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ILa familia Dashwood llevaba largo tiempo afincada en Sus-sex. Su propiedad erade buen tamaño, y en el centro de ella seencontraba la residencia, NorlandPark, donde la manera tandigna en que habían vivido por muchas generacionesllegó agranjearles el respeto de todos los conocidos del lugar. El últi-mo dueñode esta propiedad había sido un hombre soltero, quealcanzó una muy avanzadaedad, y que durante gran parte desu existencia tuvo en su hermana una fielcompañera y ama decasa. Pero la muerte de ella, ocurrida diez años antes quela su-ya, produjo grandes alteraciones en su hogar. Para compensartal pérdida,invitó y recibió en su casa a la familia de su sobri-no, el señor Henry Dashwood,el legítimo heredero de la fincaNorland y la persona a quien se proponía dejarlaen su testa-mento. En compañía de su sobrino y sobrina, y de los hijos de-ambos, la vida transcurrió confortablemente para el ancianocaballero. Su apegoa todos ellos fue creciendo con el “tiempo.La constante atención que el señorHenry Dashwood y su espo-sa prestaban a sus deseos, nacida no del merointerés sino de labondad de sus corazones, hizo su vida confortable en todoaq-uello que, por su edad, podía convenirle; y la alegría de los ni-ños añadíanuevos deleites a su existencia.De un matrimonioanterior, el señor Henry Dashwood tenía un hijo; y de suesposaactual, tres hijas. El hijo, un joven serio y respetable, tenía elfuturoasegurado por la fortuna de su madre, que era cuantiosa,y de cuya mitad habíaentrado en posesión al cumplir su mayo-ría de edad. Además, su propiomatrimonio, ocurrido poco des-pués, lo hizo más rico aún. Para él, entonces, ellegado de la fin-ca Norland no era en verdad tan importante como para susher-manas; pues ellas, independientemente de lo que pudiera lle-garles si supadre heredaba esa propiedad, eran de fortuna queno puede considerarse sinoescasa. Su madre no tenía nada, yel padre sólo podía disponer de siete millibras, porque de larestante mitad de la fortuna de su primera esposa tambiénerabeneficiario el hijo, y él sólo tenía derecho al usufructo de esepatrimoniomientras viviera.Murió el anciano caballero, se leyósu testamento y, como casi todos lostestamentos, éste dio porigual desilusiones y alegrías. En su última voluntad nofue nitan injusto ni tan desagradecido como para privar a su sobrinode lastierras, pero se las dejó en términos tales que destruíanla mitad del valor dellegado. El señor Dashwood había deseado

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esas propiedades más por elbienestar de su esposa e hijas quepara sí mismo y su hijo; sin embargo, laherencia estaba asigna-da a su hijo, y al hijo de éste, un niño de cuatro años, detal ma-nera que a él le quitaban toda posibilidad de velar por aquellosque máscaros le eran y que más necesitaban de apoyo, ya sea através de un eventualgravamen sobre las propiedades o la ven-ta de sus valiosos bosques. Se habíantomado las provisionesnecesarias para asegurar que todo fuera en beneficio deesteniño, el cual, en sus ocasionales visitas a Norland con su padrey su madre,había conquistado el afecto de su tío con aquellosrasgos seductores que nosuelen escasear en los niños de dos otres años: una pronunciación imperfecta,Sentido y sensibilidadJane Austen 33el inquebrantable deseo de hacer siempre su vo-luntad, incontables jugarretas yartimañas y ruido por monto-nes, gracias que finalmente terminaron pordesplazar el valorde todas las atenciones que, durante años, había recibido elca-ballero de su sobrina y de las hijas de ésta. No era su inten-ción, sin embargo,faltar a la bondad, y como señal de su afectopor las tres niñas le dejó mil librasa cada una.En un comienzola desilusión del señor Dashwood fue profunda; pero era de-temperamento alegre y confiado; razonablemente podía espe-rar vivir muchosaños y, haciéndolo de manera sobria, ahorraruna suma considerable de la rentade una propiedad ya de buentamaño, y capaz de casi inmediato incremento.Pero la fortuna,que había tardado tanto en llegar, fue suya durante sólo unaño.No fue más lo que sobrevivió a su tío, y diez mil libras, in-cluidos los últimoslegados, fue todo lo que quedó para su viudae hijas.Tan pronto se supo que la vida del señor Dashwood peli-graba, enviaron por suhijo y a él le encargó el padre, con la in-tensidad y urgencia que la enfermedadhacía necesarias, el bie-nestar de su madrastra y hermanas.El señor John Dashwood notenía la profundidad de sentimientos del resto dela familia, pe-ro sí le afectó una recomendación de tal índole en un momento-como ése, y prometió hacer todo lo que le fuera posible por elbienestar de susparientes. El padre se sintió tranquilo ante talpromesa, y el señor JohnDashwood se entregó entonces sin pri-sa a considerar cuánto podríaprudentemente hacer porellas.No era John Dashwood un joven mal dispuesto, a menosque ser algo frío decorazón y un poco egoísta sea tener maladisposición; pero en general erarespetado, porque se

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comportaba con corrección en el desempeño de susdeberes co-rrientes. De haber desposado una mujer más amable, podríahaberllegado a ser más respetable de lo que era -incluso élmismo podría habersetransformado en alguien amable-, porqueera muy joven cuando se casó y letenía mucho cariño a su es-posa. Pero la señora de John Dashwood era unaáspera carica-tura de su esposo, más estrecha de mente y más egoísta queél.Al hacer la promesa a su padre, había sopesado en su inter-ior la posibilidad deaumentar la fortuna de sus hermanas obse-quiándoles mil libras a cada una. Enese momento realmente sesintió a la altura de tal cometido. La perspectiva deaumentarsus ingresos actuales con cuatro mil libras anuales, que veníanasumarse a la mitad restante de la fortuna de su propia madre,le alegraba elcorazón y lo hacía sentirse muy generoso. “Sí, lesdaría tres mil libras: ¡Cuánespléndido y dadivoso gesto! Basta-ría para dejarlas en completa holgura. ¡Tresmil libras! Podíadesprenderse de tan considerable suma con casi ningúnincon-veniente.” Pensó en ello durante todo el día, y durante muchosdíassucesivos, y no se arrepintió.No bien había terminado el fu-neral de su padre cuando la esposa de JohnDashwood, sin ha-ber dado aviso alguno de sus intenciones a su suegra, llegóconsu hijo y sus criados. Nadie podía discutirle su derecho a venir:la casapertenecía a su esposo desde el momento mismo de lamuerte de su padre.Pero eso mismo agravaba la falta de delica-deza de su conducta, y no se necesitabaninguna sensibilidadespecial para que cualquier mujer en la situación deSentido ysensibilidad Jane Austen 44la señora Dashwood se sintieraenormemente agraviada por ello; en ella, sinembargo, había untan alto sentido del honor, una generosidad tan romántica,quecualquier ofensa de ese tipo, ejercida o recibida por quienquie-ra que fuese,se transformaba en fuente de imborrable disgus-to. La señora de John Dashwoodnunca había contado con el es-pecial favor de nadie en la familia de su esposo;pero, hasta elmomento, no había tenido oportunidad de mostrarles con cuán-poca consideración por el bienestar de otras personas podíaactuar cuando laocasión lo requería.Sintió la señora Dashwoodde manera tan aguda este descortés proceder, ytan intensodesdén hacia su nuera le produjo, que a la llegada de esta últi-mahabría abandonado la casa para siempre de no haber sidoporque, primero, lasúplica de su hija mayor la llevó a

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reflexionar sobre la conveniencia de hacerlo;y, más tarde, porel tierno amor que sentía por sus tres hijas, que la decidió aq-uedarse y por ellas evitar una ruptura con el hermano.Elinor,esta hija mayor cuya recomendación había sido tan eficaz, po-seía unasolidez de entendimiento y serenidad de juicio que lacalificaban, aunque consólo diecinueve años, para aconsejar asu madre, y a menudo le permitíancontrarrestar, para benefic-io de toda la familia, esa vehemencia de espíritu en laseñoraDashwood que tantas veces pudo llevarla a la imprudencia. Erade grancorazón, de carácter afectuoso y sentimientos profun-dos. Pero sabía cómogobernarlos: algo que su madre todavíaestaba por aprender, y que una de sushermanas había resueltoque nunca se le enseñara.Las cualidades de Marianne estaban,en muchos aspectos, a la par de las deElinor. Tenía inteligenciay buen juicio, pero era vehemente en todo; ni suspenas ni susalegrías conocían la moderación. Era generosa, amable, atra-yente:era todo, menos prudente. La semejanza entre ella y sumadre era notable.Preocupaba a Elinor la excesiva sensibilidadde su hermana, la misma que laseñora Dashwood valoraba yapreciaba. En las actuales circunstancias, una aotra se incita-ban a vivir su aflicción sin permitir que amainara su violenc-ia.Voluntariamente renovaban, buscaban, recreaban una y otravez la agonía depesadumbre que las había abrumado en un co-mienzo. Se entregaban porcompleto a su pena, buscando au-mentar su desdicha en cada imagen capaz dereflejarla, y decid-ieron jamás admitir consuelo en el futuro. También Elinoresta-ba profundamente afligida, pero aún podía luchar, y esforzarse.Podíaconsultar con su hermano, y recibir a su cuñada a su lle-gada y ofrecerle ladebida atención; y podía luchar por inducir asu madre a similares esfuerzos yanimarla a alcanzar semejantedominio sobre sí misma.Margaret, la otra hermana, era una ni-ña alegre y de buen carácter, pero comoya había absorbidouna buena dosis de las ideas románticas de Marianne, sinpose-er demasiado de su sensatez, a los trece años no prometía ig-ualar a sushermanas mayores en posteriores etapas de su vi-da.CAPITULO IILa señora de John Dashwood se instaló comodueña y señora de Norland, y susuegra y cuñadas descendie-ron a la categoría de visitantes. En tanto tales, sinSentido ysensibilidad Jane Austen 55embargo, las trataba con tranquilaurbanidad, y su marido con tanta bondadcomo le era posible

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sentir hacia cualquiera más allá de sí mismo, su esposa ehijo.Realmente les insistió, con alguna tenacidad, para que conside-raranNorland como su hogar; y dado que ningún proyecto leparecía tan convenientea la señora Dashwood como permane-cer allí hasta acomodarse en una casa dela vecindad, aceptó suinvitación.Quedarse en un lugar donde todo le recordaba antig-uos deleites, eraexactamente lo que sentaba a su mente. En losbuenos tiempos, nadie tenía untemperamento más alegre queel de ella o poseía en mayor grado esa optimistaexpectativa defelicidad que es la felicidad misma. Pero también en la pena se-dejaba llevar por la fantasía, y se hacía tan inaccesible al cons-uelo como en elplacer estaba más allá de toda moderación.Laseñora de John Dashwood no aprobaba en absoluto lo que suesposo seproponía hacer por sus hermanas. Disminuir en tresmil libras la fortuna de suquerido muchachito significaría em-pobrecerlo de la manera más atroz. Leimploró pensarlo mejor.¿Cómo podría justificarse ante sí mismo si privara a suhijo, suúnico hijo, de tan enorme suma? ¿Y qué derecho podían tenerlasseñoritas Dashwood, que eran sólo sus medias hermanas -loque para ellasignificaba que no eran realmente parientes-, aexigir de su generosidad unacantidad tan grande? Era bien sa-bido que no se podía esperar ninguna clase deafecto entre loshijos de distintos matrimonios de un hombre; y, ¿por qué habí-ande arruinarse, él y su pobrecito Harry, regalándoles a susmedias hermanas todosu dinero?-Fue la última petición de mipadre -respondió su esposo-, que yo ayudara a suviuda y a sushijas.-Me atrevería a decir que no sabía de qué estaba hablan-do; diez a uno a quele estaba fallando la cabeza en ese momen-to. Si hubiera estado en sus cabalesno podría habérsele ocurri-do pedirte algo así, que despojaras a tu propio hijo dela mitadde tu fortuna.-Mi querida Fanny, él no estipuló ninguna canti-dad en particular; tan sólo mepidió, en términos generales, quelas apoyara e hiciera de su situación algo másdesahogada de loque estaba en sus manos hacer. Quizá habría sido mejor que-dejara todo a mi criterio. Difícilmente habría podido suponerque yo lasabandonaría a su suerte. Pero como él quiso que selo prometiera, no pude menosque hacerlo. Al menos, fue lo quepensé en ese momento. Existió, así, lapromesa, y debe ser cum-plida. Algo hay que hacer por ellas cuando dejenNorland y seestablezcan en un nuevo hogar.-Está bien, entonces, hay que

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hacer algo por ellas; pero ese algo no necesitaser tres mil li-bras. Ten en cuenta -agregó- que cuando uno se desprende del-dinero, nunca más lo recupera. Tus hermanas se casarán, y sehabrá ido parasiempre. Si siquiera algún día se lo pudieran de-volver a nuestro pobre hijito… -Pero, por supuesto -dijo su es-poso con gran seriedad-, eso cambiaría todo.Puede llegar unmomento en que Harry lamente haberse separado de una su-matan grande. Si, por ejemplo, llegara a tener una familia nu-merosa, sería un muyconveniente suplemento a sus rentas.-Detodas maneras lo sería.Sentido y sensibilidad Jane Austen66-Quizá, entonces, sería mejor para todos si se disminuyera lacantidad a lamitad. Quinientas libras significarían un portento-so incremento en sus fortunas.-¡Ah, más allá de todo lo que pu-diera imaginarse! ¡Qué persona en el mundoharía siquiera lamitad por sus hermanas, incluso si fuesen verdaderasherma-nas! Y en este caso… ¡sólo medias hermanas! Pero, ¡tienes unespíritu tangeneroso!-No querría hacer nada mezquino -res-pondió él-. En estas ocasiones, unopreferiría hacer demasiadoantes que muy poco. Al menos, nadie puede pensarque no hehecho suficiente por ellas; incluso ellas mismas, difícilmentepuedenesperar más.-Imposible saber qué podrían esperar ellas-dijo la señora-, pero no noscorresponde pensar en sus expecta-tivas. El punto es qué puedes permitirtehacer.-Indudablemen-te, y creo que puedo permitirme darle quinientas libras a cad-auna. Tal como están las cosas, sin que yo agregue nada, cadauna tendrá másde tres mil libras a la muerte de su madre: unafortuna muy satisfactoria paracualquier mujer joven.-Claro quelo es; y, en verdad, se me ocurre que quizá no quieran ninguna-suma adicional. Tendrán diez mil libras entre las tres. Si se ca-san, seguramenteharán un buen matrimonio; y si no lo hacen,pueden vivir juntas de manera muyholgada con los intereses delas diez mil libras.-Absolutamente cierto, y, por lo tanto, no sési, considerándolo todo, no seríamás aconsejable hacer algopor su madre mientras viva, antes que por ellas;algo como unapensión anual, quiero decir. Mis hermanas percibirían losbene-ficios tanto como ella. Cien libras al año las mantendrían enuna perfectaholgura.Su esposa dudó un tanto, sin embargo, endar su aprobación a este plan.-De todas maneras dijo-, es mejorque separarse de quinientas libras de unavez. Pero si la señoraDashwood vive quince años más, eso se va a transformaren un

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abuso.-¡Quince años! Mi querida Fanny, su vida no puede valerni la mitad de talcantidad.-Por supuesto que no; pero, si te fi-jas, la gente siempre vive eternamentecuando hay una pensiónde por medio; y ella es muy fuerte y saludable, yapenas hacumplido los cuarenta. Una pensión anual es asunto muy serio;serepite año tras año y no hay forma de librarse de ella. Unono se da cuenta de loque hace. Yo sí he conocido bastante losproblemas que acarrean las pensionesanuales, porque mi ma-dre se encontraba maniatada por la obligación depagarlas atres antiguos sirvientes jubilados, según mi padre lo habíaesta-blecido en su testamento. Es increíble cuán desagradable loencontraba.Dos veces al año había que pagar estas pensiones;y, además, estaba elproblema de hacérsela llegar a cada uno;luego se dijo que uno de ellos habíamuerto, y después resultóque no había tal. A mi madre le enfermaba todo elasunto. Susentradas no eran de ella, decía, con estas perpetuas demandas;yhabía sido muy poco considerado de parte de mi padre, porq-ue, de otra forma, eldinero habría estado por completo a dispo-sición de mi madre, sin restricciónSentido y sensibilidad JaneAusten 77alguna. De allí me ha venido tal aborrecimiento a laspensiones, que estoysegura de que por nada del mundo me ata-ré al pago de una.-En verdad es desagradable -replicó el señorDashwood- que cada año seescurra de esa forma parte del in-greso de uno. Los bienes con que uno cuenta,como tan justa-mente dice tu madre, no son de uno. Estar obligado a pagarre-gularmente una suma como ésa en fechas fijas, no es para na-da deseable: lopriva a uno de su independencia.-Indudablemen-te; y, después de todo, nadie te lo agradece. Sienten que está-nasegurados, no haces más de lo que se espera de ti y ello nodespierta ningunagratitud. Si estuviera en tu lugar, para cualq-uier cosa que hiciera me guiaría pormi solo criterio. No mecomprometería a darles nada todos los años. Algunosaños pue-de ser muy inconveniente desprenderse de cien, o incluso decincuentalibras, sacándolas de nuestros propios gastos.-Creoque tienes razón, mi amor; será mejor que no haya ningunarenta anualen este caso; lo que sea que les pueda dar ocasio-nalmente será de muchomayor ayuda que una asignación an-ual, porque si se sintieran seguras de uningreso mayor sóloelevarían su estilo de vida, y con ello no serían un peniquemásricas al final del año. De todas maneras, será lo mejor. Un

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regalo decincuenta libras de vez en cuando impedirá que seaflijan por asuntos de dinero,y pienso que saldará ampliamentela promesa hecha a mi padre.-Por supuesto que lo hará. A decirverdad, estoy íntimamente convencida deque la idea de tu pa-dre no era en absoluto que les dieras dinero. Me atrevo adecirque la ayuda en que pensaba era lo que razonablemente podríaesperarsede ti; por ejemplo, cosas como buscar una casa peq-ueña y cómoda para ellas,ayudarlas a trasladar sus enseres,enviarles algún presente de pesca y caza, oalgo así, siempreque sea la temporada. Apostaría mi vida a que no estabapen-sando en más que eso; en verdad, sería bastante raro e impro-cedente sihubiera pretendido otra cosa. Si no, piensa, mi queri-do señor Dashwood, cuánholgadas pueden vivir tu madre y sushijas con los intereses de siete mil libras,además de las mil li-bras de cada una de las niñas, que les aportan cincuentalibrasanuales por persona; y, por supuesto, de allí le pagarán a sumadre por sualojamiento. Entre todas juntarán quinientas li-bras anuales, y ¿se te ocurre paraqué van a querer más cuatromujeres? ¡Les saldrá tan barato vivir! Elmantenimiento de lacasa será una nada. No tendrán carruajes ni caballos, ycasiningún sirviente; no recibirán visitas, ¡y qué gastos van a te-ner! ¡Tan sólopiensa en lo bien que van a estar! ¡Quinientas an-uales! No puedo ni imaginarcómo gastarán siquiera la mitad; yen cuanto a que les des más, es hartoabsurdo pensarlo. Esta-rán en mucho mejores condiciones de darte a ti algo.-A fe mía -dijo el señor Dashwood-, creo que tienes toda la razón. De to-dasmaneras, con su petición mi padre no puede haber queridodecir sino lo que túseñalas. Me parece muy claro ahora, y cum-pliré estrictamente mi compromisocon algunas ayudas y genti-lezas como las que has descrito. Cuando mi madrese traslade aotra casa, me pondré a su servicio en todo lo que me sea posi-blepara acomodarla. Quizá en ese momento también sea adec-uado hacerle unpequeño obsequio, como algún mueble.-Porsupuesto -replicó la señora Dashwood-. Pero, no obstante, hayuna cosaSentido y sensibilidad Jane Austen 88que debe tenerseen cuenta. Cuando tu padre y madre se trasladaron a Nor-land,aunque vendieron el mobiliario de Stanhill, guardaron to-da la vajilla, cubiertos ymantelería, que ahora han quedado pa-ra tu madre. Y así, apenas se cambientendrán su casa casicompletamente equipada.-Indudablemente, ésa es una

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reflexión de la mayor importancia. ¡Un legadovalioso, claro quesí! Y parte de la platería habría sido aquí una muy grataadicióna la nuestra.-Sí; y la vajilla para el desayuno es doblementehermosa que la de esta casa.Demasiado hermosa, a mi juicio,para los lugares en que ellas pueden permitirsevivir. Pero, decualquier modo, así es la cosa. Tu padre sólo pensó en ellas.Ydebo decir esto: no le debes a él ninguna gratitud en especial,ni estás obligadocon sus deseos, porque bien sabemos que, sihubiera podido, les habría dejadocasi todo lo que poseía en elmundo a ellas.Este argumento fue irresistible. En él encontróJohn Dashwood toda la fuerzaque antes le había faltado parallevar a cabo sus propósitos; y, por último,resolvió que seríapor completo innecesario, si no totalmente inadecuado, hacer-más por la viuda y las hijas de su padre que esos gestos debuena vecindad quesu propia esposa le había indica-do.CAPITULO IIILa señora Dashwood permaneció en Norlanddurante varios meses, y ello noporque no deseara salir de allíuna vez que los lugares que tan bien conocíadejaron de desper-tarle la violenta emoción que durante un tiempo le habíanpro-ducido; pues cuando su ánimo comenzó a revivir y su mentepudo dedicarsea algo más que agudizar su dolor mediante rec-uerdos tristes, se llenó deimpaciencia por partir e infatigable-mente se dedicó a averiguar por algunaresidencia adecuada enlas vecindades de Norlarid, ya que le era imposible irselejos deese tan amado lugar. Pero no le llegaba noticia alguna de luga-res que ala vez satisficieran sus nociones de comodidad y bie-nestar y se adecuaran a laprudencia de su hija mayor, que conmás sensato juicio rechazó varias casasque su madre habríaaprobado, considerándolas demasiado grandes para susingre-sos.La señora Dashwood había sido informada por su esposorespecto de lasolemne promesa hecha por su hijo en favor deella y sus hijas, la cual habíallenado de consuelo sus últimospensamientos en la tierra. Ella no dudaba de lasinceridad deeste compromiso más de lo que el difunto había dudado, y sen-tíaal respecto gran satisfacción, sobre todo pensando en el bie-nestar de sus hijas;por su parte, sin embargo, estaba convenci-da de que mucho menos de siete millibras como capital le per-mitirían vivir en la abundancia. También se regocijabapor elhermano de sus hijas, por la bondad de ese hermano, y se re-prochaba nohaber hecho justicia a- sus méritos antes, al

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creerlo incapaz de generosidad. Suatento comportamiento hac-ia ella y sus hermanas la convencieron de que subienestar eracaro a sus ojos y, durante largo tiempo, confió firmemente enlagenerosidad de sus intenciones.Sentido y sensibilidad JaneAusten 99El desdén que, muy al comienzo de su relación, habíasentido por su nuera,aumentó considerablemente al conocermejor su carácter tras ese medio año devivir con ella y su fami-lia; y, quizá, a pesar de todas las muestras de cortesía yafectomaternal que ella le había demostrado, las dos damas habría-nencontrado imposible vivir juntas durante tanto tiempo, de nohaber ocurrido unacircunstancia particular que hizo más acep-table, en opinión de la señoraDashwood, la permanencia de sushijas en Norland.Esta circunstancia fue un creciente afecto en-tre su hija mayor y el hermano dela señora de John Dashwood,un joven caballeroso y agradable que les fuepresentado pocodespués de la llegada de su hermana a Norland y que desdeen-tonces había pasado gran parte del tiempo allí.Algunas madrespodrían haber alentado esa intimidad guiadas por el interés,da-do que Edward Ferrars era el hijo mayor de un hombre que ha-bía muerto muyrico; y otras la habrían reprimido por motivosde prudencia, ya que, excepto poruna suma baladí, la totalidadde su fortuna dependía de la voluntad de su madre.Pero ningu-na de esas consideraciones pesó en la señora Dashwood. Lebastabaque él pareciera afable, que amara a su hija y que esasimpatía fuera recíproca.Era contrario a todas sus creencias elque la diferencia de fortuna debieramantener separada a unapareja atraída por la semejanza de sus naturalezas; yque losméritos de Elinor no fueran reconocidos por quienes la conocí-an, leparecía inconcebible.No fueron dones especiales en suapariencia o trato los que hicieronmerecedor a Edward Ferrarsde la buena opinión de la señora Dashwood y sushijas. No erabien parecido y sólo en la intimidad llegaba a mostrar cuána-gradable podía ser su trato. Era demasiado inseguro para ha-cerse justicia a símismo; pero cuando vencía su natural timi-dez, su comportamiento revelaba uncorazón franco y afectuo-so. Era de buen entendimiento y la educación le habíadado unamayor solidez en ese aspecto. Pero ni sus habilidades ni su in-clinaciónlo dotaban para satisfacer los deseos de su madre yhermana, que anhelabanverlo distinguido como… apenas sabí-an como qué. Querían que de una manerau otra ocupara un

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lugar importante en el mundo. Su madre deseaba interesarloenpolítica, hacerlo llegar al parlamento o verlo conectado con al-guno de losgrandes hombres del momento. La señora de JohnDashwood deseaba lomismo; entre tanto, hasta poder alcanzaralguna de esas bendicionessuperiores, habría satisfecho la am-bición de ambas verlo conducir un birlocho.Pero Edward no te-nía inclinación alguna ni hacia los grandes hombres ni hacialosbirlochos. Todos sus deseos se centraban en la comodidad do-méstica y en latranquilidad de la vida privada. Por fortuna, te-nía un hermano menor que eramás prometedor.Edward llevabavarias semanas en la casa antes de que la señora Dashwoodsefijara en él, ya que en esa época el estado de aflicción en quese encontrabala hacía por completo indiferente a todo lo que larodeaba. Unicamente vio queera callado y discreto, y le agradópor ello. No perturbaba con conversacionesinoportunas la des-dicha que llenaba todos sus pensamientos. Lo que primero la-llevó a observarlo con mayor detención y a que le gustara aúnmás, fue unareflexión que dio en hacer Elinor un día respectode cuán diferente era de suSentido y sensibilidad Jane Austen1010hermana. La alusión a ese contraste lo situó muy decidi-damente en el favor de lamadre.-Con eso basta -dijo-, basta condecir que no es como Fanny. Implica que en élse puede encon-trar todo lo que hay de amable. Ya lo amo.-Creo que llegará agustarle -dijo Elinor- cuando lo conozca más.-¡Gustarme! -repli-có la madre, con una sonrisa-. No puedo abrigar ningúnsentim-iento de aprobación inferior al amor.-Podría estimarlo.-No hellegado a saber aún lo que es separar la estimación delamor.La señora Dashwood se afanó ahora en conocerlo más.Con sus modalesafectuosos, rápidamente venció la reserva deljoven. Muy pronto advirtió cuángrandes eran sus méritos; elestar persuadida de su interés por Elinor quizá lahizo másperspicaz, pero realmente se sentía segura de su valer. E inclu-so lassosegadas maneras de Edward, que atentaban contra lasmás arraigadas ideasde la señora Dashwood respecto de lo quedebiera ser el trato de un joven,dejaron de parecerle insípidascuando advirtió que era de corazón cálido ytemperamentoafectuoso.Ante el primer signo de amor que percibió en sucomportamiento hacia Elinor,dio por cierta la existencia de unvínculo serio entre ellos y se entregó aconsiderar su matrimon-io como algo que pronto se haría realidad.-En unos pocos

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meses más, mi querida Marianne -le dijo-, con toda seguri-dadElinor se habrá establecido para siempre. Para nosotros se-rá una pérdida, peroella será feliz.-¡Ay, mamá! ¿Qué haremossin ella?-Mi amor, apenas será una separación. Viviremos aunas pocas millas dedistancia y nos veremos todos los días dela vida. Tú ganarás un hermano, unhermano de verdad, cariño-so. Tengo la mejor opinión del mundo sobre lossentimientos deEdward… Pero te noto seria, Marianne; ¿desapruebas laelec-ción de tu hermana?-Quizá -dijo Marianne- me sorprenda algo.Edward es muy amable y sientogran ternura por él. Pero aunasí, no es la clase de joven… Hay algo que falta,no sobresalepor su apariencia, carece por completo de esa gracia que yohabríaesperado en el hombre al cual mi hermana se sintiera se-riamente atraída. Ensus ojos no se advierte todo ese espíritu,ese fuego, que anuncian a la vez virtude inteligencia. Y ademásde esto, temo, mamá, que carece de verdadero gusto.Aparente-mente la música apenas le interesa, y aunque admira mucholosdibujos de Elinor, no es la admiración de alguien que puedaentender su valor.Es evidente, a pesar de su asidua atencióncuando ella dibuja, que de hecho nosabe nada en esta materia.Admira como un enamorado, no como un entendido.Para sen-tirme satisfecha, esos rasgos deben ir unidos. No podría ser fe-liz conun hombre cuyo gusto no coincidiera punto por puntocon el mío. El debepenetrar todos mis sentimientos; a ambosnos deben encantar los mismos libros,la misma música. ¡Ay,mamá! ¡Qué falta de fuego, que mansa fue la actitud deEdwardcuando nos leyó anoche! Lo sentí terriblemente por mi herma-na. Y, sinembargo, ella lo sobrellevó con tanta compostura queapenas pareció notarlo. Aduras penas pude permanecer senta-da. ¡Escuchar esos hermosos versos que aSentido y sensibili-dad Jane Austen 1111menudo me han hecho casi perder el sen-tido, pronunciados con tanimpenetrable calma, tan atrozindiferencia!-En verdad le habría hecho mucho mayor justicia auna prosa sencilla yelegante. Lo pensé en ese momento; perotenías que pasarle a Cowper.-No, mamá, ¡si ni Cowper es ca-paz de animarlo… ! Pero debemos admitir quehay diferenciasde gusto. En Elinor no se da mi manera de sentir, así que pue-depasar esas cosas por alto y ser feliz con él. Pero si yo lo ama-ra, me habríadestrozado el corazón escucharlo leer con tan po-ca sensibilidad. Mamá,mientras más conozco el mundo, más

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convencida estoy de que jamásencontraré a un hombre al querealmente pueda amar. ¿Es tanto lo que pido?Debe tener todaslas virtudes de Edward, y su apariencia y modales debenador-nar su bondad con todas las gracias posibles.-Recuerda, miamor, que aún no tienes diecisiete años. Es todavía demasiado-temprano en la vida para que desesperes de lograr tal felici-dad. ¿Por qué debíasser menos afortunada que tu madre? ¡Queen tan sólo una circunstancia,Marianne mía, tu destino sea di-ferente al de ella!CAPITULO IV-Qué lástima, Elinor -dijo Mar-ianne-, que Edward carezca de gusto para eldibujo.-Que carez-ca de gusto para el dibujo… ¿y qué te hace pensar eso? -repli-cóElinor-. El no dibuja, es cierto, pero disfruta enormementeviendo dibujar a otraspersonas y, puedo asegurártelo, de nin-guna manera está falto de un buen gustonatural, aunque no sele ha ofrecido oportunidad de mejorarlo. Si alguna vezhubieratenido la posibilidad de aprender, creo que habría dibujadomuy bien.Desconfía tanto de su propio juicio en estas materiasque siempre es reacio adar su opinión sobre cualquier cuadro;pero tiene una innata finura y simplicidadde gusto que, en ge-neral, lo guía de manera perfectamente adecuada.Marianne te-mía ser ofensiva y no dijo nada más acerca del tema; pero laclasede aprobación que, según Elinor, despertaban en él los di-bujos de otrasPersonas estaba muy lejos del extasiado deleiteque, en su opinión, eraexclusivo merecedor de ser llamado gus-to. No obstante, y aunque sonriendopara sí misma ante elerror, rendía tributo a su hermana por esa ciegapredilecciónpor Edward que la llevaba a así equivocarse.-Espero, Marianne-continuó Elinor-, que no lo consideres falto de gusto engene-ral. En verdad, creo poder decir que no piensas eso, porque tu-comportamiento hacia él es perfectamente cordial; y si ésa fue-ra tu opinión,estoy segura de que no serias capaz de ser atentacon él.Marianne casi no supo qué decir. Por ningún motivoquería herir lossentimientos de su hermana, pero le era imposi-ble decir algo que no creía.Finalmente, respondió:-No te ofen-das, Elinor, si los elogios que yo pueda hacer de Edward no se-equiparan en todo a tu percepción de sus méritos. No he tenidotantasoportunidades como tú de apreciar hasta las más míni-mas tendencias de suSentido y sensibilidad Jane Austen 1212-mente, sus inclinaciones, sus gustos; pero tengo la mejor opi-nión del mundorespecto de su bondad y sensatez. Lo creo

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poseedor de todo lo que es valioso yamable.-Estoy segura -res-pondió Elinor, con una sonrisa- de que sus amigos másqueridosno quedarían disconformes con un elogio como ése. No meimaginocómo podrías expresarte con mayor calidez.Mariannese regocijó de ver cuán fácilmente se contentaba su hermana.-De su sensatez y bondad -continuó Elinor-, pienso que nadieque lo haya vistolo suficiente para haber conversado con él sinreservas, podría dudar. Tan sóloesa timidez que tantas veces lolleva a guardar silencio puede haber ocultado laexcelencia desu entendimiento, y sus principios. Lo conoces lo suficiente pa-rahacer justicia a la solidez de su valer. Pero de sus más míni-mas tendencias,como tú las llamas, circunstancias específicaste han mantenido más ignoranteque a mí. En diversas ocasio-nes él y yo nos hemos quedado mucho rato juntos,mientras tú,llevada por el más afectuoso de los impulsos, has estadocom-pletamente absorbida por mi madre. Lo he visto mucho, he es-tudiado sussentimientos y escuchado sus opiniones acerca detemas de literatura y gusto; y,en general, me atrevo a afirmarque tiene una mente cultivada, que el placer queencuentra enlos libros es extremadamente grande, su imaginación es vivaz,susobservaciones justas y correctas, y su gusto delicado y pu-ro. Cuando se leconoce más, sus dotes mejoran en todos los te-rrenos, tal como lo hacen susmodales y apariencia. Es ciertoque, a primera vista, su trato no produce granadmiración y suapariencia difícilmente lleva a llamarlo apuesto, hasta que se-advierte la expresión de sus ojos, que son extraordinariamentebondadosos, y lageneral dulzura de su semblante. En la actuali-dad lo conozco tan bien, que locreo en verdad apuesto; o, almenos, casi. ¿Qué dices tú, Marianne?-Muy pronto lo conside-raré apuesto, Elinor, si es que ya no lo hago. Cuandome digasque lo ame como a un hermano, ya no veré imperfecciones ensurostro, como no las veo hoy en su corazón.Elinor se sobresal-tó ante esta declaración y se arrepintió de haberse dejadotraic-ionar por el calor de sus palabras. Sentía que Edward ocupabaun lugar muyalto en sus afectos. Creía que el interés era mut-uo, pero requería una mayorcerteza al respecto para aceptarcon agrado la convicción de Marianne acercade sus relaciones.Sabía que una conjetura que Marianne y su madre hacían enunmomento dado, se transformaba en certeza al siguiente; que,con ellas, eldeseo era esperanza y la esperanza, expectativa.

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Trató de explicarle a suhermana el verdadero estado de lasituación.-No es mi intención negar -dijo- que tengo una granopinión de él; que loestimo profundamente, que me gusta.Anteesto, Marianne estalló indignada.-¡Estimarlo! ¡Gustarte! Elinor,qué corazón tan frío. ¡Ah, peor que frío! Sinatreverse a ser deotra forma. Utiliza esas palabras otra vez, y me iré de estapiezade inmediato.Elinor no pudo evitar reír.-Perdóname -le dijo-, ypuedes estar segura de que no fue mi intenciónofenderte al re-ferirme con palabras tan mesuradas a mis propios sentimien-tos.Sentido y sensibilidad Jane Austen 1313Créelos más fuertesque lo declarado por mí; créelos, en fin, lo que los méritosdeEdward y la presunción… la esperanza de su afecto por mí po-dríangarantizar, sin imprudencia ni locura. Pero más que estono debes creer. Notengo seguridad alguna de su afecto por mí.Hay momentos en que parecedudoso hasta qué punto tal afectoexiste; y mientras no conozca plenamente sussentimientos, nopuede extrañarte mi deseo de evitar dar alas a mi propiaincli-nación creyéndola o llamándola más de lo que es. En lo másprofundo de micorazón, tengo pocas, casi ninguna duda de suspreferencias. Pero hay otrospuntos que deben ser tomados encuenta, además de su interés. Está muy lejosde ser independ-iente. No podemos saber cómo es realmente su madre; pero la-socasionales observaciones de Fanny acerca de su conducta yopiniones nuncanos han llevado a considerarla amable; y meequivoco mucho si Edward no estátambién consciente de lasvariadas dificultades que encontraría en su camino sidesearacasarse con una mujer que no fuera o de gran fortuna, o de al-to rango.Marianne quedó atónita al descubrir en qué medida laimaginación de sumadre y la suya propia habían ido más alláde la verdad.-¡Y en verdad no estás comprometida con él! -di-jo-. Aunque de todas manerasva a ocurrir luego. Pero esta tar-danza tiene dos ventajas. Yo no te perderé tanpronto y Edwardtendrá más oportunidades de mejorar ese gusto natural portuocupación favorita, tan indispensable para tu felicidad futu-ra. ¡Ah! Si tu genio lollevara a aprender a dibujar también,¡qué delicioso sería!Elinor le había dado su verdadera opinióna su hermana. No podía considerarsu inclinación por Edwardbajo las favorables perspectivas que Marianne habíasupuesto.Había, en ocasiones, una falta de ánimo en él que, si no deno-tabaindiferencia, hablaba de algo casi igualmente poco

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prometedor. Si tenía dudasacerca del afecto que ella le profe-saba, suponiendo que las tuviera, ello no debíaproducirle másque inquietud. No parecía posible que le causaran eseabatim-iento de espíritu que a menudo le sobrevenía. Una causa másrazonablepodía encontrarse en su situación de dependencia,que le vedaba la posibilidadde entregarse a sus afectos. Ellasabía que el trato que la madre le daba no leproporcionaba unhogar confortable en la actualidad ni le daba seguridad alguna-de que pudiera formar un hogar propio, si no se atenía estricta-mente a las ideasque ella sustentaba sobre la importancia queél debía alcanzar. Sabiendo esto, aElinor le era imposible sen-tirse tranquila. Estaba lejos de confiar en eseresultado de laspreferencias de Edward que su madre y hermana daban porse-guro. No, mientras más tiempo estaban juntos, más dudosa leparecía lanaturaleza de su afecto; y a veces, durante unos po-cos y dolorosos minutos,creía que no era más que simple amis-tad.Pero, cualesquiera fueran en realidad sus límites, ese afec-to fue suficiente,apenas lo percibió la hermana de Edward, pa-ra intranquilizarla; -y al mismotiempo (lo que era más usualaún), para sacar a luz sus malos modales.Aprovechó la primeraoportunidad que encontró para ofender a su suegrahablándoletan expresivamente de las grandes expectativas que tenían pa-ra suhermano, de la decisión de la señora Ferrars respecto deque sus dos hijos secasaran bien, y del peligro que acechaba acualquier joven que quisieraganárselo, que la señora Dashwo-od no pudo fingir no darse cuenta ni intentarSentido y sensibi-lidad Jane Austen 1414mantenerse tranquila. Le dio una resp-uesta que revelaba su desdén y deinmediato abandonó el cuar-to, mientras tomaba la decisión de que cualesquierafueran losinconvenientes o gastos de una partida tan súbita, su tan queri-daElinor no debía estar expuesta ni una semana más a tales in-sinuaciones.En este estado de ánimo estaba cuando le llegóuna carta por correo con unapropuesta particularmente opor-tuna. Un caballero distinguido y dueño deimportantes propie-dades en Devonshire, pariente suyo, le ofrecía una casapeque-ña en términos muy convenientes. La carta, firmada por él mis-mo, estabaescrita en un tono amistosamente servicial. Enten-día que ella necesitaba unalojamiento, y aunque lo que ahora leofrecía era una simple casita de campo,una cabaña de su prop-iedad, le aseguraba que se le haría todo aquello que

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ellapensara necesario, si la ubicación le agradaba. La urgía congran insistencia,tras describirle en detalle la casa y el jardín, air a Barton Park, donde estaba supropia residencia y desdedonde ella podría juzgar por sí misma si la casita deBarton -porque ambas casas pertenecían a la misma parroquia- podíaserarreglada a su conveniencia. Parecía realmente ansioso deacomodarlas, y todasu carta estaba redactada en un estilo tanamistoso que no podía sinocomplacer a su prima, en especialen un momento en que sufría por elcomportamiento frío e in-sensible de sus parientes más cercanos. No necesitó detiempoalguno para deliberaciones o consultas. Junto con leer la cartatomó sudecisión. La ubicación de Barton en un condado tandistante de Sussex comoDevonshire, algo que tan sólo unas ho-ras antes habría constituido objeciónsuficiente para contrarres-tar todas las posibles bondades del lugar, era ahora suprincipalventaja. Abandonar el vecindario de Norland ya no parecía unmal; eraun objeto de deseo, una bendición en comparación conla miseria de seguirsiendo huésped de su nuera. Y alejarse pa-ra siempre de ese lugar amado iba aser menos doloroso quehabitar en él o visitarlo mientras esa mujer fuera sudueña y se-ñora. De inmediato le escribió a sir John Middleton manifestán-doleagradecimiento por su bondad y aceptando su proposición;luego se apresuró amostrar ambas cartas a sus hijas, asegurán-dose de su aprobación antes deenviarlas.Elinor había pensadosiempre que sería más Prudente para ellas establecersea algu-na distancia de Norland antes que entre sus actuales conoci-dos, por loque no se opuso a las intenciones de su madre de ir-se a Devonshire. La casa,además, tal como la describía sirJohn, era de dimensiones tan sencillas y elalquiler tan notable-mente moderado, que no le daba derecho a objetar puntoalgu-no; y así, aunque no era un plan que atrajera su fantasía y aun-quesignificaba un alejamiento de las vecindades de Norlandque excedía susdeseos, no hizo intento alguno por disuadir a sumadre de escribir aceptando elofrecimiento.CAPITULO VApe-nas despachada su respuesta, la señora Dashwood se permitióel placer deanunciar a su hijastro y esposa que contaba conuna casa y que ya no losSentido y sensibilidad Jane Austen1515incomodaría sino hasta que todo estuviera listo para habi-tarla. La escucharoncon sorpresa. La señora de John Dashwoodno dijo nada, pero su esposomanifestó cortésmente que

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esperaba que no se irían lejos de Norland. Con gransatisfac-ción, la señora Dashwood le respondió que se iban a Devonshi-re.Edward rápidamente levantó los ojos al escuchar esto, y conuna voz desorpresa y preocupación que no requirieron de ma-yor explicación para la señoraDashwood, repitió: “¡Devonshire!¿En verdad van allá? ¡Tan lejos de aquí! ¿Y aqué parte?” Ella leexplicó la ubicación. Estaba a cuatro millas al norte de Exeter.-No es sino una casita de campo -continuo-, pero espero ver allía muchos demis amigos. Será fácil agregarle una o dos habita-ciones; y si mis amigos noencuentran impedimento en viajartan lejos para verme, con toda seguridad yono lo encontrarépara acomodarlos.Concluyó con una muy generosa invitaciónal señor John Dashwood y a suesposa para que la visitaran enBarton; y a Edward le extendió otra con aunmayor afecto. Aun-que en su última conversación con su nuera las expresionesdeésta la habían decidido a no permanecer en Norland más de loque erainevitable, no produjeron en ella el efecto al que princi-palmente apuntaban:separar a Edward y Elinor estaba tan le-jos de ser su objetivo como lo habíaestado antes; y con esa invi-tación a su hermano, deseaba mostrarle a la señorade JohnDashwood cuán escasa importancia daba a su desaprobaciónde esaunión.El señor John Dashwood le repitió a su madre unay otra vez cuánprofundamente lamentaba que ella hubiera to-mado una casa a una distancia tangrande de Norland que leimpediría ofrecerle sus servicios para el traslado de sumobilia-rio. Se sentía en verdad molesto con la situación, porque hací-aimpracticable aquel esfuerzo al que había limitado el cumpli-miento de lapromesa a su padre. Los enseres fueron enviadospor mar. Consistíanprincipalmente en ropa blanca, cubiertos,vajilla y libros, junto con un hermosopiano de Marianne. La se-ñora de John Dashwood vio partir los bultos con unsuspiro; nopodía evitar sentir que como la renta de la señora Dashwoodiba aser tan insignificante comparada con la suya, a ella le co-rrespondía tenercualquier artículo de mobiliario que fuera her-moso.La señora Dashwood arrendó la casa por un año; ya esta-ba amoblada, y podíatomar posesión de ella de inmediato. Nin-guna de las partes interesadas opusodificultad alguna al acuer-do, y ella esperó tan sólo el despacho de sus efectosdesde Nor-land y decidir su futuro servicio doméstico antes de partir hac-ia eloeste; y esto, dada la extrema rapidez con que llevaba a

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cabo todo lo que leinteresaba, muy pronto estuvo hecho. Loscaballos que le había dejado suesposo habían sido vendidostras su muerte, y habiéndosele ofrecido ahora unaoportunidadde disponer de su carruaje, aceptó venderlo a instancias de suhijamayor. Si hubiera dependido de sus solos deseos, se lo ha-bría quedado, paramayor comodidad de sus hijas; pero prevale-ció el buen juicio de Elinor. Fuetambién su sabiduría la que li-mitó el número de sirvientes a tres, dos doncellas yun hombre,prontamente seleccionados entre los que habían constituidosuservicio en Norland.El hombre y una de las doncellas partie-ron de inmediato a Devonshire aSentido y sensibilidad JaneAusten 1616preparar la casa para la llegada de su ama, puescomo la señora Dashwooddesconocía por completo a ladyMiddleton, prefería llegar directamente a lacabaña antes quehospedarse en Barton Park; y confió con tal seguridad en la-descripción que sir John había hecho de la casa, que no sintiócuriosidad deexaminarla por sí misma hasta que entró en ellacomo su dueña. La evidentesatisfacción de su nuera ante laperspectiva de su partida, apenas disimuladatras una fría invi-tación a quedarse un tiempo más, mantuvo intacta su ansie-dadpor alejarse de Norland. Ahora era el momento en que lapromesa de JohnDashwood a su padre podría haberse cumplidocon especial idoneidad. Comohabía descuidado hacerlo al lle-gar a la casa, el momento en que ellas la dejabanparecía elmás adecuado para ello. Pero muy pronto la señora Dashwoo-dabandonó toda esperanza al respecto y comenzó a convencer-se, por el sentidogeneral de sus palabras, de que su ayuda noiría más allá de haberlasmantenido durante seis meses en Nor-land. Tan a menudo se refería él a loscrecientes gastos del ho-gar y a las permanentes e incalculables demandasmonetarias aque estaba expuesto cualquier caballero de alguna importanc-ia,que más parecía estar necesitado de dinero que dispuesto adarlo.Muy pocas semanas después del día que trajo la primeracarta de sir JohnMiddleton a Norland, todos los arreglos esta-ban tan avanzados en su futuroalojamiento que la señora Dash-wood y sus hijas pudieron comenzar su viaje.Muchas fueron laslágrimas que derramaron en sus últimos adioses a un lugarquetanto habían amado.-¡Querido, querido Norland! -repetía Mar-ianne mientras deambulaba sola antela casa la última tardeque estuvieron allí-. ¿Cuándo dejaré de extrañarte?;¿cuándo

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aprenderé a sentir como un hogar cualquier otro sitio? ¡Ah, di-chosacasa! ¡Cómo podrías saber lo que sufro al verte ahoradesde este lugar, desdedonde puede que no vuelva a verte! ¡Yustedes, árboles que me son tanfamiliares! Pero ustedes, uste-des seguirán iguales. Ninguna hoja se marchitaráporque noso-tras nos vayamos, ninguna rama dejará de agitarse aunque yanopodamos mirarlas. No, seguirán iguales, inconscientes delplacer o la pena queocasionan e insensibles a cualquier cambioen aquellos que caminan bajo sussombras. Y, ¿quién quedarápara gozarlos?CAPITULO VILa primera parte del viaje transcu-rrió en medio de un ánimo tan melancólico queno pudo resul-tar sino tedioso y desagradable. Pero a medida que seaproxi-maban a su destino, el interés en la apariencia de la regióndonde habríande vivir se sobrepuso a su decaimiento, y la vistadel Valle Barton a medida queentraban en él las fue llenandode alegría. Era una comarca agradable, fértil, congrandes bos-ques y rica en pastizales. Tras un recorrido de más de una mi-lla,llegaron a su propia casa. En el frente, un pequeño jardínverde constituía la totalidadde sus dominios, al que una pulcraportezuela de rejas les permitió laentrada.Como vivienda, lacasita de Barton, aunque pequeña, era confortable y sóli-da;Sentido y sensibilidad Jane Austen 1717pero en tanto casade campo era defectuosa, porque la construcción era regular,eltecho tenía tejas, las celosías de las ventanas no estaban pinta-das de verde nilos muros estaban cubiertos de madreselva. Uncorredor angosto llevabadirectamente a través de la casa aljardín del fondo. A ambos lados de la entradahabía una salitade estar de aproximadamente dieciséis pies cuadrados; y lue-goestaban las dependencias de servicio y las escaleras. Cuatrodormitorios y dosbuhardillas componían el resto de la casa. Nohabía sido construida hacíamuchos años y estaba en buenascondiciones. En comparación con Norland,¡ciertamente era pe-queña y pobre! Pero las lágrimas que hicieron brotar losrec-uerdos al entrar a la casa muy pronto se secaron. Las alegró elgozo de lossirvientes a su llegada y cada una, pensando en lasotras, decidió parecercontenta. Recién comenzaba septiembre,el tiempo estaba hermoso, y desde laprimera visión que tuvie-ron del lugar bajo las ventajas de un buen clima, laimpresiónfavorable que recibieron fue de primordial importancia paraque sehiciera acreedor de su más firme aprobación.La

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ubicación de la casa era buena. Tras ella, y a no mucha distan-cia a amboslados, se levantaban altas colinas, algunas de lascuales eran lomas abiertas,las otras cultivadas y boscosas. Laaldea de Barton estaba situada casi en sutotalidad en una deestas colinas, y ofrecía una agradable vista desde lasventanasde la casita. La perspectiva por el frente era más amplia; se do-minabatodo el valle, e incluso los campos en que éste desembo-caba. Las colinas querodeaban la cabaña cerraban el valle enesa dirección; pero bajo otro nombre, ycon otro curso, se abríaotra vez entre dos de los montes más empinados.La señoraDashwood se sentía en general satisfecha con el tamaño ymo-biliario de la casa, pues aunque su antiguo estilo de vida hacíaindispensablemejorarla en muchos aspectos, siempre era unplacer para ella ampliar yperfeccionar las cosas; y en ese mo-mento contaba con dinero suficiente paradar a los aposentostodo lo que requerían de mayor elegancia.-En cuanto a la casamisma -dijo-, por cierto es demasiado pequeña paranuestra fa-milia; pero estaremos aceptablemente cómodas por el momen-to, yaque se encuentra muy avanzado el año para realizar me-joras. Quizá en laprimavera, si tengo suficiente dinero, comome atrevo a decir que tendré,podremos pensar en construir.Estos recibos son los dos demasiado pequeñospara los gruposde amigos que espero ver a menudo reunidos aquí; y tengo lai-dea de llevar el corredor dentro de uno de ellos, con quizá unaparte del otro, yasí dejar lo restante de ese otro como vestíbu-lo; esto, junto con una nueva sala,que puede ser agregada fácil-mente, y un dormitorio y una buhardilla arriba, haránde ellauna casita muy acogedora. Podría desear que las escaleras fue-ranmás atractivas. Pero no se puede esperar todo, aunque su-pongo que no seriadifícil ampliarlas. Ya veré cuánto le deberéal mundo cuando llegue la primavera,y planificaremos nuestrasmejoras de acuerdo con ello:Entre tanto, hasta cuando una mu-jer que nunca había economizado en su vidapudiera llevar a ca-bo todos estos cambios con los ahorros de un ingreso dequin-ientas libras al año, sabiamente se contentaron con la casa talcomo estaba;y cada una de ellas se preocupó y empeñó en or-ganizar sus propios asuntos,distribuyendo sus libros y otras po-sesiones para hacer de la casa un hogar. DesSentidoy sensibili-dad Jane Austen 1818empacaron el piano de Marianne y lo ubi-caron en el lugar más adecuado, ycolgaron los dibujos de

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Elinor en los muros de la sala.Al día siguiente, apenas termina-do el desayuno, se vieron interrumpidas en susocupaciones porla entrada del propietario de la cabaña, que llegó a darles lab-ienvenida a Barton y a ofrecerles todo aquello de su propia ca-sa y jardín queles pudiera faltar en el momento. Sir John Midd-leton era un hombre bienparecido de unos cuarenta años. An-tes había estado de visita en Stanhill, perohacía de ello demas-iado tiempo para que sus jóvenes primas lo recordaran. Susem-blante revelaba buen humor y sus modales eran tan amistososcomo elestilo de su carta. Parecía que la llegada de sus parien-tes lo llenaba de realsatisfacción y que su comodidad era obje-to de verdadero desvelo para él. Seexplayó en su profundo de-seo de que ambas familias vivieran en los términosmás cordia-les y las exhortó tan afablemente a que cenaran en Barton Parktodoslos días hasta que estuvieran mejor instaladas en su ho-gar, que aunque insistíaen sus peticiones hasta un punto quesobrepasaba la buena educación, eraimposible sentirse ofendi-do por ello. Su bondad no se limitaba a las palabras,porque an-tes de una hora de su partida, un gran cesto de hortalizas y fru-tasllegó desde la finca, seguido antes de terminar el día por unpresente deanimales de caza. Más aún, insistió en llevar todassus cartas al correo y traerlas que les llegaran, y rehusó lo pri-varan de la satisfacción de enviarles a diariosu periódico.LadyMiddleton les había mandado con él un mensaje muy cortés, enquemanifestaba su intención de visitar a la señora Dashwoodtan pronto comopudiera estar segura de que su llegada no lesignificaría un inconveniente; ycomo este mensaje recibió unarespuesta igualmente atenta, al día siguiente lespresentaron asu señoría.Por supuesto, estaban ansiosas de ver a la personade quien debía dependertanto de su comodidad en Barton, y laelegancia de su apariencia las impresionófavorablemente. LadyMiddleton no tenía más de veintiséis o veintisiete años,era dehermoso rostro, figura alta y llamativa y trato gracioso. Susmodalestenían todo el refinamiento de que carecía su esposo.Pero le habría venido bienalgo de su franqueza y calidez. Y suvisita se prolongó lo suficiente para hacerdisminuir en algo laadmiración inicial que había provocado, al mostrar que,aunqueperfectamente educada, era reservada, fría, y no tenía nadaque decirpor sí misma más allá de las más trilladas preguntasu observaciones.No faltó, sin embargo, la conversación, porque

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sir John era muy locuaz y ladyMiddleton había tenido la sabiaprecaución de llevar con ella a su hijo mayor, unguapo mucha-chito de alrededor de seis años cuya presencia ofreció en todo-momento un tema al que recurrir en caso de extrema urgencia.Debieron indagarsu nombre y edad, admirar su apostura y ha-cerle preguntas, que su madrecontestaba por él mientras él semantenía pegado a ella con la cabeza gacha,para gran sorpre-sa de su señoría, que se extrañaba de que fuera tan tímido an-telos extraños cuando en casa podía hacer bastante ruido. Entodas las visitasformales debiera haber un niño, a manera deseguro para la conversación. En elcaso actual, tomó diez minu-tos decidir si el niño se parecía más al padre o a lamadre, y enqué cosa en especial se parecía a cada uno; porque, por sup-uesto,Sentido y sensibilidad Jane Austen 1919todos discrepa-ban y cada uno se manifestaba estupefacto ante la opinión delosdemás.Muy pronto las Dashwood tuvieron una nueva opor-tunidad de conversar sobreel resto de los niños, porque sirJohn no dejó la casa sin que antes leprometieran cenar conellos al día siguiente.CAPITULO VIIBarton Park estaba más omenos a media milla de la cabaña. Las Dashwoodhabían pasa-do cerca de allí al cruzar el valle pero desde su hogar no lo veí-an,pues lo tapaba la saliente de una colina. La casa misma eraamplia y hermosa, ylos Middleton vivían de manera que conju-gaba la hospitalidad y la elegancia. Laprimera se daba para sa-tisfacción de sir John, la última para la de su esposa.Casi nuncafaltaba algún amigo alojado con ellos en la casa, y recibíanmásvisitas de todo tipo que ninguna otra familia de los alrede-dores. Ello era necesariopara la felicidad de ambos, dado que apesar de sus diferentescaracteres y comportamientos, se pare-cían extremadamente en la total falta detalento y gusto, caren-cia que limitaba a un rango en verdad estrecho lasocupacionesno relacionadas con la vida social. Sir John estaba entregado alosdeportes, lady Middleton a la maternidad. El cazaba y prac-ticaba el tiro, ellaconsentía a sus hijos; y éstos eran sus únicosrecursos. Lady Middleton tenía laventaja de poder mimar a sushijos durante todo el año, en tanto que lasocupaciones inde-pendientes de sir John podían darle sólo la mitad del tiempo.Noobstante, continuos compromisos en la casa y fuera de ella su-plían todas lasdeficiencias de su naturaleza y educación, ali-mentaban el buen ánimo de sirJohn y permitían que su esposa

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ejercitara su buena crianza.Lady Middleton se preciaba de laelegancia de su mesa y de todos susarreglos domésticos, y deesta clase de vanidad extraía las mayores satisfaccionesen to-das sus reuniones. En cambio, el gusto de sir John por la vidasocialera mucho más real; disfrutaba de reunir en torno a él amás gente joven de laque cabía en su casa, y mientras más rui-dosa era, mayor su placer. Era unabendición para toda la ju-ventud de la vecindad, ya que en veranoconstantemente reuníagrupos de personas para comer jamón y pollo frío al airelibre, yen invierno sus bailes privados eran lo suficientemente nume-rosos paracualquier muchacha que ya hubiera dejado atrás elinsaciable apetito de losquince años.La llegada de una nuevafamilia a la región era siempre motivo de alegría paraél, y des-de todo punto de vista estaba encantado con los inquilinos quehabíaconseguido para su cabaña en Barton. Las señoritasDashwood eran jóvenes,bonitas y sencillas, de modales pocoafectados. Eso bastaba para asegurar subuena opinión, porquela falta de afectación era todo lo que una chica bonitapodía ne-cesitar para hacer de su espíritu algo tan cautivador como sua-pariencia. Complació a sir John en su carácter amistoso la posi-bilidad de hacerun favor a aquellos cuya situación podía consi-derarse adversa si se lacomparaba con la que habían tenido enel pasado. Así, sus muestras de bondadSentido y sensibilidadJane Austen 2020a sus primas satisfacían su buen corazón; y alestablecer en la casita de Bartona una familia compuesta sola-mente de mujeres, obtenía todos los placeres de undeportista;porque un deportista, aunque sólo estima a los representantesde susexo que también lo son, pocas veces se muestra deseosode fomentar susgustos alojándolos en su propio coto.La señoraDashwood y sus hijas fueron recibidas en la puerta de la casapor sirJohn, quien les dio la bienvenida a Barton Park con es-pontánea sinceridad; ymientras las guiaba hasta el salón, repe-tía a las jóvenes la preocupación que elmismo tema le habíacausado el día anterior, esto es, no poder conseguir ningúnjo-ven elegante e ingenioso para presentarles. Ahí sólo habríaotro caballeroademás de él, les dijo; un amigo muy especialque' se estaba quedando en lafinca, pero que no era ni muy jo-ven ni muy alegre. Esperaba que le disculparanlo escaso de laconcurrencia y les aseguró que ello no volvería a repetirse.Ha-bía estado con varias familias esa mañana, en la esperanza de

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conseguir aalguien más para hacer mayor el grupo, pero habíaluna y todos estaban llenosde compromisos para esa noche.Afortunadamente, la madre de lady Middletonhabía llegado aBarton a última hora, y como era una mujer muy alegre yagra-dable, esperaba que las jóvenes no encontrarían la reunión tanaburridacomo podrían imaginar. Las jóvenes, al igual que sumadre, estabanperfectamente satisfechas con tener a dos per-sonas por completo desconocidasentre la concurrencia, y nodeseaban más.La señora Jennings, la madre de lady Middleton,era una mujer ya mayor, deexcelente humor, gorda y alegreque hablaba en cantidades, parecía muy feliz yalgo vulgar. Es-taba llena de bromas y risas, y antes del final de la cena había-dado repetidas muestras de su ingenio en el tema de enamora-dos y maridos;había manifestado sus esperanzas de que lasmuchachas no hubieran dejadosus corazones en Sussex, y cadavez fingía haberlas visto ruborizarse, ya seaque lo hubieran he-cho o no. Marianne se sintió molesta por ello a causa de suher-mana y, para ver cómo sobrellevaba estos ataques,, miró a Eli-nor con unaansiedad que le produjo a ésta una incomodidadmucho mayor que la quepodían generar las triviales bufonadasde la señora Jennings.El coronel Brandon, el amigo de sir John,con sus modales silenciosos y serios,parecía tan poco adecuadopara ser su amigo como lady Middleton para ser suesposa, o laseñora Jennings para ser la madre de lady Middleton. Suapar-iencia, sin embargo, no era desagradable, a pesar de que a jui-cio deMarianne y Margaret era un solterón sin remedio, porq-ue ya había pasado lostreinta y cinco y entrado a la zona deslu-cida de la vida; pero aunque no era derostro apuesto, había in-teligencia en su semblante y una particular caballerosidadensu trato.Nadie de la concurrencia tenía nada que lo recomen-dara como compañía paralas Dashwood; pero la fría insipidezde lady Middleton era tan especialmentepoco grata, que com-paradas con ella la gravedad del coronel Brandon, e inclusolabulliciosa alegría de sir John y su suegra, eran interesantes. Laalegría de ladyMiddleton sólo pareció brotar después de la ce-na con la entrada de sus cuatroruidosos hijos, que la tironea-ron de aquí allá, desgarraron su ropa y pusieron fina todo tipode conversación, salvo la referida a ellos.Sentido y sensibilidadJane Austen 2121Al atardecer, como se descubriera que Mar-ianne tenía aptitudes musicales, lainvitaron a tocar. Abrieron el

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instrumento, todos se prepararon para sentirseencantados, yMarianne, que cantaba muy bien, a su pedido recorrió la mayo-ríade las canciones que lady Middleton había aportado a la fa-milia al casarse, yque quizá habían permanecido desde enton-ces en la misma posición sobre elpiano, ya que su señoría ha-bía celebrado ese acontecimiento renunciando a lamúsica, aun-que según su madre tocaba extremadamente bien y, segúnellamisma, era muy aficionada a hacerlo.La actuación de Mar-ianne fue muy aplaudida. Sir John manifestabasonoramente suadmiración al finalizar cada pieza, e igualmente sonora era su-conversación con los demás mientras duraba la canción. A me-nudo ladyMiddleton lo llamaba al orden, se extrañaba de quealguien pudiera distraer suatención de la música siquiera porun momento y le pedía a Marianne quecantara una canción enespecial que ella acababa de terminar. Sólo el coronelBrandon,entre toda la concurrencia, la escuchaba sin arrebatos. Su úni-cocumplido era es - cucharla, y en ese momento ella sintió porél un respeto quelos otros con toda razón habían perdido porsu desvergonzada falta de gusto. Elplacer que el coronel habíamostrado ante la música, aunque no llegaba a eseéxtasis que,con exclusión de cualquier otro, ella consideraba compatiblecon supropio deleite, era digno de estimación frente a la horri-ble insensibilidad delresto; y ella era lo bastante sensata comopara conceder que un hombre detreinta y cinco años bien po-día haber dejado atrás en su vida toda agudeza desentimientosy cada exquisita facultad de gozo. Estaba perfectamente disp-uestaa hacer todas las concesiones necesarias a la avanzadaedad del coronel queun espíritu humanitario exigi-ría.CAPITULO VIIIEn su viudez, la señora Jennings había que-dado en poder de una generosarenta por el usufructo de losbienes dejados por su marido. Sólo tenía dos hijas,a las que ha-bía llegado a ver respetablemente casadas y, por tanto, ahoranotenía nada que hacer sino casar al resto del mundo. Hastadonde era capaz, eracelosamente activa en el cumplimiento deeste objetivo y no perdía oportunidadde planificar matrimoniosentre los jóvenes que conocía. Era de notable rapidezpara des-cubrir quién se sentía atraído por quién, y había gozado delmérito dehacer subir los rubores y la vanidad de muchas jóve-nes con insinuacionesrelativas a su poder sobre tal o cual jo-ven; y apenas llegada a Barton, este tipode perspicacia le

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permitió anunciar que el coronel Brandon estaba muyenamora-do de Marianne Dashwood. Más bien, sospechó que así era laPrimeratarde que estuvieron juntos, por la atención con que laescuchó cantar; y cuandolos Middleton devolvieron la visita ycenaron en la cabaña, se cercioró de ello alver otra vez cómo laescuchaba. Tenía que ser así. Estaba totalmente convencidadeello. Sería una excelente unión, porque el era rico y ella erahermosa.Desde el momento -mismo en que había conocido alcoronel Brandon, debido asus lazos con sir John, la señora Jen-nings había ansiado verlo bien casado; y,Sentido y sensibilidadJane Austen 2222además, nunca flaqueaba en el afán de conse-guirle un buen marido a cadamuchacha bonita.La ventaja in-mediata que obtuvo de ello no fue de ninguna manerainsignifi-cante, porque la proveyó de interminables bromas a costa deambos. EnBarton Park se reía del coronel, y en la cabaña, deMarianne. Al primero,probablemente esas chanzas le eran to-talmente indiferentes, ya que sólo loafectaban a él; pero parala segunda, al comienzo fueron incomprensibles; ycuando en-tendió, su objeto, no sabía si reírse de lo absurdas que eranocensurar su impertinencia, ya que las consideraba un comen-tario insensible alos avanzados años del coronel y a su tristecondición de solterón.La señora Dashwood, que no podía consi-derar a un hombre cinco años menorque ella tan excesivamen-te anciano como aparecía ante la juvenil imaginaciónde su hija,intentó limpiar a la señora Jennings del cargo de haber queri-doridiculizar su edad.-Pero, mamá, al menos no podrá negar loabsurdo de la acusación, aunque nola crea intencionalmentemaliciosa. Por supuesto que el coronel Brandon es másjovenque la señora Jennings, pero es lo suficientemente viejo paraser mi padre;y si llegara a tener el ánimo suficiente para ena-morarse, ya debe haber olvidadoqué se siente en esos casos.¡Es demasiado ridículo! ¿Cuándo podrá un hombreliberarse detales ingeniosidades, si la edad y su debilidad no lo prote-gen?-¡Debilidad! -exclamó Elinor-. ¿Llamas débil al coronelBrandon? Fácilmentepuedo suponer que a ti su edad te parez-ca mucho mayor que a mi madre, peroes difícil que te engañesrespecto a que sí está en uso de sus extremidades.¿No lo escu-chaste quejarse de reumatismo? ¿Y no es ésa la primera debili-dadde una vida que declina?-¡Mi querida niña! -dijo la madre,riendo-, entonces debes estar en continuoterror de que yo haya

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entrado también en la decadencia; y debe parecerte unmilagroque mi vida haya llegado a la avanzada edad de cuarenta años.-Mamá, no está siendo justa conmigo. Sé perfectamente que elcoronelBrandon no es tan viejo como para que sus amigos te-man perderlo por causaspropias del curso de la naturaleza.Puede vivir veinte años más. Pero treinta ycinco años no tienennada que ver con el matrimonio.-Quizá -dijo Elinor-, sea mejorque una persona de treinta y cinco y otra dediecisiete no ten-gan nada que ver con un matrimonio entre sí. Pero si porcasua-lidad llegara a tratarse de una mujer soltera a los veintisiete,no creo que elhecho de que el coronel Brandon tenga treinta ycinco le despertaría ningunaobjeción a que se casara con ella.-Una mujer de veintisiete -dijo Marianne, después de una peq-ueña pausajamáspodría esperar sentir o inspirar afecto nueva-mente; y si su hogar no escómodo, o su fortuna es pequeña, su-pongo que podría intentar conformarse condesempeñar el ofic-io de institutriz, para así obtener la Seguridad con que cuent-auna esposa. Por tanto, si el coronel se casara con una mujeren esa condición,no habría nada inapropiado. Sería un pacto deconveniencia y el mundo estaríasatisfecho. A mis ojos no seríaen absoluto un matrimonio, Pero eso no importa.A mí me pare-cería sólo un intercambio comercial, en que cada uno querría-beneficiarse a costa del otro.Sentido y sensibilidad Jane Austen2323-Sé -dijo Elinor- que sería imposible convencerte de queuna mujer deveintisiete pueda sentir por un hombre de treintay cinco algo que ni siquiera seacerque a ese amor que lo trans-formaría en un compañero deseable para ella.Pero debo obje-tar que condenes al coronel Brandon y a su esposa al perpetuo-encierro en una habitación de enfermo, por la simple razón deque ayer (un díamuy frío y húmedo) él llegó a quejarse de unaleve sensación reumática en unode sus hombros.-Pero él menc-ionó camisetas de franela -dijo Marianne-; y para mí, unacami-seta de franela está invariablemente unida a dolores, calam-bres, reumatismo,y todos los males que pueden afligir a los an-cianos y débiles.-Si tan sólo hubiera estado sufriendo de unafiebre violenta, no lo habríasmenospreciado tanto. Confiesa,Marianne, ¿no sientes que hay algo interesanteen las mejillasencendidas, ojos hundidos y pulso acelerado de la fiebre?Pocodespués, cuando Elinor hubo abandonado la habitación, dijoMarianne:-Mamá, tengo una preocupación en este tema de las

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enfermedades que nopuedo ocultarle. Estoy segura de que Ed-ward Ferrars no está bien. Ya llevamosacá cerca de quince díasy todavía no viene. Tan sólo una verdaderaindisposición podríaocasionar esta extraordinaria tardanza. ¿Qué otra cosapuededetenerlo en Norland?-¿Tú pensabas que él vendría tanpronto? -dijo la señora Dashwood-. Yo no. Alcontrario, si me hellegado a sentir ansiosa al respecto, ha sido al recordar queaveces él mostraba una cierta falta de placer ante mi invitacióny poca disposicióna aceptar cuando le mencionaba su venida aBarton. ¿Es que Elinor lo esperaya?-Nunca se lo he menciona-do a ella, pero por supuesto tiene que estaresperándolo.-Creoque te equivocas, porque cuando ayer le hablaba de conseguirunanueva rejilla para la chimenea del dormitorio de alojados,señaló que no habíaninguna urgencia, como si la habitación nofuera a ser ocupada por algúntiempo.-¡Qué extraño es todo es-to! ¿Qué puede significar? ¡Pero todo en la forma enque se hantratado entre ellos ha sido inexplicable! ¡Cuán frío, cuán formalfuesu último adiós! ¡Qué desganada su conversación la últimatarde que estuvieronjuntos! Al despedirse, Edward no hizo nin-guna diferencia entre Elinor y yo: paraambas tuvo los buenosdeseos de un hermano afectuoso. Dos veces los dejésolos a pro-pósito la última mañana, y cada vez él, de la manera másinex-plicable, me siguió fuera de la habitación. Y Elinor, al dejarNorland y aEdward, no lloró como yo lo hice. Incluso ahora suautocontrol es invariable.¿Cuándo está abatida o melancólica?¿Cuándo intenta evitar la compañía deotros, o parece inquietae insatisfecha con ella misma?CAPITULO IXLas Dashwood es-taban instaladas ahora en Barton con bastante comodidad. La-casa y el jardín, con todos los objetos que los rodeaban, ya leseran familiares;Sentido y sensibilidad Jane Austen 2424poco apoco retomaban las ocupaciones cotidianas que habían dado lamitad desu encanto a Norland, pero esta vez con mucho mayorplacer que el que allíhabían logrado desde la muerte de su pa-dre. Sir John Middleton, que las visitódiariamente durante losprimeros quince días y que no estaba acostumbrado aver de-masiados quehaceres en su hogar, no podía ocultar su asombroporencontrarlas siempre ocupadas.Sus, visitantes, excepto losde Barton Park, no eran muchos. A pesar de losperentoriosruegos de sir John para que se integraran más al vecindario ydehaberles asegurado -repetidamente que su carruaje estaba

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siempre a sudisposición, la independencia de espíritu de la se-ñora Dashwood venció sudeseo de vida social para sus hijas; ycon gran decisión rehusó visitar a ningunafamilia cuya casaquedara a mayor distancia que la que se podía recorrercami-nando. Había pocas que cumplieran tal requisito, y no todasellas eranasequibles. Aproximadamente a milla y media de lacabaña, junto al angosto ysinuoso valle de Allenham, que nacíadel de Barton, tal como ya se ha descrito,en una de sus prime-ras caminatas las muchachas habían descubierto unamansiónde aire respetable que, al recordarles un poco a Norland, des-pertóinterés en sus imaginaciones y las hizo desear conocerlamás. Pero a suspreguntas les respondieron que su propietaria,una dama anciana de muy buencarácter, desgraciadamente es-taba demasiado débil para compartir con el restodel mundo ynunca se alejaba de su hogar.En general, los alrededores abun-daban en hermosos paseos. Los altoslomajes, que las invitabandesde casi todas las ventanas de la cabaña a buscaren suscumbres el exquisito placer del aire, eran una feliz alternativacuando elpolvo de los valles de abajo ocultaba sus superioresencantos; y hacia una deesas colinas dirigieron sus pasos Mar-ianne y Margaret una memorable mañana,atraídas por el pocosol que asomaba en un cielo chubascoso e incapaces desopor-tar más el encierro al que las -había obligado la continua lluviade los dosdías anteriores. El clima no era tan tentador comopara arrancar a las otras dosde sus lápices y libros, a pesar dela declaración de Marianne de que el buentiempo se manten-dría y que hasta la última de las nubes amenazadoras sealeja-ría de los cerros. Y juntas partieron las dos muchachas.Alegre-mente ascendieron las lomas, regocijándose de su propia clari-videnciacada vez que vislumbraban un trozo de cielo azul; ycuando recibieron en susrostros las vivificantes ráfagas de unpenetrante viento del suroeste, lamentaronlos temores que ha-bían impedido a su madre y a Elinor la posibilidad decompartirtan deliciosas sensaciones.-¿Existe en el mundo -dijo Marianne-una felicidad comparable a ésta?Margaret, caminaremos aquíal menos dos horas.Margaret estuvo de acuerdo, y reemprend-ieron su camino contra el viento,resistiéndolo con alegres risasdurante casi veinte minutos más, cuando desúbito las nubes seunieron por sobre sus cabezas y una intensa lluvia lesempapólos rostros. Apenadas y sorprendidas, se vieron obligadas,

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aunque adesgana, a devolverse, porque ningún refugio habíamás cercano que su casa.No obstante, les quedaba un consue-lo, al que pudieron recurrir en ese momentopuesto que la nece-sidad les dio más decoro del que habitualmente tendrían: ySen-tido y sensibilidad Jane Austen 2525éste fue bajar corriendotan rápido como podían por la falda de la colina queconducíadirectamente al portón de su jardín.Partieron. Marianne tomóventaja al comienzo, pero un paso en falso la hizocaer de re-pente a tierra; y Margaret, incapaz de detenerse para auxiliar-la,involuntariamente siguió de largo a toda prisa y llegó abajosana y salva.Un caballero que cargaba una escopeta, con dosperros pointer que jugaban asu alrededor, se encontraba- sub-iendo la colina y a pocas yardas de Mariannecuando ocurrió elaccidente. Dejó su arma y corrió en su auxilio. Ella se habíale-vantado del suelo, pero habiéndose torcido un tobillo al caer,apenas podíasostenerse en pie. El caballero le ofreció sus ser-vicios, y advirtiendo que sumodestia la hacía rehusar lo que susituación hacía necesario, la levantó en susbrazos sin más tar-danza y la llevó cerro abajo. Luego, cruzando el jardín cuyap-uerta Margaret había dejado abierta, la cargó directamente alinterior de lacasa, adonde Margaret acababa de llegar, y no de-jó de sostenerla hasta sentarlaen una silla de la salita.Elinor ysu madre se levantaron atónitas al verlo entrar, y mientras leclavabanla vista con evidente extrañeza y a la vez con secretaadmiración ante suapariencia, él disculpó su intromisión rela-tando lo que la había causado; y lo hizode manera tan franca yllena de gracia que su voz y expresión parecieron hacermayo-res sus encantos, aunque ya era extraordinariamente bien pa-recido. Sihubiera sido viejo, feo y vulgar, igualmente habríacontado con la gratitud yamabilidad de la señora Dashwoodpor cualquier acto de atención hacia su hija;pero la influenciade la juventud, la belleza y elegancia prestó un nuevo interésasu acción, que la conmovió aún más.Le agradeció una y otravez, y con la dulzura de trato que le era propia, loinvitó a sen-tarse. Pero él declinó hacerlo, en consideración a que estabasucio ymojado. La señora Dashwood le rogó entonces le dijeracon quién debía estaragradecida. Su nombre, replicó él, eraWilloughby, y su hogar en ese momentoestaba en Allenham,desde donde él esperaba le permitiera el honor de visitarlasaldía siguiente para averiguar cómo seguía la señorita

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Dashwood. El honor fuerápidamente concedido y él partió, ha-ciéndose aún más interesante, en mediode una intensa lluv-ia.Su belleza varonil y más que común gracia se hicieron ins-tantáneamente temade generalizada admiración, y las risas acosta de Marianne que despertó sugalantería recibieron parti-cular estímulo de sus atractivos externos. Mariannemisma ha-bía visto menos de su apariencia que el resto, porque la confu-sión queenrojeció su rostro cuando él la levantó le había impe-dido mirarlo después deque entraron en la casa. Pero habíavisto lo suficiente de él para sumarse a laadmiración de las de-más, y lo hizo con esa energía que siempre adornaba suselog-ios. En apariencia y aire era exacto a lo que su fantasía habíasiempreatribuido al héroe de sus relatos favoritos; y el haberlacargado a casa con tanpoca formalidad previa revelaba una ra-pidez de pensamiento que en forma muyespecial despertaba enella un ánimo favorable a él. Todas las circunstanciasque leeran propias lo hacían interesante. Tenía un buen nombre, suresidenciaestaba en el villorrio que preferían por sobre los de-más, y muy luego Mariannedescubrió que de todas las vesti-mentas masculinas, la más sentadora era unaSentido y sensibi-lidad Jane Austen 2626chaqueta de caza. Bullía su imagina-ción, sus reflexiones eran gratas, y el dolorde un tobillo torcidoperdió toda importancia.Esa mañana sir John acudió a visitar-las tan pronto como el siguiente lapso debuen tiempo le permi-tió salir de casa. Tras relatarle el accidente de Marianne, lepre-guntaron ansiosamente si conocía en Allenham a un caballerode nombreWilloughby.-¡Willoughby! -exclamó sir John-. ¿Es queél está acá? Pero qué buenasnoticias; cabalgaré hasta su casamañana para invitarlo a cenar el jueves.¿Usted lo conoce,entonces? -preguntó la señora Dashwood.-¡Conocerlo! Por sup-uesto que sí. ¡Pero si viene todos los años!-¿Y qué clase de jo-ven es?-Le aseguro que una persona tan buena como el quemás. Un tirador bastantedecente, y no hay jinete más audaz entoda Inglaterra.-¡Y eso es todo lo que puede decir de él! -excla-mó Marianne indignada-. Pero,¿cómo son sus modales cuandose lo conoce de manera más íntima? ¿Cuálesson sus ocupacio-nes, sus talentos, cómo es su espíritu?Sir John estaba algoconfundido.-Por mi vida -dijo-, no lo conozco tanto como parasaber eso. Pero es unapersona agradable, de buen carácter, ytiene una perrita pointer de color negroque es lo mejor que he

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visto. ¿Iba con él hoy?Pero Marianne era tan incapaz de satis-facer su curiosidad respecto al color delperro del señor Will-oughby, como lo era él en cuanto a describir los matices delamente del joven.-Pero, ¿quién es él? -preguntó Elinor-. ¿Dedónde viene? ¿Posee una casa enAllenham?Sobre este puntopodía informarlas más sir John, y les dijo que el señorWillough-by no tenía propiedades personales en la región; que residíaallí sólomientras visitaba a la anciana de Allenham Court, dequien era pariente y cuyosbienes heredaría. Y agregó:-Sí, sí,vale la pena atraparlo, le aseguro, señorita Dashwood; es due-ño,además, de una linda propiedad en Somersetshire; y si yofuera usted, no se locedería a mi hermana menor a pesar de to-do su dar tumbos cerro abajo. Laseñorita Marianne no puedepretender quedarse con todos los hombres.Brandon se pondráceloso si ella no tiene más cuidado.-No creo -dijo la señoraDashwood, con una sonrisa divertida-, que ninguna demis hijasvaya a incomodar al señor Willoughby con intentos de atrapar-lo. No esuna ocupación para la que hayan sido criadas. Loshombres están muy a salvocon nosotras, sin importar cuán ri-cos sean. Me alegra saber, sin embargo, por loque usted dice,que es un joven respetable y alguien cuyo trato no serádedespreciar.-Creo que es una persona tan buena como el quemás -repitió sir John-.Recuerdo la última Navidad, en una peq-ueña reunión en Barton Park, en que élbailó desde las ochohasta la cuatro sin sentarse ni una vez.¿En verdad? -exclamóMarianne brillándole los ojos-. ¿Y con elegancia, conespíritu?-Sí; y estaba otra vez en pie a las ocho, listo para salir a cabal-gar.Sentido y sensibilidad Jane Austen 2727-Eso es lo que megusta; así es como debiera ser un joven. Sin importar a quéestédedicado, su entrega a lo que hace no debe saber de moderac-iones nidejarle ninguna sensación de fatiga.-Ya, ya, estoy vien-do cómo va a ser -dijo sir John-, ya veo cómo será. Usted sepro-pondrá echarle el lazo ahora, sin pensar en el pobre Brandon.-Esa es una expresión, sir John -dijo Marianne acaloradamente-que medisgusta en especial.Aborrezco todas las frases trilladascon las que se intenta demostrar agudeza;y “echarle el lazo aun hombre”, o “hacer una conquista”, son las más odiosas de-todas. Se inclinan a la vulgaridad y mezquindad; y si algunavez pudieron serconsideradas bien construidas, hace muchoque el tiempo ha destruido toda suingeniosidad.Sir John no

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entendió mucho este reproche, pero rió con tantas ganas comosilo hubiera hecho, y luego replicó:-Sí, sí, me atrevo a decir queusted, de una manera u otra, va a hacersuficientes conquistas.¡Pobre Brandon! Ya está bastante prendado de usted, yle ase-guro que bien vale la pena echarle el lazo, a pesar de todo esteandarrodando por el suelo y torciéndose los tobillos.CAPITULOXEl protector de Marianne, según los términos en que con máselegancia queprecisión ensalzara Margaret a Willoughby, llegóa la casa muy temprano lamañana siguiente para preguntarpersonalmente por ella. Fue recibido por laseñora Dashwoodcon algo más que cortesía: con una amabilidad que laspalabrasde sir John y su propia gratitud inspiraban; y todo lo que tuvolugardurante la visita llevó a darle al joven plena seguridad so-bre el buen sentido,elegancia, trato afectuoso y comodidad ho-gareña de la familia con la cual sehabía relacionado por un ac-cidente. Para convencerse de los encantospersonales de quetodas hacían gala, no había necesitado una segundaentrevis-ta.La señorita Dashwood era de tez delicada, rasgos regularesy una figuranotablemente bonita. Marianne era más hermosaaún. Su silueta, aunque no tan,correcta como la de su herma-na, al tener la ventaja de la altura era másllamativa; y su rostroera tan encantador, que cuando en los tradicionalespanegíricosse la llamaba una niña hermosa, se faltaba menos a la verdadde loque suele ocurrir. Su cutis era muy moreno, pero su trans-parencia le daba unextraordinario brillo; todas sus faccioneseran correctas; su sonrisa, dulce yatractiva; y en sus ojos, queeran muy oscuros, había una vida, un espíritu, unafán que difí-cilmente podían ser contemplados sin placer. Al comienzo con-tuvoante Willoughby la expresividad de su mirada, por la tur-bación que le producía elrecuerdo de su ayuda. Pero cuandoesto pasó; cuando recuperó el control de suespíritu; cuando vioque a su perfecta educación de caballero él unía lafranqueza yvivacidad; y, sobre todo, cuando le escuchó afirmar que eraa-pasionadamente aficionado a la música y al baile, le dio tal mi-rada deSentido y sensibilidad Jane Austen 2828aprobación quecon ella aseguró que gran parte de sus palabras estuvierandiri-gidas a ella- durante el resto de su estadía.Lo único que se req-uería para inducirla a hablar era mencionar cualquiera desusdiversiones favoritas. No podía mantenerse en silencio cuandose tocabanesos temas, y no era ni tímida ni reservada para

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discutirlos. Rápidamentedescubrieron que compartían el gustopor el baile y la música, y que ello nacíade una general simili-tud de juicio en todo lo que concernía a ambas actividades.Ani-mada por esto a examinar con mayor detenimiento las opinio-nes del joven,Marianne Procedió a interrogarlo en tomo al te-ma de los libros; trajo a colaciónsus autores favoritos hablandode ellos con tal arrobamiento, que cualquier jovende veinticin-co años tendría que haber sido en verdad insensible para no-transformarse en un inmediato converso a la excelencia de ta-les obras, sinimportar cuán poco las hubiera tenido en conside-ración antes. Sus gustos eranextraordinariamente semejantes.Ambos idolatraban los mismos libros, losmismos pasajes; o, siaparecía cualquier diferencia o surgía cualquier objecióndeparte de él, no duraba sino hasta el momento en que la fuerzade losargumentos de la joven o el brillo de sus ojos podían des-plegarse. El asentía atodas sus decisiones, se contagiaba de suentusiasmo y mucho antes del fin desu visita, conversaban conla familiaridad de conocidos de larga data.-Bien, Marianne -dijoElinor inmediatamente tras su partida-, creo que para unama-ñana lo has hecho bastante bien. Ya has averiguado la opinióndel señorWilloughby en casi todas las materias de importancia.Estás al tanto de lo quepiensa de Cowper y Scott; tienes totalcertidumbre de que aprecia sus encantostal como debe hacer-se, y has recibido todas las seguridades necesarias -respectode que no admira a Pope más allá de lo adecuado. Pero, ¡cómopodráscontinuar tu relación con él tras despachar de maneratan extraordinaria todoslos posibles temas de conversación!Pronto habrán agotado todos los tópicospreferidos. Otro enc-uentro bastará para que él explique sus sentimientos sobrelabelleza pintoresca y los segundos matrimonios, y entonces yano tendrásnada más que preguntar… -¡Elinor! -exclamó Mar-ianne-. ¿Estás siendo justa? ¿Estás siendo equitativa?¿Es quemis ideas son tan escasas? Pero entiendo lo que dices. Me hesentidodemasiado cómoda, demasiado feliz, he estado demasia-do franca. He faltado atodos los lugares comunes relativos aldecoro. He sido abierta y sincera allídonde debí ser reservada,opaca, desganada y falsa. Si sólo hubiera conversadodel climay de los caminos, y si sólo hubiera hablado una vez en diez mi-nutos,me habría salvado de este reproche.-Querida mía -dijo sumadre-, no debes sentirte ofendida por Elinor; ella

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sólobromeaba. Yo misma la regañaría si la creyera capaz dedesear poner freno alplacer de tu conversación con nuestronuevo amigo.Marianne se apaciguó en un instante.Willoughby,por su parte, dio tantas pruebas del placer que le producía la-relación con ellas como su evidente deseo de profundizarla po-día ofrecer. Lasvisitaba diariamente. Al comienzo su excusa fuepreguntar por Marianne; pero laalentadora forma en que erarecibido, que día a día crecía en gentileza, hizoinnecesaria talexcusa antes de que la perfecta recuperación de Marianne de-jaraSentido y sensibilidad Jane Austen 2929de hacerla posible.Debió quedarse confinada a la casa durante algunos días,peronunca encierro alguno había sido menos molesto. Willoughbyera un jovende grandes habilidades, imaginación rápida, espíri-tu vivaz y modales francos yafectuosos. Estaba hecho exacta-mente para conquistar el corazón de Marianne,porque a todoesto unía no sólo una apariencia cautivadora, sino una mente-llena de un natural apasionamiento, que ahora despertaba ycrecía con elejemplo del de ella y que lo encomendaba a suafecto más que ninguna otracosa.Poco a poco la compañía deWilloughby se transformó en el más exquisitoplacer de Marian-ne. Juntos leían, conversaban, cantaban; los talentos musicales-que él mostraba eran considerables, y leía con toda la sensibili-dad y entusiasmode que tan lamentablemente había carecidoEdward.En la opinión de la señora Dashwood, el joven aparecíatan sin tacha como loera para Marianne; y Elinor no veía nadaen él digno de censura más que unapropensión -que lo hacíaextremadamente parecido a su hermana y que a éstamuy enespecial deleitaba- a decir demasiado lo que pensaba en cadaocasión,sin prestar atención ni a personas ni a circunstancias.Al formar y darapresuradamente su opinión sobre otra gente,al sacrificar la cortesía general alplacer de entregar por com-pleto su atención a aquello que llenaba su corazón, yal pasarcon demasiada facilidad por sobre las convenciones socialesmostrabaun descuido que Elinor no podía aprobar, a pesar detodo lo que él y Mariannedijeran en favor de ello.Marianne co-menzaba ahora a advertir que la desesperación que se habíaa-poderado de ella a los dieciséis años y medio al pensar que ja-más iba aconocer a un hombre que satisficiera sus ideas deperfección, había sidoapresurada e injustificable. Willoughbyera todo lo que su imaginación habíaelaborado en esa

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desdichada hora, y en cada una de sus épocas más felices,comocapaz de atraerla; y en su comportamiento, él mostraba quesus deseosen tal aspecto eran tan intensos como numerososeran sus dones.También la señora Dashwood, en cuya mente lafutura riqueza de Willoughbyno había hecho brotar especula-ción alguna en torno a un posible matrimonioentre los jóvenes,se vio arrastrada antes de terminar la semana a poner en ello-sus esperanzas y expectativas, y a felicitarse en secreto por ha-ber ganado dosyernos como Edward y Willoughby.La preferen-cia del coronel Brandon por Marianne, tan anticipadamente-descubierta por sus amigos, se hizo por primera vez percepti-ble a Elinor cuandoellos dejaron de advertirla. Comenzaron adirigir su atención e ingenio a su másafortunado rival, y laschanzas de que el primero había sido objeto antes de quesedespertara en él interés particular alguno, dejaron de caer so-bre él cuandosus sentimientos realmente comenzaron a sermerecedores de ese ridículo quecon tanta justicia se vincula ala sensibilidad. Elinor se vio obligada, aunque encontra de suvoluntad, a creer que los sentimientos que para su propia di-versiónla señora Jennings le había atribuido al coronel, en ver-dad los había despertadosu hermana; y que si una general afi-nidad entre ambos podía impulsar el afectodel señor Willough-by por Marianne, una igualmente notable oposición decaracte-res no era obstáculo al afecto del coronel Brandon. Veía estocon preSentidoy sensibilidad Jane Austen 3030ocupación,pues, ¿qué esperanzas podía tener un hombre circunspecto de-treinta y cinco años frente a un joven lleno de vida de veinticin-co? Y como nisiquiera podía desearlo vencedor, con todo el co-razón lo deseaba indiferente. Legustaba el coronel; a pesar desu gravedad y reserva, lo consideraba digno deinterés. Sus mo-dales, aunque serios, eran suaves, y su reserva parecía más el-resultado de una cierta pesadumbre del espíritu que de untemperamentonaturalmente sombrío. Sir John había dejado ca-er insinuaciones de pasadasheridas y desilusiones, que dieronpie a Elinor para creerlo un hombredesdichado y mirarlo conrespeto y compasión.Quizá lo compadecía y estimaba más porlos desaires que recibía deWilloughby y Marianne, quienes,prejuiciados en su contra por no ser ni vivaz nijoven, parecíandecididos a menospreciar sus méritos.-Brandon es justamenteel tipo de persona -afirmó Willoughby un día en

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queconversaban sobre él- de quien todos hablan bien y que nole importa a nadie; aquien todos están dichosos de ver, y conquien nadie se acuerda de hablar.-Es exactamente lo que pien-so de él -exclamó Marianne.-Pero no hagan alarde de ello -dijoElinor-, porque en eso los dos son injustos.En Barton Park to-dos lo estiman profundamente, y por mi parte nunca lo veosinhacer todos los esfuerzos posibles para conversar con él.-Que usted esté de su parte -replicó Willoughby- ciertamentehabla en favor delcoronel; pero en lo que toca al aprecio de losdemás, ello constituye en sí mismoun reproche. ¿Quién querríasometerse a la indignidad de ser aprobado pormujeres comolady Middleton y la señora Jennings, algo que a cualquiera de-jaríapor completo indiferente?-Pero puede que el maltrato degente como usted y Marianne compense por elaprecio de ladyMiddleton y su madre. Si la alabanza de éstas es censura, la-censura de ustedes puede ser alabanza; porque la falta de dis-cernimiento deellas no es mayor que los prejuicios e injusticiade ustedes.-Cuando sale en defensa de su protegido, es hastacáustica.M protegido, como usted lo -llama, es un hombre sen-sato; y la sensatezsiempre me será atractiva. Sí, Marianne, in-cluso en un hombre entre los treinta ylos cuarenta. Ha vistomucho del mundo, ha estado en el extranjero, ha leído ytieneuna cabeza que piensa. He encontrado que puede dar me mu-chainformación sobre diversos temas, y siempre ha respondidoa mis preguntas conla diligencia que dan la buena educación yel buen carácter.-Lo que significa -exclamó Marianne desdeño-samente- que te ha dicho que enlas Indias Orientales el climaes cálido y que los mosquitos son una molestia.-Me lo habríadicho, no me cabe la menor duda, si yo lo hubiera pregunta-do;pero ocurre que son cosas de las cuales ya había sidoinformada.-Quizá -dijo Willoughby- sus observaciones se hayanampliado a la existenciade nababs, mohúres* de oro ypalanquines.-Me atrevería a decir que sus observaciones hanido mucho más allá de suimparcialidad, señor Willoughby. Pe-ro, ¿por qué le disgusta?-No me disgusta. Al contrario, lo consi-dero un hombre muy respetable, de* Nabab: gobernador deuna provincia en la India musulmana. Mohur moneda de oro dela antigua Indiabritánica, equivalente a quince rupias de pla-ta.Sentido y sensibilidad Jane Austen 3131quien todos hablanbien y en el cual nadie se fija; que tiene más dinero del

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quepuede gastar, más tiempo del que sabe cómo emplear, ydos abrigos nuevoscada año.-A lo que se puede agregar -excla-mó Marianne- que no tiene ni genio, ni gusto,ni espíritu. Quesu mente es sin brillo, sus sentimientos sin ardor, su vozsinexpresión.-Ustedes decretan cuáles son sus imperfeccionesde manera tan general -replicó Elinor-, y en tal medida apoya-dos en la fuerza de su imaginación, que losencomios que yopuedo hacer de él resultan por comparación fríos e insípi-dos.Lo único que puedo decir es que es un hombre de buen jui-cio, bien educado,cultivado, de trato gentil y, así lo creo, de co-razón afectuoso.-Señorita Dashwood -protestó Willoughby-,ahora me está tratando con muypoca amabilidad. Intenta de-sarmarme con razones y convencerme contra mivoluntad. Perono resultará. Descubrirá que mi testarudez es tan grande co-mosu destreza. Tengo tres motivos irrefutables para que medesagrade el coronelBrandon: me ha amenazado con que llove-ría cuando yo quería que hiciese buentiempo; le ha encontradofallas a la suspensión de mi calesa, y no puedoconvencerlo deque me compre la yegua castaña. Sin embargo, si en algo la-compensa que le diga que, en mi opinión, su carácter es irre-prochable en otrosaspectos, estoy dispuesto a admitirlo. Y enpago por una confesión que no dejade darme un cierto dolor,usted no puede negarme el privilegio de que él medesagradeigual que antes.CAPITULO XIPoco habían imaginado la señoraDashwood y sus hijas, cuando recién llegarona Devonshire, queal poco tiempo de ser presentadas tantos compromisosocuparí-an su tiempo, o que la frecuencia de las invitaciones y lo conti-nuo de lasvisitas les dejarían tan pocas horas para dedicarlas aocupaciones serias. Sinembargo, fue lo que ocurrió. CuandoMarianne se recuperó, los planes dediversiones en casa y fuerade ella que sir John había estado imaginandopreviamente, co-menzaron a hacerse realidad. Se iniciaron los bailes privadosenBarton Park e hicieron tantas excursiones a la costa como lopermitía un lluviosooctubre. En todos esos encuentros estabaincluido Willoughby; y la soltura y familiaridadque tanta natu-ralidad prestaba a estas reuniones estaba calculadaexactamen-te para dar cada vez mayor intimidad a su relación conlasDashwood; para permitirle ser testigo de las excelencias deMarianne, hacermás señalada su viva admiración por ella y re-cibir, a través del comportamientode ella hacia él, la más plena

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seguridad de su afecto.Elinor no podía sentirse sorprendida an-te el apego entre los jóvenes. Tan sólodeseaba que lo mostra-ran menos abiertamente, y una o dos veces se atrevió asugerira Marianne la conveniencia de un cierto control sobre sí mis-ma. PeroMarianne aborrecía todo disimulo cuando la franque-za no iba a conducir a unmal real; y empeñarse en reprimirsentimientos que no eran en sí mismoscensurables le parecíano sólo un esfuerzo innecesario, sino también unaSentido ysensibilidad Jane Austen 3232lamentable sujeción de la razón aideas erróneas y ramplonas. Willoughbypensaba lo mismo; y entodo momento, el comportamiento de ambos era unaperfectailustración de sus opiniones.Cuando él estaba presente, ella notenía ojos para nadie más. Todo lo que élhacía estaba bien. To-do lo que decía era inteligente. Si sus tardes en la fincaconcluí-an con partidas de cartas, él se hacía trampas a sí mismo y alresto delos comensales para darle a ella una buena mano. Si elbaile constituía ladiversión de la noche, formaban pareja la mi-tad del tiempo; y cuando se veíanobligados a separarse duran-te un par de piezas, se Preocupaban depermanecer de pie unojunto al Otro, y apenas hablaban una palabra con nadiemás.Por supuesto, tal conducta los exponía a las constantes risas delos otros,pero el ridículo no los avergonzaba y apenas parecíamolestarlos.La señora Dashwood celebraba todos sus sentim-ientos con una ternura que laprivaba de todo deseo de contro-lar el excesivo despliegue de ellos. Para ella, talabundancia noera sino la consecuencia natural de un intenso afecto en espíri-tusjóvenes y apasionados.Esta fue la época de felicidad paraMarianne. Su corazón estaba consagrado aWilloughby, y losencantos que su compañía le conferían a su hogar actualpare-cían debilitar más de lo que antes había creído posible el senti-mental apegoa Norland que había traído consigo desde Sus-sex.La felicidad de Elinor no llegaba a tanto. Su corazón no es-taba tan en paz niera tan completa su satisfacción por las di-versiones en que tomaban parte. No lehabían procurado com-pañía alguna capaz de compensar lo que había dejadoatrás, ode llevarla a recordar Norland con menos añoranza. Ni ladyMiddleton nila señora Jennings podían ofrecerle el tipo de con-versación que le hacía falta,aunque la última era una conversa-dora infatigable y la cordialidad con que lahabía acogido desdeun comienzo le aseguraba que gran parte de suscomentarios

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estuvieran dirigidos a ella. Ya le había repetido su propia histo-ria aElinor tres o cuatro veces; y si la memoria de Elinor hubie-ra estado a la altura delos medios que la señora Jennings des-plegaba para incrementarla, podría habersabido desde los pri-meros momentos de su relación todos los detalles de laúltimaenfermedad del señor Jennings y lo que le dijo a su esposa mi-nutos antesde morir. Lady Middleton era más agradable que sumadre únicamente en queera más callada. Elinor necesitó ob-servarla muy poco para darse cuenta de quesu reserva era unasimple placidez en todos sus modales que nada tenía quevercon el buen juicio. Con su esposo y su madre era igual que conella y suhermana; en consecuencia, la intimidad no era algo de-seado ni buscado. Nuncatenía algo que decir que no hubieradicho ya el día antes. Su insulsez erainalterable, porque inclu-so su ánimo permanecía siempre igual; y aunque no seoponía alas reuniones que organizaba su esposo, con la condición deque todose desarrollara con distinción y sus dos hijos mayoresla acompañaran, esasocasiones no parecían ofrecerle más pla-cer que el que experimentaría quedándoseen casa; y era tanpoco lo que su presencia agregaba al placer de losdemás a tra-vés de alguna participación en las conversaciones, que a vecesloúnico que les recordaba que estaba entre ellos eran los afa-nes que desplegabaen torno a sus fastidiosos hijos.Sentido ysensibilidad Jane Austen 3333Tan sólo en el coronel Brandon,entre todos sus nuevos conocidos, encontróElinor una personamerecedora de algún grado de respeto por sus capacidades,cu-ya amistad interesara cultivar o que pudiera constituir unacompañíaplacentera. Con Willoughby no podía contarse. Teníaél toda su admiración yafecto, incluso como hermana; pero eraun enamorado: sus atencionespertenecían por completo a Mar-ianne, e incluso un hombre mucho menosentretenido que él po-dría haber sido en general más grato. El coronel Brandon,parasu desgracia, no había sido alentado de la misma forma a pen-sar sólo enMarianne, y en sus conversaciones con Elinor en-contró el mayor consuelo a latotal indiferencia de su herma-na.La compasión de Elinor por él se hizo cada día mayor, puestenía motivos parasospechar que ya había conocido las miser-ias de un amor desengañado. Seoriginó esta sospecha en algu-nas palabras que accidentalmente salieron de suboca una tar-de en Barton Park, cuando por propia elección estaban

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sentadosjuntos mientras los otros bailaban. Miraba él fijamentea Marianne y, tras unsilencio de algunos minutos, dijo con unacasi imperceptible sonrisa:-Su hermana, entiendo, no apruebalas segundas uniones.-No -replicó Elinor-; sus opiniones soncompletamente románticas.-O más bien, según creo, consideraimposible su existencia.-Así lo creo. Pero cómo se las ingeniapara ello sin pensar en el carácter de supropio padre, que tuvodos esposas, es algo que no sé. Unos pocos años más,sin em-bargo, sentará sus opiniones sobre la razonable base del senti-do común yla observación; y puede que entonces se las puedadefinir y defender mejor quehoy, cuando sólo ella lo hace.-Pro-bablemente es lo que ocurrirá -replicó él-; pero hay algo tandulce en losprejuicios de una mente joven, que uno llega a sen-tir pena de ver cómo ceden yles abren paso a opiniones máscomunes.-No puedo estar de acuerdo con usted en eso -dijo Eli-nor-. Sentimientos comolos de Marianne presentan inconven-ientes que ni todos los encantos delentusiasmo y la ignoranciahabidos y por haber pueden redimir. Todas susnormas tienenla desafortunada tendencia a ignorar por completo los cáno-nessociales; y espero que un mejor conocimiento del mundosea de gran beneficiopara ella.Tras una corta pausa, él reanu-dó la conversación diciendo:-¿No hace ninguna distinción suhermana en sus objeciones a una segundaunión? ¿Le parece ig-ualmente descalificable en cualquier persona? ¿Por el restodesu vida deberán mantenerse igualmente indiferenciados aque-llos que se hanvisto desilusionados en su primera elección, yasea por la inconstancia de suobjeto o la perversidad de lascircunstancias?-Le aseguro que no conozco sus principios endetalle. Sólo sé que nunca la heescuchado admitir ningún casoen que sea perdonable una segunda unión.-Eso -dijo él- no pue-de durar; pero un cambio, un cambio total en lossentimientos…No, no, no debo desearlo… porque cuando los refinamientosro-mánticos de un espíritu joven se ven obligados a ceder, ¡cuán amenudo lossuceden opiniones demasiado comunes y demasia-do peligrosas! Hablo porexperiencia. Conocí una vez a una da-ma que en temperamento y espíritu seSentido y sensibilidad Ja-ne Austen 3434parecía mucho a su hermana, que pensaba yjuzgaba como ella, pero que acausa de un cambio impuesto,debido a una serie de desafortunadascircunstancias… Aquí seinterrumpió bruscamente; pareció pensar que había dicho

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demasiado,y con la expresión de su rostro generó conjeturasque de otra manera no habríanentrado en la cabeza de Elinor.La dama mencionada habría pasado de largo sindespertar sos-pecha alguna, si él no hubiera convencido a la señorita Dash-woodde que nada concerniente a ella debía salir de sus labios.Tal como ocurrió, nose requirió sino el más ligero esfuerzo dela imaginación para conectar suemoción con el tierno recuerdode un amor pasado. Elinor no fue más allá. PeroMarianne, ensu lugar, no se habría contentado con tan poco. Su activaimagi-nación habría elaborado rápidamente toda la historia, dispon-iendo todo enel más melancólico orden, el de un amor desgrac-iado.CAPITULO XIIA la mañana siguiente, mientras Elinor yMarianne paseaban, esta última lecontó algo a su hermanaque, a pesar de todo lo que sabía acerca de la imprudenciaeirreflexibilidad de Marianne, la sorprendió por la extravagante-manera en que testimoniaba ambas características. Mariannele dijo, con el mayorde los placeres, que Willoughby le habíaregalado un caballo, uno que élmismo había criado en sus pro-piedades de Somersetshire, pensadoexactamente para sermontado por una mujer. Sin tomar en cuenta que losplanes desu madre no contemplaban mantener un caballo -que, si fueraacambiarlos, tendría que comprar otra cabalgadura para el sir-viente, mantener aun mozo para que lo montara y, además,construir un establo para guardarlos-,no había vacilado enaceptar el presente y se lo había contado a su hermana enmed-io de un éxtasis total.-Piensa enviar a su mozo de inmediato aSomersetshire para que lo traiga -agregó- y cuando llegue, ca-balgaremos todos los días. Lo compartirás conmigo.Imagínate,mi querida Elinor, el placer de galopar en alguna de estas coli-nas.No se mostró en absoluto deseosa de despertar de un sue-ño tal de felicidadpara admitir todas las tristes verdades deque estaba rodeado, y durante algúntiempo rehusó sometersea ellas. En cuanto a un sirviente adicional, el gastosería unabagatela; estaba segura de que mamá nunca lo objetaría, ycualquiercaballo estaría bien para él; en todo caso, siempre po-dría conseguir uno en lafinca; y en lo referente al establo, bas-taría con cualquier cobertizo. Elinor seatrevió entonces a du-dar de lo apropiado de recibir tal presente de un hombre alqueconocían tan poco, o al menos desde hacía tan poco tiempo. Es-to fuedemasiado.-Estás equivocada, Elinor -dijo

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acaloradamente- al suponer que sé poco deWilloughby. Es cier-to que no lo he conocido durante mucho tiempo, pero me es-más cercano que ninguna otra criatura del mundo, excepto tú ymamá. No es eltiempo ni la ocasión los que determinan la inti-midad: es sólo el carácter, ladisposición de las personas. Sieteaños podrían no bastar para que dos seres seSentido y sensibi-lidad Jane Austen 3535conocieran bien, y siete días son másque suficientes para otros. Me sentiríaculpable de una mayorfalta a las convenciones si aceptara un caballo de mi hermano-que recibiéndolo de Willoughby. A John lo conozco muy poco,aunquehayamos vivido juntos durante años; pero respecto deWilloughby, hace tiempoque me he formado una opinión.Elinorpensó que era más sabio no seguir tocando el punto. Conocíaeltemperamento de su hermana. Oponérsele en un tema tansensible sólo serviríapara que se apegara más a su propia opi-nión. Pero un llamado al afecto por sumadre, hacerle ver los in-convenientes que debería sobrellevar una madre tanindulgentesi (como probablemente ocurriría) consentía a este aumento desusgastos, vencieron sin gran demora a Marianne. Prometió notentar a su madre atan imprudente bondad con la mención dela oferta, y decir a Willoughby lasiguiente vez que lo viera, quedebía declinarla.Fue fiel a su palabra; y cuando Willoughby lavisitó ese mismo día, Elinor laescuchó manifestarle en voz bajasu desilusión por verse obligada a rechazar supresente. Al mis-mo tiempo le relató los motivos de este cambio, que eran detalnaturaleza como para imposibilitar toda insistencia de partedel joven. Noobstante, la preocupación de éste era muy visible,y tras expresarla con granintensidad, agregó también en vozbaja:-Pero, Marianne, el caballo aún es tuyo, aunque no puedasusarlo ahora. Lotendré bajo mi cuidado sólo hasta que tú lo re-clames. Cuando dejes Barton paraestablecerte en un hogarmás permanente, Reina Mab * te estará esperando.Todo estollegó a oídos de la señorita Dashwood, y en cada una de laspa-labras de Willoughby, en su manera de pronunciarlas y en sudirigirse a suhermana sólo por su nombre de pila, tuteándola,vio de inmediato una intimidadtan definitiva, un sentido tantransparente, que no podían sino constituir claraseñal de unperfecto acuerdo entre ellos. Desde ese momento ya no dudóqueestuvieran comprometidos; y tal creencia no le causó otrasorpresa que advertirde qué manera caracteres tan francos

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habían dejado que ella, o cualquiera desus amigos, descubrie-ran ese compromiso sólo por accidente.Al día siguiente, Mar-garet le contó algo que iluminó aún más este asunto.Willough-by había pasado la tarde anterior con ellas, y Margaret, al ha-bersequedado un rato en la salita con él y Marianne, había te-nido oportunidad dehacer algunas observaciones que, con carade gran importancia, comunicó a suhermana mayor cuando es-tuvieron á solas.-¡Ay, Elinor! -exclamó-. Tengo un enorme se-creto que contarte sobre Marianne.Estoy segura de que muypronto se casará con el señor Willoughby.-Has dicho lo mismo -replicó Elinor- casi todos los días desde la primera vezque sevieron en la colina de la iglesia; y creo que no llevaban una se-mana deconocerse cuando ya estabas segura de que Mariannellevaba el retrato de élalrededor del cuello; pero resultó quetan sólo era la miniatura de nuestro tíoabuelo.* Reina Mab:Nombre de ser fantástico en Romeo y Julieta (Acto I, iv); en tra-ducción de Pablo Neruda,“partera de las hadas … / pequeñitacomo piedra de ágata / que brilla en el meñique de un obispo, /tiran sucoche atómicos caballos / que la pasean sobre las nari-ces / de los que están durmiendo… ” Noche a nochehace soñara cada persona con lo que es su más profundo deseo.Sentido ysensibilidad Jane Austen 3636-Pero esto es algo de verdad dife-rente. Estoy segura de que se casarán muyluego, porque él tie-ne un rizo de su pelo.-Ten cuidado, Margaret. Puede que sólosea el pelo de un tío abuelo de él.-Pero, Elinor, de verdad es deMarianne. Estoy casi segura de que lo es,porque lo vi cuandose lo cortaba. Anoche después del té, cuando tú y mamásalie-ron de la pieza, estaban cuchicheando y hablando entre ellosmuy rápido, yparecía que él le estaba rogando algo, y ahí él to-mó las tijeras de ella y le cortóun mechón de pelo largo, porq-ue tenía todo el cabello suelto a la espalda; y él lobesó, y lo en-volvió en un pedazo de papel blanco y lo metió en su carte-ra.Elinor no pudo menos que dar crédito a todos estos porme-nores, dichos con talautoridad; tamPoco se sentía inclinada ahacerlo, porque la circunstanciarelatada concordaba perfecta-mente con lo que ella misma había escuchado yvisto.No siem-pre Margaret mostraba su sagacidad de manera tan satisfacto-ria parasu hermana. Cuando una tarde, en Barton Park, la se-ñora Jennings comenzó aasediarla para que le diera el nombredel joven por quien Elinor tenía especialpreferencia, materia

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que desde hacía tiempo carcomía su curiosidad, Margaretres-pondió mirando a su hermana y diciendo:-No debo decirlo,¿verdad, Elinor?Esto, por supuesto, hizo reír a todo el mundo,y Elinor intentó reír también.Pero el esfuerzo le fue doloroso.Estaba convencida de que Margaret pensabaen una personacuyo nombre ella no iba a aguantar con compostura que se-transformara en broma habitual de la señora Jennings.Marian-ne simpatizó muy sinceramente con su hermana, pero hizo másmal quebien a la causa al ponerse muy roja y decir a Margaret,en tono muy enojado:-Recuerda que no importa cuáles sean tussuposiciones, no tienes derecho arepetirlas.-Nunca he supuestonada al respecto -respondió Margaret-, fuiste tú mismaquienme lo dijo.Esto aumentó aún más el regocijo de la concurrenc-ia, que comenzó apresionar insistentemente a Margaret paraque dijera algo más.-¡Ah! Se lo suplico, señorita Margaret,cuéntenos todo -dijo la señora Jennings-. ¿Cómo se llama elcaballero?-No debo decirlo, señora. Pero lo sé muy bien; y sédónde está él también.-Sí, sí, podemos adivinar dónde se enc-uentra: en su propia casa en Norland,con toda seguridad. Ap-uesto que es clérigo, allá en la parroquia.-No, no es eso. No tie-ne ninguna profesión.-Margaret -dijo Marianne, enérgicamen-te-, sabes bien que todo esto esinvención tuya, y que no hay talpersona.-Bien, entonces, ha muerto recientemente, Marianne,porque estoy segura deque este hombre existió, y su nombrecomienza con F.Elinor sintió en ese momento enorme gratitudhacia lady Middleton alescucharla comentar que “había llovidomucho”, aunque pensaba que la interrupciónse debía menos auna atención hacia ella que al profundo desagradode su seño-ría frente a la falta de elegancia de las bromas que encantabana suesposo y a su madre. Sin embargo, la idea iniciada por ellafue de inmediatoSentido y sensibilidad Jane Austen 3737reco-gida por el coronel Brandon, siempre atento a los sentimientosde losdemás; y así, mucho hablaron ambos sobre el asunto dela lluvia. Willoughbyabrió el piano y le pidió a Marianne que loocupara; de esta forma, entre lasdistintas iniciativas de dife-rentes personas para acabar con el tema, éste pasó alolvido.Pero a Elinor no le fue igualmente fácil reponerse del estadode inquietuda que la había empujado.Esa tarde se organizó unasalida para ir al día siguiente a conocer un lugarmuy agrada-ble, distante unas doce millas de Barton y propiedad de un

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cuñadodel coronel Brandon, sin cuya presencia no podía ser vi-sitado dado que eldueño, que se encontraba en el extranjero,había dejado estrictas órdenes enese tenor. Dijeron que el sitioera de gran belleza, y sir John, cuyos elogios fueronparticular-mente entusiastas, podía ser considerado un juez adecua-do,porque al menos dos veces cada verano durante los últimosdiez años habíaorganizado excursiones para visitarlo. Habíaallí una noble cantidad de agua; unpaseo en barca iba a consti-tuir gran parte de la diversión en la mañana; sellevarían provi-siones frías, sólo se emplearían carruajes abiertos, y todo sellevaríaa cabo a la manera usual de una genuina excursión deplacer.Para unos pocos entre la concurrencia parecía una em-presa algo audaz,considerando la época del año y que habíallovido durante la última quincena.Elinor persuadió a la señoraDashwood, que ya estaba resfriada, de que sequedara en ca-sa.CAPITULO XIIILa planeada excursión a Whitwell resultómuy diferente a la que Elinor habíaesperado. Se había prepara-do para quedar completamente mojada, cansada yasustada; pe-ro la ocasión resultó incluso más desafortunada, porque ni siq-uierafueron.Hacia las diez de la mañana todos estaban reuni-dos en Barton Park, dondeiban a desayunar. Aunque había llo-vido toda la noche el tiempo estaba bastantebueno, pues lasnubes se iban dispersando por todo el cielo y el sol aparecíaconalguna frecuencia. Estaban todos de excelente ánimo y buenhumor,ansiosos de la oportunidad de sentirse felices, y decidi-dos a someterse a los mayoresinconvenientes y fatigas para lo-grarlo.Mientras desayunaban, llegó el correo. Entre las cartashabía una para elcoronel Brandon. El la cogió, miró la direc-ción, su rostro cambió de color y deinmediato abandonó elcuarto.-¿Qué le ocurre a Brandon? -preguntó sir John. Nadiesupo decirlo.-Espero que no se trate de malas noticias -dijolady Middleton-. Tiene que seralgo extraordinario para hacerque el coronel Brandon dejara mi mesa dedesayuno de maneratan repentina.A los cinco minutos se encontraba de vuelta.-¿Es-pero que no sean malas noticias, coronel? -preguntó la señoraJenningsno bien lo vio entrar en la habitación.-En absoluto, se-ñora, gracias.Sentido y sensibilidad Jane Austen 3838¿Era deAvignon? ¿Espero que no fuera para comunicarle que su her-mana haempeorado?-No, señora. Venía de la ciudad, y es sim-plemente una carta de negocios.-Pero, ¿cómo pudo

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descomponerse tanto al ver la letra, si era sólo una cartade ne-gocios? Vamos, vamos, coronel; esa explicación no sirve; cuén-tenos laverdad.-Mi querida señora -dijo lady Middleton-, fijesebien en lo que dice.¿Acaso es para decirle que su prima Fannyse ha casado? -continuó la señoraJennings, sin hacer caso al re-proche de su hija.-No, por cierto que no.-Bien, entonces sé dequién es, coronel. Y espero que ella esté bien.-¿A quién se ref-iere, señora? -preguntó él, enrojeciendo un tanto.-¡Ah! Ustedsabe a quién.-Lamento muy especialmente, señora -manifestóel coronel dirigiéndose a ladyMiddleton- haber recibido estacarta hoy, porque se trata de negocios quedemandan mi inme-diata presencia en la ciudad.¡En la ciudad! -exclamó la señoraJennings-. ¿Qué puede tener que hacerusted en la ciudad enesta época del año?-Verme obligado a abandonar una excur-sión tan agradable -continuó élsignificauna gran pérdida paramí; pero mi mayor preocupación es que temoque mi presenciasea necesaria para que ustedes tengan acceso a Whitwell.¡Quégran golpe fue éste para todos!-¿Pero no sería suficiente, señorBrandon -inquirió Marianne con una ciertadesazón-, si usted leescribe una nota al cuidador de la casa?El coronel negó con lacabeza.-Debemos ir -dijo sir John-. No lo vamos a postergarcuando estamos porpartir. Usted, Brandon, tendrá que ir a laciudad mañana, y no hay más quedecir.-Ojalá la solución fueratan fácil. Pero no está en mi poder retrasar mi viaje niun solodía.-Si nos permitiera saber qué negocio es el que lo llama -dijola señoraJennings-, podríamos ver si se puede posponer o no.-No se retrasaría más de seis horas -añadió Willoughby-, si con-sintiera enaplazar su viaje hasta que volvamos.-No puedo per-mitirme perder ni siquiera una hora.Elinor escuchó entonces aWilloughby decirle en voz baja a Marianne:-Algunas personasno soportan una excursión de placer. Brandon es uno.Teníamiedo de resfriarse, diría yo, e inventó esta triquiñuela paraescaparse.Apostaría cincuenta guineas a que él mismo escribióla carta.-No me cabe la menor duda -replicó Marianne.-Cuandousted toma una decisión, Brandon -dijo sir John-, no hay mane-ra depersuadirlo a que cambie de opinión, siempre lo he sabi-do. Sin embargo, esperoque lo piense mejor. Recuerde que es-tán las dos señoritas Carey, que hanvenido des de Newton; lastres señoritas Dashwood vinieron caminando desdesu casa, y elseñor Willoughby se levantó dos horas antes de lo

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acostumbrado,todos con el propósito de ir a Whitwell.Sentido ysensibilidad Jane Austen 3939El coronel Brandon volvió a repe-tir cuánto lamentaba que por su causa sefrustrara la excursión,pero al mismo tiempo declaró que ello era inevitable.-Y enton-ces, ¿cuándo estará de vuelta?-Espero que lo veamos en Barton-agregó su señoría- tan pronto como puedadejar la ciudad; ydebemos posponer la excursión a Whitwell hasta su vuelta.-Esusted muy atenta. Pero tengo tan poca certeza respecto decuándo podrévolver, que no me atrevo a comprometerme aello.-¡Oh! El tiene que volver, y lo hará -exclamó sir John-. Si noestá acá a fines desemana, iré a buscarlo.-Sí, hágalo, sir John -exclamó la señora Jennings-, y así quizás puedadescubrir dequé se trata su negocio.-No quiero entrometerme en los asun-tos de otro hombre; me imagino que esalgo que lo avergüen-za..Avisaron en ese momento que estaban listos los caballos delcoronel Brandon.-No pensará ir a la ciudad a caballo, ¿verdad?-añadió sir John.-No, sólo hasta Honiton. Allí tomaré la posta.-Bien, como está decidido a irse, le deseo buen viaje. Pero ha-bría sido mejorque cambiara de opinión.-Le aseguro que no es-tá en mi poder hacerlo.Se despidió entonces de todo el gru-po.¿Hay alguna posibilidad de verla a usted y a Sus hermanasen la ciudad esteinvierno, señorita. Dashwood?Temo que deninguna manera.-Entonces debo decirle adiós por más tiempodel que quisiera.Frente a Marianne sólo inclinó la cabeza, sindecir nada.-Vamos, coronel -insistió la señora Jennings-, antesde irse, cuéntenos a quéva.El coronel le deseó los buenos díasy, acompañado de sir John, abandonó lahabitación.Las quejas ylamentaciones que hasta el momento la buena educación habí-areprimido, ahora estallaron de manera generalizada; y todosestuvieron deacuerdo una y otra vez en lo molesto que era sen-tirse así de frustrado.-Puedo adivinar, sin embargo, qué negoc-io es ése -dijo la señora Jennings congran alborozo.-¿De ver-dad, señora? -dijeron casi todos.-Sí, estoy segura de que se tra-ta de la señorita Williams.-¿Y quién es la señorita Williams? -preguntó Marianne.-¡Cómo! ¿No sabe usted quién es la señori-ta Williams? Estoy segura de quetiene que haberla oído nom-brar antes. Es pariente del coronel, querida; unapariente muycercana. No diremos cuán cercana, por temor a escandalizar alasjovencitas. -Luego, bajando la voz un tanto, le dijo a Elinor-:Es su hija natural.-¡Increíble!-¡Oh, sí! Y se le parece como una

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gota de agua a otra. Me atrevería a decirque el coronel le deja-rá su fortuna.Al volver, sir John se unió con gran entusiasmo allamento general por tandesafortunado incidente; no obstante,concluyó observando que como estabanSentido y sensibilidadJane Austen 4040todos juntos, debían hacer algo que los ale-grara; y tras algunas consultasacordaron que aunque sólo podí-an encontrar felicidad en Whitwell, podríanprocurarse unaaceptable tranquilidad de espíritu dando un paseo por el cam-po.Trajeron entonces los carruajes; el de Willoughby fue el pri-mero, y nunca se viomás contenta Marianne que cuando subióa él. Willoughby condujo a granvelocidad a través de la finca, ymuy pronto se habían perdido de vista; y nadamás se -vio deellos hasta su vuelta, lo que no ocurrió sino después de queto-dos los demás habían llegado. Ambos parecían encantados consu paseo,pero dijeron sólo en términos generales que no habí-an salido de los caminos, entanto los otros habían ido hacia laslomas.Se acordó que al atardecer habría un baile y que todosdeberían estarextremadamente alegres durante todo el día.Otros miembros de la familia Careyllegaron a cenar, y tuvieronel placer de juntarse casi veinte a la mesa, lo que sirJohn ob-servó muy contento. Willoughby ocupó su lugar habitual entrelas dosseñoritas Dashwood mayores. La señora Jennings sesentó a la derecha deElinor; y no llevaban mucho allí cuando secruzó por detrás de la joven y deWilloughby y dijo a Marianne,en voz lo suficientemente alta para que ambosescucharan:-Loshe descubierto, a pesar de todas sus triquiñuelas. Sé dónde pa-saron lamañana.Marianne enrojeció, y replicó con voz inquie-ta:¿Dónde, si me hace el favor?¿Acaso no sabía usted -dijo Will-oughby- que habíamos salido en mi calesa?-Sí, sí, señor Desca-ro, eso lo sé bien, y estaba decidida a descubrir dóndehabíanestado. Espero que le guste su casa, señorita Marianne. Esmuy grande,ya lo sé, y cuando venga a visitarla, espero que lahaya amoblado de nuevo,porque le hacía mucha falta la últimavez que estuve ahí hace seis años.Marianne se dio vuelta en unestado de gran turbación. La señora Jennings rióde buena ga-na; y Elinor descubrió que en su insistencia por saber dóndehabíanestado, llegó a hacer que su propia sirvienta interrogaraal mozo del señorWilloughby, y que por esa vía supo que habí-an ido a Allenham y pasado un buenrato paseando por el jardíny recorriendo la casa.A Elinor se le hacía difícil creer que ello

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fuera cierto, ya que parecía tanimprobable que Willoughby pro-pusiera, o Marianne aceptara, entrar en la casamientras la se-ñora Smith, a quien Marianne nunca había sido presentada, se-encontraba allí.Tan pronto abandonaron el comedor, Elinor lepreguntó sobre lo ocurrido; ygrande fue su sorpresa al descu-brir que cada una de las circunstancias quehabía relatado laseñora Jennings era completamente cierta. Marianne semostróbastante enojada con su hermana por haberlo dudado.-¿Porqué habías de pensar, Elinor, que no fuimos allá o que no vi-mos lacasa? ¿Acaso no es eso lo que a menudo has querido ha-cer tú misma?-Sí, Marianne, pero yo no iría mientras la señoraSmith estuviera allí, y sin otracompañía que el señorWilloughby.-El señor Willoughby, sin embargo, es la única per-sona que puede tenerderecho a mostrar esa casa; y como fueen un carruaje descubierto, eraSentido y sensibilidad Jane Aus-ten 4141imposible tener otro acompañante. Jamás he pasadouna mañana tan agradableen toda mi vida.-Temo -respondióElinor- que lo agradable de una ocupación no es siempreprue-ba de su corrección.-Al contrario, nada puede ser una pruebamás -contundente de ello, Elinor;pues si lo que hice hubiera si-do de alguna manera incorrecto, lo habría estadosintiendo todoel tiempo, porque siempre sabemos cuando actuamos mal, ycontal convicción no podría haber disfrutado. - -Pero, mi queri-da Marianne, comoesto ya te ha expuesto a algunas observac-iones bastante impertinentes, ¿nocomienzas a dudar ahora dela discreción de tu conducta?-Si las observaciones impertinen-tes de la señora Jennings van a ser prueba dela incorrección deuna conducta, todos nos encontramos en falta en cada uno de-los momentos de nuestra vida. No valoro sus censuras más delo que valoraríasus elogios. No tengo conciencia de haber he-cho nada malo al pasear por losjardines de la señora Smith ovisitar su casa. Algún día serán del señorWilloughby, y… -Si undía fueran a ser tuyas, Marianne, eso no justificaría lo que hashecho.Marianne se sonrojó ante esta insinuación, pero hasta seveía que eragratificante para ella; y tras un lapso de diez minu-tos de intensa meditación, seacercó nuevamente a su hermanay le dijo con bastante buen humor:-Quizá, Elinor, fue impru-dente de mi parte ir a Allenham; pero el señorWilloughby que-ría muy en especial mostrarme el lugar; y es una casa encanta-dora,te lo aseguro. Hay una salita extremadamente linda

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arriba, de untamaño muy agradable Y cómodo, que puede serusada a lo largo de todo elaño, y con muebles modernos seríaexquisita. Está situada en una esquina, conventanas a amboslados. Hacia un lado, a través de un campo plantado decéspeddonde se juega a los bolos, tras la casa, ves un hermoso bosqueenpendiente; hacia el otro, tienes una vista de la iglesia y de laaldea y, más allá,esas bellas colinas escarpadas que tantas ve-ces hemos admirado. No vi estasalita en la mejor de las cir-cunstancias, porque nada podría estar másabandonado que esemobiliario… pero si se lo arreglara con cosas nuevas… unparde cientos de libras, dice Willoughby, la transformarían en unade las salasde verano más agradables de toda Inglaterra.Si Eli-nor la hubiera podido escuchar sin interrupciones de los de-más, le habríadescrito cada habitación de la casa con idénticoentusiasmo.CAPITULO XIVEl súbito término de la visita del co-ronel Brandon a Barton Park, junto con sufirmeza en ocultarlas causas de tal determinación, ocuparon todos lospensamien-tos de la señora Jennings durante dos o tres días, llevándola ai-maginar las más diversas explicaciones. Tenía una enorme ca-pacidad de elaborarconjeturas, como debe tenerla todo aquelque se toma un interés tan vivoen las idas y venidas de cadauno de sus conocidos. Se preguntaba casi sinpausa cuál podríaser la razón de ello; estaba segura de que debían ser ma-lasSentido y sensibilidad Jane Austen 4242noticias, y recorriótodas las desgracias que podrían haber recaído sobre él,firme-mente resuelta a que no escapara a ellas.-Estoy segura de quedebe tratarse de algo muy triste -afirmó-. Pude verlo ensu cara.¡Pobre hombre! Me temo que se encuentra en una mala situa-ción.Nunca se ha sabido que sus tierras en Delaford produzcanmás de dos mil librasal año, y su hermano dejó todo lamenta-blemente comprometido. En verdad creoque lo han llamadopor asuntos de dinero, porque, ¿qué otra cosa puede ser?Mepregunto si es así. Daría lo que fuera por saber. Quizá se tratede la señoritaWilliams… y, a propósito, me atrevo a decir quesí, porque pareció afectarle tantocuando se la mencioné. Quizáella se encuentre enferma en la ciudad; esbastante posible,porque tengo la idea de que es harto enfermiza. Apostaría loq-ue fuera a que se trata de la señorita Williams. No es muy pro-bable que él estéen aprietos económicos ahora, porque es unhombre muy prudente y con todaseguridad a estas alturas

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debe haber saneado la situación de sus propiedades.¡Me pre-gunto qué podrá ser! Quizá su hermana haya empeorado enAvignon, ylo ha mandado a buscar. Su apuro en partir parececoncordar con ello. Bueno, ledeseo de todo corazón que salgade todos sus problemas, y con una buenaesposa por añadidu-ra.Así divagaba la señora Jennings, así hablaba; sus opinionescambiaban concada nueva conjeturo y todas le parecían igual-mente probables en el momentoen que nacían. Elinor, aunquesentía verdadero interés por el bienestar delcoronel Brandon,no podía dedicar a su repentina partida todas las inquietudesq-ue la señora Jennings exigía que sintiera; porque además deque, en suopinión, las circunstancias no ameritaban tan persis-tentes disquisiciones ovariedad de especulaciones, su perpleji-dad se dirigía a otro asunto. Estaba porCompleto ocupada endilucidar el extraordinario silencio de su hermana y deWill-oughby respecto de aquello que debían saber que era de espec-ial interéspara todos. Como persistía este silencio, cada díaque pasaba lo hacía parecermás extraño e incompatible con elcarácter de ambos. Por qué no reconocíanabiertamente ante sumadre y ella misma lo que, minuto a minuto, su mutuocompor-tamiento declaraba haber tenido lugar, era algo que Elinor nopodíaimaginar.Fácilmente podía entender que el matrimoniono fuera algo que Willoughbypudiera emprender de inmediato;pues aunque era independiente, no habíarazón alguna paracreerlo rico. Sir John había calculado sus haberes enalrededorde seiscientas o setecientas libras al año, pero estos ingresos-difícilmente podían estar a la altura del rango con que vivía, yél mismo amenudo se quejaba de pobreza. Así y todo, Elinor nopodía explicarse estaextraña clase de secreto que ellos mante-nían en relación con su compromiso,secreto que en la prácticano ' ocultaba nada; y era tan completamentecontradictorio contodas sus opiniones y conductas, que a veces le surgía ladudade si en verdad estaban comprometidos, y esta duda bastabaparaimpedirle hacer pregunta alguna a Marianne.A los ojos detoda la familia, no había señal más clara del afecto que sepro-fesaban que el comportamiento de Willoughby. Distinguía aMarianne contodas las muestras de ternura que un corazónenamorado puede ofrecer, y conSentido y sensibilidad JaneAusten 4343las demás tenía las afectuosas atenciones de un hi-jo y un hermano. Parecíaconsiderar la casa de ellas como su

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hogar, y amarla en consecuencia; en ellatranscurrían muchasmás horas de su vida que en Allenham; y si ningúncompromisogeneral los reunía en Barton Park, el ejercicio que ocupabasusmañanas casi con toda seguridad terminaba allí, donde pa-saba el resto del díajunto a Marianne, y con su pointer favoritoa los pies de ella.Una tarde en particular, más o menos una se-mana después de que el coronelBrandon había abandonado laregión, Willoughby pareció abrir su corazón másde lo habituala los sentimientos de apego por todos los objetos que lo rodea-ban;y al mencionar la señora Dashwood sus intenciones de me-jorar la casita esaprimavera, se opuso vehementemente a todaalteración de un lugar que, a travésdel afecto que le profesaba,había llegado a considerar perfecto.¡Cómo! -exclamó-. Mejoraresta querida casita. No… jamás aceptaré eso. Nodeben agregarni una sola piedra a sus muros, ni una pulgada a su tamaño, si-tienen alguna consideración con mis sentimientos.-No sealarme -dijo la señorita Dashwood-, no se hará nada de ese es-tilo, puesmi madre nunca tendrá el dinero suficiente para in-tentarlo.Me alegro de todo corazón -exclamó el joven-. Ojalásiempre sea pobre si nopuede utilizar sus riquezas en nadamejor.-Gracias, Willoughby. Pero puede estar seguro de que nitodas las mejoras delmundo me llevarían a sacrificar los senti-mientos de cariño hacia la casa quepueda tener usted, o cualq-uier persona a quien yo quiera. Confíe en quecualquier canti-dad de dinero no utilizado que pueda quedar cuando haga mis-cuentas en la primavera, preferiré dejarlo sin destino que dis-poner de él de formaque le cause tanto dolor. Pero, ¿en verdadsiente tanto apego a este lugarcomo para no ver defectos enél?-Sí -dijo él-. Para mí es impecable. No, más aún lo consideroel único tipo deconstrucción en que puede alcanzarse la felici-dad; y si yo fuera losuficientemente rico, de inmediato derriba-ría Combe y lo reconstruiría según elplano exacto de estacasita.-Con escaleras oscuras y estrechas y una cocina llena dehumo, supongo -comentó Elinor.-Sí -exclamó él con el mismotono vehemente-, con todas y cada una de lascosas que tiene;en ninguna de sus comodidades o incomodidades debe notarse-el más mínimo cambio. Entonces, y sólo entonces, bajo tal te-cho, puede quequizá sea tan feliz en Combe como lo he sido enBarton.-Creo saber -replicó Elinor- que incluso con la desventa-ja de mejoreshabitaciones y una escalera más amplia, en

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adelante encontrará su propia casatan impecable como ésta.-Ciertamente hay circunstancias -dijo Willoughby- que podríanhacérmelamucho más querida; pero este lugar siempre tendráun sitio en mi corazón queningún otro podrá compartir.La se-ñora Dashwood contempló llena de placer a Marianne, cuyoshermososojos estaban fijos de manera tan expresiva en Will-oughby, que denotabanclaramente cuán bien lo compren-día.-¡Cuán a menudo deseé -añadió el joven-, cuando estuve enAllenham hace unSentido y sensibilidad Jane Austen 4444añoya, que la casita de Barton estuviese habitada! Nunca pasé porsusalrededores sin admirar su ubicación, y lamentando que na-die viviera en ella.¡Cuán poco me imaginaba en ese entoncesque las primeras nuevas queescucharía a la señora Smith,cuando recién llegué a la región, serían que lacasita de Bartonestaba ocupada! Y sentí una instantánea satisfacción e interés-por ese hecho, que nada podría explicar sino una especie depremonición de lafelicidad que aquí encontraría. ¿No es así co-mo debió ocurrir, Marianne? -le dijoen voz más queda. Y luego,retomando su tono anterior, continuó-: ¡Y aun así,señora Dash-wood, usted querría arruinar esta casa! ¡La despojaría de su-sencillez con mejoras imaginarias! Y esta querida salita, en quecomenzónuestro encuentro y en la cual desde entonces hemoscompartido tantas horasfelices, se vería degradada a la condi-ción de un vulgar recibo y todos seapresurarían entonces asimplemente-pasar por él, por esta habitación quehasta esemomento habría contenido en su interior más facilidades yco-modidades que ningún otro aposento de las más amplias di-mensiones que elmundo pudiera permitirse.La señora Dashwo-od le aseguró nuevamente que no se llevaría a caboningunatransformación como las por él mencionadas.-Es usted unabuena mujer -replicó él con expresión de gran calidez-, Supro-mesa me tranquiliza. Amplíela un poco más, y me hará feliz. Dí-game que nosólo su casa se mantendrá igual, sino que siemprela encontraré a usted, y a lossuyos, tan inalterados como sumorada; y que siempre encontraré en usted esetrato bondado-so que ha hecho tan querido para mí todo lo que le pertene-ce.La promesa fue prontamente dada, y durante toda la tardela conducta deWilloughby no dejó de manifestar tanto su afectocomo su felicidad.-¿Lo veremos mañana para cenar? -le pre-guntó la señora Dashwood cuandose iba-. No le pido que venga

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en la mañana, porque debemos ir a Barton Park avisitar a ladyMiddleton.El joven se comprometió a estar allí a las cuatro dela tarde.CAPITULO XVLa visita de la señora Dashwood a ladyMiddleton tuvo lugar al día siguiente, ydos de sus hijas fueroncon ella; Marianne, por su parte, se excusó de hacerlocon eltrivial pretexto de tener alguna ocupación pendiente; y su ma-dre, queconcluyó que la noche anterior Willoughby le habríahecho alguna promesa encuanto a visitarla mientras ellas esta-ban fuera, estuvo completamente deacuerdo con que se queda-ra en casa.Al volver de la finca, encontraron la calesa de. Wi-loùghby y a su sirvienteesperando en la puerta, y la señoraDashwood estuvo cierta de que su conjeturahabía sido acerta-da. Hasta ese momento era todo tal como ella lo habíaprevisto;pero al ingresar en la casa contempló lo que ninguna previsiónle habíapermitido esperar. No bien habían entrado al corredorcuando Marianne salió atoda prisa de la salita, al parecer vio-lentamente afligida, cubriéndose los ojos conun pañuelo, y sinadvertir su presencia corrió escaleras arriba. SorprendidasySentido y sensibilidad Jane Austen 4545alarmadas, entrarondirectamente a la habitación que ella acababa deabandonar,donde encontraron a Willoughby apoyado contra la repisa delachimenea y vuelto de espaldas hacia ellas. Giró al sentirlasentrar, y susemblante mostró que compartía intensamente laemoción a la cual habíasucumbido Marianne.-¿Ocurre algo conella? . -exclamó la señora Dashwood al entrar-. ¿Estáenferma?-Espero que no -replicó el joven, tratando de parecer alegre; ycon una sonrisaforzada, añadió-: Más bien soy yo el que podríaestar enfermo… ¡en este mismomomento estoy sufriendo unaterrible desilusión!-¡Desilusión!-Sí, porque me veo incapacitadode cumplir mi compromiso con ustedes. Estamañana la señoraSmith ha ejercido el privilegio de los ricos sobre un pobrepri-mo que depende de ella, y me ha enviado por negocios a Lon-dres. Acabo derecibir de ella las cartas credenciales y me hedespedido de Allenham; y paracolmar estos tan jocosos suce-sos, he venido a despedirme de ustedes.-A Londres… ¿y se vahoy en la mañana?-Casi de inmediato.-¡Qué infortunio! Perohay que plegarse a los deseos de la señora Smith… ysus negoc-ios no lo mantendrán alejado de nosotros por mucho tiempo,espero.Se sonrojó el joven al contestar:-Es usted muy amable,pero no tengo planes de volver a Devonshire deinmediato. Mis

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visitas a la señora Smith nunca se repiten dentro del año.-¿Esque la señora Smith es su única amiga? ¿Y Allenham es la úni-ca casa delos alrededores a la que es bienvenido? ¡Qué ver-güenza, Willoughby! ¿Acaso nopuede esperar una invitaciónacá?Su bochorno se hizo más intenso y, con los ojos fijos en elpiso, se limitó acontestar:-Es usted demasiado buena.Sorpren-dida, la señora Dashwood miró a Elinor. Elinor sentía el mismo-asombro. Durante algunos momentos todos se quedaron calla-dos. La señoraDashwood fue la primera en hablar.-Sólo mequeda agregar, mi querido Willoughby, que en esta casa siem-preserá bienvenido; no lo presionaré para que vuelva de inme-diato, porque usted esel único que puede juzgar hasta qué Pun-to eso complacerá a la señora Smith; yen esto no estaré másdispuesta a discutir su decisión que a dudar de susdeseos.-Miscompromisos actuales -replicó Willoughby en estado de granconfusiónsonde tal naturaleza… que… no me atrevo a creermemerecedor… Se detuvo. El asombro de la señora Dashwood leimpedía hablar, y sobrevinouna nueva pausa. Esta fue inte-rrumpida por Willoughby, que dijo con una débilsonrisa:-Esuna locura demorar mi partida en esta forma. No me atormen-taré másquedándome entre amigos de cuya compañía ahorame es imposible gozar.Se despidió rápidamente de ellas yabandonó la habitación. Lo vieron trepar asu carruaje, y en unminuto se había perdido de vista.Sentido y sensibilidad JaneAusten 4646La señora Dashwood estaba demasiado impactadapara hablar, y en el mismomomento salió de la sala para entre-garse a solas a la preocupación y alarmaque tan repentina par-tida había suscitado en ella.La inquietud de Elinor era al me-nos igual a la de su madre. Meditaba en loocurrido con ansie-dad y desconfianza. El comportamiento de Willoughby aldespe-dirse de ellas, su turbación y fingida alegría y, sobre todo, surenuencia aaceptar la invitación de su madre, una timidez tanajena a un enamorado, tanajena a lo que él mismo era, la preo-cupaban profundamente. Por momentostemía que nunca habíahabido de parte de Willoughby ninguna decisión seria; acontin-uación, que había ocurrido alguna lamentable disputa entre ély suhermana; la angustia que embargaba a Marianne en el mo-mento en que salía dela habitación era tan grande, que unadisputa seria bien podía explicarla; aunquecuando pensaba encuánto lo quería ella, una pelea parecía algo casi

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imposible.Pero, fueran cuales fuesen las circunstancias de suseparación, la aflicción desu hermana era indudable, y Elinorpensó con la más tierna de las compasionesen esa desgarrado-ra pena a la cual Marianne no sólo estaba dando curso como-forma de aliviarla, sino también alimentándola y estimulándolacomo si ello fueraun deber.Alrededor de media hora despuésvolvió su madre, y aunque tenía los ojosenrojecidos, su sem-blante no era desdichado.-Nuestro querido Willoughby está yaa algunas millas de Barton, Elinor -le dijo,mientras se sentabaa trabajar-, ¡y con cuánto pesar en el corazón debeestarviajando!-Todo es muy extraño. ¡Irse tan rápido! Pareceuna decisión tan repentina. ¡Yanoche estaba tan feliz aquí, tanalegre, tan cariñoso! Y ahora, con sólo diezminutos de aviso…¿se ha ido sin intenciones de volver? Debe haber ocurridoalgomás de lo que era su deber comunicarnos. Ni habló ni se com-portó como lapersona que conocemos. Usted tiene que habernotado la diferencia tal como lohice yo. ¿Qué puede ser? ¿Ha-brán reñido? ¿Qué otro motivo puede habertenido él para mos-trar tan pocos deseos de aceptar su invitación a esta casa?-¡Noeran deseos lo que le faltaba, Elinor! Lo vi con toda claridad.No estaba ensus manos aceptarlo. Lo he pensado una y otravez, te lo aseguro, y puedoexplicar a la perfección todo lo que aprimera vista me pareció tan extraño comoa ti.¿En verdad pue-de hacerlo?-Sí. Me lo he explicado a mí misma de la forma mássatisfactoria; pero sé quea ti, Elinor, a ti que te gusta dudarsiempre que puedes, no te satisfará; sinembargo, a mí no po-drás quitarme la certeza que me he formado. Estoyconvencidade que la señora Smith sospecha que él se interesa por Marian-ne, lodesaprueba (quizá porque tiene otros planes para él), ypor tal motivo estáansiosa de enviarlo lejos; y que el negocioque le encomendó es una excusainventada para sacarlo deaquí. Esto es lo que creo que ha ocurrido. El estáconsciente,además, de que ella positivamente desaprueba la unión; encon-secuencia, por el momento no se atreve a confesarle su com-promiso conMariana, y se siente obligado, dada su situación dedependencia, a ceder a losplanes que ella haya formado para ély ausentarse de Devonshire por un tiempo.Sentido y sensibili-dad Jane Austen 4747Sé que me dirás que esto puede o no pue-de haber ocurrido; pero no prestaréoídos a tus cavilaciones ano ser que me muestres otra manera de explicar esteasunto

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tan satisfactoria como la que te he planteado. Y ahora, Elinor,¿quépuedes decir?-Nada, porque usted ha anticipado mirespuesta.-Entonces me habrías dicho que las cosas podríanhaber ocurrido así, o no.¡Ay, Elinor! ¡Qué incomprensibles sontus sentimientos! Prefieres creer lo maloantes que lo bueno.Prefieres buscar el infortunio para Marianne y la culpa paraelpobre Willoughby, antes que una disculpa para él. Estás resuel-ta a creerloculpable, porque se despidió de nosotras con menosafecto del que en generalnos ha demostrado. ¿Y no te es posi-ble hacer alguna concesión alatolondramiento, o a un ánimoabatido por desengaños recientes? ¿Es que nopuede aceptarseninguna probabilidad, simplemente porque no es una certe-za?¿Nada se le debe al hombre al que tenemos tantos motivospara querer, yninguno en el mundo para pensar mal? ¿No ledebemos abrirnos a la posibilidadde que haya motivos incuest-ionables en sí mismos, pero inevitablementesecretos duranteun tiempo? Y, después de todo, ¿de qué lo haces sospechoso?-Tampoco lo tengo claro. Pero es inevitable sospechar algo de-sagradable trasver un trastorno tan grande como el que obser-vamos en él. Hay una granverdad, sin embargo, en su insisten-cia respecto de las concesiones quedebemos hacer en su favor,y es mi deseo ser imparcial en todos mis juicios. Esindudableque Willoughby puede tener motivos suficientes para haberse-comportado así, y espero que los tenga. Pero habría sido máspropio de sucarácter haberlos dado a conocer. La reserva pue-de ser aconsejable, pero aunasí no puedo evitar extrañarme deencontrarla en él. —No lo culpes, sin embargo, por apartarsede su naturaleza, allí donde ladesviación es necesaria. En todocaso, ¿realmente sí admites la justicia de loque he dicho en sudefensa? Eso me alegra… y a él lo absuelve.-No por completo.Puede que sea adecuado ocultar su compromiso (si es queestáncomprometidos) a la señora Smith; y si tal es el caso, debe se-rextremadamente conveniente para Willoughby estar lo menosposible enDevonshire por el momento. Pero eso no es excusapara ocultárnoslo anosotras.-¡Ocultárnoslo a nosotras! Mi niñaquerida, ¿acusas a Willoughby y a Mariannede ocultamiento?Esto es en verdad extraño, cuando tus ojos los han acusado ad-iario por su falta de cautela.-No me falta prueba alguna de suafecto -dijo Elinor-, pero sí de sucompromiso.-A mí me bastanlas que tengo de ambos.-Pero ni una palabra le han dicho,

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ninguno de los dos, sobre esta materia.-No he necesitado pala-bras donde las acciones han hablado por sí mismas contantaclaridad. Su comportamiento hacia Marianne y todas nosotras,al menosdurante la última quincena, ¿acaso no ha hecho paten-te que la amaba y laconsideraba su futura esposa, y que sentíapor nosotras el afecto que se tienepor los parientes más cerca-nos? ¿No nos hemos entendido mutuamente a laperfección?¿No ha solicitado a diario mi consentimiento a través desusSentido y sensibilidad Jane Austen 4848miradas, sus moda-les, sus atenciones afectuosas y llenas de respeto? Elinor,hijamía, ¿es posible dudar de su compromiso? ¿Cómo pudo ocurrír-sete talidea? Es imposible suponer que Willoughby, convencidocomo debe estar delamor de tu hermana, fuera a abandonarla,y quizá por meses, sin hablarle de suamor; imposible pensarque pudieran separarse sin intercambiar estas mutuasexpresio-nes de confianza.-Confieso -replicó Elinor- que todas las cir-cunstancias excepto una hablan enfavor de su compromiso, pe-ro esa una es el total silencio de ambos sobre ello, ypara mí ca-si anula todas las demás.-¡Qué extraño! Ciertamente debespensar horrores de Willoughby si, despuésde cuanto ha pasadoentre ellos a la vista de todos, puedes dudar de lanaturaleza delos lazos que los unen. ¿Ha estado representando un papelfrentea tu hermana todo este tiempo? ¿Lo crees de verdad indi-ferente a ella?-No, no puedo creer tal cosa. Estoy segura deque él debe amarla, y que laama.-Pero con una rara clase deternura, si puede dejarla con tal indiferencia, contal despreo-cupación por el futuro como la que tú le atribuyes.-Debe recor-dar, madre querida, que nunca he dado por ciertos estos asun-tos.Confieso que he tenido mis dudas; pero son menos fuertesde lo que eran, ypuede que muy pronto hayan desaparecidopor completo. Si descubrimos quese corresponden en su amor,todos mis temores habrán desaparecido.-¡Mira qué gran conce-sión! Si los vieras ante el altar, supondrías que se iban acasar.¡Qué niña desagradable! Pero yo no necesito tales pruebas.Nada, a mijuicio, ha pasado que justifique las dudas; no ha ha-bido intentos de mantenernada en secreto; en todo ha habidoigual transparencia. No pueden cabertedudas acerca de los de-seos de tu hermana. Entonces debe ser de Willoughbyque sos-pechas. Pero, ¿por qué? ¿No es acaso un hombre de honor ybuenossentimientos? ¿Ha mostrado alguna inconsistencia

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capaz de crear alarma? ¿Escapaz de engaño?-Espero que no,creo que no -exclamó Elinor-. Quiero a Willoughby,sinceramen-te lo quiero; y las sospechas sobre su integridad no pueden sermásdolorosas para usted que para mí. Lo he hecho involuntar-iamente, y no atizaréesa tendencia en mí. Me sobresaltó, loconfieso, el cambio en su trato esamañana; al hablar parecíauna persona diferente a la que conocimos, y norespondió a lagentileza que usted tuvo hacia él con ninguna muestra decord-ialidad. Pero todo esto puede explicarse por estar afectado poralgunasituación como la que usted supone. Se acababa de se-parar de mi hermana, lahabía visto alejarse en la mayor de lasaflicciones; y si se sentía obligado, portemor a ofender a la se-ñora Smith, a resistir la tentación de volver acá luego, yaun asíse daba cuenta de que al declinar su invitación diciendo que seiba poralgún tiempo parecería estar actuando de manera mez-quina y sospechosa hacianuestra familia, bien puede habersesentido avergonzado y perturbado. En talcaso, creo que un re-conocimiento simple y franco de sus dificultades lo habríahon-rado más y habría sido más coherente con su carácter en gene-ral. Pero nocriticaré la conducta de nadie sobre bases tan débi-les como una diferencia entresus opiniones y las mías, o unadesviación de lo que yo considero correcto ySentido y sensibili-dad Jane Austen 4949consecuente.-Lo que dices está muy bien.No cabe duda de que Willoughby no merece quesospechen deél. Aunque nosotras no lo hemos conocido durante mucho tiem-po,no es un desconocido en esta parte del mundo; ¿y quién hahablado en contrade él? Si hubiese estado en situación de act-uar con independencia y casarse deinmediato, habría sido ex-traño que nos dejara sin decírmelo todo al momento;pero no esel caso. Es un compromiso iniciado, en algunos aspectos, bajo-auspicios no favorables, porque la posibilidad de una boda pa-rece estar lejostodavía; e incluso, según lo que se observa, pue-de que sea aconsejablemantener las cosas en secreto por aho-ra.Se vieron interrumpidas por la entrada de Margaret, lo quedio libertad a Elinorpara meditar detenidamente en los plante-amientos de su madre, reconocer quemuchos de ellos eran pro-bables, y confiar en que todos fueran acertados.No vieron aMarianne hasta la hora de la cena, cuando entró a la habita-ción yocupó su lugar en la mesa sin proferir palabra. Tenía losojos rojos e hinchados,y parecía que incluso en ese momento

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reprimía las lágrimas con dificultad. Evitólas miradas de las de-más, no pudo comer ni conversar, y después de un rato,cuandosu madre le oprimió silenciosamente la mano en un gesto detierna compasión,el pequeño grado de fortaleza que habíamantenido hasta entonces sederrumbó, rompió a llorar y aban-donó la habitación.Esta inexorable tristeza continuó durantetoda la tarde. Marianne era impotentefrente a ella, porque ca-recía de todo deseo de control sobre sí misma. La máspequeñamención de cualquier cosa relativa a Willoughby sobrepasabadeinmediato en ella toda resistencia; y aunque su familia esta-ba ansiosamenteatenta a su bienestar, si llegaban a hablar lesera imposible evitar todos lostemas que sus sentimientos asoc-iaban al joven.CAPITULO XVIMarianne no habría sabido cómoperdonarse si hubiera podido dormir aunquefuera un instanteesa primera noche tras la partida de Willoughby. Habría teni-dovergüenza de mirar a su familia a la cara la mañana siguien-te si no se hubieralevantado de la cama más necesitada de des-canso que cuando se acostó. Perolos mismos sentimientos quehacían de la circunspección algo indeseable, laliberaron de to-do peligro de caer en ella. Estuvo despierta durante toda la no-chey lloró gran parte de ella. Se levantó con dolor de cabeza,incapaz de hablar ysin deseos de tomar ningún alimento, ape-sadumbrando en todo momento a sumadre y hermanas y recha-zando todas sus tentativas de consuelo. ¡No iba ella amostrarfalta de sensibilidad!Una vez terminado el desayuno, salió solay deambuló por la aldea deAllenham, entregándose a los rec-uerdos de pasados goces y llorando por elactual revés de sufortuna durante la mayor parte de la mañana.La tarde transcu-rrió en igual abandono a los sentimientos. Volvió a tocar cadau-na de las canciones que le gustaban y que solía tocar para Will-oughby, cadaaire en el que con más frecuencia se habían unidosus voces, y permaneció senSentidoy sensibilidad Jane Austen5050tada ante el instrumento contemplando cada línea de mú-sica que él habíacopiado para ella, hasta que fue tan grande elpesar de su corazón que ya nopodía alcanzarse tristeza mayor;y día a día se esforzó en nutrir así su dolor.Pasaba horas com-pletas al piano alternando cantos y llantos, a menudo con lavoztotalmente ahogada por las lágrimas. También en los libros, aligual que enla música, cortejaba la desdicha que con toda cer-teza podía obtener de laconfrontación entre el pasado y el

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presente. No leía nada sino lo que solían leerjuntos.Tan ardien-te congoja de ninguna manera podía sostenerse para siempre;a lospocos días se sumió en una más tranquila melancolía; perolas ocupaciones aque se entregaba diariamente -sus caminatassolitarias y silenciosasmeditaciones-, aún daban pie a ocasiona-les efluvios de dolor tan intensos comoantes.No llegó ningunacarta de Willoughby, y no parecía que Marianne esperaranin-guna. Su madre estaba sorprendida y Elinor nuevamente se fueinquietando.Pero la señora Dashwood era capaz de encontrarexplicaciones siempre que leeran necesarias, lo que calmaba almenos su preocupación.-Recuerda, Elinor -le dijo-, cuán a me-nudo sir John se encarga de transportarnuestro correo. Estuvi-mos de acuerdo en que el secreto puede ser necesario, ydebe-mos reconocer que no podríamos mantenerlo si la correspon-dencia deWilloughby y Marianne pasara por las manos de sirJohn.Elinor no pudo negar la verdad de lo anterior e intentó en-contrar allí motivosuficiente para el silencio de los jóvenes. Pe-ro había un método tan directo, tansencillo y, en su opinión,tan fácil de adoptar para conocer el verdadero estadode las co-sas y eliminar de una vez todo el misterio, que no pudo evitar-sugerírselo a su madre.-¿Por qué no le pregunta de inmediato aMarianne -le dijo- si está o no estácomprometida con Willough-by? Viniendo de usted, su madre, y una madre tandulce e indul-gente, la pregunta no puede molestar. Sería consecuencia na-turalde su cariño por ella. Ella solía ser toda franqueza, y conusted de manera muyespecial.-Por nada del mundo le haría talpregunta. Suponiendo posible que no esténcomprometidos,¡cuánta aflicción no le infligiría al así interrogarla! En todo ca-so,revelaría una falta de consideración tan grande a sus senti-mientos. Nuncapodría merecer su confianza de nuevo tras obli-garla a confesar algo que por elmomento no se quiere en cono-cimiento de nadie. Conozco el corazón deMarianne: sé que mequiere profundamente y que no seré la última en quienconfíesus asuntos, cuando las circunstancias así lo aconsejen. Jamásintentaríaforzar las confidencias de nadie, menos aún de unaniña, porque un sentido deldeber contrario a sus deseos le im-pediría negarse a ello.Elinor pensó que su generosidad era ex-cesiva, considerando la juventud de suhermana, e insistió unpoco, pero en vano; el sentido común, el celo común y lapru-dencia común, todos habían sucumbido en la romántica

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delicadeza de laseñora Dashwood.Pasaron varios días antes deque nadie en la familia mencionara el nombre deWilloughbyfrente a Marianne; por supuesto, sir John y la señora JenningsnoSentido y sensibilidad Jane Austen 5151fueron tan delicados;sus ingeniosidades sumaron dolor a muchos momentosdoloro-sos; pero una tarde, la señora Dashwood, tomando al azar unvolumen deShakespeare, exclamó:-Nunca terminamos Hamlet,Marianne; nuestro querido Willoughby se fueantes de que lo le-yéramos completo. Lo reservaremos, de manera que cuandov-uelva… Pero pueden pasar meses antes de que eso ocu-rra.-¡Meses! -exclamó, con enorme sorpresa-. No, ni siquieramuchas semanas.La señora Dashwood lamentó lo que había di-cho; pero alegró a Elinor, ya quehabía arrancado una respues-ta de Marianne que mostraba con tanta fuerza suconfianza enWilloughby y el conocimiento de sus intenciones.Una mañana,alrededor de una semana después de la partida del joven,Mar-ianne se dejó convencer de unirse a sus hermanas en su cami-nata habitualen vez de ponerse a deambular sola. Hasta esemomento había evitadocuidadosamente toda compañía durantesus vagabundeos. Si sus hermanaspensaban pasear en las lo-mas, ella se escabullía hacia los senderos; simencionaban el va-lle, con igual prisa trepaba las colinas, y nunca podían encon-trarlacuando las demás partían. Pero a la larga la vencieron losesfuerzos deElinor, que desaprobaba enérgicamente ese per-manente apartamiento.Caminaron a lo largo del camino quecruzaba el valle, casi todo el tiempo ensilencio, porque era im-posible ejercer control sobre la mente de Marianne; yElinor,satisfecha con haber ganado un punto, no intentó por el mo-mento obtenerninguna otra ventaja. Más allá de la entrada alvalle, allí donde la campiña,aunque todavía fértil, era menosagreste y más abierta, se extendía ante ellas unlargo trecho delcamino que habían recorrido al llegar a Barton; y cuandoalcan-zaron este punto, se detuvieron para mirar a su alrededor yexaminar laperspectiva dada por la distancia desde la cual veí-an su casa, ubicadas comoestaban en un sitio al que nunca seles había ocurrido dirigirse en sus caminatasanteriores.Entretodas las cosas que poblaban el paisaje, muy pronto descubrie-ron unobjeto animado; era un hombre a caballo, que venía endirección hacia ellas. Enpocos minutos pudieron apreciar queera un caballero; y un instante después,arrobada, Marianne

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exclamó:-¡Es él! Seguro que es… ¡Sé que es! -y se apresuraba air a su encuentrocuando Elinor la llamó:-No, Marianne, creoque te equivocas. No es Willoughby. Esa persona no es losufic-ientemente alta, y no tiene su aspecto.-Sí lo tiene, sí lo tiene -exclamó Marianne-. ¡Estoy segura de que lo tiene! Suaspecto,su abrigo, su caballo… Yo sabía que iba a llegar así de rápi-do.Caminaba llena de excitación mientras hablaba; y Elinor,para proteger aMarianne de sus propias peculiaridades, ya queestaba casi segura de que noera Willoughby, apresuró el pasoy se mantuvo a la par de ella. Prontoestuvieron a treinta yardasdel caballero. Marianne lo miró de nuevo; sintió quese le caíael alma a los pies, se dio media vuelta y comenzaba a devolver-se pordonde había venido cuando en su prisa se vio detenidapor las voces de sushermanas, a la que se unía una tercera casitan conocida como la deWilloughby, rogándole que se detuvie-ra, y se volvió sorprendida para ver y dar laSentido y sensibili-dad Jane Austen 5252bienvenida a Edward Ferrars.Era la úni-ca persona del mundo a quien en ese momento podía perdonarnoser Willoughby; la única que podía haberla hecho sonreír;pero ella borró suslágrimas para sonreírle a él, y en la felicidadde su hermana olvidó por unmomento su propia decepción.Ed-ward desmontó y, entregándole el caballo a su sirviente, cami-nó de vueltacon ellas hacia Barton, adonde se dirigía con elpropósito de visitarlas.Todas le dieron la bienvenida con grancordialidad, pero especialmenteMarianne, que fue más caluro-sa en sus demostraciones de afecto que incluso lamisma Elinor.Para Marianne, sin embargo, el encuentro entre Edward ysuhermana no fue sino la continuación de esa inexplicable frial-dad que tan amenudo había observado en el comportamientode ambos en Norland. EnEdward, especialmente, faltaba todoaquello que un enamorado debiera parecery decir en ocasionescomo ésta. Estaba confundido, apenas mostraba placeralgunoen verlas, no se veía ni exaltado ni alegre, habló escasamente ysólocuando se veía obligado a responder preguntas, y no distin-guió a Elinor a travésde ninguna señal de afecto. Marianne mi-raba y escuchaba con crecientesorpresa. Casi comenzó a sentirdesagrado por Edward; y esta sensaciónterminó, como termi-naban obligatoriamente todos sus sentimientos, llevando sus-pensamientos de vuelta a Willoughby, cuyos modales contras-taban de talmanera con los de aquel que había sido elegido

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como hermano.Tras un corto silencio que siguió a la sorpresa ypreguntas iniciales, Marianneinquirió de Edward si había veni-do directamente desde Londres. No, habíaestado en Devonshi-re durante quince días.-¡Quince días! -repitió Marianne, sor-prendida de saber que había estado en elmismo condado queElinor sin haberla visto antes.Edward se mostró algo incómodomientras agregaba que se había estadoquedando con algunosamigos cerca de Plymouth.-¿Ha estado últimamente en Sussex?-le preguntó Elinor.-Estuve en Norland hace un mes.-¿Y cómoestá el querido, querido Norland? -exclamó Marianne.-El queri-do, querido Norland -dijo Elinor- probablemente esté bastanteparecidoa como siempre está en esta época del año… los bosq-ues y senderos cubiertosde una gruesa capa de hojas se-cas.-¡Ah! -exclamó Marianne-. ¡Cuán transportada de emociónme solía sentirentonces al verlas caer! ¡Cómo me he deleitadoen mis caminatas viéndolascaer en torno a mí como una lluviaimpelida por el viento! ¡Qué de emocionesme han inspirado, yla estación, el aire, todo! Hoy no hay nadie que lascontemple.Ven en ellas tan sólo un fastidio, rápidamente las barren, y lashacendesaparecer de la vista como mejor pueden.-No todos -di-jo Elinor- tienen tu pasión por las hojas secas.-No, mis sentim-ientos no suelen ser compartidos, ni tampoco comprendi-dos.Pero a veces lo son -mientras decía esto, se entregó por uninstante a un breveensueño; pero saliendo de él, continuó-:Ahora, Edward -le dijo llamando suatención al paisaje-, éste esel valle de Barton. Contémplalo, Y manténte encalma si es quepuedes. ¡Mira esas colinas! ¿Alguna vez viste algo igual? Hac-iaSentido y sensibilidad Jane Austen 5353la izquierda está lafinca, Barton Park, entre esos bosques y plantíos. Puedesveruna esquina de la casa. Y allá, bajo esa colina lejana que se ele-va con talgrandeza, está nuestra cabaña.-Es una hermosaregión -replicó él-; pero estas hondonadas deben estar llenasdelodo en invierno.-¿Cómo puedes pensar en el lodo, con tales co-sas frente a ti?-Porque -replicó él, sonriendo- entre todas lascosas frente a mí, veo unsendero muy enfangado.“¡Qué perso-na curiosa!”, se dijo Marianne mientras continuaba su cami-no.-¿Es agradable el vecindario acá? ¿Son los Middleton gentegrata?-No, en absoluto -respondió Marianne -, no podríamosestar peor ubicadas.-Marianne -exclamó su hermana-, ¿cómopuedes decir eso? ¿Cómo puedesser tan injusta? Son una

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familia muy respetable, señor Ferrars, y con nosotrasse hanportado de la manera más amistosa posible. ¿Es que has olvi-dado,Marianne, cuántos días placenteros les debemos?-No -di-jo Marianne en voz baja-, y tampoco cuántos momentos doloro-sos.Elinor no escuchó sus palabras y, dirigiendo la atención asu visitante, seesforzó en mantener con él algo que pudiera pa-recer una conversación, para loque recurrió a hablar de su re-sidencia actual, sus ventajas, y cosas así, con loque logró sa-carle a la fuerza alguna ocasional pregunta u observación. Su-frialdad y reserva la mortificaban gravemente; se sentía moles-ta y algo enojada;pero decidida a guiar su conducta más por elpasado que por el presente, evitótoda apariencia de resentim-iento o disgusto y lo trató como pensaba que debíaser tratado,dados los vínculos familiares.CAPITULO XVIILa sorpresa de laseñora Dashwood al verlo duró sólo un momento; la venidadeEdward a Barton era, en su opinión, la cosa más natural delmundo. Su alegría ymanifestaciones de afecto sobrepasaron enmucho el asombro que pudo habersentido. Recibió el joven lamás gentil de las bienvenidas de parte de ella; sutimidez, frial-dad, reserva, no pudieron resistir tal recibimiento. Ya habían-comenzado a abandonarlo antes de entrar a la casa, y el encan-to del trato de laseñora Dashwood terminó por vencerlas. Enverdad un hombre no podíaenamorarse de ninguna de sus hijassin hacerla a ella también partícipe de suamor; y Elinor tuvo lasatisfacción de ver cómo muy pronto volvía a comportarsecomoen realidad era. Su cariño hacia ellas y su interés por el bienes-tar de todasparecieron cobrar nueva vida y hacerse otra vezmanifiestos. No estaba, sinembargo, en el mejor de los ánimos;alabó la casa, admiró el panorama, semostró atento y gentil;pero aun así no estaba animado. Toda la familia loadvirtió, y laseñora Dashwood, atribuyéndolo a alguna falta de generosidaddesu madre, se sentó a la mesa indignada contratodos los pa-dres egoístas.¿Cuáles son los planes de la señora Ferrars parausted actualmente? -lepreguntó tras haber terminado de cenary una vez que se encontraron reunidosalrededor del fuego-.¿Todavía se espera que sea un gran orador, a pesar de loSenti-do y sensibilidad Jane Austen 5454que usted pueda desear?-No. Espero que mi madre se haya convencido ya de que misdotes para lavida pública son tan escasas como mi inclinación aella.-Pero, entonces, ¿cómo alcanzará la fama? Porque tiene

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que ser famoso paracontentar a toda su familia; y sin ser, pro-penso a una vida de grandes gastos, sininterés por la genteque no conoce, sin profesión y sin tener el futuro asegurado,lepuede ser difícil lograrlo.-Ni siquiera lo intentaré. No tengo de-seo alguno de ser distinguido, y tengotodas las razones imagi-nables para confiar en que nunca lo seré. ¡Gracias aDios! No seme puede obligar al genio y la elocuencia.-Carece de ambición,eso lo sé bien. Todos sus deseos son moderados.-Creo que tanmoderados como los del resto del mundo. Deseo, al igual que-todos los demás, ser totalmente feliz; pero, al igual que todoslos demás, tieneque ser a mi manera. La grandeza no me haráfeliz.-¡Seria raro que lo hiciera! -exclamó Marianne-. ¿Qué tie-nen que ver la riquezao la grandeza con la felicidad?-La gran-deza, muy poco -dijo Elinor-; pero la riqueza, mucho.-¡Elinor,qué vergüenza! -dijo Marianne-. El dinero sólo puede dar felici-dad allídonde no hay ninguna otra cosa que pueda darla. Másallá de un buen pasar, nopuede dar real satisfacción, por lomenos en lo que se refiere al ser más íntimo.-Quizá -dijo Elinor,sonriendo-, lleguemos a lo mismo. Tu buen pasar y miriquezason muy semejantes, diría yo; y tal como van las cosas hoy endía,estaremos de acuerdo en que, sin ellos, faltará también to-do lo necesario para elbienestar físico. Tus ideas sólo son másnobles que las mías. Vamos, ¿encuánto calculas un buenpasar?-Alrededor de mil ochocientas o dos mil libras al año; nomás que eso.Elinor se echó a reír.-¡Dos mil al año! ¡Mil es loque yo llamo riqueza! Ya sospechaba yo en quéterminaríamos.-Aun así, dos mil anuales es un ingreso muy moderado -dijo Ma-rianne-. Unafamilia no puede mantenerse con menos. Y creoque no estoy siendoextravagante en mis demandas. Una adec-uada dotación de sirvientes, uncarruaje, quizá dos, y perros ycaballos de_ caza, no se pueden mantener conmenos.Elinorsonrió nuevamente al escuchar a su hermana describiendo contantaexactitud sus futuros gastos en Combe Magna.-¡Perros ycaballos cazadores! -repitió Edward-. Pero, ¿por qué habríasdetenerlos? No todo el mundo caza.Marianne se ruborizó mien-tras le respondía:-Pero la mayoría lo hace.-¡Cómo quisiera -dijoMargaret, poniendo en marcha su fantasía- que alguiennos re-galara a cada una gran fortuna!-¡Ah! ¡Si eso ocurriera! -excla-mó Marianne brillándole los ojos de animación, ycon las meji-llas resplandecientes con la dicha de esa felicidad imaginaria.-

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Supongo que todas lo deseamos -dijo Elinor-, pese a que la riq-ueza no basta.-¡Ay, cielos! -exclamó Margaret-. ¡Qué feliz sería!¡No me imagino qué haríaSentido y sensibilidad Jane Austen5555con ese dinero!Marianne parecía no tener ninguna dudaal respecto.-Por mi parte, yo no sabría cómo gastar una granfortuna -dijo la señoraDashwood- si todas mis hijas fueran ricassin mi ayuda.-Debería comenzar con las mejoras a esta casa -observó Elinor-, y todas susdificultades desaparecerían de in-mediato.-¡Qué magníficas órdenes de compra saldrían desdeesta familia a Londres -dijo Edward- si ello ocurriera! ¡Qué felizdía para los libreros, los vendedores demúsica y las tiendas degrabados! Usted, señorita Dashwood, haría un encargogeneralpara que se le enviara todo nuevo grabado de calidad; y encuanto aMarianne, conozco su grandeza de alma: no habríamúsica suficiente enLondres para satisfacerla. ¡Y libros! Thom-son, Cowper, Scott… los compraríatodos una y otra vez; com-praría cada copia, creo, para evitar que cayeran enmanos in-dignas de ellos; y tendría todos los libros que le pudieran ense-ñar aadmirar un viejo árbol retorcido. ¿No es verdad, Marian-ne? Perdóname si he sonadoalgo cáustico. Pero quería mostrar-te que no he olvidado nuestras antiguasdiscusiones.-Me encan-ta que me recuerden el pasado, Edward; no importa que sea-melancólico o alegre, me encanta que me lo recuerden; y jamásme ofenderáshablándome de tiempos pasados. Tienes toda larazón al suponer cómo gastaríami dinero… parte de él, al me-nos mi dinero suelto, de todas maneras lo usaríapara enrique-cer mi colección de música y libros.-Y el grueso de tu fortunairía a pensiones anuales para los autores o susherederos. -No,Edward, haría otra cosa.-Quizá, entonces, la donarías como unpremio a la persona que escribiera lamejor defensa de tu máxi-ma favorita, ésa según la cual nadie puede enamorarsemás deuna vez en la vida: porque supongo que no has cambiado deopinión enese punto, ¿verdad?-Sin ninguna duda. A mi edad,las opiniones son tolerablemente sólidas. Noparece probableque vaya a ver o escuchar nada que me haga cambiarlas.-Pue-de ver que Marianne sigue tan resuelta como siempre dijo Eli-nor-; no hacambiado en nada.-Sólo está un poco más grave queantes.-No, Edward -dijo Marianne-, tú no tienes nada que re-procharme. Tampoco túestás muy alegre.-¡Qué te hace pensareso! -replicó el joven, con un suspiro-. Pero la alegríanunca

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formó parte de mí carácter.-Tampoco la creo parte del deMarianne -dijo Elinor-. Difícilmente la llamaríauna muchachade gran vivacidad; es muy intensa, muy vehemente en todo loq-ue hace; a veces habla mucho, y siempre con gran animación…, pero no esfrecuente verla realmente alegre.-Creo que tieneusted razón -replicó Edward-; y, sin embargo, siempre la hete-nido por una muchacha muy vivaz.-A menudo me he descubier-to cometiendo esa clase de equivocaciones -dijoElinor-, con ide-as totalmente falsas sobre el carácter de alguien en algún pun-to uotro; imaginando a la gente mucho más alegre o seria, másingeniosa o estúpidaSentido y sensibilidad Jane Austen 5656delo que realmente es, y me es difícil decir por qué, o en qué seoriginó elengaño. A veces uno se deja guiar por lo que las per-sonas dicen de sí mismas, ymuy a menudo por lo que otros di-cen de ellas, sin darse tiempo para deliberar ydiscernir.-Peroyo creía que estaba bien, Elinor –dijo Marianne- dejarse guiar-cabalmente por la opinión de otras personas. Creía que se nosdaba el discernimientosimplemente para subordinarlo al denuestros vecinos. Estoy segurade que ésta ha sido siempre tudoctrina.-No, Marianne, nunca. Mi doctrina nunca ha apuntadoa la sujeción delentendimiento. El comportamiento es lo únicosobre lo que he querido influir. Nodebes confundir el sentidode lo que digo. Me confieso culpable de haberdeseado a menu-do que trataras a nuestros conocidos en general con mayorcor-tesía; pero, ¿cuándo te he aconsejado adoptar sus sentimientosoconformarte a su manera de juzgar las cosas en asuntosserios?-Entonces no ha podido incorporar a su hermana a suplan de cortesía general-dijo Edward a Elinor-. ¿No ha conquis-tado ningún terreno?-Muy por el contrario -replicó Elinor, conuna expresiva mirada a Marianne.-Mi pensamiento -respondióél- está en todo de acuerdo con el suyo; pero metemo que misacciones concuerdan mucho más con las de su hermana. Nun-caes mi deseo ofender, pero soy tan neciamente tímido que amenudo parezcodesatento, cuando sólo me retiene mi naturaltorpeza. Con frecuencia hepensado que, por naturaleza, debohaber estado destinado a gustar de la gentede baja condición,¡pues me siento tan poco cómodo entre personas de buenacunacuando me son extrañas!-Marianne no puede escudarse en latimidez por las desatenciones en quepuede incurrir -dijoElinor.-Ella conoce demasiado bien su propio valer para falsas

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vergüenzas -replicóEdward-. La timidez es únicamente efectode una sensación de inferioridad enuno u otro aspecto. Si yopudiera convencerme de que mis modales sonperfectamentenaturales y elegantes, no sería tímido.-Pero aun así, seríareservado -dijo Marianne-, y eso es peor.Edward la quedó mi-rando fijamente.-¿Reservado? ¿Soy reservado, Marianne?-Sí,mucho.-No te comprendo -replicó él, enrojeciendo-.¡Reservado… ! ¿Cómo, en quésentido? ¿Qué debería haberlesdicho? ¿Qué es lo que supones?Elinor pareció sorprendida anteuna respuesta tan cargada de emoción, perointentando quitar-le seriedad al asunto, le dijo:-¿Es que acaso no conoce lo sufic-iente a mi hermana para entender lo quedice? ¿No sabe acasoque ella llama reservado a todo aquel que no habla tanrápidocomo ella ni admira lo que ella admira, y con idéntico éxta-sis?Edward no respondió. Retornó a él ese aire grave y medita-bundo que le eratan propio, y durante un rato se mantuvo allísentado, silencioso y sombrío.CAPITULO XVIIISentido y sensi-bilidad Jane Austen 5757Elinor contempló con gran inquietudel ánimo decaído de su amigo. Lasatisfacción que le ofrecía suvisita era bastante parcial, puesto que el placerque él mismoobtenía parecía tan imperfecto. Era evidente que era desdicha-do,y ella habría deseado que fuera igualmente evidente queaún la distinguía por elmismo afecto que alguna vez estaba se-gura de haberle inspirado; pero hasta elmomento parecía muydudoso que continuara prefiriéndola, y su actitudreservada ha-cia ella contradecía en un instante lo que una mirada más ani-madahabía insinuado el minuto anterior.A la mañana siguientelas acompañó a ella y a Marianne en la mesa deldesayuno an-tes de que las otras hubieran bajado; y Marianne, siempre ans-iosade impulsar, en lo que le era posible, la felicidad de ambos,pronto los dejósolos. Pero no iba aún por la mitad de las escale-ras cuando escuchó abrirse lapuerta de la sala y, volviéndose,quedó estupefacta al ver que también Edwardsalía.Voy al pue-blo a ver mis caballos -le dijo-, ya que todavía no estás lista pa-radesayunar; volveré muy luego.Edward regresó con renovadaadmiración por la región circundante; sucaminata a la aldeahabía sido ocasión favorable para ver gran parte del valle; ylaaldea misma, ubicada mucho más alto que la casa, ofrecía unavisión generalde todo el lugar que le había agradado sobrema-nera. Este era un tema queaseguraba la atención de Marianne,

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y comenzaba a describir su propiaadmiración por estos paisa-jes y a interrogarlo más en detalle sobre las cosasque lo habíanimpresionado de manera especial, cuando Edward lainterrumpiódiciendo:-No debes preguntar demasiado, Marian-ne; recuerda, no sé nada de lopintoresco, y te ofenderé con miignorancia y falta de gusto si entramos endetalles. ¡Llamaréempinadas a las colinas que debieran ser escarpadas!Superfic-ies inusuales y toscas, a las que debieran ser caprichosas y ás-peras; yde los objetos distantes diré que están fuera de la vista,cuando sólo debieranser difusos a través del suave cristal de labrumosa atmósfera. Tienes quecontentarte con el tipo de admi-ración que honestamente puedo ofrecer. La llamouna muy her-mosa región: las colinas son empinadas, los bosques parecen-llenos de excelente madera, y el valle se ve confortable y aco-gedor, con ricosprados y varias pulcras casas de granjeros di-seminados aquí y allá.Corresponde exactamente a mi idea deuna agradable región campestre, porqueune belleza y utili-dad… y también diría que es pintoresca, porque tú la admi-ras;fácilmente puedo creer que está llena de roqueríos y pro-montorios, musgo gris yzarzales, pero todo eso se pierde con-migo. No sé nada de pintoresquismo.-Me temo que hay demas-iada verdad en eso -dijo Marianne-; pero, ¿por quéhacer alardede ello?-Sospecho -dijo Elinor- que para evitar caer en un tipode afectación, Edwardcae aquí en otra. Como cree que tantaspersonas pretenden mucho mayoradmiración por las bellezasde la naturaleza de la que de verdad sienten, y ledesagradantales pretensiones, afecta mayor indiferencia ante el paisajeySentido y sensibilidad Jane Austen 5858menos discernimientode los que realmente posee. Es exquisito y quiere tenerunaafectación sólo de él.-Es muy cierto -dijo Marianne- que la ad-miración por los paisajes naturales seha convertido en una sim-ple jerigonza. Todos pretenden admirarse e intentanhacer des-cripciones con el gusto y la elegancia del primero que definiólo queera la belleza pintoresca. Detesto las jergas de cualquiertipo, y en ocasiones heguardado para mí misma mis sentimien-tos porque no podía encontrar otro lenguajepara describirlosque no fuera ese que ha sido gastado y manoseadohasta perdertodo sentido y significado.-Estoy convencido -dijo Edward- deque frente a un hermoso panoramarealmente sientes todo elplacer que dices sentir. Pero, a cambio, tu hermanadebe

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permitirme no sentir más del que declaro. Me gusta una her-mosa vista,pero no según los principios de lo pintoresco. Nome gustan los árbolescontraídos, retorcidos, marchitos. Mi ad-miración es mucho mayor cuando sonaltos, rectos y están enflor. No me gustan las cabañas en ruinas, destartaladas.No soyaficionado a las ortigas o a los cardos o a los brezales. Me damuchomás placer una acogedora casa campesina que una atal-aya; y un grupo dealdeanos pulcros y felices me agrada muchomás que los mejores bandidos delmundo.Marianne miró a Ed-ward con ojos llenos de sorpresa, y a su hermana conpiedad.Elinor se limitó a reír.Abandonaron el tema, y Marianne semantuvo en un pensativo silencio hastaquede súbito un objetocapturó su atención. Estaba sentada junto a Edward, ycuandoél tomó la taza de té que le- ofrecía la señora Dashwood, sumano lepasó tan cerca que no pudo dejar de observar, muy vi-sible en uno de sus dedos,un anillo que en el centro llevabaunos cabellos entretejidos.-Nunca vi que usaras un anillo an-tes, Edward -exclamó-. ¿Pertenecen a Fannyesos cabellos? Rec-uerdo que prometió darte algunos. Pero habría pensado quesupelo era más oscuro.Marianne había manifestado sin mayor re-flexión lo que en verdad sentía; perocuando vio cuánto habíaturbado a Edward, su propio fastidio ante su falta deconsidera-ción fue mayor que la molestia que él sentía. El enrojeció viva-mente y,lanzando una rápida mirada a Elinor, replicó:-Sí, es ca-bello de mi hermana. El engaste siempre le da un matiz dife-rente, yasabes.La mirada de Elinor se había cruzado con la deél, y también pareció turbarse.De inmediato ella pensó, al igualque Marianne, que el cabello le pertenecía; laúnica diferenciaentre ambas conclusiones era que lo que Marianne creía unre-galo dado voluntariamente por su hermana, para Elinor habíasido obtenidomediante algún robo o alguna maniobra de la queella no estaba consciente. Sinembargo, no estaba de humor pa-ra considerarlo una afrenta, y mientrascambiaba de conversa-ción pretendiendo así no haber notado lo ocurrido, en sufuerointerno resolvió aprovechar de ahí en adelante toda oportuni-dad que se lepresentara para mirar ese cabello y convencerse,más allá de toda duda, de queera del mismo color que el su-yo.La turbación de Edward se alargó durante algún tiempo, yterminó llevándolo aSentido y sensibilidad Jane Austen 5959unestado de abstracción aún más pronunciado. Estuvo

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especialmente seriodurante toda la mañana. Marianne se re-prochaba de la manera más severa porlo que había dicho; perose habría perdonado con mucho mayor rapidez sihubiera sabi-do cuán poco había ofendido a su hermana.Antes de mediodíarecibieron la visita de sir John y la señora Jennings, quehabien-do sabido de la visita de un caballero a la cabaña, vinieron aechar unamirada al huésped. Con la ayuda de su suegra, sirJohn no tardó en descubrirque el nombre de Ferrars comenza-ba con F, y esto dejó abierta para el futurouna veta de chanzascontra la recta Elinor que únicamente porque reciénconocían aEdward no explotaron de inmediato. En el momento, tan sólolasexpresivas miradas que se cruzaron dieron un indicio a Eli-nor de cuán lejoshabía llegado su perspicacia, a partir de lasindicaciones de Margaret.Sir John nunca llegaba a casa de lasDashwood sin invitarlas ya fuera a cenaren la finca al día sigu-iente, o tomar té con ellos esa misma tarde. En la ocasiónact-ual, para distracción de su huésped a cuyo esparcimiento sesentía obligadoa contribuir, quiso comprometerlos paraambos.-Tienen que tomar té con nosotros hoy día -les dijo-, por-que estaremoscompletamente solos; y mañana de todas mane-ras deben cenar con nosotros,porque seremos un grupo bas-tante grande.La señora Jennings reforzó lo imperioso de la sit-uación, diciendo:-¿Y cómo saben si no organizan un baile? Yeso sí la tentará a usted, señoritaMarianne.-¡Un baile! protestóMarianne-. ¡Imposible! ¿Quién va a bailar?-¡Quién! Pero, uste-des, y los Carey y los Whitaker, con toda seguridad.¡Cómo!¿Acaso creía que nadie puede bailar porque una ciertapersona a quien nonombraremos se ha ido?-Con todo elcorazón -exclamó sir John- querría que Willoughby estuvieraentrenosotros de nuevo.Esto, y el rubor de Marianne, desperta-ron nuevas sospechas en Edward.-¿Y quién es Willoughby? -lepreguntó en voz baja a la señorita Dashwood, acuyo lado se en-contraba.Elinor le respondió en pocas palabras. El semblantede Marianne era muchomás comunicativo. Edward vio en él losuficiente para comprender no sólo elsignificado de lo que losotros decían, sino también las expresiones de Marianneque an-tes lo habían confundido; y cuando sus visitantes se hubieronido, deinmediato se dirigió a ella y, en un susurro, le dijo:-Heestado haciendo conjeturas. ¿Te digo lo que me parece adivi-nar?-¿Qué quieres decir?-¿Te lo digo?-Por supuesto.-Pues bien,

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adivino que el señor Willoughby practica la caza.Marianne sesintió sorprendida y turbada, pero no pudo dejar de sonreír an-tetan tranquila sutileza y, tras un momento de silencio, le di-jo:-¡Ay, Edward! ¿Cómo puedes… ? Pero llegará el día, espe-ro… Estoy segura deque te gustará.-No lo dudo -replicó él, conun cierto asombro ante la intensidad y calor de susSentido ysensibilidad Jane Austen 6060palabras; pues si no hubiera ima-ginado que se trataba de una broma hecha paradiversión de to-dos sus conocidos, basada nada más que en un algo o una na-daentre el señor Willoughby y ella, no habría osado mencionar-lo.CAPITULO XIXEdward permaneció una semana en la caba-ña; la señora Dashwood lo urgió aque se quedara más tiempo,pero como si sólo deseara mortificarse a sí mismo,pareció deci-dido a partir cuando mejor lo estaba pasando entre sus amigos.Suestado de ánimo en los últimos dos o tres días, aunque toda-vía bastanteinestable, había mejorado mucho; día a día parecíaaficionarse más a la casa ya su entorno, nunca hablaba de irsesin acompañar de suspiros sus palabras,afirmaba que disponíade su tiempo por completo, incluso dudaba de hacia dóndesedirigiría cuando se marchara… , pero aun así debía irse. Nuncaunasemana había pasado tan rápido, apenas podía creer que yase hubiera ido. Lodijo una y otra vez; dijo también otras cosas,que indicaban el rumbo de sussentimientos y se contradecíancon sus acciones. Nada le complacía enNorland, detestaba laciudad, pero o a Norland o a Londres debía ir. Valorabapor so-bre todas las cosas la gentileza que había recibido de todasellas y sumayor dicha era estar en su compañía. Y aun así de-bía dejarlas a fines de esasemana, a pesar de los deseos de am-bas partes y sin ninguna restricción en sutiempo.Elinor carga-ba a cuenta de la madre de Edward todo lo que había desor-prendente en su manera de actuar; y era una suerte para ellaque él tuvierauna madre cuyo carácter le fuera conocido demanera tan imperfecta como paraservirle de excusa generalfrente a todo lo extraño que pudiera haber en su hijo.Sin em-bargo, desilusionada y molesta como estaba, y a veces disgus-tada con elvacilante comportamiento del joven hacia ella, aunasí tenía la mejor disposicióngeneral para otorgar a sus accio-nes las mismas sinceras concesiones ygenerosas calificacionesque le habían sido arrancadas con algo más dedificultad por laseñora Dashwood cuando se trataba de Willoughby. Su falta

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deánimo, de franqueza y de congruencia, era atribuida en ge-neral a su falta deindependencia y a un mejor conocimiento delas disposiciones y planes de laseñora Ferrars. La brevedad desu visita, la firmeza de su propósito demarcharse, se origina-ban en el, mismo atropello a sus inclinaciones, en la mismaine-vitable necesidad de transigir con su madre. La antigua y yaconocida disputaentre el deber y el deseo, los padres contra loshijos, era la causa de todo. AElinor le habría alegrado sabercuándo iban a terminar estas dificultades, cuándoiba a termi-nar esa oposición… , cuándo iba a cambiar la señora Ferrars,dejandoa su hijo en libertad para ser feliz. Pero, de tan vanosdeseos estaba obligada avolver, para encontrar consuelo, a larenovación de su confianza en el afecto deEdward; al recuerdode todas las señales de interés que sus miradas o palabrashabí-an dejado escapar mientras estaban en Barton; y, sobre todo, aesahalagadora prueba de ello que él usaba constantemente entorno a su dedo.-Creo, Edward -dijo la señora Dashwood mien-tras desayunaban la últimaSentido y sensibilidad Jane Austen6161mañana-, que serías más feliz si tuvieras una profesiónque ocupara tu tiempo yles diera interés a tus planes y accio-nes. Ello podría no ser enteramenteconveniente para tus ami-gos: no podrías entregarles tanto de tu tiempo. Pero -agregócon una sonrisa- te verías beneficiado en un aspecto al menos:sabríasadónde ir cuando los dejas.-De verdad le aseguro -res-pondió él- que he pensado mucho en este punto enel mismosentido en que usted lo hace ahora. Ha sido, es y probablemen-tesiempre será una gran desgracia para mí no haber tenidoninguna ocupación ala cual obligatoriamente dedicarme, nin-guna profesión que me dé empleo o meofrezca algo en la líneade la independencia. Pero, por desgracia, mi propiacapacidadde comportarme de manera gentil, y la gentileza de mis ami-gos, hanhecho de mí lo que soy: un ser ocioso, incompetente.Nunca pudimos Ponemosde acuerdo en la elección de una pro-fesión. Yo siempre preferí la iglesia, comolo sigo haciendo. Pe-ro eso no era bastante elegante para mi familia. Ellosrecomen-daban una carrera militar. Eso era demasiado, demasiado ele-gantepara mí. En cuanto al ejercicio de las leyes, le concedie-ron la gracia deconsiderarla una profesión bastante decorosa;muchos jóvenes con despachosen alguna Asociación de Aboga-dos de Londres han logrado una muy buenallegada a los

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círculos más importantes, y se pasean por la ciudad conducien-docalesas muy a la moda. Pero yo no tenía ninguna inclinaciónpor las leyes, nisiquiera en esta forma harto menos abstrusa deellas que mi familia aprobaba.En cuanto a la marina, tenía laventaja de ser de buen tono, pero yo ya erademasiado mayorpara ingresar a ella cuando se empezó a hablar del tema; y, alalarga, como no había verdadera necesidad de que tuviera unaprofesión, dadoque podía ser igual de garboso y dispendiosocon una chaqueta roja sobre loshombros o sin ella, se terminópor decidir que el ocio era lo más ventajoso yhonorable; y a losdieciocho años los jóvenes por lo general no están tan ansio-sosde tener una ocupación como para resistir las invitacionesde sus amigos ano hacer nada. Ingresé, por tanto, a Oxford, ydesde entonces he estado deocioso, tal como hay que estar.-Laconsecuencia de todo ello será, supongo -dijo la señora Dash-wood-, yaque la indolencia no te ha traído ninguna felicidad,que criarás a tus hijos paraque tengan tantos intereses, emple-os, profesiones y quehaceres comoColumella.*-Serán criados -respondió con tono grave- para que sean tan diferentes de mí-como sea posible, en sentimientos, acciones, condición, entodo.-Vamos, vamos, todo eso no es más que producto de tu de-sánimo, Edward.Estás de humor, y te imaginas que cualquieraque no sea como tú debe ser feliz.Pero recuerda que en algúnmomento todos sentirán la pena de separarse delos amigos, sinimportar cuál sea su educación o estado. Toma conciencia detu* Columella es la protagonista de una obra de Richard Gra-ves, Columella, or the Distressed Anchoret(1779), que tras unavida de ocio destina a sus hijos a diversos oficios. Un personajehistórico muy anterior,del mismo nombre, es Lucio Junio Mode-rato Columela (siglo I d.C.), uno de los mejores técnicos lati-noscon dominio sobre diversas materias, y autor de un impor-tante tratado agrícola en verso (De re rustica). Losdiez librosde este tratado van más allá del temario tradicional agrícola,para tratar asuntos como laavicultura, los estanques para pe-ces y los árboles frutales.Sentido y sensibilidad Jane Austen6262propia felicidad. No careces de nada sino de paciencia…o, para darle unnombre más atractivo, llámala esperanza. Conel tiempo tu madre te garantizaráesa independencia que tantoansías; es su deber, y muy pronto su felicidad será,deberá ser,impedir que toda tu juventud se desperdicie en el

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descontento.¡Cuánto no podrán hacer unos pocos meses!-Creo-replicó Edward- que se necesitarán muchos meses para queme ocurraalgo bueno.Este desaliento, aunque no pudo ser con-tagiado a la señora Dashwood,aumentó el dolor de todos ellospor la partida de Edward, que muy pronto tuvolugar, y dejóuna incómoda sensación especialmente en Elinor, que necesitódetiempo y trabajo para apaciguarse. Pero como había decidi-do sobreponerse aella y evitar parecer que sufría más que elresto de su familia ante la partida deljoven, no utilizó los med-ios tan juiciosamente empleados por Marianne en unaocasiónsimilar, cuando se entregó a la búsqueda del silencio, la sole-dad y elocio para aumentar y hacer permanente su sufrimiento.Sus métodos moran tandiferentes como sus particulares objeti-vos, e igualmente adecuados al logro deellos.Apenas partió Ed-ward, Elinor se sentó a su mesa de dibujo, se mantuvoocupadadurante todo el día, no buscó ni evitó mencionar su nombre,Parecióprestar el mismo interés de siempre a las Preocupacio-nes generales de lafamilia, y si con esta conducta no hizo dis-minuir su propia congoja, al menosevitó que aumentara de ma-nera innecesaria, y su madre y hermanas se vieronlibres demuchos afanes por su causa.Tal comportamiento, tan exacta-mente opuesto al de ella, no le parecía aMarianne más meritor-io que criticable le había parecido el propio. Del asunto deldo-minio sobre sí misma, dio cuenta con toda facilidad: si era im-posible cuandolos sentimientos eran fuertes, con los apaciblesno tenía ningún mérito. Que lossentimientos de su hermanaeran apacibles, no osaba negarlo, aunque leavergonzaba reco-nocerlo; y de la fuerza de los propios tenía una pruebaincontro-vertible, puesto que seguía amando y respetando a esa herma-na apesar de este humillante convencimiento.Sin rehuir a sufamilia o salir de la casa en voluntaria soledad para evitarla oq-uedarse despierta toda la noche para abandonarse a sus cavila-ciones, Elinordescubrió que cada día le ofrecía tiempo suficien-te para pensar en Edward, y enel comportamiento de Edward,de todas las maneras posibles que sus diferentesestados deánimo en momentos distintos podían producir: con ternura,piedad,aprobación, censura y duda. Abundaban los momentoscuando, si no por laausencia de su madre y hermanas, al me-nos por la naturaleza de sus ocupaciones,se imposibilitaba todaconversación entre ellas y sobrevenían todoslos efectos de la

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soledad. Su mente quedaba inevitablemente en libertad; sus-pensamientos no podían encadenarse a ninguna otra cosa; y elpasado y elfuturo relacionados con un tema tan interesante nopodían sino hacérselepresentes, forzar su atención y absorbersu memoria, sus reflexiones, suimaginación.De una ensoñaciónde este tipo a la que se había entregado mientras seencontrabasentada ante su mesa de dibujo, la despertó una mañana, po-coSentido y sensibilidad Jane Austen 6363después de la parti-da de Edward, la llegada de algunas visitas. Por casualidadseencontraba sola. El ruido que la puertecilla a la entrada del jar-dín frente a lacasa hacía al cerrarse atrajo su mirada hacia laventana, y vio un gran grupo depersonas encaminándose a lapuerta. Entre ellas estaban sir John y ladyMiddleton y la señoraJennings; pero había otros dos, un caballero y una dama,que leeran por completo desconocidos. Estaba sentada cerca de laventana ytan pronto la vio sir John, dejó que el resto de la par-tida cumpliera con laceremonia de golpear la puerta y, cruzan-do por el césped, le hizo abrir elventanal para conversar en pri-vado, aunque el espacio entre la puerta y laventana era tan pe-queño como para hacer casi imposible hablar en una sin seres-cuchado en la otra.-Bien—le dijo-, le hemos traído algunos des-conocidos. ¿Le gustan?-¡Shhh! Pueden escucharlo.-Qué impor-ta si lo hacen. Sólo son los Palmer. Puedo decirle que Charlotteesmuy bonita. Alcanzará a verla si mira hacia acá.Como Elinorestaba segura de que la vería en un par de minutos sin tenerquetomarse tal libertad, le pidió que la excusara de hacer-lo.-¿Dónde está Marianne? ¿Ha huido al vernos venir? Veo quesu instrumentoestá abierto.-Salió a caminar, creo.En ese mo-mento se les unió la señora Jennings, que no tenía pacienciasu-ficiente para esperar que le abrieran la puerta antes de queella contara suhistoria. Se acercó a la ventana con grandes sa-ludos:-¿Cómo se encuentra, querida? ¿Cómo está la señoraDashwood? ¿Y dóndeestán sus hermanas? ¡Cómo! ¡La han deja-do sola! Le agradará tener a alguienque le haga compañía. Hetraído a mi otro hijo e hija para que se conozcan.¡Imagíneseque llegaron de repente! Anoche pensé haber escuchado unca-rruaje mientras tomábamos el té, pero nunca se me pasó por lamente quepudieran ser ellos. Lo único que se me ocurrió fueque podía ser el coronelBrandon que llegaba de vuelta; así quele dije a sir John: “Creo que escucho uncarruaje; quizá es el

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coronel Brandon que llega de vuelta… ”En la mitad de su histo-ria, Elinor se vio obligada a volverse para recibir al restode laconcurrencia; lady Middleton le presentó a los dos desconoci-dos; la señoraDashwood y Margaret bajaban las escaleras enese mismo momento, y todos sesentaron a mirarse mutuamen-te mientras la señora Jennings continuaba con suhistoria a lavez que cruzaba por el corredor hasta la salita, acompañadapor sirJohn.La señora Palmer era varios años más joven quelady Middleton, ycompletamente diferente a ella en diversosaspectos. Era de corta estatura yregordeta, con un rostro muybonito y la mayor expresión de buen humor quepueda imagi-narse. Sus modales no eran en absoluto tan elegantes como losdesu hermana, pero sí mucho más agradables. Entró con unasonrisa, sonriódurante todo el tiempo que duró su visita, excep-to cuando reía, y seguíasonriendo al irse. Su esposo era un jo-ven de aire serio, de veinticinco oveintiséis años, con aire máscitadino y más juicioso que su esposa, pero menosdeseoso decomplacer o dejarse complacer. Entró a la habitación con airedeSentido y sensibilidad Jane Austen 6464sentirse muy impor-tante, hizo una leve inclinación ante las damas sin pronunciar-palabra y, tras una breve inspección a ellas y a sus aposentos,tomó unperiódico de la mesa y permaneció leyéndolo durantetoda la visita.La señora Palmer, por el contrario, a quien la na-turaleza había dotado con ladisposición a ser invariablementecortés y feliz, apenas había tomado asientocuando prorrumpióen exclamaciones de admiración por la sala y todo lo quehabíaen ella.-¡Miren! ¡Qué cuarto tan delicioso es éste! ¡Nunca ha-bía visto algo tanencantador! ¡Tan sólo piense, mamá, cuántoha mejorado desde la última vezque estuve aquí! ¡Siempre mepareció un sitio tan exquisito, señora -dijovolviéndose a la se-ñora Dashwood-, pero usted le ha dado tanto encanto! ¡Tansóloobserva, hermana, que delicia es todo! Cómo me gustaría teneruna casaasí. ¿Y a usted, señor Palmer?El señor Palmer no lerespondió, y ni siquiera levantó la vista del periódico.-El señorPalmer no me escucha -dijo ella riendo-. A veces nunca lo hace.¡Estan cómico!Esta era una idea absolutamente nueva para laseñora Dashwood; no estabaacostumbrada a encontrar ingenioen la falta de atención de nadie, y no pudoevitar mirar con sor-presa a ambos.La señora Jennings, entre tanto, seguía hablan-do a todo volumen y continuabacon el relato de la sorpresa que

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se habían llevado la noche anterior al ver a susamigos, y no ce-só de hacerlo hasta que hubo contado todo. La señora Palmer-se reía con gran entusiasmo ante el recuerdo del asombro queles habíanproducido, y todos estuvieron de acuerdo dos o tresveces en que había sidouna agradable sorpresa.-Puede imagi-nar lo contentos que estábamos todos de verlos -agregó laseño-ra Jennings, inclinándose hacia Elinor y hablándole en voz ba-ja, como sipretendiera que nadie más la escuchara, aunque es-taban sentadas en diferentesextremos de la habitación-, pero,así y todo, no puedo dejar de desear que nohubieran viajadotan rápido ni hecho una travesía tan larga, porque dieron toda-la vuelta por Londres a causa de ciertos negocios, porque, us-ted sabe -indicó asu hija con una expresiva inclinación de la ca-beza-, es inconveniente en sucondición. Yo quería que se que-dara en casa y descansara ahora en la mañana,pero insistió envenir con nosotros; ¡tenía tantos deseos de verlas a todasuste-des!La señora Palmer se rió y dijo que no le haría ningúndaño.-Ella espera estar de parto en febrero -continuó la señoraJennings.La señora Middleton no pudo seguir soportando talconversación, y se esforzóen preguntarle al señor Palmer si ha-bía alguna noticia en el periódico.-No, ninguna -replicó, y conti-nuó leyendo.-Aquí viene Marianne -exclamó sir John-. Ahora,Palmer, verás a unamuchacha monstruosamente bonita.Se diri-gió de inmediato al corredor, abrió la puerta del frente y élmismo laescoltó. Apenas apareció, la señora Jennings le pre-guntó si no había estado enAllenham; y la señora Palmer se riócon tantas ganas por la pregunta como si lahubiese entendido.El señor Palmer la miró cuando entraba en la habitación,leSentido y sensibilidad Jane Austen 6565clavó la vista durantealgunos instantes, y luego volvió a su periódico. En esemomen-to llamaron la atención de la señora Palmer los dibujos que col-gaban enlos muros. Se levantó a examinarlos.-¡Ay, cielos! ¡Quéhermosos son éstos! ¡Vaya, qué preciosura! Mírelos, ma-má,¡qué adorables! Le digo que son un encanto; podría quedar-me contemplándolospara siempre -y volviendo a sentarse, muypronto olvidó que hubiera tales cosasen la habitación.Cuandolady Middleton se levantó para marcharse, el señor Palmertambién lohizo, dejó el periódico, se estiró y los miró a todosalrededor.-Amor mío, ¿has estado durmiendo? -dijo su esposa,riendo.El no le respondió y se limitó a observar, tras examinar

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de nuevo la habitación,que era de techo muy bajo y que el cieloraso estaba combado. Tras lo cual hizouna inclinación de cabe-za, y se marchó con el resto.Sir John había insistido en que pa-saran el día siguiente en Barton Park. Laseñora Dashwood, queprefería no cenar con ellos más a menudo de lo queellos lo ha-cían en la casita, por su parte rehusó absolutamente; sus hijaspodíanhacer lo que quisieran. Pero éstas no tenían curiosidadalguna en ver cómocenaban el señor y la señora Palmer, y laperspectiva de estar con ellostampoco prometía ninguna otradiversión. Intentaron así excusarse también; elclima estabainestable y no prometía mejorar. Pero sir John no se dio por sa-tisfecho:enviaría el carruaje a buscarlas, y debían ir. LadyMiddleton también,aunque no presionó a la señora Dashwood,lo hizo con las hilas. La señoraJennings y la señora Palmer seunieron a sus ruegos; todos parecían igualmenteansiosos deevitar una reunión familiar, y las jóvenes se vieron obligadasaceder.. -¿Por qué tienen que invitarnos? -dijo Marianne ape-nas se marcharon-. Elalquiler de esta casita es considerado ba-jo; pero las condiciones son muy duras,si tenemos que ir a ce-nar a la finca cada vez que alguien se está quedando conellos ocon nosotras.-No pretenden ser menos corteses y gentiles connosotros ahora, con estascontinuas invitaciones -dijo Elinor-que con las que recibimos hace unas pocassemanas. Si sus reu-niones se han vuelto tediosas e insulsas, no son ellos losquehan cambiado. Debemos buscar ese cambio en otro lu-gar.CAPITULO XXAl día siguiente, en el momento en que lasseñoritas Dashwood ingresaban a lasala de Barton Park poruna puerta, la señora Palmer entró corriendo por la otra,con elmismo aire alegre y festivo que le habían visto antes. Les tomólas manoscon grandes muestras de afecto y manifestó gran pla-cer en verlas nuevamente.-¡Estoy feliz de verlas! -dijo, sentán-dose entre Elinor y Marianne- porque el díaestá tan feo que te-mía que no vinieran, lo que habría sido terrible, ya quemañananos vamos de aquí. Tenemos que irnos, ya saben, porque losWestonllegan a nuestra casa la próxima semana. Nuestra veni-da acá fue algo muyrepentino y yo no tenía idea de que lo harí-amos hasta que el carruaje ibaSentido y sensibilidad Jane Aus-ten 6666llegando a la puerta, y entonces el señor Palmer mepreguntó si iría con él aBarton. ¡Es tan gracioso! ¡Jamás me di-ce nada! Siento tanto que no podamospermanecer más tiempo;

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pero espero que muy pronto nos encontraremos denuevo en laciudad.Elinor y Marianne se vieron obligadas a frenar tales ex-pectativas.-¡Que no van a ir a la ciudad! -exclamó la señora Pal-mer con una sonrisa-. Medesilusionará enormemente si no lohacen. Podría conseguirles la casa máslinda del mundo junto ala nuestra, en Hanover Square. Tienen que ir, de todasmane-ras. Créanme que me sentiré feliz de acompañarlas en cualqu-ier momentohasta que esté por dar a luz, si a la señora Dash-wood no le gusta salir a, lugarespúblicos.Le agradecieron, perose vieron obligadas a resistir sus ruegos.-¡Ay, mi amor! -excla-mó la señora Palmer dirigiéndose a su esposo, queacababa deentrar en la habitación-. Tienes que ayudarme a convencer alasseñoritas Dashwood para que vayan a la ciudad este invier-no.Su amor no le respondió; y tras inclinarse ligeramente antelas damas,comenzó a quejarse del clima.-¡Qué horrible es todoesto! -dijo-. Un clima así hace desagradable todo y atodo elmundo. Con la lluvia, el aburrimiento invade todo, tanto bajotecho comoal aire libre. Hace que uno deteste a todos sus co-nocidos. ¿Qué demoniospretende sir John no teniendo una salade billar en esta casa? ¡Qué pocossaben lo que son las comodi-dades! Sir John es tan estúpido como el clima.No pasó muchorato antes de que llegara el resto de la concurrencia.-Temo, se-ñorita Marianne -dijo sir John-, que no haya podido realizarsuhabitual caminata hasta Allenham hoy día.Marianne pusouna cara muy seria, y no dijo nada.-Ah, no disimule tanto connosotros -dijo la señora Palmer-, porque le aseguroque sabe-mos todo al respecto; y admiro mucho su gusto, pues piensoque él esextremadamente apuesto. Sabe usted, no vivimos amucha distancia de él en elcampo; me atrevería a decir que ano más de diez millas.-Mucho más, cerca de treinta -dijo su es-poso.-¡Ah, bueno! No hay mucha diferencia. Nunca he estadoen la casa de él, perodicen que es un lugar delicioso, muylindo.-Uno de los lugares más detestables que he visto en mivida -dijo el señorPalmer.Marianne se mantuvo en perfecto si-lencio, aunque su semblante traicionaba suinterés en lo quedecían.-¿Es muy feo? -continuó la señora Palmer-. Entonces su-pongo que debe serotro lugar el que es tan bonito.Cuando sesentaron a la mesa, sir John observó con pena que entre todos-llegaban sólo a ocho.-Querida -le dijo a su esposa-, es muy mo-lesto que seamos tan pocos. ¿Porqué no invitaste a los Gilbert a

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cenar con nosotros hoy?-¿No le dije, sir John, cuando me lomencionó antes, que era imposible? Laúltima vez fueron elloslos que vinieron acá.-Usted y yo, sir John -dijo la señora Jen-nings- no nos andaríamos con tantasSentido y sensibilidad JaneAusten 6767ceremonias.-Entonces sería muy mal educada -ex-clamó el señor Palmer.-Mi amor, contradices a todo el mundo -dijo su esposa, con su risa habitual-.¿Sabes que eres bastantegrosero?-No sabía que estuviera contradiciendo a nadie al lla-mar a tu madre maleducada.-Ya, ya, puede tratarme todo lomal que quiera -exclamó con su habitual buenhumor la señoraJennings-. Me ha sacado a Charlotte de encima, y no puedede-volverla. Así es que ahora se desquita conmigo.Charlotte se riócon gran entusiasmo al pensar que su esposo no podía librarse-de ella, y alegremente dijo que no le importaba cuán irasciblefuera él hacia ella,igual debían vivir juntos. Nadie podía tenertan absoluto buen carácter o estartan decidido a ser feliz comola señora Palmer. La estudiada indiferencia,insolencia y contra-riedad de su esposo no la alteraban; y cuando él se enfadaba-con ella o la trataba mal, parecía enormemente divertida.-¡Elseñor Palmer es tan chistoso! -le susurró a Elinor-. Siempre es-tá de malhumor.Tras observarlo durante un breve lapso, Elinorno estaba tan dispuesta a darlea él crédito por ser tan genuinay naturalmente de mal talante y mal educadocomo deseabaaparecer. Puede que su temperamento se hubiera agriado algo-al descubrir, como tantos otros de su sexo, que por un inexpli-cable prejuicio enfavor de la belleza, se encontraba casado conuna mujer muy tonta; pero ellasabía que esta clase de desatinoera demasiado común para que un hombresensato se sintieraafectado por mucho tiempo. Más bien era un deseo de distin-ción,creía, lo que lo inducía a ser tan displicente con todo elmundo y a sugeneralizado desprecio por todo lo que se le poníapor delante. Era el deseo deparecer superior a los demás. Elmotivo era demasiado corriente para quecausara sorpresa; pe-ro los medios, aunque tuvieran éxito en establecer susuperiori-dad en mala crianza, no parecían adecuados para ganarle elaprecio denadie que no fuera su mujer.-¡Ah! Mi querida señori-ta Dashwood -le dijo la señora Palmer poco después-,tengo unfavor tan grande que pedirles, a usted y a su hermana. ¿IríanaCleveland a pasar un tiempo estas Navidades? Por favor,acepten, y vayanmientras los Weston están con nosotros. ¡No

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pueden imaginar lo feliz que meharán! Mi amor -dijo, dirigién-dose a su marido-, ¿no te encantaría recibir a lasseñoritasDashwood en Cleveland?-Por supuesto -respondió él con tonodespectivo-, fue mi único propósito alvenir a Devonshire.-Ahítienen -dijo su esposa-, ya ven que el señor Palmer las espera;así que nopueden negarse.Las dos, Elinor y Marianne, declina-ron la invitación de manera clara y decidida.-Pero no, deben iry van a ir. Estoy segura de que les gustará por sobre todaslascosas. Los Weston estarán con nosotros, y será sumamenteagradable. Nopueden imaginarse la delicia de lugar que es Cle-veland; y lo pasamos tan bienahora, porque el señor Palmer es-tá todo el tiempo recorriendo la región en lacampaña electoral;y vienen a cenar con nosotros muchas personas a las queSenti-do y sensibilidad Jane Austen 6868nunca he visto antes, lo quees absolutamente encantador. Pero, ¡pobre!, esmuy fatigosopara él, porque tiene que hacerse agradable a todo el mundo.Aduras penas pudo Elinor mantenerse seria mientras concorda-ba en ladificultad de tal empresa.-¡Qué delicia será -dijo Char-lotte- cuando él esté en el Parlamento! ¿Verdad?¡Cómo me voya reír! Será tan cómico ver que sus cartas le llegan dirigidasconlas iniciales M.P.* Pero, saben, dice que nunca enviará miscartas con lasfranquicias que él tendrá por ser parlamentario.Ha dicho que no lo hará, ¿no esverdad, señor Palmer?El señorPalmer la ignoró por completo.-El no soporta escribir -conti-nuó-, dice que es espantoso.-No -dijo él-, nunca he dicho algotan irracional. No me hagas cargar a mí contodos los agraviosque le haces tú al lenguaje.-Mírenlo, vean qué divertido es.¡Siempre es así! En ocasiones pasa la mitaddel día sin hablar-me, y después sale con algo tan divertido… y por cualquiercosaque se le ocurra.Al volver a la sala, la señora Palmer sorpren-dió a Elinor al preguntarle si suesposo no le gustabaenormemente.-Por supuesto -respondió Elinor-, parece unapersona muy amena.-Bueno… me alegra tanto que sea así. Meimaginé que le gustaría, pues es tanagradable; puedo asegu-rarle que al señor Palmer le gustan enormemente ustedy sushermanas, y no se imaginan qué desilusionado se sentirá si novienen aCleveland. No logro imaginarme por qué rehúsan ha-cerlo.De nuevo Elinor se vio obligada a declinar la invitación; ymediante un cambiode tema, puso fin a sus ruegos. Pensaba enla probabilidad de que, por vivir enla misma región, la señora

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Palmer pudiera darles referencias sobre Willoughbymás deta-lladas que las que se podían deducir del limitado conocimientoque deél tenían los Middleton, y estaba ansiosa de obtener decualquier persona unaconfirmación de los méritos del jovenque permitiéra eliminar toda posibilidad detemor por Mariana.Comenzó preguntándole si veía mucho al señor WilloughbyenCleveland y si estaban íntimamente relacionados con él.-¡Ah!Sí, querida; lo conozco sumamente bien -respondió la señoraPalmer-.No es que alguna vez haya hablado con él, por ciertoque no; pero siempre loveo en la ciudad. Por una u otra causa,nunca me ha ocurrido estar quedándomeen Barton al mismotiempo que él en Allenham. Mamá lo vio acá una vez antes;pe-ro yo estaba con mi tío en Weymouth. Sin embargo, puedo de-cir que mehabría encontrado innumerables veces con él en So-mersetshire, si por desgraciano hubiese ocurrido que nuncahayamos estado allí al mismo tiempo. El pasamuy poco enCombe, según creo; pero si alguna vez lo hiciese, no creo queelseñor Palmer lo visitara, porque, como usted sabe, el señorWilloughby está enla Oposición, y además está tan lejos. Sémuy bien por qué pregunta: suhermana va a casarse con él. Mealegra horrores, porque así, sabe usted, latendré de vecina.-Ledoy mi palabra -dijo Elinor- de que usted sabe mucho más queyo de eseasunto, si alguna razón la asiste para esperar talunión.* Member of Parliament, Miembro del Parlamento.Senti-do y sensibilidad Jane Austen 6969-No intente negarlo, porqueusted sabe que todo el mundo habla de ello. Leaseguro que loescuché cuando pasaba por la ciudad.-¡Mi querida señoraPalmer!-Por mi honor que lo hice… El lunes en la mañana meencontré con el coronelBrandon en Bond Street, justo antes deque saliéramos de la ciudad, y él me locontó personalmente.-Me sorprende usted mucho. ¡Que el coronel Brandon se lo con-tó! Con todaseguridad se equivoca usted. Dar tal información auna persona a quien nopodía interesarle, incluso si fuera ver-dadera, no es lo que yo esperaría delcoronel Brandon.-Pero leaseguro que ocurrió así, tal como se lo dije, y le contaré cómofue.Cuando nos encontramos con él, se devolvió y caminó untrecho con nosotros; ycomenzamos a hablar de mi cuñado y demi hermana, y de una cosa y otra, y yole dije: “Entonces, coro-nel, he oído que hay una nueva familia en la casita deBarton, ymamá me ha contado que son muy bonitas y que una de ellas

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se va acasar con el señor Willoughby, de Combe Magna. Cuén-teme, ¿es verdad?Porque por supuesto usted debe saberlo, co-mo ha estado en Devonshire hacetan poco”.-¿Y qué dijo elcoronel?-Oh, no dijo mucho; pero parecía saber que era ver-dad, así que a partir de esemomento lo tomé como cosa cierta.¡Será maravilloso, le digo! ¿Cuándo tendrálugar?¿El señorBrandon se encontraba bien, espero?-Ah, sí, muy bien; y llenode elogios hacia usted; todo lo que hizo fue decirbuenas cosassobre usted.-Me halagan sus alabanzas. Parece un hombre ex-celente; y lo creoextraordinariamente agradable.-Yo también…Es un hombre tan encantador, que es una lástima que sea tan-serio y apático. Mamá dice que también él estaba enamoradode su hermana. Leaseguro que sería un gran cumplido si lo es-tuviera, porque casi nunca seenamora de nadie.¿Es muy cono-cido el señor Willoughby en su parte de Somersetshire? -dijoE-linor.-¡Oh, sí, mucho! Quiero decir, no creo que mucha gente lotrate, porqueCombe Magna está tan lejos; pero le aseguro quetodos lo creen sumamenteagradable. Nadie es más apreciadoque el señor Willoughby en cualquier lugaral que vaya, Y pue-de decírselo así a su hermana. Qué monstruosa buena suertelasuya al haberlo conquistado, palabra de honor; y no es que lasuerte de él nosea mayor, porque su hermana es tan bien pare-cida y encantadora que nadapuede ser lo bastante bueno paraella. Sin embargo, para nada creo que seamás guapa que us-ted, le aseguro; creo que las dos son extremadamentebonitas, yestoy segura de que lo mismo piensa el señor Palmer, aunqueanocheno logramos que lo reconociera.La información de la se-ñora Palmer sobre Willoughby no era demasiadosustanciosa;pero cualquier testimonio en su favor, por pequeño que fuese,leera grato a Elinor.Sentido y sensibilidad Jane Austen7070-Estoy tan contenta de que finalmente nos hayamosconocido -continuóCharlotte-. Y ahora espero que siempre sea-mos buenas amigas. ¡No puedeimaginarse cuánto quería cono-cerla! ¡Es tan maravilloso que vivan en la cabaña!¡Nada puedeigualárselo, se lo aseguro! ¡Y me alegra tanto que su hermana-vaya a casarse bien! Espero que pase mucho tiempo en CombeMagna. Es unsitio delicioso, desde todo punto de vista.-Hacemucho tiempo que se conocen con el coronel Brandon,¿verdad?-Sí, mucho; desde que mi hermana se casó. Era amigode sir John. Creo -agregó en voz baja- que le habría gustado

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bastante tenerme como esposa, sihubiera podido. Sir John ylady Middleton también lo deseaban. Pero mamá nocreyó queesa unión fuera suficientemente buena para mí; de no haber si-do así,sir John habría hablado con el coronel y nos habríamoscasado de inmediato.-¿El coronel Brandon no sabía de la pro-posición de sir John a su madre antesde que la hiciera? ¿Algu-na vez le había manifestado a usted su afecto?-¡Oh, no! Pero simamá no se hubiera opuesto a ello, diría que a él nada lehabríagustado más.En ese entonces no me había visto más de dos ve-ces, porque fue antes deque yo dejara el colegio. Pero soy mu-cho más feliz tal como estoy. El señorPalmer es exactamente laclase de hombre que me gusta.CAPITULO XXILos Palmer volv-ieron a Cleveland al día siguiente, y en Barton sólo quedaronlasdos familias para invitarse mutuamente. Pero esto no durómucho; Elinor todavíano se sacaba bien de la cabeza a sus últi-mos visitantes -no terminaba deasombrarse de ver a Charlottetan feliz sin mayor motivo; al señor Palmeractuando de maneratan simplona, siendo un hombre capaz; y la extrañadiscordanc-ia que a menudo existía entre marido y mujer-, antes de que elactivocelo de sir John y de la señora Jennings en pro de la vidasocial le ofrecieran unnuevo grupo de conocidos de ellos a qu-ienes ver y observar.Durante un paseo matutino a Exeter sehabían encontrado con dos jovencitasa quienes la señora Jen-nings tuvo la alegría de reconocer como parientes, yesto bastópara que sir John las invitara de inmediato a ir a Barton Parktanpronto hubieran cumplido con sus compromisos del momen-to en Exeter. Suscompromisos en Exeter fueron cancelados deinmediato ante tal invitación, ycuando sir John volvió a la casaindujo una no despreciable alarma en ladyMiddleton al decirleque pronto iba a recibir la visita de dos muchachas a las quenohabía visto en su vida, y de cuya elegancia.. incluso de que sutrato fueraaceptable, no tenía prueba alguna; porque las ga-rantías que su esposo y sumadre podían ofrecerle al respectono le servían de nada. Que fueran parientesempeoraba las co-sas; y los intentos de la señora Jennings de consolar a su hija-con el argumento de que no se preocupara de si eran distingui-das, porque eranprimas y debían tolerarse mutuamente, nofueron entonces muy afortunados.Como ya era imposible evitarsu venida, lady Middleton se resignó a la idea dela visita contoda la filosofía de una mujer bien criada, que se

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contentaSentido y sensibilidad Jane Austen 7171simplementecon una amable reprimenda al esposo cinco o seis veces al día-sobre el mismo tema.Llegaron las jovencitas, y su aparienciano resultó ser en absoluto pocodistinguida o sin estilo. Su ves-timenta era muy elegante, sus modales erancorteses, se mos-traron encantadas con la casa y extasiadas ante el mobiliario,ycomo ocurrió que los niños les gustaban hasta el embeleso,antes de una horade su llegada a la finca ya contaban con laaprobación de lady Middleton. Afirmóque realmente eran unasmuchachas muy agradables, lo que para su señoríaimplicabauna entusiasta admiración. Ante tan vivos elogios creció la con-fianzade sir John en su propio juicio, y partió de inmediato a in-formar a las señoritasDashwood sobre la llegada de las señori-tas Steele y asegurarles que eran lasmuchachas más dulces delmundo. De recomendaciones de esta clase, sinembargo, no eramucho lo que se podía deducir; Elinor sabía que en todaspartesde Inglaterra se podía encontrar a las chicas más dulces delmundo, bajotodos los distintos aspectos, rostros, temperamen-tos e inteligencias posibles. SirJohn quería que toda la familiase dirigiera de inmediato a la finca y echara unamirada a susinvitadas. ¡Qué hombre benévolo y filantrópico! Hasta una pri-matercera le costaba guardarla sólo para él.-Vengan ahora -lesdecía-, se lo ruego; deben venir… no aceptaré unanegativa: us-tedes sí vendrán. No se imaginan cuánto les gustarán. Lucy es-terriblemente bonita, ¡y tan alegre y de buen carácter! Los ni-ños ya estánapegados a ella como si fuera una antigua conoci-da. Y las dos se mueren dedeseos de verlas a ustedes, porqueen Exeter escucharon que eran las criaturasmás bellas delmundo; les he dicho que era absolutamente cierto, y muchomás.Estoy seguro de que a ustedes les encantarán ellas. Hantraído el coche lleno dejuguetes para los niños. ¡Cómo puedenser tan esquivas y pensar en no venir! Side alguna manera sonprimas suyas, ¿verdad? Porque ustedes son primas míasy ellaslo son de mi esposa, así es que tienen que estar emparenta-das.Pero sir John no logró su objetivo. Tan sólo pudo arrancar-les la promesa de ira la finca dentro de uno o dos días, y luegopartió asombradísimo ante suindiferencia, para dirigirse a sucasa y alardear nuevamente de las cualidades delas Dashwoodante las señoritas Steele, tal como había alardeado de lasseño-ritas Steele ante las Dashwood.Cuando cumplieron con la

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prometida visita a la finca y les fueron presentadaslas jovenci-tas, no encontraron en la apariencia de la mayor, que casi roza-ba lostreinta y tenía un rostro poco agraciado y para nada des-pierto, nada queadmirar; pero en la otra, que no tenía más deveintidós o veintitrés años,encontraron sobrada belleza; susfacciones eran bonitas, tenía una miradaaguda y sagaz y unacierta airosidad en su aspecto que, aunque no le dabaverdade-ra elegancia, sí la hacía distinguirse. Los modales de ambaseranespecialmente corteses, y pronto Elinor tuvo que recono-cer algo de buen juicioen ellas, al ver las constantes y oportu-nas atenciones con que se hacíanagradables a lady Middleton.Con los niños se mostraban en continuoarrobamiento, ensal-zando su belleza, atrayendo su atención y complaciéndolosentodos sus caprichos; y el poco tiempo que podían quitarle a lasinoportunasdemandas a que su gentileza las exponía, lo dedica-ban a admirar lo que fueraSentido y sensibilidad Jane Austen7272que estuviera haciendo su señoría, en caso de que estuvie-ra haciendo algo, o acopiar el modelo de algún nuevo vestidoelegante que, al verle usar el día antes,las había hecho caer eninterminable éxtasis. Por fortuna para quienes buscanadulartocando este tipo de puntos flacos, una madre cariñosa, aunq-ue es elmás voraz de los seres humanos cuando se trata de ir ala caza de alabanzaspara sus hijos, también es el más crédulo;sus demandas son exorbitantes, perose traga cualquier cosa; yasí, lady Middleton aceptaba sin la menor sorpresa odesconf-ianza las exageradas muestras de afecto y la paciencia de lasseñoritasSteele hacia sus hijos. Veía con materna complacenciatodas las tropelías eimpertinentes travesuras a las que se so-metían sus primas. Observaba cómo lesdesataban sus cintos,les tiraban el cabello que llevaban suelto alrededor de lasore-jas, les registraban sus costureros y les sacaban sus cortaplu-mas y tijeras, yno le cabía ninguna duda acerca de que el pla-cer era mutuo. Parecía indicar quelo único que la sorprendíaera que Elinor y Marianne estuvieran allí sentadas, tancomp-uestas, sin pedir que las dejaran formar parte de lo queocurría.-John está tan animado hoy! -decía, al ver cómo tomabael pañuelo de laseñorita Steele y lo arrojaba por la ventana-.No deja de hacer travesuras.Y poco después, cuando el segun-do de sus hijos pellizcó violentamente a lamisma señorita en undedo, comentó llena de cariño:-¡Qué juguetón es William! ¡Y

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aquí está mi dulce Annamaria -agregó,acariciando tiernamentea una niñita de tres años que se había mantenido sinhacer niun ruido durante los últimos dos minutos-. Siempre es tan gen-til ytranquila; ¡jamás ha existido una chiquita tan tranquila!Pe-ro por desgracia, al llenarla de abrazos, un alfiler del tocado desu señoríarasguñó levemente a la niña en el cuello, provocandoen este modelo degentileza tan violentos chillidos que a duraspenas podrían haber sido superadospor ninguna criatura reco-nocidamente ruidosa. La consternación de su madrefue enor-me, pero no pudo superar la alarma de las señoritas Steele, yentre lastres hicieron todo lo que en una emergencia tan críti-ca el afecto indicaba quedebía hacerse para mitigar las agoníasde la pequeña doliente. La sentaron en elregazo de su madre,la cubrieron de besos; una de las señoritas Steele,arrodilladapara atenderla, enjugó su herida con agua de lavanda, y la otralellenó la boca con ciruelas confitadas. Con tales recompensasa sus lágrimas, laniña tuvo la sabiduría suficiente para no dejarde llorar. Siguió chillando ysollozando vigorosamente, dio depatadas a sus dos hermanos cuandointentaron tocarla, Y nadade lo que hacían para calmarla tuvo el menorresultado, hastaque felizmente lady Middleton recordó que en una escena desi-milar congoja, la semana anterior, le habían puesto un poco demermelada dedamasco en una sien que se había magullado; sepropuso insistentemente elmismo remedio para este desdicha-do rasguño, y el ligero intermedio en losgritos de la jovencitaal escucharlo les dio motivos para esperar que no seríarechaza-do. Salió entonces de la sala en brazos de su madre a la búsq-ueda deesta medicina, y como los dos chicos quisieron seguir-las, aunque su madre lesrogó afanosamente que se quedaran,las cuatro jóvenes se encontraron a solasen una quietud que lahabitación no había conocido en muchas horas.-¡Pobrecriaturita! -dijo la señorita Steele apenas salieron-. Pudo habersido unSentido y sensibilidad Jane Austen 7373accidente muytriste.-Aunque difícilmente puedo imaginármelo -exclamó Mar-ianne-, a no ser quehubiera ocurrido en circunstancias muy di-ferentes. Pero ésta es la manerahabitual de incrementar laalarma, cuando en realidad no hay nada de quéalarmarse.-Quémujer tan dulce es lady Middleton -dijo Lucy Steele.Mariannese quedó callada. Le era imposible decir algo que no sentía,portrivial que fuera la ocasión; y de esta forma siempre caía

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sobre Elinor toda latarea de decir mentiras cuando la cortesíaasí lo requería. Hizo lo mejor posible,cuando el deber la llamóa ello, por hablar de lady Middleton con másentusiasmo delque sentía, aunque fue mucho menor que el de la señoritaLucy.-Y sir John también -exclamó la hermana mayor-. ¡Quéhombre tanencantador!También en este caso, como la buenaopinión que de él tenía la señoritaDashwood no era más quesencilla y justa, se hizo presente sin grandesexageraciones.Tan sólo observó que era de muy buen talante y amistoso.-¡Yqué encantadora familia tienen! En toda mi vida había visto tanmagníficosniños. Créanme que ya los adoro, y eso que en ver-dad me gustan los niños conlocura.-Me lo habría imaginado -di-jo Elinor con una sonrisa-, por lo que he visto estamañana.-Ten-go la idea -dijo Lucy- de que usted cree a los pequeños Middle-tondemasiado consentidos; quizá estén al borde de serlo, peroes tan natural enlady Middleton; y por mi parte, me encantaver niños llenos de vida y energía; nolos soporto si son dócilesy tranquilos.-Confieso -replicó Elinor-, que cuando estoy enBarton Park nunca pienso conhorror en niños dóciles y tranqui-los.A estas palabras siguió una breve pausa, rota primero porla señorita Steele,que parecía muy inclinada a la conversacióny que ahora dijo, de manera algorepentina:-Y, ¿le gusta De-vonshire, señorita Dashwood? Supongo que lamentó muchode-jar Sussex.Algo sorprendida ante la familiaridad de esta pre-gunta, o al menos ante laforma en que fue hecha, Elinor res-pondió que sí le había costado.-Norland es un sitio increíble-mente hermoso, ¿verdad? -agregó la señoritaSteele.-Hemos sa-bido que sir John tiene una enorme admiración por él -dijoLucy, queparecía creer que se necesitaba alguna excusa por lalibertad con que habíahablado su hermana.-Creo que todos loque han estado allí tienen que admirarlo -respondió Eli-nor-,aunque es de suponer que nadie aprecia sus bellezas tantocomo nosotras.-¿Y tenían allá muchos admiradores distingui-dos? Me imagino que en estaparte del mundo no tienen tantos;en cuanto a mí, pienso que siempre son ungran aporte.-Pero,¿por qué -dijo Lucy, con aire de sentirse avergonzada de suhermanapiensasque en Devonshire no hay tantos jóvenes gua-pos como en Sussex?Sentido y sensibilidad Jane Austen7474-No, querida, por supuesto no es mi intención decir queno los hay. Estoysegura de que hay una gran cantidad de

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galanes muy distinguidos en Exeter;pero, ¿cómo crees que po-dría saber si hay jóvenes agradables en Norland? Yyo sólo te-mía que las señoritas Dashwood encontraran aburrido Bartonsi noencuentran acá tantos como los que acostumbraban tener.Pero quizá austedes, jovencitas, no les importen los pretend-ientes, y estén tan a gusto sinellos como con ellos. Por mi par-te, pienso que son enormemente agradables,siempre que sevistan de manera elegante y se comporten con urbanidad. Pe-rono soporto verlos cuando son sucios o antipáticos. Vean, porejemplo, al señorRose, de Exeter, un joven maravillosamenteelegante, bastante apuesto, quetrabaja para el señor Simpson,como ustedes saben; y, sin embargo, si uno loencuentra en lamañana, no se lo puede ni mirar. Me imagino, señoritaDashwo-od, que su hermano era un gran galán antes de casarse, consi-derandoque era tan rico, ¿no es verdad?-Le prometo -replicóElinor- que no sabría decírselo, porque no entiendo bien elsig-nificado de la palabra. Pero esto sí puedo decirle: que si algunavez él fue ungalán antes de casarse, lo es todavía, porque no hahabido el menor cambio enél.-¡Ay, querida! Una nunca piensaen los hombres casados como galanes… Tienen otras cosas quehacer.-¡Por Dios, Anne! -exclamó su hermana-. Sólo hablas degalanes. Harás que laseñorita Dashwood crea que no piensassino en eso.Luego, para cambiar de tema, comenzó a manifes-tar su admiración por la casay el mobiliario.Esta muestra de loque eran las señoritas Steele fue suficiente. Las vulgaresliber-tades que se tomaba la mayor y sus insensateces la dejaban sinnada afavor, y como a Elinor ni la belleza ni la sagaz aparienciade la menor le habíanhecho perder de vista su falta de real ele-gancia y naturalidad, se marchó de lacasa sin ningún deseo deconocerlas más.No ocurrió lo mismo con las señoritas Steele.Venían de Exeter, bien provistasde admiración por sir John, sufamilia y todos sus parientes, y ninguna parte deella le negaronmezquinamente a las hermosas primas del dueño de casa, deq-uienes afirmaron ser las muchachas más hermosas, elegantes,completas yperfectas que habían visto, y a las cuales estabanparticularmente ansiosas deconocer mejor. Y en consecuencia,pronto Elinor descubrió que conocerlasmejor era su inevitabledestino; como sir John estaba por completo de parte delas se-ñoritas Steele, su lado iba a ser demasiado fuerte para presen-tarle algunaoposición e iban a tener que someterse a ese tipo

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de intimidad que consiste ensentarse todos juntos en la mismahabitación durante una o dos horas casi adiario. No era más loque podía hacer sir John, pero no sabía que se necesitaraalgomás; en su opinión, estar juntos era gozar de intimidad, y mien-tras suscontinuos planes para que todos se reunieran fueraneficaces, no le cabía dudaalguna de que fueran verdaderosamigos.Para hacerle justicia, hizo todo lo que estaba en su po-der para impulsar unarelación sin reservas entre ellas, y contal fin dio a conocer a las señoritas Steeletodo lo que sabía osuponía respecto de la situación de sus primas en los as-pecSentidoy sensibilidad Jane Austen 7575tos más delicados; yasí Elinor no las había visto más de un par de veces antesdeque la mayor de ellas la felicitara por la suerte de su hermanaal haberconquistado a un galán muy distinguido tras su llegadaa Barton.-Seguro será una gran cosa haberla casado tan joven -dijo-, y me han dichoque es un gran galán, y maravillosamenteapuesto. Y espero que también ustedtenga pronto la mismabuena suerte… aunque quizá ya tiene a alguien listo porahí.Eli-nor no podía suponer que sir John fuera más comedido en pro-clamar sussospechas acerca de su afecto por Edward, de loque había sido respecto deMarianne; de hecho, entre las dossituaciones, la suya era la que prefería parasus chanzas, por sumayor novedad y porque daba mayor pábulo a conjeturas:des-de la visita de Edward, nunca habían cenado juntos sin que élbrindara a lasalud de las personas queridas de ella, con unavoz tan cargada de significados,tantas cabezadas y guiños, queno podía menos de alertar a todo el mundo.Invariablemente sesacaba a colación la letra F, y con ella se habían nutrido tanin-contables bromas, que hacía ya tiempo se le había impuesto aElinor sucalidad de ser la letra más ingeniosa del alfabeto.Lasseñoritas Steele, tal como había imaginado que ocurriría, eranlasdestinatarias de todas estas bromas, y en la mayor desperta-ron una gran curiosidadpor saber el nombre del caballero alque aludían, curiosidad que,aunque a menudo expresada conimpertinencia, era perfectamente consistentecon sus constan-tes indagaciones en los asuntos de la familia Dashwood. Pero-sir John no jugó demasiado tiempo con el interés que había go-zado endespertar, porque decir el nombre le era tan placenterocomo escucharlo erapara la señorita Steele.-Su nombre esFerrars -dijo, en un murmullo muy audible-, pero le ruego

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nodecirlo, porque es un gran secreto.-¡Ferrars! -repitió la seño-rita Steele-. El señor Ferrars es el tan dichosopersonaje, ¿ver-dad? ¡Vaya! ¿El hermano de su cuñada, señorita Dashwood?Unjoven muy agradable, con toda seguridad. Lo conozco muybien.-¿Cómo puedes decir tal cosa, Anne? -exclamó Lucy, quegeneralmentecorregía todas las declaraciones de su hermana-.Aunque lo hemos visto una odos veces en la casa de mi tío, esexcesivo pretender conocerlo bien.Elinor escuchó con atencióny sorpresa todo lo anterior. “¿Y quién era este tío?¿Dónde vi-vía? ¿Cómo fue que se conocieron?” Tenía grandes deseos dequecontinuaran con el tema, aunque prefirió no unirse a laconversación; pero nadamás se dijo al respecto y, por primeravez en su vida, pensó que a la señoraJennings le faltaba o cur-iosidad tras tan mezquina información, o deseo demanifestarsu interés. La forma en que la señorita Steele había habladodeEdward aumentó su curiosidad, porque sintió que lo hacíacon algo de malicia yplantaba la sospecha de que ella sabía, ose imaginaba saber, algo endesmerecimiento del joven. Pero sucuriosidad fue en vano, porque la señoritaSteele no prestó másatención al nombre del señor Ferrars cuando sir Johnaludía aél o lo mencionaba abiertamente.Sentido y sensibilidad JaneAusten 7676CAPITULO XXIIMarianne, que nunca había sidodemasiado tolerante de cosas como laimpertinencia, la vulgari-dad, la inferioridad de índole o incluso las diferencias degustorespecto de los suyos, en esta ocasión estaba particularmenterenuente,dado su estado de ánimo, a encontrar agradables alas señoritas Steele ofomentar sus avances; y a esta invariablefrialdad en su comportamiento, quefrustraba todos los intentosque hacían por establecer una relación de intimidad,atribuíaElinor en primer lugar la preferencia por ella que se hizo evi-dente en eltrato de ambas hermanas, especialmente de Lucy,que no perdía oportunidad deentablar conversación o de inten-tar un mayor acercamiento mediante una fácil yabierta comu-nicación de sus sentimientos.Lucy era naturalmente lista; amenudo sus observaciones eran justas yentretenidas, y comocompañía durante una media hora, con frecuencia Elinor laen-contraba agradable. Pero sus capacidades innatas en nada ha-bían sidocomplementadas por la educación; era ignorante e in-culta, y la insuficiencia detodo refinamiento intelectual en ella,su falta de información en los asuntos máscorrientes, no

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podían pasar inadvertidas a la señorita Dashwood, a pesar de-todos los esfuerzos que hacía la joven por parecer superior. Eli-nor percibía eldescuido de capacidades que la educación ha-bría hecho tan respetables, y lacompadecía por ello; pero veíacon sentimientos mucho menos tiernos la totalfalta de delica-deza, de rectitud y de integridad de espíritu que traicionabansuslaboriosas y permanentes atenciones y lisonjas a los Middle-ton; y no podíaencontrar satisfacción duradera en la compañíade una persona que a laignorancia unía la insinceridad, cuyafalta de instrucción impedía unaconversación entre ellas encondiciones de igualdad, y cuya conducta hacia losdemás qui-taba todo valor a cualquier muestra de atención o deferenciahaciaella.-Temo que mi pregunta le pueda parecer extraña -ledijo Lucy un día mientrascaminaban juntas desde la finca a lacabaña-, pero, si me disculpa, ¿conocepersonalmente a la ma-dre de su cuñada, la señora Ferrars?A Elinor la pregunta sí lepareció bastante extraña, y así lo reveló su semblanteal res-ponder que nunca había visto a la señora Ferrars.¡Vaya! -repli-có Lucy-. Qué curioso, pensaba que la debía haber visto algu-navez en Norland. Entonces quizá no pueda decirme qué clasede mujer es.-No -respondió Elinor, cuidándose de dar su verda-dera opinión de la madre deEdward, y sin grandes deseos desatisfacer lo que parecía una curiosidadimpertinente-, no sénada de ella.-Con toda seguridad pensará que soy muy extraña,por preguntar así por ella -dijo Lucy, observando atentamentea Elinor mientras hablaba-; pero quizá hayamotivos… Ojalá meatreviera; pero, así y todo, confío en que me hará la justiciadecreer que no es mi intención ser impertinente.Elinor le dio unarespuesta cortés, y caminaron durante algunos minutos ensi-lencio. Lo rompió Lucy, que retomó el tema diciendo de modoalgo vacilante:-No soporto que me crea impertinentemente cur-iosa; daría cualquier cosa en elmundo antes que parecerle así auna persona como usted, cuya opinión me esSentido y sensibili-dad Jane Austen 7777tan valiosa. Y por cierto no tendría el me-nor temor de confiar en usted; enverdad apreciaría mucho suconsejo en una situación tan incómoda como éstaen que me en-cuentro; no se trata, sin embargo, de preocuparla a usted.La-mento que no conozca a la señora Ferrars.-También yo lolamentaría -dijo Elinor, atónita-, si hubiera sido de algunautili-dad para usted conocer mi opinión sobre ella. Pero, en verdad,

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nunca penséque tuviera usted relación alguna con esa familiay, por tanto, confieso que mesorprende algo que indague tantosobre el carácter de la señora Ferrars.-Supongo que sí le extra-ña, y debo decir que no me admira que así sea. Perosi osara ex-plicarle, no estaría tan sorprendida. La señora Ferrars no esenrealidad nada para mí en la actualidad… , pero puede quellegue el momento… ,cuán pronto llegue, por fuerza dependede ella… , en que nuestra relación seamuy estrecha.Bajó losojos al decir esto, dulcemente pudibunda, con sólo una miradadereojo a su compañera para observar el efecto que tenía so-bre ella.-¡Santo cielo! -exclamó Elinor-, ¿a qué se refiere? ¿Co-noce usted al señorRobert Ferrars? ¿Lo conoce? -y no se sintiódemasiado complacida con la ideade tal cuñada.-No -replicóLucy-, no al señor Robert Fernars… , no lo he visto en mi vida;perosí -agregó fijando su mirada en Elinor- a su hermano ma-yor.¿Qué sintió Elinor en ese momento? Estupor, que habría si-do tan dolorosocomo agudo era, si no hubiese estado acompa-ñado de una inmediata dudarespecto de la declaración que looriginaba. Se volvió hacia Lucy en unsilencioso asombro, inca-paz de adivinar el motivo o finalidad de tal afirmación; yaunquecambió el color de su rostro, se mantuvo firme en la increduli-dad, fuerade todo peligro de un ataque histérico o undesvanecimiento.-Es natural que se sienta sorprendida -conti-nuó Lucy-, pues con toda seguridadno podría haberlo sabidoantes; apostaría a que él nunca les dio ni el menorindicio deello, ni a usted ni a su familia, ya que se suponía era un gransecreto,y puedo asegurar que de mí no ha salido ni una solapalabra hasta estemomento. Ni una sola. persona de mi familialo sabe, a excepción de Anne, y jamásse lo habría mencionadoa usted si no tuviera la mayor confianza del mundoen su discre-ción; pensaba que mi comportamiento al hacer tantas pregun-tassobre la señora Ferrars debe haber parecido tan fuera de lu-gar que ameritabauna explicación. Y no creo que el señor Fe-rrars se sienta tan disgustado cuandosepa que he confiado enusted, porque me consta que tiene la mejor opinión delmundorespecto de toda su familia, y las considera a usted y a la otraseñoritaDashwood como si fueran verdaderas hermanas -hizouna pausa.Elinor permaneció en silencio durante algunos mo-mentos. Su estupor ante loque oía fue al comienzo demasiadogrande para ser puesto en palabras; perodespués de un rato,

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obligándose a hablar, y a hablar cautelosamente, dijo conunmodo tranquilo que ocultaba de manera casi aceptable su sor-presa yansiedad:¿Puedo preguntarle si su compromiso es delarga data?-Hemos estado comprometidos desde hace cuatroaños.-¡Cuatro años!Sentido y sensibilidad Jane Austen7878-Sí.Aunque tales palabras la sacudieron profundamente,Elinor seguía sin podercreerlas.-Hasta el otro día -dijo- ni siqu-iera sabía que se conocieran.-Sin embargo, nos conocemos des-de hace muchos años. El estuvo bajo latutela de mi tío, sabe us-ted, bastante tiempo.-¡Su tío!-Sí, el señor Pratt. ¿Nunca le es-cuchó mencionar al señor Pratt?-Creo que sí -respondió Elinor,haciendo un esfuerzo cuya intensidadaumentaba a la par de laintensidad de su emoción.-Estuvo cuatro años con mi tío, quevive en Longstaple, cerca de Plymouth.Fue allí donde nos cono-cimos, porque mi hermana y yo a menudo nosquedábamos conmi tío, y fue allí que nos comprometimos, aunque no hasta una-ño después de que él había dejado de ser pupilo; pero despuésestaba casisiempre con nosotros. Como podrá imaginar, yo erabastante reacia a iniciar talrelación sin el conocimiento y apro-bación de su madre; pero también erademasiado joven y loamaba demasiado para haber actuado con la prudenciaque. de-bí tener… Aunque usted no lo conoce tan bien como yo, señori-taDashwood, debe haberlo visto lo suficiente para darse cuentade que es muycapaz de despertar en una mujer un muy sinceroafecto.-Por cierto -respondió Elinor, sin saber lo que decía; pe-ro tras un instante dereflexión, agregó con una renovada segu-ridad en el honor y amor de Edward, yen la falsedad de sucompañera-: ¡Comprometida con el señor Ferrars! Meconfiesotan absolutamente sorprendida frente a lo que dice, que enverdad… leruego me disculpe; pero con toda seguridad debehaber algún equívoco encuanto a la persona o el nombre. Nopodemos estar hablando del mismo señorFerrars.-No podemosestar hablando de ningún otro -exclamó Lucy sonriendo-. Else-ñor Edward Ferrars, el hijo mayor de la señora Ferrars de ParkStreet, yhermano de su cuñada, la señora de John Dashwood,es la persona a la cual merefiero; debe concederme que es bas-tante poco probable que yo me equivoquerespecto del nombredel hombre de quien depende toda mi felicidad.-Es extraño -re-plicó Elinor, sumida en una dolorosa perplejidad- que nunca le-haya escuchado ni siquiera mencionar su nombre.-No;

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considerando nuestra situación, no es extraño. Nuestro princi-pal cuidadoha sido mantener este asunto en secreto… Usted nosabía nada de mí o de mifamilia, y por ello en ningún momentopodía darse la oportunidad de mencionarlemi nombre; y comosiempre él estaba tan temeroso de que su hermanasospecharaalgo, tenía motivo suficiente para no mencionarlo.Guardó silen-cio. Zozobró la seguridad de Elinor, pero el dominio sobre sí-misma no se hundió con ella.-Cuatro años han estadocomprometidos -dijo con voz firme.-Sí; y sabe Dios cuánto tiem-po más deberemos esperar. ¡Pobre Edward! Sesiente bastantedescorazonado -y sacando una pequeña miniatura de su bolsi-llo,agrega: Para evitar la posibilidad de error, tenga la bondadde mirar este rostro.Por cierto no le hace justicia, pero aun asípienso que no puede 'equivocarseSentido y sensibilidad JaneAusten 7979respecto de la persona allí dibujada. Estos tresaños lo he llevado encima.Mientras decía lo anterior, puso laminiatura en manos de Elinor; y cuando éstavio la pintura, sihabía podido seguir aferrándose a cualesquiera otras dudasportemor a una decisión demasiado apresurada o su deseo dedetectar unafalsedad, ahora no podía tener ninguna respectode que si era el rostro deEdward. Devolvió la miniatura casi deinmediato, reconociendo el parecido.-Nunca he podido -conti-nuó Lucy- darle a cambio mi retrato, lo que me fastidiaenorme-mente; ¡él siempre ha querido tanto tenerlo! Pero estoy decidi-da a queme lo hagan en la primera oportunidad que tenga.-Tie-ne usted toda la razón -respondió Elinor tranquilamente. Avan-zaronalgunos pasos en silencio. Lucy habló primero.-Estoysegura -dijo-, no me cabe ninguna duda en absoluto, de queguardaráfielmente ese secreto, porque se imaginará cuán im-portante es para nosotrosque no llegue a oídos de su madre,pues, debo decirlo, ella nunca lo aprobaría.Yo no recibiré fortu-na alguna, y creo saber que es una mujernotablementeorgullosa.-En ningún momento he buscado ser suconfidente -dijo . Elinor-, pero usted nome hace sino justicia alimaginar que soy de confiar. Su secreto está a salvoconmigo;pero excúseme si manifiesto alguna sorpresa ante tan innece-sariarevelación. Al menos debe haber sentido que el enterarmea mí de ese secretono lo hacía estar más protegido.Mientrasdecía esto, miraba a Lucy con gran fijeza, con la esperanza de-descubrir algo en su semblante… quizá la falsedad de la mayor

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parte de lo quevenía diciendo; pero el rostro de Lucy se mantu-vo inmutable.-Temía haberla hecho pensar que me estaba to-mando grandes libertades conusted -le dijo- al contarle todo es-to. Es cierto que no la conozco desde hacemucho, personal-mente al menos, pero durante bastante tiempo he sabido deus-ted y de toda su familia por oídas; y tan pronto como la vi, sentícasi como sifuera una antigua conocida. Además, en el caso ac-tual, realmente pensé que ledebía alguna explicación tras ha-berla interrogado de manera tan detallada sobrela madre deEdward; y por desgracia no tengo un alma a quien pedir conse-jo.Anne es la única persona que está enterada de ello, y no tie-ne criterio enabsoluto; en verdad, me hace mucho más dañoque bien, porque vivo en elconstante temor de que traicione misecreto. No sabe mantener la boca cerrada,como se habrá da-do .cuenta; y no creo haber tenido jamás tanto pavor como elo-tro día, cuando sir John mencionó el nombre de Edward, deque fuera acontarlo todo. No puede imaginar por las cosas quepaso con todo esto. Ya mesorprende seguir viva después de loque he sufrido a causa de Edward estoscuatro años. Tanto sus-penso e incertidumbre, y viéndolo tan poco… a duraspenas nospodemos encontrar más de dos veces al año. No sé cómo notengodestrozado el corazón.En ese instante ' sacó su pañuelo;pero Elinor no se sentía demasiadocompasiva.,-A veces -conti-nuó Lucy tras enjugarse los ojos-, pienso si no sería mejor pa-ranosotros dos terminar con todo el asunto por completo -aldecir esto, mirabadirectamente a su compañera-. Pero, otrasveces, no tengo la fuerza de voluntadSentido y sensibilidad Ja-ne Austen 8080suficiente para ello. No puedo soportar la ideade hacerlo tan desdichado, comosé que lo haría la sola men-ción de algo así. Y también por mi parte.., con loquerido queme es… no me creo capaz de ello. ¿Qué me aconsejaría hacerenun caso así, señorita Dashwood.? ¿Qué haría usted?-Perdóneme -replicó Elinor, sobresaltada ante la pregunta-, pe-ro no puedodarle consejo alguno en tales circunstancias. Es supropio juicio el que debeguiarla.-Con toda seguridad -continuóLucy tras unos minutos de silencio por ambaspartes-, tarde otemprano su madre tendrá que proporcionarle medios de vi-da;¡pero el pobre Edward se siente tan abatido con todo eso!¿No le parecióterriblemente desanimado cuando estaba enBarton? Se sentía tan desdichadocuando se marchó de

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Longstaple para ir donde ustedes, que temí que locreyeranmuy enfermo.-¿Venía de donde su tío cuando nos visitó?-¡Oh,sí! Había estado quince días con nosotros. ¿Creyeron que vení-adirectamente de la ciudad?-No -respondió Elinor, dolorosa-mente sensible a cada nueva circunstancia querespaldaba laveracidad de Lucy-. Recuerdo que nos dijo haber estado quin-cedías con unos amigos cerca de Plymouth.Recordaba tambiénsu propia sorpresa en ese entonces, cuando él no agregónadamás sobre esos amigos y guardó silencio total incluso respectode susnombres.¿No pensaron que estaba terriblementedesanimado? -repitió Lucy.-En realidad sí, en especial cuandorecién llegó.-Le supliqué que hiciera un esfuerzo, temiendo queustedes sospecharan loque ocurría; pero le entristeció tanto nopoder pasar más de quince días connosotros, y viéndome tanafectada… ¡Pobre hombre! Temo le ocurra lo mismoahora,pues sus cartas revelan un estado de ánimo tan desdichado.Supe de éljusto antes de salir de Exeter -dijo, sacando de subolsillo una carta y mostrándolela dirección a Elinor sin mayo-res miramientos-. Usted conoce su letra, meimagino; una letraencantadora; pero no está tan bien hecha como acostumbra.Es-taba cansado, me imagino, porque había llenado la hoja al má-ximoescribiéndome.Elinor vio que sí era su letra, y no .pudo se-guir dudando. El retrato, se habíapermitido creer, podía habersido obtenido de manera fortuita; podía no habersido regalo deEdward; pero una correspondencia epistolar entre ellos sólopodíaexistir dado un compromiso real; nada sino eso podía au-torizarla. Durantealgunos instantes se vio casi derrotada… elalma se le fue a los pies y apenaspodía sostenerse; pero eraobligatoriamente necesario sobreponerse, y luchócon tanta de-cisión contra la congoja de su espíritu que el éxito fue rápido y,porel momento, completo.-Escribirnos -dijo Lucy, devolviendola carta a su bolsillo- es nuestro únicoconsuelo durante estasprolongadas separaciones. Sí, yo tengo otro consuelo ensu re-trato; pero el pobre Edward ni siquiera tiene eso. Si al menostuviera miretrato, dice que le sería más fácil. La última vez queestuvo en Longstaple le diun mechón de mis cabellos engarza-do en un anillo, y eso le ha servido de algúnSentido y sensibili-dad Jane Austen 8181consuelo, dice, pero no es lo mismo queun retrato. ¿Quizá le notó ese anillocuando lo vio?-Sí lo noté -dijo Elinor, con una voz serena tras la cual se ocultaba

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unaemoción y una congoja mayores de cuanto hubiera sentidoantes. Se sentíamortificada, turbada, confundida.Por fortunapara ella habían llegado ya a su tea, y la conversación no pudo-continuar. Tras Permanecer con ellas unos minutos, las señori-tas Steelevolvieron a la finca y Elinor quedó en libertad parapensar y sentirse desdichada.CAPITULO XXIIIPor pequeña quefuese la confianza de Elinor en la veracidad de Lucy, le eraim-posible, pensándolo con seriedad, sospechar de ella en las cir-cunstanciasactuales, donde difícilmente algo podía inducir a in-ventar mentiras como lasanteriores. Frente a lo que Lucy afir-maba ser verdad, por tanto, Elinor no podría,no osaría seguirdudando, respaldado como estaba de manera tan absoluta por-tantas probabilidades y pruebas, e impugnado tan sólo por suspropios deseos.El haber tenido la oportunidad de conocerse encasa del señor Pratt era la basepara todo lo demás, una base ala vez indiscutible y alarmante; y la visita deEdward a algún lu-gar cercano a Plymouth, su melancolía, su insatisfacción conlasperspectivas que se le presentaban, el conocimiento íntimo quemostrabanlas señoritas Steele respecto de Norland y de sus re-laciones familiares, que amenudo la habían sorprendido; el re-trato, la carta, el anillo, sumados constituíanun conjunto de pr-uebas tan sólido que anulaba todo temor a condenar a Edwar-dinjustamente y ratificaba como un hecho que ninguna parcia-lidad por él podíapasar por alto, su desconsideración haciaella. Su resentimiento ante tal proceder,su indignación por ha-ber sido víctima de él, durante un breve lapso lahicieron cen-trarse sólo en sus propios sentimientos; pero pronto se abrie-ronpaso otros pensamientos, otras consideraciones. ¿La habíaestado engañandoEdward intencionalmente? ¿Había fingido unafecto por ella que no sentía? ¿Erasu compromiso con Lucy uncompromiso de corazón? No; sin importar lo quealguna vez pu-do haber sido, no podía creer tal cosa en la actualidad. El afec-tode Edward le pertenecía a ella. No podía engañarse en eso.Su madre, sushermanas, Fanny, todos se habían dado cuentadel interés que él habíamostrado por ella en Norland; no erauna ilusión de su propia vanidad. Concerteza, él la amaba. ¡Có-mo apaciguó su corazón este convencimiento!¡Cuántas cosasmás la tentaba a perdonar! El había sido culpable, enormemen-teculpable de permanecer en Norland tras haber sentido porprimera vez que lainfluencia que ella tenía sobre él era mayor

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que la debida. En eso, no se lo podíadefender; pero si él la ha-bía herido, ¡cuánto más se había herido a sí mismo! Siel casode ella era digno de compasión, el de él era sin esperanza. Sidurante untiempo la imprudencia de él la había hecho desdi-chada, a él parecía haberlo privadode toda posibilidad de serde otra forma. A la larga, ella podría reconquistarla tranquili-dad; pero él, ¿en qué podía colocar sus esperanzas? ¿Podría al-gunavez alcanzar una pasable felicidad con Lucy Steele? Si elafecto por ella fueraSentido y sensibilidad Jane Austen 8282im-posible, ¿podría él, con su integridad, su delicadeza e inteligen-cia cultivada,sentirse satisfecho con una esposa como ésa: in-culta, artera y egoísta?El encandilamiento propio de un jovende diecinueve años bien pudo cegarlo atodo lo que no fuera labelleza y buen carácter de Lucy; pero los cuatro añossiguientes-años que, si se los vive racionalmente, enriquecen tanto elen-tendimiento debían haberle abierto los ojos a las carencias desu educación; yel mismo período de tiempo, que ella vivió encompañía de personas de inferiorcondición y entregada a inte-reses más frívolos, quizá la había despojado de esasencillezque alguna vez pudo haberle dado un sesgo interesante a subelleza.Si cuando se suponía que era con Elinor que él queríacasarse los obstáculospuestos por su madre habían parecidograndes, ¡cuánto mayores no debían serahora, cuando la perso-na con quien estaba comprometido era indudablementeinferiora ella en conexiones y, con toda probabilidad, inferior en fortu-na! Enverdad, estando el corazón de Edward tan desapegadode Lucy, quizá lasexigencias sobre su paciencia no fueran de-masiado grandes; ¡pero la melancolíano puede ser sino el esta-do natural de una persona que se siente aliviada antelas expec-tativas de oposición y la dureza de parte de la familia!A medidaque se sucedían dolorosamente en ella estos pensamientos, llo-rabapor él más que por sí misma. Apoyada en la convicción deno haber hecho nadaque la hiciera merecedora de su actualdesdicha, y consolada por la creencia deque Edward no habíahecho nada que le enajenara su afecto, Elinor pensó queinclusoahora, en medio del punzante dolor tras el duro golpe recibido,podíadominarse lo suficiente para esconder de su madre y her-manas toda sospechade la verdad. Y tan bien cumplió sus prop-ias expectativas, que cuando se lesunió en el momento de lacena tan sólo dos horas después de haber asistido a lamuerte

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de sus más caras esperanzas, nadie podría haber sospechado,por laapariencia de las hermanas, que Elinor vivía un secretoduelo frente a las barrerasque para siempre la separarían delobjeto de su amor, y que Marianne sesolazaba en su interior enlas perfecciones de un hombre de cuyo corazón sesentía ente-ramente prisionera, y a quien esperaba ver en cada carruajeque seacercaba a su casa.La necesidad de ocultar de su madrey de Marianne lo que le había sidoconfiado como un secreto,aunque la obligaba a un incesante esfuerzo, noagravaba el do-lor de Elinor. Al contrario, era un alivio para ella ahorrarse eltenerque comunicar algo que las habría afligido tanto, y libe-rarse al mismo tiempo deescuchar cómo su excesiva y afectuo-sa parcialidad por ella probablemente sehabría desatado encondenas a Edward, algo que era más de lo que se sentíacapazde soportar.Elinor sabía que no podría recibir ayuda alguna delos consejos o de laconversación de su familia; la ternura y pe-na que manifestarían sólo iban aaumentar el dolor que sentía,en tanto que el dominio sobre sí misma no recibiríaestímulo nide su ejemplo ni de sus elogios. La soledad la hacía más fuertey supropio buen juicio le ofreció un tan buen apoyo, que su fir-meza se mantuvo sinflaquear y su apariencia de alegría todo loinvariable que podía estar en mediode padecimientos tan pun-zantes y recientes.A pesar de lo mucho que había sufrido en suprimera conversación con LucySentido y sensibilidad Jane Aus-ten 8383sobre el tema, pronto sintió un vivo deseo de reanu-darla, y esto por más de unarazón. Deseaba escuchar otra vezmuchos detalles de su compromiso; deseabaentender con ma-yor claridad lo que Lucy realmente sentía por Edward, si eraenverdad sincera en sus declaraciones de tierno afecto por él;y muy en especialquería convencer a Lucy, por su presteza enincursionar en el asunto de nuevo ysu tranquilidad al conversarsobre él, que no le interesaba más que como amiga,algo que te-mía haber dejado al menos en duda con su involuntaria agita-cióndurante su conversación matinal. Que Lucy se inclinara asentirse celosa de ellaparecía bastante probable; era evidenteque Edward siempre la había alabadomucho, y evidente no sólopor lo que Lucy decía, sino por su atreverse aconfiarle, tras tanpoco tiempo de conocerse en persona, un secreto tanreconoci-da y obviamente importante. E incluso los comentarios jocososde sirJohn podían haber pesado en ello. Pero, en verdad,

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mientras Elinor siguierasintiéndose tan segura en su interiorde que Edward realmente la amaba, no serequería de más cál-culos de probabilidades para considerar natural que Lucy se-sintiera celosa; y de sus celos, su misma confidencia era prue-ba suficiente.¿Qué otra razón podía haber para revelar su his-toria, sino que Elinor supiera delos mayores derechos que Lucytenía sobre Edward y aprendiera a evitarlo en elfuturo? No lecostaba mucho comprender hasta este punto las intenciones desurival, y en tanto estaba firmemente decidida a actuar segúnlo exigían todos losprincipios de honor y honestidad para lu-char contra su propio afecto por Edwardy verlo lo menos posi-ble, no podía negarse el consuelo de intentar convencer aLucyde que su corazón estaba indemne. Y como nada podían agre-gar sobre eltema más doloroso que lo ya escuchado, no dudóde su propia capacidad parasoportar tranquilamente una repe-tición de los pormenores. .Pero la oportunidad de hacer lo pla-neado tardó en llegar, aunque Lucy estabatan bien dispuestacomo ella a aprovechar cualquier ocasión que se presenta-se,pues un clima bastante variable les impidió salir a caminar,actividad quefácilmente les habría permitido separarse de losdemás; y aunque seencontraban al menos día por medio en lafinca o en la cabaña, y en especial enla primera, no se suponíaque el objetivo de reunirse fuera conversar. Tal ideajamás seles pasaría por la mente ni a sir John ni a lady Middleton, y asídejabanmuy poco tiempo para una charla en la que participa-ran todos, y ninguno enabsoluto para diálogos personales. Sereunían para comer, beber y reírse juntos,jugar a las cartas o alas adivinanzas o a cualquier otro entretenimiento queproduje-ra la suficiente algarabía.Una o dos de este tipo de reunioneshabían pasado ya sin darle a Elinoroportunidad alguna de en-contrarse con Lucy en privado, cuando una mañanaapareció sirJohn en la casa para rogarles encarecidamente que fueran acenarcon lady Middleton ese día, ya que él debía asistir al cluben Exeter y ella podríaquedar totalmente sola, a excepción desu madre y las dos señoritas Steele.Elinor, que previó se leofrecía una buena oportunidad para el asunto que teníaenmente en una reunión como ésta, donde estarían más a sus an-chas bajo latranquila y bien educada dirección de lady Middle-ton que en las ocasiones enque su esposo las juntaba para susruidosas tertulias, aceptó de inmediato lainvitación. Margaret,

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con el permiso de su madre, también aceptó, y a Marian-ne,Sentido y sensibilidad Jane Austen 8484aunque siempre re-acia a asistir a estas reuniones, la convenció su madre dehacerlo mismo, pues no soportaba verla aislarse de toda oportunidaddediversión.Fueron las jóvenes, y lady Middleton se vio feliz-mente a salvo de la terriblesoledad que la había amenazado. Lareunión transcurrió tan insulsa como habíaprevisto Elinor; noprodujo ni una sola idea o expresión novedosa, y nada pudosermenos interesante que la totalidad de la conversación tanto enel comedorcomo en la sala; los niños las acompañaron a estaúltima, y mientras ellos permanecíanallí, era demasiado evi-dente la imposibilidad de atraer la atención deLucy como paraintentarlo. Sólo se marcharon cuando retiraron las cosas delté.Se colocó entonces la mesa para jugar a los naipes, y Elinorcomenzó apreguntarse cómo había podido tener la esperanzade que iba a encontrartiempo para conversar en la finca. Todasse levantaron, preparándose para unapartida de cartas.-Mealegro -le dijo lady Middleton a Lucy- de que no vaya a termi-nar lacanastilla de mi pobrecita Annamaria esta noche, porqueestoy segura de que ledañaría los ojos hacer trabajos de filigra-na a la luz de las velas. Y yaencontraremos mañana cómo com-pensar la desilusión de mi preciosa chiquita y,así, espero queno le va a importar demasiado.Bastó con esta insinuación; Lucyvolvió a sus cabales de manera instantánea yreplicó:-Pero, seequivoca absolutamente, lady Middleton; tan sólo estaba espe-randosaber si pueden realizar su partida sin mí, o ya me habríapuesto a trabajar en lafiligrana. Por nada del mundo desilusio-naría al angelito; y si usted me quiere enla mesa de naipes aho-ra, estoy decidida a terminar la canastilla después decenar.-Esusted muy buena; espero que no le haga daño a los ojos… ¿po-dría tocar lacampanilla para que traigan velas para trabajar?Sé que mi pobre niñita sesentiría terriblemente desilusionadasi la cesta no estuviera terminada mañana,pues aunque le dijeque de ninguna manera iba a estar lista, estoy segura dequeconfía en que lo estará.Lucy acercó su mesa de trabajo y sesentó a ella con una presteza y buenánimo que parecían insin-uar que su mayor placer era hacer una cesta defiligrana parauna niña consentida.Lady Middleton les propuso a las demásuna partida de “casino”. Nadie hizoninguna objeción, exceptoMarianne, que con su habitual incumplimiento de lasnormas de

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cortesía generales, exclamó:-Su señoría tendrá la bondad deexcusarme… usted sabe que detesto losnaipes. Iré al piano; nolo he tocado desde que lo afinaron.Y sin más ceremonia, se ale-jó hacia el instrumento.Lady Middleton pareció estar agradec-iendo al cielo por no haber hecho jamásella una observacióntan descortés.-Usted sabe, señora, que Marianne nunca se pue-de mantener demasiadotiempo alejada de ese instrumento -dijoElinor, esforzándose en mitigar laofensa-; y no me extraña, por-que es el piano mejor templado que me hayatocado escu-char.Sentido y sensibilidad Jane Austen 8585Las cinco restan-tes se disponían ahora a repartir las cartas.-Quizá -continuóElinor-, si yo me saliera del juego, podría ser de algunautilidada la señorita Lucy, enrollando los papeles para ella; y queda to-davíatanto por hacer con la canastilla que, según creo, va a serimposible que con susolo trabajo pueda terminarla esta noche.Me encantará ese trabajo, si ella mepermite tomar parte en él.-Por supuesto que estaré muy agradecida de su ayuda -exclamóLucy-, puesme he dado cuenta de que todavía falta por hacermás de lo que creí; Y seríaalgo terrible desilusionar a la queri-da Annamaria después de todo.-¡Oh! Eso sería espantoso, porsupuesto -dijo la señorita Steele-. Pobrecorazoncito, ¡cómo laquiero!-Es usted muy amable -le dijo lady Middleton a Elinor-;y como de verdad legusta el trabajo, quizá igual prefiera no in-corporarse al juego sino hasta otrapartida, ¿o quiere hacerloahora?Elinor aprovechó gustosamente el primer ofrecimiento,y así, con un poco deese buen trato al que Marianne nunca po-día condescender, al mismo tiempologró su propio objetivo ycomplació a lady Middleton. Lucy le hizo lugar conpresteza, ylas dos buenas rivales se sentaron así lado a lado en la misma-mesa, y con la máxima armonía se empeñaron en llevar adelan-te la mismalabor. El piano, frente al cual Marianne, absorta ensu música y en suspensamientos, había olvidado la presenciade otras personas en el cuarto,afortunadamente estaba tan cer-ca de ellas que la señorita Dashwood juzgó que,protegida porsu sonido, podía plantear el tema que le interesaba sin riesgodeser escuchada en la mesa de naipes.CAPITULO XXIVEn untono firme, aunque cauteloso, Elinor comenzó así:-No sería me-recedora de la confidencia de que me ha hecho depositaria sinodeseara prolongarla, o no sintiera mayor curiosidad sobreese tema. No medisculparé, entonces, por traerlo nuevamente

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a colación.-Gracias -exclamó Lucy cálidamente- por romper elhielo; con ello me hatranquilizado el corazón, pues temía ha-berla ofendido de alguna manera con loque le dije el lu-nes.-¡Ofenderme! ¿Cómo pudo pensar tal cosa? Créame -y Eli-nor habló con totalsinceridad-, nada podría estar más ajeno ami voluntad que producirle tal idea.¿Acaso pudo haber un moti-vo tras su confianza que no fuera honesto yhalagador para mi?-Y, sin embargo, le aseguro -replicó Lucy, sus ojillos agudos car-gados deintención-, me pareció percibir una frialdad y disgustoen su trato que me hizosentir muy incómoda. Estaba segura deque se habría enojado conmigo; y desdeentonces me he repro-chado por haberme tomado la libertad de preocuparla conmisasuntos. Pero me alegra enormemente descubrir que era sólomiimaginación, y que, usted no me culpa por ello. Si supieraqué gran consuelo,qué alivio para mi corazón fue hablarle deaquello en que siempre, cada instanteSentido y sensibilidad Ja-ne Austen 8686de mi vida, estoy pensando, estoy segura deque su compasión le haría pasarpor alto todo lo demás.-Cierta-mente me es fácil creer que fue un- gran alivio para usted con-tarme loque le ocurre, y puede estar segura de que nunca ten-drá motivos paraarrepentirse de ello. Su caso es muy desafor-tunado; la veo rodeada dedificultades, y tendrán necesidad detodo el afecto que mutuamente se profesenpara poder resistir-las. El señor Ferrars, según creo, depende enteramente desumadre.-Sólo tiene dos mil libras de su propiedad; sería locu-ra casarse sobre esabase, aunque por mi Parte podría renunc-iar a toda otra perspectiva sin unsuspiro. He estado siempreacostumbrada a un ingreso muy pequeño, y por élpodría lucharcontra cualquier pobreza; pero lo amo demasiado para serelinstrumento egoísta a través del cual, quizá, se le robe todolo que su madre lepodría dar si se casara a gusto de ella. Debe-mos esperar, puede ser por muchosaños. Con casi cualquierotro hombre en el mundo sería una temibleperspectiva; pero séque nada puede despojarme del afecto y fidelidad deEdward.-Tal convicción debe ser todo para usted; y sin duda él se sostie-ne apoyado enidéntica confianza en los sentimientos que ustedle profesa. Si hubiera flaqueadola fuerza de su mutuo afecto,como naturalmente ocurriría con tanta gente entantas circuns-tancias a lo largo de un compromiso de cuatro años, su situa-ciónsería sin duda lamentable.Lucy levantó la vista; pero Elinor

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tuvo cuidado de que su rostro no mostraraninguna expresiónque pudiera dar un cariz sospechoso a sus palabras.-El amorde Edward -dijo Lucy- ya ha sido puesto a prueba por nuestralarga,larga separación desde nuestro compromiso, y él ha re-sistido tan bien sus cuitasque sería imperdonable de mi partesi ahora lo pusiera en duda. Puedo decir sinriesgo de equivo-carme que jamás, desde el primer día, me ha dado un momen-tode alarma al respecto.A duras penas Elinor sabía si sonreír osuspirar ante tal aserto.Lucy continuó:-Por naturaleza, tambiénsoy de temperamento algo celoso, y debido a ladiferencia denuestras situaciones, considerando que él conoce tanto más el-mundo que yo, y por nuestra constante separación, tenía bas-tante tendencia a lasuspicacia, lo que me habría permitido des-cubrir rápidamente la verdad sihubiera habido el menor camb-io en su conducta hacia mí cuando nosencontrábamos, o cualq-uier decaimiento de ánimo para el cual no tuvieseexplicación, osi hubiera hablado más de una dama que de otra, o parecieraencualquier aspecto menos feliz en Longstaple de lo que solíaestar. No es mipropósito decir que soy particularmente obser-vadora o perspicaz en general,pero en un caso así estoy segurade que no podrían embaucarme.“Todo esto”, pensó Elinor,“suena muy bonito, pero no nos puede engañar aninguna de lasdos”.-Pero -dijo después de un breve silencio-, ¿qué planes tie-ne? ¿O no tieneninguno, sino esperar que la señora Ferrars semuera, lo que es una medida tanextrema, terrible y triste? ¿Esque su hijo está decidido a someterse a esto, y aSentido y sen-sibilidad Jane Austen 8787todo el tedio de los muchos años deespera en que puede involucrarla a usted,antes que correr elriesgo de disgustar a su madre durante algún tiempoadmitien-do la verdad?-¡Si pudiéramos estar seguros de que sería sólodurante un tiempo! Pero laseñora Ferrars es una mujer muyobstinada y orgullosa, y sería muy probableque, en su primerataque de ira al escucharlo, legara todo a Robert; y esaposibili-dad, pensando en el bien de Edward, ahuyenta en mí toda ten-tación deincurrir en medidas precipitadas.-Y también por supropio bien, o está llevando su desinterés más allá de todolorazonable.Lucy miró nuevamente a Elinor, y guardó silenc-io.¿Conoce al señor Robert Ferrars? -le preguntó Elinor.-En ab-soluto… jamás lo he visto; pero me lo imagino muy distinto asuhermano: tonto y un gran fanfarrón.-¡Un gran fanfarrón! -

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repitió la señorita Steele, que había alcanzado a escucharestaspalabras durante una repentina pausa en la música de Marian-ne-. ¡Ah! Meparece que están hablando de sus galanesfavoritos.-No, hermana -exclamó Lucy-, te equivocas en eso,nuestros galanes favoritosno son grandes fanfarrones.Doy fede que el de la señorita Dashwood no lo es -dijo la señora Jen-ningsriendo con ganas ; es uno de los jóvenes más sencillos, demás lindos modalesque yo haya visto. Pero en cuanto a Lucy,esta criatura sabe disimular tan bienque no hay manera de sa-ber quién le gusta.-¡Ah! -exclamó la señorita Steele lanzándolesuna mirada sugestiva-, puedodecir que el pretendiente de Lucyes tan sencillo y de lindos modales como el dela señorita Dash-wood.Elinor se sonrojó sin querer. Lucy se mordió los labios ymiró muy enojada a suhermana. Un silencio generalizado seposó en la habitación durante un rato.Lucy fue la primera enromperlo al decir en un tono más bajo, aunque en esemomentoMarianne les prestaba la poderosa protección de unmagníficoconcierto:-Le expondré sin tapujos un plan que se meha ocurrido ahora último paramanejar este asunto; en verdad,estoy obligada a hacerla participar del secreto,porque es unade las partes interesadas. Me atrevería a decir que ha vistoaEdward lo suficiente para saber que él preferiría la iglesia an-tes que cualquierotra profesión. Ahora, mi plan es que se orde-ne tan pronto como pueda yentonces que usted interceda antesu hermano, lo que estoy segura tendrá lagenerosidad de ha-cer por amistad a él y, espero, algún afecto por mí, paracon-vencerlo de que le dé el beneficio* de Norland; según entiendo,es muybueno y no es probable que el titular actual viva muchotiempo. Eso nos bastaríapara casarnos, y dejaríamos al tiempoy las oportunidades para que proveyeranel resto.-Siempre seráun placer para mí -respondió Elinor- entregar cualquier señaldeafecto y amistad por el señor Ferrars; pero, ¿no advierte quemi intervención en* Beneficio: Conjunto de derechos y emolu-mentos que obtiene un eclesiástico, inherentes o no a unoficio.(Diccionario de la Lengua Española, R.A.E.)Sentido y sensibili-dad Jane Austen 8888esta oportunidad sería completamente in-necesaria? El es hermano de la señorade John Dashwood… esodebería bastar como recomendación para su esposo.-Pero laseñora de John Dashwood no aprueba realmente que Edwardtomelas órdenes.-Entonces sospecho que mi intervención

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tendría escaso efecto.Nuevamente guardaron silencio durantevarios minutos. Por fin Lucy exclamó,con un gran suspiro:-Creoque lo más sabio sería poner fin a todo el asunto de unavez,deshaciendo el compromiso. Pareciera que son tantas lasdificultades que nosacosan por todos lados, que aunque nos ha-ga desdichados por algún tiempo, ala larga quizá estemos me-jor. Pero, ¿no me aconsejaría usted, señoritaDashwood?-No -respondió Elinor, con una sonrisa que ocultaba una gran agita-ción-, sobretal tema por supuesto que no lo haré. Sabe perfec-tamente que mi opinión notendría peso alguno en usted, a noser que respaldara sus deseos.-En verdad es injusta conmigo -respondió Lucy con gran solemnidad-; no sé denadie cuyo juic-io (espete tanto como el suyo; y realmente creo que si ustedfueraa decirme “Le aconsejo que, cueste lo que cueste, pongafin a su compromisocon Edward Ferrars, será lo mejor para lafelicidad de ambos”, no vacilaría enhacerlo de inmediato.Elinorse sonrojó ante la falta de sinceridad de 'la futura esposa deEdward, yreplicó:Tal cumplido sería absolutamente eficaz paraahuyentar en mí toda posibilidadde dar mi opinión en esta ma-teria, a, si es que tuviera alguna. Da demasiadovalor a mi infl-uencia; el poder de separar a dos personas unidas tan tierna-mentees demasiado para alguien que no es parte interesada.-Es precisamente porque no es parte interesada —lijo Lucy, conuna ciertainquina y acentuando de manera especial esas pala-bras- que su parecer podríatener, con toda justicia, tal influen-cia en mí. Si pudiera suponerse que su opiniónestaría sesgadaen cualquier sentido por sus propios sentimientos, no valdríalapena tenerla.Elinor creyó más sabio no responder a esto, nofuera a ocurrir que seempujaran mutuamente a hablar con unalibertad y franqueza que no podían serconvenientes, e inclusoestaba en parte decidida a no mencionar nunca más eltema.Así, a esta conversación siguió una pausa de varios minutos, yde nuevofue Lucy quien le puso fin.-¿Estará en la ciudad esteinvierno, señorita Dashwood? -le dijo, con suhabitualamabilidad.-Por supuesto que no.-Cuánto lo siento -respondióla otra, brillándole los ojos ante la información-.¡Me habríagustado tanto verla allí! Pero apostaría que va a ir de todas ma-neras.Con toda seguridad, su hermano y su hermana la invita-rán a su casa.-No podré aceptar su invitación, si es que la ha-cen.-¡Qué pena! Estaba tan confiada en que nos

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encontraríamos allá. Anne y yoiremos a fines de enero dondeunos parientes que hace años nos están pidiendoque los visite-mos. Pero voy únicamente por ver a Edward. El estará alláenSentido y sensibilidad Jane Austen 8989febrero; si no fueraasí, Londres no tendría ningún atractivo para mí; no tengoáni-mo para eso.No transcurrió mucho tiempo antes de que termi-nara la primera ronda denaipes y llamaran a Elinor a la mesa,lo que puso fin a la conversación privadade las dos damas, algoa que ni una ni otra opuso gran resistencia, porque nadase ha-bía dicho en esa ocasión que les hiciera sentir un desagradopor la otramenor al que habían sentido antes. Elinor se sentó ala mesa con el -triste convencimientode que Edward no sólo noquena a la persona que iba a ser suesposa, sino que no tenía lamenor oportunidad de alcanzar ni siquiera unaaceptable felici-dad en el matrimonio, algo que podría haber tenido si ella, su-prometida, lo hubiera amado con sinceridad, pues tan sólo elpropio interéspodía inducir a que una mujer atara a un hombrea un compromiso queclaramente lo agobiaba.Desde ese mo-mento Elinor nunca volvió a tocar el tema; y cuando lomencio-naba Lucy, que no dejaba pasar la oportunidad de introducirloen laconversación y se preocupaba especialmente de hacer sa-ber a su confidente sufelicidad cada vez que recibía una cartade Edward, la primera lo trataba contranquilidad y cautela y lodespachaba apenas lo permitían las buenas maneras,pues sen-tía que tales conversaciones eran una concesión que Lucy nosemerecía, y que para ella era peligrosa.La visita de las señori-tas Steele a Barton Park se alargó bastante más allá delo quehabía supuesto la primera invitación. Aumentó el aprecio queles tenían,no podían prescindir de ellas; sir John no aceptabaescuchar que se iban; apesar de los numerosos compromisosque tenían en Exeter y de que hubieransido contraídos hacíatiempo, a pesar de su absoluta obligación de volver acumplirlosde inmediato, que se hacía sentir imperativamente cada fin de-semana, se las persuadió a quedarse casi dos meses en la fin-ca, y ayudar en laadecuada celebración de esas festividadesque requieren de una cantidad másque usual de bailes priva-dos y grandes cenas para proclamar su importancia.CAPITULOXXVAunque la señora Jennings acostumbraba pasar gran partedel año en las casasde sus hijos y amigos, no carecía de una vi-vienda permanente de su propiedad.Desde la muerte de su

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esposo, que había comerciado con éxito en una partemenoselegante de la ciudad, pasaba todos los inviernos en una casaubicadaen una de las calles cercanas a Portman Square. Haciaella comenzó a dirigirsus pensamientos al aproximarse enero, ya ella un día, repentinamente y sinque se lo hubieran esperado,invitó a las dos señoritas Dashwood mayores paraque la acom-pañaran. Elinor, sin observar los cambios de color en el rostrode suhermana y la animada expresión de sus ojos, que revela-ban que el plan no leera indiferente, rehusó de inmediato,agradecida pero terminantemente, anombre de las dos, creyen-do estar haciéndose cargo de un deseo compartido.El motivo alque recurrió fue su firme decisión de no dejar a su madre enesaépoca del año. La señora Jennings recibió el rechazo de suinvitación con algoSentido y sensibilidad Jane Austen 9090desorpresa, y la repitió de inmediato.-¡Ay, Dios! Estoy segura deque su madre puede pasarse muy bien sinustedes, y les ruegome concedan el favor de su compañía, porque he puestotodasmis esperanzas en ello. No se imaginen que van a ser ningunamolestiapara mí, porque no haré nada fuera de lo que acostum-bro para atenderlas. Sólosignificará enviar a Betty en el cochede posta, y confío en que eso sí puedopermitirmelo. Nosotrastres iremos muy cómodas en mi calesín; y cuandoestemos en laciudad, si no desean ir a donde yo voy, santo y bueno, siempre-pueden salir con alguna de mis hijas. Estoy segura de que sumadre no seopondrá a ello, pues he tenido tanta suerte en sa-carme a mis hijos de las manos,que me considerará una perso-na muy adecuada para estar a cargo deustedes; y si no consigocasar bien al menos a una de ustedes antes de dar portermina-do el asunto, no será por causa mía. Les hablaré bien de uste-des a todoslos jóvenes, pueden estar seguras.-Tengo la idea -di-jo sir John- de que la señorita Marianne no se opondría a tal-plan, si su hermana mayor accediera a él. Es muy duro, en ver-dad, que nopueda distraerse un poco, sólo porque la señoritaDashwood no lo desea. Asíque les recomendaría a ustedes dosque partan a la ciudad cuando se cansende Barton, sin decirleuna palabra sobre ello a la señorita Dashwood.-No -exclamó laseñora Jennings-, estoy segura de que estaré terriblementecon-tenta de la compañía de la señorita Marianne, vaya o no vayala señoritaDashwood, sólo que mientras más, mayor es la ale-gría, digo yo, y pensé quesería más cómodo para ellas estar

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juntas; porque si se cansan de mí, puedenhablar entre ellas, yreírse de mis rarezas a mis espaldas. Pero una u otra, si noam-bas, debo tener. ¡Que Dios me bendiga! Cómo pueden imagi-narse que puedovivir andando por ahí sola, yo que hasta esteinvierno siempre he estadoacostumbrada a tener a Charlotteconmigo. Vamos, señorita Marianne, démonoslas manos parasellar este trato, y si la señorita Dashwood cambia de opiniónl-uego, tanto mejor.-Le agradezco, señora, de todo corazón leagradezco -dijo Mariannecalurosamente-; su invitación ha com-prometido mi gratitud para siempre, y poderaceptarla me haríatan feliz… sí, sería casi la máxima felicidad que puedoimaginar.Pero mi madre, mi queridísima, bondadosa madre… creo quees muyjusto lo que Elinor ha planteado, y si nuestra ausencia lafuera a hacer menosfeliz, le fuera a restar comodidad… ¡Oh,no! Nada podría inducirme a dejarla.Esto no puede significar,no debe significar un conflicto.La señora Jennings volvió a re-petir cuán segura estaba de que la señoraDashwood podría pa-sarse muy bien sin ellas; y Elinor, que ahora comprendía asuhermana y veía cuán indiferente a casi todo lo demás la hacíasu ansiedadpor volver a ver a Willoughby, no planteó ningunaotra objeción directa al plan;se limitó a referirlo a la voluntadde su madre, de quien, sin embargo, noesperaba recibir granapoyo en su esfuerzo por impedir una visita que taninconven-iente le parecía para Marianne, y que también por su propiobien teníaespecial interés en evitar. En todo lo que Mariana de-seaba, su madre estabaansiosa por complacerla; no podía espe-rar inducir a esta última a comportarsecon cautela en un asun-to respecto del cual nunca había podido inspirarleSentido ysensibilidad Jane Austen 9191desconfianza, y no se atrevía aexplicar la causa de su propia renuencia a ir aLondres. QueMarianne, quisquillosa como era, perfectamente al tanto de la-forma de conducirse de la señora Jennings que tanto la desa-gradaba, en susesfuerzos por lograr su objetivo estuviera disp-uesta a pasar por alto todas lasmolestias de ese tipo y a igno-rar lo que más la irritaba en su sensibilidad, erauna prueba tal,tan fuerte, tan plena, de la importancia que daba a ese objeti-vo,que a pesar de todo lo ocurrido sorprendió a Elinor, como sinada la hubierapreparado para presenciarlo.Cuando le conta-ron sobre la invitación, la señora Dashwood, convencida dequetal salida podría significar muchas diversiones para sus dos

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hijas ypercibiendo a través de todas las cariñosas atencionesde Marianne cuánilusionada estaba con el viaje, no quiso ni oírque rehusaran el ofrecimiento porcausa de ella; insistió en queaceptaran de inmediato y comenzó a imaginar, consu habitualalegría, las diversas ventajas que para todas ellas resultaríande estaseparación.-Me encanta este plan -exclamó-, es exacta-mente lo que yo habría deseado. AMargaret y a mí nos benefic-iará tanto como a ustedes. Cuando ustedes y losMiddleton sehayan ido, ¡qué tranquilas y felices lo pasaremos juntas, conn-uestros libros y nuestra música! ¡Encontrarán tan crecida aMargaret cuandovuelvan! Y también tengo un pequeño plan dearreglo de los dormitorios deustedes, que ahora podré llevar acabo sin incomodarlas. Me parece que tienenque ir a la ciudad;a mi juicio, todas las jóvenes en las condiciones de vida queus-tedes tienen deben conocer las costumbres y diversiones deLondres. Estaránal cuidado de una buena mujer, muy mater-nal, de cuya bondad no me cabe lamenor duda. Y lo más proba-ble es que vean a su hermano, y cualesquiera seansus defectos,o los de su esposa, cuando pienso de quién es hijo, no quisiera-verlos tan alejados unos de otros.-Aunque con su habitual preo-cupación por nuestra felicidad -dijo Elinor- haestado obviandotodos los obstáculos a este plan que ha podido imaginar,persis-te una objeción que, en mi opinión, no puede ser despachadatanfácilmente.Un enorme desaliento apareció en el rostro deMarianne.-¿Y qué es -dijo la señora Dashwood- lo que mi queri-da y prudente Elinor va asugerir? ¿Qué obstáculo formidablees el que nos va a poner por delante? Noquiero escuchar niuna palabra sobre el costo que tendrá.-Mi objeción es ésta:aunque tengo muy buena opinión de la bondad de laseñora Jen-nings, no es el tipo de mujer cuya compañía vaya a sernospla-centera, o cuya protección eleve nuestro rango.-Eso es muycierto -respondió su madre-, pero en su sola compañía, sinotraspersonas, casi no estarán, y casi siempre aparecerán enpúblico con ladyMiddleton.-Si Elinor desiste de ir por el desa-grado que le produce la señora Jennings -dijoMarianne-, al me-nos que eso no impida que yo acepte su invitación. No tengota-les escrúpulos y estoy segura de que puedo tolerar sin mayoresfuerzo todoslos inconvenientes de ese tipo.Elinor no pudoevitar sonreír ante este despliegue de indiferencia respectodelSentido y sensibilidad Jane Austen 9292comportamiento

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social de una persona hacia la cual tantas veces le habíacosta-do conseguir de Marianne al menos una aceptable cortesía, yen su interiordecidió que si su hermana se empeñaba en ir,también ella iría, pues no creíacorrecto dejar a Marianne en si-tuación de guiarse únicamente por su propiojuicio, o dejar a laseñora Jennings a merced de Mariano como todo solaz ensushoras hogareñas. Tal decisión le fue más fácil de aceptar alrecordar queEdward Ferrars, según lo informado por Lucy, noiba a estar en la ciudad antesde febrero, y que para ese enton-ces la permanencia de ella y de su hermana, sintener que acor-tarla de ninguna manera absurda, ya habría terminado.-Quieroque las dos vayan -dijo la señora Dashwood-; estas objecionesson undisparate. Se entretendrán mucho en Londres, y másaún si están juntas; y siElinor alguna vez condescendiera aaceptar de antemano la posibilidad dedisfrutar, vería que en laciudad podría hacerlo de innumerables maneras;incluso hastapodría agradarle la oportunidad de mejorar sus relaciones conlafamilia de su cuñada.A menudo Elinor había deseado que sele presentase la ocasión de irdebilitando la confianza que teníasu madre en las relaciones entre ella yEdward, de manera queel golpe fuera menor cuando toda la verdad saliera aluz; y aho-ra, frente a esta acometida, aunque casi sin ninguna esperanzade lograrlo,se obligó a dar inicio a sus planes diciendo con todala tranquilidad que lefue posible:-Me gusta mucho Edward Fe-rrars y siempre me alegrará verlo; pero en cuantoal resto de lafamilia, me es completamente indiferente si alguna vez lleganaconocerme o no.La señora Dashwood sonrió y no dijo nada.Marianne levantó la mirada llenade asombro, y Elinor pensóque habría sido mejor mantener la boca cerrada.Tras dar vuel-tas al asunto muy poco más, se decidió finalmente que acepta-ríanplenamente la invitación. Al enterarse, la señora Jenningsdio grandes muestrasde alegría y les ofreció todo tipo de segu-ridades sobre su afecto y el cuidado quetendría de las jóvenes.Y no sólo ella estaba contenta; sir John se mostróencantado,porque para un hombre cuya mayor ansiedad era el temor a es-tarsolo, agregar dos más a los habitantes de Londres no era al-go de despreciar.Incluso lady Middleton se dio el trabajo de es-tar encantada, lo que para ella erasalirse un poco de su caminohabitual; en cuanto a las señoritas Steele, enespecial Lucy,nunca habían estado más felices en toda su vida que al

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saberesta noticia.Elinor se sometió a los preparativos que con-trariaban sus deseos con muchomenos disgusto del que habíaesperado sentir. En lo que a ella concernía, ir o noa la ciudadya no era asunto que le preocupase; y cuando vio a su madretanplenamente contenta con el plan, y la dicha en el rostro, enla voz y elcomportamiento de su hermana; cuando la vio recu-perar su animación habitual eir incluso más allá de lo que ha-bía sido su alegría acostumbrada, no pudosentirse insatisfechade la causa de todo ello y no quiso permitirse desconfiar delasconsecuencias.El júbilo de Marianne ya casi iba más allá de lafelicidad, tan grande era laturbación de su ánimo y su impac-iencia por partir. Lo único que la hacíaSentido y sensibilidadJane Austen 9393recuperar la calma era sus pocos deseos dedejar a su madre; y al momento departir su aflicción por ellofue enorme. La tristeza de su madre fue apenasmenor, y Elinorfue la única de las tres que parecía considerar la separaciónco-mo algo menos que eterna.Partieron la primera semana deenero. Los Middleton las seguirían alrededorde una semanadespués. Las señoritas Steele seguían en la finca, queabando-narían solo con el resto de la familia.CAPITULO XXVIAl verseen el carruaje con la señora Jennings, e iniciando un viaje aLondresbajo su protección y como su huésped, Elinor no pudodejar de cavilar sobre supropia situación: ¡tan breve era eltiempo que la conocían, tan poco compatiblesen edad y tempe-ramento, y tantas objeciones había levantado ella contra estev-iaje tan sólo unos días antes! Pero todas estas objeciones habí-an sucumbido,avasalladas ante ese feliz entusiasmo juvenil quetanto Marianne como sumadre compartían; y Elinor, a pesar desus ocasionales dudas sobre laconstancia de Willoughby, no po-día contemplar el arrobamiento de lamaravillosa espera a queestaba entregada Marianne, desbordándole en el almae ilumi-nándole los ojos, sin sentir cuán vacías eran sus propias pers-pectivas,cuán falto de alegría su propio estado de ánimo com-parado con el de ella, ycuán gustosamente viviría igual ansie-dad que Marianne si con ello pudiese tenerigual vivificante ob-jetivo, igual posibilidad de esperanza. Pero ahora faltabapoco,muy poco tiempo, para saber cuáles eran las intenciones deWilloughby:con toda seguridad ya se encontraba en la ciudad.La ansiedad por partir quemostraba Marianne era clara señalde su confianza en encontrarlo allí; y Elinorestaba decidida no

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sólo a averiguar todo lo que pudiera sobre el carácter deljoven,ya fuera a través de sus propias observaciones o de lo queotros pudieraninformarle, sino también a vigilar su conductahacia su hermana con atención tancelosa que le permitiera es-tar segura de lo que él era y de sus propósitos antesde que sehubieran reunido muchas veces. Si el resultado de sus observa-cionesfuera desfavorable, estaba decidida a abrirle los ojos asu hermana del modoque fuese; si no era así, la tarea que ten-dría por delante sería diferente: deberíaaprender a evitar lascomparaciones egoístas y desterrar de ella todo pesar quepud-iera menguar su satisfacción por la felicidad de Marianne.Elviaje duró tres días, y el comportamiento de Marianne durantetodo elrecorrido constituyó una buena muestra de lo que po-dría esperarse en el futurode su deferencia y afabilidad haciala señora Jennings. Guardó silencio durantecasi todo el camino,envuelta en sus propias cavilaciones y no hablando casinuncapor propia voluntad, excepto cuando algún objeto de bellezapintorescaaparecía ante su vista arrancándole alguna expre-sión de gozo, que dirigíaexclusivamente a su hermana. Paracompensar esta conducta, sin embargo, Elinorasumió de inme-diato el deber de cortesía que se había impuesto comotarea,fue extremadamente atenta con la señora Jennings, conversócon ella, serió con ella y la escuchó siempre que le era posible;y la señora Jennings, por suSentido y sensibilidad Jane Austen9494parte, las trató a ambas con toda la bondad imaginable, sepreocupó en todomomento de que estuvieran cómodas y entre-tenidas, y sólo la disgustó no lograrque eligieran su propia ce-na en la posada ni poder obligarlas a confesar sipreferían elsalmón o el bacalao, el pollo cocido o las chuletas de terne-ra.Llegaron a la ciudad alrededor de las tres de la tarde deltercer día, felices deliberarse, tras un viaje tan prolongado, delencierro del carruaje, y listas a disfrutardel lujo de un buenfuego.La casa era hermosa y estaba hermosamente equipada, yde inmediatopusieron a disposición de las jóvenes una habita-ción muy confortable.Había pertenecido a Charlotte, y sobre larepisa de la chimenea aún colgabaun paisaje hecho por ella ensedas de colores, prueba de haber pasado sieteaños en un grancolegio de la ciudad, con algunos resultados.Como la cena noiba a estar lista antes de dos horas después de su llegada,Eli-nor quiso ocupar ese lapso en escribirle a su madre, y se sentó

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dispuesta aello. Poco minutos después Marianne hizo lomismo.-Yo estoy escribiendo a casa, Marianne -le dijo Elinor-;¿no sería mejor quedejaras tu carta para uno o dos días más?-No le voy a escribir a mi madre -replicó Marianne apresurada-mente, y comoqueriendo evitar más preguntas.Elinor no le dijonada más; en seguida se le ocurrió que debía estarleescribien-do a Willoughby y de inmediato concluyó que, sin importar elmisterioen que pudieran querer envolver sus relaciones, debí-an estar comprometidos.Esta convicción, aunque no por com-pleto satisfactoria, la complació, y continuósu carta con la ma-yor presteza. Marianne terminó la suya en unos pocosminutos;en extensión, no podía ser más de una nota; la dobló, la selló yescribiólas señas con ansiosa rapidez. Elinor pensó que podíadistinguir una gran W enla dirección, y acababa de terminarcuando Marianne, tocando la campanilla,pidió al criado que laatendió que hiciera llegar esa carta al correo de dospeniques.Con esto se dio por terminado el asunto.Marianne seguía demuy buen ánimo, pero aleteaba en ella una inquietud queimpe-día que su hermana se sintiera completamente satisfecha, y es-ta inquietudaumentó con el correr de la tarde.Apenas pudoprobar bocado durante la cena, y cuando después volvieron alasala parecía escuchar con enorme ansiedad el ruido de cadacarruaje quepasaba.Fue una gran tranquilidad para Elinor quela señora Jennings, por estarocupada en sus habitaciones, nopudiera ver lo que ocurría. Trajeron las cosaspara el té, y yaMarianne había tenido más de una decepción ante los golpesenalguna puerta vecina, cuando de repente se escuchó unomuy fuerte que nopodía confundirse con alguno en otra casa.Elinor se sintió segura de queanunciaba la llegada de Willough-by, y Marianne, levantándose de un salto, sedirigió hacia lapuerta. Todo estaba en silencio; no duró más de algunossegun-dos, ella abrió la puerta, avanzó unos pocos pasos hacia la es-calera, ytras escuchar durante medio minuto volvió a la habita-ción en ese estado deagitación que la certeza de haberlo oídonaturalmente produciría. En medio deléxtasis alcanzado porsus emociones en ese instante, no pudo evitar exclamar:Senti-do y sensibilidad Jane Austen 9595-¡Oh, Elinor, es Willoughby,estoy segura de que es él!Parecía casi a punto de arrojarse enlos brazos de él, cuando apareció elcoronel Brandon.Fue ungolpe demasiado grande para soportarlo con serenidad, y de

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inmediatoMarianne abandonó la habitación. Elinor también es-taba decepcionada; pero, almismo tiempo, su aprecio por el co-ronel Brandon le permitió darle la bienvenida,y le dolió de ma-nera muy especial que un hombre que mostraba un interés tan-grande en su hermana advirtiera que todo lo que ella experi-mentaba al verlo erapesar y desilusión. En seguida observóque para él no había pasado inadvertido,que incluso había mi-rado a Marianne cuando abandonaba la habitación con tala-sombro y preocupación, que casi le habían hecho olvidar lo quela cortesíaexigía hacia ella.-¿Está enferma su hermana? -le pre-guntó.Elinor respondió con algo de turbación que sí lo estaba,y luego se refirió adolores de cabeza, desánimo y excesos defatiga, y a todo lo que decentementepudiera explicar el com-portamiento de su hermana.La escuchó él con la más intensaatención, pero, aparentando tranquilizarse,no habló más delasunto y comenzó a explayarse en torno a su placer de verla-sen Londres, con las usuales preguntas sobre el viaje y los ami-gos que habíandejado atrás.Así, de manera sosegada, sin graninterés por ninguna de las partes, siguieronhablando, ambosdesalentados y con la cabeza puesta en otras cosas. Elinorteníagrandes deseos de preguntar si Willoughby se encontraba en laciudad,pero temía apenarlo con preguntas sobre su rival; hastaque finalmente, pordecir algo, le preguntó si había estado enLondres desde la última vez que sehabían visto.-Sí -replicó él,ligeramente turbado-, casi todo el tiempo desde entonces; he-estado una o dos veces en Delaford por unos pocos días, peronunca he podidovolver a Barton.Esto, y el modo en que fue di-cho, de inmediato le recordó a Elinor todas lascircunstanciasde su partida de ese sitio, con la inquietud y sospechas queha-bían despertado en la señora Jennings, y temió que su pregun-ta hubiera dadoa entender una curiosidad por ese tema muchomayor de la que alguna vezhubiera sentido.La señora Jenningsno tardó en aparecer en la sala.-¡Ay, coronel! -le dijo, con suruidosa alegría habitual-, estoy terriblemente felizde verlo…discúlpeme si no vine antes… le ruego me excuse, pero he teni-do querevisar un poco por aquí y arreglar mis asuntos, porquehace mucho que no estabaen casa, y usted sabe que siemprehay un mundo de pequeños detallesque atender cuando uno haestado alejada por un tiempo; y luego he tenido quever las co-sas de Cartwright. ¡Cielos, he estado trabajando como una

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hormigadesde la hora de la cena! Pero, cuénteme, coronel, ¿có-mo fue a adivinar queestaría en la ciudad hoy día?-Tuve el pla-cer de escucharlo en la casa del señor Palmer, donde he esta-docenando.-¡Ah, así fue! Y, ¿cómo están todos ahí? ¿Cómo estáCharlotte? PodríaSentido y sensibilidad Jane Austen 9696ase-gurarle que ya debe estar de un buen tamaño a estas alturas.-La señora Palmer se veía muy bien, y me encargó decirle quede todasmaneras la verá mañana.-Claro, seguro, así lo pensé.Bien, coronel, he traído a dos jóvenes conmigo,como puedever… quiero decir, puede ver sólo a una de ellas, pero hay otraenalguna parte. Su amiga, la señorita Marianne, también… co-mo me imagino queno lamentará saber. No sé cómo se lasarreglarán entre usted y el señorWilloughby respecto de ella.Sí, es una gran cosa ser joven y guapa. Bueno,alguna vez fui jo-ven, pero nunca fui muy guapa… mala suerte para mí. Noobs-tante, me conseguí un muy buen esposo, y vaya a saber ustedsi la mayor delas bellezas puede hacer más que eso. ¡Ah, pobrehombre! Ya lleva muerto ochoaños, y está mejor así. Pero, co-ronel, ¿dónde ha estado desde que dejamos devemos? ¿Y cómovan sus asuntos? Vamos, vamos, que no haya secretos entrea-migos.El coronel respondió con su acostumbrada mansedum-bre a todas suspreguntas, pero sin satisfacer su curiosidad enninguna de ellas. Elinor habíacomenzado a preparar el té, yMarianne se vio obligada a volver a la habitación.Tras su entra-da el coronel Brandon se puso más pensativo y silencioso que-antes, y la señora Jennings no pudo convencerlo de que se que-dara más rato.Esa tarde no llegó ningún otro visitante, y las da-mas estuvieron de acuerdo enirse a la cama temprano.Marian-ne se levantó al día siguiente con renovados ánimos y aire con-tento.Parecía haber olvidado la decepción de la tarde anteriorante las expectativas delo que podía ocurrir ese día. No hacíamucho que habían terminado su desayunocuando el birlochode la señora Palmer se detuvo ante la puerta, y pocosminutosdespués entró riendo a la habitación, tan encantada de verlos atodos,que le era difícil decir si su placer era mayor por ver a sumadre o de nuevo a lasseñoritas Dashwood. ¡Tan sorprendidade su llegada a la ciudad, aunque másbien era lo que había es-tado esperando todo ese tiempo! ¡Tan enojada porquehabíanaceptado la invitación de su madre tras rehusar la de ella, aun-que almismo tiempo jamás las habría perdonado si no hubieran

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venido!-El señor Palmer estará tan contento de verlas -dijo-;¿qué creen que dijocuando supo que venían con mamá? En es-te momento no recuerdo qué fue,¡pero fue algo tan gracio-so!Tras una o dos horas pasadas en lo que su madre llamabauna tranquila charlao, en otras palabras, innumerables pregun-tas de la señora Jennings sobre todossus conocidos, y risas sinmotivo de la señora Palmer, la última propuso quetodas laacompañaran a algunas tiendas donde tenía que hacer esa ma-ñana, alo cual la señora Jennings y Elinor accedieron pronta-mente, ya que también teníanalgunas compras que hacer; yMarianne, aunque declinó la invitación en unprimer momento,se dejó convencer de ir también.Era evidente que, dondequierafuesen, ella estaba siempre alerta. En BondStreet, especial-mente, donde se encontraba la mayor parte de los lugares que-debían visitar, sus ojos se mantenían en constante búsqueda; yen cualquiertienda a la que entrara el grupo, ella, absorta ensus pensamientos, no lograbainteresarse en nada de lo que te-nía enfrente y que ocupaba a las demás.Sentido y sensibilidadJane Austen 9797Inquieta e insatisfecha en todas partes, suhermana no logró que le diera suopinión sobre ningún artículoque quisiera comprar, aunque les atañera aambas; no disfruta-ba de nada; tan sólo estaba impaciente por volver a casa den-uevo, y a duras penas logró controlar su molestia ante el tedioque le producíala señora Palmer, cuyos ojos quedaban atrapa-dos por cualquier cosa bonita,cara o novedosa; que se enloque-cía por comprar todo, no podía decidirse pornada, y perdía eltiempo entre el éxtasis y la indecisión.Ya estaba avanzada lamañana cuando volvieron a casa; y no bien entraron,Mariannecorrió ansiosamente escaleras arriba, y cuando Elinor la siguió,laencontró alejándose de la mesa con desconsolado semblante,que muy a lasclaras decía que Willoughby no había estadoallí.-¿No han dejado ninguna carta para mí desde que salimos?-le preguntó alcriado que en ese momento entraba con los paq-uetes. La respuesta fuenegativa-. ¿Está seguro? -le dijo-. ¿Estáseguro de que ningún criado, ningúnconserje ha dejado ningu-na carta, ninguna nota?El hombre le respondió que no habíavenido nadie.-¡Qué extraño! -dijo Marianne en un tono bajo ylleno de desencanto, a tiempoque se alejaba hacia la venta-na.“¡En verdad, qué extraño!”, dijo Elinor para sí, mirando a suhermana con graninquietud. “Si ella no supiera que él está en

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la ciudad, no le habría escrito comolo hizo; le habría escrito aCombe Magna; y si él está en la ciudad, ¡qué extrañoque no ha-ya venido ni escrito! ¡Ah, madre querida, debes estar equivoca-da alpermitir un compromiso tan dudoso y oscuro entre una hi-ja tan joven y un hombretan poco conocido! ¡Me muero porpreguntar, pero cómo tomarán que yo meentrometa!”Decidió,tras algunas consideraciones, que si las apariencias se mante-níandurante muchos días tan ingratas como lo eran en ese mo-mento, le haría ver asu madre con la mayor fuerza posible lanecesidad de investigar seriamente elasunto.La señora Palmery dos damas mayores, conocidas íntimas de la señoraJennings,a quienes había encontrado e invitado en la mañana, cenaronconellas. La primera las dejó poco después del té para cumplirsus compromisos dela noche; y Elinor se vio obligada a comple-tar una mesa de whist para lasdemás. Marianne no aportabanada en estas ocasiones, pues nunca habíaaprendido ese juego,pero aunque así quedaron las horas de la tarde a su enteradis-posición, no le fueron de mayor provecho en cuanto a distrac-ción de lo quefueron para Elinor, porque transcurrieron paraella cargadas de toda la ansiedadde la espera y el dolor de ladecepción._ A ratos intentaba leer durante algunosminutos; pe-ro pronto arrojaba a un lado el libro y se entregaba nuevamen-te a lamás interesante ocupación de recorrer la habitación deun lado a otro, una y otravez, deteniéndose un momento cadavez que llegaba a la ventana, con laesperanza de escuchar eltan ansiado toque en la puerta.CAPITULO XXVIISentido y sen-sibilidad Jane Austen 9898-Si se mantiene este buen tiempo -dijo la señora Jennings cuando seencontraron al desayuno lamañana siguiente sir John no querrá abandonarBarton la próxi-ma semana; es triste cosa para un deportista perderse un díadeplacer. ¡Pobrecitos! Los compadezco cuando eso les ocurre…parecen tomárselotan a pecho.-Es verdad -exclamó Mariannealegremente, y se encaminó hacia la ventanamientras hablaba,para ver cómo estaba el día-. No había pensado en eso. Estecli-ma hará que muchos deportistas se queden en el campo.Fueun recuerdo afortunado, que le devolvió todo su buen ánimo.-En verdad es un tiempo maravilloso para ellos -continuó, mien-tras se sentabaa la mesa con aire de felicidad-. ¡Cómo estarándisfrutándolo! Pero -otra vez conalgo de ansiedad-, no puedeesperarse que dure demasiado. En esta época delaño, y

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después de tantas lluvias, seguramente no seguirá así de bue-no. Prontollegarán las heladas, y lo más probable es que seanseveras. Quizá en uno odos días; este clima tan suave no puedeseguir mucho más… no, ¡quizá hieleesta noche!-En todo caso -dijo Elinor, con la intención de impedir que la señora Jennings-pudiera descifrar los pensamientos de su hermana tan clara-mente como ella-,diría que tendremos a sir John y a lady Midd-leton en la ciudad a fines de lapróxima semana.-Claro, querida,te aseguro que así será. Mary siempre se sale con la suya.“Yahora”, conjeturó en silencio Elinor, “Marianne escribirá aCombe en elcorreo de hoy”.Pero si fue que lo hizo, la reservacon que la carta fue escrita y enviada logróeludir la vigilanciade Elinor, que no pudo constatar el hecho. Cualquiera fuese la-verdad, y lejos como estaba Elinor de sentirse completamentesatisfecha alrespecto, mientras viera a Marianne de buen áni-mo, ella tampoco podía sentirsemuy a disgusto. Y Marianne es-taba de buen ánimo, feliz por la suavidad delclima y más con-tenta aún con sus expectativas de una helada.Pasaron la maña-na principalmente repartiendo tarjetas de visita en las casasdelos conocidos de la señora Jennings para informarles de suvuelta a laciudad; y todo el tiempo Marianne se mantenía ocu-pada observando la direccióndel viento, vigilando las mudanzasdel cielo e imaginando que cambiaba latemperatura del ai-re.¿No encuentras que está más frío que en la mañana, Elinor?A mí me pareceque hay una marcada diferencia. Apenas puedomantener las manos calientes nisiquiera en el manguito. Creoque ayer no estuvo así. Parece que está aclarandotambién, lue-go saldrá el sol y tendremos una tarde despejada.Elinor se sen-tía a ratos divertida, a ratos apenada; pero Marianne no se da-bapor vencida y cada noche en el resplandor del fuego, y cadamañana en elaspecto de la atmósfera, veía los indudables sig-nos de una cada vez máspróxima helada.Las señoritas Dashwo-od no tenían más motivos para estar descontentas con laformade vida y el grupo de relaciones de la señora Jennings que consucomportamiento hacia ellas, que siempre era bondadoso. To-dos sus arreglosdomésticos se hacían según las más generosasdisposiciones, y a excepción deSentido y sensibilidad Jane Aus-ten 9999unos pocos amigos antiguos de la ciudad, a los cuales,para disgusto de ladyMiddleton, nunca había dejado de tratar,no se visitaba con nadie cuyoconocimiento pudiera en absoluto

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turbar a sus jóvenes acompañantes. Contentade encontrarseen ese aspecto en mejores condiciones que las que habíaprevis-to, Elinor se mostraba muy dispuesta a transigir con lo pocoentretenidasque resultaban sus reuniones nocturnas, las cualestanto en casa como fuera deella se organizaban sólo para jugara los naipes, algo que le ofrecía escasadiversión.El coronelBrandon, invitado permanente a la casa, las acompañaba casitodoslos días; venía a contemplar a Marianne y a hablar conElinor, que a menudodisfrutaba más de la conversación con élque con ningún otro suceso diario, peroal mismo tiempo veíacon gran preocupación cómo persistía el interés quemostrabapor su hermana. Temía incluso que fuera cada vez más intenso.Leapenaba ver la ansiedad con que solía observar a Marianne ycómo parecíarealmente más desalentado que en Barton.Alrede-dor de una semana después de su llegada, fue evidente quetambiénWilloughby se encontraba en la ciudad. Cuando llega-ron de la salida matinal, sutarjeta se encontraba sobre la me-sa.-¡Ay, Dios! -exclamó Marianne-. Estuvo aquí mientras había-mos salido.Elinor, regocijándose al saber que Willoughby esta-ba en Londres, se animó adecir:-Puedes confiar en que mañanavendrá de nuevo.Marianne apenas pareció escucharla, y al en-trar la señora Jennings, huyó consu preciosa tarjeta.Este suce-so, junto con levantarle el ánimo a Elinor, le devolvió al desuhermana toda, y más que toda su anterior agitación. A partirde ese momento sumente no conoció un momento de tranquili-dad; sus expectativas de verlo encualquier momento del día lainhabilitaron para cualquier otra cosa. A la mañanasiguienteinsistió en quedarse en casa cuando las otras salieron.Elinor nopudo dejar de pensar en lo que estaría pasando en BerkeleyStreetdurante su ausencia; pero una rápida mirada a su herma-na cuando volvieron fuesuficiente para informarle que Will-oughby no había aparecido por segunda vez.En ese preciso ins-tante trajeron una nota, que dejaron en la mesa.-¡Para mí! -ex-clamó Marianne, yendo apresuradamente hacia ella.-No, seño-rita; para mi señora.Pero Marianne, no convencida, la tomó deinmediato.-En verdad es para la señora Jennings. ¡Quépesadez!-Entonces, ¿esperas una carta? -dijo Elinor, incapaz deseguir guardandosilencio.-¡Sí! Un poco… no mucho.-No confíasen mí -dijo Elinor, tras una corta pausa.-¡Vamos, Elinor! ¡Tú ha-ciendo tal reproche… tú, que no confías en nadie!-¡Yo! -replicó

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Elinor, algo confundida-. Es que, Marianne, no tengo nadaquedecir.-Tampoco yo -respondió enérgicamente Marianne-;estamos entonces en lasmismas condiciones. Ninguna de lasdos tiene nada que contar; tú porque noSentido y sensibilidadJane Austen 100100comunicas nada, y yo porque nada escon-do.Elinor, consternada por esta acusación de exagerada reser-va que no se sentíacapaz de ignorar, no supo, en tales circuns-tancias, cómo hacer que Marianne sele abriera.No tardó enaparecer la señora Jennings, y al dársele la nota, la leyó en vo-zalta. Era de lady Middleton, y en ella anunciaba su llegada aConduit Street lanoche anterior y solicitaba el placer de lacompañía de su madre y sus primasesa tarde. Ciertos negociosen el caso de sir John, y un fuerte resfrío de su lado,les impedí-an ir a Berkeley Street. Fue aceptada la invitación, pero cuan-do seacercaba la hora de la cita, aunque la cortesía más básicahacia la señoraJennings exigía que ambas la acompañaran enesa visita, a Elinor se le hizodifícil convencer a su hermana deir, porque aún no sabía nada de Willoughby y,por lo tanto, esta-ba tan poco dispuesta a salir a distraerse como renuente aco-rrer el riesgo de que él viniera en su ausencia.Al terminar latarde, Elinor había descubierto que la naturaleza de una perso-nano se modifica materialmente con un cambio de residencia;pues aunque reciénse habían instalado en la ciudad, sir Johnhabía conseguido reunir a sualrededor a cerca de veinte jóve-nes y entretenerlos con un baile. LadyMiddleton, sin embargo,no aprobaba esto. En el campo, un baile improvisadoera muyaceptable; pero en Londres, donde la reputación de eleganciaera másimportante y más difícil de ganar, era arriesgar mucho,para complacer a unaspocas muchachas, que se supiera quelady Middleton había ofrecido unpequeño baile para ocho onueve parejas, con dos violines y un simple refrigerioen el apa-rador.El señor y la señora Palmer formaban parte de la concu-rrencia; el primero, alque no habían visto antes desde su llega-da a la ciudad dado que él evitabacuidadosamente cualquierapariencia de atención hacia su suegra y así jamásse le acerca-ba, no dio ninguna señal de haberlas reconocido al entrar. Lasmiróapenas, sin parecer saber quiénes eran, y a la señora Jen-nings le dirigió unamera inclinación de cabeza desde el otro la-do de la habitación. Marianne echóuna mirada a su alrededorno bien entró; fue suficiente: él no estaba ahí… yluego se

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sentó, tan poco dispuesta a dejarse entretener como a entrete-ner a losdemás. Tras haber estado reunidos cerca de una hora,el señor Palmer seacercó distraídamente hacia las señoritasDashwood para comunicarles susorpresa de verlas en la ciu-dad, aunque era en su casa que el coronel Brandonhabía tenidola primera noticia de su llegada, y él mismo había dicho algomuygracioso al saber que iban a venir.-Creía que las dos esta-ban en Devonshire -les dijo.-¿Sí? -respondió Elinor.-¿Cuándovan a regresar?-No lo sé.Y así terminó la conversación.Nuncaen toda su vida había estado Marianne tan poco deseosa debailarcomo esa noche, y nunca el ejercicio la había fatigadotanto. Se quejó de ellocuando volvían a Berkeley Street.-Ya, ya-dijo la señora Jennings-, sabemos muy bien a qué se debe eso;si unaSentido y sensibilidad Jane Austen 101101cierta personaa quien no nombraremos hubiera estado allí, no habría estadonipizca de cansada; y para decir verdad, no fue muy bonito desu parte no habervenido a verla, después de haber sido invita-do.-¡Invitado! -exclamó Marianne.-Así me lo ha dicho mi hija,lady Middleton, porque al parecer sir John seencontró con élen alguna parte esta mañana.Marianne no dijo nada más, peropareció estar extremadamente herida.Viéndola así y deseosade hacer algo que pudiera contribuir a aliviar a su hermana,Eli-nor decidió escribirle a su madre al día siguiente, con la espe-ranza dedespertar en ella algún temor por la salud de Marian-ne y, de esta forma,conseguir que hiciera las averiguacionestan largamente pospuestas; y sudeterminación se hizo másfuerte cuando en la mañana, después del desayuno,advirtióque Marianne le estaba escribiendo de nuevo a Willoughby,pues nopodía imaginar que fuera a ninguna otra persona.Cercadel mediodía, la señora Jennings salió sola por algunas diligen-cias yElinor comenzó de inmediato la carta, mientras Marian-ne, demasiado inquietapara concentrarse en ninguna ocupa-ción, demasiado ansiosa para cualquierconversación, paseabade una a otra ventana o se sentaba junto al fuegoentregada atristes cavilaciones. Elinor puso gran esmero en su apelación asumadre, contándole todo lo que había pasado, sus sospechassobre lainconstancia de Willoughby, y apelando a su deber y asu afecto la urgió a queexigiera de Marianne una explicaciónde su verdadera situación con respecto aljoven.Apenas habíaterminado su carta cuando una llamada a la puerta las

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previnode la llegada de un visitante, y a poco les anunciaron alcoronel Brandon.Marianne, que lo había visto desde la ventanay que en ese momento odiabacualquier compañía, abandonó lahabitación antes de que él entrara. Se veía elcoronel más graveque de costumbre, y aunque manifestó satisfacción porencon-trar a la señorita Dashwood sola, como si tuviera algo especialque decirle,se sentó durante un rato sin emitir palabra. Elinor,convencida de que tenía algoque comunicarle que le concerníaa su hermana, esperó con impaciencia que élse franqueara. Noera la primera vez que sentía el mismo tipo de certeza, pues-más de una vez antes, iniciando su comentario con la observa-ción “Su hermanano tiene buen aspecto hoy”, o “Su hermanatiene aspecto desanimado”, habíaparecido estar a punto de re-velar, o de indagar, algo en particular acerca de ella.Tras unapausa de varios minutos, el coronel rompió el silencio pregun-tándole,en un tono que revelaba una cierta agitación, cuándotendría que felicitarla por laadquisición de un hermano. Elinorno estaba preparada para tal pregunta, y al notener una prontarespuesta, se vio obligada a recurrir al simple pero comúnex-pediente de preguntarle a qué se refería. El intentó sonreír alresponderle: “Elcompromiso de su hermana con el señor Will-oughby es algo sabido por todos”.-No pueden saberlo todos -respondió Elinor-, porque su propia familia no losabe.El pare-ció sorprenderse, y le dijo:-Le ruego me disculpe, temo que mipregunta haya sido impertinente; pero nopensé que se quisieramantener nada en secreto, puesto que se correspondenSentidoy sensibilidad Jane Austen 102102abiertamente y todos hablande su boda.¿Cómo es posible? ¿A quién se lo ha oídomencionar?-A muchos… a algunos a quienes usted no conoce, aotros que le son muycercanos: la señora Jennings, la señoraPalmer y los Middleton. Pero aun así nolo habría creído (porq-ue cuando la mente no quiere convencerse, siempreencontraráalgo en qué sustentar sus dudas), si hoy no hubiera vistoacci-dentalmente en manos del criado que me abrió, una carta diri-gida al señorWilloughby, con letra de su hermana. Yo venía apreguntar, pero me convencíantes de poder plantear la pre-gunta. ¿Está todo ya resuelto finalmente? ¿Es posibleque… ?Pero no tengo ningún derecho, y ninguna posibilidad de éxi-to.Perdóneme, señorita Dashwood. Creo que no ha sido correc-to de mi parte decirtanto, pero no sé qué hacer y confío

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absolutamente en su prudencia. Dígameque todo es ya irrevo-cable, que cualquier intento… que, en suma, disimular, si esq-ue el disimulo es posible, es todo lo que queda.Estas palabras,que fueron para Elinor una tan directa confesión del amor del-coronel por su hermana, la afectaron profundamente. En el mo-mento no fuecapaz de decir nada, y aun cuando recobró el áni-mo, se debatió durante unbreve tiempo intentando descubrircuál sería la respuesta más adecuada. Elverdadero estado delas cosas entre Willoughby y su hermana le era tandesconoci-do, que al intentar explicarlo bien podía decir demasiado, o de-masiadopoco. Sin embargo, como estaba convencida de que elafecto de Marianne porWilloughby, sin importar cuál fuese elresultado de ese afecto, no dejaba alcoronel Brandon esperan-za alguna de triunfo, y al mismo tiempo deseabaprotegerla detoda censura, después de pensarlo un rato decidió que seríamásprudente y considerado decir más de lo que realmente cre-ía o sabía. Admitió,entonces, que aunque ellos nunca le habíaninformado sobre qué tipo derelaciones tenían, a ella no le cabíaduda alguna sobre su mutuo afecto y no leextrañaba saber quese escribían.El coronel la escuchó en atento silencio, y al termi-nar ella de hablar, deinmediato se levantó de su asiento y trasdecir con voz emocionada, “Le deseo asu hermana toda la feli-cidad imaginable; y a Willoughby, que se esfuerce pormerecer-la… ”, se despidió y se fue.Esta conversación no logró dar aliv-io a Elinor ni menguar la inquietud de sumente en relación conotros aspectos; al contrario, quedó con una tristeimpresión dela desdicha del coronel y ni siquiera pudo desear que esainfeli-cidad desapareciera, dada su ansiedad por que se diera elacontecimientomismo que iba a corroborarla.CAPITULOXXVIIINada ocurrió en los tres o cuatro días siguientes que hi-ciera a Elinor lamentarhaber recurrido a su madre, pues Will-oughby no se presentó ni escribió. Hacia elfinal de ese período,ella y su hermana debieron acompañar a lady Middleton aunafiesta, a la cual la señora Jennings no podía asistir por la indis-posición de suhija menor; y para esta fiesta, Marianne, comple-tamente abatida, sin preSentidoy sensibilidad Jane Austen103103ocuparse por su aspecto y como si le fuera indiferenteir o quedarse, se preparósin una mirada de esperanza, sin unamanifestación de placer. Después del tése sentó junto a la chi-menea de la sala hasta la llegada de lady Middleton,

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sinmoverse ni una sola vez de su asiento o cambiar de actitud,perdida en suspensamientos y sin prestar atención a la presen-cia de su hermana; y cuandofinalmente les dijeron que ladyMiddleton las esperaba en la puerta, sesobresaltó como si hub-iera olvidado que esperaban a alguien.Llegaron a tiempo a sudestino, y apenas la fila de carruajes frente a ellos lopermitió,se apearon, subieron las escalinatas, escucharon sus nombre-sanunciados a viva voz desde un rellano a otro, e ingresaron auna habitación deespléndida iluminación, llena de invitados einsoportablemente calurosa. Cuandohubieron cumplido con eldeber de cortesía y saludaron respetuosamente a laseñora dela casa, pudieron mezclarse con la multitud y sufrir su cuota decalor eincomodidad, necesariamente incrementados con su lle-gada. Tras pasaralgunos momentos hablando muy poco y hac-iendo menos aún, lady Middletonse integró a una partida decasino, y como Marianne no estaba de humor paradar vueltaspor ahí, ella y Elinor, tras haber logrado con gran suerte unpar desillas, se situaron no lejos de la mesa.No habían perma-necido allí durante mucho rato cuando Elinor se percató de la-presencia de Willoughby, que se encontraba a unas pocas yar-das de distanciaen entusiasta conversación con una joven deaspecto muy elegante. Muy prontose cruzaron sus miradas y élse inclinó de inmediato, pero sin mostrarintenciones de hablar-le o de acercarse a Marianne, aunque no habría podidodejar deverla; y luego continuó su conversación con la misma joven.Elinor giróhacia Marianne casi involuntariamente para ver sipodía habérsele pasado poralto. Recién en ese momento ella lovio, y con el rostro iluminado por una súbitadicha se habríaacercado a él de inmediato si su hermana no la hubieradeteni-do.-¡Santo cielo! -exclamó-. Está aquí, está aquí. ¡Oh! ¿Por quéno me mira? ¿Porqué no puedo ir a hablar con él?-Por favor,por favor contrólate -exclamó Elinor-, y no traiciones tussenti-mientos ante todos los presentes. Quizá todavía no te ha vis-to.Esto, sin embargo, era más de lo que ella misma podía cre-er, y controlarse enun momento como ése no sólo estaba fueradel alcance de Marianne, iba másallá de sus deseos. Se quedósentada en una agonía de impaciencia, patente encada uno desus rasgos.Finalmente él giró nuevamente y las miró a ambas;Marianne se levantó y,pronunciando su nombre con voz llenade afecto, le extendió la mano. El seacercó, y dirigiéndose más

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a Elinor que a Marianne, como si quisiera evitar sumirada yhubiera decidido ignorar su gesto, inquirió de manera apresu-rada por laseñora Dashwood y le preguntó cuánto tiempo lleva-ban en la ciudad. Elinorperdió toda presencia de ánimo ante talactitud y no pudo decir palabra. Pero lossentimientos de suhermana salieron de inmediato a la luz. Se le enrojeció elrostroy exclamó con enorme emoción en la voz:-¡Santo Dios! Will-oughby, ¿qué significa esto? ¿Acaso no has recibido miscartas?¿No me darás la mano?Sentido y sensibilidad Jane Austen104104No pudo él seguir evitándola, pero el contacto de Mar-ianne pareció serledoloroso y retuvo su mano por sólo un ins-tante. Era evidente que durante todoeste tiempo luchaba porcontrolarse. Elinor le observó el rostro y vio que su expresión-se hacía más tranquila. Tras una breve pausa, Willoughby ha-bló concalma.-Tuve el honor de ir a Berkeley Street el martespasado, y sentí mucho nohaber tenido la suerte de encontrarlasa ustedes y a la señora Jennings en casa.Espero que no se hayaextraviado mi tarjeta.-Pero, ¿no has recibido mis notas? -excla-mó Marianne con la más ferozansiedad-. Estoy segura de quese trata de una confusión… una terribleconfusión. ¿Qué puedesignificar? Dime, Willoughby, por amor de Dios, dime,¿qué ocu-rre?El no respondió; mudó de color y volvió a parecer azorado;pero como si alcruzarse su mirada con la de la joven con quienantes había estado hablandosintiera la necesidad de hacer unnuevo esfuerzo, volvió a recobrar el dominiosobre sí mismo, ytras decir, “Sí, tuve el placer de recibir la noticia de su llega-daa la ciudad, que tuvo la bondad de hacerme llegar”, se alejóa toda prisa con unaleve inclinación, y se reunió con su ami-ga.Marianne, con el rostro terriblemente pálido e incapaz demantenerse en pie,se hundió en su silla,- y Elinor, temiendoverla desmayarse en cualquiermomento, intentó protegerla delas miradas de los demás mientras la reanimabacon agua delavanda.-Ve a buscarlo, Elinor -dijo Marianne apenas pudo ha-blar-, y oblígalo a veniracá. Dile que tengo que verlo de nue-vo… que tengo que hablar con él deinmediato. No puedo des-cansar… no tendré un momento de paz hasta que todoesto estéaclarado… algún terrible malentendido. ¡Por favor, ve a bus-carlo ahoramismo!-¿Cómo hacer tal cosa? No, mi queridísimaMarianne, tienes que esperar. Esteno es lugar para explicacio-nes. Espera sólo hasta mañana.A duras penas, sin embargo,

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pudo evitar que Marianne fuera tras él; yconvencerla de quedominara su agitación, que esperara con al menos laaparienciade compostura, hasta que pudiera hablar con él más en privadoy conmayores probabilidades de obtener resultados, le fue im-posible.En voz baja y mediante exclamaciones de dolor, Mar-ianne siguió dando cursosin freno a la desdicha que inundabasus sentimientos. Tras breves instantesElinor vio que Willough-by abandonaba la habitación por la puerta que conducíahaciala escalinata, y diciéndole a Marianne que ya se había ido, lehizo ver laimposibilidad de hablar con él esa misma noche co-mo un nuevo argumento paraque se tranquilizara. Marianne lerogó de inmediato a su hermana que urgiera alady Middletonpara que las llevara a casa, pues se sentía demasiadodesgrac-iada para quedarse un minuto más.Lady Middleton, aunque enla mitad de una vuelta de su juego de casino, alsaber que Mar-ianne no se encontraba bien fue demasiado educada parane-garse ni por un momento a su deseo de irse, y tras pasar suscartas a unaamiga, partieron tan pronto les encontraron su ca-rruaje. Apenas cruzaronpalabra durante su retorno a BerkeleyStreet. Marianne estaba entregada a unaSentido y sensibilidadJane Austen 105105silenciosa agonía, demasiado abatida hastapara derramar lágrimas; pero comoafortunadamente la señoraJennings aún no había vuelto a casa, pudierondirigirse de in-mediato a sus habitaciones, donde con sales de amoníaco vol-vióalgo en sí. No tardó en desvestirse y acostarse, y como pare-cía deseosa deestar a solas, Elinor la dejó; y mientras ésta es-peraba la vuelta de la señora Jennings,tuvo tiempo suficientepara reflexionar sobre todo lo que había ocurrido.Que algún ti-po de compromiso había existido entre Willoughby y Marianne,leparecía indudable; y que Willoughby estaba hastiado de él,era igualmenteevidente; pues aunque Marianne todavía pudie-ra aferrarse a sus propiosdeseos, ella no podía atribuir tal com-portamiento a confusiones o malentendidosde ningún tipo. Na-da sino un completo cambio en los sentimientos del jovenpodíaexplicarlo. Su indignación habría sido incluso mayor de la quesentía, deno haber sido testigo de la turbación que lo había in-vadido, la cual parecíamostrar que estaba consciente de supropio mal proceder e impidió que ella locreyera tan sin princi-pios como para haber estado jugando desde un comienzocon elafecto de su hermana, con propósitos que no resistían el menor

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examen.La ausencia podía haber debilitado su interés y porconveniencia podría habersedecidido a ponerle fin, pero quetal interés había existido, de eso no podía dudaraunque lo in-tentara.En cuanto a Marianne, Elinor no podía reflexionar sinuna enormepreocupación sobre el doloroso golpe que tan inf-austo encuentro ya le habíaasestado y sobre aquellos aún másduros que recibiría de sus probablessecuelas. Su propia situa-ción mejoraba cuando la comparaba con la de su hermana;puesen tanto ella pudiera estimar a Edward igual que antes, pormás queen el futuro estuvieran separados, su espíritu podríatener siempre un puntal.Pero todas las circunstancias que ha-cían aún más amargo el dolor recibido,parecían conspirar paraaumentar la desdicha de Marianne hasta empujarla auna deci-siva separación de Willoughby, a una ruptura inmediata e irre-conciliablecon él.CAPITULO XXIXAl día siguiente, antes de quela doncella hubiera encendido la chimenea o queel sol lograraalgún predominio sobre una gris y fría mañana de enero, Mar-ianne,a medio vestir, se encontraba hincada frente al banquillojunto a una de lasventanas, intentando aprovechar la poca luzque podía robarle y escribiendo tanrápido como podía permitír-selo un continuo flujo de lágrimas. Fue en esaposición que Eli-nor la vio al despertar, arrancada de su sueño por la agitaciónysollozos de su hermana; y tras contemplarla durante algunosinstantes consilenciosa ansiedad, le dijo con un tono de la ma-yor consideración y dulzura:-Marianne, ¿puedo preguntarte…?-No, Elinor -le respondió-, río preguntes nada; pronto sabrástodo.La especie de desesperada calma con que dijo esto no du-ró más que suspalabras, y de inmediato fue reemplazada poruna vuelta a la misma enormeaflicción. Transcurrieron algunosminutos antes de que pudiera retomar su carta,Sentido y sensi-bilidad Jane Austen 106106y los frecuentes arrebatos de dolorque, a intervalos, todavía la obligaban aparalizar su pluma,eran prueba suficiente de su sensación de que, casi con toda-certeza, ésa era la última vez que escribía a Willoughby.Elinorle prestó todas las atenciones que pudo, silenciosamente y si-nestorbarla; y habría intentado consolarla y tranquilizarla másaún si Marianne nole hubiera implorado, con la vehemencia dela más nerviosa irritabilidad, que pornada del mundo le habla-ra. En tales condiciones, era mejor para ambas nopermanecermucho juntas; y la inquietud que embargaba el ánimo de

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Marianneno sólo le impidió quedarse en la habitación ni un ins-tante tras haberse vestido,sino que, requiriendo al mismo tiem-po de soledad y de un continuo cambio delugar, la hizo deam-bular por la casa hasta la hora del desayuno, evitandoencon-trarse con nadie.En el desayuno, no comió nada ni intentó ha-cerlo; y Elinor dirigió entoncestoda su atención no a apremiar-la, no a compadecerla ni a parecer observarlacon preocupa-ción, sino a esforzarse en atraer todo el interés de la seño-raJennings hacia ella.Esta era la comida favorita de la señoraJennings, por lo que duraba un tiempoconsiderable; y tras ha-berla finalizado, apenas comenzaban a instalarse en tomoa lamesa de costura donde todas trabajaban, cuando un criado tra-jo una cartapara Marianne, que ella le arrebató ansiosamentepara salir corriendo de lahabitación, el rostro con una palidezde muerte. Viendo esto, Elinor, que supocon la misma claridadque si hubiera visto las señas que debían provenir deWillough-by, sintió de inmediato tal compunción que a duras penas pu-domantener en alto la cabeza, y se quedó sentada temblandode tal forma que lahizo temer que la señora Jennings necesar-iamente habría de advertirlo. Labuena señora, sin embargo, loúnico que vio fue que Marianne había recibidouna carta de Wi-lloughby, lo que le pareció muy divertido y, reaccionando en-consecuencia, rió y manifestó su esperanza de que la encontra-ra a su enterogusto. En cuanto a la congoja de Elinor, la señoraJennings estaba demasiadoocupada midiendo estambre para sutapiz y no se dio cuenta de nada; ycontinuando con toda calmalo que estaba diciendo, no bien Marianne habíadesaparecido,agregó:-A fe mía, ¡nunca había visto a una joven tan desespera-damente enamorada!Mis niñas no se le comparan, y eso quesolían ser bastante necias; pero laseñorita Marianne pareceuna criatura totalmente perturbada. Espero, con todoel cora-zón, que él no la haga esperar mucho, porque es lastimoso ver-la tanenferma y desolada. Cuénteme, ¿cuándo se casan?Elinor,aunque nunca se había sentido menos dispuesta a hablar queen esemomento, se obligó a responder a una ofensiva como és-ta, y así, intentandosonreír, replicó:-¿En verdad, señora, se haconvencido usted misma de que mi hermana estácomprometidacon el señor Willoughby? Creía que había sido sólo una bro-ma,pero una cosa tan seria parece implicar algo más: por tan-to, le suplico que nosiga engañándose. Le puedo asegurar que

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nada me sorprendería más queescuchar que se iban a ca-sar.-¡Qué vergüenza, señorita Dashwood, qué vergüenza! ¡Có-mo puede decir eso!Sentido y sensibilidad Jane Austen107107¿Es que no sabemos que su unión es segura… que esta-ban locamenteenamorados desde la primera vez que se vieron?¿Acaso no los vi juntos enDevonshire todos los días, y a todo lolargo del día? ¿Y piensa que no sabía quesu hermana vino a laciudad conmigo con el propósito de comprar su ajuar deboda?Vamos, vamos; así no va a conseguir nada. Cree que porque us-teddisimula tan bien, nadie más se da cuenta de nada; pero nohay tal, créame, porquedesde hace tiempo lo sabe todo el mun-do en la ciudad. Yo se lo cuento atodo el mundo, y lo mismo ha-ce Charlotte.-De verdad, señora -le dijo Elinor con gran serie-dad-, está equivocada.Realmente está haciendo algo muy pocobondadoso al esparcir esa noticia, yllegará a darse cuenta deello, aunque ahora no me crea.La señora Jennings volvió a reír-se y Elinor no tuvo ánimo de decir más, peroansiosa de todosmodos por saber lo que había escrito Willoughby, se apresuróair a su habitación donde, al abrir la puerta, encontró a Marian-ne tirada en lacama, casi ahogada de pena, con una carta en lamano y dos o tres másesparcidas a su alrededor. Elinor seacercó, pero sin decir palabra; y sentándoseen la cama, le to-mó una mano, la besó afectuosamente varias veces y luegoes-talló en sollozos en un comienzo apenas menos violentos quelos deMarianne. Esta última, aunque incapaz de hablar, pare-ció sentir toda la ternurade estos gestos, y tras algunos mo-mentos de estar así unidas en la aflicción,puso todas las cartasen las manos de Elinor; y luego, cubriéndose el rostro conunpañuelo, casi llegó a gritar de agonía. Elinor, aunque sabía quetal aflicción,por terrible que fuera de contemplar, debía seguirsu curso, se mantuvo atenta asu lado hasta que estos excesosde dolor de alguna manera se habían agotado;y luego, tomandoansiosamente la carta de Willoughby, leyó lo siguiente:BondStreet, eneroMi querida señora,Acabo de tener el honor de re-cibir su carta, por la cual le ruego aceptarmis más sincerosagradecimientos. Me preocupa enormemente saber quealgo enmi comportamiento de anoche no contara con su aprobación;yaunque me siento incapaz de descubrir en qué pude ser tan-desafortunado como para ofenderla, le suplico me perdone loque puedoasegurarle fue enteramente involuntario. Nunca

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recordaré mi relación consu familia en Devonshire sin el placery reconocimiento más profundos, yquisiera pensar que no laromperá ningún error o mala interpretación demis acciones.Estimo muy sinceramente a toda su familia; pero si he sidotandesafortunado como para dar pie a que mis sentimientos se cr-eyeranmayores de lo que son o de lo que quise expresar, mu-cho me recriminarépor no haber sido más cuidadoso en las ma-nifestaciones de esa estima.Que alguna vez haya querido decirmás, aceptará que es imposiblecuando sepa que mis afectoshan estado comprometidos desde hacemucho en otra parte, yno transcurrirán muchas semanas, creo, antes deque se cum-pla este compromiso. Es con gran pesar que obedezco suordende devolverle las cartas con que me ha honrado, y el mechóndesus cabellos que tan graciosamente me concedió.Sentido ysensibilidad Jane Austen 108108Quedo, querida señora,comosu más obedientey humilde servidor,JOHN WILLOUGHBYPue-de imaginarse con qué indignación leyó la señorita Dashwooduna cartacomo ésta. Aunque desde antes de leerla estaba cons-ciente de que debíacontener una confesión de su inconstanciay confirmar su separación definitiva,¡no imaginaba que se pud-iera utilizar tal lenguaje para anunciarlo! Tampocohabría sup-uesto a Willoughby capaz de apartarse tanto de las formas pro-pias deun sentir honorable y delicado… tan lejos estaba de lacorrección propia de uncaballero como para mandar una cartatan descaradamente cruel: una carta que,en vez de acompañarsus deseos de quedar libre con alguna manifestación dearre-pentimiento, no reconocía ninguna violación de la confianza,negaba quehubiera existido ningún afecto especial… , una car-ta en la cual cada línea era uninsulto y que proclamaba que suautor estaba hundido profundamente en la másencallecida vile-za.Se detuvo en ella durante algún tiempo con indignado asom-bro; luego la volvióa leer una y otra vez; pero cada relecturasirvió tan sólo para aumentar suaborrecimiento por ese hom-bre, y tan amargos eran sus sentimientos hacia élque no osabadarse permiso para hablar, a riesgo de ahondar en las heridasdeMarianne al presentar el fin de su compromiso no como unapérdida para ella dealgún bien posible, sino como el haber es-capado del peor y más irremediable delos males, la unión depor vida con un hombre sin principios; como una muy verdade-raliberación, una muy importante bendición.En su intensa

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meditación sobre el contenido de la carta, sobre la deprava-ciónde la mente que pudo dictarla y, probablemente, sobre lamuy diferentenaturaleza de una persona muy distinta, que notenía otra relación con el asuntoque la que su corazón le asig-naba con cada cosa que ocurría, Elinor olvidó lacongoja de suhermana allí frente a ella, olvidó las tres cartas en su regazoqueaún no había leído, y de manera tan completa olvidó eltiempo que había estadoen la habitación, que cuando al escu-char un coche llegando a la puerta se acercóa la ventana paraver quién venía a horas tan inadecuadamente tempranas,fuetoda sorpresa al reparar en que era el carruaje de la señoraJennings, quesabía no había sido ordenado sino hasta la una.Decidida a no dejar a Marianne,aunque sin ninguna esperanzade poder contribuir en ese momento a sutranquilidad, se apre-suró a salir para disculparse de acompañar a la señoraJen-nings, dado que su hermana se sentía indispuesta. La señoraJennings, conuna alegre preocupación por el motivo de la excu-sa, la aceptó con toda facilidad,y Elinor, tras despedirse de ellay ver que partía sin problemas, volvió dondeMarianne; la en-contró intentando levantarse de la cama y alcanzó a llegar asulado justo a tiempo para impedir que cayera al suelo, débil yaturdida por unaprolongada falta de adecuado descanso y ali-mento, pues eran muchos los díasque había pasado sin ningúnapetito, y muchas las noches desde la última vezque había dor-mido verdaderamente; y ahora, cuando su mente ya no seSenti-do y sensibilidad Jane Austen 109109sostenía en la fiebre delsuspenso, se vieron las consecuencias de todo ello enuna cabe-za adolorida, un estómago debilitado y una fragilidad nerviosageneral.Un vaso de vino, que Elinor de inmediato le trajo, larestauró algo, y por fin fuecapaz de expresar parte de su afectoal decir:-¡Pobre Elinor! ¡Cuántas penas te doy!-Sólo desearía -replicó su hermana- que hubiera algo que pudiera hacer para-consolarte.Esto, al igual que habría ocurrido con cualquier otracosa, fue demasiado paraMarianne, que sólo pudo exclamarcon toda la angustia de su corazón, “¡Ay,Elinor, que miserableme siento”, antes de que los sollozos ahogaran porcompleto suvoz.Elinor no pudo seguir contemplando en silencio este to-rrente de dolor que fluíasin encontrar resistencia.-Haz un esf-uerzo, Marianne -exclamó-, o te matarás y, junto contigo, a to-doslos que te aman. Piensa en tu madre; piensa en su aflicción

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al saber que túsufres; por ella, tienes que esforzarte.-No pue-do, no puedo -exclamó Marianne-; déjame, déjame si te aflijo;déjame,ódiame, olvídame; pero no me tortures así. ¡Ay! ¡Quéfácil es para quienes notienen penas propias hablar de esfuer-zo! Dichosa, dichosa Elinor, tú no puedestener idea de lo quesufro.-¡A mí me llamas dichosa, Marianne! ¡Ah! ¡Si supieras! ¡Ycómo crees quepueda serlo viéndote tan desgraciada!-Perdóna-me, perdóname -echándole los brazos al cuello-; sé que mecom-padeces; sé cuán buen corazón tienes; pero aun así eres… de-bes ser feliz;Edward te ama… ¡Qué, dime qué podría matar unafelicidad como ésa!-Muchas, muchas circunstancias -dijo Elinorsolemnemente.-No, no, no -exclamó Marianne con voz ardien-te-; él te ama, a ti y a nadie másque a ti. No puedes tener penaalguna.-No puedo disfrutar de nada mientras te vea en talestado.-Y nunca más me verás en otra forma. La mía es unadesdicha a la que nadapuede poner fin.-No debes hablar así,Marianne. ¿Acaso no tienes solaz alguno? ¿No tienesamigos?¿Es tan grande tu pérdida que no deja espacio al consuelo? Pormuchoque sufras ahora, piensa en lo que habrías sufrido si eldescubrimiento de sucarácter se hubiera postergado para másadelante… si tu compromiso sehubiera alargado por meses ymeses, como podría haber ocurrido, antes-de queél hubiera de-cidido terminarlo. Con cada nuevo día de desventurada conf-ianzade tu parte se habría hecho más atroz el gol-pe.-¡Compromiso! -exclamó Marianne-. No ha habido ningúncompromiso.-¡Ningún compromiso!-No, no es tan indigno comocrees. No me ha engañado.-Pero te dijo que te amaba, ¿no?-Sí… no… nunca… en absoluto. Estaba siempre implícito, peronuncadeclarado abiertamente. A veces creía que lo había he-cho… pero nunca ocurrió.-¿Y aun así le escribiste?-Sí… ¿podíaestar mal después de todo lo que había ocurrido? Pero no pue-doSentido y sensibilidad Jane Austen 110110hablar más.Elinorguardó silencio, y volviendo su atención a las tres cartas queahora ledespertaban mucho mayor curiosidad que antes, se de-dicó de inmediato aexaminar el contenido de todas ellas. Laprimera, que era la enviada por suhermana cuando llegaron ala ciudad, era como sigue:Berkeley Street, enero.¡Qué gransorpresa te llevarás, Willoughby, al recibir ésta! Y piensoquesentirás algo más que sorpresa cuando sepas que estoy en lac-iudad. La oportunidad de venir acá, aunque con la

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señoraJennings, fue una tentación a la que no pude resistir.Ojalá recibasésta a tiempo para venir a verme esta noche, perono voy a contarcon ello. En todo caso, te esperaré mañana. Porahora, adieu.M.D.La segunda nota, escrita la mañana despuésdel baile donde los Middleton, ibaen estas palabras:No puedoexpresar mi decepción al no haber estado aquí cuando vinistea-yer, ni mi asombro al no haber recibido ninguna respuesta a lanota quete envié hace cerca de una semana. He estado espe-rando saber de ti y,más todavía, verte, cada momento del día.Te ruego vengas de nuevo tanpronto como puedas y me expliq-ues el motivo de haberme tenido esperandoen vano. Sería me-jor que vinieras más temprano la próxima vez,porque en gene-ral salimos alrededor de la una. Anoche estuvimos dondeladyMiddleton, que ofreció un baile. Me dijeron que te habían invi-tado.Pero, ¿es posible que esto sea verdad? Debes haber camb-iado muchodesde que nos separamos si así ocurrió y tú no acu-diste. Pero no estoydispuesta a creer que haya sido así, y espe-ro que muy pronto measegures personalmente que no lofue.M.D.El contenido de la última nota era éste:¿Qué debo ima-ginar, Willoughby, de tu comportamiento de anoche? Otravezte exijo una explicación. Me había preparado para encontrartecon lanatural alegría que habría seguido a nuestra separación,con lafamiliaridad que nuestra intimidad en Barton me parecíajustificar. ¡Ycómo fui desairada! He pasado una noche misera-ble intentando excusaruna conducta que a duras penas puedeser considerada menos queinsultante; pero aunque todavía nohe podido encontrar ningunajustificación razonable para tucomportamiento, estoy perfectamentedispuesta a escucharlade ti. Quizá te han informado mal, o engañado apropósito en al-go relativo a mí que me pueda haber degradado en tuopinión.Dime de qué se trata, explícame sobre qué bases actuaste ymedaré por satisfecha si puedo satisfacerte. Ciertamente meapenaría tenerSentido y sensibilidad Jane Austen 111111quepensar mal de ti; pero si me veo obligada a hacerlo, si voy aen-contrarme con que no eres como hasta ahora te hemos creído,con quetu consideración por todas nosotras no era sincera y elúnico propósito detu comportamiento hacia mí era el engaño,mejor saberlo lo antes posible.En este momento me siento lle-na de la más atroz indecisión; deseoabsolverte, pero tener unacerteza, en cualquier sentido que sea, aliviarámi sufrimiento

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actual. Si tus sentimientos ya no son lo que fueron, medevolve-rás mis cartas y el mechón de mis cabellos que tienes en tupo-der.M.D.En consideración a Willoughby, Elinor no habría esta-do dispuesta a creer quetales cartas, tan llenas de afecto y con-fianza, pudieran haber merecido larespuesta que tuvieron. Pe-ro su condena de la actuación de él no le impedía verlo inapro-piado, en último término, de que hubieran sido escritas; y la-mentaba ensu interior la imprudencia que había arriesgado pr-uebas de ternura tan pocosolicitadas, que ningún precedentejustificaba y que los hechos tan severamentecondenaban, cuan-do Marianne, advirtiendo que ya había terminado con lascar-tas, le observó que ellas no contenían nada sino lo que cualqu-iera en lamisma situación habría escrito.-Yo me sentía -agregó-tan solemnemente comprometida con él como siestuviéramosunidos por el más estricto pacto legal.-Puedo creerlo -dijo Eli-nor-; pero, por desgracia, él no sentía lo mismo.-El sí sentía lomismo, Elinor… semana tras semana lo sintió. Sé que fueasí.No importa lo que lo haya hecho cambiar ahora (y nada si-no las artes másnegras usadas contra mí pueden haberlo logra-do), alguna vez le fui tan queridacomo mis deseos más profun-dos pudieron desearlo. Este mechón de pelo, delcual ahora sedeshace con tanta facilidad, lo obtuvo tras suplicármelo de la-manera más vehemente. ¡Si hubieras visto su aspecto, sus ma-neras, si hubierasescuchado su voz en ese momento! ¿Has olvi-dado acaso la última tarde quepasamos juntos en Barton?¡También la mañana en que nos separamos!Cuando me dijoque podrían pasar muchas semanas antes de que nos volviéra-mosa encontrar… su congoja, ¡cómo voy a olvidar su congo-ja!Durante uno o dos momentos no pudo decir nada más; perocuando suemoción se había aplacado, agregó con voz másfirme:-Elinor, me han utilizado de la forma más cruel, pero noha sido Willoughbyquien lo ha hecho.-Mi querida Marianne,¿quién, sino él? ¿Quién lo puede haber inducido a ello?-Todo elmundo, más que su propio corazón. Antes creería que todos losseresque conozco se concertarían para degradarme ante susojos que creerlo a él pornaturaleza capaz de tal crueldad. Estamujer sobre la que escribe, quienquieraque sea; o cualquiera,en suma, a excepción de ti, mi querida hermana, y mamáy Ed-ward, puede haber sido tan desalmado como para denigrarme.Fuera deustedes tres, ¿hay alguna criatura en el mundo de

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quien sospecharía menos quede Willoughby, cuyo corazón co-nozco tan bien?Elinor no quiso discutir, y se limitó a respon-derle:Sentido y sensibilidad Jane Austen 112112-Quienquierapueda haber sido ese enemigo tuyo tan detestable,arrebaté-mosle su malvado triunfo, mi querida hermana, haciéndole verconcuánta nobleza la conciencia de tu propia inocencia y bue-nas intencionessustenta tu espíritu. Es razonable y digno dealabanza un orgullo que se levantacontra tal malevolencia.-No,no -exclamó Marianne-, una desdicha como la mía no conoce elorgullo.No me importa que sepan cuán miserable me siento.Todos pueden saborear eltriunfo de verme así. Elinor, Elinor,los que poco sufren pueden ser tanorgullosos e independientescomo quieran; Pueden resistir los insultos o humillara su vez…Pero yo no puedo. Tengo que sentirme, tengo que ser desdicha-da… ybienvenidos sean a disfrutar de saberme así.-Pero por mimadre, y por mí.,,-Haría más que por mí misma. Pero mostrar-me contenta cuando me siento tanmiserable… ¡Ah! ¿Quién po-dría pedirme tanto?Nuevamente callaron ambas. Elinor estabaentregada a caminarpensativamente de la chimenea a la venta-na, de la ventana a la chimenea, sinadvertir el calor que le lle-gaba de una o distinguir los objetos a través de la otra;y Mar-ianne, sentada a los pies de la cama, con la cabeza apoyadacontra uno desus pilares, tomó de nuevo la carta de Willough-by, y tras estremecerse antecada una de sus frases, excla-mó:-¡Es demasiado! ¡Oh, Willoughby, Willoughby, cómo puedevenir esto de ti!Cruel, cruel, nada puede absolverte. Nada, Eli-nor. Sea lo que fuere que puedahaber escuchado contra Mí…¿no debiera haber suspendido el juicio? ¿No debióhabérmelodicho, darme la oportunidad de justificarme? “El mechón desuscabellos -repitiendo lo que la carta decía- que tan graciosa-mente me concedió”… eso es imperdonable. Willoughby, ¿dón-de tenías el corazón cuando escribisteesas palabras? ¡Oh, quédesalmada insolencia! Elinor, ¿es qUe acaso se lapuedejustificar?-No, Marianne, de ninguna manera.-Y, sin embargo,esta mujer… ¡quién sabe cuáles puedan haber sido sus mala-sartes, cuán largamente lo habrá premeditado, cómo se las ha-brá ingeniado!¿Quién es ella? ¿Quién puede_ ser? ¿A quién desus conocidas mencionóalguna vez Willoughby como joven yatractiva? ¡Oh! A nadie, a nadie… sólo mehablaba de mí.Siguióotra pausa; Marianne, presa de gran agitación, terminó así:-

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Elinor, debo irme a casa. Debo ir y consolar a mamá. ¿Podemosirnosmañana?-¡Mañana, Marianne!-Sí; ¿por qué había de que-darme aquí? Vine únicamente por Willoughby… yahora, ¿aquién le importo? ¿Quién se interesa por mí?-Sería imposiblepartir mañana. Le debemos a la señora Jennings mucho másq-ue cortesía; y la cortesía más básica no permitiría una partidatan repentinacomo ésa.-Está bien, entonces, en uno o dos díasmás quizá; pero no puedo quedarmemucho aquí, no puedo que-darme y aguantar las preguntas y observaciones detoda esagente. Los Middleton, los Palmer… ¿cómo voy a soportarsuSentido y sensibilidad Jane Austen 113113compasión? ¡Lacompasión de una mujer como la señora Jennings! ¡Ah, quédi-ría él de eso!Elinor le aconsejó que se tendiera nuevamente, ydurante unos momentos asílo hizo; pero ninguna posición latranquilizaba, y en un doloroso desasosiego dealma y cuerpo,cambiaba de una a otra postura, alterándose cada vez más;aduras penas pudo su hermana mantenerla en la cama y duran-te algunosmomentos temió verse obligada a pedir ayuda. Unasgotas de lavanda, sinembargo, que pudo convencerla de tomar,le sirvieron de ayuda; y desde eseinstante hasta la vuelta de laseñora Jennings permaneció en la cama, callada yquie-ta.CAPITULO XXXA su regreso, la señora Jennings se dirigiódirectamente a la habitación de Elinory Marianne y, sin espe-rar que respondieran a su llamado, abrió la puerta y entróconaire de verdadera preocupación.-¿Cómo está, querida? -le pre-guntó en tono compasivo a Marianne, que desvióel rostro sinhacer ningún intento por responder.-¿Cómo está, señoritaDashwood? ¡Pobrecita! Tiene muy mal aspecto. No esde extra-ñar. Sí, desgraciadamente es verdad. Se va a casar pronto…¡es unbadulaque! No lo soporto. La señora Taylor me lo contóhace media hora, y aella se lo contó una amiga íntima de ' laseñorita Grey misma, de otra forma no lohabría podido creer;quedé abismada al saberlo. Bien, dije, todo lo que puedodecires que, si es verdad, se ha portado de manera abominable conuna joven aquien conozco, y deseo con todo el corazón que suesposa le atormente la vida.Y seguiré diciéndolo para siempre,querida, puede estar segura. No se meocurre adónde irán a pa-rar los hombres por este camino; y si alguna vez me lovuelvo aencontrar, le daré tal reprimenda como no habrá tenido mu-chas en suvida. Pero queda un consuelo, mi querida señorita

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Marianne: no es el únicojoven del mundo que valga la pena; ycon su linda cara a usted nunca le faltaránadmiradores. ¡Ya,pobrecita! Ya no la molestaré más, porque lo mejor sería que-llorara sus penas de una vez por todas y acabara con eso. Porsuerte, sabeusted, esta noche van a venir los Parry y los San-derson, y eso la divertirá.Salió entonces de la habitación cami-nando de puntillas, como si creyera que laaflicción de su jovenamiga pudiera aumentar con el ruido.Para sorpresa de su her-mana, Marianne decidió cenar con ellas. Elinor inclusose lo de-saconsejó. Pero, “no, iba a bajar; lo soportaría perfectamente,y elbarullo en tomo a ella sería menor”. Elinor, contenta de quepor el momentofuera ése el motivo que la guiaba y aunque nola creía capaz de sentarse acenar, no dijo nada más; así, aco-modándole el vestido lo mejor que pudomientras Marianne se-guía echada sobre la cama, estuvo lista para acompañarlaal co-medor apenas las llamaron.Una vez allí, aunque con aire muydesdichado, comió más y con mayortranquilidad de la que suhermana había esperado. Si hubiera intentado hablar ose hub-iera dado cuenta de la mitad de las bien intencionadas pero de-satinadasSentido y sensibilidad Jane Austen 114114atencionesque le dirigía la señora Jennings, no habría podido manteneresacalma; pero sus labios no dejaron escapar ni una sílaba y suensimismamiento lamantuvo en la mayor ignorancia de cuantoocurría frente a ella.Elinor, que valoraba la bondad de la seño-ra Jennings aunque la efusión conque la expresaba a menudoera irritante y en ocasiones casi ridícula, lemanifestó la grati-tud y le correspondió las muestras de cortesía que su hermana-era incapaz de expresar o realizar por sí misma. Su buena ami-ga veía queMarianne era desdichada, y sentía que se le debíatodo aquello que pudieradisminuir su pena. La trató, entonces,con toda la cariñosa indulgencia de unamadre hacia su hijo fa-vorito en su último día de vacaciones. A Marianne debíadarseel mejor lugar junto a la chimenea, había que tentarla con to-dos losmejores manjares de la casa y entretenerla con el relatode todas las noticias deldía. Si Elinor no hubiera visto en eltriste semblante de su hermana un freno atodo regocijo, habríadisfrutado de los esfuerzos de la señora Jennings por curarundesengaño de amor mediante toda una variedad de confituras yaceitunas yun buen fuego de chimenea. Sin embargo, apenas laconciencia de todo esto seabrió paso en Marianne por repetirse

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una y otra vez, no pudo seguir ahí. Conuna viva exclamación dedolor y una señal a su hermana para que no la siguiera,se le-vantó y salió a toda prisa de la habitación.¡Pobre criatura! -ex-clamó la señora Jennings tan pronto hubo salido-. ¡Cómomeapena verla! ¡Y miren ustedes, si no se ha ido sin terminar suvino! ¡Ytambién ha dejado las cerezas confitadas! ¡Dios mío!Nada parece servirle.Créanme que si supiera de algo que leapeteciera, mandaría recorrer toda laciudad hasta encontrarlo.¡Vaya, es la cosa más increíble que un hombre hayatratado tanmal a una chica tan linda! Pero cuando la plata abunda por unlado yescasea totalmente por el otro, ¡que Dios me ampare!, yano les importan talescosas.-Entonces, la dama en cuestión, laseñorita Grey creo que la llamó usted, ¿esmuy rica?-Cincuentamil libras, querida mía. ¿La ha visto alguna vez? Una chicaele-gante, muy a la moda, según dicen, pero nada de guapa. Rec-uerdo muy biena su tía, Biddy Henshawe; se casó con un hom-bre muy rico. Pero todos en lafamilia son ricos. ¡Cincuenta millibras! Y desde todo punto de vista van a llegarmuy a tiempo,porque dicen que él está en la ruina. ¡Era que no, siemprelu-ciéndose por ahí con su calesín y sus caballos y perros de caza!Vaya, sinánimo de enjuiciar, pero cuando un joven, sea quiensea, viene y enamora a unalinda chica y le promete matrimon-io, no tiene derecho a desdecirse de supalabra sólo por haber-se empobrecido y que una muchacha rica esté dispuestaa acep-tarlo. ¿Por qué, en ese caso, no vende sus caballos, alquila sucasa,despide a sus criados, y no da un real vuelco a su vida?Les aseguro que laseñorita Marianne habría estado dispuesta aesperar hasta que las cosas sehubieran arreglado. Pero no esasí como se hacen las cosas hoy en día; losjóvenes de hoy ja-más van a renunciar a ningún placer.-¿Sabe usted qué clase demuchacha es la señorita Grey? ¿Tiene reputaciónde seramable?-Nunca he escuchado nada malo de ella; de hecho, casinunca la he oídoSentido y sensibilidad Jane Austen 115115-mencionar; excepto que la señora Taylor sí dijo esta mañanaque un día laseñorita Walker le insinuó que creía que el señory la señora Ellison nolamentarían ver casada a la señorita Gr-ey, porque ella y la señora Ellison nuncase habían avenido.-¿Yquiénes son los Ellison?-Sus tutores, querida. Pero ya es mayorde edad y puede escoger por símisma; ¡y una linda elección hahecho! Y ahora -tras una breve pausa-, su pobrehermana se ha

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ido a su habitación, supongo, a lamentarse a solas. ¿No hayna-da que se pueda hacer para consolarla? Pobrecita, parece tancruel dejarlasola. Pero bueno, poco a poco traeremos nuevosamigos, y eso la divertirá unpoco. ¿A qué podemos jugar? Séque ella detesta el whist; pero, ¿no hay ningúnjuego que se ha-ga en ronda que sea de su agrado?-Mi querida señora, tantagentileza es completamente innecesaria. Estoysegura de queMarianne no saldrá de su habitación esta noche. Intentarécon-vencerla, si es que puedo, de que se vaya a la cama temprano,porque estoysegura de que necesita descansar.-Claro, eso serálo mejor para ella. Que diga lo que quiere comer, y se acues-te.¡Dios! No es de extrañar que haya andado con tan mala caray tan abatida lasemana pasada y la anterior, porque imaginoque esta cosa ha estado encimade ella todo ese tiempo. ¡Y lacarta que le llegó hoy fue la última gota! ¡Pobrecriatura! Si lohubiera sabido, por supuesto que no le habría hecho bromas al-respecto ni por todo el oro del mundo. Pero entonces, usted sa-be, ¿cómo podríahaberlo adivinado? Estaba segura de que noera sino una carta de amor comúny corriente, y usted sabe quea los jóvenes les gusta que uno se ría un poco deellos con esascosas. ¡Dios! ¡Cómo estarán de preocupados sir John y mis hi-jascuando lo sepan! Si hubiera estado en mis cabales, podríahaber pasado porConduit Street en mi camino a casa y habér-selo contado. Pero los veré mañana.-Estoy segura de que no se-rá necesario prevenir a la señora Palmer y a sirJohn para queno nombren al señor Willoughby ni hagan la menor alusión aloque ha ocurrido frente a mi hermana. Su propia bondad natu-ral les indicará cuáncruel es mostrar en su presencia que se sa-be algo al respecto; y mientrasmenos se me hable a mí sobre eltema, más sufrimientos me ahorrarán, comobien podrá saberlousted, mi querida señora.-¡Ay, Dios! Sí, por supuesto. Debe serterrible para usted escuchar loscomentarios; y respecto de suhermana, le aseguro que por nada del mundo lemencionaré niuna palabra sobre el tema. Ya vio usted que no lo hice durantelacena. Y tampoco lo harán ni sir John ni mis hijas, porque sonmuy conscientes yconsiderados, en especial si se lo sugiero, co-mo por cierto lo haré. Por mi parte,pienso que mientras menosse diga acerca de estas cosas mejor es y másrápido desapare-cen y se olvidan. Y cuándo se ha sacado algo de bueno conha-blar, ¿no?-En el caso actual, sólo puede hacer daño… más

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quizá que en muchos otrossimilares, porque éste ha ido acom-pañado de algunas circunstancias que, por elbien de todos losinteresados, hacen inconveniente que se transforme enmateriade comentario público. Tengo que reconocerle esto al señorWilloughby:no ha roto ningún compromiso efectivo con mi her-mana.Sentido y sensibilidad Jane Austen 116116-¡Por Dios,querida! No intente defenderlo. ¡Qué me habla de ningúncom-promiso efectivo después de hacerla recorrer toda la casa deAllenham ymostrarle las habitaciones mismas en que iban a vi-vir de ahí en adelante!Pensando en su hermana, Elinor no qui-so seguir con el tema, y también porWilloughby esperaba queno le pidieran hacerlo, pues aunque Marianne podíaperder mu-cho, era poco lo que él podía ganar si se hacía valer la verdad.Trasun corto silencio por ambas partes, la señora Jennings, contodo sucaracterístico buen humor, se embarcó de nuevo en eltema.-Bueno, querida, como dicen, nadie sabe para quién tra-baja, porque el quesaldrá ganando con todo esto es el coronelBrandon. Al final la tendrá; sí, claro,la tendrá. Escuche lo quele digo, si no van a estar casados ya para el verano.¡Dios! ¡Có-mo va a gozar el coronel con estas noticias! Espero que vengaestanoche. Apostaría todo a uno a que será una unión muchomejor para suhermana. Dos mil al año sin deudas ni cargas…excepto, claro está, la jovencita,su hija natural; claro, se me ol-vidaba ella, pero sin mayores gastos la puedenponer de apren-diza en alguna parte, y entonces ya no tendrá ningunaimpor-tancia. Delaford es un sitio muy agradable, se lo aseguro; exac-tamente loque llamo un agradable sitio a la antigua, lleno decomodidades y conveniencias;rodeado de un enorme huertocon los mejores frutales de toda la región, ¡y quémorera en unaesquina! ¡Dios! ¡Cómo nos hartamos con Charlotte la únicavezque fuimos! Además hay un palomar, unos excelentes estan-ques con pecespara la mesa y una preciosa canaleta; en resu-men, todo lo que uno podríadesear; y, más aún, está cerca dela iglesia y a sólo un cuarto de milla de uncamino de portazgo,así que nunca es aburrido, pues basta ir a sentarse en unaviejaglorieta bajo un tejo detrás de la casa y se puede ver pasar loscarruajes.¡Ah, es un hermoso lugar! Un carnicero cerca en elpueblo y la casa del párrocoa tiro de piedra. Para mi gusto, milveces más lindo que Barton Park, dondetienen que recorrertres millas para ir por la carne y no hay ningún vecino

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máscerca que la madre de ustedes. Bueno, le daré ánimos alcoronel apenas pueda.Ya sabe usted, un clavo saca otro clavo.¡Si pudiéramos sacarle a Willoughby dela mente!-Ay, si pudié-ramos hacer al menos eso, señora -dijo Elinor-, nos arreglaría-mosde lo más bien con o sin el coronel Brandon.Levantándose,entonces, fue a reunirse con Marianne, a quien encontró, talco-mo se lo había esperado, en su habitación, inclinada en silenc-iosadesesperación sobre los restos de lumbre en la chimenea,que hasta la entradade Elinor habían sido su única luz.-Mejorme dejas sola -fue toda la señal de atención que dio a suhermana.-Lo haré -dijo Elinor-, si te vas a la cama.A esto, sinembargo, con la momentánea porfía de un ardoroso padecim-iento,se negó en un principio. Pero los insistentes, aunque gen-tiles, argumentos de suhermana pronto la condujeron suave-mente a la docilidad; y antes de dejarla,Elinor la vio recostarsu adolorida cabeza sobre la almohada y, tal comoesperaba, encamino a un cierto sosiego.En la, sala, adonde entonces se diri-gió, pronto se le reunió la señora Jenningscon un vaso de vino,lleno de algo, en la mano.Sentido y sensibilidad Jane Austen117117-Querida -le dijo al entrar-, acabo de recordar que acáen la casa tengo unpoco del mejor vino añejo de Constantiaque haya probado, así que le traje unvaso para su hermana.¡Mi pobre esposo! ¡Cómo le gustaba! Cada vez que ledaba unode sus ataques de gota hepática, decía que nada en el mundole hacíamejor. Por favor, lléveselo a su hermana.-Mi queridaseñora -replicó Elinor, sonriendo ante la diferencia de los ma-lespara los que lo recomendaba-, ¡qué buena es usted! Peroacabo de dejar aMarianne acostada y, espero, casi dormida; ycomo creo que nada le servirámás que el descanso, si me lopermite, yo me beberé el vino.La señora Jennings, aunque la-mentando no haber llegado cinco minutos antes,quedó satisfe-cha con el arreglo; y Elinor, mientras se lo tomaba, pensabaqueaunque su efecto en la gota hepática no tenía ninguna im-portancia en elmomento, sus poderes curativos sobre un cora-zón desengañado bien podíanprobarse en ella tanto como en suhermana.El coronel Brandon llegó cuando se encontraban to-mando el té, y por sumanera de mirar a su alrededor para versi estaba Marianne, Elinor se imaginóde inmediato que ni espe-raba ni deseaba verla ahí y, en suma, de que ya sabíala causade su ausencia. A la señora Jennings no se le ocurrió lo mismo,

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puespoco después de la llegada del coronel cruzó la habitaciónhasta la mesa de téque presidía Elinor y le susurró:-Vea usted,el coronel está tan serio como siempre. No sabe nada de loocu-rrido; vamos, cuénteselo, querida.Al rato él acercó una silla ala mesa de Elinor, y con un aire que la hizo sentirsesegura deque estaba plenamente al tanto, le preguntó sobre suhermana.-Marianne no se encuentra bien -dijo ella-. Ha estadoindispuesta durante todoel día y la hemos convencido de quese vaya a la cama.-Entonces, quizá -respondió vacilante-, lo queescuché esta mañana puede serverdad… puede ser más ciertode lo que creí posible en un comienzo.-¿Qué fue lo queescuchó?-Que un caballero, respecto del cual tenía motivos pa-ra pensar… en suma, queun hombre a quien se sabía compro-metido… pero, ¿cómo se lo puedo decir? Siya lo sabe, como eslo más seguro, puede ahorrarme el tener que hacerlo.-Usted serefiere -respondió Elinor con forzada tranquilidad- al matrimo-nio delseñor Willoughby con la señorita Grey. Sí, sí sabemos to-do al respecto. Esteparece haber sido un día de esclarecimien-to general, porque hoy mismo en lamañana recién lo descubri-mos. ¡El señor Willoughby es incomprensible! ¿Dóndelo escu-chó usted?-En una tienda de artículos de escritorio en PallMall, adonde tuve que ir en lamañana. Dos señoras estaban es-perando su coche y una le estaba contando ala otra de esta fu-tura boda, en una voz tan poco discreta que me fue imposible-no escuchar todo. El nombre de Willoughby, John Willoughby,repetido una yotra vez, atrajo primero mi atención, y a ello sig-uió la inequívoca declaración deque todo estaba ya decidido enrelación con su matrimonio con la señorita Grey;ya no era unsecreto, la boda tendría lugar dentro de pocas semanas, y mu-chosotros detalles sobre los preparativos y otros asuntos. Enespecial recuerdo unacosa, porque me permitió identificar alhombre con mayor precisión: tan prontoSentido y sensibilidadJane Austen 118118terminara la ceremonia partirían a CombeMagna, su propiedad enSomersetshire. ¡No se imagina miasombro! Pero me seria imposible describir loque sentí. La tancomunicativa dama, se me informó al preguntarlo, porqueper-manecí en la tienda hasta que se hubieron ido, era una tal se-ñora Ellison; yése, según me han dicho, es el nombre del tutorde la señorita Grey.-Sí lo es. Pero, ¿escuchó también que la se-ñorita Grey tiene cincuenta millibras? Eso puede explicarlo, si

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es que algo puede.-Podría ser así; pero Willoughby es capaz…al menos eso creo -se interrumpiódurante un instante, y luegoagregó en una voz que parecía desconfiar de símisma-; y suhermana, ¿cómo lo ha… ?-Su sufrimiento ha sido enorme. Tansólo me queda esperar que seaproporcionalmente breve. Ha si-do, es la más cruel aflicción. Hasta ayer, creo,ella nunca dudódel afecto de Willoughby; e incluso ahora, quizá… pero, por mi-parte, tengo casi la certeza de que él nunca estuvo realmenteinteresado en ella.¡Ha sido tan falso! Y, en algunas cosas, pare-ce haber una cierta crueldad en él.-¡Ah! -dijo el coronel Bran-don-, por cierto que la hay. Pero su hermana no… meparecehabérselo oído a usted… no piensa lo mismo que usted, ¿no?-Usted sabe cómo es ella, y se imaginará de qué manera lo justi-ficaría sipudiera.El no respondió; y poco después, como se reti-rara el servicio de té y seformaran los grupos para jugar a lascartas, debieron dejar de lado el tema. Laseñora Jennings, quelos había observado conversar con gran placer y queesperabaver cómo las palabras de la señorita Dashwood producían enelcoronel Brandon un instantánea júbilo, semejante al que co-rrespondería a unhombre en la flor de la juventud, de la espe-ranza y de la felicidad, llena deasombro lo vio permanecer todala tarde más pensativo y más serio que nunca.CAPITULOXXXITras una noche en que había dormido más de lo esperado,Marianne despertó ala mañana siguiente para encontrarse sa-biéndose tan desdichada como cuandohabía cerrado losojos.Elinor la animó cuanto pudo a hablar de lo que sentía; yantes de que estuvieralisto el desayuno, habían recorrido elasunto una y otra vez, Elinor sin alterar sutranquila certeza yafectuosos consejos, y Marianne manteniendo laexacerbaciónde sus emociones y cambiando una y otra vez sus opiniones.Aratos creía a Willoughby tan desdichado e inocente como ella;y en otros, sedesconsolaba ante la imposibilidad de absolverlo.En un momento le eranabsolutamente indiferentes los comen-tarios del mundo, al siguiente se retiraríade él para siempre, yluego iba a resistirlo con toda su fuerza. En una cosa, sinem-bargo, permanecía constante al tratarse ese punto: en evitar,siempre quefuera posible, la presencia de la señora Jennings, yen su decisión demantenerse en absoluto silencio cuando seviera obligada a soportarla. Sucorazón se rehusaba a creer quela señora Jennings pudiera participar en sudolor con alguna

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compasión.Sentido y sensibilidad Jane Austen 119119-No, no,no, no puede ser -exclamó—, ella es incapaz de sentir. Su afabi-lidadno es conmiseración; su buen carácter no es ternura. To-do lo que le interesa eschismorrear, y sólo le agrado porque ledoy material para hacerlo.Elinor no necesitaba escuchar estopara saber cuántas injusticias podíacometer su hermana,arrastrada por el irritable refinamiento de su propia mentec-uando se trataba de opinar sobre los demás, y la excesiva im-portancia queatribuía a las delicadezas propias de una gransensibilidad y al donaire de losmodales cultivados. Al igual quemedio mundo, si más de medio mundo fuerainteligente y bue-no, Marianne, con sus excelentes cualidades y excelentedispo-sición, no era ni razonable ni justa. Esperaba que los demás tu-vieran susmismas opiniones y sentimientos, y calificaba susmotivos por el efectoinmediato que tenían sus acciones en ella.Fue en estas circunstancias que,mientras las hermanas esta-ban en su habitación después del desayuno, ocurrióalgo que re-bajó aún más su opinión sobre la calidad de los sentimientos delaseñora Jennings; pues, por su propia debilidad, permitió quele ocasionara unnuevo dolor, aunque la buena señora había es-tado guiada por la mejor voluntad.Con una carta en su manoextendida y una alegre sonrisa nacida de laconvicción de serportadora de consuelo, entró en la habitación diciendo:-Mire,querida, le traigo algo que estoy segura le hará bien.Marianneno necesitaba escuchar más. En un momento su imaginación lepusopor delante una carta de Willoughby, llena de ternura yarrepentimiento, queexplicaba lo ocurrido a toda satisfacción yde manera convincente, seguida deinmediato por Willoughbyen persona, abalanzándose a la habitación parareforzar, a suspies y con la elocuencia de su mirada, las declaraciones de su-carta. La obra de un momento fue destruida por el siguiente.Frente a ella estabala escritura de su madre, que hasta enton-ces nunca había sido mal recibida; yen la agudeza de su desilu-sión tras un éxtasis que había sido de algo más queesperanza,sintió como si, hasta ese instante, nunca hubiera sufrido.No te-nía nombre para la crueldad de la señora Jennings, aunqueciertamentehubiera sabido cómo llamarla en sus momentos demás feliz elocuencia; ahorasólo podía reprochársela mediantelas lágrimas que le arrasaron-los ojos conapasionada violencia;un reproche, sin embargo, tan por completo desperdiciadoen

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aquella a quien estaba dirigido, que ésta, tras muchas expres-iones decompasión, se retiró sin dejar de encomendarle la car-ta como gran consuelo.Pero cuando tuvo la tranquilidad sufic-iente para leerla, fue poco el alivio queencontró en ella. Cadalínea estaba llena de Willoughby. La señora Dashwood,todavíaconfiada en su compromiso y creyendo con la calidez de siem-pre en lalealtad del joven, sólo por la insistencia de Elinor sehabía decidido a exigir deMarianne una mayor franqueza haciaambas, y esto con tal ternura hacia ella, talafecto por Willough-by y tal certeza sobre la felicidad que cada uno encontraríaenel otro, que no pudo dejar de llorar desesperadamente hastaterminar de leer.De nuevo se despertó en Marianne toda su im-paciencia por volver al hogar;nunca su madre le había sidomás querida, incluso por el mismo exceso de suerrada confian-za en Willoughby, y anhelaba desesperadamente haber partido-ya. Elinor, incapaz de decidir por sí misma qué sería mejor pa-ra Marianne, siestar en Londres o en Barton, no le ofreció otroconsuelo que la recomendaciónSentido y sensibilidad Jane Aus-ten 120120de paciencia hasta que conocieran los deseos de sumadre; y finalmente logróque su hermana accediera a esperarhasta saberlo.La señora Jennings salió más temprano que decostumbre, pues no podíaquedarse tranquila hasta que losMiddleton y los Palmer pudieran lamentarsetanto como ella; yrehusando terminantemente el ofrecimiento de Elinor deacom-pañarla, salió sola durante el resto de la mañana. Elinor, con elcorazónabatido, consciente del dolor que iba a causar y dándo-se cuenta por la carta aMarianne del escaso éxito que había te-nido en preparar a su madre, se sentó aescribirle relatándolelo ocurrido y a pedirle que las guiara en lo que ahoradebían ha-cer. Marianne, entretanto, que había acudido a la sala al salirla señoraJennings, se mantuvo inmóvil junto a la mesa dondeElinor escribía, observandocómo avanzaba su pluma, lamentan-do la dureza de su tarea, y lamentando conmás afecto aún elefecto que tendría en su madre.Llevaban en esto cerca de uncuarto de hora cuando Marianne, cuyos nerviosno soportabanen ese momento ningún ruido repentino, se sobresaltó alescu-char un golpe en la puerta.-¿Quién puede ser? -exclamó Eli-nor-. ¡Y tan temprano! Pensaba queestábamos a salvo.Marian-ne se acercó a la ventana.-Es el coronel Brandon -dijo, moles-ta-. Nunca estamos a salvo de él.-Como la señora Jennings está

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fuera, no va a entrar.-Yo no confiaría en eso -retirándose a suhabitación-. Un hombre que no sabequé hacer con su tiempono tiene conciencia alguna de su intromisión en el delos de-más.Los hechos confirmaron su suposición, aunque estuvierabasada en lainjusticia y el error, porque el coronel Brandon síentró; y Elinor, que estabaconvencida de que su preocupaciónpor Marianne lo había llevado hasta allí, yque veía esa preocu-pación en su aire triste y perturbado y en su ansioso,aunquebreve, indagar por ella, no pudo perdonarle a su hermana porjuzgarlotan a la ligera.-Me encontré con la señora Jennings enBond Street -le dijo, tras el primersaludo-, y ella me animó avenir; y no le fue difícil hacerlo, porque pensé quesería proba-ble encontrarla a usted sola, que era lo que quería. Mi propósi-to… mideseo, mi único deseo al querer eso… espero, creo queasí es… es poder darconsuelo… no, no debo decir consuelo, noconsuelo momentáneo, sino unacerteza, una perdurable certe-za para su hermana. Mi consideración por ella, porusted, porsu madre, espero me permita probársela mediante el relato deciertascircunstancias, que nada sino una muy sincera conside-ración, nada sino eldeseo de serles útil… creo que lo justifican.Aunque, si he debido pasar tantashoras intentando convencer-me de que tengo la razón, ¿no habrá motivos paratemer estarequivocado? -se interrumpió.-Lo comprendo -dijo Elinor-. Tienealgo que decirme del señor Willoughby quepondrá aún más a lavista su carácter. Decirlo será el mayor signo de amistadquepuede mostrar por Marianne. Cualquier información dirigida aese finmerecerá mi inmediata gratitud, y la de ella vendrá conel tiempo. Por favor, se loruego, dígamelo.Sentido y sensibili-dad Jane Austen 121121-Lo haré; y, para ser breve, cuando de-jé Barton el pasado octubre… pero asíno lo entenderá. Deboretroceder más aún. Se dará cuenta de que soy unnarradormuy torpe, señorita Dashwood; ni siquiera sé dónde comenzar.Creoque será necesario contarle muy brevemente sobre mí, yseré muy breve. En untema como éste -suspiró profundamente-estaré poco tentado a alargarme.Se interrumpió un momentopara ordenar sus recuerdos y luego, con otrosuspiro, continuó.-Probablemente habrá olvidado por completo una conversación(no se suponeque haya hecho ninguna impresión en usted), unaconversación que tuvimosuna noche en Barton Park, una nocheen que había un baile, en la cual yomencioné una dama que

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había conocido hace tiempo y que se parecía, enalguna medi-da, a su hermana Marianne.-Por cierto -respondió Elinor-, no lohe olvidado.El coronel pareció complacido por este recuerdo, yagregó:-Si no me engaña la incertidumbre, la arbitrariedad deun dulce recuerdo, hayun gran parecido entre ellas, en menta-lidad y en aspecto: la misma intensidad ensus sentimientos, lamisma fuerza de imaginación y vehemencia de espíritu.Esta da-ma era una de mis parientes más cercanas, huérfana desde lainfancia ybajo la tutela de mi padre. Teníamos casi la mismaedad, y desde nuestros mástempranos años fuimos compañerosde juegos y amigos. No puedo recordaralgún momento en queno haya querido a Eliza; y mi afecto por ella, a medidaque cre-cíamos, fue tal que quizá, juzgando por mi actual carácter soli-tario y mitan poco alegre seriedad, usted me crea incapaz dehaberlo sentido. El de ellahacia mí fue, así lo creo, tan fervien-te como el de su hermana al señorWilloughby y, aunque pormotivos diferentes, no menos desafortunado. A losdiecisieteaños la perdí para siempre. Se casó, en contra de sus deseos,con mihermano. Era dueña de una gran fortuna, y las propieda-des de mi familiabastante importantes. Y esto, me temo, es to-do lo que se puede decir respectodel comportamiento de quienera al mismo tiempo su tío y tutor. Mi hermano nose la mere-cía; ni siquiera la amaba. Yo había tenido la esperanza de quesuafecto por mí la sostendría ante todas las dificultades, y porun tiempo así fue;pero finalmente la desdichada situación enque vivía, porque debía soportar lasmayores inclemencias, fuemás fuerte que ella, y aunque me había prometidoque nada…¡pero cuán a ciegas avanzo en mi relato! No le he dicho cómofueque ocurrió esto. Estábamos a pocas horas de huir juntos aEscocia. Lafalsedad, o la necedad de la doncella de mi primanos traicionó. Fui expulsado ala casa de un pariente muy leja-no, y a ella no se le permitió ninguna libertad,ninguna compa-ñía ni diversión, hasta que convencieron a mi padre de queced-iera. Yo había confiado demasiado en la fortaleza de Eliza, y elgolpe fuemuy severo. Pero si su matrimonio hubiese sido feliz,joven como era yo en eseentonces, en unos pocos meses habríaterminado aceptándolo, o al menos notendría que lamentarloahora. Pero no fue ése el caso. Mi hermano no teníaconsidera-ción alguna por ella; sus diversiones no eran las correctas, ydesde uncomienzo la trató de manera inclemente. La

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consecuencia de esto sobre unamente tan joven, tan vivaz, tanfalta de experiencia como la de la señoraBrandon, no fue sinola esperada. Al comienzo se resignó a la desdicha de suSentidoy sensibilidad Jane Austen 122122situación; y ésta hubiera sidofeliz si ella no hubiera dedicado su vida a vencer elpesar que leocasionaba mi recuerdo. Pero, ¿puede extrañarnos que con tal-marido, que empujaba a la infidelidad, y sin un amigo que laaconsejara o lafrenara (porque mi padre sólo vivió algunos me-ses más después de que secasaron, y yo estaba con mi regim-iento en las Indias Orientales), ella hayacaído? Si yo me hubie-ra quedado en Inglaterra, quizá… pero mi intención eraprocu-rar la felicidad de ambos alejándome de ella durante algunosaños, y contal propósito había obtenido mi traslado. El golpeque su matrimonio significópara mí -continuó con voz agitada-no fue nada, fue algo trivial, si se lo comparacon lo que sentícuando, más o menos dos años después, supe de su divorc-io.Fue esa la causa de esta melancolía… incluso ahora, el rec-uerdo de lo quesufrí… Sin poder seguir hablando, se levantóprecipitadamente y se dedicó a darvueltas durante algunos mi-nutos por la habitación. Elinor, afectada por su relato,y aúnmás por su congoja, tampoco pudo decir palabra. El vio suaflicción y,acercándosele, tomó una de sus manos entre las su-yas, la oprimió y besó conagradecido respeto. Unos pocos mi-nutos más de silencioso esfuerzo lepermitieron seguir con unacierta compostura.-Transcurrieron unos tres años después deeste desdichado período, antes deque yo volviera a Inglaterra.Mi primera preocupación, cuando llegué, porsupuesto fue bus-carla. Pero la búsqueda fue tan infructuosa como triste. Nopu-de rastrear sus pasos más allá del primero que la sedujo, y to-do hacía temerque se había alejado de él sólo para hundirsemás profundamente en una vidade pecado. Su asignación legalno se correspondía con su fortuna ni erasuficiente para subsis-tir con algún bienestar, y supe por mi hermano que algunosme-ses atrás le había dado poder a otra persona para recibirla. Else imaginaba,y tranquilamente podía imaginárselo, que el de-rroche, y la consecuenteangustia, la habían obligado a dispo-ner de su dinero para solucionar algúnproblema urgente. Final-mente, sin embargo, y cuando habían transcurrido seismesesdesde mi llegada a Inglaterra, pude encontrarla. El interés porun antiguocriado que, después de haber dejado mi servicio,

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había caído en desgracia, meindujo a visitarlo en un lugar dedetención donde lo habían recluido por deudas;y allí, en el mis-mo lugar, en igual reclusión, se encontraba mi infortunadaher-mana. ¡Tan cambiada, tan deslucida, desgastada por todo tipodesufrimientos! A duras penas podía creer que la triste y enfer-ma figura que teníafrente a mí fuera lo que quedaba de la ado-rable, floreciente, saludable-muchachade quien alguna vez ha-bía estado prendado. Cuánto dolor hube desoportar al verlaasí… pero no tengo derecho a herir sus sentimientos al inten-tardescribirlo. Ya la he hecho sufrir demasiado. Que, según to-das las apariencias,estaba en las últimas etapas de la tubercu-losis, fue… sí, en tal situación fue mimayor consuelo. Nada po-día hacer ya la vida por ella, más allá de darle tiempopara me-jor prepararse a morir; y eso se le concedió. Vi que tuvieraunalojamiento confortable y con la atención necesaria; la visitéa diario durante elresto de su corta vida: estuve a su lado ensus últimos momentos.Nuevamente se detuvo, intentando reco-brarse; y Elinor dio salida a sussentimientos a través de unatierna exclamación de desconsuelo por el destinoSentido y sen-sibilidad Jane Austen 123123de su infortunado amigo.-Esperoque su hermana no se ofenderá -dijo- por la semejanza que hei-maginado entre ella y mi pobre infortunada pariente. El desti-no, y la fortuna queles tocó en suerte, no pueden ser iguales; ysi la dulce disposición natural de unahubiera sido vigilada poralguien más firme, o hubiera tenido un matrimonio másfeliz,habría llegado a ser todo lo que usted alcanzará a ver que laotra será.Pero, ¿a qué nos lleva todo esto? Creo haberla angus-tiado por nada. ¡Ah,señorita Dashwood! Un tema como éste, si-lenciado durante catorce años… ¡espeligroso incluso tocarlo!Tengo que concentrarme… ser más conciso. Eti7a dejóa mi cui-dado a su única hija, una niñita por ese entonces de tres añosde edad,el fruto de su primera relación culpable. Ella amaba aesa niña, y siempre lahabía mantenido a su lado. Fue su tesoromás valioso y preciado el que meencomendó, y gustoso me ha-bría hecho cargo de ella en el más estricto sentido,cuidando yomismo de su educación, si nuestras situaciones lo hubieranper-mitido; pero yo no tenía familia ni hogar; y así mi pequeña Eli-za fue enviada aun colegio. La iba a ver allí cada vez que podía,y tras la muerte de mi hermano(que ocurrió alrededor de cincoaños atrás, dejándome en posesión de losbienes de la familia),

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ella me visitaba con bastante frecuencia en Delaford. Yo lalla-maba una pariente lejana, pero estoy muy consciente de queen general se hasupuesto que la relación es mucho más cerca-na. Hace ya tres años (acababa decumplir los catorce) que lasaqué del colegio y la puse al cuidado de una mujermuy respe-table, residente en Dorsetshire, que tenía a su cargo cuatro ocincootras niñas de aproximadamente la misma edad; y duran-te dos años, todo mehacía sentirme muy satisfecho con su sit-uación. Pero en febrero pasado, hacecasi un año, de improvisodesapareció. Yo la había autorizado(imprudentemente, comodespués se ha visto), obedeciendo a sus ardientesdeseos, paraque fuera a Bath con una de sus amiguitas, cuyo padre seen-contraba allí por motivos de salud. Yo conocía su reputacióncomo un muybuen hombre, y tenía buena opinión de su hija…mejor de la que se merecía,pues ella, obstinándose en el másdesatinado sigilo, se negó a decir nada, a darninguna pista,aunque obviamente estaba al tanto de todo. Creo que él, supa-dre, un hombre bien intencionado pero no muy perspicaz, erarealmenteincapaz de dar información alguna, pues había esta-do casi siempre recluido enla casa, mientras las niñas corretea-ban por la ciudad estableciendo relacionescon quienes se lesdaba la gana; y él intentó convencerme, tanto como lo esta-baél, de que su hija nada tenía que ver en el asunto. En pocaspalabras, no pudeaveriguar nada sino que se había ido; duran-te ocho largos meses, todo lo demásquedó sujeto a meras con-jeturas. Es de imaginar lo que pensé, lo que temía, ytambién loque sufrí.-¡Santo Dios! -exclamó Elinor-. ¡Será posible! ¡Podríaser que Willoughby… !-Las primeras noticias que tuve de ella -continuó el coronel- me llegaron enuna carta que ella mismame envió en octubre pasado. Me la remitieron desdeDelaford yla recibí esa misma mañana en que pensábamos ir de excur-sión aWhitwell; y ésa fue la razón de mi tan repentina partidade Barton, que con todaseguridad en ese momento debe haberextrañado a todos y que, según creo,ofendió a algunos. Pocopodía imaginar el señor Willoughby, me parece, cuandoSentidoy sensibilidad Jane Austen 124124con su mirada me reprochóla falta de cortesía en que yo habría incurrido alarruinar el pa-seo, que me solicitaban para prestar ayuda a alguien a quienélhabía llevado miseria e infelicidad; pero si lo hubiera sabido,¿de qué habríaservido? ¿Habría estado menos alegre o sido

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menos feliz con las sonrisas de suhermana? No, ya había hechoaquello que ningún hombre capaz de algunacompasión haría.¡Había abandonado a la niña cuya juventud e inocencia había-seducido, dejándola en una situación de máxima aflicción, sinun hogarrespetable, sin ayuda, sin amigos, sin saber dónde en-contrarlo! La había abandonado,con la promesa de volver; niescribió, ni volvió, ni la auxilió.-¡Qué inconcebible! -exclamóElinor.-Ahora puede ver cómo es su carácter: derrochador, li-cencioso, y peor aún queeso. Sabiéndolo, como yo lo he sabidodesde hace ya muchas semanas,imagínese lo que debo habersentido al ver a su hermana tan afecta a él comosiempre, ycuando se me aseguró que iba a casarse con él; imagínese loquehabré sentido pensando en todas ustedes. Cuando vine averla la semana pasaday la encontré sola, estaba decidido a sa-ber la verdad, aunque aún indeciso encuanto a qué hacer cuan-do la supiera. Mi comportamiento debe haberleextrañado, peroahora lo entenderá. Tener que verlas a todas ustedesengaña-das en esa forma; ver a su hermana… pero, ¿qué podía hacer?No teníaesperanza alguna de intervenir con éxito; y en ocasio-nes pensaba que suhermana aún podía mantener suficiente in-fluencia sobre él para recuperarlo.Pero tras un trato tan igno-minioso, ¿quién sabe cuáles serían sus intencioneshacia ella?Cualesquiera hayan sido, sin embargo, puede que ahora ellasesienta agradecida de su situación, y sin duda más adelante loestará, cuando lacompare con la de mi pobre Eliza, cuandopiense en la situación miserable ydesesperada de esta pobreniña y se la imagine con un afecto tan fuerte por él,tan fuertecomo el que ella misma le tiene, y con un espíritu atormentadopor lasautorrecriminaciones, que la acompañarán durante todasu vida. Con toda seguridadesta comparación le servirá de al-go. Sentirá que sus propiossufrimientos no son nada. No prov-ienen de una mala conducta y no puedentraerle desgracia. Alcontrario, deberán hacer que en cada uno de sus amigosau-mente la amistad hacia ella. La preocupación por su desdicha yel respeto porla entereza que subyace a ella deberán reforzartodos los afectos. Utilice, sinembargo, su propia discreción pa-ra comunicarle lo que le he contado. Usteddebe saber mejorqué efecto tendrá; y si no hubiera creído muy seriamente ydes-de el fondo de mi corazón que pudiera serle de alguna utilidad,que pudieraaliviar sus padecimientos, no me habría permitido

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perturbarla con este relato delas aflicciones que ha debido su-frir mi familia, una narración con la cual podríasospecharseque intento enaltecerme a costa de los demás.Elinor acogió es-tas palabras con profundo agradecimiento, asistida tambiénporla certeza de que el conocimiento de lo ocurrido sería de im-portanteprovecho para Marianne.-Para mí han sido másdolorosos -dijo- los esfuerzos de Marianne por liberarlode todaculpa que ninguna otra cosa, porque eso la altera más de loque puedehacer una cabal convicción de su indignidad. Aunqueal principio sufra mucho,estoy segura de que muy pronto en-contrará alivio. Usted -continuó-, ¿ha visto alSentido y sensibi-lidad Jane Austen 125125señor Willoughby desde que lo dejóen Barton?-Sí -replicó él gravemente-, una vez. Era inevitableencontrarme con él unavez.Elinor, sobresaltada por su tono, lomiró inquieta, diciendo:-¡Cómo! ¿Se encontró con él para… ?-No podía ser de otra manera. Eliza me había confesado, aunq-ue muy adesgana, el nombre de su amante; y cuando él volvió ala ciudad, quince díasdespués de mí, nos citamos para encon-trarnos, él para defender su conducta, yopara castigarla. Re-tornamos indemnes, y así el encuentro nunca se hizo públi-co.Elinor suspiró ante lo fantasioso e innecesario de todo ello,pero tratándose deun hombre y un soldado, pretendió nodesaprobarlo.-Esa es -dijo el coronel Brandon tras una pausa-la desdichada semejanzaentre el destino de la madre y el de lahija, ¡y de qué manera he fallado yo enaquello que se me habíaencomendado!-¿Todavía está ella en la ciudad?-No; tan prontose recuperó del parto, puesto que la encontré próxima a daraluz, la llevé a ella y a su hijo al campo, y allí permanece hastahoy.Al poco rato, pensando que estaba impidiendo a Elinoracompañar a suhermana, el coronel dio término a su visita,tras volver a recibir de ella el mássentido agradecimiento y de-jarla llena de piedad y afecto por él.CAPITULO XXXIICuando laseñorita Dashwood dio a conocer en detalle esta conversacióna suhermana, como lo hizo con gran prontitud, el efecto que tu-vo en ésta no fue porcompleto el que la primera había espera-do. No fue que Marianne parecieradesconfiar de la autentici-dad de lo relatado, pues a todo prestó la más tranquilay dócilatención, no objetó ni comentó nada, en ningún momento in-tentó justificara Willoughby, y con sus lágrimas pareció mos-trar que sentía imposible cualquierjustificación. Pero aunque

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posteriormente su comportamiento le dio a Elinor lacerteza deque sí había logrado convencerla de la culpabilidad del joven;aunquecomplacida pudo ver que, como consecuencia, Marian-ne ya no evitaba alcoronel Brandon cuando las visitaba, con-versaba con él, e incluso hasta poriniciativa propia, con una es-pecie de compasivo respeto, y aunque la veía de unánimo me-nos exasperadamente irritable que antes, no la veía menosdes-dichada. Su mente estaba estable, pero se había establecido enun sombríoabatimiento. Le dolía más la pérdida de la imagenque tenía de Willoughby queel haber perdido su amor; el quehubiera seducido y abandonado a la señoritaWilliams, la miser-ia de esa pobre niña y la duda en torno a lo que alguna vezpud-ieron haber sido los propósitos del joven hacia ella misma, todoello laagobiaba de tal manera que no podía allanarse a hablarde lo que sentía nisiquiera con Elinor; y con su callado ensimis-mamiento en sus penas, hacía sufrira su hermana más que si lehubiera abierto su corazón hablándole una y otravez deellas.Relatar lo que sintió y dijo la señora Dashwood al recibir yresponder la cartaSentido y sensibilidad Jane Austen 126126deElinor sería tan sólo repetir lo que sus hijas ya habían sentido ydicho; unadesilusión apenas menos dolorosa que la de Marian-ne, y una indignación mayoraún que la de Elinor. Una tras otrales hizo llegar largas cartas, en las que leshablaba de su dolory de lo que pensaba; expresaba su ansiedad ypreocupación porMarianne y la llamaba a soportar con entereza su desgrac-ia.¡Terrible debía ser en verdad la aflicción de Marianne, cuan-do su madre podíahablar de entereza! ¡Qué vejatorio y humi-llante debía ser el origen de suslamentos, para que la señoraDashwood no quisiera verla abandonándose aellos!En contrade sus propios intereses y conveniencia, la señora Dashwoodhabíadecidido que, en ese momento, convendría más a Marian-ne estar en cualquierlugar menos en Barton, donde todo lo quesu vista alcanzaba le recordaríaintensa y dolorosamente el pa-sado, al hacerle presente en todo momento aWilloughby tal co-mo allí lo había conocido. Así, les recomendó a sus hijas queporningún motivo acortaran su visita a la señora Jennings, puesaunque nuncahabían fijado con exactitud su duración, todos es-peraban que abarcaría almenos cinco o seis semanas. Allí nopodrían eludir las distintas ocupaciones, losproyectos y la com-pañía que Barton no les podía ofrecer y que, según

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esperaba,podrían de vez en cuando lograr que Marianne, sindarse cuenta, se interesarapor algo más allá de ella misma eincluso se divirtiera un poco, por mucho queahora rechazaradesdeñosamente ambas posibilidades.En cuanto al peligro deencontrarse de nuevo con Willoughby, su madrepensaba queMarianne estaba tan a salvo en la ciudad como en el campo,dadoque nadie entre quienes se consideraban sus amigos lo ad-mitiría ahora en sucompañía. Nadie, intencionalmente, haríaque se cruzaran sus caminos; pornegligencia, nunca estaríanexpuestos a una sorpresa; y el azar tenía menosoportunidad deocurrir entre las multitudes de Londres que en el aislamientodeBarton, donde podría imponerle a ella la presencia del jovendurante la visita deéste a Allenham con ocasión de su matrimo-nio, un hecho que la señoraDashwood había considerado en unprincipio como probable, y que ahora habíallegado a esperarcomo cierto.Tenía aún otro motivo para desear que sus hijaspermanecieran dondeestaban: una carta de su hijastro le habíacomunicado que él y su esposaestarían en Londres antes demediados de febrero, y ella consideraba correctoque vieran devez en cuando a su hermano.Marianne había prometido dejarseguiar por la opinión de su madre y sesometió entonces a ellasin objeciones, a pesar de ser por completo diferente alo queella deseaba o esperaba y aunque la creía un perfecto error ba-sado enrazones equivocadas; un error que, además, al deman-dar de ella lapermanencia en Londres, la privaba del único aliv-io posible a su miseria -laíntima compasión de su madre- y lacondenaba a una compañía y a situacionesque le impediríanconocer ni un solo momento de paz.No obstante, constituyó ungran consuelo para Marianne el hecho de queaquello que le ha-cía daño significara un bien para su hermana; y Elinor, por su-parte, sospechando que no dependería de ella evitar completa-mente a Edward,se tranquilizó pensando que aunque la prolon-gación de su permanencia enSentido y sensibilidad Jane Aus-ten 127127Londres atentaría contra de su propia felicidad, se-ría mejor para Marianne queun inmediato retorno a Devonshi-re.Su cuidado en proteger a su hermana de escuchar el nom-bre de Willoughby nofue en vano. Marianne, aunque sin saber-lo, cosechó todos sus frutos; pues ni laseñora Jennings, ni sirJohn, ni siquiera la misma señora Palmer, lomencionaron jamásfrente a ella. Elinor deseaba que igualmente se

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hubieranabstenido de hacerlo en su presencia, pero tal cosaera imposible, y así se veíaobligada a escuchar día tras día lasmanifestaciones de indignación de todosellos.Sir John no lo ha-bría creído posible. “¡Un hombre de quien siempre habíatenidotantos motivos para pensar bien! ¡Un muchacho de tan buencarácter! ¡Nocreía que hubiera un mejor jinete en toda Inglate-rra! Era algo inexplicable.Deseaba de todo corazón verlo en elinfierno. ¡Nunca más le dirigiría la palabra,en ningún lugardonde lo encontrara, por nada del mundo! No, ni siquiera si selotopara en el albergue de Barton y tuvieran que quedarse es-perando dos horasjuntos. ¡Ese truhán! ¡Ese perro desleal! ¡Tansólo la última vez que se habíanencontrado, había ofrecido dar-le uno de los cachorros de Folly! ¡Pues no! ¡Conesto se acaba-ba todo!”A su manera, la señora Palmer estaba igualmenteenojada. “Estaba decidida aromper de inmediato toda relacióncon él, y agradecía al cielo no haberloconocido nunca. Deseabacon todo el corazón que Combe Magna no estuvieratan cercade Cleveland; pero no tenía importancia, porque estaba demas-iadolejos para visitas; lo odiaba tanto que estaba decidida a nopronunciar nuncamás su nombre, y le diría a todos los que vie-ra que era un badulaque”.El resto de la adhesión de la señoraPalmer a la causa de Marianne semanifestaba en procurarsetodos los pormenores posibles sobre la próximaboda, y comuni-cárselos a Elinor. Pronto pudo decir qué carrocero estabacons-truyéndoles su nuevo coche, quién estaba pintando el retratodel señorWilloughby y en qué tienda podía verse las ropas dela señorita Grey.La tranquila y cortés despreocupación de ladyMiddleton constituía en estascircunstancias un grato alivio pa-ra el espíritu de Elinor, abrumado como amenudo estaba por lavocinglera compasión de los demás. Era un bálsamo paraella laseguridad de no despertar ningún interés en al menos una per-sona de sucírculo de amistades; un descanso saber que habíaalguien que estaría con ellasin sentir curiosidad alguna sobrelos pormenores, ni ansiedad por la salud de suhermana.Suelesuceder que las circunstancias del momento lleven a otorgar acualquieratributo más valor que el que realmente tiene; y asíocurría que a veces tantaafanosa conmiseración fastidiaba aElinor hasta llevarla a calificar la buenaeducación como másimportante para el bienestar que el buen corazón.Lady Middle-ton manifestaba su parecer sobre el asunto entre una y dos

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vecesal día, si el tema salía a relucir con alguna frecuencia, di-ciendo: “¡Qué cosa tanterrible, en verdad!”, y mediante estecontinuo aunque suave desahogo, no sólofue capaz de ir a vera las señoritas Dashwood desde un comienzo sin la menoremo-ción, sino que muy pronto sin recordar siquiera una palabra detodo elasunto; y habiendo defendido así la dignidad de su prop-io sexo y censuradoSentido y sensibilidad Jane Austen 128128-decididamente lo que estaba mal en el otro, se sintió en liber-tad de proteger losintereses de su grupo, por lo que decidió(aunque algo en contra de la opinión desir John) que, como laseñora Willoughby sería una mujer elegante y rica a lavez, ledejaría su tarjeta tan pronto como se hubiera casado.Las deli-cadas y siempre prudentes indagaciones del coronel Brandonnuncaeran mal recibidas por la señorita Dashwood. Con elamistoso celo con que sehabía esforzado en aliviarlo, se habíaganado profusamente el privilegio dediscutir de manera íntimael desengaño de su hermana, y siempre conversabancon enteraconfianza. La principal recompensa del coronel por el penoso-esfuerzo de revelar sufrimientos pasados y humillaciones act-uales, era lacompasiva mirada con que Marianne solía obser-varlo y la dulzura de su vozsiempre que se veía obligada (aunq-ue ello no ocurría a menudo) o se obligaba ahablarle. Eran es-tas cosas las que le aseguraban que con su esfuerzo habíalo-grado aumentar la buena voluntad hacia él, y las que permitíana Elinoresperar que dicha buena voluntad se incrementara aúnmás; pero la señoraJennings, ignorando todo esto, y sabiendoúnicamente que el coronel continuabatan serio como siempre yque no podía persuadirlo de hacer él mismo su proposicióndematrimonio ni de encargársela a ella, al cabo de dos días co-menzó apensar que, en vez de para mediados del verano, nohabría boda entre ellossino hasta la fiesta de san Miguel, y hac-ia fines de la semana ya pensaba que nohabría boda en absolu-to. El buen entendimiento entre el coronel y la mayor delas se-ñoritas Dashwood más bien llevaba a concluir que los honoresde lamorera, de la canaleta y de la glorieta bajo el tejo, todos lecorresponderían aésta; y, por un tiempo, la señora Jennings de-jó de pensar en el señor Ferrars.A comienzos de febrero, antesde transcurridas dos semanas desde larecepción de la carta deWilloughby, Elinor debió hacerse cargo de la difícil tareade in-formar a su hermana de que él se había casado. Se había

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preocupado deque le transmitieran a ella la noticia apenas sesupiera que la ceremonia habíatenido lugar, pues deseaba evi-tar que su hermana se enterara de ello por losperiódicos, quela veía examinar ansiosamente cada mañana.Marianne recibióla noticia con absoluta compostura; no hizo ningunaobserva-ción al respecto y al comienzo no derramó ninguna lágrima; pe-ro tras uncorto rato estalló en llanto, y por el resto del día per-maneció en un estadoapenas menos penoso que cuando reciénsupo que debía esperar esematrimonio.Los Willoughby abando-naron la ciudad tan pronto como estuvieron casados; yElinorcomenzó a confiar en que, ahora que no había peligro de ver aninguno delos dos, pudiera persuadir a su hermana, que no sehabía alejado de la casadesde el momento en que recibió el pri-mer golpe, para que poco a poco volvieraa salir como antes.Al-rededor de esas fechas, las dos señoritas Steele, recién llega-das a la casade su prima en Bartlett's Building, Holbom, apare-cieron de nuevo en la casa desus más importantes parientes enConduit y Berkeley Street, lugares ambos enque fueron recibi-das con gran cordialidad.Elinor sólo pudo lamentar verlas. Supresencia siempre se le hacía penosa, yle costaba enormemen-te responder con alguna gentileza al abrumador placerSentidoy sensibilidad Jane Austen 129129mostrado por Lucy al descu-brir que todavía estaban en la ciudad.-Me habría sentido muydecepcionada si ya no la hubiera encontrado aquí -repetía unay otra vez, con un fuerte énfasis en la palabra-. Pero siemprepenséque sí iba a estar. Estaba casi segura de que no se iba air de Londres por unbuen tiempo todavía; aunque usted en Bar-ton me dijo, ¿recuerda?, que no iba aquedarse más de un mes.Pero en ese momento pensé que lo más probable eraque camb-iara de opinión cuando llegara el momento. Habría sido unalástimatan grande haberse ido antes de la llegada de su herma-no y su cuñada. Y ahora,con toda seguridad, no tendrá ningúnapuro en irse. Estoy increíblementecontenta de que no hayacumplido su palabra.Elinor la comprendió perfectamente, y sevio obligada a recurrir a todo sudominio sobre sí misma paraaparentar que no era así.-Bien, querida -dijo la señora Jen-nings-, ¿y en qué se vinieron?-No en la diligencia, se lo aseguro-respondió la señorita Steele coninstantáneo júbilo-; vinimos encoche de posta todo el camino, en la compañíade un joven muyelegante. El reverendo Davies venía a la ciudad, así

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quepensamos alquilar juntos un coche; se comportó de la ma-nera más gentil, y pagódiez o doce chelines más que noso-tras.-¡Vaya, vaya! -exclamó la señora Jennings-. ¡Muy bonito! Yel reverendo estásoltero, supongo.-Ahí tiene -dijo la señoritaSteele, con una sonrisita afectada-; todo el mundome hace bro-mas con el reverendo, y no me imagino por qué. Mis primas di-cenestar seguras de que hice una conquista; pero, por mi par-te, les aseguro quenunca he pensado ni un minuto en él. “¡Cie-lo santo, aquí viene tu galán, Nancy!”,me dijo mi prima el otrodía, cuando lo vio cruzando la calle hacia la casa. “¡Migalán,qué va!”, le dije yo, “No puedo imaginar de quién estás hablan-do. Elreverendo no es para nada pretendiente mío”.-Claro, cla-ro, todo eso suena muy bien… pero no servirá de nada: el reve-rendoes el hombre, ya lo veo.-¡No, de ninguna manera! -res-pondió su prima con afectada ansiedad-, y leruego que lo desm-ienta sí alguna vez lo oye decir.La señora Jennings le dio de in-mediato todas las seguridades del caso de quepor cierto no loharía, haciendo completamente feliz a la señorita Steele.-Su-pongo que irá a quedarse con su hermano y su hermana, seño-ritaDashwood, cuando ellos vengan a la ciudad -dijo. Lucy, vol-viendo a la carga trasun cese en las insinuaciones hostiles.-No,no creo que lo hagamos.-Oh, sí, yo diría que lo harán.Elinor noquiso darle el gusto y continuar con sus negativas.-¡Qué agra-dable que la señora Dashwood pueda prescindir de ustedesdosdurante tanto tiempo seguido!-¡Tanto tiempo, qué va! -in-terpuso la señora Jennings-. ¡Pero si la visita reciéncomien-za!Tal respuesta hizo callar a Lucy.-Lamento que no podamosver a su hermana, señorita Dashwood -dijo laseñorita Steele-.Siento mucho que no esté bien -pues Marianne habíaSentido ysensibilidad Jane Austen 130130abandonado la habitación a sullegada.-Es usted muy amable. También mi hermana lamentaráhaberse perdido elplacer de verlas; pero últimamente ha esta-do muy afectada con dolores decabeza nerviosos, que la inhabi-litan para las visitas o la conversación.-¡Ay, querida, qué lásti-ma! Pero tratándose de viejas amigas como Lucy y yo… quizáquerría vernos a nosotras; y le aseguro que no diríamos pala-bra.Elinor, con la mayor cortesía, declinó la proposición. “Qui-zá su hermana estabaacostada, o en bata, y, por tanto, no po-día venir a verlas”.-Ah, pero si eso es todo -exclamó la señoritaSteele- igual podemos ir nosotrasa verla a ella.Elinor comenzó

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a encontrarse incapaz de soportar tanta impertinencia; perosesalvó de tener que controlarse por la enérgica reprimenda deLucy a Anne, queaunque quitaba bastante dulzura a sus moda-les, ahora, como en tantas otrasocasiones, sirvió para dominarlos de su hermana.CAPITULO XXXIIITras una cierta oposición,Marianne cedió a los esfuerzos de su hermana y unamañanaaceptó salir con ella y la señora Jennings durante media hora.Sinembargo, lo hizo con la expresa condición de que no haríanvisitas y que selimitaría a acompañarlas a la joyería Gray enSackville Street, donde Elinorestaba negociando el cambio deunas pocas alhajas de su madre que se veíananticuadas.Cuan-do se detuvieron en la puerta, la señora Jennings recordó queen el otroextremo de la calle vivía una señora a quien debía pa-sar a ver; y como nadatenía que hacer en Gray's, decidió quemientras sus jóvenes amigas cumplían sucometido, ella haríasu visita y luego retornaría.Al subir las escalinatas, las señori-tas Dashwood encontraron tal cantidad depersonas delante deellas que nadie parecía estar disponible para atender supedido,y se vieron obligadas a esperar. No les quedó más que sentarsecercadel extremo del mostrador que prometía un movimientomás rápido; sólo uncaballero se encontraba allí, y es probableque Elinor no dejara de tener laesperanza de despertar su cor-tesía para que despacharan pronto su pedido.Pero la exactitudde su vista y la delicadeza de su gusto resultaron ser mayores-que su cortesía. Estaba encargando un estuche de mondadien-tes para símismo, y hasta que no decidió su tamaño, forma yadornos -que combinó a sugusto según su propia inventiva trasexaminar y analizar durante un cuarto dehora todos los estu-ches de la tienda-, no se dio tiempo para prestar atención alasdos damas, salvo dos o tres miradas bastante atrevidas; un tipode interésque sirvió para grabar en Elinor el recuerdo de unafigura y rostro de acusada,natural y genuina insignificancia,aunque acicalado a la última moda.Marianne se ahorró los mo-lestos sentimientos de desprecio y resentimientoante la imper-tinencia con que las había examinado y los jactanciosos moda-lescon que el sujeto elegía los diferentes horrores de los distin-tos estuches que sele presentaban, permaneciendo ajena a to-do ello; era capaz de ensimismarse enSentido y sensibilidad Ja-ne Austen 131131sus pensamientos e ignorar todo lo que ocu-rría a su alrededor en la tienda delseñor Gray con la misma

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facilidad que en su propio dormitorio.Por fin el asunto fue res-uelto. El marfil, el oro y las perlas, todos recibieron suubica-ción, y tras fijar el último día en que su existencia podía soste-nerse sin laposesión del estuche, el caballero se calzó los guan-tes con estudiada calma y,arrojando otra mirada a las señoritasDashwood, pero una mirada que másparecía pedir admiraciónque manifestarla, se retiró con un aire satisfecho enque semezclaban un verdadero engreimiento y una afectada indife-rencia.Sin pérdida de tiempo, Elinor expuso sus asuntos y esta-ba a punto deconcluirlos cuando otro caballero se colocó a sulado. Se volvió a mirarlo, y conalgo de sorpresa se encontrócon que era su hermano.El afecto y placer que mostraron al en-contrarse fue el suficiente para hacerloscreíbles en la tiendadel señor Gray. En verdad, John Dashwood estaba lejos dela-mentar volver a ver a sus hermanas; más bien, los tres se ale-graron y élindagó acerca de la madre de ellas en forma respet-uosa y atenta.Elinor se enteró de que él y Fanny llevaban dosdías en la ciudad.-Tenía grandes deseos de haberlas visitadoayer -dijo John-, pero fueimposible, porque tuvimos que llevar aHarry a ver a los animales salvajes enExeter Exchange y pasa-mos el resto del día con la señora Ferrars. Harry estabaabsolu-tamente feliz. Tenía todas las intenciones de ir a visitarlas boyen lamañana, si es que podía encontrar una media hora libre,¡pero siempre hay tantoque hacer cuando recién se llega a laciudad! He venido acá a encargar un sellopara Fanny. Perocreo que con toda seguridad mañana podré acudir a BerkeleyS-treet y conocer a la señora Jennings. Tengo entendido que esdueña de unamuy buena fortuna. Y a los Middleton tambiéntienen que presentármelos. Comoson parientes de mi suegra,me complacerá presentarles mis respetos. Hanresultado exce-lentes vecinos para ustedes, según he sabido.-Excelentes, sinninguna duda. Su preocupación por nuestra comodidad, laa-mistad que en todo nos han demostrado, van más allá de laspalabras.-Créanme que me alegra muchísimo escucharlo; enverdad, muchísimo. Peroera de esperar: son gente de gran for-tuna, están emparentados con ustedes, yera natural que lesofrecieran todas las muestras de cortesía y las comodidadesne-cesarias para hacerles grata la situación. Entonces, están con-fortablementeinstaladas en su casita de campo y no les faltanada. Edward nos describió el lugarcomo algo encantador; lo

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más completo en su tipo que podía existir, dijo, yque todas us-tedes parecían disfrutarlo mucho. Para nosotros fue una grana-legría saberlo, les aseguro.Elinor se sintió un poco avergonza-da por su hermano, y no lamentó que lallegada del criado de laseñora Jennings, que venía a decirle que su señora lasestabaesperando en la puerta, la liberara de la necesidad de respon-derle.El señor Dashwood las acompañó hasta las escalinatas,fue presentado a laseñora Jennings en la puerta de su carruaje,y tras manifestar de nuevo suesperanza de poder visitarlas aldía siguiente, se retiró.La visita se cumplió como es debido.Llegó con la falsa excusa de que suesposa no había podido ve-nir pues “estaba tan ocupada con su madre, que enverdad notenía tiempo de ir a ninguna otra parte”. La señora Jennings,por suSentido y sensibilidad Jane Austen 132132parte, le ase-guró de inmediato que ella no se andaba con ceremonias, porq-uetodos eran primos, o algo así, y que de todas maneras iríamuy pronto a visitar ala señora de John Dashwood, y que lleva-ría con ella a sus cuñadas. El trato deél hacia ellas, aunque re-servado, fue muy afectuoso; hacia la señora Jennings,de solíci-ta cortesía; y al llegar el coronel Brandon poco después, lo ob-servó conuna curiosidad que parecía decir que sólo esperabasaber que era rico paraextender a él idéntica cortesía.Tras per-manecer media hora, le pidió a Elinor ir con él a Conduit Streetparaque lo presentara a Sir John y lady Middleton. Como hacíaun hermoso día, ellaaccedió de inmediato. Y no bien se habíanalejado de la casa, él comenzó ahacerle preguntas.-¿Quién es elcoronel Brandon? ¿Es un hombre de fortuna?-Sí, tiene una muybuena propiedad en Dorsetshire.-Me alegro. Parece un hombremuy caballeroso, y creo, Elinor, que puedofelicitarte por laperspectiva de una situación muy respetable en la vida.-¿A mí,hermano… qué quieres decir?-Le gustas. Lo observé muy decerca, y estoy convencido de ello. ¿A cuántoasciende sufortuna?-Creo que a dos mil al año.-Dos mil al año. -Y luego, es-forzándose por alcanzar un tono de entusiastagenerosidad,agregó-: Elinor, por ti, desearía con todo el corazón que fueraeldoble.-Sí, te creo -respondió Elinor-, pero estoy segura deque el coronel Brandon notiene el menor deseo de casarseconmigo.-Estás equivocada, Elinor; muy equivocada. Con unpequeño esfuerzo de tuparte lo conseguirías. Quizá por el mo-mento esté indeciso, lo escaso de tufortuna pueda coartarlo o

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sus amigos se lo desaconsejen. Pero esas pequeñasatencionesy estímulos que las damas tan fácilmente pueden ofrecer, lo-persuadirán a pesar de sí mismo. Y no hay razón alguna paraque no intentesganártelo. No debe suponerse que algún otroafecto que hayas tenido antes… enpocas palabras, tú sabes queun afecto como ése es totalmente imposible, lasobjeciones soninsuperables… eres demasiado sensata para no darte cuenta.Elcoronel Brandon es el hombre; y por mi parte, no me ahorra-ré ningunaamabilidad con él, de manera que tú y tu familia leagraden. Es una unión quedebe complacer a todos. En fin, esalgo que -bajando la voz hasta un fatuo susurro-será extrema-damente conveniente para todas las partes. -Reconsiderando-las cosas, sin embargo, agregó-: Esto es, quiero decir… todostus amigosanhelan verte bien establecida, Fanny en especial,porque tu bienestar le es muycaro, te lo aseguro. Y a su madretambién, la señora Ferrars, una mujer muybondadosa, estoycierto de que le daría un gran placer; ella misma lo dijo el otro-día.Elinor no se dignó responder.-Ahora, sería extraordinario -continuó-, algo muy gracioso, si Fanny pudiera vera un herma-no y yo a una hermana llegando a una situación estable en susvidasal mismo tiempo. Y no es muy improbable.-¿Es que se ca-sa el señor Edward Ferrars? -dijo Elinor con tono resuelto.Sen-tido y sensibilidad Jane Austen 133133-Todavía no está decidi-do, pero hay algo de eso en el aire. Tiene unaexcelente madre.La señora Ferrars, con la mayor generosidad, se hará present-ey le asignará mil libras anuales si la unión tiene lugar. La da-ma en cuestiónes la honorable señorita Morton, hija única delfallecido lord Morton, con treintamil libras: una unión muy de-seable por ambas partes, y no me cabe duda de quea la largase materializará. Mil libras anuales es una importante cantidadparaque una madre se deshaga de ella, la ceda para siempre;pero la señora Ferrarstiene un espíritu muy noble. Para darteotro ejemplo de su generosidad: el otrodía, apenas llegamos ala ciudad, consciente de que en este momento noabundábamosen dinero, puso en las manos de Fanny doscientas libras enbi-lletes. Algo muy bienvenido, porque nuestros gastos son enor-mes acá.Hizo una pausa esperando su aprobación y simpatía, yella se obligó a decir:-Sin duda los gastos de ustedes, en la ciu-dad y en el campo, deben serconsiderables, pero también cuen-tan con una buena renta.-No tan buena, me atrevería a decir,

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como supone mucha gente. No me quejo,sin embargo; sin dudaes holgada y, así lo espero, mejorará con el tiempo.Actualmen-te estamos cercando el ejido de Norland, lo que es un gastomuyserio. Y también hice una pequeña compra este medio año,la granja de EastKingham, debes recordarla, allí donde solía vi-vir el viejo Gibson. Esas tierras meeran tan convenientes en to-do sentido, tan directamente colindantes con mipropiedad, quesentí que era mi deber comprarlas. No me habría perdonado-dejarlas caer en otras manos. Hay que pagar por lo que a unole conviene, y ellosí me ha costado una gran cantidad de dine-ro.-¿Más de lo que crees que valen real e intrínsecamente?-Va-mos, espero que no. Podría haberlas vendido al día siguientepor más de loque pagué; pero en cuanto al precio, en verdadhabría sido bastantedesafortunado, porque en ese momento es-taban tan bajos los valores, que si nohubiera tenido la cantidadnecesaria en el banco tendría que haberlas rematadocon unagran pérdida.Elinor no pudo sino sonreír.-Cuando llegamos aNorland tuvimos también otro gasto grande inevitable.Nuestrorespetado padre, como bien sabes, legó todos los efectos deStanhillque quedaban en Norland (y bien valiosos que eran) atu madre. Lejos estoy dequejarme por ello; el derecho que leasistía a disponer de sus bienes a su antojoes incuestionable.Pero, como consecuencia, hemos debido hacer importantes-compras de ropa blanca, vajilla, etc., para reemplazar lo que seentregó. Podrásimaginar, tras todos estos gastos, cuán lejos deser ricos estamos y cuánbienvenida es la bondad de la señoraFerrars.-Por supuesto -dijo Elinor-; y con el respaldo de su ge-nerosidad, espero quepuedan llegar a vivir en condiciones másholgadas.-Uno o dos años más pueden contribuir mucho a ello -respondió élgravemente-; no obstante, aún queda mucho porhacer. Todavía no se hacolocado ni una piedra del invernaderode Fanny, y del jardín de flores lo únicoque hay es el proyec-to.-¿Dónde estará situado el invernadero?-En la pequeña lomatras la casa. Hemos echado abajo todos los viejosSentido y sen-sibilidad Jane Austen 134134nogales para hacerle espacio. Se-rá una hermosa vista desde varias partes delparque, y justo enla pendiente frente a él irá el jardín de flores, así que se verá-muy lindo. Ya hemos eliminado los viejos espinos que crecían amanchones enla cima.Elinor se guardó para sí los comentariosy reparos que tenía al respecto, yagradeció que Marianne no

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hubiera estado presente para compartir su irritación.Habiendodicho ya lo suficiente para dejar en claro su pobreza y evitar la-necesidad de comprar un par de aretes para cada una de sushermanas en susiguiente visita a Gray's, sus pensamientos to-maron un rumbo más alegre ycomenzó a felicitar a Elinor portener una amiga como la señora Jennings.-En verdad pareceuna mujer muy valiosa. Su casa, su forma de vida, todohabla deuna renta muy buena, y es una relación que no sólo les ha sidode granutilidad hasta ahora, sino que a la larga puede resultarmaterialmenteprovechosa. La invitación que les ha hecho a laciudad ciertamente las favorece;y, de todas maneras, es unatan buena señal del aprecio en que las tiene, quecon toda segu-ridad no las olvidará a la hora de su muerte. Debe tener bas-tanteque dejar.-Nada en absoluto, diría yo más bien; lo únicoque tiene es el usufructo de losbienes de su marido, que pasa-rán a sus hijos.-Pero es impensable que viva de acuerdo con surenta. Poca gentemedianamente prudente lo hace; y todo loque ahorre, podrá repartirlo.-¿Y no crees más probable que selo deje a sus hijas antes que a nosotras?-Sus hijas están muybien casadas, y entonces no veo la necesidad de que lasrecuer-de más. En cambio, a mi juicio, al tomarlas tan en considera-ción ytratarlas en la forma en que lo hace, les ha dado a uste-des una especie dederecho en sus planes futuros que una mu-jer precavida no debiera pasar poralto. Nada hay más bondado-so que su trato hacia ustedes, y difícilmente puedehacerlo sinestar consciente de las expectativas que despierta con ello.-Pe-ro no despierta ninguna en quienes tienen más parte en esto.En verdad,hermano, tu preocupación por nuestro bienestar yprosperidad está llegandodemasiado lejos.-Vaya, por supuesto -dijo él, aparentando un aire reflexivo-, es muy poco, muypocolo que la gente puede controlar. Pero, mi querida Elinor, ¿quéle ocurre aMarianne? Tiene muy mal aspecto, está de mal colory ha adelgazado mucho.¿Acaso está enferma?-No está bien, du-rante las últimas semanas ha estado sufriendo de los nervios.-Lamento saberlo. A su edad, ¡cualquier enfermedad destruye lalozanía parasiempre! ¡Y la suya ha sido tan breve! En septiem-bre era una muchacha tanbonita como la mejor que yo hayavisto, muy atractiva para los hombres. Su tipode belleza teníaalgo muy especialmente seductor. Recuerdo que Fanny solía-decir que se iba casar antes y mejor que tú; no es que ella no

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te tenga a ti unenorme cariño, pero eso es lo que le parecía.Sin embargo, se equivocaba.Dudo que Marianne vaya a casar-se ahora con un hombre que valga a lo másquinientas o seisc-ientas libras al año, y me engañaría mucho si tú no lo hacesme-jor. ¡Dorsetshire! Conozco muy poco Dorsetshire, pero, mi que-rida Elinor, meencantará saber mas; y pienso que puedo pro-meterte que Fanny y yo estaremosSentido y sensibilidad JaneAusten 135135entre tus primeros y más complacidos visitan-tes.Elinor puso gran esmero en intentar convencer a su herma-no de que no habíaninguna posibilidad de un matrimonio entreella y el coronel Brandon; pero laexpectativa lo alegraba dema-siado como para renunciar a ella, y estaba decididoa lograr unarelación más cercana con ese caballero y alentar el matrimonioatravés de todas las atenciones posibles. Su remordimiento porno haber hechonada personalmente por sus hermanas creabaen él un enorme afán por quetodos los demás hicieran muchopor ellas; y una proposición del coronelBrandon o un legado dela señora Jennings eran los caminos más fáciles paracompen-sar su propio descuido.Tuvieron la suerte de encontrar a ladyMiddleton en casa, y sir John llegó antesde que pusieran térmi-no a su visita. Las cortesías abundaron de lado y lado. SirJohnsiempre estaba presto a que le agradara todo el mundo, y aun-que el señorDashwood no parecía saber mucho de caballos,pronto lo tuvo por un buenhombre; lady Middleton, en tanto,viendo en su aspecto suficientes elementos ala moda, conside-ró que valía la pena relacionarse con él; y el señor Dashwoodsemarchó encantado con ambos.-Tendré cosas muy agradablesque contarle a Fanny -le dijo a su hermanamientras iban de re-greso-. ¡Lady Middleton es de verdad una mujer muyelegante!Es el tipo de mujer que a Fanny le encantará conocer. Y la se-ñoraJennings también, una mujer de excelente trato, aunqueno tan elegante comosu hija. Tu hermana, mi esposa, no tienepor qué tener reparos en visitarla, loque, a decir la verdad, hasido un poco el caso, y muy entendiblemente, puestodo lo quesabíamos era que la señora Jennings era la viuda de un hombrequehabía obtenido todo su dinero por bajos medios; y Fanny yla señora Ferrarshabían decidido de antemano que ni la señoraJennings ni sus hijas eran el tipode mujeres con las que Fannyquerría relacionarse. Pero ahora puedo llevarleslas más satis-factorias referencias sobre ambas.CAPITULO XXXIVLa señora

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de John Dashwood confiaba tanto en el criterio de su esposo,que aldía siguiente mismo acudió a visitar a la señora Jenningsy a su hija; y larecompensa de tal confianza fue encontrar queincluso la primera, incluso lamujer con quienes se estaban que-dando sus cuñadas, no era en absolutoindigna de su atención;y en cuanto a lady Middleton, ¡la encontró una de lasmujeresmás encantadoras del mundo!También a lady Middleton leagradó sobremanera la señora Dashwood. Habíaen ambas unaespecie de frío egoísmo que las hizo sentirse mutuamenteatraí-das; y simpatizaron entre sí en un insípido trato circunspecto yuna total faltade entendimiento.Los mismos modales, sin em-bargo, que hicieron a la señora de JohnDashwood merecedorade la buena opinión de lady Middleton no satisficieron ala se-ñora Jennings, a quien no le pareció más que una mujercita deairearrogante y trato poco cordial, que no mostró ningún afec-to por las hermanas deSentido y sensibilidad Jane Austen136136su esposo y parecía no tener casi nada que decirles; du-rante el cuarto de horaque concedió a Berkeley Street, pasópor lo menos siete minutos y medio ensilencio.A Elinor le ha-bría gustado saber, aunque prefirió no preguntar, si Edwardes-taba en la ciudad; pero por nada del mundo Fanny habría men-cionadovoluntariamente su nombre delante de ella hasta no po-der decirle que elmatrimonio con la señorita Morton estaba re-suelto, o hasta que las expectativasde su esposo respecto delcoronel Brandon se hubieran ratificado; y ello porquecreía quetodavía estaban tan apegados el uno al otro, que nunca erade-masiado el cuidado que se debía poner en mantenerlos separa-dos de palabray obra. Sin embargo, el informe que ella se ne-gaba a dar, muy pronto llegódesde otra fuente. No transcurriómucho tiempo antes de que Lucy reclamara deElinor su compa-sión por no haber podido ver todavía a Edward, aunque él habí-allegado a la ciudad con el señor y la señora Dashwood. No seatrevía a ir aBartlett's Buildings por miedo a ser descubierto, yaunque era indecible laimpaciencia de ambos por verse, por elmomento lo único que podían hacer eraescribirse.Edward notardó en confirmar por sí mismo que estaba en la ciudad, alacudirdos veces a Berkeley Street. Dos veces encontraron sutarjeta de visita en lamesa al volver de sus ocupaciones matina-les. Elinor estaba contenta de quehubiera ido, pero más con-tenta aún de no haberse encontrado con él.Los Dashwood

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estaban tan portentosamente encantados con los -Middletonq-ue, aunque no era su costumbre dar nada, decidieron ofreceruna cena en suhonor, y a poco de conocerlos los invitaron aHarley Street, donde habíanalquilado una excelente casa portres meses. Invitaron también a sus hermanasy a la señora Jen-nings, y John Dashwood se preocupó de asegurar la presencia-del coronel Brandon, el cual, siempre feliz de estar allí dondeestaban lasseñoritas Dashwood, recibió sus afanosas cortesíascon algo de sorpresa, peromucho placer. Iban a conocer a laseñora Ferrars, pero Elinor no pudo saber sisus hijos formaríanparte de la concurrencia. No obstante, la expectación porverlaa ella fue suficiente para despertar su interés en acudir a esecompromiso;pues aunque ahora iba a poder conocer a la madrede Edward sin esa enormeansiedad que en el pasado le habríasido inevitable, aunque ahora podía verlacon total indiferenciarespecto de la opinión que pudiera despertar en ella, sudeseode estar en la compañía de la señora Ferrars, su curiosidad porsabercómo era, eran tan vivos como antes.Muy poco después,todo el interés con que esperaba la invitación a cenaraumentó,con más intensidad que placer, al saber que también acudiríanlasseñoritas Steele.Tan buena impresión habían logrado crearde sí mismas ante lady Middleton,tan gratas se le habían hechopor sus infatigables atenciones, que aunque Lucyde ningunamanera era elegante, y su hermana ni siquiera bien educada,estabatan dispuesta como sir John a invitarlas a pasar una odos semanas en ConduitStreet; y apenas supieron de la invita-ción de los Dashwood, las señoritas Steeleencontraron que lesera muy conveniente llegar unos pocos días antes del fijadopa-ra la fiesta.Sentido y sensibilidad Jane Austen 137137Sus in-tentos de atraer la atención de la señora de John Dashwoodpre-sentándose como las sobrinas del caballero que durante mu-chos años habíaestado al cuidado de su hermano no habrían si-do muy eficaces, sin embargo,para procurarles un asiento a sumesa; pero en cuanto huéspedes de ladyMiddleton debían serbien recibidas; y Lucy, que por tanto tiempo había deseadoco-nocer personalmente a la familia para tener una visión máscercana de suscaracteres y de los obstáculos que a ella se lepresentarían, y a la vez laoportunidad de esforzarse por agra-darles, pocas veces había estado tan feliz ensu vida como cuan-do recibió la tarjeta de la señora de John Dashwood.El efecto

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en Elinor fue diferente. De inmediato comenzó a pensar queEdward,que vivía con su madre, debía estar invitado, al igualque su madre, a una cenaorganizada por su hermana; ¡y verlopor primera vez, después de todo lo ocurrido,en la compañíade Lucy! ¡No sabía si podría soportarlo!Las aprensiones de Eli-nor quizá no se basaban por completo en la razón, y porciertono en la realidad. Encontraron alivio, sin embargo, no en suspropiasreflexiones, sino en la buena voluntad de Lucy, que cre-yó infligirle una terribledesilusión al decirle que Edward deninguna manera estaría en Harley Street elmartes, e inclusotenía la esperanza de herirla más aún convenciéndola de que-tal inasistencia se debía al enorme afecto que sentía por ella, elcual era incapazde ocultar cuando estaban juntos.Y llegó la im-portante fecha, ese día martes en que las dos jóvenes serían-presentadas a su formidable suegra.-¡Compadézcame, queridaseñorita Dashwood! -dijo Lucy, mientras subíanjuntas las esca-linatas, pues los Middleton habían llegado tan poco después delaseñora Jennings, que el criado los guió a todos al mismo tiem-po-. Nadie másaquí sabe lo que siento. Apenas puedo tenermeen pie, se lo aseguro. ¡VálgameDios! ¡En unos instantes veré ala persona de quien depende toda mi felicidad, laque va a sermi madre!Elinor podría haber aliviado de inmediato su inquie-tud sugiriéndole laposibilidad de que fuera la madre de la se-ñorita Morton, y no la de ella, la queestaban por conocer; peroen vez de hacer eso, le aseguró, y con gransinceridad, que sí lacompadecía, y ello para gran asombro de Lucy, que aunqueenverdad se sentía incómoda, esperaba al menos ser objeto deirrefrenableenvidia por parte de Elinor.La señora Ferrars erauna mujer pequeña y delgada, erguida hasta parecersolemneen su aspecto, y seria hasta la acrimonia en su expresión. Decutiscetrino, sus facciones eran pequeñas, sin belleza ni expre-sividad natural; perouna afortunada contracción del ceño la ha-bía salvado de la desgracia de unsemblante soso, al proporcio-narle los recios rasgos del orgullo y el mal carácter.No era mu-jer de muchas palabras, puesto que, a diferencia del común delagente, las adecuaba a la cantidad de sus ideas; y de las pocassílabas que dejócaer, ni una sola estuvo dirigida a la señoritaDashwood, a quien miraba con laenérgica determinación de noencontrarle nada grato por ningún motivo.A Elinor este com-portamiento no podía molestarla ahora. Unos pocos

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mesesantes la habría herido sobremanera, pero ya no estabaen manos de la señoraFerrars hacerla desgraciada; y la dife-rencia con que trataba a las señoritasSentido y sensibilidad Ja-ne Austen 138138Steele -una diferencia que parecía a propósi-to para humillarla aún más- sólo ladivertía. No podía dejar desonreír al ver la afabilidad de madre e hija dirigidaprecisamen-te hacia la persona -porque con ella distinguían en especial aLucyque,de haber sabido lo que ella sabía; habrían estado másdeseosas de mortificar;en tanto que ella, que en comparaciónno tenía ningún poder para herirlas,se veía obviamente menos-preciada por ambas. Pero mientras sonreía ante unaafabilidadtan mal dirigida, no podía pensar en la mezquina necedad quelaoriginaba, ni contemplar las estudiadas atenciones con quelas señoritas Steelebuscaban su prolongación sin el más abso-luto desprecio por las cuatro.Lucy era todo júbilo al sentirsetan honrosamente distinguida; y lo único quefaltaba a la seño-rita Steele para alcanzar una perfecta felicidad era que lehicie-ran alguna broma sobre el reverendo Davies.La cena fue sunt-uosa, los criados eran numerosos y todo hablaba de lainclina-ción de la dueña de casa a la ostentación y de la capacidad derespaldarlapor parte del anfitrión. A pesar de las mejoras yagregados que le estabanhaciendo a su propiedad en Norland,y a pesar de que su dueño había estado aunos pocos miles delibras de tener que venderla con pérdidas, nada parecía darse-ñales de esa indigencia que él había intentado deducir de todoello; no parecíahaber pobreza de ninguna clase, excepto en laconversación… pero allí ladeficiencia era considerable. JohnDashwood no tenía mucho que decir quemereciera escucharse,y su esposa aún menos. Pero esto no era ningunadesgracia enespecial porque lo mismo ocurría con la mayor parte de susin-vitados, casi todos víctimas de una u otra de las siguientesinhabilidades paraser considerado agradable: falta de juicio, yasea natural o cultivado; falta deelegancia, falta de espíritu ofalta de carácter.Cuando las señoras se retiraron al salón trasla cena esa indigencia se hizoparticularmente evidente, dadoque los caballeros habían enriquecido la conversacióncon unacierta variedad -la variedad de la politica, del cerco de lastie-rras y de la doma de caballos-, pero todo eso acabó y un solotema ocupó alas señoras hasta la llegada del café, y éste fuecomparar las respectivasestaturas de Harry Dashwood y el

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segundo hijo de lady Middleton, William, quetenían aproxima-damente la misma edad.Si los dos niños hubieran estado allí,se podría haber zanjado fácilmente elasunto midiéndolos deuna vez; pero como sólo estaba presente Harry, todo fueconje-turas por ambas partes, y cada cual tenía derecho a ser igual-menteterminante en su opinión y a repetirla una y otra vez to-das las veces quequisiera.Se tomaron los siguientes parti-dos:Las dos madres, aunque cada una convencida de que su hi-jo era el más alto,educadamente votaron a favor del otro.Lasdos abuelas, con no menos parcialidad pero con mayor sinceri-dad,apoyaban con igual afán a sus propios vástagos.Lucy, quepor ningún motivo quería complacer a una madre menos que alaotra, pensaba que los dos muchachitos eran notablemente al-tos para su edad, yno podía concebir que hubiera ni siquiera lamenor diferencia entre ellos; y laseñorita Steele, con mayorafán aún, se manifestó tan rápido como pudo a favorSentido ysensibilidad Jane Austen 139139de cada uno de ellos.Elinor,tras haberse decidido una vez por William, con lo que ofendió alaseñora Ferrars, y a Fanny más todavía, no vio- la necesidadde seguirinsistiendo en el punto; y Marianne, cuando se le pi-dió su parecer, ofendió a todoel mundo al declarar que no teníaninguna opinión que dar, ya que nunca habíapensado en elasunto.Antes de abandonar Norland, Elinor había pintado unpar de pantallas muybonitas para su cuñada, las cuales, reciénmontadas y traídas a la casa,decoraban su actual salón; y comoestas pantallas atrajeran la mirada de JohnDashwood al seguira los otros caballeros a dicho aposento, las tomó y se lasalargósolícitamente al coronel Brandon para que las admirara.-Lashizo la mayor de mis hermanas -le dijo-, y a usted, como hom-bre degusto, con toda seguridad le agradarán. No sé si ya havisto alguna de sus obrasantes, pero en general tiene reputa-ción de dibujar muy bien.El coronel, aunque negando toda pre-tensión de ser un entendido, admiró congran entusiasmo laspantallas, como lo habría hecho con cualquier cosa pintadaporla señorita Dashwood; y como ello por supuesto despertó la cu-riosidad delos demás, las pinturas pasaron de mano en manopara ser examinadas portodos. La señora Ferrars, sin saberque eran obra de Elinor, pidió muy enespecial mirarlas; y trashaber sido agraciadas con la aprobación de ladyMiddleton,Fanny se las presentó a su madre, dejándole saber al mismo

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tiempo,de manera muy considerada, que las había hecho la se-ñorita Dashwood.-Mmm -dijo la señora Ferrars-, muy bonitas -ysin prestarles la menor atención,se las devolvió a su hija.QuizáFanny pensó por un momento que su madre había sido hartogrosera,pues, enrojeciendo un tanto, dijo de inmediato:-Sonmuy bonitas, señora, ¿no es verdad -pero entonces probable-mente lainvadió el temor de haber sido demasiado cortés, de-masiado entusiasta en sualabanza, porque de inmediato agre-go- ¿No le parece, señora, que tienen algodel estilo de pintarde la señorita Morton? Su pintura es realmente deliciosa.¡Québien hecho estaba su último paisaje!-Muy bien. Pero ella hacetodo muy bien.Marianne no pudo soportar esto. Ya estabaenormemente disgustada con laseñora Ferrars; y tan inoportu-na alabanza de otra a expensas de Elinor, aunqueno tenía lamenor idea de lo que ello significaba, la impulsó a decir congranvehemencia:-¡Qué manera más curiosa de elogiar algo! ¿Yqué es la señorita Morton paranosotras? ¿Quién la conoce o aquién le importa? Es en Elinor que estamospensando y de qu-ien hablamos.Y así diciendo, tomó las pinturas de manos de sucuñada para admirarlascomo se debía.La señora Ferrars pare-ció extremadamente enojada, y poniéndose más tiesaque nun-ca, devolvió la ofensa con esta acre filípica:-La señorita Mortones la hija de lord Morton.Fanny también parecía muy enojada,y su esposo se veía aterrado ante laaudacia de su hermana. Eli-nor se sentía mucho más herida por la vehemenciaSentido ysensibilidad Jane Austen 140140de Marianne que por lo que lahabía originado; pero la mirada del coronelBrandon, fija enMarianne, mostraba a las claras que él sólo había visto cuanto-había de amable en. su reacción: el afectuoso corazón incapazde soportar ni elmás mínimo desprecio dirigido a su herma-na.Los sentimientos de Marianne no se detuvieron allí. Le pa-recía que la fríainsolencia del comportamiento general de laseñora Ferrars hacia su hermanavaticinaba para Elinor esa cla-se de obstáculos y aflicciones que su propiocorazón herido lehabía enseñado a temer; y apremiada por el fuerte impulso de-su propia sensibilidad y afecto, después de algunos momentosse acercó a lasilla de su hermana y, echándole un brazo al cue-llo y acercando su mejilla a lade ella, le dijo en voz baja perourgente:-Querida, querida Elinor, no les hagas caso. No dejesque a ti te hagan infeliz.No pudo decir más; agobiada, ocultó el

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rostro en un hombro de Elinor y estallóen llanto. Todos se die-ron cuenta, y casi todos se preocuparon. El coronelBrandon sepuso en pie y se dirigió hacia ellas sin saber lo que hacía. LaseñoraJennings, con un muy juicioso “¡Ah, pobrecita!”, de in-mediato le alargó sus sales;y sir John se sintió tan desespera-damente furioso contra el autor de estaaflicción nerviosa, quede inmediato se cambió de lugar a uno cerca de LucySteele y,en susurros, le hizo un breve recuento de todo el desagradableasunto.En pocos minutos, sin embargo, Marianne se recuperólo suficiente para ponerfin a todo el alboroto y volver a sentar-se con los demás, aunque en su ánimoquedó grabada durantetoda la tarde la impresión de lo ocurrido.-¡Pobre Marianne! -ledijo su hermano al coronel Brandon en voz baja apenaspudocontar con su atención-. No tiene tan buena salud como su her-mana; esmuy nerviosa… no tiene la constitución de Elinor; yhay que admitir que para unajoven que ha sido una beldad, de-be ser muy penoso perder su atractivopersonal. Quizá usted nolo sepa, pero Marianne era notablemente hermosahasta unospocos meses atrás… tan hermosa como Elinor. Y ahora, puedeustedver que de eso ya no le queda nada.CAPITULO XXXVLacuriosidad de Elinor por ver a la señora Ferrars estaba satisfe-cha. Habíaencontrado en ella todo lo que hacía indeseable unamayor unión entre ambasfamilias. Había visto lo suficiente desu arrogancia, su mezquindad y su decididoprejuicio en contrade ella para comprender todos los obstáculos que habríandifi-cultado su compromiso con Edward y pospuesto el matrimonio,si él hubieraestado libre; y casi había visto lo- suficiente paraagradecer, por su propio bien,que el enorme impedimento desu falta de libertad la salvara de sufrir bajoaquellos que podríahaber creado la señora Ferrars; la salvara de tener quedepen-der de su capricho o de tener que conquistar su buena opinión.O almenos, si no era capaz de alegrarse por ver a Edward en-cadenado a Lucy,decidió que, si Lucy hubiera sido más agrada-ble, tendría que haberse alegrado.Elinor pensaba con extrañe-za cómo Lucy podía sentirse tan ensalzada por lasmuestras decortesía de la señora Ferrars; cómo podían cegarla tantosusSentido y sensibilidad Jane Austen 141141intereses y vani-dad como para hacerla creer que la atención que se le presta-baúnicamente porque no era Elinor, era un cumplido dirigido aella… o parapermitirle sentirse animada por una preferencia

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que sólo se le otorgaba pordesconocimiento de su verdaderacondición. Pero que así era no sólo lo habíanmanifestado enese momento los ojos de Lucy, sino que al día siguiente se hizo-más claro aún: obedeciendo a sus deseos, lady Middleton la de-jó en BerkeleyStreet con la esperanza de ver a Elinor a solas,para contarle lo feliz que era.La ocasión resultó ser propicia,porque muy luego después de su llegada unmensaje de la seño-ra Palmer hizo salir a la señora Jennings.-Mi querida amiga -ex-clamó Lucy en cuanto estuvieron solas-, vengo a hablarledecuán feliz soy. ¿Hay acaso algo más halagador que la forma enque ayer metrató la señora Ferrars? ¡Qué extremadamenteamable fue! Usted sabe cuántotemía yo la sola idea de verla;pero apenas le fui presentada, su trato fue tanafable que casiparecía haberse prendado de mí. ¿Verdad que así fue? Ustedlovio todo; ¿y no la dejó totalmente sorprendida?-En verdad fuemuy cortés con usted.-¡Cortés! ¡Cómo puede haber visto sólocortesía! Yo vi mucho más… ¡unaamabilidad dirigida a nadiemás que a mí! Ningún orgullo, ninguna altanería, y lomismo sucuñada: ¡toda dulzura y afabilidad!Elinor habría querido hablarde otra cosa, pero Lucy la seguía presionandopara que recono-ciera que tenía motivos para sentirse tan feliz, y Elinor se vioo-bligada a continuar.-Sin duda, si hubieran sabido de sucompromiso -le dijo-, nada podría ser máshalagador que la for-ma en que la trataron; pero no siendo ése el caso… -Me imagi-né que diría eso -replicó Lucy con prontitud-; pero por qué ra-zón laseñora Ferrars iba a aparentar que yo le gustaba, si noera así… y agradarle estodo para mí. No podrá privarme de misatisfacción. Estoy segura de que todoterminará bien y que de-saparecerán todos los obstáculos que yo preveía. Laseñora Fe-rrars es una mujer encantadora, al igual que su cuñada. ¡Lasdos sonadorables! ¡Me sorprende no haberle escuchado nuncadecir cuán agradable esla señora Dashwood!Para esto Elinorno tenía alguna respuesta que dar, y no intentó ninguna.¿Estáenferma, señorita Dashwood? Parece abatida, no habla… contodaseguridad no se siente, bien. -Nunca mi salud fue mejor.-Me alegra de todo corazón, pero en verdad no lo parecía. La-mentaría muchoque usted se enfermara… ¡usted que ha sido elmayor consuelo del mundo paramí! Sólo Dios sabe qué habríasido de mí sin su amistad.Elinor intentó una respuesta cortés,aunque dudando mucho de su capacidadde lograrlo. Pero

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pareció satisfacer a Lucy, quien respondió de inmediato:-Enverdad estoy plenamente convencida de su afecto por mí, y jun-to al amorde Edward, es mi mayor consuelo. ¡Pobre Edward!Pero ahora hay algo bueno:podremos vemos, y muy a menudo,porque como lady Middleton quedóencantada con la señoraDashwood, me parece que iremos bastante seguido aHarleyStreet, y Edward pasa la mitad del tiempo con su hermana.Además, ladyMiddleton y la señora Ferrars se van a visitarahora; y la señora Fernars y sucuñada fueron tan amables endecir más de una vez que siempre estaríanSentido y sensibili-dad Jane Austen 142142encantadas de verme. ¡Son tan encan-tadoras! Estoy segura de que si algunavez le cuenta a su cuña-da lo que pienso de ella, no podrá alabarla lo suficiente.PeroElinor no quiso darle ninguna esperanza en cuanto a que le di-ría algo asu cuñada. Lucy prosiguió:-Estoy segura de que mehabría dado cuenta de inmediato si le hubieradesagradado a laseñora Ferrars. Si únicamente me hubiera hecho unainclina-ción de cabeza muy formal, sin decir una palabra, y despuéshubieraactuado como si yo no existiera, sin siquiera mirarmecon alguna complacencia… usted sabe a qué me refiero… , sime hubiera dado ese trato intimidante, habríarenunciado a to-do llena de desesperación. No lo habría soportado. Porquec-uando a ella le disgusta algo, sé que lo demuestra con la mayorrudeza.Elinor no pudo dar ninguna respuesta a este educadotriunfo; se lo impidieronla puerta que se abría de par en par, elcriado que anunciaba al señor Ferrars, yla inmediata entradade Edward.Fue un momento muy incómodo, y así lo demostróel semblante de cada unode ellos. Todos adquirieron un aireextremadamente necio, y Edward pareció nosaber si abando-nar de nuevo la habitación o seguir avanzando. La mismísima-circunstancia, en su peor forma, que cada uno había deseadode manera tanferviente evitar, se les había venido encima: nosólo se encontraban los tresjuntos, sino que además estabanjuntos sin el paliativo que habría significado lapresencia decualquier otra persona. Las damas fueron las primeras enrecu-perar el dominio sobre sí mismas. No le correspondía a Lucyadelantarsecon ninguna manifestación, y era necesario seguirmanteniendo las aparienciasde un secreto. Debió limitarse asía comunicar su ternura a través de la mirada,y tras un ligerosaludo, no dijo más.Pero Elinor sí tenía algo más que hacer; y

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estaba tan ansiosa, por él y por ella,de hacerlo bien, que trasun momento de reflexión se obligó a darle labienvenida con unaire y modales casi desenvueltos y casi llanos; yesforzándose yluchando consigo misma un poco más, incluso logró mejorar-los.No iba a permitir que la presencia de Lucy o la concienciade alguna injusticiahacia ella le impidieran decir que estabacontenta de verlo y que habíalamentado mucho no estar en ca-sa cuando él había ido a Berkeley Street.Tampoco iba a dejarsearredrar por la observadora mirada de Lucy, que no tardóensentir clavada en ella, privándolo de las atenciones que, en tan-to amigo y casipariente, se merecía.La actitud de Elinor tranq-uilizó a Edward, que encontró ánimo suficiente parasentarse;pero su turbación todavía era mayor que la de las jóvenes enun gradoexplicable por las circunstancias, aunque no fuera co-rriente tratándose de susexo, pues carecía de la frialdad de co-razón de Lucy y de la tranquilidad deconciencia de Elinor.Lucy,luciendo un aire recatado y plácido, parecía decidida a no con-tribuir ennada a la comodidad de los otros y se mantuvo encompleto silencio; y casi todolo que se dijo nació de Elinor, quedebió ofrecer voluntariamente todas lasinformaciones sobre lasalud de su madre, su venida a la ciudad, etc., queEdward de-bió haber solicitado, y no solicitó.Sus afanes no terminaron ahí,pues poco después se sintió heroicamenteSentido y sensibili-dad Jane Austen 143143dispuesta a tomar la decisión de dejara Lucy y Edward solos, con la excusa deir a buscar a Marianne;y en verdad lo hizo, y con la mayor galanura, pues sedetuvo va-rios minutos en el descansillo de la escalinata, con la más alti-vaentereza, antes de ir en busca de su hermana. Cuando lo hi-zo, sin embargo,debieron cesar los arrebatos de Edward, puesla alegría de Marianne la arrastróde inmediato al salón. Su pla-cer al verlo fue como todas sus otras emociones,intensas en símismas e intensamente expresadas. Fue a su encuentroexten-diéndole una mano, que él tomó, y saludándolo con voz dondeera manifiestoun cariño de hermana.-¡Querido Edward! -excla-mó-. ¡Este sí es un momento feliz! ¡Casi podríacompensar todolo demás!Edward intentó responder a su amabilidad tal comose lo merecía, pero ante taltestigo no se atrevía a decir ni lamitad de lo que en verdad sentía. Volvieron asentarse, y duran-te algunos momentos todos guardaron silencio; Marianne,entretanto, observaba con la más expresiva ternura unas veces a

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Edward, otrasa Elinor, lamentando únicamente que el placerde ambos se viera estorbado porla inoportuna presencia deLucy. Edward fue el primero en hablar, y lo hizo parareferirseal aspecto cambiado de Marianne y manifestar su temor dequeLondres no le sentara bien.-¡Oh, no pienses en mí! -replicóella con animosa entereza, aunque se lellenaron los ojos de lá-grimas al hablar-, no pienses en mi salud. Elinor está bien,co-mo puedes ver. Eso debiera bastarnos a ti y a mí.Esta observa-ción no iba a hacerles más fácil la situación a Edward y a Eli-nor,ni tampoco conquistaría la buena voluntad de Lucy, quienmiró a Mariana conexpresión nada benévola.-¿Te gustaLondres? -le dijo Edward, deseoso de decir cualquier cosa que-permitiera cambiar de tema.-En absoluto. Esperaba encontrargrandes diversiones aquí, pero no he halladoninguna. Verte,Edward, ha sido el único consuelo que me ha ofrecido; y ¡grac-iasa Dios!, tú no has cambiado.Hizo una pausa; nadie dijonada. .-Creo, Elinor -agregó Marianne después de un rato-, quedebemos pedir aEdward que nos acompañe en nuestra vuelta aBarton. Estaremos partiendo enuna o dos semanas, me imagi-no; y confío en que él no se negará a aceptar estasolicitud.Elpobre Edward masculló algo, pero qué fue, nadie lo supo, ni si-quiera él.Pero Marianne, que se dio cuenta de su agitación yque sin mayor esfuerzo eracapaz de atribuirla a cualquier cau-sa que le pareciera conveniente, se sintiócompletamente satis-fecha y muy pronto comenzó a hablar de otra cosa.-¡Qué díapasamos ayer en Harley Street, Edward! ¡Tan aburrido, tanes-pantosamente aburrido! Pero -tengo mucho que contarte alrespecto, que nopuedo decir ahora.Y con tal admirable discre-ción, postergó para el momento en que pudieranhablar más enprivado su declaración respecto a haber encontrado a sus mut-uosparientes más insoportables que nunca, y el especial desa-grado que le habíaproducido la madre de él.Sentido y sensibili-dad Jane Austen 144144-Pero, ¿por qué no estabas tú ahí, Ed-ward? ¿Por qué no fuiste?-Tenía otro compromiso.-¡Otro com-promiso! ¿Y cómo, si te esperaban tus amigas?-Quizá, señoritaMarianne -exclamó Lucy, deseosa de vengarse de algunamane-ra de ella-, usted crea que los jóvenes nunca honran sus com-promisos,grandes o pequeños, cuando no les interesa cumplir-los.Elinor se sintió muy enojada, pero Marianne pareció porcompleto insensible alsarcasmo de Lucy, pues le respondió con

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gran tranquilidad:-En realidad, no es así; porque, hablando enserio, estoy segura de que sólo suconciencia mantuvo a Ed-ward alejado de Harley Street. Y en verdad creo que suconc-iencia es delicadísima, la más escrupulosa en el cumplimientode todos suscompromisos, por insignificantes que sean y aunq-ue vayan en contra de suinterés o de su placer. Nadie tememás que él causar dolor o destrozar unaexpectativa, y es lapersona más incapaz de egoísmo que yo conozca. Sí,Edward,es así y así lo diré. ¡Cómo! ¿Es que nunca vas a permitir que tealaben?Entonces no puedes ser mi amigo, pues quienes acep-ten mi amor y miestima deben someterse a mis más abiertoselogios.El contenido de sus elogios en el caso actual, sin em-bargo, resultabaparticularmente inadecuado a los sentimientosde dos tercios de su auditorio, ypara Edward fue tan poco alen-tador que muy luego se levantó para marcharse.-¡Tan pronto tevas! -dijo Marianne-. Mi querido Edward, no puedes hacerlo.Yllevándolo ligeramente a un lado, le susurró su convencimientode que Lucyno se quedaría mucho rato más. Pero incluso esteincentivo falló, porquepersistió en irse; y Lucy, que se habríaquedado más tiempo que él aunque suvisita hubiera duradodos horas, poco después se fue también.-¡Qué la traerá acá tana menudo! -dijo Marianne en cuanto salió-. ¡Cómo nose dabacuenta de que queríamos que se fuera! ¡Qué fastidio para Ed-ward!-¿Y por qué? Todas somos amigas de él, y es a Lucy a qu-ien ha conocido pormás tiempo. Es natural que desee verla tan-to como a nosotras.Marianne la miró fijamente, y dijo:-Sabes,Elinor, éste es el tipo de cosas que no soporto escuchar. Si lodicesnada más que para que alguien te contradiga, como ima-gino debe ser el caso,debieras recordar que yo sería la últimapersona del mundo en hacerlo. Nopuedo rebajarme a que mesaquen con engaños declaraciones que en verdadnadie de-sea.Con esto abandonó la habitación, y Elinor no se atrevió aseguirla para deciralgo más, pues atada como estaba por lapromesa hecha a Lucy de guardar susecreto, no podía dar aMarianne ninguna información que pudiera convencerla;y pordolorosas que fueran las consecuencias de permitirle seguir enel error,estaba obligada- a aceptarlas. Todo lo que podía espe-rar era que Edward no laexpusiera a menudo, y tampoco se ex-pusiera él, al sinsabor de tener queescuchar las desacertadasmuestras de afecto de Marianne, y tampoco a lareiteración de

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ningún otro aspecto de las penurias que habían acompañadosuúltimo encuentro… y este último deseo, podía confiar plena-mente en que secumpliría.Sentido y sensibilidad Jane Austen145145CAPITULO XXXVIPocos días después de esta reunión,los periódicos anunciaron al mundo que laesposa de ThomasPalmer, Esq., había dado a luz sin contratiempos a un hijo yhe-redero; un párrafo muy interesante y satisfactorio, al menospara todos losconocidos cercanos que ya estaban enterados dela noticia.Este suceso, de gran importancia para la felicidad dela señora Jennings,produjo una alteración pasajera en la distri-bución de su tiempo y afectó en formaparecida los compromi-sos de sus jóvenes amigas; pues, como deseaba estar lomás po-sible con Charlotte, iba a verla todas las mañanas apenas sevestía, y novolvía hasta el atardecer; y las señoritas Dashwood,por pedido especial de losMiddleton, pasaban todo el día enConduit Street. Si hubiera sido por su propiacomodidad, habrí-an preferido quedarse, al menos durante las mañanas, en laca-sa de la señora Jennings; pero no era esto algo que se pudieraimponer encontra de los deseos de todo el mundo. Sus horasfueron traspasadas entoncesa lady Middleton y a las dos seño-ritas Steele, para quienes el valor de sucompañía era tan esca-so como grande era el afán con que aparentabanbuscarla.LasDashwood eran demasiado lúcidas para ser buena compañíapara laprimera; y para las últimas eran motivo de envidia, pueslas considerabanintrusas en sus territorios, partícipes de laamabilidad que ellas deseabanmonopolizar. Aunque nada habíamás cortés que el trato de lady Middleton haciaElinor y Mar-ianne, en realidad no le gustaban en absoluto. Como no la adu-labanni a ella ni a sus niños, no podía creer que fueran de buennatural; y como eranaficionadas a la lectura, las imaginaba sa-tíricas: quizá no sabía exactamente quéera ser satírico, peroeso carecía de importancia. En el lenguaje comúnimplicabauna censura, y la aplicaba sin mayor cuidado.Su presencia co-artaba tanto a lady Middleton como a Lucy. Restringían el ocio-de una y la ocupación de la otra. Lady Middleton se sentíaavergonzada frente aellas por no hacer nada; y Lucy temía quela despreciaran por ofrecer laslisonjas que en otros momentosse enorgullecía de idear y administrar. Laseñorita Steele era lamenos afectada de las tres por la presencia de Elinor yMarian-ne, y sólo dependía de éstas que la aceptara por completo.

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Habríabastado con que una de las dos le hiciera un relato com-pleto y detallado de todolo ocurrido entre Marianne y el señorWilloughby, para que se hubiera sentidoampliamente recom-pensada por el sacrificio de cederles el mejor lugar junto a la-chimenea después de la cena, gesto que la llegada de las jóve-nes exigía. Peroesta oferta conciliatoria no le era otorgada,pues aunque a menudo lanzaba anteElinor expresiones de pie-dad por su hermana, y más de una vez dejó caer frentea Mar-ianne una reflexión sobre la -inconstancia de los galanes, noproducíaningún efecto más allá de una mirada de indiferenciade la primera o de disgustoen la segunda. Con un esfuerzo me-nor aún, se habrían ganado su amistad. ¡Sitan sólo le hubieranhecho bromas a causa del reverendo Davies! Pero estabantanpoco dispuestas, igual que las demás, a complacerla, que si sirJohn cenabafuera de casa podía pasar el día completo sin escu-char ninguna otra chanza alSentido y sensibilidad Jane Austen146146respecto sino las que ella misma tenía la gentileza dedirigirse.Todos estos celos y sinsabores, sin embargo, pasabantan totalmenteinadvertidos para la señora Jennings, que creíaque estar juntas era algo queencantaba a las muchachas; y así,cada noche felicitaba a sus jóvenes amigaspor haberse libradode la compañía de una anciana estúpida durante tanto rato.Al-gunas veces se les unía donde sir John y otras en su propia ca-sa; perodondequiera que fuese, siempre llegaba de excelenteánimo, llena de júbilo eimportancia, atribuyendo el bienestarde Charlotte a los cuidados que ella lehabía prodigado y listapara darles un informe tan exacto y detallado de lasituación desu hija, que sólo la curiosidad de la señorita Steele podía dese-ar.Había una cosa que la inquietaba, y sobre ella se quejaba adiario. El señorPalmer persistía en la opinión tan extendida en-tre su sexo, pero tan poco paternal,de que todos los recién na-cidos eran iguales; y aunque ella percibía contoda claridad endistintos momentos la más asombrosa semejanza entre esteni-ño y cada uno de sus parientes por ambos lados, no había for-ma de convencerde ello a su padre, ni de hacerlo reconocerque no era exactamente comocualquier otra criatura de la mis-ma edad; ni siquiera se lo podía llevar a admitir lasimple afir-mación de que era el niño más hermoso del mundo.Llego ahoraal relato de un infortunio que por esta época sobrevino a la se-ñorade John Dashwood. Ocurrió que durante la primera visita

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que le hicieron sus doscuñadas junto a la señora Jennings enHarley Street, otra de sus conocidas llegóinesperadamente,circunstancia que, en sí misma, aparentemente no podíacau-sarle ningún mal. Pero mientras la gente se deje arrastrar porsu imaginaciónpara formarse juicios errados sobre nuestraconducta y la califique basándoseen meras apariencias, nues-tra felicidad estará siempre, en una cierta medida, amerced delazar. En esta ocasión, la dama que había llegado al último dejóquesu fantasía excediera de tal manera la verdad y la probabili-dad, que el soloescuchar el nombre de las señoritas Dashwoody entender que eran hermanasdel señor Dashwood, la llevó aconcluir de inmediato que se estaban alojando enHarley Street;Y. esta mala interpretación produjo como resultado, uno o dos-días después, tarjetas de invitación para ellas, al igual que parasu hermano ycuñada, a una pequeña velada musical en su ca-sa. La consecuencia de esto fueque la señora de John Dashwo-od debió someterse no sólo a la enormeincomodidad de enviarsu carruaje a buscar a las señoritas Dashwood, sino que,peoraún, debió soportar todo el desagrado de parecer hacerles al-guna atención:¿quién podría asegurarle que no iban a esperarsalir con ella una segunda vez?Es verdad que siempre tendríaen sus manos el poder para frustrar susexpectativas. Pero ellono era suficiente, porque cuando las personas seempeñan enuna forma de conducta que saben equivocada, se sientenagrav-iadas cuando se espera algo mejor de ellas.Marianne, entretan-to, se vio llevada de manera tan paulatina a aceptar salirtodoslos días, que había llegado a serle indiferente ir a algún lugar ono hacerlo;se preparaba callada y mecánicamente para cadauno de los compromisosvespertinos, aunque sin esperar deellos diversión alguna, y muy a menudo sinsaber hasta el últi-mo momento adónde la llevarían.Se había vuelto tan indiferen-te a su vestimenta y apariencia, que en todo elSentido y sensi-bilidad Jane Austen 147147tiempo que dedicaba a su arreglono les prestaba ni la mitad de la atención querecibían de la se-ñorita Steele en los primeros cinco minutos que estaban jun-tas,después de estar lista. Nada escapaba a su minuciosa ob-servación y ampliacuriosidad; veía todo y preguntaba todo; noquedaba tranquila hasta saber elprecio de cada parte del vesti-do de Marianne; podría haber calculado cuántostrajes teníamejor que la misma Marianne; y no perdía las esperanzas

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dedescubrir antes de que se dejaran de ver, cuánto gastaba se-manalmente enlavado y de cuánto disponía al año para sus gas-tos personales. Más aún, laimpertinencia de este tipo de escru-tinios se veía coronada por lo general con uncumplido que,aunque pretendía ir de añadidura al resto de los halagos, era-recibido por Marianne como la mayor impertinencia de todas;pues, tras sersometida a un examen que cubría el valor y he-chura de su vestido, el color desus zapatos y su peinado, esta-ba casi segura de escuchar que “a fe suya seveía de lo más ele-gante, y apostaría que iba a hacer muchísimas conquistas”.Conestas animosas palabras fue despedida Marianne en la actualocasiónmientras se dirigía al carruaje de su hermano, el cualestaban listas para abordarcinco minutos después de tenerloante su puerta, puntualidad no muy grata a sucuñada, que lashabía precedido a la casa de su amiga y esperaba allí alguna-demora de parte de las jóvenes que pudiera incomodarla a ellao a su cochero.Los acontecimientos de esa noche no tuvieronnada de extraordinario. Lareunión, como todas las veladas mu-sicales, incluía a una buena cantidad depersonas que encontra-ba real placer en el espectáculo, y muchas más que noobteníanninguno; y, como siempre, los ejecutantes eran, en su propiaopinión yen la de sus amigos íntimos, los mejores concertistasprivados de Inglaterra.Como Elinor no tenía talentos musica-les, ni pretendía tenerlos, sin grandesescrúpulos desviaba lamirada del gran piano cada vez que deseaba hacerlo, ysin queni la presencia de un arpa y un violoncelo se le impidieran,contemplabaa su gusto cualquier otro objeto de la estancia. Enuna de estas miradaserrabundas, vio en el grupo de jóvenes almismísimo de quien habían escuchadotoda una conferencia so-bre estuches de mondadientes en Gray's. Poco despuéslo viomirándola a ella, y hablándole a su hermano con toda familiari-dad; yacababa de decidir que averiguaría su nombre con esteúltimo, cuando ambosse le acercaron y el señor Dashwood selo presentó como el señor RobertFerrars.Se dirigió a ella condesenvuelta cortesía y torció su cabeza en una inclinaciónquele hizo ver tan claramente como lo habrían hecho las palabras,que eraexactamente el fanfarrón que le había descrito Lucy.Habría sido una suerte paraella si su afecto por Edward depen-diera menos de sus propios méritos que delmérito de sus par-ientes más cercanos. Pues en tales circunstancias lainclinación

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de cabeza de su hermano le habría dado el toque final a lo queel malhumor de su madre y hermana habrían comenzado. Peromientras reflexionabacon extrañeza sobre la diferencia entrelos dos jóvenes, no le ocurrió que lavacuidad y presunción deuno le quitara toda benevolencia de juicio hacia lamodestia yvalía del otro. Por supuesto que eran diferentes, le explicó Ro-bert aldescribirse a sí mismo en el transcurso del cuarto de ho-ra de conversación quemantuvieron; refiriéndose a su herma-no, lamentó la extremada gaucherie que,Sentido y sensibilidadJane Austen 148148en su verdadera opinión, le impedía alter-nar en la buena sociedad, atribuyéndolaimparcial y generosa-mente mucho menos a una falencia innata que a ladesgracia dehaber sido educado por un preceptor particular; mientras queen sucaso, aunque probablemente sin ninguna superioridad na-tural o material enespecial, por la sencilla razón de haber goza-do de las ventajas de la educaciónprivada, estaba tan bien eq-uipado como el que más para incursionar en elmundo.-A fe mía-añadió-, creo que de eso se trata todo, y así se lo digo a menu-do ami madre cuando se lamenta por ello. “Mi querida señora”,le digo siempre, “nodebe seguir preocupándose. El daño ya esirreparable, y ha sido por completoobra suya. ¿Por qué se dejópersuadir por mi tío, sir Robert, en contra de supropio juicio,de colocar a Edward en manos de un preceptor particular enelmomento más crítico de su vida? Si tan sólo lo hubiera envia-do a Westminstercomo lo hizo conmigo, en vez de enviarlo alestablecimiento del señor Pratt, todoesto se habría evitado”.Así es como siempre considero todo este asunto, y mimadre es-tá completamente convencida de su error.Elinor no contradijosu opinión, puesto que, más allá de lo que creyera sobrelasventajas de la educación privada, no podía mirar con ningún ti-po debeneplácito la estada de Edward en la familia del señorPratt.-Creo que ustedes viven en Devonshire -fue su siguienteobservación-, en unacasita de campo cerca de Dawlish.Elinorlo corrigió en cuanto a la ubicación, y a él pareció sorprenderlequealguien pudiera vivir en Devonshire sin vivir cerca de Daw-lish. Le otorgó, sinembargo, su más entusiasta aprobación al ti-po de casa de que se trataba.-Por mi parte -dijo-, me fascinanlas casas de campo; tienen siempre tantacomodidad, tanta ele-gancia. Y, lo prometo, si tuviera algún dinero de sobra,compra-ría un pequeño terreno y me construiría una, cerca de Londres,

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adondepudiera ir en cualquier momento, reunir a unos pocosamigos en torno mío y serfeliz. A todo el que piensa edificar al-go, le aconsejo que construya una pequeñacasa de campo. Unamigo, lord Courtland, se me acercó hace algunos días conelpropósito de solicitar mi consejo, y me presentó tres proyectosde Bonomi.* Yodebía elegir el mejor de ellos. “Mi queridoCourtland”, le dije de inmediato,arrojando los tres al fuego, “noaceptes ninguno de ellos, y de todas manerasconstrúyete unacasita de campo”. Y creo que con eso se dijo todo. Algunospien-san que allí no habría comodidades, no habría holgura, pero es-tán totalmenteequivocados. El mes pasado estuve donde miamigo Elliott, cerca deDartford. Lady Elliott deseaba ofrecerun baile. “Pero, ¿cómo hacerlo?”, me dijo.“Mi querido Ferrars,por favor dígame cómo organizarlo. No hay ni una solapieza enesta casita donde quepan diez parejas, ¿y dónde puede servirselacena?” Yo advertí de inmediato que no habría ninguna difi-cultad para ello, asíque le dije: “Mi querida lady Elliott, no sepreocupe. En el comedor cabendieciocho parejas con toda faci-lidad; se pueden colocar mesas para naipes en lasalita; puedeabrirse la biblioteca para servir té y otros refrescos; y hagaservir lacena en el salón”. A lady Elliott le encantó la idea. Me-dimos el comedor y vimosque daba cabida justo a dieciocho pa-rejas, y todo se dispuso precisamente* Joseph Bonomi(1739-1808), arquitecto, miembro de la Royal Academy.Sentidoy sensibilidad Jane Austen 149149según mi plan. De hecho, en-tonces, puede ver que basta saber arreglárselaspara disfrutarde las mismas comodidades en una casita de campo o en la-mansión más amplia.Elinor concordó con todo ello, porque nocreía que él mereciera el cumplido deuna oposición racio-nal.Como John Dashwood disfrutaba tan poco con la música co-mo la mayor desus hermanas, también había dejado a su menteen libertad de divagar; y fue asíque esa noche se le ocurrió unaidea que, al volver a casa, sometió a laaprobación de su esposa.La reflexión sobre el error de la señora Dennison alsuponerque sus hermanas estaban hospedadas con ellos le había suge-rido loapropiado que sería tenerlas realmente como huéspedesmientras loscompromisos de la señora Jennings la manteníanalejada del hogar. El gastosería insignificante, y no mucho máslos inconvenientes; y era, en suma, unaatención que la delica-deza de su conciencia le señalaba como requisito paraliberarse

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por completo de la promesa hecha a su padre. Fanny se sobre-saltóante esta propuesta.-No veo cómo podría hacerse dijo-, sinofender a lady Middleton, puesto quepasan todos los días conella; de no ser así, me complacería mucho hacerlo.Sabes bienque siempre estoy dispuesta a brindarles todas las atencionesqueme son posibles, y así lo demuestra el hecho de haberlasllevado conmigo estanoche. Pero son invitadas de lady Middle-ton. ¿Cómo puedo pedirles que ladejen?Su esposo, aunque congran humildad, no veía que sus objecionesfueranconvincentes.-Ya ha pasado una semana de esta formaen Conduit Street, y a ladyMiddleton no le disgustaría queellas les dieran la misma cantidad de días aparientes tan cerca-nos.Fanny hizo una breve pausa y luego, con renovado vigor,dijo:-Amor mío, se lo pediría de todo corazón, si estuviera enmi poder hacerlo.Pero acababa de decidir para mí misma pedira las señoritas Steele que pasaranunos pocos días conmigo.Son unas jovencitas muy educadas y buenas; ypienso que lesdebemos esta atención, considerando lo bien que se portó su tí-ocon Edward. Verás que podemos invitar a tus hermanas algúnotro año; peropuede que las señoritas Steele ya no vuelvan avenir a la ciudad. Estoy segurade que te gustarán; de hecho, yasabes que sí te gustan, y mucho, y lo mismo ami madre; ¡y aHarry le gustan tanto!El señor Dashwood se convenció. Enten-dió la necesidad de invitar a lasseñoritas Steele de inmediato,mientras la decisión de invitar a sus hermanasalgún otro añotranquilizaba su conciencia; al mismo tiempo, sin embargo, te-níala sagaz sospecha de que otro año haría innecesaria la invi-tación, ya que traeríaa Elinor a la ciudad como esposa del coro-nel Brandon, y a Marianne comohuésped de ellos.Fanny, rego-cijándose por su escapada y orgullosa del rápido ingenio quese lahabía facilitado, le escribió a Lucy la mañana siguiente, so-licitándole sucompañía y la de su hermana durante algunos dí-as en Harley Street apenas ladyMiddleton pudiera prescindirde ellas. Ello fue suficiente para hacer a LucySentido y sensibi-lidad Jane Austen 150150verdadera y razonablemente feliz. ¡Laseñora Dashwood parecía estarpersonalmente disponiendo lascosas en su favor, alimentando sus esperanzas,favoreciendosus intenciones! Una oportunidad tal de estar con Edward y su-familia era, por sobre todas las cosas, de la mayor importanciapara susintereses; y la invitación, lo más grato que podía haber

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para sus sentimientos.Era una oportunidad frente a la cual to-do agradecimiento parecía pobre, einsuficiente la velocidadcon que se la aprovechara; y respecto de la visita a ladyMiddle-ton, que hasta ese momento no había tenido límites precisos,-repentinamente se descubrió que siempre había estado pensa-da para terminaren dos días más.Cuando a los diez minutos dehaberla recibido le mostraron a Elinor la nota,debió compartirpor primera vez parte de las expectativas de Lucy; tal muestra-de desacostumbrada gentileza, dispensada a tan poco tiempode conocerse,parecía anunciar que la buena voluntad haciaLucy se originaba en algo másque una mera inquina hacia ella,y que el tiempo y la cercanía podrían llegar asecundar a Lucyen todos sus deseos. Sus adulaciones ya habían subyugadoelorgullo de lady Middleton y encontrado el camino hacia elfrío corazón de laseñora de John Dashwood; y tales resultadosampliaban las probabilidades deotros mayores aún.Las señori-tas Steele se trasladaron a Harley Street, y todo cuanto llegabaaElinor sobre su influencia allí la hacía estar más a la expecta-tiva del acontecimiento.Sir John, que las visitó más de una vez,trajo noticias asombrosas paratodos sobre el favor en que selas tenía. La señora Dashwood jamás en toda suvida había en-contrado a ninguna joven tan agradable como a ellas; le había-regalado a cada una un acerico, hecho por algún emigrado; lla-maba a Lucy porsu nombre de pila, y no sabía si alguna vez ibaa poder separarse de ellas.CAPITULO XXXVIILa señora Palmerse encontraba tan bien al término de una quincena, que suma-dre sintió que ya no era necesario destinarle todo su tiempo aella; ycontentándose con visitarla una o dos veces al día, dio fina esta etapa paravolver a su propio hogar y a sus propias cos-tumbres, encontrando a lasseñoritas Dashwood muy dispuestasa retomar la parte que habíandesempeñado en ellas.Al tercer ocuarto día tras haberse reinstalado en Berkeley Street, la seño-raJennings, recién de vuelta de su visita cotidiana a la señoraPalmer, entró con unaire de tan apremiante importancia en lasala donde Elinor se encontraba asolas, que ésta se preparópara escuchar algo prodigioso; y tras haberle dadosólo el tiem-po necesario para formarse tal idea, comenzó de inmediatoafundamentarla diciendo: .-¡Cielos! ¡Mi querida señorita Dash-wood! ¿Supo la noticia?-No, señora. ¿De qué se trata?-¡Algotan extraño! Pero ya le contaré todo. Cuando llegué donde el

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señorPalmer, encontré a Charlotte armando todo un alborotoen tomo al niño. EstabaSentido y sensibilidad Jane Austen151151segura de que estaba muy enfermo: lloraba y estabamolesto, y estaba todocubierto de granitos. Lo examiné enton-ces de cerca, y “¡Cielos, querida!”, le dije.“No es nada, sólo unsarpullido”, y la niñera dijo lo mismo. Pero Charlotte no, ellanoestaba satisfecha, así que enviaron por el señor Donovan; y porsuerteacababa de llegar de Harley Street, así que fue de inme-diato, y apenas vio alniño dijo lo mismo que nosotras, que noera nada sino un sarpullido, y ahíCharlotte se quedó tranquila.Y entonces, justo cuando se iba, me vino a lacabeza, y no sé có-mo se me fue a ocurrir pensar en eso, pero se me vino a laca-beza preguntarle si había alguna noticia. Y entonces él pusoesa sonrisitaafectada y tonta, y fingió todo un aire de grave-dad, como si supiera esto y lootro, hasta que al fin susurró:“Por temor a que algún informe desagradablellegara a las jóve-nes bajo su cuidado sobre la indisposición de su cuñada, creoa-consejable decir que, en mi opinión, no hay motivo de alarma;confío en que laseñora Dashwood se recupere perfectamen-te”.-¡Cómo! ¿Está enferma Fanny?-Es lo mismo que yo le dije,querida. “¡Cielos!”, le dije. “¿Está enferma laseñora Dashwo-od?” Y allí salió todo a la luz; y en pocas palabras, según loqueme pude dar cuenta, parece ser esto: el señor Edward Fe-rrars, el mismísimojoven con quien yo solía hacerle a ustedbromas (aunque, como han resultadolas cosas, ahora estoy te-rriblemente contenta de que en verdad no hubiera nadadeeso), el señor Edward Ferrars, al parecer, ¡ha estado compro-metido desdehace más de un año con mi prima Lucy! ¡Ahí tie-ne, querida! ¡Y sin que nadiesupiera ni una palabra del asunto,salvo Nancy! ¿Lo habría creído posible? Noes en absoluto ex-traño que se gusten, ¡pero que las cosas avanzaran tanto entre-ellos, y sin que nadie lo sospechara! ¡Eso sí que es extraño!Nunca llegué averlos juntos, o con toda seguridad lo habríadescubierto de inmediato. Bueno, yentonces mantuvieron todoesto muy en secreto por temor a la señora Ferrars, yni ella niel hermano de usted ni su cuñada sospecharon nada de todoelasunto… hasta que esta misma mañana, la pobre Nancy, que,como usted sabe,es una criatura muy bien intencionada, peronada en el terreno de lasconspiraciones, lo soltó todo.“¡Cielos!, pensó para sí, “le tienen tanto cariño aLucy, que

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seguro no se opondrán a ello”; y así, vino y se fue donde su cu-ñada,señorita Dashwood, que estaba sola bordando su tapiz,sin imaginar lo que se levenía encima… porque acababa de de-cirle a su hermano, apenas hacía cincominutos, que pensabaarmarle a Edward un casamiento con la hija de algún lord,nome acuerdo cuál. Así que ya puede imaginar el golpe que fuepara suvanidad y orgullo. En seguida le dio un ataque de histe-ria, con tales gritos quehasta llegaron a oídos de su hermano,que se encontraba en su propio gabineteabajo, pensando en es-cribir una carta a su mayordomo en el campo. Entoncesvoló es-caleras arriba y allí ocurrió una escena terrible, porque paraentonces seles había unido Lucy, sin soñar siquiera lo que esta-ba pasando. ¡Pobre criatura!La compadezco. Y créame, piensoque se comportaron muy duros con ella; sucuñada la reprendióhecha una furia, hasta hacerla desmayarse. Nancy, por supar-te, cayó de rodillas y lloró amargamente; y su hermano se pa-seaba por lahabitación diciendo que no sabía qué hacer. La se-ñora Dashwood dijo que lasjóvenes no podrían quedarse ni unminuto más en la casa, y su hermanoSentido y sensibilidad Ja-ne Austen 152152también tuvo que arrodillarse para conven-cerla de que las dejara al menos hastaque hubiesen empacadosus ropas. Y entonces ella tuvo otro ataque de histeria,y él es-taba tan asustado que mandó a buscar al señor Donovan, y elseñorDonovan encontró la casa toda conmocionada. El carruajeestaba listo en lapuerta para llevarse a mis pobres primas, yjusto estaban subiéndose cuando élsalió; la pobre Lucy, mecontó, estaba en tan malas condiciones que apenaspodía cami-nar; y Nancy estaba casi igual de mal. Déjeme decirle que notengopaciencia con su cuñada; y espero con todo el corazónque se casen, a pesar desu oposición. ¡Dios! ¡Cómo se va a po-ner el pobre señor Edward cuando losepa! ¡Que hayan maltra-tado así a su amada! Porque dicen que la quiereenormemente,con todas sus fuerzas. ¡No me extrañaría que sintiera la mayor-de las pasiones! Y el señor Donovan piensa lo mismo. Conver-samos mucho conél sobre esto; y lo mejor de todo es que él vol-vió a Harley Street, para estar amano cuando se lo dijeran a laseñora Ferrars, porque enviaron por ella apenasmis primas de-jaron la casa y su cuñada estaba segura de que también ellaseiba a poner histérica; y bien puede ponerse, por lo que a míme importa. No letengo compasión a ninguno de ellos. Nunca

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he conocido a gente que haga tantoalboroto por asuntos de di-nero y de grandeza. No hay ningún motivo en elmundo por elque el señor Edward y Lucy no deban casarse; estoy segura de-que la señora Ferrars puede permitirse velar muy bien por suhijo; y aunqueLucy personalmente casi no tiene nada, sabe me-jor que nadie cómo sacar elmayor provecho de cualquier cosa;y yo diría que si la señora Ferrars le asignaraaunque fueranquinientas libras anuales, podría hacerlas lucir lo mismo queotrapersona haría con ochocientas. ¡Cielos! ¡Qué cómodos po-drían vivir en unacasita como la de ustedes, o un poco másgrande, con dos doncellas y dos criados;y creo que yo podríaayudarlos en lo de las doncellas, porque la mía, Betty,tiene unahermana desocupada que les vendría perfectamente!La señoraJennings finalizó su discurso, y como Elinor tuvo tiempo sufic-ientepara ordenar sus pensamientos, pudo responder y hacerlos comentarios que sesuponía debía despertar en ella el temaen cuestión. Contenta de saber que noera sospechosa de tenerningún interés particular en él y que la señora Jennings(comoúltimamente varias veces le había parecido ser el caso) ya nose laimaginaba encariñada con Edward; y feliz sobre todo porq-ue no estuviera ahíMarianne, se sintió muy capaz de hablar delasunto sin turbarse y dar unaopinión imparcial, según creía,sobre la conducta de cada uno de losinteresados.No sabía Eli-nor muy bien cuáles eran en verdad sus propias expectativasalrespecto, aunque se esforzó seriamente en alejar de ella laidea de que pudieraterminar de otra forma que con el matrimo-nio de Edward y Lucy. Sí estabaansiosa de saber lo que diría yharía la señora Ferrars, aunque no cabíanmuchas dudas encuanto a su naturaleza, y más ansiosa aún de saber cómo se-comportaría Edward. Sentía bastante compasión por él; porLucy, muy poca… eincluso le costó algo de trabajo procurarese poco; por el resto, ninguna.Como la señora Jennings nocambiaba de tema, muy pronto Elinor advirtió quesería necesa-rio preparar a Marianne para discutirlo. Sin pérdida de tiempohabíaque desengañarla, ponerla al tanto de la verdad y conseg-uir que escuchara losSentido y sensibilidad Jane Austen153153comentarios de los demás sin revelar ninguna inquietudpor su hermana, ytampoco ningún resentimiento hacia Ed-ward.Penosa era la tarea que debía cumplir Elinor. Iba a tenerque destruir lo que enverdad creía ser el principal consuelo de

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su hermana: dar detalles acerca deEdward que temía lo haríandesmerecer para siempre a los ojos de Marianne; yhacer quepor el parecido entre sus situaciones, que ante la viva imagina-ción deella parecería enorme, debiera revivir una vez más supropia desilusión. Peroingrata como debía ser tal tarea, habíaque cumplirla y, en consecuencia, Elinorse apresuró a hacer-lo.Lejos estaba de desear detenerse demasiado en sus propiossentimientos o demostrar que sufría mucho, a no ser que el do-minio sobre sí misma que habíapracticado desde el momentoen que supo del compromiso de Edward leindicara que seríaútil frente a Marianne. Su relato fue claro y sencillo; y aunque-no pudo estar desprovisto de emoción, no fue acompañado nide agitación violentani de arrebatos de dolor. Eso correspondíamás a la oyente, porqueMarianne escuchó todo horrorizada ylloró sin parar. Por lo general, Elinor teníaque consolar a losdemás cuando ella estaba afligida tanto como cuando ellos lo-estaban; y así, confortó a Marianne al ofrecerle la certidumbrede su propiatranquilidad y una vigorosa defensa de Edwardfrente a todos los cargos, salvoel de imprudencia.Pero Marian-ne no dio crédito durante un buen rato a ninguno de losargu-mentos de Elinor. Edward parecía un segundo Willoughby; y siElinoradmitía, como lo había. hecho, que sí lo había amadomuy sinceramente, ¡cómopodía sentir menos que ella! En cuan-to a Lucy Steele, la consideraba tanabsolutamente desprecia-ble, tan completamente incapaz de atraer a ningúnhombre sen-sible, que no la iban a poder convencer primero de creer, ydespuésde perdonar, que Edward hubiera sentido antes ningúnafecto por ella. Nisiquiera admitía que hubiese sido algo natu-ral; y Elinor abandonó sus esfuerzos,dejando que algún día laconvenciera de que así eran las cosas lo único quepodía llegara convencerla: un conocimiento más profundo de la humani-dad.En su primer intento de comunicación, no había podido irmás allá deestablecer el hecho del compromiso y el tiempo quetenía de existencia.Irrumpieron entonces las emociones de Ma-rianne, poniendo fin a todo orden enla descripción de los Por-menores; y durante algunos momentos, todo lo quepudo hacer-se fue calmar su aflicción, tranquilizar sus temores y combatirsuresentimiento. La Primera pregunta que hizo, que abrió elcamino a nuevosdetalles, fue:-¿Y hace cuánto tiempo que lo sa-bes, Elinor? ¿Te ha escrito él?-Lo he sabido desde hace cuatro

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meses. Cuando Lucy fue por primera vez aBarton Park en nov-iembre pasado, me habló en privado de su compromiso.Anteestas palabras, Marianne expresó con sus ojos lo que sus labiosnopodían formular. Tras un momento de asombrado silencio,exclamó:-¡Cuatro meses! ¿Lo has sabido durante cuatro me-ses?Elinor lo confirmó.-¡Cómo! ¿Mientras cuidabas de mí cuan-do yo estaba sumida en el dolor, tucorazón cargaba con todoesto? ¡Y yo que te he reprochado ser feliz!Sentido y sensibili-dad Jane Austen 154154-No era conveniente que en esos mo-mentos tú supieras cuán opuesto a esoera mi sentir.-¡Cuatromeses! -volvió a exclamar Marianne-. ¡Y tú tan tranquila, tanalegre!¿En qué te has sostenido?-En sentir que estaba cumpl-iendo mi deber. Mi promesa a Lucy me imponía elsecreto. Ledebía a ella, entonces, evitar cualquier indicio de la verdad; yledebía a mi familia y a mis amigos evitarles una preocupaciónpor causa mía queno estaría en mis manos solucionar.Lo anter-ior pareció sacudir fuertemente a Marianne.-A menudo he que-rido sacarte a ti y a mamá del engaño -añadió Elinor-, y unaodos veces he intentado hacerlo; pero sin traicionar la confianzaque habíandepositado en mí, jamás las habría convenci-do.-¡Cuatro meses! ¡Y todavía lo amabas!-Sí, pero no lo amabasólo a él; y mientras me importara tanto el bienestar deotraspersonas, me alegraba ahorrarles el conocimiento de lo muchoque sufría.Ahora puedo pensar y hablar de todo ello sin granemoción. No querría quesufrieras por causa mía; porque teaseguro que yo ya no sufro excesivamente.Tengo muchas cosasen qué apoyarme. No creo haber causado esta desilusiónconninguna imprudencia mía y la he sobrellevado, en lo que me hasido posible,sin esparcirla a mi alrededor. Absuelvo a Edwardde toda conducta en esenciaimpropia. Le deseo mucha felici-dad; y estoy tan segura de que siempre cumplirácon su deberque, aunque ahora pueda abrigar algún arrepentimiento, a lalargaserá feliz. Lucy no carece de juicio, y ése es el fundamen-to sobre el que sepuede construir todo lo que es bueno. Y des-pués de todo, Marianne, después delo fascinante que puede serla idea de un amor único y permanente y de todocuanto puedaponderarse una felicidad que depende por completo de unaper-sona en especial, las cosas no son así… no es adecuado… no esposible quelo sean. Edward se casará con Lucy; se casará conuna mujer superior en aspectoe inteligencia a la mitad de las

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personas de su sexo; y el tiempo y lacostumbre le enseñarán aolvidar que alguna vez creyó a alguna otra superior aella.-Si esasí como piensas -dijo Marianne-, si puede compensarse tan fá-cilmentela pérdida de lo que es más valioso, tu aplomo y tu do-minio sobre ti misma sonquizá un poco menos asombrosos. Seacercan más a lo que yo puedocomprender.-Te entiendo. Supo-nes que mis sentimientos nunca han sido muy fuertes.Durantecuatro meses, Marianne, todo esto me ha pesado en la mentesin haberpodido hablar de ello a nadie en el mundo; sabiendoque, cuando lo supieran, túy mi madre serían enormementedesgraciadas, y aun así impedida deprepararlas para ello ni enlo más mínimo. Me lo contó… de alguna manera mefue impues-to por la misma persona cuyo más antiguo compromiso destro-zótodas mis expectativas; y me lo contó, así lo pensé, con airede triunfo. Tuve, portanto, que vencer las sospechas de estapersona intentando parecer indiferenteallí donde mi interésera más profundo. Y no ha sido sólo una vez; una y otra vezhetenido que escuchar sus esperanzas y alegrías. Me he sabidoseparada deEdward para siempre, sin saber de ni siquiera unacircunstancia que me hicieraSentido y sensibilidad Jane Austen155155desear menos la unión. Nada hay que lo haya hechomenos digno de aprecio, ninada que asegure que le soy indife-rente. He tenido que luchar contra la malavoluntad de su her-mana y la insolencia de su madre, y he sufrido los castigos deq-uerer a alguien sin gozar de sus ventajas. Y todo esto ha estadoocurriendo enmomentos en que, como tan bien lo sabes, no erael único dolor que me afligía.Si puedes creerme capaz de sentiralguna vez… con toda seguridad podríassuponer que he sufridoahora. La tranquila mesura con que actualmente hellegado atomar lo ocurrido, el consuelo que he estado dispuesta a acep-tar, hansido producto de un doloroso esfuerzo; no llegaron porsí mismos; en uncomienzo no contaba con ellos para aliviar miespíritu… no, Marianne. Entonces,si no hubiera estado atada alsilencio, quizá nada… ni siquiera lo que le debía amis amigosmás queridos… me habría impedido mostrar abiertamente queeramuy desdichada.Marianne estaba completamente conster-nada.-¡Ay, Elinor! -exclamó-. Me has hecho odiarme para siem-pre. ¡Qué desalmadahe sido contigo! Contigo, que has sido miúnico consuelo, que me hasacompañado en toda mi miseria,¡que parecías sufrir únicamente por mí! ¿Así escomo te lo

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agradezco? ¿Es ésta la única recompensa que puedo ofrecer-te?Porque tu valía me abrumaba, he estado intentando desco-nocerla.A esta confesión siguieron las más tiernas caricias. Da-do el estado de ánimoen que se encontraba ahora, Elinor no tu-vo dificultad alguna para obtener de ellatodas las promesasque requería; y a pedido suyo, Marianne se comprometió anotocar nunca el tema con la más mínima apariencia de amargu-ra; a estar conLucy sin dejar traslucir el menor incremento enel desagrado que sentía por ella;e incluso ,a ver al mismo Ed-ward, si el azar los juntaba, sin disminuir en nada suhabitualcordialidad. Todas eran grandes concesiones, pero cuando Ma-riannesentía que había hecho algún daño, nada que pudierahacer para repararlo leparecía demasiado.Cumplió a la perfec-ción su promesa de ser discreta. Prestó atención a todo loquela señora Jennings tenía que decir sobre el tema sin cambiar decolor, nodiscrepó con ella en nada, y tres veces se la escuchódecir “Sí, señora”. Suúnica reacción al escucharla alabar aLucy fue cambiar de asiento, y cuando laseñora Jennings menc-ionó el cariño de Edward, tan sólo se le apretó lagarganta. Tan-tos avances en el heroísmo de su hermana hicieron que Elinorsesintiera capaz de afrontar todo.La mañana siguiente las pusonuevamente a prueba con la visita de suhermano, que llegó conun aspecto muy serio a discutir el terrible asunto ytraerles no-ticias de su esposa.-Habrán escuchado, supongo -les dijo congran solemnidad, no bien se hubosentado-, del insólito descu-brimiento que ayer tuvo lugar bajo nuestro techo.Todos hicie-ron gestos de asentimiento; parecía un momento demasiadoatrozpara las palabras.-Mi esposa -continuó- ha sufrido espan-tosamente. También la señora Ferrars… en suma, ha sido unaescena muy difícil y dolorosa; pero confío en quecapearemos latormenta sin que ninguno de nosotros resulte demasiado abati-do.¡Pobre Fanny! Estuvo con ataques histéricos todo el día deayer. Pero noSentido y sensibilidad Jane Austen 156156quisie-ra alarmarlas demasiado. Donovan dice que no hay nada dema-siadoimportante que temer; es de buena constitución y capazde enfrentarse acualquier cosa. ¡Lo ha sobrellevado con la en-tereza de un ángel! Dice que novolverá a pensar bien de nadie;¡y no es de extrañar, tras haber sido engañadaen esa forma!Recibir tanta ingratitud tras mostrar tanta bondad y entregartantaconfianza. Fue obedeciendo a la generosidad de su

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corazón que invitó a estasjóvenes a su casa; simplemente porq-ue pensó que se merecían algunasatenciones, que eran unasmuchachas inofensivas y bien educadas y que serianuna com-pañía agradable; porque por otra parte ambos deseábamose-normemente haberte invitado a ti y a Marianne a quedarse connosotros,mientras la gentil amiga donde se están quedandoahora atendía a su hija. ¡Yahora verse así recompensados!“Con todo el corazón”, dice la pobre Fanny consu modo afect-uoso, “querría que hubiéramos invitado a tus hermanas en vezdea ellas”.Hizo en este momento una pausa, esperando losagradecimientos del caso; yhabiéndolos obtenido, continuó.-Loque sufrió la pobre señora Ferrars cuando Fanny se lo contó,esindescriptible. Mientras ella, con el más sincero afecto, habíaestado planificandola unión más conveniente para él, ¡cómo su-poner que todo el tiempo él habíaestado comprometido conotra persona! ¡No se le habría pasado por la mentesospecharalgo así! Y si hubiera sospechado la existencia de cualquierpre-disposición de parte de él, no la hubiera buscado por ese lado.“Ahí, se losaseguro”, dijo, “me habría sentido a salvo”. Ha sidouna verdadera agonía paraella. Conversamos entre nosotros,entonces, sobre lo que debía hacerse, yfinalmente ella decidióenviar por Edward. El acudió. Pero me es muy tristecontarleslo que siguió. Todo lo que la señora Ferrars pudo decir para in-ducirlo aponer fin al compromiso, reforzado, como pueden su-poner, por mis argumentosy los ruegos de Fanny, resultó inútil.El deber, el cariño, todo lo desestimó.Nunca había pensadoque Edward fuese tan obstinado, tan insensible. Su madrele ex-plicó los generosos proyectos que tenía para él, en caso de quese casasecon la señorita Morton; le dijo que le traspasaría laspropiedades de Norfolk, lascuales, descontando las contribuc-iones, producen sus buenas mil libras al año;incluso le ofreció,cuando las cosas se pusieron desesperadas, subirlo a mildosc-ientas; y por el contrario, si persistía en esta unión tan desven-tajosa, ledescribió las inevitables penurias que acompañaríansu matrimonio. Le insistióen que las dos mil libras de que per-sonalmente dispone serían todo su haber; nolo volvería a vernunca más; y estaría tan lejos de prestarle la menor ayuda,quesi él fuera a asumir cualquier profesión con miras a obtenerun mejor ingreso,haría todo lo que estuviera en su poder paraimpedirle progresar en ella.Ante esto, Marianne, en un

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arrebato de indignación, golpeó sus manosexclamando:-¡Diosbendito! ¡Cómo es posible!-Bien puede extrañarte, Marianne -replicó su hermano-, la obstinación capazde resistir argumen-tos como ésos. Tu exclamación es absolutamente natural.Mar-ianne iba a replicar, pero recordó sus promesas, y se abstuvo.-Todos estos esfuerzos, sin embargo -continuó él-, fueron en va-no. Edward dijoSentido y sensibilidad Jane Austen 157157muypoco; pero cuando habló, lo -hizo de la manera más decidida.Nada podríaconvencerlo de renunciar a su compromiso. Cum-pliría con él, sin importar elcosto.-Entonces -exclamó la señoraJennings con brusca sinceridad, incapaz deseguir guardandosilencio-, ha actuado como un hombre honesto. Le ruego me-perdone, señor Dashwood, pero si él hubiera hecho otra cosa,habría pensadoque era un truhán. En algo me incumbe esteasunto, al igual que a usted, porqueLucy Steele es prima mía, ycreo que no hay mejor muchacha en el mundo, niotra más me-recedora de un buen esposo.John Dashwood no cabía en sí- deasombro; pero era tranquilo por naturaleza,poco dado a irritar-se, y nunca tenía intenciones de ofender a nadie, en especialanadie con dinero. Fue así que replicó, sin ningúnresentimiento:-Por ningún motivo hablaría yo sin respeto de al-gún familiar suyo, señora. Laseñorita Lucy Steele es, me atre-vería a decir, una joven muy meritoria, pero enel caso actual,debe saber usted que la unión es imposible. Y habersecompro-metido en secreto con un joven entregado al cuidado de sutío,especialmente el hijo de una mujer-de tan gran fortuna co-mo la señora Ferrars,quizá es, considerado en conjunto, un po-quito extraordinario. En pocas palabras,no es mi intención de-sacreditar el comportamiento de nadie a quien ustedestime, se-ñora Jennings. Todos le deseamos la mayor felicidad a su pri-ma, y laconducta de la señora Ferrars ha sido en todo momen-to la que adoptaría cualquiermadre buena y consciente en pa-recidas circunstancias. Se ha comportadocon dignidad y gene-rosidad. Edward ha echado sus propias suertes, y temo quelevan a salir mal.Marianne expresó con un suspiro un temor se-mejante; y a Elinor se le encogióel corazón al pensar en lossentimientos de Edward mientras desafiaba lasamenazas de sumadre por una mujer que no podía recompensarlo.-Bien, señor-dijo la señora Jennings-, ¿y cómo terminó todo?-Lamento de-cir, señora, que con la más desdichada ruptura: Edward

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haperdido para siempre la consideración de su madre. Ayerabandonó su casa,pero ignoro a dónde se ha ido o si está toda-vía en la ciudad; porque, porsupuesto, nosotros no podemospreguntar nada.-¡Pobre joven! ¿Y qué va a ser de él?-Sí, porcierto, señora. Qué triste es pensarlo. ¡Nacido con la expectati-va detanta riqueza! No puedo imaginar una situación más de-plorable. Los intereses dedos mil libras, ¡cómo va a vivir unapersona con eso! Y cuando, además, sepiensa que, de no habersido por su propia locura en tres meses más habríarecibido dosmil quinientas libras anuales (puesto que la señorita Mortonposeetreinta mil libras), no puedo imaginar situación más fu-nesta. Todos debemostenerle lástima; y más aún considerandoque ayudarlo está totalmente fuera denuestro alcance.-¡Pobrejoven! -exclamó la señora Jennings Les aseguro que de muybuengrado le daría alojamiento y comida en mi casa; y así se lodiría, si pudiera verlo.No está bien que tenga que costearse to-do solo ahora, viviendo en posadas ytabernas.Elinor le agrade-ció íntimamente por su bondad hacia Edward, aunque no podí-aSentido y sensibilidad Jane Austen 158158evitar sonreír antela manera en que era expresada.-Si tan sólo hubiese hecho porsí mismo -dijo John Dashwood- lo que susamigos estaban disp-uestos a hacer por él, estaría ahora en la situación que leco-rresponde y nada le habría faltado. Pero tal como son las co-sas, ayudarlo estáfuera del alcance de nadie. Y hay algo másque se está preparando en sucontra, peor que todo lo anterior:su madre ha decidido, empujada por un estadode ánimo muyentendible, asignar de inmediato a Robert las mismaspropieda-des que, en las condiciones- adecuadas, habrían sido de Ed-ward. Ladejé esta mañana con su abogado, hablando de esteasunto.-¡Bien! dijo la señora Jennings-, ésa es su venganza. Ca-da uno lo hace a sumanera. Pero no creo que yo me vengaríadando independencia económica a unhijo porque el otro me ha-bía fastidiado.Marianne se levantó y salió de la habita-ción.-¿Puede haber algo más mortificante para el espíritu de unhombre -continuóJohn- que ver a su hermano menor dueño deuna propiedad que podría habersido suya? ¡Pobre Edward! Locompadezco sinceramente.Tras algunos minutos más entrega-do al mismo tipo de expansiones, terminó suvisita; y asegurán-doles repetidas veces a sus hermanas que no había ningúnpeli-gro grave en la indisposición de Fanny y que, por lo tanto no

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debían preocuparsepor ella, se fue, dejando a las tres damascon unánimes sentimientossobre los sucesos del momento, almenos en lo que tocaba a la conducta de laseñora Ferrars, lade los Dashwood y la de Edward.La indignación de Marianneestalló no bien su hermano dejó la habitación; ycomo su vehe-mencia hacía imposible la discreción de Elinor e innecesaria ladela señora Jennings, las tres se unieron en una muy animadacrítica de todo elgrupo.CAPITULO XXXVIIILa señora Jenningselogió cálidamente la conducta de Edward, pero sólo ElinoryMarianne comprendían el verdadero mérito de ella. Unicamen-te ellas sabíanqué escasos eran los incentivos que podían ha-berlo tentado a la desobediencia,y cuán poco consuelo, másallá de la conciencia de hacer lo correcto, lequedaría tras lapérdida de sus amigos y su fortuna. Elinor se enorgullecía desuintegridad; y Marianne le perdonaba todas sus ofensas porcompasión ante sucastigo. Pero aunque el haber salido todo ala luz les devolvió la confianza quesiempre había existido entreellas, no era un tema en el que ninguna de las dosquisiera de-tenerse demasiado cuando se encontraban a solas. Elinor loevitabapor principio, pues advertía lo mucho que tendía atransformársele en una ideafija con las demasiado entusiastasy positivas certezas de Marianne, esto es, sucreencia en queEdward la seguía queriendo, un pensamiento del cual ella más-bien deseaba desprenderse; y el valor de Marianne pronto laabandonó alintentar conversar sobre un tema que cada vez leproducía una mayor insatisfacciónconsigo misma, puesto quenecesariamente la llevaba a comparar laconducta de Elinor conla suya propia.Sentido y sensibilidad Jane Austen 159159Sentíatodo el peso de la comparación, pero no como su hermana ha-bíaesperado, incitándola ahora a hacer un esfuerzo; lo sentíacon el dolor de uncontinuo reprocharse a sí misma, lamentabacon enorme amargura no haberseesforzado nunca antes, peroello sólo le traía la tortura de la penitencia sin laesperanza dela reparación. Su espíritu se había debilitado a tal grado quetodavíase sentía incapaz de ningún esfuerzo, y así lo único quelograba eradesanimarse más.Durante uno o dos días no tuvie-ron ninguna otra noticia de los asuntos deHarley Street o deBartlett's Buildings. Pero aunque ya sabían tanto del tema que-la señora Jennings podría haber estado suficientemente ocupa-da en difundirlosin tener que averiguar más, desde un

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comienzo ésta había decidido hacer unavisita de consuelo einspección a sus primas tan pronto como pudiera; y nadasino elverse estorbada por más visitas que lo habitual le había impe-didocumplirlo en el plazo transcurrido.Al tercer día tras haber-se enterado de los pormenores del asunto, el clima fuetanagradable, un domingo tan hermoso, que muchos se dirigierona los jardinesde Kensington, aunque recién corría la segundasemana de marzo. La señoraJennings y Elinor estaban entreellos; pero Marianne, que sabía que losWilloughby estaban denuevo en la ciudad y vivía en constante temor deencontrarlos,prefirió permanecer en casa antes que aventurarse a ir a un lu-gartan público.Poco después de haber llegado al parque, se lesunió y siguió con ellas unaíntima amiga de la señora Jennings,a la cual ésta dirigió toda su conversación;Elinor no lamentóesto en absoluto, porque le permitió dedicarse a pensartranqui-lamente.No vio ni trazas de los Willoughby o de Edward, y du-rante algún rato de nadieque de una u otra forma, grata o in-grata, le fuera interesante. Pero al final, y conuna cierta sor-presa de su parte, se vio abordada por la señorita Steele, qu-ien,aunque con algo de timidez, se manifestó encantada de ha-berse encontrado conellas, y a instancias de la muy gentil invi-tación de la señora Jennings, dejó porun momento a su propiogrupo para unírseles. De inmediato, la señora Jenningsse diri-gió a Elinor en un susurro:-Sáquele todo, querida. A usted laseñorita Steele le contará cualquier cosacon sólo preguntárse-lo. Ya ve usted que yo no puedo dejar a la señora Clarke.Afor-tunadamente para la curiosidad de la señora Jennings, sin em-bargo, ytambién la de Elinor, la señorita Steele contaba cualq-uier cosa sin necesidad deque le hicieran preguntas, porque deotra forma no se habrían enterado de nada.-Me alegra tantohaberla encontrado -le dijo a Elinor, tomándola familiarmente-del brazo-, porque más que nada en el mundo quería verla. -Yluego, bajando lavoz-: Supongo que la señora Jennings ya sabrátodo. ¿Está enojada?-En absoluto, según creo, con ustedes.-Qué bueno. Y lady Middleton, ¿está ella enojada?-No veo porqué habría de estarlo.-Me alegra terriblemente escucharlo.¡Dios santo! ¡Lo he pasado tan mal conesto! En toda mi vidahabía visto a Lucy tan furiosa. Primero juró que nunca másvol-vería a arreglarme ninguna toca nueva ni jamás haría ningunaotra cosa porSentido y sensibilidad Jane Austen 160160mí;

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pero ahora ya se ha aplacado y estamos tan amigas como siem-pre. Mire,anoche le hizo este lazo a mi sombrero y le colocó lapluma. Ya, ahora tambiénusted se va a reír de mí. Pero, ¿porqué no había yo de usar cintas rosadas? Amí no me importa sies el color favorito del reverendo. Por mi parte, estoy seguradeque nunca habría sabido que sí lo prefería por sobre todos losdemás, de noser porque a él se le ocurrió decirlo. ¡Mis primasme han estado fastidiandotanto! Créame, a veces no sé qué ha-cer cuando estoy con ellas.Se había desviado a un tema en elcual Elinor no tenía nada que decir, y asípronto juzgó conven-iente ver cómo volver al primero.-Y bueno, señorita Dashwood -su tono era triunfante-, la gente puede decir loque quiera res-pecto de que el señor Ferrars haya decidido terminar conLucy,porque no hay tal, puede creerme; y es una vergüenzaque se hagan correr tanodiosos rumores. Sea lo que fuere queLucy piense al respecto, usted sabe quenadie tenía por quéafirmarlo como algo cierto.-Le aseguro que no he escuchado anadie insinuar tal cosa =-dijo Elinor.-¿Ah no? Pero sé muy bienque sí lo han dicho, y más de una persona; porquela señoritaGodby le dijo a la señorita Sparks que nadie en su sano juiciopodríaesperar que el señor Ferrars renunciara a una mujer co-mo la señorita Morton,dueña de una fortuna de treinta mil li-bras, por Lucy Steele, que no tiene nada enabsoluto; y lo escu-ché de la misma señorita Sparks. Y además, también miprimoRichard dijo que temía que cuando hubiera que poner las car-tas sobre lamesa, el señor Ferrars desaparecería; y cuando Ed-ward no se nos acercó entres días, yo misma no sabía qué cre-er; pensaba para mí que Lucy lo daba porperdido, pues nos fui-mos de la casa de su hermano el miércoles y no lo vimosen to-do el jueves, viernes y sábado, y no sabíamos qué había sido deél. En unmomento Lucy pensó escribirle, pero luego su espírituse rebeló ante la idea. Noobstante, él apareció hoy en la maña-na, justo cuando volvíamos de la iglesia; yallí supimos todo: có-mo el miércoles le habían pedido ir a Harley Street y sumadrey todos los demás le habían hablado, y cómo él había declaradoantetodos que sólo amaba a Lucy y que no, se casaría con nad-ie sino con Lucy. Ycómo había estado tan preocupado por loocurrido, que junto con salir de la casade su madre había mon-tado en su caballo y se había dirigido a no sé qué lugaren elcampo; y cómo se había quedado en una posada todo el jueves

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y elviernes, para imaginar qué hacer. Y tras pensar una y otravez todo el asunto,dijo que le parecía que ahora que no teníafortuna, que no tenía nada en absoluto,sería una maldad pedir-le a Lucy que mantuviera el compromiso, porque conello sal-dría perdiendo, dado que él sólo tenía dos mil libras y ningunaesperanzade nada más; y si él iba a tomar las órdenes religio-sas, como en ocasiones habíapensado hacer, no obtendría nadasino una parroquia, y, ¿cómo iban a vivircon eso? No soportabapensar que a ella no le fuera mejor en la vida, así que leimplo-ró, si ello le importaba aunque fuera un poco, poner término deinmediato atodo el asunto y dejar que él se las ingeniara por símismo. Todo esto se loescuché decir con absoluta claridad. Yfue completamente por el bien de ella, ypensando en ella, noen él, que habló de terminar el compromiso. Puedo jurarquenunca dijo una sílaba respecto de estar cansado de ella o dese-ar casarsecon la señorita Morton o nada que se le parezca. Pe-ro, en todo caso, Lucy noSentido y sensibilidad Jane Austen161161quiso prestar oído a palabras tan bondadosas, y así ledijo de inmediato (conmucha dulzura y amor, ya sabe, todoeso… ¡Uy!, una no puede repetir esascosas, ya sabe)… le dijode inmediato que no tenía ninguna intención de romperel com-promiso, porque podía vivir con él con una nada, y por pocoque fuera loque él tenía, ella se contentaría con eso, o algo así.Entonces él se alegróhorrores, y hablaron durante un ratoacerca de lo que debían hacer, y estuvieronde acuerdo en queél tomara las órdenes de inmediato y en que debíanpostergarsu boda hasta que él pudiera obtener un beneficio. Y justo enesemomento no pude seguir escuchando, porque mi prima mellamó desde abajopara decirme que la señora Richardson habíallegado en su coche y llevaría auna de nosotras a los jardinesde Kensington; así que me vi obligada a entrar enla habitacióne interrumpirlos para preguntarle a Lucy si deseaba ir, peronoquería dejar a Edward; así que corrí arriba y me puse un parde medias de seda,y me vine con los Richardson.-No entiendobien qué quiere decir con eso de interrumpirlos -dijo Elinor-;us-tedes estaban en la misma habitación, ¿o no?-¡Por supuestoque no! ¡Vaya, señorita Dashwood! ¿Acaso piensa que la gente-se dice palabras de amor cuando hay alguien más presente?¡Pero, cómo se leocurre! Estoy segura de que usted sabe deeso mucho más que yo -dijo riendode manera afectada-. No, no;

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estaban encerrados en la sala, y todo lo que oí fuesólo escu-chando a través de la puerta.-¡Cómo! -exclamó Elinor-. ¿Me haestado repitiendo cosas de las que se enteróúnicamente escu-chando a través de la puerta? Lamento no haberlo sabidoantes,pues de ninguna manera habría aceptado que me comunicara-pormenores de una conversación que usted misma no debía co-nocer. ¿Cómopudo proceder tan mal con su hermana?-¡Perono! Qué problema va a haber con eso. Me limité a pararme jun-to a lapuerta y a escuchar todo lo que podía. Y estoy segura deque Lucy habría hecholo mismo conmigo, porque hace uno odos años, cuando Martha Sharpe y yocompartíamos tantos se-cretos, ella no tenía empacho en esconderse en unarmario, otras la pantalla de la chimenea, para escuchar lo que conversá-bamos.Elinor intentó cambiar de tema, pero era imposible ale-jar a la señorita Steelepor más de un par de minutos de lo queocupaba el primer lugar en su mente.-Edward habla de irsepronto a Oxford -dijo-, pero por el momento está alojadoen elN° … de Pall Mall. Qué mala persona es su madre, ¿no? ¡Y suhermano ysu cuñada tampoco fueron muy amables! Pero no levoy a hablar a usted encontra de ellos; y con todo, nos enviarona casa en su propio carruaje, lo que fuemás de lo que yo espe-raba. Y por mi parte, yo estaba aterrada de que sucuñada fueraa pedir que le devolviéramos los acericos que nos había dadounoo dos días atrás; pero nada se dijo sobre ellos, y me cuidéde mantener el míofuera de la vista de los demás. Edward diceque tiene que arreglar algunosasuntos en Oxford, así que debeir allá por un tiempo; y después, apenasconsiga a un obispo, seordenará. ¡Qué curiosidad me da saber qué parroquia ledarán!¡Dios bendito! -continuó con una risita tonta-, apostaría mi vidaa que sélo que dirán mis primas cuando lo sepan. Me dirán quele escriba al reverendo,para que le dé a Edward la parroquiade su nuevo beneficio. Sé que lo harán;Sentido y sensibilidadJane Austen 162162pero le digo que por nada del mundo haríatal cosa. “¡Ay!”, les diré directamente,“como pueden pensar talcosa. Yo escribirle al reverendo… ¡por favor!”-Bueno -dijo Eli-nor-, es un alivio estar preparada para lo peor. Ya tiene listasurespuesta.La señorita Steele iba a continuar con el mismo te-ma, pero la proximidad delgrupo con el que había venido laobligó a cambiarlo.-¡Ay! Ahí vienen los Richardson. Tenía mu-cho más que contarle, pero tengoque ir a reunirme con ellos

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ya. Le aseguro que son personas muy distinguidos.El hace ho-rrores de dinero, y tienen su propio carruaje. No tengo tiempodehablar personalmente a la señora Jennings, pero por favordígale que estoy muycontenta de saber que no está enojadacon nosotras, y lo mismo respecto delady Middleton; y si ocurr-iese cualquier cosa que las obligara a usted y a suhermana aalejarse, y la señora Jennings quisiese compañía, tenga plenaseguridadde que estaríamos felices de quedamos con ella du-rante todo el tiempoque quisiera. Supongo que lady Middletonno nos volverá a invitar estatemporada. Adiós; lamento que noestuviera acá la señorita Marianne. Déle mismás afectuosos re-cuerdos. ¡Vaya, si está usted usando su vestido de muselinaalunares! ¿Acaso no temía rasgarlo?Tal fue su preocupación alsepararse, pues tras haberlo dicho, sólo tuvo tiempode presen-tar sus respetos y despedirse de la señora Jennings antes deque laseñora Richardson reclamara su compañía; y así, Elinorquedó en posesión deinformación que serviría de alimento asus reflexiones durante algún tiempo,aunque no se había ente-rado de casi nada que ya no hubiera previsto y supuestopor símisma. El matrimonio de Edward y Lucy estaba tan firmemen-tedecidido y la fecha en que tendría lugar tan absolutamenteimprecisa como ellacreía que estarían; según lo había espera-do, todo dependía de ese cargo que,hasta el momento, parecíano tener posibilidad alguna de obtener.Tan pronto estuvieronde vuelta en el carruaje, la señora Jennings semanifestó ansio-sa de información; pero como Elinor deseaba difundir lo me-nosposible aquella que, en primer lugar, había sido obtenida demanera tan pocoleal, se limitó a una sucinta repetición de esossimples pormenores que estabasegura que Lucy, por su propiointerés, desearía se hicieran públicos. Lacontinuidad de sucompromiso y los medios que utilizarían para llevarlo a buen-término fue todo lo que contó; y esto llevó a la señora Jenningsa la siguiente ymuy natural observación:-¡Esperar hasta queconsiga un beneficio! Claro, todos sabemos cómo va aterminareso: esperarán un año, y viendo que así no consiguen nada, se-acomodarán en una parroquia de cincuenta libras anuales, máslos intereses delas dos mil libras de él y lo poco que el señorSteele y el señor Pratt puedandarle a ella. ¡Y después tendránun hijo cada año! ¡Y Dios los libre, qué pobresserán! Tengo quever qué puedo darles para ayudarlos a instalar su casa.

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Dosdoncellas y dos criados decía yo el otro día… ¡qué va! No,no, deben conseguirseuna chica fuerte para todo servicio. Lahermana de Betty de ninguna manerales serviría ahora.A lamañana siguiente le llegó a Elinor una carta por correo, de lamisma Lucy.Decía como sigue:Sentido y sensibilidad Jane Aus-ten 163163Bartlett's Building, marzoEspero que mi querida se-ñorita Dashwood me perdone la libertad que mehe tomado alescribirle; pero sé que sus sentimientos de amistad hacia míha-rán que le complazca saber tan buenas noticias de mí y mi que-ridoEdward, tras todos los problemas que debimos enfrentar elúltimo tiempo;por tanto, no me excusaré más y procederé a de-cirle que, ¡gracias aDios!, aunque hemos sufrido atrozmente,ahora estamos muy bien y tanfelices como siempre deberemosestar, por nuestro mutuo amor. Hemosenfrentado grandes pr-uebas y grandes persecuciones, pero, al mismotiempo, debe-mos agradecer a muchos amigos, entre los cuales ustedocupauno de los lugares más importantes, cuya gran bondad recor-darésiempre con toda mi gratitud, al igual que Edward, a quienle he habladode ella. Estoy segura de que tanto a usted como ala querida señora Jenningsles alegrará saber que ayer en latarde pasé dos felices horas juntoa él, que él no quería oír ha-blar de separamos, aunque yo, pensando queera mi deber ha-cerlo, insistí en ello en aras de la prudencia, y me habríasepa-rado de él en ese mismo momento, de haberlo él aceptado; pe-ro medijo que ello no ocurriría jamás, no le importaba el enojode su madremientras contara con mi afecto; nuestras perspec-tivas no son muybrillantes, a decir verdad, pero debemos espe-rar y confiar en que ocurralo mejor; muy pronto se ordenará, ysi estuviera en su poderrecomendarlo a quienquiera tenga unbeneficio que otorgar, estoy segurade que no nos olvidará, y laquerida señora Jennings también, confiamosen que intercederápor nosotros ante sir John o el señor Palmer, ocualquier amigoque pueda ayudamos. La pobre Anne ha tenido muchaculpa entodo esto por lo que hizo, pero lo hizo con las mejoresintencio-nes, así que no digo nada; espero que no sea un gran proble-mapara la señora Jennings pasar a visitamos, si alguna mañanaviene porestos lados;, sería muy amable si lo hiciera, y mis pri-mas estaríanorgullosas de conocerla. El papel en que escribome recuerda que yadebo terminar, rogándole que le presentemis más agradecidos yrespetuosos recuerdos, lo mismo que a

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sir John y lady Middleton, y a losqueridos niños, cuando tengaoportunidad de verlos, y mi amor para laseñorita Marianne,quedo, etc., etc.Tan pronto Elinor terminó de leer la carta, lle-vó a cabo lo que, según susconclusiones, era el verdadero obje-tivo de quien la había escrito, y la colocó enmanos de la señoraJennings, que la leyó en voz alta con profusos comentariosdesatisfacción y alabanza.-¡Pero qué bien! ¡Y qué bonito escribe!Sí, pues, eso fue muy correcto, liberarlodel compromiso si élasí lo quería. Eso fue muy propio de Lucy. ¡Pobre criatura!Contodo el corazón querría poder conseguirle un beneficio… Mire,me llamaquerida señora Jennings. Es una de las mejores mu-chachas que existe… Muybien, le digo. Esa frase está muy bienarmada. Sí, sí, por supuesto que iré averla. ¡Qué atenta, piensaen todo el mundo! Gracias, querida, por mostrármela.Sentido ysensibilidad Jane Austen 164164Es una de las cartas más boni-tas que yo haya visto, y habla muy bien de lainteligencia y lossentimientos de Lucy.CAPITULO XXXIXLas señoritas Dashwo-od llevaban ya algo más de dos meses en la ciudad, y laimpac-iencia de Marianne por irse aumentaba de día en día. Añorabael aire, lalibertad, la tranquilidad del campo; y se imaginabaque si algún lugar podíatraerle paz, ese lugar era Barton. Noera menor la ansiedad de Elinor, cuyodeseo de partir de inmed-iato era menor al de Mariano sólo en la medida en queestabaconsciente de las dificultades de un viaje tan largo, algo que laúltima senegaba a admitir. No obstante, comenzó a pensar ser-iamente en llevarlo a cabo,y ya había mencionado sus deseos asu gentil anfitriona, que se resistió a elloscon toda la elocuenc-ia de su buena voluntad, cuando surgió una posibilidadque,aunque aún las mantenía lejos del hogar durante algunassemanas más, enconjunto le pareció a Elinor mucho más con-veniente que ningún otro plan. LosPalmer se irían a Clevelandmás o menos a fines de marzo, por Pascua deResurrección; y laseñora Jennings, junto a sus dos amigas, recibieron una muycá-lida invitación de Charlotte para acompañarlos. En sí mismo,este ofrecimientono habría sido suficiente para la delicadezade la señorita Dashwood; pero comofue respaldado por unamuy real cortesía de parte del señor Palmer, y a ello sesumó laenorme mejoría que había experimentado su trato hacia ellasdesde quese supo que su hermana pasaba por momentos muydesdichados, pudoaceptarlo con gran placer.Cuando le dijo a

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Marianne lo que había hecho, sin embargo, la primera areac-ción que tuvo no fue muy auspiciosa.-¡Cleveland! -exclamó muyagitada-. No, no puedo ir a Cleveland.-Te olvidas -le respondióElinor gentilmente que la casa de Cleveland no está… que noestá en las vecindades de… -Pero es en Somersetshire… Yo nopuedo ir a Somersetshire… Ahí, adondetanto deseé ir… No, Eli-nor, no puedes pretender que vaya allá.Elinor no quiso discutirsobre la conveniencia de superar tales sentimientos; selimitó aesforzarse en contrarrestarlos recurriendo a otros; y, así, lepintó eseviaje como una forma de fijar el plazo en que podríanvolver donde su queridamadre, a quien tanto deseaba ver, dela manera más conveniente y cómoda, yquizá sin gran tardan-za. Desde Cleveland, que estaba a unas pocas millas deBristol,la distancia a Barton no era más de un día de viaje, aunque fue-ra unlargo día; y el criado de su madre podía fácilmente ir ahípara acompañarlas; ycomo no tendrían que quedarse en Cleve-land más de una semana, podríanestar de vuelta en casa en po-co más de tres semanas a contar de ese momento.Como el cari-ño de Marianne por su madre era sincero, debía vencer, conmuypocas dificultades, los males imaginarios que ella habíapuesto en acción.La señora Jennings estaba tan lejos de sentir-se hastiada de sus huéspedes,que las instó con gran vehemenc-ia a que volvieran con ella a su casa desdeCleveland. Elinor leagradeció la atención, pero ésta no consiguió cambiar suspla-nes; y con el inmediato acuerdo de su madre, tomaron todaslas providenciasnecesarias para volver al hogar en las mejorescondiciones posibles; y MarianneSentido y sensibilidad JaneAusten 165165encontró un cierto alivio en poner por escritolas horas que aún la separaban deBarton.-¡Ah, coronel! No séqué haremos, usted y yo, sin las señoritas Dashwood -fueronlas palabras que le dirigió la señora Jennings la primera vezque él lavisitó tras haberse fijado la partida de Elinor y Marian-ne-, porque están decididasa volver a su casa desde donde losPalmer; ¡y qué solitarios estaremos cuandoyo vuelva acá!¡Dios! Nos sentaremos a mirarnos con la boca abierta, másabu-rridos que un par de gatos.Quizá la señora Jennings tenía la es-peranza de que este expresivo boceto desu futuro hastío lo in-citara a hacer esa proposición que le permitiría liberarse detaldestino; y si así era, poco después tuvo motivos para pensarque habíalogrado su objetivo; pues al acercarse Elinor a la

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ventana para tomar de maneramás expedita las medidas de ungrabado que iba a copiar para su amiga, él lasiguió con una mi-rada particularmente significativa y conversó con ella durante-varios minutos. Tampoco el efecto que tuvo esta conversaciónen la jovenescapó a la observación de la señora Jennings, puesaunque era demasiadodigna para estar escuchando, e inclusopara no escuchar se había cambiado delugar a uno cercano alpiano donde Marianne estaba tocando, no pudo evitar verqueElinor mudaba de color, escuchaba con gran agitación y estabademasiadoconcentrada en lo que él decía para seguir con su la-bor. Confirmando aún mássus esperanzas, en el intervalo enque Marianne cambiaba de una lección a otrano pudo evitarque llegaran a sus oídos algunas de las palabras del coronel,conlas cuales parecía estar excusándose por el mal estado desu casa. Esto eliminótoda duda en ella. Le extrañó, es cierto,que él pensara que ello era necesario,pero supuso que sería laetiqueta correcta. No pudo distinguir la respuesta deElinor, pe-ro a juzgar por el movimiento de sus labios, parecía pensar queésa noera una objeción de peso; y la señora Jennings la alabóen su corazón por suhonestidad. Siguieron hablando luego sinque pudiera captar ni una palabramás, cuando otra afortunadapausa en la ejecución de Marianne le hizo llegarestas palabrasen la tranquila voz del coronel:-Temo que no pueda realizarsemuy pronto.Atónita y espantada ante palabras tan poco propiasde un enamorado, estuvocasi a punto de exclamar a viva voz,“¡Dios! ¡Y qué trabas podría haber!”; perofrenando su impulso,se limitó a exclamar para sí: “¡Qué extraño! Seguro que none-cesita esperar a ser más viejo”.Esta tardanza de parte del coro-nel, sin embargo, no pareció ofender nimortificar en lo más mí-nimo a su hermosa compañera, pues cuando pocodespués ter-minaban de conversar y se separaban en distintas direcciones,laseñora Jennings escuchó claramente a Elinor diciendo, convoz que mostrabaque sentía lo que decía:-Para siempre me sen-tiré en deuda con usted.La señora Jennings se sintió encantadaante esta muestra de gratitud, y tansólo se extrañó de que elcoronel, tras escuchar tales palabras, pudiera despedirse,se-gún lo hizo de inmediato, con la mayor sangre fría, ¡y marchar-se sinresponderle nada! Jamás habría pensado que su viejoamigo sería unpretendiente tan poco entusiasta.Sentido y sen-sibilidad Jane Austen 166166Lo que realmente hablaron entre

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ellos, fue como sigue:-He sabido -dijo él, con enorme piedad-de la injusticia cometida con su amigo,el señor Ferrars, por sufamilia; si estoy en lo cierto, lo han proscritocompletamentepor persistir en su compromiso con una joven muy meritor-ia.¿Se me ha informado bien? ¿Es así?Elinor le respondió queasí era.-La crueldad, la grosera crueldad -replicó él, con granemoción- de dividir, ointentar dividir a dos jóvenes que se quie-ren, es terrible. La señora Ferrars nosabe lo que puede estarhaciendo, a lo que puede llevar a su hijo. Dos o tresveces hevisto al señor Ferrars en Harley Street, y me agrada mucho.No es unjoven al que se pueda llegar a conocer íntimamente enpoco tiempo, pero lo hevisto lo suficiente para desearle el bienpor sus propios méritos, y en cuantoamigo suyo, se lo deseoaún más. Entiendo que desea ordenarse. ¿Tendría labondad dedecirle que el beneficio de Delaford, que acaba de quedar va-cante,según me han informado en el correo de hoy, es suyo sicree que vale la penaaceptarlo? Aunque, quizá, en las desafor-tunadas circunstancias en que ahora seencuentra parecería in-sensato dudarlo. Sólo desearía que el beneficio fuera demayorvalor. Es una rectoría, pero pequeña; creo que el último titularno hacíamás de doscientas libras al año, y aunque por supuestopuede mejorar, temoque no en la cantidad que le permitiría alseñor Ferrars un ingreso muy holgado.No obstante, en las act-uales circunstancias tendré mucho gusto en presentarlo.Por fa-vor, dígaselo.El asombro de Elinor ante este encargo difícil-mente habría sido mayor si elcoronel en verdad le hubiera es-tado ofreciendo matrimonio. Tan sólo dos díasatrás había pen-sado que Edward no tenía esperanza alguna de conseguir el-cargo que le permitiría casarse, y ahora era suyo; ¡y ella, nadamenos que ella,era la encargada de hacérselo saber! Su emo-ción fue grande, aunque la señoraJennings la hubiera atribuidoa otra causa; y aun si en ella se mezclabanpequeños sentimien-tos menos puros, menos agradables, también sentía unaenor-me gratitud y aprecio, que expresó en cálidas palabras, por lageneralbenevolencia y los especiales sentimientos de amistadque habían llevado alcoronel a realizar ese gesto. Se lo agrade-ció de todo corazón, elogió ante él losprincipios y disposiciónde Edward de la manera en que creía se lo merecían, yprome-tió llevar a cabo el encargo con gran placer, si en verdad erasu deseo dara otra persona una tarea tan agradable. Pero, al

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mismo tiempo, no pudo evitarpensar que nadie la cumpliríamejor que él. Era, en pocas palabras, una misiónde la cual lehabría gustado verse libre, por no infligir a Edward el dolor derecibirun favor de ella; pero el coronel Brandon, a quien guia-ba idéntica delicadezapara preferir no hacerlo él mismo, pare-cía tan empeñado en que ella se hicieracargo, que de ningunamanera quiso Elinor negarse. Pensaba que Edward aúnse en-contraba en la ciudad, y por fortuna le había escuchado su di-rección a laseñorita Steele. Podía, entonces, cumplir con infor-marlo ese mismo día. Trashaberse acordado esto, el coronelBrandon comenzó a hablar de las ventajasque para él represen-taba haber conseguido un vecino tan respetable yagradable; yfue entonces que lamentó que la casa fuera pequeña y de regu-larcalidad, un problema al cual Elinor, tal como la señora Jen-nings supuso queSentido y sensibilidad Jane Austen 167167ha-bía hecho, no dio mayor importancia, al menos en lo concern-iente al tamañode la vivienda.-A mi ver -le dijo-, no significaráningún inconveniente para ellos el que la casasea pequeña,porque será proporcional a su familia y a sus ingresos.El coro-nel se sorprendió al descubrir que ella pensaba en el matrimo-nio deEdward como la consecuencia directa de la propuesta,pues no imaginabaposible que el beneficio de Delaford pudieraaportar el tipo de ingreso con el quealguien acostumbrado alestilo de vida del joven se atrevería a establecerse, yasí lo dijo.-Esta pequeña rectoría no da más que para mantener al señorFerrars comosoltero; no le permite casarse. Lamento decir quemi patrocinio termina aquí, ytampoco mi participación va másallá. Sin embargo, si por alguna imprevistacasualidad estuvieraen mi poder prestarle un nuevo servicio, tendría que haber-cambiado mucho mi opinión sobre él si en ese momento no es-tuviera tandispuesto a serle útil como sinceramente quisierapoder serlo ahora. Lo que hoyhago parece escaso, dado que lepermite avanzar tan poco hacia el que debeser su principal, suúnico motivo de felicidad. Su matrimonio todavía debe seguirs-iendo un bien lejano; al menos, temo que no pueda realizarsemuy pronto.Tal fue la frase que, al equivocar su sentido, ofen-dió de manera tan justa losdelicados sentimientos de la señoraJennings; pero tras este relato de lo que enverdad ocurrió en-tre el coronel Brandon y Elinor mientras estaban junto a laventana,la gratitud expresada por ésta al separarse quizá

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aparezca, en general, nomenos razonablemente encendida nimenos adecuadamente enunciada que sisu causa hubiera sidouna oferta de matrimonio.CAPITULO XL-Bien, señoritaDashwood -dijo la señora Jennings con una sonrisa sagazape-nas se hubo ido el caballero-, no le preguntaré lo que le ha es-tado diciendoel coronel, pues aunque, por mi honor, intenté noescuchar, no pude evitar oír losuficiente para entender lo queél pretendía. Le aseguro que nunca en mi vidahe estado máscontenta, y le deseo de todo corazón que ello la alegre.-Grac-ias, señora -dijo Elinor-. Es motivo de gran alegría para mí, ysiento quehay una gran sensibilidad en la bondad del coronelBrandon. No muchoshombres actuarían como él lo ha hecho.¡Pocos tienen un corazón tancompasivo! En toda mi vida habíaestado tan asombrada.-¡Buen Dios, querida, qué modesta es us-ted! A mí no me extraña en absoluto,porque ahora último hepensado muchas veces que era muy probable queocurriera.-Us-ted juzgaba a partir de la benevolencia general del coronel; pe-ro al menosno podía prever que la oportunidad se presentaríatan pronto.-¡La oportunidad! -repitió la señora Jennings-. ¡Ah!En cuanto a eso, una vezque un hombre se ha decidido en es-tas cosas, se las arreglará de una u otraforma para encontraruna oportunidad. Bien, querida, la felicito nuevamente; y sial-guna vez ha habido una pareja feliz en el mundo, creo quepronto sabré dóndeSentido y sensibilidad Jane Austen168168buscarla.-Piensa ir a Delaford tras ellos, supongo -dijoElinor con una débil sonrisa.-Claro, querida, por supuesto loharé. Y en cuanto a que la casa no sea buena,no sé a qué se re-feriría el coronel, porque es de las mejores que he visto.-Decíaque necesitaba algunas reparaciones.-Bien, ¿y de quién es laculpa? ¿Por qué no la repara? ¿Quién sino él tendríaque hacer-lo?Las interrumpió la entrada del criado, con el anuncio de queel carruaje yaestaba en la puerta; y la señora Jennings, prepa-rándose de inmediato para salir,dijo:-Bien, querida, tengo queirme antes de haber dicho ni la mitad de lo quequería. Pero po-dremos conversarlo en detalle en la noche, porque estaremos-solas. No le pido que venga conmigo, porque me imagino quetiene la mentedemasiado llena para querer compañía; y, ade-más, debe estar ansiosa de ir acontarle todo a su hermana.Ma-rianne había abandonado la habitación antes de que empeza-ran aconversar.-Por supuesto, señora, se lo contaré a

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Marianne; pero por el momento no se lomencionaré a nadiemás.-¡Ah, está bien! -dijo la señora Jennings algo desilusiona-da-. Entonces noquerrá que se lo cuente a Lucy, porque piensollegar hasta Holborn hoy.-No, señora, ni siquiera a Lucy, si mehace el favor. Una tardanza de un día nosignificará mucho; yhasta que no le escriba al señor Ferrars, pienso que no hayquemencionárselo a nadie más. Lo haré de inmediato. Es impor-tante no perdertiempo en lo que a él concierne, porque, por su-puesto, tendrá mucho que hacercon su ordenación.Este discur-so al comienzo dejó extremadamente perpleja a la señora Jen-nings.Al principio no entendió por qué había que escribirle aEdward sobre el asuntocon tanto apuro. Unos momentos de re-flexión, sin embargo, tuvieron comoresultado una muy felizidea, que le hizo exclamar:-¡Ahá! Ya la entiendo. El señor Fe-rrars va a ser el hombre. Bien, mejor para él.Claro, por supues-to que tiene que apurarse en tomar las órdenes; y me alegra-mucho que las cosas estén tan adelantadas entre ustedes. Pe-ro, querida, ¿noes algo inusitado? ¿No debiera ser el coronelquien le escriba? Seguro que él esla persona adecuada.Elinorno entendió el sentido de las primeras palabras de la señoraJennings, ytampoco le pareció que valía la pena preguntarlo; yasí, respondió sólo a la partefinal.-El coronel Brandon es unhombre tan delicado, que preferiría que fueracualquier otrapersona la que le comunique sus intenciones al señor Fernars.-Y entonces usted tiene que hacerlo. Bueno, ¡ésa si que es unacuriosadelicadeza! Pero -añadió al ver que se preparaba a es-cribir- no la molestarémás. Usted conoce mejor sus propiosasuntos. Así que adiós, querida. Es lamejor noticia que he teni-do desde que Charlotte dio a luz.Y partió, sólo para volver enun instante.-Acabo de acordarme de la hermana de Betty, que-rida. Estaría feliz deSentido y sensibilidad Jane Austen 169169-conseguirle un ama tan buena. Pero en verdad no sé si servirápara doncella deuna dama. Es una excelente mucama, y mane-ja muy bien la aguja. Pero usteddecidirá todo eso a su debidotiempo.-Por supuesto, señora -replicó Elinor, sin escuchar mu-cho lo que le decían, ymás deseosa de estar sola que de domi-nar el tema.Cómo comenzar, cómo expresarse en su nota a Ed-ward, era todo lo que lepreocupaba ahora. Las peculiares cir-cunstancias existentes entre ellos hacíandifícil eso que a cualq-uier otra persona le habría resultado lo más fácil delmundo;

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pero ella temía por igual decir demasiado o demasiado poco, yse quedópensando frente al papel, con la pluma en la mano,hasta que la interrumpió laentrada del mismo Edward.Habíaido a dejar su tarjeta de despedida y se había encontrado en lapuertacon la señora Jennings, cuando ésta se dirigía al carrua-je; y ella, tras excusarsepor no devolverse con él, lo había obli-gado a entrar diciéndole que la señoritaDashwood estaba arri-ba y quería hablar con él sobre un asunto muy especial.ReciénElinor había estado felicitándose en medio de sus vacilacio-nes,pensando que por difícil que pudiera ser expresarse adec-uadamente por escrito,al menos era preferible a dar informa-ción de palabra, cuando la repentinaentrada de su visitante lasorprendió y confundió de gran manera, obligándola aun nuevoesfuerzo, quizá el mayor de todos. No lo había visto desde quesehabía hecho público su compromiso y, por tanto, desde queél se había enteradode que ella ya lo sabía; y esto, sumado a suconciencia de lo que había estadopensando, y a lo que teníaque decirle, la hizo sentirse especialmente incómodadurantealgunos minutos. También Edward estaba perturbado, y se sen-taron unofrente al otro en una situación que prometía ser in-confortable. El no podíarecordar si se había excusado por suintrusión al entrar en la habitación; pero,para mayor seguri-dad, lo hizo formalmente tan pronto pudo decir palabra, trasto-mar asiento.-La señora Jennings me informó -dijo- que usteddeseaba hablarme; al menos,eso fue lo que entendí… o de nin-guna manera le habría impuesto mi presenciaen esta forma;aunque, al mismo tiempo, habría lamentado mucho abando-narLondres sin haberla visto a usted y a su hermana; en espec-ial considerando quecon toda seguridad transcurrirá un buentiempo… no es probable que tengaluego el placer de verlasotra vez. Parto a Oxford mañana.-No se habría ido, sinembargo -dijo Elinor, recuperándose y decidida aterminar loantes posible con aquello que tanto temía-, sin haber recibidon-uestros mejores parabienes, aunque no hubiéramos podidoofrecérselospersonalmente. La señora Jennings estaba muy enlo cierto en lo que dijo.Tengo algo importante que comunicarle,que estaba a punto de informarle porescrito. Me han encomen-dado la más grata tarea -respiraba algo más rápido delo acos-tumbrado al hablar-. El coronel Brandon, que estuvo acá hacetan sólodiez minutos, me ha encargado decirle que, sabiendo

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que usted piensaordenarse, tiene el enorme placer de ofrecerleel beneficio de Delaford, que acabade quedar vacante, y quetan sólo desearía que fuera de mayor valor.Permítame felicitar-lo por tener un amigo tan digno y prudente, y unirme a sude-seo de que el beneficio, que alcanza a alrededor de doscientaslibras al año,Sentido y sensibilidad Jane Austen 170170repre-sentara una suma más considerable, una que le permitiera…dado quepuede ser algo más que una plaza temporal para us-ted… en pocas palabras,una que le permitiera cumplir todossus deseos de felicidad.Como Edward no fue capaz de decir porsí mismo lo que sintió, difícilmentepuede esperarse que otro lodiga por él. En apariencia, mostraba todo elasombro que unainformación tan inesperada, tan insospechada no podía dejardeproducir; pero tan sólo dijo estas tres palabras:-¡El coronelBrandon!-Sí -continuó Elinor, sintiéndose más decidida ahoraque, al menos en parte, yahabía pasado lo peor-; el coronelBrandon desea testimoniarle así supreocupación por los últi-mos sucesos, por la cruel situación en que lo ha puestola injus-tificable conducta de su familia… una preocupación que le ase-gurocompartimos Marianne, yo y todos sus amigos; y tambiénlo ofrece como pruebade la alta estima en que lo tiene a usted,y en especial como signo de suaprobación por el comportam-iento que usted ha tenido en esta ocasión.-¡El coronel Brandonme ofrece a mí un beneficio! ¿Es posible, acaso?-La falta de ge-nerosidad de sus parientes lo lleva a asombrarse de encontra-ramistad en otras partes.-No -replicó él, formándose una re-pentina idea sobre lo que debía haberocurrido-, no de encon-trarla en usted, porque no puedo ignorar que a usted, a subon-dad, debo todo esto. Lo que siento… si pudiera, lo expresaría;pero, comousted bien sabe, no soy orador.-Está muy equivoca-do. Le aseguro que lo debe enteramente, al menos casi por-completo, a su propio mérito, y a la percepción que de él tieneel coronelBrandon. No he tenido injerencia alguna en esto. Nisiquiera sabía, hasta queme comunicó sus planes, que el bene-ficio estaba vacante; y tampoco se mehabía ocurrido que él pu-diera otorgar tal beneficio. En tanto amigo mío y de mifamilia,puede que quizá… de hecho estoy segura de que su placer enotorgarloes mayor; pero, le doy mi palabra, usted no debe nadaa ninguna mediación mía.En honor a la verdad, debía recono-cer una participación, aunque fuerapequeña, en la acción; pero

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al mismo tiempo era tan poco lo que deseabaaparecer como labenefactora de Edward, que lo admitió con vacilaciones, loqueprobablemente contribuyó a que en la mente de él se fijara esaidea querecién le había aparecido como sospecha. Durante al-gunos momentos despuésde que Elinor terminó de hablar, semantuvo sumido en sus pensamientos;finalmente, como hacien-do un esfuerzo, dijo:-El coronel Brandon parece un hombre degran valer y respetabilidad. Siemprehe escuchado hablar de élen esos' términos, y sé que el señor Dashwood, suhermano, loestima mucho. Sin duda es un hombre de gran sensatez y unperfectocaballero en sus modales.-Es cierto -replicó Elinor-, yestoy segura de que, al conocerlo mejor,descubrirá que es todoeso que usted ha escuchado sobre él; y como seránvecinos tancercanos (porque entiendo que la rectoría es casi colindantecon lacasa principal), es especialmente importante que sí losea.Edward no respondió; pero cuando ella volvió la cabeza ha-cia otro lado, la miróde manera tan seria, tan intensa, tan pocoalegre, que con sus ojos parecía decirSentido y sensibilidad Ja-ne Austen 171171que, a partir de ese momento, él habría dese-ado que la distancia entre larectoría y la mansión fuera muchomayor.¿El coronel Brandon, según creo, se aloja en St. JamesStreet? -le dijo pocodespués, levantándose de su asiento.Elinorle dio el número de la casa.-Debo apresurarme, entonces, paramanifestarle la gratitud que a usted no hepodido ofrecer; paraasegurarle que me ha hecho muy… enormemente feliz.Elinorno procuró retenerlo; y se separaron después de que ella le hu-boasegurado muy formalmente sus más firmes deseos de felici-dad en todos loscambios de circunstancias que debiera vivir; yque él hizo algunos esfuerzos porcorresponder los mismos bue-nos deseos, aunque sin saber bien cómoexpresarlos.“Cuando lovuelva a ver”, se dijo Elinor mientras la puerta se cerraba trasél, “loque veré será el marido de Lucy”.Y con este agradablevaticinio se sentó a reconsiderar el pasado, recordar laspala-bras e intentar comprender los sentimientos de Edward; y, porsupuesto, areflexionar sobre su propio descontento.Cuando laseñora Jennings volvió a casa, aunque venía de ver a gentequenunca había visto antes y sobre la que, por tanto, debía te-ner mucho que decir,tenía la mente tanto más llena del impor-tante secreto en su poder que decualquier otra cosa, que reto-mó el tema apenas apareció Elinor.-Bien, querida -exclamó-, le

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envié al joven. Estuvo bien, ¿verdad? Y supongoque no se topócon mayores dificultades. ¿No lo encontró demasiado reacioaaceptar su propuesta?-No, señora; no era de esperar tal cosa.-Bien, ¿y cuando estará preparado? Pues parece que todo de-pende de eso.-En realidad -dijo Elinor-, sé tan poco de esta cla-se de formalidades, quedifícilmente puedo hacer conjeturas so-bre el tiempo o la preparación que serequiera; pero supongoque en dos o tres meses podrá completar su ordenación.-¿Doso tres meses? -exclamó la señora Jennings-. ¡Dios mío, querida!¡Y lodice con tanta calma! ¡Y el coronel debiendo esperar dos otres meses! ¡QueDios me libre! Creo que yo no tendría pacienc-ia. Y aunque cualquiera estaríamuy contento de hacerle un fa-vor al pobre señor Ferrars, de verdad pienso queno vale la pe-na esperarlo dos o tres meses. Seguro que se podrá encontraraalguien más que sirva igual… alguien que ya haya recibido lasórdenes.-Mi querida señora -dijo Elinor-, ¿de qué está hablan-do? Pero, si el únicoobjetivo del coronel Brandon es prestarleun servicio al señor Ferrars.-¡Que Dios la bendiga, queridamía! ¡No creo que esté tratando deconvencerme de que el co-ronel se casa con usted para darle diez guineas alseñor Fe-rrars!Tras esto el engaño no pudo continuar, y de inmediatodio paso a unaexplicación que en el momento divirtió enorme-mente a ambas, sin pérdidaimportante de felicidad para ningu-na de las dos, porque la señora Jennings selimitó a cambiaruna alegría por otra, y todavía sin abandonar sus expectativas-respecto de la primera.-Sí, sí, la rectoría no deja de serpequeña -dijo, tras la primera efervescenciaSentido y sensibili-dad Jane Austen 172172de su sorpresa y satisfacción-, y proba-blemente necesite reparaciones; ¡peroescuchar a un hombredisculpándose, tal como lo pensé, por una casa que, porlo quesé, tiene cinco salas de estar en el primer piso y, según creohaberleescuchado al ama de llaves, tiene cabida para quincecamas… ! ¡Y para ustedtambién, acostumbrada a vivir en la ca-sita de Barton! Parecía tan ridículo. Pero,querida, debemos su-gerirle al coronel que haga algo en la rectoría, que laacomodepara ellos antes de que llegue Lucy.-Pero el coronel Brandonno parece creer que el beneficio sea suficiente parapermitirlescasarse.-El coronel es un papanatas, querida; como él tiene dosmil libras al año paravivir, cree que nadie puede casarse conmenos. Le doy mi palabra de que, siestoy viva, haré una visita

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a la rectoría de Delaford antes de la fiesta de sanMiguel; ycréame que no iré si Lucy no está allí.Elinor era de la mismaopinión en cuanto a que probablemente no iban aesperarmás.CAPITULO XLIDespués de haber ido a agradecer al coro-nel Brandon, Edward se dirigió a casade Lucy con su felicidada cuestas; y ésta era tan grande cuando llegó aBartlett's Buil-dings, que al día siguiente la joven pudo asegurarle a la seño-raJennings, que la había ido a visitar para felicitarla, que nuncaantes en toda suvida lo había visto tan contento.Por lo menosla felicidad de Lucy y su estado de ánimo no dejaban lugar adu-das, y con gran entusiasmo se unió a la señora Jennings en susexpectativasde un grato encuentro en la rectoría de Delafordantes del día de san Miguel. Almismo tiempo, estaba tan lejosde negar a Elinor el crédito que Edward le daría,que se refirióa su amistad por ambos con la más entusiasta gratitud, estaba-pronta a reconocer cuánto le debían, y declaró abiertamenteque ningúnesfuerzo, presente o futuro, que realizara la señori-ta Dashwood en bien de ellosla sorprendería, puesto que lacreía capaz de cualquier cosa por aquellos aquienes realmenteapreciaba. En cuanto al coronel Brandon, no sólo estabadisp-uesta a adorarlo como a un-santo, sino que, más aún, verdade-ramente deseabaque en todas las cosas terrenales se lo trataracomo tal; deseaba que lascontribuciones que recibía aumenta-ran al máximo; y secretamente decidió que,una vez en Dela-ford, se valdría lo más posible de sus criados, su carruaje, sus-vacas y sus gallinas.Había transcurrido ya una semana desdela visita de John Dashwood aBerkeley Street, y como desde en-tonces no habían tenido ninguna noticia sobrela indisposiciónde su esposa más allá de una averiguación verbal, Elinorco-menzó a sentir que era necesario hacerle una visita. Sin em-bargo, talobligación no sólo iba en contra de sus propias incli-naciones, sino que, además,no encontraba ningún estímulo ensus compañeras. Marianne, no satisfecha connegarse absoluta-mente a ir, intentó con todas sus fuerzas impedir que fuerasuhermana; y en cuanto a la señora Jennings, aunque su carr-uaje estaba siempreSentido y sensibilidad Jane Austen173173al servicio de Elinor, era tanto lo que le disgustaba laseñora de John Dashwood,que ni la curiosidad de ver cómo es-taba tras el tardío descubrimiento, ni suintenso deseo de agra-viarla tomando partido por Edward, pudieron vencer

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surenuencia a estar de nuevo en su compañía. Como resultado,Elinor partió sola auna visita que nadie podía tener menos de-seos de hacer, y a correr el riesgo deun tête-à-tête con una mu-jer que a nadie podía desagradarle con más motivosque aella.Le dijeron que la señora Dashwood no estaba; pero antesde que el carruajepudiera devolverse, por casualidad salió suesposo. Manifestó gran placer enencontrarse con Elinor, le dijoque en ese momento iba a visitarlas a BerkeleyStreet, y asegu-rándole que Fanny estaría feliz de verla, la invitó a entrar.Sub-ieron hasta la sala. No había nadie allí.-Supongo que Fanny es-tá en su habitación -le dijo-; iré a buscarla deinmediato, porqueestoy seguro de que no tendrá ningún inconveniente en verteati … lejos de ello, en realidad. Especialmente ahora… pero, detodos modos, túy Marianne siempre fueron sus favoritas. ¿Porqué no vino Marianne?Elinor la disculpó lo mejor que pudo.-Nolamento verte a ti sola -replicó él-, porque tengo mucho que ha-blar contigo.Este beneficio del coronel Brandon, ¿es verdad?¿Realmente se lo ha ofrecido aEdward? Lo escuché ayer porcasualidad, e iba a verte con el propósito de averiguarmás so-bre ello.-Es completamente cierto. El coronel Brandon le ha da-do el beneficio deDelaford a Edward.-¿Es posible? ¡Qué increí-ble! ¡No hay ninguna relación, ningún parentescoentre ellos!¡Y ahora que los beneficios se negocian a un precio tan al-to!¿Cuánto da éste?-Cerca de doscientas libras al año.-Muybien, y para la siguiente postulación a un beneficio de ese va-lor,suponiendo que el último titular haya sido viejo y de malasalud, y lo fuera adejar vacante luego, podría haber consegui-do, digamos, mil cuatrocientas libras.¿Y cómo es posible queno arreglara ese asunto antes de que muriera estapersona? Porsupuesto, ahora es muy tarde para venderlo, ¡pero alguien coneljuicio del coronel Brandon! ¡Me extraña que haya sido tanpoco previsor en algopor lo que es tan usual, tan natural preo-cuparse! Bien, estoy convencido de quecasi todos los seres hu-manos tienen enormes incongruencias. Pensando en ello,sinembargo, supongo que esto puede ser lo que ha ocurrido: Ed-wardmantendrá el beneficio hasta que la persona a quien el co-ronel realmente havendido la postulación tenga la edad sufic-iente para hacerse cargo de él. Sí, sí,es lo que ha ocurrido,puedes estar segura.Elinor lo contradijo, sin embargo, termi-nantemente; y lo obligó a aceptar suautoridad en la materia

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contándole que el coronel Brandon le habíaencomendado a ellatransmitir su ofrecimiento a Edward y, por tanto, tenía queen-tender bien los términos en que había sido hecho.-¡Es en ver-dad asombroso! -exclamó él, después de escuchar sus pala-bras-.¿Y qué motivo habrá tenido el coronel para hacerlo?-Unomuy sencillo: ayudar al señor Ferrars.Sentido y sensibilidad Ja-ne Austen 174174-Bien, bien; sea lo que fuere el coronel Bran-don, ¡Edward Ferrars es unhombre afortunado! Sin embargo,no le menciones a Fanny este asunto; porqueaunque lo ha sabi-do por mí y lo ha tomado bastante bien, no querrá oír hablar-mucho de ello.En este punto le costó algo a Elinor refrenarsede observar que, a su parecer,Fanny bien podría haber sobre-llevado con compostura la adquisición de uncapital por partede su hermano a través de medios que no significaban unempo-brecimiento ni para ella ni para su hijo.-La señora Ferrars -aña-dió él, bajando la voz a un tono acorde con laimportancia deltema hasta ahora no sabe nada de esto, y creo que será mejo-rocultárselo mientras sea posible. Cuando se realice la boda,temo que deberáenterarse de todo.-Pero, ¿por qué habría detomarse tales precauciones? Aunque no se debierasuponer quela señora Ferrars pueda tener la menor satisfacción al saberque suhijo tiene el dinero suficiente para vivir… tal cosa seríaimpensable; pero, ¿porqué, después de lo que hizo, debe supo-nerse que a ella le importe algo? Haterminado con su hijo, loha expulsado de su lado para siempre y ha hecho quetodos aq-uellos sobre quienes tiene influencia hagan lo mismo. Con to-daseguridad, después de haber hecho esto no es posible imagi-narla capaz desentir alguna pena o alegría relacionada con él…, no puede interesarle nada quele acontezca. ¡No será tan in-consistente como para despreocuparse delbienestar de un hijo,y luego seguir preocupándose por él como lo haría unama-dre!-¡Ay, Elinor! -dijo John-. Tu razonamiento es bueno, pero ensu base hayignorancia de lo que es la naturaleza humana.Cuando se lleve a cabo lainfortunada unión de Edward, no tequepa duda de que su madre sufrirá tantocomo si nunca lo hu-biera arrojado de su lado; por ello, mientras sea posible, esne-cesario ocultarle todas las circunstancias que puedan adelan-tar ese terriblemomento. La señora Ferrars nunca podrá olvi-dar que Edward es su hijo.-Me sorprendes; habría creído que aestas alturas ya casi se le había borradode la memoria.-Estás

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completamente equivocada. La señora Ferrars es una de lasmadresmás afectuosas que existen.Elinor guardó silencio.-Ahora -dijo el señor Dashwood tras una breve pausa-, estamospensando queRobert se case con la señorita Morton.Elinor,sonriendo ante el tono grave e importantísimo de la voz de suhermano,le respondió muy tranquila:-La dama, me imagino, notiene opción en esto.-¡Opción! ¿Qué quieres decir?-Todo lo quequiero decir es que supongo, por tu forma de hablar, que a la-señorita Morton le debe dar lo mismo casarse con Edward ocon Robert.-Por supuesto que no hay diferencia alguna; porqueahora Robert, para todoslos efectos y propósitos, será conside-rado el hijo mayor; y en lo demás, ambosson jóvenes muy agra-dables… no he sabido que uno sea superior al otro.Elinor no di-jo nada más, y John también guardó silencio durante algu-nosSentido y sensibilidad Jane Austen 175175instantes. Pusofin a sus reflexiones de la siguiente forma:-De una cosa, miquerida hermana -le dijo tomándole una mano cariñosamenteyhablándole en un impresionante susurro-, puedes estar segura:y te la harésaber, porque sé que te agradará. Tengo buenas ra-zones para creer… enverdad, lo sé de la mejor fuente o no lorepetiría, porque en caso contrario seríamuy incorrecto menc-ionarlo… pero lo sé de la mejor fuente… no que se lo hayaescu-chado decir exactamente a la misma señora Ferrars, pero suhija sí lo hizo,y ella me lo contó a mí… que, en resumen, másallá de las objeciones que pudohaber contra cierta… ciertaunión… ya me entiendes… la señora Ferrars la habríapreferidomil veces, no la habría molestado ni la mitad que ésta. Me sen-tíextremadamente contento de saber que lo veía desde esaperspectiva… unacircunstancia muy gratificante, te imagina-rás, para todos nosotros. “No habríatenido punto de compara-ción”, dijo, “de dos males, el menor; y ahora estaría dispuestaatransigir para que no ocurriese nada peor”. Pero todo eso estáfuera dediscusión: no hay que pensar en ello, ni mencionarlo;en lo referente a cualquierunión, ya lo sabes… no hay posibili-dad alguna… todo eso ha terminado. Peropensé contarte esto,porque sabía cuánto te complacería. No que tengas nadaquelamentar, mi querida Elinor. No cabe duda de que lo estás hac-iendo muybien… igual de bien o, si se toma en cuenta todo,quizá mejor… ¿Has estado conel coronel Brandon ahora últi-mo?Elinor había escuchado lo suficiente si no para gratificar su

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vanidad y elevar suautoestima, para agitar sus nervios y hacer-la pensar; y le alegró, por tanto, quela entrada del señor Fe-rrars la salvara de tener que responder a tanta cosa y delpeli-gro de escuchar más a su hermano. Tras charlar durante algu-nos momentos,John Dashwood, recordando que aún no habíainformado a Fanny sobre lapresencia de su hermana, abandonóla habitación en su búsqueda. Y Elinorquedó allí con la tareade mejorar su relación con Robert, el cual, con su alegredes-preocupación, con la satisfecha autocomplacencia que le per-mitía disfrutarde un tan injusto reparto del amor y de la gene-rosidad de su madre en perjuiciode su hermano excluido…amor y generosidad de los que se había hechomerecedor tansólo por su propia vida disipada y la integridad de ese herma-no,confirmaba a Elinor en su más desfavorable opinión sobresu inteligencia ysentimientos.Apenas habían estado dos minu-tos a solas cuando él empezó a hablar deEdward, pues tambiénhabía sabido del beneficio e hizo muchas preguntas alrespecto.Elinor repitió los detalles que ya le había comunicado a John, yelefecto que tuvieron en Robert, aunque muy diferente, no fuemenos fuerte. Serió sin ninguna moderación. La idea de Ed-ward transformado en clérigo yviviendo en una pequeña casaparroquial lo divertía sin límites; y cuando a elloagregó la fan-tástica visión de Edward leyendo plegarias vestido con una so-brepellizblanca y haciendo las amonestaciones públicas del ma-trimonio de JohnSmith y Mary Brown, no pudo imaginarse na-da más ridículo.Elinor, en tanto, aguardaba en silencio y conimperturbable gravedad, el fin detales necedades, sin poderevitar que sus ojos se clavaran en él con una miradaque mos-traba todo el desprecio que le infundía. Era una mirada, sinembargo,muy bien dirigida, porque alivió sus sentimientos sindarle a entender nada a él.Sentido y sensibilidad Jane Austen176176Cuando él dejó de lado sus comentarios ingeniosos, nolo hizo llevado porningún reproche de ella, sino por su propiasensibilidad.-Podemos bromear al respecto -dijo finalmente, re-cuperándose de las risasafectadas que habían alargado consi-derablemente la genuina alegría delmomento-, pero, a fe mía,es algo muy serio. ¡Pobre Edward! Está arruinadopara siem-pre. Lo lamento enormemente, porque sé que es una criaturade muybuen corazón, tan bien intencionado como el que más.No debe juzgarlo,señorita Dashwood, basándose en lo poco

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que lo conoce. ¡Pobre Edward! Escierto que sus modales noson de lo más felices. Pero ya se sabe que no todosnacemoscon las mismas capacidades, con el mismo porte. ¡Pobre mu-chacho!¡Imaginarlo entre extraños! ¡Qué cosa lamentable! Pe-ro a fe mía que es de tangran corazón como el mejor del reino;y le digo y le aseguro que nada me hasacudido nunca tanto co-mo esto que ha ocurrido. No podía creerlo. Mi madre fuela pri-mera en decírmelo, y yo, sintiendo que debía actuar con deci-sión, deinmediato le dije: “Mi querida señora, no sé qué se pro-pone hacer en estascircunstancias, pero en cuanto a mí, debodecirle que si Edward se casa conesta joven, yo no lo volveré amirar nunca más”. Eso fue lo que le dije deinmediato… ¡mesentía escandalizado más allá de todo lo imaginable! ¡PobreEd-ward! ¡Se ha hundido por completo! ¡Se ha marginado parasiempre de todasociedad decente! Pero mientras se lo decía di-rectamente a mi madre, no meextrañaba en absoluto; es lo quese podía esperar de la educación que recibió.Mi pobre madrecasi enloqueció.-¿Ha visto alguna vez a la joven?-Sí, una vez,cuando estaba alojada en esta casa. Me había dejado caer po-runos diez minutos, y me bastó con lo que vi de ella. Una sim-ple muchachapueblerina, desmañada, sin estilo ni elegancia, ycasi sin ningún atractivo. Larecuerdo perfectamente. Justo eltipo de muchacha que habría creído capaz decautivar al pobreEdward. Apenas mi madre me contó todo el asunto, deinmedia-to me ofrecí- a hablarle, a disuadirlo de la unión; pero, segúnpudedarme cuenta, ya era demasiado tarde para hacer algo,pues por desgracia noestuve ahí en los primeros momentos yno supe nada de lo ocurrido hastadespués de la ruptura, cuan-do, ya sabe usted, no me correspondía interferir.Pero si se mehubiera informado unas pocas horas antes, probablemente ha-bríapodido hacer algo. De todas maneras le habría hecho verlas cosas a Edwardcon toda claridad. “Mi querido amigo”, lehabría dicho, “piensa en lo que haces.Estás comprometiéndoteen la más desafortunada unión, que toda tu familiadesapruebade manera unánime”. En fin, no puedo evitar pensar que habrí-aencontrado alguna manera de lograrlo. Pero ahora es demas-iado tarde. Debeestar muerto de hambre, sabe usted; con todaseguridad, absolutamente muertode hambre.Acababa de plan-tear este punto con gran compostura cuando la llegada de lase-ñora de John Dashwood puso fin al tema. Pero aunque ésta

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nunca lomencionaba fuera de su propia familia, Elinor pudover cómo influía en su mente,visible en ese algo como expre-sión confundida que tenía al entrar y en un intentode cordiali-dad en su trato hacia ella. Incluso llegó tan lejos como mostrar-seafectada por el hecho de que Elinor y su hermana dejaríantan pronto la ciudad,Sentido y sensibilidad Jane Austen177177y había confiado en verlas más; un esfuerzo en el cualsu marido, que la habíaacompañado a la habitación y seguíacada una de sus palabras con aireenamorado, parecía encon-trar todo lo que hay de más afectuoso y agraciado.CAPITULOXLIIOtra corta visita a Harley Street, en la cual Elinor recibiólas felicitaciones de suhermano por viajar hasta Barton sin in-currir en ningún gasto y por el hecho deque el coronel Brandonpodría seguirlas a Cleveland en uno o dos días,completó el con-tacto de hermano y hermanas en la ciudad; y una débil invita-ciónde Fanny a que fueran a Norland siempre que llegaran apasar por ahí, que detodas las cosas posibles era la menos pro-bable, junto a una promesa máscálida, aunque menos pública,de John a Elinor respecto de una pronta visita aDelaford, fuetodo lo que se dijo respecto de un futuro encuentro en el cam-po.Divertía a Elinor observar que todos sus amigos parecíandecididos a enviarlaa Delaford, de todos los lugares, precisa-mente el que ahora menos querríavisitar o el último en que de-searía vivir; pues no sólo su hermano y la señoraJennings loconsideraban su futuro hogar, sino que incluso Lucy, al despe-dirse,la invitó insistentemente a que la visitara allí.En los pri-meros días de abril, y en las primeras horas de la mañana, aun-quetolerablemente temprano, los dos grupos, provenientes deHanover Square y deBerkeley Street, salieron desde sus res-pectivos hogares para encontrarse en elcamino, según lo habí-an convenido. Para comodidad de Charlotte y de su hijoecharí-an más de dos días en el viaje, y el señor Palmer, moviéndosede maneramás expedita con el coronel Brandon, se les uniríaen Cleveland poco después.Marianne, aunque escasas habíansido las horas gratas pasadas en Londres yansiosa como estabadesde hacía tanto por alejarse de allí, llegado el momentonopudo evitar una gran pena al decir adiós a la casa donde porúltima vez habíadisfrutado de aquellas esperanzas y aquellaconfianza en Willoughby que ahorase habían apagado parasiempre. Tampoco pudo abandonar el lugar en queWilloughby

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se entregaba a nuevos compromisos y a nuevos planes en losqueella no tendría parte alguna, sin derramar copiosas lágri-mas.La satisfacción de Elinor en el momento de la partida fuemás real. Nada habíaen Londres que entretuviera sus pensam-ientos y permaneciera en susrecuerdos; a nadie dejaba atrásde quien separarse para siempre le significara niun instante depena; le alegraba liberarse de la persecución de la amistaddeLucy; estaba agradecida por alejar de allí a su hermana sinque se hubieseencontrado con Willoughby desde su matrimon-io, y tenía puestas susesperanzas en lo que unos pocos mesesde tranquilidad en Barton podríanhacer para devolver la paz deespíritu a Marianne, y afianzar la suya propia.El viaje transcu-rrió sin contratiempos. El segundo día los llevó al querido, ore-pudiado, condado de Somerset, que así aparecía por turnos enla imaginaciónde Marianne; y en la mañana del tercer día lle-garon a Cleveland.Cleveland era una casa amplia, de modernaconstrucción, ubicada en lapendiente de una loma cubierta depasto. No tenía parque, pero los jardines deSentido y sensibili-dad Jane Austen 178178agrado eran de buen tamaño; y comocualquier otro lugar de la mismaimportancia, tenía su montebajo y su alameda; por un camino de grava lisa quecircundabauna plantación se llegaba al frontis de la casa; el césped esta-basalpicado de árboles; la casa misma se erguía al amparo deabetos, serbales yacacias, y todos juntos, entreverados con al-tos chopos lombardos, formaban unaespesa barrera que oculta-ba la vista de las dependencias.Marianne entró en la casa conel corazón henchido de emoción por saberse asólo ochenta mi-llas de Barton y a no más de treinta de Combe Magna; y antes-de haber estado quince minutos entre sus muros, mientras losdemás ayudabana Charlotte, que deseaba mostrarle el niño alama de llaves, salió de nuevo,escabulléndose por los sinuosossenderos entre los arbustos que recién comenzabana reverde-cer, para alcanzar un montículo distante; y allí, desde untem-plete griego, su mirada, recorriendo una amplia zona de campi-ñas hacia elsudeste, pudo posarse tiernamente en las lejanascolinas recortadas contra elhorizonte e imaginar que desde suscumbres se alcanzaría a ver Combe Magna.En tales momentosde preciosa, incomparable angustia, se embriagó enlágrimasde agonía por estar en Cleveland; y al volver por caminos dife-rentes ala casa, sintiendo el feliz privilegio de gozar de la

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libertad del campo, dedeambular de un lugar a otro en una so-berana y lujosa soledad, resolvióentregarse la mayor parte delas horas de todos los días que permanecería conlos Palmeralplacer de estos vagabundeos solitarios.Volvió justo a tiempopara unirse a los demás en el momento en que salían dela casaen una excursión por las inmediaciones; y el resto de la maña-na pasórápidamente mientras paseaban con toda calma por elhuerto, examinando lasenredaderas en flor sobre los muros yescuchando al jardinero lamentarse porlas plagas; recorrieronsin apuro el invernadero, donde la pérdida de sus plantasfavo-ritas, incautamente expuestas _y quemadas por las heladas, hi-cieron reír aCharlotte; y visitaron el corral de aves, donde en-contró nuevos motivos deregocijo en las rotas esperanzas de lamoza: gallinas que abandonaban susnidos, o se las robaba unzorro, o nidadas de prometedores polluelos quemorían antesde tiempo.Como la mañana había estado hermosa y sin hume-dad en el aire, Marianne,con sus proyectos de pasar la mayorparte del tiempo afuera, no pensó que elclima podría cambiardurante su permanencia en Cleveland. Fue una gransorpresa,entonces, encontrar que una tenaz lluvia le impedía salir des-pués de lacena. Había confiado en un paseo vespertino al tem-plete griego, y quizá portodo el lugar, y un anochecer nadamás que frío o húmedo no la habríadisuadido; pero una lluviadensa y persistente ni siquiera a ella podía parecerleun climaseco y agradable para una caminata.Los de la casa formabanun grupo pequeño, y las horas fueron pasandotranquilamente.La señora Palmer tenía a su hijo y la señora Jennings susborda-dos; hablaron de los amigos que habían dejado atrás, organiza-ron loscompromisos de lady Middleton y varias veces se pre-guntaron si el señor Palmery el coronel Brandon llegarían másallá de Reading esa noche. Elinor, aunquecon escaso interés enla conversación, participaba en ella; y Marianne, que teníaeldon de arreglárselas en cualquier casa para llegar a la bibliote-ca, sin importarSentido y sensibilidad Jane Austen 179179.cuánto la evitara la familia en general, muy pronto se agencióun libro.La señora Palmer no escatimaba nada que su constan-te buen humor y espírituamistoso pudieran ofrecer para quesus invitadas se sintieran bien acogidas. Lafranqueza y cordia-lidad de su trato más que compensaba por esa falta decompos-tura y elegancia que a menudo la hacía fallar en las

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formalidades de lacortesía; conquistaba con su afabilidad,acreditada por su rostro tan lindo; susnecedades, aunque evi-dentes, no desagradaban porque no era presuntuosa; yElinor lehabría podido perdonar cualquier cosa, salvo su risa.La llegadade los dos caballeros al día siguiente, a una cena muy tardía,aportóun grato aumento de la concurrencia y una muy bienve-nida variación en lasconversaciones, que una larga mañana ba-jo la misma lluvia sostenida habíareducido a niveles muy ba-jos.Elinor había visto tan poco al señor Palmer, y en ese pocohabía visto tantadiversidad en su trato a su hermana y a ellamisma, que no sabía qué esperar deél al encontrarlo en su pro-pia familia. Lo que encontró, sin embargo, fue uncomportam-iento perfectamente caballeroso hacia todos sus invitados, ysólo enocasiones áspero con su esposa y la madre de ella; loencontró muy capaz deser una grata compañía, y lo único quele impedía serlo siempre era unaexcesiva capacidad de sentirsetan superior a la gente en general como debíacreerse con res-pecto de la señora Jennings y de Charlotte. En cuanto a losres-tantes aspectos de su carácter y hábitos, no mostraban, hastadonde Elinoralcanzaba a percibir, ningún rasgo inusual en per-sonas de su sexo y edad. Legustaba una buena mesa, pero nosolía llegar a la hora; quería a su hijo, perofingía desdén; y ha-raganeaba en la mesa de billar durante las mañanas en vezdededicarlas a los negocios. En conjunto, sin embargo, a Elinor legustabamucho más de lo que había esperado, y en su corazónno lamentaba que no lepudiera gustar más: no lamentaba quela observación de su epicureísmo, suegoísmo y su presunciónla llevaran a descansar con gusto en el recuerdo delgenerosotemple de Edward, sus gustos simples y tímidos sentimien-tos.En esos días Elinor tuvo noticias de Edward, o al menos dealgunos sucesosrelacionados con sus intereses, a través del co-ronel Brandon, que hacía pocohabía estado en Dorsetshire yque, dirigiéndose a ella al mismo tiempo comoamiga desintere-sada del señor Ferrars y gentil confidente suya, le conversaba-largamente sobre la rectoría de Delaford, describía sus defic-iencias y- le contabaqué pensaba hacer para solucionarlas. Sucomportamiento hacia ella en esto, aligual que en todo lo de-más; su sincero placer en verla tras una ausencia de tansólodiez días; su disposición a conversar con ella y su respeto porsusopiniones, bien podían justificar que la señora Jennings

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estuviera convencida deque la quería, y quizá hasta habría bas-tado para que Elinor también losospechara si no creyera, comodesde el comienzo, que Marianne seguía siendosu verdaderapredilecta. Pero tal como eran las cosas, esa idea no se le ha-bríapasado por la mente de no ser por las insinuaciones de laseñora Jennings; yentre las dos, Elinor no podía evitar creersemejor observadora: ella observabalos ojos del coronel, en tantola señora Jennings sólo pensaba en sucomportamiento; y mien-tras sus miradas de ansiosa inquietud cuando Mariannecomen-zó a sentir los primeros síntomas de un fuerte resfrío manifes-tados enSentido y sensibilidad Jane Austen 180180dolores decabeza y de garganta, al no estar expresadas en palabras esca-pabancompletamente a la observación de la señora Jennings,ella podía descubrir ensus ojos los vivos sentimientos y la inne-cesaria alarma de un enamorado.Dos deliciosas caminatas ves-pertinas al tercer y cuarto día de su estancia allí,no sólo por lagrava seca entre los arbustos sino por todo el lugar, yespecial-mente por los rincones más alejados, donde había algo más devidasilvestre que en el resto, donde los árboles eran más año-sos y la hierba máslarga y húmeda, habían producido enMarianne -con la ayuda de la enormeimprudencia de quedarsecon las medias y los zapatos mojados puestos- unresfrío tanviolento que, aunque durante un día o dos ella intentó restarl-eimportancia o negarlo, terminó por imponerse a través de ma-lestares cada vezmayores, hasta no poder seguir siendo ignora-do ni por ella misma ni por elinterés de los demás. De todos la-dos le llovieron recetas que, como siempre,fueron rechazadas.Aunque se sentía débil y afiebrada, con los miembrosadolori-dos, tos y la garganta áspera, un buen sueño durante la nochela sanaríapor completo; y fue con bastantes dificultades queElinor pudo persuadirla,cuando se fue a la cama, de probaruno o dos de los remedios más sencillos.CAPITULO XLIIIAl díasiguiente, Marianne se levantó a la hora acostumbrada; a todaslaspreguntas respondió que se encontraba mejor, e intentóconvencerse a sí mismade ello dedicándose a sus ocupacioneshabituales. Pero haber pasado un díacompleto sentada junto ala chimenea temblando de escalofríos, con un libro enla manoque era incapaz de leer, o echada en un sofá, decaída y sinfuerzas, nohablaba muy bien de su mejoría; y cuando por fin sefue temprano a la camasintiéndose cada vez peor, el coronel

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Brandon quedó simplemente atónito antela tranquilidad de Eli-nor, que aunque la atendió y cuidó durante todo el día, encon-tra de los deseos de Marianne y obligándola a tomar las medi-cinasnecesarias en la noche, tenía la misma confianza de ellaen la seguridad yeficacia del sueño, y no estaba en verdad alar-mada.Una noche muy agitada y febril, sin embargo, frustró lasesperanzas de ambas;y cuando Marianne, tras insistir en levan-tarse se confesó incapaz de sentarse yse devolvió voluntaria-mente a la cama, Elinor se mostró dispuesta a aceptar elconse-jo de la señora Jennings y enviar por el boticario de los Pal-mer.El boticario acudió, examinó a la paciente, y aunque animóa la señoritaDashwood a confiar en que unos pocos días le de-volverían la salud a suhermana, al declarar que su dolencia te-nía una tendencia pútrida y permitir quesus labios pronuncia-ran la palabra “infección”, instantáneamente alarmó a laseñoraPalmer, por su hijo. La señora Jennings, que desde un comien-zo habíacreído la enfermedad más seria de lo que pensaba Eli-nor, escuchó con airegrave el informe del señor Harris, y con-firmando los temores y preocupación deCharlotte, la urgió aalejarse de allí con su criatura; y el señor Palmer, aunquetratóde vanas sus aprensiones,. se vio incapaz de resistir la enormeansiedad yporfía de su esposa. Se decidió, entonces, su parti-da; y antes de una horaSentido y sensibilidad Jane Austen181181después de la llegada del señor Harris, partió con su hi-jito y la niñera a la casade una pariente cercana del señor Pal-mer, que vivía unas pocas millas pasadoBath; allí, ante sus in-sistentes ruegos, su esposo prometió unírsele en uno o dosdías,y a ese lugar su madre prometió acompañarla, también obedec-iendo a sussúplicas. La señora Jennings, sin embargo, con unabondad que hizo a Elinorrealmente quererla, se manifestó deci-dida a no moverse de Cleveland mientrasMarianne siguiera en-ferma, y a esforzarse mediante sus más atentos cuidadosen re-emplazar a la madre de quien la había alejado; y en todo mo-mento Elinorencontró en ella una activa y bien dispuesta cola-boradora, deseosa de compartirtodas sus fatigas y, muy a me-nudo, de gran utilidad por su mayor experiencia enel cuidadode enfermos.La pobre Marianne, exánime y abatida por el ca-rácter de su dolencia ysintiéndose completamente indispuesta,ya no podía confiar en que al díasiguiente se repondría; y pen-sar en lo que al día siguiente habría ocurrido de nomediar su

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desafortunada enfermedad, agravó su malestar; porque ese díaiban ainiciar su viaje a casa y, acompañadas todo el camino porun criado de la señoraJennings, sorprenderían a su madre a lamañana siguiente. Lo poco que hablófue para lamentar estainevitable demora; y ello aunque Elinor intentó levantarleelánimo y hacerla creer, como en ese momento ella misma locreía, que eseretraso sería muy breve.El día siguiente trajo po-co o ningún cambio en el estado de la paciente;evidentementeno estaba mejor, y salvo el hecho de que no había ninguname-joría, no parecía haber empeorado. El grupo se había reducidoahora aúnmás, pues el señor Palmer, aunque sin muchos dese-os de irse, tanto por espírituhumanitario y su buen natural co-mo por no querer parecer atemorizado por suesposa, terminódejando que el coronel Brandon lo convenciera de seguirla,se-gún le había prometido; y mientras preparaba su partida, el co-ronel Brandonmismo, haciendo un esfuerzo mucho mayor, tam-bién comenzó a hablar de irse.En este punto, sin embargo, labondad de la señora Jennings se interpuso demuy buena mane-ra, pues que el coronel se alejara mientras su amada sufría ta-linquietud por causa de su hermana significaría privarlas a am-bas de todoconsuelo; y así, diciéndole sin tardanza que paraella misma era necesaria supresencia en Cleveland, que lo ne-cesitaba para jugar al piquet con ella en lastardes mientras laseñorita Dashwood estaba arriba con su hermana, etc., leinsis-tió tanto que se quedara, que él, que al acceder cumplía con loque sucorazón deseaba en primer lugar, no pudo ni siquierafingir por mucho ratoalguna vacilación al respecto, en especialcuando los ruegos de la señoraJennings fueron cálidamente se-cundados por el señor Palmer, que parecíasentirse aliviado aldejar allí a una persona tan capaz de apoyar o aconsejar a lase-ñorita Dashwood en cualquier emergencia.A Marianne, por su-puesto, la mantuvieron ajena a todas estas disposiciones.No sa-bía que había sido la causa de que los dueños de Cleveland tuv-ieran quedejar su casa antes de la semana de haber llegado.No la sorprendió no ver a laseñora Palmer, y como por ellomismo no le preocupaba, nunca mencionaba sunombre.Dos dí-as habían pasado desde la partida del señor Palmer, y las con-dicionesSentido y sensibilidad Jane Austen 182182de la pacien-te se mantenían iguales, con muy pocos cambios. El señor Ha-rris,que la visitaba todos los días, de manera bastante audaz

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seguía hablando deuna rápida mejoría, y la señorita Dashwoodse mostraba igualmente optimista;pero los demás no tenían ex-pectativas tan alegres. Muy al comienzo del ataque,la señoraJennings había decidido que Marianne nunca se recuperaría; yelcoronel Brandon, cuyo principal servicio era escuchar lospresagios de la señoraJennings, no estaba en un estado de áni-mo capaz de resistir su influencia.Intentó recurrir a la razónpara superar temores que la opinión diferente delboticario ha-cía parecer absurdos; pero la gran cantidad de horas que cadadíapasaba a solas eran demasiado propicias para alimentarpensamientos tristes, yno podía borrar de su mente la convic-ción de que no iba a ver más a Mariannecon vida.En la mañanadel tercer día, sin embargo, las sombrías predicciones de am-bosresultaron casi fallidas, pues cuando llegó el señor Harrisdeclaró a su pacientemucho mejor. Tenía el pulso más fuerte ymostraba síntomas mucho másfavorables que en su visita ante-rior. Elinor, confirmadas sus más gratasesperanzas, era todaalegría. Estaba feliz porque, en las cartas a su madre, sehabíaatenido a su propio juicio y no al de sus amigos, y por haberlerestadoimportancia a la indisposición que había retrasado supartida de Cleveland, ycasi se atrevió a fijar la fecha en queMarianne podría viajar.Pero el día no terminó de manera tanauspiciosa como había comenzado.Hacia el anochecer recrude-ció la enfermedad de Marianne, con más pesadez,agitación ymalestar que antes. Su hermana, sin embargo, aún optimis-ta,prefería atribuir el cambio sólo al cansancio de haber estadosentada mientras lehacían la cama; y tras hacerle tomar con to-do cuidado los cordiales prescritos,con alegría la vio sumirseen un sopor que esperaba fuese muy beneficioso. Susueño,aunque no tan tranquilo como habría esperado Elinor, duró untiempoconsiderable; y ésta, ansiosa de observar por sí mismalos resultados, decidióquedarse a su lado hasta que despertara.La señora Jennings, que no estabaenterada del cambio operadoen la paciente, se fue a la cama más tempranoque de costum-bre; su doncella, una de las principales encargadas del cuida-dode la enferma, estaba buscando un poco de solaz en la habi-tación del ama dellaves, y Elinor permanecía sola con Marian-ne.El sueño de Marianne comenzó a hacerse cada vez más agi-tado; y Elinor, queen ningún momento dejaba de observaratentamente sus continuos cambios deposición y escuchar los

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reiterados, aunque inarticulados quejidos que salían desus lab-ios, casi deseaba sacarla de un sopor tan penoso cuando Mar-ianne,repentinamente despierta ante un ruido imprevisto en lacasa, se irguiósobresaltada, exclamando en un desvarío fe-bril:-¿Ha venido mamá?-Todavía no -replicó su hermana, ocul-tando su terror y ayudando a Marianne atenderse nuevamen-te-; aunque espero que luego estará aquí. Hay un largotrecho,lo sabes, desde acá a Barton.-Pero no debe dar la vuelta porLondres -exclamó Marianne, con el mismo tonoinquieto-. Nun-ca la volveré a ver, si va a Londres.Alarmada, Elinor se diocuenta de que Marianne estaba delirando, y mientrasSentido ysensibilidad Jane Austen 183183intentaba calmarla, ansiosa-mente le tomó el pulso. Era más débil y rápido quenunca; y alver que Marianne seguía desvariando acerca de mamá, su te-moraumentó hasta el punto de decidirla a enviar de inmediatopor el señor Harris ydespachar un mensajero a Barton para ha-cer venir a su madre. Junto con tomaresta resolución, pensó enconsultar de inmediato con el coronel Barton la mejorforma dellevarla a cabo; y así, tan pronto hubo llamado a la doncella pa-ra que lareemplazara junto a su hermana, se apresuró a bajar ala sala donde sabía quepor lo general él se encontraba, aunquemucho más tarde que en el momentoactual.No era momentopara vacilaciones. De inmediato le hizo presente sus temoresysus dificultades. Sus temores, el coronel no tenía ni el valor nila confianzanecesarios para intentar aplacarlos: los escuchócon silencioso desaliento; perode sus dificultades se hizo cargode inmediato, pues con una rapidez queparecía evidenciar quementalmente ya había previsto la ocasión y el serviciorequeri-do, se ofreció a ser el mensajero que traería a la señora Dash-wood.Elinor no presentó ninguna objeción que no fuera fácil-mente rebatida. Leagradeció con palabras breves pero fervoro-sas, y mientras él se apresuraba aenviar a su criado con unmensaje para el señor Harris y una orden paraconseguir caba-llos de posta de inmediato, ella le escribió unas pocas líneas asumadre.El consuelo de un amigo como el coronel Brandon enesos momentos, de uncompañero de esa laya para su madre…¡qué enorme gratitud despertaba enella! ¡Un amigo cuyo juiciola iba a guiar, cuya compañía aliviaría su dolor y cuyoafectoquizá la calmaría… ! En la medida en que la perturbación quedebíaproducir en ella un llamado como ése pudiera serle

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suavizada, su presencia, sutrato y su ayuda con toda seguridadiban a lograrlo.El, entretanto, sintiera lo que sintiese, actuabacon toda la firmeza de unamente ordenada; hizo todos los arre-glos necesarios con la mayor diligencia, ycalculó con exactitudel momento en que ella podría esperar su vuelta. No perdióniun instante en demoras de ningún tipo. Llegaron los caballosincluso antes deque se los esperara, y el coronel Brandon, limi-tándose a estrechar la mano deElinor con una mirada solemney unas pocas palabras dichas en una vozdemasiado baja paraque llegaran a sus oídos, se apresuró a montar en elcarruaje.Eran entonces aproximadamente las doce, y Elinor volvió a lo-saposentos de su hermana para esperar la llegada del boticarioy velar junto aella por el resto de la noche. Fue una noche desufrimientos casi iguales paraambas hermanas. Hora tras horafueron pasando en insomne dolor y delirio porparte de Marian-ne, y la más cruel ansiedad en Elinor, antes de que aparecieraelseñor Harris. Se habían despertado los temores de Elinor,que la hacían pagarcon creces toda su anterior seguridad, y lasirviente sentada junto a ella -porqueno había permitido quellamaran a la señora Jennings la torturaba aún más alinsinuarlas cosas que su ama había pensado desde el comienzo.A inter-valos, las ideas de Marianne seguían fijas incoherentemente ensumadre, y cada vez que mencionaba su nombre, el corazón dela pobre Elinorsufría una punzada de dolor; se reprochaba ha-ber tomado a la ligera tantos díasde enfermedad, y anhelandoun socorro inmediato, pensaba que pronto todoSentido y sensi-bilidad Jane Austen 184184socorro sería en vano, que todo sehabía retrasado demasiado, y se imaginabaa su afligida madrellegando demasiado tarde a ver a su preciosa hija con vida oenuso de su razón.Estaba a punto de enviar a buscar de nuevo alseñor Harris o, si él no podíaacudir, solicitar nuevos consejos,cuando el boticario -pero no antes de las cincohizosu aparición.Su opinión, sin embargo, compensó en algo su tardanza, pues-aunque reconoció un cambio inesperado y desfavorable en supaciente, insistióen que no había un peligro grave y se refirióal alivio que un nuevo tratamientodebía procurar con una conf-ianza que, en menor grado, se comunicó a Elinor.Prometió irde nuevo dentro de las tres o cuatro horas siguientes, y dejótanto asu paciente como a la preocupada acompañante mástranquilas de lo que lashabía encontrado.La señora Jennings se

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enteró de lo ocurrido en la mañana, dando muestras degranpreocupación y con muchos reproches por no haber sido llama-da a ayudar.Sus antiguos temores, que ahora revivían con mu-cho mejor base, no le dejaronduda alguna sobre lo ocurrido; yaunque se esforzaba en consolar a Elinor, sucerteza sobre elpeligro que corría su hermana no le permitía ofrecerle el cons-uelode la esperanza. Su corazón estaba realmente apesadum-brado. El rápidodecaer, la temprana muerte de una muchachatan joven, tan adorable comoMarianne, habría podido afectarincluso a una persona menos cercana. PeroMarianne podía es-perar más de la compasión de la señora Jennings. Durantetresmeses le había servido de compañía, todavía estaba a su cuida-do, y sesabía que la habían herido profundamente y que habíasufrido durante largotiempo. También veía la angustia de lahermana, que era muy en especial sufavorita; y en cuanto sumadre, cuando la señora Jennings pensaba queprobablementeMarianne sería para ella lo que Charlotte era para sí mis-ma,sentía una genuina compasión por sus sufrimientos.El se-ñor Harris fue puntual en su segunda visita, pero las esperan-zas quehabía colocado en los efectos de la anterior se vieronfrustradas. Sus medicamentoshabían fallado; la fiebre no habíasido vencida; y Marianne, sólo mástranquila -no más dueña desí- permanecía en un denso sopor. Elinor, captandotodos, ymás que todos sus temores en un solo instante, propuso solici-tar másconsejos. Pero él lo juzgó innecesario; aún tenía algomás que intentar, unanueva prescripción en cuyo éxito confia-ba tanto como en el de la última, y suvisita concluyó con ani-mosas palabras de seguridad que llegaron a los oídos dela se-ñorita Dashwood, pero no lograron alcanzar su corazón. Aunq-ue se manteníatranquila, excepto cuando pensaba en su ma-dre, casi había perdido lasesperanzas; y en este estado siguióhasta mediodía, apenas moviéndose dellado de su hermana, sumente saltando de una imagen de dolor a otra, de unamigoacongojado a otro, con su espíritu abatido al máximo por laconversaciónde la señora Jennings, que no tenía reparos enatribuir la gravedad y peligro deeste trastorno a las muchas se-manas en que Marianne ya antes había estadoindispuesta acausa de su desengaño. Elinor sentía cuán razonable era esai-dea, y ello le significaba un nuevo dolor añadido a sus reflexio-nes.Alrededor de mediodía, sin embargo, comenzó -pero con

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una cautela, un temora ilusionarse falsamente que durante al-gún rato la hicieron callar, incluso frente aSentido y sensibili-dad Jane Austen 185185su amiga- a imaginar, a tener la espe-ranza de estar percibiendo una ligera mejoríaen el pulso de suhermana; esperó, vigiló, lo examinó una y otra vez; yfinalmen-te, con una agitación más difícil de ocultar bajo un exterior cal-mado quetoda su angustia precedente, se atrevió a comunicarsus esperanzas. La señoraJennings, aunque obligada tras unexamen a reconocer una recuperacióntemporal, intentó que sujoven amiga evitara entregarse a la idea de quecontinuaría así;y Elinor, recorriendo mentalmente todos los argumentos quelerecomendaban desconfiar, también se dijo que no debía ali-mentar esperanzas.Pero era demasiado tarde. La esperanza yahabía hecho su entrada; y ella,sintiendo su ansioso aletear, seinclinó sobre su hermana para aguardar… ya nisabía qué. Pasómedia hora, y los síntomas favorables seguían bendiciéndo-la.Incluso aparecieron otros, confirmándolos. Su respiración,su piel, sus labios,todos apelaban a Elinor con señales de mejo-ría, y Marianne fijó sus ojos en ellacon una mirada racional,aunque lánguida. La ansiedad y la esperanza laacosaban en ig-ual medida, impidiéndole un momento de tranquilidad hasta la-llegada del señor Harris a las cuatro, cuando las seguridadesque le dio, susfelicitaciones por una recuperación de su herma-na que incluso sobrepasaba susexpectativas, le entregaronconfianza y consuelo, y pudo dejar correr lágrimasde ale-gría.Marianne estaba notablemente mejor en- todo sentido, y elseñor Harris ladeclaró por completo fuera de peligro. La seño-ra Jennings, quizá satisfechaporque sus presagios habían reci-bido justificación parcial en la última alarmaque habían vivido,se permitió confiar en el juicio del boticario y admitió congen-uina alegría, y pronto con indudable gozo, la probabilidad deuna completarecuperación.Elinor no podía estar alegre. Su go-zo era de una clase diferente, y llevaba aalgo muy distinto a laalegría. Marianne devuelta a la vida, a la salud, a losamigos y asu amorosa madre, era una idea que le llenaba el corazón de-exquisito consuelo y se lo expandía en fervorosa gratitud; perono se manifestabani en demostraciones externas de alegría, nien palabras o sonrisas. Todolo que abrigaba el pecho de Elinorera satisfacción, callada y fuerte.Siguió junto a su hermana conescasos intermedios toda la tarde, calmandocada uno de sus

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temores, satisfaciendo cada una de las interrogantes de sude-bilitado espíritu, prestando todos los auxilios necesarios y vigi-lando casi cadamirada y cada aliento. Por supuesto, en algunosmomentos se le hizo presentela posibilidad de una recaída, re-cordándole lo que era la ansiedad; pero cuandosus frecuentesy minuciosos exámenes le mostraron que continuaban todosycada uno de los síntomas de recuperación, y a las seis vio aMarianne sumirseen un sueño tranquilo, ininterrumpido y, se-gún todas las apariencias,confortable, acalló todas sus du-das.Se acercaba ya el momento en que podía esperarse el re-greso del coronelBrandon. A las diez, creía Elinor, o no muchomás tarde, su madre se vería libredel terrible suspenso con queahora debía ir viajando hacia ellas. ¡Quizá tambiénel coronelera apenas un poco menos merecedor de piedad! ¡Ah, cuán len-totranscurría el tiempo que aún los mantenía en la ignoranc-ia!A las siete, dejando a Marianne todavía entregada a un dul-ce sueño, se unió aSentido y sensibilidad Jane Austen 186186laseñora Jennings en la sala para tomar té. Sus temores la habí-an mantenidoincapaz de desayunar, y en la cena el giro repen-tino de los acontecimientos lehabía impedido comer mucho; elactual refrigerio, entonces, con los sentimientosde gozo conque Elinor llegaba a él, fue muy especialmente bien recibido.Alterminar, la señora Jennings quiso convencerla de que des-cansara algo antesde la llegada de su madre, y le permitiera aella tomar su lugar junto a Marianne;pero Elinor no se sentíani fatigada ni capaz de dormir, y no iba a permitir que lamantu-vieran lejos de su hermana ni por un instante. La señora Jen-nings subiócon ella entonces hasta la pieza de la enferma paraconstatar que todo seguíabien, la dejó allí entregada a su co-metido y a sus pensamientos, y se retiró a sushabitaciones aescribir algunas cartas y luego a dormir.La noche era fría y tor-mentosa. Si hubieran sido las diez, Elinor habría estadosegurade que en ese momento escuchaba un carruaje acercándose ala casa; yfue tan grande su seguridad de haberlo escuchado, apesar de que era casiimposible que ya hubieran llegado, que sedirigió al saloncito junto a la. pieza yabrió una celosía paraconstatar la verdad. En seguida vio que sus oídos no lahabíanengañado. De inmediato tuvo a la vista el brillo de los farolesde uncarruaje. A su incierta luz le pareció distinguir que era ti-rado por cuatro caballos;y esto, aunque era señal del enorme

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temor de su madre, explicó en parte taninesperada rapi-dez.Nunca, en toda su vida, había encontrado Elinor más difícilmantenersetranquila. Saber lo que su madre debía estar sint-iendo en el momento en que elcarruaje se detuvo ante la puer-ta… sus dudas, su miedo, ¡quizá sudesesperación!, ¡y lo queella debía decir!… sabiendo eso era imposible mantenerla cal-ma. Todo lo que quedaba por hacer era apresurarse; y así,que-dándose sólo hasta que pudo dejar a la doncella de la señoraJennings consu hermana, corrió escaleras abajo.El trajín queescuchó en el vestíbulo mientras. pasaba por un recibidor inte-rior,le confirmó que ya estaban en la casa. Avanzó a toda prisahacia la sala, entró… y allí vio únicamente a Willough-by.CAPITULO XLIVElinor, retrocediendo con una mirada dehorror al verlo, obedeció al primerimpulso de su corazón y sevolvió a toda prisa para abandonar la habitación; sumano ya seencontraba en el tirador de la puerta cuando Willoughby la de-tuvo alavanzar rápidamente hacia ella y decirle, en un tonomás imperativo quesuplicante:-Señorita Dashwood, media ho-ra… diez minutos… le ruego que se quede.-No, señor -replicóella con firmeza-, no me quedaré. Nada tengo que ver yo ensusasuntos. Supongo que los criados olvidaron decirle que el se-ñor Palmer nose encontraba en casa.-Aunque me hubierandicho -exclamó él con gran vehemencia- que el señorPalmer ytoda su parentela estaban en el infierno, no me habrían movidode lapuerta. Es con usted que quiero hablar, sólo con us-ted.Sentido y sensibilidad Jane Austen 187187-¡Conmigo! -ha-bía enorme asombro en su voz-. Bien, señor… sea rápido, y silees posible, menos vehemente.-Siéntese, y acataré ambas órde-nes.Elinor vaciló; no sabía qué hacer. La posibilidad de que lle-gara el coronelBrandon y lo encontrara ahí se le cruzó por lamente. Pero le había prometidoescucharlo, y en ello estabacomprometida su curiosidad no menos que suhonor. Tras unmomento de reflexión, entonces, que la llevó a concluir que la-prudencia exigía darse prisa y que su consentimiento era loque mejor podíalograrlo, caminó en silencio hacia la mesa y sesentó. El ocupó una silla frente aella, y durante medio minutono cruzaron palabra.-Le ruego sea rápido, señor -le dijo Elinoren tono impaciente-, no tengo tiempoque perder.Sentado conaire de profunda meditación, él pareció no haberla oído.-Suhermana -dijo abruptamente un momento después- está fuera

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de peligro.El criado me lo dijo. ¡Gracias a Dios! Pero, ¿es ver-dad? ¿Realmente es verdad?Elinor no le respondió. Repitió élentonces la pregunta, con mayor urgenciaaún.-Por el amor deDios, dígamelo: ¿está o no está fuera de peligro?-Esperamosque lo esté.Willoughby se levantó y cruzó la habitación.-Si lohubiera sabido tan sólo media hora antes… Pero ya que estoyaquí -habló con forzada vivacidad mientras volvía a la mesa-,¿qué importa? Por estavez, señorita Dashwood… quizá sea laúltima vez… alegrémonos juntos. Estoyde humor para la ale-gría. Dígame sinceramente -sus mejillas se iluminaron deun ru-bor más profundo- ¿cree que soy más un canalla o un necio?Eli-nor lo contempló más estupefacta que nunca. Comenzó a pen-sar que debíaestar ebrio: era lo único que podía explicar tanextraña visita, tan insólitosmodales; y con esta impresión, sepuso inmediatamente de pie, diciendo:-Señor Willoughby, leaconsejaría en este momento que volviera a Combe. Nopuedoseguir perdiendo el tiempo con usted. Sea lo que fuere que de-sea tratarconmigo, será mejor que reflexione y me lo expliquemañana.-La comprendo -replicó él con una sonrisa expresiva yvoz perfectamentetranquila-. Sí, estoy muy ebrio. Una pinta decerveza con que acompañé lascarnes frías que comí en Marlbo-rough bastó para trastornarme.-¡En Marlborough! -exclamóElinor, entendiendo cada vez menos lo queocurría.-Sí; salí deLondres hoy a las ocho de la mañana y los únicos diez minutosquepasé fuera de mi calesín desde esa hora, fueron los que de-diqué a una ligeramerienda en Marlborough.La firmeza de susmodales y la inteligencia de su mirada mientras hablabacon-vencieron a Elinor de que, cualquiera fuese la imperdonable lo-cura que lotraía a Cleveland, no se trataba de ebriedad; y traspensar durante unosinstantes, dijo:-Señor Willoughby, ustedtiene que darse cuenta, y yo ciertamente así lo creo,que des-pués de todo lo que ha pasado, su venida acá y la forma en quelo hahecho, imponiéndome su presencia, exigen una excusamuy especial. ¿QuéSentido y sensibilidad Jane Austen 188188-pretende con esto?-Lo que pretendo -dijo el joven con tono gra-vemente enérgico-, si es quepuedo, es hacer que usted me odieun poco menos que ahora. Pretendo ofreceralguna explicación,alguna disculpa por lo ocurrido en el pasado; abrirle micorazóny convencerla de que aunque siempre he sido un bueno paranada, nosiempre he sido un canalla; y, de esta forma, obtener

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algo semejante al perdónde Ma… de su hermana.¿Es ése elverdadero motivo que lo trajo aquí?-Por mi vida que sí lo es -fue su respuesta, dicha con un fervor que trajo a lamemoria deElinor todo lo que había sido el antiguo Willoughby, y que a supesarla hizo creerlo sincero.-Si eso es todo, puede darse porsatisfecho, pues Marianne sí… hace muchoque lo ha perdona-do.-¡Lo ha hecho! -exclamó el joven, con el mismo tono inten-so-. Entonces me haperdonado antes de que hubiera debido ha-cerlo. Pero me perdonará otra vez, yesta vez por motivos mu-cho más valederos. Ahora, ¿querrá escucharme?Elinor asintiócon un gesto de la cabeza.-No sé -dijo, tras una pausa llena deexpectación por parte de Elinor, decavilaciones en él-, cómo sehabrá explicado usted mi comportamiento con suhermana, oqué motivos diabólicos me habrá atribuido. Tal vez le sea difí-cilpensar mejor de mí; sin embargo, vale la pena intentarlo, yle contaré todo. Alcomienzo de mi intimidad con su familia, notenía yo ninguna otra intención,ningún otro interés en la rela-ción que pasar momentos agradables mientrasduraba mi forza-da permanencia en Devonshire, más agradables de los que ha-bíadisfrutado hasta entonces. Su hermana, con su aspecto ado-rable y atractivasmaneras, no podía dejar de encantarme; y sutrato hacia mí, casi desde elprincipio fue… ¡Es increíble, cuan-do pienso en cómo' fue su trato, y en cómo eraella, que mi co-razón haya sido tan insensible! Pero al comienzo, deboconfe-sarlo, sólo halagó mi vanidad. Sin preocuparme por su felici-dad, pensandosólo en mi propia diversión, permitiéndome sen-timientos que toda mi vida habíaestado acostumbrado a con-sentir, me esforcé con todos los medios a mi alcancepor hacer-me agradable a ella, sin ninguna intención de corresponder asu afecto.En este punto, la señorita Dashwood, lanzándole unamirada del más airadodesprecio, lo detuvo diciéndole:-No valela pena, señor Willoughby, que siga hablando, o que yo sigaes-cuchándolo. A un comienzo como éste nada puede seguirle. Nome angustiehaciéndome oír más sobre este asunto.-Insisto enque lo escuche todo -replicó él-. Nunca fui dueño de una gran-fortuna y siempre he sido de gustos caros, siempre me he asoc-iado con gentede ingresos mayores que los míos. Desde mi ma-yoría de edad, o incluso antes,creo, año tras año han aumenta-do mis deudas; y aunque la muerte de míanciana prima, la se-ñora Smith, me liberaría de ellas, dado que se trata de

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unhecho incierto y posiblemente muy distante, durante algúntiempo había tenido laintención de reconstruir mi situación através del matrimonio con una mujer defortuna. Una relacióncon su hermana no era, por tanto, pensable; y así meencontra-ba actuando con una ruindad, egoísmo y crueldad que ningunamiradaSentido y sensibilidad Jane Austen 189189de indigna-ción o desprecio, ni siquiera la suya, señorita Dashwood, podrí-acensurar bastante, y siempre con el propósito de conquistarsu afecto, sinintenciones de corresponderlo. Pero hay una cosaque puede decirse a mi favor,incluso en ese horrendo estadode egoísta vanidad, y es que no sabía laprofundidad del dañóque tramaba, porque en ese entonces no sabía lo que eraamar.Pero, ¿alguna vez lo he sabido? Bien puede dudarse de ello,pues sirealmente hubiera amado, ¿podría acaso haber sacrifi-cado mis sentimientos a lavanidad, a la avaricia? O, lo que espeor, ¿podría haber sacrificado los suyos?Pero lo he hecho. Pa-ra evitar una pobreza relativa, que su afecto y compañíahabrí-an despojado de todos sus horrores, he perdido, elevándome aunasituación de fortuna, todo lo que hubiese hecho de ella unabendición.-Entonces -dijo Elinor, algo aplacada-, sí se sintió du-rante un tiempoencariñado con ella.-¡Haber resistido tantosatractivos, haber rechazado tal ternura! ¡Qué hombreen elmundo lo habría hecho! Sí, poco a poco, sin darme cuenta, meencontrésinceramente enamorado de ella; y las horas más feli-ces de mi vida fueron lasque pasé con ella, cuando sentía quemis intenciones eran estrictamentehonorables y mis sentimien-tos intachables. Incluso entonces, sin embargo,cuando estabacompletamente decidido a plantearle mi amor, me permití con-tratodo decoro postergar día a día el momento de hacerlo, lle-vado por mi renuenciaa establecer un compromiso mientras si-guiera en tan grandes apuroseconómicos. No voy a justificaresto… ni la detendré si usted quiere explayarsesobre lo absur-do, y peor que absurdo, de dudar en comprometer mi palabraallídonde mi honor ya estaba comprometido. Los hechos handemostrado cuánneciamente astuto fui, trabajando tanto pararegalarme la posibilidad de hacermedespreciable y desgracia-do para siempre. Por último, sin embargo, me resolví ydecidíque en la primera oportunidad en que pudiera hablarle a solas,justificaríalas atenciones que sin cesar le había prodigado y ledeclararía abiertamente unafecto que ya había hecho tanto por

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mostrarle. Pero entre tanto, en el intervalode las pocas horasque transcurrirían antes de que se me presentara laoportuni-dad de hablar con ella en privado, algo ocurrió, una desafortu-nadacircunstancia que destruyó toda mi resolución y, con ella,todo mi bienestar. Algose descubrió -aquí vaciló y bajó losojos-. La señora Smith había sabido, de unau otra forma, meimagino que a través de algún pariente lejano que queríapri-varme de su favor, sobre un asunto, una relación… pero no esnecesario queme explaye sobre eso -añadió, mirándola rubori-zado y con aire interrogativo-, através de su amistad tan ínti-ma… probablemente está al tanto de toda la historiadesde hacemucho.-Lo estoy -respondió Elinor, también ruborizándose, yvolviendo a endurecer sucorazón contra cualquier sentimientode compasión hacia él-, estoy enterada detodo. Y de qué formapodrá disculpar con sus explicaciones ni la más pequeñapartede su culpa en ese atroz asunto, es más de lo que puedoimaginar.-Recuerde -exclamó Willoughby-, por boca de quién lellegó esa historia.¿Podía acaso ser imparcial? Admito que debírespetar la condición y la personamisma de esa joven. No es miintención justificarme, pero tampoco puedopermitirle a ustedsuponer que no tengo nada que argumentar; que porqueSenti-do y sensibilidad Jane Austen 190190sufrió, era irreprochable;y que porque yo era un libertino, ella debía ser unasanta. Si lavehemencia de sus pasiones, la debilidad de su entendimien-to… pero no quiero defenderme. Su afecto por mí mereció unmejor trato, y amenudo recuerdo con enormes sentimientos deculpa esa ternura que duranteun muy breve lapso tuvo el po-der de crear en mí una réplica. Cómo quisiera, detodo corazón,que ello nunca hubiera ocurrido. Pero el daño que me hice a míesmayor que el suyo; y he dañado a alguien cuyo afecto por mí(¿puedo decirlo?)era apenas menos ardiente que el de ella, ycuya inteligencia… ¡Ah! ¡Cuáninfinitamente superior!-Pero suindiferencia hacia esa desdichada niña… , debo decirlo, porde-sagradable que me sea discutir un asunto como éste… , su indi-ferencia no esexcusa para la cruel manera en que la abandonó.No imagine que ningunadebilidad, ninguna carencia natural deentendimiento en ella, disculpa lainsensible crueldad que ustedmostró. Usted tiene que haber sabido quemientras se divertíaen Devonshire con nuevos planes, siempre alegre, siemprefeliz,ella se veía reducida a la más total indigencia.-Pero, le doy mi

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palabra, yo no lo sabía -replicó Willoughby con enormevehe-mencia-; no recordaba no haberle dado mi dirección, y el sim-ple sentidocomún le debería haber indicado cómo encontrarla.-Bien, señor, ¿y qué dijo la señora Smith?-De inmediato me cen-suró la ofensa que había cometido, y puede deducirsecuángrande fue mi confusión. La pureza de su vida, sus ideas con-vencionales,su ignorancia del mundo… todo estaba en contramía. No podía yo negar elasunto, y vanos fueron todos mis esf-uerzos por suavizarlo. Estaba predispuestade antemano, segúncreo, a dudar de la moralidad de mi conducta en general, yade-más estaba disgustada con la muy escasa atención, el brevísi-mo tiempo quele había dedicado en esa visita mía. En pocaspalabras, terminó en una rupturatotal. Una sola cosa me habríasalvado. En lo más extremado de su moralidad,¡pobre mujer!,ofreció olvidar el pasado si me casaba con Eliza. Eso eraimpen-sable… y así fui formalmente expulsado de su favor y de su ca-sa. Debíasalir de allí a la mañana siguiente, y la noche anteriorla pasé reflexionando encuál debía ser mi conducta futura. Lalucha fue grande… , pero terminódemasiado pronto. Mi afectopor Marianne, mi total seguridad sobre el cariño deella, todofue insuficiente para contrarrestar el miedo a la pobreza, o ha-cer mellaen esas falsas ideas sobre la necesidad de riqueza quetan naturales me eran, yque una sociedad dispendiosa me ha-bía enseñado a cultivar. Tenía motivospara creerme seguro dela aceptación de mi actual esposa, si optaba por ella, ylogrépersuadirme de que ésa era la única salida que la prudenciacomúnaconsejaba. Todavía, sin embargo, me aguardaba unadura situación antes depoder partir de Devonshire; estabacomprometido a cenar con ustedes esemismo día y, por tanto,necesitaba una excusa para faltar a ese compromiso. Medebatílargamente entre escribir esa excusa o presentarla en persona.Sentíaque sería terrible ver a Marianne, e incluso dudaba sipodría verla de nuevo yseguir siendo capaz de persistir en midecisión. En ese punto, sin embargo,subestimé mi propia capa-cidad, según ha sido demostrado por los hechos;porque fui, lavi, vi que era desdichada, y la dejé desdichada… y la dejé,Sen-tido y sensibilidad Jane Austen 191191esperando no verla nun-ca más.-Pero, ¿por qué fue, señor Willoughby? -dijo Elinor, contono de reproche-. Unanota habría bastado. ¿Por qué fue nece-sario ir en persona?-Fue necesario a mi orgullo. No soportaba

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irme de allí en una forma quepermitiera que ustedes, o el restode los vecinos, sospechara nada de lo querealmente había ocu-rrido entre la señora Smith y yo, y decidí entoncesdetenermeen su casa de camino a Honiton. Ver a su querida hermana, si-nembargo, fue terrible; y para empeorar las cosas, la encontrésola. Ustedeshabían salido, no sé a dónde. ¡Tan sólo la tardeanterior la había dejado tancompleta y firmemente decidido enmi interior a hacer lo correcto! En unas pocashoras nos habría-mos comprometido para siempre; ¡y recuerdo qué feliz, quéale-gre me sentía mientras iba de la casa a Allenham, satisfechoconmigo mismo,encantado con todo el mundo! Pero en ese enc-uentro, el último de nuestraamistad, llegué a ella con un senti-miento de culpa que casi me quitó todacapacidad de fingir. Sudolor, su desilusión, su profunda pena cuando le dije quedebíadejar Devonshire tan de repente… jamás los olvidaré. ¡Y ellounido a tantafe, tanta confianza en mí! ¡Oh, Dios! ¡Qué canallasin sentimientos fui!Callaron ambos por algunos instantes. Eli-nor fue la primera en hablar.-¿Le dijo que volvería pronto?-Nosé lo que le dije -replicó él, impaciente-; menos de lo que meexigía elpasado, sin ninguna duda, y con toda probabilidad mu-cho más de lo quejustificaba el futuro. No puedo pensar eneso… no servirá de nada. Y despuésllegó su querida madre, atorturarme más aún con toda su bondad y confianza.¡Gracias aDios que sí me torturó! ¡Qué infeliz me sentí! Señorita Dashwo-od, nopuede imaginarse qué consuelo es mirar hacia atrás yver cuán infeliz me sentí.Es tan enorme el rencor que me guar-do por la estúpida, canallesca locura de mipropio corazón, quetodos los sufrimientos que en el pasado tuve por su causa,hoyno son sino sentimientos de triunfo y gozo. En fin, fui, abando-né todo lo queamaba, y me dirigí hacia quienes, en el mejor delos casos, sólo sentíaindiferencia. Mi viaje a la ciudad, en mipropio carruaje, tan tedioso, sin nadiecon quien hablar… ¡quépensamientos alegres, que gratas perspectivas pordelante! Ycuando recordaba Barton, ¡qué imagen consoladora! ¡Ah, sí fueunviaje espléndido!Se detuvo.-En fin, señor -dijo Elinor, queaunque compadeciéndolo, se impacientaba porverlo partir-, ¿yes eso todo?-¡Todo! No. ¿Ha olvidado acaso lo que ocurrió en laciudad? ¡Esa carta infame!¿Se la mostró?-Sí, vi todas las notasque se escribieron.-Cuando recibí la primera (que me llegó deinmediato, pues todo el tiempoestuve en la ciudad), lo que

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sentí fue, como se dice comúnmente, imposible deexpresar. Enpalabras más sencillas, quizá demasiado sencillas para desper-tarninguna emoción, mis sentimientos fueron muy, muy doloro-sos. Cada línea,cada palabra fue, en la trillada frase que prohi-biría su querida autora, si estuvieraaquí, una puñalada en micorazón. Saber que Marianne estaba en la ciudad fue,en el mis-mo lenguaje, un rayo. ¡Rayos y puñaladas! ¡Cómo me habrí-aSentido y sensibilidad Jane Austen 192192reprendido! Su gus-to, sus opiniones… creo que las conozco mejor que las mías,ycon toda seguridad las aprecio más.El corazón de Elinor, quehabía recorrido toda una gama de emociones en elcurso de es-ta extraordinaria conversación, volvió a ablandarse una vezmás; aunasí, sintió que era su deber refrenar en su compañeroideas como la última quehabía expresado.-Eso no está bien, se-ñor Willoughby. Recuerde que está casado. Hábleme sólode aq-uello que su conciencia estima necesario que yo escuche.-Lanota de Marianne, en que me decía que yo todavía le era tanquerido comoantes; que pese a las muchas, muchas semanasen que habíamos estadoseparados, ella seguía tan fiel en sussentimientos y tan llena de confianza en lafidelidad de los míoscomo siempre, despertó todos mis remordimientos. Digoquelos despertó, porque el tiempp y Londres, las ocupaciones y ladisipación,de alguna manera los habían adormecido y me habíaestado transformando enun villano completamente endurecido,creyéndome indiferente a ella y eligiendocreer que también yodebía haberle llegado a ser indiferente; diciéndome quenuestrarelación en el pasado no había sido más que un pasatiempo, unasuntotrivial; encogiéndome de hombros como prueba de ello,y acallando todoreproche, venciendo todo escrúpulo con el re-curso de decirme en silencio de vezen cuando, “Estaré feliz detodo corazón cuando la sepa bien casada”. Pero sunota me hizoconocerme mejor. Sentí que me era infinitamente más queridaqueninguna otra mujer en el mundo, y que me estaba compor-tando con ella de lamanera más infame. Pero en ese momentoya todo estaba definido entre laseñorita Grey y yo. Retrocederera imposible. Todo lo que tenía que hacer eraevitarlas a uste-des dos. No le respondí a Marianne, intentando por ese medi-oimpedir que volviera a reparar en mí; y durante algún tiempoincluso estuvedecidido a no acudir a Berkeley Street; pero, porúltimo, juzgando más sabiofingir que sólo se trataba de una

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relación fría y ordinaria, esperé una mañana aque hubieran sa-lido de la casa y dejé mi tarjeta.-¡Esperó a que saliéramos de lacasa!-Sí, incluso eso. Le sorprendería saber cuán a menudo lasvi, cuántas vecesestuve a punto de toparme con ustedes. Entréen innumerables tiendas paraevitar que me vieran desde el ca-rruaje en que iban. Viviendo en Bond Streetcomo yo lo hacía,casi no había día en que no divisara a una de ustedes; y loúnicoque pudo mantenemos apartados durante tanto tiempo fue mipermanentealerta, un constante e imperioso deseo de mante-nerme fuera de la vista deustedes. Evitaba a los Middleton tan-to como me era posible, al igual que a todoslos que podían re-sultar conocidos comunes. Pero sin saber que se encontraba-nen la ciudad, me tropecé con sir John, creo, el día en que lle-gó, al día siguientede mi visita a casa de la señora Jennings.Me invitó a una fiesta, a un baile en sucasa esa noche. Aunqueno me hubiera dicho para convencerme que usted y suhermanaestarían allí, habría sentido que era algo demasiado probablecomopara atreverme a ir. La mañana siguiente trajo otra brevenota de Marianne,todavía afectuosa, franca, ingenua, confia-da… todo lo que podía hacer másodiosa mi conducta. No puderesponderle. Lo intenté, y no pude redactar ni unasola frase.Pero creo que no había momento del día en que no pensara enella.Sentido y sensibilidad Jane Austen 193193Si puede compa-decerme, señorita Dashwood, compadézcase de mi situaciónco-mo era en ese entonces. Con la mente y el corazón llenos de suhermana,¡tenía que representar el papel de feliz enamoradofrente a otra mujer! Esas treso cuatro semanas fueron-las peo-res de todas. Y así, finalmente, como no esnecesario que le di-ga, inevitablemente nos encontramos. ¡Y a qué dulce imagenre-chacé! ¡Qué noche de agonía fue ésa! ¡De un lado, Marianne,hermosa comoun ángel, diciendo mi nombre con tan dulcesacentos! ¡Oh, Dios! ¡Alargándomela mano, pidiéndome una ex-plicación con esos embrujadores ojos fijos en mirostro con tanexpresiva solicitud! Y Sophia, celosa como el demonio, por elotrolado, mirando todo lo que… En fin, qué importa ahora; yatodo ha terminado.'¡Qué noche aquella! Huí de ustedes apenaspude, pero no antes de haber vistoel dulce rostro de Marianneblanco como la muerte. Esa fue la última vez que lavi, la últimaimagen que tengo de ella. ¡Fue una visión terrible! Pero cuan-do hoyla imaginé muriendo de verdad, fue una especie de alivio

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pensar que sabíaexactamente cómo aparecería ante los últimosque la verían en este mundo. Latuve frente a mí, siempre fren-te a mí durante todo el camino, con el mismo rostroy el mismocolor.A esto siguió una breve pausa en que ambos callaron,pensativos. Willoughby,levantándose primero, la rompiódiciendo:-Bien, debo apresurarme e irme. ¿Seguro que su her-mana está mejor, fuera depeligro? -Sí, estamos seguros.-Tam-bién su pobre madre, ¡con lo que adora a Marianne!-Pero lacarta, señor Willoughby, su propia carta; ¿no tiene nada quedecir alrespecto?-Sí, sí, ésa en particular. Su hermana me es-cribió la mañana siguiente misma,como sabe. Ya sabe usted loque allí decía. Yo estaba desayunando donde losEllison; y des-de el lugar donde me alojaba me llevaron su carta, junto conotras.Y pasó que Sophia la vio antes que yo; y su porte, la ele-gancia del papel, laletra, todo le despertó inmediatas sospe-chas. Ya antes le habían llegado vagosinformes sobre una rela-ción mía con una joven en Devonshire, y lo ocurrido lanocheanterior ante su vista le había indicado quién era la joven, po-niéndola máscelosa que nunca. Fingiendo entonces ese aire ju-guetón que es delicioso en lamujer que uno ama, abrió ellamisma la carta y leyó su contenido. Fue un buenpago a su des-fachatez. Leyó las palabras que la hicieron infeliz. Yo podríahabersoportado su infelicidad, pero su cólera, su inquina, decualquier forma habíaque calmarlas. Y así, ¿qué piensa del es-tilo epistolar de mi esposa? Delicado,tierno, verdaderamentefemenino, ¿verdad?-¡Su esposa! Pero si la carta venía de su pu-ño y letra.-Sí, pero mi único crédito es haber copiado servil-mente frases que meavergonzaba firmar. El original fue ente-ramente de ella, sus propias felices ideasy gentil redacción. Pe-ro, ¿qué podía hacer yo? Estábamos comprometidos,estabanpreparando todo, casi habían fijado la fecha… pero hablo comounnecio. ¡Preparaciones! ¡Fecha! Hablando sinceramente, ne-cesitaba su dinero, yen una situación como la mía tenía que ha-cer cualquier cosa para evitar unrompimiento. Y después de to-do, ¿qué importancia podía tener para la opiniónde Mariani ysus amigos sobre mi carácter, el lenguaje en que estuvieraSen-tido y sensibilidad Jane Austen 194194formulada mi respuesta?Debía servir a un solo propósito. Tenía que mostrarmecomo unvillano, y poco importaba que lo hiciera con una venia o una-bravuconada. “Mi reputación ante ellas está arruinada para

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siempre”, me dije;“estoy para siempre proscrito de su lado; yame creen un individuo sin principios,esta carta se limitará a ha-cerlas creerme un sinvergüenza”. Tales eran misrazonamientosmientras, en una especie de desesperada indiferencia, copiaba-las palabras de mi esposa y me separaba de las últimas reliqu-ias de Marianne.Sus tres cartas, desgraciadamente las guarda-ba en mi cartera, o habría podidonegar su existencia y conser-varlas como un tesoro para siempre. Debí incluirlas,y ni siquie-ra pude besarlas. Y el mechón de su cabello, también lo habíallevadosiempre conmigo en mi cartera, que ahora la señora re-gistraba con la máscautivante virulencia… Ese querido me-chón… todo, cada recuerdo me fuearrancado.-Está muy equivo-cado, señor Willoughby, son muy censurables sus palabras -di-jo Elinor, mientras su voz, a su pesar, traicionaba la compasiónque sentía-; nodebía hablar de esta forma, ni de la señora Will-oughby ni de mi hermana. Ustedhizo su propia elección. Nadiese la impuso. Su esposa tiene ,derecho a sugentileza, a su res-peto al menos. Debe quererlo, o no se habría casado con us-ted.Tratarla en forma descortés, hablar de ella despreciativa-mente, no repara lohecho a Marianne, ni creo que alivie su pro-pia conciencia.-No me hable de mi esposa -dijo él, con un pro-fundo suspiro-. Ella no merecesu compasión. Sabía que no laquería cuando nos casamos. Bien, nos casamos,vinimos a Com-be Magna buscando ser felices, y después volvimos a la ciudad-buscando estar alegres. Y ahora, ¿me compadece, señoritaDashwood? ¿O hedicho todo esto en vano? En su opinión, ¿soy,aunque sea tan sólo un poco, soymenos culpable que antes? Nosiempre fueron incorrectas mis intenciones. ¿Hejustificado al-go de mi culpa?-Sí, ciertamente ha eliminado algo de ella, unapequeña parte. Ha probado ser,en general, menos culpable delo que lo había creído. Ha demostrado que sucorazón es menosperverso, mucho menos perverso. Pero me es difícil saber,encuanto a la infelicidad que ha causado, me es difícil saber cómopodría habersido peor.-¿Le contará a su hermana, cuando sehaya recuperado, lo que le he dicho?Permítame aligerar un po-co mi culpa también en su opinión. Me dice que ya meha per-donado. Permítame creer que un mejor conocimiento de mi co-razón, demis actuales sentimientos, arrancará de ella un per-dón más espontáneo, másnatural, más dulce, menos señorial.Cuéntele de mi desdicha y mi arrepentimiento,dígale que mi

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corazón nunca le fue infiel, y si lo desea, que en la actualidad-me es más querida que nunca.-Le diré todo cuanto sea necesa-rio para lo que, relativamente, pueda llamarsesu justificación.Pero no me ha explicado el motivo específico de su actual visi-ta,ni cómo supo de su enfermedad.-Anoche, en el foyer delDrury Lane, me topé con sir John Middleton, y cuandovio quiénera (nuestro primer encuentro en estos dos meses), me dirigiólapalabra. Que hubiera cortado conmigo desde mi matrimonio,no me causabasorpresa ni resentimiento. En ese momento, sinembargo, con su alma buena,Sentido y sensibilidad Jane Aus-ten 195195honesta y tonta, llena de indignación contra mí ypreocupación por su hermana,no pudo resistir la tentación decontarme lo que él creyó que debía, aunque nopensó que lo hi-ciese, afectarme de manera tan terrible. Tan bruscamente co-mopudo, entonces, me contó que Marianne Dashwood se esta-ba muriendo de unafiebre pútrida en Cleveland; una carta de laseñora Jennings recibida esamañana anunciaba que el peligroera inminente, el temor había alejado a losPalmer, etc. El golpefue demasiado fuerte para permitirme fingir insensibilidad,in-cluso ante el poco perspicaz sir John. Su corazón se ablandó alver cómosufría el mío; y una parte tan grande de su inquina sehabía esfumado cuandonos despedimos, que casi llegó a estre-charme la mano, mientras me recordabauna vieja promesa so-bre un cachorro pointer. Lo que sentí al escuchar que suher-mana estaba muriendo, y muriendo creyéndome el mayor villa-no del mundo,despreciándome, odiándome en sus últimos mo-mentos… porque, ¿cómo saberqué horrendos planes no me ha-brían imputado? Estaba seguro de que al menosuna personapodía hacerme aparecer capaz de todo. ¡Lo que sentí fueatroz!Rápidamente tomé una decisión, y hoy a las ocho de lamañana ya meencontraba en mi carruaje. Ahora ya lo sabe to-do.Elinor no respondió. Sus pensamientos estaban silenciosa-mente fijos en eldaño irreparable que una independencia de-masiado temprana, y los consiguienteshábitos de ocio, disipa-ción y lujos, habían causado en la mente, elcarácter, la felici-dad de un hombre que, a todas las ventajas de una buena apar-ienciay talentos, unía una disposición naturalmente franca yhonesta, ytemperamento sensible y afectuoso. El mundo lo ha-bía hecho extravagante yvanidoso; la extravagancia y la vani-dad lo habían hecho insensible y egoísta. Lavanidad, mientras

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Willoughby sacrificaba a otro en aras de su propio triunfocul-pable, lo había involucrado en un verdadero afecto al que laextravagancia -oal menos su hija, la necesidad- había exigidorenunciar. Cada uno de estosdefectos, al conducirlo al mal,también lo había conducido al castigo. El afectoque contra todohonor, contra sus sentimientos, contra sus mejores intere-seshabía aparentemente querido arrancar de sí, ahora, cuandoya no le era permitido,dominaba todos sus pensamientos; y launión por cuya causa, sin ningúnescrúpulo, había hecho des-graciada a su hermana, parecía habersetransformado en unafuente de infelicidad para él mismo de naturaleza muchomásincurable. De este ensimismamiento la sacó después de algu-nos minutosWilloughby, quien, saliendo de un ensimismamien-to al menos igual de doloroso,se levantó preparándose parapartir y dijo:-No sirve de nada que permanezca aquí; debo ir-me.¿Vuelve a la ciudad?-No, a Combe Magna. Tengo algo quehacer allí; en uno o dos días másseguiré a la ciudad. Adiós.Lealargó la mano. Ella no pudo rehusar darle la suya; él se laestrechóafectuosamente.-Pero, ¿usted sí piensa mejor ahora demí? -dijo, soltándola y apoyándose enla repisa de la chimenea,como si hubiera olvidado que iba a marcharse.Elinor le asegu-ró que así era; que lo perdonaba, lo compadecía, que ledeseabalo mejor, incluso que fuera feliz, a lo que añadió un consejogentil sobreSentido y sensibilidad Jane Austen 196196el com-portamiento más adecuado para lograrlo. Su respuesta no fuemuyanimadora.-En cuanto a eso -dijo-, tendré que arreglárme-las lo mejor que pueda. En lafelicidad doméstica no puedo nipensar. Sin embargo, si usted y su familia tienenalgún interésen mi suerte y en mis actos, puede ser la manera… puedepo-nerme en guardia… al menos, puede ser algo por lo que vivir.A Marianne, detodas maneras, la he perdido para siempre. In-cluso si, por algún bendito azar,me encontrara libre de nuevo…Elinor lo detuvo con un reproche.-Bien -{lijo él-, una vez más,adiós. Me iré ahora y viviré temiendo que ocurrauna sola cosa.-¿A qué se refiere?-Al matrimonio de su hermana.-Está muy eq-uivocado. Nunca podrá estar más fuera de su alcance de loqueestá ahora.-Pero será de otro. Y si ese otro fuera el mismoque, entre todos los hombres,menos soporto… Pero no me que-daré a privarme de toda su compasiva buenavoluntad al mos-trarle que allí donde he hecho más daño, menos puedo

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perdonar.Adiós, ¡que Dios la bendiga!Y con estas palabras, sa-lió casi corriendo de la habitación.CAPITULO XLVDurante unbuen rato tras la partida de Willoughby, incluso después de ha-berseperdido en la distancia el ruido de su carruaje, Elinor per-maneció demasiadoabatida por un enjambre de ideas muy dife-rentes entre sí, pero cuyo resultadogeneral era la tristeza, parani siquiera pensar en su hermana.Willoughby, el mismo a quiensólo hacía media hora había detestado como elmás desprecia-ble de los hombres; Willoughby, a pesar de todos sus defec-tos,despertaba en ella una conmiseración tal por los sufrimien-tos que esos mismosdefectos habían producido, que ahora lahacían pensar en él, apartado parasiempre de su familia, conuna ternura, con una pena más proporcionadas, comoprontoreconoció para sí misma, a sus deseos que a sus méritos. Sintióque suinfluencia sobre ella se veía incrementada por circuns-tancias que razonablementeno habrían debido pesar: por el po-co común atractivo de suapariencia; por sus modales francos,afectuosos y vivaces, que no hay mérito enposeer; y por ese to-davía fervoroso amor por Marianne, en el que ni siquiera erai-nocente complacerse. Pero sintió todo esto mucho, mucho an-tes de sentirdebilitarse su influjo.Cuando finalmente volvió jun-to a la inconsciente Marianne, la encontró reciéndespertándo-se, renovada por tan largo y dulce sueño, tal como lo habíaes-perado. El corazón de Elinor estaba colmado a plenitud. El pa-sado, elpresente, el futuro; la visita de Willoughby, ver a Mar-ianne a salvo y la esperadallegada de su madre, la llenaron deuna agitación que impidió toda señal defatiga y la hizo temertan sólo que pudiera traicionarse frente a su hermana.Poco fueel tiempo, sin embargo, en que la afectó ese temor, pues antesdeSentido y sensibilidad Jane Austen 197197media hora de lapartida de Willoughby, el ruido de otro carruaje la hizo bajarn-uevamente. Ansiosa de evitar a su madre innecesarios momen-tos de terriblesuspenso, corrió de inmediato al vestíbulo y llegóa la puerta principal justo atiempo de recibirla y sostenerlamientras entraba.La señora Dashwood, cuyo terror a medidaque se aproximaban a la casa lehabía producido casi la convic-ción de que Marianne ya había dejado de existir,no pudo sacarla voz para preguntar por ella, ni siquiera para dirigirse a Eli-nor;pero ésta, sin esperar saludos ni preguntas, de inmediatole dio las buenasnoticias; y su madre, tomándolas con su usual

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vehemencia, en un momentoestuvo tan abrumada por la felici-dad como antes lo había estado por sustemores. Entre su hija yel amigo de ésta la sostuvieron hasta llevarla a la sala; yallí, de-rramando lágrimas de alegría, aunque todavía incapaz de ha-blar, abrazóuna y otra vez a Elinor, separándose de ella a inter-valos para estrechar la manodel coronel Brandon con una mira-da que expresaba al mismo tiempo su gratitudy su certeza deque él compartía con ella la dicha del momento. El, sin embar-go,la compartía en un silencio incluso mayor que el deella.Apenas se recuperó la señora Dashwood, su primer deseofue ver a Marianne;y en dos minutos estuvo junto a su niñaamada, a quien la ausencia, lainfelicidad y el peligro habían he-cho más querida aún. El placer de Elinor al verlo que cada unade ellas sentía al encontrarse-sólo se vio refrenado por el te-morde estarle robando a Marianne horas de sueño; pero la se-ñora Dashwood podíaser tranquila, podía hasta ser prudentecuando se trataba de la vida de una hija;y Marianne, contentade saber que su madre estaba a su lado y consciente deestardemasiado débil para conversar, se sometió rápidamente al si-lencio yquietud ordenados por todos quienes la cuidaban. Laseñora Dashwood insistióen velar su sueño durante toda la no-che, y Elinor, obedeciendo a los ruegos desu madre, se fue a lacama. Pero el descanso, que una noche completa sindormir ytantas horas de la más agobiadora ansiedad parecían hacer tannecesario,se vio impedido por la excitación de su ánimo. Will-oughby, “el pobreWilloughby”, como ahora se permitía llamar-lo, estaba constantemente en suspensamientos; no podía sinohaber escuchado. su justificación ante el mundo, yora se culpa-ba, ora se absolvía por haberlo juzgado tan duramente antes.Perosu promesa de contárselo a su hermana le era invariable-mente dolorosa. Temíahacerlo, temía los efectos que pudieratener en Marianne; dudaba si, tras talexplicación, ella podríaalguna vez ser feliz con otra persona; y durante algunosinstan-tes deseó que Willoughby enviudara; luego, recordando al co-ronelBrandon, se lo reprochó, sintiendo que sus sufrimientos ysu constancia, muchomás que los de su rival, merecían tenercomo recompensa a Marianne, y deseóque ocurriera cualquiercosa menos la muerte de la señora Willoughby.La comisión delcoronel Brandon en Barton no había tenido un impactodemas-iado fuerte sobre la señora Dashwood, porque ésta ya abrigaba

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fuertestemores en relación con Marianne; estaba tan inquietapor ella que ya habíadecidido ir a Cleveland ese mismo día, sinaguardar mayores informes, y lospreparativos de su viaje esta-ban tan avanzados antes de la llegada del coronel,que espera-ban de un momento a otro la llegada de los Carey a buscaraMargaret, a quien su madre no quería llevar donde hubierapeligro de unaSentido y sensibilidad Jane Austen 198198infec-ción.Marianne seguía recuperándose día a día, y la radiantealegría en el semblantey en el ánimo de la señora Dashwooddaban fe de que era, como repetidamentese confesaba, una delas mujeres más felices del mundo. Elinor no podíaescucharsus palabras, ni contemplar sus manifestaciones, sin pregun-tarse aveces si su madre alguna vez recordaba a Edward. Perola señora Dashwood,confiada en el moderado relato de sus de-silusiones que le había hecho llegarElinor, permitió que la exu-berancia de su alegría la llevara a pensar sólo en loque podíaaumentarla. Marianne le había sido devuelta tras un peligro enel cual-así había comenzado a sentir- ella misma, con su propioerrado juicio, habíacontribuido a ponerla, pues había estimula-do su desdichado afecto porWilloughby; y en su recuperacióntenía aún otro motivo de alegría, en el cualElinor no había pen-sado. Así se lo hizo saber tan pronto como se presentó laopor-tunidad de una conversación privada entre ellas.-Por fin esta-mos solas. Mi querida Elinor, todavía no conoces toda mi felici-dad.El coronel Brandon ama a Marianne; él mismo me lo ha di-cho.Elinor, sintiéndose alternativamente contenta y apenada,sorprendida y nosorprendida, era toda silenciosa atención.-Nunca reaccionas como yo, querida Elinor, o me extrañaríaahora tucompostura. Si alguna vez me hubiera puesto a pensaren qué sería lo mejorpara mi familia, habría concluido que elmatrimonio del coronel Brandon con unade ustedes era lo másdeseable. Y creo que, de las dos, Marianne puede ser lamás fe-liz con él.Elinor estuvo medio tentada de preguntarle por quécreía eso, sabiendo que nopodría darle razón alguna que sesustentara en consideraciones imparcialessobre edad, caracte-res o sentimientos; pero su madre siempre se dejaba llevarporsu imaginación en todos los temas que le interesaban y, así, envez depreguntar, lo dejó pasar con una sonrisa.-Me abrió com-pletamente el corazón ayer mientras veníamos hacia acá. Fue-muy de improviso, muy impremeditado. Yo, como puedes

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imaginártelo, no podíahablar de nada sino de mi niña; él no po-día ocultar su angustia; vi que era tangrande como la mía, y él,quizá pensando que la mera amistad, tal como sonhoy las co-sas, no podría justificar una simpatía tan ardiente (o tal vez nopensandoen nada, supongo), dejándose invadir por sentimien-tos irresistibles, medio a conocer su profundo, tierno y firmeafecto por Marianne. La ha amado,querida Elinor, desde la pri-mera vez que la vio.En esto, sin embargo, Elinor percibió no ellenguaje, no las declaraciones delcoronel Brandon, sino losadornos con que su madre solía enriquecer todoaquello que ladeleitaba, amoldándolo a su propia infatigable fantasía.-Suafecto por ella, que sobrepasa infinitamente todo lo que Will-oughby sintió ofingió, mucho más cálido, más sincero, másconstante, como sea que lollamemos, ¡ha subsistido incluso alconocimiento de la desdichada predilecciónde Marianne poraquel joven despreciable! ¡Y sin egoísmos, sin alimentarespe-ranzas! ¿Cómo pudo verla feliz con otro? ¡Qué nobleza de espí-ritu! ¡Quéfranqueza, qué sinceridad! Con él nadie puedeengañarse.-Nadie duda -dijo Elinor- sobre la reputación del co-ronel Brandon como hombreSentido y sensibilidad Jane Austen199199excelente.-Sé que es así -replicó su madre con gran ser-iedad-, o después de laadvertencia que hemos tenido, sería laúltima en estimular este afecto, o nisiquiera de complacermeen él. Pero el que haya ido a buscarme como lo hizo,con unaamistad tan diligente, tan pronta, basta como prueba de que esuno delos hombres más estimables del mundo.-Su reputación,sin embargo -respondió Elinor no descansa en un gesto debon-dad, al cual su afecto por Marianne, si dejamos fuera el simpleespírituhumanitario, lo habría impulsado. La señora Jennings,los Middleton, hacetiempo que lo conocen íntimamente, y lorespetan y aman por igual; e incluso yo,aunque desde hace po-co, lo conozco bastante, y lo valoro y estimo tanto que, siMar-ianne puede ser feliz con él, estaré tan dispuesta como usted apensar quenuestra relación con él es para nosotros la mayor delas bendiciones. ¿Qué lerespondió usted? ¿Le dio alguna espe-ranza?-¡Ah, mi amor! No podía ahí hablar de esperanzas ni pa-ra él ni para mí.Marianne podía estar muriendo en ese momen-to. Pero él no pedía que le dieranesperanzas ni que lo anima-ran. Lo que hacía era una confidencia involuntaria,un desaho-go irreprimible frente a una amiga capaz de consolarlo, no

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unapetición a una madre. Aunque después de algunos momen-tos, porque en un comienzome sentía bastante abrumada, sí di-je que si ella vivía, como confiaba enque ocurriría, sería mi ma-yor felicidad promover el matrimonio entre ambos; ydesde quellegamos, con la maravillosa seguridad que desde ese momen-totenemos, se lo he repetido de diversas maneras, lo he anima-do con todas misfuerzas. El tiempo, le digo, un poco de tiempo,se encargará de todo; el corazónde Marianne no se va a des-perdiciar para siempre en un hombre comoWilloughby. Suspropios méritos pronto deberán ganárselo.-A juzgar por el áni-mo del coronel, sin embargo, no ha logrado contagiarlesuoptimismo.-No. El cree que el amor de Marianne está demas-iado arraigado para quecambie antes de mucho tiempo; e in-cluso suponiendo que su corazón vuelva aestar libre, no confíalo suficiente en él para pensar que, con tanta diferencia dee-dad y manera de ser, él pueda atraerla. En eso, sin embargo,se equivocamucho. La supera en años únicamente hasta el pun-to en que ello constituye unaventaja, al darle firmeza de carác-ter y de principios; y su manera de ser, estoyconvencida deello, es exactamente la que puede hacer feliz a tu hermana. Ysuaspecto, también sus modales, todos juegan a su favor. Misimpatía por él no meciega; por supuesto que no es tan apues-to como Willoughby; pero, al mismotiempo, hay algo muchomás agradable en su semblante. Siempre hubo unacierta cosa,recuerda, en los ojos de Willoughby, ahí a ratos, que no megustaba.Elinor no lo recordaba; pero su madre, sin esperar suconformidad, continuó:-Y sus modales, los modales del coronel,no sólo me agradan más de lo quenunca hicieron los de Will-oughby, sino que son de un estilo que estoy seguraatrae muchomás a Marianne. La gentileza, la genuina preocupación por los-demás que muestra, su varonil y no afectada sencillez, son mu-cho más acordescon la verdadera manera de ser de tu herma-na, que la vivacidad, a menudo artificiale inoportuna, del otro.Tengo plena seguridad de que si WilloughbySentido y sensibili-dad Jane Austen 200200hubiera resultado en verdad tan ama-ble como ha demostrado ser lo contrario,aun así Marianne nohabría sido tan feliz con él como lo será con el coronelBran-don.Hizo una pausa. Su hija no podía concordar con ella, perono se escuchó sudesacuerdo y, por tanto, no significó ningunaofensa.-En Delaford no estará lejos de mí -añadió la señora

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Dashwood-, incluso sipermanezco en Barton; y con toda proba-bilidad, pues he sabido que es unaaldea grande, debe haber al-guna casa pequeña o cabaña cerca que nosacomode tanto co-mo la actual.¡Pobre Elinor! ¡He aquí un nuevo plan para llevar-la a Delaford! Pero era fuertede espíritu.-¡Su fortuna, también!Porque a mi edad, tú sabes que todos se preocupan deeso; yaunque ni sé ni deseo saber a cuánto asciende, estoy segura dequedebe ser considerable.En ese momento los interrumpió laentrada de un tercero, y Elinor se retiró ameditar sobre todasestas cosas a solas, a desearle éxito a su amigo y, aundeseán-doselo, a sentir un agudo dolor por Willoughby.CAPITULOXLVILa enfermedad de Marianne, aunque muy debilitante pornaturaleza, no habíasido tan larga como para demorar su recu-peración; y su juventud, su naturalenergía y la presencia de sumadre la facilitaron de tal manera, que ya a loscuatro días dehaber llegado la señora Dashwood pudo trasladarse al salonci-tode la señora Palmer. Una vez allí, ella misma solicitó que en-viaran por el coronelBrandon, pues estaba impaciente poragradecerle haber traído a su madre.La reacción del coronel alentrar a la habitación, al ver cuánto había cambiadoel aspectode Marianne y al recibir la pálida mano que de inmediato le ex-tendió,hizo pensar a Elinor que la enorme emoción que mostra-ba debía nacer de algomás que su afecto por ella o de saberque los demás estaban al tanto de sussentimientos; y prontodescubrió en su tristeza y en la forma en que habíacambiadode color al mirar a su hermana, la probable reproducción ensumemoria de incontables escenas de angustia vividas en elpasado, vueltas avivir por esa semejanza entre Marianne y Eli-za de que ya había hablado, y ahorareforzada por los ojos hun-didos, la piel sin vida, su aspecto de postradadebilidad y el cáli-do reconocimiento de una deuda especial con él.Para la señoraDashwood, no menos atenta que su hija a lo que ocurría pero-con ideas que iban por muy diferentes rumbos y, por tanto, a laespera de muydistintos efectos, el comportamiento del coronelse originaba en las más simplesy obvias sensaciones, mientrasen las palabras y gestos de Marianne quería verel nacimientode algo más que mera gratitud.Después de uno o dos días, conMarianne recuperando visiblemente lasfuerzas de doce en do-ce horas, la señora Dashwood, impulsada tanto por suspropiosdeseos como por los de su hija, comenzó a hablar de volver a

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Barton.De las medidas que ella tomara dependían las de susdos amigos: la señoraSentido y sensibilidad Jane Austen201201Jennings no podía dejar Cleveland mientras estuvieranallí las Dashwood, y elcoronel Brandon, obedeciendo al pedidounánime de todas ellas, debióconsiderar su permanencia comosujeta a los mismos términos, si no igualmenteindispensable. Asu vez, en respuesta al pedido conjunto de la señora Jenningsydel coronel, la señora Dashwood debió aceptar el carruaje deéste en su viajede regreso, por la comodidad de su hija enfer-ma; y el coronel, frente a lainvitación de la señora Dashwood yla señora Jennings, cuyo diligente buencarácter la hacía seramistosa y hospitalaria en nombre de otras personas tantoco-mo en el propio, se comprometió gustoso a recuperarlo hacien-do una visita ala casita de Barton en el curso de algunas sema-nas.Llegó el día de la separación y la partida; y Marianne, des-pués de una larga ymuy especial despedida de la señora Jen-nings, tan llena de gratitud, tan llena derespeto y buenos dese-os como en lo más íntimo y secreto de su corazónreconocía de-berle por sus antiguos desaires, y diciendo adiós al coronelB-randon con la cordialidad de una amiga, subió al carruaje ayu-dada por él, queparecía empeñado en que ocupara al menos lamitad del espacio. Siguieron acontinuación la señora Dashwo-od y Elinor, dejando a los que allí quedabanentregados a con-versar sobre las viajeras y sentir el desaliento que los inva-día,hasta que la señora Jennings fue llamada a su propio coche,donde encontróconsuelo en los comentarios de su doncella so-bre la pérdida de sus dos jóvenesacompañantes; e inmediata-mente después, el coronel Brandon emprendió susolitario viajea Delaford.Dos días estuvieron las Dashwood en el camino, yMarianne soportó el viaje enambos sin verdadera fatiga. Todocuanto el más diligente afecto y los cuidadosmás solícitos podí-an hacer por su comodidad, lo hizo incansablemente cada una-de sus dos acompañantes; y ambas se vieron recompensadaspor el reposofísico que logró y la tranquilidad de su espíritu.Esta última era para Elinorespecialmente gratificante. Despuésde contemplar a Marianne semana trassemana en constantesufrimiento, de verla con el corazón oprimido por unaangustiaque no tenía el valor suficiente para expresar ni la fortaleza ne-cesariapara ocultar, constataba ahora en ella, con un gozo quenadie podía sentir de lamisma forma, una aparente serenidad

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que si era -como esperaba que fueseresultadode la reflexión,con el tiempo podía traerle contentamiento y alegría.A medidaque se aproximaban a Barton, eso sí, e iban pasando por los lu-garesdonde cada sembrado y cada árbol traía algún recuerdopenoso en particular,Marianne se fue quedando callada y pen-sativa; y volviendo el rostro para que nola vieran, no dejó demirar fijamente por la ventanilla. Pero Elinor no pudo niadmi-rarse ni culparla por ello; y cuando al ayudarla a bajar del carr-uaje vio quehabía estado llorando, lo consideró una emocióndemasiado natural en sí mismapara despertar una respuestamenos tierna que la piedad y, dada la discrecióncon que se ha-bía manifestado, merecedora de todo encomio. En todo sucom-portamiento subsiguiente fue viendo las huellas de una mentedecidida arealizar un esfuerzo razonable, pues apenas entrarona su salita de estar,Marianne la recorrió con una mirada deci-dida y firme, como resuelta aacostumbrarse de inmediato a lavista de cada objeto al que podía estarasociado el recuerdo deWilloughby. Habló poco, pero cada una de sus frasesSentido ysensibilidad Jane Austen 202202apuntaba a la alegría; y aunq-ue ocasionalmente se le escapaba un suspiro,nunca lo dejabapasar sin compensarlo con una sonrisa. Después de cenarinten-tó tocar el piano. Se acercó a él, pero la pieza que primero sal-tó a su vistafue una ópera, regalo de Willoughby a ella, quecontenía algunos de sus duetosfavoritos y en cuya primera pá-gina él había escrito su nombre, con su propialetra. Eso no ibaa resultar. Meneó la cabeza, hizo la partitura a un lado y tras-dejar correr los dedos sobre las teclas durante un minuto, sequejó de que los teníadébiles y volvió a cerrar el instrumento;junto con eso, sin embargo, declarófirmemente que en el futu-ro debía practicar mucho.La mañana siguiente no produjo nin-guna mengua en estos felices síntomas. Alcontrario, fortalecidaen mente y cuerpo por el descanso, sus gestos y suspalabrasparecían genuinamente animados mientras anticipaba el placerdelretorno de Margaret y comentaba cómo se restituiría conello el querido grupofamiliar, y cómo sus actividades comparti-das y alegre compañía eran la únicafelicidad que cabía desear.-Cuando el tiempo se estabilice y haya recuperado las fuerzas -decía-,haremos largos paseos juntas todos los días. Iremos has-ta la granja junto a lacolina y veremos cómo siguen los niños;caminaremos hasta las nuevasplantaciones de sir John en

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Barton Cross y cerca de la abadía; iremos muyseguido a lasviejas ruinas del convento e intentaremos explorar sus cimien-toshasta donde nos dijeron que alguna vez llegaron. Sé que se-remos felices. Séque el verano transcurrirá alegremente. Pre-tendo no levantarme nunca despuésde las seis y desde esa ho-ra hasta la cena repartiré cada instante entre lamúsica y la lec-tura. Me he formado un plan y estoy decidida a continuar mi-sestudios seriamente. Ya conozco demasiado bien nuestra bibl-ioteca para recurrira ella por algo más que simple entretenim-iento. Pero hay muchas obras que valela pena leer en BartonPark, y otras más modernas que sé que puedo pedirprestadasal coronel Brandon. Con sólo leer seis horas diarias, en un añohabrélogrado un grado de instrucción que ahora sé que me fal-ta.Elinor la alabó por un plan nacido de un motivo tan noble co-mo ése, aunquesonrió al ver la misma ansiosa fantasía que lahabía llevado a los mayoresextremos de lánguida indolencia yegoístas quejumbres, ahora ocupada enintroducir excesos enun plan de tan racionales actividades y virtuoso autocontrol.Susonrisa, sin embargo, se transformó en un suspiro cuando re-cordóque aún no cumplía la promesa hecha a Willoughby, y te-mió tener que comunicaralgo que otra vez podría alterar lamente de Marianne y destruir, almenos por un tiempo, estagrata perspectiva de hacendosa tranquilidad.Deseosa, enton-ces, de postergar esa hora funesta, resolvió esperar hasta quelasalud de su hermana estuviera más firme para contárselo. Pe-ro el único destinode tal decisión era no ser cumplida.Marian-ne llevaba dos o tres días en casa antes de que el tiempo se-compusiera lo suficiente para que una convaleciente como ellase aventurara asalir. Pero por fin amaneció una mañana suavey templada, capaz de dar ánimosa los deseos de la hija y a laconfianza de la madre; y Marianne, apoyada en elbrazo de Eli-nor, fue autorizada a pasear en el prado frente a la casa todo loquequisiera, mientras no se cansara.Sentido y sensibilidad Ja-ne Austen 203203Las hermanas partieron con el paso lentoque exigía la debilidad de Marianneen un ejercicio no intenta-do hasta ese momento; y se habían alejado de la casaapenas losuficiente para tener una visión completa de la colina, la grancolinadetrás de la casa, cuando deteniéndose con la vista vuel-ta hacia ella, Mariannedijo con toda calma:-Ahí, exactamenteahí -señalando con una mano-, en ese montículo, ahí mecaí; y

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ahí vi por primera vez a Willoughby.La voz se le extinguió alpronunciar esa palabra, pero recuperándose deinmediato, aña-dió:-¡Cómo agradezco descubrir que puedo contemplar ese lu-gar con tan pocodolor! ¿Alguna vez hablaremos sobre ese te-ma, Elinor? -lo dijo con vozvacilante-. ¿O no será bueno? Yo sípuedo hablar de ello ahora, espero, y en laforma en que debohacerlo.Elinor la invitó con gran ternura a que se desahogara.-En cuanto a lamentarse -dijo Marianne-, ya he terminado coneso, en lo que aél concierne. No pretendo hablarte de lo quehan sido mis sentimientos hacia él,sino de lo que son ahora.Actualmente, si pudiera tener certeza sobre una cosa,si pudie-ra pensar que no siempre estuvo representando un papel, nosiempreengañándome… ; pero, sobre todo, si alguien pudieradarme la seguridad de quenunca fue tan malvado como en oca-siones me lo han representado mis temores,desde que supe lahistoria de esa desdichada niña… Se detuvo. Elinor recibió conalegría sus palabras, atesorándolas, mientras lerespondía:-Sise te pudiera dar seguridad sobre eso, ¿crees que lograrías elsosiego?-Sí. Mi paz mental depende doblemente de ello; puesno sólo es terriblesospechar tales propósitos de alguien que hasido lo que él fue para mí, sinoademás, ¿cómo me hace apare-cer a mí? En una situación como la mía, ¿quécosa sino el másvergonzosamente indiscreto afecto pudo exponerme a… ?-En-tonces, ¿cómo explicas su comportamiento?-Querría pensar…¡ah, cómo me gustaría poder pensar que sólo era voluble…muy, muy voluble!Elinor no dijo más. Deliberaba internamentesobre la conveniencia decomenzar su historia de inmediato oposponerla hasta que Marianne estuvieramás fuerte, y siguie-ron caminando lentamente durante unos minutos, sin hablar.-No le estoy deseando un gran bien -dijo finalmente Mariannecon un hondosuspiro- cuando le deseo que sus pensamientosíntimos no sean más ingratosque los míos. Ya con eso sufrirábastante.-¿Estás comparando tu comportamiento con el suyo?-No. Lo comparo con lo que debió ser; lo comparo con el tuyo.-Tu situación y la mía no se han parecido mucho.-Se han pareci-do más de lo que se parecieron nuestros comportamientos. No-dejes, queridísima Elinor, que tu bondad defienda lo que sé hade censurar tucriterio. Mi enfermedad me ha hecho pensar, meha dado tiempo tranquilo y calmapara meditar con seriedad lascosas. Mucho antes de haberme recuperadolo suficiente para

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hablar, perfectamente podía reflexionar. Sopesé el pasado:todolo que vi en mi propio comportamiento, desde el comienzo denuestraSentido y sensibilidad Jane Austen 204204relación conél el otoño pasado, fue una serie de imprudencias contra mímismay de falta de amabilidad hacia los demás. Vi que mis pro-pios sentimientoshabían preparado el camino para mis sufrim-ientos y que mi falta de fortaleza enel dolor casi me había lle-vado a la tumba. Estaba consciente de que yo mismahabía sidola causa de mi enfermedad al descuidar mi propia salud de unaformatal que incluso en ese tiempo sentía incorrecta. Si hubie-ra muerto, habría sidoautodestrucción. No supe el peligro enque me había puesto hasta quedesapareció ese peligro; perocon sentimientos como aquellos a los que estasreflexiones die-ron origen, me extraña haberme recuperado; me asombra quelamisma intensidad de mi deseo de vivir, de tener tiempo parala expiación ante miDios y ante todos ustedes, no me haya ma-tado de inmediato. Si hubiera muerto,¡en qué singular angustiate habría dejado, a ti, mi cuidadora, mi amiga, mihermana! ¡Tú,que habías visto todo el irritable egoísmo de mis últimos días;quehabías conocido todos los secretos de mi corazón! ¡Cómohabría perdurado entus recuerdos! ¡Y mi madre, también! ¡Có-mo podrías haberla consolado! Nopuedo poner en palabrascuánto me odié. Cada vez que dirigía la mirada haciael pasado,veía un deber que había descuidado o alguna falta que habíadejadopasar. A todos parecía haber causado algún daño. A laamabilidad de la señoraJennings, a su ininterrumpida amabili-dad, había respondido con desagradecidomenosprecio. Con losMiddleton, con los Palmer, con los Steele, hasta con losconoci-dos más corrientes, había sido insolente e injusta; mi corazónhabíapermanecido insensible a sus méritos y mi temperamentoirritado ante susmismas atenciones. A John, a Fanny (sí, inclu-so a ellos, aunque sea poco lo quese merecen), les había dadomenos de lo que les es debido. Pero a ti, a ti porsobre todo, porsobre mi madre, te había ofendido. Yo, sólo yo, conocía tucora-zón y sus penas; y aun así, ¿en qué me influyó? No en hacermemáscompasiva, beneficiándome a mí o a ti. Tenía tu ejemploante mí; pero, ¿de quéme sirvió? ¿Fui más considerada contigoy tu bienestar? ¿Imité la forma en quete contenías o suavicétus ataduras haciéndome cargo de algunas de lasmuestras dedeferencia general o gratitud personal que hasta ese momento

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habíanrecaído enteramente en ti? No; cuando te sabía desdi-chada no menos quecuando te creía en paz, dejé sin cumplir to-do lo que el deber o la amistad meexigían; apenas admitía queel dolor existiera sino en mí, y sólo lloraba por esecorazón queme había abandonado y agraviado, dejando que tú, a quienpro-fesaba un cariño sin límites, sufrieras por mi causa.En estepunto se detuvo el rápido fluir de las recriminaciones que a símismase dirigía; y Elinor, impaciente por dar alivio, aunque de-masiado honesta parahalagar, de inmediato le ofreció los elog-ios y el apoyo que su franqueza yarrepentimiento tan bien me-recían. Marianne le oprimió la mano y replicó:-Eres muy bue-na. El futuro debe ser mi prueba. Me he hecho un plan, y sisoycapaz de, cumplirlo, lograré el dominio de mis sentimientosy mejoraré mitemperamento. Ya no significarán preocupacio-nes para los demás ni tormentospara mí misma. Viviré ahoraúnicamente para mi familia. Tú, mi madre,Margaret, de ahoraen adelante serán todo mi mundo; entre ustedes se repartiráto-do mi cariño. Nunca más habrá nada que me incite a alejarmede ustedes odel hogar; y si me junto con otras personas, serásólo para mostrar un espírituSentido y sensibilidad Jane Austen205205más humilde, un corazón enmendado, y hacer ver quepuedo llevar a cabo lascortesías, las más pequeñas obligacio-nes de la vida, con gentileza y paciencia.En cuanto a Willough-by, sería ocioso decir que pronto o alguna vez lo olvidaré.Nin-gún cambio de circunstancias u opiniones podrá vencer su rec-uerdo. Peroestará sujeto a las normas y frenos de la religión, larazón y la ocupaciónconstante.Hizo una pausa, y añadió en vozmás baja:-Si tan sólo pudiera conocer su corazón, todo seríamás fácil.Elinor, que desde hacía algún rato deliberaba sobrela conveniencia oinconveniencia de aventurarse a hacer su re-lato de inmediato, escuchó esto sinsentirse en absoluto más de-cidida que al comienzo; y advirtiendo que, como ladeliberaciónno conducía a nada, la determinación debía hacerse cargo detodo,pronto se encontró enfrentándose a ello.Condujo el relato,así lo esperaba, con destreza; preparó con cuidado a suansiosaoyente; relató con sencillez y honestidad los principales puntosen queWilloughby sustentaba su defensa; apreció debidamentesu arrepentimiento ysólo morigeró sus declaraciones relativasa su amor actual por Marianne. Ella nopronunció palabra; tem-blaba, tenía los ojos clavados en el suelo y los labios

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másblancos de lo que la enfermedad los había dejado. De sucorazón brotaban milpreguntas, pero no se atrevía a plantearninguna. Escuchó cada palabra conanhelante ansiedad; su ma-no, sin que ella se diera cuenta, estrechabafuertemente la desu hermana y las lágrimas le cubrían las mejillas.Elinor, tem-iendo que se hubiera fatigado, la condujo a casa; y hasta que-llegaron a la puerta, adivinando fácilmente a qué estaría dirigi-da su curiosidadaunque en ningún momento pudo manifestarlaen preguntas, no le habló de otracosa que de Willoughby y delo que habían conversado; y fue cuidadosamenteminuciosa entodos los pormenores de lo que había dicho y de su aspecto,allídonde sin peligro podía permitirse una descripción detalla-da. No bien entraronen la casa, Marianne la besó con gratitudy apenas articulando en medio de sullanto tres palabras,“Cuéntaselo a mamá”, se separó de su hermana y subiólenta-mente las escaleras. Elinor por ningún motivo iba a perturbaruna tanentendible búsqueda de soledad como ésa; y pensandocon gran ansiedad ensus posibles resultados, al mismo tiempoque tomaba la decisión de no volver aponer el tema si Marian-ne no lo hacía, se dirigió a la salita a cumplir su últimomanda-to.CAPITULO XLVIILa señora Dashwood no dejó de conmover-se al escuchar la reivindicación de suantiguo favorito. Se ale-gró al verlo absuelto de parte de las culpas que se leimputa-ban; le tenía lástima; deseaba que fuera feliz. Pero no se podíahacerrevivir los sentimientos del pasado. Nada podía restituirlocon su palabra intactay un carácter sin tacha ante Marianne.Nada podía hacer desaparecer elconocimiento de lo que ellahabía sufrido por su causa, ni eliminar la culpa de sucomporta-miento con Eliza. Nada podía devolverle, entonces, el lugarque habíaSentido y sensibilidad Jane Austen 206206ocupadoen el afecto de la señora Dashwood, ni perjudicar los interesesdelcoronel Brandon.Si, como su hija, la señora Dashwood hub-iera escuchado la historia deWilloughby de sus propios labios;si hubiera sido testigo de su angustia yexperimentado el influjode su semblante y actitud, es probable que sucompasión hubie-ra sido mayor. Pero no estaba en manos de Elinor ni tampoco-deseaba despertar tales sentimientos en otras personas conuna explicacióndetallada, como había ocurrido en un comienzocon ella. La reflexión habíaaportado tranquilidad a sus juicios ymoderado su opinión sobre lo queWilloughby se merecía;

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deseaba, por tanto, decir sólo la más simple verdad yexponeraquellos hechos que realmente se podían atribuir a su caráctersinembellecerlos con ninguna pincelada de afecto que pudieradespertar la fantasíay conducirla por caminos errados.Al ano-checer, cuando estaban todas juntas, Marianne comenzó a ha-blarvoluntariamente de él otra vez, pero no sin un esfuerzo quese hizo patente en elagitado, intranquilo ensimismamiento enque antes había estado sumida durantealgún tiempo, en el ru-bor que subió a su rostro al hablar, en su voz vacilante.-Deseoasegurarles a ambas -dijo-, que veo todo… como ustedes pue-dendesear que lo haga.La señora Dashwood la habría inte-rrumpido de inmediato con consoladoraternura, si Elinor, querealmente deseaba escuchar la opinión imparcial de suherma-na, no le hubiera demandado silencio con un gesto impaciente.Mariannecontinuó lentamente:-Es un gran alivio para mí lo queElinor me dijo en la mañana: he escuchadoexactamente lo quedeseaba escuchar -durante algunos momentos se le apagólavoz; pero, recuperándose, siguió hablando, y más tranquila queantes-: Conello me doy por completo satisfecha. No deseo quenada cambie. Nunca habríapodido ser feliz con él después desaber todo esto, como tarde o temprano lohabría sabido. Le ha-bría perdido toda confianza, toda estima. Nada habríapodidoevitar que sintiera eso.-¡Lo sé, lo sé! -exclamó su madre-. ¡Felizcon un hombre de conducta libertina!¿Con uno que así habíaroto la paz del más querido de nuestros amigos y elmejor delos hombres? ¡No, un hombre como ése jamás habría podidohacerfeliz el corazón de mi Marianne! En su conciencia, en susensible concienciahabría pesado todo lo que debiera haber pe-sado en la de su marido.Marianne suspiró, repitiendo:-No de-seo que nada cambie.-Juzgas todo esto -dijo Elinor- exactamen-te como debe juzgarlo una personade mente capaz y recto en-tendimiento; y me atrevo a decir que encuentras (aligual queyo, y no sólo en ésta sino en muchas otras circunstancias), mo-tivossuficientes para convencerte de que el matrimonio con Wf-floughby te habríatraído muchas inquietudes y desilusiones enlas que te habrías visto con escasoapoyo de un afecto que, desu parte, habría sido muy incierto. Si se hubierancasado, habrí-an sido siempre pobres. Incluso él mismo se reconoce inmode-radoen sus gastos, y toda su conducta indica que privarse dealgo es una fraseausente en su vocabulario. Sus demandas y tu

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inexperiencia juntas, con unSentido y sensibilidad Jane Austen207207ingreso muy, muy pequeño, los habrían puesto en apu-ros que no por habertesido completamente desconocidos antes,o no haber pensado nunca en ellos, teserían menos penosos. Séque tu sentido del honor y de la honestidad te habríallevado, aldarte cuenta de la situación, a intentar todos los ahorros queteparecieran posibles; y quizá, mientras tu frugalidad disminu-yera sólo tubienestar, podrías haberla resistido, pero más alláde eso (y, ¿qué podría haberhecho hasta el mayor de tus esf-uerzos aislados para detener una ruina quehabía comenzadoantes de tu matrimonio?), más allá de eso, si hubierasintenta-do, incluso de la forma más razonable, limitar sus diversiones,¿no habríasido de temer que en vez de inducir a alguien desentimientos tan egoístas paraque consintiera en ello, habríasterminado por debilitar tu influencia en sucorazón y hacerloarrepentirse de la unión que le había significado talesdificulta-des?A Marianne le temblaron los labios y repitió “¿egoísta?”con un tono queimplicaba “¿de verdad lo crees egoísta?”-Todosu comportamiento -replicó Elinor-, desde el comienzo al finalde estahistoria, ha estado basado en el egoísmo. Fue el egoís-mo lo primero que lo hizojugar con tus sentimientos y lo quedespués, cuando los suyos se vieroncomprometidos, lo llevó aretardar su confesión y lo que finalmente lo alejó deBarton. Supropio placer o su propia tranquilidad fueron siempre los prin-cipiosque guiaron su conducta.-Es muy cierto. Mi felicidadnunca fue su objetivo.-En la actualidad -continuó Elinor-, la-menta lo que hizo. Y, ¿por qué lolamenta? Porque ha descub-ierto que no le sirvió. No lo ha hecho feliz. Ya notiene proble-mas económicos, no sufre en ese aspecto, y sólo piensa en quesecasó con una mujer de temperamento menos amable que eltuyo. Pero, ¿sesigue de eso que si se hubiera casado contigoseria feliz? Las dificultadeshabrían sido diferentes. Habría su-frido por las inquietudes económicas que,ahora que no las tie-ne, han perdido importancia para él. Habría tenido unaesposade cuyo carácter no se habría podido quejar, pero habría vividosiemprenecesitado, siempre pobre; y probablemente muy luegohabría aprendido avalorizar mucho más las innumerables co-modidades que da un patrimonio librede deudas y una buenarenta, incluso para la felicidad hogareña, que el simplecarácterde una esposa.-No me cabe la menor duda de ello -dijo

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Marianne-; y no me arrepiento denada… de nada excepto de mipropia necedad.-Di más bien la imprudencia de tu madre, hijita-dijo la señora Dashwood-; esella la responsable.Marianne no ladejó seguir; y Elinor, satisfecha al ver que cada una reconocía-su propio error, deseó evitar todo examen del pasado que pud-iera hacer flaquearel espíritu de su hermana; así, retomando elprimer tema, continuó de inmediato:-De toda esta historia,creo que hay una conclusión que se puede extraer contoda jus-ticia: que todos los problemas de Willoughby surgieron de laprimeraofensa contra la moral, su comportamiento con ElizaWilliams. Ese crimen fue elorigen de todos los males menoresque le siguieron y de todo su actualdescontento.Sentido y sen-sibilidad Jane Austen 208208Marianne asintió de todo corazóna esa observación; y su madre reaccionó aella con una enume-ración de los perjuicios infligidos al coronel Brandon y de sus-méritos, en la cual había todo el entusiasmo capaz de originar-se en la fusión dela amistad y el interés. Su hija, sin embargo,no pareció haberle prestadodemasiada atención.Tal como lohabía esperado, Elinor vio que en los dos o tres días siguien-tesMarianne no continuó recuperando sus fuerzas como lo ha-bía estado haciendo;pero mientras su- determinación se mantu-viera sin claudicar y siguieraesforzándose por parecer alegre ytranquila, su hermana podía confiar sin vacilacionesen que eltiempo terminaría por sanarla.Volvió Margaret y nuevamentese reunió toda la familia, otra vez seestablecieron apaciblemen-te en la casita de campo, y si no continuaron sus habitualeses-tudios con la misma energía que habían puesto en ello cuandoreciénllegaron a Barton, al menos proyectaban retomarlos vi-gorosamente en el futuro.Elinor comenzó a impacientarse portener algunas noticias de Edward. Nohabía sabido nada de éldesde su partida de Londres, nada nuevo sobre susplanes, in-cluso nada seguro sobre su actual lugar de residencia. Se habí-anescrito algunas cartas con su hermano a causa de la enfer-medad de Marianne, yen la primera de John venía esta frase:“No sabemos_ nada de nuestroinfortunado Edward y nada po-demos averiguar sobre un tema tan vedado, perolo creemos to-davía en Oxford”. Esa fue toda la información sobre Edwardque leproporcionó la correspondencia, porque en ninguna delas cartas siguientes semencionaba su nombre. No estaba con-denada, sin embargo, a permanecerdemasiado tiempo en la

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ignorancia de sus planes.Una mañana habían enviado a su cria-do a Exeter con un encargo; y a suvuelta, mientras servía a lamesa, respondía a las preguntas de su ama sobrelos resultadosde su cometido. Entre sus informes ofreció voluntariamenteelsiguiente:-Supongo que sabe, señora, que el señor Ferrars seha casado.Marianne tuvo un violento sobresalto, clavó su mira-da en Elinor, la vio ponersepálida y se dejó caer en la silla pre-sa del histerismo. La señora Dashwood,cuyos ojos habían seg-uido intuitivamente la misma dirección mientras respondíaa lapregunta. del criado, sintió un fuerte impacto al advertir por elsemblante deElinor la magnitud de su dolor; y un momentodespués, igualmente angustiadapor la situación de Marianne,no supo a cuál de sus hijas prestar atenciónprimero.Advirtien-do tan sólo que la señorita Marianne parecía enferma, el criadofue lobastante sensato para llamar a una de las doncellas, lacual la condujo a otrahabitación ayudada por la señora Dash-wood. Para ese entonces Marianne yaestaba mejor, y su ma-dre, dejándola al cuidado de Margaret y de la doncella,volviódonde Elinor, que aunque todavía se encontraba muy descomp-uesta,había recuperado el uso de la razón y de la voz lo sufic-iente para habercomenzado a interrogar a Thomas sobre lafuente de su información. La señoraDashwood se hizo de inme-diato cargo de esa tarea y Elinor pudo beneficiarse dela infor-mación sin el esfuerzo de tener que ir tras ella.-¿Quién le dijoque el señor Ferrars se había casado, Thomas?Sentido y sensi-bilidad Jane Austen 209209-Con mis propios ojos vi al señorFerrars, señora, esta mañana en Exeter, ytambién a su señora,la que fue señorita Steele. Estaban ahí parados frente a lapuer-ta de la posada New London en su coche, cuando yo fui con unmensaje deSally, la de la finca, a su hermano, que es uno de lospostillones. Justo miréhacia arriba cuando pasaba al lado delcoche, y así vi de frente que era la másjoven de las señoritasSteele; así que me saqué el sombrero y ella' me reconocióy mellamó, y preguntó por usted, señora, y por las señoritas, espec-ialmente laseñorita Marianne, y me encargó que le enviara susrespetos y los del señorFerrars, sus mayores respetos y atenc-iones, y les dijera cuánto sentían no tenertiempo para venir avisitarlas, pero tenían prisa en seguir porque todavía lesfaltabaun buen trecho por recorrer, pero de todas maneras a la vueltase aseguraríande pasar a verlas.-Pero, ¿ella le dijo que se había

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casado, Thomas?-Sí, señora. Se sonrió y dijo que había cambia-do de nombre desde la últimavez que había estado por estos la-dos. Siempre fue una joven muy amistosa y detrato fácil, y muybien educada. Así que me tomé la libertad de desearlefelicida-des.-¿Y el señor Ferrars estaba con ella en el carruaje?-Sí, se-ñora, justo lo vi sentado ahí, echado para atrás, pero no levan-tó los ojos.El caballero nunca fue muy dado a conversar.El co-razón de Elinor podía explicar fácilmente por qué el caballerono se habíamostrado; y la señora Dashwood probablementeimaginó la misma razón.-¿No había nadie más en el carruaje?-No, señora, sólo ellos dos.-¿Sabe de dónde venían?-Venían di-recto de la ciudad, según me dijo la señorita Lucy… la seño-raFerrars.-¿Pero iban más hacia el oeste?-Sí, señora, pero nopara quedarse mucho. Volverán luego y entonces seguroquepasan por aquí.La señora Dashwood miró ahora a su hija, peroElinor sabía bien que no debíaesperarlos. Reconoció a Lucy en-tera en el mensaje, y tuvo la certeza de queEdward nunca ven-dría por su casa. En voz baja le observó a su madre queproba-blemente iban donde el señor Pratt, cerca de Plymouth.Thomasparecía haber terminado sus informes. Elinor parecía querersabermás.-¿Los vio partir antes de irse?-No, señora; ya estabansacando los caballos, pero no pude quedarme más;temía atra-sarme. -¿Parecía estar bien la señora Ferrars?-Sí, señora, dijoque estaba muy bien; a mi ver siempre fue una joven muygua-pa y parecía enormemente contenta.A la señora Dashwood nose le ocurrió nada más que preguntar, y Thomas y elmantel,ahora igualmente innecesarios, poco después fueron sacadosde allí.Marianne ya había mandado decir que no iba a comernada más; también laseñora Dashwood y Elinor habían perdidoel apetito, y Margaret podía sentirsemuy bien con esto de que,a pesar de las innumerables inquietudes que ambasSentido ysensibilidad Jane Austen 210210hermanas habían experimenta-do en el último tiempo, a pesar de los muchosmotivos que habí-an tenido para descuidar las comidas, nunca antes habíanteni-do que quedarse sin cenar.Cuando les llevaron el postre y el vi-no y la señora Dashwood y Elinor quedarona solas, permanec-ieron mucho rato juntas en similares meditaciones e idénticosi-lencio. La señora Dashwood no se aventuró a hacer ningunaobservación y noosó ofrecer consuelo. Se daba cuenta ahora deque se había equivocado alconfiar en la imagen que Elinor

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había estado dando de sí misma; y concluyócorrectamente queen su momento le había quitado importancia a todo lo que leo-curría sólo para evitarle a ella mayores sufrimientos, conside-rando cuántoestaba sufriendo ya por Marianne. Se dio cuentade que la cuidadosa,considerada solicitud de su hija la habíallevado al error de pensar que el afectoque un día había com-prendido tan bien, era en realidad mucho menos serio delo quesolía creer o de lo que ahora se veía que era. Temía que, al de-jarseconvencer de esa forma, había sido injusta, desconsidera-da… no, casi cruel conElinor; que la aflicción de Marianne, porser más evidente, más patente a susojos, había absorbido de-masiado de su ternura, llevándola a casi olvidar que enElinorpodía tener a otra hija sufriendo tanto como ella, con un dolorqueciertamente había sido menos buscado y que había soporta-do con mucho mayorfortaleza.CAPITULO XLVIIIElinor habíadescubierto la diferencia entre esperar que ocurriera un he-chodesagradable, por muy seguro que se lo pudiera conside-rar, y la certeza misma.Había descubierto que, mientras Ed-ward seguía soltero, a pesar de sí mismasiempre le había dadocabida a la esperanza de que algo iba a suceder queimpediríasu matrimonio con Lucy; que algo -una decisión que él tomara,algunaintervención de amigos o una mejor oportunidad de es-tablecerse para la damasurgiríapara permitir la felicidad de to-dos ellos. Pero ahora se había casado, yella culpó a su propiocorazón por esa recóndita tendencia a formarse ilusionesquehacía tanto más dolorosa la noticia.Al comienzo se sorprendióde que se hubiera casado tan luego, antes (segúnse lo imagina-ba) de su ordenación y, por consiguiente, antes de haber entra-doen posesión del beneficio. Pero no tardó en ver cuán proba-ble era que Lucy,cautelando sus propios intereses y deseosa detenerlo seguro lo antes posible,pasara por alto cualquier cosamenos el riesgo de la demora. Se habían casado,lo habían he-cho en la ciudad, y ahora se dirigían a toda prisa donde su tío.¡Quéhabría sentido Edward al estar a cuatro millas de Barton,al ver al criado de sumadre, al escuchar el mensaje deLucy!Supuso que pronto se habrían instalado en Delaford… De-laford, allí dondetantas cosas conspiraban para interesarla, ellugar que quería conocer y tambiénevitar. Tuvo la rápida ima-gen de ellos en la casa parroquial; vio en Lucy laadministrado-ra activa, ingeniándoselas para equilibrar sus aspiraciones

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deelegancia con la máxima frugalidad, y avergonzada de quese fuera a sospecharSentido y sensibilidad Jane Austen211211ni la mitad de sus manejos económicos; en todo mo-mento con su propio interésen mente, procurándose la buenavoluntad del coronel Brandon, de la señoraJennings y de cadauno de sus amigos pudientes. No sabía bien cómo veía aEd-ward ni cómo deseaba verlo: feliz o desdichado..: ninguna delas dosposibilidades la alegraba; alejó entonces de su mente to-da imagen de él.Elinor se hacía ilusiones con que alguno de susconocidos de Londres lesescribiría anunciándoles el suceso ydándoles más detalles; pero pasaban losdías sin traer cartas ninoticias. Aunque no estaba segura de que alguien pudieraserculpado por ello, criticaba de alguna manera a cada uno de losamigosausentes. Todos eran desconsiderados o indolen-tes.-¿Cuándo le escribirá al coronel Brandon, señora? -fue lapregunta que brotóde su impaciencia por que algo se hiciera alrespecto.-Le escribí la semana pasada, mi amor, y más bien es-pero verlo llegar a él envez de noticias suyas. Le insistí que vi-niera a visitarnos, y no me sorprenderíaverlo entrar hoy o ma-ñana, o cualquier día.Esto ya era algo, algo en qué poner lasexpectativas. El coronel Brandon debíatener alguna informa-ción que darles.No bien acababa de concluir tal cosa, cuandola figura de un hombre a caballoatrajo su vista hacia la venta-na. Se detuvo ante su reja. Era un caballero, era elcoronelBrandon en persona. Ahora sabría más; y tembló al imaginarlo.Pero noera el coronel Brandon… no tenía ni su porte, ni su al-tura. Si fuera posible, diríaque debía ser Edward. Volvió a mi-rar. Acababa de desmontar… no podíaequivocarse… era Ed-ward. Se alejó y se sentó. “Viene desde donde el señorPratt apropósito para vernos. Tengo que estar tranquila; tengo que-comportarme dueña de mí misma”.En un momento se dio cuen-ta de que también los otros habían advertido elerror. Vio quesu madre y Marianne mudaban de color; las vio mirarla ysusu-rrarse algo entre ellas. Habría dado lo que fuera por ser capazde hablar ypor hacerles comprender que esperaba no hubierala menor frialdad omenosprecio hacia él en el trato. Pero nopudo sacar la voz y se vio obligada adejarlo todo a la discreciónde su madre y hermana.No cruzaron ni una sílaba entre ellas.Esperaron en silencio que apareciera suvisitante. Escucharonsus pisadas a lo largo del camino de grava; en unmomento

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estuvo en el corredor, y al siguiente frente a ellas.Al entrar enla habitación su semblante no mostraba gran felicidad, ni siqu-ieradesde la perspectiva de Elinor. Tenía el rostro pálido deagitación, y parecíatemeroso de la forma en que lo recibirían yconsciente de no merecer unaacogida amable. La señora Dash-wood, sin embargo, confiando cumplir así losdeseos de aquellahija por quien se proponía en lo más hondo de su corazóndejar-se guiar en todo, lo recibió con una mirada de forzada alegría,le estrechó lamano y le deseó felicidades.Edward se sonrojó ytartamudeó una respuesta ininteligible. Los labios deElinor sehabían movido a la par de los de su madre, y cuando la activi-dad huboterminado, deseó haberle dado la mano también. Peroya era demasiado tardey, con una expresión en el rostro quepretendía ser llana, se volvió a sentar yhabló del tiempo.Senti-do y sensibilidad Jane Austen 212212Marianne, intentandoocultar su aflicción, se había retirado fuera de la vista delos de-más tanto como le era posible; y Margaret, entendiendo enparte lo queocurría pero no -por completo, pensó que le corres-pondía comportarsedignamente, tomó asiento lo más lejos deEdward que pudo y mantuvo unestricto silencio.Cuando Elinorterminó de alegrarse por el clima seco de la estación, sesuce-dió una horrible pausa. La rompió la señora Dashwood, que sesintióobligada a desear que hubiera dejado a la señora Ferrarsen muy buena salud.Apresuradamente él respondió que sí.Otrapausa.Elinor, decidiéndose a hacer un esfuerzo, aunque teme-rosa del sonido de supropia voz, dijo:-¿Está en Longstaple laseñora Ferrars?-¡En Longstaple! -replicó él, con aire sorprendi-do-. No, mi madre está en laciudad.-Me refería -dijo Elinor, to-mando una de las labores de encima de la mesa- a laseñora deEdward Ferrars.No se atrevió a levantar la vista; pero su ma-dre y Marianne dirigieron sus ojosa él. Edward enrojeció, pare-ció sentirse perplejo, la miró con aire de duda y, trasalgunasvacilaciones, dijo:-Quizá se refiera… mi hermano… se refiera ala señora de Robert Ferrars.-¡La señora de Robert Ferrars! -re-pitieron Marianne y su madre con un tono deenorme asombro;y aunque Elinor no fue capaz de hablar, también le clavó loso-jos con el mismo impaciente desconcierto. El se levantó de suasiento y sedirigió a la ventana, aparentemente sin saber quéhacer; tomó unas tijeras quese encontraban por allí, y mientrascortaba en pedacitos la funda en que seguardaban, arruinando

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así ambas cosas, dijo con tono apurado:-Quizá no lo sepan, nohayan sabido que mi hermano se ha casado reciéncon… con lamenor… con la señorita Lucy Steele.Sus palabras fueron repe-tidas con indecible asombro por todas, salvo Elinor,que siguiósentada con la cabeza inclinada sobre su labor, en un estadodeagitación tan grande que apenas sabía dónde seencontraba.-Sí -dijo él-, se casaron la semana pasada y ahoraestán en Dawlish.Elinor no pudo seguir sentada. Salió de la ha-bitación casi corriendo, y tanpronto cerró la puerta, estalló enlágrimas de alegría que al comienzo pensó noiban a terminarnunca. Edward, que hasta ese momento había mirado acualqu-ier parte menos a ella, la vio salir a la carrera y quizá vio -o in-clusoescuchó- su emoción, pues inmediatamente después sesumió en un estado deensueño que ninguna observación ni pre-gunta afectuosa de la señora Dashwoodpudo penetrar; final-mente, sin decir palabra, abandonó la habitación y salió hacialaaldea, dejándolas estupefactas y perplejas ante un cambio enlascircunstancias tan maravilloso y repentino, entregadas a undesconcierto quesólo podían paliar a través de conjetu-ras.CAPITULO XLIXSentido y sensibilidad Jane Austen213213Por inexplicables que le parecieran a toda la familia lascircunstancias de suliberación, lo cierto era que Edward era li-bre; y a todas les fue fácil predecir enqué ocuparía esa liber-tad: tras experimentar los beneficios de un compromisoimpru-dente, contraído sin el consentimiento de su madre, como lohabía hechoya por más de cuatro años, al fracasar ése no podíaesperarse de él nadamenos que verlo contrayendo otro.La dili-gencia que debía cumplir en Barton era, de hecho, bastantesimple. Sólose trataba de pedirle a Elinor que se casara con él;y considerando que no eratotalmente inexperto en tales come-tidos, podría extrañar que se sintiera tanincómodo en esta oca-sión como en verdad se sentía, tan necesitado de estímuloy ai-re fresco.No es necesario, sin embargo, contar en detalle loque tardó su caminata enllevarlo a tomar la decisión adecuada,cuánto demoró en presentarse laoportunidad de ponerla enpráctica, de qué manera se expresó y cómo fuerecibido. Lo úni-co que importa decir es esto: que cuando todos se sentaron alamesa a las cuatro, alrededor de tres horas después de su lle-gada, habíaconseguido a su dama, había logrado el consentim-iento de la madre, y era elmás feliz de los hombres. Y ello no

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sólo en el embelesado discurso delenamorado, sino en la reali-dad de la razón y la verdad. Ciertamente su dicha eramás quela común. Un triunfo mayor que el corriente en los amores co-rrespondidosle henchía el corazón y le elevaba el espíritu. Sehabía liberado, sin culpaalguna de su parte, de ataduras quepor largo tiempo lo habían hecho infeliz y lohabían mantenidounido a una mujer a quien hacía mucho había dejado deamar;y, de inmediato, había alcanzado en otra mujer esa seguridadpor la quedebió desesperar desde el mismo momento en que lahabía empezado adesear. Había transitado no desde la duda oel suspenso, sino desde ladesdicha a la felicidad; y habló delcambio abiertamente con una alegría tangenuina, fácil y recon-fortante como nunca le habían conocido antes sus amigas.Lehabía abierto el corazón a Elinor, le confesó todas sus debilida-des y trató suprimer e infantil enamoramiento de Lucy con to-da la dignidad filosófica de losveinticuatro años.-Fue un apegotonto y ocioso de mi parte -dijo-, consecuencia deldesconocim-iento del mundo… y de la falta de ocupación. Si mi madremehubiera dado alguna profesión activa cuando a los dieciochoaños me sacaronde la tutela del señor Pratt, creo… no, estoyseguro de que nada habría ocurridojamás, pues aunque salí deLongstaple con lo que en ese tiempo creía la más invenciblede-voción por su sobrina, aun así, si hubiera tenido cualquier acti-vidad,cualquier cosa en que ocupar mi tiempo y que me hubie-ra mantenido alejado deella por unos pocos meses, pronto ha-bría superado esos amores de fantasía,especialmente si hubie-ra compartido más con otras personas, como en ese casohabríadebido hacerlo. Pero en vez de emplearme en algo, en vez decontar conuna profesión elegida por mí, o que se me permitie-ra elegir una, volví a casa adedicarme al más completo ocio; ydurante el año que siguió, carecí hasta de laocupación nominalque me habría dado la pertenencia a la universidad, puestoqueno ingresé a Oxford sino hasta los diecinueve años. No tenía,por tanto,Sentido y sensibilidad Jane Austen 214214nada enabsoluto que hacer, salvo creerme enamorado; y como mi ma-dre nohacía del hogar algo en verdad agradable, como en mihermano no encontrabani un amigo ni un compañero y me dis-gustaba conocer gente nueva, no es raroque haya ido con frec-uencia a Longstaple, que siempre sentí mi hogar y dondeteníaplena seguridad de ser bienvenido; así, pasé allí la mayor parte

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del tiempoentre mis dieciocho y diecinueve años. Veía en Lucytodo lo que hay de amabley complaciente. Era bonita tam-bién… al menos eso pensaba yo en ese tiempo; yconocía a tanpocas mujeres que no podía hacer comparaciones ni detectar-defectos. Tomando todo en cuenta, por tanto, creo que por in-sensato que fueranuestro compromiso, por insensato que hayaresultado ser después en todosentido, en ese tiempo no fue unamuestra de insensatez extraña o inexcusable.Era tan grande elcambio que unas pocas horas habían producido en el estadodeánimo y la felicidad de las Dashwood, tan grande, que no pud-ieron menosque esperar todas las satisfacciones de una nocheen vela. La señoraDashwood, demasiado feliz para lograr algu-na tranquilidad, no sabía cómodemostrar su amor a Edward oensalzar a Elinor suficientemente, cómoagradecer bastante suliberación sin vulnerar su delicadeza, ni cómo ofrecerlesopor-tunidad para conversar libremente entre ellos y al mismo tiem-po disfrutar,como era su deseo, de la presencia y compañía deambos.Marianne podía manifestar su felicidad únicamente através de las lágrimas.Podía caer en comparaciones, en lamen-tos; y su alegría, aunque tan sinceracomo el amor por su her-mana, ni le levantaba el ánimo ni podía ponerse enpalabras.Pe-ro Elinor, ¿cómo describir sus sentimientos? Desde el momentoen quesupo que Lucy se había casado con otro, que Edward es-taba libre, hasta elinstante en que él justificó las esperanzasque tan de inmediato habían seguido,tuvo alternativamente to-das las emociones, menos la calma. Pero cuando hubopasado elsegundo momento -cuando desaparecieron todas sus dudas, to-dassus cuitas; cuando pudo comparar su situación con la delúltimo tiempo; cuandolo vio honorablemente libre de su anter-ior compromiso; cuando vio queaprovechaba su libertad paradirigirse a ella y declararle un amor tan tierno, tanconstantecomo ella siempre lo había supuesto-, se sintió abrumada, do-minadapor su propia felicidad; y a pesar de la afortunada ten-dencia de la mente humanaa aceptar rápidamente cualquiercambio para mejor, se necesitaron varias horaspara devolverlela serenidad a su ánimo o algún grado de tranquilidad a suco-razón.Edward se quedaría ahora al menos una semana en lacabaña, pues más alláde cualquier otra obligación que debieracumplir, le era imposible dedicar menosde una semana a dis-frutar de la compañía de Elinor, o que alcanzaran a decir

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enmenos tiempo la mitad de lo que debían decirse sobre el pa-sado, el presente yel futuro; pues aunque unas pocas horas pa-sadas en la difícil tarea de hablarincesantemente bastan paradespachar más temas de los que pueden realmentetener en co-mún dos criaturas racionales, con los enamorados es diferente.Entreellos nunca se da por terminada ninguna materia ni se dapor comunicado algo ano ser que se lo haya repetido veinte ve-ces.El matrimonio de Lucy, la inagotable y explicable sorpresaque les habíaSentido y sensibilidad Jane Austen 215215produ-cido a todos, por supuesto alimentó una de las primeras con-versacionesde los enamorados; y el particular conocimientoque Elinor tenía de cada una delas partes hizo que, desde to-dos los puntos de vista, le pareciera una de lascircunstanciasmás extraordinarias e inconcebibles que hubieran llegado a su-soídos. Cómo era que se habían juntado, y qué atractivo podíahaber influido enRobert para llevarlo a casarse con una mucha-cha de cuya belleza ella misma lohabía escuchado hablar sinninguna admiración; una muchacha que ademásestaba com-prometida con su hermano y por quien ese hermano había si-domarginado de la familia, era más de lo que podía compren-der. Para su corazónera algo maravilloso; para su imaginación,hasta ridículo; pero a su razón, a sujuicio, le parecía un verda-dero enigma.La única explicación que se le ocurría a Edwardera que, quizá, habiéndoseencontrado primero por azar, la va-nidad de uno había sido tan bien trabajada porlos halagos de laotra, que eso había llevado poco a poco a todo lo demás.Elinorrecordaba lo comentado por Robert en Harley Street respectode cuántopodría haber logrado él de haber intervenido a tiem-po en los asuntos de suhermano. Se lo contó a Edward.-Eso esmuy propio de Robert -fue su inmediato comentario-. Y es loqueseguramente tenía en mente -agregó luego- al comienzo desu relación conLucy. Y al comienzo quizá todo lo que tambiénquería ella era lograr queinterpusiera sus buenos oficios en mifavor. Después pueden haber surgido otrosplanes.Durantecuánto tiempo esto había estado ocurriendo entre ellos, él tam-pocopodía imaginarlo, pues en Oxford, donde había elegidoquedarse desde susalida de Londres, no tenía manera de saberde ella sino por ella misma, y hastael último momento sus car-tas no fueron ni menos frecuentes ni menosafectuosas de loque siempre habían sido. Ni la menor sospecha, entonces,

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lopreparó para lo que iba a seguir; y cuando finalmente reven-tó la noticia en unacarta de la misma Lucy, creía que durantealgún tiempo se había quedadopasmado entre la maravilla, elhorror y la alegría de tal liberación. Puso la cartaen manos deElinor:Estimado señor:Con la certeza de haber perdido hacetiempo su afecto, me he sentido enlibertad de entregar el mío aotra persona, y no dudo de que con él serétan feliz como solíapensar que lo sería con usted; pero rehuso aceptar lamanocuando el corazón pertenecía a otra. Sinceramente deseo seafelizcon su elección, y no será mi culpa si no somos siemprebuenos amigos,como nuestro cercano parentesco hace ahoraapropiado. Sin ningunaduda le puedo decir que no le guardorencor alguno, y estoy segura deque será demasiado generosopara hacer nada que nos perjudique. Suhermano se ha ganadotodo mi afecto, y como no podríamos vivir el unosin el otro,acabamos de volver del altar y nos dirigimos ahora a Dawlishapasar unas pocas semanas, lugar que su querido hermano tie-ne grancuriosidad por conocer, pero pensé molestarlo primerocon estas pocas líneas,y para siempre quedaré,Sentido y sensi-bilidad Jane Austen 216216Su sincera amiga y hermana, quebien lo quiere,Lucy FerrarsHe quemado todas sus cartas, y ledevolveré su retrato a la primeraoportunidad. Por favor destru-ya las páginas que le he enviado con mispobres frases; pero elanillo con mi cabello, tendré el mayor gusto endejárselo.Elinorla leyó y la devolvió sin ningún comentario.-No te preguntaréqué opinas de ella en cuanto a composición -dijo Edward-.Pornada del mundo habría querido, en otros tiempos, que tú vierasuna de suscartas. En una cuñada ya es bastante malo,- ¡peroen una esposa! ¡Cómo mehan hecho sonrojar algunas de suspáginas! Y creo poder decir que desde losprimeros seis mesesde nuestro descabellado… asunto, ésta es la única cartaque herecibido de ella en que el contenido compensó las faltas en elestilo.-Como sea que hayan comenzado -dijo Elinor tras unapausa-, ciertamenteestán casados. Y tu madre se ha ganado uncastigo muy justo. La independenciaeconómica que otorgó aRobert por resentimiento contigo le hapermitido a él elegir asu antojo; y, de hecho, ha estado sobornando a un hijocon millibras anuales para que termine haciendo lo mismo que la hizo-desheredar al otro cuando lo intentó. Supongo que difícilmentele dolerá menosver casada a Lucy con Robert que contigo.-Le

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va a doler más, porque Robert fue siempre su favorito. Le dole-rá más y, deacuerdo con el mismo principio, lo va a perdonarmucho más rápido.Edward no sabía en qué estaban las relacio-nes entre ellos en ese momento,pues no había hecho ningún in-tento por comunicarse con nadie de su familia.Había dejadoOxford a las veinticuatro horas de haber recibido la carta deLucy,y teniendo .en mente como único objetivo encontrar el ca-mino más rápido aBarton, no había tenido tiempo para trazarningún plan de conducta con el queese camino no estuviera ín-timamente ligado. Nada podía hacer hasta estarseguro de cuálsería su destino con la señorita Dashwood; y es de suponerquepor su rapidez en hacer frente a ese destino, a pesar de loscelos con quealguna vez había pensado en el coronel Brandon,a pesar de la modestia conque evaluaba sus propios merecim-ientos y de la gentileza con que hablaba desus dudas, en últimainstancia no esperaba una recepción demasiado cruel. Sinem-bargo, tenía que decir que sí la había temido, y lo hizo con muylindaspalabras. Lo que podría decir sobre el tema un año des-pués, queda a laimaginación de maridos y esposas.Elinor no te-nía duda alguna de que con el mensaje que había enviado atravésde Thomas, Lucy ciertamente había querido engañar, ru-bricando su partida conun trazo de malicia contra él; y a Ed-ward mismo, viendo ahora con toda claridadcómo era su carác-ter, no le costaba creerla capaz de la máxima malevolenciaenuna mezquindad caprichosa. Aunque hacía tiempo, inclusoantes de su relacióncon Elinor, había comenzado a estar consc-iente de la ignorancia y falta deamplitud de algunas de sus opi-niones, lo había atribuido a las carencias de sueducación; yhasta la recepción de su última carta, siempre la había creídounaSentido y sensibilidad Jane Austen 217217muchacha biendispuesta y de buen corazón, y muy apegada a él. Nada sinoeseconvencimiento podría haberle impedido terminar un compro-miso que,incluso mucho antes de que su descubrimiento lo hic-iera objeto del enojo de sumadre, había sido para él una fuentecontinua de inquietud y arrepentimiento.-Pensé que era mideber -dijo-, independientemente de mis sentimientos, darlelaopción de continuar o no el compromiso cuando mi madre merepudió y atodas luces quedé sin un amigo en el mundo que metendiera una mano. En unasituación como ésa, donde parecíano haber nada que pudiera tentar la avariciao la vanidad de

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criatura viviente alguna, ¿cómo podía yo suponer, cuando ell-ainsistió tan intensa y apasionadamente en compartir mi desti-no, cualquiera éstefuese, que sus motivos fueran distintos alafecto más desinteresado? E inclusoahora, no logro entenderqué la llevó o qué ventaja imaginó que le reportaríaencadenar-se a un hombre al cual no estimaba en absoluto y cuya única-posesión en el mundo eran mil libras. No podía haber previstoque el coronelBrandon me daría un beneficio.-No, pero podíasuponer que algo favorable podía ocurrirte; que, con el tiem-po,tu propia familia podía ablandarse. Y en todo caso no perdíanada al continuarcon el compromiso, pues, como lo dejó bienen claro, no se sentía obligada porél ni en sus deseos ni en susacciones. En todo caso se trataba de una relaciónrespetable yprobablemente la hacía ganar en la consideración de susamis-tades; y si nada mejor se presentaba, era mejor para ella casar-se contigoque quedarse soltera.Por supuesto, Edward se con-venció de inmediato de que nada podía ser másnatural que elcomportamiento de Lucy, ni más palmario que sus motivos.Eli-nor le reprendió haber pasado tanto tiempo con ellas en Nor-land, dondedebía haber estado consciente de su propia velei-dad, con la dureza que siempreponen las damas al reprender laimprudencia que las halaga.-Te comportaste muy mal -le dijo-,pues, para no decir nada de mis propiasconvicciones, con ellollevaste a nuestros amigos a imaginar y esperar algo que,dadatu situación en ese momento, no podía darse.Edward sólo pudopresentar como excusa el desconocimiento de su propiocora-zón y una equivocada confianza en la fuerza de sucompromiso.-Fui tan tonto como para creer que, dado que ha-bía empeñado mi palabra conotra persona, no había peligro enestar contigo, y que la conciencia de micompromiso iba a resg-uardar mis sentimientos haciéndolos tan seguros ysagrados co-mo mi honor. Te admiraba, pero me decía que era sólo amis-tad; yhasta que comencé a compararte con Lucy, no me dicuenta de hasta dóndehabía llegado. Después de eso, supongoque no fue correcto quedarme tanto enSussex, y los argumen-tos con los que intentaba reconciliarme con la convenienciadehacerlo no eran mejores que éstos: es a mí a quien pongo enpeligro; nole hago daño a nadie sino a mí mismo.Elinor sonrió,meneando la cabeza.Edward se alegró al saber que esperabanla visita del coronel Brandon a lacasa, pues no sólo deseaba

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conocerlo mejor, sino convencerlo de que ya noresentía que lehubiera dado el beneficio de Delaford, “pues con los pocoentu-siastas agradecimientos que recibió de mi parte en esa oca-sión”, dijo,Sentido y sensibilidad Jane Austen 218218“puedeseguir creyendo que todavía no le perdono habérmelo ofreci-do”.Se asombraba ahora de no haber ido todavía a conocer ellugar. Pero era tanescaso el interés que había puesto en todoel asunto, que todo lo que sabía dela casa, del jardín y las tie-rras beneficiales, de la extensión de la parroquia, lascondicio-nes de la tierra y el importe de los diezmos, se lo debía a lamismaElinor, que había escuchado tantas veces al coronelBrandon y le había prestadotanta atención que ahora teníacompleto dominio sobre el tema.Después de todo esto, tan sóloquedaba una cosa no aclarada entre ellos, unadificultad porvencer. Los unía su mutuo afecto y tenían la más cálida apro-baciónde sus verdaderos amigos; el conocimiento íntimo quetenían el uno del otro erauna base segura para su felicidad… ysólo les faltaba con qué vivir. Edward teníados mil libras y Eli-nor mil, y sumado a ello el beneficio de Delaford, era todo loq-ue podían considerar como propio; pues a la señora Dashwoodle era imposibleadelantarles nada, y ninguno de los dos estabatan enamorado como para -pensar que trescientas cincuenta li-bras al año bastarían para proveerlos detodas las comodidadesde la vida.Edward no desesperaba totalmente de un cambio fa-vorable hacia él en sumadre, y en eso descansaba para lo quefaltaba a sus ingresos. Pero Elinor notenía igual confianza;pues como Edward seguía sin poder casarse con laseñoritaMorton y, en su halagador lenguaje, la señora Ferrars se habíareferidoa la unión con ella únicamente como un mal menor alde su elección de LucySteele, temía que la ofensa de Robert só-lo serviría para enriquecer a Fanny.Cuatro días después de lallegada de Edward apareció el coronel Brandon, conlo que secompletó la satisfacción de la señora Dashwood y pudo tener elhonor,por primera vez desde que vivía en Barton, de tener máscompañía de la que sucasa podía acoger. Se permitió a Edwardretener sus privilegios de primervisitante y, así, el coronelBrandon debía ir todas las noches a sus antiguosaposentos enla finca, desde los cuales volvía cada mañana lo suficientemen-tetemprano para interrumpir el primer tête-à-tête de los ena-morados después deldesayuno.Después de tres semanas de

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permanencia en Delaford, donde, al menos alatardecer, pocotenía que hacer excepto calcular la desproporción entre treintayseis y dieciséis, el coronel Brandon llegó a Barton en un esta-do de ánimo tandecaído que, para alegrarse, requirió toda lamejoría en la apariencia deMarianne, toda la afabilidad de surecepción y todo el estímulo de las palabrasde su madre. Entretales amigos, sin embargo, y con tales halagos, prontorevivió.Todavía no le había llegado ningún rumor sobre el matrimoniode Lucy;no sabía nada de lo ocurrido y, por consiguiente, pasólas primeras horas de suvisita escuchando y asombrándose. Laseñora Dashwood le explicó todo,dándole nuevos motivos paraalegrarse por el servicio hecho al señor Ferrars,dado que a lapostre había resultado en beneficio de Elinor.Sería innecesariodecir que la buena opinión que los caballeros tenían uno delo-tro mejoró junto con aumentar su mutuo conocimiento, pues nopodía ser deotra manera. La semejanza en sus principios ybuen juicio, en disposición ymanera de pensar, probablementehabría bastado para unirlos como amigos sinnecesidad de nin-guna otra cosa que los acercara; pero el hecho de estarSentidoy sensibilidad Jane Austen 219219enamorados de dos herma-nas, y dos hermanas que se querían, hizo inevitable einmediatauna estimación que en otras condiciones quizá debió haber es-peradolos efectos del tiempo y el discernimiento.Las cartasprovenientes de la ciudad, que unos días antes habrían estre-mecidocada nervio del cuerpo de Elinor, ahora llegaban paraser leídas con menosemoción que gusto. La señora Jennings es-cribió para contarles toda la fantásticahistoria, para desahogarsu honesta indignación contra la veleidosa muchachaque habíadejado plantado a su novio y derramar compasión por el po-breEdward que, estaba segura, había adorado a aquella des-preciable pícara y,según todos los informes, se encontrabaahora en Oxford con el corazón casicompletamente destrozado.“A mi parecer”, continuaba, “nunca se ha hechonada de mane-ra tan solapada, pues no hacía ni dos días que Lucy había veni-doa visitarme y se había quedado un par de horas conmigo.Nadie tuvo ningunasospecha de lo que ocurría, ni siquieraNancy que, ¡pobre criatura!, llegó acállorando al día siguiente,terriblemente alarmada por miedo a la señora Ferrars ypor nosaber cómo llegar a Plymouth; pues Lucy, según parece, le pi-dió prestadotodo su dinero antes de casarse, suponemos que

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para lucirse, y la pobre Nancyno tenía ni siquiera siete chelinesen total; así que me alegró mucho darle cincoguineas que lepermitieran llegar a Exeter, donde piensa quedarse tres o cua-trosemanas en casa de la señora Burguess con la esperanza,así le digo yo, detoparse otra vez con el reverendo. Y debo con-fesar que lo peor de todo es lamala voluntad de Lucy de no lle-vársela en su calesa. ¡Pobre señor Edward! Nopuedo sacárme-lo de la cabeza, pero deben hacer que vaya a Barton y laseñori-ta Marianne debe intentar consolarlo”.El tono del señor Dash-wood era más solemne. La señora Ferrars era la másdesdicha-da de las mujeres, la sensibilidad de la pobre Fanny había so-portadoagonías y él estaba maravillado y lleno de gratitud alver que no habíansucumbido bajo tal golpe. La ofensa de Ro-bert era imperdonable, pero la deLucy era infinitamente peor.Nunca más iba a mencionarse el nombre deninguno de los dosante la señora Ferrars, e incluso si en el futuro se la pudiera-convencer de perdonar a su hijo, jamás iba a reconocer a su es-posa como hija niadmitirla en su presencia. Trataba racional-mente el secreto con que habíanmanejado todo el asunto entreellos como una enorme agravante del crimen,pues si los demáshubieran sospechado algo podrían haber tomado las medidas-necesarias para evitar el matrimonio; y apelaba a Elinor paraque antes seuniera a sus lamentos por el no cumplimiento delcompromiso entre Lucy yEdward, que servirse de ello para se-guir sembrando la desgracia en la familia. Ycontinuaba de la si-guiente forma:“La señora Ferrars todavía no ha mencionado elnombre de Edward, lo que nonos sorprende; pero lo que nosasombra enormemente es no haber recibido niuna línea de élsobre lo ocurrido. Quizá, sin embargo, ha guardado silencioportemor a ofender y, por tanto, le escribiré unas líneas a Ox-ford insinuándole quesu hermana y yo pensamos que una cartaen que muestre la sumisiónadecuada, dirigida quizá a Fanny yenseñada por ésta a su madre, no seríatomada a mal; pues to-dos conocemos la ternura del corazón de la señoraFerrars yque nada desea más que estar en buenos términos con sus hi-jos”.Sentido y sensibilidad Jane Austen 220220Este párrafo te-nía una cierta importancia para los planes y el proceder deEd-ward. Lo decidió a intentar una reconciliación, aunque no exac-tamente de lamanera en que sugerían su cuñado y su herma-na.-¡La sumisión adecuada! -repitió-; ¿pretenden que le pida

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perdón a mi madrepor la ingratitud de Robert con ella y la for-ma en que ofendió mi honor? Nopuedo mostrar ninguna sumi-sión. Lo ocurrido no me ha hecho más humilde nimás arrepen-tido. Me ha hecho muy feliz, pero eso no les interesa. No sé de-ningún gesto de sumisión que yo deba realizar.-Bien puedespedir que te perdonen -dijo Elinor-, porque has ofendido; ypen-saría que ahora hasta podrías llegar a manifestar algún males-tar por habercontraído el compromiso que despertó el enojo detu madre.Edward estuvo de acuerdo en que podría hacerlo.-Ycuando te haya perdonado, quizá sea conveniente alguna peq-ueña muestrade humildad cuando informes a tu madre de unsegundo compromiso casi tanimprudente a sus ojos como elprimero.Nada tuvo que objetar a esto Edward, pero aún se re-sistía a la idea de unacarta en que se mostrara adecuadamentesumiso; y así, para hacerle más fácilla empresa, dado que ma-nifestaba mucho mayor disposición a hacerconcesiones de pa-labra que por escrito, se resolvió que en vez de escribirleaFanny, debía ir a Londres y suplicarle personalmente que in-terpusiera susbuenos oficios en su favor.-Y si ellos sí secomprometen -dijo Marianne, en su nueva personalidadbenevo-lente en esforzarse por una reconciliación, tendré que pensarque nisiquiera John y Fanny están por completo desprovistosde méritos.Después de los sólo tres o cuatro días que duró lavisita del coronel Brandon,los dos caballeros abandonaron Bar-ton juntos. Se dirigirían de inmediato aDelaford, de maneraque Edward pudiera conocer personalmente su futurohogar yayudar a su protector y amigo a decidir qué mejoras eran nece-sarias; ydesde ahí, tras quedarse un par de noches, iba a conti-nuar su viaje a la ciudad.CAPITULO LDespués de la apropiadaresistencia por parte de la señora Ferrars, unaresistencia bas-tante enérgica y firme para salvarla del reproche en el quesiempreparecía temerosa de incurrir, el de ser demasiado ama-ble, Edward fueadmitido en su presencia y elevado otra vez ala categoría de hijo.En el último tiempo su familia había sidoextremadamente fluctuante. Durantemuchos años de su vidahabía tenido dos hijos; pero el crimen y aniquilamientode Ed-ward unas semanas atrás la habían privado de uno; el similara-niquilamiento de Robert la había dejado durante quince díassin ninguno; yahora, con la resurrección de Edward, otra veztenía uno.Edward, sin embargo, a pesar de que nuevamente se

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le permitía vivir, no sintiósegura la continuación de su existen-cia hasta haber revelado su actualcompromiso; pues temía queel hacer pública tal circunstancia daría un nuevogiro a su esta-do y lo llevaría a la tumba con la misma velocidad que antes.LoSentido y sensibilidad Jane Austen 221221reveló entoncescon recelosa cautela y fue escuchado con inesperada placi-dez.Al comienzo la señora Ferrars intentó razonar con él paradisuadirlo de casarsecon la señorita Dashwood, recurriendo atodos los argumentos a su alcance; ledijo que en la señoritaMorton encontraría una mujer de más alto rango y mayorfortu-na, y reforzó tal afirmación observando que la señorita Mortonera hija de unnoble y dueña de treinta mil libras, mientras laseñorita Dashwood sólo era la hijade un caballero particular, yno tenía más de tres mil; pero cuando descubrió queaunqueEdward estaba perfectamente de acuerdo con lo certero desuexposición, no tenía ninguna intención de dejarse guiar porella, juzgó mássabio, dada la experiencia del pasado, someter-se… Y así, tras la displicentedemora que le debía a su propiadignidad y que se le hacía necesaria para prevenircualquiersospecha de benevolencia, -promulgó su decreto deconsentim-iento al matrimonio de Edward y Elinor.A continuación fue ne-cesario considerar qué debía hacer para mejorar susrentas: yaquí se vio claramente que aunque Edward era ahora su únicohijo, deninguna manera era el primogénito; pues aunque Ro-bert recibía infaliblementemil libras al año, no se hizo la menorobjeción a que Edward se ordenara pordoscientas cincuentacomo máximo; tampoco se prometió nada para el presentenipara el futuro más allá de las mismas diez mil libras que habí-an constituido ladote de Fanny. .Eso, sin embargo, era lo queEdward y Elinor deseaban, y mucho más de loque esperaban; yla señora Ferrars, con sus evasivas excusas, parecía la única-persona sorprendida de no dar más.Así, habiéndoseles asegu-rado un ingreso suficiente para cubrir susnecesidades, despuésde que Edward tomó posesión del beneficio no les quedabana-da por esperar sino que estuviera lista la casa, a la cual el co-ronelBrandon le estaba haciendo importantes mejoras en suansiedad por acomodara Elinor; y tras esperar algún tiempoque las completaran -tras experimentar,como es lo habitual, lasmil desilusiones y retrasos de la inexplicable lentitud delos tra-bajadores-, Elinor, como siempre, quebrantó la firme decisión

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inicial de nocasarse hasta que todo estuviera listo, y la ceremo-nia tuvo lugar en la iglesia deBarton a comienzos de otoño.Pa-saron el primer mes después de su matrimonio en la casa sola-riega, desdedonde podían supervisar los progresos en la recto-ría y dirigir las cosas tal comolas querían en el lugar mismo;podían elegir el empapelado, planificar dóndeplantar grupos dearbustos y diseñar un recorrido hasta la casa. Las profecías de-la señora Jennings, aunque algo embarulladas, se cumplieronen su mayorparte: pudo visitar a Edward y a su esposa en laparroquia para el día de sanMiguel, y encontró en Elinor y suesposo, tal como lo pensaba, una de lasparejas más felices delmundo. De hecho, ni a Edward ni a Elinor les quedabandeseospor cumplir, salvo el matrimonio del coronel Brandon y Mar-ianne ypastos algo mejores para sus vacas.Recibieron la visitade casi todos sus parientes y amigos en cuanto seinstalaron. Laseñora Ferrars acudió a inspeccionar la felicidad que casi leavergonzabahaber autorizado, y hasta los Dashwood incurrie-ron en el gasto de unviaje desde Sussex para hacerles los hono-res.Sentido y sensibilidad Jane Austen 222222-No diré que est-oy desilusionado, mi querida hermana -dijo John, mientraspase-aban juntos una mañana ante las rejas de la casa de Delaford-;eso seríaexagerar, puesto que tal como son las cosas, en ver-dad has resultado una delas mujeres más afortunadas del mun-do. Pero confieso que me daría gran placerpoder llamar herma-no al coronel Brandon. Sus bienes en este lugar, supropiedad,su casa, ¡todo tan admirable, tan en magníficas condiciones! ¡Ysusbosques! ¡En ninguna parte de Dorsetshire he visto maderade tal calidad comola guardada ahora en los cobertizos de De-laford! Y aunque quizá Marianne nosea exactamente la perso-na capaz de atraerlo, pienso que sería en generalaconsejableque la invitaras muy seguido a quedarse contigo, pues como el-coronel Brandon parece pasar mucho tiempo en casa… imposi-ble decir lo quepodría ocurrir… Cuando dos personas estánmucho juntas y no ven mucho anadie más… Y siempre estaráen tus manos hacer resaltar su mejor lado, y todoeso; en fin,bien puedes ofrecerle una oportunidad… tú me entiendes.Peroaunque la señora Ferrars sí vino a verlos y siempre los tratócon unfingido afecto decoroso, nunca recibieron el insulto desu verdadero favor ypreferencias. Eso se lo habían ganado lainsensatez de Robert y la astucia de suesposa, y lo habían

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conseguido antes de que hubieran transcurrido muchosmeses.La egoísta sagacidad de Lucy, que al comienzo había arrastra-do aRobert a tal embrollo, fue el principal instrumento para li-brarlo de él; puesapenas encontró la más pequeña oportunidadde ejercitarlas, su respetuosahumildad, sus asiduas atencionese interminables zalemas reconciliaron a laseñora Ferrars conla elección de su hijo y la reinstalaron completamente en sufa-vor.Todo el proceder de Lucy en este asunto y la prosperidadcon que se viocoronado, pueden así exhibirse como un muy es-timulante ejemplo de lo que unaintensa, incesante atención alos propios intereses, por más obstáculos queparezca tener elcamino hacia ellos, podrá hacer para lograr todas las ventajas-de la fortuna, sin sacrificar otra cosa que tiempo y conciencia.La primera vezque Robert buscó verla y la visitó en Bartlett'sBuildings, su única intención era laque su hermano le atribuyó.Sólo quería convencerla de desistir del compromiso;y como elúnico obstáculo que imaginaba posible era el afecto de am-bos,lógicamente esperaba que una o dos entrevistas bastaríanpara resolver elasunto. En ese punto, sin embargo, y sólo enése, se equivocó; pues aunqueLucy muy luego lo hizo confiaren que, a la larga, su elocuencia la convencería,siempre se ne-cesitaba otra visita, otra conversación para lograr talconvenci-miento. Al separarse, siempre subsistían en la mente de ella al-gunasdudas, que sólo podían aclararse con otra conversaciónde media hora con él.De esta manera se aseguraba una nuevavisita, y el resto siguió su cursonatural. En vez de hablar deEdward, paulatinamente llegaron a hablar sólo deRobert… untema sobre el cual él siempre tenía más que decir que sobre elotroy en el cual ella pronto mostró un interés que casi se equi-paraba al de él; y, enpocas palabras, rápidamente fue evidentepara ambos que él había suplantadopor completo a su herma-no. Estaba orgulloso de su conquista, orgulloso dejugarle unamala pasada a Edward, y muy orgulloso de casarse en privadosin elconsentimiento de su madre. Ya se sabe lo que siguió deinmediato. PasaronSentido y sensibilidad Jane Austen223223algunos meses muy felices en Dawlish, pues ella teníamuchos parientes yviejos conocidos con quienes deseaba cor-tar, y él dibujó muchos planos paramagníficas casas de campo.Y cuando desde allí volvieron a la ciudad, obtuvieronel perdónde la señora Ferrars con el sencillo expediente de

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pedírselo,camino adoptado a instancias de -Lucy. En un princi-pio, como es lógico, elperdón alcanzó únicamente a Robert; yLucy, que no tenía ninguna obligacióncon su suegra y, por tan-to, no había transgredido nada, permaneció unas pocassema-nas más sin ser perdonada. Pero la perseverancia en un com-portamientohumilde, más mensajes donde asumía la culpa porla ofensa de Robert y gratitudpor la dureza con que era trata-da, le procuraron con el tiempo un altaneroreconocimiento desu existencia que la abrumó por su condescendencia y quelue-go la condujo a pasos muy rápidos al más alto estado de afectoe influencia.Lucy se hizo tan necesaria a la señora Ferrars co-mo Robert o Fanny; y mientrasEdward nunca fue perdonado detodo corazón por haber pretendido alguna vezcasarse con ella,y se referían a Elinor, aunque superior a Lucy en fortuna ynaci-miento, como una intrusa, ella siempre fue considerada y ab-iertamentereconocida como una hija favorita. Se instalaron enla ciudad, recibieron un muygeneroso apoyo de la señora Fe-rrars, estaban en los mejores términosimaginables con losDashwood y, dejando de lado los celos y mala voluntad quesig-uieron subsistiendo entre Fanny y Lucy, en los que por supues-to sus esposostomaban parte, junto con los frecuentes desac-uerdos domésticos entre losmismos Robert y Lucy, nada podríasuperar la armonía en que vivieron todosjuntos.Lo que Edwardhabía hecho para ver enajenados sus derechos de mayorazgo-podría haber extrañado a muchos, de haberlo descubierto; .y loque Roberthabía hecho para ser el sucesor de ellos, los sor-prendería incluso más. Fue, sinembargo, un arreglo justificadopor sus consecuencias, si no por su causa; puesnunca hubo se-ñal alguna en el estilo de vida de Robert ni en sus palabrasquehiciera sospechar que lamentara la magnitud de su renta,ya sea por dejarledemasiado poco a su hermano o adjudicarledemasiado a él; y si se pudierajuzgar a Edward por el prontocumplimiento de sus deberes en cada cosa, porun cada vez ma-yor apego a su esposa y a su hogar y por la constante alegríadesu espíritu, se lo podría suponer no menos contento con susuerte que suhermano ni menos libre de desear ningún cambioen ella.El matrimonio de Elinor sólo la separó de su familia enesa mínima medidanecesaria para que la casita de Barton noquedara abandonada por completo,pues su madre y hermanaspasaban más de la mitad del tiempo con ella. Lasfrecuentes

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visitas de la señora Dashwood a Delaford estaban motivadastantopor el placer como por la prudencia; pues su deseo dejuntar a Marianne y alcoronel Brandon era apenas menos acen-tuado, aunque algo más generoso, queel manifestado por John.Era ahora su causa preferida. Por preciada que le fuerala com-pañía de su hija, nada deseaba tanto como renunciar a ella enbien de suestimado amigo; y ver a Marianne instalada en la ca-sa solariega era también eldeseo de Edward y Elinor. Todos secondolían de las penas del coronel y sesentían responsablespor aliviarlas; y Marianne, por consenso general, debía serelconsuelo de todas ellas.Sentido y sensibilidad Jane Austen224224Con tal alianza en su contra; con el íntimo conocimientode la bondad delcoronel; con el convencimiento del enormeafecto que él le profesaba, quefinalmente, aunque mucho des-pués de haberse hecho evidente para todos losdemás, se abriópaso en ella, ¿qué podía hacer?Marianne Dashwood había naci-do destinada a algo extraordinario. Nació paradescubrir la fal-sedad de sus propias opiniones y para impugnar con su proce-dersus máximas favoritas. Nació para vencer un afecto surgidoa la edad dediecisiete años, y sin ningún sentimiento superior aun gran aprecio y unaprofunda amistad, ¡voluntariamente leentregó su mano a otro! Y ese otro era unhombre que había su-frido no menos que ella con ocasión de un antiguo afecto; aqu-ien dos años antes había considerado demasiado viejo para elmatrimonio, ¡yque todavía buscaba proteger su salud con unacamiseta de franela!Pero así ocurrieron las cosas. En vez de sa-crificada a una pasión irresistible,como alguna vez se habíaenorgullecido en imaginarse a sí misma; incluso envez de que-darse para siempre junto a su madre con la soledad y el estud-iocomo únicos placeres, según después lo había decidido al ha-cerse más tranquiloy sobrio su juicio, se encontró a los diecin-ueve años sometiéndose anuevos vínculos, aceptando nuevosdeberes, instalada en un nuevo hogar,esposa, ama de una casay señora de una aldea.El coronel Brandon era ahora tan felizcomo todos quienes lo querían creíanque merecía serlo; en Ma-rianne encontraba el consuelo a todas sus afliccionespasadas;su afecto y su compañía le reanimaban la mente y devolvieronlaalegría a su espíritu; y que Marianne encontraba su propiafelicidad en hacer lade él, era algo indudable para cada amigoque la veía y que a todos deleitaba.Marianne nunca pudo amar

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a medias; y con el tiempo le llegó a entregar todo sucorazón asu esposo, como lo había hecho una vez con Willoughby.Will-oughby no pudo escuchar del matrimonio de Marianne sin sen-tir unapunzada de dolor; y pronto su castigo estuvo completocon el voluntario perdónde la señora Smith, la cual, al declararque debía agradecer su clemencia almatrimonio con una mujerde carácter, le dio motivos para pensar que, si hubieraprocedi-do honorablemente con Marianne, podría haber sido al mismotiempofeliz y rico. No debe ponerse en duda la sinceridad delarrepentimiento por sumal proceder, que le había acarreado supropio castigo; ni tampoco que durantemucho tiempo pensó enel coronel Brandon con envidia y en Marianne connostalgia.Pero no hay que esperar que quedara por siempre desconsola-do, quehuyera de la sociedad o contrajera un temperamentohabitualmente sombrío, oque muriera con el corazón roto…porque nada de eso ocurrió. Vivióesforzándose, y a menudo di-virtiéndose. ¡No siempre su esposa estaba de malhumor ni suhogar falto de comodidades! Y en sus criaderos de perros y ca-ballosy en todo tipo de deportes encontró un grado no desprec-iable de felicidaddoméstica.Por Marianne, sin embargo -a pe-sar de la descortesía de haber sobrevivido asu pérdida-, siem-pre mantuvo ese decidido afecto que lo hacía interesarse ento-dos sus asuntos y que lo llevó a transformarla en su secretapauta deperfección femenina; y así, muchas beldades promete-doras terminarondesdeñadas por él después de algunos días,como sin punto de comparaciónSentido y sensibilidad JaneAusten 225225con la señora Brandon.La señora Dashwood tu-vo la suficiente prudencia de quedarse en la cabaña,sin inten-tar un traslado a Delaford; y afortunadamente para sir John yla señoraJennings, en el momento en que se vieron privados deMarianne, Margarethabía llegado a una edad muy apropiadapara bailar y que ya podía permitir sele supusieran enamora-dos.Entre Barton y Delaford había esa permanente comunica-ción que surgenaturalmente de un gran cariño familiar; y delos méritos y las alegrías de Elinory Marianne, no hay que po-ner en último lugar el hecho de que, aunquehermanas y vivien-do casi a la vista una de la otra, pudieron hacerlo sindesacuer-dos entre ellas ni producir tensiones entre sus esposos.

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