no amamos a nuestro hermano,

¡somos mentirosos! (1 Juan 1:6; 4:20, 21). Cuando agrega su

comentario sobre Judas, simplemente escribe: “Dijo esto, ... porque

era ladrón”. Nos informa que Judas estaba a cargo de la bolsa, y que

robaba de la bolsa común.

Hay personas que piensan que, como Jesús dijo: “A los

pobres siempre los tendréis con vosotros”, no debemos

preocuparnos por ayudar a los pobres. Él estaba señalando,

básicamente, que tendríamos siempre la oportunidad de ayudar a

los pobres, pero no siempre lo tendríamos a Él. Por lo tanto, es

apropiado que María ofrezca esta adoración hermosa y costosa que,

según Jesús, simbolizaba su muerte y sepultura.

Leemos que la gente se agolpó alrededor de esta casa, no

solo para ver a Jesús sino también a Lázaro, que Él había

resucitado. Por lo tanto, los principales sacerdotes, que ya estaban

planeando matar a Jesús, hicieron planes para matar a Lázaro

también, porque el milagro de su resurrección estaba llevando a

muchos judíos a creer en Jesús.

Como vimos en el capítulo 11 de este Evangelio, si creemos

en Cristo y vivimos nuestras vidas en Él, nunca moriremos. Si

vivimos siempre nuestras vidas en Cristo y en este mundo, en un

sentido experimentamos una resurrección personal. Pablo describe

la resurrección de esta forma: “De modo que si alguno está en

Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son

hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios” (2 Corintios 5:17,

18).

Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo

21

En cierto sentido, esta es una metamorfosis, o una

experiencia de la victoria sobre la muerte. Si usted ha

experimentado el nuevo nacimiento, una de las formas en que su

experiencia glorifica a Dios y exalta a Jesucristo es que otras

personas acudan a Cristo cuando vean la nueva criatura en la que

usted se ha convertido. Como Lázaro, se verán atraídos a Jesús

cuando vean el milagro que Él ha obrado en su vida.

También habrá quienes odiarán a Cristo en usted, y también

lo odiarán a usted. Hasta podrían intentar planear su muerte, como

planearon matar a Lázaro.

El primer Domingo de Ramos

Al entrar al capítulo 12 del Evangelio de Juan, llegamos a

un punto de transición que permite dividir a los veintiún capítulos

en dos partes iguales. Aproximadamente la mitad de los capítulos

de este Evangelio cubren los treinta y tres años de la vida más

importante que hubo jamás. Sin embargo, cuando leemos este

capítulo, descubrimos que la segunda mitad de este Evangelio se

centrará ahora principalmente en una semana, la última semana de

la vida de Jesucristo.

Como señalé frecuentemente en mi enseñanza sobre los

cuatro Evangelios, se enfatiza esa semana de la vida de Cristo

porque fue durante esa semana que Jesús murió y resucitó de los

muertos para la salvación del mundo. Los sucesos que relata Juan

ahora dan inicio a esa semana crucialmente importante de la vida y

el ministerio de Jesucristo. Llamamos a esta semana “Semana

Santa”, la semana que comienza con el Domingo de Ramos y

finaliza con lo que millones de personas denominan “Domingo de

Pascua” o “Domingo de Resurrección”.

El fin del principio

Los tres años durante los cuales Jesús predicó, sanó y

entrenó a los discípulos están por finalizar, y está por comenzar su

semana más importante. Este no es el principio del final de su

ministerio. En cierto sentido, los sucesos de este capítulo describen

el fin del principio del ministerio de Jesús. Está ingresando ahora en

su obra más importante, su muerte y resurrección, que serán

seguidas por su ascensión, el día de Pentecostés, el nacimiento de la

iglesia y la obra milagrosa de Cristo que ha continuado desde

entonces. El Evangelio de Juan presenta el fin del principio de la

vida y el ministerio de Jesucristo cuando leemos: “El siguiente día,

grandes multitudes que habían venido a la fiesta, al oír que Jesús

venía a Jerusalén, tomaron ramas de palmera y salieron a recibirle,

y clamaban: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del

Señor, el Rey de Israel!

“Y halló Jesús un asnillo, y montó sobre él, como está

escrito: No temas, hija de Sion; He aquí tu Rey viene, Montado

sobre un pollino de asna. Estas cosas no las entendieron sus

discípulos al principio; pero cuando Jesús fue glorificado, entonces

Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo

22

se acordaron de que estas cosas estaban escritas acerca de él, y de

que se las habían hecho.

“Y daba testimonio la gente que estaba con él cuando llamó

a Lázaro del sepulcro, y le resucitó de los muertos. Por lo cual

también había venido la gente a recibirle, porque había oído que él

había hecho esta señal. Pero los fariseos dijeron entre sí: Ya veis

que no conseguís nada. Mirad, el mundo se va tras él” (12:12-19).

Según nos señala Juan aquí, la importancia de este suceso

está descrita por uno de los profetas (Zacarías 9:9). Otro profeta

escribió que vendría “súbitamente” (Malaquías 3:1). Esta palabra –

súbitamente– debería traducirse “inesperadamente”, indicando que

vendría, no de la forma que era de esperar que viniera un Mesías.

Los líderes espirituales del pueblo judío tenían sus ideas

preconcebidas sobre cómo vendría a este mundo el Mesías. Sus

ideas estaban basadas en pasajes bíblicos que fueron cumplidos

parcialmente cuando llegó Jesús, pero que solo tendrían pleno

cumplimiento en su segunda venida (Isaías 61:1, 2). Aun los

apóstoles creían que el Mesías derrocaría el Imperio Romano y

liberaría a Israel en un sentido literal y político (Hechos 1:6). Si

quienes profesaban ser el pueblo de Dios hubieran entendido

realmente los profetas, se hubieran entusiasmado cuando Jesús

entró montado en un pollino en Jerusalén.

Al tratar de entender el significado del primer Domingo de

Ramos, debemos pensar en un embajador que se presenta

formalmente a un gobierno extranjero. Cuando un embajador va a

otro país para representar a su rey, o la cabeza de estado, es posible

que esté un tiempo en ese país antes de ir al palacio del soberano y

presentarse formalmente junto con sus credenciales como

embajador.

Jesús es un Embajador del cielo que representa a su Padre

Dios en otro país. Jesús dejó el cielo para venir a este mundo. Ha

estado un tiempo aquí y ha hecho muchas obras maravillosas.

Ahora se está presentando formalmente ante este mundo como el

Embajador del cielo.

No va a la capital política del mundo –Roma– para

presentarse allí. No va a una de las capitales del pecado, como

Corinto o Éfeso. Va a la capital espiritual del mundo, y se dirige al

pueblo de Dios y a los líderes de ese pueblo. Estoy persuadido de

que Él hace esto porque se da cuenta de que el plan de Dios es usar

a su pueblo para lograr sus propósitos. Sabe que el pueblo de Dios

es un “gigante dormido”, y quiere despertar a ese gigante.

En el capítulo 21 de Mateo –uno de los capítulos más

dinámicos de los cuatro Evangelios– Jesús toma formalmente el

reino de los judíos y anuncia que va a entregar ese reino a personas

(gentiles; usted y yo, que no somos judíos) que producirán fruto

para ese reino.

El Libro de los Hechos relata al milagro de que la iglesia

que Cristo estaba y está construyendo es donde encontraremos al

pueblo de Dios a quien el Cristo resucitado y vivo ha entregado el

reino que ha quitado a los judíos. Esto no sugiere que la iglesia

Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo

23

fuera una ocurrencia tardía o un plan alternativo de Cristo. Jesús

dijo claramente en el Evangelio de Mateo, antes de tomar el reino

de los judíos, que todos los poderes del infierno no le impedirían

edificar su iglesia (Mateo 16:18).

En muchos sentidos, la iglesia está dormida hoy. Pero es un

gigante dormido. Si el pueblo de Dios en la iglesia pudiera ser

despertado y tomara conciencia de quién es, qué es y por qué ha

sido salvado por Jesucristo y colocado estratégicamente por su

Señor en este mundo, oh, ¡qué gigante sería la iglesia!

Es fácil perder la paciencia con el pueblo de Dios, ignorarlo

y pensar que Dios no va a hacer nada con él. Sin embargo, note que

a lo largo de la historia de la iglesia la obra de Dios siempre ha sido

realizada en este mundo a través del pueblo de Dios. La palabra

“iglesia” significa, literalmente, ‘los llamados afuera’, personas que

son llamadas afuera de este mundo para seguir y obedecer al Cristo

resucitado y vivo. Luego son enviadas nuevamente a este mundo

para ser vehículos a través de quienes su Señor y Salvador salva a

los perdidos (Juan 17:18, 20, 21).

Dado que este es un absoluto espiritual y un ministerio

estratégico de Jesús, note cuánto tiempo dedica Él a tratar de

despertar al “gigante dormido”, el pueblo de Dios. Vea cuán

enfáticamente apela al pueblo de Dios. Considere todo el tiempo y

la energía que invierte en esos tiempos de diálogo hostil con los

líderes del pueblo judío.

Note que Él sí alcanzó a muchos de estos líderes cuando

concluyó su tremendo sermón cerca del final del capítulo 8 de este

Evangelio. También alcanzó a Nicodemo, el distinguido rabí.

¿Podría haber estado Saulo de Tarso presente en algunos de esos

debates hostiles que tuvo Jesús con estos líderes religiosos? En su

forma resucitada, Cristo volvió para alcanzar a ese fariseo de

fariseos camino a Damasco. Entonces Saulo de Tarso se convirtió

en el gran apóstol Pablo.

Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo

24

Capítulo 5

"La hora ha llegado"

(12:20-50)

Al relato de los sucesos del primer Domingo de Ramos lo

sigue el de las personas que fueron conmovidas por la resurrección

de Lázaro. Ellas siguieron contando lo que habían visto. Hemos

visto que, dado que ahora se reunían grandes multitudes alrededor

de Jesús cada vez que aparecía, los fariseos hicieron este

comentario: “Mirad, el mundo se va tras él” (19).

Estos líderes religiosos, en realidad, estaban diciendo una

profecía al hacer este comentario. Siempre estuvo dentro del plan

de Dios que el ministerio de Jesús fuera para todo el mundo

(Génesis 12:3; Lucas 2:10). “Porque de tal manera amó Dios al

mundo...”, y no solo al pueblo elegido de Israel, porque éste eligió

no ser elegido. En este punto del Evangelio de Juan, el amado

apóstol nos dice que la misión de Jesucristo estaba dirigida,

claramente, a todo el mundo.

En el momento de mayor popularidad de Jesús, algunos

griegos fueron al apóstol Felipe con un pedido: “Señor, quisiéramos

ver a Jesús”. Felipe le dijo a Andrés lo que pedían estos griegos, y

Andrés y Felipe se lo contaron a Jesús. En cierto sentido, este

pedido de los griegos representa cuál debería ser nuestro enfoque

cuando leemos este Evangelio. Debemos leerlo ara ver a Jesús.

Los ancianos de mi primera iglesia tenían esas palabras

grabadas en una pequeña placa que estaba fijada del lado interior

del púlpito. Cada vez que predicaba, veía estas palabras: “Señor,

quisiéramos ver a Jesús”. Aquello era más que una sugerencia de

que querían ver a Jesús cuando yo o un predicador invitado hablara

desde ese púlpito.

Tan pronto Jesús escucha que estos griegos (gentiles) lo

están buscando, el texto nos dice: “Jesús les respondió diciendo: Ha

llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado”

(12:23).

Al leer estos primeros doce capítulos, vimos anteriormente

que Jesús tenía prioridades específicas para su tiempo. Dijo a su

madre, antes de convertir el agua en vino: “Aún no ha venido mi

hora” (2:4). Cuando sus hermanos le sugirieron cuál debía ser su

programa de actividades, les dejó bien en claro que Él tenía un

programa, y que todo su programa estaba determinado por la

voluntad del Padre. Leemos que dijo: “Mi tiempo aún no ha

llegado” (7:6). Repite esta afirmación en 7:8: “Mi tiempo aún no se

ha cumplido”. En el capítulo siguiente, leemos que no lo

aprehendieron “porque aún no había llegado su hora” (8:20).

Esto nos prepara para apreciar la gravedad de lo que Jesús

dice cuando anuncia: “Ha llegado la hora...” (12:23). Estas palabras

significan que ahora está por comenzar su obra más importante;

está iniciando su obra de la cruz, la muerte, la resurrección, y

comenzando la obra que seguirá hasta su segunda venida y después,

Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo

25

cuando reinará sobre su reino que nunca terminará. Estamos listos

ahora para descubrir uno de los pasajes más importantes de todo el

Evangelio: “Jesús les respondió diciendo: Ha llegado la hora para

que el Hijo del Hombre sea glorificado. De cierto, de cierto os digo,

que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero

si muere, lleva mucho fruto. El que ama su vida, la perderá; y el que

aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará. Si

alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará

mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará.

“Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame

de esta hora? Mas para esto he llegado a esta hora. Padre, glorifica

tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: Lo he glorificado, y lo

glorificaré otra vez. Y la multitud que estaba allí, y había oído la

voz, decía que había sido un trueno. Otros decían: Un ángel le ha

hablado. Respondió Jesús y dijo: No ha venido esta voz por causa

mía, sino por causa de vosotros. Ahora es el juicio de este mundo;

ahora el príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo, si fuere

levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo.

“Y decía esto dando a entender de qué muerte iba a morir.

Le respondió la gente: Nosotros hemos oído de la ley, que el Cristo

permanece para siempre. ¿Cómo, pues, dices tú que es necesario

que el Hijo del Hombre sea levantado? ¿Quién es este Hijo del

Hombre?” (23-34).

Al responder a su evidente incredulidad, Jesús citó dos

pasajes de Isaías que hablan de por qué algunos creen y otros no

creen. Isaías comienza uno de sus sermones (o capítulos) más

profundos con la pregunta: “¿Quién ha creído a nuestro anuncio?

¿Y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová?” (Isaías

53:1). En otro lugar, Isaías enseña que cuando vemos la respuesta

de la incredulidad, a veces es porque Dios ha cegado los ojos de los

que no creen (Isaías 6:10).

“Entonces Jesús les dijo: Aún por un poco está la luz entre

vosotros; andad entre tanto que tenéis luz, para que no os

sorprendan las tinieblas; porque el que anda en tinieblas, no sabe a

dónde va” (35, 36).

En este pasaje, Juan cita a Jesús cuando dice que la cruz es

la razón misma por la que Él vino al mundo. En su diálogo con el

rabí Nicodemo, Jesús dejó una clara y concisa declaración de

misión, cuando le dijo, en esencia: “Debo ser levantado (o sea,

crucificado) porque soy el único Hijo de Dios, la única Solución de

Dios y el único Salvador de Dios” (Juan 3:14-21). En este pasaje

del capítulo 12 de Juan, encontramos la misma clara y concisa

declaración de misión.

Cuando llegó su hora y estaba frente a la cruz, Jesús usó una

hermosa metáfora: “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de

trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva

mucho fruto” (24). Usó una ley natural para enseñar una ley

espiritual. Como el gran Maestro que es, comienza con lo conocido

para enseñar lo desconocido, para que podamos aprender verdad

espiritual. Dado que habitualmente observamos y estamos

Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo

26

familiarizados con las leyes naturales, Jesús acostumbra usar

ilustraciones tomadas de la naturaleza. Por ejemplo: “Considerad

los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan” (Mateo

6:28), y, después, piense cómo están creciendo espiritualmente.

Esto es lo que hace aquí. Si un grano de trigo no se entierra,

no se planta, sigue siendo una semilla. Siempre será una semilla.

Pero, cuando es enterrada, produce muchas semillas. Él aplica este

principio primero a sí mismo y a su muerte en la cruz. Dice que Él

es el grano de trigo, y debe ser crucificado, debe ser enterrado y

debe resucitar, porque esa es la forma en que el Padre hará que su

vida sea productiva.

Luego aplica el principio a todo el que lo llama Señor y se

considera un discípulo que lo sigue. Concluye esta profunda

enseñanza con la solemne declaración de que, si nos consideramos

discípulos, lo seguiremos y lo serviremos al aplicar este principio a

nuestras vidas.

Esta es la forma en que Él pasa a ilustrar la esencia del

principio que está enseñando: “El que ama su vida, la perderá; y el

que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará”

(25). Esta aplicación ilustrada se registra también en los otros

Evangelios (Lucas 9: 23-25; Mateo 10:39; Marcos 8:35).

Jesús está enseñando algunas realidades espirituales de la

vida. Para entender mejor su ilustración, imaginémonos un reloj de

arena. Hagamos que el vidrio represente nuestro cuerpo y la arena,

la vida de nuestro cuerpo. Usted no puede evitar que pase el tiempo,

como tampoco puede impedir que pase la arena por el reloj. Jesús

nos enseña que no podemos salvar o preservar nuestra vida. Es lo

que quería decir el salmista, cuando escribió: “... no puede

conservar la vida a su propia alma” (Salmos 22:29).

No podemos salvar nuestras vidas, en el sentido de

preservarlas. De hecho, un ser humano que intentara preservar su

vida sería el mayor perdedor de la vida, según Jesús. ¿Se imagina

que alguien diga: “Me voy a encerrar, a sentarme y salvar

(preservar) mi vida”?

Un día, yo iba trotando por una pista de aterrizaje en un

lugar rodeado por una cultura primitiva. La gente salía de la selva

admirada, porque ellos creían que la mejor forma de preservar la

vida era descansar lo más posible. Pensaban: “Cuanto más trabaja

uno y cuanta más energía consume, antes morirá, porque está

gastando su vida al quemar energía”. Por supuesto, nosotros

sabemos que es todo lo contrario. Si uno simplemente se sienta y

descansa todo el tiempo, acortará su vida considerablemente. Si

bien la aplicación de Jesús era más profunda, lo que enseñaba era

cierto en el nivel físico. Uno debe literalmente derramar su vida

mediante el ejercicio para no perderla.

No podemos salvar nuestra vida, pero Jesús sí nos enseña

que hay ciertas cosas que podemos hacer con nuestra vida.

Tenemos algún control sobre “la forma en que pasa la arena por el

reloj”, o cómo usamos nuestra vida. Por ejemplo, podemos dejar

que simplemente corra hasta que no haya más arena. Podemos vivir

Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo

27

setenta años y nunca pensar siquiera en el propósito para el cual

deberíamos usar nuestra vida.

En el Antiguo Testamento leemos: “Porque de cierto

morimos, y somos como aguas derramadas por tierra, que no

pueden volver a recogerse” (2 Samuel 14:14). Si uno ni siquiera

piensa en el propósito de su vida hasta que llega a los ochenta y

cinco años, ha permitido que su agua se derramara. Somos criaturas

que podemos elegir, y esa es una elección que usted puede hacer.

Puede derramar su vida en la tierra como agua que nunca podrá

volver a ser recogida.

También puede cometer el pecado de Esaú y vender su

primogenitura por un plato de lentejas (Génesis 25:29-34). Hay

muchas personas que quieren comprar su vida. Usted puede

venderla al mejor postor, o a quienquiera que pague su sueldo.

Jesús nos advierte que no vendamos nuestra primogenitura: “¿Qué

aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su

alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Marcos

8:36, 37). Una traducción dice “sí mismo” en vez de “alma”: “¿Qué

aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, a costa de sí

mismo? ¿O qué recompensa dará el hombre para recuperar lo que

ha perdido de sí?”. En realidad, hay dos preguntas básicas aquí:

“¿De qué le serviría a un hombre si alguien le diera todos los títulos

de propiedad y todo el dinero del mundo a cambio de que se

entregue a sí mismo?” y “¿Qué cosas dará un hombre a cambio de

sí mismo?”. Estas son preguntas profundas.

El diccionario define al yo como: “La individualidad, la

singularidad de toda persona dada que la hace distinta de todo otro

ser viviente”. En otras palabras, Dios quiere que usted sea alguien,

y Jesús enseña que sería un necio si se le ofreciera todo el mundo a

cambio de su identidad y usted se vendiera por ese precio.

La segunda pregunta es aún más escrutadora. “Qué cosas

dará un hombre a cambio de sí mismo?”. En otras palabras, ¿por

qué cosas se vende un hombre? La respuesta bíblica, para Esaú, fue

“un plato de lentejas”. Él no se valoró, así que se vendió a un precio

bajo. Jesús nos dio un ejemplo cuando fue a la cruz. No solo ofreció

el sacrificio que hace posible la salvación para usted y para mí. Este

es el corazón del evangelio de Jesucristo, el mensaje de las cartas

del Nuevo Testamento y de la teología del Nuevo Testamento. Sin

embargo, además de la salvación, que está basada en la cruz de

Cristo, hay una filosofía de vida que Él nos enseña y ejemplifica al

enfrentar la cruz. Nos mostró las decisiones correctas que debemos

tomar con relación a cómo debe “pasar la arena por el reloj”. Jesús

estaba enseñando que debemos sacrificar nuestra vida cuando nos

dice que una semilla no puede dar fruto hasta que sea sembrada en

la tierra.

En resumen

La clara enseñanza de Jesús es que no podemos salvar

nuestra vida. Podemos derramarla, podemos venderla, podemos

sacrificarla por motivos erróneos, y podemos sacrificarla por

Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo

28

motivos correctos: por Dios y por lo que Dios quiere hacer en

nuestra vida. Esto es lo que ejemplificó Jesús para nosotros cuando

enfrentó la cruz, para lo cual vino al mundo.

Leemos que, cuando llegó su hora más importante, Jesús

estaba turbado. La palabra que se traduce como “turbado” es

interesante. Se la usa en el capítulo 11, cuando Jesús estaba ante la

tumba de Lázaro. Cuando Jesús vio a María y los judíos llorando,

dice que “se estremeció en espíritu y se conmovió” (11:33). En

realidad, quiere decir que sentía una “justa ira”. Allí, ante la tumba

de Lázaro, estaba cara a cara con dos de las peores consecuencias

del pecado: la enfermedad y la muerte. Estaba enojado con el poder

del diablo y del pecado, y tenía su consecuencia mirándolo a la

cara. Ahora, está enojado con todos los poderes del infierno que lo

combaten e intentan evitar que vaya a la cruz.

Los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas nos dicen que el

maligno lo dejó por un tiempo al finalizar su tentación de Jesús

(Mateo 4, Marcos 1, Lucas 4). El maligno siguió tentándolo y

oponiéndosele hasta el mismo momento de la cruz. Jesús se

enfrentó cara a cara con todos los poderes del infierno cuando tomó

la decisión de dejar que su vida cayera a la tierra como una semilla

y muriera, para que pudiera dar fruto. Esta es la descripción más

dramática en los Evangelios de Jesús tomando la decisión de

sacrificarse de acuerdo con la voluntad del Padre, que era la

salvación del mundo.

Dice el texto que su alma estaba turbada y que preguntó en

oración: “¿Y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Mas para esto

he llegado a esta hora. Padre, glorifica tu nombre” (27, 28).

Sus enemigos se burlaban de Él mientras pendía de la cruz:

“A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar; si es el Rey de Israel,

descienda ahora de la cruz, y creeremos en él” (Mateo 27:42). Esa

era una afirmación verdadera, porque uno no puede salvar a otros y

salvarse uno mismo. Uno debe elegir. O elige salvar a otros o elige

salvarse uno. Cuando Jesús eligió salvar a otros, lo hizo de una

forma hermosa. Leemos que hizo esta gran oración: “Padre,

glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: Lo he

glorificado, y lo glorificaré otra vez” (Juan 12:28). ¡Qué hermoso

epitafio para la vida perfecta de Jesucristo!

¿Cuál es el propósito de una vida? El propósito de una vida

es glorificar a Dios. ¿Cómo podemos glorificar a Dios? Cuando

Jesús ha pasado sus últimas horas con sus apóstoles y está a punto

de ser arrestado y llevado a la cruz, hace una oración magnífica

(Juan 17). Resume sus treinta y tres años con estas hermosas

palabras: “Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que

me diste que hiciese” (4). Cuando hizo esta oración, Jesús nos

mostró cómo glorificar a Dios.

Un piadoso autor y pastor estadounidense llamado A. W.

Tozer solía decir que todos deberíamos hacer esta oración: “Padre,

glorifícate y envíame la cuenta –lo que sea, Padre– pero ¡solo

glorifícate!”. Este es el corazón y el espíritu de la oración que hizo

Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo

29

Jesús aquí cuando aceptó la misión de su Padre de morir en la

cruza. La respuesta de su Padre fue: “Lo he glorificado, y lo

glorificaré otra vez”.

Piense en cómo el Padre fue glorificado vez tras vez a través

de la vida perfecta de Jesús. Al enfrentar la cruz, cuando dice:

“Padre, glorifica tu nombre” y recibe esa hermosa respuesta del

cielo, Jesús nos muestra cómo debemos enfrentar las terribles crisis

que llegan a todas nuestras vidas.

Me pregunto si podemos decir sinceramente este tipo de

oración. Estamos demasiado centrados en nosotros mismos. El

egoísmo es la definición y el corazón de lo que la Biblia llama

“pecado”. La Biblia nos enseña que no fuimos creados para estar

centrados en nosotros mismos. Fuimos creados por Dios para estar

centrados en Él. Dios no nos creó para que hagamos nuestra propia

voluntad. Nos creó con la capacidad de elegir entre hacer nuestra

voluntad y la suya. Como Jesús nos mostró con su ejemplo, fuimos

creados para hacer la voluntad de Dios. No debemos glorificarnos a

nosotros mismos, sino que debemos glorificar al Padre haciendo su

voluntad.

Jesús vive todo lo que nos enseña en este pasaje. Nos dice:

“Voy a dejar que mi vida caiga en la tierra como una semilla y

muera, para que pueda dar fruto”. Luego de decir esto de sí mismo,

note que relaciona este principio de una muerte y una resurrección

personal con usted y conmigo al decir: “Quien quiera servirme,

debe seguirme” (12:26, NVI).

Obviamente, quiere decir: “Mis auténticos discípulos

vivirán según el espíritu de lo que yo hago y enseño aquí, si

realmente me siguen”. La esencia de la promesa que hizo a quienes

entienden y aplican esta enseñanza era: “Si ustedes entienden esta

verdad de perder sus vidas para encontrarlas, mi Padre los honrará”.

Cuando yo era pequeño, recuerdo haberle preguntado a mi

devota madre, que tenía once hijos: “Si tuvieras que hacerlo todo de

nuevo, ¿tendrías tantos hijos?”. Recuerdo su respuesta: “Sí, lo haría.

Pero antes de asumir ese compromiso decidiría que no tendría una

vida propia”.

Hay millones de personas en la cultura estadounidense de

hoy que responderían al compromiso de mi madre diciendo:

“¡Olvídalo! Uno tiene derecho a una vida propia”. Una expresión

popular en Estados Unidos hoy es: “¡Consíguete una vida!”. La

filosofía humanista y secular dice: “Tú eres el centro absoluto de tu

universo personal. El único absoluto de tu vida es lo que tú quieres,

y lo que debes hacer para obtener lo que quieres”. Esto es lo

contrario de lo que Jesús enseñó en palabras y con su ejemplo. Él

enseñó: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida

por sus amigos” (Juan 15:13).

En el capítulo 11, luego de orar antes de resucitar a Lázaro,

dice que su oración no era porque el Padre necesitara oírla, sino por

el bien de los que la habían oído. Jesús ahora responde a la voz que

la gente creyó había sido un trueno o un ángel hablándole: “No ha

venido esta voz por causa mía, sino por causa de vosotros” (30). En

Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo

30

estas dos oportunidades, nos dice que Él y su Padre tenían una

comunión perfecta. Como estaba unido a su Padre en todo

momento, conocía los pensamientos del Padre, y el Padre conocía

los suyos.

Después de decir que la voz no fue para por causa de Él,

Jesús da una gran enseñanza sobre el juicio: “Ahora es el juicio de

este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera”

(31). Está dirigiéndose a un choque de frente con todos los poderes

del infierno y con el maligno.

Como he notado, la tentación de Jesús comenzó al principio

de su ministerio, y continuó a lo largo de los tres años de su

ministerio público. La victoria final sobre el maligno está

ocurriendo ahora, al enfrentar la cruz. “Y yo, si fuere levantado de

la tierra, a todos atraeré a mí mismo. Y decía esto dando a entender

de qué muerte iba a morir” (32, 33).

En el tercer capítulo de este Evangelio, Juan nos dice cómo

Jesús recordó a Nicodemo cuando Moisés indicó que debían

colocar una serpiente de bronce sobre un poste en el centro del

campamento de los hijos de Israel. Cuando los que habían sido

mordidos por una serpiente miraban a esa serpiente de bronce, eran

sanados. Jesús relaciona ese milagro con su muerte en la cruz, y

habla de ambos milagros como ser “levantado”. Pero aquí agrega

una hermosa promesa: “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos

atraeré a mí mismo”. Ya hace dos mil años que está levantado, y

millones de personas lo han mirado para recibir la salvación.

Los líderes religiosos respondieron: “Nosotros hemos oído

de la ley, que el Cristo permanece para siempre. ¿Cómo, pues, dices

tú que es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado? ¿Quién

es este Hijo del Hombre?” (34).

“Hijo del Hombre” es una expresión de la Biblia que a veces

significa simplemente “hombre”. Pero cuando Jesús se refiere a sí

mismo como el Hijo del Hombre, la expresión tiene un significado

mayor. Así como nosotros somos los hijos de Dios, y Él fue el

unigénito Hijo de Dios, Él dice ser el Hijo del Hombre.

Ellos no creían en un Mesías que moriría. Esperaban que el

Mesías fuera a conquistar y reinar para siempre. Si hubieran

conocido mejor las Escrituras del Antiguo Testamento, hubieran

creído y esperado a un Mesías que sería el Cordero de Dios y el

cumplimiento de todos los sacrificios animales que se ofrecieron en

el tabernáculo del desierto y en el templo de Salomón (Éxodo 12:3;

Isaías 53:7; Juan 1:29).

Finalmente, Jesús responde su pregunta diciendo: “Aún por

un poco está la luz entre vosotros; andad entre tanto que tenéis luz,

para que no os sorprendan las tinieblas; porque el que anda en

tinieblas, no sabe a dónde va” (35). Aquí tenemos una buena

definición de la fe. Lo que uno hace con lo que sabe es siempre una

forma básica y bíblica de ver su fe. Jesús enseñó, básicamente: “Si

no hay luz, no hay pecado” (Juan 9:41; 15:22). Una definición

básica del pecado, por lo tanto, es el rechazo de la luz. Pablo enseña

que si vivimos de acuerdo con la luz que tenemos, Dios nos dará

Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo

31

más luz (Filipenses 3:16). Otra respuesta básica a nuestra pregunta

de qué es la fe sería que la fe siempre anda a la luz de lo que Dios

revela.

Temor del hombre o temor de Dios

Hay otra respuesta a Jesús registrada aquí que demuestra

qué es y qué no es la fe. Leemos que las personas creían pero

valoraban la aprobación de los fariseos más que la aprobación de

Dios. Valoraban la aprobación de los hombres más que la

aprobación de Dios (12:42, 43; 5:44).

Leemos: “Jesús clamó y dijo: El que cree en mí, no cree en

mí, sino en el que me envió; y el que me ve, ve al que me envió.

Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí

no permanezca en tinieblas” (12:44-46).

El apóstol Juan nos dijo antes que Jesús exclamaba cuando

predicaba. En el capítulo 7 leemos que, cuando invitó a los

sedientos a acudir a Él, Jesús gritó tan vigorosamente que los

soldados enviados a arrestarlo no pudieron hacerlo. Volvieron

diciendo: “¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!”

(46).

Jesús tiene que haber sido el conversador perfecto. Era un

maestro del diálogo con sus apóstoles, y en entornos como el

contexto en que enseñó el sermón del Monte y sus discursos del

monte de los Olivos y del Aposento Alto. Era también un maestro

para el diálogo hostil. ¡Pero Jesús era también un poderoso

predicador! Por eso dice Juan que Jesús “clamó” cuando predicó;

no solo hablaba para que todos lo pudieran escuchar, sino también

con gran autoridad.

Como nos dijo Jesús en el capítulo 10, Él y el Padre eran

absolutamente uno (10:30). En el discurso del Aposento Alto, que

consideraremos pronto, dice en el diálogo que comparte con los

apóstoles en ese entorno íntimo: “El que me ha visto a mí, ha visto

al Padre” (14:9). ¡Qué palabras asombrosas! Dice lo mismo en este

pasaje: “El hombre que cree en mí ... cuando me mira, ve al que me

envió”.

Luego agrega estas palabras: “Yo, la luz, he venido al

mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en

tinieblas” (46). Luego nos dice acerca de una dimensión de juicio

en la que probablemente no pensemos mucho: “Al que oye mis

palabras, y no las guarda, yo no le juzgo; porque no he venido a

juzgar al mundo, sino a salvar al mundo” (47). ¿Recuerda esa

verdad que se enseñó en el capítulo 3? Él no fue enviado al mundo

para condenar al mundo, sino para salvarlo (3:17).

Aquí nos dice: “El que me rechaza, y no recibe mis

palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le

juzgará en el día postrero. Porque yo no he hablado por mi propia

cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he

de decir, y de lo que he de hablar. Y sé que su mandamiento es vida

eterna. Así pues, lo que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha

dicho” (48-50).

Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo

32

Según el capítulo 7, Jesús hizo esta gran afirmación de que

su enseñanza era la enseñanza de Dios. En este pasaje, aplica esa

afirmación dogmática cuando dice que, dado que su enseñanza y su

prédica es la Palabra de Dios, esa Palabra lo juzgará a usted y me

juzgará a mí, porque es la Palabra de Dios. La aplicación básica de

la enseñanza de Jesús es la siguiente: “Si ustedes rechazan o no

aplican su Palabra, en el juicio no será necesario que el Padre y yo

los juzguemos. La palabra que han oído será su juez”.

Como noté, encontramos este tema recurrente en la

enseñanza de Jesús: qué hacemos con lo que sabemos. Como dijo

Él en el capítulo 9 y repite en el capítulo 15: “Si no hay luz, no hay

pecado” (9:41; 15:22). Pero la luz que hemos rechazado o ignorado

nos juzgará. “Yo no vine a condenarlos, pero no hay forma en que

yo pueda venir y hablar las palabras del Padre sin que ustedes se

condenen a sí mismos al rechazar o ignorar las palabras del Padre”.

De hecho, ese es el espíritu de lo que Jesús enseñó sobre cómo lo

que sabemos será nuestro juez.

Bien, ¿quién es Jesús en el capítulo 12 de Juan? Es el que se

sacrifica y ora diciendo, básicamente: “Glorifícate, Padre, y

envíame la cuenta”. Cuando lo hace, el Padre contesta: “Lo he

hecho, y lo haré nuevamente”. Jesús es quien dice las palabras de

Dios el Padre de la forma que Él le dice que las diga.

¿Y qué es la fe? La fe es darnos cuenta de que creemos

porque el Espíritu Santo nos ha dado ojos que ven, oídos que oyen

y un corazón que entiende. La fe es valorar la aprobación de Dios

más que la aprobación de los hombres. La fe es vivir y caminar de

acuerdo con la luz que hemos recibido de Dios.

¿Y qué es la vida? La vida es lo que resulta cuando nuestra

vida es como una semilla que cae en la tierra y muere, para que dé

fruto. La vida es ser fructífero. La vida es la semilla de nuestra vida

que produce muchas semillas. La vida es la forma en que Pablo

aplica esta enseñanza. En un versículo que escribe a los gálatas, les

dice tres veces que él vive porque ha sido crucificado con Cristo

(Gálatas 2:20).

Eso es lo que es Jesús, lo que es la fe y lo que es la vida,

según el capítulo 12 del Evangelio de Juan.

Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo

33

Capítulo 6

El nuevo mandamiento

(13:1-38)

Hay más de quinientos mandamientos en la Biblia. Estos

mandamientos están resumidos en los Diez Mandamientos (Éxodo

20:3-17; Deuteronomio 5:7-21). Existe, también, lo que la Biblia

denomina el Gran Mandamiento. Jesús dice que el mayor de todos

los mandamientos es amar a Dios con todo nuestro ser, y resume los

Diez Mandamientos en dos, cuando nos dice que el segundo

mandamiento es amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos

(Mateo 22:35-40). El capítulo que estamos por ver ahora nos

presenta “el Nuevo Mandamiento” de Jesús (13:34, 35).

Al comenzar nuestro estudio del capítulo 13, tenemos que

darnos cuenta de que estamos estudiando la forma en que el apóstol

Juan recordó y registró –bajo la inspiración del Espíritu Santo– el

discurso más largo de Jesús. Este discurso se llama “el discurso del

Aposento Alto”. Jesús dio varios discursos importantes, como el

sermón del Monte (Mateo 5-7), el discurso del monte de los Olivos

(Mateo 24, 25) y este discurso del Aposento Alto (Juan 13-16).

Dado que el capítulo 17 es la oración de Jesús por los apóstoles –los

únicos que oyeron ese discurso en el Aposento Alto– esa oración

también puede incluirse en este discurso.

Cuando estudiamos los principales discursos de Jesús,

descubrimos que no eran solo disertaciones o sermones. Uno de

ellos se inició por un diálogo (Mateo 24, 25). Cuando Jesús dio

estos discursos, a propósito hizo o sugirió preguntas que

obviamente estaban ideadas para estimular el diálogo de los que lo

oían. Por ejemplo, cuando analizamos este discurso –el más largo

de Jesús–, y llegamos al final del capítulo 13 y principio del

capítulo 14, vemos que los apóstoles hicieron varias preguntas a

Jesús. Su respuesta a sus preguntas es el corazón de lo que

llamamos un discurso.

Al comenzar el capítulo 13, aparece otra importante división

de nuestro estudio del Evangelio de Juan, porque Jesús ahora ha

terminado tres años de predicar, sanar, enseñar y entrenar a sus

discípulos.

Él comenzó su ministerio público con lo que yo denomino

un retiro. Si han escuchado mis programas o han leído mis

fascículos, al hablar del sermón del Monte, sabrán que yo creo que

ese discurso fue dado en el contexto de un retiro. El propósito de

ese retiro fue reclutar discípulos y a los que nombró como

apóstoles, sus enviados. Marcos describe el contexto de ese

discurso cuando dice que Jesús escogió a doce hombres, los designó

para que estuvieran con Él y luego los envió (Marcos 3:13-15). Yo

llamo a este discurso “el primer retiro cristiano”.

Jesús ha entrenado ahora a estos apóstoles durante tres años,

y ha finalizado la “educación en el seminario”. Antes de ir a la cruz,

Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo

34

lo último que hace es tener otro retiro con estos doce hombres. Por

lo tanto, yo llamo a este discurso “el último retiro cristiano”. Estos

capítulos son profundos, porque registran la última voluntad y el

testamento de Jesús al encomendar a estos hombres, que ha

capacitado durante tres años, la misión y el ministerio que el Padre

le había encargado a Él.

“La Orden de la Toalla” (13:1-17; 34, 35)

Esta es la forma en que Juan comienza a registrar el más

largo discurso de Jesús: “Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo

Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al

Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los

amó hasta el fin.

“Y cuando cenaban, como el diablo ya había puesto en el

corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, que le entregase,

sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las

manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba, se levantó de la

cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego

puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los

discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido” (1-5).

¡Qué forma hermosa de comenzar un retiro! Los otros

Evangelios nos dicen que los apóstoles acostumbraban discutir

acerca de quiénes de entre ellos serían los más importantes en el

reino que Jesús iba a establecer. Aun cuando estaban en camino al

aposento alto, discutían sobre quién sería el mayor en ese reino

(Mateo 20:20-28; Lucas 9:46-48; 22:24-27). Algunos de ellos

creían que el Mesías derrocaría a Roma y establecería un reino en la

tierra (Hechos 1:6).

El pasaje que cité arriba es el hermoso relato de Juan de

cómo respondió Jesús a su discusión sobre quién sería el más

importante. Comenzó su último retiro con ellos haciendo algo que

tiene que haber sacudido a estos doce hombres. Dejó a un costado

su ropa y asumió el papel de un siervo. En esa cultura, le

correspondía a un esclavo lavar los pies de los huéspedes. Jesús

asumió el rol de esclavo cuando tomó ese lebrillo (palangana,

DHH) y comenzó a lavar los pies de sus discípulos.

Cuando leemos que comenzó a lavar sus pies, esto parece

prepararnos para el hecho de que algo ocurrirá cuando lave los pies

de Pedro. Leemos: “Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo:

Señor, ¿tú me lavas los pies? Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo

hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después. Pedro

le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no te

lavare, no tendrás parte conmigo. Le dijo Simón Pedro: Señor, no

sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza. Jesús le dijo: El

que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo

limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos. Porque sabía

quién le iba a entregar; por eso dijo: No estáis limpios todos” (6-

11).

En nuestro estudio del capítulo anterior de este Evangelio,

cuando María lava los pies de Jesús, vimos que la gente de esa

Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo

35

cultura se reclinaba sobre un sillón cuando comía. Imagine a los

apóstoles reclinados alrededor de una mesa con Jesús. Imagine que

Pedro es el quinto o sexto apóstol al que Jesús se acerca con su

palangana y su toalla. A esta altura, Pedro está conmocionado,

porque el Señor les está lavando los pies. Así que le dice: “Señor,

¿tú me lavas los pies? (“¿Y tú, Señor, me vas a lavar los pies a

mí?”, NVI). El Señor contesta a Pedro de una forma hermosa: “Lo

que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás

después”.

¿Alguna vez otro creyente le lavó los pies a usted? Nunca

olvidaré la noche en que mis pies fueron lavados por el jefe de un

pueblo primitivo que se había convertido. Cuando me lavó los pies,

inesperadamente, me sentí exactamente como Pedro. ¡Estaba

horrorizado! Me encontré diciendo exactamente las mismas

palabras: “¿Tú me lavarás los pies?”. Se sonrió, y sabía suficiente

inglés como para decirme: “¡Igual que Pedro!”.

Pedro es muy sincero aquí cuando expresa sus sentimientos.

Le pregunté a usted si alguna vez otro creyente le ha lavado los

pies. Tal vez una mejor pregunta sea: “¿Cómo se sentiría si sus pies

fueran lavados inesperadamente por Jesucristo, el Señor de señores,

el Creador del universo, y aun de los pies de usted?”. ¿Puede

ponerse en el lugar de Pedro e imaginar cómo tiene que haberse

sentido él cuando Jesús le lavó los pies?

El versículo que expresa la respuesta de Jesús a Pedro es

sumamente hermoso: “Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora;

mas lo entenderás después” (7). He encontrado que estas palabras

son las adecuadas cuando estoy junto a una tumba con un creyente

que ha perdido a un ser querido trágicamente. Hubo veces en que

estas fueron las únicas palabras que parecían las adecuadas para

creyentes que han experimentado una de esas tragedias que

simplemente no podemos entender.

Debo compartir con usted al menos un ejemplo que estas

muchas tragedias. Hace muchos años, conocí a una pareja que

pensaba asistir a un seminario teológico. Mientras esperaba que él

regresara de su último viaje con la Marina, ella, junto con otra

amiga, cuyo esposo hacía ese mismo viaje, tuvieron un terrible

accidente automovilístico. Ambas mujeres fueron cremadas cuando

su auto explotó en llamas.

Las familias, que vivían en otro estado, no solo me pidieron

que llevara a cabo el funeral, sino que pasara un día más con ellos

para explicarles por qué Dios permitió que ocurriera esto. Como

ocurre siempre, el momento de verdad es junto a la tumba. Mientras

pedía a Dios que me diera una palabra para estas familias

acongojadas, la única palabra que parecía adecuada era la que Jesús

dijo a Pedro: “Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo

entenderás después”.

En esta vida, frecuentemente no tenemos la menor idea de lo

que hace Dios. Con todo mi corazón, creo que un día, cuando

conozcamos “tal y como somos conocidos” (1 Corintios 13:12),

Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo

36

recibiremos la respuesta a nuestros “por qué”. Hasta tanto, estas

palabras de Jesús deberían ser de mucha consolación para nosotros.

En un sentido, Jesús no tenía interrupciones, sino solo

oportunidades, porque siempre transformaba las interrupciones en

oportunidades. Si bien parece como si Pedro estuviera

interrumpiéndolo, simplemente vemos a Jesús con una oportunidad

para enseñar algo. Cuando Jesús responde a Pedro, además de

decirle que espere hasta que finalice, le da otra gran enseñanza. Al

pedirle Pedro un baño completo, le dice que no lo necesita.

Simplemente necesita lavarse los pies.

En ese tiempo, la gente a veces se bañaba en baños públicos.

Cuando volvían caminando a su casa luego del baño, el polvo se

adhería a sus pies, porque estaban húmedos. Cuando llegaban a su

casa, o a la casa de un amigo que los había invitado a comer, no

necesitaban otro baño. Simplemente necesitaban lavarse los pies.

El “baño” de esta metáfora representa la regeneración, nacer

de nuevo. Cuando confiamos en Cristo para la salvación y nacemos

de nuevo, nuestros pecados son lavados y nosotros somos

purificados. En otras palabras, pasamos por un baño. Pero, al

caminar por el mundo, nuestros pies se ensucian. Cuando pasa esto,

no necesitamos volver a nacer de nuevo, u otro baño de

regeneración, sino que necesitamos una limpieza constante, es

decir, que nuestros pies sean lavados.

Por esta razón el Señor instituyó su mesa, la Eucaristía, la

Cena del Señor, o la Comunión, como la llaman algunos. Él sabía

que necesitamos que se nos recuerde periódicamente que debemos

“lavarnos los pies”. Cuando pecamos, necesitamos confesar

continuamente nuestros pecados, confiando en que Él nos

perdonará y nos limpiará de toda maldad, y que seguirá

limpiándonos (1 Juan 1:7-9). Simplemente estamos lavando

nuestros pies; nuestro cuerpo ya está limpio.

Luego leemos: “Porque sabía quién le iba a entregar; por

eso dijo: No estáis limpios todos” (11). Más adelante dirá más

acerca del que lo va a entregar. Pero, ¡cómo tienen que haberse

regocijado Pedro y los otros apóstoles cuando escucharon sus

próximas palabras: “Ustedes están limpios. Han recibido el baño.

Simplemente necesitan lavarse los pies de tanto en tanto”!

La historia luego continúa: “Así que, después que les hubo

lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis

lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís

bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado

vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a

los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he

hecho, vosotros también hagáis. De cierto, de cierto os digo: El

siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que

le envió. Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las

hiciereis” (12-17).

Cuando Jesús finaliza su inspirada respuesta a esta

interrupción –la maravillosa enseñanza que comparte con Pedro–,

pregunta: “¿Entienden lo que hecho por ustedes?”. ¡Qué pregunta!

Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo

37

Pero, ¿qué había hecho por ellos? Obviamente, les había lavado los

pies y les había dado un ejemplo de humildad y de servirse unos a

los otros que nunca olvidarían. Entonces les explica: “Ejemplo os

he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis”

(15).

El apóstol Pablo nos mostró cómo aplicar esta enseñanza,

cuando exhortó a la iglesia de Filipos a tener la mente de Cristo y

servirse con amor unos a otros (Filipenses 2:1-5). La aplicación

personal y devocional de la forma en que comenzó Jesús este retiro

es preguntar al Señor, cada día: “¿Cómo puedo servirte?”. Una

buena forma de aplicar este acto simbólico con el cual Jesús

comenzó su discurso sería preguntar a todos aquellos con quienes

usted se relaciona: “¿Cómo puedo servirte?”.

Tal vez una forma aún mejor de hacer estas dos preguntas

sería preguntar a su Señor y a quienes tienen relación con usted:

“¿Cómo puedo amarte?”. Si bien no es tan obvio, Jesús había hecho

algo más por los apóstoles cuando les lavó los pies. ¿Qué había

hecho, en realidad, por ellos? Su pregunta se contesta realmente en

el primer versículo de este capítulo. Mi traducción favorita dice así:

“Habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, Él ahora

les mostró todo el alcance de su amor”.

Cuando les lavó los pies, ¡los estaba amando! Desde el

momento en que se encontró con estos hombres, los amó. Los amó

de una forma que nadie los había amado antes. Juan se refiere a sí

mismo varias veces en este Evangelio como “el discípulo al cual

Jesús amaba” (13:23; 19:26; 21:20, 24). Juan nunca se sobrepuso a

la experiencia de ser amado de la forma en que lo amó Jesús.

Sesenta años después, cuando dedica su libro de Apocalipsis a

Jesús, lo recuerda como “el testigo fiel ... que nos amó, y nos lavó

de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes”

(1:5, 6).

Al dedicar el último libro de la Biblia a Jesús, ¿qué es lo

primero que recuerda el apóstol Juan de Jesús? “¡Nos amó!”. Jesús

había demostrado su amor para con los apóstoles en pequeñas cosas

durante tres años. Cuando les lavó los pies, simplemente estaba

expresando su amor por ellos de una forma más. Mostró a estos

hombres toda la medida de su amor al lavarles los pies. Note que

los amó de una forma en que ellos mismos no estaban dispuestos a

amarse entre sí. Ese era el corazón de este ejemplo de su amor por

ellos.

Jesús confirma la relación entre su amor por ellos y el

lavado de sus pies más adelante, cuando da lo que llama “un nuevo

mandamiento”. Claramente, enseñó que debían seguir su ejemplo

de lavarse los pies unos a otros. El nuevo mandamiento

simplemente les mostrará cómo aplicar lo que quería decirles

cuando les dijo que debían seguir su ejemplo de lavarse los pies

unos a otros.

El nuevo mandamiento de Jesús era: “Que os améis unos a

otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En

esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los

Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo

38

unos con los otros” (34, 35). Cuando les lavó los pies, los amó.

Cuando les dijo que siguieran su ejemplo y se lavaran los pies unos

a otros, les estaba indicando que debían amarse los unos a los otros

como Él los había amado durante tres años, y como los amó cuando

les lavó los pies.

Cuando estos hombres se unieron a Jesús en su último

retiro, todos tenían una cosa en común. Amaban a Jesús, porque Él

los había amado a ellos. Más adelante, Juan escribe: “Nosotros le

amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19). Jesús había

amado a estos hombres y ellos, de acuerdo con sus posibilidades,

estaban respondiendo a ese amor. Sin embargo, cuando Jesús se

reunió con ellos en ese aposento alto, todo lo que podemos decir es

que Jesús los amó y que ellos amaban a Jesús.

Básicamente, cuando Jesús les dio un nuevo mandamiento,

estaba diciendo a estos apóstoles: “¿Ves a ese hombre que está al

otro lado de la mesa? Te ordeno que lo ames. Así como yo te estoy

amando a ti, ¡ahora te ordeno que lo ames a él!”. Prometió dos

resultados cuando fuera cumplido este mandamiento: el mundo

sabría que ellos eran sus discípulos y serían grandemente

bendecidos.

Si usted analiza a estos apóstoles, verá que varios de ellos

eran zelotes, o sea que pensaban en seguir la resistencia contra

Roma, aun cuando hubieran sido conquistados por Roma. Uno de

ellos era llamado Simón, el zelote. Pero uno de ellos era un

publicano, es decir que no luchaba en contra de los romanos, sino

que trabajaba para ellos. Recaudaba impuestos romanos de sus

compatriotas judíos. ¿Qué tenían en común un zelote y un

publicano?

Me gusta imaginarme a Simón, el Zelote, mirando al otro

lado de la mesa, donde estaba Mateo. La mirada de Mateo se cruza

con la de Simón. Ambos miran rápidamente hacia el piso y luego de

vuelta a Jesús. Las miradas de ambos parecen preguntar: “¿Te

refieres a él? ¿Que yo lo ame? ¿Que un zelote lave los pies de un

publicano, y que un publicano lave los pies de un zelote?”.

Jesús contesta, con sus ojos: “Precisamente. Cuando el

mundo se entere de que un zelote lavó los pies de un publicano y

que un publicano lavó los pies de un zelote –que un zelote ama a un

publicano y un publicano ama a un zelote–, sabrán que ustedes son

mis discípulos”.

Luego de comenzar el retiro con el acto profundamente

simbólico de lavar sus pies, Jesús sacudió a estos hombres con la

triste noticia de que los dejaría. Aparentemente, entendieron que

hablaba de su muerte, aunque esto no es absolutamente seguro.

Entendieron que les decía: “Yo me voy, y ustedes no pueden venir

conmigo” (36).

Además, es claro que les ha dicho: “A la luz del hecho de

que los estoy dejando, les doy un nuevo mandamiento”. Dado que

era su estilo dar la ilustración antes de la enseñanza o el sermón, Él

ya había demostrado este nuevo mandamiento cuando les lavó los

pies y les preguntó: “¿Entendieron lo que hice por ustedes?”.

Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo

39

Cuando les lavó los pies, les demostró el pleno alcance de su amor,

y cuando les dijo: “Si yo les he lavado los pies, ustedes deberían

lavarse los pies los unos a los otros”, en realidad les estaba

diciendo: “Si yo los he amado, ustedes deberían amarse los unos a

los otros”.

Mi esposa y yo hemos cuidado y alimentado a cinco

maravillosos hijos. Se nos dijo que una forma de presentar ante los

hijos lo que es una relación correcta entre un esposo y una esposa

era ser mutuamente afectuosos en presencia de nuestros hijos. Una

mañana habíamos sido especialmente afectuosos en el desayuno y,

antes que los niños fueran a la escuela, una de nuestras hijas

preguntó: “¿Es eso lo que hacen todo el día cuando nos vamos a la

escuela?”.

Por lo que nos han dicho, cuando esa hija se casara tendría

una buena actitud hacia la expresión gozosa del amor sexual en su

matrimonio porque había observado una relación física amorosa

que sus padres le mostraron que era buena y adecuada para

creyentes felizmente casados.

Jesús estaba diciendo a sus apóstoles, que había entrenado

durante tres años, que ahora los estaba comisionando para

comunicar un mensaje de amor a un mundo lleno de violencia y

crueldad. Les estaba diciendo, simplemente, ahora, que la mejor

forma de comunicar ese mensaje de amor era amarse los unos a los

otros.

Antes que hubieran pasado muchos años, los crueles

paganos vieron cómo los seguidores de Cristo eran muertos de

formas indecibles en el Coliseo, en Roma. Mientras veían cómo

esos seguidores de Cristo morían juntos, los espectadores solían

exclamar: “¡Miren como se aman!”. ¡La historia nos cuenta que

hubo momentos en que los que observaban cómo morían los

cristianos en el Coliseo llegaban a morir con ellos, porque estaban

impresionados por la forma en que se amaban y morían juntos!

Cuando escribe su breve carta, que se encuentra cerca del

final del Nuevo Testamento, el apóstol Juan nos da diez buenas

razones por las que debemos amarnos los unos a los otros (1 Juan

4:7-21). La tradición dice que, cuando Juan era muy viejo, estaba

tan débil que tenía que ser llevado a las reuniones de la iglesia. En

una voz tenue y lánguida bendecía a la congregación con estas

palabras: “Hijitos, ¡ámense unos a otros!”. El apóstol de amor

realmente entendía el nuevo mandamiento de Jesús.

Un nuevo pacto y una nueva comunidad

Cuando da su nuevo mandamiento en el aposento alto, Jesús

está diciendo a sus discípulos, básicamente: “Ustedes han asumido

un compromiso conmigo y yo he hecho un compromiso con

ustedes. Ustedes están en un pacto conmigo y yo estoy en un pacto

con ustedes. Les ofrecí ese pacto cuando les di este desafío: ‘Venid

en pos de mí, y os haré ...’ (Mateo 4:19). Ustedes asumieron el

compromiso de seguirme, y durante tres años los he convertido en

Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo

40

una de mis soluciones y mis respuestas. Pero ahora les ordeno que

establezcan un pacto y asuman un compromiso mutuo. ¡Ámense

entre ustedes de la misma forma en que yo los he estado amando

durante tres años!”.

Este es el espíritu y la esencia de la forma en que Jesús

comenzó el discurso del Aposento Alto y el nuevo mandamiento,

que decía a los apóstoles que debían aplicar la verdad que les

enseñó a través de gesto dramático con el cual comenzó este último

retiro cristiano. El nuevo mandamiento presentó a los apóstoles la

idea de un nuevo pacto, y ese nuevo pacto creó una nueva

comunidad. Esa nueva comunidad es lo que hoy llamamos la

iglesia. Todos debemos orar pidiendo que la iglesia a la que

pertenecemos sea la comunidad de amor que Jesús ideó cuando dio

su nuevo mandamiento a los apóstoles en el aposento alto.

Jesús entonces finaliza su introducción a este último retiro

cristiano con una hermosa descripción de la fe: “Si sabéis estas

cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis” (17). Muchas culturas

hoy creen que el conocimiento es una virtud: cuanto más sabe uno,

más mérito tiene. Esta forma de pensar no tiene cabida en la iglesia,

porque choca contra los valores y la verdad que ejemplificó y

enseñó nuestro Señor en el aposento alto. Jesús enseñó que lo que

hacemos con lo que sabemos es lo que tiene mérito.

A lo largo de los cuatro Evangelios leemos que Jesús

valoraba la práctica más que la proclamación (Mateo 21:28-31).

Enseñó que demostramos que su enseñanza es la enseñanza de Dios

cuando la encaramos con un deseo de hacer, más que un deseo de

saber. En otras palabras, Él enseñó que el hacer lleva al saber, en

tanto que la mayor parte del mundo cree que el saber lleva al hacer

(Juan 7:17).

Según Jesús, el hecho de saber lo que Él enseñó cuando lavó

los pies no bendecirá las vidas y las relaciones de los apóstoles.

Ellos serán bendecidos cuando hagan lo que enseñó a través del

ejemplo que dio en su último retiro cristiano. Jesús concluyó su

primer retiro cristiano con una profunda ilustración sobre la

diferencia entre esos discípulos suyos que escuchan su palabra y

aplican lo que han oído y los que simplemente la escuchan y nunca

aplican lo que escuchan (Mateo 7:24-27).

El profundo acto simbólico con el cual Jesús comienza este

discurso y el nuevo mandamiento que interpreta y aplica su amor

por los apóstoles son el fundamento sobre el cual su iglesia debe ser

edificada. Toda iglesia que no esté fundada sobre el amor de Cristo

y de unos por otros caerá cuando las tormentas internas y externas

se abatan sobre ella. La iglesia que esté edificada sobre el nuevo

mandamiento y la forma en que Jesús comenzó su discurso más

largo se mantendrá, porque está fundada sobre la Roca del Cristo

resucitado y vivo.

"¿Soy yo, Señor?" (18-38)

Entre el acto simbólico de lavar los pies y el nuevo

mandamiento, Jesús amplía la declaración que ya había realizado,

Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo

41

en el sentido de que no todos los apóstoles estaban limpios y que

sabía cuál de ellos lo entregaría.

En el versículo 18, Jesús dice: “No hablo de todos vosotros;

yo sé a quienes he elegido; mas para que se cumpla la Escritura: El

que come pan conmigo, levantó contra mí su calcañar” (Salmos

41:9). Luego continúa: “Desde ahora os lo digo antes que suceda,

para que cuando suceda, creáis que yo soy. De cierto, de cierto os

digo: El que recibe al que yo enviare, me recibe a mí; y el que me

recibe a mí, recibe al que me envió” (18-20).

Luego de decir esto, Jesús se conmueve en espíritu y

testifica: “De cierto, de cierto os digo, que uno de vosotros me va a

entregar. Entonces los discípulos se miraban unos a otros, dudando

de quién hablaba. Y uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba,

estaba recostado al lado de Jesús. A éste, pues, hizo señas Simón

Pedro, para que preguntase quién era aquel de quien hablaba. El

entonces, recostado cerca del pecho de Jesús, le dijo: Señor, ¿quién

es? Respondió Jesús: A quien yo diere el pan mojado, aquél es”

(21-26).

“Y mojando el pan, lo dio a Judas Iscariote hijo de Simón.

Y después del bocado, Satanás entró en él. Entonces Jesús le dijo:

Lo que vas a hacer, hazlo más pronto. Pero ninguno de los que

estaban a la mesa entendió por qué le dijo esto. Porque algunos

pensaban, puesto que Judas tenía la bolsa, que Jesús le decía:

Compra lo que necesitamos para la fiesta; o que diese algo a los

pobres. Cuando él, pues, hubo tomado el bocado, luego salió; y era

ya de noche" (26-30).

Esta es la historia asombrosa de cómo fue entregado Jesús.

Note que Juan inserta repetidamente en su relato el hecho de que lo

que nos está diciendo era un cumplimiento de las Escrituras.

Además de hacer esta observación repetidamente, hay un énfasis en

que ciertos sucesos estaban controlados por la providencia del Dios

soberano. Encontramos este tipo de comentarios a lo largo de todo

el Evangelio de Juan.

Escuchamos estas dos verdades de labios de Jesús en este

pasaje, cuando menciona lo que dijo: “Y vosotros limpios estáis,

aunque no todos. Porque sabía quién le iba a entregar; por eso dijo:

No estáis limpios todos. No hablo de todos vosotros; yo sé a

quienes he elegido; mas para que se cumpla la Escritura: El que

come pan conmigo, levantó contra mí su calcañar (10, 11, 18).

En esos días, la expresión más íntima de amistad era

reclinarse alrededor de una mesa y remojar el pan en un plato

común. Estar a la mesa de alguien y partir el pan con esa persona, y

luego no ser un verdadero amigo era considerado la esencia misma

de la traición.

Según los otros Evangelios, cuando Jesús les dijo que uno

de ellos lo traicionaría, cada uno de los discípulos preguntó: “¿Soy

yo, Señor?” (Mateo 26:22; Marcos 14:19). Me ha intrigado cómo

respondió cada uno de ellos a esta noticia de que uno de ellos

traicionaría a su Señor. Piense en cómo revelaba la inseguridad de

Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo

42

estos apóstoles. ¡Cuán frágiles tienen que haber sido su fe y su

compromiso para con Jesús en esas últimas horas con Él antes que

fuera a la cruz a morir por la salvación de ellos!

Esto era especialmente cierto en el caso del apóstol Pedro.

Este capítulo finaliza con la predicción del Señor de la triple

negación de Pedro. Trate de imaginar la confusión en el corazón del

Pedro cuando escucha que Jesús le dice que, antes que cante el

gallo, él va a negar a su Señor tres veces. Pedro, ahora, se convierte

en la chispa que convierte este discurso en un diálogo entre Jesús y

esos once hombres.

La predicción de su negación fue en respuesta a dos

preguntas que Pedro hizo a Jesús. En su capacitación de estos

apóstoles, era obviamente el estilo de enseñanza de Jesús alentar y a

veces estimular deliberadamente preguntas de ellos. Por ejemplo,

fue la declaración de Jesús de que iba a ir a un lugar donde ellos no

podrían ir que provocó dos preguntas de Pedro: “¿A dónde vas?” y

“¿Por qué no te puedo seguir ahora?” (13:36, 37).

La forma en que concluye este capítulo 13 nos da otro

ejemplo del principio de estudio bíblico que compartí en el

fascículo 25: que nunca debemos dejar que las divisiones de los

capítulos interrumpan el hilo de nuestro pensamiento al leer la

Biblia. Estas dos preguntas de Pedro estimulan preguntas de

Tomás, Felipe y el apóstol Judas, que son formuladas y contestadas

por Jesús para ellos y para nosotros en el próximo capítulo.

Jesús contesta las preguntas de Pedro al final de este

capítulo, pero responde las preguntas de Pedro y los demás

apóstoles en el capítulo 14. Las preguntas de estos cuatro apóstoles,

y especialmente las respuestas de Jesús a sus preguntas, son la llave

que abre el capítulo 14 de este Evangelio para nosotros. El contexto

del capítulo 14 se encuentra, en realidad, al final del capítulo 13.

Al leer este próximo capítulo de este profundo Evangelio,

busque las respuestas de las preguntas que hace Pedro al final de

este capítulo y busque las preguntas de los otros apóstoles.

Asegúrese de concentrar su estudio en las respuestas de Jesús a sus

preguntas. Sus respuestas están en el corazón del más largo de sus

discursos registrados.

Al finalizar mi comentario sobre otro magnífico capítulo de

este glorioso Evangelio y para resumir el primero de los cuatro

capítulos que registran el discurso del Aposento Alto de Jesús, debo

volver a las preguntas que he hecho a lo largo de este estudio.

¿Quién es Jesús? En este capítulo, Jesús es el humilde Señor

y Amo, que asume el papel de siervo y sirve a sus discípulos

lavando sus pies, mostrándoles el pleno alcance de su amor. Él es el

amoroso Señor, el que ama a sus apóstoles y luego les ordena que

se amen unos a otros como Él los ha amado a ellos.

¿Qué es la fe? La fe es lo que hacemos con lo que sabemos.

La fe es aplicar, en nuestra relación con nuestro Señor, y luego en

todas nuestras relaciones con personas, lo que hemos aprendido de

Jesús acerca de la humildad y el amor. La fe es preguntar al Señor,

Fascículo 26: El Evangelio de Juan versículo por versículo

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y luego a todas las personas que encontramos en nuestras vidas:

“¿Cómo puedo servirte (amarte)?”. La fe es preguntarnos si somos

la comunidad de amor que el Señor de la iglesia quiere que seamos,

y luego esforzarnos por fe a seguir su ejemplo. La fe es

preguntarnos: “Si fuéramos acusados de amarnos unos a otros como

la primera generación de creyentes se amaba, ¿habría suficiente

evidencia como para condenarnos?”. Si no hay suficiente evidencia,

entonces la fe sería hacer todo lo que fuera necesario para producir

esa evidencia, para amarnos como Jesús nos ha amado a nosotros

(34).

¿Qué es la vida? La vida es lo que experimentamos cuando

somos amados incondicionalmente de la forma que Cristo amó a los

apóstoles. La vida es todo lo que experimentamos cuando amamos

y somos amados con el amor de Cristo.

Mi oración es que usted esté llegando a conocer a Jesús, que

esté alcanzando una mayor fe y experimentando la calidad de vida

que Jesús ideó para usted, a través del Evangelio de Juan. Juntos

hemos aprendido muchísimo en los capítulos 11 a 14 del Evangelio

de Juan. Debemos concluir este fascículo aquí, pero lo invito a

solicitar el fascículo 27, que continúa el estudio versículo por

versículo que hemos comenzado en estos maravillosos capítulos de

este Evangelio. Concluyo con las palabras de nuestro Señor

Jesucristo: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a

otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros”

(Juan 13:34).