Sazbón - Significación del Saussurismo

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SIGNIFICACION DEL SAUSSURISMO En su “psicoanálisis del conocimiento objetivo” Bachelard ha señalado las dificultades que retardan la determinación de la objetividad científica. “Cuando se investigan las condiciones psicológicas del progreso de la ciencia —ha dicho— se llega muy pronto a la convicción de que hay que plantear el proble ma del conocimiento científico en términos de obstáculos... En efecto, se conoce en contra de un conocimiento anterior” (1: 15).* La noción bachelardiana de obstáculo epistemológico es inestimable para situar el punto de partida negativo de la investigación de Saussure: tanto el pasado ideológico de la cien cia que él contribuyó a fundar como el punto nodal de una con cepción que, aunque combatida, subsiste en algunos momen tos de su enseñanza (5, cap. IV; incluido en 53). Se trata de la concepción de la lengua como nomenclatura, es decir como un repertorio de nombres que corresponderían Las cifras entre paréntesis remiten a la bibliografía que figura al final del artículo; la bastardilla indica la obra y las restantes las paginas citadas. Cuando citamos solamente las páginas, nos referi mos a la edición francesa del Curso: Ferdinand de Saussure, Cours de linguistique générale. Publié par Charles Bally et Albert Sechehaye, avec la collaboration de Albert Riedlinger. Paris, Payot 1968. 9

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Prólogo al Curso

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SIGNIFICACION DEL SAUSSURISMO

En su “psicoanálisis del conocimiento objetivo” Bachelard ha señalado las dificultades que retardan la determinación de la objetividad científica. “Cuando se investigan las condiciones psicológicas del progreso de la ciencia —ha dicho— se llega muy pronto a la convicción de que hay que plantear el proble­ma del conocimiento científico en términos de obstáculos... En efecto, se conoce en contra de un conocimiento anterior” (1: 15).* La noción bachelardiana de obstáculo epistemológico es inestimable para situar el punto de partida negativo de la investigación de Saussure: tanto el pasado ideológico de la cien­cia que él contribuyó a fundar como el punto nodal de una con­cepción que, aunque combatida, subsiste en algunos momen­tos de su enseñanza (5, cap. IV; incluido en 53).

Se trata de la concepción de la lengua como nomenclatura, es decir como un repertorio de nombres que corresponderían

Las cifras entre paréntesis remiten a la bibliografía que figura al final del artículo; la bastardilla indica la obra y las restantes las paginas citadas. Cuando citamos solamente las páginas, nos referi­mos a la edición francesa del Curso: Ferdinand de Saussure, Cours de linguistique générale. Publié par Charles Bally et Albert Sechehaye, avec la collaboration de Albert Riedlinger. Paris, Payot 1968.

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puntualmente a otras tantas cosas ya dadas (así como el mapa de China imaginado por Borges cubre punto por punto la su­perficie de China). Las diferentes lenguas no harían más que repetir variadamente esa idéntica operación en virtud de la cual un conjunto de ideas preexisten a las palabras y son su referente invariable. “La mayoría de las concepciones que se forman o, por lo menos, que ofrecen los filósofos del lenguaje hacen pensar en nuestro primer padre Adán llamando a los diversos animales y dándoles a cada uno un nombre” —ironiza Saussure en sus notas inéditas. Dos problemas se desprenden entonces de esta situación: a) el lenguaje sólo sería, en defini­tiva, una nomenclatura de objetos, lo que es problemático en más de un sentido, entre otras razones porque no siendo la norma que un signo lingüístico corresponda a un objeto defini­do por los sentidos, no podría convertirse este caso en el tipo mismo del lenguaje; b) designado el objeto por su nombre, uno y otro conformarían un todo que se transmitiría en el tiempo, sin que hubiera que prever distorsiones, lo que es contrario a la realidad histórica: ésta muestra alteraciones no sólo del lado del nombre sino también de la idea. De los dos problemas, es el segundo (consecuencia inevitable del primero) el que Saussure identifica como el impedimento más grave para des­entrañar la verdadera naturaleza del signo lingüístico. Era, pues, la continua predisposición a considerar al signo como una entidad unitaria lo que constituía, en términos bachelardianos, el obstáculo epistemológico principal que retardaba el estable­cimiento de una ciencia de la lengua.

Para superar este obstáculo —y aunque su pensamiento osci­ló a lo largo de los tres cursos en los que enunció sus tesis reno­vadoras— , Saussure se verá llevado a asentar las bases de la disciplina postulando la arbitrariedad del signo lingüístico, en­tidad doble y diferencial que integra un sistema, el de la len­gua, conjunto de articulaciones y demarcaciones cuyo funciona­miento se revela en el estudio sincrónico de cada uno de sus estados.

Examinaremos por separado cada uno de estos aportes, las aperturas que permiten y su problemática implícita.

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I. CUESTIONES EPISTEMOLOGICAS

Desde sus prim eras investigaciones, Saussure evalúa críticamente el estado de su disciplina y aspira a encontrar “los datos elementales sin los cuales todo vacila, todo es arbi­trariedad e incertidumbre” (46: 2). Bachelard y Canguilhem han descripto muy bien estas situaciones recurrentes en la his­toria de una ciencia. Las crisis de crecimiento del pensamiento —dice el primero— “implican una refundición total del siste­ma del saber” (2:18). Canguilhem, por su parte, combate la con-\ cepción que reduce la historia de las ciencias a ser una especie de museo de los errores de la razón humana en el que los mo­mentos significativos se explican por la contingencia o la suce­sión de azares: la historia de una ciencia —enfatiza— no pue­de ser una simple colección de biografías, ni tampoco un cua­dro cronológico al que se agregan algunas anécdotas, sino una historia de la formación, la deformación y la rectificación de los conceptos científicos (Introducción al Traite de physiologie de Kayser, p. 18, cit. en 32: 400). —

Toda la biografía intelectual de Saussure puede condensar­se en la afanosa rectificación de los conceptos lingüísticos exis­tentes, en la formación de otros nuevos y sobre todo en la bus­ca de su coordinación sistemática. “La lengua es un sistema riguroso —le dice a su discípulo Riedlinger— y la teoría debe ser un sistema tan riguroso como la lengua. Ese es el punto difícil, pues no es nada enunciar una tras otra afirmaciones, apreciaciones sobre la lengua: todo el problema consiste en coordinarlas en un sistema” (17: 29-30). Nada más alejado de la lingüística de su tiempo que este tipo de preocupación teóri­ca y lógica: por entonces se trabajaba en la búsqueda de mate­riales de comparación y en la elaboración de repertorios etimológicos (5: 39). Saussure no era hostil a esta orientación de las investigaciones, pero creía que ningún estudio histórico podía prescindir de una fundamentación epistemológica o

como se diría hoy— de la construcción de los conceptos con que opera. Faltando esa fundamentación, las investigaciones y sólo se apoyaban en el sentido común,1 en nociones acríticas, |

La impresión general... es que basta el sentido común... para c isipar todos los fantasmas. No compartimos esta convicción. Al con-

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) en la ausencia de preguntas pertinentes.2 “No hay un solo tér­mino empleado en lingüística al que conceda algún sentido”, explica Saussure a su amigo, el lingüista Antoine Meillet; el trabajo en esta disciplina choca una y otra vez con “expresio­nes lógicamente odiosas” para evitar las cuales “haría falta una reforma decididamente radical” (4: 96; el subrayado es mío).

¿Cómo encarar esta “reforma decididamente radical”? La enormidad de la tarea pesó ciertamente en la evaluación de Saussure. Su prolongada reticencia a encararla y las continuas correcciones que imponía a su pensamiento (visibles en los inéditos pero no en el Curso, que nunca se decidió a redactar3) lo prueban suficientemente. Su afán de perfeccionismo, su empecinamiento en tener la idea acabada antes de someterla al público explican la parquedad de su obra publicada. Lo cier­to es que —como recuerdan Bally y Sechehaye— toda la vida debió luchar contra la insuficiencia conceptual y metodológica de la lingüística de su tiempo “buscando obstinadamente las leyes directrices que pudieran orientar su pensamiento a tra­vés de ese caos” (7). En 1891 lamenta la carencia de principios orientadores en el estudio de las lenguas, sin los cuales el tra­bajo “está desprovisto de toda significación seria, de toda ver­dadera base científica” (47: 65). Tres años después denuncia “la inepcia absoluta de la terminología corriente” y declara “la necesidad de reformarla y de mostrar así qué especie de objeto es la lengua en general” (carta a Meillet del 4 de enero de 1894, en 4: 96).

La “ruptura epistemológica” saussureana comienza enton-

trario, estamos profundamente convencidos de que cualquiera que pise el terreno de la lengua puede considerarse abandonado por to­das las analogías del cielo y de la tierra” (47: 64).

2 "Ante todo es necesario saber plantear los problemas. Y dígase lo f que se quiera, en la vida científica los problemas no se plantean por \ sí mismos. Es precisamente este sentido del problema el que sin- \ dica el verdadero espíritu científico. Para un espíritu científico todo \ conocimiento es una respuesta a una pregunta. Si no hubo pregunta, Ino puede haber conocimiento científico. Nada es espontáneo. Nada lestá dado. Todo se construye” (1: 16). Cf., asimismo, la prolongación •de este planteo en Louis Althusser.

3 En efecto, el Cours de linguistique générale (1916), publicado tres años después de la muerte de Saussure, fue compuesto por sus discí-

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ces por impugnar globalmente el status precientifico de la disci­plina y se preocupa por hallar los “datos elementales”, el “punto de vista” correcto desde donde abarcar el conjunto del campo por explorar y sus determinaciones esenciales. Para presentar adecuadamente el cuerpo de nuestras proposiciones —reflexio­na Saussure— “sería preciso adoptar un punto de partida fijo y bien definido” . Pero dado que en lingüística “es falso admitir un solo hecho como definido en sí mismo” , el mismo punto de partida es problemático. Ahora bien, “es imposible asentar una teoría prescindiendo de ese trabajo de definición, aunque esta manera cómoda haya bastado hasta ahora al público lin­güístico” : se impone, pues, “una operación de abstracción y de generalización” (47: 56-57). Pero la efectuación de esta opera­ción está lejos de ser sencilla. En lingüística no hay cosas ni objetos dados que puedan estudiarse desde diferentes pers­pectivas. A la inversa: la perspectiva es el comienzo de delimi­tación del objeto de estudio. Lo que Saussure llama su “profe­sión de fe en materia lingüística” consiste en afirmar que “en otros dominios es posible hablar de las cosas desde uno u otro punto de vista, seguros de encontrar un terreno firme en el objeto mismo”, mientras que en lingüística “negamos en prin­cipio que haya objetos dados, que haya cosas que continúen existiendo cuando se pasa de un orden de ideas a otro y que sea posible, por consiguiente, permitirse considerar ‘cosas’ en varios órdenes como si estuvieran dadas por sí mismas” (47: 58).

Rechazando las variadas formas de sustancialismo o de vitalismo (el lenguaje concebido como un organismo sometido al ciclo vital: Schleicher) o de idealismo (el lenguaje como crea­

Pulos Charles Bally y Albert Sechehaye condensando el contenido de tres cursos dictados por el maestro sobre los mismos temas, a partir de cuadernos de apuntes y notas manuscritas. El trabajo de Robert Godel (17), la lectura y crítica del traductor italiano del Curso, Tullio De Mauro (cf. 9), sobre todo la publicación total de los cuadernos originales (más otros no utilizados por Bally y Sechehaye) en la edi­ción crítica del Curso a cargo de Rudolf Engler, han puesto de mani­fiesto la considerable distancia que existe a veces entre la formulación—tentativa, prudente, nunca definitiva— original de Saussure y la redacción de los compiladores.

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ción individual), Saussure impondrá la primacía del punto de vista como criterio m etodològico consciente del trabajo lingüístico:4 en este dominio, el enlace que se establece entre las cosas preexiste a las cosas mismas y sirve para determi­narlas (47: 56). No es la índole del material acústico o concep­tual la que fundamentará las distinciones de la lengua: éstas tienen su justificación en sí mismas. No existiendo nada de sustancial en la lengua, es la tarea del lingüista la que me­diante un ajustado trabajo teórico —enunciación de definicio­nes, producción de conceptos, articulación de éstos, demarca­ción de niveles— conformará definitivamente el objeto propio de la lingüística.

Saussure actúa en una época en que se ha generalizado la preocupación por la búsqueda y fundación de un objeto especí­fico a cada disciplina. Se combate en dos frentes: contra el reduccionismo (que esfuma la especificidad del objeto propio) y contra la subordinación de una disciplina a otras (las que comienzan a constituirse temen el expansionismo de las ya consolidadas). Pasarán muchos años hasta que se haga paten­te el condicionamiento ideológico de muchas controversias de límites, originadas, en muchos casos, en una división del trabaja intelectual que prolonga una compartimentación universita­ria basada en los requerimientos institucionales del sistema social (la escisión entre sociología, economía e historia, en la que se fundarán tradiciones académicas autónomas, es el ejem­plo más notorio de este situación). Sea como fuere, hacia co­mienzos de siglo Durkheim, Husserl y Saussure, en sus res-

4 "Preocupado desde hace tiempo por la clasificación logica de es­tos hechos [de lenguaje - J.S.], por la clasificación de los puntos de vista con que los tratamos, advierto cada vez más... la inmensidad del trabajo que requeriría mostrar al lingüista lo que hace” (4: 95). Benveniste comenta este pasaje así: “Creemos poder alcanzar direc­tamente el hecho de lengua como una realidad objetiva. En verdad sólo lo aprehendemos desde cierto punto de vista, que ante todo hay que definir. Dejemos de creer que en la lengua se aprehende un obje­to simple, que existe por sí mismo y es susceptible de una aprehen­sión total. La primera tarea consiste en mostrar al lingüista ‘lo que hace’, a qué operaciones previas se entrega inconscientemente cuan­do aborda los datos lingüísticos” (5: 38).

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pectivos campos (sociología, lógica, lingüística), se preocupan por deslindar los objetos específicos de sus ciencias ante el ase­dio de la psicología. En Las reglas del método sociológico. Durkheim define a los hechos sociales como aquella “manera de actuar, de pensar y de sentir exteriores al individuo y dota­das de un poder coercitivo en virtud del cual se le imponen. Por consiguiente, no podría confundírselos... con los fenóme­nos psíquicos, que sólo tienen existencia en la conciencia indi­vidual y por ella” (15: 24). Hacia la misma época, Husserl hace conocer, en sus Investigaciones lógicas, un firme alegato en fa­vor de la independencia de los actos lógicos, los cuales apun­tan a “esencias” que no cabe reducir a la esfera psíquica. Saussure, por su parte, refiriéndose a las ciencias sociales (y entre ellas a la lingüística), señala una “enorme línea de de­marcación entre la psicología general... y esas ciencias; cada una de éstas requiere nociones que aquélla no suministra” (17: 52; cf. también 2). En busca del objeto de la lingüística, Saussu­re se verá llevado a trabajar teóricamente el concepto de len­gua, distinguiéndolo del de lenguaje y adjudicándole una fun­ción primordial en la edificación de la doctrina.

II. LENGUA Y LENGUAJE

Jakobson ha hecho notar, con razón, que Saussure fue el gran revelador de las antinomias lingüísticas (23: 354-355). Su pun­to de vista peculiar, la perspectiva total desde la que sitúa los diversos campos y tareas de la disciplina, consiste en postular que el lenguaje es siempre un objeto doble, cuyas dos partes se suponen recíprocam ente. El juego de las dualidades opositivas atraviesa todo el campo del lenguaje, enfrentando: lo articulatorio y lo acústico; el sonido y el sentido; el individuo y la sociedad; la lengua y el habla (langue et parole); lo ma­terial y lo insustancial; lo paradigmático y lo sintagmático; la identidad y la oposición; lo sincrónico y lo diacrònico, etc. (5: 40), de tal modo que cada uno de los términos de los diferentes pares sólo vale por su oposición al otro. Se trata, en suma, de entidades o niveles relaciónales, carentes de toda realidad sustancial. El sentido de esta precisión puede hallarse en reflexio-

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nés saussureanas muy anteriores al dictado de los cursos so­bre lingüística general.

En 1893-94, al esbozar un artículo sobre Whitney (a quien siempre admiró y en quien declaradamente se inspira), des­pués de citar con aprobación el postulado del lingüista norte­americano: “el lenguaje es una institución humana”, Saussure previene contra el riesgo de asimilar esta institución a otras, lo que “nos engañaría sobre su verdadera esencia” . En efecto, todas las demás instituciones “se fundan (en grados diversos) en las relaciones naturales de las cosas... Por ejemplo, el de­recho de una nación o el sistema político... Pero el lenguaje y la escritura no se fundan en una relación natural de las cosas. E n ningún momento hay relación alguna entre cierto sonido sibilante y la forma de la letra S... el lenguaje es una institu­ción pura... una institución sin analogía” (47: 59-60). ¿Cómo acceder a la naturaleza de esta institución única? No hay otra vía que recurrir en primera y en última instancia al estudio de las lenguas. Pero a su vez pretender estudiar éstas olvidando que “están primordialmente regidas por ciertos principios que se resumen en la idea del lenguaje es un trabajo... carente de toda significación seria, de toda verdadera base científica” (47: 65), lo que hace que el estudio general del lenguaje deba ali­mentarse de las observaciones de tódo tipo que se hagan en el campo particular de una u otra lengua. Así se produce una dialéctica incesante entre naturalidad e historicidad que enla­za el estudio general y el histórico-descriptivo. Desde un punto de vista riguroso, la teoría parte de las “lenguas” para alcan­zar luego la lengua en su universalidad y finalmente el“ejerci-

ïicio y facultad del lenguaje en los individuos” (ibíd).5 La teoría

Ísaussureana trata de explicar de qué modo el lenguaje, como capacidad universal, genera una pluralidad de lenguas, cuya variedad histórica remite al principio central de la construc­ción conceptual de Saussure: la arbitrariedad del signo lingüística

Las dificultades de asignar a la lingüística un objeto integral y concreto derivan de la naturaleza multifacética del lenguaje:

5 Tullio De Mauro observa, con razón, que este orden original del pensamiento de Saussure (su “testamento lingüístico”) no aparece con mucha claridad en la organización del Curso (9: 321).

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varias ciencias podrían reivindicarla como su objeto: psicolo­gía, fisiología, antropología, gramática, filología, etc., pero esta vía analítica —dice Saussure— nunca condujo a nada; la otra posibilidad sería limitarse a un solo aspecto del problema, pero así desaparecerían las dualidades. Ante este dilema insoluble la única solución es “situarse desde el principio en el terreno de la lengua y tomarla como norma de todas las demás mani­festaciones del lenguaje”, ya que ella es la única entidad sus­ceptible de una definición autónoma.

Al analizar este punto, Saussure consolida una ruptura epistemológica con la lingüística de su tiempo: la lengua es desglosada enteramente del lenguaje; si bien es una parte “esen­cial” de éste, “un producto social de la facultad del lenguaje”, el aspecto teóricamente decisivo es su definición “una totalidad en sí y un principio de clasificación” . Lo natural al hombre no es exactamente el lenguaje hablado sino “la facultad de consti­tuir una lengua, es decir un sistema de signos distintos que corresponden a ideas distintas”. Aunque Saussure adjudique a Whitney la idea de la lengua como convención social (dan­do por sentado que “la naturaleza del signo en que se conviene es indiferente” (23-26), lo cierto es que aun en Whitney subsis­te la noción tradicional del lenguaje como nomenclatura. Para el lingüista norteamericanôT^pnmërô tenemos una idea v des­pués le ponemos un nombre”. To que implica que el “significado” —en la terminología saussureana— sea un dato prelingüístico y la lengua una simple nomenclatura en la que la arbitrariedad sólo opera en la forma externa (9: 353); al extenderla a la uni­dad conceptual, Saussure efectúa, pues, una renovación total del planteo convencionalista.

Si bien la consideración de la lengua como sistema tiene su­ficientes antecedentes en la historia de la lingüística, la origi­nalidad de Saussure consiste en no tomar ya el término en su carácter analógico o descriptivo, y hacer de él, en cambio, un concepto operatorio, derivado de una perspectiva consecuente­mente relacionista: “la lengua es un sistema de puros valores que nada determina fuera del estado momentáneo de sus tér­minos” (116).

El enfoque sociológico de su concepción de la lengua tiene muchos aspectos coincidentes con la doctrina de Durkheim: en uno y en otro la institución social actúa como una norma im­puesta a la colectividad; la coerción que ejerce y la autonomía

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i de que goza son sus características centrales. El individuo re­gistra pasivamente —y actualiza con sus actos— el funciona­miento de un sistema cuya dinámica es independiente de su arbitrio. Dice Durkheim: “puesto que [la sociedad] supera infi­nitamente al individuo, tanto en el tiempo como en el espacio, está en condiciones de imponerle las maneras de actuar y de pensar que ha consagrado mediante su autoridad” (25: 84). Y Saussure: “si se quiere demostrar que la ley admitida en una colectividad es una cosa que se sufre y no una regla libremente consentida, la lengua es la que ofrece la prueba más conclu­yente de ello” (104). Es, pues, una “convención”, un “contrato”, pero imperativos.

Asimismo, Saussure se ocupa del otro polo de la antinomia entre la sociedad y el individuo: si bien “la lengua no es una función del sujeto hablánte [sino] el producto que el individuo registra pasivamente”, el habla “en cambio, es un acto indivi­dual de voluntad y de inteligencia”, una “práctica” que contribu­ye a incrementar el “tesoro” de la lengua (30). Se ha dicho (23) que la dicotomía saussureana de la lengua y el habla tendería a conciliar las doctrinas opuestas de Durkheim y Tarde: como el “hecho social” durkheimiano, la lengua se refiere a hechos psí- quico-sociales exteriores al individuo, sobre el que actúan las presiones de la conciencia colectiva; el habla, por su lado, sería una “concesión” hecha al factor individual defendido por Tarde. Lo cierto es que, junto a la conciencia colectiva en que se basa­ría la lengua, hay lugar para una conciencia lingüística (39) que aparece en la actividad de clasificación con la que el sujeto analiza el material lingüístico, poniéndolo a disposición de la comunicación y otorgando un sentido unificador a la sucesión de los hechos lingüísticos. Esa conciencia lingüística torna con­cretas las posibilidades significativas que encierra el sistema;6 más aún, cuando Saussure contrapone análisis objetivo —el del historiador— y análisis subjetivo —el de los sujetos hablantes—, señala que este último “es el único que importa, porque se funda directamente en los hechos de lengua” (252). Pero, desde el pun­to de vista sistemático, el habla es siempre un fenómeno secun­

6 "En la lengua es concreto todo lo que está presente en la concien­cia del sujeto hablante” (17:211).

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dario, subordinado a la lengua. Al separar la lengua del habla, dice Saussure, separamos al mlsmo tiempo: l° lo social de io individuai; 2° lo esencial"de 15. accesorio. De las dos partes que integran él estudio del lenguaje, “una, esencial, tiene por objeto la lengua, que es social es su esencia e mdepéndíenteHel indivi­duo... la otra, secundaria, tiene por objeto la parte individual del lenguaje, es decir el habla”. Pero en esta dualidad, como en las restantes, ambos términos están estrechamente ligados y se suponen recíprocamente: “la lengua es necesaria para que el habla sea inteligible y produzca todos sus efectos... ésta es nece­saria para que la lengua se establezca”; ahora bien, “histórica­mente, el hecho de habla precede siempre... el habla es la que hace evolucionar a la lengua!’ (30). "

La última observación remite al discutido problema del ver­dadero status saussureano de la “lingüística del habla”. Ya Bally lamentaba que el maestro no hubiese abordado este aspecto de su doctrina (contemplado, no obstante, en el Cur­so). La cuestión epistemológica reside en el problema de si el habla posee una organización propia que la haga susceptible de un estudio autónomo. En realidad, Saussure desalienta esta perspectiva: en el habla no hay nada cjdectiïû,„iisuÂmaxiife5- tacionea_son~indivicTuales v momentáneas. No hay nada más que la suma de casos particulares... sería quimérico reunir bajo un mismo punto de vista la lengua y el habla” (37-38). Martinet niega de plano que el habla pueda poseer una orga­nización independiente de la lengua: no haría más que volver concreta la organización de la lengua. El problema se ampli­fica cuando se impugna el carácter absoluto de la misma bipartición. Así es como de las insuficiencias que se le impu­tan a la dicotomía saussureana, se ha podido pasar a clasifi­caciones no dualistas como la hjelmsleviana de “esquema, nor­ma y habla”, entre otras.7 Una de las cuestiones abiertas, a propósito del carácter sistemático o no del habla, es la de la metodología y el encuadre conceptual a aplicarse en su análi­sis (por ejemplo, en el estudio de enunciados o de discursos, surge de inmediato el problema de dónde situar el concepto de “frase”: si dentro de la lengua o del habla).

’ Cf. la detallada discusión de este punto en Coseriu (7:11-113).

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III. ARBITRARIEDAD DEL SIGNO

La perspectiva del“punto de vista” le permite a Saussure, como vimos, afirmar que “el enlace que se establece entre las cosas preexiste, en este dominio [la lingüística J.S.], a las cosas mis­mas, y sirve para determinarlas” (47: 56). Ni la naturaleza del material acústico ni el carácter del concepto significado son pertinentes para fijar las demarcaciones de la lengua. Estas son autosuficientes, e intervienen en uno y otro plano —es de­cir, el del pensamiento y el del sonido— efectuando deslin­damientos recíprocos de unidades, combinando dos órdenes articulándolos. Cada término lingüístico — se lee en el Cur­so— es un miembro, “un articulus donde una idea se fija en un sonido y un sonido pasa a ser el signo de una idea” . Pero lo decisivo es que “la elección que requiere tal fragmento acústi­co para tal idea es perfectamente arbitraria” . No hay ninguna relación causal de orden lógico o natural que incida desde el exterior sobre el sistema de la lengua: “el enlace de la idea y el sonido es radicalmente arbitrario” .

La arbitrariedad del signo es la piedra angular de la lingüística de Saussure y la base de sustentación de su progra­ma semiológico. También aquí se puede apreciar la “ruptura epistemológica”, el cualitativo salto conceptual que separa a Saussure de sus predecesores. Ciertamente el convencionalismo whitneyano, en el que se inspiró inicialmente Saussure, ponía en claro el aspecto definidamente social de las lenguas, el he­cho de que su vigencia y continuidad se debían al consenso de una comunidad y no a factores externos a ella (naturales, bio­lógicos, etc.) y que, por consiguiente, como decía Whitney, no había sobre la tierra lengua alguna en la que existiera una conexión interna y esencial entre la idea y la palabra. Partien­do de estas premisas, se puede razonar que la “arbitrariedad” de las lenguas se debe a que sólo una convención permite re­ducir a unidades las diferentes articulaciones y los diferentes sentidos. Pero el convencionalismo limita la arbitrariedad a la forma externa (Whitney: “primero tenemos una idea y después le ponemos un nombre”), con lo que vuelve a caer en la concep­ción de la lengua como nomenclatura: el concepto es un dato prelingüístico, anterior a la convención.

La arbitrariedad radical de Saussure, en cambio, abarca los

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dos planos. La lengua es un conjunto de articulaciones, de lími­tes que introducen discontinuidad en la masa de las realizacio­nes fónicas y en la masa de las significaciones; nada definido, estable o fijo preexiste a las operaciones de la lengua: pensa­miento y sonido son, antes de su mediación, “dos masas amorfas” (156-157). Es la lengua la que permite que el hablante categorice una entidad fónica particular como tal o cual entidad significante y una entidad conceptual como tal o cual entidad significada; y estas categorizaciones no se deben a ninguna razón intrínseca a la naturaleza de la sustancia fónico-acústica o conceptual. La lengua es un sistema de valores puros en el que la identi­dad de cada unidad sólo deriva de su oposición a las demás uni­dades del sistema. Cada término del sistema lingüístico asume un valor que se define por las relaciones que mantiene con todos los demás términos. Este valor es diferencial, opositivo: su na­turaleza se agota en los caracteres que lo distinguen de los otros valores.

El valor lingüístico, concepto esencial del saussurismo, pues en él se cifra tanto el carácter “sistèmico” de la lengua como el principio de la arbitrariedad del signo, tiene, tanto como éste, un aspecto conceptual y un aspecto material. Desde el punto de vista material, lo que importa en la palabra “no es el sonido mismo, sino las diferencias fónicas que permiten distinguir a esa palabra de todas las demás, pues son ellas las que llevan la significación”. Como se postula que ninguna realización fónica es más apta que otra para transmitir aquello que se le enco­mienda, es evidente que “nunca un fragmento de lengua podrá fundarse, en última instancia, en otra cosa que en su no coinci­dencia con el resto”. De modo que “arbitrario y diferencial son dos cualidades correlativas”. En la lengua, constituida en­teramente por valores, no hay más que diferencias, sin tér­minos positivos. Un sistema lingüístico es una serie de dife­rencias de sonidos combinados con una serie de diferencias de ideas. Contra el convencionalismo, cuyo principio de la arbi­trariedad vacilaba al llegar al plano del concepto, Saussure afirma: no hay ideas dadas de antemano, sino valores que emanan del sistema. Y cuando se dice que éstos “corresponden a conceptos, se sobreentiende que son puramente diferenciales, definidos no positivamente por su contenido, sino negativamen­te por sus relaciones con los demás términos del sistema. Su mas exacta característica es la de ser lo que los otros no

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son” (162-163; el subrayado es mío), lo que implica que el con­tenido de un concepto estará fijado por lo que está fuera de él, delimitándolo y diferenciándolo. Saussure ejemplifica: el tér­mino francés mouton (así como el español carnero), aunque posee la misma significación que el inglés sheep, no tiene el mismo valor: ante la carne cocinada y servida, el inglés dirá mutton y no sheep; la diferencia de valor entre sheep y mouton consiste en que el término inglés tiene junto a sí un segundo término, lo que no ocurre con la palabra francesa (ni con la española).

Este fecundo principio ha sido desarrollado por la lingüística possaussureana y aplicado en otras disciplinas. Así como cada lengua delimita diferentemente el conjunto de los sonidos pronunciables, también delimita diferentemente la masa amorfa del significado. Hjelmslev ha mostrado (20: 78) cómo en el interior de un mismo campo semántico, las lenguas no coinciden exactamente en las mismas demarcaciones:

troeBaum arbre [árbol]

Holz bois [bosqueskov

Waldforêt [selva]

(danés) (alemán) (francés)

“La estructura esp ecífica de una lengua — com enta Hjelmslev—, los rasgos que la caracterizan por oposición a otras lenguas, la diferencian o la asemejan a éstas... determinan el lugar que ocupa en la tipología de las lenguas... Lo que, de acuer­do con Saussure, hemos llamado la forma lingüística, asienta diferentemente de una lengua a otra sus fronteras arbitrarias en un continuo de sustancia en sí mismo amorfo...” (20: 102- 103). Igualmente, en el dominio del parentesco (45: 133):

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húngaro francés [o español]

malayo

“hermano mayor” batya

“hermano menor” ÖCCSfrère

[hermano]sudará

“hermana mayor” nénesoeur

[hermana]“hermana menor” bug

La incorporación del principio de la arbitrariedad del signo por otras disciplinas (antropología, psicoanálisis —con reservas y modificaciones—, teoría de la comunicación social, etc.) tuvo lugar sobre la base de la formulación más general efectuada por Saussure. La faz material y la faz conceptual del signo recibie­ron tardíamente los nombres respectivos de significante y sig­nificado. Es, en efecto, prácticamente poco antes de finalizar el último de sus cursos de lingüística general (dictado en 1910-11) cuando Saussure introduce estos célebres términos. De Mauro observa atinadamente (9: 408) que la nueva denominación im­plica, en el plano de la terminología, la plena conciencia de la autonomía de la lengua como sistema formal respecto de la na­turaleza auditiva o acústica, conceptual, psicológica u objetal de las sustancias organizadas por ella. Al incorporar los dos nue­vos términos, Saussure subraya la radical arbitrariedad del sig­no lingüístico, pues significado y significante se comportan como “organizadores” y “discriminadores” de la sustancia comunica­da y de la sustancia comunicante.8

La extensión semiológica de los conceptos, a su vez, permite manipularlos en contextos disímiles, siempre que se respeten

8 Ibidem. De Mauro crítica asimismo que los editores del Curso, Bally y Sechehaye, hayan dejado perderse el sentido del contraste entre la vieja y la nueva terminología y lo que vincula a ésta con la Slgnificación más profunda del principio de la arbitrariedad.

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los atributos formales del signo. Saussure ha hecho notar, al respecto, el carácter lineal del significante verbal; siendo de naturaleza auditiva, se desenvuelve únicamente en el tiempo. Mientras los significantes visuales —por ejemplo, las señales marítimas— pueden ofrecer complicaciones simultáneas en distintas dimensiones, los significantes acústicos sólo dispo­nen de la línea del tiempo: sus elementos se presentan sucesi­vamente formando una cadena. La linealidad del significante lingüístico está en la base del funcionamiento mismo del siste­ma de la lengua. En el discurso, las palabras contraen entre sí cierto tipo de relaciones llamadas sintagmáticas. El sintagma es una combinación de palabras más o menos rígida, más o menos abierta; en el primer caso, se trata de formas regulares que Saussure recomienda atribuir a la lengua; en el segundo, de combinaciones libres pertenecientes al habla. También en este caso, las observaciones de Saussure han dejado abierto un campo de problemas: dos orientaciones diferentes han adopta­do las investigaciones sintagmáticas de acuerdo con la rela­ción combinatoria que consideren fundamental (14: 27-31). O bien se trata de la idea de vecindad, de proximidad —que deri­va del principio de la linealidad del significante— , y en ese caso este enfoque culmina en el distribucionalismo (la distri­bución de una unidad es el conjunto de los entornos en que puede aparecer; el entorno de un enunciado está constituido por los elementos que lo preceden y lo siguen). O bien se enfo­ca la coexistencia, haciendo abstracción de la distancia y del orden de los elementos coexistentes; este enfoque es propio de la glosemática (en cuya descripción de la lengua es fundamen­tal la “solidaridad” y la “combinación” de las unidades). Otro tipo de conexiones, diferentes de las sintagmáticas, son las re­laciones asociativas, o paradigmáticas, cuya sede, de acuer­do con Saussure, es el cerebro, formando parte del “tesoro inte­rior” que constituye la lengua para cada individuo. Mientras la conexión sintagmática es in p raesen tia , la conexión asociativa une términos in absentia, pues depende de una serie virtual delimitada por la memoria y la asociación (tanto a partir de la imagen acústica como del significado).

De la arbitrariedad del signo, finalmente, se desprenden dos atributos opuestos de la lengua: su mutabilidad en el curso del tiempo y la estabilidad del sistema en el tiempo. En efecto, siendo independiente de toda realidad lógica o natural, la len­

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gua sufre los más profundos cambios; por otro lado, y en virtud de lo mismo, mientras los significantes y los significados se transforman, el sistema lingüístico se mantiene. Estas carac­terísticas, y otras debidas al principio de la arbitrariedad, tie­nen su fundamento último en la dimensión profundamente social de la lengua, que no respondiendo a ninguna exigencia externa, posee como única y sólida base de sustentación el con­senso social. “El sistema de signos está hecho para la colectivi­dad como el navio está hecho para el mar”, ha dicho Saussure.9

IV. HISTORIA Y SISTEMA

El hecho de que el signo sea arbitrario —en sus dos componen­tes y en el enlace entre éstos— implica que la conformación pro­pia de cada significado y de cada significante sólo depende de que los demás significados o significantes que coexisten con él en el mismo sistema lo delimiten de ese modo y no de otro. Es decir que todo el valor del signo depende, a través del sistema, de las contingencias históricas de la sociedad, pues el valor lingüístico es fundamentalmente social e histórico. El estudio de la realidad del signo debe concentrarse, pues, en la investi­gación del sistema que le adjudica su valor. El punto de vista historicista y el estructural están, así, ligados y el predominio del segundo sobre el primero no se justifica sino como una fase precisa y delimitada de una investigación cuyo horizonte es de­claradamente histórico. Tiende a oscurecer este aspecto del saussurismo la convergencia de dos factores: por un lado la ex­pansión, en las ciencias humanas, de la ideología estructuralista, que, declarando inspirarse en Saussure, hipostatiza el sistema y relativiza o disuelve la dimensión histórica; por otro, la misma organización del Curso, que relega a las últimas secciones los temas históricos, dando prioridad en la exposición a la distin­ción, hecha fuera de todo contexto, entre la lengua como forma y el habla como realización fónico-acústica. Saussure, en cambio,

9 Esta frase de sus cursos no fue incorporada a la edición de Bally y Sechehaye. La cita De Mauro en 9:XVII.

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partía —en el último de sus cursos (1910-11), base principal de la obra de Bally y Sechehaye— del análisis de las lenguas, des­tinado a que el estudiante tomara conciencia del carácter con­tingente e históricamente accidental de la organización de los significantes y de los significados de las distintas lenguas, para estudiar luego los aspectos universales, comunes a todas ellas, la lengua en general y por último los fenómenos del habla.10

La evolución intelectual de Saussure registra el mismo des­plazamiento —metodológico— del interés por la historia a la preocupación por el sistema. Para estudiar los sucesivos esta­dos históricos de las lenguas, advirtió, se requería un cuerpo de definiciones, un encuadre lógico, una idea precisa de los funda­mentos de la lengua; en una palabra: una teoría lingüística. Es la necesidad de elaborarla la que le impide dedicarse plenamen­te a su pasión histórica y lo impulsa —contra sus preferen­cias—11 a internarse en la inexplorada y ardua cuestión de “la lengua en general”. Así advierte que para alcanzar lo concreto histórico, para restituir a lo contingente en su necesidad propia, era preciso situar a cada elemento dentro de la red de relacio­nes que lo determina (5: 34) y por consiguiente estudiar cada estado de lengua en sí mismo, en su momento de equilibrio, abs­trayendo —o “poniendo entre paréntesis”, como diría casi con­temporáneamente Husserl— la dimensión histórica. Esa abs­tracción debía llevar a superar la confusión teórica que se ad­vertía en la lingüística, la cual “situándose en un terreno mal

10 (9: 368 y 424). El plan previsto por el propio Saussure era textual­mente el siguiente: “Retomemos ese térm ino: las lenguas. La lingüística no tiene que estudiar más que el producto social, la len­gua. Pero este producto social se manifiesta por una gran diversidad de lenguas (el objeto concreto es, pues, ese producto social depositado en el cerebro de cada uno). Lo dado son las lenguas. Primero hay que estudiar las lenguas, una diversidad de lenguas. De la observación de éstas, se extraerá lo universal. Tendremos entonces ante nosotros un conjunto de abstracciones que será la lengua. En tercer lugar, habrá que ocuparse del individuo. La ejecución tiene una importancia, pero no es esencial. Hay que evitar confundir en el estudio el fenómeno general y el mecanismo de ejecución individual” (fuentes manuscritas citadas en 9: 456).

11 "En última instancia lo que me interesa es sólo ese aspecto pin­toresco de una lengua que la distingue de todas las demás como

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delimitado... cabalga sobre dos dominios, por no saber distin­guir claramente entre los estados y las sucesiones” (118-119).

Saussure hará de esa distinción un principio metodológico básico: la dualidad interna de la disciplina se expresará en el nítido deslindamiento de una lingüística sincrónica —que se ocupará de los aspectos estáticos (el sistema en equilibrio)— y una lingüística diacrònica, encargada de estudiar las evo­luciones y sus distintas fases (las alteraciones del sistema). Ambas lingüísticas están jerarquizadas: la perspectiva sin­crónica tiene primacía tanto desde el punto de vista del obje­to (para el hablante, la sucesión, en el tiempo, de los hechos de lengua “es inexistente: el hablante está ante un estado”; para la masa hablante, la sincronía “es la verdadera y única realidad”) como del método (“es evidente que el aspecto sin­crónico prevalece sobre el otro” pues si el lingüista “se sitúa en la perspectiva diacrònica no será la lengua lo que perciba, sino una serie de acontecimientos que la modifican” (117 y 128). Así, pues, todo el peso teórico innovador del concepto de lengua se traslada, en el aspecto metodológico, a la lingüística sincrónica, mientras que el carácter en cierto modo subordi­nado —desde el punto de vista de las nuevas tareas asigna­das a la disciplina— del habla pasa a la diacronia (“todo cuanto es diacrònico en la lengua sólo lo es por el habla”, cuyos ele­mentos, a su vez, deben “subordinarse” a la ciencia de la len­gua: 138 y 36).

Las dos lingüísticas que Saussure postula se oponen tanto en sus métodos como en sus principios. La sincrónica se basa en una sola perspectiva, la de los hablantes: para determinar una realidad lingüística es “necesario y suficiente” averiguar en qué medida existe ésta para la conciencia de los sujetos hablantes.

perteneciente a cierto pueblo con ciertos orígenes, es ese aspecto casi etnográfico — escribirá Saussure a Meillet en 1894— , y precisamen­te ya no puedo complacerme en tal estudio sin prevenciones... Sin cesar la inepcia absoluta de la terminología corriente, la necesidad oe reformarla y de mostrar así qué especie de objeto es la lengua en general malogra mi placer histórico, aunque mi más preciado anhelo seria no ocuparme de la lengua en general”. En la misma carta,

aussure se declara “preocupado desde hace tiempo por la clasifica­ción lógica” de los hechos de lenguaje. Cf. 4: 95.

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La perspectiva de la lingüística diacrònica, en cambio, es do­ble: por un lado, prospectiva: siguiendo “la verdadera marcha de los acontecimientos” se estudian críticamente los documen­tos que son su testimonio; por otro, retrospectiva: se parte de una forma dada para remontar el curso del tiempo en busca de la forma más antigua que la haya podido producir. Las leyes que derivan de una y de otra lingüística difieren: las sincróni­cas son generales, pero no imperativas, pues ponen de mani­fiesto regularidades precarias; las diacrónicas son imperati­vas, pero siempre accidentales y particulares.

Si la formulación de dichas leyes tiene una inspiración durkheimiana, también se podrían señalar antecedentes de la dicotomía sincronia/diacronia en el lingüista polaco Baudouin de Courtenay (quien en 1895 proponía distinguir la observación de los hechos lingüísticos en un punto particular del tiempo, de su evolución), en el suizo Anton Marty (cuando sugería en 1908 separar la parte descriptiva y la parte genética de la filosofía del lenguaje) y aun en otros. Pero, aparte del hecho de que la “influencia” de éstos sea más que dudosa, pues ya en 1881, en sus cursos sobre alemán antiguo, Saussure distinguía y oponía el análisis histórico y la descripción sincrónica, la originalidad de Saussure y el carácter innovador de su investigación residen menos en el enunciado de una y otra tesis particular que en la obstinada preocupación por reunirías en una axiomática estric­ta (“la teoría debe ser tan rigurosa como la lengua”). Desde este punto de vista, el programa de la lingüística sincrónica saussureana tiene un carácter inaugural para el futuro de la disciplina. En él se acentúa la especificidad de la lingüística como ciencia que trabaja sólo con valores (es decir con equivalencias, identidades y diferencias), lo que la obliga a distinguir escrupu­losamente los ejes que sitúan a su objeto de estudio: un eje de simultaneidades, que concierne a las relaciones entre cosas coexistentes y del cual está excluida por principio toda inter­vención del tiempo, y un eje de sucesiones, que incluye todos los elementos del primer eje con sus cambios respectivos. Esta dicotomía no separa dos objetos, sino dos accesos metodológicos a un mismo objeto. Saussure enfoca la cuestión con espíritu dialéctico: “la verdad sincrónica parece ser la negación de la ver­dad diacrònica, y viendo las cosas superficialmente, podría pen­sarse que hay que optar; pero no es necesario: una verdad no excluye a la otra” (135).

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La autonomía y la interdependencia de lo sincrònico y lo dia­cronico son comparables, según Saussure, a la proyección del prim ero sobre un plano; si bien toda proyección depende direc­tam ente del cuerpo proyectado, también difiere de él, es una cosa aparte: en lingüística existe la misma relación entre la realidad histórica y un estado de lengua, que es como su pro­yección en un momento dado.

El ejemplo más célebre, sin embargo, es el que compara al juego de la lengua con una partida de ajedrez. En uno y otro caso estamos frente a un sistema de valores y asistimos a sus modificaciones. Un estado del juego es similar a un estado de la lengua. Las piezas tienen un valor relativo a su posición en el tablero, del mismo modo que en la lengua cada término tie­ne un valor relativo a su oposición con todos los demás. Tanto el ajedrez .como la lengua se rigen por convenciones que preexisten a cada movimiento y subsisten luego de él. Cada estado del juego es un momento de equilibrio, pero después del movimiento de una pieza surge otro equilibrio, y el cambio operado no pertenece a ninguno de los estados. Sin embargo, Saussure señala un punto en que la confrontación no es váli­da: el jugador de ajedrez “tiene la in ten ción de efectuar el desplazamiento y de ejercer una acción sobre el sistema, mien­tras que la lengua no premedita nada: sus piezas se desplazan —o mejor, se modifican— espontánea y fortuitamente” (127). Lepschy ha señalado otro: las reglas del ajedrez implican cier­ta información de algún modo “diacrònica” : saber, por ejemplo, si el rey se ha movido y luego ha vuelto a su puesto, para deci­dir si puede enrocar, etc.; nada semejante hay en la lengua cuando se la estudia con un modelo puramente sincrónico (27: 44-45). En efecto, “la lengua es un sistema de puros valores que nada determina fuera del estado momentáneo de sus tér­minos”; el enfoque estático preconizado por Saussure está des­tinado a aplicarse a ese “estado momentáneo”, al momento de equilibrio en el que “todas las partes pueden considerarse en su solidaridad sincrónica” (116 y 124). La lengua misma sólo sería “comparable a la idea completa de la partida de ajedrez, que implica a la vez cambios y estados”; por eso el “objeto” de la lingüística “puede ser histórico”.12

12 Notas autógrafas de Saussure citadas en 9: 423.

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Saussure es consciente de que “la lengua aparece siempre como una herencia del pasado”, y que el mismo “estado de len­gua” —al que se aplica la lingüística sincrónica— “es siempre el producto de factores históricos, siendo estos factores los que explican por qué el signo es inmutable”, así como también por qué el signo se altera. La historicidad del signo y su arbitrarie­dad son aspectos indisolubles: “por ser el signo arbitrario no conoce otra ley que la de la tradición, y porque se funda en la tradición puede ser arbitrario” (105 y 108). Sumergida por en­tero en la historia, que le da vida y la mantiene, la transfor­ma y la conserva, la lengua debe ser estudiada, en cada uno de sus estados, como un sistema de signos arbitrarios, inmotiva­dos y susceptibles de alteración. De Mauro vincula muy bien los dos aspectos al comentar: “si se comprende el real alcance de la arbitrariedad, ésta es sinónimo de la radical historicidad de toda sistematización lingüística, en el sentido de que toda sistematización no tiene fuera de sí, sino en sí misma la norma mediante la cual se divide la experiencia en significados y las fonías en significantes: por eso no está ligada a la estructura objetiva de las cosas o de las realidades acústicas, sino que, adoptándolas como materias, está principalmente condiciona­da por la sociedad que le da vida en función de sus propias necesidades. Por eso la lengua es radicalmente social e históri­ca” (9: 353).

V. LINGÜISTICA Y SEM IOLOGIA

La arbitrariedad del signo es un atributo funcional cuyo campo de operación excede a la lingüística: el alfabeto Morse, por ejem­plo, o el lenguaje de los sordomudos entran en él. Otras formas de significación —los ritos simbólicos, las señales de cortesía, etc.— tienen mayor motivación (o sea menor arbitrariedad). Saussure considera que los signos enteramente arbitrarios son los que mejor realizan el ideal del procedimiento semiológico; por eso, aunque su objeto, la lengua, sea sólo un sistema parti­cular, la lingüística podría convertirse en el modelo general de la semiología. Esta sería una ciencia consagrada a estudiar “la vida de los signos en el seno de la vida social”, y las leyes que los

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rigen. La preocupación, propia de su época, por la especificidad de la disciplina, mueve a Saussure a interrogarse: “¿por qué la semiología aún no es reconocida como ciencia autónoma, tenien­do, como las demás, su objeto propio?” y a contestar: giramos en u n “círculo vicioso”; es la lengua la que nos indica la naturaleza del problema semiológico, pero para plantear este problema ade­cuadamente, es preciso estudiar la lengua en sí misma. Es decir, rechazar como no específico el enfoque psicológico —que sólo estudia la ejecución individual, mientras que el signo es social— y la unilateralidad de la perspectiva sociológica —que asimila la lengua a las demás instituciones sociales, mientras que la característica esencial del signo es que escapa siempre, en algu­na medida, a la voluntad individual o social. Distribuido así en­tre varias disciplinas, la especificidad del signo se desvanece y no se llega a advertir “la necesidad o la utilidad particular de una ciencia semiológica”. Para nosotros, en cambio —afirma Saussure— “el problema lingüístico es ante todo semiológico y todo nuestro análisis adquiere significación en virtud de este importante hecho” (34-35).

Desde el primer momento, el interés teórico por el sistema de la lengua, su funcionamiento y naturaleza, está asociado a la fundación de una ciencia semiológica. Persuadido de la im­portancia fundamental de la arbitrariedad del signo lingüístico, Saussure se pregunta hasta qué punto otros sistemas de signos también poseen ese carácter, y vacila en cuanto a incluirlos, o no, dentro de la semiología tal como él la preconiza. Cuando la semiología se organice —piensa— deberá preguntarse “si los modos de expresión que se basan en signos enteramente natu­rales —como la pantomima— le pertenecen de derecho” (100). Pero suponiendo que los incluya en su estudio, no por eso “su principal objeto” dejará de ser el conjunto de los sistemas fun­dados en la arbitrariedad del signo. En la sociedad, las con­venciones de la significación —los signos de cortesía, por ejem­plo si bien pueden tener cierta expresividad “natural”, están

e todos modos fijados por una regla. Saussure advierte que Pueden existir gradaciones insensibles entre el simbolismo natural y el signo enteramente arbitrario: “la semiología: su

ommio, sus tareas (por ejemplo distinguir grados en el carác- er arbitrario de los diversos sistemas)” {17: 67).

b i ^ussure> Que inicialmente lo utilizara, desecha el término “sím- 0 o para designar al signo lingüístico: mientras éste es ente-

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ramente arbitrario, el símbolo nunca lo es por completo; siempre subsiste en él un “rudimento” de vínculo natural entre el significante y el significado. Contemporáneamente a Saussure —pero ignorándose recíprocamente— , el filósofo norteamericano Charles S. Peirce emplea, en cambio, el término “símbolo” para designar una clase particular de signos. Peirce, en efecto, desa­rrolló las bases de una ciencia de los signos, en la que éstos se distribuían en tres órdenes: iconos, que operan por la similitud entre dos elementos (p. ej.: el dibujo que representa a un animal y el animal representado); indicios, que operan por la contigüi­dad de hecho existente entre dos elementos (p. ej.: el humo es el indicio de fuego); y símbolos, que operan por contigüidad insti­tuida (p. ej.: la palabra “estrella” denota la clase de objetos con­vencionalmente conocidos con ese nombre) (40: 45-62).

Pero mientras Peirce, figura fundamental del pragmatismo estadounidense, vinculaba los análisis de su Semiotics al mar­co de una investigación esencialmente lógica (siendo la lógica para él una disciplina consagrada a estudiar las “condiciones que debe satisfacer una aserción para que pueda corresponder a la ‘realidad’”), Saussure, como vimos, asocia el destino de la futura Semiología a la renovación de la lingüística en la que él mismo está empeñado. Por lo demás, lejos de prestar atención a la correspondencia entre lenguaje y realidad, se interesa por la sistematización interna y el funcionamiento autónomo de los distintos procedimientos semiológicos vehiculizados por la sociedad, entre los cuales la lengua se destaca por su compleji­dad, universalidad y sistematicidad (derivada de la naturale­za arbitraria de sus unidades). El valor teórico esencial de la perspectiva de Saussure sobre la semiología consiste en seña­lar la fecundidad del modelo de la lengua para toda investiga­ción futura sobre la vida de los signos. Después de él, la inves­tigación lingüística y semiológica se orientará por vías diver­sas y aun opuestas.

VI. UNA HERENCIA POLEMICA

La influencia de Saussure en la lingüística del siglo xx es múl­tiple y variada, aunque se haya lamentado que sean los aspec­tos erróneos —o supuestamente erróneos— del Curso los que

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han llamado primero la atención más que sus aspectos correc­tos y sobre todo que no se estudiara este texto en su conjunto, como sistem a coherente de pensam iento, sino fragm en­tariamente, de acuerdo con las necesidades polémicas del mo­mento (38: 75). Los principios saussureanos —en algunos ca­sos modificados, relativizados o discutidos— están presentes sobre todo en diversas “escuelas” lingüísticas que han tenido su epicentro —ocasional o permanente— en Praga, Copenhague y París.

La escuela de Praga. Si bien Saussure distinguía el sonido material del significante inmaterial, y comprendía que “la de­limitación de los sonidos de la cadena hablada sólo puede apo­yarse, pues, en la impresión acústica”, no llegó a advertir la necesidad de una disciplina específica que estudie, con méto­dos propios, los “elementos diferenciales, destacados para el oído” (65 y 83), que están en la base de esa delimitación. Está transición será efectuada por el lingüista ruso N. S. Trubetzkoy, quien, partiendo de la oposición entre el habla y la lengua, dis­tingue entre una ciencia que debe ocuparse de los sonidos del habla (“fenómenos físicos concretos” que requieren los méto­dos de las ciencias naturales) y una nueva disciplina, la cien­cia de los sonidos de la lengua, que utilizará “métodos pura­mente lingüísticos, psicológicos o sociológicos”, llamando a la primera “fonética” y a la segunda fonología.

La fonología debe ocuparse de los fonem as; en la nueva acep­ción que adopta este término: “unidades fonológicas que, desde el punto de vista de la lengua en cuestión, no pueden ser ana­lizadas en unidades aun más pequeñas y sucesivas... el fonema es la suma de las particularidades fonológicamente pertinen­tes que comporta una imagen fónica” (49: 3 y 37-40). En tanto que la fonética estudia los factores materiales de los sonidos pronunciados, las diferencias no percibidas por el hablante, la fonología se interesa en las diferencias que el hablante perci­be, pues son éstas las que le permiten distinguir el sentido de las palabras. Con una inspiración claramente saussureana, se insiste en el carácter distintivo y diferencial de los fonemas, así como en su aspecto opositivo.

El acta de nacimiento de la fonología es el Congreso lingüístico de La Haya (1928), donde Trubetzkoy y otros dos rusos, F. Karcevski y Roman Jakobson, presentan un programa en el que

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además de preconizar la distinción disciplinaria mencionada, se reclama enfoques globales y el estudio de las leyes de estructu­ra de los sistemas fonológicos y la extensión de estos principios no sólo a la descripción de los sonidos, sino también al estudio de su evolución histórica. Empieza a hacerse evidente que la inspiración saussureana de las investigaciones propuestas no impide una apropiación polémica y crítica de los principios del maestro. Esto ocurre sobre todo con la dicotomía sincronía/ diacronia, cuyo carácter absoluto niegan los praguenses: “la antinomia de la fonología sincrónica y la fonética diacrònica —afirman— quedaría suprimida en el momento en que los cam­bios fonéticos fuesen considerados en función del sistema fonológico que los sufre” (28: 98). Precisamente esta posibilidad es la que excluye el Curso: “en la perspectiva diacrònica nos ocu­pamos de fenómenos que no tienen relación alguna con los sistemas, aunque los condicionen”, había dicho Saussure. Y tam­bién: “como las alteraciones no se hacen nunca sobre el bloque del sistema, sino sobre uno u otro de sus elementos, sólo pueden ser estudiadas fuera del sistema” (122 y 124). Desoyendo esta advertencia, los lingüistas de Praga concebirán un enfoque di­námico del sistema fonológico y de las leyes estructurales que rigen su transformación, introduciendo también un enfoque teleologico: el sistema fonológico siempre está orientado por la tendencia hacia un fin, posee una lógica interna y un sentido cuya explicación corresponde a la fonología histórica (cf. 22). El programa del “Círculo lingüístico de Praga” dio lugar a una ex­pansión diversificada de las investigaciones fonológicas, pero la unidad de la escuela se resintió por la muerte de algunos de sus integrantes (particularmente Trubetzkoy en 1938), la dispersión consiguiente a la guerra y el enfrentamiento de tendencias in­ternas, algunas de las cuales siguen alimentando polémicas (por ejemplo, la controversia sobre el “binarismo” de las oposiciones).

La escuela de Copenhague. En 1935 y 1936, miembros del “Círculo lingüístico de Copenhague” —entre los que se desta­caba Louis Hjelmslev— criticaron la fonología praguense, a la que acusaban de establecer el sistema de los fonemas sólo a partir de “ideas de sonidos” y del “sentimiento de la lengua”. En su lugar propusieron una “ciencia que trate de los fonemas exclusivamente como elementos de lengua”, a la que llamaron “cenemática”, del griego “cenema”, vacío (19: 140). La denomi­

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nación sugería el carácter “vacío de contenido” que debía po­seer el concepto formal que se preconizaba, y era una manifes­tación polémica de antisustancialismo. Hjelmslev enfatizaba así una posición formalista y axiomatizante que consistía en retomar los temas saussureanos y desarrollarlos encua­drándolos en una perspectiva lógica y rigurosa. Así como en Saussure el signo lingüístico tiene dos caras: significado y significante, también Hjelmslev distingue dos planos en el len­guaje: el “contenido” y la “expresión” y define las complejas condiciones de su interdependencia, tratando de dar a esos tér­minos una acepción puramente operacional y formal; de esta manera la expresión y el contenido no son sino los términos correlativos (llamados “functivos”) de la función. Entre uno y otro hay recíproca implicación: “la función semiótica es en sí misma una solidaridad: expresión y contenido son solidarios y se presuponen necesariamente uno al otro” (20: 72).

Inspirándose en una idea de Saussure —“la lengua es una forma y no una sustancia”—, Hjelmslev distingue entre forma y sustancia de la expresión, y forma y sustancia del contenido. La sustancia aparece al proyectarse la forma sobre la materia, así “como una red abierta arroja su sombra sobre una superfi­cie indivisa” . Una misma m ateria puede estar formada diversamente en las diversas lenguas. La escritura, los soni­dos y, en general, cualquier elemento que pueda servir de se­ñal, son materia en el plano de la expresión; los conceptos, las ideas, son materia en el plano del contenido (19: 149; cf. tam­bién 33).

Por otro lado, la dicotomía saussureana de la lengua y el ha­bla es asimilada por Hjelmslev a dos modelos de alcance gene­ral: el sistema y el proceso, entendiéndose que también en este caso se trata de términos complementarios que se suponen recíprocamente: todo proceso supone un sistema subyacente y la existencia de todo sistema depende de un proceso. Un proceso puede ser considerado como una combinación de un número li­mitado de elementos que recurren en varias combinaciones. Lstos elementos deberían estar dispuestos en clases, permitien­do enunciar exhaustivamente sus posibles combinaciones. El proyecto de Hjelmslev consiste en fundar un método exacto de

escripcióñ lingüística que al mismo tiempo sirva de orienta­ron para el conjunto de las ciencias humanas. El carácter °Positivo y complementario del proceso y el sistema debería per-

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mitir que la historia supere la etapa primitiva de la simple des­cripción y se convierta en una “ciencia sistem ática, exacta, generalizadora” . De esta manera, asentando la teoría lingüística sobre nuevas y sólidas bases, las ciencias humanas podrán fi­nalmente, desechando las viejas objeciones humanistas, consti­tuir los hechos humanos en objetos de ciencia (20: 17-20).

La lingüística funcional. Mientras en Hjelmslev y su escuela la idea de “función” es sim ilar a la concepción de la función en matemáticas, los lingüistas de la escuela de Praga utilizaron el término para referirse a la significación — la función de la palabra, o de la frase— o bien la estructura de las unidades fonológicas: la función del fonema. En esta acepción, el punto de vista funcional no sólo subrayaba la importancia de las re­laciones en el interior de los sistemas de lenguas, sino también las relaciones de los sistemas de lenguas y de las m anifestacio­nes lingüísticas con la realidad extralingüística (50: 34).

En los últimos treinta años la lingüística funcional ha tenido un desarrollo coherente y continuo en la orientación impresa a los estudios fonológicos, lingüísticos y semiológicos por el lin­güista francés André Martinet. En esta escuela se da prioridad a la función de comunicación del lenguaje: son las necesidades de la comunicación las que permiten explicar, en el plano de la sincron ía , los caracteres fundam entales de las unidades lingüísticas — oposición, discreción, solidaridad— , de su estruc­tura y, en el nivel de la diacronia, conocer las causas del mante­nimiento, de la deseparación, de la transformación de las uni­dades y explica la evolución de los sistemas (16: 157). El método funcional, en una aplicación operacional del significado y el significante saussureanos, establece clases de sentidos y clases de fonías, y la comparación de dichas clases le permite analizar­las en unidades más pequeñas (4 4 :133; cf. también 34). En defi­nitiva, el método hace conscientes y trata científicamente las clasificaciones que el propio hablante percibe en la comunica­ción corriente. El criterio esencial que ha orientado los estudios de esta corriente reside en un principio basado en los atributos del signo saussureano (la arbitrariedad y la linealidad), así como en el funcionamiento fonológico, y propuesto por Martinet en 1949: el de la doble articulación del lenguaje.

La primera articulación abarca tanto el plano de la expresión como el plano del contenido, y sus unidades son los “monemas”

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(que no coinciden necesariamente con las palabras), las unidades significativas mínimas del enunciado. La segunda articulación se limita al plano de la expresión y es la que construye la propia unidad significativa a partir de unidades sucesivas mínimas no significativas sino distintivas: los “fonemas”. Todo usuario de una lengua natural se comunica mediante mensajes doblemente estructurados: puede construir un número indefinido de enun­ciados sobre la base de un inventario reducido de algunos pocos miles de monemas diversos; a su vez, los significantes de los monemas se reducen a unas pocas decenas de fonemas. Martinet ha hecho notar que si bien en primera instancia el principio de la doble articulación puede ser visto como un truismo, la verdadera dimensión del problema surge cuando se trata de imponerlo como criterio distintivo entre lo que es lengua y lo que no lo es. La jerarquización de los hechos de lengua que se desprenden del ci­tado principio se vinculan, en esta concepción, a los aspectos fun­cionales del signo saussureano y confirman su arbitrariedad. In­dicar el carácter doblemente articulado de la lengua es mostrar cómo cada comunidad establece sus propios valores y preserva su identidad lingüística mediante los fonemas, que por ser “unida­des sin faz significada” mantienen su autonomía ante los desliza­mientos de sentido, convirtiéndose así, a través del tiempo, en “los verdaderos garantes de la arbitrariedad del signo” (35: 26- 28; cf. también 34 y 36).

El principio de la doble articulación, por otra parte, es una base firme para fijar la orientación de los estudios semiológicos en su relación, inicialmente incierta, con la lingüística. Negar las propiedades del sistema de la lengua a cualquier otra forma de comunicación que no sea doblemente articulada, es fijar un criterio de pertinencia para la fundación de una semiología que, como quería Saussure, mantenga la especificidad de “la vida de los signos en el seno de la vida social” enseñándonos “en qué consisten y cuáles son las leyes que los gobiernan” .

VII. SAUSSURE Y LAS CIENCIAS HUMANAS

El problem a de la fundación de la semiología siguió asociado a ln£üística saussureana en las obras de Eric Buyssens, Luis

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J. Prieto y Roland Barthes. En 1943 Buyssens hizo conocer Les langages et le discours (subtitulado “Ensayo de lingüística fun­cional en el marco de la sem iología” ), donde estudia los “len­guajes diferentes de las lenguas”, es decir los procedimientos de com unicación no lingüísticos, efectuando una cuidadosa cla­sificación de los mismos. Los procedimientos de señalización son distinguidos en “sistem áticos” (cuando utilizan signos es­tables y constantes: señales de la carretera, p. ej.) y “asis- tem áticos” (el caso contrario: avisos publicitarios basados en la form a y el color); también se distingue la relación “intrínse­ca” entre el sentido de la señal y su forma (señalización de una tienda por medio de un sombrero) de la relación “extrínseca” , arbitraria o convencional (la cruz roja que señala una farm a­cia) (6).

La obra de Buyssens, que contiene, además de las m encio­nadas, muchas otras indicaciones fructíferas para el desarro­llo de la sem iología, constituyó un trabajo precursor que sería retomado en la década del ’60 por el argentino Luis J. Prieto, discípulo de Martinet y penetrante investigador de la teoría funcional del significado. En su trabajo La sém iologie (41) y sobre todo en el libro M essages et signaux (43) Prieto desarro­lla con rigor el análisis de un amplio conjunto de sistemas de com unicación no lingüísticos (códigos de la circulación, de se­ñalización, marítimos, etc.), estudiándolos desde una perspec­tiva lógica que contribuye a consolidar las bases de la semiología naciente. También analiza detalladamente situaciones de co­municación lingüística, enfatizando el carácter funcional de las circunstancias y los aspectos “económ icos” (relativos al costo mayor o menor de la transmisión del mensaje) que modulan las opciones del usuario de la lengua.

Tanto Buyssens como Prieto acentúan el carácter del len­guaje como sistema de comunicación, lo que implica, en su pers­pectiva, una atención constante al aspecto intencional de la com unicación y, correlativamente, a las posibilidades de “éxi­to” de la m ism a.13 El objeto de la semiología que buscan fundar sería así el estudio de los hechos que Prieto llama señales.

13 "Cuando el acto sémico tiene éxito, lo que el receptor ‘compren­de’ coincide con lo que el emisor ‘quiere decir’” (42: 40).

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Roland Barthes, en cambio, amplía considerablemente ese cam­po de investigación, incorporando a él una serie heterogénea de fenómenos sociales significativos y analizándolos particu­larmente desde una perspectiva crítico-ideológica. Esta amplia­ción de un ámbito celosamente deslindado por los semiólogos de la comunicación no ha dejado de provocar la réplica de és­tos. Buyssens considera que las investigaciones de Barthes implican “una concepción modificada de la sem iología” (6: 13). Prieto, por su parte, señala que “Barthes extiende el campo de la disciplina a todos los hechos significantes, incluyendo así hechos como el vestido, por ejemplo, que Buyssens deja expre­samente al margen. La distinción... entre la auténtica com uni­cación y la simple manifestación o entre la comunicación y la significación proporciona “la clave de la diferencia que separa las tendencias que representan”, respectivamente, Buyssens y Barthes (41: 94).

En efecto, la diferencia entre ambas perspectivas es eviden­te y aun puede encontrarse corroborada en las distintas defi­niciones que proponen Buyssens y Barthes: mientras para el primero “la semiología se puede definir como el estudio de los procedimientos de comunicación, es decir de los medios utili­zados para influenciar a los demás y reconocidos como tales por aquel a quien se quiere influenciar” (6: 11), Barthes decla­ra: “el objetivo de la investigación sem iológica consiste en reconstituir el funcionamiento de los sistemas de significación distintos de la lengua... se estudian los objetos únicamente desde el punto de vista del sentido que poseen, sin hacer inter­venir, por lo menos prematuramente... los demás determ inan­tes (psicológicos, sociológicos, físicos) de esos objetos” (3: 132- 133 = 55: 65-66).

Barthes, que no es lingüista de formación (se ocupó durante cierto tiempo de teoría y crítica literaria y teatral), comenzó a mediados de la década del ’50 a incorporar a sus análisis de los mitos” de la cotidianeidad francesa una term inología y con-

ceptualización saussureanas que serían más tarde sistem a­tizadas, con carácter de program a, en sus “E lem entos de semiología” (1964). Estos se proponen tomar de la lingüística conceptos analíticos a los que se adjudica “a priori” un alcance su fic ien tem en te g en era l para in ic ia r la in v e s t ig a c ió n semiológica e “introducir un orden inicial (aunque provisorio) en la masa heterogénea de los hechos significantes” . Pero el

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problem a teórico que plantea la perspectiva barthesiana —por lo demás plena de sugestiones valiosas para el análisis de la ideología de las comunicaciones de masas y en general de los “textos” sociales14 — es la legitim idad y pertinencia de su in­versión de Saussure. Barthes piensa que, dada la total im preg­nación de las sign ificaciones por el lenguaje, habría que trastrocar la relación de inclusión — especificada en el Curso— entre semiología y lingüística: ésta no es un sector, aunque im ­portante, de aquélla, sino la sem iología una parte de la lingüística. Más precisamente: de una “translingüística” que abarca el mito, el relato, el artículo periodístico — o sea “todos los conjuntos significantes cuya materia prima es el lenguaje articulado”— e incluso otros “objetos de nuestra civilización” , en la m edida en que sean “hablados” (la entrevista, la conver­sación y aun el lenguaje interior). Es evidente que una apertu­ra como ésta a objetos tan variados no puede m antener la univocidad y la sistematicidad de los conceptos saussureanos, por lo que las sucesivas empresas semiológicas barthesianas han suscitado cierta inquietud y recelo entre los lingüistas embarcados en una semiología de la comunicación.

Ese recelo, en realidad, es extensivo a toda la expansión sem iológica actual, hecha — en su opinión— a expensas del ri­gor lingüístico, y abarca, además de Barthes en teoría de la com unicación social, a Claude Lévi-Strauss en antropología y Jacques Lacan en psicoanálisis, para nombrar a los represen­tantes más notorios de este saussurismo generalizado.

Lévi-Strauss intenta aplicar el modelo semiológico a la an­tropología, sobre todo en el dominio del estudio del parentesco y el análisis de mitos, considerando por ejemplo que las reglas m atrim oniales y los sistemas de parentesco son como “una es­pecie de lenguaje, es decir un conjunto de operaciones destina­das a asegurar, entre los individuos y los grupos, cierto tipo de com unicación” (29: 56). En Las estructuras elem entales del parentesco, después de pasar revista a una serie de prohibicio-

14 Dichos análisis han sido realizados sobre todo por los integran­tes del Centro de Estudios de Comunicaciones de Masa, animado por Barthes y publicados en la revista Communications (París) en los últimos diez años (varios números han sido traducidos en Buenos Aires por Editorial Tiempo Contemporáneo); cf. 55, 51, 59, 58.

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nés de diversos grupos indígenas, Lévi-Strauss concluye que todas ellas se reducen a un denominador común: un “abuso de lenguaje” , y en ese carácter son agrupadas por dichos grupos junto a la prohibición del incesto. Su reflexión es sugestiva. “¿Qué significa esto sino que las mujeres mismas son tratadas como signos de los que se abusa cuando no se les da el uso reservado a los signos, que es el de ser comunicados?” (30:568). En cuanto a las reglas matrimoniales, representan medios de asegurar la circulación de las mujeres en el interior del grupo social, así como las reglas económicas sirven para asegurar la comunicación de bienes y servicios y las reglas lingüísticas para la comunicación de los mensajes.

Ampliando, pues, la noción de comunicación para incluir en ella la exogamia y las reglas derivadas de la prohibición del incesto, Lévi-Strauss considera que el hecho de que “e l ‘m ensa­je’ esté constituido por las mujeres del grupo que circulan entre los clanes, líneas de descendencia o familias (y no, como en el lenguaje propiamente dicho, por las palabras del grupo que circulan entre los individuos) no altera absolutamente la identidad del fenómeno considerado en ambos casos” . Lévi- Strauss supone que en algún momento podrá producirse una asociación definitiva entre la antropología social, la economía y la lingüística, que, en conjunto, sentarían las bases de una ciencia de la comunicación, pues las tres disciplinas “de­penden del mismo método: difieren solamente por el nivel es­tratégico en que cada una se coloca en el seno de un universo común” (29 :56 y 268; para la perspectiva recíproca del lingüis­ta, cf. 21, cap. I).

La formación lingüística de Lévi-Strauss se debe sobre todo a su contacto personal con Jakobson, a través del cual conoció el método fonológico desarrollado por Trubetzkoy, del que su­braya su carácter renovador para el conjunto de las ciencias humanas. “Formalmente” , piensa, el antropólogo está en la misma situación que el fonòlogo: también los térm inos de pa­rentesco (como los fonem as) son elementos de significación y sólo la adquieren en la medida en que integran sistemas; és­tos, además, son elaborados por el espíritu en el plano del pen­samiento inconsciente y, por último, la recurrencia de las for­mas de parentesco le sugiere que tanto en uno como en otro cas°, “los fenómenos observables resultan del juego de leyes generales, pero ocultas” (cf. 48, artículo en el que se basa L. S.;

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para el análisis de mitos, cf. 31). Uniendo, pues, la inspiración de la fonología y la lingüística la de Freud y Marcel Mauss, Lévi-Strauss define al hombre por la función simbólica, y a la cultura como un conjunto de sistemas simbólicos: lenguaje, pa­rentesco, mito, arte, economía, etc., que establecen la com uni­cación a diferentes niveles.

En Lévi-Strauss hay un simbolismo que “desborda” al hom ­bre; para el psicoanalista Jacques Lacan “ya no puede conce­birse al orden del símbolo como constituido por el hombre, sino com o su constituyente” (26: 48). D iferenciándose de Lévi- Strauss, que apela más a Trubetzkoy que a Saussure, Lacan ha utilizado abundantem ente la conceptualización saussu- reana. Los mecanismos descubiertos por Freud, dice, “recubren exactam ente” las funciones que el estructuralismo encuentra en el lenguaje, los efectos de sustitución y de combinación del significante en las dimensiones, respectivamente, sincrónica y diacrònica en que aparecen en el discurso (26: 799-800).

También Lacan, como Lévi-Strauss, reconoce el papel pre­cursor de la lingüística, cuyo “ algoritmo fundador” : S/s adjudi­ca órdenes distintos y separados al significante y al significa­do; la separación reside en la barra divisoria que es en reali­dad “una barrera resistente a la significación” . Pero si sólo in­dicara el paralelismo de los términos superior e inferior, visto cada uno en su globalidad, el algoritmo sería “el signo enigm á­tico de un misterio total” . No basta la linealidad que Saussure considera como constituyente de la cadena del discurso, pues hay un deslizam iento incesante del significado bajo el significante. “En la cadena del significante el sentido insiste, pero ninguno de los elem entos de la cadena consiste en la significación de que es capaz” (26:502).

La proposición general form ulada por Lacan, a partir de la cu a l debe en ten derse su u tiliza c ión de la te rm in o log ía lingüística, es que el inconsciente está estructurado como un lenguaje. La cuestión pertinente es saber si el acceso a ese in­consciente se ve facilitado por el uso de conceptos que, en todo caso, son apenas aproximativos o irrelevantes. En este senti­do, los lingüistas han sugerido amablemente a Lacan que no fuerce la utilización de la lingüística para un tipo de proble­mas teóricos que ganarían más con un tratamiento derivado de sem iologías como la que construye Prieto (37: 215).

E ntre los filósofos, el in terés despertado por las ideas

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saussureanas se ha ido incrementando en los últimos veinte años, y en gran medida por la irradiación de la obra de Lévi- Strauss. Merleau-Ponty las utiliza incorporándolas a su feno­menología de la significación; Paul Ricoeur las ha estudiado, aunque parece considerarlas ya superadas por la lingüística chomskyana; Gilles-Gaston Granger las toma en consideración en distintas oportunidades y ellas están implícitas en una de sus “tres semiologías” (18: 141).

Pero es Jacques Derrida quien les dedica una cuidadosa aten­ción, examinándolas en más de una oportunidad (10, Ia parte, cap. 2; 11: 12) desde el pu n to de v ista de su f ilo s o fía “desconstructora” de la tradición metafísica, dentro de la cual — según el autor— estaría inmerso Saussure, al privilegiar la voz (y correlativamente la plenitud metafísica) frente a la es­critura. Este enfoque, unido a una concepción crítica y teórica del texto, ha inspirado en gran medida al grupo de investiga­dores de la revista francesa Tel Quel, uno de cuyos integran­tes, Julia Kristeva, ha llegado a concebir a la semiòtica como “ciencia crítica y/o crítica de la ciencia”, perspectiva que la lle­va a plantear la cuestión teórica en estos términos: “creemos que todo el problema de la semiología actual reside en esta disyuntiva: continuar form alizando los sistemas semióticos desde el punto de vista de la ‘comunicación’ ... o bien abrir en el interior de la problemática de la comunicación (que es inevita­blemente toda problemática social) esa otra escena que es la producción de sentido anterior al sentido” (24:38).

José Sazbón

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